EL EXTRAÑO JINETE
Michel de Ghelderode
(1920)
Sainete en un acto.
Dedicado al doctor
Louis De Winter de Brujas,
gran hombre caritativo.
P E R S O N A J E S
EL VIGÍA
LOS ANCIANOS
Todos ellos calamitosos, asmáticos,
carrasposos, con muletas y vestidos de harapos imposibles. Entre
ellos, una anciana. Esta humanidad
dislocada pero fuerte de color y rica en olor, hubiera tentado el
pincel del Breughel de los mendigos o el buril
de Jacques Callot. Además, resuena singularmente en la profundidad que la circunscribe.
L U G A R
En Flandes. En la sala abovedada de un
viejo hospital. Al fondo, una alta ventana ojival. La
puerta está a la izquierda. A la
derecha, un altar abandonado. En las paredes encaladas, sombríos
cuadros de iglesia y numerosos
obituarios mostrando sus fantasmas heráldicos.
Los ancianos están acostados o
acurrucados en las camas. Sólo uno anda de arriba para
abajo, de prisa y con agitación. Es el
vigía, barbudo y de gran pelambrera.
VIGÍA. — Las he oído. ¡De verdad!
¡Y lo que es cierto para mí, lo es para vosotros, puesto que
somos semejantes! ¡Escuchad!
UN VIEJO. — El sueño es sonoro. No
sólo contiene imágenes, luces; contiene también sabores,
olores, músicas. Pobre alucinado, el
sueño tiene cinco sentidos. ¡Estás tan alucinado como el
sueño!
VIGÍA. — ¡Vaya una razón! Hace un
instante, las oí: ¡campanas de metal!
OTRO VIEJO. — En todo este llano, no
hay un campanario en diez leguas a la redonda.
VIGÍA— ¡Con mis oídos! ¡Campanas!
¡Qué me corten las orejas si miento! ¡Unas campanas
duras, vivaces!
TERCER VIEJO. — Sí, campanas de
fiebre.
VIGÍA. — Y ¿a qué tocaban?, ¿me lo
podréis decir vosotros?
PRIMER VIEJO. — Al nacimiento de tus
pesadillas.
SEGUNDO VIEJO. — Tus bodas con la
locura.
TERCER VIEJO. — Los funerales de tus
cabales.
VIGÍA. — Terribles campanas,
terribles, aunque lejanas. ¿Cómo eran esas campanas?
Explicádmelo.
PRIMER VIEJO. — Como cuando un barco
naufraga en la tempestad...
SEGUNDO VIEJO. — Como cuando el
incendio devora las cosechas...
TERCER VIEJO. — Como cuando el pueblo
se rebela. . . Cuando la guerra...
VIGÍA. — Como todo eso... ¡A rebato!
Me ha entrado miedo.
CUARTO VIEJO (de pie). — Contesta
fríamente: ¿Has oído campanas?
VIGÍA. — Estaba acostado. Las estaba
esperando desde hacía rato, y mi espíritu las reconoció
antes que mi oído. ¡Dios mío!, ¿qué
significan esos cencerros en la desolación de nuestro
llano, en este país de miseria?
PRIMER VIEJO. — ¡Cada uno ve y oye lo
que le place! Una vez, entreví el paraíso, pero no obligué
a nadie a que creyera.
VIGÍA. — Yo lo afirmo. ¡Es el
anuncio de la desgracia!
SEGUNDO VIEJO. — ¿Aún distinguimos
la suerte de la desgracia? Si confiesas que te estás
burlando de nosotros, te doy la mitad de
mi rapé.
VIGÍA. — Lo confieso. Era lúgubre. .
. ubre. . . ubre. . .
SEGUNDO VIEJO. — ¡Estúpido!
VIGÍA. — ¿Y mi rapé?
CUARTO VIEJO. — ¡Mastica los sonidos
que has oído!
Los viejos vuelven a acostarle,
enfurruñados. Silencio.)
VIGÍA. — Campanas entre las nubes. .
. Campanas en el fondo de los pantanos. . . Campanas en
mi cráneo. . . ¿Ya no suenan? Es que
me han hecho dudar. Sin embargo, los que están
acostumbrados al silencio perciben
ruidos, cantos, lamentos, que vienen de otro mundo. Eso
provoca burlas en unos, ensueños en
otros. Me voy a dormir. ¡Qué se fastidie el tañedor!
Pero nunca más volveré a revelar lo
que sorprenda del mundo del más allá. . . (De pronto,
suenan claramente tres campanadas, en
las cercanías. Los durmientes se enderezan.)
PRIMER VIEJO. — ¿Campanas? ¿Eh,
barbudo? ¿Has oído?
VIGÍA. — ¡No! ¿Qué has oído?
PRIMER VIEJO. — ¡Campanas, maldito
seas, campanas!
VIGÍA. — ¿No será que se te suben a
la cabeza los tiempos pasados? En tu pueblo sonaban las
campanas! Que te cuelguen de la
cuerda...
TERCER VIEJO. — Yo no dormía.
CUARTO VIEJO. — ¿Por qué se ha
empezado a hablar de campanas aquí dentro? Vamos a oírlas día
y noche, se pondrá de moda.
QUINTO VIEJO. — ¿Qué otra cosa hemos
de hacer?
PRIMER VIEJO. — Ante todo, agucemos el
oído y no creamos más que a él. . . (Largo silencio.
Los viejos están atentos.)
VIGÍA (imitando las campanas). —
Bing, bong, bing, bang... Bing bang, bong... (Los viejos,
encolerizados, rodean al vigía.)
SEGUNDO VIEJO. — ¡Era él! ¡Impostor!
TERCER VIEJO. — ¡Despreciable farsa!
CUARTO VIEJO. — ¡Sí, una invención
de loco!
LA VIEJA (blandiendo su muleta). —
¡Atrévete a empezar de nuevo, asqueroso!
VIGÍA. — ¡Mi garganta es de bronce!
¡Voy a sonar el gaznate en su honor, muleta! ¡Escuche!
(Abre la boca, pero, en el campo rompen
a tocar las campanas, bien reales. El VIGÍA ríe.)
¡Jo! un juego infernal. ¡Soy amigo del
diablo! (Imitando las campanas.) Bing, bang, bong...
así... Suavemente... Y más alto (Las
campanas, más cerca.) Y más cerca todavía... (Las
campanas doblan rápidamente.) ¡Y no
blancas, ni rosas, ni azules, ni de oro, no!, campanas
negras, negras, campanas nocturnas,
campanas glaciales. . .
PRIMER VIEJO. — Uno quisiera saber qué
es.
VIEJA. — Presagios. . .
VIGÍA. — ¡Una farsa, como decíais!
¡Sigo sosteniendo que es una farsa!
QUINTO VIEJO. — ¡Pobres de nosotros!
¿Tiene sentido este acontecimiento? ¡No suenan campanas
fuera de los campanarios! ¿Se concibe
eso? ¿Decidme, gente?...
VIGÍA. — ¿Te asusta lo que no puedes
concebir o explicar? A mí no.
SEXTO VIEJO. — Avisemos al director.
VIGÍA. — El director es un viejo
igual que nosotros, que no sabe hacer otra cosa más que escribir
en su libro de pergamino el nombre de
los viejos que fallecen.
PRIMER VIEJO. — Yo insisto en que no
hay campanas. ¡No creo más que lo que veo, y no veo esas
campanas!
VIGÍA. — Las campanas son de origen
sobrenatural, viejo Tomás; quizás se dejan oír, pero
no les gusta dejarse ver. Sólo se las
ve cuando se las bautiza y cuando se las entierra.
PRIMER VIEJO. — Sostengo contra todos
que no hay campanas. (Una campanada muy fuerte,
cerquísima.)
VIEJA. — ¡Jesús María!
VIGÍA (parodiándola). — ¡Susmaría!
PRIMER VIEJO. — Es intolerable.
Propongo que hagamos una reclamación, que redactemos una
pancarta con letras bien artísticas.
SEGUNDO VIEJO. — ¡Y yo que he visto
tantas cosas en mi vida! ¿Así que las campanas andan,
tienen piernas?
TERCER VIEJO. — Que salgan en
peregrinación, es cosa suya; pero entonces, ¡que no tomen
nuestro hospicio por una hostería!
VIGÍA — Tranquilizaos; vuestros
anticuados corazones laten tan fuerte como campanas, y ya no
son de metal. Voy a saber qué es eso
que anda y redobla por el campo; voy a ir a verlo, y vosotros
vais a creerme. Quizás sea muy hermoso.
. . (Corre hacia el fondo de la sala y se
encarama a una mesa, hasta llegar a la
ventana. Silencio. Los ancianos se agrupan en el
fondo.) ¿O preferís, tal vez, no saber
nada?
CUARTO VIEJO. — Queremos saber.
¿Verdad, compadres?, queremos…
QUINTO VIEJO. — Queremos, demonio.
Vigía, ¿qué ves?
VIGÍA. — Diviso la llanura
crepuscular, toda rojiza, con sus pantanos de estaño.
SEXTO VIEJO. — ¿Y después?
VIGÍA. — Veo... (Silencio.) Es
difícil describir lo que veo. Ya saben que a mí nada me
sorprende…
PRIMER VIEJO. — Por el amor de Dios,
¿qué es lo que ves?
VIGÍA. — Un caballo, grande, muy
grande. Tan grande como el llamado Bayard del ommegang.
¡A menos que sea una sombra! De su
cuello cuelgan cascabeles, grandes, muy grandes, que
son campanas. . .
PRIMER VIEJO. — ¿Caballos de esa
clase? ¿Eso no existe?
QUINTO VIEJO. — A menos que sea tina
sombra... A veces, a la caída de la tarde se producen
espejismos en nuestras calenturientas
llanuras. Pero, ¿y después, veedor?
VIGÍA. — El que cabalga ese animal es
también de buena estatura. ¡Extraño jinete! ¡Y qué
prestancia, padre mío! A menos que no
sea también una sombra, cabalgando en otra
sombra...
QUINTO VIEJO. — Ante todo, ¿no se
llena el espacio de reflejos, de espejos?
VIGÍA. — El infinito se desdora. Está
púrpura. La llanura, desplegada por los sueños, está ya
durmiendo. ¡Es algo que se contagia!
VIEJA.— ¡Despierta! ¿El jinete?
VIGÍA. — Se pasea, se pavonea. Viene
hacia el hospital. Unos cuantos pasos más, y se hará bien
visible.
SEGUNDO VIEJO. — ¡Vigía, tus
palabras son ambiguas! ¡Habla como la gente honrada o que trepe
otro a la ventana!
VIGÍA. — ¡Fíense de mí! Aunque no
hable tan bien, veo mejor que cualquier otro. (Silencio.)
Conozco a ese que viene cabalgando,
¡ah!, ¡desde luego! Y todos le conocen.
SEGUNDO VIEJO. — ¿Quién es, pues,
quién es?
VIGÍA. — ¡El considera nuestro
Hospital con la insignia del buen Dios como una venerable casa
donde a menudo pone los pies!
CUARTO VIEJO. — ¿Su nombre, su
título?
VIGÍA. — No diré más. (Un toque de
campanas, afuera.) Guardad silencio. Idos a acostar.
PRIMER VIEJO. — ¿Por qué esos
consejos?
VIGÍA (saltando al suelo). —
Contestad, ¿teméis a la muerte?
PRIMER VIEJO. — ¡Qué pregunta tan
tonta! ¿A nuestra edad?
SEGUNDO VIEJO. — ¿Acaso no ha
terminado todo para nosotros hace ya años?
TERCER VIEJO. — ¿Se trata de morir?
¿Pero si nosotros sobrevivimos?
CUARTO VIEJO. — Morir es una función
de los hombres.
VIEJA. — ¿Qué otra cosa hacemos en
esta fundación sino esperar nuestro último fin?
VIGÍA. — ¡Vuestras palabras expresan
tanta sabiduría!, entonces, no os sorprenderéis demasiado.
. . (Silencio.) ¿El jinete que se
acerca? (Una campanada.) ¡Es la Muerte!
QUINTO VIEJO. — ¿La Muerte?
VIGÍA. — ¡La Muerte cabalgando!
SEXTO VIEJO. — ¿Qué dices? ¿La
Muerte?
VIGÍA. — ¡La Muerte!, ¡pomposa, con
casco de cobre, y cimera de plumas de pavo real!
PRIMER VIEJO. — ¿De qué? ¿La
Muerte?
VIGÍA. — ¡La Muerte!, muy envanecida
de sí misma, con la barbilla levantada, una mano en la
cadera, su haz en bandolera, calzada con
botas de cuero blanco, arrebujada en un manto
despedazado y sembrado de crucecitas de
plata.
VIEJA. — ¿Ha dicho la muerte?
VIGÍA. — Ella y no otra.
(Campanadas.) ¿Y por quién viene? ¿Por ti, por vosotros; por mí,
por
todos? Habrá que darle buena acogida,
comportarse educadamente. Sobre todo, disimulad
vuestros sentimientos de espanto, porque
esa vieja fregona se cree amable y agradable.
PRIMER VIEJO. — ¿Miedo? ¡Qué entre
a ver! ¡Voy a espetarle el saludo de alegre recibimiento en
verdadero latín de sacristía!
SEGUNDO VIEJO. — Me queda un cabo de
cera. ¡Yo ofrezco la iluminación!
TERCER VIEJO. — Yo cantaré la misa de
los impúdicos y bailaremos el paso de los. . .
CUARTO VIEJO. — ¿Organizamos las
despedidas?
VIGÍA. — ¡Mejor sería que pensarais
en los cuidados de vuestras almas! ¡Arrancad la mugre que
las recubre!
VIEJA. — Pero, ¿qué? ¿Es la Muerte?
Los martes de carnaval, la imitan tan bien que uno se
confunde.
VIGÍA. — La auténtica, la
inimitable. . .
QUINTO VIEJO (a la VIEJA). — ¡Mujer,
quiero cometer el último pecado, aunque seas apestosa!
SEXTO VIEJO. — ¡No voy a dejar nada
de mi gamella de jarabe!
PRIMER VIEJO. — Tengo todavía siete
escudos, voy a gastarlos. . . (Suenan las campanas, cada vez
más próximas.)
VIGÍA. — La Muerte no gustará de
vuestras cabriolas y muecas; es una persona mesurada, que
ama el protocolo.
PRIMER VIEJO. — Y a nosotros, ¿nos
gustan sus visitas? ¡Somos seres vivos y lo nuestro es reír!
SEGUNDO VIEJO. — ¡Y que están
viviendo su último día! Quiero beber.
TERCER VIEJO. — ¡Yo quiero cantar, yo
canto el fin del mundo!
CUARTO VIEJO (desplegando un acordeón).
—Yo abro el baile, ¡la danza macabra!
QUINTO VIEJO. — ¡Bailemos a la
Muerte! ¡Bailemos la macabra! ¡Es la fiesta de los viejos, la
cuadrilla de los moribundos!
VIEJA. — ¡Yo valseo al derecho y al
revés!
SEXTO VIEJO. — ¿Música?
(El acordeón ataca una pesada danza. Un
anciano toma a la VIEJA y la arrastra al baile. Los
dos esperpentos dan saltos sin moverse
del sitio. Los demás forman un círculo, canturrean
la música, dan palmadas o gritan. Esta
cacofonía dura unos instantes. La vieja pareja,
jadeante, se desploma sobre una cama; el
acordeón divaga; el círculo de ancianos ya se
ha roto.)
PRIMER VIEJO. — Y las campanas, ¿ya
no se oyen más?
VIGÍA. — Ha llamado en el porche. A
pesar de vuestra kermesse, he oído los golpes.
PRIMER VIEJO. — ¡Mientes! ¡Ha
proseguido su camino!
SEGUNDO VIEJO. — ¿Acaso le han
abierto?
TERCER VIEJO. — Voy a deciros lo que
creo: ya ha terminado y se ha vuelto a marchar. No venía
por nosotros, los del hospicio, sino por
los del hospital, en la otra ala. ¿Nosotros? Somos los
olvidados...
VIGÍA. — Voy a correr a su encuentro.
(Se va rápidamente hacia el fondo. Los
ancianos se echan sobre él y lo retienen.)
CUARTO VIEJO. — ¡Insensato! ¿Quieres
llamar su atención sobre nuestra sala?
VIGÍA. — ¡Vosotros sois insensatos!
¿No habéis hecho todo lo posible para que ella llegara a
vuestro piso? Por otra parte, es una
simple cuestión de viveza. Y, yendo a su encuentro, os
procuraba un infortunio menor.
QUINTO VIEJO. — ¡Quédate aquí!
VIGÍA. — Como queráis. Me
desintereso del asunto.
VIEJA. — ¡Miserere!
VIGÍA. — ¿Qué dices, abuela?
VIEJA. — ¡Llama al capellán!
VIGÍA. — Se ha escondido en un tonel.
SEXTO VIEJO. — Pues, entonces, ¿con
quién nos confesamos?
VIGÍA — ¡Dios os está escuchando,
adelante!
PRIMER VIEJO, — ¡Yo no soy perfecto,
no!
SEGUNDO VIEJO. — ¡Yo me tengo por un
pecador, digamos serio!
TERCER VIEJO. — Y yo, por un pecador
empedernido. ¡Uno verdadero!
CUARTO VIEJO. — ¡Yo he bebido mucho!
QUINTO VIEJO. — ¡Yo he robado a
veces, poco o mucho!
SEXTO VIEJO. — ¡Yo he fornicado
enormemente!
VIEJA. — ¡Yo era hermosa, y vendía
mi cuerpo!
PRIMER VIEJO. — ¡Tengo en mi activo
algunos sacrilegios!
SEGUNDO VIEJO. — ¡Bah! ¡Yo, algo
mejor que sacrilegios! ¡Pecados que sólo el Papa puede
perdonar!
VIGÍA. — Ya vendrán las cuentas.
Numeraos y seguidme, voy a bajar a los infiernos.
VIEJA. — ¡No menciones el infierno!
Está bajo nuestros pies.
VIGÍA. — ¿Ah, si?, huele a azufre.
¿Valía la pena tratar a la muerte con tanto desdén?
Interrumpid vuestros lamentos, reservaos
vuestra porquería. La Muerte está en la escalera,
algo aturdida, me imagino. ¡Con tantas
puertas!
TERCER VIEJO. — Qué vaya a donde
quiera, pero que no venga aquí...
VIGÍA. — ¡Ajajá! ¡Parece que se
respira fuerte, en los pisos! Así, pues, ¿la vida es un don tan
precioso para todos estos enfermos,
estos inválidos? A la obra, ¡oh Muerte!, ¿y cuántos
féretros encargas? ¡Todo un bosque!
(Los ancianos vagan por la sala, perdidos.)
CUARTO VIEJO. — ¿Qué hacer?
VIGÍA. — ¡Rezad! Los hombres sólo
tienen este recurso.
QUINTO VIEJO. — ¿Cómo rezar?
VIGÍA. — ¿Qué sé yo? Decid por
ejemplo: "¡Señor! tengo miedo. Miedo de la muerte del castigo.
Hacia ti clamamos en el peligro, por una
vez no es un hábito. Nosotros queremos vivir, déjanos
vivir. ¡Amén!..."
VIEJA. — ¡Vivir!
SEXTO VIEJO. — ¡De cualquier forma,
enfermos, dolientes, con llagas y cubiertos de gusanos, pero
vivir!
VIGÍA. — Desesperaos, pero no como
cerdos que son conducidos al matadero. Mirad, distraeros.
Jugad a las adivinanzas. ¿Quién de
vosotros reventará primero? Yo lo sé, primero, el de
menos edad.
PRIMER VIEJO. — Yo apenas tengo cien
años.
SEGUNDO VIEJO. — Yo tengo ciento uno.
TERCER VIEJO. — Esperad, la Muerte
bien nos dejará un momento para calcular.
VIGÍA. — ¡De prisa! Esta catarrosa
ha tosido, no está lejos. ¡Qué cavernas en ese corpacho!
(Avanza lentamente hacia el fondo.) Debe
haber tropezado en los escalones. ¡Eh! basta de
errores, se está acercando; siento el
revuelo que la precede. (Los ancianos se han deslizado
furtivamente bajo las mantas o bajo las
camas. De pronto, la sala parece haberse vaciado.
El VIGÍA sigue avanzando como en
sueños, igual que un borracho.)
UNA VOZ DE VIEJO. — ¿Y la Muerte?
VIGÍA. — Un poco de paciencia.
OTRA VOZ. — ¿. . . ora pro nobis?. .
.
VIGÍA. — Está tocando las
castañuelas, detrás de la puerta.
OTRA VOZ. — ¿. . . ora pro nobis? , .
VIGÍA. — ¡Al fin! ¡Ya nos ha
tocado! ¡Puá! su aliento, ese poderoso fuelle de herrero! Con esta
luna, ¿irá de prisa, verdad, querida?
Muerte repentina, como dicen. ¡Y plaf!, al foso, como un
racimo de muñecas. . . (Algunos
gemidos, algunos juramentos, algunos sollozos, algunos
cabos de letanías bajo las mantas y
bajo las camas. Petardeos, también. El VIGÍA da varios
golpes contra la puerta, se asusta del
ruido que acaba de hacer, empuja la puerta completamente
y retrocede hacia la sala, sin que sepa
ni siquiera él mismo si está jugando o no.)
¿Quién es? (Su voz se hace pueril.)
¿Si le conozco? ¡Por favor! (Silencio.) ¡Excelencia!
(Silencio.) ¡Su servidor! (Silencio.) Y
su Excelencia desea saber. . . (Silencio.) ¿En esta sala
llamada Santa Gertrudis? Yo soy el único
que puedo considerarme válido, sí. Aquí, sólo
ancianos, nada más que ancianos,
indignos de su atención; ancianos chochos, refunfuñantes,
descarnados, mal lavados, salivosos. ¿Su
número? Aquiles, el que toma rapé; Romano, el que
pee; Gomario, el que modula; Rombaut, el
que se pela; Simón, el que trompetea; Ghislan, el
que hincha; Arnaldo, el que seca; y la
antigua Virgen de la procesión de Furnes, María, la
que lagrimea de pie! ¡Palabra de honor!
(Escucha, inclinado, con la mano detrás de la
oreja.) ¡No! Vaya abajo, abajo de
todo... ¡Oh perversa Muerte! (Ríe.) ¡Mis felicitaciones!
(Saluda varias veces.) Excelencia...
(Desaparece un instante, vuelve y cierra la puerta. Pero
sigue a la escucha.) Baja. Busca.
¿Encontrará lo que busca? (Largo silencio.) ¡Ay! ¡Lo ha
encontrado, me parece! ¡Ese grito, ese
grito de mujer! ¡Lo ha encontrado! ¿Acaso la está
violando, el muy sinvergüenza de
solterón? (Ríe.) ¡Jo, jo, jo! ¡Donde hay Muerte, no falta
Lujuria! (Rápidamente, atraviesa la
sala.) ¿Ola, viejos? (Nada se mueve.) ¡Carroñas, salid de
vuestros jergones!
Voz DE VIEJO. — ¿La Muerte?
VIGÍA. — ¡Ha tomado las de
Villadiego! (A las cabezas que emergen de las camas.) ¿La habéis
visto? ,
PRIMER VIEJO. — No, me estaba
ahogando.
SEGUNDO VIEJO. — Yo tuve como un
desmayo. Todo se hacía blanco y negro.
TERCER VIEJO. — Mi sangre se había
detenido, como sangre de pescado.
CUARTO VIEJO. — ¿Nos lo juras que se
ha marchado?
VIGÍA. — ¿Qué cuernos habrá hecho
ahí abajo? Escuchad, vuelve a cabalgar. (Se oye redoblar de
campanas.)
QUINTO VIEJO. — Respiro. ¡Qué bien!
SEXTO VIEJO. — ¡Uno se encuentra de
nuevo vivo, vivo!
PRIMER VIEJO. — ¡Que vaya a sus
carnicerías; para nosotros, las rosas! (Va de una cama a otra y
crea un movimiento de agitación.) ¡En
pie!... (Todos los viejos están de pie y corren en todas
direcciones, como excitados.) ¿Quién
falta a la llamada? ¡Nadie! Pero, ¿a qué ha venido pues,
el extraño jinete?
SEGUNDO VIEJO. — ¿Y qué significan
sus remilgos, sus campanadas? ¿Para qué trastornar a todo el
hospicio? ¡Yo le escupo encima!
(Se oyen las campanas, que se alejan.
Entre tanto, el VIGÍA ha vuelto a la ventana y, allí
encaramado, contempla al exterior los
campos envueltos en sombras.)
VIGÍA. — Se va. Cae la noche. Quizás
sea una sombra...
PRIMER VIEJO. — ¡Buscad alcohol! ¡Yo
invito a ginebra!
TERCER VIEJO. — ¿Quién tiene el
acordeón?
SEGUNDO VIEJO. — ¿Vienes, mujer? No
te sigas escondiendo. ..
VIEJA (saliendo de una cama). — ¿Quién
está difunto?
CUARTO VIEJO. — ¡Ni tú, ni yo! ¡De
los demás, me río!
VIGÍA. — ¡Callad! La Muerte se lleva
a alguien. Quizás sea también sólo una sombra...
VIEJA. — ¡Ah! ¡Reza, reza un
rosario!
QUINTO VIEJO. — ¡Loca! ¿Rezar por
unas sombras?
VIGÍA. — ¡Os lo ruego, un poco de
silencio! La Muerte se lleva...
SEXTO VIEJO. — A pesar del toque de
queda, lo festejaremos toda la noche. ¡Vamos a vivir unas
horas en grande, como antes!
PRIMER VIEJO. — ¿Es que ha venido,
ese jinete?
SEGUNDO VIEJO. — ¿Y esas campanas,
esas campanas imaginarias?
VIGÍA. — ...se lleva en brazos,
cuidadosamente, una pequeña sombra...
TERCER VIEJO. — ¡He encontrado el
acordeón!
VIEJA (que ha corrido hacia la ventana).
— ¿Qué se lleva?
VIGÍA. — ¡Un recién nacido!
(Ríe suavemente y vuelve la cara. La
VIEJA se persigna. Pero suena el acordeón. Estalla el
alboroto. Gritos. Danza espasmódica de
los viejos, con la boca abierta, y los puños
cerrados, como marionetas.)
T E L Ó N