INVITACION A LEER

Un rufián en la escalera. Joe Orton.

Un rufián en la escalera Joe Orton Personajes: Mike                    Joyce                    Wilson ESCENA I ...

Buscar una obra de teatro en este blog

24/4/20

GAS ESPECTÁCULO EN CINCO ACTOS Georg Kaiser




GAS

ESPECTÁCULO EN CINCO ACTOS

Georg Kaiser


Multimillonario. — Pero la verdad más profunda sólo la encuentra algún individuo aislado. Y entonces es ella tan (monstruosa, tan grotesca, tan extrava­gante, que se hace infecunda.
G. KAISER: EL CORAL.
PERSONAJES:
El señor blanco
Hijo del multimillonario
Hija
Oficial
Ingeniero
Primer señor negro
Segundo señor negro
Tercer señor negro
Cuarto señor negro
Quinto señor negro
Representante del Gobierno
Escribiente
Primer obrero
Segundo obrero
Tercer obrero
Muchacha
Mujer
Madre
Capitán
Sección de Ametralladoras.
Obreros.

PRIMER ACTO

Un aposento cuadrangular; la pared del fondo es de cristales. Despacho del Hijo del multimillonario. A derecha e izquier­da, en los muros, desde el pavimento al techo, pizarras donde se leen cálculos. A la izquierda, una amplia mesa de escritorio con un sillón de mimbre. Al lado, otro sillón. Una mesa pequeña de escritorio a la derecha. Fuera, chimeneas apretadas, como lanzas, que vomitan en chorros desmelenados juego y humo.
Suena una música de baile dentro de la casa. En la mesa de escritorio, a la derecha, el joven Escribiente.
Entra El señor blanco por la izquierda. Cierra la puerta sin ruido, avanza sin ruido. Después de dar un vistazo al aposento se dirige al Escribiente; poniéndole la mano sobre el hombro.
El señor blanco. — ¿Música?
Escribiente. — (Vuelve, asustado, la cara hacia él.)
El señor blanco. — (Atendiendo hacia el techo, con un gesto afirmativo.) ¿Vals?
Escribiente. — ¿Cómo viene usted?...
El señor blanco. — Sin llamar la atención lo más mínimo. Cierto silencio... conseguido por unas medias suelas de goma. (Se sienta en el sillón junto a la mesa de escritorio. Cruza las piernas.) El jefe... ¿ocupado? ¿Arriba?
Escribiente. — ¿Qué... desea usted?
El señor blanco. — ¿Reunión de baile?
Escribiente. — (Siempre con fría precipitación.) Arriba... hay boda.
El señor blanco. — (Jugueteando con los dedos.) ¿El jefe? ¿O...?
Escribiente. — La hija... con el oficial.
El señor blanco. — Entonces, desde luego, por el momento, es indispensable... el jefe... ¡El jefe!
Escribiente. — Aquí no hay ningún... jefe.
El señor blanco. — (Volviéndose hacia él, rápidamente.) Eso es interesante... Supuesto que usted no es ducho en cálculos sutiles, eso que hay allí... ¿escalas de salarios?
Escribiente. — Aquí no hay escalas de salarios.
El señor blanco. — Usted acumula con rapidez los momentos conmovedores. Eso arrastra como un torbellino hacia el centro de las cosas. (Señalando por la ventana.) ¿Este establecimiento de gigantescas dimensiones, en plena actividad, explotando... sin jefe, sin escalas de salarios?
Escribiente. — Trabajamos... y repartimos.
El señor blanco. — (Señalando a las paredes.) ¿La fórmula? (Levantándose y leyendo las tablas.) Tres grados. Hasta treinta, pri­mera cuota; hasta cuarenta, segunda cuota. Más allá de cuarenta, cuota tercera. Un simple ejemplo de cálculo: distribución de la ganancia, según los años de vida. (Dirigiéndose hacia el Escribiente.) Un invento del jefe... que no quiere serlo.
Escribiente. — ¡Porque no quiere ser más rico que los otros!
El señor blanco. — ¿Era rico?
Escribiente. — ¡Es el hijo del multimillonario!
El señor blanco. — Llegó hasta la periferia de la riqueza, y se vuelve hacia el centro..., hacia el corazón...Y vosotros, ¿tra­bajáis?
Escribiente. — Cada uno llega hasta lo último.
El señor blanco. — ¡Si uno participa de la ganancia total!
Escribiente. — Por eso trabajamos aquí más que nadie en la tierra.
El señor blanco. — ¿Corresponde el producto a vuestra especial actividad?
Escribiente. — ¡Gas!
El señor blanco. — (Sopla en la mano hueca.)
Escribiente. — (Con ardimiento.) ¿No sabe usted nada del gas que fabricamos?
El señor blanco. — (Sigue haciendo lo mismo.)
Escribiente. — Han sido superados el carbón, los saltos de agua. La nueva energía mueve nuevos millones de máquinas con un impulso más potente. Nosotros lo creamos. ¡Nuestro gas alimenta la técnica del mundo!
El señor blanco. — (En la ventana.) Día y noche... ¿Fuego y humo?
Escribiente. — ¡Han sido logrados los últimos frutos de nuestro trabajo!
El señor blanco. — (Retrocediendo.) ¿Es porque la pobreza está ya abolida?
Escribiente. — ¡Nuestro inmenso esfuerzo crea!
El señor blanco. — ¿Es porque se distribuyen las ganancias?
Escribiente. — ¡Gas!
El señor blanco. — (Junto a él.) Y si el gas, una vez...
Escribiente. — El trabajo no puede detenerse una sola hora. Tra­bajamos para nosotros.. . No para bolsillos ajenos. No hay pe­reza...No hay huelga. La fábrica funciona sin interrupción. ¡El gas nunca faltará!
El señor blanco. — ¿Y si el gas, alguna vez...estalla?
Escribiente. — (Le mira con sobresalto.)
El señor blanco. — ¿Qué sucede entonces?
Escribiente. — (Ha enmudecido.)
El señor blanco. — (Le habla soplándole en la cara.) ¡El terror blanco! (Se yergue y escucha hacia arriba.) ¿Música? (Se detiene en mitad del camino hacia la puerta.) ¿Vals? (Sale sin hacer ruido.)
Escribiente. — (Con inquietud creciente, se encorva sobre el apa­rato del teléfono. Casi gritando.) ¡El ingeniero! (Corren despa­voridas sus miradas de la puerta de la derecha a la de la izquierda.)
Ingeniero. — (De frac, desde la derecha.) ¿Qué?
Por la izquierda, obreros azorados vestidos de blusones blancos.
Escribiente. — (Con el brazo extendido hacia el Ingeniero.) ¡Allí!...
Ingeniero. — (Al Obrero.) ¿Me busca usted a mí?
Obrero. — (Vacilando.) Quería buscarle.
Ingeniero. — ¿Telefoneaba usted llamándome?
Escribiente. — Porque...
Ingeniero. — ¿Recibió usted noticias?
Escribiente. — (Moviendo la cabeza. Por el Obrero.) El...
Ingeniero. —... pronto viene.
Escribiente. —... ¡debía venir!
Ingeniero. — (Lleno de perplejidad.) ¿Que ha ocurrido?
Obrero. — Se colorea el gas en el manómetro.
Ingeniero. — ¿Se colorea?
Obrero. — Hasta ahora sólo es un suave matiz.
Ingeniero. — ¿Y crece?
Obrero. — Visiblemente.
Ingeniero. — ¿La coloración?
Obrero. — Un rosa claro.
Ingeniero. — ¿No se engaña usted?
Obrero. — He observado con absoluta atención.
Ingeniero. — Desde hace...
Escribiente. — (Precipitándose.) Diez minutos.
Obrero. — Sí.
Ingeniero. — ¿Quién se lo cuenta a usted?
Escribiente. — ¿No debe usted avisar allá arriba?
Ingeniero. — (Telefonea.) Ingeniero... Informe de la estación del control... Manómetro presenta una coloración... Me encargo personalmente del control. (Al Obrero.) Venga usted. (Ambos se marchan por la izquierda.)
Escribiente. — (Alza de pronto los brazos al cielo y corte gritando por la izquierda.) ¡No tenéis salvación!... ¡No tenéis salvación! (Sale.) El Hijo del multimillonario —de sesenta años de edad— y el Oficial de levita roja, vienen por la derecha.
Oficial. — ¿Hay motivo serio para perder la calma?
Hijo del multimillonario. — Espero aún el informe del inge­niero. En todo caso, me parece bien que os vayáis. Quería, con todo, hablarte de la fortuna que mi hija te aporta. (Busca un libro en la mesa del escritorio.)
Oficial. — Te estoy agradecido.
Hijo del multimillonario. — A mí nada me debes. Procede de la línea materna. Puede ser de consideración. Me falta inteligencia para esos cálculos.
Oficial. — Un oficial está obligado...
Hijo del multimillonario. — Os queréis... Y no opongo nin­guna objeción.
Oficial. — Velaré por tu hija que hoy me confías, por mi honor.
Hijo del multimillonario. — (Abriendo el libro.) Éste es el ín­dice de los valores, con el punto donde están depositados. Elegid un banquero experto y seguid sus consejos confiadamente... Es preciso.
Oficial. — (Lee. Incorporándose, asombrado.) Desde luego, esto es asunto para un banquero.
Hijo del multimillonario. — ¿Porque es un gran capital? No lo digo por eso.
Oficial. — Habla, por favor.
Hijo del multimillonario. — Lo que tenéis ahora, lo tendréis también después. De mí no podéis esperar nada. Ni ahora...ni mis adelante, yo no dejo herencia alguna. Mis principios son, en general, bastante conocidos. Tú ya estás enterado.
Oficial. — Difícil será que lleguemos a tal extremo.
Hijo del multimillonario. — No se puede saber... Por un lado se amontona dinero, por otro se derrocha. Las situaciones fundadas en eso son siempre inseguras. Sólo he querido decir esto para no sentirme alguna vez razonable. Tú te casas con la hija de un obrero... ¡No soy otra cosa! No te lo oculto: me hubiera gustado más que la madre no hubiera dejado ninguna fortuna a mi hija. Pero sólo tengo poder en mi esfera, y a nadie quiero empujar dentro de ella por la fuerza. Ni aun a mi hija.
Hija. — (En traje de viaje, desde la derecha.) ¿Por qué razón te­nemos que viajar?
OFICIAL. —- (Le besa la mano.) Estás aún muy sofocada del baile.
Hijo del multimillonario. — No quisiera que tu fiesta terminase con una disonancia. (Ante su ademán de susto.) El peligro aca­bará pronto, pero eso exige todo nuestro esfuerzo.
Hija. — (Hacia la ventana.) ¿Abajo, en la fábrica?
Hijo del multimillonario. — Más tarde, quizá no pudiera des­pedirte.
Hija. — ¿Tan grave es la cosa?
Oficial. — Hemos tomado medidas para evitarla.
Hijo del multimillonario. — (Tomando las manos de su hija.) ¡Feliz viaje! Te has desprendido hoy de mi nombre. Nada se pierde con eso. Soy un hombre muy sencillo. No llego al lujo de tu nuevo nombre. ¿Debes borrarte dentro de mí, cuando te marches?
Hija. — (Le mira con aire interrogante)
Oficial, — ¿Cómo puedes hablar así?
Hijo del multimillonario. — No sigo en la confusión de vues­tro error.
HIJA. — Pero voy a volver.
Hijo del multimillonario. — ¡Quién sabe si podré aguardar tu vuelta! (Interrumpiéndose.) Voy a rogar a los invitados que se vayan. Besa la frente de su hija. Da la mano al Oficial. La Hija sigue aún aturdida, el Oficial la conduce hacia la izquierda. Salen los dos.
Hijo del multimillonario. — (Por teléfono.) Propague usted por la sala que un accidente de la fábrica interrumpe la fiesta. Es conveniente abandonar cuanto antes el recinto de la fábrica. Cesa la música. El Ingeniero, por la izquierda, con el blusón sobre el frac, terriblemente excitado.
Ingeniero. — (Gritando.) Informe de la estación del control. El gas se colorea por momentos, cada vez más. Dentro de unos mi­nutos. .., si sigue así, llegará... ¡al rojo vivo!
Hijo del multimillonario. — ¿Hay algún desperfecto en las má­quinas?
Ingeniero. — Todo marcha normalmente.
Hijo del multimillonario. — ¿Alguna falta en el material?
Ingeniero. — No dejamos de analizar ninguna materia prima an­tes de la mezcla.
Hijo del multimillonario. — ¿Dónde está, pues, el error?
Ingeniero. — (Temblando fuertemente.) ¡En... la fórmula!
Hijo del multimillonario. — ¿Su fórmula...no... es exacta?
Ingeniero. — ¡Mi fórmula... no es exacta!
Hijo del multimillonario. — ¿Usted lo sabe?
Ingeniero. — ¡Ahora!
Hijo del multimillonario. — ¿Conoce usted el error?
Ingeniero. — ¡No!
Hijo del multimillonario. — ¿No lo encuentra usted?
Ingeniero. — ¡El cálculo... está bien!
Hijo del multimillonario. — Y, a pesar de eso, ¿se colorea el manómetro?
Ingeniero. — (Se deja caer en el sillón, junto a la mesa del escri­torio. Nerviosamente, a cortas sacudidas, rasguea en el papel.)
Hijo del multimillonario. — ¿Funciona el timbre de alarma?
Ingeniero. — (Sin interrumpirse.) ¡Todas las campanas suenan ya desde hace buen rato!
Hijo del multimillonario. — ¿Queda bastante tiempo para la retirada?
Ingeniero. — Los coches de transporte corren ya fuera de la fábrica.
Hijo del multimillonario. — ¿Hay disciplina?
Ingeniero. — ¡Ejemplar!
Hijo del multimillonario. — (Sumamente excitado.) ¿Están to­dos fuera?
Ingeniero. — (Se levanta, brusco; se yergue rígido ante él.) He cumplido con mi deber. La fórmula es clara. Sin fracción.
Hijo del multimillonario. — (Como aturdido.) ¿No encuentra usted el error?
Ingeniero. — Nadie lo averiguará. Nadie puede. Ningún cerebro calcula con más exactitud. ¡El último cálculo está resuelto!
Hijo del multimillonario. — Y ¿no es exacto?
Ingeniero. —- ¡Sí... y no! Hemos llegado al límite. ¡Es exacto... y no lo es! Más allá no hay ya cálculo posible. ¡Es exacto...y no es exacto! Eso se sigue calculando por sí mismo, y se vuel­ve contra nosotros. Es exacto...y no es exacto.
Hijo del multimillonario. — ¿El gas?...
Ingeniero. — ¡...Sangra en el manómetro! ¡A lo largo de la fórmula flota en el manómetro un rojo! Se aparta de todo cálculo, y vive independiente, por sí mismo. He cumplido con mi deber. Mi cabeza está clara. Viene... lo que no puede venir...;Y, sin embargo, viene!
Hijo del multimillonario. — (Palpando, hacia el sillón.) Esta­mos entregados, sin defensa posible...
Ingeniero. —... A la explosión.
Un ruido estrepitoso hiende el silencio exterior. Un trueno des­comunal estalla. Las chimeneas se agrietan y caen derrumbadas. Un silencio sin humo. La gran ventana cruje, haciéndose añicos, que caen como una lluvia dentro del cuarto.
Hijo del multimillonario. — (Acurrucado contra la pared. Sin voz.) Tiembla la tierra.
Ingeniero. — Presión de muchos millones de atmósferas.
Hijo del multimillonario. — Silencio mortal.
Ingeniero. — Un área inmensa destruida.
Hijo del multimillonario. — ¿Vive alguien aún?
Se abre la puerta de la izquierda de un empujón. Un Obrero desnudo, rojo por la explosión, penetra tambaleándose.
Obrero. — Informe de la sala ocho... Central... Un gato blanco reventado... Ojos rojos, desgarrados... Boca amarilla, abierta de par en par... El lomo, en arco, crujiente..., redondeándose más y más... hasta derrumbar una columna... ¡Levanta el tejado y revienta en chispas! (Sentado en medio del pavimento, golpea alrededor suyo.) Azuzad el gato... ¡Zape! ¡Zape! Dadle en la boca... ¡Zape! ¡Zape! Reventadle los ojos, que incen­dian... Hundid, empujad hacia abajo su joroba... Todos los puños sobre esa joroba... Que se infla... ¡Se traga el gas de todas las grietas y tubos! (Intentando incorporarse.) ¡Informe de la Central!... ¡El gato blanco explota! (Se derrumba a lo largo del suelo.)
Hijo del Multimillonario. — (Se acerca al Obrero.)
Obrero. — (Busca con la mano.)
Hijo del multimillonario. — (La coge.)
Obrero. — (Dando un grito.) ¡Madre! (Muere.)
Hijo del multimillonario. — (Profundamente abatido.) Hom­bres...
TELÓN

SEGUNDO ACTO
El mismo aposento. Ante la gran ventana se ha corrido una per­siana verde. Hay una mesa larga para dibujar, cubierta de planos. El joven Escribiente —de pelo ahora blancopajizo— en su mesa, ocioso. El Hijo del multimillonario, arrimado a la mesa de dibujo.
Hijo del multimillonario. — ¿Cuánto tiempo ha transcurrido desde entonces?
Escribiente. — Diecisiete días.
Hijo del multimillonario. — (Mirando hacia la ventana.) An­tes, ahí se erguían techumbres abovedadas, y las chimeneas ro­zaban el cielo, humeando halos ardientes. ¿No sucedía así detrás de la persiana verde?
Escribiente. — En unos minutos, todo quedó hecho polvo.
Hijo del multimillonario. — ¿No sucedió eso hace mil años?
Escribiente. — ¡Nunca olvidaré aquel día!
Hijo del multimillonario. — ¿No está hundido, sin embargo, en el pasado demasiado lejos ya de usted?
Escribiente. — (Le mira, interrogante.)
Hijo del multimillonario. — ¿No se miró el pelo en el espejo?
Escribiente. — Estaba nervioso... Alucinado. Sentía cómo todo se iba preparando. Presentí —físicamente— la catástrofe. Era eso peor que lo que, efectivamente, aconteció. ¡Entonces ya tenía yo el pelo blanco!
Hijo del multimillonario. — (Haciendo un signo afirmativo.) ¡El terror blanco!... Ése nos debía dar el golpe... mortal... para empujarnos mil años adelante... ¿Dice usted diecisiete días?... ¡Diecisiete días de completo descanso y sosiego!
Escribiente. — (Indiferente.) Los obreros persisten en su negativa.
Hijo del multimillonario. — Tampoco les puedo dar trabajo. La fábrica está a ras del suelo.
Escribiente. — No empezarán a trabajar antes de que...
Hijo del multimillonario. — Hasta que yo lo autorice.
Escribiente. — (Perplejo.) ¿Entonces... aplaza usted la recons­trucción?
Hijo del multimillonario. — (Moviendo la cabeza.) No la aplazo.
Escribiente. — Traza usted ya los planos.
Hijo del multimillonario. — (Reclinado sobre la mesa de di­bujo.) Mido y pinto...
Escribiente. — Va siendo urgente la demanda del mundo entero. Se agota la provisión, y dentro de poco... ¡faltará gas!...
Hijo del multimillonario. — (Incorporándose.) ¿No tengo la suerte del mundo en mis manos?
Escribiente. — Debe usted atender a las exigencias de los obre­ros... Si no, ocurrirá pronto la catástrofe más tremenda.
Hijo del multimillonario. — (Se acerca a él y le pasa la mano por el pelo.) ¿La llama usted catástrofe? Usted, joven encane­cido, usted debiera estar ya alerta. ¡Ya tuvimos aquí bastante susto, cuando todo reventó estrepitosamente! ¿Quiere usted vol­ver al terror blanco? ¿Le tiembla ya otra vez la pluma en los dedos? ¿Sólo es usted escribiente?
Escribiente. — Tengo mi profesión.
Hijo del multimillonario. — ¿No le desvía... de algo más interesante?
Escribiente. — Necesito lo que gano.
Hijo del multimillonario. — ¿Y si este motivo cesase ahora?
Escribiente. — Yo... soy escribiente.
Hijo del multimillonario. — ¿De pies a cabeza?
Escribiente. — Yo... escribo.
Hijo del multimillonario. — ¿Por qué ha escrito siempre?
Escribiente. — ¡Es... mi profesión!
Hijo del multimillonario. — (Sonriendo.) Tan profundamente os ha sepultado. Han caído sobre vosotros las capas de tierra, una sobre otra... Era preciso, pues, que un volcán os empu­jara hacia arriba... No os hubierais ya levantado. Por la izquierda vienen tres Obreros.
Hijo del multimillonario. — (Dirigiéndose a ellos.) ¿Habéis huroneado ya otra vez por los escombros? No he podido enviaros la respuesta. Está aún en germen... Estoy sumido en cálculos y proyectos... ¿Ahí lo veis! Pero puedo daros esperanzas fir­mes, si me dais un último plazo. ¿Queréis?...
Obrero primero. — La excitación...
Hijo del multimillonario. — Lo comprendo. Hubo muertos... No me atrevo a pensar cuántas víctimas produjo la catástrofe. (Se lleva las manos a la cabeza.) Y, sin embargo, tengo que tenerla ante los ojos. ¡Porque entonces se me evidencia mi de­cisión! ¡Hablad!
Obrero primero. — Venimos, sencillamente, con la misma exi­gencia.
Hijo del multimillonario. — La conozco. Bulle en mi cabeza. La tomé como motivo de mi... (Rápidamente.) ¿Debo despedir al ingeniero?
Obrero primero. — Hoy aún es tiempo.
Hijo del multimillonario. — ¿Mañana?...
Obrero primero. — Mañana nos negaríamos a acudir al trabajo por veinte semanas.
Hijo del multimillonario. — ¿Dejar abandonadas las ruinas?
Obrero primero. — Así, la fábrica puede en veinte semanas tra­bajar de nuevo,
Obrero segundo. — No hay ya en el mundo provisión de gas para más de veinte semanas.
Hijo del multimillonario. — ¿Por qué debo, en fin, despedir al ingeniero? (Al ver que los Obreros callan.) ¿En qué consiste su falta? ¿Han fallado las instalaciones de seguridad? ¿En un detalle al menos? ¿No funcionaron bien los timbres de alarma? Debo también hacerle a él justicia, si a vosotros os hago una concesión. Nada más justo que eso.
Obrero tercero. — Ha explotado el gas.
Hijo del multimillonario. — ¿Por su culpa? No. La fórmula está bien. Aun ahora.
Obrero primero. — Se produjo la explosión.
Hijo del multimillonario. — Según su ley. No según la del ingeniero.
Obrero segundo. — Él hizo la fórmula.
Hijo del multimillonario. — ¡De la más fuerte, nadie es res­ponsable! (Los tres Obreros se callan.)
Obrero primero. — ¡Debe marcharse el ingeniero!
Obrero segundo. — ¡Hoy debe quedar fuera!
Obrero tercero. — ¡Hoy se debe anunciar su despedida!
Obrero primero. — ¡Sólo con esta seguridad podremos irnos!
Hijo del multimillonario. — ¿Queréis el sacrificio? ¿No es eso? ¿Pensáis, con eso, acallar a los muertos que gritan dentro de vosotros? ¿Estrangular el alarido que sacude vuestra sangre? ¿Cubrir el campo de cadáveres con nuevas víctimas? ¿Os empeñáis en satisfacer este capricho voluptuoso de resentidos, después de todo el horror sucedido? ¿Será ese el fruto del árbol ardiente que llovió sobre vosotros pez y azufre?
Obrero primero. — Nos falta aún decir una cosa: no respon­demos ya de la actitud de los obreros.
Obrero segundo. — Hay una levadura que crece, que va cre­ciendo...
Obrero tercero. — La erupción se acerca, fatalmente.
Hijo del multimillonario. — (Violento.) Decidles, pues, a ellos... ¡A todos, a todos! Tienen oídos para oír, y una mente para pensar: Algo hubo que sobrepasó la humana medida. El cerebro del ingeniero calculó hasta el último límite. Detrás de este límite flotan fantasmas sin control. El error lo dictaron desde más allá. ¡La fórmula está bien... y el gas explota!... ¿No lo veis?
Obrero primero. — Venimos con una misión...
Hijo del multimillonario. — ¿Cargáis con la responsabilidad?
Obrero primero. — ¿De qué?
Hijo del multimillonario. — Accedo a vuestra exigencia... El ingeniero se marcha, y vosotros entráis de nuevo en la fábrica.
Obrero primero. — Respondemos de eso.
Hijo del multimillonario.-— ¿Y hacéis gas?
Segundo y tercer obrero. — ¡Gas!
Hijo del multimillonario. — ¿Vale la fórmula?
Obrero primero. — (Titubeando.) Si está bien...
Hijo del multimillonario. — ¡Sin duda alguna!
Obrero segundo. — Está bien, y...
Hijo del multimillonario. — ¡Y el gas explota! (Los tres Obre­ros callan.) ¿No debe, ahora, quedarse el ingeniero? (Los tres Obreros bajan la cabeza.) ¿Mi negativa no os preserva del es­panto? ¿No mantengo cerradas las puertas, detrás de las cuales bulle el infierno? ¿Que no dejan abierta ninguna ventana al cielo? ¿Que es un ardiente callejón sin salida?... ¿Quién cami­na por callejones sin salida, y se borra de los ojos el confín? ¿Quién es el imbécil que se rompe la frente en el último muro, y dice: "He llegado al fin"? Llegó al fin, ¡pero llegó des­truido! ... ¡Volved, volved! ¡La explosión fue una adverten­cia, hizo abrirse en gajos el aire, estalló con estrépito sobre vosotros! ¡Volved, volved!
Obrero primero. — (Creciéndose.) ¡Debemos trabajar!
Obrero segundo. — ¡Es nuestro trabajo!
Obrero tercero. — ¡Somos obreros!
Hijo del multimillonario. — Lo sois incansables. Empujados hacia arriba, hacia el último trabajo. Inmensamente entusiastas de eso que está ahí... (Muestra las escalas.) Ahí está la cacería con galgos, en esquema. Vuestro trabajo: en el hueco de vues­tras manos la ganancia de todos. Eso da fuerza, eso estimula más que la ganancia. Allí se hace el trabajo por el trabajo. La fie­bre salta por encima de todo, y enturbia los sentidos. Trabajo, trabajo; una cuña que se empuja a sí misma hacia adelante, y ta­ladra porque taladra. ¿Hacia dónde? Taladra, porque taladra... ¡Era taladrador..., soy un taladrador... y seguiré taladrador!... ¿No os da espanto? ¿De la mutilación que producís en vos­otros mismos? ¡Seres maravillosos, múltiples..., vosotros, los hombres!
Obrero primero. —... Debemos llevarnos una respuesta clara.
Hijo del multimillonario. — Ya os la di. Pero vosotros aún no la comprendéis. Hasta para mí es esto todavía nuevo... ¡Lo toco con el mayor cuidado!
Obrero segundo. — ¿Se va el ingeniero?
Hijo del multimillonario. — ¡Se va!
Obrero tercero. — ¿Hoy?
Hijo del multimillonario. — ¡Se queda!
Obrero primero. — ¡Eso no es una respuesta clara!
Hijo del multimillonario. — Se va y se queda. El ingeniero debe seros indiferente.
Obrero segundo. — ¿Qué quiere eso decir?
Hijo del multimillonario. — Mi pequeño y precioso secreto, todavía. Más tarde lo desplegaré ante vosotros sin recelo. ¡Los planos...ahí están! Aun no los he terminado. Mi ayudante no está aquí todavía: ¡sin él no los puedo poner en práctica!... y ése es el hombre que para vosotros es y no es enemigo!
Obrero segundo. — ¿Podemos ahí fuera prometer con seguridad?
Hijo del multimillonario. — Lo que queráis. Todo lo cum­plo, y tanto corno prometáis ahí fuera. ¡Eso debe haceros salir de aquí con alegría! Los tres Obreros salen. Él va hacia la mesa de trabajo y se inclina sobre los planos.
Escribiente. — (Salta, precipitado, de la silla.) ¡Yo... me marcho!
Hijo del multimillonario. — (Se yergue.)
Escribiente. — ¡No tengo nada que hacer!
Hijo del multimillonario. — Por el momento.
Escribiente. — Eso... ¿queda también así?
Hijo del multimillonario. — ¿Otra vez fantasmas? Pero esta vez, ¿no son de más claros contornos? ¿No son Fata Morgana con oasis bajo un verde de desierto? Vaticine usted, pues, joven profeta. Tiene usted, en verdad, un talento bien extraño. ¡Me ponen nervioso sus augurios!
Escribiente. — ¡Yo... no encuentro nada nuevo que escribir!
Hijo del multimillonario. — ¿No le seduce? ¿No le excita a usted su energía a mover muchas manos en vez de esa que es­cribe...; a usted, paralítico de la mano izquierda?
Escribiente. — ¡Yo... me voy!
Hijo del multimillonario. — ¿Adónde?
Escribiente. — ¡Con los otros!
Hijo del multimillonario. — Reunidos..., gruñid ante la puer­ta. Aún gira la rueda dentro de vosotros...Poco a poco se suavizan los golpes. Hace falta algún tiempo para que se de­tenga... ¡Entonces os dejaré volver!
Escribiente. — (Sale, rápidamente, por la derecha.)
Hijo del multimillonario. — (De nuevo ante la mesa de di­bujo.)
Ingeniero. — (Entra por la izquierda.)
Hijo del multimillonario. — (Volviéndose hacia él.) ¿Sin lesio­nes en el vientre? ¿Ni en el traje?
Ingeniero. — (Le mira, como queriendo preguntarle algo.)
Hijo del multimillonario. — ¿No es usted el que todo lo aguan­ta, a quien se quiere hundir los cuernos en el vientre? ¿Aún no le han pegado?
Ingeniero. — Oí silbidos.
Hijo del multimillonario. — Así señalan hoy la víctima. Ma­ñana es la muerte.
Ingeniero. —• No he pecado por negligencia, sino por impotencia.
Hijo del multimillonario. — Pero ¿atentan contra su piel?
Ingeniero. — Debía demostrarse a las gentes...
Hijo del multimillonario. — ¡Que una demostración concluye, y, sin embargo, no concluye!
Ingeniero. — No puedo irme... Sería como hacerme reo de todo.
Hijo del multimillonario. — ¿No puedo despedirle?
Ingeniero. — ¡No! A menos que curen ustedes la herida que me hace salir.
Hijo del multimillonario. — Debe uno sufrir por muchos.
Ingeniero. — (Excitado.) Si se atiende justamente al provecho de todos... ¡sí! ¿Dónde está aquí la ventaja? Ponga en mi lugar a éste o a aquél... La fórmula queda en pie... Debe quedar en pie. Se cuenta con la inteligencia de un hombre, y la inte­ligencia del hombre sólo llega hasta ahí... ¡O usted debe hallar una fórmula más endeble!
Hijo del multimillonario. — ¿Usted lo cree?
Ingeniero. —Las máquinas del mundo sufrirían entonces una transformación.
Hijo del multimillonario. — Por eso no fracasarían.
Ingeniero. — Suponiendo que necesitamos producir un medio de menor actividad. ..
Hijo del multimillonario. — Se puede hacer parar a las má­quinas, ¡a los hombres, no!
Ingeniero. — ¿Y si se han dado cuenta del peligro?
Hijo del multimillonario. — ¡Si diez veces volasen por el aire, por undécima vez se instalarían en la zona de peligro!
Ingeniero. —Una explosión como esta...
Hijo del multimillonario. — ¿Les hace reflexionar? ¿Les tem­pla la fiebre en que arden? Afuera están ya llamando: ¡Entréganos al ingeniero... y seguiremos frenéticamente, de explosión en explosión!
Ingeniero. — Por eso es insensato que me marche.
Hijo del multimillonario. — (Sonriendo astutamente.) ¡Una ton­tería sin semejante! Ellos correrían de nuevo hacia dentro, hacia la caldera embrujada, los bribones. Hay que cerrar con una ba­rricada las puertas, y para eso utilizo la figura de usted. ¡Me siento vigoroso teniéndole a usted a mi lado!
Ingeniero. — (Pasándose la mano por la frente.) Entonces, usted quiere. ..
Hijo del multimillonario. — Venga usted por aquí. (Le lleva a la mesa de los dibujos.) ¿Ve usted eso?...Planos, en líneas generales...Precipitado primero de un proyecto... En fin, unas piezas, sólo, para algo importante. Primeros bosquejos. . .
Ingeniero. — ¿Qué es esto?
Hijo del multimillonario. — ¿Conoce usted el terreno?
Ingeniero. — La... fábrica.
Hijo del multimillonario. — El suelo está a nivel.
Ingeniero. — ¿Son éstos... los nuevos departamentos?
Hijo del multimillonario. — ¿De dimensiones tan ridículas?
Ingeniero. — ¿Son éstos los... patios?
Hijo del multimillonario. — ¿Los círculos multicolores?
Ingeniero. — ¿Son éstos... los rieles?
Hijo del multimillonario. — ¿Las líneas verdes? (El Ingenie­ro contempla atónito los planos.) ¿Nada adivina usted? ¿Nada le hace sospechar? ¡Vaya bribón! ¡Usted que tan bien calcula! ¿Le parece difícil el problema que aquí reluce con todos los co­lores?... Sois ciegos, ciegos para los colores desde la eternidad de nuestra monotonía hasta hoy. Ahora se abre paso hacia vos­otros, primaveralmente, el nuevo día. ¡Ojos abiertos, que divagan por los campos: en torno vuestro está la tierra multivaria! (Di­bujando en los planos.) Líneas verdes —calles bordeadas de ár­boles. Círculos rojos, amarillos, azules —plazas fertilizadas con arbustos que emergen del césped. Rectángulos instalados en ellas —casas con un pequeño terreno propio, acogedor...Magní­ficas calles hacia el exterior, conquistando, penetrando en otras comarcas, pisadas por nosotros, peregrinos, que predicamos lo más simple: ... ¡nosotros! (Su ademán es solemne.)
Ingeniero. — (Confuso.) ¿Alza usted la nueva fábrica en otro lugar?
Hijo del multimillonario. — Ella se enterró a sí misma. Se derrumbó en su apogeo. Por eso estamos despedidos. ¡Usted...y yo...y todos! Limpia la conciencia. Hemos seguido el ca­mino, sin miedo, hasta el fin...Ahora nos desviamos. ¡Es nues­tro derecho..., nuestro buen derecho!
Ingeniero. — ¿Está en litigio la reconstrucción?
Hijo del multimillonario. — (Golpeando los planos.) ¡Aquí se opina en contra de ella!
Ingeniero. — ¿Y el gas...que únicamente se puede fabricar aquí?
Hijo del multimillonario. — ¡Explotó!
Ingeniero. — ¿Y los obreros?
Hijo del multimillonario. — Serán colonos en esta tierra verde.
Ingeniero. — ¡Eso... es... imposible!
Hijo del multimillonario. — ¿Le sorprenden mis planes? Le dije que son imperfectos. Para su ejecución he contado con us­ted. Sí, he contado con su ayuda. Es usted capaz, como nin­guno, de abarcar un gran proyecto. ¡Tengo en usted la mejor confianza! ¿Vamos a comenzar el trabajo? (Acerca un sillón a la mesa de dibujo, y se sienta.)
Ingeniero. — (Retrocediendo.) ¡Soy ingeniero!
Hijo del multimillonario. — Aquí utilizaré de nuevo sus co­nocimientos.
Ingeniero. — ¡No es ése... mi ramo!
Hijo del multimillonario. — Aquí dejamos libres todas las energías.
Ingeniero. — ¡Yo no me encargo de esa tarea!
Hijo del multimillonario. — ¿Le parece demasiado fácil?
Ingeniero. — ¡Demasiado... mezquina!
Hijo del multimillonario. — (Se levanta.) ¿Qué dice usted ahí? ¿Es eso mezquino para su calidad de ingeniero que sólo sabe calcular? ¿Le abruma a usted su propia fórmula. . ., la que usted calculó? ¿Anda usted embrollado en ese andamio que usted cons­truyó? ¿Brazos, piernas y sangre y sentidos, tiene usted entre­gados a esas zarpas que le sujetan? ¿Es usted un esquema en­fundado en una piel? (Palpando hacia él.) ¿Dónde está usted? ¿Dónde su calor..., dónde su pulso..., su dignidad?
Ingeniero. — Si no puedo ocuparme en mi especialidad...
Hijo del multimillonario. — ¿No castigan sus manos a esa bo­ca... que habla de asesinar?
Ingeniero. — ¡Quiero que se me despida!
Hijo del multimillonario. — (Apoyándose en la mesa.) ¡No! Eso hará volver a los otros. El camino está libre.. ., y ellos invaden el interior y reconstruyen su infierno... ¡Y la fiebre sigue creciendo! Ayúdeme, quédese usted conmigo...Trabaje usted aquí, conmigo, ¡donde yo trabajo!
Ingeniero. — ¡Estoy despedido!
Hijo del multimillonario. — (Le mira, sin poder hablar.)
Ingeniero. — (Se va por la izquierda.)
Hijo del multimillonario. — (Al fin, con voz robusta.) ¡En­tonces debo imponer mi voluntad, dominaros a todos!
telón

TERCER ACTO
Aposento ovalado. En los muros, de una madera muy clara, hay puertas invisibles: dos al fondo, una a la izquierda. En el centro una mesa redonda, de pequeño radio, con tapete verde. Seis sillas en torno a la mesa, muy juntas unas a otras.
El Oficial entra por la izquierda, con abrigo. Revela una in­quietud apenas frenada. Busca las puertas, golpea en el entari­mado de los muros.
El Hijo del multimillonario viene por la izquierda, desde el fondo.

Oficial. — (Se vuelve de repente hacia el otro y avanza en direc­ción a él.) ¿Te molesto?
Hijo del multimillonario. — (Sorprendido.) ¿Estabais aquí vos­otros?
Oficial. — No, estoy yo solo.
Hijo del multimillonario. — ¿Por qué, sin tu mujer?
Oficial. — Ella... no me ha podido acompañar.
Hijo del multimillonario. — ¿Está enferma mi hija?
Oficial. — No sabe nada de mi viaje.
Hijo DEL MULTIMILLONARIO. — (Abatido.) La perspectiva es, des­de luego, poco grata... La fábrica paterna, hecha un montón de escombros... ¿Quieres verlo todo desde aquí?
Oficial. — (Rápidamente.) Habrá sido terrible la catástrofe. ¿Se sigue con empuje la reconstrucción?
Hijo del multimillonario. — ¿Has hecho observaciones en ese sentido?
Oficial — Es natural que trabajéis febrilmente.
Hijo del multimillonario. — (Moviendo la cabeza.) Mi tiem­po...
Oficial. — Estás ocupado. La tarea se te aumenta hasta ahogarte. (Señalando la mesa.) Tienes junta. Vengo en plena inoportu­nidad. (Casi brusco.) ¡Pero tengo que pedirte una entrevista ahora mismo!
Hijo del multimillonario. — Para mí todo tiene la misma im­portancia.
Oficial. — Agradezco tanta solicitud en escucharme... ¡Se trata de... salvarme!
Hijo del multimillonario. — ¿De qué?
Oficial. — ¡De la expulsión..., de la deshonra!
Hijo del multimillonario. — ¿Cómo?
Oficial. . — ¡Deudas de juego..., y debo pagar en un plazo que termina mañana, al mediodía!
Hijo del multimillonario. — ¿Y no puedes?
Oficial. — ¡No!
Hijo del multimillonario. — Si es preciso..., echa mano de vuestra fortuna.
Oficial. — ¡Es que ésa... ya no existe!
Hijo del multimillonario. — ¿Agotada?
Oficial. — (Excitado.) Jugué y perdí. Quise compensar las pérdi­das y especulé. Las especulaciones fracasaron, y engrosaron las deudas. Aumenté las posturas para ganarlo todo, por encima de mis fondos, y ya... ¡sólo me queda la pistola, si no pago!
Hijo del multimillonario. — (Después de un silencio.) ¿Y tu último camino te dirige hacia mí?
Oficial. — ¡Bien penoso es para mí dirigirme hacia quien me re­galó su confianza, que he defraudado! Pero me empuja hacia aquí la desesperación. He merecido tus reproches... Cada recon­vención tuya me quema, es lógico. Ante ti no encuentro una sola palabra de disculpa.
Hijo del multimillonario. — ¡Nada te reprocho!
Oficial. — (Febril.) Aún me avergüenza más tu bondad que per­dona. Yo sólo puedo prometer, solemnemente, que he salido in­maculado de este peligro. . .
Hijo del multimillonario. — ¡No quiero juramentos!
Oficial. — ¡Me obligo a ti!
Hijo del multimillonario. —... ¡porque no voy a prestarte nada para que te desquites!
Oficial. — (Le mira con rigidez.) Tú quieres mi...
Hijo del MULTIMILLONARIO. — Aunque quisiera ayudarte... no, no puedo... Te dije entonces que tu mujer era la hija de un obrero. Esto soy yo. Nada te he ocultado. Todo lo has visto claro.
Oficial. — En todas partes hay medios a tu alcance.
Hijo del multimillonario. — No.
Oficial. — A una palabra tuya, obedecen los Bancos.
Hijo del multimillonario. — ¡Hoy ya no!
Oficial. — La fábrica, dentro de unas semanas, trabajará de nuevo...
Hijo del multimillonario. — ¡Está parada!
Oficial. — ¿Parada?
Hijo del multimillonario. — Sí. He pensado otras cosas... ¿Quieres ayudarme? Necesito del apoyo de todos. La torre del error no vacila, si sólo la empuja una fuerza... ¡Deben zaran­dearla mil manos!
Oficial. — (Confuso.) No quieres...
Hijo del multimillonario. —- También yo estoy necesitado. Te trae aquí una feliz casualidad. Eres culpable...como yo lo soy. Los dos somos inocentes. Brota hoy la confesión espontánea...Y fuera, se difunde contra nosotros la calumnia.
Oficial. — (Llevándose las manos a la cabeza.) No puedo... pensar...
Hijo del multimillonario. — Desnúdate de ese ostentoso traje, deja tus armas. Eres el mejor de los hombres, porque mi hija es tu mujer... En lo más hondo de ti...no hay mancha. ¿De dónde han venido esas sombras? ¿Qué te enturbia y te esconde? ¿De dónde vino ese cebo del lujo?
Oficial. —- ¿Debo... yo... entonces... dejar de ser... oficial?
Hijo del multimillonario. — Confiesa tu culpa... y demues­tra tu falta de culpa. Empuja tus miradas hacia ti mismo, y haz que resuene en ti una voz: "Disfrazado con este traje, estoy ahora vacío para la vida...Una reacción terrible de energías desbordantes se opera en mí, en un sentido... Lleno de hechos aún no realizados, porque aún me amenaza una realidad, y ésta lleva a la destrucción. ¡Sólo aplicada a un esfuerzo, irrumpe vio­lentamente hacia afuera y corre a la ruina!" Oficial. — (Con un gesto reprimido.) ¿Puedes... ayudarme?
Hijo del multimillonario. — Sí.
Oficial. — Entonces, dame...
Hijo del multimillonario. — ¡Lo que tú me dieses, no lo po­dría pagar!
Oficial. — Mi plazo corre...
Hijo del multimillonario. — ¡Dura infinitamente!
Oficial. — ¡Dinero!
Hijo del multimillonario. — ¿Debo engañarte con dinero? ¿Por ti mismo?
Oficial. — (Con suma perturbación.) Tengo que dejar el servi­cio... Me expulsan del regimiento... Yo...
Hijo del multimillonario. — (Le lleva hacia la puerta, por el hombro.) Sí, producirá sensación el que yo te abandone... Mi yerno. . ., y, sin embargo, pude, a manos llenas, hacer mía la fortuna... ¡Pero no lo hice! Eso llamará la atención. Escucha­rán con más ahínco. Los necesito, y tú me los traes. Éste será tu mérito, que te enaltece, sin mi gratitud. Entonces todo lo aceptaré, como algo natural.
Oficial. — (Se va.)
Hijo del multimillonario. — (Se acerca a la mesa, pasa la mano por encima del paño verde, inclina la cabeza; se va por la iz­quierda, al fondo.) Llega por la izquierda el Primer señor negro. Sobre una negra levita escrupulosamente abotonada, la cabeza gruesa, de cabellos grises, recortados en mechones cortos. Entra el Segundo SEÑOR negro, de traje muy parecido al primero, como todos los que vienen después. Perfecta uniformidad. Se han quitado el sombrero.
Segundo señor negro. — ¿Cómo le va en su casa?
Primer señor negro. — No se mueve una mano.
Segundo señor negro. — Tampoco en mi casa.
Viene el Tercer señor negro. Perilla amarillenta y en punta.
Tercer señor negro. — (Dirigiéndose al Primero.) ¿Cómo le va en su casa?
Primer señor negro. — No se mueve una mano.
Tercer señor negro. —(Hacia el Segundo.) ¿Y en la suya?
Segundo señor negro. — (Un gesto negativo.)
Tercer señor negro. — Tampoco en mi casa.
Vienen el Cuarto y el Quinto señor negro. Son hermanos muy parecidos, de treinta años.
Cuarto señor negro. — (Hacia el Primero.) ¿Cómo le va en su casa?
Quinto señor negro. — (Hacia el Segundo.) ¿Cómo le va en su casa?
Tercer señor negro. — (Hacia los dos.) ¿Y en la de ustedes?
Cuarto y quinto señor negro. — No se mueve una mano.
Primer señor negro. — Tampoco en mi casa.
Segundo señor negro. — Es la huelga más colosal que conozco.
Quinto señor negro. — Y ¿cuál es la causa de todo?
Tercer señor negro. — Nuestros obreros han declarado la huelga por simpatía con los de aquí.
Quinto señor negro. — Y los de aquí ¿por qué la declararon?
Segundo señor negro. — Porque no fue despedido el ingeniero.
Quinto señor negro. — ¿A qué cuento iban a quedarse con él?
Segundo señor negro. — ¿Por qué?
Cuarto señor negro. — Porque se trata de una arbitrariedad.
Tercer señor negro. — ¡Está bien!
Primer señor negro. — Aún puede haber otro motivo. Y éste es de capital importancia. Exigen que se despida al ingeniero: eso es el nervio de la dificultad. Si a uno de nosotros se nos viene con exigencias, entonces hay que resistir, incondicionalmente. Eso sucedió aquí. Y, como consecuencia, el ingeniero se queda en su destino.
Tercer señor negro. — Recordemos que no se trata de uno de nosotros.
Cuarto señor negro. — Es una necedad, como la otra.
Segundo señor negro. — Exacto. Tan peligrosa como la otra. ¡Verán ustedes!
Cuarto señor negro. — ¡Si no es más peligrosa!
Tercer señor negro. — ¡Creo que ya no puede ser peor!
Segundo señor negro. — La primera ya nos molesta bastante.
Cuarto señor negro. — Todos los obreros miran de soslayo esta fábrica.
Quinto señor negro. — El reparto de las ganancias es algo in­quietante para todas las demás fábricas.
Segundo señor negro. — ¡El foco de infección que se quería des­truir!
Tercer señor negro. — ¡Con pez y azufre!
Primer señor negro. — Pero usted no olvide el fruto que ma­duró en el suelo de esta instalación. La participación en las ga­nancias produjo una suma tensión del trabajo; y el trabajo in­tenso produjo algo más fuerte: ¡gas!
Segundo señor negro. — Sí, gas.
Tercer señor negro. — ¡Gas!
Quinto señor negro. — En todo caso, necesitamos gas.
Cuarto señor negro. — En todo caso.
Tercer señor negro. — Exigimos: ¡la despedida del ingeniero!
Segundo señor negro. — En absoluto independiente de los obreros.
Quinto señor negro. — ¡En absoluto independiente de los obreros!
Cuarto señor negro. — Eso salva nuestra actitud.
Tercer señor negro. — ¿Tienen ustedes el orden del día?
Cuarto señor negro. — (Junto a la mesa.) Aquí no hay nada.
Primer señor negro. — ¡Nada más que este punto! ¿Estamos conformes? Los demás Señores negros se estrechan las manos. El Hijo del MULTIMILLONARIO al fondo, desde la izquierda. Indica las sillas, donde los Señores negros se sientan inmediatamente. El Hijo del multimillonario, se sienta, como en el último lugar, entre el Cuarto y Quinto señor negro.
Quinto señor negro. — ¿Quién escribe el acta?
Hijo del multimillonario. — ¡No, no! ¡No se escribe nada!
Tercer señor negro. — Una sesión sin...
Hijo del multimillonario. — Sí, sí. ¡Todo verbalmente!
Primer señor negro. — Dada la trascendencia del tema, creo el acta muy necesaria... para demostrar siempre nuestra indepen­dencia frente a tal exigencia de los obreros.
Segundo señor negro. — ¡Propongo la publicación del acta de la sesión!
Tercer señor negro. — ¡A votación!
Primer señor negro. — ¿Quién a favor?
Los Señores negros, con gesto muy enérgico, levantan un brazo.
Hijo del multimillonario. — (Sujeta los brazos del Cuarto y Quinto señor, que están junto a él, empujándolos hacia abajo.) ¡Todos contra uno, no! Eso me hace demasiado poderoso. Os acosaría... y sólo os quiero convencer.
Primer señor negro. — Si nuestras discusiones...
Hijo del multimillonario. — ¿Queréis pactar conmigo? ¿Sois vosotros los obreros? ¿No sois los señores?
Tercer señor negro. — Nos ha convocado usted sin orden del día. Deducimos de eso, que se nos confía el arreglo. Esto es una suposición justificada. Estamos de acuerdo sobre un mismo punto.
Segundo señor negro. — La discusión, creo, será corta; y volva­mos a nuestras fábricas.
Cuarto señor negro. — Es el momento extremo; en nuestras ca­sas hay que esperar de nuevo.
Quinto señor negro. — El primer turno debe entrar ya esta noche.
Tercer señor negro. — Ya hay que reparar pérdidas.
Hijo del multimillonario. — ¿Pérdidas, vosotros? ¿En qué ha­béis perdido?
Los señores negros. — (Confusamente.) El trabajo está deteni­do... La fábrica, parada en absoluto... Los obreros, en huelga...
Hijo del multimillonario. — (Alzando una mano.) Yo lo sé. Estáis celebrando funerales. ¿No es digna la causa? ¿No fueron miles los que ardieron?
Primer señor negro. — La huelga tiene motivos muy distintos.
Hijo del multimillonario. — ¡No, no! No debéis atender a sus comadrerías. Son insensatos. ¡Si yo os digo que exigen la ex­pulsión del ingeniero! ¿No prueba eso una perturbación? No, ellos, ahí fuera, no saben lo que hacen.
Los señores negros. — (Se miran estupefactos.)
Hijo del multimillonario. — ¿Es culpable el ingeniero de lo que origina su marcha? ¿Era mala su fórmula? Era firme antes de la prueba, y sigue siéndolo. ¿Con qué motivo le despido?
Segundo señor negro. — (Baja la cabeza.) La fórmula está pro­bada, experimentada.
Tercer señor negro. — (Lo mismo.) Está comprobada su validez.
Cuarto señor negro. — (Lo mismo.) Es la fórmula. ..
Quinto señor negro. — (Lo mismo.) ¡Para el gas!
Hijo del multimillonario. — ¿Reconocéis eso?
Primer señor negro. — ¡Por eso la puede emplear cualquier in­geniero!
Segundo señor negro. — Éste o el otro.
Cuarto señor negro. — ¡Entonces, el ingeniero es algo comple­tamente secundario!
Quinto señor negro. — ¡Un nuevo ingeniero... y la misma fórmula!
Tercer señor negro. — ¡Así se termina la huelga!
Primer señor negro. — Esta exigencia nos reúne alrededor de la mesa: ¡La despedida del ingeniero!
Hijo del multimillonario. — (Mirando con rigidez.)...¿Ha­béis olvidado?... Estáis sordos... No zumba ya el estallido en vuestras orejas... Ya no osciláis en vuestras sillas... ¿Estáis ya paralíticos?
Segundo señor negro. — La catástrofe es un borrón.
Cuarto señor negro. — La sentamos en cuenta...
Quinto señor negro. —... y pasamos a otro folio.
Hijo del multimillonario. — ¿La misma fórmula?
Primer señor negro. — Esperamos...
Segundo señor negro, — Naturalmente.
Hijo del multimillonario. — ¿La misma fórmula?
Tercer señor negro. — Quizá se prolonguen los intervalos en­tre...
Cuarto señor negro. — ¡Hay que recoger experiencias!
Hijo del multimillonario. — ¿Dos veces? ¿Tres?
Quinto señor negro. — Luego, se conocerá ya el turno...
Segundo señor negro. — ¡En todo caso, nosotros ya no lo vamos a vivir!
Hijo del multimillonario. — ¿Les debo dejar entrar...? ¿En­tregar?...
Primer señor negro- — Al fin y a la postre, la técnica del mun­do no puede detenerse.
Tercer señor negro. — ¡Que depende enteramente del gas!
Hijo del multimillonario. — ¿Que depende?... ¿Soy yo, en­tonces, el impulso que la mueve? ¿Es ése mi poder? Los Señores negros se miran asombrados.
Hijo del multimillonario. — Mi poderosa voz, ¿está por en­cima del horror y del placer? ¿Hay ante mi sentencia una al­ternativa de muerte o de vida? El sí o el no de mi boca, ¿deciden sobre la vida o sobre la destrucción? (Alzando las manos.) Yo os digo: ¡No!... ¡No!... ¡No! Un hombre decide... Sólo un hombre puede decidir... ¡No!... ¡No!... ¡No! Los Señores negros se miran unos a otros.
Cuarto señor negro. — Eso...
Quinto señor negro. —... es...
Tercer señor negro. —... pues...
Segundo señor negro. — Entonces..., pues... ¿qué?
Hijo del multimillonario. — Hemos allanado las ruinas..., y encima de las ruinas hay un nuevo pavimento. Capa sobre ca­pa... A la tierra le ha crecido una nueva corteza. Es su eterna ley de evolución.
Primer señor negro. — ¿Qué hay, pues?
Hijo del multimillonario. — ¡Nunca humearán aquí las chime­neas! ¡Jamás se oirá el estrépito de las máquinas! ¡Jamás zum­bará el alarido de las víctimas de una explosión ineludible!
Segundo señor negro. — La fábrica...
Tercer señor negro. — La reconstrucción...
Primer señor negro. — ¿Gas?
Hijo del multimillonario. — Nada de reconstruir...Nada de fábrica... ¡Nada de gas! Yo no cargo con la responsabilidad... ¡Nadie puede cargar con ella!
Primer señor negro. — Debemos...
Tercer señor negro. —...renunciar...
Quinto señor negro. —... ¿al gas?
Hijo del multimillonario. — ¡A víctimas humanas!
Segundo señor negro. — Estamos instalados...
Los otros señores negros. —... ¡contando con el gas!
Hijo del multimillonario. — ¡Descubrid algo mejor...o con­tentaos con otro más débil!
Primer señor negro. — Eso es enorme. A esa pretensión opo­nemos la más enérgica resistencia. ¡Significa una transformación de nuestras fábricas!
Cuarto señor negro. — ¡Gastos ruinosos!
Tercer señor negro. — No se trata aquí de gastos, de la ruina de uno de nosotros. Yo pregunto: ¿Debe disminuirse la produc­ción del mundo?
Quinto señor negro. — Por eso debemos fabricar gas. Es el deber de usted. ¡Si no hubiéramos tenido el gas!
Segundo señor negro. — Usted ha producido el más alto des­arrollo de la técnica. ¡Ahora debe proporcionarnos gas!
Primer señor negro. — Con su temible método, que hace a los obreros partícipes de la ganancia, obtuvo usted un fruto in­menso... ¡Gas! Por eso toleramos el método. ¡Pero hoy exigimos gas!
Hijo del multimillonario. — Temible, sí; lo he aprendido. Pe­ro no hice sino correr más de prisa que vosotros el camino que todos habéis de recorrer un día: ¡La ganancia de todos en manos de todos!
Quinto señor negro. — No se debió descubrir la fórmula, si alguna vez se iba a suspender la producción de gas.
Hijo del multimillonario. — Debió realizarse el descubrimien­to. Estaba desencadenada la furia del trabajo. ¡Un ciego ímpetu que arrastraba hacia los límites!
Primer señor negro. — No podía lograrse una moderación del ritmo a que nos hemos acostumbrado.
Hijo del multimillonario. — No... No volver a un grado me­nor de movimiento; no lo aconsejo. Hay que ir adelante... Detrás de nosotros, sólo perfecciones; si no, no somos dignos. Que no prenda en nosotros ninguna cobardía. Hombres somos... Seres de extrema energía. ¿No lo hemos comprobado otra vez? ¿No hemos avanzado virilmente hacia la última posibilidad? Y ¡sólo cuando miles de los nuestros queden tendidos en tierra, partiremos hacia un nuevo campo! ¿No pusimos de nuevo a prueba sectores de nuestra energía..., llevados a la última ten­sión, hasta romperse, para conocer su máximo fruto..., para saber si pueden ligar el conjunto: el hombre? ¿No peregrinamos hacia él, por la larga carretera, de época en época..., de las que hoy se cierra una para abrirse la próxima, que es la última?
Segundo señor negro. — ¿Quiere usted, pues, suprimir toda la producción?
Hijo del multimillonario. — ¡La medida es el hombre, que la mantiene!
Tercer señor negro. — ¡leñemos otras necesidades!
Hijo del multimillonario. — ¡Mientras le cansamos de otro modo!
Cuarto señor negro. — ¿Quiere usted engatusarnos?
Quinto señor negro. — ¿Con panfletos?
Hijo del multimillonario. — Doy el ejemplo sobre mi suelo. Junto a verdes avenidas, pequeñas parcelas para nosotros.
Primer señor negro. —... ¿Distribuye usted el terreno más rico de la tierra para esos fines?
Hijo del multimillonario. — Para ese fin... ¡que es el hombre!
Tercer señor negro. — Debéis disponer de medios..., pues, al fin, el mundo aún cuenta con el dinero.
Hijo del multimillonario. — La ganancia anterior es suficiente para todos durante el tiempo necesario para el efecto que se difunde.
Cuarto señor negro. — ¡Esperaría usted mucho tiempo imi­tadores!
Hijo del multimillonario. — ¿Si os hace falta gas? (Los Seño­res negros se callan.) Os podría obligar... ¡Lo reconocéis!... No lo quiero. Os enojaría... y necesito de vuestra ayuda. Seis estamos sentados alrededor de la mesa. Seis se levantan y salen: entonces las palabras de los seis se hinchan hasta tronar...En­tonces se harán perceptibles. La presión de la anunciación, que se repite seis veces, penetrará en el oído más torpe. Vosotros sois los grandes de la Tierra..., los señores negros del trabajo. Levantaos y venid. Proclamaremos el fin del tiempo que se cumpla... y volveremos a decirlo a aquellos que no pueden com­prender, porque llevan en la sangre el hervor que hasta ayer les sacudía... ¡Levantaos, y en marcha!
Primer señor negro. — (Después de una pausa, mirando alrede­dor y recogiendo las miradas de los otros.) ¿Estamos de acuerdo? (Los Señores negros alzan los brazos.) Concederemos un pla­zo... hasta la noche. Si hasta entonces no nos ha sido comuni­cada la despedida del ingeniero..., ¡nos dirigiremos al Gobierno! Vamos. Los Señores negros se van.
Hijo del multimillonario. — (Sentado a la mesa, pasa lenta­mente la mano por el tapete verde, y susurra.): ¡No!... ¡No!... ¡No!... ¡No! El Oficial, sumamente excitado, por la izquierda.
Oficial. — (Se desciñe el sable y lo quiere poner sobre la mesa. Por fin lo arrastra hacia sí y se lo vuelve a ceñir.) No...Eso... yo...no... puedo. (Se sitúa junto a la pared del fondo y se da un tiro en el pecho.)
Hijo del multimillonario. — (Mira hacia allí. Se levanta.) ¡Que los otros encajen el mundo!
TELÓN


CUARTO ACTO
Sala de cemento armado, alta, redonda, brumosa. Desde la cú­pula se difunde la luz de un arco voltaico. En el centro una tribuna de hierro, estrecha, en escarpa.
Reunión de obreros. Muchas mujeres. Silencio.
Voces. — (En crescendo.) ¿Quién?
MUCHACHA. — (Sube a la tribuna y levanta los brazos.) ¡Yo! (Silencio.) Hablo de mi hermano. No sabía que tuviese un her­mano. Un hombre se fue por la mañana de la casa, vino a la noche y durmió. O se fue de noche y volvió por la mañana y durmió.. . Una mano era grande..., la otra pequeña. La mano grande no dormía; ésta se agitaba en todas direcciones, día y noche. Le consumió, creció a costa de todo su vigor. ¡Esta ma­no era el hombre! ¿Dónde quedó mi hermano? ¿Aquel que jugaba junto a mí, que construía castillos de arena con las dos manos? Se derrumbó en el trabajo. Éste sólo le exigía una de las manos.. ., la que apretaba y alzaba la palanca, minuto tras minuto, hacia arriba y hacia abajo, contados al segundo. Ningún movimiento dejó de producirse. Puntualmente apuntó con su palanca ante la cual permanecía como un muerto. Ningún error; jamás se equivocó en la numeración. La mano contaba con la cabeza, que sólo obedecía a la mano... ¡Eso quedó de mi hermano!.. . ¿Eso quedó? Cierto mediodía cayó el rayo. Por todas las grietas y agujeros se filtró la corriente de fuego. En­tonces la mano fue también deshecha por la explosión. ¡Mi her­mano había dado ya lo último!... ¿Es demasiado poco? ¿Había mi hermano regateado el precio cuando se necesitó su mano para mover la palanca? ¿No se desprendió voluntariamente de sí mismo... y se arrugó en la mano que contaba?... ¿No pagó, además, por fin, la mano? ¿Es el pago demasiado mezquino..., para pedir el ingeniero? ¡Mi hermano es mi voz! ¡No trabajéis mientras el ingeniero no salga de la fábrica! ¡No trabajéis! ¡Es la voz de mi hermano!
Muchachas. — (Rebullen abajo, más cerca.) ¡Es mi hermano!
LA MUCHACHA baja en dirección a ellas. Silencio.
Voces. — (Que crecen de nuevo.) ¿Quién?
Madre. — ¡Yo! (Silencio.) La explosión pulverizó al hijo de una madre. ¿Qué es esto? ¿A quién mató el fuego? ¿A mi hijo? Ya no le conocí... Le enterré una mañana muy temprano, la primera vez que marchó a la fábrica. Dos ojos que quedan rígidos de mirar el manómetro, ¿son un hijo? ¿Dónde estaba ya mi niño? ¿Al que yo parí para que la boca riese, para que sus miembros se agitasen? ¿Mi niño.. . que por detrás se me col­gaba al cuello y me besaba alegremente? ¿Mi niño?... Soy madre y sé que lo que nace con dolor se pierde con pena. Soy madre... y no me quejo. Mi clamor está encerrado en el pecho y no estalla. Soy madre... ¡Ni rebeldía ni acusación! No soy yo.. ., es mi niño quien llama. Mi regazo le despidió al nacer; ahora, muerto, vuelve a venir a mí... de madre a madre. Mi hijo está otra vez conmigo. ¿No bulle en mi sangre? ¿No em­puja mi lengua y arranca de ella un grito? ¡Madre! ¿Dónde has estado tanto tiempo? ¡Madre, tú no estabas conmigo! ¡Me dejaste muy pronto solo! ¡No hiciste añicos el manómetro..., no más largo que tu dedo y delgado como las alas de una mosca! ¿Por qué no lo destruyó él mismo, aplastándolo suavemente? ¿Por qué sacrificó a su madre? ¿Por qué se paralizó su cuerpo, para concentrar todas sus energías en los rígidos ojos? ¿Por qué se los saltaron las llamas? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Debe trabajar todo y exigir nada? ¿Es eso grande, frente a haberlo perdido? ¡Aquí, una madre... y allí, el ingeniero!
Mujeres. — (Rebullen abajo.) ¡Es mi hijo!
Madre. — Madre, y madre, y madre, sois vosotras. Gritan en vosotras los hijos... No los ahoguéis... Quedaos fuera de la fábrica..., fuera de la fábrica... ¡Allí está el ingeniero!
Mujeres. — ¡Lejos de la fábrica!
Madre. — (Baja de la tribuna y se une a las mujeres. Silencio.)
Voces. — (Gritando.) ¿Quién?
MUJER. — (En la tribuna.) ¡Yo! (Silencio.) Cierto día hubo una boda. Tocó el piano toda la tarde. Bailaban todos, por las habi­taciones. Un día entero, mañana, tarde...y noche. Mi gran marido estaba todo un día conmigo. Un día, desde la mañana hasta la noche. ¡Un día era su vida!... ¿Es demasiado? ¿Por qué un día tiene mañana, mediodía y... tarde? ¿Y, además, la noche? ¿Es demasiado largo para una vida? ¡Deliciosamente largo es!... ¡Veinticuatro horas... y boda! ¡Boda y veinti­cuatro horas... y piano... y baile, son, pues, una vida! ¿Qué más quiere un hombre? ¿Vivir dos días? ¡Cuánto tiempo es eso! Llega a ser ya eternidad. El sol se cansaría de iluminarlo con su luz. La boda es sólo una vez, y la rueda motora gira siempre... Hacia adelante..., hacia atrás..., hacia atrás..., hacia adelante...; el hombre rueda con ella. El hombre, rueda con ella porque posee un pie. Sólo un pie es necesario. Éste pisa en el bloque de hierro para detener, para mover; pisa y pisa y pisa ya sin el hombre que gira con ella. ¡Si el pie no estuviese tan sólidamente unido al hombre! ¡El hombre podría vivir, pero el pie le mantiene sobre el volante que da vueltas hacia adelante y hacia atrás..., día tras día, con el pie y su hombre! ¿Ocurrió la explosión? ¿Por qué abrasó a mi marido? ¿Por qué todo el hombre? ¿No bastaba con el pie, que era sólo lo que importaba de mi marido? ¿Por qué todo mi marido, con su tronco y extremidades?... Porque el pie y el tronco y las extremidades son todo mi marido..., y su pie no trabajaba sin el hombre. Su pie no trabajaba separado... ¡Necesitaba de mi marido! La fábrica, ¿es como mi marido, que vivió un día de boda, y el resto de su vida estaba muerto? ¿No pueden cam­biarse unas piezas por otras..., y la fábrica funciona como antes?.. . ¿No es cada uno algo que puede cambiarse por otro? Y la fábrica, ¿no se mueve lo mismo? No reemplacéis al hom­bre de la palanca..., no reemplacéis al hombre del manómetro..., no reemplacéis al hombre del volante... ¡El ingeniero os obstruye el puesto; el ingeniero os obstruye el puesto!
Mujeres. — (En torno a la tribuna.) ¡A mi marido, no!
Muchachas. — ¡A mi hermano, no!
Madres. — ¡A mi hijo, no!
Mujer. — (Baja de la tribuna.)
Obrero. — (Sube a la tribuna.) Muchachas: ¡soy el hermano! Juro que yo soy el hermano. Juro que fui abrasado. ¡Yazco bajo los escombros hasta que tú me envíes a la palanca.. ., en vez de tu hermano que estalló! Ésta es su mano... ancha y rígida para asir la palanca. La mano tiene su rendimiento. .., que se acu­mula en su hueco...; le arrastró con ahínco hacia su casa. Entonces no lo contó...; allí reposaba en el cajón; ¡fue llenan­do el cajón! ¡Así perdió su rendimiento! ¿Qué compra esa mano, de la cual cuelga muerto tu hermano?... ¿Qué deseos son éstos que tiene una mano? ¡Una mano sola, y toda la ganancia en el cajón! La mano está pagada, ¡tu hermano, no! Aun abrasado, está viviendo..., y grita, con toda su ganancia: "¡Entregad al ingeniero!... ¡Entregad al ingeniero!...
Obreros. — (Alrededor de la tribuna.) ¡Yo soy el hermano!
Obrero. — (Baja hacia ellos.)
Obrero. — (En la tribuna.) ¡Madre..., soy tu hijo! En torno a sus ojos..., rígidos por el manómetro, ha crecido de nuevo. ¡Tu hijo es de nuevo palpitación y grito! Madre... ¡Me di a un manómetro del tamaño de un dedo! Madre... ¡Me di para fijar mis ojos en el manómetro! Madre... ¡Morí con todo el cuerpo..., y sólo me encontré en mis dos ojos! Hice rodar todo el dinero sobre la mesa...Tú no lo recogiste en el de­lantal... y se derramó por el suelo. Madre..., ahora ya no te inclinas hacia él, ya no lo recoges, ya no lo juntas en montones... No hay techumbre para albergar a tu hijo.. . ¡Es un manómetro su habitación, estrecha y venenosa! Leed las tablas, ¡buscad en ellas el precio de una madre! ¡El de mi sangre y el de la sangre de mi madre..., que bebían mis ojos en el manóme­tro! ...Calculad las cuotas en que se reparte la ganancia, y sumadlas todas... ¿Pagan una madre y el hijo de una madre?... En el manómetro, los ojos tienen su ganancia..., pero el hijo de una madre se queda sin nada... ¿No tiene derecho a exigir por esta deuda, el cielo y la tierra? ¿No está dispuesto a conformarse con recompensa más pequeña? ¿Qué vale esto para su sacrificio?... ¿El ingeniero?... ¡Sólo el ingeniero..., y mis ojos pasan sobre mi madre y miran rígidos el manómetro!... ¡Sólo el ingeniero!... ¿Sólo el ingeniero!. . .
Obrero. — (Abajo, cerca de la tribuna.) ¡Yo soy el hijo!
Obrero. — (Baja de la tribuna y se mezcla con los otros.)
Obrero. — (En la tribuna.) ¡Mujer..., tus bodas vuelven! ¡El día..., con la mañana, el mediodía y la tarde te pertenecen! Es un día.. . y después todos los días son ninguno para ti... Tu marido rueda otra vez con el volante, hacia adelante y hacia atrás...; un hombre en un pie, que dirige... ¿No te ríes? ¡Un día es vuestra vida! Hombre y mujer con un día entero... ¡No se gasta mal el tiempo, mientras el volante zumba! No toca ya el pie, mientras danza por el bloque de hierro... ¿Asfixia el roce de las ruedas con los rieles? Ningún día es vuestro, tú y tu marido. Ningún día tiene mañana, ni mediodía, ni noche...; ninguna hora para el hombre y la mujer... El volante corre, y el pie mantiene el ritmo... y el ritmo arrastra al hombre... ¿Un cubo debe convertirse en una gota de agua. . ., mil días en un día de vida? No os engañéis... ¡No cabe una vida den­tro de un día! No os engañéis con la ganancia. Ninguna ganan­cia puede gastarse en un día. ¡Tenéis la ganancia y ninguna vida! ¿Para qué os sirve esa ganancia que produce el pie..., que empobrece la vida humana? Habréis perdido el tiempo..., y, con el tiempo, la vida. ¡Escupid en la ganancia que de nada sirve...ante esta pérdida! Gritad por lo que habéis perdido...y llenad vuestras bocas de cólera y rebeldía. Gritad: ¡Tiempo y vida perdidos! ¡Gritad! ¡Gritad! ¡Gritad lo que queréis, vuestra voluntad! ¡Gritad qué queréis! ¡Gritad, que tenéis voz! ¡Gritad, que podéis gritar! ¡¡El ingeniero!!
Obreros. — (Desde toda la sala.) ¡¡Gritamos!!
Obrero. — (Baja de la tribuna.)
Obrero. — (Arriba.) Muchachas y muchachas...: ¡Os lo prome­temos! Mujeres y mujeres...: ¡Os lo prometemos! Madres y madres...: ¡Os lo prometemos! ¡Ninguno de nosotros cavará en los escombros..., ninguno alzará un ladrillo..., ninguno martilleará en el acero! Nuestra decisión es inquebrantable. ¡Queda derrumbada la fábrica..., si no hay otro ingeniero! Llenad cada día esta sala..., hermanos y hermanos, hijos e hijos, hombres y hombres. Unos con otros decididos, y en la asamblea una inflexible voluntad para todos. ¡Arriba los bra­zos! ... ¡Brote el juramento de vuestra boca! ¡Nada de gas... con este ingeniero!
Todos los hombres y las mujeres. — ¡Nada de gas... con este ingeniero!
Obrero. — (Baja de la tribuna.)
Obrero forastero. — A la vuestra se adhiere nuestra resolución. Vengo a vosotros desde nuestra fábrica... ¡que no se mueve! Junto a vosotros, esperamos...hasta que deis la señal de tra­bajar de nuevo. ¡Contad con nosotros y exigid!
Todos los hombres y las mujeres. — ¡¡El ingeniero!!
Obrero forastero. — (Baja de la tribuna.)
OTRO obrero FORASTERO. —- (Arriba.) Soy para vosotros un des­conocido. Os soy extraño. Vengo de una fábrica lejana. Traigo nuestro mensaje. Hemos abandonado el trabajo en nuestra fábrica, porque vosotros estáis en huelga. Solidaridad con vosotros hasta el último momento. ¡Resistid!... ¡Firmeza! ¡Debéis exigir, exi­gir para todos! ¡Tenéis la responsabilidad de todos!
Todos los hombres y las mujeres. — ¡¡El ingeniero!!
Obrero forastero. — (Baja.)
Obrero. — (Arriba.) ¡La sala estalla de nuestros gritos! Retumban en la cúpula y cruje el cemento armado... ¡No ruge afuera! ¡Fuera de la sala, delante de la casa, el clamor hacia él, hacia lo alto! ¡En sus oídos, que escuchan al ingeniero! Reunidos en falanges, sobre los escombros, ¡a él! ¡Aquí no nos oye! ¡Aquí no nos oye!
Todos los hombres y las mujeres. — ¡Delante de la casa! ¡¡Aquí no nos oye!! Frenético movimiento hacia las salidas. Tumulto y bramidos.
Hijo del multimillonario. — (Voz.) ¡Desde aquí os oigo! (Si­lencio de muerte. Voz.) ¡Estoy en la sala! ¡Os he oído! (Le buscan entre murmullos. Voz.) ¡Quiero contestaros... aquí, en la sala! (Crece el movimiento. Voz.) ¡Debéis escucharme ahora! Se abre un callejón en dirección a él. Escribiente. — (Lanzándose a la tribuna.) ¡No le dejéis hablar! ¡No le dejéis subir! ¡Apretaos! ¡No le abráis paso! ¡Corred ha­cia afuera! ¡Hacia la fábrica! ¡Corred y despejad aquello de escombros, levantad andamios, construid la fábrica! ¡No le es­cuchéis! ¡¡No le escuchéis!! ¡Corred! ¡¡Corred!! ¡¡Corred!! ¡Id hacia adelante! ¡Hacia mi mesa!... ¡Escribo!... ¡¡Escribo!! (Baja.)
Hijo del multimillonario. — (Arriba.) Desde el comienzo he estado en la sala. No pudisteis conocerme, porque gritaba con vosotros. Para ti, muchacha, yo era un hermano, como cualquie­ra... Para ti, mujer, yo era un marido, como cualquiera...Para ti, madre, yo era un hijo, como cualquiera. ¡Ningún grito brotó de mi boca que no fuese como el vuestro!.. . Ahora, aquí me veis. Aquí estoy ahora, sobre vosotros... ¡porque en mi gar­ganta se cuaja el último clamor, que vosotros no habéis lanza­do!.. . Exigís... y lo que exigís es un grano de la mole de vuestras exigencias, que deberíais formular. Reñís y disputáis por lo más .mezquino. ¿Qué es el ingeniero? ¿Qué es para voso­tros el ingeniero? ¿Qué es para vosotros, que venís de la hoguera ' de las ruinas? ¿Qué es para vosotros, supervivientes de la destrucción? ¿Qué es para vosotros, el ingeniero?... Es vuestro grito... ¡La palabra en un grito que nada vale..., que sola­mente resuena!... Lo sé. El ingeniero la provoca en vosotros.. . Su presencia renovará el terror en vosotros, en donde lo veáis... El ingeniero y la explosión son la misma cosa... La fórmula no dominó el gas...; este ingeniero ha administrado la fór­mula... que trajo la explosión. Sólo extinguiréis la explosión expulsando al ingeniero; ¡por eso gritan, ante todo, contra él!... ¿No sabíais que la fórmula está bien? ¿Que estaba y está bien, hasta el extremo a que pueden llegar los cálculos de un inge­niero?...Lo sabéis..., y, con todo, ¡gritáis contra el ingeniero!
Voces. — (Sordamente.) ¡El ingeniero!
Hijo del multimillonario. — ¡Vuestro grito arranca de entra­ñas más profundas! ¡Vuestra exigencia es más fuerte, mucho más...! ¡Yo os excito a pedir más..., a pedir más! (Se calman las voces.) ¿Qué fue la terrible explosión? ¿Qué desgarró y quemó? ¿Silbó hacia alguno de vosotros que ya no estuviese mutilado antes de la explosión? Muchacha: tu hermano, ¿estaba intacto?... Madre: tu hijo, ¿estaba intacto?... Mujer: tu ma­rido, ¿estaba intacto? En la fábrica que estalló, ¿había alguien intacto? ¿Qué estragos pudo aún hacer la explosión en medio de vosotros? Muertos a golpes estabais antes del derrumbamien­to, heridos antes del hundimiento... ¡Con un pie..., con una mano..., con unos ojos abrasados en la cabeza muerta, estabais ya antes mutilados! ¿Lo puede eso compensar el ingeniero? ¿Puede una exigencia indemnizaros de eso?... ¡Exigid más! ¡Exigid más!
Muchachas, mujeres, madres. — (Sordamente.) ¡Mi hermano!... ¡Mi hijo!... ¡Mi marido!...
Hijo del multimillonario. — Hermano y hermanos..., hijo e hijos..., marido y maridos: El grito que brota de la sala... se alza por encima de los escombros, sobre la hecatombe de her­mano y hermanos..., de hijo e hijos..., de marido y maridos..., y girando dentro de vosotros, resuena hacia atrás. ¡Exigid por vosotros! ¡Exigid por vosotros! (Silencio.) ¡Exigid..., que quiero cumplirlo! ¡Hombres sois... en el hijo..., en el hermano..., en el marido! Producto ordinario de todos vosotros por cada uno de vosotros... Nadie es parte... Cada uno, aislado, está completo en comunidad... ¡El total es como un cuerpo, y eso es un cuerpo! Agrupaos. Cese vuestra dispersión... y curad ya vuestra herida. ¡Sed hombres! (Silencio.) ¡Exigid. . ., que quiero cumplirlo!... Hermano: eres hombre. ¡Ya tu mano no te paraliza en torno a la palanca!... Hijo: eres hombre. ¡Ya tus ojos no vagan del manómetro a la lejanía!.. . Marido: eres hombre. ¡Tu día es un día ya tuyo, del tiempo que tu vives!... (Silencio.) El espacio es vuestro... y la totalidad del espacio que os alberga... ¡Sois hombres en él!... ¡Hombres con fe en cada milagro..., con energía para cada decisión! En vosotros zumba el cielo y flota la llanura coloreada por las hierbas. El día del trabajo es grande..., con nuevos hallazgos dentro de vosotros..., que no lo son...Sois perfectos... a partir de ahora... Hombres..., acabada la última tarea, acabados con la fábrica de la que erais esclavos... Llevasteis vuestra faena hasta el extremo límite... Los muertos cubren el suelo... ¡Estáis afirmados! (Silencio.) ¡Lo que vosotros exigís, lo cum­plo!... Hombres sois, en unidad y plenitud, para el mañana... Anchos prados verdes son vuestro nuevo territorio. Por encima de escombros y de ruinas esparcidos, se extiende la colonia. Os habéis todos despedido de la esclavitud y del porcentaje. Sois colonizadores con el mínimo de pretensión y el máximum de fruto, ¡hombres! (Silencio.) Salid de la sala... Pisad el suelo nuevo... ¡Medid los terrenos! ¡Pequeño es el esfuerzo, pero la creación empuja hacia lo inmenso! ¡Salid de la sala! (Abandona la tribuna.) Silencio. El Ingeniero sube a la tribuna.
UNA VOZ. — (Estridente.) ¡El ingeniero!
Ingeniero. — ¡Aquí estoy! ¡Escuchad esto! Me someto a vuestra voluntad... ¡Desaparezco! Acepto, al marcharme, la mancha que me quema la frente. Recojo todas las maldiciones que aúllan a mi espalda... Si mi marcha equivale a la confesión de mi enorme culpa, ¡quiero ser culpable! Me marcho... para que volváis a la fábrica.. ¡El camino está libre! ¡A la fábrica!
Hijo del multimillonario. — (Abajo.) ¡Salid de la sala! ¡Ins­talad la colonia!
Ingeniero. — ¡Quietos aquí! ¡Quietos aquí, en la sala! Aquí soy una gran voz para vosotros..., ¡que truena desde aquí!
Hijo del multimillonario. — ¡Salid de la sala!
Ingeniero. — Permaneced en la sala. ¡No os engañéis! Voces. Crecen los murmullos hostiles.
Hijo del multimillonario. — Aún suenan aquí injurias. ¡Fuera se dispersan!
Ingeniero. — Tratáis de encubrir la ofensa con que me excitáis. Me marcho... ¡Ahora debéis ir a la fábrica!
Hijo del multimillonario. — ¡Abrid las puertas a la claridad del día!
Ingeniero. — ¡Debéis ir a la fábrica! ¡No amontonéis engaño sobre engaño, mintiéndoos a vosotros mismos! Daos cuenta de vuestro triunfo..., que os exalta. ¡Gas!... Vuestro trabajo crea milagros de acero. Una fuerza que hace potentes las máquinas que vosotros impulsáis... ¡Gas! ¡Vosotros aviváis la rapidez de los caminos que cantan tonantes vuestra victoria por encima de los puentes que lanzáis! ¡Vosotros empujáis colosos de vapor, sobre el mar que rayáis en líneas, determinadas por vuestra brú­jula! ¡Construís torres escarpadas, trémulas en medio del viento que silba amenazando a los cables donde habla la chispa! ¡Alzáis del suelo motores que arriba ululan de rabia, al sentir anulado su peso, que se deja llevar por las nubes!... Vosotros..., seres tan inofensivos. . ., cuya debilidad está a merced de una bestia que os acomete. . . vulnerables en cada poro de la piel... ¡Vosotros sois los vencedores en el reino del mundo! (Profundo silencio.)
Hijo del multimillonario. — (Al pie de la tribuna, señalando al ingeniero.) Éste, aún sigue abriendo ante vosotros el libro de estampas. . . Como niños estáis leyendo en él..., porque os habla de cosas de vuestra infancia. ¡Ahora empezáis nueva época!
Ingeniero. — ¡Sois héroes..., en el hollín, en el sudor! ¡Sois héroes en la palanca. . ., ante el manómetro..., en el cuadro de distribución! ¡Permanecéis inmóviles entre el oleaje de las co­rreas, en medio del tronar de las masas estrepitosas! Y lo más arduo no provoca en vosotros ningún espanto duradero: ¡La explosión!
Hijo del multimillonario. — ¡Salid de la sala!
INGENIERO. — ¿Adonde vais ahora? ¿De vuestro reino al cortijo? ¿A trajinar, desde la mañana a la noche, en los confines de vuestra colonia? ¿A plantar hierbecillas con vuestras manos, que acumularon fuerzas? Vuestro celo va a servir para nutriros..., ¿ya no va a crear?
Hijo DEL multimillonario. — ¡Salid de la sala!
Ingeniero. — Sois aquí soberanos..., en la fábrica del trabajo omnipotente. ¡Creáis gas! Éste es vuestro dominio..., fundado faena tras faena, día y noche.. ., llenos de febril esfuerzo. ¿Cam­biáis el poder por un tallo que espontáneamente brota? Sois aquí soberanos... ¡Allí sois... campesinos!
Una VOZ. — (Gritando.) ¡Campesinos!
Otras voces. — ¡¡Campesinos!!
Nuevas voces. — ¡¡Campesinos!!
Hombres y mujeres. — (Rompiendo todos a gritos, abriendo las manos.) ¡¡Campesinos!!
Ingeniero. — (De pie, con un gran gesto de triunfo.)
Hijo del multimillonario. — (En la escalera de la tribuna.) ¿Me escucháis a mí... o a él?
Hombres y mujeres. — ¡¡El ingeniero!!
Ingeniero. — La explosión no os hace cobardes. ¿Alguno tiene miedo?
Hijo del multimillonario. — ¿Acaso os quiero dar miedo? ¿No pretendo algo más de vuestra valentía? ¿No exijo de vosotros. . . el hombre? ¿Cómo podréis ser de nuevo campesinos, después de haber sido obreros? ¿No se impone de nuevo un arranque. . ., el del que ya venció al campesino. . ., el del que hoy vence al obrero. . . y obtiene el hombre? ¡Adelante os empuja la faena; no hacia atrás! ¿No estáis ya maduros, después de esta última experiencia? ¿Hasta dónde llegaréis... con la obra de vuestras manos y tareas? ¿Son vuestras vías trepidantes, vuestros puentes colgantes, vuestros rápidos motores, recompensa para vuestra fiebre? ¡Burlaos, pues, de la ganancia pobre! ¿Os engolosina la ganancia espléndida que nos repartimos? ¡De nuevo la mal­gastaréis, mientras seguís malgastándoos vosotros mismos! Hay en vosotros una fiebre, una agitación de trabajo que nada crea. Os devora. .. Vosotros no construís vuestra propia casa. No sois los guardianes. . .; estáis sentados en una cárcel. Hay muros alrededor vuestro..., alzados por vosotros. ¡Salid ahora! Sois héroes. .. que no ahorran ninguna tentativa. Penetrad audaces hasta el fin del camino. . . Ningún terror se opone a vuestro paso... Un camino se acaba. . . Una vez más se acaba un camino... Exaltad vuestro valor con otro nuevo... ¡Aquí está el hombre!
Ingeniero. — ¡Sois campesinos, de perezosa energía!
Hijo del multimillonario. — ¡Sois hombres todos, y uno a uno!
Ingeniero. — ¡Unas mezquinas necesidades se burlan de vuestra ambición!
Hijo del multimillonario. — ¡Se realizará vuestra esperanza!
INGENIERO. — ¡La indolencia asesina vuestros días!
Hijo del MULTIMILLONARIO. — ¡Vuestra faena no tiene límite!
Ingeniero. — ¡Ningún invento surge!
Hijo del multimillonario. — ¡Vais a ser vertidos en el único molde. .., en el del hombre!
INGENIERO. — (Alzando el revólver por encima de su cabeza.) ¡Pro­clamad la destrucción!
Hijo del multimillonario. — ¡Pasad de la destrucción a la per­fección. .., ¡a ser hombres!
INGENIERO. — ¡Proclamad de nuevo mi destrucción... y corred a la fábrica! (Apoya la boca del revólver en su sien. Silencio.) ¡Atreveos a gritar!
Voz. — (Abriéndose paso.) ¡Nuestro jefe debe ser el ingeniero!
OTRAS VOCES. —- ¡Nuestro jefe debe ser el ingeniero!
Hombres y mujeres. — ¡Nuestro jefe debe ser el ingeniero!
Ingeniero. — ¡Salid de la sala! ¡A la fábrica! ¡De explosión a explosión! ¡¡Gas!!
Hombres y mujeres. — ¡¡Gas!!
Ingeniero. — (Baja de la tribuna. Se abren anchamente las puertas. Los obreros corren hacia el exterior.)
Hijo del multimillonario. — (Vacilante, en la tribuna.) ¡No ma­téis al hombre! ¡No más mutilaciones! ¡Tú, hermano, eres algo más que una mano! ¡Tú, hijo, eres algo más que unos ojos! ¡Tú, marido, vives algo más que un día! Eternos y perfectos sois todos, desde la cuna... No os mutiléis. Ambicionad más... para vosotros mismos. ¡Para vosotros! (La sala está vacía. Más enérgico.) ¡He visto al hombre...y debo protegerlo contra él mismo!
TELÓN
QUINTO ACTO
Un muro de ladrillos, derrumbado en parte y ennegrecido por la explosión. En él una ancha puerta de hierro, medio fuera de sus goznes. Hondones con escombros. Tras el muro, un centinela con bayoneta calada. El Hijo del multimillonario, al amparo del muro, con la cabeza vendada. El Capitán aguarda, en el centro.
Hijo del multimillonario. — Es un tremendo error. Tengo que hablar, aclararlo.
Capitán. — Le han recibido a pedradas.
Hijo del multimillonario. — No lo harán por segunda vez, cuando vean que me han herido.
Capitán. — No lo puedo garantizar.
Hijo del multimillonario. — Les excita ver a los soldados. Pero, con todo, quiero decirles el motivo.
Capitán. — Usted mismo ha solicitado protección.
Hijo del multimillonario. — No para mi persona. Quiero opo­nerme a la fábrica. Eso se aclara en tres o cuatro palabras.
Capitán. — No le van a dejar decir la primera.
Hijo del multimillonario. — ¡No tienen derecho a atacarme, cuando quiero justificarme!
Capitán. — ¡Quédese usted pegado al muro!
Hijo del multimillonario. — ¿Quiere usted acompañarme ahí fuera?
Capitán. — No.
Hijo del multimillonario. — ¿No?
Capitán. — Podrían también atacarme a mí..., y entonces tendría que hacer fuego.
Hijo del multimillonario. — ¡No, no; eso no! ¡Entonces mi deber es esperar, hasta que recobren el sentido! (Fuera, es rele­vado el centinela. Se alza un estruendo de mil voces.) ¿Por qué gritan ahora?
Capitán. — Relevan al centinela.
Hijo del multimillonario. — ¡La confusión es horrible! ¿Es que no puede usted comprender mi intención? Son mis herma­nos...Soy solamente algo mayor, más ducho. . ., ¡y debo poner sobre ellos mi mano! El Representante del Gobierno viene por la derecha.
Representante del Gobierno. — (En la puerta, atisbando el ex­terior.) Mal cariz tiene esto. (Hacia el Capitán.) ¿Puede usted hacer frente a todas las contingencias?
Capitán. — Ametralladoras.
De nuevo se alza fuera un enconado tumulto, hasta que deja la puerta el Representante del Gobierno.
Representante del Gobierno. — (Va hacia el Hijo del multi­millonario, saludando levemente con el sombrero de copa. Busca documentos en su cartera de cuero.) Lo peligroso y excepcional de los muros de su fábrica ha impulsado al Gobierno a dirigirse a usted. Aquí tiene mi nombramiento. . .
Hijo del multimillonario. — (Toma el documento. Lo lee. Mi­ra hacia arriba.) ¿Plenos poderes?
Representante del Gobierno. — En tales casos. ¿Podremos ha­blar aquí?
Hijo del multimillonario. — No dejo este sitio.
Capitán. — ¡Recomiendo... que se resguarden detrás del muro!
Representante del Gobierno. — (Mete el documento en la car­tera y saca otro.) Los antecedentes de esta sublevación han sido bien puestos en claro. Después de la catástrofe, los obreros se negaron a iniciar la reconstrucción de la fábrica si no se accedía a su petición, es decir, al ingeniero.
Hijo del multimillonario. — ¡Eso, precisamente, hubiera evi­tado nuevas catástrofes!
Representante del Gobierno. — El Gobierno sólo puede tener en cuenta hechos.
Hijo del multimillonario. — Pero la explosión se repite, segu­ramente. Sólo hay esta fórmula... ¡o no hay gas!
Representante del Gobierno. — No podemos tener en cuenta las posibilidades... La exigencia de los obreros fue rechazada por usted. Como consecuencia siguió la huelga, que se extendió a las fábricas próximas, y cada día provoca más extensas com­plejidades.
Hijo del multimillonario. — Sí... ¡Sí!
Representante del Gobierno. — Entretanto, el ingeniero, en un mitin, ha manifestado que se retira voluntariamente. Un cambio de opinión hizo, más tarde, a los obreros renunciar a su exigencia; y entonces pidieron que el ingeniero permaneciese.
Hijo del multimillonario. — ¡Sí!
Representante del Gobierno. — Con ello desaparecía el motivo de la huelga, y los obreros quisieron trabajar de nuevo.
Hijo del multimillonario. — Entonces exigieron la entrada.
Representante del Gobierno. — Ahora usted se presenta pro­hibiéndoles volver. Sostiene usted el punto de vista de que no puede hacerse responsable de las consecuencias de la producción del gas.
Hijo del multimillonario. — ¡Hablo de la pérdida de hombres!
Representante del Gobierno. — No desconoce, en modo algu­no, el Gobierno la extraordinaria gravedad del desastre que por desgracia ha ocurrido.
Hijo del multimillonario.-— ¡Es poco!
Representante del Gobierno. — El número de víctimas ha pro­ducido la mayor consternación. El Gobierno prepara en el Par­lamento la correspondiente manifestación de duelo. El Gobierno cree haber satisfecho con esta manifestación a usted y a los obreros.
Hijo del multimillonario. — Sí. Sí; no podéis hacer otra cosa. ¡Lo demás, es mi tarea!
Representante del Gobierno. — De sus posteriores manifesta­ciones, que dan como resultado la paralización duradera de la fábrica, se ha enterado el Gobierno, despertándose en él muy graves recelos.
Hijo del multimillonario. — ¡No dude usted de mi fuerza! ¡Tengo éxito en mis proyectos!
Representante del Gobierno. — (Sacando otro documento.) Se ha pensado ya el modo de evitar el peligro.
Hijo del multimillonario. — Deme soldados y seguridad para poder hablar ahí fuera.
Representante del Gobierno. — El peligro inminente de cesar la producción de gas, obliga al Gobierno a hablarle a usted confidencialmente.
Hijo del multimillonario. — (Le mira fijamente.) ¡Usted exi­ge... gas!
Representante del Gobierno. — Toda la industria de armas está organizada a base del gas. La falta de éste perjudicaría, de un modo muy sensible, la fabricación del material de armamento. Estamos ante una guerra. Sin la primaria energía del gas, sería irrealizable el programa del armamento. Por razón tan grave, el Gobierno no puede permitir una interrupción más larga en el suministro de gas a las fábricas de armas.
Hijo del multimillonario. — ¿No soy yo... aquí... dueño de mi terreno?
Representante del Gobierno. — Tiene el Gobierno el sincero deseo de llegar a un acuerdo con usted. Se declara dispuesto a apoyar, con todos sus medios, la reconstrucción. Con tal fin, llegan ahora ochocientos camiones con material. Puede empezar al momento a desescombrarse el terreno.
Hijo del multimillonario. — Armas... ¡contra hombres!
Representante del Gobierno. — Le ruego que reciba mis ma­nifestaciones con la mayor discreción.
Hijo del multimillonario. — ¡Yo... grito! ¡Busco gente que se dé cuenta, por todos los rincones, en todas partes!
Representante del Gobierno. — Comprendo su excitación. Sin embargo, el Gobierno se ve frente a la más apremiante necesidad.
Hijo del multimillonario. — ¡No blasfeme! ¡El hombre es el necesario! ¡No le inflijáis nuevas heridas! ¡Curemos con ahínco las viejas! Déjeme ir ahí fuera, hacia ellos... Debo...
Va a la puerta. Es recibido con un alarido.
Capitán. — (Le hace retroceder.) ¡Usted desencadena la tempestad!
Hijo del multimillonario. — (Tambaleando por el muro, ha­cia atrás.) ¿Estamos endemoniados todos?
Representante del Gobierno. — Lo importante ahora para el Gobierno es saber si usted persiste en su negativa, en negar la entrada a los obreros.
Hijo del multimillonario. — ¡Precisamente ahora, veo... el deber!
Representante del Gobierno. — ¿Mantiene usted su anterior ne­gativa?
Hijo del multimillonario. — ¡Mientras pueda hablar y respirar!
Representante del Gobierno. — Entonces tengo que hacer uso de mis plenos poderes. El Gobierno se ve obligado, en vista del riesgo que corre la defensa del país, a excluir a usted, por el momento, de la dirección de la fábrica, y a fabricar el gas bajo los auspicios del Estado. La reconstrucción de la fábrica se reali­zará con anticipos del Imperio, y comenzará en seguida. Espe­ramos que usted no inicie ningún intento de resistencia. ¡Senti­ríamos deber emplear medidas más graves contra usted!...Señor capitán, abra usted las puertas. Quiero dar cuenta de lo preciso a los obreros. Estalla en las puertas un confuso estrépito.
Capitán. —- ¡Atrás! ¡Pedradas!
Representante del Gobierno. — (Poniéndose al amparo del muro.) ¡Es inaudito! (Sigue el tumulto.) Las gentes oponen un obstáculo natural...
Hijo del multimillonario. — ¡Yo no tengo miedo!
Algazara muy violenta juera. Él hace señas, desde el umbral, con las manos en alto. Viene una ola de gritos.
Capitán. — (Gritando, hacia el Representante del Gobierno.) ¡Vienen! Al través de la puerta da órdenes, en dirección de la izquierda.
Viene la sección de ametralladoras y se sitúa en plan de ataque.
El Capitán, con el sable desenvainado, se dispone a dar la señal.
Silencio profundo.
Representante del Gobierno. — (Junto al Hijo del multimillonario.) ¡No evita usted, pues, el derramamiento de sangre!
Hijo del multimillonario. — (Queda paralizado.)
Representante del Gobierno. — ¡Aquí! (Le da un pañuelo.) Será una señal comprensible. ¡Agite usted el pañuelo blanco!
Hijo del multimillonario. — (Lo hace todo mecánicamente.)
Representante del Gobierno. — Vea usted... cómo produce su efecto ¡Dejad caer las piedras! (Hacia el CAPITÁN.) ¡Abra las puertas de par en par! (Los soldados abren las puertas.) ¡Retire usted el cordón! (El Capitán y la sección de ametralladoras se van. Dirigiéndose al Hijo del multimillonario.) Anunciaré ahí fuera adonde van los vagones con el material. ¡Voy a llevar allí la gente! Sale por la puerta. Al punto se oye juera un ruido alto y claro
que se aleja pronto. Silencio.
Hijo del multimillonario. — (Se deja caer en un montón de escombros.)
Hija. — (Viene, vestida de luto. Va hacia él. Le abraza.)
Hijo del multimillonario. — (Mira hacia arriba, sorprendido.)
Hija. — ¿No me reconoces?
Hijo del multimillonario.-— Hija... ¿de luto?
HIJA. — Ya no vive mi marido.
Hijo del multimillonario. — ¿Reproches?... ¿También, con­tra mí, pedradas de tus manos?
Hija. — (Moviendo la cabeza.) ¿Estás aquí, solo?
Hijo DEL MULTIMILLONARIO. — ¡Solo, por fin, como cualquiera, el que quería mezclarse con todos!
Hija. — (Le toca la venda que rodea su cabeza.) ¿Te acertaron?
Hijo del multimillonario. — También a mí.. . Hay flechas que rebotan y hieren a ambos. . ., al blanco y al tirador.
Hija. — ¿Está alejado el peligro?
Hijo del multimillonario. — ¿Han nacido los hombres? ¿De hombres..., hombres que no gritan y espantosamente amenazan? ¿Dio el tiempo la vuelta de campana... y lanzó al hombre a la luz? ¿Qué aspecto tiene?
Hija. — ¡Dímelo a mí!
Hijo del multimillonario. — Perdí su imagen... ¿Qué aspecto tenía? (Coge las manos de ella.) ¡Esto son manos, y crecen enlazadas...! (Acariciándole los brazos.) Éstos son miembros..., unidos al cuerpo..., partes eficaces de un todo... y con un impulso en cada uno.
Hija. — ¡Dímelo a mí!
Hijo del multimillonario. — ¿No empuja la corriente dema­siado turbulenta e inunda las orillas que no la contienen? ¿No puede construirse la presa que contenga la corriente? ¿No se detiene la furia, y penetra en el campo y fertiliza, creciendo, la superficie, coloreándose de verde? ¿No hay parada? (Atrayendo a su hija hacia si.) Dímelo a mí. ¿Dónde está el hombre? ¿Cuán­do va a presentarse, a llamarse por su nombre: ¡hombre!? ¿Cuándo se comprenderá a sí mismo... y llegará a su propio conocimiento? ¿Cuándo resistirá la maldición...y creará la nueva creación que echó a perder... el hombre? Ya no le veía... No se me ofrecía claro, con todos los síntomas de su plenitud..., potente, con gran energía..., tranquilo con plena voz, que dice: ... ¡Hombre! ¿No estaba cerca de mí..., puede apagarse..., no debe una y otra vez volver, si lo intuí una vez? ¿No debe llegar... mañana o pasado mañana... o dentro de una hora? ¿No soy yo testimonio suyo... y de su origen y advenimiento..., no me es conocido su rostro virilmente perfi­lado?... ¿Debo aún dudar?
Hija. — (Arrodillándose.) ¡Yo quiero parirlo!


TELÓN FINAL