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Las preciosas ridículas Molière



Las preciosas ridículas

Molière



1659


LA GRANGE.
DU CROISY.
GORGIBUS, probo burgués.
MADELÓN, hija de Gorgibus.
CATHOS, sobrina de Gorgibus.
MAROTTE, sirvienta de la preciosas
ridículas.
EL MARQUÉS DE MASCARILLA, criado
de La Grange.
EL VIZCONDE DE JODELET, criado de
Du Croisy.

La escena, en París, en casa de GORGIBUS.
Acto único

Escena I

LA GRANGE y DU CROISY.

DU CROISY.- ¿Señor La Grange?
LA GRANGE.- ¿Qué?
DU CROISY.- Miradme un poco, sin reíros.
LA GRANGE.- ¿Y bien?
DU CROISY.- ¿Qué decís de nuestra visita? ¿Estáis muy satisfecho de ella?
LA GRANGE.- A vuestro juicio, ¿tenemos motivo para estarlo los dos?
DU CROISY.- No del todo, en verdad.
LA GRANGE.- En cuanto a mí, os confieso que me tiene completamente
escandalizado. ¿Se ha visto nunca a dos bachilleras provincianas hacerse más
desdeñosas que estas y a dos hombres tratados con más desprecio que nosotros? Apenas
si han podido decidirse a ordenar que nos dieran unas sillas. No he visto jamás hablarse
tanto al oído como hacen ellas, bostezar tanto, restregarse tanto los ojos y preguntar
tantas veces: «¿Qué hora es?» No han contestado más que sí o no a todo cuanto hemos
podido decirles. ¿Y no confesaréis, en fin, que aun cuando hubiéramos sido las últimas
personas del mundo, no podía tratársenos peor de lo que lo han hecho?.
DU CROISY.- Paréceme que tomáis la cosa muy a pecho.
LA GRANGE.- La tomo, sin duda, y de tal suerte, que quiero vengarme de esta
impertinencia. Sé lo que ha motivado ese desprecio. El estilo precioso no solo ha
infestado París, sino que también se ha extendido por las provincias, y nuestras ridículas
doncellas han absorbido su buena dosis. En una palabra: sus personas son una
mezcolanza de preciosas y de coquetas. Ya veo lo que hay que ser para que le reciban a
uno bien; y si me hacéis caso, les prepararemos una jugarreta que les hará ver su
necedad y podrá enseñarles a conocer un poco mejor el mundo.
DU CROISY.- ¿Y cómo, pues?
LA GRANGE.- Tengo cierto criado, llamado Mascarilla, que pasa, en opinión de
muchas gentes, por una especie de cultilocuente, pues no hay nada más asequible hoy en
día que la cultilocuencia. Es un maniático a quien se le ha metido en la cabeza alardear
de hombre distinguido. Se precia, por lo regular, de galante y de poeta, y desdeña a los
otros criados, hasta llamarlos bestias.
DU CROISY.- ¿Y qué pretendéis que haga?
LA GRANGE.- ¿Qué pretendo que haga? Es preciso... Mas salgamos antes de aquí.

Escena II
GORGIBUS, DU CROISY y LA GRANGE.
GORGIBUS.- Qué, ¿habéis visto a mi sobrina y a mi hija? ¿Marcha bien el negocio?
¿Cuál es el resultado de esta visita?
LA GRANGE.- Eso es cosa que podréis saber mejor por ellas que por nosotros.
Todo cuanto podemos deciros es que os expresamos nuestro agradecimiento por el
favor que nos habéis dispensado y seguimos siendo vuestros muy humildes servidores.
DU CROISY.- Vuestros muy humildes servidores.
GORGIBUS.- (Solo.) ¡Oiga! Parece que salen disgustados de aquí. ¿De dónde podrá
provenir su descontento? Hay que enterarse de lo que es, ¡Hola!

Escena III

GORGIBUS y MAROTTE.
MAROTTE.- ¿Qué deseáis, señor?
GORGIBUS.- ¿Dónde están vuestras amas?
MAROTTE.- En su aposento.
GORGIBUS.- ¿Qué hacen?
MAROTTE.- Pomada para los labios.
GORGIBUS.- Ya es demasiado unto; decidles que bajen.

Escena IV

GORGIBUS, solo

GORGIBUS.- Esa bribonas paréceme que tienen ganas de arruinarme con su
pomada. No veo por todas partes más que claras de huevo, leche virginal y mil otros
chismes que no conozco. Han consumido, desde que estamos aquí, la grasa de una
docena de cerdos, cuando menos, y vivirían cuatro criados, a diario, con las pezuñas de
carnero que emplean.

Escena V

MADELÓN, CATHOS y GORGIBUS.

GORGIBUS.- ¿Es muy necesario, realmente, hacer tanto gasto para engrasaros el hocico? Decidme, por favor: ¿Qué habéis hecho a esos caballeros que los he visto salir
con tanta frialdad? ¿No os había recomendado que los recibierais como personas a
quienes quería yo daros por maridos?MADELÓN.- ¿Y qué estima, padre mío, queréis que hagamos de la conducta
irregular de esas gentes?
GORGIBUS.- ¿Qué tenéis que decir de ellas?
MADELÓN.- ¡Linda galantería la suya! ¡Cómo! ¿Empezar lo primero por el
casamiento?
GORGIBUS.- ¿Y por dónde quieres entonces que empiecen? ¿Por el concubinato?
¿No es una conducta de la que tenéis motivo para estar satisfechas, y tanto vosotras dos
como yo? ¿Hay nada más de agradecer que eso? Y ese lazo sagrado al que aspiran, ¿no
es prueba de la honradez de sus intenciones?
MADELÓN.- ¡Ah, padre mío, lo que decís es propio del último burgués! Me
avergüenza oíros hablar de ese modo y debierais haceros enseñar el aire elegante de las
cosas.
GORGIBUS.- No necesito ni aire ni canción. Te digo que el matrimonio es una cosa
santa y sagrada, y que es obrar como gente honrada empezar por eso.
MADELÓN.- ¡Dios mío! ¡Si todo el mundo se os semejase, se acabaría muy pronto
una novela! Bonita cosa si Ciro se casara lo primero con Mandané y Aroncio contrajera
casamiento, sin dificultad, con Clelia.
GORGIBUS.- ¿Qué me viene a contar esta?
MADELÓN.- Padre mío, aquí está mi prima, que os dirá igual que yo: que el
matrimonio no debe nunca llegar sino después de las otras aventuras. Es preciso que un
amante, para ser agradable, sepa declamar los bellos sentimientos, exhalar lo tierno, lo
delicado y lo ardiente, y que su esmero consista en las formas. Primero, debe ver en el
templo o en el paseo, o en alguna ceremonia pública, a la persona de la que esté
enamorado, o si no, ser llevado fatalmente a casa de ella por un pariente o un amigo y
salir de allí todo soñador o melancólico. Esconderá cierto tiempo su pasión hacia el
objeto amado, haciéndole, sin embargo, varias visitas, donde no deje de sacar a colación
un tema galante que espolee a las personas de la reunión. Llegado el día, la declaración
debe hacerse generalmente en la avenida de algún jardín, mientras la compañía se ha
alejado un poco, y esta declaración ha de ir seguida de un pronto enojo, que se revele en
nuestro rubor y que aleje durante un rato al amante de nuestra presencia. Luego,
encuentra medios de apaciguarnos, de acostumbrarnos insensiblemente al discurso de su
pasión, de obtener de nosotras esa confesión tan desagradable. Después de esto vienen
las aventuras, los rivales que se atraviesan ante una inclinación arraigada, las
persecuciones de los padres, los celos cimentados en falsas apariencias, las quejas, las
desesperaciones, los raptos y todo lo demás. He aquí cómo se ejecutan las cosas dentro
de las maneras elegantes, y con esas reglas, de las que no se podría prescindir en buena
galantería. Mas el llegar de buenas a primeras a la unión conyugal, hacer al amor tan
solo al concertar el contrato matrimonial y empezar justamente la novela por la cola, os
repito, padre mío, que no hay nada más vulgar que ese proceder, y me dan náuseas solo
de pensar en eso.
GORGIBUS.- ¿Qué diablo de jerigonzas estoy oyendo? Eso es, realmente, gran
estilo.
CATHOS.- En efecto, tío; mi prima da en el quid de la cosa. ¡El medio de recibir
bien a gentes que son completamente chabacanas en galanterías! Estoy por apostar que
no han visto nunca el mapa de la Ternura, y que los Dulces Billetes, las Atenciones
Delicadas, las Esquelas Galantes y los lindo Versos, son tierras desconocidas para ellos.
¿No veis que su persona entera revela eso y que carecen de ese aire que da a primera
vista una buena opinión de la gente? Venir de visita amorosa con una pierna toda lisa,
un sombrero desprovisto de plumas, una cabeza de cabellera irregular y una chupa que
padece indigencia de cintas. ¡Dios mío! ¿Qué amantes son esos? ¡Qué sobriedad de
atavíos y qué sequedad de conversación! No se pueden soportar ni resistir. He notado
asimismo que sus valonas no son de buena procedencia, y que falta medio pie largo para
que sus calzas sean lo suficientemente anchas.
GORGIBUS.- Creo que están locas las dos; no logro entender nada de esta jerga.
Cathos, y tú, Madelón..
MADELÓN.- ¡Oh, por favor, padre mío. prescindid de estos nombres raros y
llamadnos de otro modo!
GORGIBUS.- ¡Cómo! ¿Esos nombres raros no son los vuestros de pila?
MADELÓN.- ¡Dios mío, qué vulgar sois! Uno de mis asombros es que hayáis
podido tener una hija tan espiritual como yo. ¿Se ha dicho jamás en estilo distinguido,
Cathos o Madelón? y no me confesaréis que bastaría con uno de estos nombres para
desacreditar la más bella novela de mundo.
GORGIBUS.- Escuchad: basta solo con una palabra. No consiento en modo alguno
que llevéis otros nombres que los que fueron dados por vuestros padrinos y madrinas, y
en cuanto a esos señores de que se trata, conozco sus familias y sus bienes, y quiero que
os dispongáis a aceptarlos por maridos. Me canso de teneros a mis espaldas, y la
custodia de dos doncellas es una carga demasiado pesada para un hombre de mi edad.
CATOS.- Por lo que a mí se refiere, todo cuanto puedo deciros es que encuentro el
matrimonio una cosa completamente molesta. ¿Cómo puede sufrirse el pensamiento de
acostarse con un hombre totalmente desnudo?
MADELÓN.- Permitid que respiremos un poco el alto mundo de París, adonde
acabamos de llegar. Dejadnos forjar a gusto la trama de nuestra novela y no apresuréis
tanto su final.
GORGIBUS.- (Aparte.) No cabe duda, están locas. (Alto.) Repito que no entiendo
nada de todas esas pamplinas; quiero ser amo absoluto, y para cortar toda clase de
discursos, o estáis casadas las dos muy pronto, o, ¡a fe mía!, que seréis monjas; lo juro
de verdad.

Escena VI
CATHOS y MADELÓN.

CATHOS.- ¡Dios mío, querida, qué clavada tiene tu padre la forma en la materia!
¡Qué obtusa es su inteligencia y qué oscura está su alma!
MADELÓN.- ¿Qué quieres, querida? Me abochorno por él. Me cuesta trabajo
convencerme que yo pueda ser realmente hija suya, y creo que, un buen día, alguna
aventura vendrá a revelarme un origen más ilustre.
CATHOS.- Sería muy de creer, y tiene todas las apariencias de ello; en cuanto a mí,
cuando me contemplo...

Escena VII
CATHOS, MADELÓN y MAROTTE
MAROTTE.- Ahí está un lacayo que pregunta si estáis en casa; dice que su amo
desea venir a veros.
MADELÓN.- Aprended, necia, a expresaros con menos vulgaridad; decid: «Ahí está
un imprescindible que pregunta si os encontráis en adecuación de estar visibles».
MAROTTE.- ¡Diantre! No entiendo latín y no he aprendido como vos la filosofía en
el Gran Ciro.
MADELÓN.- ¡Impertinente! ¡No hay modo de sufrir esto! ¿Y quién es el amo de ese
lacayo?
MAROTTE.- Le ha llamado el marqués de Mascarilla.
MADELÓN.- ¡Ah querida mía, un marqués! Sí; id a decir que se nos puede ver. Es,
sin duda, un ingenio que habrá oído hablar de nosotras.
CATHOS.- Seguramente, querida.
MADELÓN.- Hay que recibirle en esta sala baja mejor que en nuestro aposento.
Aviemos un poco nuestros cabellos, por lo menos, y mantengamos nuestra reputación.
¡Pronto!, traednos aquí el consejo de las Gracias.
MAROTTE.- ¡Por vida de...! No sé que animal es ese; hay que hablar en cristiano si
queréis que os entienda.
CATHOS.- Traednos el espejo, ignorante, y guardaos mucho de mancillar su luna
con la interposición de vuestra imagen. (Vase.)

Escena VIII
MASCARILLA y dos PORTEADORES DE LITERA.

MASCARILLA.- ¡Hola, porteadores, hola! ¡Vaya, vaya, vaya, vaya, vaya! Paréceme
que estos bergantes tienen el propósito de destrozarme a fuerza de chocar contra los
muros y el empedrado.
PRIMER PORTEADOR.- ¡Pardiez! Es que la puerta resulta estrecha. También
habéis querido que entrásemos hasta aquí.
MASCARILLA.- Ya lo creo. ¿Querríais, ganapanes, que expusiera la robustez de
mis plumas a las inclemencias de la estación lluviosa y que fuera a hundir mis zapatos
en el barro? Vamos, quitad vuestra litera de aquí.
SEGUNDO PORTEADOR.- Pagadnos, si os place, señor.
MASCARILLA.- ¿Eh?
SEGUNDO PORTEADOR.- Digo, señor, que nos deis dinero, si gustáis.
MASCARILLA.- (Dándole un bofetón.) ¿Cómo, pícaro, pedís dinero a una persona
de mi calidad?
SEGUNDO PORTEADOR.- ¿Es así como se paga a la pobre gente? ¿Y vuestra
calidad nos dará de comer?
MASCARILLA.- ¡Ah, ah! ¡Ya os enseñaré a conoceros! ¡Atreverse este canalla a
burlarse de mí!
PRIMER PORTEADOR.- (Cogiendo uno de los varales de la litera.) Vamos, pagadnos prontamente.
MASCARILLA.- ¡Cómo!
PRIMER PORTEADOR.- Digo que quiero el dinero, sin dilación.
MASCARILLA.- Es razonable.
PRIMER PORTEADOR.- Pronto, pues.
MASCARILLA.- ¡Diantre! Tú hablas como hay que hacerlo; pero el otro es un
bribón que no sabe lo que dice. Ten: ¿Estás contento?
PRIMER PORTEADOR.- No; no estoy contento; habéis dado un bofetón a mi
camarada, y... (Alzando su varal.)
MASCARILLA.- Poco a poco. Ten: ahí va, por el bofetón. Se consigue todo de mí
por las buenas. Id y volved a recogerme dentro de un rato para ir al Louvre y asistir a la
entrada del rey en el lecho.

Escena IX
MAROTTE y MASCARILLA.

MAROTTE.- Señor, dentro de un momento vendrán mis amas.
MASCARILLA.- Que no se apresuren; estoy aquí instalado cómodamente para
esperar.
MAROTTE.- Ya llegan.

Escena X
MADELÓN, CATHOS, MASCARILLA y MAROTTE.

MASCARILLA.- (Después de haber saludado.) Señoras mías, os sorprenderá, sin
duda, la osadía de mi visita; mas vuestra reputación os acarrea este mal negocio, y el
mérito posee para mí tan poderosos encantos, que corro tras él por todas partes.
MADELÓN.- Si perseguís el mérito, no debéis cazar en nuestras tierras.
CATHOS.- Para ver mérito en nosotras es preciso que lo hayáis aportado vos mismo.
MASCARILLA.- ¡Ah! Alego falsedad en vuestra palabra. La fama pone justamente
de manifiesto lo que valéis, y vais a dar pique, repique y capote a todo cuanto hay de
galante en París.
MADELÓN.- Vuestra deferencia lleva demasiado adelante la liberalidad de sus
alabanzas, y mi prima y yo nos guardamos muy bien de tomar en serio la benevolencia
de vuestra lisonja.
CATHOS.- Querida, habría que ofrecer sillas.
MADELÓN.- ¡Marotte!
MAROTTE.- Señora.
MADELÓN.- Pronto; acarreadnos aquí las comodidades para la conversación.
(Sale MAROTTE.)
MASCARILLA.- Mas, ¿habrá, al menos, aquí seguridad para mí?
CATHOS.- ¿Qué teméis?
(Vuelve MAROTTE con un sillón y sale de nuevo.)
MASCARILLA.- Algún robo de mi corazón, cualquier asesinato de mi franqueza.
Veo aquí ojos que tienen aspecto de ser muy malas piezas, de atacar a las libertades y de
tratar a un alma como el Turco al Moro. ¡Cómo, diablo! No bien se les acerca uno, se
ponen en mortífera guarda. ¡Ah! Desconfío, a fe mía. Y voy a poner pies en polvorosa o
exijo garantía burguesa de que no me harán ningún daño.
MADELÓN.- Querida mía, es un carácter jovial.
CATHOS.- Ya veo que es realmente un Amílcar.
MADELÓN.- No temáis nada; nuestros ojos no tienen malos propósitos y vuestro
corazón puede descansar con tranquilidad en su probidad.
CATHOS.- Mas, por favor, caballero, no seáis inexorable con este sillón que os tiende los brazos hace un cuarto de hora; satisfaced un tanto el deseo que tiene de
abrazaros.
MASCARILLA.- (Después de haberse atusado la cabellera y dado unos toques a
sus cañones.) Pues bien, señoras mías, ¿qué decís de París?
MADELÓN.- ¡Ay! ¿Y qué podríamos decir? Habría que ser antípoda de la razón
para no confesar que París es el gran mostrador de las maravillas, el centro del buen
gusto, del ingenio y de la galantería.
MASCARILLA.- Por mi parte, afirmo que, fuera de París, no hay salvación para las
personas de probidad.
CATHOS.- Es un verdad irrebatible.
MASCARILLA.- Está un poco embarrado, pero tenemos la litera.
MADELÓN.- En verdad que la litera es un atrincheramiento maravilloso contra las
injurias del barro y del mal tiempo.
MASCARILLA.- ¿Recibís muchas visitas? ¿Qué ingenio os frecuenta?
MADELÓN.- ¡Ay! No somos aún conocidas; mas estamos en camino de serlo, y
tenemos un amiga particular que nos ha prometido aportarnos aquí todos esos señores
de la Compilación de Obras Escogidas.
CATHOS.- Y a algunos otros que nos han mencionado también como árbitros
soberanos de las bellas cosas.
MASCARILLA.- Yo serviré vuestros deseos mejor que nadie; todos ellos me
visitan, y puedo decir que no me levanto nunca sin media docena de ingenios alrededor.
MADELÓN.- ¡Ah Dios mío! Os quedaremos agradecidas hasta lo sumo si nos hacéis
esa merced, ya que, en fin, es preciso trabar conocimiento con todos esos señores si
quiere una pertenecer al gran mundo. Ellos son los que ponen en movimiento la
reputación en París, y ya sabéis que hay algunos cuyo solo trato basta para daros fama
de inteligente, aunque no hubiera otra cosa. Mas, por mi parte, lo que pienso,
especialmente, es que, por medio de esas visitas espirituales, se informa una de ciertas
cosas que hay que saber necesariamente, y que son esenciales a un espíritu escogido.
Con ellos se conocen a diario las pequeñas noticias galantes, las lindas relaciones en
prosa y verso. Se sabe a punto fijo que aquel ha compuesto la más bella obra del mundo
sobre tal tema; que tal otro ha escrito la letra de tal aire; que éste ha hecho un madrigal
sobre un goce; que el de más allá ha compuesto unas estancias sobre un infidelidad; que
el caballero tal escribió anoche una sextilla a la señorita cuál, cuya respuesta le ha
enviado ella esta mañana alrededor de las ocho; que tal autor ha formulado tal proyecto;
que aquel otro está en la tercera parte de su novela, y que éste tiene sus obras en las
prensas. Eso es lo que da realce en las reuniones, y si se ignoran es cosas, no daría yo un
sueldo por el ingenio que pueda tenerse.
CATHOS.- En efecto, encuentro que es enaltecer el ridículo el que una persona se
jacte de talento y no sepa hasta la menor cuarteta que hace cotidianamente; y, por mi
parte, me sentiría altamente sonrojada en caso de que vinieran a preguntarme si había yo
visto algo nuevo y fuera negativa mi respuesta.
MASCARILLA.- En verdad es afrentoso no ser los primeros en saber todo cuanto se
hace; pero no os inquietéis: quiero fundar en vuestra casa una academia del buen tono, y
os prometo que no se hará un solo verso en París que no sepáis de memoria antes que
todos los demás. Por mi parte, tal como me veis, me aplico a ello un poco cuando
quiero, y veréis circular por las bellas callejas de París, cual muestras de mi estilo,
doscientas canciones, otros tantos sonetos, cuatrocientos epigramas y más de mil
madrigales, sin contar los enigmas y los retratos.
MADELÓN.- Os confieso que me desvivo furiosamente por los retratos; no
encuentro nada tan galante como eso.
MASCARILLA.- Los retratos son difíciles y requieren un profundo ingenio; y ya
veréis algunos de mi estilo que no os disgustarán.
CATHOS.- Yo, por mi parte, adoro con frenesí los enigmas.
MASCARILLA.- Eso ejercita el ingenio, y esta misma mañana he hecho cuatro, que
os daré a resolver.
MADELÓN.- Los madrigales son agradables cuando están bien hechos.
MASCARILLA.- Son mi habilidad especial, y me dedico ahora a escribir en
madrigales toda la historia romana.
MADELÓN.- ¡Ah! Será realmente algo de una perfecta belleza; me reservaréis un
ejemplar, cuando menos, si la hacéis imprimir.
MASCARILLA.- Os prometo reservároslos a cada una y de los mejor
encuadernados. Ello está por debajo de mi condición; mas lo hago solamente para dar a
ganar a los libreros que me persiguen.
MADELÓN.- ¡Me imagino que será un gran placer verse impreso!
MASCARILLA.- Sin duda. Mas, a propósito, tengo que repetiros una improvisación
que hice ayer en casa de una duquesa amiga mía, a quien fui a visitar, pues soy
endemoniadamente hábil en improvisaciones.
CATHOS.- La improvisación es precisamente la piedra de toque del ingenio.
MASCARILLA.- Escuchad, pues.
MADELÓN.- Somos todo oídos.
MASCARILLA.-¡Oh, oh! No estaba atento;
mientras os miro, sin vil pensamiento,
vuestros ojos, furtivos, róbanme el corazón.
¡Al ladrón, al ladrón, al ladrón, al ladrón!
CATHOS.- ¡Ah, Dios mío! Es llegar al más alto grado de la galantería.
MASCARILLA.- Todo cuanto hago tiene un aire de soltura; no huele a pedante.
MADELÓN.- Está a más de dos mil leguas de ello.
MASCARILLA.- ¿Habéis observado ese principio? ¡Oh, oh! Es extraordinario. ¡Oh,
oh! como un hombre que cae de pronto en la cuenta. ¡Oh, oh! Es la sorpresa, ¡Oh, oh!
MADELÓN.- Sí; encuentro admirable ese ¡oh, oh!
MASCARILLA.- Parece que no es nada.
CATHOS.- ¡Ah, Dios mío! ¿qué decís? Estas son cosas que no tienen precio.
MADELÓN.- Sin duda, y mejor preferiría haber hecho es «¡oh, oh!» que un poema
épico.
MASCARILLA.- ¡Voto a bríos! Tenéis un gusto excelente.
MADELÓN.- ¡Vaya! No lo tengo del todo malo.
MASCARILLA.- Pero ¿no admiráis también ese «no estaba atento», «no estaba
atento», no lo advertía? Manera natural de hablar; «no estaba atento, mientras os miro,
sin vil pensamiento», mientras inocentemente, sin malicia ni impureza, como un pobre
carnero «os miro», es decir, me complazco en contemplaros, os observo, os examino;
«vuestros ojos, furtivos...» ¿Qué os parece esa palabra «furtivos»? ¿No está bien
escogida?
CATHOS.- Perfectamente bien.
MASCARILLA.- «Furtivos», es decir, obrando a escondidas; parece como si fuera
una gato que acaba de coger un ratón; «furtivos»...
MADELÓN.- No puede haber nada mejor.
MASCARILLA.- «Róbanme el corazón». Me lo arrebatan, me lo quitan. «¡Al
ladrón, al ladrón, al ladrón, al ladrón!»
MADELÓN.- Preciso es confesar que eso tiene un tono espiritual y galante.
MASCARILLA.- Quiero repetiros el aria que he compuesto sobre eso.
CATHOS.- ¿Habéis aprendido música?
MASCARILLA.- ¿Yo? En absoluto.
CATHOS.- ¿Y cómo puede realizarse eso?
MASCARILLA.- La gente de calidad lo sabe todo sin haber aprendido nunca nada.
MADELÓN.- Seguramente, querido.
MASCARILLA.- Escuchad, a ver si el aria es de vuestro agrado: «¡Tra, lara, la, lala,
la!» La brutalidad de la estación ha ultrajado furiosamente la delicadeza de mi voz, mas
no importa; tarareo a la soldadesca. (Canta.) «¡Oh, oh! No estaba atento...»
CATHOS.- ¡Ah!, aya un aria apasionada. ¿No provoca la muerte?
MADELÓN.- Hay cromatismo en eso.
MASCARILLA.- ¿No encontráis bien expresado el pensamiento en la canción? «¡Al
ladrón!...» Y luego, como si se gritara muy fuerte: «Al, al, al, al, al ladrón». Y
súbitamente, como una persona sin aliento: «¡Al ladrón!».
MADELÓN.- Eso es saber la entraña de las cosas, la verdadera entraña, la entraña de
la entraña. Todo es maravilloso, os lo aseguro; me entusiasman el aria y la letra.
CATHOS.- No he visto nunca nada de tal vigor.
MASCARILLA.- Todo cuanto hago se me ocurre espontáneamente, sin estudio.
MADELÓN.- La Naturaleza os ha tratado como una verdadera madre apasionada, y
sois su hijo mimado.
MASCARILLA.- ¿En qué empleáis el tiempo?
CATHOS.- En nada absolutamente.
MADELÓN.- Hemos estado hasta ahora en un ayuno espantoso de diversiones.
MASCARILLA.- Me ofrezco para llevaros uno de estos días a la comedia, si
queréis, ya que van a representar una nueva, y me agradaría que la viésemos juntos.
MADELÓN.- No podemos negarnos.
MASCARILLA.- Mas os pido que aplaudáis como es debido cuando estemos allí,
pues me he comprometido a hacer triunfar la obra, y el autor ha venido a rogármelo esta
misma mañana. Es costumbre aquí que vengan los autores a nosotros, las personas de
calidad, a leernos sus obras nuevas y a conseguirles fama, ¡y ya podéis imaginaros si,
cuando decimos nosotros algo, se atreve el patio a contradecirnos! Por mi parte, soy
muy cumplidor, y cuando prometo a algún poeta, grito siempre: «¡Esto es hermoso!»,
antes que estén encendidas las candilejas.
MADELÓN.- No tenéis que decírmelo. París es un lugar admirable. Pasan en él, a
diario, cien cosas que se ignoran en provincias por muy espiritual que pueda una ser.
CATHOS.- Con esto basta; y que estamos enteradas, será un deber nuestro alzar la
voz como es debido ante todo lo que digan.
MASCARILLA.- No sé si me equivocaré; mas tenéis todo el aspecto de haber hecho
alguna comedia.
MADELÓN.- ¡Bah! Pudiera ocurrir algo de lo que decís.
MASCARILLA.- ¡Ah!, a fe mía. Habrá que verla. Entre nosotros, he escrito una que
quiero hacer representar.
CATHOS.- ¡Vaya! ¿Y a qué comediantes la entregaréis?
MASCARILLA.- ¡Linda pregunta! A los grandes comediantes; solo ellos son
capaces de dar valor a las cosas; los otros son unos ignorantes, que recitan como si
hablasen; no saben hacer sonar los versos y detenerse en el buen momento. ¿Y cómo se
podría saber dónde se halla el bello verso, si el comediante no se detiene en él y no nos
advierte así que hay que provocar el murmullo?
CATHOS.- En efecto, hay maneras de hacer percibir a los oyentes las bellezas de
una obra, y las cosas solo valen lo que se las hace valer.
MASCARILLA.- ¿Qué os parecen estas prendas menores? ¿Las encontráis
congruentes con el traje?
CATHOS.- Por completo.
MASCARILLA.- ¿Está bien escogida la cinta?
MADELÓN.- Furiosamente bien. Es puro Perdrigeon.
MASCARILLA.- ¿Qué decís de mi encañonado?
MADELÓN.- Tiene un aspecto soberbio.
MASCARILLA.- Puedo alabarme al menos de que tiene una cuarta larga más que
todos los que se fabrican.
MADELÓN.- Hay que confesar que no he visto nunca llevar a tan alto grado la
elegancia del atavío.
MASCARILLA.- Fijad un poco en estos guantes la reflexión de vuestro olfato.
MADELÓN.- Huelen rabiosamente bien.
CATHOS.- No he respirado nunca un olor tan bien acondicionado.
MASCARILLA.- ¿Y éste? (Da a oler sus cabellos.)
MADELÓN.- Es de verdadera calidad: lo sublime se siente deliciosamente afectado
por él.
MASCARILLA.- ¿No me decís nada de mis plumas? ¿Cómo las encontráis?
CATHOS.- Espantosamente bellas.
MASCARILLA.- ¿No sabéis que me cuesta un luis de oro cada pluma? Tengo la
manía de proveerme generalmente de todo lo más bello.
MADELÓN.- Os aseguro que simpatizamos vos y yo. Tengo una delicadeza furiosa
por todo lo que uso; y desde mi pelo hasta mis calcetines, no puedo tolerar nada que no
provenga de una mano maestra.
MASCARILLA.- (Con bruscas exclamaciones.) ¡Ay, ay, ay! ¡Con cuidado!
¡Maldita sea! Señoras mías, está muy mal tratar así; tengo que quejarme de vuestro
proceder, no es honrado.
CATHOS.- ¿Qué sucede? ¿Qué os pasa?
MASCARILLA.- ¡Cómo! ¡Las dos al mismo tiempo contra mi corazón! ¡Atacarme a
derecha y a izquierda! ¡Ah! Eso es opuesto al derecho de gentes; no es igual la partida, y
voy a gritar que me matan.
CATHOS.- Hay que confesar que dice las cosas de una manera especial.
MADELÓN.- Tiene un estilo de una expresión admirable.
CATHOS.- Sentís más miedo que daño, y vuestro corazón grita antes de que lo
destrocen.
MASCARILLA.- ¡Cómo, diablo!... Está destrozado desde la cabeza a los pies.

Escena XI

CATHOS, MADELÓN, MASCARILLA y MAROTTE.

MAROTTE.- Señora, quieren veros.
MADELÓN.- ¿Quién?MAROTTE.- El vizconde de Jodelet.
MADELÓN.- ¿El vizconde de Jodelet?
MAROTTE.- Sí, señora.
CATHOS.- ¿Le conocéis?
MASCARILLA.- Es mi mejor amigo.
MADELÓN.- Hacedle entrar prontamente.
(Sale MAROTTE.)
MASCARILLA.- Hace algún tiempo que no nos hemos visto y me encanta esta
aventura.
CATHOS.- Hele aquí.

Escena XII
CATHOS, MADELÓN, JODELET, MASCARILLA y MAROTTE.
MASCARILLA.- ¡Ah, vizconde!
JODELET.- (Mientras se abrazan.) ¡Ah, marqués!
MASCARILLA.- ¡Cuánto me complace verte!
JODELET.- ¡Qué alegría me da encontrarte aquí!
MASCARILLA.- Abrázame otra vez, te lo ruego.
MADELÓN.- (A CATHOS.) Mi buena prima, empezamos a ser conocidas; he aquí
el gran mundo que acude ya a visitarnos.
MASCARILLA.- Señoras mías, permitid que os presente a este caballero; a fe mía
que es digno de que le conozcáis.
JODELET.- Justo es venir a rendiros lo que se os debe; y vuestros encantos exigen
sus derechos señoriales sobre toda clase de personas.
MADELÓN.- Eso es llevar vuestra cortesía hasta los últimos límites de la lisonja.
CATHOS.- Este día debe quedar señalado en nuestro almanaque como un día muy
feliz.
MADELÓN.- (A MAROTTE.) Vamos, mocita, ¿Hay que repetiros siempre las
cosas? ¿No veis que hace falta un sillón más?
MASCARILLA.- No os extrañe ver así al vizconde; acaba de salir de una
enfermedad que le ha dejado el rostro pálido como veis.
(MAROTTE entra con un sillón y vuelve a salir.)
JODELET.- Son los frutos de las vigilias en la Corte y de las fatigas en la guerra.
MASCARILLA.- ¿No sabéis, señoras, que estáis viendo en el vizconde a uno de los
hombres más esforzados del siglo? Es un valiente de pelo en pecho.
JODELET.- No me cedéis en nada, marqués; ya sabemos también lo que sabéis
hacer.
MASCARILLA.- Cierto es que ya nos hemos encontrado los dos en la refriega.
JODELET.- Y en sitios donde hacía mucho calor.
MASCARILLA.- (Mirando a CATHOS y a MADELÓN.) Sí; pero no tanto como
aquí. ¡Ay, ay, ay!
JODELET.- Nuestra amistad se forjó en la guerra, y la primera vez que nos vimos
mandaba él un regimiento de caballería en las galeras de Malta.
MASCARILLA.- Es cierto; pero vos estabais, sin embargo, en ese punto antes de
ocuparlo yo, y recuerdo que no era yo más que simple oficial aún, cuando ya mandabais
vos dos mil caballos.
JODELET.- La guerra es una cosa muy bella; mas, a fe mía, la Corte recompensa
hoy muy mal a alas gentes de servicio como nosotros.
MASCARILLA.- Lo cual hace que quiera yo ahorcar el uniforme.
CATHOS.- Yo, por mi parte, siento una furiosa ternura por los hombres de espada.
MADELÓN.- También yo los amo; mas quiero que el ingenio de realce a la bravura.
MASCARILLA.- ¿Te acuerdas, vizconde, de aquella media luna que arrebatamos a
los enemigos en el sitio de Arrás?
JODELET.- ¡No tengo más remedio que recordarlo, pardiez! Fui herido allí en la
pierna por una granada, y tengo aún las señales. Tocad un poco, por favor; así
comprenderéis qué herida fue aquella.
CATHOS.- (Después de haberle tocado el sitio.) En verdad que es grande la
cicatriz.
MASCARILLA.- Prestadme un instante vuestra mano y tocad esta: aquí
precisamente detrás de la cabeza. ¿Lo notáis?
MADELÓN.- Sí; noto algo.
MASCARILLA.- Es un mosquetazo que recibí en la última campaña que hice.
JODELET.- (Descubriendo su pecho.) He aquí otra herida que me atravesó de parte
a parte en el ataque de Gravelinas.
MASCARILLA.- (Poniendo la mano en el botón de sus calzones.) Voy a
mostraros una rabiosa llaga.
MADELÓN.- No es necesario; lo creemos sin verla.
MASCARILLA.- Son las huellas honrosas que revelan lo que uno es.
CATHOS.- No dudamos de lo que sois.
MASCARILLA.- Vizconde, ¿tienes ahí tu carroza?
JODELET.- Sí, ¿para qué?
MASCARILLA.- Llevaríamos a pasear a estas damas fuera de puertas y les haríamos
un regalo.
MADELÓN.- No podemos salir hoy.
MASCARILLA.- Traigamos violines para danzar.
JODELET.- ¡A fe mía!, está bien pensado.
MADELÓN.- A eso sí accedemos; pero haría falta algún incremento de compañía.
MASCARILLA.- ¡Hola! ¡Champaña, Picard, Bourguignon, Cascarilla! ¡Al diablo
todos los lacayos! Estoy seguro de que no hay en Francia un caballero peor servido que
yo. Esos canallas me dejan siempre solo.
MADELÓN.- ¡Marotte!(Entra MAROTTE.)
Decid a las gentes del señor que vayan a buscar unos violines, y haced que vengan esos
señores y esas damas de aquí cerca para poblar la soledad de nuestro baile.
(MAROTTE se va.)
MASCARILLA.- Vizconde, ¿qué dices de estos ojos?
JODELET.- ¿Y qué te parecen a ti, marqués?
MASCARILLA.- Pues yo digo que les va a costar trabajo a nuestras libertades sacar
de aquí las bragas enjutas. Al menos, por mi parte, experimento extrañas sacudidas, y
mi alma pende de un hilo.
MADELÓN.- ¡Qué natural es todo lo que dice! Expresa las cosas del modo más
agradable del mundo.
CATHOS.- En verdad, hace un furioso derroche de ingenio.
MASCARILLA.- Para mostraros que es verdad, voy a haceros una improvisación
ahora mismo. (Medita.)
CATHOS.- Os conjuro con toda la devoción de mi alma a que nos hagáis oír algo
que haya sido compuesto para nosotras.
JODELET.- Desearía yo hacer otro tanto; mas me encuentro un poco molesto de la
vena poética por la cantidad de sangrías que he practicado en ella estos días pasados.
MASCARILLA.- ¿Qué diablos pasa? Hago siempre bien el primer verso; pero me
cuesta trabajo componer los demás. A fe mía, esto es quizá harto apresurado; os haré
despacio una improvisación, que os parecerá la más bella del mundo.
JODELET.- Tiene un ingenio endemoniado.
MADELÓN.- Y galanura y estilo florido.
MASCARILLA.- Dime, vizconde: ¿Hace mucho tiempo que no has visto a la
condesa?
JODELET.- Hace más de tres semanas que no la he visitado.
MASCARILLA.- ¿No sabes que el duque ha venido a verme esta mañana y ha
querido llevarme al campo a correr un ciervo con él?

Escena XIII
MADELÓN, CATHOS, MASCARILLA, JODELET y MAROTTE.
MAROTTE.- Ya están listos los violines.
MADELÓN.- Muy bien. Decidles que ya pueden comenzar a tocar.
MASCARILLA.- (Bailando él solo, como preludio.) ¡La, la, la, la, la, la, la, la!
MADELÓN.- Tiene un talle muy elegante.
CATHOS.- Y aspecto de danzar primorosamente.
MASCARILLA.- (Sacando a MADELÓN a bailar.) Mi franqueza va a danzar la
corriente lo mismo que mis pies. A compás, violines, a compás. ¡Oh, qué ignorantes!
No hay manera de bailar con ellos. ¡Que el diablo os lleve! ¿No sabéis tocar llevando el
compás? ¡La, la, la, la, la, la, la, la! Con brío. ¡Oh violines de pueblo!
(Los cuatro bailan en medio de la escena.)
JODELET.- (Después del baile. Jadeando.) ¡Hola! No apresuréis tanto el compás,
que acabo de salir de una enfermedad.

Escena XIV
DU CROISY, LA GRANGE, CATHOS, MADELÓN, JODELET, MASCARILLA y
MAROTTE.LA GRANGE.- (Con un palo en la mano.) ¡Ah, bergantes! ¿Qué hacéis aquí? Hace
tres horas que os buscamos.
MASCARILLA.- (Al sentirse golpeado.) ¡Ay, ay, ay! ¡No me habíais dicho que los
golpes estarían incluidos también!
JODELET.- ¡Ay, ay, ay!
LA GRANGE.- ¡Es muy de vuestro estilo, infame, querer dárosla de hombre
importante!
DU CROISY.- Esto nos enseñará a conoceros.

Escena XV
MADELÓN.- ¿Qué quiere decir esto?
JODELET.- Es una apuesta
CATHOS.- ¡Cómo, dejaros pegar de ese modo!
MASCARILLA.- ¡Dios mío! No he querido darme por entendido porque soy
violento y me hubiera enfurecido.
MADELÓN.- ¡Soportar una afrenta así, en nuestra presencia!
MASCARILLA.- No es nada; dejémoslo ahí. Nos conocemos desde hace largo
tiempo, y entre amigos no va uno a ofenderse por tan poca cosa.
Escena XVI
LA GRANGE.- (Pegándole.) A fe mía, bergante, no os reiréis de nosotros, os lo
prometo.
MADELÓN.- ¿Qué osadía es esta de venir a perturbarnos así en nuestra casa?
DU CROISY.- ¡Cómo, señoras mías! ¿Vamos a tolerar que nuestros lacayos sean
mejor recibidos que nosotros, que vengan a haceros el amor a costa nuestra y a disponer
el baile?
MADELÓN.- ¿Vuestros lacayos?
LA GRANGE.- Sí, nuestros lacayos. Y no es ni bonito ni honesto pervertirlos como
estabais haciendo.
MADELÓN.- ¡Oh, cielos, qué insolencia!
LA GRANGE.- Mas no sacarán partido de nuestras ropas para daros dentera, y si
queréis amarles será, a fe mía, por sus lindos ojos. Pronto, desnudaos sin dilación.
JODELET.- (Mientras se desnuda.) ¡Adiós nuestro boato!
MASCARILLA.- (Quitándose la ropa.) He aquí el marquesado y el vizcondado por
los suelos.
DU CROISY.- ¡Ah, pícaros! ¿Tenéis la osadía de entrar en competencia con
nosotros? Iréis a buscar en otro sitio con qué haceros agradables a los ojos de vuestras
bellezas, os lo aseguro.
LA GRANGE.- Es ya demasiado esto de suplantarnos y de hacerlo además, con
nuestros propios indumentos.
MASCARILLA.- ¡Oh fortuna, qué inconstancia la tuya!
DU CROISY.- Pronto, quitaos hasta menor prenda.
LA GRANGE.- Que se lleven todas esas ropas, daos prisa.
(MAROTTE recoge las ropas y sale de escena con ellas.)
Y ahora, señoras, en el estado en que se encuentran podéis proseguir vuestros amores
con ellos hasta que os plazca; os dejamos en completa libertad de hacerlo, y os
aseguramos, el señor y yo, que no nos sentiremos nada celosos por ello.
(Salen LA GRANGE y DU CROISY.)

Escena XVII
MADELÓN, CATHOS, JODELET, MASCARILLA y MAROTTE.
CATHOS.- ¡Ah, qué sinvergüenza!
MADELÓN.- Me muero de despecho
MAROTTE.- (Entrando. A MASCARILLA.) ¿Qué es esto? ¿Quién va a pagar a los
violines?
MASCARILLA.- Preguntad al señor vizconde.
MAROTTE.- (A JODELET.) ¿Quién le dará el dinero?
JODELET.- Preguntad al señor marqués.

Escena XVIII
GORGIBUS, MADELÓN, CATHOS, JODELET, MASCARILLA y MAROTTE.
GORGIBUS.- (Entrando.) ¡Ah bribones, en buen apuro nos ponéis por lo que veo!
Y acabo de enterarme de lindas cosas, realmente, por esos caballeros que salen.
MADELÓN.- ¡Ah padre mío, nos han gastado una broma sangrienta!
GORGIBUS.- ¡Sí; es una broma sangrienta, resultado de vuestra impertinencia,
infames! Les ha ofendido el trato que les habéis dado, y sin embargo, desdichado de mí,
tengo que tragarme la afrenta.
MADELÓN.- Juro que tomaremos venganza de ello o que moriré en el intento. Y
vosotros, bergantes, ¿osáis permanecer aquí después de vuestra insolencia?
MASCARILLA.- ¡Tratar de este modo a un marqués! Así es el mundo: la menor
desgracia hace que nos desprecien aquellos que nos querían. Vamos, camarada; vamos a
buscar fortuna a otra parte; bien veo que aquí no se ama más que la vana apariencia, y
que no se considera nada a la virtud totalmente desnuda.

Escena XIX
GORGIBUS, MADELÓN, CATHOS y MAROTTE.
MAROTTE.- Señor, los violines pretenden cobrar por su trabajo.
GORGIBUS.- (Yendo hacia MAROTTE.) Sí, sí. Voy a pagarles, y aquí tenéis la
moneda con que quiero hacerlo.
(MAROTTE se va corriendo.)
Y vosotras, tunantas, no sé qué me detiene para no trataros de igual modo; vamos a
servir de mofa y de irrisión a todo el mundo. Esto es lo que habéis conseguido con
vuestras extravagancias. Id a esconderos, miserables; id a esconderos para siempre.
(MADELÓN y CATHOS salen corriendo.)
Y vosotros, causantes de su locura, necios desatinos, perniciosas diversiones de los
espíritus ociosos, novelas, versos, canciones y sonetos, ¡así se os lleven todos los diablos!
FIN

El Misántropo, de Molière.




El Misántropo
de Molière






El Misántropo
Molière

PERSONAJES
ALCESTE, enamorado de Celimena.
FILINTO, amigo de Alcestes.
ORONTE, enamorado de Celimena.
CELIMENA, enamorada de Alcestes.
ELIANTA, prima de Celimena.
ARSINOE, amiga de Celimena.
ACASTO
CLITANDRO marqueses.
VASCO, lacayo de Celimena.
UN GUARDIA, del Mariscalato de Francia.
DUBOIS, lacayo de Alcestes.
La acción es en París, en casa de Celimena.



ACTO PRIMERO
ESCENA PRIMERA
Filinto, Alceste
FILINTO
¿Qué es lo que pasa?
ALCESTE (sentado)
Dejadme, os lo ruego.
FILINTO
Pero, una vez más, decidme qué extravagancia...
ALCESTE
Dejadme aquí, os digo, y corred a ocultaros.
FILINTO
Pero al menos escucha uno a la gente, sin enojarse.
ALCESTE
Pues yo quiero enojarme y no quiero escuchar.
FILINTO
No alcanzo a comprender vuestros repentinos enfados, y en fin, aunque amigos, soy de
los primeros...
ALCESTE (levantándose bruscamente)
¿Yo, vuestro amigo? Quitáos eso de la cabeza. Notoriamente lo he sido hasta hoy; pero
después de lo que acabo de ver manifestarse en vos, os declaro sin más que he dejado de
serlo y que no quiero sitio alguno en corazones corrompidos.
FILINTO
¿A vuestro parecer, soy, pues, muy culpable, Alceste?
ALCESTE
Vaya, deberíais moriros de pura vergüenza; semejante proceder es inexcusable, y
cualquier hombre de honor se escandalizaría de él. Os veo abrumar a un hombre con aga-
sajos, testimoniarle la mayor afección; con protestas, promesas y juramentos acompañáis
el furor de vuestros abrazos, y cuando os pregunto luego quién es ese hombre, apenas
podéis decirme cómo se llama; vuestro entusiasmo por él decae al separares, y a mí me lo
dais como indiferente. ¡Pardiez!, es una cosa indigna, cobarde, infame, rebajarse así hasta
traicionar la propia alma; y si por desgracia hubiera hecho yo otro tanto, iría a ahorcarme
al instante, de remordimiento.
FTLINTO
Por mi parte, no veo que el caso sea de horca, y os suplicaré no tomar a mal que me
conceda gracia en vuestra sentencia, y que no me ahorque por esto, si os parece.
ALCESTE
¡Qué poca gracia tiene la broma!
FILINTO
Pero, seriamente, ¿qué queréis que se haga?
ALCESTE
Quiero que haya sinceridad y que, como hombres de honor, no pronunciemos palabra en
la que no creamos.
FILINTO
Cuando un hombre viene a abrazaros lleno de gozo, es preciso pagarle en la misma
moneda, responder lo mejor posible a sus manifestaciones, y devolver promesa por pro-
mesa y juramento por juramento.
ALCESTE
No, yo no puedo soportar este cobarde proceder que afecta la mayoría de vuestra gente a
la moda; y nada odio tanto como las contorsiones de todos esos grandes artífices de
protestas, esos afables donadores de frívolos abrazos, esos obsequiosos habladores de
palabras inútiles, que asaltan a todos con sus amabilidades y tratan en la misma forma al
hombre de mérito y al tonto. ¿Qué ventaja hay en que un hombre os agasaje, os jure'
amistad, fidelidad, celo, estima, ternura, y os haga el más deslumbrante elogio de vuestra
persona, si corre a hacer lo mismo con el primer pelele? No, no, no existe alma un poco
bien puesta que acepte una estimación tan prostituida; y la más honrada tiene por baratos
esos dones, desde que ve que se nos confunde con todo el universo: la estimación se
funda en alguna preferencia, y estimar a todo el mundo es no estimar a nadie. Pues que os
entregáis a esos vicios de la época, no estáis hecho, ¡pardiez!, para ser de los míos;
rechazo la amplia generosidad de un corazón que no establece diferencia alguna para el
mérito; yo quiero que se me distinga; y para decirlo claro, el amigo del género humano
no es cosa que me convenga.
FILINTO
Pero cuando se anda en sociedad, preciso es cumplir con algunos convencionalismos que
exige el uso.
ALCESTE
Os digo que no; se debería castigar inexorablemente ese vergonzoso comercio de las
apariencias de la amistad. Quiero que seamos hombres, y que en toda circunstancia
aparezca en nuestras palabras el fondo de nuestro corazón, que sea él quien hable y que
nunca se disfracen nuestros sentimientos bajo cumplidos vanos.
FILINTO
Hay muchas ocasiones en que la franqueza absoluta resultaría ridícula y poco al caso; y a
menudo, mal que le pese a vuestro austero honor, es bueno ocultar lo que tenemos en el
alma. ¿Sería adecuado y decente decir a mil personas todo lo que pensamos de ellas? Y
cuando hay alguien que nos desagrada o a quien odiamos, ¿debemos declararle la cosa tal
como es?
ALCESTE
Si.
FILINTO
¿Qué? ¿Iríais a decir a la vieja Emilia que a su edad le queda mal hacerse la coqueta, y
que los afeites que usa escandalizan a todos?
ALCESTE
Sin duda.
FILINTO
¿A Dorilas que es demasiado importuno, y que no hay oídos en la corte a los que no harte
relatando su bravura y el brillo de su linaje?
ALCESTE
Efectivamente.
FILINTO
Os burláis.
ALCESTE
No me burlo, y no voy a perdonar a nadie a ese respecto. Demasiado heridos están mis
ojos, y la ciudad y la corte no me ofrecen más que espectáculos buenos para revolverme
de bilis; caigo en un humor negro, en un enfado sin límites, cuando veo vivir a los
hombres como lo hacen; dondequiera encuentro sólo adulación cobarde, injusticia,
intereses, traición, pillería; no puedo aguantar más, me enfurezco, y es mi propósito desafiar en sus
barbas a todo el género humano.
FILINTO
Ese filosófico enfado es un poco demasiado salvaje; ríome de los negros ataques en que
os contemplo, y me parece ver en nosotros dos, educados en la misma forma, a esos dos
hermanos que pinta La escuela de los maridos, cuyos...
ALCESTE
¡Por Dios! Dejemos ya vuestras insulsas comparaciones.
FILINTO
No, renunciad buenamente a todas esas locuras. El mundo no ha de cambiar por vuestra
diligencia; y puesto que la franqueza tiene tantos encantos para vos, os diré francamente
que esta enfermedad da el espectáculo dondequiera que vais y que tan gran enojo contra
las costumbres de la época os pone en ridículo ante mucha gente.
ALCESTE
Tanto mejor, ¡pardiez!, tanto mejor, eso es lo que pido; me resulta muy buena señal y me
alegro en grande por ella: todos los hombres me son odiosos a tal punto, que me
disgustaría pasar por discreto a sus ojos.
MANTO
¡Vos detestáis la naturaleza humana!
ALCESTE
Sí, he concebido por ella un odio espantoso.
FILINTO
¿Todos los pobres mortales, sin excepción, serán incluidos en este aborrecimiento?
Todavía hay algo de bueno en el siglo en que vivimos...
ALCESTE
No: es general, y odio a todos los hombres: a los unos, porque son malos y dañinos, y a
los otros, por ser complacientes con los malos y no tener para ellos ese odio vigoroso que
debe provocar el vicio en las almas virtuosas. Se ve el injusto exceso de esta
complacencia a propósito del perfecto facineroso con el que mantengo pleito: a través de
su máscara se ve al traidor plenamente; es conocido como lo que es en todas partes; sus
caídas de ojos y su tono dulzón no engañan más que a los que no son de aquí, se sabe que
ese palurdo digno de que se le ponga en evidencia se ha deslizado en la sociedad por
medio de sucios menesteres, y que su fortuna, revestida por ellos de esplendor, hace
sonrojarse a la virtud y rezongar al mérito. Por más epítetos vergonzosos que se le
apliquen dondequiera, su miserable honor no encuentra defensa en nadie; llamadle
trapacero, infame y facineroso maldito, todo el mundo conviene en ello y nadie os
contradice. Sin embargo, su mueca es bienvenida en todas partes: en todas partes se
desliza, se le acoge, se le festeja; y si hay que conseguir un puesto con intrigas, se le ve
ganárselo al hombre más honrado. ¡Ira de Dios, es para mí mortal ofensa el ver que se
guardan miramientos con el vicio; y a menudo me sobrevienen súbitos impulsos de huir a
un desierto lejos del contacto de los hombres!
FILINTO
¡Dios mío!, no nos aflijamos tanto por las costumbres de la época, y concedamos algún
crédito a la naturaleza humana; no la examinemos de acuerdo con un rigor sin límites, y
miremos con alguna indulgencia sus defectos. Es necesaria en una sociedad una virtud
tratable; podemos ser reprensibles a fuerza de cordura; la perfecta razón huye de los
extremos y quiere que seamos discretos por sobriedad. Esa gran rigidez de la virtud de los
antiguos tiempos choca demasiado con nuestro siglo y con las costumbres en uso; exige
demasiada perfección a los mortales: hay que ceder sin obstinación a la corriente; y es
una locura sin igual querer ponerse a corregir el mundo. Como vos, yo observo cada día
cien cosas que podrían ir mejor tomando otro curso; pero podrían presentárseme a cada
paso, sin que me viera enfurecerme como vos; yo tomo a los hombres como son,
buenamente, acostumbro a mi alma a soportar lo que hacen; y creo que, en la ciudad lo
mismo que en la corte, mi flema es tan filosófica como vuestra bilis.
ALCESTE
Pero señor mío, mi buen razonador, ¿esa flema no podrá alterarse con nada? ¿Y si ocurre,
por casualidad, que un amigo os traicione, que se intrigue para despojaros de vuestros
bienes, que se hagan correr perversos rumores a vuestra costa, veréis todo ello sin
encolerizaros?
FILINTO
Sí, yo miro esos defectos contra los que vuestra alma se subleva, como vicios inherentes
a la naturaleza humana; y en fin, no se siente más herido mi espíritu al ver a un
hombre trapacero, injusto, interesado, que al ver cuervos hambrientos de carnicería,
monos dañinos o feroces lobos.
ALCESTE
¿Me vería yo traicionar, hacer pedazos, robar, sin que...? ¡Pardiez!, no quiero hablar, tan
lleno de despropósitos está ese razonamiento.
FILINTO
¡A fe mía! Haréis bien en guardar silencio, en escandalizar un poco menos acerca de
vuestro contrario y en ocuparos de vuestro proceso.
ALCESTE
No me ocuparé nada, es cosa dicha.
FILINTO
¿Pero quién queréis entonces que abogue por vos?
ALCESTE
¿Que quién quiero? La razón, la equidad, mi justo derecho.
FILINTO
¿No visitaréis a ninguno de los jueces?
ALCESTE
No. ¿Mi causa es injusta o dudosa, acaso?
FILINTO
Estoy de acuerdo; pero la intriga es enojosa y...
ALCESTE
No: he resuelto no dar un solo paso. Tengo razón 'o no la tengo.
FILINTO
No os fiéis de ello.
ALCESTE
No he de moverme.
FILINTO
Vuestro contrario es fuerte, y puede con sus influencias arrastrar...
ALCESTE
No importa.
FILINTO
Os equivocaréis.
ALCESTE
Sea. Quiero ver el resultado.
FILINTO
Pero...
ALCESTE
Tendré el placer de perder mi pleito.
FILINTO
Pero, en fin....
ALCESTE
Veré con este pleiteo si los hombres tienen la suficiente desvergüenza, si son
suficientemente malos, perversos y malvados para hacerme una injusticia ante todo el
universo.
FILINTO
¡Qué hombre!
ALCESTE
Aunque me costara mucho, querría perder mi causa por la belleza del hecho.
FILINTO
Alceste, se reirían buenamente de vos, si os oyeran hablar de tal modo.
ALCESTE
Peor para el que riera.
FILINTO
¿Pero esa rectitud que exigís en todo, ese pleno derecho en que os encerráis, lo encontráis
aquí en lo que amáis? Por mi parte, me asombro de que estando al parecer tan reñidos vos
y el género humano, pese a cuanto os lo puede hacer aborrecible hayáis buscado en él lo
que os encanta a los ojos; y lo que me sorprende más todavía es la extraña elección a que
vuestro corazón se entrega. La sincera Elianta tiene inclinación por vos, la gazmoña
Arsinoe os mira con ojos muy tiernos; y sin embargo vuestra ,alma se niega a sus afanes,
mientras que la retiene en sus lazos Celimena, cuya coquetería y maldiciente. espíritu
parecen acomodarse tan bien a las costumbres del momento. ¿A qué se debe que,
teniéndoles un odio mortal, las soportéis en esta bella? ¿No son ya defectos en tan dulce
persona? ¿No los veis? ¿0 los excusáis?
ALCESTE
No, mi amor por esa joven viuda, no me cierra los ojos sobre los defectos que le
encuentran, y, pese a la gran pasión que me inspira, soy el primero en notarlos así como-
en condenarlos. Pero con todo esto, y por mucho que haga, confieso mi debilidad, tiene el
arte de seducirme: vano es que vea sus defectos y vano que los reprenda; se hace amar a
despecho de todo; triunfa su gracia; y sin duda mi pasión podrá purgar su alma de los
vicios de la época.
FILINTO
Si lo conseguís, no habréis hecho poco. Así, pues, ¿creéis que os ama?
ALCESTE
¡Sí, pardiez! Si no lo creyera no la amaría.
FILINTO
Pero si su amor por vos os resulta indiscutible, ¿a qué se debe la pesadumbre que os
causan vuestros rivales?
ALCESTE
Es que un corazón muy enamorado quiere tenerlo todo, y no he venido aquí más que con
el propósito de decirle cuanto mi pasión me inspire sobre ese tema.
FILINTO
En cuanto a mí, si no tuviera yo más quehacer que enamorarme, la prima Elianta ganaría
todos mis suspiros; su corazón, que os estima, es sólido y sincero, y esta preferencia, más
adecuada, os convendría más.
ALCESTE
Es cierto: mi razón me lo dice diariamente; pero no es la razón la qué gobierna el amor.
FILINTO
Temo mucho por vuestro amor, y la esperanza en que vivís podría...


ESCENA SEGUNDA
Oronte. Alceste. Filinto

ORONTE (a Alceste)
Me he enterado allá de que Elianta y Celimena han salido para hacer algunas compras;
pero como me dijeron que estabais aquí, subí para deciros muy sinceramente que he
concebido por vos una estimación indescriptible, y que desde hace tiempo esta
estimación me hacía desear ardientemente ser de vuestros amigos. Sí, a mi corazón le
place rendir justicia al mérito, y ardo en deseos de que un amistoso lazo nos una: creo que
un amigo entusiasta y de mi calidad, no es por cierto para ser rechazado.
(en este pasaje Alceste permanece completamente distraído, parece no oír lo que Oronte
dice.)
Es a vos, si no os parece mal, a quien se dirige este discurso.
ALCESTE
¿A mí, señor?
ORONTE
A vos. ¿Consideráis que os ofende?
ALCESTE
No, por cierto; pero la sorpresa es muy grande para mí, y no esperaba el honor que
recibo.
ORONTE
La estima en que os tengo no debe sorprenderos, y podéis pretenderla de todo el mundo.
ALCESTE
Señor...
ORONTE
Nada tiene el Estado que no sea inferior al resplandeciente mérito que en vos se
manifiesta.
ALCESTE
Señor...
ORONTE
Sí, por mi parte os considero superior a cuanto en él veo de más considerable.
ALCESTE
Señor...
ORONTE
¡Castígueme el cielo si miento! Y para confirmaros mi manera de sentir, permitid, señor,
que os abrace de todo corazón y que os pida un sitio en vuestra amistad. Chocadla, por
favor. ¿Me prometéis vuestra amistad?
ALCESTE
Señor...
ORONTE
¿Qué? ¿Os negáis a ello?
ALCESTE
Señor, es demasiado honor el que queréis hacerme; pero la amistad exige un poco más de
misterio y es ciertamente profanar su nombre, querer ubicarlo en toda ocasión. Tal unión
quiere nacer con conocimiento y gusto; antes de ligarnos, preciso es conocernos mejor;
podríamos tener temperamentos que nos hicieran arrepentirnos a ambos del negocio.
ORONTE
¡Vive Dios!, eso es hablar como discreto y por ello os estimo más todavía: esperemos,
pues, que anude el tiempo tan dulces lazos; pero entretanto me pongo enteramente a
vuestras órdenes: si es preciso hacer alguna diligencia en favor vuestro en la corte, sabido
es que soy alguien para el Rey; me escucha, y ¡a fe mía!, en todo procede conmigo lo más
gentilmente del mundo. En fin, soy vuestro de todos modos; y como vuestra inteligencia
tiene grandes luces, para dar comienzo entre nosotros a ese amable lazo, vengo a
mostraros un soneto que he hecho hace poco, y a saber si está bien que me arriesgue a
publicarlo.
ALCESTE
Señor, no soy competente para dilucidar tal cuestión; os ruego que me dispenséis.
ORONTE
¿Por qué?
ALCESTE
Tengo el defecto de ser algo más sincero de lo necesario.
ORONTE
Es lo que yo pido, y tendría motivo de queja si al confiarme en vos para que me habléis
sin fingimiento, fuerais a traicionarme disfrazando algo.
ALCESTE
Puesto que eso os agrada, señor, estoy dispuesto.
ORONTE
Soneto... Es un soneto. La esperanza... Es una dama que halagó mi pasión con alguna
esperanza. La esperanza... No son de esos grandes versos pomposos, sino versillos
dulces, lánguidos y tiernos. (En cada interrupción mira a Alceste.)
ALCESTE
Ya veremos.
ORONTE
La esperanza... No sé si el estilo llegará a pareceros bastante claro y fácil, y si estaréis
satisfecho de la elección de las palabras.
ALCESTE
Ya veremos, señor.
ORONTE
Por lo demás, sabréis que he tardado en hacerlo más de un cuarto de hora.
ALCESTE
Veamos, señor; el tiempo nada tiene que ver en el asunto.
ORONTE
La esperanza, es cierto, conforta y adormece nuestro pesar; Pero, Filis, eso qué importa si
el fruto no se ha de alcanzar.
FILINTO
Estoy ya encantado con ese fragmentillo.
ALCESTE (bajo a Filinto)
¿Qué? ¿Tenéis el descaro de encontrar eso bello?
ORONTE
Vos tuvisteis condescendencia; mas debisteis menos gastar, y no prometerme clemencia
para hacerme sólo esperar.
FILINTO
¡Ah, en qué galantes términos están dichas esas cosas!
ALCESTE (bajo, a Filinto)
¡Pardiez! Vil lisonjero, ¿alabáis tonterías?
ORONTE
Si es preciso que eterna espera ponga a prueba mi ardiente anhelo, la muerte me habrá de
ayudar. Nada podréis contra mi celo: bella Filis, se desespera, si se debe siempre esperar.
FILINTO
Cae bonitamente; es amoroso, admirable.
ALCESTE (bajo, aparte)
¡Diantre con tu caída! ¡Corruptor del diablo, así te rompieras la nariz en una!
FILINTO
Jamás he oído versos tan bien llevados.
ALCESTE (bajo, aparte)
¡Voto a tal!
ORONTE
Me aduláis, y creéis acaso...
FILINTO
No, no os adulo.
ALCESTE (bajo, aparte)
¿Y qué haces, si no, traidor?
ORONTE (a Alceste)
Pero en cuanto a vos, sabéis cuál es nuestro pacto: habladme con sinceridad, os lo ruego.
Señor, esta materia siempre es delicada, y a todos nos gusta que se nos halague acerca de
nuestro ingenio. Pero un día, a alguien de quien callaré el nombre, le decía yo, viendo
versos de su factura, que un hombre discreto debe tener siempre gran dominio sobre las
comezones de escribir que nos asaltan; que debe refrenar los grandes impulsos que se
tienen de divulgar tales entretenimientos; y que por el entusiasmo de mostrar sus obras,
se exponen a quedar en mal papel.
ORONTE
¿Queréis decirme con eso que me equivoco al intentar? ...
ALCESTE
No digo tal cosa; pero yo le decía que un escrito mediocre mata, que basta con esa
debilidad para desacreditar a un hombre, y que, aunque se tengan por otra parte bellas
cualidades, se mira siempre a las gentes por su lado malo.
ORONTE
¿Es que encontráis algo que desaprobar en mi soneto?
ALCESTE
No digo tal cosa; pero, para que no escribiera, le ponía ante los ojos cómo en nuestro
tiempo esta manía ha echado a perder a mucha buena gente.
ORONTE
¿Es que yo escribo mal? ¿Y me les parecería?
ALCESTE
No digo tal cosa; pero en fin, decíale yo: ¿qué necesidad tan apremiante tenéis de rimar?
¿Y quién diantre os obliga a publicar? Si se puede perdonar la salida de un mal libro, es
sólo a los desdichados que componen para vivir. Creedme, resistid a vuestras tentaciones,
ocultad al público esos trabajos; y, por mucho que se os diga, no vayáis a perder el
dictado de hombre de bien de que gozáis en la corte, para adquirir, por obra de un ávido
impresor, el de autor miserable y ridículo. Eso era lo que yo trataba de hacerle com-
prender.
ORONTE
Me parece muy bien y creo interpretaros. ¿Pero podré saber lo que es mi soneto...?
ALCESTE
Francamente, es bueno para el canasto. Os habéis guiado
por malos modelos y vuestras expresiones no son naturales.
¿Qué es eso de "Y adormece nuestro pesar"? ¿Y eso de "Si el fruto no se ha de alcanzar"?
¿Qué lo de "Y no prometerme clemencia, / Para hacerme sólo esperar"? ¿Y qué lo de
"Filis, se desespera, / Si se debe siempre esperar"? Ese estilo figurado de que se hace
ostentación sale de la verdad y del buen gusto: no es más que juego de palabras,
afectación pura, y no es así como habla la naturaleza. Me aterra en esto el mal gusto del
siglo. Nuestros padres, tan rudos, lo tenían mucho mejor, y aprecio más que todo lo que
hoy se admira, una vieja canción que voy a recitaros:
Si el Rey me hubiera entregado París, su grandiosa villa, y de ella en cambio quitado el
cariño de mi amiga, le dijera al Rey Enrique: "Recobrad vuestra gran Villa, que yo
prefiero a mi amiga, ¡ay amor!, que yo prefiero a mi amiga".
La rima es pobre y el estilo, viejo: ¿pero no veis que esto vale mucho más que esos
ringorrangos, de los que protesta el buen sentido y que habla aquí la pasión pura y
simple?
Si el Rey me hubiera entregado París, su grandiosa villa, y de ella en cambio quitado el
cariño de mi amiga, le dijera al Rey Enrique: "Recobrad vuestra gran villa, que yo
prefiero a mi amiga, ¡ay amor!, que yo prefiero a mi amiga".
He aquí lo que dice un corazón verdaderamente enamorado. (A Filinto, que ríe.) Sí,
señor divertido, pese a vuestros literatos, estimo más eso que la florida pompa de todos
esos brillantes falsos ante los que os extasiáis.
ORONTE
Y yo os sostengo que mis versos son muy buenos.
ALCESTE
Tenéis vuestras razones para encontrarlos así; pero permitiréis que yo pueda tener otras,
que no tienen por qué someterse a las vuestras.
Me basta con ver que otros nacen caso (le ellas.
ALCESTE
Es que tienen el arte de fingir y yo no lo tengo.
ORONTE
¿Creéis, pues, que os ha tocado tanto ingenio en el reparto?
ALCESTE
Si yo alabara vuestros versos, tendría más todavía.
ORONTE
Me pasaré muy bien sin vuestra aprobación.
ALCESTE
Preciso es que os paséis sin ella, si os parece.
ORONTE
Querría, por gusto, que compusierais otros en vuestro estilo, sobre el mismo tema.
ALCESTE
Por desgracia, podría hacer otros igualmente malos; pero me guardaría de mostrarlos a la
gente.
ORONTE
Me habláis con mucha autoridad y esa suficiencia...
ALCESTE
Id a buscar otro para que os adule, no a mí.
ALCESTE
Pero, mi pequeño señor, tomadlo algo menos a pecho.
ORONTE
¡A fe mía! Mi gran señor, lo tomo como corresponde.
FILINTO (poniéndose entre ambos)
¡Eh, señores, es demasiado: dejadlo ya, os lo ruego!
ORONTE
Ah, me engañé, lo confieso y abandono el campo. Servidor vuestro, señor, con toda mi
alma.
ALCESTE
Y yo, humilde servidor vuestro, señor mío.


ESCENA TERCERA
Filinto, Alceste
FILINTO
¡Y bien!, ya lo veis, por ser demasiado sincero, heos aquí metido en un mal negocio; he
visto bien que Oronte, a fin de ser adulado...
ALCESTE
No me habléis.
FILINTO
Pero...
ALCESTE
No más historias.
FILINTO
Es demasiado...
ALCESTE
Dejadme aquí.
FILINTO
Si yo...
ALCESTE
Nada de charla.
FILINTO
¿Pero qué...?
ALCESTE
Nada escucho.
FILINTO
Pero...
ALCESTE
¿Todavía?
FILINTO
Es un ultraje...
ALCESTE
Ah, ¡pardiez!, es demasiado; no sigáis mis pasos.
FILINTO
Vos os burláis de mí; no he de dejaros.


ACTO SEGUNDO

ESCENA PRIMERA

Alceste, Celimena


ALCESTE
Señora. ¿queréis que os hable claro? Estoy muy poco satisfecho de vuestra manera de
conduciros; demasiado bilis se acumula en mi corazón a causa de ella, y siento que será
menester que ambos nos separemos. Sí, os engañaría hablando de otro modo; tarde o
temprano romperemos, indudablemente; y aunque mil veces os prometiera lo contrario,
no estaría en mi mano el cumplirlo.
CELIMENA
A lo que veo, ¿es para reñir, pues, para lo que habéis querido acompañarme a casa?
ALCESTE
Yo no riño; pero señora, vuestro carácter abre vuestra alma con exceso al primer venido:
tenéis demasiados pretendientes que os asedian, y mi corazón no puede acomodarse a
ello.
CELIMENA
¿Me culpáis por los enamorados que me siguen? ¿Puedo impedir a las gentes que me
encuentren seductora? ¿Y cuando hacen dulces esfuerzos para verme debo tomar un
bastón para echarlos fuera?
ALCESTE
No, señora, no es un bastón lo que hay que tomar, sino un corazón menos fácil y menos
rendido a sus deseos. Sé que dondequiera os acompañan vuestros encantos; pero vuestra
acogida retiene a aquellos que son atraídos por vuestros ojos; y su dulzura ofrecida a
quien os rinde las armas, acaba en los corazones la obra de vuestros hechizos. La espe
ranza demasiado risueña que les presentáis, adhiere en torno vuestro sus asiduidades. Un
poco más de restricción en vuestra complacencia, ahuyentaría a la turba de todos esos
adoradores. Pero decidme, al menos, señora, ¿por qué prodigio tiene vuestro Clitandro la
dicha de agradaros de tal manera? ¿En qué bases de mérito y de sublime virtud apoyáis
en él el honor de vuestra estima? ¿Es con la larga uña que lleva en el meñique con lo que
adquirió en vuestro ánimo la estimación que le adorna? ¿Os habéis rendido, como todo el
gran mundo, al mérito resplandeciente de su peluca rubia? ¿Son sus grandes volados de
encaje los que os lo hacen agradable? ¿Ha sabido hechizaros el conjunto de sus cintas?
¿Es con los encantos de sus amplios gregüescos con los que ha ganado vuestra alma al
declararse vuestro esclavo? ¿0 su manera de reír y su voz de falsete supieron encontrar el
secreto de conmoveros?
CELIMENA
¡Qué injustamente sospecháis de él! ¿No sabéis bien porqué lo considero, y que de
acuerdo a su promesa puede interesar en mi pleito a cuantos amigos tiene?
ALCESTE
Señora, tened la entereza de perder vuestro pleito, y no halaguéis a un rival que me
ofende.
CELIMENA
Pero vos os ponéis celoso de todo el universo.
ALCESTE
Es que vos acogéis bien a todo el universo.
CELIMENA
Eso debe tranquilizar a vuestra alma exasperada, puesto que a todos se extiende mi
condescendencia; tendríais más motivo de ofenderos si me la vierais acumular sobre uno
solo.
ALCESTE
Pero yo, a quien criticáis como demasiado celoso, ¿qué tengo yo, señora, por favor, más
que todos ellos?
CELIMENA
La dicha de saber que sois amado.
ALCESTE
¿Y en qué se fundará mi inflamado corazón para creerlo?
CELIMENA
Pienso que habiéndome tomado la pena de decíroslo, una confesión de esa especie
debiera bastaros.
ALCESTE
¿Pero quién me garantiza que en el mismo momento no le decís lo mismo acaso a los
otros?
CELIMENA
Cierto, para un enamorado, la galantería es bonita, y me tratáis con ella de persona
honrada. ¡Y bien! Para quitaros semejante preocupación, me desdigo aquí de todo cuanto
he dicho y nadie podrá engañaros en adelante fuera de vos mismo: estáis satisfecho.
ALCESTE
¡Pardiez! ¡Por qué tendré que amaros! ¡Ah, si reconquisto mi corazón de entre vuestras
manos, bendeciré al Cielo por esa rara dicha! Yo no me rindo, hago cuanto puedo para
romper la terrible esclavitud de este corazón; pero hasta ahora nada han conseguido mis
mayores esfuerzos, pues es por mis pecados que os amo así.
CELIMENA
Es cierto, vuestra pasión por mí no reconoce igual.
ALCESTE
Sí, en esa materia puedo desafiar al mundo entero. Mi amor no puede concebirse, y nadie
amó, jamás, señora, como yo amo.
CELIMENA
En efecto, vuestro método es totalmente nuevo, porque amáis a las gentes para reñirlas;
vuestra pasión sólo se manifiesta en palabras enfadosas, y nunca se ha visto amor más
malhumorado.
ALCESTE
Pero sólo de vos depende que su enojo se desvanezca. Por favor, evitemos nuestros
altercados, hablemos con el corazón en la mano y tratemos de impedir...


ESCENA SEGUNDA
Alceste. Vasco

CELIMENA
¿Qué hay?
VASCO
Acasto está abajo.
CELIMENA
¡Y bien! Hacedlo pasar.

ESCENA TERCERA
Celimena, Alceste
ALCESTE
¿Qué? ¿Jamás se os puede hablar a solas? ¿Siempre estáis dispuesta a recibir gente? ¿Y
no podéis una sola vez por milagro resolveros a no estar en casa?
CELIMENA
¿Queréis que me haga una historia con él?
ALCESTE
Tenéis miramientos que no pueden complacerme.
CELIMENA
Es hombre de no perdonármelo jamás, si llega a saber que su presencia ha podido
importunarme.
ALCESTE
¿Y qué os importa eso para molestaros de tal suerte?...
CELIMENA
¡Dios mío! La benevolencia de gente como esta es necesaria; es de esos que no se sabe
cómo han conseguido el privilegio de hablar alto en la corte. Se les ve introducirse en
todas las conversaciones; son incapaces de servir, pero pueden perjudicaros; y jamás por
mucho apoyo que se tenga en otras partes, debemos malquistarnos con esos grandes
gritones.
ALCESTE
En fin, sea lo que sea, y con cualquier fundamento, vos encontráis razones para soportar a
todo el mundo; y las precauciones de vuestra prudencia...


ESCENA CUARTA
Vasco, Alceste, Celimena
VASCO
Señora, está también Clitandro.
ALCESTE (haciendo ademan de irse)
Perfectamente.
CELIMENA
¿Dónde vais?
ALCESTE
Me voy.
CELIMENA
Quedáos.
ALCESTE
¿A hacer qué?
CELIMENA
Quedaos.
ALCESTE
No puedo.
CELIMENA
Yo lo quiero así.
ALCESTE
No hay caso. Estas conversaciones no hacen más que aburrirme, y querer hacérmelas
soportar es demasiado.
CELIMENA
Yo lo quiero, yo lo quiero.
ALCESTE
No, me es imposible.
CELIMENA
¡Y bien! Idos, partid, os está bien permitido.
ESCENA QUINTA
Elianta, Filinto, Acasto,
Celimena, Vasco
Clitandro,
Alceste,
ELIANTA (a Celimena)
Están aquí los dos marqueses y suben con nosotros: ¿han venido a decíroslo?
CELIMENA
Sí. (a Vasco) Asientos para todos.
(Vasco ofrece las sillas y sale.)
(a Alceste) ¿No os marchasteis?
ALCESTE
No, porque quiero, señora, haceros explicar vuestra alma, por mí o por ellos.
CELIMENA
Callaos.
ALCESTE
Hoy, os explicaréis.
CELIMENA
Vos perdéis la razón.
ALCESTE
Nada. Os descubriréis.
CELIMENA
¡Ah!
ALCESTE
Tomaréis partido.
CELIMENA
Me imagino que bromeáis.
ALCESTE
No, pero vos escogeréis: ya basta de paciencia.
CLITANDRO
¡Pardiez! Vengo del Louvre, señora, donde Cleonte, en el recibo de la mañana ha hecho
el ridículo más completo. ¿No tendrá algún amigo que le preste las luces de un caritativo
consejo acerca de sus maneras?
CELIMENA
Cierto es que en sociedad tiene muchos deslices; primeramente adopta dondequiera un
talante que salta a los ojos; y cuando vuelve a vérsele después de una corta ausencia, se le
encuentra todavía más lleno de extravagancia.
ACASTO
¡Pardiez! Hablando de gente extravagante, acabo de soportar a uno de los más
fastidiosos: Damón, el majadero, que muy a pesar, me ha tenido al rayo del sol una hora
fuera de mi silla.
CELIMENA
Es un charlatán terrible que encuentra siempre la manera de no deciros nada con sus
grandes discursos; no se comprende una jota de sus razonamientos, y todo cuanto se le
escucha no es más que mero ruido.
ELIANTA (a Filinto)
El comienzo no está mal; la conversación toma un sesgo bastante animado contra el
prójimo.
CLITANDRO
Timanto también es un tipo interesante, señora.
CELIMENA
Es un hombre todo misterio de la cabeza a los pies, que os arroja al pasar una ojeada de
extravío y está siempre ata-
reado, sin ninguna tarea. Todo lo que os confía abunda en visajes; mata a la gente a
fuerza de ceremonia; tiene siempre para cortar la conversación un secreto que deciros, en
voz bajísima, y tal secreto es nada; hace maravilla de la menor bagatela, y todo os lo dice
al oído, hasta los buenos días.
ACASTO
¿Y Geraldo, señora?
CELIMENA
Oh, ¡qué charlatán fastidioso! Jamás se le caen los grandes señores de la boca; alterna sin
cesar con el gran mundo, y a nadie menciona que no sea duque, príncipe o princesa: la
calidad lo marea; y todas sus conversaciones no versan más que sobre caballos, tren de
caza y perros; según él tutea a los más copetudos, y la palabra señor no entra en su
vocabulario.
CLITANDRO
Se dice que está a partir de un confite con Belisa.
CELIMENA
¡Qué mujer pobre de espíritu y dura de palabra! Cuando viene a verme padezco un
martirio: hay que sudar contínuamente buscando qué decirle y la esterilidad de su ex-
presión hace morir sin remedio cualquier plática. En vano para atacar su estúpido silencio
os acogéis a todos los lugares comunes: el buen tiempo y la lluvia, el calor y el frío son
reservas que agotáis con ella en seguida. Mientras tanto su visita, ya de por sí
insoportable, se eterniza en una duración aterradora y podéis preguntar la hora y bostezar
veinte veces, que ella se va a mover tanto como un poste.
ACASTO
¿Qué os parece Adrasto?
CELIMENA
¡Ah, qué orgullo sin límites! Es un hombre hinchado de amor propio. Jamás está
satisfecho de la corte su mérito: hace profesión de despotricar contra ella cada día, y no
se concede empleo, carga ni beneficio sin ser injusto con todo lo que él se cree.
CLITANDRO
¿Y qué decís del joven Cleón, cuya casa frecuenta ahora nuestra mejor sociedad?
CELIMENA
Que hace méritos con su cocinero y que es su mesa la que se visita.
ELIANTA
Se cuida de servir en ella manjares muy delicados.
CELIMENA
Sí, pero yo querría que no se sirviera él mismo: es muy mal plato su tonta persona, que
estropea, para mi gusto, todas las cenas que ofrece.
FILINTO
Se tiene muy en vista a su tío Damis: ¿qué os parece, señora?
CELIMENA
Es uno de mis amigos.
FILINTO
Me parece hombre de bien y bastante culto.
CELIMENA
Sí; pero quiere tener demasiado talento, cosa que me harta, vive en perpetuo énfasis y en
todas sus palabras se advierte que se esfuerza por decir grandes cosas. Desde que se
metió en la cabeza que era ingenioso, nada le satisface, tan difícil es su gusto; quiere ver
defectos en cuanto se escribe, y piensa que no es propio de un literato la alabanza, que ser
sabio es encontrar algo que criticar, que admirar y reír es bueno sólo para los tontos, y
que al no aprobar ninguna de las obras contemporáneas se pone por encima de los demás;
encuentra qué reprender hasta en las conversaciones; son temas demasiado vulgares para
dignarse descender a ellos: y con los brazos cruzados mira compasivamente de lo alto de
su espíritu cuanto dice cada uno.
ACASTO
Que me condene si no es ese su auténtico retrato.
CLITANDRO
Vos sois admirable para describir a las gentes.
ALCESTE
Vamos, firmes, continuad, mis buenos amigos de la corte; no perdonáis a nadie y a cada
uno le toca el turno: sin embargo, ninguno de ellos se presenta ante vosotros que no se os
vea apresuradamente ir a su encuentro, tenderle la mano y con un mimoso beso apoyar
los juramentos de ser su servidor.
CLITANDRO
¿Por qué tomarla con nosotros? Si lo que se dice os hiere, el reproche debe dirigirse a la
señora.
ALCESTE
No, ¡pardiez!, a vosotros; porque vuestras complacientes
risas arrancan a su espíritu esos maldicientes tiros. Su humor satírico se ve alimentado sin
cesar por el culpable incienso de vuestra adulación; y su corazón se sentiría menos
tentado de burlarse, si hubiera observado que no se le aplaudía. Es por eso que debe
acusarse siempre a los aduladores por los vicios que vemos extenderse entre los seres
humanos.
FILINTO
¿Pero por qué un interés tan grande por esas gentes, vos, Que condenaríais lo que se
critica en ellos?
CELIMENA
¿Y acaso no es indispensable que el señor contradiga? ¿Queréis que se reduzca a la voz
común, y que no haga ostentarse donde quiera el espíritu de contradicción que recibió del
cielo? Lo que otro piense no puede agradarle jamás; toma siempre partido por la opinión
contraria, y creería quedar como un hombre de poco más o menos si se le viera estar de
acuerdo con alguien. El honor de contradecir tiene para él tanto encanto, que bastante a
menudo toma las armas contra sí mismo; y sus propias ideas son atacadas por él tan
pronto como las ve en boca de otro.
ALCESTE
El público está por vos, señora, no hay que decir, y podeis continuar enderezándome
vuestra sátira.
FILINTO
Pero es cierto también que vuestro espíritu se levanta siempre contra todo lo que se dice,
y por una particularidad que él mismo confiesa, no podría soportar que se alabe ni que se
critique.
ALCESTE
¡Pardiez! Es que jamás tienen razón los hombres, es que el enfado contra ellos está
siempre a tiempo, y que veo en todos los asuntos que son o loadores impertinentes o
censores temerarios.
CELIMENA
Pero...
ALCESTE
No, señora, no; aunque me muera, tenéis placeres que no puedo soportar; y se equivocan
aquí alimentando en vuestra alma tan gran inclinación por los defectos que en ella se
critican.
CLITANDRO
Por mi parte, no sé, pero declaro bien alto que hasta aquí he creído sin defectos a la
señora.
ACASTO
Yo veo que está provista de gracias y atractivos; pero los defectos que tenga no me hieren
los ojos.
ALCESTE
Todos ellos hieren los míos; y lejos de ocultarlo, ella sabe bien que me tomo el trabajo de
reprochárselos. Mientras más se ama a alguien menos hay que adularlo; el verdadero
amor se manifiesta en que nada perdona; y por mi parte expulsaría a todos esos cobardes
enamorados que viera sumisos a todos mi pareceres, y cuyas blandas complacencias
incensaran con cualquier motivo mis extravagancias.
CELIMENA
En fin, si los corazones se han de modelar por el vuestro, para amar bien debemos
renunciar a los cumplidos, y cifrar el honor supremo del perfecto amor en injuriar de
firme a las personas amadas.
ELIANTA
De ordinario el amor está poco sujeto a tales leyes, y vemos a los amantes alabar siempre
a su elegida; jamás ve su pasión nada de criticable en ella, y todo se vuelve digno de
amor en el objeto amado: consideran perfecciones los defectos y saben darles favorables
nombres. La pálida es comparable a los jazmines en blancura; la negra a dar miedo a una
adorable morena; la flaca tiene talle y ligereza; la gorda está llena de majestad en su
porte; la inelegante dueña de pocos atractivos, se clasifica bajo el nombre de belleza
descuidada; la gigante parece una diosa a la vista; la enana, un resumen de las maravillas
del cielo; la orgullosa tiene el alma digna de una corona; la trapacera tiene ingenio; bue-
nísima es la tonta; la charlatana es de humor agradable y la muda muestra un pudor
honesto. Es así como un amante cuya pasión es extrema, ama hasta los defectos de la per-
sona amada.
ALCESTE
Yo, por mi parte, sostengo...
CELIMENA
Quede la discusión aquí y vamos a dar dos pasos en la galería. ¿Qué? ¿Os marcháis,
señores?
CLITANDRO y ACASTO
No tal, señora.
ALCESTE
Mucho os ocupa el ánimo el temor de su partida. Marchaos cuándo queráis, señores; pero
advierto que yo no partiré antes de que vosotros hayáis partido.
ACASTO
A menos de ver molesta a la señora, nada me reclama fuera en todo el día.
CLITANDRO
Yo siempre que pueda estar cuando el Rey se recoja, no tengo ningún otro asunto que me
preocupe.
CELIMENA (a Alceste)
Creo que estáis de broma.
ALCESTE
No, de ningún modo; veremos si deseáis que sea yo el que salga.
ESCENA SEXTA
Vasco, Alceste, Celimena, Elianta, Acasto, Filinto,
Clitandro
VASCO
Señor, ahí está un hombre que querría háblaros, por un asunto que, según dice, no puede
esperar.
ALCESTE
Dile que no tengo asuntos tan urgentes.
VASCO
Lleva una casaca con grandes faldones plegados, y con oro encima.
CELIMENA (a Alceste)
Id a ver qué es o bien hacedle entrar.
ALCESTE (yendo al encuentro del Guardia)
¿Qué se os ofrece, pues? Venid, señor.
ESCENA SÉPTIMA
Alceste, Celimena, Elianta, Acasto,
Clitandro, un Guardia del Mariscalato
Filinto,
EL GUARDIA (bajo, a Alceste)
Señor, tengo que deciros dos palabras.
ALCESTE
Podéis hablar alto, señor, para informarme de ellas.
EL GUARDIA
Los Señores Mariscales, cuya autoridad represento, os ordenan, señor, presentaros ante
ellos sin demora.
ALCESTE
¿A quién? ¿A mí, señor?
EL GUARDIA
A vos mismo.
ALCESTE
¿Y para hacer qué?
FILINTO (a Alceste)
Es vuestro ridículo asunto con Oronte.
CELIMENA (a Filinto)
¿Cómo?
FILINTO
Oronte y él se han desafiado hace un momento a causa de ciertos versillos que él no
aprobaba; y quieren apaciguar la cosa en sus comienzos.
ALCESTE
Jamás he de tener yo cobardes complacencias.
FILINTO
Pero hay que obedecer la orden: vamos, disponeos...
ALCESTE
¿Qué arreglo se quiere hacer entre nosotros? ¿El voto de esos señores me condenará a
encontrar buenos los versos que causan nuestra querella? Yo no me desdigo de lo que
dije, los encuentro malos.
FILINTO
Pero con más gentileza de ánimo...
ALCESTE
No he de soltar presa: los versos son execrables.
FILINTO
Debéis demostrar sentimientos dúctiles. Vamos, venid.
ALCESTE
Iré, pero nada será capaz de hacer que me desdiga.
FILINTO
Vamos a enseñaros.
ALCESTE
A menos que reciba del Rey una orden expresa de encontrar buenos los versos en
cuestión, sostendré siempre que son malos, ¡pardiez! y que un hombre merece la horca
después de haberlos hecho. (A Clitandro y Acasto que ríen.) ¡Voto a bríos! Señores, no
creía ser tan gracioso.
CELIMENA
Id pronto a presentaros donde debéis.
ALCESTE
Allá voy, señora, y volveré aquí al instante a terminar nuestras discusiones.



ACTO TERCERO
ESCENA PRIMERA
Clitandro, Acasto
CLITANDRO
Caro Marqués, te veo muy satisfecho de ánimo: nada te inquieta y todo te divierte;
sinceramente, y sin tratar de cegarte, ¿crees tener grandes motivos para estar contento?
ACASTO
¡Pardiez! Al examinarme, no veo dónde encontrar motivo para tener pesarosa el alma.
Tengo fortuna, soy joven, pertenezco a una familia que se dice noble con algún funda-
mento; y por el rango que me da mi linaje, creo que hay pocos cargos a los que no pueda
aspirar. En cuanto al valor, al que debemos considerar ante todo, sin vanidad, se sabe que
no me falta, y me han visto en sociedad hacer frente a un asunto de manera bastante
gallarda y vigorosa. En cuanto a ingenio, lo poseo, sin duda, y buen gusto para juzgar sin
estudio y platicar sobre todo, para hacer en los estrenos, de los que soy idólatra, figura de
entendido en las butacas del teatro, disponer allí como jefe y hacer ruido en todos los
bellos pasajes que lo merecen. Soy bastante diestro, tengo buena apariencia, buena cara,
hermosos dientes sobre todo, y el talle muy fino. En cuanto a estar bien colocado, creo
sin jactancia que sería ridículo venir a discutírmelo. Me veo estimado tanto como es
posible serlo, muy amado del bello sexo, y bien con el Rey. Creo, mi querido Marqués,
creo que con esto se puede estar contento de sí mismo en cualquier parte.
CLITANDRO
Sí; pero encontrando en otra parte fáciles conquistas, ¿por qué exhalar aquí suspiros
inútiles?
ACASTO
¿Yo? ¡Pardiez! Yo no tengo ni talle ni humor para poder soportar la frialdad de una bella.
Queda para las gentes mal hechas, de méritos vulgares, eso de arder constantemente por
beldades severas, languidecer a sus pies sufriendo sus rigores, buscar socorro en los
suspiros y en las lágrimas, y por medio de una corte muy prolongada tratar de obtener lo
que se niega a su poco mérito. Pero las gentes como yo, Marqués, no están hechas para
amar a crédito, y hacer todo el gasto. Por súbito que sea el mérito de las damas, pienso
que, ¡a Dios gracias!, valemos tanto como ellas, que no es razonable que no les cueste
nada el honrarse con un corazón como el mío, y que al menos, para que todo sea
equitativo, se deben hacer adelantos a los gastos comunes.
CLITANDRO
Así, pues, Marqués, ¿piensas estar muy bien aquí?
ACASTO
Tengo alguna razón, Marqués, para pensarlo así.
CLITANDRO
Créeme, sal de ese acabado error; tú te jactas, caro mío, y a ti mismo te ciegas.
ACASTO
Es verdad, me jacto y me ciego, en efecto.
CLITANDRO
¿Pero qué te hace juzgar tan perfecta tu dicha?
ACASTO
Me jacto.
CLITANDRO
¿Sobre en qué fundar tus conjeturas?
ACASTO
Me ciego.
CLITANDRO
¿Tienes pruebas seguras de ello?
ACASTO
Me engaño, te digo.
CLITANDRO
¿Acaso te ha hecho Celimena alguna secreta confesión de su amor?
ACASTO
No, me veo maltratado.
CLITANDRO
Respóndeme, te lo ruego.
ACASTO
Sólo alcanzo repulsas.
CLITANDRO
Dejemos las bromas y dime qué esperanzas pueden haberte dado.
ACASTO
Tú eres el afortunado y yo el miserable: tienen una gran aversión por mi persona y será
preciso que me ahorque alguno de estos días.
CLITANDRO
Y bien, ¿quieres, Marqués, que para conciliar nuestros deseos, nos pongamos de acuerdo
ambos en una cosa? ¿Que si uno puede mostrar una señal segura de tener la mejor parte
en el corazón de Celimena, el otro dejará el campo
al presunto vencedor y lo libertará de un rival asiduo?
ACASTO
¡Ah, pardiez! Me gusta ese lenguaje y me comprometo con toda el alma a ello. Pero
¡chist!
ESCENA SEGUNDA
Celimena, Acasto, Clitandro
CELIMENA
¿Aquí todavía?
CLITANDRO
El amor retiene nuestros pasos.
CELIMENA
Acabo de oír entrar abajo una carroza, ¿sabéis quién es?
CLITANDRO
No.
ESCENA TERCERA
Vasco, Celimena, Acasto, Clitandro
VASCO
Señora, Arsinoe sube aquí para veros.
¿Qué quiere conmigo esa mujer?
VASCO
Elianta está abajo atendiéndola.
CELIMENA
¿Qué se trae entre manos?, ¿a qué viene?
ACASTO
En todas partes pasa por gazmoña consumada y el ardor de su devoción...
CELIMENA
Sí, sí, hipocresía pura: en el fondo es mundana, y todas sus diligencias tienden a
conquistar a alguno sin demostrarlo. No puede ver sino con ojos de envidia los
pretendientes declarados que siguen a otra; y su triste mérito abandonado de todos, está
siempre iracundo contra el ciego siglo. Trata de cubrir con un falso velo de mojigatería la
espantosa soledad que se advierte en su casa; y para salvar el honor de sus débiles
atractivos, considera criminal el poder de que carecen. Sin embargo, un enamorado le
agradaría mucho a la dama, y hasta tiene el corazón tierno para Alceste. Los homenajes
que me rinde ultrajan sus encantos, ella pretende que le haga un robo; y su celoso despe-
cho que oculta a duras penas, se desencadena contra mí bajo cuerda en todas partes. En
fin, para mi gusto no he visto nada más tonto, es impertinente en máximo grado, y...
ESCENA CUARTA
Arsinoe. Celimena. Acasto. Clitandro
CELIMENA
¡Ah! ¿Qué feliz casualidad os trae por aquí? Sinceramente, señora, os extrañaba.
ARSINOE
Vengo por cierta noticia que he creído de mi deber comunicaros.
CELIMENA
¡Ah, Dios mío ¡Qué contenta estoy de veros! (Clitandro y Acasto salen riendo)

ESCENA QUINTA
Arsinoe, Celimena

ARSINOE
Su partida no podía venir más a propósito.
CELIMENA
¿Queréis que nos sentemos?
ARSINOE
No es necesario, señora. La amistad debe manifestarse sobre todo en las cosas que más
pueden importarnos; y como no las hay de mayor importancia que las del honor y la
decencia vengo a testimoniaros por medio de un aviso que atañe a vuestra honra, la
amistad que por vos siente mi corazón. Estaba ayer en casa de gentes de singular virtud,
cuando recayó sobre vos el tema de la plática; y vuestra conducta tan llena de brillo tuvo
entonces, señora, la mala suerte de no ser alabada. Esta turba de gentes cuya visita
soportáis, vuestra galantería y los rumores que provoca, encontraron más censores de lo
necesario y mucho más rigurosos de lo que yo hubiera querido. Ya pensáis cuál fue mi
actitud: hice cuanto pude por defenderos, os excusé con vuestra buena intención y quise
dar caución por vuestra alma. Pero vos sabéis que hay cosas en la vida que no se pueden
excusar por mucho que se desee hacerlo; y me vi obligada a convenir en que la manera
como vivís os perjudica un poco, que adquiere mal aspecto ante la sociedad, que no hay
cuento impertinente que no se borde sobre ella, y que si vos quisiérais, todo vuestro
comportamiento podría dar menos pie a los malos juicios. No es que yo crea, en el fondo
de todo esto, la honestidad herida: ¡presérveme el Cielo de tal pensamiento!, pero se
presta fácil fe a las apariencias del crimen, y no basta ser honesta para sí misma. Señora,
os creo un espíritu demasiado razonable para tomar a mal este provechoso aviso, y para
atribuirlo a otra cosa que a los secretos impulsos de un celo que me liga a todos vuestros
intereses.
CELIMENA
Señora, mucho tengo que agradeceros: un aviso semejante me obliga y lejos de tomarlo a
mal, pretendo retribuir al instante el favor con un aviso que atañe también a vuestra
honra, y como veo que demostráis ser mi amiga enterándome de lo que de mí se
murmura, quiero seguir a mi turno ejemplo tan dulce, advirtiéndoos lo que de vos se dice.
Estando de visita el otro día en cierto lugar, encontré algunas personas de rarísimo
mérito, que hablando de las verdaderas ocupaciones de un alma bien nacida, hicieron re-
caer sobre vos, señora, la plática. Allí vuestra gazmoñería y vuestras ostentaciones
piadosas no fueron citadas como muy buen modelo: esa afectación de un exterior grave,
vuestros eternos discursos sobre honor y prudencia, vuestros gestos y gritos ante la menor
sobra de indecencia en que puede hacer caer a la inocencia una palabra ambigua, esa alta
estima en que os tenéis y las piadosas miradas que arrojáis sobre todos, vuestras
frecuentes lecciones y vuestras agrias críticas sobre cosas que son inocentes y puras, todo
esto, señora, si puedo hablaros con franqueza, fue unánimemente censurado. ¿A qué
viene, decían, ese aire modesto, y esa juiciosa apariencia que todo lo demás desmiente?
Para rezar es puntual en extremo, pero pega a sus sirvientes y no les paga. Ostenta un
gran fervor en todos los lugares devotos, pero se pone afeites y quiere parecer bella. Hace
cubrir las desnudeces de los cuadros, pero tiene amor por las realidades. Por mi parte,
tomé vuestra defensa contra todos, asegurándoles mucho que se trataba de maledicencia;
pero todas las opiniones combatieron la mía y su conclusión fue que haríais bien en
cuidaros menos de los actos de los demás y poner algo más de atención a los vuestros;
que hay que mirarse mucho a sí mismo antes de pensar en condenar a los otros; que hay
que tener la autoridad de una vida ejemplar para ponerse a corregir a la gente, y que aun
así, vale más remitirse, en el caso, a aquellos a quienes el Cielo encomendó esa misión.
Señora, os creo también demasiado razonable para tomar a mal este provechoso aviso, y
para atribuirlo a otra cosa que a los secretos impulsos de un celo que me liga a todos
vuestros intereses.
ARSINOE
Por mucho que nos expongamos al aconsejar, no me esperaba yo, señora, esta respuesta,
y bien veo, por lo que tiene de agria, que mi sincero aviso os ha herido profundamente.
CELIMENA
Al contrario, señora; y si fuéramos discretos se pondrían
en uso estos mutuos avisos: procediendo de buena fe se destruiría con ellos ese gran
enceguecimiento en que todos estamos sobre nosotros mismos. Sólo de vos dependerá
que continuemos con el mismo celo este fiel oficio, y que tengamos gran cuidado de
decirnos, entre nosotras, lo que vos de mí y yo de vos oigamos.
ARSINOE
Ah, señora, nada más puedo yo oír acerca de vos; es en mí donde pueden encontrar
mucho que reprender.
CELIMENA
Señora, yo creo que todo se puede alabar o reprender y que todos tienen razón según la
edad o la afición. Hay una edad para la galantería y hay también una propia para ser
mojigata. Se puede, por política, tomar este partido cuando se amortigua el resplandor de
nuestra juventud: ello sirve para cubrir fastidiosos contratiempos. Yo no digo que no siga
un día vuestras huellas: la edad lo traerá todo, pero como sabemos, señora, no es el
momento de ser gazmoña a los veinte años.
ARSINOE
Ciertamente, os engreís por una ventaja bien pobre, y ponderáis vuestra edad de un modo
terrible. Lo que de ella pueda uno tener más que vos no es tanto como para envanecerse
así; y no sé por qué vuestra alma se encarniza, señora, en acosarme de tan extraña
manera.
CELIMENA
Y yo, señora, tampoco sé porqué se os ve desencadenaros contra mí en todas partes. ¿Hay
que caer sobre mí sin cesar por todos vuestros disgustos? ¿Soy yo responsable de los
homenajes que no se os rinden? Si mi persona inspira amor a las gentes, y si continúan
ofreciéndome todos los días suspiros, que vuestro corazón puede desear que me falten, no
sé qué hacer por ello y no es mía la culpa: tenéis libre el campo y yo no impido que
tengáis encantos para atraerlos.
ARSINOE
¡Ay! ¿Y creéis que alguien se apena por esos numerosos enamorados de que os
envanecéis, y que no sea muy fácil comprender a qué precio se los atrae hoy día?
¿Pensáis hacer creer viendo como va todo que sólo vuestro mérito atrae a esa
muchedumbre? ¿Que no arden por vos sino con amor honesto y que os hacen-todos la
corte por vuestras
virtudes? Nadie se ciega con vanas escapatorías, el mundo no se engaña y conozco
algunas hechas para inspirar tiernos sentimientos, y que sin embargo no retienen a los
pretendientes; de lo cual podemos sacar como consecuencia que no se adquieren sus
corazones sin grandes adelantos, que nadie suspira por nuestros lindos ojos, y que hay
que comprar los homenajes que se nos rinden. No os hinchéis, pues, con tanta vanagloria
por el pequeño mérito de un débil triunfo; y contened un poco ese orgullo de vuestros
encantos que os hace tratar de alto abajo a las gentes. Si nuestros ojos envidiaran las
conquistas de los vuestros, pienso que podríamos hacerlas como cualquiera, no medirnos
ya y haceros ver claramente que se tienen enamorados cuando se los quiere tener.
CELIMENA
Tenedlos, pues, señora, y veamos el caso: esforzaos en agradar por medio de tan raro
secreto; y sin...
ARSINOE
Acabemos, señora, con semejante plática: llevaría muy lejos a nuestros dos espíritus; y ya
me hubiera retirado como corresponde, si no me obligara a esperar aún mi carroza.
CELIMENA
Podéis quedaros cuanto os plazca, señora, y esperar sin ninguna prisa; pero sin fatigaros
con mis cumplimientos, me voy para daros mejor compañía; pues el señor, que viene
casualmente muy a propósito, conseguirá distraeros mejor que yo.

ESCENA SEXTA
Alceste, Celimena, Arsinoe
CELIMENA
Alceste, tengo que escribir una carta de dos líneas que no podría diferir sin perjuicio;
quedáos con la señora: ella tendrá la bondad de excusar buenamente mi descortesía.
ESCENA SÉPTIMA
Alceste, Arsinoe
ARSINOE
Ya veis, quiere que os entretenga mientras espero un momento que llegue mi carroza; y
jamás pudo ofrecerme toda su amabilidad nada que me resultara más encantador que
semejante plática. En verdad las gentes de un mérito sublime conquistan el amor y la
estimación de todos; y el vuestro tiene sin duda secretos hechizos que interesan mi cora-
zón en cuanto os interesa. Quisiera que, con favorable mirada, hiciera la corte mayor
justicia a cuanto valéis: tenéis de qué quejaros y me encolerizo cuando veo que nunca se
hace nada por vos.
ALCESTE
¿Yo, señora? ¿Y qué podría pretender yo? ¿Qué servicio me han visto prestar al Estado?
¿Qué he hecho, por favor, de tan brillante en sí, para quejarme de que no se haga nada
por mí en la corte?
ARSINOE
No todos aquellos a quienes la corte mira con buenos ojos han prestado servicios tan
principales. Necesarios son la ocasión y el poder; y en fin, el mérito que nos demostráis,
debería...
ALCESTE
¡Dios mío! Dejemos, por favor, mi mérito; ¿de qué queréis que se ocupe la corte? Tendría
mucho que hacer y grandes serían sus tareas si se propusiera desenterrar el mérito de las
gentes.
ARSINOE
Un mérito notable se desentierra sólo: el vuestro se tiene muy en cuenta en muchas
partes; y sabréis por mí que en dos grandes mansiones, fuisteis elogiado ayer por gente de
mucho peso.
ALCESTE
¡Ah, señora! Hoy se elogia a todo el mundo, y en este aspecto el siglo no deja de mano a
nadie: todos están igualmente dotados de gran mérito, y ya no es un honor el verse
alabado; rebosamos de elogios, nos los tiramos a la cara, y hasta mi lacayo ha salido en la
"Gaceta".
ARSINOE
Por mi parte, bien querría que para revelaros mejor, un cargo en la corte os pusiera en
evidencia. Por poco que aparentarais pretenderlo, se podrían tocar influencias para
serviros, y yo estoy bien con mucha gente a quienes interesaría por vos, y que os harían
para todo muy fácil camino.
ALCESTE
¿Y qué queréis que hiciera yo allí, señora? El carácter que tengo hace que me destierre de
ella. Al darme la luz, el Cielo no me dotó de un alma compatible con el ambiente de la
corte; no me encuentro las virtudes necesarias para tener éxito y desempeñarme allí. Ser
franco y sincero es mi mayor talento; yo no sé halagar a los hombres al hablar, y quien no
tenga el don de ocultar su pensamiento debe detenerse poco en ese país. Sin duda, fuera
de la corte no se alcanzan ese apoyo y esos honrosos títulos que ella otorga hoy en día;
pero tampoco se tiene, aunque se pierdan esas ventajas, el disgusto de desempeñar muy
tontos papeles; no hay que sufrir mil crueles repulsas, no hay que elogiar los versos del
señor Fulano, ni que incensar a la señora Mengana, ni que soportar el ingenio de nuestros
marqueses.
ARSINOE
Dejemos, ya que así os place, la cuestión de la corte; pero ¡ni corazón debe compadeceros
por vuestro amor; y si he de confiaros lo que pienso al respecto, mucho desearía que
estuviera vuestra pasión mejor colocada. Merecéis, sin duda, más benigna suerte, y es
indigna de vos la que os encanta.
ALCESTE
Pero al decir eso, ¿pensáis, por favor, señora, que esa persona es vuestra amiga?
ARSINOE
Sí; pero mi conciencia está herida hasta el punto de no sufrir más tiempo la sinrazón que
os hacen; el estado en que os veo me aflige demasiado el alma, y os aviso que traicionan
vuestro amor.
ALCESTE
Me demostráis, señora, una tierna solicitud; ¡tales avisos obligan a un enamorado!
ARSINOE
Sí, bien que sea mi amiga, es y la declaro indigna de esclavizar el corazón de un caballero; y el suyo sólo tiene para vos fingidas dulzuras.
ALCESTE
Es posible, señora: no se pueden ver los corazones; pero vuestra caridad hubiera podido
dispensarse de sugerir al mío tal pensamiento.
ARSINOE
Si no queréis que os abran los ojos, no hay que deciros nada, es bastante fácil.
ALCESTE
No; pero por mucho que se nos diga sobre ese tema, las dudas son más molestas que otra
cosa, y por mi parte, querría que no me hicieran saber más que lo que se me pueda
mostrar claramente.
ARSINOE
¡Y bien! Está dicho; vais a recibir plena luz sobre esta materia. Sí, quiero que vuestros
ojos os den fe de todo: dadme solamente la mano hasta mi casa; allí os haré ver una
prueba acabada de la infidelidad del corazón de vuestra bella; y si el vuestro puede arder
por otros ojos, podremos ofreceros algo para que os consoléis.

ACTO CUARTO

ESCENA PRIMERA
Elianta, Filinto
FILINTO
No, no se ha visto alma más dura de boca, ni arreglo más difícil de concluir: en vano se le
quiso dar vuelta por todos lados, no pudieron arrancarlo de su idea; y jamás disputa más
extraña ha ocupado, según pienso, la prudencia de esos señores. "No, señores, decía él,
no me desdigo, y estaré de acuerdo con todo fuera de ese punto. ¿De qué se ofende? ¿Y
qué quiere decirme? ¿Sufre su reputación porque no escriba bien? ¿Qué le importa mi
consejo, que recibió de mal modo? Se puede ser hombre principal y hacer malos versos:
no es al honor que atañen estos asuntos; lo tengo por un caballero en todos sentidos,
hombre de corazón, de calidad y de mérito, todo lo que os plazca, pero muy mal autor.
Alabaré si se quiere su lujo y su despensa, su destreza para el caballo, las armas y la
danza; pero que no se me busque para alabar sus versos; y cuando no tiene uno la dicha
de hacerlos mejores, no debe tener el antojo de rimar, como no sea condenado a ello bajo
pena de la vida." En fin, toda la gracia y la condescendencia a que se ha plegado con
esfuerzo su pensamiento, es a decir, creyendo endulzar mucho su estilo: "Señor, lamento
ser tan difícil y por consideración hacia vos, querría de buena gana haber encontrado
mejor vuestro soneto, hace un momento." Y como conclusión, se les ha hecho cerrar
rápidamente el procedimiento con un abrazo.
ELIANTA
En sus maneras de proceder es muy singular; pero hago mucho caso de él, lo confieso, y
la sinceridad de que su
alma se jacta, tiene alguna cosa, en sí, de heroico y de noble. Es una virtud rara en este
siglo, y yo quisiera verla en todos como en él.
FILINTO
Por mi parte, mientras más lo veo, más me maravillo sobre todo de esta pasión a la que se
abandona su alma: dado el humor con que el Cielo ha querido dotarlo, no sé cómo se las
compone para amar; y menos aún cómo puede ser vuestra prima la persona a la que su
inclinación lo lleva.
ELIANTA
Eso demuestra bien que el amor no siempre es producido en los corazones por una
conformidad de temperamentos; y todas esas razones de dulces simpatías se encuentran
desmentidas por este ejemplo.
FILINTO
¿Pero creéis que lo ama, según las cosas que vemos?
ELIANTA
Ese es un punto muy difícil de averiguar. ¿Cómo poder juzgar si es cierto que ella lo
ama? Su mismo corazón no está muy seguro de lo que siente; en ocasiones ama sin sa-
berlo bien, y también cree amar a veces cuando no hay nada de ello.
FILINTO
Creo que nuestro amigo encontrará, junto a vuestra prima, más pesares de lo que
sospecha; y a decir verdad, si él tuviera mi corazón volvería sus deseos muy hacia otra
parte, y por una elección más justa se le vería, señora, aprovechar de las bondades que
vuestra alma le demuestra.
ELIANTA
Por mi parte, no hago melindres, y creo que se debe proceder de buena fe en estas
cuestiones: no me opongo a su gran ternura; al contrario, mi corazón se interesa por ella;
y si la cosa pudiera depender de mí, se me vería a mí misma unirlo a la que ama. Pero
como todo puede ocurrir, si en tal elección sufriera su amor algún destino adverso, si
ocurriera que coronaran la pasión de otro, podría resolverme a aceptar sus homenajes; y
el rechazo sufrido en tal ocasión no me produciría repugnancia alguna.
FILINTO
Y yo por mi parte, señora, no me opongo a esas bondades que para él tienen vuestros
encantos; y él mismo, si quiere, puede informaros bien de lo que me he cuidado de
decirle
respecto. Pero si por una boda que los uniera a ambos, s no tuvierais ya ocasión de recibir
sus homenajes, los os tentarían el brillante favor que con tanta bondad préstale vuestra
alma: feliz si pudiera recaer sobre mí, en so de que su corazón se sustrajera a él, señora.
IANTA
Bromeáis, Filinto.
UNTO
No, señora, sino que os hablo aquí con toda mi alma. apero la ocasión de declararme
abiertamente, y ansío que apresure en llegar ese momento.

ESCENA SEGUNDA
Alceste, Elianta, Filinto
ALCESTE (bajo)
¡Ah, dadme razón, señora, de una ofensa que acaba de triunfar de toda mi constancia.
ELIANTA
¿Qué pasa, pues? ¿Qué tenéis para conmoveros así?
ALCESTE
Tengo lo que no puedo imaginar sin morir; y el desencadenamiento de la naturaleza toda
no me abrumaría como esta aventura. Esto es hecho... Mi amor... No puedo hablar...
ELIANTA
Tratad de que vuestro espíritu se reponga un poco.
ALCESTE
¡Oh, justo cielo! ¿Debían unirse a tantos hechizos los vicios odiosos de las almas más
bajas?
ELIANTA
Pero, una vez más, ¿qué ha podido...?
ALCESTE
¡Ah!, todo está perdido; he sido, he sido traicionado, he sido asesinado: Celimena...
¿Quién hubiera podido creerlo? Celimena me engaña y no es más que una infiel.
ELIANTA
¿Tenéis una base seria para creerlo?
FILINTO
Acaso es una sospecha ligeramente concebida, pues vuestro celoso espíritu toma
quimeras...
ALCESTE
Ah, ¡pardiez!, metéos, señor, en lo que os importe. (A Elianta.) Es estar demasiado cierto
de su traición el tenerla en mi bolsillo, escrita de su mano. Sí, señora, una carta escrita a
Oronte, ha descubierto a mis ojos mi desgracia y su vergüenza: Oronte, de quien creí que
huía ella las atenciones, y el que menos temía de todos mis rivales.
FILINTO
Una carta puede engañar con la apariencia, y no es muchas veces tan culpable como se
cree.
ALCESTE
Señor, una vez más, por favor, dejadme, y no os ocupéis sino de vuestros asuntos.
ELIANTA
Vos debéis moderar vuestros arrebatos y el ultraje...
ALCESTE
Señora, es a vos a quien esto corresponde; es a vos a quien mi corazón recurre hoy para
poder libertarse de su acerbo pesar. Vengadme de esa ingrata y pérfida prima que
traicionó cobardemente pasión tan constante; vengadme de ese hecho que debe
produciros horror.
ELIANTA
¿Yo, vengaros? ¿Cómo?
ALCESTE
Recibiendo mi corazón. Aceptadlo, señora, en lugar de la infiel: es así como puedo tomar
venganza de ella; y quiero castigarla con los afanes sinceros, con el profundo amor, con
las respetuosas atenciones, diligentes deberes y asiduo servicio, de que este corazón va a
haceros el sacrificio ar
diente.
ELIANTA
Compadezco sin duda lo que sufrís y no desprecio el corazón que me ofrecéis; pero acaso
el mal no sea tan grande como se piensa y vos podáis abandonar ese deseo de venganza.
Cuando la injuria parte de un objeto lleno de encantos concíbense muchos proyectos que
no se ejecutan: y por mucho que se tengan poderosas razones para romper, una culpable
amada bien pronto es inocente; fácilmente se disipa el mal que se le desea y sabemos lo
que es el enojo de un amante.
ALCESTE
No, no, señora, no: por demás profunda es la herida, no hay retroceso, rompo con ella;
nada podría cambiar mi designio, y me castigaría si jamás volviera a estimarla. Hela aquí.
Mi cólera redobla ante su vista; voy a hacerle vivos reproches por su perversidad, a
confundirla plenamente y a traeros luego un corazón totalmente libre de sus engañadores
hechizos.
ESCENA TERCERA
Celimena, Alceste
ALCESTE (aparte)
¡Cielos! ¿Puedo dominar aquí mis arrebatos?
CELIMENA (aparte)
¡Hola! (A Alceste.) ¿A qué se debe el desorden en que os hallo? ¿Y qué significan los
suspiros que exhaláis y esas sombrías miradas que lanzáis sobre mí?
ALCESTE
Que todos los horrores de que es capaz un alma no tienen comparación con vuestras
deslealtades; que la suerte, los demonios y el encolerizado cielo no han producido jamás
nada tan malo como vos.
CELIMENA
He aquí, por cierto, galanterías que me encantan.
ALCESTE
Ah, no hagáis bromas, no es ya hora de reír: enrojeced más bien, que para ello tenéis
motivos; y yo tengo testimonios ciertos de vuestra traición. He aquí lo que presagiaban
las inquietudes de mi alma; no era en vano que se alarmaba mi pasión; por esas
frecuentes sospechas que encontrabais odiosas, buscaba yo la desdicha que ha herido mis
ojos; y pese a todas vuestras gentilezas y a vuestra destreza para fingir, mi estrella me
anunciaba lo que debía temer. Pero no presumáis que he de sufrir sin vengarme el
despecho de verme ultrajado. Sé que nada podemos sobre el amor, que la pasión quiere
ser independiente dondequiera, que jamás se entra a la fuerza en un corazón, y que toda
alma es libre de elegir el que ha de dominarla. Así, no encontraría yo motivo alguno de queja, si
vuestra boca me hubiera hablado sin fingimiento; y rechazando mi amor desde el primer
instante, mi corazón no hubiera podido acusar sino al destino. Pero ver alentada mi
pasión con engañosas confesiones es una traición, una perfidia para la que no puede
haber castigo bastante grande, y todo puedo permitírselo a mi resentimiento. Sí, sí, todo
debéis temerlo tras de semejante insulto; no me domino ya, sino que me domina mi rabia:
traspasado por el golpe mortal con que me asesináis, no se gobiernan ya por la razón mis
sentidos, cedo a los impulsos de una justa cólera y no respondo de lo que pueda hacer.
CELIMENA.
¿A qué se debe, por favor, semejante arrebato? Decidme, ¿habéis perdido el juicio?
ALCESTE
Sí, sí, lo perdí cuando al veros absorbí para desgracia mía el veneno que me mata, y
cuando creí encontrar alguna sinceridad en las traidoras seducciones con que fui hechi-
zado.
CELIMENA
¿Pero de qué traición podéis quejaros?
ALCESTE
¡Ah, qué duplicidad la de este corazón y qué bien domina el arte de fingir! Pero yo tengo
en la mano los medios de reducirlo: poned aquí los ojos, reconoced vuestra letra; el
descubrimiento de este billete basta para confundiros y no hay nada que decir ante
semejante prueba.
CELIMENA
¿Es esto, pues, lo que os perturba el espíritu?
ALCESTE
¿No os sonrojáis mirando este papel?
CELIMENA
¿Y por qué razón habría de sonrojarme?
ALCESTE
¿Cómo? ¿Unís todavía la audacia al artificio? ¿Lo desautorizaréis porque carece de
firma?
CELIMENA
¿Por qué desautorizar un billete de mi mano?
ALCESTE
¿Y podéis mirarlo sin quedar convicta del crimen contra mí de que su texto os acusa?
CELIMENA
La verdad, sois un gran maniático.
ALCESTE
¿Cómo? ¿Desafiáis así este convincente testimonio? ¿Y en lo que me descubre de dulzura
hacia Oronte nada hay que me ultraje ni que os avergüence?
CELIMENA
¿Oronte? ¿Y quién os dice que es para él la carta?
ALCESTE
Las gentes que hoy la han puesto en mis manos. Pero consiento en admitir que sea para
otro: ¿por eso tendrá que quejarse menos de vos mi corazón? ¿Seréis en realidad menos
culpable conmigo?
CELIMENA
Pero si es una mujer la destinataria de este billete, ¿en qué puedo heriros? ¿Y qué tiene de
culpable?
ALCESTE
Ah, la salida está buena y la excusa admirable. No me lo esperaba, lo confieso, y heme
aquí completamente convencido por ella. ¿Osáis recurrir a esas astucias groseras? ¿Y
creéis a la gente tan desprovista de entendimiento? Veamos, veamos un poco por qué
sesgo, de qué manera podéis sostener una mentira tan evidente, y como podéis aplicar a
una mujer todas las palabras de un billete que muestra tanto ardor. Adaptad, para cubrir
vuestra infidelidad, lo que voy a leer...
CELIMENA
No me da la gana. Encuentro divertido que uséis de tal imperio, y que me digáis en la
cara lo que osáis decirme.
ALCESTE
No, no: sin enojaros, molestáos un poco en justificarme los términos siguientes.
CELIMENA
No, no he de hacer nada, y me importa poco todo lo que creáis al respecto.
ALCESTE
Por favor, mostradme que se puede explicar como dirigido a una mujer este billete y
quedaré satisfecho.
CELIMENA
No, es para Oronte, y me gusta que lo crean; recibo con mucha alegría sus homenajes;
admiro lo que dice, estimo lo que es, y estoy de acuerdo con cuanto queráis. Hacedlo,
decidíos, no os detenga nada, y no sigáis calentándome la cabeza.
ALCESTE (aparte)
¡Cielos! ¿Se inventó acaso algo más cruel? ¿Y fue jamás otro corazón tratado de tal
manera? ¿Cómo? (Estoy conmovido contra ella por una justificada cólera, soy yo quien
vengo a quejarme y es a mí a quien se regaña! ¡Se impulsan mis sospechas y mi dolor
hasta el último extremo, se me deja creer todo, se jactan de todo; y sin embargo mi
corazón es tan cobarde como para no poder romper la cadena que lo liga, ni armarse de
un generoso desprecio contra la ingrata de la que está por demás prendado! (A
Celimena.) ¡Ah, qué bien sabéis en esto, pérfida, serviros contra mí mismo de mi
debilidad sin límites! ¡Y manejar en favor vuestro el exceso prodigioso de este fatal amor
engendrado por vuestros ojos traidores! Defendéos al menos de un crimen que me agobia,
y cesad en esa afectación de ser culpable conmigo; demostradme, si es posible, que es
inocente esta carta.: mi ternura consiente en ayudaros; esforzáos vos en parecer fiel, y yo
me esforzaré en creer que lo sois.
CELIMENA
Quitad allá, sois loco con vuestros transportes de celos, y no merecéis el amor que os
tienen. Me gustaría saber qué cosa podría obligarme a descender con vos a las bajezas del
fingimiento, y por qué si mi corazón se inclinara hacia otro lado no había de decíroslo
con sinceridad. ¿Cómo? ¿La halagadora confesión de mis sentimientos no toma mi
defensa contra vuestras dudas? ¿Pueden tener ellas algún peso frente a tal garantía? ¿No
es ofenderme el escucharlas? Y puesto que nuestro corazón para resolverse a confesar
que ama debe hacer un violentísimo esfuerzo, pues que el honor del sexo, enemigo de
nuestras pasiones, se opone con fuerza a declaraciones semejantes, el enamorado que ve
franquear en honor suyo tal valla, ¿debe dudar impunemente de ese oráculo? ¿Y no es
culpable al desconfiar de algo que no se dice sino tras de grandes combates? Quitad,
merecen mi cólera tales sospechas y vos no valéis el caso que os hago: soy una tonta y
me odio por mi simplicidad de conservaros todavía algún afecto; debería fijar mi
estimación en otra parte y daros un legítimo motivo de queja.
ALCESTE
¡Ah, traidora, es extraña mi debilidad por vos! Me engañáis, sin duda, con tan dulces
palabras: pero no importa, debo cumplir mi destino: mi alma se abandona íntegramente a
vos; quiero ver hasta el fin cuál será la vía de vuestro corazón y si tendrá la perversidad
de traicionarme.
CELIMENA
No, vos no me amáis como se debe amar.
ALCESTE
Ah, no hay nada comparable a mi inmenso amor; y en su ardiente deseo de manifestarse a
todos, va a formular deseos en contra vuestra. Sí, querría que nadie os encontrara digna
de amor, que quedarais reducida a una miserable suerte, que al nacer nada os hubiera
otorgado el cielo, que no tuvierais ni rango, ni nombre, ni bienes, a fin de que el ruidoso
sacrificio de mi corazón pudiera reparar la injusticia de semejante suerte, y que en ese día
tuviera yo la dicha y la gloria de veros alcanzarlo todo de manos de mi amor.
CELIMENA
¡Es desearme el bien en forma muy extraña! ¡Presér
veme el cielo de que eso ocurra! Pero he aquí al señor
Dubois, cómicamente equipado.
ESCENA CUARTA
Celimena, Alceste, Dubois
ALCESTE
¿Qué significa esa traza y ese aire azorado? ¿Qué tienes?
DUBOIS
Señor...
ALCESTE
¡Y bien!
DUBOIS
Hay muchos misterios.
ALCESTE
¿Qué pasa?
DUBOIS
Nos va mal, señor, en nuestros asuntos.
ALCESTE
¿Cómo?
DUBOIS
¿Puedo hablar alto?
ALCESTE
Sí, habla y rápido.
DUBOIS
¿No hay allí alguien...?
ALCESTE
¡Ah, cuántos circunloquios! ¿Quieres hablar?
DUBOIS
Señor, hay que batirse en retirada.
ALCESTE
¿Cómo?
DUBOIS
Tenemos que marcharnos a escondidas de aquí.
ALCESTE
¿Y por qué?
DUBOIS
Os digo que hay que abandonar estos lugares.
ALCESTE
¿La causa?
DUBOIS
Hay que partir, señor, sin despedirse.
ALCESTE
¿Pero por qué razón me hablas así?
DUBOIS
Por la razón, señor, de que hay que poner pies en polvorosa.
ALCESTE
Ah, te romperé la cabeza, seguramente, si no quieres explicarte más, bribón.
DUBOIS
Señor, un hombre de traje y cara negra, ha venido a dejarnos en la cocina un papel
garabateado de tal modo, que para leerlo habría que ser peor que el diablo. Es de vuestro
proceso, no me cabe duda, pero el mismo diablo creo que no entendería palabra.
ALCESTE
¿Y bien? ¿Qué? ¿Qué tiene que ver ese papel, traidor, con la partida de que vienes a
hablarme?
DUBOIS
Es para deciros, señor, que una hora después, un hombre que os visita a menudo vino a
buscaros con mucha prisa; y al no encontraros me encargó cortésmente, sabiendo que yo
os sirvo con mucho celo, que os dijera... Esperad, ¿cómo es que se llama?
ALCESTE
Deja en paz su nombre, traidor, y di lo que te ha dicho.
DUBOIS
En fin, es uno de vuestros amigos, eso basta. Me dijo que os arroja de aquí vuestro
peligro, y que estáis bajo la amenaza de ser arrestado.
ALCESTE
¿Pero cómo? ¿No ha querido especificarte nada?
DUBOIS
No: me ha pedido papel y tinta y os ha escrito unas líneas donde pienso que podréis
conocer el fondo de este misterio.
ALCESTE
Dámelo, pues.
CELIMENA
¿Qué puede significar esto?
ALCESTE
No sé, pero aspiro a verme informado. ¿Despacharás, impertinente del diablo?
DUBOIS (después de haber buscado largo tiempo el billete)
¡A fe mía! Señor, lo he dejado sobre vuestra mesa.
ALCESTE
No sé cómo me contengo...
CELIMENA
No os enojéis, y corred a desenredar semejante madeja.
ALCESTE
Parece que, a pesar de toda mi diligencia, la suerte ha jurado impedir que hable con vos;
pero para triunfar de ella permitid a mi amor, señora, volver a veros antes de que acabe el
día.


ACTO QUINTO


ESCENA PRIMERA

Alceste, Filinto
ALCESTE
Os digo que mi resolución está tomada.
FILINTO
Pero sea cual sea ese golpe, ¿debe acaso obligaron...?
ALCESTE
No: por mucho que digáis y por buenas que sean vuestras razones, nada puede apartarme
de lo que digo: excesiva perversidad reina en nuestro siglo y quiero salir de la sociedad
de los hombres. ¿Qué? ¿Ha de coaligarse contra mí todo a la vez, el honor, la probidad, el
pudor y las leyes? Se habla en todas partes de la equidad de mi causa; mi alma reposa en
la seguridad de mi derecho; y sin embargo, véome frustrado en mis esperanzas: ¡la
justicia es mía y pierdo mi proceso! ¡Un traidor, de quien se conoce la escandalosa
historia, sale triunfante por medio de una falsedad negra! ¡La buena fe cede totalmente a
su alevosía! ¡Me degüella y encuentra medio de tener razón! ¡El peso de su hipocresía, en
la que brilla la astucia, da vuelta la justicia y derriba el derecho! ¡Hace legalizar con una
sentencia su fechoría! ¡Y no contento aún de la injusticia que se me hace, el infame tiene
el descaro de darme como autor de un libro abominable que circula entre la gente, un
libro cuya lectura misma es condenable y que merece todas las penas! ¡Y vemos a Oronte
que murmura al respecto, tratando malignamente de apoyar la impostura! ¡Él, que tiene
en la corte rango de hombre principal, a quien nada he hecho fuera de manifestármele
sincero y franco, que viene con apremiante ardor a pedirme, a pesar mío, mi opinión
sobre unos versos que ha hecho; y porque le hablo con honestidad sin querer traicionar ni
a la verdad ni a él, ayuda a abrumarme con un crimen imaginario! ¡Helo ahí convertido
en mi mayor enemigo! ¡Y jamás podrá perdonarme su corazón el no haber encontrado
que fuera bueno su soneto! ¡Y así están hechos los hombres, pardiez! ¡A tales acciones
los induce la gloria! ¡He aquí la buena fe, el virtuoso celo, la justicia y el honor que entre
ellos se encuentran! Vamos, es demasiado soportar que nos castiguen: salgamos de este
bosque, de esta madriguera. Puesto que vivís así, como verdaderos lobos, nunca en mi
vida me tendréis entre vosotros, traidores.
FILINTO
Me parece que vuestro designio es un poco precipitado, y que no es tan grande el mal
como lo creéis: lo que osa imputaros vuestro contrario no ha merecido crédito como para
que os arresten; vemos que por sí mismo se destruye su falso testimonio. Y se trata de
una acción que puede dañarlo mucho.
ALCESTE
¿A él? Él no teme el escándalo de tales pasadas; le está permitido ser tunante
abiertamente; y lejos de perjudicar a su crédito esta aventura, se le verá en mejor posición
mañana.
FILINTO
En fin, lo cierto es que no se ha dado ninguna fe al rumor que contra vos ha esparcido su
malicia: nada tenéis ya que temer por ese lado; y en cuanto a vuestro proceso, del que
podéis quejaros, os es fácil apelar de él en justicia y contra esa sentencia...
ALCESTE
No: quiero atenerme a ella. Por muy sensible que sea el agravio que tal sentencia me
causa, me guardaré mucho de pedir su casación: demasiado bien se ve maltratado en ella
el derecho y quiero que pase a la posteridad como señal insigne y testimonio notable de la
malignidad de los hombres de nuestra época. Podrá costarme veinte mil francos, pero por
veinte mil francos tendré el derecho de echar pestes contra la iniquidad de la naturaleza
humana, y de alimentar odio inmortal contra ella.
FILINTO
Pero en fin...
ALCESTE
Pero en fin, vuestras molestias son inútiles: ¿qué podéis, señor, decirme al respecto?
¿Tendréis el descaro de querer excusar en mis propias barbas el horror de todo lo que
pasa?
FILINTO
No: estoy de acuerdo con cuanto queráis: todo marcha por interés y por intriga; nada
prevalece hoy fuera de la astucia y los hombres deberían estar hechos por diferente
manera. ¿Pero es una razón su poca justicia para querer apartarse de su sociedad? En la
vida, todos esos humanos defectos nos dan ocasión para ejercer nuestra filosofía: la virtud
no puede encontrar más hermoso empleo; 'y si todo estuviera lleno de probidad, si todos
los corazones fueran francos, justos y dóciles, la mayor parte de las virtudes nos serían
inútiles, puesto que nos sirven para poder soportar sin disgusto la injusticia de los demás
cuando estamos en nuestro derecho; y lo mismo que un corazón de una virtud profunda...
ALCESTE
Sé que habláis, señor, admirablemente; siempre abundáis en hermosos razonamientos;
pero perdéis el tiempo y todas vuestras lindas palabras. Lo razonable es que me retire, por
mi propio bien: no tengo bastante dominio sobre mi lengua; no respondo de lo que habría
de decir, y me echaría cien cosas encima. Dejadme, sin discutir, que espere a Celimena:
preciso es que consienta en aprobar mi proyecto; voy a ver si hay amor para mí en su
corazón, y es este momento el que ha de demostrármelo.
FILINTO
Mientras llega, subamos a lo de Elianta.
ALCESTE
No: tengo removida el alma por demasiadas zozobras. Id vos a verla y dejadme en este
oscuro rincón con mi pena negra.
FILINTO
Es una extraña compañía para esperar, y he de obligar a Elianta a que baje.

ESCENA SEGUNDA
Alceste, Celimena, Oronte
ORONTE
Sí, a vos os corresponde considerar, señora, si queréis unirme del todo a vos por tan
dulces lazos. Necesito estar plenamente seguro de vuestra alma: un enamorado no gusta
de las vacilaciones en ese punto. Si la fuerza de mi pasión ha podido conmoveros, no
debéis fingir para ocultármelo; y después de todo, la prueba que os demando, señora, es
que no soportéis que os pretenda Alceste, que lo sacrifiquéis a mi amor, y que lo
desterréis de vuestra casa desde este día.
CELIMENA
¿Pero qué motivo os irrita tanto contra él, cuando tanto os he oído a vos mismo hablar de
su mérito?
ORONTE
Señora, tales aclaraciones no son necesarias; se trata de saber cuáles son vuestros
sentimientos. Escoged, por favor, entre conservar al uno o al otro: mi resolución no
espera más que la vuestra.
ALCESTE (saliendo del rincón donde se había retirado)
Sí, este señor tiene razón: hay que escoger, señora, y su demanda se acuerda aquí con mi
deseo. Idéntico ardor me apremia y la misma preocupación me guía; mi amor quiere una
prueba segura del vuestro, las cosas no pueden ya seguir dilatándose y ha llegado el
momento de que expliquéis vuestro corazón.
ORONTE
Señor, de ningún modo quiero turbar con una importuna pasión vuestra conquista.
ALCESTE
Señor, celoso o no celoso, nada quiero compartir con vos de su corazón.
ORONTE
Si vuestro amor parécele preferible al mío...
ALCESTE
Si es capaz de la más mínima inclinación hacia vos...
ORONTE
Juro nada pretender de ella en adelante.
ALCESTE
Juro claramente no verla nunca más.
ORONTE
Señora, a vos os toca hablar sin embarazo.
ALCESTE
Señora, podéis explicaros sin temor.
ORONTE
Sólo tenéis que decirnos a quién se dirigen vuestros deseos.
ALCESTE
Sólo tenéis que zanjar y elegir entre ambos.
ORONTE
¿Cómo? ¡Parecéis dudar ante tal elección!
ALCESTE
¿Cómo? ¡Vuestra alma vacila y parece incierta!
CELIMENA
¡Dios mío! ¡Qué importuna es esta exigencia ahora, y qué poco juicio testimoniáis
ambos! Bien sé decidirme en esta elección y no es mi corazón el que vacila al presente:
indudablemente no está suspenso entre vosotros, puesto que nada es más rápido que la
elección de nuestros deseos. Pero a decir verdad, me produce una violencia excesiva
tener que haceros en la cara una confesión de tal suerte: yo creo que las palabras
descomedidas no se deben decir en presencia de las gentes; que el corazón da demasiado
indicio de su sentimiento sin que se nos obligue a chocar a los demás; y en fin, que es
suficiente con que más suaves pruebas instruyan a un enamorado acerca de la desgracia
de sus pretensiones.
ORONTE
No, no, nada temo de una confesión franca: por mi parte consiento en ella.
ALCESTE
Y yo la exijo: es su escándalo sobre todo lo que oso pedir .aquí, y no pretendo que
guardéis consideración alguna. Vuestra gran habilidad es conservar a todo el mundo; pero
basta de diversión y basta de incertidumbre; tenéis que explicaros claramente al respecto
o tomo como decisión vuestro rechazo; sabré, por mi parte, explicar ese silencio, y me
tendré por dicho todo lo malo en que estoy pensando.
ORONTE
Os estoy muy agradecido, señor, por esa cólera, y digo en este momento lo mismo que
vos.
CELIMENA
¡Cómo me cansáis con semejante capricho! ¿Es justo
que pedís ¿ Y no os he dicho cuaL es el motivo
que me reitene? Ahí viene Elianta, a quien tomaré por juez.


ESCENA TERCERA
Elianta, Filinto, Celimena, Oronte, Alceste
CELIMENA
Prima mía, me veo acosada aquí por personas cuya voluntad parece haberse puesto de
acuerdo. Ambos quieren con el mismo afán que declare con cuál de ellos se queda mi
corazón, y que por una decisión que debo notificarles en la propia cara, prohiba a uno de
ellos todos los homenajes que pueda rendirme. Decidme si jamás se hicieron así estas
cosas.
ELIANTA
No vengáis a consultarme sobre eso: acaso os encaminaríais mal, pues yo estoy por las
gentes que dicen lo que piensan.
ORONTE
Señora, es en vano que os defendáis.
ALCESTE
Ninguna de vuestras argucias será secundada aquí.
ORONTE
Debéis, debéis hablar sin más vacilaciones.
ALCESTE
Os basta con proseguir guardando silencio.
ORONTE
Sólo quiero una palabra para acabar nuestra discusión.
ALCESTE
Y yo comprenderé si os quedáis callada.
ESCENA CUARTA
Celimena, Elianta, Alceste, Filinto, Oronte, Arsinoe,
Acasto, Clitandro
ACASTO (a Celimena)
Señora, venimos ambos a aclarar con vos un asuntillo, si no os fuera molestia.
CLITANDRO (a Oronte y Alceste)
Señores, os encontráis aquí muy a propósito, pues estáis mezclados también en este
asunto.
ARSINOE (a Celimena)
Señora, os sorprenderá mi presencia; pero mi venida se debe a estos señores: ambos me
han encontrado y se han quejado a mí de un hecho al que no puede prestar fe mi corazón.
Yo tengo una estima demasiado alta por el fondo de vuestro ser, para creeros jamás capaz
de semejante crimen: mis ojos han desmentido sus más seguras pruebas; y como la
amistad no hace caso de las pequeñas discusiones, he querido acompañarlos de buena
gana para veros salir limpia de esta calumnia.
ACASTO
Sí, señora, veamos con espíritu conciliador cómo os arregláis para componer esto.
¿Habéis escrito vos esta carta a Clitandro?
CLITANDRO
¿Escribisteis para Acasto este tierno billete?
ACASTO (a Oronte y Alceste)
Señores, estos rasgos no son oscuros para vosotros, pues no dudo de que su amabilidad
haya sabido ejercitaros demasiado en conocer su letra; pero esto bien vale la pena de ser
leído.
"Sois absurdo al condenar mi jovialidad, y al reprocharme que jamás esté tan alegre como
cuando no estoy con vos. No hay nada más injusto; y si no venís muy pronto a pedirme
perdón por esta ofensa, no he de perdonárosla en mi vida. El gran zanquilargo de nuestro
Vizconde... Vizconde..."
Debería estar aquí.
"El gran zanquilargo de nuestro Vizconde, por quien comenzáis vuestras quejas, es un
hombre que no podría convenirme: y después de haberlo visto, durante tres cuartos de
hora, escupir dentro de un pozo para hacer redondeles, jamás he conseguido formarme
buena opinión de él. En cuanto al Marquesito..."
Soy yo mismo, señores, sin vanidad ninguna.
"En cuanto al Marquesito, que ayer me oprimió la mano largo tiempo, me parece que no
hay nada más sutil que
toda su persona; poco sería si no fuera por la capa y la espada... En cuanto al hombre de
las cintas verdes..." (A Alceste.) Sois mano, señor.
"En cuanto al hombre de las cintas verdes, me divirtió alguna vez con sus brusquedades y
su humor avinagrado; pero hay mil ocasiones en que lo considero lo más fastidioso del
mundo. Y en cuanto al hombre de la chupa..."
(A Oronte.) Ya tenéis remoquete.
"Y en cuanto al hombre de la chupa, que se ha entregado a la literatura y quiere ser autor
pese a todo el mundo, no puedo tomarme el trabajo de escuchar lo que dice; y su prosa
me aburre tanto como sus versos. Metéos pues en la cabeza que no siempre me divierto
tanto como pensáis; que os extraño más de lo que querría en todas las fiestas adonde me
arrastran; y que la presencia de lo que amamos es un maravilloso condimento para
nuestros placeres."
CLITANDRO
Ahora, vedme a mí.
"Vuestro Clitandro, de quien me habláis, y que hace tanto el meloso, es el último de los
hombres por quien sentiría amistad. Él está loco al persuadirse de que es amado, y vos lo
estáis al creer que no os aman. Para ser razonable, cambiad vuestros sentimientos por los
suyos; y vedme lo más que podáis para ayudarme a sobrellevar el disgusto de sus
asiduidades."
Vemos aquí la imagen de una bellísima persona: ¿sabéis, vos, señora, qué nombre
merece? Eso basta: uno y otro vamos a mostrar en todas partes el glorioso retrato de vuestro corazón.
ACASTO
Mucho podría deciros, porque el tema es sabroso; pero no os considero digna de mi
cólera; y os demostraré que los marquesitos tienen, para consolarse, corazones de más
alto.

ESCENA QUINTA

Celimena, Elianta, Arsinoe, Alceste, Oronte, Filinto

ORONTE
¿Cómo? ¿Veo que me desgarráis de esta manera, después de todo lo que os he visto
escribirme? ¡Y vuestro corazón, adornado con bellas apariencias de amor, se promete
sucesivamente a todo el género humano! Quitad, estaba yo por demás engañado y no
quiero seguir estándolo. Me hacéis un bien permitiendo que os conozca: aprovecho del
corazón que así me devolvéis y encuentro mi venganza en lo que vais perdiendo. (A
Alceste.) Señor, no soy ya un obstáculo a vuestros amores, y podéis cerrar trato con la
señora. (Sale.)


ESCENA SEXTA

Celimena, Elianta, Arsinoe, Alceste, Filinto

ARSINOE (a Celimena)
Ciertamente, he aquí la más negra acción del mundo; no podría callarme, me siento
emocionada. ¿Se ha visto jamás proceder como el vuestro? No me inquieto por la suerte
de los otros; (mostrando a Alceste) pero este señor que os otorgaba la felicidad, un
hombre como él, de honor y de mérito, y que os amaba con idolatría, ¿hubiera debido...?
ALCESTE
Señora, os lo ruego, dejadme atender por mí mismo mis intereses en este asunto, y no os
carguéis con inútiles molestias. Por mucho que os vea mi corazón poneros de su parte en
la disputa, no se encuentra en estado de retribuir tan gran celo; y no podríais ser vos en
quien pensara si quisiera vengarme por una nueva elección.
ARSINOE
¡Eh! ¿Creéis, señor, que tengamos tal pensamiento, y que haya tanto apremio por
conseguiros? Me parece que tenéis el espíritu muy vanidoso si ha podido halagarse con
esa creencia. Las sobras de esta señora son una mercancía por la que sería un error
entusiasmarse tanto. Desengañáos, por favor, y no os engalléis: no son las personas como
yo las que os convienen: haríais muy bien en seguir suspirando por ella y ardo en deseos
de contemplar tan hermosa unión.
(Se retira.)

ESCENA SÉPTIMA

Celimena, Elianta, Alceste, Filinto

ALCESTE (a Celimena)
¡Y bien! He callado pese a lo que he visto, y he dejado hablar antes que yo a todo el
mundo: ¿habré alcanzado bastante imperio sobre mí mismo y, podré ahora...?
CELIMENA
Sí, podéis decirlo todo: tenéis derecho a ello al quejaros, así como a reprocharme cuanto
queráis. Me he equivocado, lo confieso, y mi alma, confundida, no trata de evadirse con
ninguna vana excusa. He despreciado aquí el enojo de los demás, pero estoy de acuerdo
en mi crimen por lo que a vos respecta. Razonable es sin duda vuestro resentimiento, sé
cuán culpable debo pareceros, cómo todo parece indicar que os traicioné, y en fin, que
tenéis motivo para odiarme, Hacedlo, consiento en ello.
ALCESTE
¡Ah, traidora! ¿Lo puedo acaso? ¿Puedo triunfar así de mi gran ternura? ¿Y aunque desee
ardientemente odiaros, encuentro acaso a mi corazón pronto a obedecer? (A Elianta y
Filinto.) Ya veis lo que puede una indigna ternura y os hago a ambos testigos de mi
flaqueza. Pero, a decir verdad, esto no es todo aún y vais a verme llevarla hasta el
extremo, demostrando que se nos llama sabios por error y que la debilidad humana existe
en todos los corazones. (A Celimena.) Sí, pérfida, consiento en olvidar vuestros
desmanes; sabré expulsarlos a todos en mi alma, y para mí mismo los cubriré bajo el
dictado de una debilidad a que fue inducida vuestra juventud por las viciosas costumbres
de la época, con tal de que vuestro corazón consienta en secundarme en mi proyecto de
huir de los hombres, y de que os resolváis sin demora a seguirme al desierto donde he
hecho voto de vivir: sólo así podéis reparar ante todos el crimen de vuestros escritos, y
sólo así, después de este escándalo aborrecible para un corazón noble, puede serme
permitido amaros todavía.
CELIMENA
¿Yo, renunciar al mundo antes de envejecer, para ir a enterrarme en vuestro desierto?
ALCESTE
¿Y si es cierto que vuestro sentimiento responde a mi amor, qué puede importarnos todo
el resto del mundo? ¿No están satisfechos conmigo vuestros deseos?
CELIMENA
La soledad espanta a un alma de veinte años: no siendo la mía bastante grande, bastante
fuerte, para resolverme a tomar resolución semejante. Si el don de mi mano puede
satisfacer vuestras ansias, me decidiría a estrechar tales lazos y el himeneo...
ALCESTE
No: ahora mi corazón os detesta, y esta sola negativa hace más que todo el resto. Puesto
que no estáis hecha para encontrarlo todo en mí como yo todo en vos en medio de tan
dulces vínculos, quitad, os rechazo, y tan sensible ultraje me libra de vuestras indignas
cadenas para siempre.
(Celimena se retira.)

ESCENA ÚLTIMA

Elianta, Alceste, Filinto
ALCESTE (a Elianta)
Señora, vuestra belleza está ornada por cien virtudes, y sólo en vos he encontrado
sinceridad; me interesáis grandemente desde hace mucho tiempo, pero dejadme que os
estime siempre en la misma forma; y permitid que mi corazón, agitado por mil
desórdenes, no se doblegue al honor de vuestras cadenas: me siento demasiado indigno y
comienzo a comprender que el cielo no me ha hecho nacer para ese lazo, que sería para
vos un pobre homenaje el desecho de un corazón que no os iguala; y que en fin...
ELIANTA
Podéis pensar lo siguiente: no tengo prisa en otorgar mi mano; y sin inquietarme por
demás, he aquí a vuestro amigo, que la aceptaría si yo se lo rogara.
FILINTO
¡Ah, señora!, ese honor es todo mi anhelo, y a él habría de sacrificar mi sangre y mi vida.
ALCESTE
¡Así podáis conservar siempre esos sentimientos el uno por el otro, a fin de gozar de
dicha verdadera! Yo, traicionado por todos, abrumado de injusticias, voy a salir de este
torbellino donde triunfan los vicios, para buscar sobre la tierra un apartado lugar, donde
se pueda ser hombre de honor libremente. (Sale.)
FILINTO
Vamos, señora, vamos a emplear todos los medios para impedir el designio que se
propone su alma.