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lunes, septiembre 29, 2025

Estúpida historia de amor en Winnipeg Carlos Talancón
















Estúpida historia de amor en Winnipeg

Una obra de Carlos Talancón

Carlos Talancón obtuvo mención honorífica en dramaturgia en el Certamen Internacional de Literatura “Sor Juana Inés de la Cruz”, convocado por el Gobierno del Estado de México, a través del Consejo Editorial de la Administración Pública Estatal, en 2016. El jurado estuvo integrado por Silvia Peláz, José Alberto Gallado y Luis Santillán.


Personajes

JUAN

IRVING

MADRE

VOZ (Mensajero de pizza)


Espacio

La obra se desarrolla en cuatro espacios: el espacio de la madre (1), el departamento de Juan e Irving (2), un pequeño cuarto en Winnipeg (3) y una banca en una calle (4).

No hace falta que se ilustre de forma realista. Con un elemento significativo de cada uno será suficiente. En el proscenio habrá dos plataformas para los interludios, donde los actores saldrán de su espacio para comunicarse directamente con el público.


Interludio I

(Se ilumina una plataforma)

JUAN: Winnipeg es una ciudad metida en el culo de Canadá, con 670 mil habitantes, temperaturas que han llegado a alcanzar los 40 grados bajo cero, y cuyo personaje más eminente es Winnie Pooh. ¿Por qué Irving decidió abandonarlo todo para irse allá con un prostituto mexicano que además lo trataba de la chingada? La neta no tengo la más puta idea. Es como alguien que le pone mucho esmero a cavar su tumba. Claro, en ese entonces no sabía que me prostituía: ni siquiera yo lo sabía. En aquellos días yo no sabía nada, más que mandar todo a la verga.

Todo comenzó la noche en que mi primera exposición se fue al caño. Me acuerdo… En ese momento aún era lo suficientemente ingenuo para creer que iba a ser un gran pintor. ¿Pero cuántos cuadros vendí? Ningún pinche cuadro, y para colmo la única crítica que salió me daba con todo. Decía que era una réplica de mal gusto de lo que había hecho un tal Duchamp un siglo atrás. Y digo, sí, es verdad, tenía un excusado con un espejo que se llamaba El ojo indiscreto, pero yo no sabía que un güey me había copiado mi idea hace un siglo.

Cuando terminó la exposición me sentía tan pinche triste, me acuerdo, una tristeza que me subía por la garganta y llenaba mi saliva. A lo mejor era el sabor de mi tristeza lo que excitaba tanto a Irving. Recuerdo que esa noche nos fumamos dos churros y cogimos…, la mejor vez que cogimos, porque la neta Irving, con todo y sus casi cuarenta años, era el peor desastre en la cama.

Entonces yo le dije: “Estaría chido irnos a Canadá, allí dan pensiones a las homosexuales refugiados del tercer mundo, y hasta hay pingüinos gays”. No sé dónde había leído esa pendejada, pero hay que tener cuidado cuando uno dice una pendejada porque nunca sabe los alcances. A Irving no le pasó por la cabeza que lo dicho era una reverenda pendejada: al siguiente día ya había contactado a una prima que vivía en un pinche pueblo canadiense llamado Winnipeg.

No sé qué carajo nos pasaba por la cabeza, pero creímos que iban a recibirnos con los brazos abiertos y hasta darnos nuestra pensión por andarle jugando a los maricones indígenas. Hasta allá llegó la pendejada. Yo todavía traté de prevenirlo, decirle que no me hiciera caso, que sólo era una pendejada, pero el güey ya se había metido hasta el fondo y… ¿Por qué lo hacía? La neta no entiendo. La única explicación es que el güey…, pues era medio güey. ¿Y por qué andaba yo con él? La neta tampoco tengo la más remota idea. A lo mejor..., yo creo que sólo andaba con él porque me daba dónde vivir. Yo era como un perrito desvalido buscando dueño, un perrito que estaba dispuesto a morder la mano del que le diera asilo.

(Se ilumina espacio 1. Se oyen ruidos de alguien afuera de escena, ruidos de cocina.)

IRVING: ¡Juan! ¡Juan! ¿Eres tú?

JUAN: Él es Irving dos noches antes de que nos fuéramos. Y ese tipo de preguntas pendejas eran típicas de él. (A Irving) No güey, no soy yo.

IRVING: Ahh, por un momento creí que era alguien más. (Pausa.) Fueron mil quinientos dólares ida y vuelta.

JUAN: ¿Vuelta?, y para qué si nuestro plan era quedarnos allá. Claro, en ese momento aún no sabía que sólo uno de nosotros iba a regresar.


Cuadro I

(Se oscurece plataforma y sólo queda el espacio 1. Se oye que alguien entra, es Juan.)

JUAN: ¿Es neto, Irving?

IRVING: ¿Qué?

JUAN: ¿Los compraste?

IRVING: Sí, claro que… es neto. Ya habíamos quedado, ayer.

JUAN: Sí, güey, pero… (Se los extiende)

IRVING: Los compré así porque eran los únicos que había. (Pausa.) ¿Y?

JUAN: ¿Qué?

IRVING: ¿Ya te fijaste en la coincidencia? Salimos el lunes. A las diez de la mañana. (Pausa.) Es curioso, ¿no? (Pausa.) ¿No te parece?

JUAN: ¿De qué hablas, güey?

IRVING: ¿No te das cuenta? Justamente fue un lunes de hace un mes que nos conocimos. Pensé que… era curioso, justamente un mes después de conocernos estaremos volando, es como si fuera una señal.

JUAN: ¿Señal de qué?

IRVING: No sé, de nosotros. De nuestra relación.

JUAN: (Pausa.) No mames, Irving. Yo creo que simplemente coincidió y ya.

IRVING: ¿Ya les dijiste en el call center?

JUAN: Mañana. Apenas me depositen lo que me deben los mando a la verga.

IRVING: Yo hablé hoy con mi jefe. (Pausa. Se ven.)

JUAN: Ayyy, Irving.

IRVING: ¿Qué pasa?

JUAN: Vas a perder una buena chamba, güey.

IRVING: Vamos.

JUAN: No, Irving. Lo mío vale verga, es una pendejada. Lo tuyo no.

IRVING: Allá nos va a ir bien, estoy seguro. (Pausa.) ¿Y qué vamos a hacer con tus pinturas?

JUAN: ¿Pinturas?

IRVING: Bueno, con tus… objetos artísticos. ¿Qué vamos a hacer?

JUAN: Objetos artísticos (Ríe.) Está bien, llámales como quieras. Te los regalo.

IRVING: Ahhh. Gracias. Lo aprecio, de verdad. (Pausa.) Pero… ¿y qué voy a hacer yo con ellos?

JUAN: Lo que quieras. Ya son tuyos. (Silencio.) Sí, ya sé que son un pinche estorbo.

IRVING: Yo no dije eso.

JUAN: Pero lo son. (Pausa.) Quémalas güey. No, espérate, eso es mucho desmadre, capaz y conociéndote quemas toda la pinche colonia, mejor, simplemente tíralas a la basura y ya.

IRVING: ¡Chetos! Sólo estaba preguntando qué vamos a hacer.

JUAN: Y yo ya te dije.

IRVING: Ésta la voy a conservar, me encanta, y puedo decirle a un amigo que la guarde, es un poco… fuerte, pero puede funcionar para la recámara. Las demás no sé dónde meterlas Juan y…

JUAN: Irving, ya. Tíralas todas, no quiero hablar más de eso. (Pausa.) Están tan pinches feas que hasta tú las quieres tirar.

IRVING: Juan, ¿por qué te pones así? Ya te dije que la exposición estuvo… muy interesante. Yo no sé mucho de pintura pero, puedo decir que estuvo bien, muy… expresiva. Digo, no a todo mundo le gustó…, supongo que es normal, no estuvo mal…, no estuvo tan mal, pues, sólo que…

JUAN: Ya Irving. Estuvo de la chingada. En la noche las tiramos y ya.

IRVING: Ok.

JUAN: ¿Ok qué?

IRVING: Nada.

(Silencio. Irving toma su teléfono y marca.)

IRVING: (Al auricular.) Sí… bueno, sí…, hablaba para pedir una pizza light, vegetariana, con ensalada, sí.

JUAN: ¡Irving!

IRVING: ¿Qué?

JUAN: ¿Qué mamadas estás haciendo ahora?

IRVING: Ahora me toca a mí pedir.

JUAN: Pero… ¿escuché bien?, ¿hablaste a Willie Pizza para pedir una pizza light?

IRVING: Tienen su sección light. La otra vez lo vi en la carta, y me pareció buena idea. Por una vez que tratemos de comer un poco sano, bien, no va a pasar nada.

JUAN: Va contra mis principios pedir una pizza light, pero… está bien. Tú pagas, ¿no?, ¿y qué incluye?

IRVING: (Al teléfono:) ¿Y qué incluyen? (Pausa.) Dice que la pizza es de pan integral con queso panela y jícama, tiene trescientas calorías y cuesta trescientos pesos, incluye agua y ensalada…, y que la ensalada trae lechuga.

JUAN: ¡No mamen! ¡Ahora sí que no mamen! Una ensalada con lechuga, Dios mío, qué pasa en este mundo.

IRVING: No todas las ensaladas incluyen lechuga, Juan. La ensalada rusa no lleva, por ejemplo.

JUAN: Pero estamos en México, güey, y aquí todas las ensaladas tienen… A ver, pásame el teléfono, güey. No vamos a pagar trescientos pesos por esa mamada.

IRVING: Yo lo voy a pagar.

JUAN: Me vale madres, de todos modos hay que comer bien. (Toma el teléfono.) Señorita, ahí que tanto les gusta contar las calorías, ¿qué es lo que más calorías tiene? (Pausa.) La pizza con cuatro quesos. Está bien..., tráiganos una de esas y una coca cola de medio.., no, de un litro. Sí, la dirección que ahí tienen, sí, gracias, aquí los esperamos, ¿qué con qué vas a pagar?

IRVING: ¿Yo voy a pagar?

JUAN: Sí, güey, ya no pasé al cajero, ándale. Ándale que nos está esperando.

IRVING: Está bien. Dile que con uno de a quinientos.

JUAN: (Al auricular.) Ya oyó, uno de a quinientos. Aquí los esperamos. (Cuelga.) Ya está.

(Irving se acerca a Juan y trata de besarlo pero Juan lo evade. Saca unas sábanas con una bolsa de marihuana.)

IRVING: ¿Vas a fumar otro?

JUAN: (Silencio.) Querías algo vegetariano, ¿no?

IRVING: ¿Qué te pasa?

JUAN: ¿De qué?

IRVING: Creí que te ilusionaría lo de los boletos.

JUAN: ¿Y qué quieres que haga?, ¿que me ponga a dar brincos en el sillón de gusto?

IRVING: Siendo como eres, no me sorprendería.

JUAN: No mames, Irving.

(Irving se acerca, y trata de besarlo. Juan se resiste.)

JUAN: Me distraes, güey.

IRVING: ¡Chetos!

(La escena se corta. Súbitamente, Juan se dirige al público.)

JUAN: ¿Escucharon?, ¿escucharon eso? ¡Chetos!, ¿cómo podía andar yo con un hombre de casi cuarenta años que decía chetos? Todavía carambolas, chispas, pero cómo chetos. Que hablen decentemente, puta madre. (A Irving.) Güey, me dices por qué estoy así. No vuelvas a decir chetos.

IRVING: ¿Y qué tiene que diga chetos?

JUAN: No se dice así, ¿quién dice chetos en este mundo?

IRVING: Bueno, yo digo chetos, es mi manera de expresarme, cada quien tiene su manera de expresarse, yo tengo la mía.

JUAN: Sí, sí, ya sé que cada quien tiene su manera de expresarse y la mamada, pero siempre y cuando esté en los límites de la decencia.

IRVING: Para mí eso es decente, tu manera de hablar es la que no es decente. (Pausa.) A mí tampoco me gusta que me digas güey.

JUAN: ¿Y cómo quieres que te diga, amor?

IRVING: Pues… sí, vamos a casarnos allá.

JUAN: Está bien, amor.

IRVING: Te pasas, cabrón.

JUAN: Ahhh, vaya, por fin te oigo hablar bien. Güey, es que… no mames, ¿por qué no me consultaste?

IRVING: ¿De qué?

JUAN: De los boletos, güey, no tuviste que haberlos comprado.

IRVING: Pero Juan, si apenas te dije ayer, y tú dijiste que sí.

JUAN: Sí, pero estaba pacheco y…, pues no sé… Lo dije por decir.

IRVING: ¿Cómo por decir?

JUAN: Era una broma, güey.

IRVING: No friegues, Juan, ¿cómo que una broma?

JUAN: ¿No puedes cancelarlos? Habla con tu jefe y dile que estabas pendejo cuando se lo contaste, que no tenías juicio. O dile que andabas pacheco cuando hablaste con él…

IRVING: No cómo crees, si le digo eso me corre.

JUAN: No mames, Irving. Es tu mejor chamba, vas a perder todo tu dinero, cancélalos y habla con tu jefe, neto, nos vamos luego, además ahorita el pinche frío sabes lo que es. Si con un pinche frío maricón de aquí te andas quejando…

IRVING: Ya compré unas chamarras, están muy buenas.

JUAN: No mames, Irving, pero… y mi mamá, está más pinche sola que un astronauta extraviado, al menos los astronautas tienen contacto con la tierra.

IRVING: Bueno, Juan, que vaya a visitarnos.

JUAN: Te odia, güey.

IRVING: Bueno, vamos a venir a verla. Dile eso. Ella va a entender.

JUAN: Güey, no mames, ya tienes cuarenta años, no vas a irte así.

IRVING: No tengo cuarenta años.

JUAN: Sí, güey, pero ya casi.

IRVING: Me faltan cinco años, es bastante.

JUAN: Uyyy, sí.

IRVING: Sí, ya sé, es arriesgado, pero algo adentro me dice que… nos va a ir bien. Vamos a probar suerte, hay oportunidades.

JUAN: Pero tienes un trabajo aquí.

IRVING: Sí, lo sé, pero… ¿por qué no? Quiero irme contigo, Juan.

JUAN: ¿Y si fracasamos?

IRVING: No va a pasar. Lo sé. Ya lo he pensado, y sí, quiero irme. Quiero irme contigo.

JUAN: Ufff. (Breve silencio.)

(Se ven. Irving se acerca. Se besan. Suena el timbre.)

VOZ: ¡Pizza!

(Obscuro.)


Interludio II: La Madre

(Se ilumina plataforma. Entra la Madre.)

MADRE: Me di cuenta ya muy tarde: la más grande estupidez de una madre son las ilusiones. Juan nació de una, una que me encontré un día en el metro. Debió haber olido mi soledad, porque supo cómo acercarse y encandilarme con palabras bonitas, promesas, y pendeja de mí…, a la otra semana yo ya había caído. Y es que el amor no cambia, sigue siendo el mismo y nos seguimos apendejando de la misma manera. La culpa de todo la tiene la pinche soledad.

Una mañana él desapareció como lo que era, una ilusión, y cuando me enteré que estaba embarazada ni siquiera me di la molestia de buscarlo. Yo ya tenía un hijo, y si ya estaba criando uno yo sola que más me daba criar otro. Lo que uno no se pregunta es criar… para qué. Al primero me lo mataron en el norte, y cuando supe cómo, sentí que el corazón me iba a estallar de tanto canijo dolor. Cada latido es como si le martillaran a uno el corazón, y cada segundo un clavo más profundo, y uno sólo quiere desaparecer, morirse, pero no podía porque todavía me quedaba una misión aquí, sacar a mi otro chamaco adelante. Entonces uno tiene que respirar hondo, aprender, acostumbrarse al dolor y seguir…, seguir.

Pero lueguito después me entero de mi Juan… ¡Ahhh, canijos! Me acuerdo. Fue una vez que llegué antes y cuando iba a abrir... Gemidos, unos gemidos del otro lado me detuvieron. Me acuerdo que me dije: “si ya se me hizo hombre mi’jo”, eso pensé, y mi oreja buscaba el otro gemido, el de la hembra, pero como que le seguían llegando puros gemidos gruesotes como de caballo. Y entonces hice lo que no debía hacer: me asomé por una rotura y vi unas patotas gruesas y peludas allí adentro. Lo primero que pensé fue, pero si mi Juan no es tan peludo, si todavía hacía poco que yo lo bañaba, de dónde le salió tanto pelo a mi Juan, y todavía como que me resistía y mis ojos buscaban unas patas más finas hasta que…, ¡ahhh, canijos!, me doy cuenta que… “si no se me volvió hombre, más bien se me volvió pal otro lado”, así pensé, y estuve a punto de entrar y darle sus buenos cinturonazos a ver si así le enderezaba lo volteado, pero me aguanté y me salí a la calle a chillar, a darme a mí misma los cinturonazos. Ahhhh, me acuerdo bien que esa tarde sentí odio hacia Dios, que cómo se ensañaba conmigo.

Luego, cuando mi Juan me dijo: “mamá, a mí me gustan los hombres”, pensó que iba a chillar, porque yo siempre chillaba, pero él no sabía que todas las lágrimas que Dios me había mandado para esta vida ya se me habían agotado. La cosa es que yo ya me empezaba a hacer a la idea. Bueno, al menos se quedará a cuidarme, me dije, que para eso le manda Dios a una hijos maricones, para que se queden a cuidarla a una, eso pensaba un día que iba llegando del mercado y estaba Juan ahí, esperándome.

(Se oscurece plataforma I.)


Cuadro II

(Poco a poco se ilumina el espacio 2, el de la madre. Una habitación muy pobre. Juan está dentro de la casa. Entra la madre. Trae unas bolsas de mandado.)

MADRE: ¡Juan!

JUAN: ¿Te ayudo?

MADRE: No, está bien. Yo puedo.

JUAN: ¿Qué te pasó en el dedo?

MADRE: No es grave.

JUAN: Siempre te pasa, mamá. Desde niño siempre en todos mis recuerdos tienes alguna herida.

MADRE: ¿Hablas del cuerpo?

JUAN: (Silencio.) Sí. (Pausa.) Las otras todavía no alcanzaba a verlas.

MADRE: ¿Y? ¿De qué querías hablar? (Pausa.)

JUAN: La semana pasada terminó la exposición.

MADRE: Ahhh.

JUAN: ¿No vas a preguntarme cómo me fue?

MADRE: (Seca.) ¿Cómo te fue?

JUAN: Vaya, gracias por tu interés. Me fue… bien. Muy bien. Vendí todos los cuadros. (Pausa.) ¿No vas a decirme nada?

MADRE: Ya sabes lo que pienso de eso, Juan. ¿Es eso lo que ibas a decirme?

JUAN: ¿Te cortaste feo?

MADRE: No importa.

JUAN: Déjame ver.

MADRE: No importa.

JUAN: Está bien. (Pausa.) Me voy del país, mamá. A Canadá. (Pausa.) ¿Me oíste?

MADRE: (Después de una pausa. Absorta.) ¿Ahí es donde cazan focas?

JUAN: ¿Ehhh?

MADRE: Alguna vez lo vi en la televisión. Un hombre va con un hacha y les corta la cabeza, así.

JUAN: Bueno…, no es lo único que hacen.

MADRE: ¿Qué más?

JUAN: Mmmm…, pues… Sí, ahí es donde cazan focas.

MADRE: ¿Y a qué vas allá?

JUAN: No sé. Quizá me vaya a cazar focas.

MADRE: Pobres focas. (Pausa.) ¿Te estás burlando de mí, Juan?

JUAN: No, mamá. Me voy.

MADRE: ¿Y cuándo regresas?

JUAN: Me voy a vivir allá.

MADRE: ¿A vivir? Con ese frío.

JUAN: Sabía que me ibas a decir eso. Voy a llevar mi suéter, te lo prometo. (Silencio.) No está tan lejos, mamá. Voy a venir a verte, tú también puedes ir.

MADRE: Ni que estuviera loca para irme a vivir allá. Si no soy pescado pa’que me congelen. Además, no me gusta como cazan las focas ahí.

JUAN: (Silencio.) Mamá, por favor…

MADRE: Voy a morirme, Juan.

JUAN: ¿Qué?

MADRE: ¿A qué te vas allá? No hay nada. En lugar de quedarte aquí, formar una familia. Escúchame, hijo. Por qué no te quedas aquí y te casas con Karlita.

JUAN: ¿Karlita?

MADRE: Sí, Juan. Yo les organizo una bonita boda. A unas cuadras de aquí hay una capilla muy bonita, yo se las organizo, la boda, cásate con ella.

JUAN: Mamá, pero…

MADRE: Hazlo, hijo. Estás a tiempo. Consigue un trabajo y cásate.

JUAN: Tú sabes de mí, mamá.

MADRE: Esos son inventos tuyos, Juan. Probaste un momento, está bien, a ustedes los artistas luego les gusta probar esas cosas. Ya lo hiciste, ahora ya sienta cabeza y cásate aquí, y construye un hogar.

JUAN: Voy a casarme allá, mamá.

(La mamá se dirige al público.)

MADRE: Qué alivio sentí cuando mi Juan me dijo que se iba a casar allá, con una güereja de Canadá. Claro que no entendí por qué se iba hasta allá a casarse con una güereja, si ésas no saben cuidar a los maridos. Pero sentí alivio, me angustiaba que Juan no se casara, quién iba a cuidar a mi Juan de viejo. Claro que era una ingenua yo.

JUAN: Voy a casarme con Irving.

(La madre se levanta, agitada.)

MADRE: Estás mal, Juan, muy mal. Estás echando a perder tu vida, hijo. ¿A qué te vas con ese muchacho allá? Sólo vas a drogarte, ¿verdad?

JUAN: ¿Drogarme?

MADRE: Sí, es lo único que hacen todo el día. Y no me digas que no, que la otra vez bien vi que traías droga en tu mochila, Juan.

JUAN: ¿Droga? Mamá, por un poco de hierba que… Allá la marihuana es legal y se considera curativa, ¿sabes? Tú también deberías fumarte uno de vez en cuando, ayuda a relajar.

MADRE: No me insultes, Juan.

JUAN: No, mamá, pero… no es lo único que sé hacer. Tú también deberías verte, viendo la televisión todo el día.

MADRE: Yo ya estoy vieja, Juan.

JUAN: ¿Vieja?

MADRE: Sí, yo no importo, pero tú todavía estás a tiempo de hacer algo de tu vida. Escúchame, hazme caso en lo de Karlita y olvídate de esas ideas.

JUAN: Mamá, estás loca, Karlita es la única que…

MADRE: Kartila y tú eran novios.

JUAN: ¿Karlita y yo? ¿Cuándo? Justo con ella confirmé que me gustaban los hombres.

MADRE: No digas eso, Juan.

JUAN: Ahh, chingada madre, ¿entonces?, ¿cómo lo digo? Con ella supe que era puto.

MADRE: No digas esas leperadas, Juan, o te voy a romper los dientes.

JUAN: Mamá, pero cómo se te ocurre que…

MADRE: Has algo de tu vida, Juan. Todavía estás a tiempo.

JUAN: Lo estoy haciendo, mamá. Estoy pintando.

MADRE: Puras vulgaridades.

JUAN: ¿El cuerpo humano te parece vulgar?

MADRE: Ésos que pintas tú, sí. Pero está bien. Si esa es la vida que quieres, ve a morirte allá, ándale, congelado como pescado y con una de esas enfermedades.

JUAN: Está bien. Gracias por desearme buen viaje.

(Silencio. Juan se levanta de la silla.)

JUAN: Me voy mamá. (Silencio.) ¿Quieres que llame a un doctor? Se ve que te lastimaste feo.

MADRE: No importa.

JUAN: Si quieres llamo a…

MADRE: ¡No importa!

JUAN: Está bien, mamá. Adiós.

(Juan sale.)


Interludio III: Irving

(Se ilumina plataforma. Irving está muy arropado. Usa bufanda. Está esperando a Juan en el aeropuerto. Desde ahí habla.)

IRVING: Conocí a Juan una noche de otoño de media luna en los baños públicos del metro Insurgentes. Recuerdo que venía de ver los trámites de una cuenta de ahorros para el retiro e hice una escala necesaria. Nunca imaginé que las ganas de orinar darían al traste con todos mis ahorros. Ya iba de salida cuando lo vi mirándome por el espejo. “¿Qué quieres hacer?”, me preguntó. No entendí, lo único que quería hacer era regresar a casa, cenar, dormirme y al día siguiente ir al trabajo, pero Juan se acercó, me agarró el sexo, me metió en un compartimento y ahí mismo tuvimos relaciones, fue nuestra primera vez juntos. Me sentía ridículo, a mis treinta y cinco años metiéndome en baños públicos con un chico casi diez años menor que yo. Cuando salí me di cuenta de que no nos habíamos dicho ni siquiera nuestros nombres; regresé a preguntárselo, y entonces mi vida se fue al traste.

No entiendo…, hasta ese momento todo en mi vida iba bien. Mi vida era muy ordenada, todo eran papeles y poner orden en un despacho: todas las cosas tenían que tener su nombre. Quizá no era muy excitante, pero era segura y estaba bien, no buscaba más: unos placeres necesarios el fin de semana, iniciar una relación con la que pudiera planear el futuro y comenzar a preparar mi vejez. Pero algo pasó ahí…, alguien reventó un cable en el hemisferio izquierdo de mi cerebro. No sé si era su insolencia, algo en su cuerpo o en su saliva al besarlo, la verdad es algo inexplicable para mí, porque en realidad no teníamos nada en común, qué podía hacer yo con un pintor que no vendía ni un cuadro y no tenía ni una idea ni plan para el futuro. Sin embargo, tuve que cambiar de ropa interior porque apenas lo veía tenía una erección automática, así, antes de tocarnos.

Me acuerdo…, en esas semanas hice cosas que jamás había hecho. Pasamos cada día de esa semana juntos, aprendí a bailar salsa en bares llenos de travestis en calles ocultas del centro que nunca había visitado, bebí más que nunca y probé la marihuana. Al final de ese mes Juan ya se había mudado a un pequeño departamento que yo había empezado a rentarle a un tío. Ese mes mis planes de ahorros para el retiro se fueron al traste, pero es el único mes de mi vida que puedo recordar día por día, semana por semana. Creo que ese es el mes más largo que he vivido, el más largo y el que peor he comido. Me sentía ridículo, a mi edad haciendo tonterías de jovencito como tener sexo en baños públicos o atrás de una iglesia, o hacer competencias para ver quién comía más tacos con salsa de habanero. No entendía nada, hasta ahora veo que todo era parte de una maldición.

Entonces surgió lo de Canadá. En el fondo lo sabía, sabía que era una gran tontería y que luego iba a maldecir cada una de mis acciones. Lo sabía. Y sin embargo, recuerdo la mañana cuando llegué al aeropuerto…, estaba feliz. El corazón me latía como un tambor, nunca lo he vuelto a sentir así, ¿cómo puede uno estar tan… feliz si, puedo decirlo así, cómo puede uno ser tan feliz cuando está cometiendo la mayor estupidez de su vida?

Pinche Juan, cabrón.

(Se oscurece plataforma.)


Cuadro III

(Sólo queda el espacio de atrás, la sala de espera del aeropuerto. Juan está sentado, con su maleta. Entra Irving.)

JUAN: ¿Qué onda?, ¿y todo eso?

IRVING: Precaución.

JUAN: Tanta cosa te va a estorbar, güey. Mi mamá y tú se entenderían muy bien.

IRVING: Hablé con mi prima. (Breve pausa.) Cree que vamos por una semana.

JUAN: ¿Y luego qué vamos a hacer, güey?

IRVING: No lo sé. Tenemos que hacer un buen plan.

JUAN: Cazar focas.

IRVING: ¿Ehhh?

JUAN: Mi mamá dice que vio un reportaje donde cazaban focas.

IRVING: (Pausa. Extrañado.) Ahhh, qué civilizados.

JUAN: No, güey, me refiero a…, no mames.

IRVING: ¿Qué?

JUAN: En qué estás pensando, güey, pareces drogado, ya ni yo. Sí, se casan con cura y todo. (Se ríe.)

IRVING: (Después de una pausa.) Ahh, ya entendí, quieres decir…

JUAN: (Pausa.) Olvídalo, güey.

IRVING: Ya va a ser la hora.

JUAN: ¿Ya viste tu pantalón?

IRVING: Sí. Perdón.

JUAN: No mames, no me digas perdón. Toca. (Lleva la mano de Irving a su sexo.)

IRVING: Juan, nos van a ver…, espérate.

JUAN: Vamos al baño.

IRVING: Pero ya casi…

JUAN: Rápido, güey, sígueme.

(Irving, nervioso, aunque emocionado, sigue a Juan.)

VOZ: Pasajeros con destino a Winnipeg, favor de abordar el avión.

(Sonido de avión.)


El viaje a Winnipeg

(Se iluminan las dos plataformas, entra Irving y Juan, cada uno en un extremo del escenario.)

JUAN: Winnipeg es como un hermoso empaque con una hermosa envoltura: cuando lo abres no hay nada... Nieve y frío, nieve y frío, y un zoológico donde no ves ni madres porque los animales están escondidos bajo la nieve, y más nieve y frío, nieve y frío, y a veces un cabrón con ganas de cogerte y luego echarte a la basura por pinche mexicano.

Al principio fue todo muy como de anuncio American Express. Llegamos con la tal prima de Irving, que estaba casada con un canadiense que uffff…, que suerte tuvo la tal prima. Y su hijita, Stephanie, una niña odiosa de siete años que nos vio cara de diccionarios, y empezó a jodernos queriendo practicar su nada de español con nosotros. Qué pedo con los niños de Canadá que juegan a aprender idiomas en lugar de andar con sus resorteras matando pájaros como niños normales. Qué hueva de infancia, la neta.

Nos recibieron como su nueva adquisición mexican exotic, muy queriéndole hacer a la familia American Express. El primer día nos llevaron al zoológico y a ver su tal palacio legislativo, y párale de contar, ya habíamos conocido todo lo que había por conocer. A la semana siguiente su cara de American Express fue cambiando por ojos de agentes de oficina de inmigración.

IRVING: Nunca he conocido un lugar tan hermoso como Winnipeg. Cada construcción es única, y hay miles de lugares secretos que uno va descubriendo. Además tiene el zoológico más bello que he visto, con cientos de animales exóticos. Primero llegamos a la casa de mi prima, conocimos a su esposo y su hija, una de las niñas más simpáticas que me he encontrado. Estuvo estudiando español con nosotros. La verdad no sé si Juan les haya caído del todo bien, y es que Juan tiene su carácter. Nos dijeron que podíamos quedarnos el tiempo que quisiéramos, que ésa era nuestra casa, y todo hubiera estado bien si Juan y yo no lo hubiéramos arruinado todo.

JUAN: La primera lección que aprendí: desconfía de inmediato de una niña que quiere aprender idiomas, sobretodo si el pequeño engendro es canadiense. Después de una semana, la prima buscaba un pretexto para correr a su incómodo pariente y a su todavía más incómodo amigo, sobre todo porque éramos dos putos mexicanos calientes pidiendo asilo. Quiero decir, yo estaba caliente, después de casi una semana de no haber cogido. Ya era de noche, chingada madre, y estábamos en el que según era nuestro cuarto, jamás imaginé que…

IRVING: Yo le había dicho a Juan que no era muy seguro, que alguien podía vernos...

JUAN: Apenas habíamos comenzado cuando veo por entre las cortinas un engendro.

IRVING: Le había dicho que pusiéramos algo entre las cortinas.

JUAN: La pinche niña…

IRVING: Creo que Stephanie quería preguntarnos una palabra.

JUAN: Vio todo.

IRVING: ¡Chetos!

JUAN: A la mañana siguiente, la familia feliz, ahora con ojos de metralleta, jugaba al Ku Klux Klan. El pequeño engendro canadiense les había dicho que nos había visto haciendo un acto de felación. Utilizó esa palabra, tal cual, fellation. Qué onda con la pinche educación sexual de los niños canadienses, mejor deberían enseñarles a no andar espiando a dos amigos sospechosos en un cuarto, sobre todo si se trata de dos calientes mexicanos.

IRVING: La tormenta se desató. Mi prima nos acusó de haber traicionado su confianza, y tenía razón. Yo tenía una enorme vergüenza, mi prima me veía como un verdadero loser, que a mi edad andaba haciendo esas cosas con chavitos en casas ajenas. Sentía vergüenza, y para peor Juan no se quedó callado.

JUAN: “Irving ya está grande para que le dé lecciones. Y no señora, nosotros no nos pusimos a hacer eso enfrente de ella. Es su hija la que se puso enfrente de nosotros”, les dije.

IRVING: Chetos, este Juan se pasa…

JUAN: Y la prima se puso todavía más loca con mi respuesta, que además de todo era un cínico, me dijo que por eso en México no avanzamos. No entiendo por qué carajo siempre meten esa frase cuando la cagamos, pinche prima acomplejada, y mientras tanto el esposo decía no sé qué tanta mamada en francés y yo agachaba la cabeza y me fijaba en el pantalón, se veía muy abultado, el cabrón debía tener un paquetote ahí adentro.

IRVING: Mientras nos hablaba me fijé en sus ojos, estaba realmente decepcionada.

JUAN: Al día siguiente caminábamos por las calles de Canadá sin lugar donde quedarnos, y el puto invierno se acercaba como una pinche máquina trituradora.

IRVING: Al salir de la casa de mi prima y caminar sin lugar a dónde ir, yo estaba muy molesto y avergonzado conmigo. Empezaba a llegar el frío, y cuando entramos a una tienda a comprar algo de comer, recuerdo que le dije a Juan que debíamos ser muy meticulosos con el dinero, administrarlo minuciosamente. Estuvimos viendo opciones de comer que nos mantuvieran con las calorías suficientes sin gastar mucho, hasta que al final Juan se acercó con una botella de vino e hicimos lo único que se nos ocurrió para combatir el frío.

JUAN: Qué pinche mala idea tuve. Yo le dije del vino, pero para qué, el güey se puso más pendejo.

IRVING: Cuando caminábamos con media botella de vino en la sangre, sin lugar a dónde ir y con casi nada en el estómago, recuerdo que pasó algo extraño: de pronto la vergüenza se había borrado. Lo único que detenía mi atención era el color de las copas de los árboles, el color de la sangre. Era hermoso. La tarde mezclaba los colores más bellos que he visto, y la noche se acercaba y no teníamos dónde dormir, pero no sentía miedo. Estaba recargado en el hombro de Juan viendo los árboles deshojarse y el cielo que parecía arder, sentía mi respiración y la de él. Es raro…, yo era de los que nunca antes hubiera salido de casa sin un suéter o un paraguas, y ahora estaba en un país ajeno, sin lugar a dónde ir, ebrio y sólo con Juan a mi lado. Me acuerdo que pensaba todo tipo de… tonterías. Pensaba que cada color, cada movimiento, cada sonido, era parte de un cuadro, de un cuadro perfecto. Pensaba que si Dios existía en ese momento debía estar ahí, sentado justo entre Juan y yo, con nosotros. Eso pensaba sin darme cuenta de que la tarde avanzaba y esos colores del cielo pronto serían devorados por la oscuridad de la noche. Ya casi no teníamos dinero y no teníamos donde dormir, pero no tenía miedo.

JUAN: Pinche Irving, pa’qué chingada madre lo hago beber; andaba como apendejado el güey, hablándome del color de los putos árboles mientras que yo, cada que veía una hoja caer de un árbol, pensaba: ya nos llevó la chingada. Es más, cuando sentí por primera vez un pinche vientecito frío meterse sin ningún recato hasta mis huevos y apretármelos con todo, volví a pensar: ya nos llevó la chingada en este pinche país de focas. Ahora qué puta madre íbamos a hacer. Cada puto día iba a ser más frío. Entendí por qué esos culeros eran de primer mundo, en realidad no tienen de otra, o son de primer mundo o se los lleva la chingada. Eso era frío en serio y no como las mamadas de viento mexicano que hacen cosquillas. Cada que voy a México y oigo a un mexicano quejarse del frío me dan ganas de decirle: “no sea maricón y déjese de andar quejando, lo voy a empacar y llevar un día a Canadá para que vea lo que es frío de verdad, no chinguen”. Estaba encabronado con Irving por habernos venido así, tan a lo güey, en pleno invierno, y ahora que había que resolver qué puta madre íbamos a hacer el güey andaba como anestesiado hablándome del puto color de los árboles, que no mame.

IRVING: El primer día dormimos en una estación de metro. Compramos periódicos y nos envolvimos en ellos. Y de pronto encontraba que había algo tan emocionante en eso, en estar ahí, envueltos en periódicos en una estación de una ciudad lejana, con Juan a mi lado, sintiendo su calor. Sin duda era la imagen de un loser, a mis casi cuarenta envuelto entre las páginas de periódicos, borracho en una estación de metro, sin papeles, es la imagen de mí mismo que más me hubiera aterrado. Sin embargo, sentía hervir mi cuerpo aun en plena entrada del invierno.

JUAN: Qué experiencia tan pinche horrible dormir en una estación envuelto en periódicos, las putas hojas se me metían por la pinche cola, todo la noche uno escucha el maldito crujido, y ni a quién decirle cállate. Y pa’colmo Irving era toda una pinche orquesta el cabrón: ruidos de hambre en la panza, ronquidos, eructos de cuarentón borracho y decadente, el cabrón no me dejó dormir en toda la noche. Me cae que la peor puta noche de mi vida: el frío hasta los huesos, la cara recargada contra el suelo, los putos periódico y los ronquidos de Irving. Al día siguiente le dije que o rentábamos un cuarto o al otro día me regresaba a México…, la cosa era, con qué pinche dinero.

IRVING: Es extraño como por algún azar misterioso las cosas encuentran su propia manera de resolverse cuando uno ha llegado al límite…, al límite. Luego de dormir dos días seguidos en la calle por fin logramos que alguien nos rentara un cuarto a cuatroscientos dólares en las afueras de Winnipeg. Mis ahorros de años los veía volverse espuma. Pero lo más grave es que no me importaba. A la semana siguiente esa misma persona nos consiguió trabajo, a Juan de lavaplatos en un restaurante de chinos, y yo cuidando los gatos uraños de una señora que huía de Winnipeg para irse al Caribe. Unos gatos que me dejaban como uno de los compact discs de Juan al final del día.

Me acuerdo, la primera vez que vimos nevar… fue mágico, y yo me sentía tan… alegre. Ahora que lo veo a distancia, había pasado de gerente a cuidar gatos huraños y todos mis ahorros se me iban, pero me sentía feliz, más feliz de lo que jamás había estado y me había imaginado estar.

JUAN: No entiendo qué le encontraba Irving de mágico a la nieve, que no mame, a sus cuarenta años parecía un pinche niño el güey. Qué tiene de mágica la pinche tierra blanca que sólo está ahí para joderte la vida. A la segunda semana de nieve y de andar lavando platos a chinos me di cuenta que no iba a aguantar mucho tiempo más. Ya estaba hasta la madre de Winnipeg y la pinche nieve, y su pinche francés mamón y los chinos con los que trabajaba, que me pagaban una pinche mierda por andarle haciendo al pinche mexicano sin papeles. Llegó el momento en que lo único que yo quería era regresarme, pero para colmo el puto avión de regreso ya lo habíamos perdido. Por un momento pensé en disfrazarme de Bin Laden para que me deportaran. Para colmo Irving ya había pagado dos meses de renta y lo peor es que… el güey seguía con la ilusión de casarnos allá, que no mame. Cuánta pendejada, la neta. Ver su entusiasmo me hacía encabronarme más y cuando lo veía feliz me daban ganas de ponerle un madrazo por ser tan güey.

IRVING: Sí, enamorarse debería estar prohibido o al menos catalogado como una enfermedad. Me acuerdo…, estaba dispuesto a dejarlo todo, renunciar a mi trabajo, mi vida, por quedarme ahí, junto a él. Nunca me imaginé que él… Pinche Juan, cabrón.

JUAN: A mi primer cliente lo conocí en un baño de Burguer King. Había salido de la chamba ya noche y me metí a mear clandestinamente al Burguer, y ya ahí, adentro, un señor se me quedó viendo. Al principio creí que me veía porque había entrado de clandestino al baño, uno empieza a volverse bien pinche paranoico, pero luego me di cuenta que se andaba frotando la verga el güey. Mi primer impulso fue soltarle un madrazo por andar de pinche mirón, pero en lugar de eso me volteé y se la mostré, y le dije así, sin pensarlo, fifty dollars. Para mi sorpresa, el güey me los dio, y algo cambió ahí. De pronto había ganado lo de una semana sólo por diez minutos de dejar que me la chupara. Cuando terminamos me pidió mi teléfono, me dijo que él me hablaba y que cuando saliera del baño me hiciera loco. “You don’t know me, ok. I call you”. Al salir me di cuenta que su esposa y su hija lo estaban esperando afuera con su hamburguesa. Su papá debía tener diarrea que se tardó tanto en el baño. Los vi alejarse haciéndole a la familia Kodak.

IRVING: Un día encontré unas manchas en su pantalón. No dije nada, a lo mejor por miedo, o a lo mejor… No sé. Mi currículum amoroso era tan desastroso que gustarle a Juan lo consideraba ya una especie de milagro. Un día, cuando estábamos en nuestro cuarto, Juan me hizo notar lo enorme del sexo de un actor porno, y tuve miedo que pensara que mi sexo era demasiado chico, y quizá mi cuerpo ya demasiado viejo. A lo mejor el cariño que sentía por él era ridículo frente al placer que alguien más podía darle.

JUAN: Volví a verme con el canadiense, le cobré el triple y otra vez, para mi pinche sorpresa, el güey lo pagó. La neta nunca había ganado tanto en tan poquito tiempo y por hacer tan poco. Al día siguiente mandé a la chingada el trabajo de lavaplatos y me metí a las cabinas de una sex shop. Ahí comencé a anunciarme como escort, que es lo mismo que prostituto pero suena más como a prostituto de Polanco y no de la Merced. Puta madre, si algo une a las naciones es la putería, es la misma en todo el mundo, la única diferencia que encontré es que allá las sex shops tienen cabinas para inválidos. Esa es la mentalidad del primer mundo, chingados: también los inválidos tienen derecho a que se las chupen.

No fue muy difícil. Conseguí clientes rápido, más rápido de lo que imaginaba, y pagaban más, más de lo que imaginaba. Al principio no entendía por qué, la neta, a lo mejor me veían con cara de mexican exotic o ve tú a saber qué chingados, pero por primera vez alguien pagaba bien por mí. Algunos llegaban a pagarme hasta doscientos dólares sólo por permitirles que me la chuparan, doscientos dólares por tener a un canadiense como una lapa allá abajo mientras yo conseguía más clientes por WhatsApp. Se sentía bien, la neta. Nunca antes alguien había pagado tanto por mí, nunca antes había comido en buenos restaurantes ni visitado hoteles como los que visité. Y para colmo, algunos de mis clientes eran guapísimos, los cabrones. ¡Qué pedo! Los señores casados eran los mejores, llegaban reventando de calientes por andarse cogiendo a una ñora que ni les gustaba, y puta... Una vez un señor me ofreció llevarme a Ámsterdam pagándome todo, incluso mis días de trabajo: puta.

IRVING: Sentía la lejanía de Juan. No sé por qué cuando uno sabe que comienza a perder al otro es cuando más se aviva el deseo por su cuerpo. Odiaba que cuando se acercaba, apenas percibía un poco su cuerpo, yo tenía una erección, en automático. Me sentía tan desvalido. Y él se daba cuenta, eso era lo que más me daba coraje. Pinche Juan, cabrón.

Una tarde me metí a una sex shop y compré un kamasutra gay, en él se mostraban distintas formas de hacer sentir placer a la pareja. Si mi cuerpo ya había dejado de ser joven, y mi sexo no era muy grande, debía compensarlo con formas de hacer sentir placer. Cuando lo hojeaba me di cuenta que chavos y señores salían y entraban de unas cabinas que estaban arriba. Tuve curiosidad de subir a ver qué pasaba, pero decidí respetar mi pacto de fidelidad con Juan, así que simplemente salí con el kamasutra bajo el brazo. Comencé a practicar distintas técnicas con la boca, como morder ligeramente la punta del sexo de Juan o tratar de metérmelo lo más adentro en la boca y aguantarme las ganas de vomitar. Tenía una enorme necesidad de saber que era capaz de hacerlo sentir placer. (Se oscurece la luz de Irving, sólo queda Juan en escena.)

JUAN: Pinche Irving. No sé qué pedo con él, cuando cogíamos el güey no sé qué trataba de hacer, pero cada vez la mamaba peor, una vez me mordió la verga y me la puso roja y me harté. Después me explicó que estaba probando una nueva técnica, pinches técnicas de morder la verga, qué pedo.

Ahí supe que lo nuestro había terminado, pero la neta no sabía cómo decirle de mi adulterio masivo. Me daba una enorme culpa verlo llegar todo arañado de andar cuidando animales mientras yo venía de comer con un cliente en un restaurante de lujo. Además, el güey lo había estado pagando casi todo, y… puta, lo peor es que me era fiel, el cabrón, estoy seguro. Tenía ganas de decirle: “güey, ve y lígate a un canadiense, ahorita que todavía puedes, disfruta afuera”, pero no, el güey me era fiel como el pinche chancro, puta madre. Me acuerdo la noche en que le dije que me iba a Ámsterdam con un cliente. Hasta me recordó un poco a mi mamá, el güey. Puta, perdóname pinche Irving…, no podía dejar la oportunidad. Perdón, güey.


Cuadro IV

(Se ilumina espacio 3. En una pequeña estancia, muy modesta, en Winnipeg. Sólo hay una cama, una cocineta, una puerta para el baño, una mesita y un calentador. Irving termina de cenar algo, se le ve tenso, pensativo. Al cabo de unos momentos llega Juan.)

JUAN: ¿Qué onda?

(Silencio. Juan se quita su abrigo y su gorra. Busca algo de comer en la cocineta, ve que hay una olla con restos de comida.)

JUAN: ¿Hiciste de comer?

IRVING: Sí.

JUAN: ¿Y no sobró nada?

IRVING: No. (Pausa.) Creí que ya no ibas a llegar. Ya no sé cuándo…

JUAN: (Silencio.) Ok. No es reclamo. Sólo preguntaba. Yo puedo prepararme algo. (Breve pausa.) Yo tampoco sé cuándo voy a llegar.

IRVING: Sólo que… sí cociné para ti. Crucé todo Winnipeg en busca de un lugar donde vendieran cosas mexicanas, compré tortillas, crema, chiles y un tequila; me bañé para no apestar a animales; preparé todo; puse tu lugar ahí, y te estuve esperando... Cuatro horas.

JUAN: Ahhh, yo creí que… ¿Dónde está todo?

IRVING: En la basura.

JUAN: No me chingues. (Ve en la basura.) ¿Lo tiraste todo? (Pausa.) ¿Y el tequila?

IRVING: Lo acabo de regalar.

JUAN: No mames, Irving, estás loco. Como que ya estás grandecito para que andes tirando la comida, con lo caro que está aquí y tú… Mejor no me cocines, güey, pero no la tires.

IRVING: ¡Yo estoy loco, Juan!, te estoy diciendo que te estuve esperando cuatro horas. Y no me vuelvas a decir que ya estoy grandecito, pinche chamaco pendejo.

JUAN: Oye güey, espérate, cálmate.

IRVING: Quedamos a las ocho.

JUAN: Güey, pero… a ver, espérate, ¿cuándo quedamos?

IRVING: ¡Ayer! (Pausa.) En la noche te pregunté qué te gustaría cenar, y tú me dijiste que algo mexicano.

JUAN: (Recordando.) Güey, perdón, lo debí haber dicho por…, no sé, lo dije por…, por decir, pues.

IRVING: ¿Cómo que por decir?

JUAN: Sí. No me refería a que cruzaras todo Winnipeg para comprarlo. No te tomas las cosas tan en serio.

IRVING: ¿Qué no me lo tomara en serio?, ¿y cómo quieres que me lo tome entonces?

JUAN: No sé, güey, pero relájate. ¿Por qué no me hablaste antes de ir a comprar?

IRVING: Te hablé, Juan. Mil veces.

(Juan ve su teléfono.)

JUAN: No lo escuché. Mira Irving, perdón, neta. Pero no quiero que vuelvas a cocinarme, no quiero que vuelvas a esperarme tampoco. No eres mi papá, güey.

IRVING: Claro que no soy tu papá. Soy tu pareja.

JUAN: Pues… sí, pero te comportas como si fueras mi esposa, güey.

IRVING: Nuestro plan era casarnos aquí, ¿no? (Pausa.) ¿No?

(Se miran. Juan sale un momento al baño, vuelve a entrar. Irving lo intercepta y trata de besarlo.)

JUAN: Aguanta. Ya me quiero dormir.

IRVING: No hagas eso, Juan.

JUAN: Todavía que tiras mi comida, güey.

IRVING: Si quieres te vuelvo a preparar algo. ¿Quieres?

JUAN: No, Irving, quiero dormir.

(Vuelve a tratar de besarlo y lo rechaza. Irving se hinca y le baja el cierre.)

IRVING: Te va a gustar, te lo prometo.

JUAN: ¡Pero no quiero ahora, puta madre!

(Juan permite que Irving le baje el cierre, pero no tiene el pene erecto. Irving trata de parárselo pero no lo logra.)

JUAN: Te dije, güey. Con este pinche frío a quién se le va a parar.

IRVING: Espérate. Sí se va a parar. Ahí va.

JUAN: No quiero.

IRVING: Déjame intentarlo.

(Irving, al ver que no logra ponerse erecta, finalmente se levanta.)

IRVING: (Se levanta muy enojado.) ¿Qué pasa?

JUAN: Güey, pues qué quieres. No es voluntario.

IRVING: Claro que sí. Y no me digas güey. ¿Te da asco mi cuerpo?

JUAN: Irving, cálmate, ¿por qué dices eso?

IRVING: ¿Entonces?

JUAN: Pues… ahorita no tengo ganas, güey, es eso.

IRVING: Te voy a decir por qué no se te para, porque estás de caliente allá afuera ligándote chavitos.

JUAN: No quiero discutir ahorita, Irving.

IRVING: Es por eso, ¿verdad?

JUAN: Luego hablamos. Mañana si quieres. Quiero dormir, güey. Mira, si quieres me duermo en el suelo hoy. (Juan se dirige hacia la cama pero Irving lo toma bruscamente del brazo.)

IRVING: Dime, sí, sí.

JUAN: Güey, cálmate.

IRVING: No me digas güey. Andas de caliente con otro, ¿verdad?

JUAN: Ayy, pinche Irving. .

IRVING: ¿Sí qué?

JUAN: Me metí de escort.

IRVING: ¿De qué?

JUAN: Que tienes razón, por eso no tengo ganas de coger.

IRVING: No me des el pinche avión.

JUAN: Ahhh, chingada madre.

IRVING: ¿Te metiste de qué?

JUAN: Escort. (Pausa.) Doy servicio.

IRVING: Servicio de qué.

JUAN: No mames, Irving. Mañana hablamos.

IRVING: Espérate, no entiendo. ¿A quién le das servicio?

JUAN: A varios.

IRVING: ¿Varios?

JUAN: Te digo que estoy de escort.

IRVING: Pero, quieres decir que… ¡Chetos!

JUAN: Ya te lo imaginabas, ¿no, güey?

IRVING: No.

JUAN: Pero si tú mismo acabas de…

IRVING: Sí, pero yo creí que habías tenido un ligue, nada más, no que estabas teniendo sexo con todo Canadá.

JUAN: No es todo Canadá, sólo… algunos.

IRVING: No manches. ¿Desde cuándo?

JUAN: Poco menos de un mes.

IRVING: Y… ¿por qué?

JUAN: Por dinero.

IRVING: ¿Te pagan?

JUAN: Sí, güey. Soy escort. Doy servicio. Me prostituyo.

(Irving se dirige al público.)

IRVING: Me acuerdo de ese momento, cuando me lo dijo. Sentí que era el hombre más humillado del mundo y Juan la peor persona del planeta, en verdad. Fue como si algo se hubiera roto, no dentro de mí, sino de la tierra, como que todo regresó a ser lo que…, lo que era. Los colores del cielo se convirtieron sólo en eso, colores de una tarde cualquiera; la nieve perdió su belleza y se convirtió en una gran molestia, y yo me convertí en lo que en realidad era: un perdedor. Entonces por primera vez pude ver, y perdón por la palabra, la reverenda pendejada que había hecho. Lo vi claramente. Y sólo pude hacer algo que no había hecho desde hace mucho, mucho tiempo, me senté y me puse a chillar, sí, me acuerdo, con la espalda encorvada como niño.

IRVING: Pinche Juan… Ahora sí me jodiste, cabrón.

JUAN: Qué pedo, Irving, no, espérate, no te pongas a llorar, no mames.

(Juan al público.)

JUAN: No chinguen, ¿por qué se ponía a llorar? Ahhh, qué pinche melodrama, carajo. Y yo que odio los melodramas pero a veces uno cae, irremediablemente, no puede contener la pinche chilladera por más que sea de mal gusto. Mírenlo, chillando el cabrón. Y lo que más me emputaba es que verlo llorar me hacía sentirme de la verga. ¿Por qué?, ¿lo había engañado? Quizá, sí, pero… no sé, en su momento le había sido honesto. Así es la vida chingada madre, las cosas cambian, ¿no? Uno no puede prometer algo de por vida, es la peor mentira. Había sido culero, quizá, pero así es. De lo que me acuerdo es que yo ya me moría de sueño y lo único que se me ocurrió decirle fue…

JUAN: Ya Irving, no hagas tanto pinche desmadre, tengo sueño.

IRVING: ¿Y todavía me dices que tienes sueño? Pinche cínico, me partiste.

JUAN: ¿Por qué todo te lo tomas tan dramático, güey? Mira, haz de cuenta que no te dije, ¿va?, mañana nos levantamos y platicamos.

IRVING: Eres un cínico. Y luego… no friegues, capaz y ya hasta me pegaste algo. La otra vez no nos protegimos.

JUAN: Güey, ahí sí…, yo te dije que nos protegiéramos, tú insististe.

IRVING: Sí, no sé por qué, confié, nunca creí que…

JUAN: Ya, no mames. No es así de rápido. Además me he cuidado, y te he cuidado a ti también.

IRVING: Pinche cínico. Todavía de que estás teniendo sexo con todo Winnipeg. No friegues. Íbamos a casarnos, ¿por qué me mentiste?

JUAN: No te mentí, güey. Fui sincero… en el momento, pero… uno cambia. Yo no le iba a lavar platos a los putos canadienses.

IRVING: Te he apoyado en todo, como nadie. Cuánto dinero te he dado.

JUAN: Lo sé, güey. Mira, hagamos esto, regrésate, yo te pago mi parte de lo que has puesto, trata de recuperar tu chamba.

IRVING: Nos regresamos.

JUAN: No, güey, yo me voy a quedar.

IRVING: ¿Estás diciendo que yo me regreso y tú te quedas aquí?

JUAN: Lo digo para que trates de recuperar tu chamba. Te regreso el dinero, neto.

IRVING: Está bien, vamos a regresarnos.

JUAN: No, güey, no. Me voy a ir a Ámsterdam.

IRVING: ¿Ámsterdam? ¿Con quién?

JUAN: Un cliente me invitó.

IRVING: O sea, tú vas a ir a Ámsterdam y yo… Eres un cabrón, ojete…, pinche egoísta, me utilizaste, pendejo.

JUAN: Está bien, sí te utilicé. ¿Podemos dormirnos ahora?

IRVING: Pendejo…

(Irving se le lanza contra Juan a golpes. Pelean, al final Juan, quien es más fuerte, empuja a Irving y éste cae.)

JUAN: Pinche Irving. Ya ves, te dije, güey, no quería que llegáramos a esto.

IRVING: ¿Y el tipo con quien te vas te la chupa rico?

JUAN: No es eso lo que quiero decir.

IRVING: ¿Pero te la chupa rico?

JUAN: Güey, ¿qué quieres oír?

IRVING: Si te la chupó rico.

JUAN: Sí, digo, es rico que te la chupen…

IRVING: ¿Pero te la chupó mejor que yo? (Silencio.) Güey, ¿te la chupó mejor que yo ese güey?

JUAN: Irving, no mames.

IRVING: Dime.

JUAN: Güey, tú muerdes.

IRVING: ¿Cómo?

JUAN: No lo sabes hacer.

IRVING: Lo hago lo mejor que puedo.

JUAN: Sí, pero haces cosas muy raras.

IRVING: Estoy tratando de probar técnicas.

JUAN: Sólo disfrútalo, güey…, y no muerdas.

IRVING: Pero… según yo…, si tú me dices cómo…

JUAN: No es eso, güey, eso no me importa.

IRVING: No friegues, ¿ahora vas a decir que no te importa?

JUAN: No. Digo, trata de no morderla para la otra, abre bien la boca.

IRVING: (Después de una pausa.) ¿Y crees que va a haber otra? Vete a la chingada. Y ahora sí lo digo en serio. Vete, Juan. Yo pagué por este espacio, ¿no? Vete.

JUAN: Está bien, sí, voy a irme. Mañana me voy. Te lo prometo.

IRVING: ¡No! ¡Vete ahorita!

JUAN: Güey, cálmate, por qué todo lo tienes que hacer tan pinche dramático. Digo… cálmala, güey.

IRVING: Pinche cínico.

JUAN: No estoy siendo cínico.

IRVING: ¡Vete, pendejo! Si te mueres del pinche frío no me importa.

JUAN: Déjame dormir un poco, neta, y ya mañana…

IRVING: No, lárgate, ahorita.

JUAN: Ok. Pero cálmate.

(Juan toma las cosas. Una chamarra, se dispone a irse.)

IRVING: ¿Adónde vas a ir?

JUAN: No mames, pinche Irving, no me acabas de decir que…

IRVING: ¿Pero con este frío adónde vas a dormir?

JUAN: No sé, me las arreglo. Puedo conseguir dónde.

IRVING: Mira, hagamos algo. Yo te puedo prestar mientras consigues algo que te guste. A mí no me molesta cuidar animales, con mi salario podemos..., mientras encuentras algo que te guste…

JUAN: No, Irving, no se trata de que me mantengas.

IRVING: No me importa cuidar animales, de verdad. Podemos estar juntos. Y si nos infectamos ya ni modo, nos quedamos a cuidarnos el uno al otro.

JUAN: No mames, no digas pendejadas.

IRVING: Hablo en serio, Juan.

JUAN: Ya te dije que estoy limpio.

IRVING: Sí, yo te cuido, te lo prometo.

JUAN: No mames.

IRVING: ¿Entonces?

JUAN: Me voy, güey. (Se dispone a irse.)

(Juan sale. Al cabo de un rato, Irving se pone su chamarra y sale tras él. Se escucha que le grita a Juan. Oscuro. Sonido de avión.)


Interludio IV: La Madre

(Se ilumina plataforma. Entra la Madre.)

MADRE: Mi mamá siempre me dijo: “no te fíes de los güeros, son malos, todo se lo quieren llevar”. Y cuando se fue mi Juan yo pensé: qué razón tenía mi mamá, un güero se había llevado a mi Juan a uno de esos desiertos de nieve. Mi Juan… Ahhh, cómo lo quiero al canijo, lo adoro. Pero a veces pienso que lo mejor sería no amar. ¿Para qué? Una pinche ilusión. De ahí había nacido Juan y ahora se me iba y volvía a quedarme aquí, otra vez sola, en el mismo sillón, pero treinta años más vieja. Luego dicen, “¡despierta!”, yo no quiero despertar, yo quiero dormir, quedarme pegada en la tele hasta que un día simplemente… Pronto iba a cumplir sesenta, y nunca me hubiera imaginado anhelar tanto la muerte.

Un día Juan me habló para decirme que venía a visitarme. Yo le pregunté si con el güero ése, pero luego me entero que el güerejo ese ya se había regresado. Ahhh, de veras, pinches güeros, pensé, ahora resulta que ya se había vuelto pa’cá y me había dejado a mi Juan allá. Un día que me encabrito y me armo de valor y voy a la casa del güero, yo sabía dónde vivía porque ahí vivía mi Juan, voy hasta su casa y le toco, pinche güero, qué se cree, o me traía de vuelta a mi Juan o se las iba a ver conmigo, pensé en tanto él me abría la puerta y… bueno, pues resultó que no era güero.

(Se oscurece plataforma.)


Cuadro V

(Espacio de la mamá. Está la televisión encendida, pero no hay nadie viéndola. Se escucha el timbre. No entra nadie. Se vuelve a escuchar el timbre. Entra la Mamá y abre. Es Juan, trae a sus espaldas una mochila de viaje.)

MADRE: ¡Hijo! Eres tú.

JUAN: (Pausa.) Sí, hasta donde sé todavía soy yo, mamá. Vine desde Ámsterdam para darte el abrazo. El jueves me regreso a Winnipeg. ¿Puedo pasar?

MADRE: Sí. Todavía es tu casa.

(Juan entra. Silencio. Apaga la televisión. Pausa.)

JUAN: ¿Y qué piensas hacer?

MADRE: ¿De qué?

JUAN: Mañana cumples sesenta.

MADRE: Sesenta, sí. (Pausa.) Nada. No quiero hacer nada.

JUAN: Mamá, no diario se cumplen sesenta. No puedes quedarte todo el día aquí viendo la televisión.

MADRE: ¿Por qué no?

JUAN: Porque… Está bien.

(Silencio. Juan saca una bolsa con un collar.)

JUAN: Ten, te compré esto. (La madre no reacciona.) Acércate. (Juan le pone el collar a su mamá.) Se te ve bien.

MADRE: ¿Gastaste mucho?

JUAN: Digamos que… Lo importante es que se te vea bien. Te lo compré en Ámsterdam. ¿Sabes dónde está Ámsterdam?

MADRE: Del otro lado del mundo.

JUAN: Por ahí.

MADRE: Debe hacer mucho frío también. ¿Te proteges bien?

JUAN: Sí, me protejo bien, ya puedes dejar de preocuparte por eso. (Pausa.) ¿Y?, ¿te gustó, no te gustó…?

MADRE: (Silencio.) Está raro.

JUAN: Si no te gustó véndelo, es fino. (Pausa. Le extiende un sobre.) Ten, éste te va a gustar más.

MADRE: (Silencio.) Gracias, hijo.

JUAN: (Con cierta ironía.) ¿Que Karlita se va a casar?

MADRE: Sí, con Quiquito.

JUAN: ¿Y quién chingados es Quiquito?

MADRE: El hijo de Carmencita.

JUAN: ¿Quién?

MADRE: Carmencita. (Pausa.) Carmen, tu tía.

JUAN: Ahhh, estás hablando de Ernesto, el hijo de Carmen.

MADRE: Sí, Quiquito.

JUAN: Mamá, cómo puedes decirle Quiquito, ya tiene cuarenta años.

MADRE: Bueno, para mí es Quiquito.

JUAN: (Pausa.) Puta, qué ganas de reducir todo a su mínima expresión. (Pausa.) Te imaginas si Karlita y Quiquito tienen hijos, les vas a llamar caquitos y… caquitas. (Silencio.) Ok, veo que las bromas no van contigo.

MADRE: ¿En qué estás trabajando?

JUAN: ¿Por qué lo preguntas?

MADRE: Quiero saber.

JUAN: Estoy en… servicio a clientes.

MADRE: ¿Qué tipo de clientes?

JUAN: Estoy vendiendo… blow jobs, ¿sabes lo que es eso? (Pausa.) Es una marca de teléfonos.

MADRE: ¿Nada malo, verdad?

JUAN: ¿Malo?, ¿es malo vender teléfonos?

MADRE: No.

JUAN: ¿Entonces?

MADRE: Nada, Juan. Me preocupa que…

JUAN: ¡Y no puedes dejarte de preocupar ni en tus sesenta años! Vengo desde el otro lado del mundo, te traigo un regalo especial de allá y sólo dices que está raro. ¿No puedes simplemente tratar de disfrutar? Ni siquiera te digo que disfrutes, eso es mucho pedir, ya olvidaste lo que es eso, simplemente haz un esfuerzo por relajarte y…

(La madre se dirige al público.)

MADRE: Era verdad eso que me decía Juan, ya no sabía disfrutar la vida, ¿pero cómo hacerle? Uno le pierde el sabor y ya no se lo puede volver a agarrar. Lo único que podía consolarme era que Juan estuviera bien, ya sólo podía vivir la felicidad a través de él, y yo no quería que cargara con mis lágrimas. Pero a veces la nube que trae uno en su alma ya no aguanta, y por más que uno trate de apretarla acaba por reventar.

MADRE: (A Juan.) Sí, hijo. Tienes razón. Te prometo que voy a tratar de disfrutar. (Silencio. La Mamá se suelta a llorar.)

JUAN: ¿Y ahora qué pasa, mamá?

MADRE: Me siento muy sola, Juan.

JUAN: Mamá, pues… no entiendo…, ¿por qué…?, ¿por qué no organizaste algo?

MADRE: No quiero.

JUAN: Entonces no te quejes de… Mamá, ¿no tienes amigas?

MADRE: No.

JUAN: ¿Y la señora que siempre andaba friegue y friegue en el teléfono?

MADRE: ¿Esperanza?

JUAN: Sí, ésa.

MADRE: Tiene distrofia.

JUAN: ¿Qué es eso?

MADRE: No sé, pero ya no puede moverse.

JUAN: Ay mamá, pues… búscate alguna amiga que todavía... En el edificio debe haber alguna otra anciana, siempre hay alguna anciana con la que pasar el tiempo, aunque sea irse a alimentar palomas.

MADRE: No me gustan las palomas.

JUAN: Palomas es un decir, patos, pájaros, gansos, lo que chingados sea pero que salgas…

MADRE: No quiero nada. Yo ya quiero morirme, Juan. Desde lo de tu hermano… no puedo. Es una culpa enorme.

JUAN: Pero… Fue un accidente.

MADRE: Lo sé. Pero siento una culpa tremenda que no me deja. Ya quiero morirme, Juan.

JUAN: No digas que quieres morirte, mamá.

MADRE: Sí, hijo. Perdón que te lo diga, pero no puedo más. Es un peso enorme el que traigo, como ácido en el corazón. Sólo quiero saber algo antes de dejar este maldito mundo, que estés bien, que trates de ser feliz. No quiero volverme un peso, haz lo que tengas que hacer para ser feliz.

(Silencio.)

MADRE: Ayer vi a Irving.

JUAN: ¿Qué Irving?, ¿te refieres a… Irving?

MADRE: Sí.

JUAN: ¿Él te buscó?

MADRE: Yo lo busqué. Hace como un mes. Marqué al teléfono que me habías dado y fui a su casa. Me ha estado ayudando mucho.

JUAN: ¿Se han estado viendo?

MADRE: Sí.

JUAN: ¡Qué raro!

MADRE: ¿Te molesta?

JUAN: Pues… es raro. Pero no. Está bien. ¿Qué te ha dicho de mí?

MADRE: Que decidiste quedarte allá, que estabas trabajando en un restaurante y que te iba bien.

JUAN: (Breve pausa.) Sí, estaba. Ahora trabajo con mis propios clientes.

MADRE: Creía que era güero.

JUAN: ¿Quién?

MADRE: Irving. (Breve pausa.) Pero no lo es.

JUAN: ¿Qué?

MADRE: Güero.

JUAN: ¿Estás hablando de Irving?

MADRE: Sí. No es güero.

JUAN: No, claro que no.

MADRE: (Breve pausa.) Sí, no lo es.

MADRE: No es un muchacho desagradable.

JUAN: ¿Quién?

MADRE: Él.

JUAN: ¿Sigues hablando de Irving? Mmmm, antes lo odiabas, ¿te acuerdas?

MADRE: No lo conocía. Se ve que te quiere, Juan.

JUAN: (Breve pausa.) Pues… yo también. Aunque es medio güey.

MADRE: ¿Y tú no vas a casarte?

JUAN: Mamá, no vamos a empezar con eso. No. No voy a casarme, no me interesa. Además, Karlita ya se casó, ¿no? Ya me quedé sin ninguna opción.

MADRE: Bueno… Hay otras posibilidades.

JUAN: ¿Cuáles?

(Breve silencio. Se ven. La mamá se encoge de hombros ligeramente.)

JUAN: Mamá, ¿qué tanto te ha estado diciendo Irving?

MADRE: Nada, hijo. Él nada. Yo soy la que pienso que serían un bonito matrimonio.

JUAN: (Pausa. Intercambian miradas.) No puedo creerlo, mamá, creí que antes te morías que…

MADRE: Sí, me hubiera gustado otra cosa, pero ya entendí que no va a pasar. (Breve pausa.) Juan, te lo digo con todo mi corazón. He estado pensando mucho todo y… me preguntaste qué podía todavía hacerme ilusión. Eso.

JUAN: ¿Lo dices en serio?

MADRE: Sí. Puedo organizarles una bonita boda.

JUAN: Pero mamá…

MADRE: Ya hasta tengo pensado su regalo de bodas. Les voy a comprar unos bonitos tapetes para su departamento.

JUAN: ¿Cuál departamento?

MADRE: Donde van a vivir.

JUAN: Mamá, ¿te ha estado lavando la cabeza Irving?

MADRE: A mí no tienen por qué lavarme la cabeza nadie, Juan. La idea fue mía.

JUAN: Tú misma llegaste a decirme que nos íbamos a ir al infierno, ¿y entonces? (Irónico.) Tú también te irías por andarnos organizando la boda.

(La madre se dirige al público.)

MADRE: Sí, es cierto, una vez se lo dije, que se iba a ir al infierno. Y a lo mejor hasta tenía razón y yo me iba con él. Y claro, ni modo que lo fuera a dejar irse solo, no, sí él se iba al infierno yo tenía que acompañarlo. Y la verdad mejor. Ya hasta me hacía ilusión, porque no había peor lugar que cargar en soledad con las culpas.

MADRE: (A Juan.) Él te quiere, hijo. Y es muy difícil encontrar alguien que en verdad te quiera.

JUAN: (Pausa.) Sí, me lo imagino. Pero, mamá, lo de Irving y yo ya fue.

MADRE: ¿Y entonces?

JUAN: Mamá, qué quieres que…

MADRE: ¿Vas a regresarte a Canadá?

JUAN: Sí.

MADRE: Piénsalo, Juan. Quédate aquí. Yo te apoyo en todo, hijo.

JUAN: Mamá, ya tengo el boleto de regreso, y allá me está yendo bien. Mira, voy a tratar de hacer dinero y me regreso.

MADRE: ¿Y cuánto tiempo piensas quedarte allá?

JUAN: No lo sé. Pero vamos a seguir viéndonos, te lo prometo.

(Silencio.)

JUAN: Ven, mamá, dije que venía a darte el abrazo, ¿no? Vamos a seguir en contacto, te lo prometo. Ven…

(La madre y Juan se ven unos momentos, sin moverse, sin saber qué decir.)

(Oscuro.)


Interludio V: Juan

(Se ilumina plataforma. Entra Juan.)

JUAN: A mi mamá… quién la entendía. Ahora resultaba que ya hasta quería irse a encabezar la marcha gay. Y Irving, al principio pensé, ese güey, por qué mejor no se busca a su propia mamá en lugar de andar cazando mamás ajenas. Pero bueno, finalmente… si al menos le servía de compañía a mi mamá estaba bien, cada quien va encontrando su propia manera de sobrevivir de la mejor forma.

La mía…, bueno, prostituir el cuerpo es mejor que prostituir el alma, la neta, lo prefiero mil veces a estar de pinche sirviente de alguien trabajando doce horas diarias y recibiendo una mierda de salario. Y no me molestaba, la neta. Sin embargo, no sé…, mi vida se convirtió en gimnasios, buenos restaurantes, proteínas, viajes y… sexo, mucho sexo, hasta sudarlo por las orejas. Y a veces, sin proponérmelo, me acordaba de Irving, y quizá hasta en ciertos momentos extrañaba al güey. Quiero decir…, no sabía coger, y me mordía, pero… aun así… tenía la sensación de que algo de mí se había quedado con él. A lo mejor era su torpeza lo que extrañaba.

Ahora todo era un mundo de transacciones, de cuidarse de gente que quería todo el tiempo sacar ventaja de algo, de no dar nada sin saber de antemano lo que iba a recibir, pero de pronto extrañaba la ingenuidad de un güey dispuesto a darlo todo por nada, que se dejaba maravillar por el color del cielo y por la sensación de la nieve. A veces hasta recordaba sus pinches ronquidos mientras dormíamos en periódicos en medio de ninguna parte. No sé si vuelva a encontrar algo así, la neta…, así tan…, tan estúpido, a lo mejor… Un día antes de regresar a Winnipeg, no sé por qué me vino a la cabeza el número de teléfono de Irving. Le marqué para ver si era el mismo. Y… sí, lo era.


Final

(Irving espera en una banca. Llega Juan.)

IRVING: Hola.

JUAN: ¿Qué onda, Irving?

IRVING: ¿Cómo has estado?

JUAN: Mmmm. No me quejo. ¿Tú?

IRVING: Encontré trabajo. Por fin.

JUAN: Ahh, qué bien.

IRVING: (Pausa.) ¿Y vas a regresar a México?

JUAN: No sé. Al principio mi plan era ahorrar para poner un negocio aquí, pero…

IRVING: ¿Pero qué?

JUAN: Está cabrón, gasto mucho. Demasiado. La neta prefiero no pensar en el futuro.

IRVING: A lo mejor…

JUAN: ¿Qué?

IRVING: Nada.

JUAN: Además…, estoy bien allá, me va bien.

IRVING: Ahhhh. Pues… qué bueno. (Pausa.) Ya tengo nuevo departamento, y aún tengo tu pintura. La colgué en mi cuarto.

JUAN: (Pausa.) Ahhh.

IRVING: He mejorado mi técnica.

JUAN: ¿Cuál técnica?

IRVING: Para hacerlo… Mi técnica oral.

JUAN: Ahh, para mamarla.

IRVING: Sí.

JUAN: ¿Ya no muerdes?

IRVING: No. Pero les pido que se pongan condón

JUAN: ¡Qué! ¡Se las chupas con condón!

IRVING: Sí, por precaución.

JUAN: No mames, pinche Irving. Qué bueno que no te conocí así. ¿Y les dices que alguna vez cogiste con un prostituto sin condón?

IRVING: No, no se los digo. Estaba loco, no entiendo por qué, si soy tan cuidadoso.

JUAN: Estuvo raro, sí.

IRVING: ¿Y estás seguro que vas a quedarte en Canadá?

JUAN: Pues… por lo pronto sí. (Pausa.) ¿Por?

IRVING: Nada. Sólo preguntaba.

(Silencio.)

JUAN: ¿Tú no vas a ir?

IRVING: ¿A dónde?

JUAN: Winnipeg.

IRVING: Yo…, pues… ¿a qué iría?

JUAN: (Silencio.) Mmmm. No sé. (Breve pausa.) Sólo preguntaba.

JUAN: Has estado viendo a mi mamá, ¿verdad?

IRVING: Sí. ¿Te molesta?

JUAN: No. De hecho, quería agradecerte.

IRVING: ¿Qué?

JUAN: Que apoyes a mi mamá.

IRVING: Ahhh, gracias.

JUAN: No, güey, yo te estoy agradeciendo a ti.

IRVING: Ahhh. No, pues… es una señora muy agradable.

JUAN: No mames, pinche Irving.

IRVING: ¿Qué?

JUAN: Que es una señora agradable.

IRVING: Para mí lo es.

JUAN: Sólo tú y ella, güey. Creo que te aprecia. Antes te odiaba, creía que eras güero.

IRVING: ¿Güero?

JUAN: Sí, ideas de mi mamá. Está loca. ¿Sabes lo que me dijo ahora? Que le gustaría que nos casemos.

IRVING: Ahhh. (Pausa.) ¿Y tú que piensas?

JUAN: ¿De qué?

IRVING: (Silencio.) Nada.

JUAN: ¿Y de qué es tu trabajo?

IRVING: Asistente de cuentas. No está bien pagado, pero tiene prestaciones y un buen sistema de jubilación. Eso es lo importante.

JUAN: No mames.

IRVING: ¿Qué?

JUAN: Pues ya vete comprando tu paquete funerario, güey.

IRVING: Sí, en algún momento tendré que empezar a ver eso.

JUAN: No mames, Irving, no llegas ni a la mitad de tu vida y ya estás pensando en la jubilación. Es mi mamá la que te ha lavado el cerebro.

IRVING: No. Es importante, Juan. Las cosas no están fáciles aquí. Uno tiene que planear su vida. No voy a tener familia y voy a necesitarla.

JUAN: No mames, Irving. Pero está bien, me alegra que ya hayas entrado en razón.

IRVING: Tú también deberías empezar a pensar qué vas a hacer con tu vejez.

JUAN: No ahora, güey, no me interesa. Y si llego a viejo sin nadie y alguien tiene que cuidar de mí, me echo un balazo y ya. Pero no voy a sacrificar mi vida por…

IRVING: (Pausa. Se ven.) No la estoy sacrificando, Juan. Y prefiero lo que hago a… Sí, cualquiera diría que tu vida es mejor. En fin, cada quien encuentra sus formas de sobrevivir. No me la paso mal, la neta. Un ñor me llevó a Ámsterdam, todo pagado, además de lo que le cobraba por día. Ahora quiere llevarme a Bélgica y...

IRVING: Ya no me digas.

JUAN: ¿Qué?

IRVING: No me cuentes eso, nada más.

JUAN: Ok. Somos amigos, ¿no?

IRVING: (Después de un breve silencio.) No sé. En realidad no tenemos nada en común. Nada.

JUAN: Y estabas dispuesto a compartir la vida conmigo.

IRVING: Sí. Nos hubiéramos divorciado al mes. Pero sí, tenía la ilusión de compartir la vida contigo, lo deseaba en su momento.

JUAN: ¡Qué estupidez!

IRVING: Sí. ¡Qué estupidez!

(Silencio.)

IRVING: Sin embargo, la otra vez estaba pensando que… Si pudiera retroceder el tiempo lo volvería hacer.

JUAN: ¿Qué? Pero si nos la pasamos de la verga.

IRVING: Sí, y sigo pensando que eres un egoísta, pero… nunca había vivido algo así, y no sé si lo vuelva a vivir. Voy a estar como contador, van a volver a ascenderme, no volvería a hacerlo, pero… si pudiera retroceder el tiempo, no lo cambiaría.

JUAN: Pinche Irving. Sí, tuvo su parte cagada. Yo tampoco sé si vuelva a vivir algo así.

IRVING: Así cómo.

JUAN: No sé, así de… ingenuo.

IRVING: Sí, quizá lo fue. Sin embargo, no lo cambiaría. (Breve silencio.) ¿Cuándo sale tu vuelo?

JUAN: Mañana.

IRVING: ¿Y qué vas a hacer hoy en la noche?

JUAN: No lo sé. Igual me encuentro un nuevo cliente por aquí. ¿Tú?

IRVING: Yo tengo que regresar a planear unas cosas de mi trabajo.

JUAN: Bueno, creo que ya me voy.

IRVING: Está bien. Nos vemos.

JUAN: O tal vez no.

IRVING: Bueno…, como sea, fue un gusto conocerte.

JUAN: Adiós.

IRVING: Adiós.

(Se miran unos instantes. Se dirigen un momento al público, hay un amago de hablar, al final las palabras no salen, sólo queda la incomprensión.)

(Se despiden y se van.)

(Oscuro.)

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