EL CEPILLO DE DIENTES
De Jorge Díaz Gutiérrez
Chile
EL CEPILLO DE DIENTES
PERSONAJES.
1.ÉL
2.ELLA
3.ANTONA
4.UNA VOZ
4.UNA VOZ
ACTO PRIMERO.
Entra
Ella. Es joven y bonita. Viste un pijama de seda sobre el cual lleva una bata.
Zapatillas de levantarse. Trae una bandeja. Debajo del brazo
un periódico y una revista. Deja todo sobre la mesa. Al
hacerlo se le cae descuidadamente el tenedor.
Un momento la
escena vacía. El Jazz se escucha muy fuerte.
Ella
vuelve a entrar. Esta vez con cafetera y la leche. Las deja sobre la mesa. Da
los últimos toques a
la mesa del desayuno. Sólo ahora observa que uno de los dos tenedores está en
el suelo. Lo
recoge y se lo queda mirando fijamente.
Ella - Anoche… sí, anoche soñé con un tenedor.
Bueno, eso no tiene nada de raro. Debe ser un símbolo sexual inconsciente… (Arrugando el ceño). Pero lo raro era que el
tenedor decía que quería ser cuchara. El pobre tenía complejo
de cuchara… de cuchara de postre.
Yo no sé por qué soy tan complicada. El
psiquiatra tampoco. Me dijo que hablara en voz alta por las mañanas, que eso era
bueno para la salud mental. Sirve para desintoxicarse después por la noche.
“Imagínese – me dijo – que está sola en un escenario iluminado, frente a grandes
personalidades que la están mirando y a usted no le importa nada, nada, nada…”
(Se dirige con soltura y desinhibición al público desde la embocadura del
escenario). “¡Excelentísimo señor presidente, excelentísimo ministro
consuetudinario, miembros del Cuerpo Diplomático y de otros cuerpos, señorita
Agregada Escultural…¡ ¡Ohhh, Monseñor!”. (Hace una genuflexión.
Repentinamente
se pone a cantar con energía y sin la menor inhibición un fragmento de “Madame
Butterfly”. Desde el baño llega el inconfundible ruido de una persona haciendo
gárgaras. Ella trata de acallar el ruido cantando más fuerte y echando miradas
furiosas hacia el baño, pero, finalmente, se interrumpe y en forma rencorosa
señala hacia el dormitorio). Vivo con un hombre. Por lo menos todos llaman así a
ese ser de pies grandes que hace gárgaras en los momentos más inesperados, la
noche de bodas, por ejemplo.
Yo soy su mujer. Eso quiere decir que debo ser
femenina. Lo que no es fácil. Hay que sentirse débil poner los ojos brillantes
para que el ser de los pies grandes la proteja a una; ah, también debo ser
atractiva. No puedo permitir que me crezca el bigote ni que se me caigan los
dientes. Además debo recordar que los ravioles ensanchan las caderas y los
espárragos achican el busto (Dando un gran
suspiro). Pero la verdad es que estoy cansada, terriblemente cansada de
ser la esposa femenina de ese animal masculino que se rasca, pierde el pelo
sistemáticamente y canta tangos pasados de moda. (Soñadora). Quisiera… quisiera engordar, fumar
un puro, y enviudar de una manera indolora y elegante.
El monólogo, como psicoterapia, también sirve
para que una se le ocurra ideas, ideas inocentes como… enviudar sin anestesia.
Hoy, como todos los días, tengo preparadas algunas sorpresas. Para empezar, el
café no es café. No. Tampoco es Nescafé. Es veneno. Veneno con gusto a café
descafeinado.
Las tostadas… parecen tostadas, ¿verdad?, nadie
diría que no lo son. Bueno, en cierto modo lo son, pero las tosté con gas
hidrógeno que producen efectos fatales al ser digeridas. (Encantada). ¡Ah… y el
azúcar! El azúcar tiene un poco de raticida granulado. Esto último es un
virtuosismo de especialista que muchos considerarán exagerado, pero que es
propio de mi sentido de la responsabilidad. (Se
oye un canturreo que proviene del dormitorio).
Él - ¿Marta?, ¿Dónde dejaste mi corbata?
Ella - (Con una
risita siniestra). ¡Es hora de actuar! (Gritando al dormitorio). ¡Hijito, está servido
el desayuno! (Ella se sienta y empieza a poner
mantequilla a una tostada. Pausa.
Más Fuerte). ¡Está servido el
desayuno!
Entra Él.
Terminando de arreglarse la corbata. Lleva la chaqueta en la mano. Parece tener
prisa. Ella aumenta el volumen de la música. Él se sienta y abre el periódico. El jazz se escucha
muy fuerte. Él deja el periódico y le habla a Ella, pero sólo se ve el
movimiento de sus labios porque la música impide oír lo que dice. Este juego
Monegal de que no se escucha una palabra dura un rato.
Ella - (Gritando). ¿Qué dices? ¡No oigo nada!
Él - (Gritando). ¡Que cortes esa radio!
Ella - (Gritando). ¡Egoísta!
Ella se pone un
audífono en un oído y lo conecta al equipo estéreo. La música deja de oírse.
Ahora las voces son normales.
Él - El veneno, por favor (Ella no lo oye). Un poco de café, querida.
Shh, ¿qué dices?, shhh (Ella lo hace callar con
un gesto. Evidentemente está concentrada en lo que escucha a través del
audífono).
Ella - (Con tono
misterioso). Es el pronóstico.
Él - ¿De qué?
Ella - (Casi
confidencial). Del tiempo.
Él - (Un poco
irritado). ¿Y qué dice?
Ella - ¿Ah?
Él - ¿Qué dice?
Ella - (Escuchando primero). “Nubosidad parcial en el
resto del territorio…”
Él - La Bolsa es así, inestable.
Ella - Si, si, parece increíble, ¿no?, pero es
cierto.
Él - Sírveme el café, querida. (Ella toma la cafetera, pero en vez de servirle café,
empieza a seguir con ella el compás de una música que se adivina por la cara
absorta y sus ojos blancos. Él, distraído
con el periódico, no se ha dado cuenta de que no le ha servido café. Revuelve
tranquilamente en su taza vacía). ¿Qué estás escuchando ahora?
Ella - “Desayuno en su hogar”. Consejos para
comenzar la jornada. (Escucha primero y luego
habla). Hoy es el feliz aniversario de la revolución sangrienta de
octubre… Empecemos, pues, la jornada con optimismo y energía… Respiremos hondo…
Ah (Ella respira hondo)… y digamos: “Hoy
no puedo hacer el bien a mis semejantes”
Él - (Que no la
ha escuchado). Sírveme el desayuno.
Ella -“Pensando en los demás nos libraremos de
nuestras propias preocupaciones…”. Y ahora hay que ponerse de pie: …uno, dos,
tres, cuatro… …uno, dos, tres, cuatro… …uno, dos… (Ella se pone de pie y empieza a mover la cabeza en
forma rotatoria y luego echa los hombros hacia delante y hacia atrás y mueve las
manos como epiléptica).
Él - (Alarmado). ¿Te sientes bien?
Ella - Uno…, dos…, tres…, cuatro, uno, dos…
Él - (Golpeando
la mesa y lanzando un grito). ¡El café!
Ella - (Sobresaltada). Gimnasia de relajación es lo
que te hace falta. Escucha, la mejor gimnasia de relajación es el revolcarse por
el suelo, primero sobre la nalga derecha y luego sobre la nalga izquierda. Tiene
que ser delicioso… ¿Quieres probar?
Él - Quiero probar el café. ¡Sírvemelo
inmediatamente, que estoy atrasado! (Ella da un
suspiro y se saca los audífonos).
Ella - Bien, hoy puedo hacer el bien a mis
semejantes… ¿Hijito, quieres leche?...
Él - ¡No me llames hijito!... Y menos cuando me
ofreces leche. Es repugnante.
Ella - Te gustaba hace poco.
Él - ¿La leche?... Por supuesto.
Ella - Antes te gustaba cuando te llamaba
así.
Él - Eso fue hace siglos, cuando nos casamos;
pero ahora he crecido… y envejecido.
Ella - Bueno. ¿Y cómo quieres que te llame
entonces?
Él - Por mi nombre.
Ella - Lo olvidé completamente, pero estoy
segura que terminaba en on. Bueno, tienes que
apuntármelo en la libreta del teléfono (Ella de
pronto levanta la vista y mira hacia el público. Se sobresalta). ¡Cierra
las cortinas que nos están mirando!
Él- Es que nos gusta. Somos exhibicionistas. Y
aprovechando la oportunidad, voy a decir algunas palabras… (Directamente al público). “Como Presidente del
Partido Familiar Unido, he reiterado en muchas ocasiones que la madurez cívica
se expresará repudiando a los demagogos profesionales, así se robustecerá aún
más nuestro sistema de convivencia individual y familiar.
Ella - Capricornio. Es el horóscopo. Mi signo es
Capricornio: “Aplique al matrimonio técnicas nuevas. El amor conyugal no debe
ser ciego. La lucidez mental no le hace mal a nadie. Usted está capacitada para
desarrollar un activo intercambio social. El primer día de la semana estará
brillante e imaginativa…” (Encantada con el
descubrimiento). ¡Hoy estoy brillante e imaginativa!
Él -(Leyendo). “Por viaje al extranjero, vendo
muebles de comedor muy finos, camas, y colchones”.
Ella -(Que no ha
levantado la vista de la revista). Ah, no sabía que te ibas al
extranjero, pero los colchones no permitiré que los vendas por ningún motivo. El
comedor me da lo mismo.
Él - (Distraído). A mí también. Dejaremos los
colchones… (Reaccionando). Pero si yo no
voy a viajar.
Ella - Ah, pensé que te ibas de casa.
Él - ¿Por qué dices eso?
Ella - Bueno, últimamente estás haciendo cosas
muy sospechosas… Por ejemplo, ayer te cortaste el pelo.
Él - Fue un error. Entré creyendo que era una
farmacia. Lo peor de todo es que me lo dejaron demasiado corto y no pude comprar
los analgésicos.
Ella - (Sin
levantar la vista de la revista). A ver… No, no, no, no. A mí me parece
que está bien.
Él - (Aliviado). Me quitas un gran peso de encima.
(El vuelve a enfrascarse en su
diario).
Ella - ¿Cuál es tu signo?
Él - Una maquinita…
Ella - ¿Qué?
Él - ¡Qué ingenioso!: “Una maquinita, apenas del
tamaño de una caja de zapatos, especial para cortarse las uñas sin tijeras…”
Hmm…
Ella - No, no, ¡tu signo astral!... Ah, ya
sé: ¡Sagitario! Sagitario, los nacidos entre el 1º de enero y el 31 de
diciembre… “Se le reprochará estar distante. Es verdad que el cielo no
favorecerá sus sentimientos, pero usted puede aportar mayor pesimismo. Semana
beneficiosa para arreglar litigios en suspenso. Existe el peligro de
superficialidad espiritual, frivolidad y engreimiento. Pensamientos depresivos
oscurecerán su rostro…” (Dejando de
leer). A ver mírame… ¡mírame! (Él tiene
su rostro enteramente cubierto con el periódico. Ella hace esfuerzos por verle
la cara).
Él - (Leyendo en
el periódico y sin mostrar la cara). “Masacre en el Oriente Medio”.
Ella - ¿Qué?
Él - “Masacre en el Oriente Medio”.
Ella - Esa película es de reestreno y está
pésimamente doblada. ¡Me encantan las películas de guerra! Son tan
instructivas.
Él - (Bajando el
periódico y mostrando la cara). Sí pero le están dando demasiada
publicidad a estas películas. Y uno ni siquiera se entera de lo que sucede en el
mundo. (Tomando la mantequillera).
¿Quieres más café? ¿Mantequilla?
Ella - (Con
rencor). Ah, lo dices a propósito para martirizarme. Sabes que eso me
engorda.
Él - Es que no comes científicamente. Eso es
todo.
Ella - Ah, tú lo sabes todo. Comes
científicamente, pero te saltan los botones del pantalón en la barriga.
Él - ¿Sabes cuál es el animal más fuerte y mejor
alimentado?... La hiena. Supongo que no será necesario que te explique lo que
come: come carne podrida al igual que la demás fieras, porque así ya está medio
digerida. Así es como las hienas se mantienen fuertes y sonrientes.
Ella - ¿Y eso qué tiene que ver conmigo?
Él - Todo depende del punto de vista.
Ella - (Leyendo
en la revista femenina). Oh… “Los huevos y su hígado” o “La importancia
de los huevos en la vida de la mujer”.
De pronto. Él,
que también se ha enfrascado en el periódico, lanza una exclamación.
Él - ¡Por fin!
Ella - ¿Qué te pasa?
Él - (Leyendo). “Señorita extranjera, francesa,
necesita alquilar pieza amueblada con desayuno”
(Se levanta con
rapidez y va hacia el teléfono).
Ella - ¿La conoces?
Él - (Con el
teléfono en la mano y empieza a marcar). No, pero que podríamos
arrendarle la pieza de lo alojados.
Ella - Sabes perfectamente que no tenemos pieza
de alojados.
Él - ¿Y si pusiéramos una cama en el
escritorio?
Ella - Sabes perfectamente que no tenemos
escritorio.
Él - ¿Y si pusiéramos un biombo en nuestro propio
dormitorio?
Ella - Es demasiado chico.
Él - ¿Y en nuestra propia cama?
Ella - Pero si apenas cabemos nosotros.
Él - Las francesas ocupan poco lugar. (Él cuelga el teléfono y se sienta nuevamente a la
mesa). No puedes negar que habría sido un ingreso extra. ¡Claro que tú
siempre te opones a disminuir los gastos! (Soñador). Además… ¡era francesa!
Ella - ¿Y qué tiene que ver que sea
francesa?
Él - (Confuso). Bueno…, Francia es todo… lo
desconocido. Lo que uno siempre ha soñado. Es el país de los tam - tam, las
criadillas al jerez, las flores de loto.
Ella - (Seca). No armonizaría con nosotros. Nuestros
muebles están en la línea danesa.
Él - Esos serán tus muebles. Los míos son de
estilo castellano rústico.
Ella - ¡Arcaico!
Él - ¡Antiséptica!
Ella - ¡Morboso!
Él - ¡Escandinava!
Ella - ¡Rustico!
(Silencio corto.
Él bebe su café).
Ella - (Siniestra). El café no está como todos los
días. ¿Verdad?
Él - (Abatido). Teresa, cuando acabas de levantarte
das miedo. ¿Es que ni siquiera alcanzas a lavarte la cara?
Ella - Por favor, no nos pongamos románticos,
cariñito. Acuérdate que hoy es mi día de lucidez mental, según mi horóscopo.
Él - Entonces es quizás el momento de hablar con
honestidad y sin hipocresías.
Ella - ¡Oh!...
Él - (Decidiéndose). Tengo que decirte algo que me
tortura.
Ella - Sí, por favor (Comiendo con la boca llena y leyendo su
revista). Estoy pendiente de tus palabras.
Él - Hace unos días que pienso en esto sin parar.
Tal vez resulte chocante confesarlo, pero… estoy decidido.
Ella - Bueno, sea lo que sea,
seré indulgente.
Él - (Buscando
las palabras). Es verdad que somos marido y mujer y que me he
acostumbrado a vivir contigo. Todo parecía estar bien, pero sin embargo, un día
cualquiera, algo surge en tu camino que lo transforma todo. Al principio uno,
claro, lucha y se resiste. Nada debe turbar la paz que se ha conseguido, pero al
final el sentimiento triunfa y te encuentras atrapado. (Él se ha sentado en la mecedora).
Ella - Bueno, dilo de una vez.
Él - Creo…
Ella - ¿Si?
Él - Creo que estoy empezando a enamorarme.
Ella - (Conmiseración). Oh, pobre.
Él - Créeme que me he resistido hasta lo
último.
Ella - ¿Y de qué mujerzuela, se puede saber?
Él - ¡No la llames así!
Ella - ¿Por qué? ¿De quién te has enamorado?
Él - (Vacilante). De… ti.
Ella - ¡Qué tontería!
Él - No es una tontería. Cuando caminamos del
brazo por la calle te miro de reojo. Es completamente estúpido, pero me gustas
mucho.
Ella - ¡Vicioso! ¿No te da vergüenza enamorarte
de tu propia mujer? ¡Rebajarme hasta ese punto! Olvídalo que yo también lo
olvidaré. (Ella empieza a acunarlo moviendo la
mecedora. Ella canta una canción de cuna. Él parece un inválido o un niño
pequeño).
Él - (Sincero). Me costará olvidarte.
Ella - Piense en otra cosa, m’ hijito, piense en
otra cosa.
Él - (Con cara
de estúpido). ¿En qué?
Ella - En cualquier cosa…, en la vecina
gorda.
Él - Ya pensé en ella anoche, mientras me
desnudaba. Ya he pensado en todas las cosas que he escogido para hoy.
Ella - Bueno, entonces piense… en el
colesterol.
Él - ¿Y qué es el colesterol?
Ella - Un… un insecticida.
Él - Pero si viene en “shampoo”.
Ella - Bueno, si viene en “shampoo” es para el
dolor de cabeza.
Él - (Pensando
en forma concentrada). ¡Colesterol! ¡Colesterol!..., (Levantándose de la mecedora
desanimado). Es inútil. Tú eres para mí mucho más importante que el
colesterol. Eres diferente. ¡No eres como todas!
Ella - (Leyendo
en la revista femenina). “¿Es usted como todas…, sin iniciativa? Siga el
ejemplo de Dora Zamudio. Hasta hace poco, modesta empleada en una corsetería,
gana hoy quinientos mil pesos mensuales como laboratorista en cálculos biliares.
Nuestro sistema la capacita para progresar y ser alguien. He aquí la lista de
nuestros cursos. Control mental. Respiración vibratoria. Elocuencia sagrada.
Inseminación artificial. Personalidad digital. Taquigrafía plástica. Ingles al
tacto. Recuento hormonal. ¡Y 35 especialidades femeninas! ¡Inscríbase hoy
mismo!”. (Reflexiona). Me gusta el curso
de Control mental. Yo puedo concentrarme extraordinariamente. Ayer saqué tres
crucigramas en el baño. Concéntrate tú también para que me transmitas tus
pensamientos…
Ella cierra los
ojos en forma patética, como una médium. Él, sin advertirlo, mira fijamente al
público y habla en forma desolada.
Él - “Señor Director, hace tiempo que quería
dirigirme a usted para manifestarle el desconcierto que me produce el pasar
frente al parque, el sector comprendido entre la plaza y la estación. He notado
con creciente temor que día a día desaparece algo. Hoy es el buzón, mañana la
rejilla del alcantarillado o un árbol, pero sobre todo, señor director, están
desapareciendo esas parejas de enamorados que daban esos, inmorales ejemplos.
¡Es una lástima! Me dirijo a usted para que haga llegar mi voz a las
autoridades”.
Ella – (Aún con
los ojos cerrados y haciéndole callar con una voz de médium). Haré lo que
pueda, haré lo que pueda, pero… no me llames señor director.
Él - (Volviendo
a la realidad). Sírveme el desayuno.
Ella al moverse
del sitio, ha conseguido ponerse detrás de Él y coloca sus manos extendidas
sobre la cabeza de Él, como si fuera una bola de adivina.
Ella - (Aún con
los ojos cerrados). ¡Cochino!... Ahora lo veo todo claro. ¡Sí, ahora veo
por qué querías alojar a la francesa!
Él - (Leyendo). “Monito tití, muy habiloso, especial
para familia con niños, vendo…”. Podríamos tener niños, Consuelo. Se podrían
comprar cosas tan divertidas. Imagínate tener un monito tití. Tendremos que
pensar en eso cuando decidamos tener niños.
Ella - (Indiferente). Sabes perfectamente que no me
llamo Consuelo (Abriendo los ojos). Oh,
ese curso de Control mental no es mi fuerte. Me marea. Pero seguiré otro curso
por correspondencia. Hoy en día una puede hacerse hasta cirugía estética por
correspondencia.
Él - (Ofreciendo). ¿Más café, querida?
Ella - Con dos terrones, por favor.
Él - ¿Con crema o sin?
Ella - Eso es en las películas mi amor.
Él - ¿Qué cosa?
Ella - La crema.
Él - ¿Qué crema?
Ella - La que me ofreciste antes.
Él - ¿Yo? ¿De qué me estás hablando?
Ella - De la crema.
Él - ¿La crema de la cara?
Ella - Pero, ¿de qué cara? Si yo no uso
crema.
Él - Yo tampoco.
Ella - ¿Y la de afeitar?
Él - Eso es jabón.
Ella - Pero muy bien que te sirve.
Él - Bueno, de servir, sirve…, como las arañitas
en el jardín.
Ella - ¿Para qué?
Él - Se comen los insectos dañinos. ¿No lo
sabías?
Ella - No, ya nadie cree en eso…, es como las
ventosas.
Él - ¿Qué tienen que ver las ventosas con el
jardín?
Ella - Muy simple… ¿De qué estamos hablando?
Él - No sé.
Los dos comen un
momento silenciosamente. Ella, de pronto, da un grito.
Ella - ¡Ya sé! ¡Era acerca del jabón de
afeitar!
Él - ¿Qué cosa?
Ella - De lo que estábamos hablando antes.
Él - No creo. Es un tema idiota (Un silencio tenso. Ella en su revista. Él en su
periódico).
Ella - (Leyendo). “Ideas novedosas para esta semana:
¿Qué hacer con esa incómoda buhardilla que nadie ocupa? (Ella se pone de pie y mira despreciativamente el
rincón con los muebles estilo español).
Él - (Leyendo). “Ocasión única. Vendo por
viaje…”.
Ella - (Continuando con lo anterior). “… basta
ingenio, tres rollos de papel y un tarrito de esmalte…”.
Él - (Mirando
los muebles de Ella). “… muebles de comedor nórdicos… Muy finos”.
Ella - “Empecemos por quitarle las
telarañas…”.
Él - “… un equipo de sonido de frecuencia
inmoderada y un cajón de sopa en polvo”.
Ella - (Repentinamente lúgubre). ¡Polvo somos y en
sopa en polvo nos convertiremos!...
¿Tienes algo grave sobre tu conciencia?
Él - (Sin
levantar la vista del periódico). No, pero tengo en el Consultorio
sentimental cartas para “Madre afligida” y “Flor Silvestre”… “¿Quieres vivir
intensamente junto a un alma tierna?
Escríbeme a Correo Central. Ojalá apasionada,
independiente, sin prejuicios, con buena situación económica y buen físico.
Fines absolutamente serios y espirituales. La saluda lleno de ansiedad: ‘Lucho
solo’”.
Ella - (Con
sencillez). Yo firmo siempre: “Esperanzada”.
Él - Usted no tendrá prejuicios, ¿verdad?
Ella - ¿Me hace esa pregunta con fines
serios?
Él - (Triste). Soy un ‘Lucho solitario’.
Ella - Por el momento no puedo contestarle nada,
pero… escríbame a Correo Central.
Él - Es una buena idea. Me gustaría
conocerla.
Ella - Diríjala simplemente a “Esperanzada”.
Él - (Escribiendo en un papel). “Esperanzada”:
desconociendo su nombre me veo en la obligación de imaginármelo todo. Su aviso
ha sido un grito en medio de mi rutina gris. Tengo la impresión de que nos
complementaremos para siempre. Si tiene algún defecto físico visible o alguna
enfermedad invisible, le ruego me lo haga saber. Es imprescindible enviar foto.
Yo, tímido, pero dicen que simpático y sin compromisos. La saluda lleno de
ansiedad: ‘Lucho solo’.
Ambos están de
cara al público. Él dobla la carta y se la desliza a Ella subrepticiamente, como
haciendo un acto prohibido. Ella la toma de la misma forma. La lee ansiosamente
y luego ambos dialogan sin mirarse, como separados por una gran
distancia.
Ella - No quiero aventuras. Busco un alma
gemela.
Él - Soy un industrial extranjero que quiere
echar raíces.
Ella - Prometo comprensión.
Él - Reunámonos pronto.
Ella - No soy mujer de un día.
Él - Tengo cultura casi universitaria.
Ella - Oooh, hay tanto melón podrido en el
mundo.
Él - Le prometo absoluta discreción.
Ella - ¿Y cómo nos encontraremos?
Él - Yo estaré con la cabeza inclinada frente a
la tumba del soldado desconocido.
Ella - (Con
angustia). ¿Y si no nos reconocemos jamás?
Él - ¡Llevemos alguna señal inconfundible!
Ella - Yo… llevaré una orquídea que
masticaré disimuladamente.
Él - (Con
entusiasmo). ¡Y yo lo dejaré estacionado en dirección prohibida!
Ella - ¿El qué?
Él - Mi abuelo paralítico.
Ella - (Intensa). ¡Oh, escríbeme a Correo Central!
Él - (Intenso). ¡Escríbeme a Correo Central! (Después de una pausa y rompiendo el clima de
intensidad romántica, Él arruga la hoja del periódico y la tira al suelo con
desesperación). Es inútil. El diario no es de hoy. Es de pasado
mañana.
Ella - (Arrugándola carta y tirándola al suelo). ¡Ah,
si la hubiese contestado ayer!...
Él - ¡Ah, si pudiésemos quitarle a alguien la
pieza de alojados!
Él se desplaza
distraídamente por el escenario. Se encuentra con el gramófono y acaricia
suavemente y largamente la enorme bocina. Tatarea casi para sí el inicio del
tango. Yira - yira, y luego canta suavemente los dos versos.
Él - “Buscando un pecho fraterno para morir
abrazao…” (Con un disco viejo en la mano, Él le
habla a Ella). ¿Bailamos este tango, nena?... Para los dos solamente.
Ella - Obsceno.
Él - ¿Y por qué?
Ella - El tango no es un baile. Es un acto
fisiológico.
Él - Gardel ha muerto. No nos verá nadie. Somos
libres.
Ella - No eches tierra sobre tu conciencia. Hay
un gran ojo que nos está mirando.
Él - (Suplicando). ¡Hacélo por mí, nena!
Ella - Lo único que puedo hacer por vos es
guardar un minuto de silencio.
Él – (Cantando
suavemente y desilusionado). “No esperes nunca una mano, ni una ayuda, ni
un favor…”.
Él se sienta de
nuevo a la mesa. Pausa larga. Ella le observa fijamente.
Ella - (Muy
cariñosa). Amorcito…
Él - ¿Sí, mi amor?
Ella - Por favor…
Él - … Hmm.
Ella - Fíjate un poco más.
Él - ¿En qué?
Ella - No ensucies el mantel.
Él - ¡No me lo digas todos los días!
Ella – (Subiendo
el tono). ¡No hagas ruidos al comer!
Él - ¡No hagas sonar la cucharilla!
Ella - ¡No mojes la azúcar!
Él - ¡No frunzas las cejas cuando muerdes las
tostadas!
Ella - ¡No arrastres los pies!
Él – (Gritando). ¡No leas en la mesa!
Ella – (Gritando). ¡No me grites!
Él - ¡No me escupas!
Ella – (Aullando). ¡No voy a permitir groserías en mi
propia casa!
Él – (Aullando). ¡Yo no voy permitir que me humilles
delante del perro!
Ella - ¿De qué perro me estás hablando? (Ya no se les entiende nada, porque gritan a la vez
sin darse respiro. Casi ladran. Bruscamente ambos se callan. Ahora inician los
gritos simultáneos y vuelven a callarse. Silencio cargado de tensión. Cada uno
se enfrasca en sus lecturas).
Él - ¿Qué?
Ella - Nada.
Él - “Jaulas individuales, las mejores con
bebederos irrompibles Rosatex”.
Ella - (Molesta). No necesitamos eso.
Él - Quizás sí.
Ella - ¿Lo dices por nosotros?
Él - (Candoroso). Pensé que sería bueno que
tuviéramos huevos frescos en la casa.
Ella - ¿Y qué tienen ver las jaulas?
Él - He oído que los huevos se sacan de allí.
Ella - ¡Pero hijito, no sabes que las
gallinas…!
Él - (Gritando
enfurecido). ¡No me llames “hijito” o me meo aquí mismo!
Ella - (Picada). Podrías comprarte una de esas jaulas
para ti.
Él - (Picado). Estaría seguramente ocupada por tu
madre, que necesita urgentemente una.
Ella - (Furiosa). ¡Grosero! ¡Límpiate la boca antes de
hablar de mamá!
Él - Eso es exactamente lo que tendría que hacer,
pero después de hablar de tu mamá; sólo que esta mañana no pude encontrar mi
cepillo de dientes.
Ella - ¡No falte a la cita con Dentol! Dentol
después de las comidas (Sonriendo en forma
automática). “¡El dentrífico con gusto a whisky escocés!”. “¡Yo, como
miles de artistas de Hollywood, sólo uso… dentadura postiza!
Ella y Él - (Al
unísono cantan un jingle): “Un centímetro basta en cepillo familiar con
la misma pasta da mucho más, más, más…”
Él - (Reaccionando). ¡Sólo dije que no pude
encontrar mi cepillo de dientes está mañana!
Ella - ¡Eres un descuidado! (Ella abre la revista femenina y lee). Mira,
mira lo que dice miss Helen, “la amiga de mujer frente al espejo…”
(Leyendo). “El cutis, el cabello, la
dentadura, cualquiera que sea vuestro rasgo más hermoso, empecemos desde ahora
por darle ese toque justo de arreglo extra que hechiza. Sobre todo, mantenga os
dientes libres del sarro, la nicotina y las partículas de cerdo o bacalao,
mediante el uso de la soda cáustica. Así su novio dirá…”
Él - (Novio
fascinado). ¡Tienes algo indefinible que me atrae!... (Reaccionando). ¡Basta, sólo dije que no pude
encontrar mi cepillo de dientes esta mañana!
Ella - (Candorosa). Le podemos preguntar a miss Helen.
Le escribiré. Ella devuelve hasta la virginidad.
Él - ¡No! Quiero que tú me digas dónde está mi
cepillo de dientes.
Ella - (Con
amable condescendencia). Pero, hijito… ¿Dónde quieres que esté? En el
lugar de siempre: tirado en cualquier parte.
Él - No, no. Está mañana no estaba allí.
Ella - ¿Se te ocurrió que podría estar en el
vaso de los cepillos de dientes?
Él - ¡No… pero tampoco estaba!
Ella - Extraño. ¿No te lo habrás llevado a la
oficina?
Él - ¿Y para qué?
Ella - Para escribir a máquina.
Él - Tengo otro allí para eso.
Ella - Entonces, no entiendo. ¿Quieres que vaya a
ver?
Él - Será inútil. Es el colmo que mi único objeto
personal, el refugio de mi individualidad, también haya desaparecido.
Ella - Voy a ver. Haz mientras tanto gárgara de
sal (Ella echa agua y sal en un vaso y luego
sale. Él empieza a hacer gárgaras. De pronto la mujer entra gritando. Él,
sobresaltado, se atraganta con el agua salada y tose). ¡Lo encontré!...
¡Aquí está…! Sí (Con cara compungida muestra un
cepillo de dientes atrozmente inutilizado con pintura blanca para
zapatos).
Él - ¡No! ¡No! ¡No!
Ella - (Tímidamente). Sí, lo… lo usé ayer para limpiar
mis zapatos.
Él - (Espantado). ¿Cómo?
Ella - (Confundida). Mis zapatos…, mis zapatos blanco
necesitaban con urgencia una manita de negro y…
Él - ¡No encontraste nada mejor que inutilizar mi
cepillo de dientes!
Ella - No, no. Primero traté de usar la brocha de
afeitar, pero hacía espuma.
Él - (Furioso). El que va echar espuma por la boca
soy yo.
Ella - (Ingenua). Pero si las gárgaras eran de
sal.
Él - (Patético). Esta es la atroz realidad: en mi
casa no hay un cepillo de dientes. Parece increíble, ¿no es cierto?, pero es así
(Mientras Él habla hacia el público derrochando
lástima de sí mismo, Ella ha salido un momento hacia el baño). Quiero
empezar mis labores en forma cristiana,
pero no… no es posible, ¡el cepillo de dientes de uno ha desaparecido! Yo
trabajo como bestia toda la semana, y
cuando al final de la jornada, llego a mi casa en busca de alguna distracción como es lavarse los dientes o
tejer un poco… ¡No, no es posible! ¡O le han usado el cepillo a uno o le han escondido el
tejido!... No, no yo no pienso lavarme los dientes todos los días, tampoco pienso que la vida es una
juerga…, pero un día de fiesta es un día de fiesta y hasta los monjes trapenses se permiten este
tipo de esparcimiento. Pero para mí, no. Para mí no es posible. Yo debo hacer gárgaras de
salmuera y esconder mis dientes pudorosamente…,
casi es un problema de dignidad humana. ¡Hasta las hienas sonríen sin
temor!
Ella - (Encantada con la idea). ¡Pero si hay un
cepillo de dientes!
Él - ¿Y cuál, se pudiera saber?
Ella - (Triunfante). El mío. Fue el regalo de
matrimonio de mi padre.
Él - ¡No pretenderás que me lave los dientes con
tu cepillo!
Ella - Bueno, ¿Y qué tendría de particular?, ¿no
somos acaso marido y mujer?
Él - No se trata de eso. No digas tonterías.
Ella - No es una tontería. Es el matrimonio. La
compartición de todo: penas, angustias, alegrías y… cepillos de dientes. ¿Acaso
no nos queremos?
Él - No hasta ese punto.
Ella - (Llorosa). ¡Esto es lo último que creí iba a
escuchar! (Hacia el público). Ah, claro,
claro…, puede compartir nuestro dormitorio con una francesa, pero no puedes
compartir un inofensivo implemento domestico con su mujer…
Él - (Terco). Quiero tener mi propio inofensivo
implemento doméstico.
Ella - No decías eso cuando estábamos de
novios.
Él - (Hacia el
público). Nunca le prometí usar su cepillo cuando estábamos de
novios.
Ella - Lo habrías hecho. Me querías.
Él - Pero no se trata de eso. Se trata de
higiene.
Ella - (Al
público). Cuando yo me lastimaba un dedo no pensaba en la higiene. No, me
lo chupaba y, me decía: “Sana, sana, culito de rana…”.
Él - ¡Ay, me cansa…, me cansa oírte,
Mercedes!
Él, lleno de
desesperación, se mete debajo de la mesa hasta desaparecer completamente
cubierto por el mantel que llega al suelo. Ella va hacia la mesa y golpea con
los puños sobre la cubierta.
Ella - No me llames más Mercedes… No quiero que
me llames de ninguna manera… ¿lo oyes?, de ninguna manera.
Él - (Hablando
debajo de la mesa sin que se le vea en ningún momento). Puedo
ingeniármelas para no verte, pero tengo que oírte. Es verdad que tú tienes tus
audífonos y yo tengo mis discos viejos, pero así y todo ¡te oigo! El único lugar
donde encuentro un poco de tranquilidad es aquí, en mi cuarto de baño. Aquí todo
es funcional. Aquí reina el desodorante y los polvos talcos. Aquí no puede
entrar… ¡pero has entrado y me has robado mi cepillo de dientes!
Ella - (Repentinamente mirando al público). ¡Cierra
las cortinas que están escuchando todo!
Él - (Asomando
la cabeza por debajo del mantel). Me importa un bledo que escuchen
todo.
Para eso pagaron.
Ella - Si quieres soledad, quédate en tu querido
excusado…, lo que es yo, me iré donde mi madre.
Él - No te pongas melodramática, querida. Sabes
perfectamente que tu madre vive aquí con nosotros.
Ella - (Gritando). ¡Ay, no lo soporto más! ¡Te
odio! ¡Estoy cansada de marca de tus cigarrillos y el ruido de tus tripas cuando
tomas Coca - Cola! ¡Vete! ¡Jamás podremos seguir viviendo como antes!
Él - Pequeña mujerzuela histérica.
Ella - ¡Sádico!
Él - ¡Orgánica!
Ella - ¡Muérdago!
Él - ¡Mandrágora!
Ella - ¡Tóxico!
Él - ¡Crustáceo!
Ella - Voy a empezar a gritar…
Él - ¡Grita y Revienta!...
Ella empieza a gritar como una loca. Él sale de
debajo de la mesa y se pone de pie enfurecido.
Él - ¡Cállate, Marta!...
El se acerca a Ella. Toma de la mesa el transistor y
con un rápido movimiento pasa la larga correa de la radio por el cuello de la
mujer. Luego empieza a apretar hasta silenciarla. La mujer cae al suelo. El
hombre la mira un momento. Está jadeando. Luego la toma de las axilas y la
arrastra dificultosamente en dirección al dormitorio. Un momento el escenario
vacío. Aparece Él. Ya no jadea en absoluto. Silba un tango. Trae en la mano una
corbata negra. La mira reflexivamente y se quita la de color que lleva puesta
cambiándosela por la de luto. Silba una melodía. Se sienta y se sirve más café.
Mientras lo bebe lee en voz alta los titulares de un periódico de formato más
pequeño que el anterior).
Él - “Colegiala vejada por siniestro profesor de
lenguas muertas…”. “Dos actores golpean violentamente a nuestro crítico
teatral…”. Bien hecho. “Una mujer estrangulada por un marido furioso”… (presta más atención a este último y sigue
leyendo). “Fue encontrado ayer el cadáver de una bella mujer ultrajada
cobardemente. Presentaba huellas evidentes de haber sido estrangulada con el
cordón de un personal estéreo. La situación se presenta bastante confusa a pesar
de su sencillez. Estos son los hechos: 8:30 de la mañana, la mujer que hacía el
aseo en el departamento y que dice llamarse Antona, tocó repetida veces el
timbre. Al no abrirle nadie usó su propia llave y entró. Preguntó si había
alguien en la casa, para no importunar, y oyó una voz que le decía “Pasa,
Antona…”. Encontró al señor preparándose unas tostadas y en el dormitorio el
cadáver de la pobrecita. Las declaraciones que hizo el marido a la policía eran
confusas… (Él deja el diario y habla
directamente al público. Se suelta el cuello de la corbata y adopta el aire
fatigado de un acusado en un interrogatorio policial). Sí, yo la mate.
Por lo menos, la persona que está tirada allí en el dormitorio es la que yo
maté. Y sé muy bien por qué lo hice. Ustedes habrían hecho lo mismo al encontrar
a un extraño adueñándose de vuestra casa, desde el pijama hasta el cepillo de
dientes. ¿Saben ustedes?... Ella estaba en todas partes.
Inexplicablemente la encontraba en la mesa del
desayuno, comiéndose mis tostadas; la encontraba en la tina de baño; al
afeitarme, en el espejo, me encontraba su cara echándose crema o depilándose las
cejas. La encontraba al despertarme por las noches, en mi propia cama. Era algo
irritante. Pero, señoras y señores… ¿a quién maté? ¿A la mujer del espejo? ¿A la
mujer que encontraba algunas veces en mi cama y que se parecía tanto a la
jovencita con la que me casé hace cinco años? ¿La mujer de la tina baño? ¿La
mujer del personal estéreo? ¿La mujer que estaba empezando a enamorarme ahora?
¿O, era simplemente “Esperanzada”, a quien había yo escrito a Correo Central?...
No lo sé. Los extraños me dan miedo y lo que estaba ocurriendo ahora, como
encontrar mi dentadura postiza dentro de la zapatilla de levantarse de una
desconocida, fue superior a mis fuerzas. Ustedes han visto: mis discos de Gardel
se llenaban de polvo porque ella se negaba a bailar tangos. Yo puedo llorar
horas enteras escuchándolos. Pero ella no. Ella sólo sufría con el cuarteto de
“Jazz” Moderno. ¿Y qué se puede cuando una persona se pone nostálgica con el
bandoneón y la otra sólo con la trompeta?... Y si dos personas no pueden llorar
juntas por las mismas cosas, ¿qué otra cosa pueden hacer?... ¡Ustedes tienen la
palabra, señoras y señores! ¡Pero recuerden que todos, todos tenemos un cepillo
de dientes…!
Él se vuelve a
sentar y anudar la corbata. Adopta el aspecto anterior, despreocupado, casi
sonriente. Toma el periódico y lee en voz alta e indiferente.
Él - “Esas fueron sus declaraciones. La policía
piensa que se trata de un típico crimen pasional. Se busca a una tercera
persona, posiblemente francesa. Mañana daremos más informaciones”. (Él deja el periódico). ¡Oh, lo mismo de
siempre…! Esta prensa sensacionalista se está poniendo cada vez más morbosa. Es
el veneno del pueblo… en la realidad, la vida es mucho más aburrida.
Empieza a echar
mermelada en una tostada. Se oye sonar el timbre de la puerta del apartamento.
Un silencio. Nuevamente el timbre en forma insistente. Un silencio. Ruido
característico de una llave en la cerradura y luego el crujido de una puerta al
abrirse. Pasos.
Una Voz - ¿Se puede?
Él - ¡Pasa, Antona, el cadáver está en el lugar
de siempre!...
Las cortinas se
cierran.
FIN DEL PRIMER
ACTO.
ACTO SEGUNDO.
El segundo
acto empieza en el mismo momento en que terminó el primero.
Él con gesto
detenido en el aire y parte de la tostada de mermelada en la boca. La
escenografía se ha invertido, es decir, sobre un eje imaginario ha girado en
180º . Todo lo que se veía a la izquierda está a la derecha y viceversa.
Se escucha el
timbre de la puerta. Un silencio. Nuevamente el timbre. Un silencio. Se abre la
puerta y se escuchan pasos de alguien.
Una Voz - ¿Se puede?...
Él - ¡Pasa, Antona, el cadáver está en el lugar
de siempre!...
Entra Antona. Es
Ella, sólo que lleva un vestido barato, peluca y pendientes. En sus manos un
cubo de limpieza, un estropajo, un trapo y un escobillón. Antona es decidida y
enérgica, aunque ingenua. Deja el cubo en el suelo y se coloca en la cintura un
paño de manera de delantal.
Antona - Buenos días. Señor…
Él - Buenos días, Antona.
Antona - Para mí nada buenos… ¡Ah, qué mañana
llevo! Si lo único que me falta es encontrar un muerto debajo de la
alfombra…
Él - (Sobresaltado) - Y, ¿por qué dices eso,
Antona?
Antona - Porque hay mañanas en que una no sabe
qué sería mejor: si tomarse una aspirina o cortarse la cabeza.
Él - (Indiferente) Ah, no lo dudes, córtate la
cabeza.
Antona - Empecé por el departamento 18; me
recibió el señor completamente desnudo “¡Cúbrase!”, le dije, y me contesto:
“¡Guárdate tu beatería, que hoy ando con el diablo en el cuerpo y huelo a
infierno!”.
Él - (Perplejo). Antona, dime… ¿Yo huelo a
infierno?
Antona - (Distraída). Sí, señor.
Él - Gracias.
Antona - Luego en el 25 fundí la aspiradora, me
resbalé con el jabón, y rompí un espejo. La señora se puso histérica.
Él - Pero luego, gracias a Dios, llegaste
aquí.
Antona limpia
activamente el piso con el escobillón.
Antona - Ay, sí. Mientras subía la escalera venía
pensando: “Por fin llego a una casa decente y tranquila, desde esos señores que
viven como palomos…”
Él - ¿Y cómo se consigue volver el alma al cuerpo
Antona?
Él se ha quedado
inmóvil con la mirada fija en dirección al dormitorio.
Antona - ¿Se siente bien señor?
Él - (Reaccionando). Ah, sí, sí. Completamente
purificado. Como un cuerpo glorioso. Es curioso, pero esta mañana me siento
viudo como el cardenal Richelieu.
Antona - Ah, ¿Y la señora?
Él - Requiescat in pace.
Antona - ¿Qué dice?
Él - Que duerme como una muerta.
Antona - Ay, no diga eso, señor, que trae mala
suerte. Un tío mío, el pobre, se acostó cantando… y amaneció afónico (Antona pone algunas cosas sobre la bandeja).
Eh… ¿Terminó su desayuno, señor?
Él - Creo que sí, algo me quitó el apetito.
Antona - Bueno, entonces voy a llevarle el
desayuno a la señora.
Antona se
dispone a dirigirse al dormitorio. Él se levanta y se interpone entre ella y el
dormitorio.
Él - ¡No! No conseguirás que trague nada, Antona.
(Quitándole la bandeja de las manos). Lo
estropeas todo con tus prisas, Antona. Por eso te resbalas en los jabones y
quiebras los espejos… (Acercándose mucho a
ella). Parece que anduvieras huyendo de algo. Lo peor de todo es huir,
Antona. Aunque se haya matado a alguien… Eso es malo para la presión y para los
nervios. Si hay tiempo para todo (Él le pone a
mano en la cintura). Me gustó eso que dijiste de “vivir como palomos”.
Repítemelo otra vez, ¿quieres?...
(Antona se
separa de Él).
Antona - (En voz
baja) ¡Ya, pues, no se ponga pesado que la señora puede venir!
Él - (Sonriendo). Pierde cuidado, no vendrá.
Antona - Sí, siempre dice lo mismo. Tendría que
estar muerta para no escuchar las carreras y los gritos que doy todas las
mañanas para librarme de sus agarrones. ¡Suélteme!
Él - Eres completamente tonta, pero tienes un
encanto animal.
Antona - (Feliz). ¿De veras?...
Él - Palabra, Antona, dime, ¿estás enamorada?
Antona - ¿Qué es eso?
Él - ¿Me vas a decir que no has oído hablar del
amor?
Antona - (Perpleja). Me suena.
Él - No es posible, Antona.
Antona - Palabra.
Él - Pero si eso es tan importante, o más aún,
que la laca para el pelo, los cupones premiados o los supositorios.
Antona - ¿De veras?
Él - Lógico. Eso se lo enseñan a uno en primero
básico.
Antona - Bueno, lo que pasa es que una no ha
estudiado.
Él - ¡Pero si basta con leer las enciclopedias,
Antona! (Él va hacia un mueble bajo y coge un
grueso libraco). Vamos a ver, vamos a ver,… Amor, amor, aquí está. Amor:
“Afecto por el cual el hombre busca el
bien verdadero…”. Y no hay que confundirlo, Antona, porque hay mucho. Fíjate: “Amor seco: Nombre que se da en
Canarias a una planta herbácea cuyas semillas se adhieren a la ropa”, ni tampoco con el “Amor
al uso”: “Arbolillo malváceo de Cuba parecido
al abelmosco”… ni muchísimo menos con el “lampazo” ni “el almorejo” ni el
“cadillo”, planta umbelífera que tiene
dos bulbos…
Antona - Usted no tiene moral.
Él - (Consultando el diccionario). Moral… Moral,
moral: “Árbol moráceo de hojas ásperas, acorazonadas y flores verdosas, cuyo
fruto es la mora”.
Antona - Debería darle vergüenza. ¿No?
Él - (Consultando el diccionario). Vergüenza…
Vergüenza, vergüenza, vamos a ver, aquí está Vergüenza: “Turbación del ánimo que
suele encender el color del rostro. Se usa también la expresión de “cubrir las
vergüenzas” refiriéndose a las partes pudendas del hombre y la mujer”.
Antona - Yo no sé nada de esas cosas.
Él - Ah, pero por lo menos deberías saber que las
relaciones amorosas se clasifican según su intensidad y sus circunstancias en:
Condicionales, consecutivas, continuativas, disyuntivas, defectivas… y
copulativas.
Antona - ¡Ay, Dios mío! ¿Y qué voy a hacer yo que
soy analfabeta?
Él la toma
nuevamente de la cintura y trata de atraerla hacia sí.
Él - Antona, Antona, dime, dime ¿has tenido
amantes?
Antona - ¡Y darle con la misma música!
Él - No te suelto si no me dices la verdad.
Antona - ¡Y cómo va a saber una eso de los
amantes digo yo…!
Él - Pero una mujer siempre sabe… ¡Cuándo sí y
cuándo no!
Antona - Yo, no, palabra de honor. A mí como si
nada. Cuando voy a darme cuenta ya están abotonándose. ¡Suélteme!
Él - ¡Eres completamente idiota e insensible!
Antona - Es que me criaron con leche de burra. Es
una porquería, le digo… Yo opino como mi tío, que decía: “Habiendo una mujer
cerca, que se lleven las burras”.
Él - Pero tú eres un animal premiado en cualquier
feria, Antona.
Antona - Ah, sí. Eso es lo que decía mi madre;
“Antona, Antona, nadie te podrá reprochar de ser una mala mujer, y eso es mucho
decir, pero de ramera tienes bastante”.
Él - Palabras cariñosas y sabias.
Antona - Ay, sí. Bueno, voy a despertar a la
señora.
Él intenta
tomarla de un brazo y retenerla.
Él - No, no, ¡espera!... Han sucedido algunas
cosas…
Antona - Déjeme, que usted tiene mucho cuento
para todo.
Él, instantáneamente, se pone a contar un cuento
con tono paternal, Antona escucha fascinada.
Él - Pero este cuento no lo conoces. Es el cuento
del rey Abdula, el que perdió su armadura: “Había un Rey que tenía la mala
costumbre de comerse las uñas. Un día descubrió que su esposa, la Reina se
acostaba con un anarquista de palacio, dentro de su propia armadura y debajo de
su propia cama. Desde entonces el Rey dejó de comerse las uñas y comenzó a
comerse los cuernos…”
Antona - (Fascinada). ¡Oh!... ¿Y el Príncipe?
Él - ¿Qué Príncipe?
Antona - Siempre hay un Príncipe. ¿Hay Príncipe o
no hay Príncipe?
Él - Oh, sí, sí, el Príncipe… Es que no había
querido hablarte de él por delicadeza, porque este Príncipe tenía un vicio
secreto: arrastraba la lengua por todo el palacio.
Antona - ¿Por qué?
Él - ¡Era filatélico!
Antona - (Con
admiración). ¡Ay, Dios mío, que sabe cosas! Lo que es la falta de
ignorancia de una…
Antona vuelve a
dirigirse al dormitorio. Nueva interposición de Él.
Él - ¡No, no entres a dormitorio, Antona!
Antona - Bueno, ¿Por qué?
Él - Es que todo está desordenado allí dentro.
Hay cosas tiradas por todas partes; mi ropa sucia, mi mujer… tú sabes, las cosas
de todos los días.
Antona - Bueno, pero ése es mi trabajo, ¿no es
cierto?
Él - ¡Te lo prohíbo, Antona!
Antona - Voy a pensar que oculta algo, ah.
Él - ¿Y cómo adivinaste?
Antona - ¿Qué?
Él - Es que yo… yo…
Antona - Bueno; ¿usted qué?
Él - Yo, yo no soy el mismo de antes, desde hace
media que lo sé.
Antona - Ah, no entiendo.
Él - Pero si te lo he explicado en forma delicada
durante todo este rato y te niegas a comprenderlo… ¿Cómo puede ser tan
tonta?
Antona - Pero… ¿darme cuenta de qué?
(Pausa conmovida
de Él).
Él - (Sin poder
contenerse). ¡Voy a ser madre!
Antona - ¿Qué dice?
Él - Que voy a tener un niño, sí.
Antona - ¡No puede ser!
Él - Sí. Un niño que es fruto de tu
irresponsabilidad y egoísmo.
Antona - Ah, ¿de modo que quiere echarme ese crío
a mí?
Él - (Lastimero). Ah, no pretenderás negarlo ahora,
Antona. ¡No puedes ser tan desnaturalizada!
Antona - ¿Pero cómo? Si lo único que hemos hecho
ha sido darnos pellizcones y manotazos en la cocina.
Él - (Con
pudor). Ya vez, así es la Naturaleza… (Bajando la vista). Voy a tener un niño.
Antona - No, no lo creo.
Él - (Digno y
sufriente). Ah, ¡Antona, no me pedirás las pruebas ahora!, pero tú sabes
mejor que nadie todo lo que ha habido entre tú y yo… ¡pero yo te juro que tú has
sido la primera!
Antona - (Confusa). Mire, todo esto es un lío. Yo vengo
aquí solamente a limpiar el piso y no a sacarle a usted las castañas del
fuego.
Antona ya se ha
olvidado del dormitorio y está en medio de la sala.
Él - (Haciendo
pucheros). Claro, para ti es fácil, apena un remordimiento… en cambio
para mí… (Su voz se quiebra). ¡Jamás
podré decírselo a mi madre!
Antona - ¿Su madre?... ¿Pero qué diablos tiene
que ver ella en todo esto?
Él - Me repudiará.
Antona - ¿Y qué dirá su esposa, digo yo?
Él - (Digno). Espero que ella le dé su apellido por
lo menos.
Antona - Cualquier cosa que esté tramando o
engendrando, yo no tengo, nada que ver.
Él - ¡Antona, no me des a espalda ahora, después
de haberte aprovechado de mí! ¡Ah, ah, ay…! (Él
sufre un desvanecimiento).
Antona - (Alarmada). Venga, siéntese, siéntese y deje de
pensar en tonterías. Si no es nada del otro mundo. Todas tenemos que pasar por
esto tarde o temprano. Le traeré un vaso de agua (Antona lo arrastra hasta una silla y corre a buscar
un vaso a la cocina. Desde allí grita). ¡Quédese tranquilo! Si eso
solamente pasa los primeros meses (Aparece
nuevamente y le da un vaso de agua. Él bebe el agua y luego estalla en
sollozos).
Él - Por un momento de placer me he convertido en
un paria… He sido deshonrado.
Antona - No, no sea tonto. Si ahora la sociedad
es mucho más comprensiva que antes… En cambio, en mi pueblo, mi abuelo era tan
puritano que cuando la yegua parió, hizo buscar el caballo culpable por todo el
campo y, cuando lo pilló, lo capó.
Él - (Espantado). ¿Por qué hizo eso?
Antona – Porque dijo que era un mal ejemplo para
mi madre, que estaba soltera.
Él, al oír el
cuento, estalla nuevamente en sollozos.
Antona - Bueno, ¿pero qué le pasa ahora?
Él - (Haciendo
pucheros). Me da miedo tu abuelo puritano.
Antona - No, si está enterrado en el pueblo.
Él - Yo también nací en un pueblo.
Antona - ¿Ah, sí?
Él - Sí, por eso fui siempre muy ignorante en
todas estas cosas. Yo creía que los niños se hacían mezclando tres partes de
harina, dos de leche y una de levadura.
Antona - Y por qué no se va una temporada al
pueblo; allí los niños se crían sanitos. Y nadie se entera.
Él - Claro, la reacción típica: librarte de mí.
Ahora ya no piensas para nada en el matrimonio.
Antona - Nunca, nunca le ofrecido matrimonio.
Además, usted está casado. Debería decirle todo a su mujer. Ella debería conocer
la situación… ¡Yo misma se lo diré! Si no le da un infarto es señal que
terminará por reconocer al crío. (Antona se
dirige al dormitorio, pero Él la detiene con un grito).
Él - (Como un
demente). ¡Antona, si entras en ese dormitorio, me mato!... comenzaré
ahora mismo, comiéndome este diario hasta morir.
(Él muerde
ferozmente el periódico. Antona, asustada trata de quitárselo. En el tiran y
aflojan lo desgarran completamente).
Él - (Patético). Sí, mañana tendrás que explicar
todo a la opinión pública: muerto y deshonrado por intoxicación de prensa
amarilla. ¡La autopsia lo revelará todo!
Antona retrocede
unos pasos.
Antona - Usted es un hombre peligroso.
Él - Soy una víctima.
Antona - Quien mal anda mal acaba.
Él - Al que no es ducho en bragas las costuras lo
matan.
Antona - En comer y rascar todo es empezar.
Él - Lo que no se hace en un año se hace en un
rato.
Antona - Quien su trasero alquila no pasa hambre
ni fatiga.
Él - Cada uno habla de la feria según le va en
ella.
Antona - Si quieres un crío búscate un
sobrino.
Él - Hijo sin dolor, madre sin amor.
Antona - Éramos treinta y parió la abuela.
Él - A mulo cojo el hijo bobo lo sufren
todos.
Antona - Más vale una de varón que cien de
gorrión.
Él - El lechón de un mes y el pato de tres.
Antona - Más arriba está la rodilla que la
pantorrilla.
Él - Más vale casada que trajinada.
Antona - Casarme quiero, que se me eriza el
pelo.
Él - Antona, Antona, uno la deja y otro la
toma.
Antona empieza a
desojar tristemente una rosa del florero.
Antona - Me quieres mucho… poquito… nada…
Él - No, no pierdas las esperanzas de casarte,
Antona; si estás muy bien todavía, a pesar de tu cicatriz de tu operación de
apendicitis.
Antona - (Desilusionada). No. Estoy muy venida a menos.
Debe ser que me estoy volviendo solterona. Es fatal. Engordaré, me arrugaré y el
día menos pensado, ¡paf!..., amaneceré tan inservible y pasada de moda como un
corset en naftalina.
Él - Pero tienes tiempo todavía para escoger
entre tanto sinvergüenza suelto que anda por ahí.
Antona - No, es inútil. Soy el estropajo de
todos. ¿Quién me va a querer para otra cosa que no sea hacer unas tortillas de
huevos?
Él - ¡Qué ideas tienes, Antona!
Antona - Claro, porque le encuentran gusto a
detergente a una se aprovechan.
Él - En ese sentido eres verdaderamente
apasionante.
Antona - No, lo he intentado todo. Hasta
escribí a un consultorio sentimental. Firmé “Esperanzada” y sólo me contestó un
tipo baboso que debe ser casado y barrigudo. No le entendí nada. Firmaba “Lucho
solo”. Debe ser un vicioso.
Él - (Estupefacto). Entonces… ¿tú eres
“Esperanzada”?...
Antona - Sí, sí. Sé que se va a reír de mí.
Él - (Para
sí). Tú eres la que buscaba un alma gemela.
Antona - (Orgullosa). Esa frase la escuché en Flor de
Fango.
Él - No.
Antona - Es una teleserie que ya dura dos años.
Es terriblemente apasionante. Primero pasan los comerciales: un locutor medio
marica, pero muy simpático, dice: “¡Nosotras sabemos que Fibronailon nos
acaricia! ¡Fibronailon remercerizado, su nailon de confianza, el nailon que es
casi un confesor!, presenta: Flor de Fango”. ¡Ay de sólo pensarlo me pongo
tiritona!
Él - (Para
sí). “Esperanzada, tengo la impresión de que nos complementaremos para
siempre… Si tiene algún defecto físico visible o alguna enfermedad invisible,
consulte a un especialista… Ya no es necesario enviar foto… Yo, tímido, pero
dicen que neurasténico sin remedio. La saluda y olvida para siempre… Firmado:
“Ya no Lucho”.
Antona - No sé lo que quiere decir, pero ya es
la hora de que termine mi trabajo. (Antona se
dirige al dormitorio decidida).
Él - ¡No te vayas todavía!
Antona - Voy a despertar a la señora.
Él - Se necesitarían las trompetas del Juicio
Final.
Antona - No quiero seguir jugando a las
adivinanzas y si usted me sigue poniendo dificultades me marcharé al extranjero,
al MERCOSUR o a la Comunidad Económica Europea.
Él - ¡Ah, no, eso nunca!
Antona - Hoy en día una está muy solicitada, no
crea.
Él - (Impresionado). Ay, Antona, Antona. Tú sabes
que nosotros somos buena gente, sin antecedentes penales… (Apasionado). Mira, si quieres, te casaremos
con mi jefe que es alcohólico o con el hijo de mi vecino que es numismático, o
con mi director espiritual que es pastor luterano, o en un último caso conmigo
mismo… ¡Cualquier cosa, pero no te vayas!
Antona - ¿Y querrá la señora?
Él - ¡Qué cosa!
Antona - Esta boda tan precipitada.
Él - Por supuesto. Ella no dirá ni una sola
palabra. Tú sólo tendrás que regarla y pasarle el plumero de vez en cuando
(Tierno). Envejeceremos los tres juntos frente al televisor.
Antona - ¿Podré usar la ropa de la señora
también?
Él - Por supuesto. Hasta su cepillo de
dientes.
Antona - Ah, ah. Voy a pensar. De todas maneras,
tráigame referencias, recomendaciones y radiografías.
Él - (Implorante). Antona, Antona, tú sabes que yo
tengo buenos antecedentes bancarios. Mira, si quieres aprenderé alemán para que
te sientas en el extranjero. ¡Cualquier cosa… pero no te vayas!
Antona - No creo que sea posible casarme con
usted por el momento. Y no es que sea beata, pero me resultaría chocante que su
esposa, usted y yo… usted me comprende, ¿no? Existe la moral y las buenas
costumbres. Una puede haber llegado muy bajo, pero eso de compartir la
televisión y el cepillo de dientes con un hombre casado por las dos leyes es
repugnante.
Él - Pero tiene el gusto de lo desconocido,
Antona…
Antona - Las fantasías tienen su límite. No
forcemos a la Naturaleza.
Él - ¡Traspasa tus propios límites, Antona!
Antona - ¿Y no tiene otra cosa que ofrecerme?...
¿Eso es todo?
Él - Te daré una tarjeta de crédito.
Antona - Es inútil.
Él - Te sacare una póliza de seguros.
Antona - No.
Antona está a
punto de entrar en el dormitorio.
Él - ¡Antona, por ti llegaré hasta el fin!
Antona - (Embelesada). ¿Hasta el fin?
Él - Sí, el fin. Bailaremos un tango cada
día.
Él coloca en el
viejo gramófono un disco de Gardel. Antona tira al aire el estropajo y el cubo
de limpieza.
Antona - ¿Será capaz de tanto?
Él - ¡Cuqui!... ¡En este maldito claustro, un
tango después de ocho años de silencio!
Bailan
apasionadamente. Parecen traspasados. Casi al terminar el tango, el disco se
pone a girar sobre el mismo surco rayado. Él se desprende de ella y va hacia el
gramófono. Antona, mientras tanto, se arregla el delantal y entra al dormitorio
diciendo entre risitas nerviosas.
Antona - ¡Señora, no vaya a pensar nada malo…, le
juro que antes que faltarle el respeto!... (Se
interrumpe. Se escucha un grito penetrante de Antona desde el dormitorio. Sale
Antona tambaleándose por la impresión. Él, abstraído, parece casi feliz. En el
gramófono se escucha un acompañamiento de guitarra para el canto de
Él).
Antona - ¡Ay, Dios mío!... ¿Qué pasó?
(Él cantando el
conocido tango de Gardel):
Él - “Sus ojos se cerraron y el mundo sigue
andando, su boca que era mía ya no me besa más…”
Espantada al ver
la insensibilidad de Él, que canta tangos.
Antona - ¿Se ha vuelto loco?... ¿Es que se
olvidó que tiene a su mujer tirada en el dormitorio?... ¿Es que no tiene
compasión por nadie?...
Él - (Canta): “Y ahora que evoco sumido en mi
quebranto las lágrimas prensadas se niegan a brotar y no tengo consuelo de poder
llorar…”
Antona - (Retorciéndose las manos). ¿Por qué lo hizo?...
¿Por qué?
Él - (Canta): “Por qué sus alas tan cruel quemó
la vida. Por qué esta mueca siniestra de suerte… quise abrigarla y más pudo la
muerte…”
Antona - ¡Dentro de un momento estará aquí la
policía y los periodistas!
Él - (Canta): “Yo sé que ahora vendrán caras
extrañas con su limosna de alivio a mi tormento…”
Antona - ¡Le arrancaran la verdad!... ¡Yo
podré atestiguar la verdad!
Él - (Canta): “Todo es mentira mientras este lamento
hoy está solo mi corazón…”
Antona - No se haga ilusiones, el que la hace la
paga.
Él - (Canta): “En vano yo alentaba febril una
esperanza. Clavó en mi carne viva sus garras el dolor…”
Antona - Yo no sé por qué está diciendo todo
esto. Abriré las ventanas y empezaré a gritar como una loca a la gente que pasa
por la calle…
Él - (Canta): “Y mientras en la calle en la loca
algarabía el carnaval del mundo gozaba y se reía, burlándose el destino me robó
su amor…”
Antona, fuera de
sí, coge el disco de Gardel y lo rompe. Luego se enfrenta a Él.
Antona - (Frenética). ¿Por qué… por qué… por qué…?
Él la mira un
momento fijamente, casi dolorosamente y luego estalla.
Él - ¡Porque sí! ..., porque yo tengo cinco
millones de glóbulos rojos y ella tiene sólo cuatro millones doscientos mil;
porque sus hormonas son distintas de las mías; porque yo calzo 42 y ella del 37;
porque a mí me gustan las mujeres y a ella los hombres; porque yo creo en Dios y
ella también; porque somos tan distintos como dos gotas de agua, pero sobre
todo, ¡porque sí, porque sí!
Antona - (Recobrándose poco a poco). ¡Era…, era tan
buena la pobrecita! Todos los Miércoles de Ceniza me regalaba sus zapatos
viejos. ¡Ay, Dios mío! ¿Cómo fue capaz?... ¿Qué hace usted aquí todavía?...
Seguramente quiere comprometerme, quiere mezclarme en toda esta pesadilla… ¡Pero
yo diré la verdad!... ¡Me creerán…! Tienen que creerme… ¡Yo no sé nada…! ¡No sé
nada…! (Gritando). ¡No sé nada!
Se apagan casi
todos los reflectores hasta producirse una penumbra. Él enfoca el rostro de
Antona con una potente linterna. La cruda luz de la linterna cae de lleno sobre
el rostro asustado de Antona. Él habla desde la penumbra. Antona está
inmovilizada. El diálogo es seco y rápido.
Él - ¿Nombre?
Antona - Antona los días de trabajo y Cuqui los
días de fiesta.
Él - ¿Edad?
Antona – Vaya uno a saber.
Él - ¿Domicilio?
Antona - Al fondo, a la derecha.
Él - ¿Profesión?
Antona - Lo que caiga.
Él - ¿Religión?
Antona - Homeópata.
Él - ¿Estado?
Antona - Un día sí, otro no.
Él - ¿Víctima?
Antona - La señora del 36: ¡Una santa!
Él - ¿Arma homicida?
Antona - Equipo personal estéreo.
Él - ¿Móvil del luctuoso suceso?
Antona - Bueno, nada de palabrota que una es
decente.
Él - Existen pruebas de robo y profanación del
cadáver.
Antona - (Lloriqueando). Yo llevo sus calzones porque
ella misma me los regalaba. Si le saqué al cadáver una cadenita de oro y un
anillo, fue sólo para tener un recuerdo… ¡Era como un madre para mí!...
¡Mamáaaa!
Él - ¡Basta! (Cesa el lloriqueo). ¿Coartada?
Antona - ¿Qué?
Él - ¡Sea precisa!... ¿Qué hizo la noche del 25
de julio?
Antona - Lo que me pedía el cuerpo, señor
comisario.
Él - Ah, ¿confiesa entonces?
Antona - No, soy inocente como un recién nacido.
Puedo atestiguar que a la hora del crimen le hacía el amor al señor, mientras se
comía un sándwich y veía un concurso por la televisión, a mí me gusta aprovechar
el tiempo.
(Vuelve la luz al escenario. Él cambia a locutor de TV usando la linterna como micrófono. Antona, nerviosa y sonriente como una concursante. Ambos hablan directamente al público. Él hace las preguntas con un tono brillante y empalagoso propio de los locutores de TV).
(Vuelve la luz al escenario. Él cambia a locutor de TV usando la linterna como micrófono. Antona, nerviosa y sonriente como una concursante. Ambos hablan directamente al público. Él hace las preguntas con un tono brillante y empalagoso propio de los locutores de TV).
Él - Mire, le voy a dar la última oportunidad. Si
usted no me contesta a mis preguntas perderá la gran oportunidad que le ofrece
TexMax, la única fibra de homologación texilor. Vamos a ver, ¿quién mató a la
mujer del departamento veinticinco? ¡Ay, qué nervios!
Antona - ¡EL manco de Lepanto!
Él - Tibio, tibio… ¿Quién fue el culpable? Vamos
a ver ¿quién mató a la mujer del departamento veinticinco?
Antona - Caín.
Él - Casi, casi… Piense, piense, que la están
mirando millones de telespectadores a través de nuestro sistema de Mundivisión.
Vamos a ver, ¿quién mató a la mujer francesa del cuarto de alojados?
Antona - Hmmm, Pedro de Valdivia.
Él - No.
Antona - La Quintrala.
Él - No.
Antona - Mi tío Onofre.
Él - No.
Antona - (Pujando en forma concentrada). Mmmmmmm…
Él - ¡Haga otro esfuerzo más!
Antona - (Sigue
pujando con esfuerzo). Mmmm…
Él - ¡Basta no siga pujando! ¡Qué TexMax piensa
por usted!
Antona – Pero, deme una última oportunidad.
Él - ¿Le damos la última oportunidad? ¿Le damos
la última oportunidad? Bien, le damos la última oportunidad. ¿Quién mató a la
mujer estéreo digitalizada?
Antona - ¡Lo tengo en la punta de la lengua!
Él - Dígalo.
Antona - (Triunfante). A ver, ay, ¡ya sé! ¡El llanero
solitario!
Él - Do, do, do, do, do, do. Sí, sí, sí, sí, sí,
sí.
Antona - (Sonriendo picaronamente). Ya sé… Pero si es
tan fácil.
Él - Da, da, da, da, da.
Antona - (Empujándolo con coquetería). ¡Usted!
Él - Da, da, da, da, da. Desgraciadamente ha
perdido su última oportunidad. El jurado me dice que la respuesta a la pregunta
es: ¡San Inocencio Abad!, ¡1235 a 1303!
Bruscamente, Él
se sienta y habla con un tono grave y sacerdotal. La vista baja. Las manos enel
regazo. Antona se arrodilla junto a él. Como padre abad.
Él - ¿Tienes algo más que decirme, hija mía?
Antona - (Contrita y avergonzada). No, padre Abad, creo
que no.
Él - ¿Estás segura, hija mía?... ¿Nada más?
Antona - (Muy
avergonzada). Ay, sí, padre. Falta lo más gordo. El caballero me pellizca
todos los días. Nosotros ponemos mucho cuidado para no pecar, claro. Incluso él
busca las partes más neutras y menos pecaminosas - los codos, por ejemplo -,
pero, así y todo, es completamente desmoralizador. ¿A usted lo han pellizcado
alguna vez padre?
Él - Sí, No, no, niña, por supuesto que no, m’
hijita rica.
Antona - Créame, es terrible. A mí eso me deja
totalmente deshecha. Yo he pasado por este mundo como una mártir, de pellizco en
pellizco.
Él - (Empezando
con tono de inquisidor y continuando con un progresivo tono libidinoso).
Culpable de Alta concupiscencia… Concupiscencia…
Mimoso,
acariciándole la barbilla a Antona.
Él - Concupichencha… Concupichencha…
Concupichenchita… Concupichenchita…
Antona
reacciona, le muerde el dedo y se pone de pie.
Antona - Basta, señor, que yo no voy a seguir
está comedia. Está muy bien que una sea un poco ignorante y algo diabética, pero
eso de guárdale sus muertitos debajo de la cama, es mucho pedirme.
Él - ¡Hazlo, me encanta los generales
retirados!
Antona se mete
los dedos a la boca y lanza un silbido penetrante.
Antona - Eso sí, este general entra siempre por
las ventanas rompiendo los cristales.
Él - Tenemos poco tiempo entonces.
Antona - ¡No, no me toque! ¡No se acerque!
Él - ¡Antona, Antona!
Ruido de
cristales rotos fuera del escenario. Él se acerca a Antona con
apasionamiento.
Él - (Intensamente). Antona, tu olor a lavaplatos me
conmueve, me enloquece, me rejuvenece. Déjame mirarte por la cerradura de la
llave y seré feliz. ¡Si me dejas atisbar tu escote con una lente gran angular
teleobjetivo de dos milímetros y medio moriré de placer!
Antona, se
deshace del abrazo.
Antona - No se ponga pesado, señor, que el
cadáver de la señora nos puede sorprender. (Él
con más intensidad y apasionamiento todavía).
Él - ¡Átame las manos si quieres!... ¡Ahórcame,
márcame, mutílame!... ¡pero déjame esa lagaña del ojo!
Antona - (Entregándose). ¡Basta! ¡Basta!... No resisto
más… Yo también soy de carne y huesos… (Desfallecida). ¡Oh, lujuria, lujuria, aquí
estoy, aunque no sobreviva al adulterio!
Él - ¡Y que el mundo se haga polvo alrededor
nuestro!
Se acercan
apasionadamente e inician una grotesca parodia del acercamiento o del abrazo
amoroso. Toda la pantomima de grotesca incomunicación física se desarrolla
siguiendo una música distorsionada. Sería preferible usar música concreta y no
electrónica. Da la impresión de una pesadilla esta especie de absurda lucha
amorosa frustrada lleva a una progresión que culminará con la destrucción de
objetos: jarrones, sillas, cuadros caen al suelo. Algún muro de la habitación
caerá para atrás. Del techo caen objetos diversos que se rompen en el suelo. La
pareja está ajena a todo esto. Ambos, jadeantes y hechos un nudo, ruedan por el
suelo y se separan. No se pueden hablar por un momento. Antona se pone de pie
dificultosamente después de un momento y cambia sus modales y su voz por los de
Ella, o sea la esposa del primer acto. Él le habla desde el suelo. Ninguno de
los dos parece advertir la destrucción general.
Él - Isabel, Mercedes, Soledad… ¿es realmente
necesario que tengamos que repetir esto todos los días?
Ella - ¿A qué te refieres, cariño?
Él - Sabes perfectamente bien a qué me refiero.
Resulta agotador.
Ella - Mi parte no es fácil tampoco. Si por lo
menos se te ocurriera algo nuevo.
Él - Eso es lo más espantoso. ¡Que siempre se
necesita algo nuevo! Para hacernos el amor vamos a tener que contratar a un
asesor…
Ella - Yo creo que las ideas iniciales no eran
malas, lo malo que pasa es que la hemos bordado tanto que ahora están
prácticamente agotadas.
Él - ¿Qué podemos hacer?
Ella - Nada, dejemos las cosas en su lugar.
Él - Sabes muy bien que si no te estrangulo todos
los días no te quedas tranquila.
Ella - Bueno, eso es muy corriente… ¿Qué esposa
decente no desea ser estrangulada de vez en cuando?
Él - No, si no te lo critico. Pero no me eches en
cara que yo también tenga algunas debilidades.
Ella - No, si no te critico nada, solamente que
no entiendo por qué no vives con Antona y ya está.
Él - Es una idea que ya se me había ocurrido.
Siempre que Antona acepte disfrazarse de ti. Bueno, pongamos las cosas en su
lugar.
Ella - ¿En qué lugar?
Él - Y si nos hiciéramos el amor en latín.
Ella - Es una lengua muerta, apesta.
Él - ¿Y el sánscrito?
Ella - No, no tenía idea.
Él - Podrías habérmelo dicho cuando nos
casamos.
Ella - No me atreví.
Él - ¿Cómo pudiste hacer eso? ¡Dios mío! ¡No
conoces el sánscrito!
Ella - Bueno, pero conozco unas palabras en
arameo.
Él - Si es por eso, yo conozco unos slogans de
propaganda en checo.
Ella - (Apasionada). “Cravina el Mutara”.
Él - (Apasionado). “Mirkolavia Elbernia Kol”.
Un
silencio.
Ella - “Alaba de Tamara jaín”.
Él - “Eskoiava prinka Voj”.
Ella - ¿Te pasó algo?
Él - No.
Ella - ¿Estás seguro?
Él - Sí.
Ella - A mí tampoco.
Él - Es horrible.
Ella - ¿Qué?
Él - Todo.
Ella - No lo había pensado.
Él - Pero es así.
Ella - Ah, no nos pongamos tontitos, mi amor. Es
verdad que tu madre embalsamada nos da un poco de lata, que a ti se te cae el
pelo y a mí el repollo me da flato, pero así y todo lo pasamos
extraordinariamente bien. Tenemos nuestro departamento al lado mismo del parque
de atracciones. Todas las noches tenemos al alcance de la mano, tómbolas con
premios, tiro al blanco, túnel del amor y sorpresas… ¿Qué más se puede
pedir?
Él se acerca a
Ella y la abraza suavemente hundiendo su cara en su cuello.
Él – Quizás tengas razón.
Él la besa en el
cuello. Se empieza a escuchar la música de arpa que sugiere la tonadilla de un
carrusel de feria.
Ella - ¿Escuchas?... ¡Es la música del carrusel!
Es la hora en que empieza a girar… Comienzan las atracciones.
Ella lo
besa.
Él - ¡Qué bien hueles!
Ella - (Coqueta). Sé qué te vuelve loco. Es el súper
detergente tamaño grande Bimpo.
Él - (Cariñoso). No digas tonterías, cariño… Sabes
que sólo me descontrolo con Tersol, “que brilla en su cocina como un sol”.
Ella - (Impaciente). No seas testarudo… “Sólo Bimpo
huele a Bimpo”.
Él - “Hace tiempo que hice mi elección: insisto
en Tersol”.
Ella - (Molesta). “Bimpo es más blanco y contiene
Fenol 32”.
Él - (Enojándose). ¡Idiota! “Tersol no es un
sustituto, es el detergente definitivo”.
Ella - ¡Ignorante! Bimpo es la fórmula alemana
para la ropa blanca del mundo.
Él - (Gritando). ¡Tersol blanquea más!
Ella - ¡Bimpo hace millonarios y elimina el
fregado!
Él - (Aullando). ¡Tersol es la vida en su hogar!
Ella - (Aullando). ¡Bimpo cuida sus manos!
Él - (Aúlla con
la cara pegada a la de Ella). ¡Tersol!
Ella - (Aúlla
con la cara pegada a la de Él). ¡Bimpo!
Los dos gritan
al mismo tiempo los nombres varias veces. Súbitamente, Ella toma un tenedor de
la mesa. Él, instintivamente, coge un cuchillo. Ambos están frenéticos. Se miran
fijamente nombrando sus detergentes favoritos en voz baja. Ambos se agreden
salvajemente en una especie de duelo a muerte. Aprovechando un movimiento en
falso de Él, Ella le entierra el tenedor en el vientre. Él se dobla sobre sí
mismo. Ella, aún histérica, se lo clava varias veces más en el cuerpo repitiendo
como una loca.
Ella - ¡¡Bimpo, Bimpo, Bimpo…!!
Él cae
pesadamente al suelo. Ella lo arrastra hacia el dormitorio. Sale casi
inmediatamente de allí con el tenedor totalmente ensangrentado en la mano. Lo
mira un momento fijamente, deteniéndose en medio del escenario.
Ella - Anoche soñé con un tenedor. Bueno, eso no
tiene nada de extraordinario porque “todas las noches” sueño con un tenedor.
Limpia el
tenedor cuidadosamente con una servilleta. Se sienta a la mesa y se prepara una
tostada con mermelada. Suena el timbre. Ella no le hace caso. Suena nuevamente
el timbre.
Ella - Anoche soñé con un tenedor. Bueno, eso no
tiene nada de extraordinario porque todas las noches sueño con un tenedor.
Voz de Él - ¿Se puede?
Ella - ¡Pase, el cadáver está en el lugar de
siempre!...
Una pausa. Entra
Él tambaleándose. Su camisa blanca bañada en sangre. Con una mano se aprieta
convulsivamente el vientre.
Él - ¡No, el cadáver no está en el lugar de
siempre!
Ella - (Levantándose). ¡¡Padre!!
Él - Isabel, es preciso decir algunas palabras
antes de terminar… ¡El mundo debe escucharnos!
Las rodillas se
le doblan y cae al suelo, pero aún tiene fuerzas para arrastrarse hasta cerca de
las candilejas. Ella, horrorizada, corre hacia Él.
Él - (En un
supremo esfuerzo). Te perdono. Hemos buscado la felicidad equivocadamente
y hemos fracasado…
Ella - (Gime). Sí, nos hemos destruido… ¿Por qué
matamos siempre lo que más amamos?
Él - Sólo… el amor… es fecundo.
Ella - ¿Qué será de nosotros?
Él - Más allá del juicio de los hombres… nos
levantaremos… de nuestras propias cenizas.
Ella - (Patética). Sólo ahora, cuando es demasiado
tarde, veo claramente la verdad: Dos más dos son cuatro, son tres con ocho. Si
lo hubiéramos sabido antes… ¡Gracias por el sacrificio de tu vida!... Te lo juro
que no será inútil.
Al público y en
tono trascendental.
Ella - Si cada uno de nosotros lleváramos la
guerra en nuestro propio corazón, ¿cómo evitaremos a conflagración mundial?
Él - (Elevando
el tono de moribundo). ¡Ah!
Ella - (Exaltada). En el más pequeño rincón de cada
hogar se juega el porvenir de la Humanidad.
Él - (Perdiendo
el tono de moribundo). ¡Josefina!
Ella - (Adelantándose unos pasos al público). Cuando
en el secreto de nuestra intimidad no se levante una sola voz agresiva… ¡el
mundo estará salvado!
Él - (Levantando
la cabeza y aullando). ¡¡Cállate!!
Ella - (Volviéndose con naturalidad). ¿Qué?
Él - (Después de
una pausa y dejándose caer muerto). Adiós.
En este momento
los bastidores que conforman la escenografía o cualquier elemento que se haya
usado, empieza a moverse desapareciendo, unos hacia arriba y otros hacia el
lado. Se desplazan lentamente. Sólo quedan los muebles. Al fondo se verá la
muralla del escenario manchada y llena de palos y bastidores inconclusos. Los
muebles y los actores parecen flotar en un ámbito incongruente y absurdo. Ella
mira a su alrededor muy desconcentrada.
Ella - ¡Oiga, oiga, todavía no hemos terminado!
Dejen la cosas como están… ¡No hemos terminado!
Él - (Incorporándose). ¿Qué pasa?
Ella - Que están deshaciendo nuestro campo de
batalla.
Él - (De
pie). ¡Todo los días lo mismo!... (Gritando hacia lo laterales). ¡Dejen todo como
está, que no hemos terminado todavía!
Un silencio. Y
luego el último bastidor o elemento es retirado.
Ella - Oh, deberías quejarte con alguien.
Él - Sí, uno de estos días lo voy a hacer.
Ella - (Desalentada). Uno de estos días… Es inútil.
Además, no podía durar, era demasiado divertido y esto no está bien.
Él - ¿Qué es lo que no está bien?
Ella - Divertirse sin remordimientos.
Él - Bueno, pero no habíamos terminado y ¡eso es
lo importante!
Ella - No he visto algo más terminado que lo
nuestro.
Él - Pero no se llevarán mi gramófono ni mis
discos viejos.
Va a la mesa y
coge la enorme bocina. Su aspecto sosteniendo e gramófono es
grotesco.
Ella – Y yo no permitiré que se lleven mi lámpara
escandinava de papel de arroz.
Ella coge un
globo de papel que cuelga en un costado. Ambos se quedan en la mitad del
escenario sin atinar a dónde ir con sus respectivas cargas. De pronto se quedan
mirando uno al otro.
Él - Te ves ridícula.
Ella - Te ves grotesco.
En ese momento
se apagan algunos focos.
Ella - Están apagando las luces de nuestra
teleserie.
Él – (Gritando
hacia el fondo de la sala). ¡No apaguen, que no hemos terminado
todavía!
Ella - (Se
apagan casi todos los focos). Dentro de un momento estaremos a
oscuras
Él - Como siempre.
Se apagan los
últimos focos. Sólo queda un cenital, en medio del escenario.
Él - Casi me siento mejor así, en esta oscuridad
sin nada alrededor.
Ella – Sí, por lo menos es una sensación nueva
que no se nos había ocurrido. Me voy.
Él - (Sincero). No te vayas todavía, es
importante.
Ella - ¿Para qué?
Él - Deja ese absurdo globo en cualquier parte y
dame la mano.
Ella - Para eso tendrás que soltar primero esa
espantosa victrola.
Ambos dejan sus
respectivas cargas en el suelo.
Ella - ¿Y?
Él - Bueno, estaba pensando que a lo mejor no era
tan difícil…
Ella - ¿Qué?
Él - Todo.
Ella - ¿Qué quiere decir?
Él - Que a lo mejor sólo se trataba de decir una
sola palabra. Una palabra bien sencilla que lo explique todo… Una palabra justa
en el momento justo…
Ella - ¿Una palabra?
Él - Sí… ¡Y voy a decirla!
Ella - (Sincera). ¡Sí, dila por favor!
Se juntan al
medio del escenario bajo el único foco cenital. Sus manos están a punto de
tocarse.
Él - Bueno…, yo.
Se apaga el foco
cenital. Oscuridad completa. Un silencio expectante.
Ella - ¡Di la palabra!
Ella - (Anhelante). ¡Dila por favor!...
Él - (Aullando
en la oscuridad). ¡¡Mierda!!
Un largo
silencio expectante en la más completa oscuridad.
Él - ¡Quiero un poco de…!
Ella - (En la
oscuridad y con voz susurrante). Dame la mano. No te veo. Tengo
miedo.
Él - (Con la
misma voz susurrante). ¿Dónde estás?
Ella - Aquí, buscando un fósforo.
Él - Para encender los cirios de nuestro
velorio.
Ambos encienden
una cerilla y prenden las velas de dos candelabros mortuorios que antes no se
habían visto en el escenario, pero que ahora están en el suelo. El escenario
desnudo se ve a la débil y parpadeante luz de los cirios. Ella toma el arpa que
se había visto durante la obra en un rincón y Él teje un largo tejido
inconcluso. Con él en las manos se sienta en la mecedora. Ella empieza a tocar
el arpa. Interpreta el “leitmotiv” de la obra del sugerente y reiterativo tema
del carrusel del Parque de Atracciones. Él sin pizca de inhibición ni de burla,
se pone a tejer meciéndose. Ambos sonríen beatíficamente. Ella sin dejar de
tocar el arpa.
Ella - ¡El día ha sido maravilloso!
Él - Sí, pero ya no queda nada de nuestro Parque
de Atracciones.
Ella - Mañana inventaremos otro.
Él - Cada día es una maravillosa caja de sorpresa
con premios; un largo túnel del amor.
Ella - En realidad… ¿cómo podemos
sobrevivir?
Él - ¿A qué?
Ella - A este cariño tremendo.
Él - ¡Somos fuertes!
Ella - ¡Invulnerables!
Él - ¡Inseparables!
Ella - ¡Intolerantes!
Ambos - ¡In - to - le - ra - bles!
Las cortinas se
cierran mientras Él sigue tejiendo y meciéndose y Ella sigue tocando el
arpa.
FIN