INVITACION A LEER

Un rufián en la escalera. Joe Orton.

Un rufián en la escalera Joe Orton Personajes: Mike                    Joyce                    Wilson ESCENA I ...

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23/2/19

EL EXTRAÑO JINETE Michel de Ghelderode


EL EXTRAÑO JINETE

Michel de Ghelderode

(1920)

Sainete en un acto.

Dedicado al doctor
Louis De Winter de Brujas,
gran hombre caritativo.


P E R S O N A J E S
EL VIGÍA
LOS ANCIANOS
Todos ellos calamitosos, asmáticos, carrasposos, con muletas y vestidos de harapos imposibles. Entre
ellos, una anciana. Esta humanidad dislocada pero fuerte de color y rica en olor, hubiera tentado el pincel del Breughel de los mendigos o el buril de Jacques Callot. Además, resuena singularmente en la profundidad que la circunscribe.

L U G A R
En Flandes. En la sala abovedada de un viejo hospital. Al fondo, una alta ventana ojival. La
puerta está a la izquierda. A la derecha, un altar abandonado. En las paredes encaladas, sombríos
cuadros de iglesia y numerosos obituarios mostrando sus fantasmas heráldicos.
Los ancianos están acostados o acurrucados en las camas. Sólo uno anda de arriba para
abajo, de prisa y con agitación. Es el vigía, barbudo y de gran pelambrera.

VIGÍA. — Las he oído. ¡De verdad! ¡Y lo que es cierto para mí, lo es para vosotros, puesto que
somos semejantes! ¡Escuchad!
UN VIEJO. — El sueño es sonoro. No sólo contiene imágenes, luces; contiene también sabores,
olores, músicas. Pobre alucinado, el sueño tiene cinco sentidos. ¡Estás tan alucinado como el
sueño!
VIGÍA. — ¡Vaya una razón! Hace un instante, las oí: ¡campanas de metal!
OTRO VIEJO. — En todo este llano, no hay un campanario en diez leguas a la redonda.
VIGÍA— ¡Con mis oídos! ¡Campanas! ¡Qué me corten las orejas si miento! ¡Unas campanas
duras, vivaces!
TERCER VIEJO. — Sí, campanas de fiebre.
VIGÍA. — Y ¿a qué tocaban?, ¿me lo podréis decir vosotros?
PRIMER VIEJO. — Al nacimiento de tus pesadillas.
SEGUNDO VIEJO. — Tus bodas con la locura.
TERCER VIEJO. — Los funerales de tus cabales.
VIGÍA. — Terribles campanas, terribles, aunque lejanas. ¿Cómo eran esas campanas?
Explicádmelo.
PRIMER VIEJO. — Como cuando un barco naufraga en la tempestad...
SEGUNDO VIEJO. — Como cuando el incendio devora las cosechas...
TERCER VIEJO. — Como cuando el pueblo se rebela. . . Cuando la guerra...
VIGÍA. — Como todo eso... ¡A rebato! Me ha entrado miedo.
CUARTO VIEJO (de pie). — Contesta fríamente: ¿Has oído campanas?
VIGÍA. — Estaba acostado. Las estaba esperando desde hacía rato, y mi espíritu las reconoció
antes que mi oído. ¡Dios mío!, ¿qué significan esos cencerros en la desolación de nuestro
llano, en este país de miseria?
PRIMER VIEJO. — ¡Cada uno ve y oye lo que le place! Una vez, entreví el paraíso, pero no obligué
a nadie a que creyera.
VIGÍA. — Yo lo afirmo. ¡Es el anuncio de la desgracia!
SEGUNDO VIEJO. — ¿Aún distinguimos la suerte de la desgracia? Si confiesas que te estás
burlando de nosotros, te doy la mitad de mi rapé.
VIGÍA. — Lo confieso. Era lúgubre. . . ubre. . . ubre. . .
SEGUNDO VIEJO. — ¡Estúpido!
VIGÍA. — ¿Y mi rapé?
CUARTO VIEJO. — ¡Mastica los sonidos que has oído!
Los viejos vuelven a acostarle, enfurruñados. Silencio.)
VIGÍA. — Campanas entre las nubes. . . Campanas en el fondo de los pantanos. . . Campanas en
mi cráneo. . . ¿Ya no suenan? Es que me han hecho dudar. Sin embargo, los que están
acostumbrados al silencio perciben ruidos, cantos, lamentos, que vienen de otro mundo. Eso
provoca burlas en unos, ensueños en otros. Me voy a dormir. ¡Qué se fastidie el tañedor!
Pero nunca más volveré a revelar lo que sorprenda del mundo del más allá. . . (De pronto,
suenan claramente tres campanadas, en las cercanías. Los durmientes se enderezan.)
PRIMER VIEJO. — ¿Campanas? ¿Eh, barbudo? ¿Has oído?
VIGÍA. — ¡No! ¿Qué has oído?
PRIMER VIEJO. — ¡Campanas, maldito seas, campanas!
VIGÍA. — ¿No será que se te suben a la cabeza los tiempos pasados? En tu pueblo sonaban las
campanas! Que te cuelguen de la cuerda...
TERCER VIEJO. — Yo no dormía.
CUARTO VIEJO. — ¿Por qué se ha empezado a hablar de campanas aquí dentro? Vamos a oírlas día
y noche, se pondrá de moda.
QUINTO VIEJO. — ¿Qué otra cosa hemos de hacer?
PRIMER VIEJO. — Ante todo, agucemos el oído y no creamos más que a él. . . (Largo silencio.
Los viejos están atentos.)
VIGÍA (imitando las campanas). — Bing, bong, bing, bang... Bing bang, bong... (Los viejos,
encolerizados, rodean al vigía.)
SEGUNDO VIEJO. — ¡Era él! ¡Impostor!
TERCER VIEJO. — ¡Despreciable farsa!
CUARTO VIEJO. — ¡Sí, una invención de loco!
LA VIEJA (blandiendo su muleta). — ¡Atrévete a empezar de nuevo, asqueroso!
VIGÍA. — ¡Mi garganta es de bronce! ¡Voy a sonar el gaznate en su honor, muleta! ¡Escuche!
(Abre la boca, pero, en el campo rompen a tocar las campanas, bien reales. El VIGÍA ríe.)
¡Jo! un juego infernal. ¡Soy amigo del diablo! (Imitando las campanas.) Bing, bang, bong...
así... Suavemente... Y más alto (Las campanas, más cerca.) Y más cerca todavía... (Las
campanas doblan rápidamente.) ¡Y no blancas, ni rosas, ni azules, ni de oro, no!, campanas
negras, negras, campanas nocturnas, campanas glaciales. . .
PRIMER VIEJO. — Uno quisiera saber qué es.
VIEJA. — Presagios. . .
VIGÍA. — ¡Una farsa, como decíais! ¡Sigo sosteniendo que es una farsa!
QUINTO VIEJO. — ¡Pobres de nosotros! ¿Tiene sentido este acontecimiento? ¡No suenan campanas
fuera de los campanarios! ¿Se concibe eso? ¿Decidme, gente?...
VIGÍA. — ¿Te asusta lo que no puedes concebir o explicar? A mí no.
SEXTO VIEJO. — Avisemos al director.
VIGÍA. — El director es un viejo igual que nosotros, que no sabe hacer otra cosa más que escribir
en su libro de pergamino el nombre de los viejos que fallecen.
PRIMER VIEJO. — Yo insisto en que no hay campanas. ¡No creo más que lo que veo, y no veo esas
campanas!
VIGÍA. — Las campanas son de origen sobrenatural, viejo Tomás; quizás se dejan oír, pero
no les gusta dejarse ver. Sólo se las ve cuando se las bautiza y cuando se las entierra.
PRIMER VIEJO. — Sostengo contra todos que no hay campanas. (Una campanada muy fuerte,
cerquísima.)
VIEJA. — ¡Jesús María!
VIGÍA (parodiándola). — ¡Susmaría!
PRIMER VIEJO. — Es intolerable. Propongo que hagamos una reclamación, que redactemos una
pancarta con letras bien artísticas.
SEGUNDO VIEJO. — ¡Y yo que he visto tantas cosas en mi vida! ¿Así que las campanas andan,
tienen piernas?
TERCER VIEJO. — Que salgan en peregrinación, es cosa suya; pero entonces, ¡que no tomen
nuestro hospicio por una hostería!
VIGÍA — Tranquilizaos; vuestros anticuados corazones laten tan fuerte como campanas, y ya no
son de metal. Voy a saber qué es eso que anda y redobla por el campo; voy a ir a verlo, y vosotros
vais a creerme. Quizás sea muy hermoso. . . (Corre hacia el fondo de la sala y se
encarama a una mesa, hasta llegar a la ventana. Silencio. Los ancianos se agrupan en el
fondo.) ¿O preferís, tal vez, no saber nada?
CUARTO VIEJO. — Queremos saber. ¿Verdad, compadres?, queremos…
QUINTO VIEJO. — Queremos, demonio. Vigía, ¿qué ves?
VIGÍA. — Diviso la llanura crepuscular, toda rojiza, con sus pantanos de estaño.
SEXTO VIEJO. — ¿Y después?
VIGÍA. — Veo... (Silencio.) Es difícil describir lo que veo. Ya saben que a mí nada me
sorprende…
PRIMER VIEJO. — Por el amor de Dios, ¿qué es lo que ves?
VIGÍA. — Un caballo, grande, muy grande. Tan grande como el llamado Bayard del ommegang.
¡A menos que sea una sombra! De su cuello cuelgan cascabeles, grandes, muy grandes, que
son campanas. . .
PRIMER VIEJO. — ¿Caballos de esa clase? ¿Eso no existe?
QUINTO VIEJO. — A menos que sea tina sombra... A veces, a la caída de la tarde se producen
espejismos en nuestras calenturientas llanuras. Pero, ¿y después, veedor?
VIGÍA. — El que cabalga ese animal es también de buena estatura. ¡Extraño jinete! ¡Y qué
prestancia, padre mío! A menos que no sea también una sombra, cabalgando en otra
sombra...
QUINTO VIEJO. — Ante todo, ¿no se llena el espacio de reflejos, de espejos?
VIGÍA. — El infinito se desdora. Está púrpura. La llanura, desplegada por los sueños, está ya
durmiendo. ¡Es algo que se contagia!
VIEJA.— ¡Despierta! ¿El jinete?
VIGÍA. — Se pasea, se pavonea. Viene hacia el hospital. Unos cuantos pasos más, y se hará bien
visible.
SEGUNDO VIEJO. — ¡Vigía, tus palabras son ambiguas! ¡Habla como la gente honrada o que trepe
otro a la ventana!
VIGÍA. — ¡Fíense de mí! Aunque no hable tan bien, veo mejor que cualquier otro. (Silencio.)
Conozco a ese que viene cabalgando, ¡ah!, ¡desde luego! Y todos le conocen.
SEGUNDO VIEJO. — ¿Quién es, pues, quién es?
VIGÍA. — ¡El considera nuestro Hospital con la insignia del buen Dios como una venerable casa
donde a menudo pone los pies!
CUARTO VIEJO. — ¿Su nombre, su título?
VIGÍA. — No diré más. (Un toque de campanas, afuera.) Guardad silencio. Idos a acostar.
PRIMER VIEJO. — ¿Por qué esos consejos?
VIGÍA (saltando al suelo). — Contestad, ¿teméis a la muerte?
PRIMER VIEJO. — ¡Qué pregunta tan tonta! ¿A nuestra edad?
SEGUNDO VIEJO. — ¿Acaso no ha terminado todo para nosotros hace ya años?
TERCER VIEJO. — ¿Se trata de morir? ¿Pero si nosotros sobrevivimos?
CUARTO VIEJO. — Morir es una función de los hombres.
VIEJA. — ¿Qué otra cosa hacemos en esta fundación sino esperar nuestro último fin?
VIGÍA. — ¡Vuestras palabras expresan tanta sabiduría!, entonces, no os sorprenderéis demasiado.
. . (Silencio.) ¿El jinete que se acerca? (Una campanada.) ¡Es la Muerte!
QUINTO VIEJO. — ¿La Muerte?
VIGÍA. — ¡La Muerte cabalgando!
SEXTO VIEJO. — ¿Qué dices? ¿La Muerte?
VIGÍA. — ¡La Muerte!, ¡pomposa, con casco de cobre, y cimera de plumas de pavo real!
PRIMER VIEJO. — ¿De qué? ¿La Muerte?
VIGÍA. — ¡La Muerte!, muy envanecida de sí misma, con la barbilla levantada, una mano en la
cadera, su haz en bandolera, calzada con botas de cuero blanco, arrebujada en un manto
despedazado y sembrado de crucecitas de plata.
VIEJA. — ¿Ha dicho la muerte?
VIGÍA. — Ella y no otra. (Campanadas.) ¿Y por quién viene? ¿Por ti, por vosotros; por mí, por
todos? Habrá que darle buena acogida, comportarse educadamente. Sobre todo, disimulad
vuestros sentimientos de espanto, porque esa vieja fregona se cree amable y agradable.
PRIMER VIEJO. — ¿Miedo? ¡Qué entre a ver! ¡Voy a espetarle el saludo de alegre recibimiento en
verdadero latín de sacristía!
SEGUNDO VIEJO. — Me queda un cabo de cera. ¡Yo ofrezco la iluminación!
TERCER VIEJO. — Yo cantaré la misa de los impúdicos y bailaremos el paso de los. . .
CUARTO VIEJO. — ¿Organizamos las despedidas?
VIGÍA. — ¡Mejor sería que pensarais en los cuidados de vuestras almas! ¡Arrancad la mugre que
las recubre!
VIEJA. — Pero, ¿qué? ¿Es la Muerte? Los martes de carnaval, la imitan tan bien que uno se
confunde.
VIGÍA. — La auténtica, la inimitable. . .
QUINTO VIEJO (a la VIEJA). — ¡Mujer, quiero cometer el último pecado, aunque seas apestosa!
SEXTO VIEJO. — ¡No voy a dejar nada de mi gamella de jarabe!
PRIMER VIEJO. — Tengo todavía siete escudos, voy a gastarlos. . . (Suenan las campanas, cada vez
más próximas.)
VIGÍA. — La Muerte no gustará de vuestras cabriolas y muecas; es una persona mesurada, que
ama el protocolo.
PRIMER VIEJO. — Y a nosotros, ¿nos gustan sus visitas? ¡Somos seres vivos y lo nuestro es reír!
SEGUNDO VIEJO. — ¡Y que están viviendo su último día! Quiero beber.
TERCER VIEJO. — ¡Yo quiero cantar, yo canto el fin del mundo!
CUARTO VIEJO (desplegando un acordeón). —Yo abro el baile, ¡la danza macabra!
QUINTO VIEJO. — ¡Bailemos a la Muerte! ¡Bailemos la macabra! ¡Es la fiesta de los viejos, la
cuadrilla de los moribundos!
VIEJA. — ¡Yo valseo al derecho y al revés!
SEXTO VIEJO. — ¿Música?
(El acordeón ataca una pesada danza. Un anciano toma a la VIEJA y la arrastra al baile. Los
dos esperpentos dan saltos sin moverse del sitio. Los demás forman un círculo, canturrean
la música, dan palmadas o gritan. Esta cacofonía dura unos instantes. La vieja pareja,
jadeante, se desploma sobre una cama; el acordeón divaga; el círculo de ancianos ya se
ha roto.)
PRIMER VIEJO. — Y las campanas, ¿ya no se oyen más?
VIGÍA. — Ha llamado en el porche. A pesar de vuestra kermesse, he oído los golpes.
PRIMER VIEJO. — ¡Mientes! ¡Ha proseguido su camino!
SEGUNDO VIEJO. — ¿Acaso le han abierto?
TERCER VIEJO. — Voy a deciros lo que creo: ya ha terminado y se ha vuelto a marchar. No venía
por nosotros, los del hospicio, sino por los del hospital, en la otra ala. ¿Nosotros? Somos los
olvidados...
VIGÍA. — Voy a correr a su encuentro.
(Se va rápidamente hacia el fondo. Los ancianos se echan sobre él y lo retienen.)
CUARTO VIEJO. — ¡Insensato! ¿Quieres llamar su atención sobre nuestra sala?
VIGÍA. — ¡Vosotros sois insensatos! ¿No habéis hecho todo lo posible para que ella llegara a
vuestro piso? Por otra parte, es una simple cuestión de viveza. Y, yendo a su encuentro, os
procuraba un infortunio menor.
QUINTO VIEJO. — ¡Quédate aquí!
VIGÍA. — Como queráis. Me desintereso del asunto.
VIEJA. — ¡Miserere!
VIGÍA. — ¿Qué dices, abuela?
VIEJA. — ¡Llama al capellán!
VIGÍA. — Se ha escondido en un tonel.
SEXTO VIEJO. — Pues, entonces, ¿con quién nos confesamos?
VIGÍA — ¡Dios os está escuchando, adelante!
PRIMER VIEJO, — ¡Yo no soy perfecto, no!
SEGUNDO VIEJO. — ¡Yo me tengo por un pecador, digamos serio!
TERCER VIEJO. — Y yo, por un pecador empedernido. ¡Uno verdadero!
CUARTO VIEJO. — ¡Yo he bebido mucho!
QUINTO VIEJO. — ¡Yo he robado a veces, poco o mucho!
SEXTO VIEJO. — ¡Yo he fornicado enormemente!
VIEJA. — ¡Yo era hermosa, y vendía mi cuerpo!
PRIMER VIEJO. — ¡Tengo en mi activo algunos sacrilegios!


SEGUNDO VIEJO. — ¡Bah! ¡Yo, algo mejor que sacrilegios! ¡Pecados que sólo el Papa puede
perdonar!
VIGÍA. — Ya vendrán las cuentas. Numeraos y seguidme, voy a bajar a los infiernos.
VIEJA. — ¡No menciones el infierno! Está bajo nuestros pies.
VIGÍA. — ¿Ah, si?, huele a azufre. ¿Valía la pena tratar a la muerte con tanto desdén?
Interrumpid vuestros lamentos, reservaos vuestra porquería. La Muerte está en la escalera,
algo aturdida, me imagino. ¡Con tantas puertas!
TERCER VIEJO. — Qué vaya a donde quiera, pero que no venga aquí...
VIGÍA. — ¡Ajajá! ¡Parece que se respira fuerte, en los pisos! Así, pues, ¿la vida es un don tan
precioso para todos estos enfermos, estos inválidos? A la obra, ¡oh Muerte!, ¿y cuántos
féretros encargas? ¡Todo un bosque! (Los ancianos vagan por la sala, perdidos.)
CUARTO VIEJO. — ¿Qué hacer?
VIGÍA. — ¡Rezad! Los hombres sólo tienen este recurso.
QUINTO VIEJO. — ¿Cómo rezar?
VIGÍA. — ¿Qué sé yo? Decid por ejemplo: "¡Señor! tengo miedo. Miedo de la muerte del castigo.
Hacia ti clamamos en el peligro, por una vez no es un hábito. Nosotros queremos vivir, déjanos
vivir. ¡Amén!..."
VIEJA. — ¡Vivir!
SEXTO VIEJO. — ¡De cualquier forma, enfermos, dolientes, con llagas y cubiertos de gusanos, pero
vivir!
VIGÍA. — Desesperaos, pero no como cerdos que son conducidos al matadero. Mirad, distraeros.
Jugad a las adivinanzas. ¿Quién de vosotros reventará primero? Yo lo sé, primero, el de
menos edad.
PRIMER VIEJO. — Yo apenas tengo cien años.
SEGUNDO VIEJO. — Yo tengo ciento uno.
TERCER VIEJO. — Esperad, la Muerte bien nos dejará un momento para calcular.
VIGÍA. — ¡De prisa! Esta catarrosa ha tosido, no está lejos. ¡Qué cavernas en ese corpacho!
(Avanza lentamente hacia el fondo.) Debe haber tropezado en los escalones. ¡Eh! basta de
errores, se está acercando; siento el revuelo que la precede. (Los ancianos se han deslizado
furtivamente bajo las mantas o bajo las camas. De pronto, la sala parece haberse vaciado.
El VIGÍA sigue avanzando como en sueños, igual que un borracho.)
UNA VOZ DE VIEJO. — ¿Y la Muerte?
VIGÍA. — Un poco de paciencia.
OTRA VOZ. — ¿. . . ora pro nobis?. . .
VIGÍA. — Está tocando las castañuelas, detrás de la puerta.
OTRA VOZ. — ¿. . . ora pro nobis? , .
VIGÍA. — ¡Al fin! ¡Ya nos ha tocado! ¡Puá! su aliento, ese poderoso fuelle de herrero! Con esta
luna, ¿irá de prisa, verdad, querida? Muerte repentina, como dicen. ¡Y plaf!, al foso, como un
racimo de muñecas. . . (Algunos gemidos, algunos juramentos, algunos sollozos, algunos
cabos de letanías bajo las mantas y bajo las camas. Petardeos, también. El VIGÍA da varios
golpes contra la puerta, se asusta del ruido que acaba de hacer, empuja la puerta completamente
y retrocede hacia la sala, sin que sepa ni siquiera él mismo si está jugando o no.)
¿Quién es? (Su voz se hace pueril.) ¿Si le conozco? ¡Por favor! (Silencio.) ¡Excelencia!
(Silencio.) ¡Su servidor! (Silencio.) Y su Excelencia desea saber. . . (Silencio.) ¿En esta sala
llamada Santa Gertrudis? Yo soy el único que puedo considerarme válido, sí. Aquí, sólo
ancianos, nada más que ancianos, indignos de su atención; ancianos chochos, refunfuñantes,
descarnados, mal lavados, salivosos. ¿Su número? Aquiles, el que toma rapé; Romano, el que
pee; Gomario, el que modula; Rombaut, el que se pela; Simón, el que trompetea; Ghislan, el
que hincha; Arnaldo, el que seca; y la antigua Virgen de la procesión de Furnes, María, la
que lagrimea de pie! ¡Palabra de honor! (Escucha, inclinado, con la mano detrás de la
oreja.) ¡No! Vaya abajo, abajo de todo... ¡Oh perversa Muerte! (Ríe.) ¡Mis felicitaciones!
(Saluda varias veces.) Excelencia... (Desaparece un instante, vuelve y cierra la puerta. Pero
sigue a la escucha.) Baja. Busca. ¿Encontrará lo que busca? (Largo silencio.) ¡Ay! ¡Lo ha
encontrado, me parece! ¡Ese grito, ese grito de mujer! ¡Lo ha encontrado! ¿Acaso la está
violando, el muy sinvergüenza de solterón? (Ríe.) ¡Jo, jo, jo! ¡Donde hay Muerte, no falta
Lujuria! (Rápidamente, atraviesa la sala.) ¿Ola, viejos? (Nada se mueve.) ¡Carroñas, salid de
vuestros jergones!
Voz DE VIEJO. — ¿La Muerte?
VIGÍA. — ¡Ha tomado las de Villadiego! (A las cabezas que emergen de las camas.) ¿La habéis
visto? ,
PRIMER VIEJO. — No, me estaba ahogando.


SEGUNDO VIEJO. — Yo tuve como un desmayo. Todo se hacía blanco y negro.
TERCER VIEJO. — Mi sangre se había detenido, como sangre de pescado.
CUARTO VIEJO. — ¿Nos lo juras que se ha marchado?
VIGÍA. — ¿Qué cuernos habrá hecho ahí abajo? Escuchad, vuelve a cabalgar. (Se oye redoblar de
campanas.)
QUINTO VIEJO. — Respiro. ¡Qué bien!
SEXTO VIEJO. — ¡Uno se encuentra de nuevo vivo, vivo!
PRIMER VIEJO. — ¡Que vaya a sus carnicerías; para nosotros, las rosas! (Va de una cama a otra y
crea un movimiento de agitación.) ¡En pie!... (Todos los viejos están de pie y corren en todas
direcciones, como excitados.) ¿Quién falta a la llamada? ¡Nadie! Pero, ¿a qué ha venido pues,
el extraño jinete?
SEGUNDO VIEJO. — ¿Y qué significan sus remilgos, sus campanadas? ¿Para qué trastornar a todo el
hospicio? ¡Yo le escupo encima!
(Se oyen las campanas, que se alejan. Entre tanto, el VIGÍA ha vuelto a la ventana y, allí
encaramado, contempla al exterior los campos envueltos en sombras.)
VIGÍA. — Se va. Cae la noche. Quizás sea una sombra...
PRIMER VIEJO. — ¡Buscad alcohol! ¡Yo invito a ginebra!
TERCER VIEJO. — ¿Quién tiene el acordeón?
SEGUNDO VIEJO. — ¿Vienes, mujer? No te sigas escondiendo. ..
VIEJA (saliendo de una cama). — ¿Quién está difunto?
CUARTO VIEJO. — ¡Ni tú, ni yo! ¡De los demás, me río!
VIGÍA. — ¡Callad! La Muerte se lleva a alguien. Quizás sea también sólo una sombra...
VIEJA. — ¡Ah! ¡Reza, reza un rosario!
QUINTO VIEJO. — ¡Loca! ¿Rezar por unas sombras?
VIGÍA. — ¡Os lo ruego, un poco de silencio! La Muerte se lleva...
SEXTO VIEJO. — A pesar del toque de queda, lo festejaremos toda la noche. ¡Vamos a vivir unas
horas en grande, como antes!
PRIMER VIEJO. — ¿Es que ha venido, ese jinete?
SEGUNDO VIEJO. — ¿Y esas campanas, esas campanas imaginarias?
VIGÍA. — ...se lleva en brazos, cuidadosamente, una pequeña sombra...
TERCER VIEJO. — ¡He encontrado el acordeón!
VIEJA (que ha corrido hacia la ventana). — ¿Qué se lleva?
VIGÍA. — ¡Un recién nacido!
(Ríe suavemente y vuelve la cara. La VIEJA se persigna. Pero suena el acordeón. Estalla el
alboroto. Gritos. Danza espasmódica de los viejos, con la boca abierta, y los puños
cerrados, como marionetas.)
T E L Ó N






29/11/18

Celebration Harold Pinter

Celebration
Harold Pinter



Lambert
Matt
Prue
Julie
Russell
Suki
Richard
Sonia
Camarero


MESA UNO
Un restaurante. Dos banquetes.
Camarero.- ¿El pato es para...?
Lambert.- (Levanta su mano.) Mí.
Julie.- No.
Lambert.- No. ¿Entonces?
Julie.- Yo
Lambert.- ¿Y qué he pedido yo? ¿No fue pato?
Julie.- (Al camarero.) El pato es para mí.
Matt.- (Al camarero.) Pollo para mi señora y la ternera, yo.
Camarero.- Pollo para la señora.
Prue.- Muchas gracias.
Camarero.- ¿Y la ternera?
Matt.- Para mí.
(Coge una botella de vino y se sirve.)
Eso es. Frascati para las señoras. Y Valpolicella para el señor.
Lambert.- Y yo. Bueno, digo, ¿y yo? ¿Qué he pedido? No tengo ni idea. ¿Qué pedí?
Julie.- ¿Qué más da?
Lambert.- ¿Cómo que qué más da? Coño, a mí me da.
Prue.- Osso Bucco.
Lambert.- ¿Osso qué?
Prue.- Bucco.
Lambert.- ¿He pedido oso?
Matt.- Es un plato típico del sur de Italia.
Lambert.- Ah, claro. Fue eso del `Bucco ́ lo que me despistó.
Matt.- Como gilipollas.
Lambert.- ¿Perdona?
Matt.- Gilipollas, digo, también viene del italiano.
Prue.- Julie, Lambert, feliz aniversario.
Matt.- Salud.
(Brindan y beben.)
MESA DOS
Russell.- Creen en mí.
Suki.- ¿Quiénes?
Russell.- Ellos. ¿Quién va a ser? Ellos.
Suki.- Ah, ¿de veras?
Russell.- Sí. Me reconocen. Están invirtiendo en mí. En mis propuestas. Confían.
Suki.- Escucha. Te creo. De verdad. Te creo. No, en serio, de verdad. Estoy segura de
que confían en ti. Y hacen bien. Lo que digo es que, a ver, lo que quiero es que te forres,
hasta arriba, quiero que seas muy rico para que me compres casas y ropa interior cara y
así saber que lo nuestro va en serio.
(Beben.)
Russell.- Era sólo una secretaria. Nada más.
Suki.- Como yo.
Russell.- ¿Pero qué estás diciendo? No se parecía en nada a ti.
Suki.- Yo también fui secretaria.
Russell.- Ella, más que una secretaria, era como la chacha. Una cualquiera. Todas son
así, secretaruchas, correveidiles. Como los políticos. Adoran, aman el poder. Les das un
poquito de poder y se van a casa, llaman a sus amiguitas, cuchichean. Mira. Te soy
honesto. No hay muchos como yo por ahí. Me la jugó. Lo admito. Me cazó como a un
idiota.
Suki.- Sí, entre sus piernas.
(Pausa.)
Russell.- No sabes cómo se las gastan esas chicas. Esas empleadas.
Suki.- Ya lo creo que sí.
Russell.- No, no lo sabes.
Suki.- Créeme: Sí.
Russell.- ¿Cómo vas a saberlo?
Suki.- Podría describirte un par de archivadores o tres. Por detrás.
Russell.- Qué... ¿Qué?
Suki.- En mis tiempos. Cuando era una secretaria eficiente. Visité la parte trasera de
algún que otro mueble de esos.
Russell.- Ah, ¿en serio?
Suki.- Sí, sí. Escucha. Yo misma invertiría en ti si tuviese dinero. ¿Que por qué? Pues
porque creo en ti.
Russell.- ¿De qué va todo eso de los archivadores y...?
Suki.- Oh, eso pasó cuando era secretaria Ahora no lo haría, por supuesto. De ninguna
manera. Ni que decir tiene. La cosa era, mira, yo era tan excitable, que su excitación me
excitaba, pero ya no haría todas esas cosas, soy mayorcita y no una niña presumida, algo
tontorrona y confusa. ¡Pero que salvaje, ansiosa, coqueta y complaciente podía llegar a
ser! Había días en los que no daba abasto para llegar de un archivador a otro, estaba tan
excitada, era tan tenaz y voluble que daba miedo, los tíos no paraban de meterme mano,
la de cosas que me pedían hacer, ¡se salía de madre! Bárbaro. Pero volviendo a lo que
importa: Hacen bien en confiar en ti, ¿por qué no iban a hacerlo?

MESA UNO
Julie.- Ya se lo he dicho. Siempre lo hago. Pero no escucha. Se lo digo, pero no me
escucha.
Prue.- ¿No te escucha?
Julie.- Siempre se lo digo.
Prue.- (A Lambert.) ¿Por qué no escuchas a tu mujer? Está a tu lado contra viento y
marea. Es leal, no lo olvides.
Lambert.- ¿Una mujer leal? ¿Dónde?
Prue.- ¡Aquí! En esta mesa.
Lambert.- Para mujer leal la que tengo aquí debajo, como te lo cuento.

(Mira debajo de la mesa.)
Dios. Ya creo que es leal. Fuera de serie.
Julie.- ¿Por qué no te compras un coche y te tiras por un barranco?
Lambert.- Me adora.
Matt.- No, adora a los coches.
Lambert.- Con asientos de piel. Bien mulliditos.
Matt.- ¿Cómo era esa canción...?
Lambert.- ¿Cuál?
Matt.- Todas las mujeres tienen
En la rodilla una taba
Y un poquito más arriba
La olla de cocer habas.
Lambert.- Me encanta.
Matt.- Bien lo merece. ¿Sabes por qué? Es folklore.
Lambert.- Tiene estilo.
Matt.- Tradición y clase.
Lambert.- De lo que no queda.
Matt.- De lo que ya no hay, joder.
Lambert.- ¡Eh, eh, eh, Matt!
Matt.- ¿Qué?
(Lambert coge la botella de Valpolicella. Está vacía.)
Lambert.- Algo va mal.
(Matt se da la vuelta, busca.)
Matt.- ¡Camarero!

MESA DOS
Russell.- Bueno, sin rodeos: ¿Crees que mi carácter es... umm... agradable?
Suki.- Claro, claro que sí, lo es, lo es. Creo que sí. Claro. Bueno... quiero decir... Creo
que tu carácter podría ser agradable, el caso es que... a ver... cuando lo intentas, tener
un carácter agradable y eso, te pones a ello y resulta que te cuesta mucho porque no
tienes ningún carácter... Y eso, quiero decir.
Russell.- “¿Y eso?”
Suki.- Sí, como que... como que no tienes carácter. Ni por el forro, nada, cero, y eso.
Así. Pero vaya, nada de lo que preocuparse. Mírame a mí, por ejemplo. Yo tampoco. No
tengo carácter. Nada de nada. Soy un tronco a la deriva. Es un hecho. Un tronco. A la
deriva.
Russell.- Eres una puta.
Suki.- Una puta a la deriva.
Russell.- Sí. Y la corriente te empapa las bragas.
Suki.- Exacto. Eso es. Pero, ¿cómo lo sabes? Es que... quiero decir, yo no sabía que los
hombres pudiesen llegar a entender ese tipo de sensaciones. No lleváis bragas. Jamás
pensé que un tío pudiera entender, ni de lejos, como es que se te mojen las bragas. Los
tíos no llevan bragas.
Russell.- Zorra.
Suki.- No tanto.
Russell.- Zorra.
Suki.- Dios bendito. ¿Lo soy?
Russell.- Sí. Lo eres.
Suki.- ¿Lo soy?
Russell.- Sí. Lo eres.

MESA UNO
Lambert.- ¿Cómo era esa otra canción? Todo un clásico.
Matt.- Que ojos tienes morena
Que tetas más realzadas
Si me miras a los ojos
Mi ciruelo se dispara.
Lambert.- Esa. (A Julie.) ¿Te la sabes?
Julie.- No entra en mi canon, cariño.

Lambert.- Estamos en el mejor restaurante de la ciudad. Eso dicen.
Matt.- Eso dicen.
Lambert.- Esta cena es una mierda. ¿Sabes cuánto dinero gané el año pasado?
Matt.- Esta cena es una mierda.
Prue.- (A Julie.) Su madre me odió siempre. Desde la primera vez que me vio. Jamás
me regaló nada. Ni un detallito. Nada. No me hubiese dado ni un moco que se le cayera.
Julie.- Ya.
Prue.- Ni un moco. En serio.
Julie.- Todas las suegras son iguales. Aman a sus hijitos. Idolatran a sus retoños. No
quieren que ninguna mujer se los tire.
Prue.- Claro. Porque toda madre quiere follarse a su hijo.
Julie.- Toda madre.
Prue.- Todas.
Lambert.- Todas las madres quieren que sus madres se las follen.
Matt.- O que se follen a sí mismas.
Prue.- No, ahí te equivocas.
Lambert.- Explícate.
Matt.- Todas las madres quieren que sus hijos se las follen.
Lambert.- No, no, no, a ver, a ver...
Matt.- Lo que digo es que...
Lambert.- No, lo que yo digo es que... ¿cuántos años hay que tener?
Julie.- ¿Para qué?
Lambert.- Para que tu madre te folle.
Matt.- Los que sean, tío, los que sean.
(Todos beben.)
Lambert.- ¿Te ha gustado la cena, cariño?
Julie.- No ha sido como para tirar cohetes.
Lambert.- ¿No?
Julie.- No.
Lambert.- La traigo al mejor garito de la ciudad... me pulo una pasta... y no le parece
que es para tirar cohetes.
Matt.- No olvides que hoy es tu aniversario, por eso estamos aquí.
Lambert.- ¿De qué hablas?
Prue.- Tu aniversario de bodas.
Lambert.- Lo que no olvido es que estamos en el puto restaurante más caro de la
ciudad, y a ella no le parece como para tirar cohetes.
(Richard se acerca a la mesa.)
Richard.- Buenas noches.
Matt.- Buenas noches.
Prue.- Buenas noches.
Julie.- Buenas noches.
Lambert.- Buenas noches, Richard. ¿Qué tal?
Richard.- Perfectamente ¿Han ido al teatro?
Matt.- No, a un espectáculo de danza.
Richard.- Ah, ¿y de qué trataba?
Lambert.- Buena pregunta, joder.
Matt.- No sé qué contestarte.
Richard.- ¿Estuvo bien?
Lambert.- Increíble.
Julie.- ¿Increíble?
Matt.- Ninguno de ellos era la leche.
Richard.- ¿Qué tal la cena?
Matt.- Deliciosa.
Lambert.- Cinco tenedores. De primer orden.
Prue.- Fabulosa.
Lambert.- Pero mi mujer opina que no es para tirar cohetes.
Richard.- (Afectado.) ¿De veras?
Julie.- Me gusta uno de tus camareros.
Richard.- Oh, ¿cuál?
Julie.- Aquel del chalequito de piel.
Lambert.- Se lo quita para servir desayunos.
Julie.- Que ya es más de la ropa que te quitas tú.
Richard.- Estoy encantado de tenerles aquí.
Prue.- Ella dijo que la cena no era como para tirar cohetes. Cierto. Lo dijo. Que estaba
pasada, seca. Dijo... ¿cómo era?... Es mi hermana, ¿sabes?... Dijo, dijo que podría
hacerlo mejor con una mano entre sus piernas... dijo que, dijo que... no, no, en serio,
dijo que podría hacer una salsa más sabrosa que la que había en el plato con tan sólo
mear en él. Y no bromeaba, ¿eh? No, no, no, es mi hermana, y la conozco de toda la
vida, de toda la vida, desde que éramos unas pobres niñitas inocentes, unos bebés, desde
que dormíamos en nuestras cunitas y escuchábamos a mamá cagándose en la puta
madre de papá. Al día siguiente vimos la sangre que regaba las cortinas y... cuando la
niñera estaba en la despensa y... mi hermana y yo... y la niñera estaba en la despensa...
y la criada que debía estar en la despensa estaba en el almacén y el ama de llaves estaba
en la lavandería limpiando las cortinas llenas de sangre. Así es como nos educaron a mi
hermana y a mí y, desde luego que ella podría hacer una salsa mejor que ésta, con sólo
mearse en el plato.
Matt.- Bueno, debo decir, que nos encanta estar aquí.
Lambert.- Nos encanta.
Julie.- Nos, nos, nos encanta.
Matt.- Mucho, mucho.
Richard.- Gracias, de todo corazón.
(Prue se levanta y va hacia Richard.)
Prue.- ¿Puedo darte las gracias? ¿Puedo agradecerte todo esto personalmente? Me
gustaría agradecértelo, a mi modo.
Richard.- No hay porqué.
Prue.- No, no, no, no. Me gustaría hacerlo, a mi manera, de persona a persona.
Julie.- Quiere darte las gracias personalmente.
Prue.- ¿Puedo besarte? ¿En la boca?
Julie.- ¿No es curioso? Yo también quiero besarle en la boca.
(Se levanta y va hacia él.)
Porque he sido mala, y creo que no se me ha entendido bien. Yo nunca dije que no me
gustara tu salsa, me encanta tu salsa.
Prue.- Podríamos besarlo las dos en la boca. A la vez.
Lambert.- O hacerle cosquillas en las nalgas con una pluma.
Richard.- Me complace muchísimo. Muchísimo. Espero verles más tarde.
(Se va. Prue y Julie se sientan. Silencio.)
Matt.- Un tipo encantador.
Lambert.- Esa es la razón por la que éste es el mejor restaurante de toda Europa...
hacen hincapié en mantener un rigor incólume en el criterio que sustenta este sitio, ¿lo
entendéis? Ese criterio excelente se basa en otro criterio excelente, y así en lo sucesivo,
hasta las cotas de su puta madre...
Matt.- Con eso no juega.
Lambert.- ¿Jugar? Pues claro que no... ni aunque le fuera la vida en ello. ¡Se lo toma
muy en serio!
Prue.- Recuerdo a Richard en los viejos tiempos.
Matt.- ¿A qué tiempos te refieres?
Prue.- Cuando era chef.
(El móvil de Lambert suena.)
Lambert.- ¿Quién cojones llama?
(Contesta.)
¡Qué!
(Escucha brevemente.)
¡He dicho que no me llamen! ¡Estoy en mi aniversario de boda, joder!
(Cuelga.)
Gilipollas.

MESA DOS
Suki.- Estoy tan orgullosa de ti.
Russell.- ¿Sí?
Suki.- Yo sé que esa gente es legal. Porque confían en ti. Son buena gente.
Russell.- Sí, lo son.
Suki.- Y por eso cuando los conozca, cuando me los presentes, me tratarán con respeto.
¿O intentarán follarme detrás de un archivador?
(Sonia se acerca a la mesa.)
Sonia.- Buenas noches.
Russell.- Buenas noches.
Suki.- Buenas noches.
Sonia.- ¿Todo bien?
Russell.- Maravilloso.
Sonia.- ¿Todo es de su gusto?
Russell.- Completamente. Este sitio es el Number one hasta donde alcanzo a ver.
Sonia.- Muy agradecida por el cumplido.
Russell.- Lo digo desde las entrañas.
Sonia.- ¿Han ido al teatro?
Suki.- A la ópera.
Sonia.- Oh, ¿de veras? ¿A cuál?
Suki.- Bueno... era como un mogollón que te cagas. La gente cantaba y tal. Una
movida gorda, gorda. Y no dejaban de cantar y eso.
Russell.- (A Sonia.) ¿Puedo preguntarte algo?
Sonia.- Lo que sea.
Russell.- ¿Dónde te has formado?
Sonia.- Es curioso. Todo el mundo me lo pregunta. Parece que a todo el mundo le
interesa y no sé la razón. Les intriga mi formación. Ni idea del porqué. Supongo que lo
que pasa es que... cómo he llegado al cargo que ostento hoy en día... maitresse
d ́hotel... ¿o me equivoco? ¿Esa es la pregunta, verdad? Bueno, nací en Bethnal Green.
Mi madre era quiromasajista. No llegué a conocer a mi padre.
Russell.- Fabuloso.
Sonia.- ¿Querrían probar nuestro pudding de pan con mantequilla?
Russell.- En cantidades industriales.
(Sonia sonríe y se va.)
Russell.- ¿Llegué a hablarte del pudding de pan con mantequilla de mi madre?
Suki.- No, cuenta, por favor.
Russell.- ¿De verdad quieres que te lo cuente? ¿No lo dices por cumplir?
Suki.- Cariño. Dame tu mano. Así. La agarro fuerte. Por favor, cuéntame. Háblame del
pudding de pan con mantequilla de tu madre. ¿Cómo era?
Russell.- Era... como zambullirse en un océano de ambrosía.
Suki.- Que bello. Eres un poeta.
Russell.- Hubo un tiempo en que quise serlo. Pero mi padre no me apoyó. Decía que yo
era gilipollas.
Suki.- Te tenía celos, eso es todo. Eras una amenaza para él. Estaba convencido de que
querías conquistar a su esposa.
Russell.- ¿A su esposa?
Suki.- Ya sabes, ese rollo.
Russell.- ¿Qué rollo?
Suki.- Ya sabes.
(El camarero se acerca a la mesa y les sirve vino.)
Camarero.- ¿Les molesto si interrumpo?
Russell.- ¿Eh?
Camarero.- Digo, que si tienen alguna objeción a que me meta en la conversación.
Suki.- En absoluto.
Camarero.- Es que les oí hablar hace un ratito sobre T. S. Eliot.
Suki.- Ah, nos oíste.
Camarero.- Sí. Y pensé que quizás les interesaría saber que mi abuelo lo conocía
bastante bien.
Suki.- ¿En serio?
Camarero.- No digo que fueran amigos íntimos pero sí que se conocían más que si
fuera sólo de vista. Los conocía a todos de hecho, Ezra Pound, W. H. Auden, C. Day
Lewis, Louis MacNeice, Stephen Spender, George Barker, Dylan Thomas y unos pocos
años atrás se cogía cogorzas con D. H. Lawrence, Joseph Conrad, Ford Madox Ford, W.
B. Yeats, Aldous Huxley, Virginia Wolf y con Thomas Hardy y los suyos. A la vez mi
abuelo se labraba un futuro en la política. Algunos lo veían como un posible Ministro de
hacienda o de defensa pero en vez de eso decidió dirigir unas brigadas en la Guerra
Civil española, aunque tal y como fueron las cosas se fue a los Estados Unidos con su
buen amigo Ernest Hemingway... jugaban al gin rummy hasta el amanecer. También
hizo muy buenas migas con William Faulkner, Scott Fitzgerald, Upton Sinclair, John
Dos Passos... ya se sabe, toda esa panda de Chicago... por no mencionar a John
Steinbeck, Erskine Caldwell, Carson McCullers y otra gente del profundo sur. Lo que
trato de decirles es que, como hombre, mi abuelo trató de rodearse bien, tanto como
pudo. Nunca viajó sin su Biblia de bolsillo o su taco de billar. Tuvo una parcelita bien
grande en la vida intelectual y literaria de los años diez, veinte y treinta. Fue la madrina
de James Joyce.
(Silencio.)
Russell.- ¿Llevas mucho trabajando aquí?
Camarero.- Años.
Russell.- ¿Y seguirás por aquí cuando lo traspasen?
Camarero.- ¿Insinúa que piensan despedirme?
Suki.- No le harían eso a un chico tan encantador como tú.
Camarero.- Les seré honesto de una forma brutal, no creo que lograra recuperarme si
me hicieran algo así. Este lugar es como un útero para mí. Prefiero quedarme en el útero
antes que nacer.
Russell.- No te culpo. La próxima vez que hablemos de T. S. Eliot te enviaré una
invitación.
Camarero.- Eso me haría muy feliz. Gracias. Gracias. Gracias. Son increíblemente
amables.
Suki.- No, tú lo eres.
Camareros.- Amables y llenos de gracia.
(Se va.)
Suki.- Qué chico tan mono.

MESA UNO
Lambert.- No os vais a creer esto. No me vais a creer... y no lo digo sólo porque esté
entre amigos... y sé que se me conoce bien por confiar en mi familia y allegados...
porque saben que les apoyo en primera instancia... confían en mí visceralmente...
desde lo más profundo de su ser me respetan... de otro modo no diría esto. No os
confiaría lo que voy a decir si pensase que me detestáis como a una alimaña... no podría
ser abiertamente sincero si creyese que vosotros creéis que yo soy un montón de mierda.
Si pensase que vosotros querríais verme ahorcado, ahogado o descuartizado... Nunca
podría ser franco u honesto, si así fuera... Jamás...
(Silencio.)
Como iba diciendo, no vais a creerme, una vez me enamoré y la chica de la que me
enamoré me correspondió. Así fue, lo sé.
(Pausa.)
Julie.- ¿Hablas de mí, cariño?
Lambert.- ¿De quién?
Matt.- De ella.
Lambert.- ¿De ella? No, hombre, no jodas. Era una chica con la que solía pasear a la
orilla del río.
Julie.- Lambert se enamoró de mí en un autobús. El trayecto era corto, pero bastó.
Lambert temblaba, de puros nervios, lo recuerdo. (A Prue.) Cuando llegué a casa me
senté en tu cama, ¿verdad?
Lambert.- Daba largos paseos con aquella muchacha por el río. Era joven, y tan
inexperto...
Matt.- Es curioso. Nunca me enteré. Y eso que te conozco bastante bien.
Lambert.- ¿Cómo que me conoces bastante bien? No sabes nada de mí. ¿Quién coño te
crees que eres?
Matt.- Tu hermano mayor.
Lambert.- Estoy hablando de amor, tío. Amor del de verdad, me cago en la puta, de
caminar por la orilla del río cogidos de la mano.
Matt.- Lo vi el día que nació. ¿Sabéis lo que parecía? Un alcohólico, todo hecho pis
encima. No se mantenía en pie ni nada.
Julie.- Temblaba como una hoja en el otoño aquel día en el autobús. Nunca lo olvidaré.
Prue.- Estaba en casa cuando llegaste. Recuerdo lo que dijiste. Entraste en mi cuarto.
Te sentaste en mi cama.
Matt.- ¿Qué dijo?
Prue.- Normal, somos hermanas.
Matt.- ¿Y qué dijo?
Prue.- No lo olvidaré nunca. Te sentaste en mi cama. ¿Recuerdas?
Lambert.- Aquella chica estaba enamorada de mí... trato de contároslo.
Prue.- ¿Recuerdas lo que me dijiste?

MESA DOS
Richard se acerca a la mesa.
Richard.- Buenas noches.
Russell.- Buenas noches.
Suki.- Buenas noches.
Richard.- ¿Todo bien?
Russell.- De primera.
Richard.- Eso me alegra.
Suki.- ¿Puedo decir algo?
Richard.- Desde luego.
Suki.- Todo el mundo es tan feliz en su restaurante, hombres, mujeres. Usted hace a la
gente feliz.
Richard.- Nos gusta pensar que brindamos una brizna de alegría a nuestros clientes.
Russell.- Pues lo consiguen. Por ejemplo, mírenme a mí. Mírenme. Básicamente, mi
personalidad es la de un trastornado, soy lo que la gente suele llamar un psicópata. (A
Suki.) ¿A que sí?
Suki.- Sí.
Russell.- Pero cuando me siento en estas sillas, súbitamente mis tendencias sociópatas
se esfuman. No tengo la necesidad de exterminar a cada ser que veo, no tengo ganas de
ponerle una bomba en el culo a todo el mundo. Percibo algo completamente distinto, un
sentido de equilibrio, de armonía, amo a todos los comensales. Algo muy poco común
en mí. Normalmente siento unos deseos irremediables de exterminio hacia cualquier
persona que se me cruce. Pero aquí siento amor. ¿Cómo se explica?
Suki.- Será por el ambiente.
Richard.- Sí, nuestra ambientación se basa en todo aquello que no puede definirse.
Russell.- Cierto.
Suki.- Es intangible. Tiene mucha razón.
Russell.- Totalmente de acuerdo.
Richard.- Algo de lo que te sabes parte sin saber concretamente qué es.
Russell.- Yo tuve un profesor que nos hablaba de los distintos ambientes que nos
rodean. Vivía en una casita en un pueblo pequeño pero jamás nos invitó a tomar té.
Richard.- Es curioso que lo mencione, yo crecí en un pueblito también.
Suki.- ¿En serio?
Richard.- Sí, ¿no es extraño? En una casita en el campo.
Russell.- ¿En el campo campo?
Richard.- Recuerdo que mi padre me llevó una vez al bar del pueblo. Yo era así de alto.
Muy crío como para pedirme una pinta de cerveza, claro. Me dedicaba a observarlo
todo. Había unas vigas negras.
Russell.- ¿En el techo?
Richard.- Sosteniéndolo. Los viejos fumaban pipas, no había música, rollitos de queso.
Pepinillos, felicidad. Creo que este restaurante, al que tan amablemente ustedes tratan,
está inspirado en aquel bar de mi niñez. Espero que se hayan percatado de los pepinillos
con que les obsequiamos nada más tomar asiento.
Suki.- ¡Oh! ¡Qué idea tan genial!
Richard.- Sí. Creo que el concepto de este restaurante se basa en aquella taberna de mi
niñez.
Suki.- Qué conmovedor.

MESA UNO
Lambert.- Levanto mi copa.
Matt.- ¿Por?
Lambert.- Por mi mujer. Hoy, en este día de nuestro aniversario.
Julie.- ¡Cariño! ¡Te has acordado!
Lambert.- Quiero hacer un brindis, brinden conmigo, por mi mujer.
Julie.- Estoy impactada, de verdad, no sé qué decir, quiero daros las...
Lambert.- ¡Levanta tu puta copa y cierra la boca de una puta vez!
(Pausa.)
Julie.- Pero cariño, eso es un ataque directo. Normalmente no los hace, suele dar rodeos
con palabras dulces, pero esto no es normal. ¿Qué te pasa mi amor? Está resfriado, va a
ser por eso.
Lambert.- Quiero que todos brindemos por nuestro aniversario. Hemos estado casados
muchísimos más años de los que puedo recordar.
Prue.- Salud.
Matt.- Salud.
Julie.- Nuestros hijos no comparten esto con nosotros. Cuando eran unos niños
pasábamos mucho tiempo con ellos, cuidándolos.
Prue.- Lo sé.
Julie.- Jugando.
Prue.- Dándoles de comer.
Julie.- Ejerciendo de madres.
Prue.- Siempre me quisieron a mí más que a él.
Julie.- Los míos también. Yo era su diversión, su madre.
Prue.- Sí, yo también. Era la madre de mis hijos.
Matt.- No tienen memoria.
Lambert.- ¿Quiénes?
Matt.- Los niños. No tienen memoria. No se acuerdan de nada. No se acuerdan de
quienes son su padre y su madre. Un enorme agujero negro. No se acuerdan ni de sus
propias vidas.
(Sonia se acerca a la mesa.)
Sonia.- ¿Todo bien?
Julie.- Perfecto.
Sonia.- ¿Estuvieron en la ópera?
Julie.- No.
Prue.- No.
Sonia.- ¿En el teatro?
Prue.- No.
Julie.- No.
Matt.- Estamos de celebración.
Sonia.- ¡Dios mío! ¡Un cumpleaños!
Matt.- No. Un aniversario.
Prue.- Mi hermana y su esposo. Es el aniversario de su boda. Yo fui su dama de honor.
Matt.- Yo el padrino.
Lambert.- Yo el que estuvo a punto de follársela en el altar, pero justo entonces me
pararon.
Sonia.- ¿De veras?
Matt.- Lo detuve, ya tenía la cremallera bajada y todo y le tuve que dar una patada en el
culo. Hubiese sido un escándalo. La prensa mundial estaba en la puerta.
Julie.- Siempre fue tan impetuoso...
Sonia.- Que de gente tan variopinta hay en el restaurante.
Prue.- Sí que la hay, sí.
Sonia.- Sí, sí. Gente de todos lados. De todo el mundo. Suelo decir que no hace falta
hablar un idioma en concreto para saborear la buena cocina, ¿verdad? Es como el sexo,
¿verdad? No tienes que ser de ningún lado en particular para disfrutar con el sexo.
Conozco a belgas que disfrutan con el sexo. E incluso húngaros.
Lambert.- Sí, una vez conocí a un tipo de Venezuela.
Matt.- ¿Y le gustaba el sexo?
Lambert.- ¿El sexo?
Sonia.- Una vez conocí a un hombre de Marruecos y estaba muy interesado en el sexo.
Julie.- ¿Qué le pasó?
Sonia.- Me pone muy triste. Creo... creo que voy a llorar.
Prue.- Pobrecita. ¿Te abandonó?
Sonia.- Murió. En los brazos de otra. Mientras trabajaba. ¿Ven cuan trágica es mi
existencia?
(Pausa.)
Matt.- Yo sí que lo veo. No sé los demás.
Julie.- Yo sí.
Prue.- Yo también.
Sonia.- Que disfruten la velada.
(Se va.)
Lambert.- Es una mujer encantadora.
(El camarero se acerca a la mesa y les sirve vino.)
Camarero.- ¿Les importa que interrumpa?
Matt.- ¿Cómo?
Camarero.- ¿Les importa que me meta en la conversación?
Matt.- Tú mismo.
Camarero.- Es que hace un ratito escuché que hablaban sobre el Hollywood de los años
treinta.
Prue.- Oh, ¿nos escuchaste?
Camarero.- Sí, y pensé que quizás les gustaría saber que mi abuelo vivió algunos
buenos momentos con muchas de las estrellas clásicas del cine de aquellos años. Iba por
ahí con Clark Gable y Elisha Cook Jr. Y fue uno de los pocos ingleses en darse un
revolcón con Hedy Lamarr.
Julie.- ¡No!
Lambert.- ¿Cómo era en la cama?
Camarero.- Deliciosa, en sus propias palabras.
Julie.- Seguro que lo era.
Camarero.- También me hablaba de la mafia irlandesa de Hollywood. Existía una
íntima conexión entre algunas de las estrellas irlandesas más rutilantes del momento y
esta mafia. Al Capone y Victor Mature por ejemplo. Irlandeses los dos. También
estaban John Dillinger y Gary Cooper. Pero esos eran judíos.
(Silencio.)
Julie.- Da que pensar, ¿no crees?
Prue.- Pues sí.
Lambert.- ¿Ves a aquella chica en esa mesa? La conozco. Me la follé cuando ella tenía
dieciocho años.
Julie.- ¿Dónde? ¿En la orilla de un río?
(Lambert saluda con la mano a Suki. Suki le devuelve el saludo. Suki le susurra algo a
Russell, se levantan y van hacia la mesa de Lambert.)
Suki.- ¡Lambert! ¡Eres tú!
Lambert.- ¡Suki! ¡Me recuerdas!
Suki.- ¿Y tú a mí?
Lambert.- ¿Que si te recuerdo? ¡Que si te recuerdo!
Suki.- Es mi esposo Russell.
Lambert.- Hola Russell.
Russell.- Hola Lambert.
Lambert.- Esta es mi esposa Julie.
Julie.- Hola Suki.
Suki.- Hola Julie.
Russell.- Hola Julie.
Julie.- Hola Russell.
Lambert.- Y este es mi hermano Matt.
Matt.- Hola Suki, hola Russell.
Suki.- Hola Matt.
Russell.- Hola Matt.
Lambert.- Mi esposa Prue. Es la hermana de Julie.
Suki.- ¡No!
Prue.- Sí, y ellos dos son hermanos.
Suki.- ¡No!
Russell.- Hola Prue.
Prue.- Hola Russell.
Suki.- Hola Prue.
Prue.- Hola Suki.
Lambert.- Sentaos. Hagamos hueco. Bebed algo.
(Se sientan.)
¿Qué van a tomar?
Russell.- Un trago de ese vino tinto haría milagros en mí.
Lambert.- ¿Suki?
Russell.- Lo mismo para ella.
Suki.- (A Lambert.) ¿Sigues obsesionado con la jardinería?
Lambert.- ¿Yo?
Suki.- (A Julie.) Cuando lo conocí estaba absolutamente ofuscado con la jardinería.
Lambert.- Bueno, sí, moderadamente.
Julie.- Le gusta la hierba.
Lambert.- Eso es verdad. Me encanta la hierba.
Julie.- La verde.
Suki.- ¿Y las flores? ¿Te siguen volviendo tan loco?
Julie.- Las adora. El otro día llenó un bote de pis y luego lo echó encima de unas lilas.
Russell.- Mi padre era jardinero.
Matt.- ¿Y tu abuelo?
Russell.- No, mi padre.
Suki.- Es verdad, lo era. Siempre iba de aquí para allá con un cortador de césped.
Lambert.- ¿Sobre el asfalto?
Russell.- Él era así.
Matt.- ¿Y tu abuelo?
Russell.- No tengo abuelos.
Julie.- Es curioso, cuando conociste a mi marido te pareció que estaba obsesionado con
la jardinería. Yo siempre pensé que estaba obsesionado con los culos.
Suki.- ¿Sí?
Prue.- Sí, sí, un absoluto forofo.
Matt.- ¿Cómo... cómo sabes eso?
Prue.- Ay, no te preocupes, lo pasado pasado está.
Matt.- ¿A qué te refieres?
Suki.- A veces pienso que el pasado no es pasado sino presente.
Russell.- ¿Qué quieres decir?
Julie.- ¿Algo así como que ayer es hoy?
Suki.- ¿A ti también te pasa?
Julie.- Sí.
Matt.- Gilipolleces.
Julie.- No me gustaría vivir otra vez, con una es más que suficiente.
Lambert.- A mí sí me gustaría repetir. De hecho voy a empeñarme en ello. Voy a
regresar como una persona mejor, más civilizada, más amable, más humana.
Julie.- Imposible.
(Pausa.)
Prue.- ¿Dónde os conocisteis, Lambert y Suki?
Russell.- Detrás de un archivador.
(Silencio.)
Julie.- ¿Qué es un archivador?
Russell.- Una cosa en la que te metes detrás.
(Pausa.)
Lambert.- No, yo no. Te equivocas de hombre. Estoy de acuerdo con mi mujer. No sé
ni cómo será un archivador de esos. No lo reconocería ni aunque me topase con uno a la
vuelta de la esquina.
(Pausa.)
Julie.- ¿A qué te dedicas, Suki?
Suki.- Soy profesora de primaria.
Prue.- ¿Colegio mixto?
Suki.- ¿Y tú?
Prue.- Oh, Julie y yo, hacemos obras de caridad.
Russell.- Que trabajo tan exigente, ¿no?
Julie.- Sí, día y noche, ¿verdad?
Prue.- Hay tanto por hacer...
Matt.- (A Russell.) ¿Tú eres banquero, no?
Russell.- Exacto.
Matt.- (A Lambert.) Es banquero.
Lambert.- Y con un gran porvenir. Se le ve.
Matt.- Eso espero, eso espero.
Lambert.- ¿Cómo has sabido que era banquero?
Matt.- Por cómo se desenvuelve.
Lambert.- Ah, claro.
Suki.- ¿Y vosotros dos?
Lambert.- ¿Nosotros?
Suki.- Sí.
Lambert.- Somos... nos dedicamos a la estrategia. Matt y yo. Especialistas en
estrategia.
Matt.- Especialistas en estrategia.
Lambert.- No llevamos pistola.
(Matt y lambert se ríen.)
¡No nos hace falta!
Matt.- Somos especialistas en estrategia, pero pacíficos.
Lambert.- Alrededor del mundo. Mantenemos la paz.
Russell.- Maravilloso.
Lambert.- ¿Eh?
Russell.- Increíble. Hacen falta más como vosotros.
(Pausa.)
Más gente como vosotros. Tomando responsabilidades. Encargándose de los asuntos.
Manteniendo la paz. Fortaleciéndola. Fortaleciéndola. Más gente como tú y como tú.
Creo que voy a hablar con mi banco. Voy a irme a otro de más empaque. Voy a tener
una pequeña charla, sí, ya lo creo. Les llamaré para comer. Conozco un restaurante
perfecto. Todas las camareras tienen unas tetas así de grandes.
Suki.- ¿No estás llevando el asunto de las tetas demasiado lejos?
Russell.- La que lleva las tetas demasiado lejos eres tú.
(Pausa.)
Lambert.- Cuidado. Estás hablando de tu mujer.
Matt.- Muestra un poco de respeto.
Lambert.- Respétala, sólo pedimos eso.
Matt.- No es mucho pedir.
Lambert.- Pero es determinante.
(Pausa.)
Russell.- ¿Cómo está el negocio de la consultoría estratégica hoy en día?
Lambert.- Muy bien, chico, muy bien.
Matt.- Muy bien. Estamos a punto de recibir un cargamento con uno de los mejores tés
de la China.
(Richard y Sonia se acercan a la mesa con una botella del mejor champán. El camarero
llega con una bandeja llena de copas. Todos se quedan boquiabiertos.)
Richard.- Para celebrar el más entrañable de los aniversarios de bodas.
(Matt observa la etiqueta de la botella.)
Matt.- Es de primerísima calidad.
(Abren la botella. Richard sirve.)
Lambert.- ¡Lo mejor para el padrino!
Julie.- Lo mejor para nosotras.
Prue.- Las mujeres siempre ganamos.
Suki.- Me alegra saberlo.
Prue.- La mujer siempre gana.
(Richard y Sonia levantan sus copas.)
Richard.- Por la pareja feliz. Que Dios os bendiga. Que Dios os bendiga a todos.
Todos.- Salud. Salud...
Matt.- Que restaurante tan fabuloso.
Sonia.- Bueno, nos esforzamos. Nos esforzamos para que así sea y ahí reside la
diferencia. He de admitirlo.
(Lambert se levanta y se les acerca.)
Lambert.- Lo que decís significa mucho para mí. Dejadme abrazaros.
(Abraza a Richard.)
Y déjame darte un abrazo a ti también.
(Abraza a Sonia.)
Todo esto es tan extraño. Normalmente estas cosas no pasan. La gente, de normal,
guarda las distancias con los demás. Es un hecho. Yo qué sé, cualquier persona,
cualquier persona no sabe nada sobre la existencia de otra persona, ¿entendéis?
Matt.- Claro.
Lambert.- Pongamos una persona al azar. Pues bien, esa persona no sabe nada sobre
cualquier otra. Me he dado cuenta de eso.
Sonia.- (A Julie y Prue.) Que ustedes dos sean hermanas es algo que me ha tocado el
alma. Yo tuve una hermana. Pero se casó con un extranjero y jamás la volví a ver.
Prue.- Oh, pero algunos extranjeros no son del todo malos.
Sonia.- Sí, si en realidad son encantadores, lo digo de veras. Mucha gente de la que hay
hoy aquí son extranjeros. El marido de mi hermana tenía un encanto arrebatador, pero
tenía bigote. Tuve que darle un beso en la boda. Fue horrible. Tengo la piel muy
delicada.
Camarero.- ¿Les importa si interrumpo?
Richard.- ¿Perdón?
Camarero.- ¿Les importa que me meta en la conversación?
Richard.- ¿A qué te refieres?
Camarero.- Les escuché decir algo del imperio austro-húngaro hace un rato y me
preguntaba si quizás no habrían oído hablar sobre mi abuelo. Era amigo íntimo del
archiduque y una vez estuvo tomando té con Benito Mussolini. Jugaban todos juntos al
poker, Winston Churchill también, claro, menudo era. Una cosa peculiar de mi abuelo
era que las palmas de sus manos siempre le ardían. Tuvo una vida muy azarosa. Se
enamoró de la que luego resultó ser mi abuela, pero la perdió. Desapareció, creo, en una
tormenta de arena. En el desierto o algo así. Mi abuelo era todo lo que un hombre
querría ser entonces. Era alto, moreno, guapo. Lleno de bondad. Una vez le echó una
mano a un lisiado que arrastraba sus tripas sobre el fango. Lo levantó, le enseñó el
camino, le dio una dirección a seguir. En ese sentido era como Jesucristo. También fue
muy sociable. Le encantaba juntarse con los suyos, W. B. Yeats, T. S. Eliot, Igor
Stravinsky, Picasso, Ezra Pound, Bertolt Brecht, Don Bradman, Los Platters, Franz
Kafka y Abott y Costello. Él conoció a esta gente cuando ellos estaban solos, aislados,
cuando luchaban contra los elementos y las fuerzas de la naturaleza, cuando sufrían
inmensas heridas en su cuerpo, en sus estómagos, en sus piernas, en sus ojos, sus
gargantas, sus pechos, sus pelotas...
Lambert.- (Se levanta.) Richard, ¡Que cena!
Richard.- Me hace muy feliz.
(Lambert abre su cartera y desenrolla un fajo de billetes. Le da dos a Richard.)
Lambert.- Esto es para ti.
Richard.- No, de verdad, que no...
Lambert.- No, no, eso es para ti. (A Sonia.) Y esto para ti,
Sonia.- Oh, no, por favor...
(Lambert le mete los billetes por el escote.)
Lambert.- ¿Los pongo aquí?
(Sonia sonríe.)
No, te voy a decir algo... ¿Llevas liguero?
(Sonia sonríe.)
Ponlos en tu liguero. (Al camarero.) Aquí tienes hijo. Tú sabrás qué haces con ellos.
(Le pone un billete en el bolsillo.)
Que cena. Que restaurante. El mejor del país.
Matt.- Del mundo diría yo.
Lambert.- Exacto. (A Richard.) La cuenta es mía.
Russell.- No, no, por favor, no...
Lambert.- Es mi aniversario de bodas, ¿o no? (A Richard, refiriéndose a Suki.) ¡Eh! Su
cuenta es mía.
Julie.- (Refiriéndose a Russell.) Y la suya.
Lambert.- Ambas, ambas cuentas son mías. De todos modos...
(Abraza a Suki.)
Por los viejos tiempos, ¿eh?
Suki.- Vale.
Richard.- ¿Los veré por aquí pronto?
Matt.- Cuenta con ello.
Sonia.- Nos vemos pronto.
Prue.- Desde luego.
Sonia.- ¿En la próxima celebración?
Julie.- Desde luego.
Lambert.- Quedan muchas cosas por celebrar. Contad con ello.
Matt.- Muchas, muchas.
Lambert.- Ya lo creo.
(Matt chasquea dedos.)
Matt.- Como... Me tocaste los cojones
A las diez de la mañana
Y antes de la medianoche
Ya te tenía preñada
(Lambert se le une, chasqueando dedos igual que Matt.)
Lambert y Matt.- El albañil de mi pueblo
Tapa las rajas con yeso.
Lambert.- Pero para tapar la tuya
Otro material yo empleo.
(Lambert y Matt ríen. Suki y Russell se acercan a su mesa para coger sus enseres
personales.)
Suki.- Que amable por su parte invitarnos.
Russell.- Por algo será
Suki.- No creo. Bueno le gustaba mi... oh... ya sabes.
Riussell.- ¿Tú qué?
Suki.- Mi... ya sabes.
Lambert.- Que velada tan espléndida.
Julie.- Fabulosa.
Richard.- Nos vemos pronto.
Sonia.- Espero, en breve.
Matt.- Vendré a desayunar mañana mismo.
Sonia.- ¡Perfecto!
Prue.- Nos vemos pronto.
Sonia.- Pronto, pronto.
Julie.- Ha sido una noche maravillosa.
Sonia.- Espero verles pronto.
Russell.- Igualmente.
Suki.- Igualmente.
(Salen.)
Julie.- (Desde fuera.) Un placer conoceros.
Suki.- (Desde fuera.) Encantada de conoceros.
(Silencio.)
(El camarero se queda solo.)
Camarero.- Cuando era niño mi abuelo me llevaba a los acantilados para mirar el mar.
Me compró un telescopio. Creo que ya no se usan. A veces miraba por él y veía un
barco. El barco parecía enorme a través de la lente del telescopio. Veía a gente en el
barco a través del telescopio. Un hombre, a veces, y una mujer, o a veces dos hombres.
El mar resplandecía.
Mi abuelo me enseñó lo misteriosa que puede ser la vida. Aun hoy lo veo. Pero no soy
capaz de encontrar la puerta para salir. Mi abuelo sí. Y la cruzó. La dejó atrás y jamás se
dio la vuelta.
Hizo muy bien.
Ahora quiero hacer una última interrupción.
(Permanece quieto.
Oscuro lento.)