18/3/15

El Presidente enrique buenaventura

El Presidente

enrique buenaventura

Una celda pequeña, con rejas, un calabozo adentro de otro y éste adentro de otro y y otros mayores proyectados en las pantallas, como una caja de Pandora. El Presidente viste sacoleva lleno de condecoraciones sobre un traje a rayas de prisionero, lleva cubilete y bastón.
Carcelero 1: (Empujándole). Vamos. Vamos.
Presidente: Más respeto.
Carcelero 2: Sinvergüenza.
Presidente: Soy el Presidente.
Carcelero 1: (Vacila. Mira al 2. Pausa). ¿Será el Presidente?
Carcelero 2: Es el presidente de la S.R.M.
Carcelero 1: ¿De la qué?
Carcelero 2: De la Sociedad de Rateros y Mendigos.
Carcelero 1: (Vacila; mira al Presidente). Pero es el Presidente.
Carcelero 2: Eso sí. (Pausa).
Presidente: ¿Estamos presos?
Carcelero 1:
Presidente: ¿Por qué?
Carcelero 1: Ordenes de arriba.
Presidente: Pero yo soy el Presidente.
Carcelero 1: Sí. (Al Carcelero 2). Está loco.
Carcelero 2: No.
Carcelero 1: ¿Entonces?
Carcelero 2: Cosas de la obra. No sé si estamos representando la obra que es.
Carcelero 1: ¿Quién lo sabe entonces?
Carcelero 2: Nadie.
Presidente: (Consultando su reloj de bolsillo). ¿A qué horas llega el Primer Ministro?
Carcelero 1: (Al 2). ¿A qué horas?
Carcelero 2: Está al llegar.
Carcelero 1: Pero... ¿La obra es así?
Carcelero 2: ¿Cómo?
Carcelero 1: Como la estamos haciendo.
Carcelero 2: No sé.
Carcelero 1: ¿Quién diablos lo sabe?
Carcelero 2: Nadie.
Presidente: Bien. Arreglen el escritorio.
Carcelero 1: ¿El escritorio? ¿Debe haber un escritorio?
Presidente: Comienzo a despachar
Carcelero 1: (Al 2). ¿Debo poner un escritorio?
Carcelero 2: Tal vez.
Carcelero 1: (Señalando una mesa vieja que está en un rincón) ¿Pongo eso?
Carcelero 2: Sí.
Carcelero 1: (Trae la mesa, la limpia, trae un banco). Servido, señor Presidente. (El Presidente se sienta, saca una valija que traía consigo, unos papeles, tintero, pluma de ave. Luego coloca un almanaque en la pared). Es de hace muchos años.
Carcelero 2: Así es. (Pausa).
Presidente: (Al carcelero 1). ¿Dijo usted órdenes de arriba?
Carcelero 1: Sí.
Presidente: ¿Hay alguien por encima de mí?
Carcelero 2: Así parece, Excelencia.
Carcelero 1: ¿Se le debe decir “excelencia”?
Carcelero 2: Sí.
Carcelero 1: ¿Por qué?
Carcelero 2: Porque es el Presidente.
Carcelero 1: Pero... ¿estamos representando la obra que es?
Carcelero 2: No sé. (Pausa).
Presidente: Voy a hablar con mi abogado. (Alza el auricular y marca un número de doce cifras).
Carcelero 1: Vive lejos el abogado.
Carcelero 2: (Contando las cifras). Diez... once... doce... Lejísimos.
Presidente: ¿Aló?
Carcelero 1: ¿No está incomunicado?
Carcelero 2: Sí.
Carcelero 1: Y... ¿Entonces?
Carcelero 2: No importa.
Presidente: ¿Aló?, ¿doctor? ¿Es usted? Bien, bien doctor. El Primer Ministro no ha llegado, pero está al llegar... sí... sí... la situación es en extremo difícil, ardua y compleja... Lo sé... Lo sé muy bien... Sí, estoy sereno. ¿Escaparme?
Carcelero 1: Se va a escapar.
Carcelero 2: No puede.
Carcelero 1: No has cerrado la reja.
Carcelero 2: No puedo.
Carcelero 1: (Mira en torno. Pausa). Es cierto. No puede.
Presidente: –¿Usted cree que hay esperanzas? Yo también. Siempre hay esperanzas. La esperanza es lo último que se pierde.
Carcelero 1: –¿Esperanza de salir?
Carcelero 2: –Sí.
Carcelero 1: –¿Tú tienes, todavía, alguna esperanza?
Carcelero 2: –Yo no. ¿Y tú?
Carcelero 1: –Yo menos.
Presidente: –Es lo que yo digo, mi estimado doctor. Todo se arreglará, voy a proceder inmediatamente. Gracias. Perfectamente. (Cuelga a los carceleros). Estimados colaboradores, todo es cuestión de autoridad. (Pausa breve). Señorita, haga el favor de escribir. He decidido hacer uso de mi autoridad (una máquina de escribir teclea entre cajas. El Presidente se pasea, continúa dictando sin emitir sonido alguno, poco a poco el número de máquinas, entre cajas crece).
Carcelero 1: –(Al 2). ¿Será el Presidente?
Carcelero 2: –Parece... Es mejor que te vistas.
Carcelero 1: –Pero... ¿estamos representado la obra que es?
Carcelero 2: –Creo que sí. Vístete.
Carcelero 1: –¿Tú no te vistes?
Carcelero 2: –Después. (El teclear de las máquinas es cada vez más fuerte. El Carcelero 1 le dice al 2 cosas que no se oyen debido a las máquinas y sale. El Presidente se detiene. Deja de dictar. Las máquinas dejan de teclear. El Presidente saluda con saludo militar y un tambor redobla entre cajas. Baja el brazo enérgicamente y el tambor se detiene. Luego avanza hacia el carcelero).
Presidente: –He impuesto mi autoridad.
Carcelero 2: –Hermoso espectáculo, excelencia.
Presidente: –Ahora debo salir.
Carcelero 2: –Imposible, excelencia.
Presidente: –(Saliendo de la celda). ¿Por qué?
Carcelero 2: –(Se encoge de hombros. Abarca con un gesto la escena). Es inútil (en voz baja). Ordenes de arriba.
Presidente: –(Mira en derredor. Pausa larga). Pero que... quede entre nosotros. Que no lo sepa nadie (entra en la celda).
Carcelero 2: Por supuesto, excelencia (entra el carcelero 1 vestido como un mariscal, pero descalzo).
Carcelero 1: –¿Estoy bien?
Carcelero 2: –Muy bien.
Carcelero 1: Pero, con tanta cosa no puedo rascarme.
Carcelero 2: –Un edecán militar no se rasca.
Carcelero 1: –¿Cómo hacen?
Carcelero 2: –Se aguantan. Eso es disciplina. ¿Cómo es la palabra?
Proto... Protocolo.
Carcelero 1: –Yo no puedo, tengo que rascarme
Carcelero 2: –Voy a vestirme. (Sale).
Carcelero 1: –(En voz alta al Presidente). Soy el edecán militar.
Presidente: –Manténgase a distancia.
Carcelero 1: –¿Por qué?
Presidente: –Deseo salvaguardar la democracia. Ustedes siempre aprovechan los momentos difíciles. Yo sé que usted está listo para dar el golpe.
Carcelero 1: –No es justo. No tengo intención de golpearlo. Al de la celda número 14 hay que golpearlo todo el día, pero a usted no.
Presidente: –Nada de conspiraciones.
Carcelero 1: –No entiendo.
Presidente: –No se haga el bobo. Ustedes se hacen siempre los bobos. (Pausa). Como si no lo fueran.
Carcelero 1: –Mire francamente no le entiendo. El que sabe bien la obra es mi compañero. Es mejor esperarlo para seguir este diálogo. (Pausa). ¿Le gusta mi uniforme?
Presidente: –No es muy original.
Carcelero 1: –Es de otra obra. (Pausa). No había más. (Pausa). Pero mirándolo como un uniforme, sin pensar en la obra, ¿qué le parece?
Presidente: (Se quita los zapatos, se rasca entre los dedos de los pies, huele la mano, coloca los pies descalzos sobre la mesa). Horrible.
Carcelero 1: –(Casi llorando). No había más. (Entran el carcelero 2 y el Ministro. El Primer Ministro está vestido igual que el Presidente, y el carcelero 2 está vestido de embajador).
1er. Ministro: –Imbécil.
Presidente: –(Preocupado). Cállate.
1er. Ministro: –Estúpido. Cretino. (Pausa; lo mira fijamente). Hijo de puta.
Carcelero 1: –(Al 2). ¿Quién es?
Carcelero 2: –El Primer Ministro.
Carcelero 1: –No usan lenguaje diplomático.
Carcelero 2: –En estas ocasiones no lo usan.
1er. Ministro: –No entenderás nunca. Diez años. Diez años perdidos.
Presidente: –Hablé con el abogado. Todo irá bien.
1er. Ministro: –Todo irá bien. Hace cincuenta años que oigo eso y todo va cada vez peor.
Presidente: –Acabo de hablar con el abogado.
1er. Ministro: –Eso no arregla nada. La mejor banda del país.
Presidente: –Yo en tu lugar no hablaría tan abiertamente. (Pausa). Las paredes oyen.
1er. Ministro: –Ahora eres prudente. Ahora me importa un pito. (Al público). ¿Quieren oírnos ustedes? Había logrado organizar un truco perfecto. Cada mendigo trabajaba con su ratero. El mendigo conmovía al cliente, lo conmovía hasta localizar la cartera y entonces el pequeño ratero (se trata de menores de edad) entraba en acción.
Carcelero 1: –Así que no es el Presidente.
Carcelero 2: –Cállate.
Carcelero 1: –¿Y entonces yo para qué mierda me he vestido así?
Carcelero 2: –Déjame oír; es un truco nuevo.
Carcelero 1: –Con esto no puedo rascarme.
Carcelero 2: –Extraordinario.
Carcelero 1: –Son piojos... o a lo mejor son chinches... Las tablas del catre. (Entra el abogado. Pausa).
Abogado: –Buenas...
Presidente: –¡Ah! siquiera que llegó usted, doctor... Trataba, de explicarle a...
1er. Ministro: –No hay explicación... o mejor dicho siempre hay una explicación... Pero yo he perdido la mejor banda del país y me quedo con una explicación en las manos. ¿Qué es una explicación? (Sopla sobre las manos). Nada.
Presidente: No está perdida. La reconstruimos. Una banda siempre se puede reconstruir.
1er. Ministro: –No como era. (Al abogado). Usted me aconsejó que pusiéramos a éste de presidente (al Presidente). ¿Quién diablos te dijo que tomaras decisiones?
EL Presidente: –¿No soy el Presidente?
1er. Ministro: –¿Y eso te autoriza a tomar decisiones?
Presidente: –Supongo que sí.
1er. Ministro: –Imbécil.
Presidente: –(Al abogado). Doctor.
Abogado: –Calma
1er. Ministro: –Decisión. Decisiones.
Presidente: –¿Para qué un Presidente entonces?
1er. Ministro: –Para guardar las apariencias. Y tú lo sabías.
Presidente: –(Lastimero). No lo sabía.
Abogado: –Bien bien. No tiene importancia. Hay que mantener la moral alta o pereceremos. Cordura. Cabeza fría. Debemos ser dignos de nuestro papel de dirigentes. Si esto no se arregla bien no son nuestros privilegios los que están en juego. Mejor dicho no sólo nuestros privilegios, sino nuestras vidas. (Pausa breve). Nos linchan. La gente no aguanta más. (Pausa). Sólo veo una solución... (Al primer Ministro) y depende de usted.
1er. Ministro: –Por supuesto.
Abogado: –Comprendo.
1er. Ministro: –Como siempre.
Abogado: –Está de por medio el porvenir.
1er. Ministro: –Conozco el estribillo. Guarde esas cosas para el pueblo, en la campaña electoral. (Pausa). Conmigo no funcionan.
Abogado: –Es su deber.
1er. Ministro: Los abogados son todos iguales. Hable claro.
Abogado: –Momentáneamente es usted quien debe sacrificarse.
1er. Ministro: –¿Yo?
Abogado: –Sí. Sería más grave sacrificar al Presidente. Lo consulté con nuestra agencia de publicidad.
1er. Ministro: –No estoy dispuesto a seguirme sacrificando. Cada vez que otros cometen errores yo tengo que arregarlos. (Al Presidente).
¿Usted no sabe que las verdaderas órdenes vienen de arriba? Y si lo sabe, ¿para qué se puso a dar órdenes sin pedir permiso?
Abogado: –Considerando que usted es el más capaz...
1er. Ministro: –Conozco el estribillo.
Abogado: –Algo así como la eminencia gris...
1er. Ministro: –No me vendrá a decir que tiene la misma solución de siempre.
Abogado: –No hay otra. (Pausa). Todas nuestras soluciones se reducen a una.
1er. Ministro: –Reunir todas las culpas en una sola persona.
Abogado: –Sí.
1er. Ministro: –El chivo expiatorio.
Abogado: –Sí. (Pausa).
Carcelero 1: –Yo me voy a cambiar de una vez. Son delincuentes comunes.
Carcelero 2: –Pero... ¿Estaremos representando la obra que es?
Carcelero 1: –Si no lo sabes tú... con este vestido, definitivamente no puedo rascarme.
Carcelero 2: –Deberíamos esperar a que se definan las cosas. Todo está muy confuso.
Carcelero 1: Para mí está claro. No merecen el sacrificio que estoy haciendo.
Carcelero 2: –¿Cuál?
Carcelero 1: –El de no rascarme. (Desesperado se empieza a desvestir y a rascar. Sale).
Carcelero 2: –(Gritándole). Para ti las cosas son blancas o negras. No hay grises. Y casi todo es gris. (Grita más alto). Para ti sólo hay blanco y negro.
Carcelero 1: –(Gritando entre cajas). También hay piojos y chinches y pulgas.
1er. Ministro: –Pero... Yo puedo probar que la culpa no es mía.
Presidente: –Yo también.
Abogado: –Eso es claro. Tenemos todas las culpas y todas las disculpas, todos los delitos y todas las inocencias. (Se quita el cubilete, lo muestra como un mago de feria, está vacío. Luego empieza a sacar del cubilete rollos de papel lacrados y atados con cintas de distintos colores). Una sentencia, una prueba, una culpabilidad. Una inocencia. Muchos crímenes. El olvido. (Este es un rollo negro).
Lo definitivo. (Saca un rollo de papel toilette). Pero ahora, queridos amigos, necesitamos que la culpa invisible, esa culpa que merodea como una fantasma, se haga visible, se concrete, se plasme, se personalice.
1er. Ministro: –En mí.
Abogado: –En alguien muy importante, en alguien que atraiga todas las miradas, toda la atención.
1er. Ministro: –Entonces en él. (Señala al Presidente).
Abogado: –Pero... sin socavar los cimientos de las instituciones.
1er. Ministro: –Entonces en mí...
Abogado: –Sí.
1er. Ministro: –Y yo debo aceptarlo.
Abogado: –Sí.
1er. Ministro: –Luego salgo libre y echo la culpa sobre él... que ya no será Presidente...
Abogado: –Exacto.
Presidente: –Y yo después la echo sobre él.
Abogado: –Muy legal.
1er. Ministro: –Después la culpa vuelve a ser invisible.
Abogado: –Veo que conocen el código.
1er. Ministro: –Nosotros también somos abogados.
Presidente: –Habría que inventar otros procedimientos. Eso es muy viejo. La gente comienza a desconfiar.
Abogado: –No hay tiempo. Si no andamos rápido nos linchan.
1er. Ministro: –Con las bestialidades de éste es difícil que nos salvemos.
Abogado: –De todos modos la causa está perdida, pero nosotros podemos salvarnos. Que linchen a los que vengan después. La humanidad, amigos míos, es una gigantesca máquina de linchar. El árbol del género humano es también el árbol de la horca.
Carcelero 1: –(Entrando vestido de carcelero, al 2). ¿No te has cambiado?
Carcelero 2: –No.
Carcelero 1: –¿Por qué?
Carcelero 2: –Porque esto se ha puesto muy interesante.
Carcelero 1: –¿Has logrado entender algo?
Carcelero 2: –Sí.
Carcelero 1: –Entonces... ¿Qué debemos hacer?
Carcelero 2: –No sé.
Carcelero 1: –Si uno entiende debe hacer algo.
Carcelero 2: –A veces no puede.
Carcelero 1: –Cámbiate por lo menos.
Carcelero 2: –No.
Carcelero 1: –¿Por qué?
Carcelero 2: –Yo me quedo así y tú te quedas como estás.
Carcelero 1: –(Más alto). ¿Por qué?
Carcelero 2: –Por las dudas. (Pausa, en voz más baja). Por si las moscas.
Carcelero 1: –¿Al fin averiguaste si estamos representando la obra que es?
Carcelero 2: –No.
Carcelero 1: –Pero a estas horas el público se habrá dado cuenta.
Carcelero 2: –Creo que no. Voy a apagar las luces. (Sale. El carcelero 1 se encoge de hombros. El 2 apaga las luces).
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