GAS
ESPECTÁCULO
EN CINCO ACTOS
Georg
Kaiser
Multimillonario.
— Pero la verdad más profunda sólo la encuentra algún individuo
aislado. Y entonces es ella tan (monstruosa, tan grotesca, tan
extravagante, que se hace infecunda.
G.
KAISER: EL CORAL.
PERSONAJES:
El
señor blanco
Hijo
del multimillonario
Hija
Oficial
Ingeniero
Primer
señor negro
Segundo
señor negro
Tercer
señor negro
Cuarto
señor negro
Quinto
señor negro
Representante
del Gobierno
Escribiente
Primer
obrero
Segundo
obrero
Tercer
obrero
Muchacha
Mujer
Madre
Capitán
Sección
de Ametralladoras.
Obreros.
PRIMER
ACTO
Un
aposento cuadrangular; la pared del fondo es de cristales. Despacho
del Hijo del multimillonario. A derecha e izquierda, en los
muros, desde el pavimento al techo, pizarras donde se leen cálculos.
A la izquierda, una amplia mesa de escritorio con un sillón de
mimbre. Al lado, otro sillón. Una mesa pequeña de escritorio a la
derecha. Fuera, chimeneas apretadas, como lanzas, que vomitan en
chorros desmelenados juego y humo.
Suena
una música de baile dentro de la casa. En la mesa de escritorio, a
la derecha, el joven Escribiente.
Entra
El señor blanco por la izquierda. Cierra la puerta sin ruido, avanza
sin ruido. Después de dar un vistazo al aposento se dirige al
Escribiente; poniéndole la mano sobre el hombro.
El
señor blanco. — ¿Música?
Escribiente.
— (Vuelve, asustado, la cara hacia él.)
El
señor blanco. — (Atendiendo hacia el techo, con un gesto
afirmativo.) ¿Vals?
Escribiente.
— ¿Cómo viene usted?...
El
señor blanco. — Sin llamar la atención lo más mínimo. Cierto
silencio... conseguido por unas medias suelas de goma. (Se sienta en
el sillón junto a la mesa de escritorio. Cruza las piernas.) El
jefe... ¿ocupado? ¿Arriba?
Escribiente.
— ¿Qué... desea usted?
El
señor blanco. — ¿Reunión de baile?
Escribiente.
— (Siempre con fría precipitación.) Arriba... hay boda.
El
señor blanco. — (Jugueteando con los dedos.) ¿El jefe? ¿O...?
Escribiente.
— La hija... con el oficial.
El
señor blanco. — Entonces, desde luego, por el momento, es
indispensable... el jefe... ¡El jefe!
Escribiente.
— Aquí no hay ningún... jefe.
El
señor blanco. — (Volviéndose hacia él, rápidamente.) Eso es
interesante... Supuesto que usted no es ducho en cálculos sutiles,
eso que hay allí... ¿escalas de salarios?
Escribiente.
— Aquí no hay escalas de salarios.
El
señor blanco. — Usted acumula con rapidez los momentos
conmovedores. Eso arrastra como un torbellino hacia el centro de las
cosas. (Señalando por la ventana.) ¿Este establecimiento de
gigantescas dimensiones, en plena actividad, explotando... sin jefe,
sin escalas de salarios?
Escribiente.
— Trabajamos... y repartimos.
El
señor blanco. — (Señalando a las paredes.) ¿La fórmula?
(Levantándose y leyendo las tablas.) Tres grados. Hasta treinta,
primera cuota; hasta cuarenta, segunda cuota. Más allá de
cuarenta, cuota tercera. Un simple ejemplo de cálculo: distribución
de la ganancia, según los años de vida. (Dirigiéndose hacia el
Escribiente.) Un invento del jefe... que no quiere serlo.
Escribiente.
— ¡Porque no quiere ser más rico que los otros!
El
señor blanco. — ¿Era rico?
Escribiente.
— ¡Es el hijo del multimillonario!
El
señor blanco. — Llegó hasta la periferia de la riqueza, y se
vuelve hacia el centro..., hacia el corazón...Y vosotros,
¿trabajáis?
Escribiente.
— Cada uno llega hasta lo último.
El
señor blanco. — ¡Si uno participa de la ganancia total!
Escribiente.
— Por eso trabajamos aquí más que nadie en la tierra.
El
señor blanco. — ¿Corresponde el producto a vuestra especial
actividad?
Escribiente.
— ¡Gas!
El
señor blanco. — (Sopla en la mano hueca.)
Escribiente.
— (Con ardimiento.) ¿No sabe usted nada del gas que fabricamos?
El
señor blanco. — (Sigue haciendo lo mismo.)
Escribiente.
— Han sido superados el carbón, los saltos de agua. La nueva
energía mueve nuevos millones de máquinas con un impulso más
potente. Nosotros lo creamos. ¡Nuestro gas alimenta la técnica del
mundo!
El
señor blanco. — (En la ventana.) Día y noche... ¿Fuego y humo?
Escribiente.
— ¡Han sido logrados los últimos frutos de nuestro trabajo!
El
señor blanco. — (Retrocediendo.) ¿Es porque la pobreza está ya
abolida?
Escribiente.
— ¡Nuestro inmenso esfuerzo crea!
El
señor blanco. — ¿Es porque se distribuyen las ganancias?
Escribiente.
— ¡Gas!
El
señor blanco. — (Junto a él.) Y si el gas, una vez...
Escribiente.
— El trabajo no puede detenerse una sola hora. Trabajamos para
nosotros.. . No para bolsillos ajenos. No hay pereza...No hay
huelga. La fábrica funciona sin interrupción. ¡El gas nunca
faltará!
El
señor blanco. — ¿Y si el gas, alguna vez...estalla?
Escribiente.
— (Le mira con sobresalto.)
El
señor blanco. — ¿Qué sucede entonces?
Escribiente.
— (Ha enmudecido.)
El
señor blanco. — (Le habla soplándole en la cara.) ¡El terror
blanco! (Se yergue y escucha hacia arriba.) ¿Música? (Se detiene en
mitad del camino hacia la puerta.) ¿Vals? (Sale sin hacer ruido.)
Escribiente.
— (Con inquietud creciente, se encorva sobre el aparato del
teléfono. Casi gritando.) ¡El ingeniero! (Corren despavoridas
sus miradas de la puerta de la derecha a la de la izquierda.)
Ingeniero.
— (De frac, desde la derecha.) ¿Qué?
Por la
izquierda, obreros azorados vestidos de blusones blancos.
Escribiente.
— (Con el brazo extendido hacia el Ingeniero.) ¡Allí!...
Ingeniero.
— (Al Obrero.) ¿Me busca usted a mí?
Obrero.
— (Vacilando.) Quería buscarle.
Ingeniero.
— ¿Telefoneaba usted llamándome?
Escribiente.
— Porque...
Ingeniero.
— ¿Recibió usted noticias?
Escribiente.
— (Moviendo la cabeza. Por el Obrero.) El...
Ingeniero.
—... pronto viene.
Escribiente.
—... ¡debía venir!
Ingeniero.
— (Lleno de perplejidad.) ¿Que ha ocurrido?
Obrero.
— Se colorea el gas en el manómetro.
Ingeniero.
— ¿Se colorea?
Obrero.
— Hasta ahora sólo es un suave matiz.
Ingeniero.
— ¿Y crece?
Obrero.
— Visiblemente.
Ingeniero.
— ¿La coloración?
Obrero.
— Un rosa claro.
Ingeniero.
— ¿No se engaña usted?
Obrero.
— He observado con absoluta atención.
Ingeniero.
— Desde hace...
Escribiente.
— (Precipitándose.) Diez minutos.
Obrero.
— Sí.
Ingeniero.
— ¿Quién se lo cuenta a usted?
Escribiente.
— ¿No debe usted avisar allá arriba?
Ingeniero.
— (Telefonea.) Ingeniero... Informe de la estación del control...
Manómetro presenta una coloración... Me encargo personalmente del
control. (Al Obrero.) Venga usted. (Ambos se marchan por la
izquierda.)
Escribiente.
— (Alza de pronto los brazos al cielo y corte gritando por la
izquierda.) ¡No tenéis salvación!... ¡No tenéis salvación!
(Sale.) El Hijo del multimillonario —de sesenta años de edad— y
el Oficial de levita roja, vienen por la derecha.
Oficial.
— ¿Hay motivo serio para perder la calma?
Hijo
del multimillonario. — Espero aún el informe del ingeniero.
En todo caso, me parece bien que os vayáis. Quería, con todo,
hablarte de la fortuna que mi hija te aporta. (Busca un libro en la
mesa del escritorio.)
Oficial.
— Te estoy agradecido.
Hijo
del multimillonario. — A mí nada me debes. Procede de la línea
materna. Puede ser de consideración. Me falta inteligencia para esos
cálculos.
Oficial.
— Un oficial está obligado...
Hijo
del multimillonario. — Os queréis... Y no opongo ninguna
objeción.
Oficial.
— Velaré por tu hija que hoy me confías, por mi honor.
Hijo
del multimillonario. — (Abriendo el libro.) Éste es el índice
de los valores, con el punto donde están depositados. Elegid un
banquero experto y seguid sus consejos confiadamente... Es preciso.
Oficial.
— (Lee. Incorporándose, asombrado.) Desde luego, esto es asunto
para un banquero.
Hijo
del multimillonario. — ¿Porque es un gran capital? No lo digo por
eso.
Oficial.
— Habla, por favor.
Hijo
del multimillonario. — Lo que tenéis ahora, lo tendréis también
después. De mí no podéis esperar nada. Ni ahora...ni mis adelante,
yo no dejo herencia alguna. Mis principios son, en general, bastante
conocidos. Tú ya estás enterado.
Oficial.
— Difícil será que lleguemos a tal extremo.
Hijo
del multimillonario. — No se puede saber... Por un lado se amontona
dinero, por otro se derrocha. Las situaciones fundadas en eso son
siempre inseguras. Sólo he querido decir esto para no sentirme
alguna vez razonable. Tú te casas con la hija de un obrero... ¡No
soy otra cosa! No te lo oculto: me hubiera gustado más que la madre
no hubiera dejado ninguna fortuna a mi hija. Pero sólo tengo poder
en mi esfera, y a nadie quiero empujar dentro de ella por la fuerza.
Ni aun a mi hija.
Hija.
— (En traje de viaje, desde la derecha.) ¿Por qué razón tenemos
que viajar?
OFICIAL.
—- (Le besa la mano.) Estás aún muy sofocada del baile.
Hijo
del multimillonario. — No quisiera que tu fiesta terminase con una
disonancia. (Ante su ademán de susto.) El peligro acabará
pronto, pero eso exige todo nuestro esfuerzo.
Hija.
— (Hacia la ventana.) ¿Abajo, en la fábrica?
Hijo
del multimillonario. — Más tarde, quizá no pudiera despedirte.
Hija.
— ¿Tan grave es la cosa?
Oficial.
— Hemos tomado medidas para evitarla.
Hijo
del multimillonario. — (Tomando las manos de su hija.) ¡Feliz
viaje! Te has desprendido hoy de mi nombre. Nada se pierde con eso.
Soy un hombre muy sencillo. No llego al lujo de tu nuevo nombre.
¿Debes borrarte dentro de mí, cuando te marches?
Hija.
— (Le mira con aire interrogante)
Oficial,
— ¿Cómo puedes hablar así?
Hijo
del multimillonario. — No sigo en la confusión de vuestro
error.
HIJA. —
Pero voy a volver.
Hijo
del multimillonario. — ¡Quién sabe si podré aguardar tu vuelta!
(Interrumpiéndose.) Voy a rogar a los invitados que se vayan. Besa
la frente de su hija. Da la mano al Oficial. La Hija sigue aún
aturdida, el Oficial la conduce hacia la izquierda. Salen los dos.
Hijo
del multimillonario. — (Por teléfono.) Propague usted por la sala
que un accidente de la fábrica interrumpe la fiesta. Es conveniente
abandonar cuanto antes el recinto de la fábrica. Cesa la música. El
Ingeniero, por la izquierda, con el blusón sobre el frac,
terriblemente excitado.
Ingeniero.
— (Gritando.) Informe de la estación del control. El gas se
colorea por momentos, cada vez más. Dentro de unos minutos. ..,
si sigue así, llegará... ¡al rojo vivo!
Hijo
del multimillonario. — ¿Hay algún desperfecto en las máquinas?
Ingeniero.
— Todo marcha normalmente.
Hijo
del multimillonario. — ¿Alguna falta en el material?
Ingeniero.
— No dejamos de analizar ninguna materia prima antes de la
mezcla.
Hijo
del multimillonario. — ¿Dónde está, pues, el error?
Ingeniero.
— (Temblando fuertemente.) ¡En... la fórmula!
Hijo
del multimillonario. — ¿Su fórmula...no... es exacta?
Ingeniero.
— ¡Mi fórmula... no es exacta!
Hijo
del multimillonario. — ¿Usted lo sabe?
Ingeniero.
— ¡Ahora!
Hijo
del multimillonario. — ¿Conoce usted el error?
Ingeniero.
— ¡No!
Hijo
del multimillonario. — ¿No lo encuentra usted?
Ingeniero.
— ¡El cálculo... está bien!
Hijo
del multimillonario. — Y, a pesar de eso, ¿se colorea el
manómetro?
Ingeniero.
— (Se deja caer en el sillón, junto a la mesa del escritorio.
Nerviosamente, a cortas sacudidas, rasguea en el papel.)
Hijo
del multimillonario. — ¿Funciona el timbre de alarma?
Ingeniero.
— (Sin interrumpirse.) ¡Todas las campanas suenan ya desde hace
buen rato!
Hijo
del multimillonario. — ¿Queda bastante tiempo para la retirada?
Ingeniero.
— Los coches de transporte corren ya fuera de la fábrica.
Hijo
del multimillonario. — ¿Hay disciplina?
Ingeniero.
— ¡Ejemplar!
Hijo
del multimillonario. — (Sumamente excitado.) ¿Están todos
fuera?
Ingeniero.
— (Se levanta, brusco; se yergue rígido ante él.) He cumplido con
mi deber. La fórmula es clara. Sin fracción.
Hijo
del multimillonario. — (Como aturdido.) ¿No encuentra usted el
error?
Ingeniero.
— Nadie lo averiguará. Nadie puede. Ningún cerebro calcula con
más exactitud. ¡El último cálculo está resuelto!
Hijo
del multimillonario. — Y ¿no es exacto?
Ingeniero.
—- ¡Sí... y no! Hemos llegado al límite. ¡Es exacto... y no lo
es! Más allá no hay ya cálculo posible. ¡Es exacto...y no es
exacto! Eso se sigue calculando por sí mismo, y se vuelve
contra nosotros. Es exacto...y no es exacto.
Hijo
del multimillonario. — ¿El gas?...
Ingeniero.
— ¡...Sangra en el manómetro! ¡A lo largo de la fórmula flota
en el manómetro un rojo! Se aparta de todo cálculo, y vive
independiente, por sí mismo. He cumplido con mi deber. Mi cabeza
está clara. Viene... lo que no puede venir...;Y, sin embargo, viene!
Hijo
del multimillonario. — (Palpando, hacia el sillón.) Estamos
entregados, sin defensa posible...
Ingeniero.
—... A la explosión.
Un
ruido estrepitoso hiende el silencio exterior. Un trueno
descomunal estalla. Las chimeneas se agrietan y caen
derrumbadas. Un silencio sin humo. La gran ventana cruje,
haciéndose añicos, que caen como una lluvia dentro del cuarto.
Hijo
del multimillonario. — (Acurrucado contra la pared. Sin voz.)
Tiembla la tierra.
Ingeniero.
— Presión de muchos millones de atmósferas.
Hijo
del multimillonario. — Silencio mortal.
Ingeniero.
— Un área inmensa destruida.
Hijo
del multimillonario. — ¿Vive alguien aún?
Se
abre la puerta de la izquierda de un empujón. Un Obrero desnudo,
rojo por la explosión, penetra tambaleándose.
Obrero.
— Informe de la sala ocho... Central... Un gato blanco reventado...
Ojos rojos, desgarrados... Boca amarilla, abierta de par en par... El
lomo, en arco, crujiente..., redondeándose más y más... hasta
derrumbar una columna... ¡Levanta el tejado y revienta en chispas!
(Sentado en medio del pavimento, golpea alrededor suyo.) Azuzad el
gato... ¡Zape! ¡Zape! Dadle en la boca... ¡Zape! ¡Zape!
Reventadle los ojos, que incendian... Hundid, empujad hacia
abajo su joroba... Todos los puños sobre esa joroba... Que se
infla... ¡Se traga el gas de todas las grietas y tubos! (Intentando
incorporarse.) ¡Informe de la Central!... ¡El gato blanco explota!
(Se derrumba a lo largo del suelo.)
Hijo
del Multimillonario. — (Se acerca al Obrero.)
Obrero.
— (Busca con la mano.)
Hijo
del multimillonario. — (La coge.)
Obrero.
— (Dando un grito.) ¡Madre! (Muere.)
Hijo
del multimillonario. — (Profundamente abatido.) Hombres...
TELÓN
SEGUNDO
ACTO
El
mismo aposento. Ante la gran ventana se ha corrido una persiana
verde. Hay una mesa larga para dibujar, cubierta de planos. El joven
Escribiente —de pelo ahora blancopajizo— en su mesa, ocioso. El
Hijo del multimillonario, arrimado a la mesa de dibujo.
Hijo
del multimillonario. — ¿Cuánto tiempo ha transcurrido desde
entonces?
Escribiente.
— Diecisiete días.
Hijo
del multimillonario. — (Mirando hacia la ventana.) Antes, ahí
se erguían techumbres abovedadas, y las chimeneas rozaban el
cielo, humeando halos ardientes. ¿No sucedía así detrás de la
persiana verde?
Escribiente.
— En unos minutos, todo quedó hecho polvo.
Hijo
del multimillonario. — ¿No sucedió eso hace mil años?
Escribiente.
— ¡Nunca olvidaré aquel día!
Hijo
del multimillonario. — ¿No está hundido, sin embargo, en el
pasado demasiado lejos ya de usted?
Escribiente.
— (Le mira, interrogante.)
Hijo
del multimillonario. — ¿No se miró el pelo en el espejo?
Escribiente.
— Estaba nervioso... Alucinado. Sentía cómo todo se iba
preparando. Presentí —físicamente— la catástrofe. Era eso peor
que lo que, efectivamente, aconteció. ¡Entonces ya tenía yo el
pelo blanco!
Hijo
del multimillonario. — (Haciendo un signo afirmativo.) ¡El
terror blanco!... Ése nos debía dar el golpe... mortal... para
empujarnos mil años adelante... ¿Dice usted diecisiete días?...
¡Diecisiete días de completo descanso y sosiego!
Escribiente.
— (Indiferente.) Los obreros persisten en su negativa.
Hijo
del multimillonario. — Tampoco les puedo dar trabajo. La fábrica
está a ras del suelo.
Escribiente.
— No empezarán a trabajar antes de que...
Hijo
del multimillonario. — Hasta que yo lo autorice.
Escribiente.
— (Perplejo.) ¿Entonces... aplaza usted la reconstrucción?
Hijo
del multimillonario. — (Moviendo la cabeza.) No la aplazo.
Escribiente.
— Traza usted ya los planos.
Hijo
del multimillonario. — (Reclinado sobre la mesa de dibujo.)
Mido y pinto...
Escribiente.
— Va siendo urgente la demanda del mundo entero. Se agota la
provisión, y dentro de poco... ¡faltará gas!...
Hijo
del multimillonario. — (Incorporándose.) ¿No tengo la suerte del
mundo en mis manos?
Escribiente.
— Debe usted atender a las exigencias de los obreros... Si
no, ocurrirá pronto la catástrofe más tremenda.
Hijo
del multimillonario. — (Se acerca a él y le pasa la mano por el
pelo.) ¿La llama usted catástrofe? Usted, joven encanecido,
usted debiera estar ya alerta. ¡Ya tuvimos aquí bastante susto,
cuando todo reventó estrepitosamente! ¿Quiere usted volver al
terror blanco? ¿Le tiembla ya otra vez la pluma en los dedos? ¿Sólo
es usted escribiente?
Escribiente.
— Tengo mi profesión.
Hijo
del multimillonario. — ¿No le desvía... de algo más interesante?
Escribiente.
— Necesito lo que gano.
Hijo
del multimillonario. — ¿Y si este motivo cesase ahora?
Escribiente.
— Yo... soy escribiente.
Hijo
del multimillonario. — ¿De pies a cabeza?
Escribiente.
— Yo... escribo.
Hijo
del multimillonario. — ¿Por qué ha escrito siempre?
Escribiente.
— ¡Es... mi profesión!
Hijo
del multimillonario. — (Sonriendo.) Tan profundamente os ha
sepultado. Han caído sobre vosotros las capas de tierra, una sobre
otra... Era preciso, pues, que un volcán os empujara hacia
arriba... No os hubierais ya levantado. Por la izquierda vienen tres
Obreros.
Hijo
del multimillonario. — (Dirigiéndose a ellos.) ¿Habéis huroneado
ya otra vez por los escombros? No he podido enviaros la respuesta.
Está aún en germen... Estoy sumido en cálculos y proyectos... ¿Ahí
lo veis! Pero puedo daros esperanzas firmes, si me dais un
último plazo. ¿Queréis?...
Obrero
primero. — La excitación...
Hijo
del multimillonario. — Lo comprendo. Hubo muertos... No me atrevo a
pensar cuántas víctimas produjo la catástrofe. (Se lleva las manos
a la cabeza.) Y, sin embargo, tengo que tenerla ante los ojos.
¡Porque entonces se me evidencia mi decisión! ¡Hablad!
Obrero
primero. — Venimos, sencillamente, con la misma exigencia.
Hijo
del multimillonario. — La conozco. Bulle en mi cabeza. La tomé
como motivo de mi... (Rápidamente.) ¿Debo despedir al ingeniero?
Obrero
primero. — Hoy aún es tiempo.
Hijo
del multimillonario. — ¿Mañana?...
Obrero
primero. — Mañana nos negaríamos a acudir al trabajo por veinte
semanas.
Hijo
del multimillonario. — ¿Dejar abandonadas las ruinas?
Obrero
primero. — Así, la fábrica puede en veinte semanas trabajar
de nuevo,
Obrero
segundo. — No hay ya en el mundo provisión de gas para más de
veinte semanas.
Hijo
del multimillonario. — ¿Por qué debo, en fin, despedir al
ingeniero? (Al ver que los Obreros callan.) ¿En qué consiste su
falta? ¿Han fallado las instalaciones de seguridad? ¿En un detalle
al menos? ¿No funcionaron bien los timbres de alarma? Debo también
hacerle a él justicia, si a vosotros os hago una concesión. Nada
más justo que eso.
Obrero
tercero. — Ha explotado el gas.
Hijo
del multimillonario. — ¿Por su culpa? No. La fórmula está bien.
Aun ahora.
Obrero
primero. — Se produjo la explosión.
Hijo
del multimillonario. — Según su ley. No según la del ingeniero.
Obrero
segundo. — Él hizo la fórmula.
Hijo
del multimillonario. — ¡De la más fuerte, nadie es responsable!
(Los tres Obreros se callan.)
Obrero
primero. — ¡Debe marcharse el ingeniero!
Obrero
segundo. — ¡Hoy debe quedar fuera!
Obrero
tercero. — ¡Hoy se debe anunciar su despedida!
Obrero
primero. — ¡Sólo con esta seguridad podremos irnos!
Hijo
del multimillonario. — ¿Queréis el sacrificio? ¿No es eso?
¿Pensáis, con eso, acallar a los muertos que gritan dentro de
vosotros? ¿Estrangular el alarido que sacude vuestra sangre? ¿Cubrir
el campo de cadáveres con nuevas víctimas? ¿Os empeñáis en
satisfacer este capricho voluptuoso de resentidos, después de todo
el horror sucedido? ¿Será ese el fruto del árbol ardiente que
llovió sobre vosotros pez y azufre?
Obrero
primero. — Nos falta aún decir una cosa: no respondemos ya de
la actitud de los obreros.
Obrero
segundo. — Hay una levadura que crece, que va creciendo...
Obrero
tercero. — La erupción se acerca, fatalmente.
Hijo
del multimillonario. — (Violento.) Decidles, pues, a ellos... ¡A
todos, a todos! Tienen oídos para oír, y una mente para pensar:
Algo hubo que sobrepasó la humana medida. El cerebro del ingeniero
calculó hasta el último límite. Detrás de este límite flotan
fantasmas sin control. El error lo dictaron desde más allá. ¡La
fórmula está bien... y el gas explota!... ¿No lo veis?
Obrero
primero. — Venimos con una misión...
Hijo
del multimillonario. — ¿Cargáis con la responsabilidad?
Obrero
primero. — ¿De qué?
Hijo
del multimillonario. — Accedo a vuestra exigencia... El ingeniero
se marcha, y vosotros entráis de nuevo en la fábrica.
Obrero
primero. — Respondemos de eso.
Hijo
del multimillonario.-— ¿Y hacéis gas?
Segundo
y tercer obrero. — ¡Gas!
Hijo
del multimillonario. — ¿Vale la fórmula?
Obrero
primero. — (Titubeando.) Si está bien...
Hijo
del multimillonario. — ¡Sin duda alguna!
Obrero
segundo. — Está bien, y...
Hijo
del multimillonario. — ¡Y el gas explota! (Los tres Obreros
callan.) ¿No debe, ahora, quedarse el ingeniero? (Los tres Obreros
bajan la cabeza.) ¿Mi negativa no os preserva del espanto? ¿No
mantengo cerradas las puertas, detrás de las cuales bulle el
infierno? ¿Que no dejan abierta ninguna ventana al cielo? ¿Que es
un ardiente callejón sin salida?... ¿Quién camina por
callejones sin salida, y se borra de los ojos el confín? ¿Quién es
el imbécil que se rompe la frente en el último muro, y dice: "He
llegado al fin"? Llegó al fin, ¡pero llegó destruido!
... ¡Volved, volved! ¡La explosión fue una advertencia, hizo
abrirse en gajos el aire, estalló con estrépito sobre vosotros!
¡Volved, volved!
Obrero
primero. — (Creciéndose.) ¡Debemos trabajar!
Obrero
segundo. — ¡Es nuestro trabajo!
Obrero
tercero. — ¡Somos obreros!
Hijo
del multimillonario. — Lo sois incansables. Empujados hacia arriba,
hacia el último trabajo. Inmensamente entusiastas de eso que está
ahí... (Muestra las escalas.) Ahí está la cacería con galgos, en
esquema. Vuestro trabajo: en el hueco de vuestras manos la
ganancia de todos. Eso da fuerza, eso estimula más que la ganancia.
Allí se hace el trabajo por el trabajo. La fiebre salta por
encima de todo, y enturbia los sentidos. Trabajo, trabajo; una cuña
que se empuja a sí misma hacia adelante, y taladra porque
taladra. ¿Hacia dónde? Taladra, porque taladra... ¡Era
taladrador..., soy un taladrador... y seguiré taladrador!... ¿No os
da espanto? ¿De la mutilación que producís en vosotros
mismos? ¡Seres maravillosos, múltiples..., vosotros, los hombres!
Obrero
primero. —... Debemos llevarnos una respuesta clara.
Hijo
del multimillonario. — Ya os la di. Pero vosotros aún no la
comprendéis. Hasta para mí es esto todavía nuevo... ¡Lo
toco con el mayor cuidado!
Obrero
segundo. — ¿Se va el ingeniero?
Hijo
del multimillonario. — ¡Se va!
Obrero
tercero. — ¿Hoy?
Hijo
del multimillonario. — ¡Se queda!
Obrero
primero. — ¡Eso no es una respuesta clara!
Hijo
del multimillonario. — Se va y se queda. El ingeniero debe seros
indiferente.
Obrero
segundo. — ¿Qué quiere eso decir?
Hijo
del multimillonario. — Mi pequeño y precioso secreto, todavía.
Más tarde lo desplegaré ante vosotros sin recelo. ¡Los
planos...ahí están! Aun no los he terminado. Mi ayudante no está
aquí todavía: ¡sin él no los puedo poner en práctica!... y ése
es el hombre que para vosotros es y no es enemigo!
Obrero
segundo. — ¿Podemos ahí fuera prometer con seguridad?
Hijo
del multimillonario. — Lo que queráis. Todo lo cumplo, y
tanto corno prometáis ahí fuera. ¡Eso debe haceros salir de
aquí con alegría! Los tres Obreros salen. Él va hacia la mesa de
trabajo y se inclina sobre los planos.
Escribiente.
— (Salta, precipitado, de la silla.) ¡Yo... me marcho!
Hijo
del multimillonario. — (Se yergue.)
Escribiente.
— ¡No tengo nada que hacer!
Hijo
del multimillonario. — Por el momento.
Escribiente.
— Eso... ¿queda también así?
Hijo
del multimillonario. — ¿Otra vez fantasmas? Pero esta vez, ¿no
son de más claros contornos? ¿No son Fata Morgana con oasis bajo un
verde de desierto? Vaticine usted, pues, joven profeta. Tiene usted,
en verdad, un talento bien extraño. ¡Me ponen nervioso sus
augurios!
Escribiente.
— ¡Yo... no encuentro nada nuevo que escribir!
Hijo
del multimillonario. — ¿No le seduce? ¿No le excita a usted su
energía a mover muchas manos en vez de esa que escribe...; a
usted, paralítico de la mano izquierda?
Escribiente.
— ¡Yo... me voy!
Hijo
del multimillonario. — ¿Adónde?
Escribiente.
— ¡Con los otros!
Hijo
del multimillonario. — Reunidos..., gruñid ante la puerta.
Aún gira la rueda dentro de vosotros...Poco a poco se suavizan los
golpes. Hace falta algún tiempo para que se detenga...
¡Entonces os dejaré volver!
Escribiente.
— (Sale, rápidamente, por la derecha.)
Hijo
del multimillonario. — (De nuevo ante la mesa de dibujo.)
Ingeniero.
— (Entra por la izquierda.)
Hijo
del multimillonario. — (Volviéndose hacia él.) ¿Sin lesiones
en el vientre? ¿Ni en el traje?
Ingeniero.
— (Le mira, como queriendo preguntarle algo.)
Hijo
del multimillonario. — ¿No es usted el que todo lo aguanta, a
quien se quiere hundir los cuernos en el vientre? ¿Aún no le han
pegado?
Ingeniero.
— Oí silbidos.
Hijo
del multimillonario. — Así señalan hoy la víctima. Mañana
es la muerte.
Ingeniero.
—• No he pecado por negligencia, sino por impotencia.
Hijo
del multimillonario. — Pero ¿atentan contra su piel?
Ingeniero.
— Debía demostrarse a las gentes...
Hijo
del multimillonario. — ¡Que una demostración concluye, y, sin
embargo, no concluye!
Ingeniero.
— No puedo irme... Sería como hacerme reo de todo.
Hijo
del multimillonario. — ¿No puedo despedirle?
Ingeniero.
— ¡No! A menos que curen ustedes la herida que me hace salir.
Hijo
del multimillonario. — Debe uno sufrir por muchos.
Ingeniero.
— (Excitado.) Si se atiende justamente al provecho de todos... ¡sí!
¿Dónde está aquí la ventaja? Ponga en mi lugar a éste o a
aquél... La fórmula queda en pie... Debe quedar en pie. Se cuenta
con la inteligencia de un hombre, y la inteligencia del hombre
sólo llega hasta ahí... ¡O usted debe hallar una fórmula más
endeble!
Hijo
del multimillonario. — ¿Usted lo cree?
Ingeniero.
—Las máquinas del mundo sufrirían entonces una transformación.
Hijo
del multimillonario. — Por eso no fracasarían.
Ingeniero.
— Suponiendo que necesitamos producir un medio de menor actividad.
..
Hijo
del multimillonario. — Se puede hacer parar a las máquinas,
¡a los hombres, no!
Ingeniero.
— ¿Y si se han dado cuenta del peligro?
Hijo
del multimillonario. — ¡Si diez veces volasen por el aire, por
undécima vez se instalarían en la zona de peligro!
Ingeniero.
—Una explosión como esta...
Hijo
del multimillonario. — ¿Les hace reflexionar? ¿Les templa la
fiebre en que arden? Afuera están ya llamando: ¡Entréganos al
ingeniero... y seguiremos frenéticamente, de explosión en
explosión!
Ingeniero.
— Por eso es insensato que me marche.
Hijo
del multimillonario. — (Sonriendo astutamente.) ¡Una tontería
sin semejante! Ellos correrían de nuevo hacia dentro, hacia la
caldera embrujada, los bribones. Hay que cerrar con una barricada
las puertas, y para eso utilizo la figura de usted. ¡Me siento
vigoroso teniéndole a usted a mi lado!
Ingeniero.
— (Pasándose la mano por la frente.) Entonces, usted quiere. ..
Hijo
del multimillonario. — Venga usted por aquí. (Le lleva a la mesa
de los dibujos.) ¿Ve usted eso?...Planos, en líneas
generales...Precipitado primero de un proyecto... En fin, unas
piezas, sólo, para algo importante. Primeros bosquejos. . .
Ingeniero.
— ¿Qué es esto?
Hijo
del multimillonario. — ¿Conoce usted el terreno?
Ingeniero.
— La... fábrica.
Hijo
del multimillonario. — El suelo está a nivel.
Ingeniero.
— ¿Son éstos... los nuevos departamentos?
Hijo
del multimillonario. — ¿De dimensiones tan ridículas?
Ingeniero.
— ¿Son éstos los... patios?
Hijo
del multimillonario. — ¿Los círculos multicolores?
Ingeniero.
— ¿Son éstos... los rieles?
Hijo
del multimillonario. — ¿Las líneas verdes? (El Ingeniero
contempla atónito los planos.) ¿Nada adivina usted? ¿Nada le hace
sospechar? ¡Vaya bribón! ¡Usted que tan bien calcula! ¿Le
parece difícil el problema que aquí reluce con todos los
colores?... Sois ciegos, ciegos para los colores desde la
eternidad de nuestra monotonía hasta hoy. Ahora se abre paso hacia
vosotros, primaveralmente, el nuevo día. ¡Ojos abiertos, que
divagan por los campos: en torno vuestro está la tierra multivaria!
(Dibujando en los planos.) Líneas verdes —calles bordeadas de
árboles. Círculos rojos, amarillos, azules —plazas
fertilizadas con arbustos que emergen del césped. Rectángulos
instalados en ellas —casas con un pequeño terreno propio,
acogedor...Magníficas calles hacia el exterior, conquistando,
penetrando en otras comarcas, pisadas por nosotros, peregrinos, que
predicamos lo más simple: ... ¡nosotros! (Su ademán es solemne.)
Ingeniero.
— (Confuso.) ¿Alza usted la nueva fábrica en otro lugar?
Hijo
del multimillonario. — Ella se enterró a sí misma. Se derrumbó
en su apogeo. Por eso estamos despedidos. ¡Usted...y yo...y todos!
Limpia la conciencia. Hemos seguido el camino, sin miedo, hasta
el fin...Ahora nos desviamos. ¡Es nuestro derecho..., nuestro
buen derecho!
Ingeniero.
— ¿Está en litigio la reconstrucción?
Hijo
del multimillonario. — (Golpeando los planos.) ¡Aquí se opina en
contra de ella!
Ingeniero.
— ¿Y el gas...que únicamente se puede fabricar aquí?
Hijo
del multimillonario. — ¡Explotó!
Ingeniero.
— ¿Y los obreros?
Hijo
del multimillonario. — Serán colonos en esta tierra verde.
Ingeniero.
— ¡Eso... es... imposible!
Hijo
del multimillonario. — ¿Le sorprenden mis planes? Le dije que son
imperfectos. Para su ejecución he contado con usted. Sí, he
contado con su ayuda. Es usted capaz, como ninguno, de abarcar
un gran proyecto. ¡Tengo en usted la mejor confianza! ¿Vamos a
comenzar el trabajo? (Acerca un sillón a la mesa de dibujo, y se
sienta.)
Ingeniero.
— (Retrocediendo.) ¡Soy ingeniero!
Hijo
del multimillonario. — Aquí utilizaré de nuevo sus
conocimientos.
Ingeniero.
— ¡No es ése... mi ramo!
Hijo
del multimillonario. — Aquí dejamos libres todas las energías.
Ingeniero.
— ¡Yo no me encargo de esa tarea!
Hijo
del multimillonario. — ¿Le parece demasiado fácil?
Ingeniero.
— ¡Demasiado... mezquina!
Hijo
del multimillonario. — (Se levanta.) ¿Qué dice usted ahí? ¿Es
eso mezquino para su calidad de ingeniero que sólo sabe calcular?
¿Le abruma a usted su propia fórmula. . ., la que usted calculó?
¿Anda usted embrollado en ese andamio que usted construyó?
¿Brazos, piernas y sangre y sentidos, tiene usted entregados a
esas zarpas que le sujetan? ¿Es usted un esquema enfundado en
una piel? (Palpando hacia él.) ¿Dónde está usted? ¿Dónde su
calor..., dónde su pulso..., su dignidad?
Ingeniero.
— Si no puedo ocuparme en mi especialidad...
Hijo
del multimillonario. — ¿No castigan sus manos a esa boca...
que habla de asesinar?
Ingeniero.
— ¡Quiero que se me despida!
Hijo
del multimillonario. — (Apoyándose en la mesa.) ¡No! Eso hará
volver a los otros. El camino está libre.. ., y ellos invaden el
interior y reconstruyen su infierno... ¡Y la fiebre sigue creciendo!
Ayúdeme, quédese usted conmigo...Trabaje usted aquí, conmigo,
¡donde yo trabajo!
Ingeniero.
— ¡Estoy despedido!
Hijo
del multimillonario. — (Le mira, sin poder hablar.)
Ingeniero.
— (Se va por la izquierda.)
Hijo
del multimillonario. — (Al fin, con voz robusta.) ¡Entonces
debo imponer mi voluntad, dominaros a todos!
telón
TERCER
ACTO
Aposento
ovalado. En los muros, de una madera muy clara, hay puertas
invisibles: dos al fondo, una a la izquierda. En el centro una mesa
redonda, de pequeño radio, con tapete verde. Seis sillas en torno a
la mesa, muy juntas unas a otras.
El
Oficial entra por la izquierda, con abrigo. Revela una inquietud
apenas frenada. Busca las puertas, golpea en el entarimado de
los muros.
El
Hijo del multimillonario viene por la izquierda, desde el fondo.
Oficial.
— (Se vuelve de repente hacia el otro y avanza en dirección
a él.) ¿Te molesto?
Hijo
del multimillonario. — (Sorprendido.) ¿Estabais aquí vosotros?
Oficial.
— No, estoy yo solo.
Hijo
del multimillonario. — ¿Por qué, sin tu mujer?
Oficial.
— Ella... no me ha podido acompañar.
Hijo
del multimillonario. — ¿Está enferma mi hija?
Oficial.
— No sabe nada de mi viaje.
Hijo
DEL MULTIMILLONARIO. — (Abatido.) La perspectiva es, desde
luego, poco grata... La fábrica paterna, hecha un montón de
escombros... ¿Quieres verlo todo desde aquí?
Oficial.
— (Rápidamente.) Habrá sido terrible la catástrofe. ¿Se sigue
con empuje la reconstrucción?
Hijo
del multimillonario. — ¿Has hecho observaciones en ese sentido?
Oficial
— Es natural que trabajéis febrilmente.
Hijo
del multimillonario. — (Moviendo la cabeza.) Mi tiempo...
Oficial.
— Estás ocupado. La tarea se te aumenta hasta ahogarte.
(Señalando la mesa.) Tienes junta. Vengo en plena inoportunidad.
(Casi brusco.) ¡Pero tengo que pedirte una entrevista ahora mismo!
Hijo
del multimillonario. — Para mí todo tiene la misma importancia.
Oficial.
— Agradezco tanta solicitud en escucharme... ¡Se trata de...
salvarme!
Hijo
del multimillonario. — ¿De qué?
Oficial.
— ¡De la expulsión..., de la deshonra!
Hijo
del multimillonario. — ¿Cómo?
Oficial.
. — ¡Deudas de juego..., y debo pagar en un plazo que termina
mañana, al mediodía!
Hijo
del multimillonario. — ¿Y no puedes?
Oficial.
— ¡No!
Hijo
del multimillonario. — Si es preciso..., echa mano de vuestra
fortuna.
Oficial.
— ¡Es que ésa... ya no existe!
Hijo
del multimillonario. — ¿Agotada?
Oficial.
— (Excitado.) Jugué y perdí. Quise compensar las pérdidas y
especulé. Las especulaciones fracasaron, y engrosaron las deudas.
Aumenté las posturas para ganarlo todo, por encima de mis fondos, y
ya... ¡sólo me queda la pistola, si no pago!
Hijo
del multimillonario. — (Después de un silencio.) ¿Y tu último
camino te dirige hacia mí?
Oficial.
— ¡Bien penoso es para mí dirigirme hacia quien me regaló
su confianza, que he defraudado! Pero me empuja hacia aquí la
desesperación. He merecido tus reproches... Cada reconvención
tuya me quema, es lógico. Ante ti no encuentro una sola palabra de
disculpa.
Hijo
del multimillonario. — ¡Nada te reprocho!
Oficial.
— (Febril.) Aún me avergüenza más tu bondad que perdona. Yo
sólo puedo prometer, solemnemente, que he salido inmaculado de
este peligro. . .
Hijo
del multimillonario. — ¡No quiero juramentos!
Oficial.
— ¡Me obligo a ti!
Hijo
del multimillonario. —... ¡porque no voy a prestarte nada para que
te desquites!
Oficial.
— (Le mira con rigidez.) Tú quieres mi...
Hijo
del MULTIMILLONARIO. — Aunque quisiera ayudarte... no, no puedo...
Te dije entonces que tu mujer era la hija de un obrero. Esto soy yo.
Nada te he ocultado. Todo lo has visto claro.
Oficial.
— En todas partes hay medios a tu alcance.
Hijo
del multimillonario. — No.
Oficial.
— A una palabra tuya, obedecen los Bancos.
Hijo
del multimillonario. — ¡Hoy ya no!
Oficial.
— La fábrica, dentro de unas semanas, trabajará de nuevo...
Hijo
del multimillonario. — ¡Está parada!
Oficial.
— ¿Parada?
Hijo
del multimillonario. — Sí. He pensado otras cosas... ¿Quieres
ayudarme? Necesito del apoyo de todos. La torre del error no vacila,
si sólo la empuja una fuerza... ¡Deben zarandearla mil manos!
Oficial.
— (Confuso.) No quieres...
Hijo
del multimillonario. —- También yo estoy necesitado. Te trae aquí
una feliz casualidad. Eres culpable...como yo lo soy. Los dos somos
inocentes. Brota hoy la confesión espontánea...Y fuera, se difunde
contra nosotros la calumnia.
Oficial.
— (Llevándose las manos a la cabeza.) No puedo... pensar...
Hijo
del multimillonario. — Desnúdate de ese ostentoso traje, deja tus
armas. Eres el mejor de los hombres, porque mi hija es tu mujer... En
lo más hondo de ti...no hay mancha. ¿De dónde han venido esas
sombras? ¿Qué te enturbia y te esconde? ¿De dónde vino ese cebo
del lujo?
Oficial.
—- ¿Debo... yo... entonces... dejar de ser... oficial?
Hijo
del multimillonario. — Confiesa tu culpa... y demuestra tu
falta de culpa. Empuja tus miradas hacia ti mismo, y haz que resuene
en ti una voz: "Disfrazado con este traje, estoy ahora vacío
para la vida...Una reacción terrible de energías desbordantes se
opera en mí, en un sentido... Lleno de hechos aún no realizados,
porque aún me amenaza una realidad, y ésta lleva a la destrucción.
¡Sólo aplicada a un esfuerzo, irrumpe violentamente hacia
afuera y corre a la ruina!" Oficial. — (Con un gesto
reprimido.) ¿Puedes... ayudarme?
Hijo
del multimillonario. — Sí.
Oficial.
— Entonces, dame...
Hijo
del multimillonario. — ¡Lo que tú me dieses, no lo podría
pagar!
Oficial.
— Mi plazo corre...
Hijo
del multimillonario. — ¡Dura infinitamente!
Oficial.
— ¡Dinero!
Hijo
del multimillonario. — ¿Debo engañarte con dinero? ¿Por ti
mismo?
Oficial.
— (Con suma perturbación.) Tengo que dejar el servicio... Me
expulsan del regimiento... Yo...
Hijo
del multimillonario. — (Le lleva hacia la puerta, por el hombro.)
Sí, producirá sensación el que yo te abandone... Mi yerno. . ., y,
sin embargo, pude, a manos llenas, hacer mía la fortuna... ¡Pero no
lo hice! Eso llamará la atención. Escucharán con más ahínco.
Los necesito, y tú me los traes. Éste será tu mérito, que te
enaltece, sin mi gratitud. Entonces todo lo aceptaré, como algo
natural.
Oficial.
— (Se va.)
Hijo
del multimillonario. — (Se acerca a la mesa, pasa la mano por
encima del paño verde, inclina la cabeza; se va por la izquierda,
al fondo.) Llega por la izquierda el Primer señor negro. Sobre una
negra levita escrupulosamente abotonada, la cabeza gruesa, de
cabellos grises, recortados en mechones cortos. Entra el Segundo
SEÑOR negro, de traje muy parecido al primero, como todos los que
vienen después. Perfecta uniformidad. Se han quitado el sombrero.
Segundo
señor negro. — ¿Cómo le va en su casa?
Primer
señor negro. — No se mueve una mano.
Segundo
señor negro. — Tampoco en mi casa.
Viene
el Tercer señor negro. Perilla amarillenta y en punta.
Tercer
señor negro. — (Dirigiéndose al Primero.) ¿Cómo le va en su
casa?
Primer
señor negro. — No se mueve una mano.
Tercer
señor negro. —(Hacia el Segundo.) ¿Y en la suya?
Segundo
señor negro. — (Un gesto negativo.)
Tercer
señor negro. — Tampoco en mi casa.
Vienen
el Cuarto y el Quinto señor negro. Son hermanos muy parecidos, de
treinta años.
Cuarto
señor negro. — (Hacia el Primero.) ¿Cómo le va en su casa?
Quinto
señor negro. — (Hacia el Segundo.) ¿Cómo le va en su casa?
Tercer
señor negro. — (Hacia los dos.) ¿Y en la de ustedes?
Cuarto
y quinto señor negro. — No se mueve una mano.
Primer
señor negro. — Tampoco en mi casa.
Segundo
señor negro. — Es la huelga más colosal que conozco.
Quinto
señor negro. — Y ¿cuál es la causa de todo?
Tercer
señor negro. — Nuestros obreros han declarado la huelga por
simpatía con los de aquí.
Quinto
señor negro. — Y los de aquí ¿por qué la declararon?
Segundo
señor negro. — Porque no fue despedido el ingeniero.
Quinto
señor negro. — ¿A qué cuento iban a quedarse con él?
Segundo
señor negro. — ¿Por qué?
Cuarto
señor negro. — Porque se trata de una arbitrariedad.
Tercer
señor negro. — ¡Está bien!
Primer
señor negro. — Aún puede haber otro motivo. Y éste es de capital
importancia. Exigen que se despida al ingeniero: eso es el nervio de
la dificultad. Si a uno de nosotros se nos viene con exigencias,
entonces hay que resistir, incondicionalmente. Eso sucedió aquí. Y,
como consecuencia, el ingeniero se queda en su destino.
Tercer
señor negro. — Recordemos que no se trata de uno de nosotros.
Cuarto
señor negro. — Es una necedad, como la otra.
Segundo
señor negro. — Exacto. Tan peligrosa como la otra. ¡Verán
ustedes!
Cuarto
señor negro. — ¡Si no es más peligrosa!
Tercer
señor negro. — ¡Creo que ya no puede ser peor!
Segundo
señor negro. — La primera ya nos molesta bastante.
Cuarto
señor negro. — Todos los obreros miran de soslayo esta fábrica.
Quinto
señor negro. — El reparto de las ganancias es algo inquietante
para todas las demás fábricas.
Segundo
señor negro. — ¡El foco de infección que se quería destruir!
Tercer
señor negro. — ¡Con pez y azufre!
Primer
señor negro. — Pero usted no olvide el fruto que maduró en
el suelo de esta instalación. La participación en las ganancias
produjo una suma tensión del trabajo; y el trabajo intenso
produjo algo más fuerte: ¡gas!
Segundo
señor negro. — Sí, gas.
Tercer
señor negro. — ¡Gas!
Quinto
señor negro. — En todo caso, necesitamos gas.
Cuarto
señor negro. — En todo caso.
Tercer
señor negro. — Exigimos: ¡la despedida del ingeniero!
Segundo
señor negro. — En absoluto independiente de los obreros.
Quinto
señor negro. — ¡En absoluto independiente de los obreros!
Cuarto
señor negro. — Eso salva nuestra actitud.
Tercer
señor negro. — ¿Tienen ustedes el orden del día?
Cuarto
señor negro. — (Junto a la mesa.) Aquí no hay nada.
Primer
señor negro. — ¡Nada más que este punto! ¿Estamos
conformes? Los demás Señores negros se estrechan las manos. El Hijo
del MULTIMILLONARIO al fondo, desde la izquierda. Indica las
sillas, donde los Señores negros se sientan inmediatamente. El Hijo
del multimillonario, se sienta, como en el último lugar, entre el
Cuarto y Quinto señor negro.
Quinto
señor negro. — ¿Quién escribe el acta?
Hijo
del multimillonario. — ¡No, no! ¡No se escribe nada!
Tercer
señor negro. — Una sesión sin...
Hijo
del multimillonario. — Sí, sí. ¡Todo verbalmente!
Primer
señor negro. — Dada la trascendencia del tema, creo el acta muy
necesaria... para demostrar siempre nuestra independencia
frente a tal exigencia de los obreros.
Segundo
señor negro. — ¡Propongo la publicación del acta de la sesión!
Tercer
señor negro. — ¡A votación!
Primer
señor negro. — ¿Quién a favor?
Los
Señores negros, con gesto muy enérgico, levantan un brazo.
Hijo
del multimillonario. — (Sujeta los brazos del Cuarto y Quinto
señor, que están junto a él, empujándolos hacia abajo.) ¡Todos
contra uno, no! Eso me hace demasiado poderoso. Os acosaría... y
sólo os quiero convencer.
Primer
señor negro. — Si nuestras discusiones...
Hijo
del multimillonario. — ¿Queréis pactar conmigo? ¿Sois vosotros
los obreros? ¿No sois los señores?
Tercer
señor negro. — Nos ha convocado usted sin orden del día.
Deducimos de eso, que se nos confía el arreglo. Esto es una
suposición justificada. Estamos de acuerdo sobre un mismo punto.
Segundo
señor negro. — La discusión, creo, será corta; y volvamos a
nuestras fábricas.
Cuarto
señor negro. — Es el momento extremo; en nuestras casas hay
que esperar de nuevo.
Quinto
señor negro. — El primer turno debe entrar ya esta noche.
Tercer
señor negro. — Ya hay que reparar pérdidas.
Hijo
del multimillonario. — ¿Pérdidas, vosotros? ¿En qué habéis
perdido?
Los
señores negros. — (Confusamente.) El trabajo está detenido...
La fábrica, parada en absoluto... Los obreros, en huelga...
Hijo
del multimillonario. — (Alzando una mano.) Yo lo sé. Estáis
celebrando funerales. ¿No es digna la causa? ¿No fueron miles los
que ardieron?
Primer
señor negro. — La huelga tiene motivos muy distintos.
Hijo
del multimillonario. — ¡No, no! No debéis atender a sus
comadrerías. Son insensatos. ¡Si yo os digo que exigen la
expulsión del ingeniero! ¿No prueba eso una perturbación? No,
ellos, ahí fuera, no saben lo que hacen.
Los
señores negros. — (Se miran estupefactos.)
Hijo
del multimillonario. — ¿Es culpable el ingeniero de lo que origina
su marcha? ¿Era mala su fórmula? Era firme antes de la prueba, y
sigue siéndolo. ¿Con qué motivo le despido?
Segundo
señor negro. — (Baja la cabeza.) La fórmula está probada,
experimentada.
Tercer
señor negro. — (Lo mismo.) Está comprobada su validez.
Cuarto
señor negro. — (Lo mismo.) Es la fórmula. ..
Quinto
señor negro. — (Lo mismo.) ¡Para el gas!
Hijo
del multimillonario. — ¿Reconocéis eso?
Primer
señor negro. — ¡Por eso la puede emplear cualquier ingeniero!
Segundo
señor negro. — Éste o el otro.
Cuarto
señor negro. — ¡Entonces, el ingeniero es algo completamente
secundario!
Quinto
señor negro. — ¡Un nuevo ingeniero... y la misma fórmula!
Tercer
señor negro. — ¡Así se termina la huelga!
Primer
señor negro. — Esta exigencia nos reúne alrededor de la mesa:
¡La despedida del ingeniero!
Hijo
del multimillonario. — (Mirando con rigidez.)...¿Habéis
olvidado?... Estáis sordos... No zumba ya el estallido en vuestras
orejas... Ya no osciláis en vuestras sillas... ¿Estáis ya
paralíticos?
Segundo
señor negro. — La catástrofe es un borrón.
Cuarto
señor negro. — La sentamos en cuenta...
Quinto
señor negro. —... y pasamos a otro folio.
Hijo
del multimillonario. — ¿La misma fórmula?
Primer
señor negro. — Esperamos...
Segundo
señor negro, — Naturalmente.
Hijo
del multimillonario. — ¿La misma fórmula?
Tercer
señor negro. — Quizá se prolonguen los intervalos entre...
Cuarto
señor negro. — ¡Hay que recoger experiencias!
Hijo
del multimillonario. — ¿Dos veces? ¿Tres?
Quinto
señor negro. — Luego, se conocerá ya el turno...
Segundo
señor negro. — ¡En todo caso, nosotros ya no lo vamos a vivir!
Hijo
del multimillonario. — ¿Les debo dejar entrar...? ¿Entregar?...
Primer
señor negro- — Al fin y a la postre, la técnica del mundo no
puede detenerse.
Tercer
señor negro. — ¡Que depende enteramente del gas!
Hijo
del multimillonario. — ¿Que depende?... ¿Soy yo, entonces,
el impulso que la mueve? ¿Es ése mi poder? Los Señores negros se
miran asombrados.
Hijo
del multimillonario. — Mi poderosa voz, ¿está por encima del
horror y del placer? ¿Hay ante mi sentencia una alternativa de
muerte o de vida? El sí o el no de mi boca, ¿deciden sobre la vida
o sobre la destrucción? (Alzando las manos.) Yo os digo: ¡No!...
¡No!... ¡No! Un hombre decide... Sólo un hombre puede decidir...
¡No!... ¡No!... ¡No! Los Señores negros se miran unos a otros.
Cuarto
señor negro. — Eso...
Quinto
señor negro. —... es...
Tercer
señor negro. —... pues...
Segundo
señor negro. — Entonces..., pues... ¿qué?
Hijo
del multimillonario. — Hemos allanado las ruinas..., y encima de
las ruinas hay un nuevo pavimento. Capa sobre capa... A la
tierra le ha crecido una nueva corteza. Es su eterna ley de
evolución.
Primer
señor negro. — ¿Qué hay, pues?
Hijo
del multimillonario. — ¡Nunca humearán aquí las chimeneas!
¡Jamás se oirá el estrépito de las máquinas! ¡Jamás zumbará
el alarido de las víctimas de una explosión ineludible!
Segundo
señor negro. — La fábrica...
Tercer
señor negro. — La reconstrucción...
Primer
señor negro. — ¿Gas?
Hijo
del multimillonario. — Nada de reconstruir...Nada de fábrica...
¡Nada de gas! Yo no cargo con la responsabilidad... ¡Nadie puede
cargar con ella!
Primer
señor negro. — Debemos...
Tercer
señor negro. —...renunciar...
Quinto
señor negro. —... ¿al gas?
Hijo
del multimillonario. — ¡A víctimas humanas!
Segundo
señor negro. — Estamos instalados...
Los
otros señores negros. —... ¡contando con el gas!
Hijo
del multimillonario. — ¡Descubrid algo mejor...o contentaos
con otro más débil!
Primer
señor negro. — Eso es enorme. A esa pretensión oponemos la
más enérgica resistencia. ¡Significa una transformación de
nuestras fábricas!
Cuarto
señor negro. — ¡Gastos ruinosos!
Tercer
señor negro. — No se trata aquí de gastos, de la ruina de uno de
nosotros. Yo pregunto: ¿Debe disminuirse la producción del
mundo?
Quinto
señor negro. — Por eso debemos fabricar gas. Es el deber de usted.
¡Si no hubiéramos tenido el gas!
Segundo
señor negro. — Usted ha producido el más alto desarrollo de
la técnica. ¡Ahora debe proporcionarnos gas!
Primer
señor negro. — Con su temible método, que hace a los obreros
partícipes de la ganancia, obtuvo usted un fruto inmenso...
¡Gas! Por eso toleramos el método. ¡Pero hoy exigimos gas!
Hijo
del multimillonario. — Temible, sí; lo he aprendido. Pero no
hice sino correr más de prisa que vosotros el camino que todos
habéis de recorrer un día: ¡La ganancia de todos en manos de
todos!
Quinto
señor negro. — No se debió descubrir la fórmula, si alguna vez
se iba a suspender la producción de gas.
Hijo
del multimillonario. — Debió realizarse el descubrimiento.
Estaba desencadenada la furia del trabajo. ¡Un ciego ímpetu que
arrastraba hacia los límites!
Primer
señor negro. — No podía lograrse una moderación del ritmo a que
nos hemos acostumbrado.
Hijo
del multimillonario. — No... No volver a un grado menor de
movimiento; no lo aconsejo. Hay que ir adelante... Detrás de
nosotros, sólo perfecciones; si no, no somos dignos. Que no prenda
en nosotros ninguna cobardía. Hombres somos... Seres de extrema
energía. ¿No lo hemos comprobado otra vez? ¿No hemos avanzado
virilmente hacia la última posibilidad? Y ¡sólo cuando miles de
los nuestros queden tendidos en tierra, partiremos hacia un nuevo
campo! ¿No pusimos de nuevo a prueba sectores de nuestra energía...,
llevados a la última tensión, hasta romperse, para conocer su
máximo fruto..., para saber si pueden ligar el conjunto: el hombre?
¿No peregrinamos hacia él, por la larga carretera, de época en
época..., de las que hoy se cierra una para abrirse la próxima, que
es la última?
Segundo
señor negro. — ¿Quiere usted, pues, suprimir toda la producción?
Hijo
del multimillonario. — ¡La medida es el hombre, que la mantiene!
Tercer
señor negro. — ¡leñemos otras necesidades!
Hijo
del multimillonario. — ¡Mientras le cansamos de otro modo!
Cuarto
señor negro. — ¿Quiere usted engatusarnos?
Quinto
señor negro. — ¿Con panfletos?
Hijo
del multimillonario. — Doy el ejemplo sobre mi suelo. Junto a
verdes avenidas, pequeñas parcelas para nosotros.
Primer
señor negro. —... ¿Distribuye usted el terreno más rico de la
tierra para esos fines?
Hijo
del multimillonario. — Para ese fin... ¡que es el hombre!
Tercer
señor negro. — Debéis disponer de medios..., pues, al fin, el
mundo aún cuenta con el dinero.
Hijo
del multimillonario. — La ganancia anterior es suficiente para
todos durante el tiempo necesario para el efecto que se difunde.
Cuarto
señor negro. — ¡Esperaría usted mucho tiempo imitadores!
Hijo
del multimillonario. — ¿Si os hace falta gas? (Los Señores
negros se callan.) Os podría obligar... ¡Lo reconocéis!... No lo
quiero. Os enojaría... y necesito de vuestra ayuda. Seis estamos
sentados alrededor de la mesa. Seis se levantan y salen: entonces las
palabras de los seis se hinchan hasta tronar...Entonces se harán
perceptibles. La presión de la anunciación, que se repite seis
veces, penetrará en el oído más torpe. Vosotros sois los grandes
de la Tierra..., los señores negros del trabajo. Levantaos y venid.
Proclamaremos el fin del tiempo que se cumpla... y volveremos a
decirlo a aquellos que no pueden comprender, porque llevan en la
sangre el hervor que hasta ayer les sacudía... ¡Levantaos, y en
marcha!
Primer
señor negro. — (Después de una pausa, mirando alrededor y
recogiendo las miradas de los otros.) ¿Estamos de acuerdo? (Los
Señores negros alzan los brazos.) Concederemos un plazo...
hasta la noche. Si hasta entonces no nos ha sido comunicada la
despedida del ingeniero..., ¡nos dirigiremos al Gobierno! Vamos. Los
Señores negros se van.
Hijo
del multimillonario. — (Sentado a la mesa, pasa lentamente
la mano por el tapete verde, y susurra.): ¡No!... ¡No!... ¡No!...
¡No! El Oficial, sumamente excitado, por la izquierda.
Oficial.
— (Se desciñe el sable y lo quiere poner sobre la mesa. Por fin lo
arrastra hacia sí y se lo vuelve a ceñir.) No...Eso... yo...no...
puedo. (Se sitúa junto a la pared del fondo y se da un tiro en el
pecho.)
Hijo
del multimillonario. — (Mira hacia allí. Se levanta.) ¡Que los
otros encajen el mundo!
TELÓN
CUARTO
ACTO
Sala de
cemento armado, alta, redonda, brumosa. Desde la cúpula se
difunde la luz de un arco voltaico. En el centro una tribuna de
hierro, estrecha, en escarpa.
Reunión
de obreros. Muchas mujeres. Silencio.
Voces.
— (En crescendo.) ¿Quién?
MUCHACHA.
— (Sube a la tribuna y levanta los brazos.) ¡Yo! (Silencio.) Hablo
de mi hermano. No sabía que tuviese un hermano. Un hombre se
fue por la mañana de la casa, vino a la noche y durmió. O se fue de
noche y volvió por la mañana y durmió.. . Una mano era grande...,
la otra pequeña. La mano grande no dormía; ésta se agitaba en
todas direcciones, día y noche. Le consumió, creció a costa de
todo su vigor. ¡Esta mano era el hombre! ¿Dónde quedó mi
hermano? ¿Aquel que jugaba junto a mí, que construía castillos de
arena con las dos manos? Se derrumbó en el trabajo. Éste sólo le
exigía una de las manos.. ., la que apretaba y alzaba la palanca,
minuto tras minuto, hacia arriba y hacia abajo, contados al segundo.
Ningún movimiento dejó de producirse. Puntualmente apuntó con su
palanca ante la cual permanecía como un muerto. Ningún error; jamás
se equivocó en la numeración. La mano contaba con la cabeza, que
sólo obedecía a la mano... ¡Eso quedó de mi hermano!.. . ¿Eso
quedó? Cierto mediodía cayó el rayo. Por todas las grietas y
agujeros se filtró la corriente de fuego. Entonces la mano fue
también deshecha por la explosión. ¡Mi hermano había dado ya
lo último!... ¿Es demasiado poco? ¿Había mi hermano regateado el
precio cuando se necesitó su mano para mover la palanca? ¿No se
desprendió voluntariamente de sí mismo... y se arrugó en la mano
que contaba?... ¿No pagó, además, por fin, la mano? ¿Es el pago
demasiado mezquino..., para pedir el ingeniero? ¡Mi hermano es mi
voz! ¡No trabajéis mientras el ingeniero no salga de la fábrica!
¡No trabajéis! ¡Es la voz de mi hermano!
Muchachas.
— (Rebullen abajo, más cerca.) ¡Es mi hermano!
LA
MUCHACHA baja en dirección a ellas. Silencio.
Voces.
— (Que crecen de nuevo.) ¿Quién?
Madre.
— ¡Yo! (Silencio.) La explosión pulverizó al hijo de una madre.
¿Qué es esto? ¿A quién mató el fuego? ¿A mi hijo? Ya no le
conocí... Le enterré una mañana muy temprano, la primera vez que
marchó a la fábrica. Dos ojos que quedan rígidos de mirar el
manómetro, ¿son un hijo? ¿Dónde estaba ya mi niño? ¿Al que yo
parí para que la boca riese, para que sus miembros se agitasen? ¿Mi
niño.. . que por detrás se me colgaba al cuello y me besaba
alegremente? ¿Mi niño?... Soy madre y sé que lo que nace con dolor
se pierde con pena. Soy madre... y no me quejo. Mi clamor está
encerrado en el pecho y no estalla. Soy madre... ¡Ni rebeldía ni
acusación! No soy yo.. ., es mi niño quien llama. Mi regazo le
despidió al nacer; ahora, muerto, vuelve a venir a mí... de madre a
madre. Mi hijo está otra vez conmigo. ¿No bulle en mi sangre? ¿No
empuja mi lengua y arranca de ella un grito? ¡Madre! ¿Dónde
has estado tanto tiempo? ¡Madre, tú no estabas conmigo! ¡Me
dejaste muy pronto solo! ¡No hiciste añicos el manómetro..., no
más largo que tu dedo y delgado como las alas de una mosca! ¿Por
qué no lo destruyó él mismo, aplastándolo suavemente? ¿Por qué
sacrificó a su madre? ¿Por qué se paralizó su cuerpo, para
concentrar todas sus energías en los rígidos ojos? ¿Por qué se
los saltaron las llamas? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Debe trabajar todo
y exigir nada? ¿Es eso grande, frente a haberlo perdido? ¡Aquí,
una madre... y allí, el ingeniero!
Mujeres.
— (Rebullen abajo.) ¡Es mi hijo!
Madre.
— Madre, y madre, y madre, sois vosotras. Gritan en vosotras los
hijos... No los ahoguéis... Quedaos fuera de la fábrica..., fuera
de la fábrica... ¡Allí está el ingeniero!
Mujeres.
— ¡Lejos de la fábrica!
Madre.
— (Baja de la tribuna y se une a las mujeres. Silencio.)
Voces.
— (Gritando.) ¿Quién?
MUJER.
— (En la tribuna.) ¡Yo! (Silencio.) Cierto día hubo una boda.
Tocó el piano toda la tarde. Bailaban todos, por las habitaciones.
Un día entero, mañana, tarde...y noche. Mi gran marido estaba todo
un día conmigo. Un día, desde la mañana hasta la noche. ¡Un día
era su vida!... ¿Es demasiado? ¿Por qué un día tiene mañana,
mediodía y... tarde? ¿Y, además, la noche? ¿Es demasiado largo
para una vida? ¡Deliciosamente largo es!... ¡Veinticuatro horas...
y boda! ¡Boda y veinticuatro horas... y piano... y baile, son,
pues, una vida! ¿Qué más quiere un hombre? ¿Vivir dos días?
¡Cuánto tiempo es eso! Llega a ser ya eternidad. El sol se cansaría
de iluminarlo con su luz. La boda es sólo una vez, y la rueda motora
gira siempre... Hacia adelante..., hacia atrás..., hacia atrás...,
hacia adelante...; el hombre rueda con ella. El hombre, rueda con
ella porque posee un pie. Sólo un pie es necesario. Éste pisa en el
bloque de hierro para detener, para mover; pisa y pisa y pisa ya sin
el hombre que gira con ella. ¡Si el pie no estuviese tan sólidamente
unido al hombre! ¡El hombre podría vivir, pero el pie le mantiene
sobre el volante que da vueltas hacia adelante y hacia atrás..., día
tras día, con el pie y su hombre! ¿Ocurrió la explosión? ¿Por
qué abrasó a mi marido? ¿Por qué todo el hombre? ¿No bastaba con
el pie, que era sólo lo que importaba de mi marido? ¿Por qué todo
mi marido, con su tronco y extremidades?... Porque el pie y el tronco
y las extremidades son todo mi marido..., y su pie no trabajaba sin
el hombre. Su pie no trabajaba separado... ¡Necesitaba de mi marido!
La fábrica, ¿es como mi marido, que vivió un día de boda, y el
resto de su vida estaba muerto? ¿No pueden cambiarse unas
piezas por otras..., y la fábrica funciona como antes?.. . ¿No es
cada uno algo que puede cambiarse por otro? Y la fábrica, ¿no se
mueve lo mismo? No reemplacéis al hombre de la palanca..., no
reemplacéis al hombre del manómetro..., no reemplacéis al hombre
del volante... ¡El ingeniero os obstruye el puesto; el ingeniero os
obstruye el puesto!
Mujeres.
— (En torno a la tribuna.) ¡A mi marido, no!
Muchachas.
— ¡A mi hermano, no!
Madres.
— ¡A mi hijo, no!
Mujer.
— (Baja de la tribuna.)
Obrero.
— (Sube a la tribuna.) Muchachas: ¡soy el hermano! Juro que yo soy
el hermano. Juro que fui abrasado. ¡Yazco bajo los escombros hasta
que tú me envíes a la palanca.. ., en vez de tu hermano que
estalló! Ésta es su mano... ancha y rígida para asir la palanca.
La mano tiene su rendimiento. .., que se acumula en su hueco...;
le arrastró con ahínco hacia su casa. Entonces no lo contó...;
allí reposaba en el cajón; ¡fue llenando el cajón! ¡Así
perdió su rendimiento! ¿Qué compra esa mano, de la cual cuelga
muerto tu hermano?... ¿Qué deseos son éstos que tiene una mano?
¡Una mano sola, y toda la ganancia en el cajón! La mano está
pagada, ¡tu hermano, no! Aun abrasado, está viviendo..., y grita,
con toda su ganancia: "¡Entregad al ingeniero!... ¡Entregad
al ingeniero!...
Obreros.
— (Alrededor de la tribuna.) ¡Yo soy el hermano!
Obrero.
— (Baja hacia ellos.)
Obrero.
— (En la tribuna.) ¡Madre..., soy tu hijo! En torno a sus ojos...,
rígidos por el manómetro, ha crecido de nuevo. ¡Tu hijo es de
nuevo palpitación y grito! Madre... ¡Me di a un manómetro del
tamaño de un dedo! Madre... ¡Me di para fijar mis ojos en el
manómetro! Madre... ¡Morí con todo el cuerpo..., y sólo me
encontré en mis dos ojos! Hice rodar todo el dinero sobre la
mesa...Tú no lo recogiste en el delantal... y se derramó por
el suelo. Madre..., ahora ya no te inclinas hacia él, ya no lo
recoges, ya no lo juntas en montones... No hay techumbre para
albergar a tu hijo.. . ¡Es un manómetro su habitación, estrecha y
venenosa! Leed las tablas, ¡buscad en ellas el precio de una madre!
¡El de mi sangre y el de la sangre de mi madre..., que bebían mis
ojos en el manómetro! ...Calculad las cuotas en que se reparte
la ganancia, y sumadlas todas... ¿Pagan una madre y el hijo de una
madre?... En el manómetro, los ojos tienen su ganancia..., pero el
hijo de una madre se queda sin nada... ¿No tiene derecho a exigir
por esta deuda, el cielo y la tierra? ¿No está dispuesto a
conformarse con recompensa más pequeña? ¿Qué vale esto para su
sacrificio?... ¿El ingeniero?... ¡Sólo el ingeniero..., y mis ojos
pasan sobre mi madre y miran rígidos el manómetro!... ¡Sólo el
ingeniero!... ¿Sólo el ingeniero!. . .
Obrero.
— (Abajo, cerca de la tribuna.) ¡Yo soy el hijo!
Obrero.
— (Baja de la tribuna y se mezcla con los otros.)
Obrero.
— (En la tribuna.) ¡Mujer..., tus bodas vuelven! ¡El día..., con
la mañana, el mediodía y la tarde te pertenecen! Es un día.. . y
después todos los días son ninguno para ti... Tu marido rueda otra
vez con el volante, hacia adelante y hacia atrás...; un hombre en un
pie, que dirige... ¿No te ríes? ¡Un día es vuestra vida! Hombre y
mujer con un día entero... ¡No se gasta mal el tiempo, mientras el
volante zumba! No toca ya el pie, mientras danza por el bloque de
hierro... ¿Asfixia el roce de las ruedas con los rieles? Ningún día
es vuestro, tú y tu marido. Ningún día tiene mañana, ni mediodía,
ni noche...; ninguna hora para el hombre y la mujer... El volante
corre, y el pie mantiene el ritmo... y el ritmo arrastra al hombre...
¿Un cubo debe convertirse en una gota de agua. . ., mil días en un
día de vida? No os engañéis... ¡No cabe una vida dentro de
un día! No os engañéis con la ganancia. Ninguna ganancia
puede gastarse en un día. ¡Tenéis la ganancia y ninguna vida!
¿Para qué os sirve esa ganancia que produce el pie..., que
empobrece la vida humana? Habréis perdido el tiempo..., y, con el
tiempo, la vida. ¡Escupid en la ganancia que de nada sirve...ante
esta pérdida! Gritad por lo que habéis perdido...y llenad vuestras
bocas de cólera y rebeldía. Gritad: ¡Tiempo y vida perdidos!
¡Gritad! ¡Gritad! ¡Gritad lo que queréis, vuestra voluntad!
¡Gritad qué queréis! ¡Gritad, que tenéis voz! ¡Gritad, que
podéis gritar! ¡¡El ingeniero!!
Obreros.
— (Desde toda la sala.) ¡¡Gritamos!!
Obrero.
— (Baja de la tribuna.)
Obrero.
— (Arriba.) Muchachas y muchachas...: ¡Os lo prometemos!
Mujeres y mujeres...: ¡Os lo prometemos! Madres y madres...: ¡Os lo
prometemos! ¡Ninguno de nosotros cavará en los escombros...,
ninguno alzará un ladrillo..., ninguno martilleará en el acero!
Nuestra decisión es inquebrantable. ¡Queda derrumbada la
fábrica..., si no hay otro ingeniero! Llenad cada día esta sala...,
hermanos y hermanos, hijos e hijos, hombres y hombres. Unos con otros
decididos, y en la asamblea una inflexible voluntad para todos.
¡Arriba los brazos! ... ¡Brote el juramento de vuestra boca!
¡Nada de gas... con este ingeniero!
Todos
los hombres y las mujeres. — ¡Nada de gas... con este ingeniero!
Obrero.
— (Baja de la tribuna.)
Obrero
forastero. — A la vuestra se adhiere nuestra resolución. Vengo a
vosotros desde nuestra fábrica... ¡que no se mueve! Junto a
vosotros, esperamos...hasta que deis la señal de trabajar de
nuevo. ¡Contad con nosotros y exigid!
Todos
los hombres y las mujeres. — ¡¡El ingeniero!!
Obrero
forastero. — (Baja de la tribuna.)
OTRO
obrero FORASTERO. —- (Arriba.) Soy para vosotros un desconocido.
Os soy extraño. Vengo de una fábrica lejana. Traigo nuestro
mensaje. Hemos abandonado el trabajo en nuestra fábrica, porque
vosotros estáis en huelga. Solidaridad con vosotros hasta el último
momento. ¡Resistid!... ¡Firmeza! ¡Debéis exigir, exigir para
todos! ¡Tenéis la responsabilidad de todos!
Todos
los hombres y las mujeres. — ¡¡El ingeniero!!
Obrero
forastero. — (Baja.)
Obrero.
— (Arriba.) ¡La sala estalla de nuestros gritos! Retumban en la
cúpula y cruje el cemento armado... ¡No ruge afuera! ¡Fuera de la
sala, delante de la casa, el clamor hacia él, hacia lo alto! ¡En
sus oídos, que escuchan al ingeniero! Reunidos en falanges, sobre
los escombros, ¡a él! ¡Aquí no nos oye! ¡Aquí no nos oye!
Todos
los hombres y las mujeres. — ¡Delante de la casa! ¡¡Aquí no
nos oye!! Frenético movimiento hacia las salidas. Tumulto y
bramidos.
Hijo
del multimillonario. — (Voz.) ¡Desde aquí os oigo! (Silencio
de muerte. Voz.) ¡Estoy en la sala! ¡Os he oído! (Le buscan entre
murmullos. Voz.) ¡Quiero contestaros... aquí, en la sala! (Crece
el movimiento. Voz.) ¡Debéis escucharme ahora! Se abre un callejón
en dirección a él. Escribiente. — (Lanzándose a la tribuna.)
¡No le dejéis hablar! ¡No le dejéis subir! ¡Apretaos! ¡No le
abráis paso! ¡Corred hacia afuera! ¡Hacia la fábrica!
¡Corred y despejad aquello de escombros, levantad andamios,
construid la fábrica! ¡No le escuchéis! ¡¡No le
escuchéis!! ¡Corred! ¡¡Corred!! ¡¡Corred!! ¡Id hacia
adelante! ¡Hacia mi mesa!... ¡Escribo!... ¡¡Escribo!!
(Baja.)
Hijo
del multimillonario. — (Arriba.) Desde el comienzo he estado en la
sala. No pudisteis conocerme, porque gritaba con vosotros. Para ti,
muchacha, yo era un hermano, como cualquiera... Para ti, mujer,
yo era un marido, como cualquiera...Para ti, madre, yo era un hijo,
como cualquiera. ¡Ningún grito brotó de mi boca que no fuese como
el vuestro!.. . Ahora, aquí me veis. Aquí estoy ahora, sobre
vosotros... ¡porque en mi garganta se cuaja el último
clamor, que vosotros no habéis lanzado!.. . Exigís... y lo
que exigís es un grano de la mole de vuestras exigencias, que
deberíais formular. Reñís y disputáis por lo más .mezquino.
¿Qué es el ingeniero? ¿Qué es para vosotros el ingeniero?
¿Qué es para vosotros, que venís de la hoguera ' de las ruinas?
¿Qué es para vosotros, supervivientes de la destrucción? ¿Qué
es para vosotros, el ingeniero?... Es vuestro grito... ¡La
palabra en un grito que nada vale..., que solamente resuena!...
Lo sé. El ingeniero la provoca en vosotros.. . Su presencia renovará
el terror en vosotros, en donde lo veáis... El ingeniero y la
explosión son la misma cosa... La fórmula no dominó el gas...;
este ingeniero ha administrado la fórmula... que trajo la
explosión. Sólo extinguiréis la explosión expulsando al
ingeniero; ¡por eso gritan, ante todo, contra él!... ¿No sabíais
que la fórmula está bien? ¿Que estaba y está bien, hasta el
extremo a que pueden llegar los cálculos de un ingeniero?...Lo
sabéis..., y, con todo, ¡gritáis contra el ingeniero!
Voces.
— (Sordamente.) ¡El ingeniero!
Hijo
del multimillonario. — ¡Vuestro grito arranca de entrañas
más profundas! ¡Vuestra exigencia es más fuerte, mucho más...!
¡Yo os excito a pedir más..., a pedir más! (Se calman las voces.)
¿Qué fue la terrible explosión? ¿Qué desgarró y quemó? ¿Silbó
hacia alguno de vosotros que ya no estuviese mutilado antes de la
explosión? Muchacha: tu hermano, ¿estaba intacto?... Madre: tu
hijo, ¿estaba intacto?... Mujer: tu marido, ¿estaba intacto?
En la fábrica que estalló, ¿había alguien intacto? ¿Qué
estragos pudo aún hacer la explosión en medio de vosotros? Muertos
a golpes estabais antes del derrumbamiento, heridos antes del
hundimiento... ¡Con un pie..., con una mano..., con unos ojos
abrasados en la cabeza muerta, estabais ya antes mutilados! ¿Lo
puede eso compensar el ingeniero? ¿Puede una exigencia indemnizaros
de eso?... ¡Exigid más! ¡Exigid más!
Muchachas,
mujeres, madres. — (Sordamente.) ¡Mi hermano!... ¡Mi hijo!...
¡Mi marido!...
Hijo
del multimillonario. — Hermano y hermanos..., hijo e hijos...,
marido y maridos: El grito que brota de la sala... se alza por encima
de los escombros, sobre la hecatombe de hermano y hermanos...,
de hijo e hijos..., de marido y maridos..., y girando dentro de
vosotros, resuena hacia atrás. ¡Exigid por vosotros! ¡Exigid por
vosotros! (Silencio.) ¡Exigid..., que quiero cumplirlo! ¡Hombres
sois... en el hijo..., en el hermano..., en el marido! Producto
ordinario de todos vosotros por cada uno de vosotros... Nadie es
parte... Cada uno, aislado, está completo en comunidad... ¡El total
es como un cuerpo, y eso es un cuerpo! Agrupaos. Cese vuestra
dispersión... y curad ya vuestra herida. ¡Sed hombres! (Silencio.)
¡Exigid. . ., que quiero cumplirlo!... Hermano: eres hombre. ¡Ya tu
mano no te paraliza en torno a la palanca!... Hijo: eres hombre. ¡Ya
tus ojos no vagan del manómetro a la lejanía!.. . Marido: eres
hombre. ¡Tu día es un día ya tuyo, del tiempo que tu vives!...
(Silencio.) El espacio es vuestro... y la totalidad del espacio que
os alberga... ¡Sois hombres en él!... ¡Hombres con fe en cada
milagro..., con energía para cada decisión! En vosotros zumba el
cielo y flota la llanura coloreada por las hierbas. El día del
trabajo es grande..., con nuevos hallazgos dentro de vosotros..., que
no lo son...Sois perfectos... a partir de ahora... Hombres...,
acabada la última tarea, acabados con la fábrica de la que erais
esclavos... Llevasteis vuestra faena hasta el extremo límite... Los
muertos cubren el suelo... ¡Estáis afirmados! (Silencio.) ¡Lo que
vosotros exigís, lo cumplo!... Hombres sois, en unidad y
plenitud, para el mañana... Anchos prados verdes son vuestro nuevo
territorio. Por encima de escombros y de ruinas esparcidos, se
extiende la colonia. Os habéis todos despedido de la esclavitud y
del porcentaje. Sois colonizadores con el mínimo de pretensión y el
máximum de fruto, ¡hombres! (Silencio.) Salid de la sala... Pisad
el suelo nuevo... ¡Medid los terrenos! ¡Pequeño es el esfuerzo,
pero la creación empuja hacia lo inmenso! ¡Salid de la sala!
(Abandona la tribuna.) Silencio. El Ingeniero sube a la tribuna.
UNA
VOZ. — (Estridente.) ¡El ingeniero!
Ingeniero.
— ¡Aquí estoy! ¡Escuchad esto! Me someto a vuestra voluntad...
¡Desaparezco! Acepto, al marcharme, la mancha que me quema la
frente. Recojo todas las maldiciones que aúllan a mi espalda... Si
mi marcha equivale a la confesión de mi enorme culpa, ¡quiero ser
culpable! Me marcho... para que volváis a la fábrica.. ¡El camino
está libre! ¡A la fábrica!
Hijo
del multimillonario. — (Abajo.) ¡Salid de la sala! ¡Instalad
la colonia!
Ingeniero.
— ¡Quietos aquí! ¡Quietos aquí, en la sala! Aquí soy una gran
voz para vosotros..., ¡que truena desde aquí!
Hijo
del multimillonario. — ¡Salid de la sala!
Ingeniero.
— Permaneced en la sala. ¡No os engañéis! Voces. Crecen los
murmullos hostiles.
Hijo
del multimillonario. — Aún suenan aquí injurias. ¡Fuera se
dispersan!
Ingeniero.
— Tratáis de encubrir la ofensa con que me excitáis. Me marcho...
¡Ahora debéis ir a la fábrica!
Hijo
del multimillonario. — ¡Abrid las puertas a la claridad del día!
Ingeniero.
— ¡Debéis ir a la fábrica! ¡No amontonéis engaño sobre
engaño, mintiéndoos a vosotros mismos! Daos cuenta de vuestro
triunfo..., que os exalta. ¡Gas!... Vuestro trabajo crea milagros
de acero. Una fuerza que hace potentes las máquinas que vosotros
impulsáis... ¡Gas! ¡Vosotros aviváis la rapidez de los caminos
que cantan tonantes vuestra victoria por encima de los puentes que
lanzáis! ¡Vosotros empujáis colosos de vapor, sobre el mar que
rayáis en líneas, determinadas por vuestra brújula!
¡Construís torres escarpadas, trémulas en medio del viento que
silba amenazando a los cables donde habla la chispa! ¡Alzáis del
suelo motores que arriba ululan de rabia, al sentir anulado su peso,
que se deja llevar por las nubes!... Vosotros..., seres tan
inofensivos. . ., cuya debilidad está a merced de una bestia que os
acomete. . . vulnerables en cada poro de la piel... ¡Vosotros sois
los vencedores en el reino del mundo! (Profundo silencio.)
Hijo
del multimillonario. — (Al pie de la tribuna, señalando al
ingeniero.) Éste, aún sigue abriendo ante vosotros el libro de
estampas. . . Como niños estáis leyendo en él..., porque os habla
de cosas de vuestra infancia. ¡Ahora empezáis nueva época!
Ingeniero.
— ¡Sois héroes..., en el hollín, en el sudor! ¡Sois héroes en
la palanca. . ., ante el manómetro..., en el cuadro de distribución!
¡Permanecéis inmóviles entre el oleaje de las correas, en
medio del tronar de las masas estrepitosas! Y lo más arduo no
provoca en vosotros ningún espanto duradero: ¡La explosión!
Hijo
del multimillonario. — ¡Salid de la sala!
INGENIERO.
— ¿Adonde vais ahora? ¿De vuestro reino al cortijo? ¿A trajinar,
desde la mañana a la noche, en los confines de vuestra colonia? ¿A
plantar hierbecillas con vuestras manos, que acumularon fuerzas?
Vuestro celo va a servir para nutriros..., ¿ya no va a crear?
Hijo
DEL multimillonario. — ¡Salid de la sala!
Ingeniero.
— Sois aquí soberanos..., en la fábrica del trabajo omnipotente.
¡Creáis gas! Éste es vuestro dominio..., fundado faena tras faena,
día y noche.. ., llenos de febril esfuerzo. ¿Cambiáis el
poder por un tallo que espontáneamente brota? Sois aquí
soberanos... ¡Allí sois... campesinos!
Una
VOZ. — (Gritando.) ¡Campesinos!
Otras
voces. — ¡¡Campesinos!!
Nuevas
voces. — ¡¡Campesinos!!
Hombres
y mujeres. — (Rompiendo todos a gritos, abriendo las manos.)
¡¡Campesinos!!
Ingeniero.
— (De pie, con un gran gesto de triunfo.)
Hijo
del multimillonario. — (En la escalera de la tribuna.) ¿Me
escucháis a mí... o a él?
Hombres
y mujeres. — ¡¡El ingeniero!!
Ingeniero.
— La explosión no os hace cobardes. ¿Alguno tiene miedo?
Hijo
del multimillonario. — ¿Acaso os quiero dar miedo? ¿No pretendo
algo más de vuestra valentía? ¿No exijo de vosotros. . . el
hombre? ¿Cómo podréis ser de nuevo campesinos, después de haber
sido obreros? ¿No se impone de nuevo un arranque. . ., el del que ya
venció al campesino. . ., el del que hoy vence al obrero. . . y
obtiene el hombre? ¡Adelante os empuja la faena; no hacia atrás!
¿No estáis ya maduros, después de esta última experiencia? ¿Hasta
dónde llegaréis... con la obra de vuestras manos y tareas? ¿Son
vuestras vías trepidantes, vuestros puentes colgantes, vuestros
rápidos motores, recompensa para vuestra fiebre? ¡Burlaos, pues, de
la ganancia pobre! ¿Os engolosina la ganancia espléndida que nos
repartimos? ¡De nuevo la malgastaréis, mientras seguís
malgastándoos vosotros mismos! Hay en vosotros una fiebre, una
agitación de trabajo que nada crea. Os devora. .. Vosotros no
construís vuestra propia casa. No sois los guardianes. . .; estáis
sentados en una cárcel. Hay muros alrededor vuestro..., alzados por
vosotros. ¡Salid ahora! Sois héroes. .. que no ahorran ninguna
tentativa. Penetrad audaces hasta el fin del camino. . . Ningún
terror se opone a vuestro paso... Un camino se acaba. . . Una vez más
se acaba un camino... Exaltad vuestro valor con otro nuevo... ¡Aquí
está el hombre!
Ingeniero.
— ¡Sois campesinos, de perezosa energía!
Hijo
del multimillonario. — ¡Sois hombres todos, y uno a uno!
Ingeniero.
— ¡Unas mezquinas necesidades se burlan de vuestra ambición!
Hijo
del multimillonario. — ¡Se realizará vuestra esperanza!
INGENIERO.
— ¡La indolencia asesina vuestros días!
Hijo
del MULTIMILLONARIO. — ¡Vuestra faena no tiene límite!
Ingeniero.
— ¡Ningún invento surge!
Hijo
del multimillonario. — ¡Vais a ser vertidos en el único molde.
.., en el del hombre!
INGENIERO.
— (Alzando el revólver por encima de su cabeza.) ¡Proclamad
la destrucción!
Hijo
del multimillonario. — ¡Pasad de la destrucción a la perfección.
.., ¡a ser hombres!
INGENIERO.
— ¡Proclamad de nuevo mi destrucción... y corred a la fábrica!
(Apoya la boca del revólver en su sien. Silencio.) ¡Atreveos a
gritar!
Voz.
— (Abriéndose paso.) ¡Nuestro jefe debe ser el
ingeniero!
OTRAS
VOCES. —- ¡Nuestro jefe debe ser el ingeniero!
Hombres
y mujeres. — ¡Nuestro jefe debe ser el ingeniero!
Ingeniero.
— ¡Salid de la sala! ¡A la fábrica! ¡De explosión a explosión!
¡¡Gas!!
Hombres
y mujeres. — ¡¡Gas!!
Ingeniero.
— (Baja de la tribuna. Se abren anchamente las puertas. Los obreros
corren hacia el exterior.)
Hijo
del multimillonario. — (Vacilante, en la tribuna.) ¡No matéis
al hombre! ¡No más mutilaciones! ¡Tú, hermano, eres algo más que
una mano! ¡Tú, hijo, eres algo más que unos ojos! ¡Tú, marido,
vives algo más que un día! Eternos y perfectos sois todos, desde la
cuna... No os mutiléis. Ambicionad más... para vosotros mismos.
¡Para vosotros! (La sala está vacía. Más enérgico.) ¡He visto
al hombre...y debo protegerlo contra él mismo!
TELÓN
QUINTO ACTO
Un
muro de ladrillos, derrumbado en parte y ennegrecido por la
explosión. En él una ancha puerta de hierro, medio fuera de sus
goznes. Hondones con escombros. Tras el muro, un centinela con
bayoneta calada. El Hijo del multimillonario, al amparo del muro, con
la cabeza vendada. El Capitán aguarda, en el centro.
Hijo
del multimillonario. — Es un tremendo error. Tengo que hablar,
aclararlo.
Capitán.
— Le han recibido a pedradas.
Hijo
del multimillonario. — No lo harán por segunda vez, cuando vean
que me han herido.
Capitán.
— No lo puedo garantizar.
Hijo
del multimillonario. — Les excita ver a los soldados. Pero, con
todo, quiero decirles el motivo.
Capitán.
— Usted mismo ha solicitado protección.
Hijo
del multimillonario. — No para mi persona. Quiero oponerme a
la fábrica. Eso se aclara en tres o cuatro palabras.
Capitán.
— No le van a dejar decir la primera.
Hijo
del multimillonario. — ¡No tienen derecho a atacarme, cuando
quiero justificarme!
Capitán.
— ¡Quédese usted pegado al muro!
Hijo
del multimillonario. — ¿Quiere usted acompañarme ahí fuera?
Capitán.
— No.
Hijo
del multimillonario. — ¿No?
Capitán.
— Podrían también atacarme a mí..., y entonces tendría que
hacer fuego.
Hijo
del multimillonario. — ¡No, no; eso no! ¡Entonces mi deber es
esperar, hasta que recobren el sentido! (Fuera, es relevado el
centinela. Se alza un estruendo de mil voces.) ¿Por qué gritan
ahora?
Capitán.
— Relevan al centinela.
Hijo
del multimillonario. — ¡La confusión es horrible! ¿Es que
no puede usted comprender mi intención? Son mis hermanos...Soy
solamente algo mayor, más ducho. . ., ¡y debo poner sobre ellos mi
mano! El Representante del Gobierno viene por la derecha.
Representante
del Gobierno. — (En la puerta, atisbando el exterior.) Mal
cariz tiene esto. (Hacia el Capitán.) ¿Puede usted hacer frente a
todas las contingencias?
Capitán.
— Ametralladoras.
De
nuevo se alza fuera un enconado tumulto, hasta que deja la puerta el
Representante del Gobierno.
Representante
del Gobierno. — (Va hacia el Hijo del multimillonario,
saludando levemente con el sombrero de copa. Busca documentos en su
cartera de cuero.) Lo peligroso y excepcional de los muros de su
fábrica ha impulsado al Gobierno a dirigirse a usted. Aquí tiene
mi nombramiento. . .
Hijo
del multimillonario. — (Toma el documento. Lo lee. Mira hacia
arriba.) ¿Plenos poderes?
Representante
del Gobierno. — En tales casos. ¿Podremos hablar aquí?
Hijo
del multimillonario. — No dejo este sitio.
Capitán.
— ¡Recomiendo... que se resguarden detrás del muro!
Representante
del Gobierno. — (Mete el documento en la cartera y saca otro.)
Los antecedentes de esta sublevación han sido bien puestos en claro.
Después de la catástrofe, los obreros se negaron a iniciar la
reconstrucción de la fábrica si no se accedía a su petición, es
decir, al ingeniero.
Hijo
del multimillonario. — ¡Eso, precisamente, hubiera evitado
nuevas catástrofes!
Representante
del Gobierno. — El Gobierno sólo puede tener en cuenta hechos.
Hijo
del multimillonario. — Pero la explosión se repite, seguramente.
Sólo hay esta fórmula... ¡o no hay gas!
Representante
del Gobierno. — No podemos tener en cuenta las posibilidades... La
exigencia de los obreros fue rechazada por usted. Como consecuencia
siguió la huelga, que se extendió a las fábricas próximas, y cada
día provoca más extensas complejidades.
Hijo
del multimillonario. — Sí... ¡Sí!
Representante
del Gobierno. — Entretanto, el ingeniero, en un mitin, ha
manifestado que se retira voluntariamente. Un cambio de opinión
hizo, más tarde, a los obreros renunciar a su exigencia; y entonces
pidieron que el ingeniero permaneciese.
Hijo
del multimillonario. — ¡Sí!
Representante
del Gobierno. — Con ello desaparecía el motivo de la huelga, y los
obreros quisieron trabajar de nuevo.
Hijo
del multimillonario. — Entonces exigieron la entrada.
Representante
del Gobierno. — Ahora usted se presenta prohibiéndoles
volver. Sostiene usted el punto de vista de que no puede hacerse
responsable de las consecuencias de la producción del gas.
Hijo
del multimillonario. — ¡Hablo de la pérdida de hombres!
Representante
del Gobierno. — No desconoce, en modo alguno, el Gobierno la
extraordinaria gravedad del desastre que por desgracia ha ocurrido.
Hijo
del multimillonario.-— ¡Es poco!
Representante
del Gobierno. — El número de víctimas ha producido la mayor
consternación. El Gobierno prepara en el Parlamento la
correspondiente manifestación de duelo. El Gobierno cree haber
satisfecho con esta manifestación a usted y a los obreros.
Hijo
del multimillonario. — Sí. Sí; no podéis hacer otra cosa. ¡Lo
demás, es mi tarea!
Representante
del Gobierno. — De sus posteriores manifestaciones, que dan
como resultado la paralización duradera de la fábrica, se ha
enterado el Gobierno, despertándose en él muy graves recelos.
Hijo
del multimillonario. — ¡No dude usted de mi fuerza! ¡Tengo éxito
en mis proyectos!
Representante
del Gobierno. — (Sacando otro documento.) Se ha pensado ya el modo
de evitar el peligro.
Hijo
del multimillonario. — Deme soldados y seguridad para poder hablar
ahí fuera.
Representante
del Gobierno. — El peligro inminente de cesar la producción de
gas, obliga al Gobierno a hablarle a usted confidencialmente.
Hijo
del multimillonario. — (Le mira fijamente.) ¡Usted exige...
gas!
Representante
del Gobierno. — Toda la industria de armas está organizada a base
del gas. La falta de éste perjudicaría, de un modo muy sensible, la
fabricación del material de armamento. Estamos ante una guerra. Sin
la primaria energía del gas, sería irrealizable el programa del
armamento. Por razón tan grave, el Gobierno no puede permitir una
interrupción más larga en el suministro de gas a las fábricas de
armas.
Hijo
del multimillonario. — ¿No soy yo... aquí... dueño de mi
terreno?
Representante
del Gobierno. — Tiene el Gobierno el sincero deseo de llegar a un
acuerdo con usted. Se declara dispuesto a apoyar, con todos sus
medios, la reconstrucción. Con tal fin, llegan ahora ochocientos
camiones con material. Puede empezar al momento a desescombrarse el
terreno.
Hijo
del multimillonario. — Armas... ¡contra hombres!
Representante
del Gobierno. — Le ruego que reciba mis manifestaciones con la
mayor discreción.
Hijo
del multimillonario. — ¡Yo... grito! ¡Busco gente que se dé
cuenta, por todos los rincones, en todas partes!
Representante
del Gobierno. — Comprendo su excitación. Sin embargo, el Gobierno
se ve frente a la más apremiante necesidad.
Hijo
del multimillonario. — ¡No blasfeme! ¡El hombre es el necesario!
¡No le inflijáis nuevas heridas! ¡Curemos con ahínco las viejas!
Déjeme ir ahí fuera, hacia ellos... Debo...
Va a la
puerta. Es recibido con un alarido.
Capitán.
— (Le hace retroceder.) ¡Usted desencadena la tempestad!
Hijo
del multimillonario. — (Tambaleando por el muro, hacia atrás.)
¿Estamos endemoniados todos?
Representante
del Gobierno. — Lo importante ahora para el Gobierno es saber si
usted persiste en su negativa, en negar la entrada a los obreros.
Hijo
del multimillonario. — ¡Precisamente ahora, veo... el deber!
Representante
del Gobierno. — ¿Mantiene usted su anterior negativa?
Hijo
del multimillonario. — ¡Mientras pueda hablar y respirar!
Representante
del Gobierno. — Entonces tengo que hacer uso de mis plenos poderes.
El Gobierno se ve obligado, en vista del riesgo que corre la defensa
del país, a excluir a usted, por el momento, de la dirección de la
fábrica, y a fabricar el gas bajo los auspicios del Estado. La
reconstrucción de la fábrica se realizará con anticipos del
Imperio, y comenzará en seguida. Esperamos que usted no inicie
ningún intento de resistencia. ¡Sentiríamos deber emplear
medidas más graves contra usted!...Señor capitán, abra usted las
puertas. Quiero dar cuenta de lo preciso a los obreros. Estalla en
las puertas un confuso estrépito.
Capitán.
—- ¡Atrás! ¡Pedradas!
Representante
del Gobierno. — (Poniéndose al amparo del muro.) ¡Es inaudito!
(Sigue el tumulto.) Las gentes oponen un obstáculo natural...
Hijo
del multimillonario. — ¡Yo no tengo miedo!
Algazara
muy violenta juera. Él hace señas, desde el umbral, con las manos
en alto. Viene una ola de gritos.
Capitán.
— (Gritando, hacia el Representante del Gobierno.) ¡Vienen! Al
través de la puerta da órdenes, en dirección de la izquierda.
Viene
la sección de ametralladoras y se sitúa en plan de ataque.
El
Capitán, con el sable desenvainado, se dispone a dar la señal.
Silencio
profundo.
Representante
del Gobierno. — (Junto al Hijo del multimillonario.) ¡No evita
usted, pues, el derramamiento de sangre!
Hijo
del multimillonario. — (Queda paralizado.)
Representante
del Gobierno. — ¡Aquí! (Le da un pañuelo.) Será una señal
comprensible. ¡Agite usted el pañuelo blanco!
Hijo
del multimillonario. — (Lo hace todo mecánicamente.)
Representante
del Gobierno. — Vea usted... cómo produce su efecto ¡Dejad caer
las piedras! (Hacia el CAPITÁN.) ¡Abra las puertas de par en par!
(Los soldados abren las puertas.) ¡Retire usted el cordón! (El
Capitán y la sección de ametralladoras se van. Dirigiéndose al
Hijo del multimillonario.) Anunciaré ahí fuera adonde van los
vagones con el material. ¡Voy a llevar allí la gente! Sale por la
puerta. Al punto se oye juera un ruido alto y claro
que se
aleja pronto. Silencio.
Hijo
del multimillonario. — (Se deja caer en un montón de escombros.)
Hija.
— (Viene, vestida de luto. Va hacia él. Le abraza.)
Hijo
del multimillonario. — (Mira hacia arriba, sorprendido.)
Hija.
— ¿No me reconoces?
Hijo
del multimillonario.-— Hija... ¿de luto?
HIJA.
— Ya no vive mi marido.
Hijo
del multimillonario. — ¿Reproches?... ¿También, contra mí,
pedradas de tus manos?
Hija.
— (Moviendo la cabeza.) ¿Estás aquí, solo?
Hijo
DEL MULTIMILLONARIO. — ¡Solo, por fin, como cualquiera, el que
quería mezclarse con todos!
Hija.
— (Le toca la venda que rodea su cabeza.) ¿Te acertaron?
Hijo
del multimillonario. — También a mí.. . Hay flechas que rebotan y
hieren a ambos. . ., al blanco y al tirador.
Hija.
— ¿Está alejado el peligro?
Hijo
del multimillonario. — ¿Han nacido los hombres? ¿De hombres...,
hombres que no gritan y espantosamente amenazan? ¿Dio el tiempo la
vuelta de campana... y lanzó al hombre a la luz? ¿Qué aspecto
tiene?
Hija.
— ¡Dímelo a mí!
Hijo
del multimillonario. — Perdí su imagen... ¿Qué aspecto tenía?
(Coge las manos de ella.) ¡Esto son manos, y crecen enlazadas...!
(Acariciándole los brazos.) Éstos son miembros..., unidos al
cuerpo..., partes eficaces de un todo... y con un impulso en cada
uno.
Hija.
— ¡Dímelo a mí!
Hijo
del multimillonario. — ¿No empuja la corriente demasiado
turbulenta e inunda las orillas que no la contienen? ¿No puede
construirse la presa que contenga la corriente? ¿No se detiene la
furia, y penetra en el campo y fertiliza, creciendo, la superficie,
coloreándose de verde? ¿No hay parada? (Atrayendo a su hija hacia
si.) Dímelo a mí. ¿Dónde está el hombre? ¿Cuándo va a
presentarse, a llamarse por su nombre: ¡hombre!? ¿Cuándo se
comprenderá a sí mismo... y llegará a su propio conocimiento?
¿Cuándo resistirá la maldición...y creará la nueva creación que
echó a perder... el hombre? Ya no le veía... No se me ofrecía
claro, con todos los síntomas de su plenitud..., potente, con gran
energía..., tranquilo con plena voz, que dice: ... ¡Hombre! ¿No
estaba cerca de mí..., puede apagarse..., no debe una y otra vez
volver, si lo intuí una vez? ¿No debe llegar... mañana o pasado
mañana... o dentro de una hora? ¿No soy yo testimonio suyo... y de
su origen y advenimiento..., no me es conocido su rostro virilmente
perfilado?... ¿Debo aún dudar?
Hija.
— (Arrodillándose.) ¡Yo quiero parirlo!