ÁNGEL
Una obra de
|
2 de noviembre de 2025, 10:25 | ||
|
Para: gavarreunam@gmail.com |
||
|
||
"Ángel" de Michel Verly es un drama
contemporáneo que explora la soledad, la identidad, el deseo de venganza y la
necesidad de conexión humana a través de la relación entre dos personajes: Ella
(Ángeles), una bibliotecaria de mediana edad, y Él
(Claudio/Adrián/Mario/Toni/Julio/Pascualino), un gigoló.
La obra comienza con un encuentro inusual. Ángeles
contrata a Claudio, no por sexo, sino para que se haga pasar por su marido y la
acompañe a una reunión de antiguos alumnos donde busca vengarse de las
humillaciones sufridas en el instituto. La primera parte establece un juego de
roles y complicidad que los une. La segunda parte, que abarca los años 1999 y
2000, muestra las consecuencias devastadoras de esa acción y cómo su vínculo se
profundiza, transformándose de un acuerdo profesional a una dependencia emocional
y una oscura alianza. Finalmente, ÉL. comete un acto de violencia
extrema para "defender" a ELLA, llevándolos a un destino de
separación forzada, pero, irónicamente, a una conexión inquebrantable.
ÁNGEL
Una obra de
MICHEL VERLY
PERSONAJES
ELLA, una mujer de
cuarenta y cuatro años. Trabaja en una biblioteca.
ÉL, algo mayor que ella. Ejerce
la prostitución.
ESCENARIO
Toda la acción de la obra transcurre en el domicilio
de ELLA, principalmente en el salón. Está decorado de manera bastante
convencional y entre los muebles que lo componen se pueden adivinar algunos
heredados.
1998
ÉL abre la puerta y asoma medio
cuerpo hacia el interior de la casa. Viste con sobria elegancia.
ÉL. ¿Se puede?...
Hola. ¿Hay alguien?... Hola... Ángeles
ELLA. (Desde otra
habitación) Ah, hola. Pasa, pasa. Salgo enseguida. No tardo nada. Tienes el
salón enfrente. Pasa y sírvete algo si quieres. Hay bebidas y vasos en el
mueble de rejilla. Sí, lo verás nada más entrar. Es el más llamativo del salón.
ÉL, más hortera. Marrón dorado. Es un regalo de mi madre. Está junto a
la estantería. Como verás mi madre tiene un gusto pésimo.
ÉL. ¿Siempre dejas la
puerta abierta?
ELLA. ¿La puerta? Sí,
casi siempre. Este es un barrio muy tranquilo. Nos conocemos todos.
ÉL. En la casa de al
lado la puerta estaba cerrada.
ELLA. ¿Has ido a la
casa de al lado?
ÉL. Me he equivocado.
No recordaba si era el siete o el nueve. Ha sido un error. Y he tenido que
llamar al timbre porque su puerta estaba cerrada.
ELLA. Vaya.
ÉL. Me ha abierto una
niña pequeña. Me ha dicho que vivías aquí.
ELLA. Está claro que no
todos pensamos de la misma manera. La verdad es que soy muy confiada.
ÉL. No te
preocupes.
ELLA. ¿Por qué dices
eso?
ÉL. He pasado por la
calle con absoluta discreción. Y esa niña es incapaz de imaginar a lo que me
dedico. Más bien al contrario, tengo pinta de predicador. Nada más ver tu
puerta abierta me he colado dentro. No he estado ni un segundo parado en el
portal. No temas.
ELLA. (Apareciendo) Lo
siento.
ÉL. No, no te
disculpes. No hace falta.
ELLA. Es la primera
vez. Veo fantasmas por todas partes.
ÉL. Lógico. (Pausa) La
niña de aquí al lado te llamó Ángel.
ELLA. Ah, sí. Dice que
cómo narices voy a ser Ángeles si sólo soy una. Así que me llama Ángel.
Tonterías. (Pausa) Y tú eres Claudio, ¿verdad? No tienes pinta de predicador.
(Él sonríe. Ella le tiende la mano)
ÉL. ¿No vas a darme un
beso?
ELLA. Sí, por supuesto,
perdona. (Le besa en una mejilla. Le observa) Eres perfecto.
ÉL. Gracias.
ELLA. Sí, porque no
eres guapo...
ÉL. Gracias.
ELLA. O sea, guapo
llamativo. Me refiero a que tu aspecto entra dentro de lo corriente. No tienes
un cuerpo musculado, voluminoso, ni unas facciones especiales. Incluso el color
de tus ojos es de un marrón de lo más vulgar. Vamos, que puedes pasar
completamente desapercibido.
ÉL. Gracias.
ELLA. No, entiéndeme,
seguro que tienes algo especial. En serio. Aparentas clase. Y por supuesto no
eres nada feo. Además, tienes la edad perfecta. Al menos en apariencia. Y no
quiero saberla. No me interesa. De verdad, eres justo lo que yo quería.
ÉL. Lo que
pediste.
ELLA. Veo que me
expliqué mejor de lo que pensaba. Y aun así creí que no me harían ningún caso.
En serio, creí que me enviarían a alguien extremadamente joven y atractivo.
Supongo que vienes de Orleans.
ÉL. Sí. Una hora y
media de tren. Te saldrá algo más caro.
ELLA. Lo sé. Sí. Pero
tiene su porqué. No te has servido. ¿No te apetece tomar nada? Ah, igual
quieres hielo o algo de la nevera.
ÉL. No suelo
beber.
ELLA. ¿Nada? ¿Nunca?
Yo... Yo sí necesito tomar algo. (Se sirve) ¿Y cómo te animas?
ÉL. Por las
buenas.
ELLA. ¿Qué quiere decir
“por las buenas”?
ÉL. Sin nada, por las
buenas, por el camino más simple. Decidiendo siempre de antemano que lo que voy
a hacer va a ser divertido o estimulante.
ELLA. ¿Tú crees? Yo no
sé cómo va a resultar todo esto. No sé si va a ser divertido o estimulante. Es
un poco una locura. Yo por si acaso... (Muestra su copa) Llámalo falta de valor
si quieres. (Bebe) Estoy aterrada. ÉL. ¿Vamos a salir?
ELLA. Sí. ¿Cómo lo has
adivinado? Ah, por el vestido. Claro. Sí, saldremos dentro de un rato. En media
hora.
ÉL. No hay prisa.
ELLA. Antes tengo que
explicarte varias cosas. Tenemos que ponernos de acuerdo en algunas cosas.
Necesito que me digas... que me contestes... que... (Echa el aire y bebe) Todo
esto no es fácil para mí.
ÉL. Tranquila.
ELLA. Ya. (Bebe) ¿Sabes
conducir?
ÉL. Sí.
ELLA. ¿Cualquier
coche?
ÉL. ¿A qué te
refieres?
ELLA. ¿Sabrías conducir
un coche automático?
ÉL. No lo he hecho
nunca, pero supongo que sí. Con un poco de cuidado al principio.
ELLA. Es más complicado
de lo que parece. Déjalo, intentaré conseguir que me presten uno normal.
Perdóname un momento, voy a hacer una llamada, a ver si por casualidad...
Aunque también podríamos ir en taxi. No es lo mismo, pero no pasaría nada. Es
absolutamente posible.
ÉL. Tú tienes un coche
automático y quieres que yo lo conduzca. Quieres que te lleve a algún sitio.
¿Es eso?
ELLA. Sí, pero no como
chofer. En realidad, es una tontería. Puedo conducirlo yo perfectamente. No sé
por qué he pensado que sería mejor que yo llegase en el asiento del copiloto.
Es una formalidad absurda. Un pensamiento machista que en el fondo tiene su lógica,
porque conociendo a esta gente.
ÉL. Déjame intentarlo.
Haré un esfuerzo por olvidarme de mi pierna izquierda. Si me resulta imposible
siempre puedes llevarlo tú. Te advierto que soy bastante hábil.
ELLA. De acuerdo.
EL da dos pasos y tropieza, cayendo al suelo.
ELLA. ¿Te has hecho
daño? ¿Estás bien?
ÉL. Perfectamente. He
empezado a concienciarme de que no tengo pierna izquierda. (Sonríe) ¿Crees que
lo conseguiré?
ELLA. (Pausa) Ese tipo
de humor... Perdona que te sea tan sincera, pero es que me recuerda tanto al de
ellos. Es un tipo de gracia tan burda, tan fácil. No te ofendas. Es la
“tontada” perfecta. Encaja con todo. Vas a conseguir que te escuchen. Nos van a
tener en cuenta. Puede que hasta consigamos congeniar con todos ellos. ÉL.
Me he perdido. No era mi intención...
ELLA. No, déjalo. Lo
siento. Aún es pronto para que entiendas. Tengo que explicarte bastantes
cosas. Ha sido sólo que de pronto he
visto que cada pieza estaba encajando como la seda, casi sin pretenderlo. Tenía
muchas dudas, pero sinceramente a medida que pasan los minutos se van
disipando.
ÉL. Me alegro. ¿Dónde
vamos?
ELLA. ¿Cuándo? Ah, a
una fiesta. Bueno, en realidad es una cena. Una reunión.
ÉL. ¿Reunión? ¿Eres de
alguna secta?
ELLA. No, por dios. Es
una reunión de antiguos alumnos. Yo casi nunca suelo asistir. Todos los años me
invitan, pero no voy. No. Fui hace dos años. La única vez en realidad. Me sentí
fatal. Me molestaron mucho algunas cosas, algunos comentarios. En esos encuentros
suelen reconstruirse las estructuras jerárquicas del instituto. Hay una
regresión a la soberana estupidez. Todos vuelven a revolotear en torno a los
“líderes”. Y es absurdo. Ya lo era entonces, pero ahora... Porque, ¿sabes?,
puede que ellos no hayan hecho nada de provecho en todo este tiempo, que no
hayan llegado a nada, puede que sean escoria. Y no me refiero sólo a lo
laboral. Resulta deprimente ver a algunas personas que han conseguido mucho
más, personas que tú valoras por sus logros, verlas sometidas de nuevo al
criterio de un payaso. No se puede juzgar como entonces, ni menospreciar como
entonces. Los años han pasado. Es ridículo verse marginada por cómo era una en
aquella época. Y los apodos, esa etiqueta que te pone un “ocurrente” bufón a los
diez y seis años. Imagínate a todo un prestigioso abogado siendo recordado por
megafonía como el caranabo, o ver como saludan a una violonchelista de la
orquesta municipal, casada y con dos hijos diciéndole. Hola, Pupas... ¿Qué tal,
Pupas?... Ante el asombro de su marido, ajeno completamente a semejante
estupidez. El come-tizas, la polilla, la mofeta, el chupón, Anquitas,
Palangana, Acordeón. Mírame. Mírame bien. ¿Cuál dirías que es mi deformidad?
(Se muestra) ¿Qué parte de mi cuerpo dirías que es lo suficientemente ostentosa
como para convertirse en mi eterno apelativo?
ÉL. (Sonríe)
Ninguna.
ELLA. ¿Ninguna? ¿O toda
en su conjunto? ¿No me dirías foca, culogordo, mesacamilla?
ÉL. No.
ELLA. ¿No? ¿Seguro?
Fíjate bien.
ÉL. Seguro.
ELLA. Llevo muchos años
mirándome al espejo con desconfianza. Pensando que en el fondo todos ellos
tenían razón. Es cierto, me he dicho mil veces. Un defecto que iba
progresivamente adquiriendo la dimensión de deformidad. Y he acabado por creer
que esa era la única razón por la que yo estaba condenada para siempre a estar
sola. Es cierto, tenían razón, me he repetido hasta la saciedad. ¿Quién coño va
a reparar en mí? (Bebe) ¿No te parece que tengo todo el aspecto de la eterna
desemparejada?
ÉL. No. (Pausa) ¿Por
qué quieres ir a esa reunión?
ELLA. ¿Te enrollarías
conmigo?
ÉL. Ahora mismo.
ELLA. No, espera. Me
refiero a espontáneamente. Si topases conmigo en algún lugar no demasiado
concurrido, ¿podría pasarte por la cabeza la posibilidad de echarme los
tejos?
ÉL. ¿Qué necesitas
saber exactamente, si te encuentro atractiva?
ELLA. No, no puedes
darme una respuesta objetiva. Déjalo.
ÉL. Aún no sé si te
encuentro atractiva.
ELLA. ¿No lo
sabes?
ÉL. No, no lo sé.
Necesitaría conocerte mejor. No obstante, echaría un polvo contigo sin
dudarlo.
ELLA. (Después de
beber) ¿Por qué? No, no me contestes. No quiero saberlo. No sé si me lo
creería. Claudio. ¿Es tu verdadero nombre?
ÉL. No, es mi nombre
“profesional”. Mi verdadero nombre es Adrián. No, en realidad ese es el nombre
con el que siempre he soñado, el que me hubiese gustado que mis padres me
pusiesen. Definitivamente me llamo Mario. Pero todos me llaman Toni. Por las
mañanas, porque luego por la tarde les da por llamarme Julio, menos ese mes en
concreto que para no crear confusiones me llaman Pascualino.
ELLA. Claudio. Estamos
en enero.
ÉL. Aún no me has
contestado a la pregunta, ¿por qué quieres ir a esa reunión?
ELLA. Por lo mismo que
estás tú aquí.
ÉL. Es mi
trabajo.
ELLA. ¿Y en qué
consiste tu trabajo? ¿En satisfacerme, no? Pues yo también tengo que hacer eso
mismo esta noche. He de trabajar para satisfacerme. He de romper con muchas
cosas. Ponerme delante de doscientas personas y dejar a unos cuantos
despatarrados.
ÉL. Eres una
bomba.
ELLA. Hoy tú eres mi
mejor armamento.
ÉL. Y querías que me
tomara una copa. Esto es fascinante. Hay que tener todos los sentidos a cien
para no perder detalle. Puede ser genial. ¿Y yo qué papel represento
exactamente: tu novio, tu marido, tu amante...?
ELLA. No, mi amante no.
Hay que hacer las cosas creíbles. Dos logros de golpe es excesivo, porque si
tengo un amante tengo un marido. Demasiado en un año. Paso a paso. Mi marido.
(Bebe) ¿Te parece bien?
ÉL. ¿Qué si me parece
bien? Me encanta.
ELLA. ¿Nunca te había
pasado algo así?
ÉL. No, la verdad es
que no. He tenido peticiones raras, pero siempre relacionadas con el sexo. Ya
me entiendes. Digamos que habitualmente no salgo de mi papel.
ELLA. Una de las dudas
que tuve fue la de si te reconocerían, si alguna de mis antiguas compañeras
habría tenido que ver en algún momento contigo. Pero, eso no importa. Está
claro que si alguna de ellas contrató alguna vez tus servicios no iban a poder
decir en voz alta quién eras y a qué te dedicabas. Se lo iban a tener que
tragar. Casi todas ellas están casadas. ¿Te imaginas? Me encantaría poder ver
la cara de cada una de ellas en el instante en que aparezcamos en la fiesta.
Puede que un hueso de aceituna haga pasar un verdadero mal momento a alguna de
esas “merluzas”. Dime una cosa, si cuando estemos ahí dentro reconoces de
pronto a alguna mujer, bueno, alguna clienta tuya, ya sabes... ¿Me
avisarás?
ÉL. No debería.
ELLA. Con
disimulo.
ÉL. No estaría
bien.
ELLA. Ah, claro,
secreto profesional. Perdona, no había caído. Si es que eres lo mismo que un
cura. Sólo que tú bendices con otra cosa. Vamos, bastará con que me des un
pequeño codazo o una discreta patada. Por favor, Claudio.
ÉL. No suelo acordarme
de las mujeres con las que mantengo ese tipo de relación.
ELLA. ¿En serio?
ÉL. Lo que oyes. A no
ser alguien que me contrate con frecuencia. Y te aseguro que eso no suele
suceder.
ELLA. ¿Tan
insatisfechas las dejas?
ÉL. Suele ser sólo una
vez y por despecho. Luego viene el arrepentimiento. Por eso no repiten.
ELLA. ¿Ves cómo eres lo
mismo que un cura?
ÉL. Ya te he dicho yo
antes que tenía pinta de predicador.
ELLA. ¿Y qué pasa
conmigo? ¿Me estás diciendo que después de lo de esta noche no vas a
recordarme?
ÉL. ¿Eso importa?
(Ella se llena el vaso) No lo sé. No tengo ni idea, de verdad. Casi cada día
pasa una mujer distinta por mi vida.
ELLA. Ya, pero esto es
distinto. Me acabas de decir que te encanta la situación, ¿no? (Espera una
respuesta que no se produce) Bueno, déjalo. Es una tontería. (Bebe) Esta tarde
he pasado una hora entera eligiendo el vestido que iba a ponerme. Por una razón
o por otra todos me parecían inadecuados. O excesivamente llamativos: demasiado
escote, demasiado cortos; o excesivamente discretos: de monja para arriba. No
sabía si resaltar mi belleza, la poca que tengo, u ocultarla del todo. Se ha
abierto ante mí un auténtico abismo. Le he cogido miedo a determinados colores.
Esto es una confesión. Antes adoraba el morado, pensaba que me daba un aire
exótico, enigmático. Sería por el contraste con el tono cenizo de mi piel. Pero
ahora cuando me pongo algo de ese tono me veo como un nazareno o como una de
esas coles tan chillonas. ¿Cómo se llaman?, ¿lombardas, no? El marrón también
era uno de mis colores recurrentes. Nada menos. Ya fuese oscuro o tirando a
mostaza. No sé por qué. ¿Ves?, ahí tengo un vacío mental, es algo inexplicable
que en algún momento sin duda tuvo su explicación pero que ahora es tal cual lo
que debe ser, inexplicable del todo. Tal vez me contagié de alguien con un
pésimo gusto. Hay cosas que creemos que no son contagiosas, pero sin duda lo
son. Las que tienen que ver con los gustos, por ejemplo. Y no digo hereditario
sino contagioso. El caso es que mi armario se ha convertido en un sarcófago,
está repleto de momias. Sí, da miedo abrirlo: vestidos morados, marrones, ocres
y alguno que otro negro. El negro está bien. Es siempre discreto, elegante.
Bueno todo depende del diseño del vestido. Yo no sé por qué me aficioné a los
adornos de pedrería incrustados en la tela o a las hombreras exuberantes. Y tú
dirás: ¡Normal, no pasa nada, era la moda de los ochenta! Sí, claro, pero lo
malo es que mi afición a eso data de hace seis meses. ¿Ves cómo tengo que
romper con muchas cosas? Tengo que escapar de mis propios estigmas. No, en
serio, son estigmas. Cada uno de esos colores ha ido tiñendo parte de mi piel.
Me he ido convirtiendo poco a poco en una mujer adusta, algo oscura, de
tonalidades poco alegres. Apenas un rato antes de que vinieras he estado
tentada de salir a comprarme un vestido de un color chillón. Me sentía
desafiante. Hubiera sido capaz de comprarme un vestido naranja o amarillo limón
o fucsia. Hoy tengo que comerme muchas cosas, no sólo el mundo. Pero ya ves.
(Se muestra) Es lo más adecuado para pasar desapercibida en cualquier lugar,
¿no te parece?
ÉL. Te sienta muy
bien.
ELLA. Me sienta del
culo. Pero me da igual.
ÉL. No te da
igual.
ELLA. Tienes razón.
Pero me aguanto.
ÉL. ¿Sí?
ELLA. Yo qué sé. (Bebe)
Le he arrancado las hombreras. Y ahora tengo la sensación de llevar colgando un
yunque en cada uno de mis brazos. ¿No me ves encogida, contrahecha?
ÉL. Estás bien.
(Sonríe) Me acabas de recordar a...
ELLA. No, no quiero
saberlo. Nada de esa clase de recuerdos, ¿vale? No quiero que me cuentes
ninguna de tus historias. No tengo ningún interés en saber cómo son las mujeres
que se acuestan contigo.
ÉL. Iba a hablarte de
mi hermana.
ELLA. Perdona. Lo
siento. Creí que ibas a decirme algo que me podía hacer sentir como todas esas
“despechadas” que te pagan para follar.
ÉL. Muchas de ellas
son estupendas.
ELLA. ¿Qué ibas a
contarme de tu hermana?
ÉL. Nada importante.
Es una afición que tenía a cambiar las cosas en la ropa que se compraba. Se
compraba una blusa, por ejemplo, y a la media hora ya estaba cambiándole los
botones, o haciéndole un pespunte en las mangas, o entallándosela y añadiéndole
un sinfín de pinzas. Yo le decía: Porqué te has comprado entonces esa blusa.
Seguro
que en la tienda había otra a la que no tenías que
tocarle nada. Y ella me decía: Te equivocas. Esta era la que me abría más
posibilidades, la más
cercana a convertirse en la blusa que deseo...
"La que me abría más posibilidades". ¿Te das cuenta? Cualquiera de
esas prendas era sólo un principio para ella.
ELLA. Toda una lección
de vida. No te conformes, no te quedes quieta, no dejes nada como está. Haz que
las cosas te pertenezcan.
ÉL. Me has recordado a
ella.
ELLA. ¿Dónde está
ahora?
ÉL. En Grenoble.
ELLA. ¿No la ves?
ÉL. Apenas.
(Silencio)
ELLA. ¿Te parece
que...?
ÉL. Perdona, sí.
Hablemos de cosas fáciles.
ELLA. ¿Fáciles?
ÉL. Bueno, tenemos que
ponernos de acuerdo en algunas cosas, ¿no?
ELLA. Sí, algo así como
un juego. ¿Conoces el programa Carrusel de corazones?
ÉL. Creo que sí.
ELLA. Es ese en el que
concursan matrimonios. Consiste en coger a uno de ellos por separado, al
marido, por ejemplo, y hacerle unas cuantas preguntas de carácter, digamos,
íntimo. Él las contesta. Después le formulan esas mismas preguntas a la mujer.
Y se trata de que ésta adivine lo que el marido ha contestado previamente. Ya
que se supone que al estar casados tienen que conocerlo todo el uno del
otro.
ÉL. Que gran
error.
ELLA. Es sólo un juego.
Más aciertos, mejor premio. No hay duda de que antes de ir a concursar las
parejas deben de ponerse de acuerdo en muchas cosas.
ÉL. ¿Y cuál es el
premio?
ELLA. ¿Aquí o
allá?
ÉL. Allá. ÉL.
de aquí ya lo sé.
ELLA. ¿Ah, sí? ¿Y cuál
es el de aquí?
ÉL. Bueno, es un
premio para ti. No es un premio “material” pero es un gran premio por lo que
veo. Con eso me basta.
ELLA. Gracias. ¿Y para
qué quieres saber el premio de allá?
ÉL. Curiosidad. A lo
mejor si esto sale bien te propongo que luego nos presentemos al programa de la
tele.
ELLA. No, por favor.
Con lo de hoy creo que tendré bastante. En fin, aquí se trata de que hagamos lo
mismo, ¿sabes por dónde voy?
ÉL. Sí.
ELLA. Veamos... Había
anotado algunas cosas en un papel...
ÉL. No llegaremos a la
fiesta.
ELLA. Será poco rato.
Además, aún queda tiempo. ¿Dónde he puesto el papel?
ÉL. ¿Por qué no
dejamos que las cosas surjan? (Ante la mirada de ella) Cuando nos pregunten. Si
es que nos preguntan.
ELLA. Porque podríamos
contradecirnos. Y ten por seguro que preguntarán.
ÉL. Todos los
matrimonios se contradicen.
ELLA. En cosas
puntuales, o poco concretas. En cuestión de gustos a lo mejor. Pero si los dos
estuvieron en Roma pasando la luna de miel, entonces los dos saben que
estuvieron en Roma.
ÉL. Supongamos que
alguien pregunta en un momento determinado:
¿Dónde pasasteis la luna de miel? Y tú contestas: En
Roma. Supongamos que en ese momento alguien que tienes al lado te dice: Pues tu
marido –Y va y me señala porque yo estoy ahí presente mirándote sin pestañear a
los ojos- me acaba de decir hace un momento que estuvisteis en Praga. Imagínate
la situación. Después del inevitable y consecuente lapso de silencio, ¿qué
harías?... Piénsalo bien. Salir de eso es lo más fácil del mundo. Cariño, de
verdad que eres tonto, bastaría que me dijeses. Todos los hombres sois iguales.
Mira que no acordarte de dónde pasaste la luna de miel. Lo de Praga fue otro
viaje. Y yo podría añadir entonces: Pues
a mí me pareció otra luna de miel, cariño. Y por eso, blablá, blablá... ¿Ves
que fácil?
ELLA. Ya. Pero no deja
de ser arriesgado. Cinco cosas. Concretemos sólo cinco cosas.
ÉL. A ver, ¿Roma o
Praga?
ELLA. No, eso ya me da
igual. Ya sé cómo salir. ¿A qué te dedicas?
ÉL. Soy gigoló.
ELLA. No, en serio,
decidamos algo.
ÉL. Si digo eso, la
gente se va a reír. Me van a tomar por chistoso. Se van a callar y no van a
volver a preguntar sobre el tema. Si por el contrario digo que me dedico a otra
cosa no van a parar de hacerme preguntas: que para qué empresa trabajo, que
cómo está el mercado laboral en ese terreno, que desde cuándo me dedico a
eso...
ELLA. No si no es un
trabajo excesivamente atractivo.
ÉL. Elige tú.
ELLA. (Bebe) No me
importa.
ÉL. ¿Con quién te
gustaría estar casada? No, esa precisamente no es la pregunta. Seguro que tú
ambicionas a alguien con un trabajo atractivo. La pregunta sería: ¿Con quién te
conformarías con estar casada?... ¿Con un empleado de banco?
ELLA. Me da igual. En
serio.
ÉL. ¿Con un
pasante?
ELLA. No sé.
ÉL. ¿Con un gerente,
con un funcionario, con un representante de cosméticos?
ELLA. Lo que tú
quieras.
ÉL. ¿O nos vamos ya un
poco más abajo en el escalafón: un conserje, un dependiente, un zapatero...?
(Ella le mira) ¿No te das cuenta de que cualquiera de esos trabajos lleva
detrás un sinfín de preguntas, socialmente hablando? Pero bueno, no importa, ya
has visto que me encanta el riesgo.
ELLA. Di que eres
gigoló.
ÉL. Diré que soy
farmacéutico.
ELLA. ¿A qué viene eso
ahora?
ÉL. He tenido una
visión.
ELLA. Pero... Vale.
Supongamos que dices eso, ¿qué pasa si a alguno le da por decir que un día
pasará a hacerte una visita? ¿Qué dirección piensas darle, que piensas decir si
te preguntan en qué farmacia trabajas?
ÉL. Ahora en ninguna.
Trabajo para una empresa farmacéutica. Investigación, ¿ya sabes?
ELLA. ¿Qué empresa?
¿Qué investigación?
ÉL. ¿Van a hablarme en
ese tono? ¿Qué pasa, que todos tus amigos son policías? “Top secret”, les diré.
Y que se jodan.
ELLA. En la fiesta
habrá otros farmacéuticos, ¿qué sabes tú de farmacia?
ÉL. Más de lo que
imaginas.
ELLA. ¿En serio?
ÉL. En serio.
ELLA. Quieres decir
que... (ÉL. afirma) ¿Y por qué no me lo dijiste al principio?
ÉL. No me gusta
remover en mi pasado. Digamos que mi padre se empeñó en que estudiase una
carrera. Pese a ser de clase baja, fui a la universidad. Por un sólo año no la
terminé. ¿Me imaginas detrás de un mostrador vestido con una bata blanca?
ELLA. ¿Qué pasó?
ÉL. Ya tenemos una.
¿Cuáles son las otras cuatro?
ELLA. ... Veamos.
Llevamos poco más de un año casados. Yo trabajo por las mañanas en una
biblioteca. Mis padres viven en Toulouse, así que apenas los vemos, un par de
veces al año... ¿Por qué no la terminaste?
ÉL. ¿Sabes cómo nos
conocimos?
ELLA. ¿Quiénes?
ÉL. Tú y yo. Yo estaba
jugando a la petanca en el parque del barrio con unos amigos y justo cuando fui
a lanzar pasaste tú. Por culpa de una ráfaga de tu penetrante perfume se me
torció el tiro y la bola fue a parar de lleno a tu pie derecho.
ELLA. ¡Uf, qué dolor!
Pero qué bonito... Me gusta. Y entonces me llevaste a curar a tu
farmacia...
ÉL. No. Al club
nocturno en el que trabajo.
ELLA. ¿Pero no habíamos
quedado en que eras farmacéutico?
ÉL. De vez en cuando
me saco un sobresueldo.
ELLA. Va, cuéntame
más.
ÉL. ¿Y tu papel?
ELLA. A la mierda mi
papel.
ÉL. Casi todas las
vidas son inventadas.
ELLA. Sí, pura
ficción.
ÉL. Mejor así, ¿no
crees?
ELLA. Más divertido.
Pero más aterrador. Si se pudiesen atar los nervios.
ÉL. Tú cógete a mí
antes de entrar.
ELLA. No puedes
imaginarte lo que significa para mí tener un cómplice después de tanto
tiempo.
ÉL. ... ¿Sabes lo que
hice? Te di un masaje en el pie que aún no has olvidado.
ELLA. ¿Tú qué sabes si
lo he olvidado?
ÉL. Lo sé. Todas las
noches antes de acostarnos me pides que te de uno lo más parecido posible a
aquel.
ELLA. Y tú me lo
das.
ÉL. ¿Todas las
noches?
ELLA. Nos queremos
mucho. No hemos discutido ni un solo día desde que nos conocimos.
ÉL. Únicamente para
decidir dónde pasaríamos la luna de miel, si en Roma o en Praga.
ELLA. No, eso no fue
discutir.
ÉL. Me encanta esa
parte de ti.
ELLA. ¿Cuál?
ÉL. La del optimismo
indiscutible.
ELLA. Yo no tengo esa
parte.
ÉL. Sí, sólo que no la
sacas muy a menudo.
ELLA. Será que tú me la
contagias. Presiento que esta noche voy a estar irreconocible. Ah, sólo una
cosa más: odio el queso. Lo odio con toda mi alma. No se te ocurra ofrecerme un
canapé de queso.
ÉL. Nada de canapés de
queso.
ELLA. ¿Y tú?
ÉL. ¿Yo qué?
ELLA. ¿Qué es lo que
odias?
ÉL. Poca cosa.
ELLA. ¿Qué? No quiero
meter la pata.
ÉL. ¿De verdad quieres
saberlo?
ELLA. Claro.
ÉL. No viene a
cuento.
ELLA. A ver.
ÉL. En realidad, no es
a qué sino a quién.
ELLA. No importa.
Dímelo.
ÉL. Odio a mi padre
porque mató a mi hermano.
ELLA. ... ¿Es cierto
eso?
ÉL. Tal vez. O quizás
forme parte de nuestra ficción.
ELLA. Lo siento. Si es
verdad, lo siento.
ÉL. No tienes nada que
sentir. No sé porque te he dicho eso.
Precisamente ahora. Olvídalo. Vas a ser la reina de la
fiesta.
ELLA. En esta fiesta no
hay ninguna reina.
ÉL. Yo creo que
sí.
ÉL. la besa. Ella se
calla, y apura el contenido del vaso de un solo trago.
ELLA. ¿Por qué has
hecho eso?
ÉL. (Después de
sonreír) Porque pienso hacerlo bastantes veces durante la noche y no quiero que
te pille desprevenida. Entre tú y yo eso es lo más normal del mundo. Estamos
casados, ¿recuerdas? Y nos queremos con locura. ¿No es eso lo que quieres que
piense la gente?
ELLA. Deberíamos irnos.
Se está haciendo tarde. Seguiremos hablando durante el camino. (Toma su
chaqueta y su bolso) Por favor, se amable conmigo esta noche.
ÉL. ¿Sólo amable?...
¿Acaso lo pones en duda?
ELLA niega con la
cabeza y abandona la habitación. EL la sigue.
Una cama, iluminada por una luz muy tenue. Sobre las
sábanas blancas una mujer, cercana a los sesenta años, semidesnuda. EL la
acaricia y empieza a hacerle el amor. La mujer manifiesta su placer a través de
la respiración que se torna cada vez más agitada. Mientras, se escucha de fondo
la voz de ELLA.
ELLA. Es una tontería.
No creo que signifique nada. Además, ni siquiera puedo describirlo por
completo. Algunas cosas están borrosas, sobre todo las que conciernen al final.
Yo voy subida en una especie de carro. Una calesa, creo que se llama. Pero no
lleva caballos, ni nadie que la guíe. Voy sola, por un camino cubierto de
nieve. O más bien de leche. Sí, porque desde encima de la calesa parece que sea
algo líquido y no algo sólido. Sin embargo, las ruedas no se hunden. A los
lados del camino no hay nada. Y cuando digo nada significa nada. La Nada. El
vacío total y absoluto. No sé lo que hago ahí ni a dónde voy. Ni siquiera sé si
avanzo. Me muevo, eso sí, porque veo pequeñas ondas que nacen desde debajo de
las ruedas. Pero hacia dónde, no lo sé. De pronto, sobre mí, aparece el cielo,
como si se tratara de una cúpula que se fuera desplegando. Vertiéndose de forma
muy suave. El cielo tiene un color igualmente inmaculado. Puede que sea azul,
un azul muy tenue, celeste, pero al contacto con el suelo se torna blanco y
lechoso como éste. Sólo se distingue un punto negro en lo alto, como una
estrella en negativo, a muchos kilómetros. Juraría que está situado justo
encima de mí. No hay nada más, mire hacia donde mire no veo nada más. Tampoco
se escucha sonido alguno. Bueno, sólo uno, ese que se escucha al final, no sé
después de cuánto tiempo. Una especie de silbido, como de algo cayendo a mucha
velocidad desde muy arriba, desde muy lejos. Como el sonido de una flecha
cortando el aire. Es un sonido largo, que dura varios minutos. Pero no es una
flecha aunque el sonido lo recuerde. Es una gota. Con una gran precisión, una
gota cae justo donde tengo colocada mi mano. Cae sobre mi mano. Una sola gota,
sin más lluvia detrás. Una gota rojiza. Bermellón. Oscura y densa. Como si
fuera de sangre. La misma textura. Después creo que sucede algo que tiene que
ver con el movimiento, con el cambio de color del paisaje, con la calesa que
desaparece, algo que rompe con el sosiego... Pero eso ya lo tengo más borroso.
No lo recuerdo bien. Tal vez fue entonces cuando me desperté.
Un fogonazo de luz blanca quema repentinamente la
escena.
1999
ELLA entra en la casa
muy alterada. Echa el cerrojo a la puerta. Lleva puesto un elegante vestido
rojo. Va hasta el salón. Tira el bolso con rabia sobre una butaca. Se sirve un
whisky. De un sorbo apura el contenido de la copa. Se derrumba llorando en el
sofá. Llaman a la puerta. ELLA no se mueve. Vuelven a llamar. ELLA
se calla y mira en dirección a la puerta.
ÉL. (Desde la calle)
Ángeles. ¡Ángeles! Abre, por lo que más quieras.
(Vuelve a llamar) ¡Ábreme, por favor! Te juro que no
tenía ni idea. Te lo juro. Yo no tengo nada que ver con esta mierda, en
serio.
ELLA. Déjame en
paz.
ÉL. No me hagas esto.
No puedes. Estoy tan jodido como tú. ¡Vamos, déjame entrar!
EL vuelve a llamar insistentemente. ELLA se
incorpora y va hasta la puerta. La abre. Sin esperar, camina hasta el
salón.
ÉL. (Entrando)
Ángeles, Ángeles, lo siento. Yo no... Te juro que no sabía nada. De verdad. Ha
sido una trampa. A mí también me la han pegado. Cuando esa mujer me llamó yo no
podía imaginar...
ELLA. No tienes que
contarme nada. No me des explicaciones.
Te creo.
ÉL. ¿Entonces?
ELLA. Entonces vete y
déjame en paz. Ya está. Olvídalo.
ÉL. No. Tú crees que
he tenido algo que ver.
ELLA. Qué no, en serio.
¡Qué no!
ÉL. Te estoy diciendo
que me han jodido tanto como a ti, que me han utilizado para hacerte daño pero
que también a mí me han hecho daño. No te imaginas lo que he llegado a sentir
en ese momento, al verte, al tenerte frente a mí en medio de todas aquellas miradas,
de todo aquel rumor que nos estaba lapidando.
Nos estaba, te lo aseguro, a los dos. Yo también me he sentido
impotente, con ganas de... No sé, Ángeles. De verdad, no sé... No puedes pedirme que me vaya así sin
más.
ELLA. Sí puedo.
ÉL. Pero, ¿qué más
quieres que te diga? ¿Lo siento? ¿Quieres que te diga que lo siento?
ELLA. No quiero que me
digas que lo sientes. Sé que no has tenido nada que ver. Pero quiero estar
sola. ¿Lo entiendes? Es lo único que quiero.
ÉL. Cuando estaba a
punto de entrar en esa sala de fiestas, cogido de la mano de esa mujer, por la
puerta de atrás, he pensado en ti. Créelo. Antes de que todo esto sucediera. De
repente me he acordado de aquella noche. Había algo parecido en todo aquello: la
luz, el olor, una mujer inquieta y temblorosa que parecía arrastrarme hacia
algún juego con la victoria dibujada en el rostro... Y en ese momento, justo
cuando estaba a punto de entrar, gracias a eso, me he sentido bien. El único
momento de placer de toda la noche, de todo el año. Me he sentido muy bien. Yo
no sabía lo que iba a pasar ahí dentro. Te lo juro. No lo sabía. A pesar de
haber tenido ese pensamiento repentino, casi premonitorio, no he sido capaz de
relacionar...
ELLA. Por favor...
EL se calla y la mira. Hay un silencio. ELLA
rompe a llorar.
ELLA. Qué mierda. Qué
hijos de puta... Dios, ¿qué voy a hacer? ¿Qué voy a hacer?
ÉL. Nada. No vas a
hacer nada. Vas a olvidar. Ya lo verás.
ELLA. No lo
entiendo.
ÉL. ¿Qué tienes que
entender?
ELLA. Nunca habían
hecho algo así. Nunca algo tan cruel. Ha sido peor que cualquiera de sus
jodidas bromas de instituto.
ÉL. Se lo pusiste en
bandeja.
ELLA. Lo estaban
pidiendo año tras año. Fue un simple juego. No les hice ningún daño.
ÉL. Todo el que te
puedas imaginar. Tu reaparición en el “patio” fue gloriosa.
ELLA. Toda mi vida
esperando algo así. Pasear entre ellos sin el estigma con el que me habían
marcado. Con la cabeza bien alta. A la mierda sus motes, sus cuchicheos, sus
adjetivos humillantes. ¡A la mierda! Aparecer con un hombre y restregárselo por
las narices. Y ser feliz, ¡feliz! Merecidamente feliz.
ÉL. Eso fue lo que les
jodió. Y más aún que no fuera verdad.
ELLA. No debí hacerlo.
ÉL. ¿Cómo puedes
pensar eso después de lo que acabas de decir?
ELLA. No debí... Mira
lo que ha pasado.
ÉL. A la mierda, tú lo
has dicho. ¿No disfrutaste?
ELLA. Sí... Sí,
muchísimo. (Secándose las lágrimas) Me encantó.
ÉL. ¿Entonces?
ELLA. Y volvería a
hacerlo. Volvería a joder a esos cabrones... Pero ahora... Ya ves... Ahora van
a volver más fuertes que nunca.
ÉL. ¿Quién va a
volver? ¿Quién? Se acabó. Ya se acabó. Esta historia se ha terminado. No hay
más. Míralo de esta forma: un reinado de un año es lo normal, como las misses.
Después de eso también a ellas les dan la patada.
ELLA. Pero no de esta
forma.
ÉL. A veces peor.
Seguro.
ELLA. No voy a volver a
ir tranquila por la calle.
ÉL. ¿Cómo que no? Son
ellos los que no van a poder ir tranquilos... Van a tener que ir con la cabeza
gacha. Esto no puede dejarles indiferentes.
ELLA. ¿Qué no?
ÉL. Algún
remordimiento les quedará.
ELLA. Ja.
ÉL. ... Es igual, no
necesitas nada de esa gente.
ELLA. Alguna de esas
hijas de puta debió reconocerte. O debió contratar tus servicios durante este
año...
ÉL. Puede. No
sé...
ELLA. ¿Te imaginas su
cara al verte llegar? ¿Puedes imaginártela? Debió ser todo un poema.
ÉL. Debió pensar ¿Qué
coño hace el marido de Ángeles aquí si yo he llamado a un chico de compañía? A
no ser... A no ser que el marido de Ángeles sea el chico de compañía... O que
se haya montado un negocio de “farmacia-expres” y trae una caja de preservativos
por encargo del maromo.
ELLA. Si te hubiera
dicho quién era.
ÉL. ¿Tú crees que
alguna de esas mujeres tendría tanto valor? ... ¿O tan pocos escrúpulos? ¿Te
imaginas?: Hola, ¿no me recuerdas de la fiesta? Soy una compañera de colegio de
tu mujer. ¿Echamos un polvo a su salud ahora que no nos ve? No, imposible.
Hubiera sido alucinante, viniendo de alguna de esas pánfilas.
ELLA. Siento
desilusionarte, pero debo decirte que la cara de placer que tenía cuando estaba
debajo de ti; o encima, me da igual, no era por lo bien que te la estabas
follando sino porque tenía entre manos la mejor historia del año, el germen de
una de las mayores putadas habidas y por haber. Estaba disfrutando como una
loca porque se me iba a follar, no porque te la estuvieras follando. Estaba
loca por contarlo. Y no sabes el placer que eso le estaba dando. El orgasmo
deseado por cualquier mujer. Lo siento.
ÉL. Más siento yo no
haberla reconocido...
ELLA. No podías. Había
demasiada gente aquella noche.
ÉL. Si hubiera sido
poco después de la fiesta. Un par de semanas después. Me quedé con algunas
caras.
ELLA. ¿Quién coño
sería? La mayoría de ellas están casadas. Sólo hay tres o cuatro divorciadas,
pero tienen pinta de ser más felices aún que el resto. Vamos, que no creo que
necesiten los servicios de alguien como tú. Quiero decir que aún son lo
suficientemente atractivas como para tener lo que quieran. No, debió ser alguna
de esas amargadas. Hay un grupito que...
Alguna de las que están casadas con alguno de esos idiotas que han limitado
tanto su vida que ya se creen que lo tienen todo. Incluso la estabilidad. ¿Cómo
es posible que no se den cuenta de que la auténtica conclusión de todo esto es
otra, bastante más terrible?: mi mujer es una insatisfecha que necesita de los
servicios de un gigoló porque nuestra vida es una auténtica mierda.
ÉL. Lástima no haberla
reconocido.
ELLA. No podías, en
serio.
ÉL. Nada de esto
hubiera ocurrido. Si la hubiera reconocido, la hubiera estrangulado. Teniéndola
debajo, o encima, da igual, pero tan cerca que no tenía más que rodear su
cuello con mis manos... No sabes lo fácil que resulta mezclar el placer con la
violencia. Hay un punto en el que pueden confundirse, cuando la mano sobrepasa
la caricia y sólo hay que dar un pequeño paso. Bailar el cascanueces.
ELLA. ¿Qué?
ÉL. Crack. Partirle la
nuez.
ELLA. No digas
tonterías...
ÉL. Y luego la hubiera
descuartizado... (Sonríe ampliamente y pone voz de “malvado”) Como Jack el
destripador... Y te hubiera traído un trocito de recuerdo. ...Y hubiéramos
vuelto a la fiesta con su cóccix colgando de nuestro cuello a modo de
medallón...
ELLA. Pero, ¿qué te
pasa?
ÉL. No, ahora en
serio, deberíamos habernos sentado.
ELLA. ¿Sentado?
ÉL. Sí. Cuando han
dicho todo aquello por megafonía... Cuando estábamos frente a frente escuchando
toda aquella mierda deberíamos habernos sentado sin más, como si nada.
ELLA. Como si
nada.
ÉL. Sí. Tal cual.
ELLA. No hubiera
podido.
ÉL. Ya lo creo que
hubieras podido. Con un poco de sangre fría hubieras podido.
ELLA. En ese momento
era lo único que no tenía.
ÉL. Pues era lo más
apropiado.
ELLA. ¿ÉL. qué,
tener sangre fría?
ÉL. Sentarse
tranquilamente. No darle ninguna importancia a lo que estaba pasando.
Hubiéramos provocado el desconcierto. Y antes incluso deberíamos habernos
besado. Deberíamos habernos dado un beso largo y aislante. Al fin y al cabo,
era nuestro reencuentro después de un año. Podríamos incluso haberles provocado
un poco de envidia. Deberíamos haberles hecho creer que nada de aquello nos
estaba afectando.
ELLA. ¿Y qué hubiera
pasado?
ÉL. Algo grande.
ELLA. ¿Tú crees?
ÉL. ¿Tú no? Se les
hubieran caído las bragas y los calzoncillos al suelo a todos. ÉL. tiro
por la culata. Hubiera sido como meterles un supositorio de glicerina a todos.
Deberíamos habernos dado un buen beso de los que te dejan sin aliento y luego
habernos ido a una mesa a cenar tranquilamente. Nos ha faltado destreza. Y
telepatía, claro.
ELLA. Claro. No sé cómo
no se me ha ocurrido. Y luego presentarnos a “pareja de la noche”. Con nuestra
mejor sonrisa. Aún he tardado demasiado en salir corriendo.
ÉL. Yo he sido
incapaz... He tenido que quedarme un momento. No podía moverme, no podía
creerme lo que... Me he quedado agarrado al suelo, en el centro de aquella
inmensa sala, en medio de toda aquella gente... Por eso me hubiera gustado...
No sabes cómo me iba el corazón. Una olla a presión a punto de reventar...
Luego ha sido más fácil de lo que creía. Sólo he tenido que aguantar sus
miradas hasta conseguir que poco a poco se hiciera el silencio. Destruir sus
sonrisas. He grabado sus caras en mi cabeza. Hoy sí. Todas las que alcanzaba.
Me he imaginado un zoológico donde verles enjaulados. Y he soñado con el placer
de darles caza.
ELLA. No está mal. Para
un momento tan difícil.
ÉL. Soñar es
gratis.
ELLA. Tratándose de
ellos, prefiero una dura vigilia.
ÉL. ¿Y qué estabas
haciendo tú ahí, si puede saberse? ¿Eh? ¿Cómo se te ocurrió ir a esa fiesta sin
mí? Deberías haberte dado cuenta de que no podías... Todo fue tan bien el año
pasado. Tendrías que haberme llamado.
ELLA. Lo hice. Nada más
recibir la invitación. Hace casi veinte días. Pero me dijeron que para esa
fecha ya estabas comprometido.
ÉL. Debería haberte
dejado mi teléfono.
ELLA. Ya estaban
maquinándolo todo. ¿Te das cuenta? Te juro que al principio no supe si debía
ir, pero después de lo del año pasado me afloró el optimismo... Tienes que
entenderlo. Me sentía pletórica. (Mostrando su vestido) Ya ves, rojo pasión...
ÉL. Estás
preciosa.
ELLA. De lo que me ha
servido... ÉL. caso es que al llegar, todo el mundo me preguntó por ti.
Se deshacían en halagos... Qué hijos de puta. Yo les dije... Me inventé que no
habías podido ir porque te habías puesto repentinamente enfermo. Se me ocurrió
hasta una broma. De golpe. Sí, dije que te habías automedicado y que pese a ser
farmacéutico no debías haber acertado con la medicación porque te habías puesto
mucho peor. Creo que en realidad no se rieron por la ocurrencia que tuve sino
por el modo en que salí del paso con tanta ingenuidad. Ahora entiendo las cosas
que ocurrieron. La extrema amabilidad con la que me recibieron. ÉL.
corro que se hizo en torno mío era más amplio de lo habitual, era realmente
enorme. Había demasiada gente interesándose por mi, y por ti. En especial
algunos, los que posiblemente habían tramado todo esto. Querían estar en
primera fila para no perderse mi reacción cuando tú llegases cogido de la mano
de otra mujer. ¿Qué fue lo que dijeron por megafonía, lo primero? En este
momento hacen su entrada Natalie Signat y su acompañante. ¿O dijeron
directamente su juguete, su semental, su pedazo de carne...? Compañeros, ¿no os
resulta familiar ese hombre que acaba de entrar? ¿No juraríais que es...?
Ángeles, qué callado lo tenías. Amigas, invita la casa. Con permiso, claro
está, de Ángeles. ÉL. maromo es todo vuestro. Ya está pagado.
ÉL. He tenido un
maravilloso recibimiento, ¿verdad?
ELLA. Lo siento. No he
pensado en ti. Me he puesto a despotricar y no he pensado en el daño que te han
hecho.
ÉL. Debería haber
dicho que era gigoló. El año pasado. Debería haberlo dicho. No hubiera habido
sorpresas.
ELLA. ¿Quieres beber
algo?
ÉL niega con la cabeza. ELLA
se sirve un whisky.
ÉL. ¿Cómo se llama
ese, el que va de gracioso, el más alto, con el pelo de punta a lo
puercoespín?
ELLA. Gérôme.
ÉL. Gérôme. ¿Era él el
que hablaba por megafonía, no? Me recuerda terriblemente a mi primo, Salcedo.
Sí, tanto en lo físico como en la forma de ser. Mi primo Salcedo, un cabronazo
de cuidado, un hijo de puta increíblemente gracioso. Pero sin pizca de gracia.
¿Sabes a lo que me refiero?
ELLA. Creo que sí.
ÉL. ÉL. típico
gracioso que hace gracia sólo al que está de su lado. Pero si estás enfrente,
si te está utilizando a ti o a alguien cercano a ti, entonces no tiene ni pizca
de gracia. Porque Salcedo era así, igual que este, necesitaba utilizar a
alguien para hacer gracia, necesitaba masacrar a alguien, reírse de la
desgracia ajena, ya sabes. Yo solía decirle: La vamos a tener Salcedo. Algún
día tú y yo la vamos a tener. Y él solía contestarme: Vamos primo, ya sabes que
sólo bromeo. Y entonces soltaba algo verdaderamente gracioso que no tenía que
ver con nada ni con nadie. Y lograba distender la situación. Sí. ÉL. muy
cabrón. Aunque yo siempre me iba con una sensación de odio y con muchos deseos
de joderle, de hacerle daño, un daño atroz.... Tengo un montón de extraños
artilugios que podría haberle metido por el culo... Sí, ese cretino me recuerda
terriblemente a mi primo Salcedo.
ELLA. Siempre ha sido
así. Desde que le conozco. Con catorce años hacía esas mismas cosas. Es un instigador, un chistoso sin escrúpulos
y con muy mala pata.
ÉL. Sí, eso es: un
instigador... Un chistoso sin escrúpulos y con muy mala pata. No podría definir
mejor a mi primo. El mundo está lleno de gente como él. Está lleno de
Salcedos.
ELLA. Todo esto se lo
debo a Gérôme.
ÉL. Seguro.
ELLA. A él y a un par
más.
ÉL. Su corte de
lameculos.
ELLA. Los sin
personalidad.
ÉL. Como ese idiota de
las gafitas, con cara de lavadora en funcionamiento. Sí, no me digas que no
parece que le hayan centrifugado la cara.
ELLA. André
Cheval.
ÉL. Va todo el rato
pegado al Gérôme ese. Menudo payaso. Venga menear la cabeza de arriba a abajo
cada vez que habla Gérôme, como un perrillo de esos que se ponen en la parte
trasera de los coches. Riéndole las gracias, acabándole las frases, siendo
amable sólo cuando el otro lo es... Pura simbiosis.
ELLA. Basura.
ÉL. Seres
invisibles.
ELLA. Ojalá.
ÉL.
Prescindibles.
ELLA. Eso sí.
ÉL. ¿A qué coño se
dedica ese tío?
ELLA. Es secretario
de...
ÉL. Claro, no podía
ser de otra forma. Debe pasarse el día lamiéndole el culo a su jefe. Hay gente
que ha nacido para el servilismo.
ELLA. Tendrías que
haberlo visto en clase.
ÉL. Me lo puedo
imaginar.
ELLA. Le llevaba la
cartera al profesor. Le recogía la mesa, le metía los libros en la cartera y se
la llevaba hasta donde le dijera. Pero antes de salir miraba hacia donde
estábamos nosotros y esbozaba algo parecido a una sonrisa, como si fuera su
gesto de poder.
ÉL. De poder ser tan
gilipollas... ¿Sabes si ponía el culo?... Uno de mis profesores metió a un
alumno en un armario a base de hostias.
Lo llevó a hostias desde la pizarra hasta el armario y lo dejó ahí hasta
que acabó la clase. No soportaba a los pelotas. Hay gente que tiene suerte. Ese
tío debería haber pasado por mi colegio. Y encima estará casado, ¿no?
ELLA. Sí.
ÉL. Seguro que el muy
hijo de puta llega a la fiesta, aparca a su mujer y se va directamente a
pegarse a las faldas de su amiguito. Y seguro que su mujer o es igual de
gilipollas que él o se ha buscado ya un buen amante.
ELLA. Mira, puede que
fuera ella la que solicitara tus servicios.
ÉL. ¿Tú crees?
ELLA. Pudiera.
ÉL. ¿Y luego ir a
Gérôme y contárselo...?
ELLA. Es un riesgo. A
no ser que estén liados.
ÉL. Igual estás
acertando más de lo que te imaginas.
ELLA. Ella le dice a
Gérôme que ha averiguado que tú te dedicas a esto. Él no le pide explicaciones
por que no es su marido, sólo echan de vez en cuando un polvo. Gérôme se lo
cuenta a sus acólitos, entre los que se encuentra Cheval, el cornudo. Pero
claro no dice de dónde procede la información. Una esposa insatisfecha, les
dice sarcásticamente. Y ellos se parten de risa. Cheval se parte de risa
también. Y Gérôme se regocija como nunca. Otro que ha tenido un orgasmo
doble... Quién sabe si algún día no hará uso de semejante material. Pero esa es
otra historia. ÉL. caso es que en ese momento debió empezar a tramarse
el juego de esta noche.
ÉL. Entre las piernas
de la mujer de Cheval.
ELLA. Una trama de lo
más venérea.
ÉL. Hay que joderse...
Menudo grupo: El Gérôme, el Cheval y los otros cuatro...
ELLA. Totó, Nicolás...
Roger...
ÉL. Sí. Esos que el
año pasado iban vestidos con trajes cruzados, de pésimo gusto... Casi
uniformados. En azul marino, con las corbatas a rayas y las camisas en tonos
pastel... Hombro con hombro. Formando permanentemente un corro alrededor de la
bandeja de las bebidas. ¿Cuánto tardaron en parecerse a una pandilla de
tomates?... No hacían más que reírse, los gilipollas. Venga proferir
exclamaciones, interjecciones... Todo un orfeón gutural. Cada vez que Gérôme
decía algo, o cada vez que aquel de los dientes a lo conejo se ponía a imitar a
alguien de los que estaban en la fiesta, les venía un arrebato sonoro... Y esas
palabrejas tan raras que soltaban de pronto... ¿Pero qué coño era eso, una
jerga para subnormales? ¿Cómo decían?... Se pusieron a hablar de uno de sus
antiguos profesores... No parecía un mote. Más bien parecía un adjetivo
inventado... ¿Qué coño decían que era?
ELLA. Un Capiz. Es un
acrónimo. Una palabra formada por las iniciales de otras. Capiz: Culo abultado-
paquete insignificante -zurullo.
ÉL. Hay que joderse.
Qué agudeza. Seguro que estaban orgullosísimos de haberse inventado semejante
estupidez.
ELLA. Toda una
revolución en el mundo de los motes, según ellos.
ÉL. Panda de
tarados.
ELLA. Un buen día se
plantaban delante de ti, te habían elegido como víctima, y te decían que eras
una... gilat, por ejemplo. A continuación, te daban cinco minutos para que
acertaras las palabras que componían tu nuevo apodo. Y más te valía que las
adivinaras porque si no se dedicaban a hacerte insufrible la existencia. Bueno,
también, aunque las adivinaras, pero digamos que de esta forma tenías ciertos
atenuantes.
ÉL. Gilat... Guapa,
inteligente, lúcida, algo tímida...
ELLA. Gorda, idiota,
lamepollas... La ele era muy fácil, sólo podía ser o lamepollas o lameculos...
y at... amargada tetuda... La te tampoco tenía demasiadas opciones tratándose
de una chica.
ÉL. ¿De verdad esa
gente logró pasar de primaria?
ELLA. Ya ves, siguen
igual o peor.
ÉL. ¿Y el resto? No
puede ser que todos sean de la misma calaña... Tiene que haber alguien... ¿Nadie va a salir en tu defensa? ¿Nadie va a
sentir un poco de lástima? Estamos hablando de doscientas personas. No puedo creer
que...
ELLA. Ya lo has
visto....
ÉL. No puedo creerlo.
Menudo ejército de retrasados...
ELLA. Hoy habrán
disfrutado de lo lindo. En primera fila. Aún deben estar partiéndose de
risa.
ÉL. ¿Quieres que
volvamos?
ELLA. ¿Qué dices?
ÉL. No, es lo que te
estaba diciendo. Volvamos, como si nada hubiera pasado.
ELLA. Estás loco.
ÉL. Joderemos vivos a
esos cabrones. Es lo último que esperarían.
ELLA. No... Yo no
puedo.
ÉL. ¿Por qué no? No es
mucho más distinto que lo que hicimos el año pasado.
ELLA. No tiene nada que
ver.
ÉL. Sólo hay que
echarle un poco más de valor. Es el antes y el después de abrir un regalo. Lo
único que ha desaparecido es la sorpresa. En el fondo es lo mismo. Siguen
estando las mismas cosas.
ELLA. Pero, ¿cómo
puedes decir eso?
ÉL. Que sí. No lo
pienses más. Venga, coge tus cosas, yo voy llamando a un taxi. Vamos a
demostrar a esos gilipollas de qué están hechos los verdaderos momentos de la
vida...
ELLA. Espera, por
favor. Espera. ¿Con quién crees que estás hablando? ¿Aún no te has dado cuenta
de cómo soy en realidad? Yo no he inventado mis temores. Están ahí. Han sido
años y años de no saber dónde meterme ni qué hacer conmigo misma. ¿Crees que
porque el año pasado las cosas salieron tan bien puedo plantarle cara a esto de
hoy? ¿Así, echándole un poco más de valor sin más, de golpe y porrazo? Te lo
creas o no lo que hice el año pasado me costó muchísimo. Fue el único gran
arrebato que he tenido en toda mi vida. Esto es demasiado difícil para mí, es
el más difícil todavía, un triple salto mortal imposible. ¿No te das cuenta?,
esta noche han vuelto a echarme tierra encima. Me va a costar mucho recuperar
otra vez la confianza... Dame tiempo... Es un decir, ya sé que no estarás a mi
lado para verlo, para ver cómo olvido todo esto. Pero, bueno, tú sólo ayúdame a
empezar a olvidar.
ÉL. Perdona. Tienes
razón. No sé... Me he entusiasmado.
ELLA. Ojalá pudiera
contagiarme.
ÉL. Sólo quería que
supieras...
ELLA. Lo sé. Yo empecé
todo esto... y ahora he de encontrar el modo de seguir.
ÉL. Aquí me tienes.
Sigamos. Elige el camino... (Ella sonríe y bebe) ¿Qué te apetece? ¿Qué te
gustaría hacer?
ELLA. No es eso...
ÉL. Quiero
contagiarte. Necesito contagiarte.
ELLA. Nada en
particular.
ÉL. Nada en
particular. Así no hay forma. Habrá algo que te apetezca hacer, digo yo. ¿No
quieres que salgamos un rato a divertirnos?
ELLA. ¿Divertirnos?
¿Tenemos motivos?
ÉL. Tú y yo juntos ya
somos motivo más que suficiente.
ELLA. Eso sí que es
cierto.
ÉL. ¿Ves?, ya tenemos
algo que celebrar: estamos juntos.
ELLA. Sí, resulta que
estás aquí. Resulta que has venido a mi casa. Podrías haber desaparecido,
haberlo mandado todo a la mierda después de semejante encerrona, pero estás
aquí. Ya ves. Nadie te lo ha pedido y sin embargo estás aquí.
ÉL. Estoy aquí. Sabía
dónde vivías.
ELLA. Te habrá costado
averiguarlo. ¿No solías olvidarte de las mujeres con las que mantienes ese tipo
de relación?
ÉL. No se te escapa
una.
ELLA. Yo no he olvidado
nada. Llevo un año recordando el día en que nos conocimos en aquel parque
gracias a tu bola de petanca, soñando con esa luna de miel en aquélla
maravillosa ciudad europea. Fui tan feliz que hasta he olvidado de qué ciudad
se trataba. Llevo un año recordando todos y cada uno de los momentos de nuestra
vida... El año pasado... No te di suficientemente las gracias.
ÉL. Me olvidé de
devolverte el anillo.
ELLA. Lo sé. Eso me
gustó.
ÉL. Era bueno.
ELLA. Oro de 18...
ÉL. Me lo llevé sin
pensar.
ELLA. No importa.
(Bebe) En tu agencia no me quisieron cobrar.
ÉL. Lo sé. Me dio por
ahí... Hoy les cobraremos doble. (La mira) Eres un daved.
ELLA. ¿Un qué?
ÉL. Un d-a-v-e-d. Un
dulce ángel viviendo entre demonios.
ELLA. (Sonríe y bebe)
¿De verdad quieres que salgamos divertirnos?
ÉL. No es
obligatorio.
ELLA. Si
quieres...
ÉL. ¿Se te ocurre algo
mejor?
ELLA. Bueno, sí...
No... No sé, la verdad... ¿Tienes algo que hacer esta noche?
ÉL. Sí. (Empieza a
quitarse la ropa) Varias cosas.
Se escucha un goteo de agua procedente de una tubería
rota. ÉL se acerca hacia ELLA, mientras se va haciendo el oscuro.
Una cama, iluminada por una luz de neón. EL está
vistiéndose sentado en uno de los lados. Sobre las sábanas hay un hombre
desnudo que le contempla. Mientras, se escucha de fondo la voz de ÉL.
ÉL. Estoy sentado en
una de las tazas del váter de la estación de autobuses. Tengo la mirada puesta
en una frase que alguien ha escrito sobre la puerta, probablemente presionando
con la punta de una navaja. Un hombre de rodillas frente a mí me la está
chupando. Me paga por ello. Y por algo más. Algo que llegará después. De
momento sólo tengo que dejarme hacer. Es la parte más cómoda. Así que leo el
graffiti tranquilamente mientras mi polla entra y sale de su boca: “Mi vida es
un mapa con tres ciudades e incontables nombres de mujer”. Yo podría haber
escrito eso. Perfectamente podría haber sido yo. Tres ciudades: El lugar donde
nací, el lugar donde viví y del que tuve que escapar y el lugar donde aún sigo
escapando. E incontables nombres de mujer, nombres ya olvidados, sin rostro o
con un mismo rostro. Montañas de nombres que con el tiempo enterrarán a los
únicos verdaderos nombres que ha habido en mi vida: el de mi madre, el de mi
hermana... Jamás he recordado un sueño. Nunca me he despertado con la sensación
de haber emergido de una fantasía. Mi único recuerdo al despertar es siempre el
mismo, el del último cuerpo que ha estado junto a mi antes de quedarme dormido.
Unión, encadenamiento, persistencia, continuidad, prolongación, proceso,
secuencia, consecuencia... Un día es sólo un día más donde poder bajarme otra
vez los pantalones y los calzoncillos, donde ponerme a punto y salvar a alguien
de su rutina. Con mi rutina... Prefiero engañarme a pensar que las cosas
podrían suceder de otro modo... Haber sucedido de otro modo... Prefiero mentirme a esperar algo de la
verdad... Más abajo, en la misma puerta de ese mugriento váter de la estación
de autobuses, rascando quizás con la misma navaja, con el corazón quizás
igualmente roto, alguien ha escrito: “Morirás detenido como tu corazón”. Yo
podría haber escrito eso. Perfectamente podría haber sido yo.
2000
Se escucha un goteo de agua procedente de una tubería
rota. ELLA entra en la sala. Viste con ropa cómoda. Parece nerviosa.
Busca algo entre las páginas de su agenda. La agita en el aire hasta que caen
varias tarjetas de visita. Las recoge y las examina una a una hasta dar con la
que busca. Va hacia el teléfono. El sonido que venía de la tubería cesa de
pronto. Ella se detiene y respira profundamente. Se sienta. Entra ÉL.
Lleva puesta un abrigo abotonado casi hasta el cuello.
ELLA. Gracias. Me
estaba poniendo de los nervios. Menos mal que has aparecido esta noche. Ya he
llamado dos veces al fontanero pero aún no se ha dignado a venir. De pronto
tengo un montón de cosas estropeadas. Quería poner música para no tener que
escuchar ese horrible goteo pero el compacto no funcionaba. El horno ha dejado
de calentar como siempre, le falta fuerza. Esta mañana no me ha sonado el
despertador y he llegado tarde al trabajo. He llamado para decir que iba a
llegar tarde pero el teléfono no dejaba de emitir un zumbido atronador así que
ni siquiera he podido hablar con mi jefa... No creo en eso del efecto dos mil
pero esto es casi una certificación de su existencia... Dios mío, perdona. Pero
si aún llevas puesto el abrigo y yo no he dejado de hablar desde que has
entrado... Te he llevado directamente al cuarto de baño para que lo arreglaras.
Nada más llegar. Estaba tan nerviosa. No tengo vergüenza. No te he dejado
tiempo ni para quitarte el abrigo. Perdona. Ponte cómodo. ¿Te apetece tomar
algo?
ÉL. No te preocupes.
No puedo quedarme mucho tiempo. Tengo cosas que hacer.
ELLA. ¿A estás
horas?... Ah, ya, claro. ¿Pero no te vas a sentar ni siquiera un momento?
ÉL. Un momento.
ELLA. ¿De verdad que no
quieres tomar nada?
ÉL. No, gracias. Ya
sabes que no suelo tomar nada.
ELLA. Sí, ya lo sé.
Pero algún día harás una excepción. (ÉL la mira) Hoy no. (ÉL se
sienta) ¿No piensas quitarte el abrigo?
ÉL. Luego.
ELLA. Si tienes frío
puedo subir la calefacción. Es de lo poco que aún sigue funcionando.
ÉL. Estoy bien, en
serio.
ELLA. Ya. Pero estarías
mejor si te quitases el abrigo... Bueno, déjalo. Tú mismo. (Se sirve una copa)
Hoy no es jueves.
ÉL. No, es
martes.
ELLA. Exacto... No me
malinterpretes. No quiero decir nada en particular. Verás, me he alegrado mucho
cuando me has dicho que ibas a venir. De verdad. Me encanta que estés aquí. Es
sólo que tengo una sensación extraña. Un día distinto, una sensación distinta...
No sabría decirte...
ÉL. ¿No se te ha
ocurrido pensar que a lo mejor simplemente tenía ganas de estar contigo?
ELLA. Bueno, ya me
conoces. ¿Cómo iba yo a pensar eso? ¿Tú, no pudiendo resistir dos días sin
verme, devorándote la impaciencia por estar conmigo? No. Reconoce que no tiene
mucho sentido. Aún me cuesta creer que decidieras “concederme” un día a la
semana. Así, de repente. Sigo sin entenderlo, en serio.
ÉL. ¿Concederte? ¿Por
qué dices eso? Yo no te he “concedido” nada. Yo, simplemente... Surgió. De
repente. Fue una necesidad. Para ambos. Sé que al principio pensaste que lo
hice por lástima...
ELLA. No.
ÉL. Al principio lo
pensaste.
ELLA. No.
ÉL. Venga.
ELLA. Bueno. Pero muy
al principio.
ÉL. Pero ya te ha
quedado claro, ¿no? Te he demostrado que no era por eso, ¿verdad? (ELLA
le mira) Aún sigues pensándolo.
ELLA. No. Bueno sí.
Sólo a ratos.
ÉL. ¿Ves?
ELLA. Es que aún no sé
por qué, en serio.
ÉL. Porque eres
fantástica.
ELLA. Va...
ÉL. Que sí, que lo
eres.
ELLA. ¿Lo soy?
ÉL. Ajá.
ELLA. (Bebe) Tu agenda
debe ser curiosa. No sé antes, pero desde hace casi un año... Todos los días
deben estar plagados de nombres de mujer, excepto los jueves. Ese día
únicamente debe poner ÁNGELES, en grande, ocupando el centro de la
página. El jueves, el día de Ángeles.
ÉL. El día de
los ángeles. El día que subo al cielo, que escapo... Te lo creas o no, el día
que soy feliz.
ELLA. Te brillan los
ojos. Siempre que dices algo sólo por complacerme te brillan los ojos.
ÉL. ¿Para qué iba a
hacer eso?
ELLA. Dímelo tú.
ÉL. Cuéntame algo de
ti.
ELLA. ¿Que te cuente
algo de mí?
ÉL. Sí. Cuéntame algo
que aún no sepa de ti. Algo que aún no me hayas contado.
ELLA. ¿Cómo qué?
ÉL. Cualquier
cosa.
ELLA. ¿A qué viene eso
ahora? No sé... No hay nada que...
ÉL. Imagínate que
volvemos a nuestro primer día. Tú con la lista de los momentos del pasado por
resolver, intentando ponernos de acuerdo en todo lo que hemos vivido juntos,
preparándonos para ser el bombazo en aquella fiesta... Imagínate que después de
dos años apenas te quedan un par de secretos ocultos. Me lo has contado todo
excepto un par de cosas. Sólo un par de cosas. No importa. Estás en tu derecho.
Es lógico. Lo respeto. No quiero saberlo. Pero el resto, lo que se supone que
yo debo saber de ti porque tú has ido contándomelo durante estos dos años... El
resto. Eso es lo que yo necesito saber. Es nuestro juego, ¿no? Cuando el
presentador de ese programa se dirija a mi para decirme: Veamos, ¿recuerda
usted lo que le ocurrió a su mujer el día tal del año tal o la noche cual del
año cuál?... quiero saber qué contestar.
ELLA. Nunca te
preguntaría algo así. En ese programa, no. No hurgan de esa forma en tu pasado.
Lo importante no es la memoria, sino las sensaciones, los sentimientos, los
gustos... lo que de verdad percibes del otro. Demostrar la complicidad. Eso
tendría que ver más con la memoria, y no es el caso.
ÉL. ¿Y de qué se
supone que está hecha la memoria? Todo cuanto quieres olvidar, todo cuanto no
puedes olvidar, te hace ser como eres.
ELLA. ¿Quieres conocer
las cosas que he olvidado?
ÉL. Lo primero que te
venga a la cabeza.
ELLA. No puedo contarte
las cosas que ya he olvidado.
ÉL. Lo que sea, que
aún no sepa.
ELLA. ¿Por qué no te
quitas el abrigo?
ÉL. ¿Qué es lo que te
resulta tan difícil?
ELLA. Nada. He tenido
una vida de lo más normal. No hay nada que merezca la pena ser contado.
ÉL. Algo que tenga que
ver con el odio.
ELLA. ¿Con el
odio?
ÉL. Reconoce que en tu
vida había mucho odio cuando yo te conocí...
ELLA. Te equivocas. Yo no... ¿De dónde te sacas
eso? ¿Odio?
ÉL. ÉL. día que
aparecí por primera vez en tu casa...
ELLA. No era eso...
Yo... Era más bien... No sé. Rabia. Impotencia, desesperación...
ÉL. Todo un
preludio.
ELLA. No era por algo
concreto. Fueron un cúmulo de despropósitos.
ÉL. ¿Es eso lo que has
ido coleccionando?
ELLA. Soy así por esas
pequeñas cosas.
ÉL. ¿Pequeñas?
ELLA. Pequeñas.
Insignificantes. Sólo que una detrás de otra... Me llevaron a sentir todo eso.
Créelo, nada que ver con el odio. ¿Cómo has podido pensar eso?
ÉL. Lo vi. Mirándote.
Desde que entre en esta casa. Aunque te escondieras detrás de una copa. Eres
tan frágil que tuve que descubrir qué es lo que te hacía tan fuerte.
ELLA. No es
verdad.
ÉL. ¿Por qué no me lo
cuentas? Estoy seguro de que hubo algo...
ELLA. No. Nada. ¿Qué es
lo que buscas: un horror, algo parecido a una vejación, un daño físico...? No
hubo nada de eso. No tengo cicatrices de ese tipo. Yo era muy tímida. Una buena
chica, una buena estudiante y recibí como todas, mi correspondiente dosis de
amargura, gracias a las burlas de mis compañeros. Pero eso es todo. Hace dos
años sólo quise demostrar algo. Mi vida ha sido pobremente feliz. Nunca he sido
tan frágil ni tan fuerte como crees.
ÉL. ¿A quién
quisiste?
ELLA. ¿A quién
quise?
ÉL. Hubo alguien...
Algo que desearas y que no...
ELLA. ¿Qué pasa hoy? ¿A
dónde quieres llegar? ¿Por qué me interrogas de esa forma? ¿Por qué estás
sentado ahí con el abrigo aún puesto? No sé lo qué quieres.
ÉL. ¿Alguien de
aquella fiesta, de tus antiguos compañeros de colegio...?
ELLA. Desear es lo más
normal, ¿no crees? Desde que te levantas hasta que te acuestas estás deseando
cosas. ¿A ti no te ocurre? Algunas las consigues, otras por el contrario
resultan inalcanzables.
ÉL. ¿Quién?
ELLA. (Bebe) ¿Qué
quieres saber? Dímelo claramente.
ÉL. ¿De quién te
enamoraste?
ELLA. (Sonríe) Esto me
está empezando a resultar excesivamente infantil. No puedes estar celoso. No,
tú no. Sería demasiado halagador... En serio, dime de qué se trata. ¿De qué va
todo esto?
ÉL. Cuéntame algo de
ti que aún no sepa.
ELLA. ¿Otra vez? Hay
muchas cosas de mí que aún no sabes, pero no son tan importantes. De verdad, no
valen la pena. (Bebe) Como sigamos así voy a tener que bajar a comprar otra
botella de whisky. (Se sirve)
ÉL. (Después de
mirarla un instante en silencio) Esta mañana he estado en el cementerio.
¿Sabías que las calles donde están los nichos tienen nombres? Igual que en
cualquier ciudad. La tumba de mi hermano está en la calle Sant Julien. Sí, la
calle Sant Julien se ha convertido en la nueva dirección de mi hermano. ¿Crees
que si le envío una carta a esa dirección el cartero se la entregará en mano?
Lleva veintidós años metido ahí dentro. Yo apenas voy a verle. ¿Para qué? Está
muerto, ¿no? No puede contestarme a ninguna de las preguntas que me gustaría
hacerle. (ELLA le coge la mano) ¿No lo ves? Él está ahí cuando infinidad
de gente que no se lo merece sigue deambulando por la vida. No hizo nada por lo
que mereciera estar ahí. Sólo fue una trastada, una chiquillada. Mi padre le
metió una paliza que le dejó secuelas internas. No lo supimos hasta pasado
algún tiempo. Sólo eran moretones como los que habitualmente teníamos. Pero él
de pronto murió. Un buen día mientras estábamos comiendo se desmayó. Mi padre
le dijo que no hiciera el idiota, que se sentara y que siguiera comiendo. Pero
él estaba en el suelo agonizando. Se estaba muriendo delante de nosotros sin
que nadie hiciera nada por ayudarle porque a mi padre se le había metido en la
cabeza que estaba haciendo el idiota... Una hora antes, justo una hora antes,
me había dicho Deberíamos irnos de aquí. Deberíamos escapar.
Deberíamos coger a mamá y a Madeleine y largarnos de
aquí. Que se joda ese tío que dice que es nuestro padre... ¿No te das cuenta de que hay un orden
injusto?
ELLA. ¿Por qué
hoy?
ÉL. Mi padre era
aficionado a la caza. A nosotros nos llamaba conejitos... Y a mi madre
pichoncita. Estábamos condenados.
ELLA. ¿Por qué has
elegido precisamente este día para ir a ver tu hermano?
ÉL. Pensé que alguien
debía hacer algo.
ELLA. ¿Algo cómo qué?
¿Tu padre...?
ÉL. No. Él tuvo
suerte. Le dio una embolia y palmó en el hospital. Al poco tiempo. Sí, sé lo
que vas a decir. Yo también lo pensé. Me lo estuve repitiendo durante mucho
tiempo: Ya está, resuelto. Se terminó. El cabrón ha tenido lo que se
merecía. ¿No es eso? Ponte a contar, cuenta cada una de las piedras de la grava
que hay en el camino de aquí detrás y luego imagina que cada una de ellas es un
golpe, una forma de causar dolor. Ese camino es mi vida. ¿Crees que ya está
todo resuelto?
ELLA. No. No sé,
Claudio, yo...
ÉL. Se merecía que la
muerte jugara con él más despacio.
ELLA. No puedes cargar
con eso durante toda la vida.
ÉL. No. No suelo
pensar demasiado en ello. Créeme.
ELLA. ¿Entonces, porqué
hoy?
ÉL. No exactamente
hoy. Llevo casi un mes pensando en ello.
ELLA. ¿Porqué?... (ÉL
la mira en silencio) Déjalo, quizás no tengas ganas de hablar. O quizás
prefieras hablar de otra cosa. ¿Es eso? ¿Has venido a hablar de otra cosa, a
distraerte, a que yo te ayudase a aparcar todo ese embrollo que tienes en la
cabeza? (Bebe) Y yo no hago más que echar leña al fuego... Lo siento.
Perdona.
ÉL. He venido porque
necesitaba verte. Ya te lo he dicho. Simplemente quería estar contigo.
ELLA. Ah, sí. Es lo que
me has dicho.
ÉL. Eres infinitamente
mejor de lo que crees.
ELLA. (Sonríe) Deberías
haber sido psicólogo.
ÉL. Lo soy. Un poco.
No tengo más remedio.
ELLA. Hagamos algo.
¿Qué te parece? Ya sé que me has dicho tienes que irte pero quizás puedas hacer
algo para no ir. No pasaría nada. Podrías llamar y decir que te has puesto
enfermo... Lo que sea. Salgamos a divertirnos. Me cambio en cinco minutos. (Va
a salir. ÉL la coge por la muñeca)
ÉL. Eres genial. En
serio, lo eres.
ELLA. Déjalo ya,
¿quieres? Si sigues diciéndolo acabaré por creérmelo. ¿Qué te parece si vamos a
bailar? Hace mucho tiempo que no lo hacemos. ¿Cómo se llamaba el sitio ese al
que me llevaste una vez, ese que estaba plagado de parejitas en la penumbra...?
Tenía mucha gracia. Todo iluminado de ombligo para abajo para no poder verle la
cara a nadie. Era tan divertido... Bueno, lo realmente divertido era perderse.
Hasta que volvías a encontrar a tu pareja te podían pasar mil cosas... Y la
música... Era el tipo de música que me gusta para bailar. ¿Cómo se llamaba ese
sitio?
ÉL. ÉL.
Bugalú.
ELLA. El Bugalú.
¿Quieres que vayamos? Nos vendrá bien. Tengo la sensación de que ambos
necesitamos despejarnos. Usa mi teléfono si quieres para avisar de que no vas a
poder ir. Hace ya rato que el zumbido ha desaparecido. (Coge el teléfono y
lleva el auricular a su oído) Vaya... Otra vez este ruido infernal... No
importa, aquí al lado hay una cabina. Son veinte metros. Puedes llamar desde
ahí. (Apura el vaso de un sorbo) ¿Qué te
parece la idea?
ÉL. Ese vaso está
roto.
ELLA. (Lo mira) Vaya,
es verdad. No me he dado cuenta.
ÉL. Tienes un poco de
sangre en el labio.
ELLA. Debo haberme
cortado.
ÉL. Deja que te
limpie.
ELLA. Voy a por
algo...
ÉL. Espera, no hace
falta. Yo tengo clínex. (Se desabrocha el abrigo. Tiene la camisa manchada de
sangre) No te muevas. Levanta un poco la cara. (ELLA se ha quedado
quieta observando la mancha) Levanta un poco la cara.
ELLA. ¿Qué es eso?
ÉL. ¿El qué?
ELLA. Tienes la
camisa...
ÉL. Sí.
ELLA. Llena de
sangre.
ÉL. No es nada, no te
preocupes.
ELLA. ¿Qué te ha
pasado?
ÉL. Nada.
ELLA. (Mirándole a los
ojos) Pero si tienes la camisa llena de sangre.
ÉL. No te angusties,
¿vale? No es mía.
ELLA. ¿Qué quieres
decir con eso de que no es tuya? ¿Qué ha pasado? ¿Me lo vas a explicar? ¡Que no
me angustie, dices! Llevas la camisa empapada. ¿Cómo no voy a angustiarme si de
repente vas lleno de sangre? Me da igual que no sea tuya... ¿Qué coño has hecho?
ÉL. ¿Quieres
tranquilizarte?
ELLA. ¿Qué coño has
hecho? Quiero saber qué es lo que has hecho.
ÉL. Tengo que
limpiarte eso. (Le va a limpiar la sangre del labio)
ELLA. ¡A la mierda!
¡Déjame! (Se limpia de un manotazo) Dime qué has hecho, Claudio.
ÉL.
Tranquilízate.
ELLA. ¡¿De quién es esa
sangre?!
ÉL. Por favor.
ELLA. ¿Quieres que me
tranquilice? ¿Es eso lo que quieres, que me tranquilice? Pues lo siento pero no voy a tranquilizarme
hasta que me digas lo que has hecho. Así que ya puedes ir diciéndomelo ahora
mismo. Quiero saber lo que ha pasado o no vas a verme tranquila.
ÉL. ¿Me das un vaso de
agua?
ELLA. No juegues
conmigo, Claudio.
ÉL. Tengo sed. En
serio.
ELLA. ¿No piensas
contármelo?
ÉL. En cuanto me des
el vaso de agua.
ELLA va hasta la
cocina. A los pocos segundos vuelve con un vaso de agua. Se lo entrega. ÉL
bebe. La mira.
ÉL. Este año tiraste
la invitación directamente a la basura. Apenas habías rasgado una de las
esquinas del sobre. Reconociste algo que se asomaba por uno de los márgenes,
justo donde habías rasgado el sobre: el logotipo de tu antiguo colegio. Lo
tiraste tal cual, sin molestarte en arrugarlo. Estaba intacto en la basura. Fue
una casualidad. Yo estuve aquí esa misma noche. Tú debías haberlo abierto un
rato antes. No me lo dijiste. No quisiste decírmelo. Imagino cómo te debiste
sentir. Después de lo que pasó el último año aún tuvieron la desfachatez de
enviarte una invitación. La casualidad hizo que yo viera ese sobre claramente,
que yo reconociera también ese logotipo sin necesidad siquiera de aproximarme. El
sobre estaba colocado en el cubo de la basura como si fuera una prenda en
un escaparate. Quiero decir que inducía a mirarlo. No tengo por costumbre
hurgar en tu cubo de la basura. Sé que no fuiste tú quien lo colocó de esa
forma. No te entretuviste en colocarlo, simplemente cayó así cuando tú lo
tiraste con toda tu rabia. Y yo creo que eso significa algo.
ELLA. ¿Qué estás
diciendo?
ÉL. ¿A quién iba a
preguntarle después de estar un mes pensando en ello?
ELLA. ¿Qué has
hecho?
ÉL. Seguro que
significaba algo. El azar ya resulta en demasiadas ocasiones inapreciable. Tú
estabas sufriendo, por dentro, igual que mi hermano. Mientras alguien, con
total impunidad, se dedicaba a seguir humillándote.
ELLA. Yo no soy tu
hermano.
ÉL. Lo es más gente de
la que puedas imaginar.
ELLA. Dime que no has
sido capaz.
ÉL. No había
respuestas. Esta mañana en el cementerio. Todo estaba en silencio. Ni siquiera
una brizna de aire que agitara las hojas mustias de los ramos depositados sobre
las tumbas. Estoy cansado de no entender. ¿Qué hago?... Contéstame, hermano.
Señálame el camino.
ELLA. ¿Por qué no
viniste a verme a mí?
ÉL. Otra pregunta sin
respuesta...
ELLA. Yo te hubiera
ayudado.
ÉL. Yo te he
ayudado.
ELLA. ¿A mí, cómo? ¿Qué
has hecho? Me dijiste que lo mejor era olvidar.
ÉL. Sí. Lo mejor era
que tú lo olvidases. Yo no podía.
ELLA. ¿Qué tienes
dentro de la cabeza?
ÉL. Ya nada...
Tendrías que haberles visto. Estaban todos. Trajeados y radiantes como en los
años anteriores. Se quedaron pasmados cuando me vieron aparecer.
ELLA. Dios.
ÉL. Esta vez no hubo
megafonía. Al contrario. También allí se hizo el silencio. Se buscaban unos a
otros con la mirada. Estaban perdidos. ¿Quién coño iba a encauzar esa situación
tan inesperada y desagradable?... Gérôme, claro. ÉL. gran Gérôme, el
salvador de los colectivos despersonalizados vino hacia mí con la mano
extendida. Sí, señor, le echó un par de huevos. Y con una espléndida sonrisa me
dijo Estoy encantado de verte de nuevo, Claudio. Sí, dijo mi nombre con mucho aplomo. Lo
recordaba a la perfección. Porque era un trofeo de caza que colgaba en las
paredes de sus recuerdos. Y alguien del fondo se rio. Primero uno, después
otro, y otro... Y de repente ya estaba: la situación se había distendido. La
fiesta continuaba.
ELLA. Y tú te
marchaste. Diste media vuelta y te marchaste. (Pausa. Le mira a los ojos) Dime
que eso fue lo que hiciste.
ÉL. De pequeño miraba
la sonrisa de la gente. No les miraba a los ojos mientras sonreían. Miraba el
gesto de sus labios. La tensión con que se sostenían. Tal vez porque pensaba
que sólo existía una sonrisa limpia, sólo una que fuese sincera. Tal vez porque
pocas veces la veía. En mi madre. La boca de Gérôme se arqueaba en exceso hacia
la derecha. Lo que le provocaba demasiados pliegues en sus mofletes. Parecía
una mueca más que una sonrisa... Pum, pum, pum... Tendrías que haberles
visto... “Ha llegado el camión de la basura”, les he dicho justo antes de
disparar. Y he tenido la sensación de que la imagen no cambiaba, de que esa
imagen era la misma antes y después de los disparos. Gente muerta antes y
después de los disparos. Cabezas vacías antes y después de los disparos.
Corazones inmóviles antes y después de los disparos...
ELLA. (Llorando) Dios
mío.
ÉL. ¿Por quién de
ellos lloras?
ELLA. ¿Qué?
ÉL. No lloras por
todos.
ELLA. Lloro por ti. Por
nosotros.
ÉL. ¿De verdad?
ELLA. ¿Están todos
muertos?
ÉL. No... Muchos
salieron corriendo. Parecían gallinas revoloteando sin dirección en un corral.
Menuda cacería. Vacié por completo el cargador. Nueve balas. Sí, creo que
fueron nueve. O tal vez fueron más, no sé. ¿Quién te preocupa especialmente?
ELLA. Nadie.
ÉL. ¿Quién?
ELLA. ¡Nadie!
ÉL. Lo que no merecía
la pena contarse. ¿Era eso, verdad? ¿Quieres saber si uno de ellos cayó, si
estaba en primera fila con el gracioso de Gérôme cuando apreté el gatillo? ¿O
era Gérôme?... No, eso es imposible... ¿Quieres saber si vino hacia mí para
saludarme con la misma hipocresía que el resto? ¿Quién es, Ángela?
ELLA. No sabes nada,
¿no te das cuenta? Nada. Yo empecé todo esto. No era odio lo que viste en mí
aquel día. Era asco, ASCO, repugnancia, desprecio.... y un agujero muy
profundo. Tú sabes muy bien lo que es dar placer y retirarse dignamente. Tú
sabes cómo olvidar un instante después. Pero para eso hay que tener el corazón
muy bien protegido. Yo tenía dieciséis años cuando entré en ese instituto. No
quería llegar el primer día y volver a recibir todos aquellos insultos. Ya me
habían dado demasiados palos en el colegio de donde venía. Te lo puedes
imaginar, ¿no? Una chica poco agraciada. Ya te he contado esa parte de mi
historia... No podía consentir que volviera a pasarme. El primer día, a los
diez minutos de estar en el patio ya distinguí al grupito que se iba a encargar
de despedazarme. Así que me adelanté. Sí, a la que pude agarré a uno de ellos
en solitario, uno de los que tenían pinta de ser el líder y le puse como una
moto. Sí, oyes bien, le calenté de tal forma que no le importó una mierda estar
jodiendo con la más fea... Pensé que desde entonces iba a ser una privilegiada,
si me dejaba me tratarían como una reina. Que me follaran, cuantas veces quisieran,
todos ellos, de la forma que quisieran... Me daba igual. No iba a ser peor que
lo que podrían llegar a hacerme... Eso pensé. Eso fue lo que yo creí... No
tardaron ni quince días en masacrarme, en hacer escarnio, en arrastrarme por el
patio como una bazofia inmunda... Hora tras hora, día tras día. Puta fue lo más
cariñoso que conseguí escuchar en todos aquellos años de instituto. Me ahogué
en mi propia repulsión... ¿Puedes entender entonces que cualquier signo, no ya
de afecto, sino de mínimo respeto hacia mí me hiciera poner en un pedestal a
quien lo manifestase. Uno... Sólo uno de ellos preservó mi dignidad... Pero no
vayas a creer que me enamoré de él. No, no podía. Ni por eso ni por nada. No
podía. No me quedaba nada en el corazón. No me quedaba corazón.
ÉL. Nos parecemos
tanto.
ELLA. ¿A qué? ¿A qué
nos parecemos tanto? ¿A una figurilla que estuvo hecha pedazos y alguien
restauro con un poco de pegamento?
ÉL. No he hecho esto
para que sigas triste.
ELLA. Nunca he estado
triste... La tristeza es otra cosa. Mucho más dulce. No me importa lo que haya
pasado allí. No me importa quién estuviese delante de ti cuando disparaste. No
me importa quién haya muerto... Me importa lo que vamos a hacer tú y yo a partir
de ahora.
ÉL. ¿Qué quieres que
hagamos?
ELLA. ¿No te das
cuenta? Todo se va a terminar.
ÉL. ¿Y eso es
malo?
ELLA. También lo
nuestro.
ÉL. No, lo nuestro
no.
ELLA. No tardarán nada
en encontrarte.
ÉL. Menos de lo que he
tardado yo en encontrarme.
ELLA. Claudio...
ÉL. ¿Lo crees ahora?
Nunca he estado contigo por lástima. Nunca. Y tú lo sabes.
ELLA. Vámonos. No
necesito coger nada. Vámonos de aquí... Tenemos que escapar... Tiene que haber
algún sitio donde no puedan encontrarnos.
ÉL. Y si no existe
siempre podemos inventarlo.
ELLA. Eres mi vida. No
quiero perderte. Ahora no.
ÉL. No vas a
perderme.
ELLA. Tenemos que
irnos. Voy a por las llaves del coche. Conozco a alguien que quizás pueda
escondernos...
Se escucha la sirena de un coche de policía
aproximándose. ELLA se queda paralizada.
ÉL. Seguiré viéndote
un día por semana. Con suerte seguirá siendo el jueves...
ELLA. No, no, no. Ya no
me basta un día por semana. Te necesito todos los días. Muévete, aún no nos han
cogido.
ELLA corre a la
habitación y vuelve con las llaves del coche.
ELLA. Vamos. Tengo el
coche en la puerta.
EL no se mueve.
ELLA. Vamos. No te
quedes ahí, por Dios. Están a punto de llegar...
ÉL. Ya no queda nada
en el fuego, a excepción de las llamas. No vamos a ir a ningún lado. Tienes que
quedarte aquí porque voy a necesitarte el resto de mi vida.
ELLA. ¿Qué estás
diciendo? Claudio, has matado a no sé cuántas personas. No te van a poner un
castigo de colegio. Te van a meter en la cárcel el resto de tu vida. Y yo no
voy a poder resistirlo.
ÉL. Ya está hecho,
Ángela... Ya no hay nada que hacer. No vamos a andar corriendo de lado a lado
como dos chiquillos. Ambos estamos cansados. Nos queremos con locura pero
estamos cansados. Así que ahora vas a ser buena y te vas a sentar en esa butaca
a esperar. Y yo voy a decirles a estos amables policías que están a punto de
llegar que tú no tienes nada que ver con todo esto. Y tú vendrás a verme
siempre que sea posible y yo seré únicamente tuyo y ya nada te hará daño. Tan
sólo estarás triste. Dulcemente triste.
ELLA. No voy a
poder.
ÉL. Sí. Si fuimos
capaces de inventarnos un pasado seremos capaces de inventarnos un futuro. Y quién
sabe si acabaremos participando en ese concurso... Seríamos los ganadores
indiscutibles. Seguro. Únicamente se trata de estar compenetrados. Y nosotros
lo estamos. Estamos del todo compenetrados. ¿Verdad?
ELLA afirma con la
cabeza. El coche de policía ha llegado hasta el exterior de la casa.
ELLA. ¿Te acuerdas del
día en que nos conocimos? El ángel que no abrió la puerta porque ya estaba
abierta.... ¿Y de nuestra noche de bodas, te
acuerdas? ¿Y de nuestra luna de miel?...
La sirena del coche de la policía cesa. ELLA se
calla.
ÉL. Seguiremos siendo
felices. Ya lo verás. No es tan difícil.
Llaman a la puerta.
Mientras se va haciendo el OSCURO.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Comentarios