EL ENCANTO, TENDAJÓN MIXTO
ELENA GARRO
PERSONAJES:
El Narrador
Juventino Juárez
Anselmo Duque
Ramiro Rosas
La mujer del hermoso pelo negro
Un camino real. Unas rocas. El Narrador, solo en medio de la escena.
NARRADOR.-Hubo un tiempo, hace años, en que el hombre buscaba el sustento, penando en despoblado. Los caminos eran entonces más largos; eran de piedra, y los nombraban camino real. Al hombre no le placía arriesgarse solo por aquellas soledades; y buscaba la compañía del hombre -como debe de ser- para ir de un pueblo a otro. Aquí, en este mismo Cerro de la Herradura, que tantas y tantas cosas ha visto, tan bien curvado, tan alto, y en donde no se da sino el huizache, sucedió... Dicen las lenguas que era un tres de mayo, ya anocheciendo...
La escena se oscurece. Luego vuelve a iluminarse con una luz de crepúsculo. El Narrador ha desaparecido, en su lugar están los tres arrieros: Juventino Juárez, Anselmo Duque y Ramiro Rosas. Los tres vienen cubiertos de polvo, con los labios secos y los sombreros de petate, amarillos de sol, el color de las bridas desvanecido por la luz.
JUVENTINO.-Del hombre ni su sombra... llevamos dos días andados y parece que todos hubieran muerto...
RAMIRO.-Así es. Solo, como Dios manda que sea un paraje solo.
ANSELMO.-(Sentándose desconsolado sobre una piedra) Dios no manda que uno viva en esta soledad. Más bien es al contrario: El nos dio la compañía de la mujer y la del hombre; el goce de los árboles y el agua, así como también el ruido de los animales.
JUVENTINO.-No nos culpes, Anselmo Duque, de estas soledades, que si por nosotros fuera ahora mismo brotarían los ojos de agua, las fuentes, los árboles y los enjambres de pájaros que rodean a un pueblo.
ANSELMO.-Ya sé que también ustedes andan con los pies gastados. Igual que yo, igual que los animales ahí echados, (hace un ademán señalando el lugar en donde se supone que se encuentran las bestias) porque ya no tienen fuerzas ni para levantar el rabo.
JUVENTINO.-La fatiga te hace hablar así. Espera a que este resplandor baje, y verás cómo hallamos consuelo en la frescura de las sombras. De noche la fuerza retoña en los talones.
ANSELMO.-No me consuelo, ¡que a veces las palabras son estorbosas por faltar a la verdad!
RAMIRO.-¡Cállate, muchacho! ¡Tus quejidos no van a acercar el pueblo! Siempre estuvo a ocho leguas de aquí. Nadie se lo ha llevado más lejos para hacernos la maldad.
ANSELMO.-¡Desde cuándo lo debíamos haber topado! Ya me canso. ¡Anda y anda y anda! Y cada vez se nos aleja más.
RAMIRO.-También yo, ¡qué no daría por hallar algún cobijo! Algún maíz para los animales, y para mí un buen trago de agua fresca.
JUVENTINO.-¡Quién los oyera! ¡Qué no diría! •Mírenlos, llorando por ocho leguas de andada!.. Aunque para mí, también sería muy placentero encontrarme bajo techo... ya ni la cuenta llevo de las noches pasadas al sereno...
ANSELMO.-Mis ojos no han visto todavía más que padeceres.
RAMIRO.-¡Así estaría dispuesto, muchacho!
JUVENTINO.-Es mejor no fijar la vista. Traerla vaga, para no ver tantos males que caen sobre nosotros.
ANSELMO.-Yo diría que no, que hay que traer la vista bien alerta. Sólo así podemos ver lo que se nos esconde... Todo está al alcance de los ojos, sólo que no lo sabemos mirar.
VOZ DE MUJER.-¡Hasta mis ojos están al alcance de los tuyos!
Los tres hombres se sobresaltan. Miran hacia el punto de donde vino la voz.
ANSELMO.- ¡Era voz de mujer!
RAMIRO.-No veo sus ojos...
JUVENTINO.-¡Qué vas a ver si no hay nada!... Y además... no oímos nada... se nos figuró...
VOZ DE LA MUJER.-¡Los viejos creen que ya vieron y oyeron todo!
ANSELMO.-Mis ojos todavía no han visto nada. . . nada más que padeceres.
RAMIRO.-Dice bien este muchacho, el mal está en que no sabemos ver. ¿Por dónde hallaré tus ojos, amable voz?
JUVENTINO.-¡No se dejen embriagar por el engaño!
VOZ DE LA MUJER.-Hay que vivir embriagados, mirando las embriagadoras fuentes, los pájaros y los ojos de la mujer.
JUVENTINO.-¡No tientes a un pobre arriero! Los ojos del vicio son malos. Aunque, diciéndolo mejor, son malos y son buenos, porque también los permite Dios.
ANSELMO.-Todos los ojos son buenos. Con ellos he visto el agua y también he visto el vino, que es aún más gran placer, y del cual ando privado... Y quisiera ver tus ojos como veo tu voz.
JUVENTINO.-Sólo con los ojos del vino hallaríamos lo que buscas, Anselmo Duque.
RAMIRO.-Quién sabe. ¡Estos ojos son también muy serviciales!
ANSELMO.-Por ellos entra el gusto y el disgusto, el placer y la amistad. Y eso que todos buscamos, una amable compañía.
VOZ DE LA MUJER.-¿Y por qué no quieren ver a esta amable compañía? Si quisieran... mis ojos estarían adentro de los suyos...
JUVENTINO.-¡Muy verdad! ¡Con voluntad, muchas brutalidades veríamos!
RAMIRO.-Y también mucha hermosura...
ANSELMO.-¡Y también mucho pecado! Porque sólo pecando se conserva el hombre... ¡Muéstrate, amable compañía!
Los tres miran al punto de donde viene la voz. En ese lugar, el telón se abre y aparece una tiendita. Su rótulo dice: "El Encanto, Tendajón Mixto". La tienda desparrama una luz dorada; sus costales son luminosos; el mostrador, resplandeciente; las filas de botellas lanzan rayos de oro. Acodada al mostrador, una hermosa mujer sonríe. Lleva un traje amarillo y el suntuoso pelo negro suelto hasta las rodillas. Cerca de ella, sobre el mostrador, hay cuatro copas, también relucientes, y una botella.
MUJER.-Dices bien, Anselmo Duque, sólo pecando se conserva el hombre...
JUVENTINO.- (Mirándola asombrado) ¡El ojo del hombre es su propio encantamiento!
RAMIRO.- ¡Nunca vi un pelo semejante al tuyo! Dime, mujer, si de veras eres mujer o sólo una aparición para mi vista.
ANSELMO.-¡Cállate! ¿Cómo no va a ser así, si así la vemos?
MUJER.- (Meciendo su cabellera) ¡Déjalos, no los contradigas! Yo soy como me ves.
JUVENTINO.-Te meces como una garza, y muy segura estás de lo que dices. Tan buena y tan engañosa como tus palabras oí una voz, hace ya muchos años...
RAMIRO.-Te pareces a la garza, es cierto, por eso no eres de fiar. De repente, vas a dar el volido... para mí sigues no siendo de veras.
MUJER.-De veras, soy. Aunque para ti no fuera.
JUVENTINO.-Es mujer del agua.
ANSELMO.-¡Qué lenguas tan renegadas! ¡Qué ojos llenos de tierra!
RAMIRO.- ¡Tú qué sabes, muchacho!
JUVENTINO.-Eres lisonjera como una aparición de medianoche.
MUJER.-A media noche me baño, aunque tú no conozcas los ríos adonde voy, ni las lagunas de donde vengo.
RAMIRO.-Eres engañosa. ¡Ninguna mujer de bien anda por estos parajes!
ANSELMO.-Yo quiero ir a bañarme en tus ríos. ¡Y volver contigo de tus lagunas!
JUVENTINO.- ¿Qué dices, muchacho? Esta es mujer para ver, no para tocar, porque es mujer del agua.
ANSELMO.- (Adelantándose hacia la mujer) ¡Dices verdad! Yo sé que te bañas en ríos que jamás he visto, que te alimentos de algo que no es cualquier cosa, y que tus pies te trajeron aquí para hacernos llevadera esta fatiga... Y también sé que mis ojos te han buscado desde que fueron mis ojos...
MUJER.-El hombre encuentra lo que busca. Y si a tus ojos vine, fue pare darte algún encantamiento. (Levanta la mano, ofreciéndosela a Anselmo)
JUVENTINO.- ¡Muchacho, no te dejes llevar por su mirada!
RAMIRO.--¡No toques su mano!
JUVENTINO.- ¡Quién quita y se nos vuelva una humareda que nos extravíe el comino!
RAMIRO.--¡O que el humo nos prive de su tierna compañía!
MUJER.--¡Cuánta desconfianza! ¿Por qué habían de tenerme miedo? Si de humo fuera, menos daño les haría...
JUVENTINO.--El humo es engañoso, no deja ver; y agarra todas las formas.
MUJER.--Es cierto, el humo abunda, y a veces toma también la forma de los arrieros.
RAMIRO.-Qué, ¿nos vas a decir ahora que somos nosotros los que somos de humo?
MUJER.--(Seria) ¡Si! ¡El humo de una huizachera ardida!
JUVENTINO.-A mí no me engañas, mujer. Ni me vas a hacer creer que soy lo -que nunca fui.
RAMIRO. —En cambio, tu pelo es una humareda que hace llorar los ojos.
MUJER.—Yo les traje las sombras de mi pelo negro, para cobijarlos del calor del día. ¿No buscaban consuelo?
ANSELMO.--¡Yo si quiero cobijarme en ti de esta sequía!
MUJER.—Eres El único que ama los cabellos y las palabras nuevas.
RAMIRO, —No lo tomes a mal, es que andarnos sobrecogidos en tu presencia
JUVENTINO.—Sí, hablábamos de los pájaros y el agua...
ANSELMO.—Y de la amable compañía de la mujer.
MUJER.---(Sacudiéndose la cabellera, de la cual brotan pájaros que revolotean alrededor de su cara) •Pájaros? (Se vuelve, toma un cántaro, sale de detrás del mostrador y vierte el agua en el suelo de la tiendita, y de ella se levanta un surtidor) ¿Agua? ¡Aquí haremos una fuente!
ANSELMO.-Ya encontramos el pueblo y sus placeres. ¿Qué más pueden pedirle? ¿Ya le creen?
RAMIRO,-¡Nos está encantando!
JUVENTINO.—En el nombre de tres honrados hombres, te pido que me digas quién eres.
MUJER.-¿Acaso no buscaban la amable compañía de la mujer? Eso soy. Yo no acompaño de otra manera, porque así acompaña la mujer al hombre.
JUVENTINO.-¡Yo ya no busco nada!
MUJER.-Es fácil desencantar a un hombre. Alguna te negó su compañía. Tú ya no tienes remedio. Puedes decir que eres viejo.
JUVENTINO. —Quien te viera con ojos más inocentes, se fiaría de tus cabellos y de tu voz. Pero yo ya las conozco a todas. Primero, espejo de los placeres; es después de tantas luces, cuando sacan la cara que esconden. ¡Y El desencanto es uno! . - Sí, de lejos todas son los pájaras y el agua...
MUJER.-El hombre nace encantado; y de la mujer depende que así siga o que luego nada más las piedras mire.
ANSELMO. Hasta hoy, sólo piedras encontré.
RAMIRO.-¡Quisiera dar crédito a lo que veo!
JUVENTINO.-Las piedras son de verdad y todavía nos faltan ocho leguas de andada. Ahora que ya gozamos de tu amable compañía, ¿nos dejarás seguir adelante?
MUJER.-Si sólo eso necesitas, ¡vete!
RAMIRO.-Pero antes, amable compañía, ¿no quisieras darles algo a nuestros animales? Vienen cansados...
MUJER.-(Echándose con ligereza un costal al hombro y saliendo de detrás del mostrador, para dirigirse al lugar en donde están los animales) Les daré agua, maíz y cebada. Hay animales que merecen más que el hombre.
Los tres hombres quedan solos en escena.
ANSELMO.-¿Y por qué se quieren ir? ¿Qué le reprochan? Nunca he visto a nadie tan servicial.
JUVENTINO.- ¡Te dejas llevar muy pronto! Por causa tuya nos tenemos que ir: todavía no gozas de razón.
RAMIRO.- ¡Era verdad, Juventino, cuando dijiste que andábamos en la humareda! ¡A mí me pican los ojos!
ANSELMO.-A mí ya me dieron lo que les pedía.
JUVENTINO.-Sí, ya te lo dieron, pero ahora te lo vamos a quitar, antes de que ella te quite de tu madre.
Vuelve la Mujer. Entra a la tienda. Los mira sonriente.
JUVENTINO.-¡Hum! Tú ya te encontraste a muchos. Es mejor que nos dejes ir.
RAMIRO.-¡ Hombre, Juventino, un trago no le hace daño a nadie! ¡Y traíamos tanta sed!
ANSELMO.-¡Y andábamos tan solos, que hallarla a ella es hallar al mundo!
JUVENTINO. (Haciendo ademán de irse) ¡Ya nos vamos! Y tú, mujer, no oigas lo que dice este muchacho...
RAMIRO.-Es cierto. Es muy joven y no está desengañado.
ANSELMO.-Yo no me voy. ¡Yo quiero seguirte viendo y aceptar tu copa! (Avanza hacia la Mujer)
MUJER.-Dime, Anselmo Duque, ¿tú me ves como yo soy?
ANSELMO.-¿Yo? Yo te veo como eres: resplandeciente como el oro, blandita como la plata, hija de las lagunas, rodeada de pájaros, patrona de los hombres, baraja reluciente, voz de guitarra, copa de vino buscada desde el primer día que fui Anselmo Duque, y hallada hasta este tres de mayo...
Anselmo se detiene en el umbral de la tienda.
MUJER.-Si así me ves, así seré. Y todos los placeres que nombraste te dará mi compañía.
JUVENTINO.-¡ Detente, muchacho, que lo más engañador es el engaño. No te dejes corretear por tus veinte años. ¡Son años malos! ¡Acuérdate que tienes madre!
RAMIRO.-Quisiera yo dar sus pasos, aunque llorara mi madre. Pero mis pies no me llevan...
MUJER.- -¿Qué te daría yo primero: el agua, la plata, el oro, el vino?
JUVENTINO.- ¡No aceptes sus regalos!
ANSELMO.-(Enojado) ¡Cállate ya, viejo renegado! ¡Un animal es mejor que tú! RAMIRO.-(Mirando hacia donde están los animales) ¡Los animales no comen el maíz!
JUVENTINO.-¡Ni el trigo!
MUJER.-¡Vayan a ver por qué!
RAMIRO.-¡Cómo relumbra el maíz!
JUVENTINO.- ¡Cómo resplandece el trigo!
ANSELMO.-(Volviéndose hacia ellos) ¡Aquí el maíz es plata y el trigo es oro! ¡Y el animal es animal, porque no sabe escoger lo bueno!
MUJER.-¿Qué te daría yo primero: las lagunas, la granada, la guitarra, la baraja??
ANSELMO.-¡Dame primero el vino! ¡Si todo fuera mentira, él te guardaría!
MUJER.-El vino...
La Mujer del hermoso pelo negro sirve una copa y se la ofrece. Anselmo cruza el umbral de "El Encanto" y coge la copa.
JUVENTINO.-¡No la bebas, muchacho! ¡Oye la voz de tu amigo: aléjate de la amable compañía!
Anselmo levanta la copa, que brilla como un astro.
RAMIRO.-¡No bebas la copa de las estrellas! Es mejor sentirse solo ahora, que después quedarse para siempre solo, vagando en un llano interminable...
MUJER.-¡Bébela, Anselmo! No importa que el hombre pierda el camino en los caminos de la mujer... que son muchos y más variados que cualquier camino real. ¡Esta copa te sacará del llano, y nunca va a dejarte en soledad!
Anselmo se lleva la copa a los labios. Da el primer trago, y la tienda "El Encanto", Anselmo y la Mujer desaparecen. La escena vuelve a quedar con luz de crepúsculo, sin el resplandor de la tiendita.
JUVENTINO.-¿Qué pasó, Ramiro Rosas? Se apagó su resplandor. Ya no veo nada.
RAMIRO.-¡Se lo tragó en pura luz!
JUVENTINO.-¿Qué razón daremos de él?
RAMIRO.-Van a decir que lo matamos y la justicia se nos va a echar encima.
JUVENTINO.-¡Eso será lo de menos! ¡Vámonos yendo, este lugar ya se enojó con nosotros! ¡Y a mí no me gusta disgustarme con ningún paraje!
RAMIRO.-¡ Ladina, ya nos echó encima demasiadas sombras!
JUVENTINO.-Sólo falta que nos tape el camino, amontonándonos piedras.
RAMIRO.-¡No sería la primera encantadora que eso hiciera!
JUVENTINO.-¡Qué tonto fuiste, Anselmo Duque, en no escuchar la voz de la amistad!
RAMIRO.-¡Quién sabe qué valga más: si oír o mirar! Yo no lo sé.
JUVENTIN.O.-¡Qué razón daremos?
RAMIRO.-No nos queda sino buscarlo. En donde lo perdimos lo hallaremos. ¡Seguro que volverán a abrir "El Encanto"!
Salen. Pausa. Se ilumina la escena solitaria. El Narrador.
NARRADOR.-Dicen que al llegar al pueblo hubo muchas lágrimas: Los amigos de Anselmo Duque contaron su desaparición; y ésa fue la causa de tanto duelo. Entonces se hicieron ruegos para que el joven saliera de "El Encanto", y sus amigos fueron a buscarlo. Un día tres de mayo, del año que siguió. ..
Se oscurece la escena. Luego la luz se transforma en luz de crepúsculo. Entran Juventino Juárez y Ramiro Rosas.
JUVENTINO.-Aquí fue, porque aquí se rindieron los animales y mis talones.
RAMIRO.-Sí, aquí suspiramos por el placer... otra vez me vuelve el ansia... ¡Ay! ¡Quién pudiera ver el agua!; ¡quién pudiera oír un pájaro!; ¡quién pudiera hallar un pueblo!; ¡quién pudiera saber qué fue del placentero Anselmo Duque!
JUVENTINO.-También yo siento venir las ansias... también yo quiero saber qué fue de ese muchacho...
RAMIRO.-Se quitó de los caminos y sus piedras, mirando...
JUVENTINO.-¡Muy cierto! ¡Sólo mirando!
RAMIRO.-Se fue de los días de andar.
JUVENTINO.-¿Qué andará mirando ahora?
RAMIRO.-Alguna vereda que no vemos se lo llevó.
JUVENTINO.-El hombre no se pierde así nomás. De allí parte esa vereda que empieza con "El Encanto, Tendajón Mixto".
Los dos miran hacia el lugar donde vieron la tienda.
RAMIRO.-¿Qué quisieras ver ahora?
JUVENTINO.-Una laguna, ¿y tú?
RAMIRO: --¡Una amable compañía!
El telón se levanta y aparece otra vez "El Encanto", resplandeciente. Detrás del mostrador está sonriendo la Mujer del Hermoso Pelo Negro. Anselmo Duque acaba de beber la copa. La deja sobre el mostrador y se queda mirando a la mujer. Anselmo lleva la misma ropa y la barba crecida.
JUVENTINO.-¡Anselmo!, ¿un año entero te duró la misma copa?
RAMIRO.-¡Uy!, ¡un año redondo para beber una copa!
JUVENTINO.- ¡Ujule!, ¡en cualquier cantina hubiera bebido cientos!
RAMIRO.-¡Vente; esto ni para cantina sirve!
MUJER.-•¡Una copa y un año son lo mismo! Aquí medimos con medidas que ustedes desconocen. No contamos los días porque esa copa los contiene a todos.
JUVENTINO.-¡Tú dices muchas palabras! Ya va siendo necesario que te calles, porque te gusta decir y hacer lo que no es. ¡Suelta ya a ese pobre muchacho! ¡Déjalo vivir sus días, beber sus copas...!
MUJER.-¡Viejo que nada sabe y que cree saberlo todo! Sus días no son los tuyos, ni sus copas tus copas. Sigue tú, sábelotodo, viviendo tus semanas cargadas de piedras y congojas y deja que Anselmo Duque no cuente las horas de sudar y maldecir. El vive en otro tiempo...
RAMIRO.-¿Qué tiempo?
MUJER.-El tiempo de los pájaros, las fuentes y la luz.
JUVENTINO.-¡Mañosa! ¡Contigo es inútil hablar! ¡Anselmo, ven! Ya viste lo que habías de ver. Ya bebiste lo que habías de beber.
RAMIRO.-¡Un año son muchos días, y una copa es una copa! ¡Todavía no ves el engaño?
MUJER.-¡Ustedes no saben medir sus palabras, ni lo que no ven!
ANSELMO.-(A ella) ¡Déjalos!
RAMIRO.-¿Lo que no vemos? ¿Pues qué has visto, Anselmo Duque? ¡Por tu madre te pido que me digas lo que tus ojos han visto!
JUVENTINO.-¡No tienes nada que ver! Míranos a nosotros, tus amigos. Hemos venido en esta fecha justa para llevarte con nosotros.
RAMIRO.-Por favor te lo pido; ¿qué has visto, Anselmo?
ANSELMO.-(Sin verlos) •Qué he visto?... Si pudiera decirlo... apenas estoy empezando a ver... todavía me falta mucho. ..
RAMIRO.-Pero de lo que has entrevisto cuéntanos algo ...
ANSELMO.-He visto... otra luz... otros colores. .. otras lagunas...
JUVENTINO.-No te entiendo.
ANSELMO.-Ni me vas a entender, porqué yo tampoco te entendería...
JUVENTINO.-¡Oye la voz de este viejo! Deja a esa mujer, olvídate de sus placeres. Es más seguro un camino real que la vereda que ella te pueda ofrecer.
MUJER.-Un viejo como tú es un hombre muerto. Así naciste. Nunca supiste encontrar el filo del agua. ni caminar los sueños; ni visitar a las aguas debajo de
las aguas, ni entrar en el canto de los pájaros, ni dormir en la frescura de la plata, ni vivir en el calor del oro. No sembraste las corrientes de los ríos con las banderas de las fiestas, no bebiste en la copa del rey de copas. Tú no naciste. Tú moriste desde niño, y sólo acarreas piedras por los caminos llenos de piedras y te niegas a la hermosura. ¡Tu cielo será de piedra por desconocer a la mujer y no habrá ojos que de allí te saquen!
JUVENTINO.-¡No me maldigas, mujer, corazón de piedra!
MUJER.-¿Qué sabes tú de mi corazón? ¿Y sí lo tengo o no lo tuve nunca? Adentro de mi pecho no hallarás nada que pese. Sólo la música que escucha Anselmo habita mi cuerpo. ¡La piedra la llevas tú!
RAMIRO.-¡No te enojes con nosotros, amable compañía!
MUJER.-Piedra de camino real, ¿quién te dirige la palabra?
JUVENTINO.-¡Anselmo Duque! ¡Por última vez, y a riesgo de enojar a la hermosura, te pido que regreses con tu madre! ¿Quién te puede ofrecer mejor consuelo?
RAMIRO.-.¿Qué te dan en "El Encanto" que ella no te pueda dar?
ANSELMO.-No es hora de nombrarla, porque ella me dio los ojos para que mirara lo que ahora miro... y los sentidos para que entrara en los placeres que ahora encuentro...
RAMIRO.--¿Cuáles son, Anselmo Duque?
ANSELMO.-Si supiera decirlo... si pudiera... pero no me dio la lengua para nombrarlo... díganle que aquí me quedo... y que de aquí ni ella ni nadie me ha de sacar.
La Mujer del Hermoso Pelo Negro le echa los brazos al cuello. La escena queda a oscuras.
JUVENTINO.--¡Ya otra vez nos privó de su resplandor!
RAMIRO.-¡Vámonos de aquí!
JUVENTINO.-¡Sí, no sea que esta vez sí nos cierre el camino! ¿Viste sus ojos enojados?
RAMIRO.-Los vi. ¿Y tú viste los de Anselmo?
JUVENTINO.-También los vi, aunque ellos no me miraron a mí.
RAMIRO.-Hemos de volver por él, para devolvérselo a su madre.
JUVENTINO.-Va a ser difícil...
RAMIRO.-¡Al fin que éste no será el último tres de mayo!
JUVENTINO.-(Gritando) ¡Aquí vendremos, Anselmo Duque, los tres de mayo, y acabaremos con "El Encanto, Tendajón Mixto"!
TELÓN