martes, noviembre 04, 2025

"ÁNGEL". Una obra de MICHEL VERLY .

 


ÁNGEL

 

Una obra de 

MICHEL VERLY 

 

 

 

2 de noviembre de 2025, 10:25

 

 JAIME PUJOL  


Para: gavarreunam@gmail.com

 

Buenas tardes. Le hago llegar una obra teatral (Ángel,     de Michel Verly) por si es de su interés para subirla a su web: www.dramavirtual.org

 

Un saludo

 

 

 

"Ángel" de Michel Verly es un drama contemporáneo que explora la soledad, la identidad, el deseo de venganza y la necesidad de conexión humana a través de la relación entre dos personajes: Ella (Ángeles), una bibliotecaria de mediana edad, y Él (Claudio/Adrián/Mario/Toni/Julio/Pascualino), un gigoló.

La obra comienza con un encuentro inusual. Ángeles contrata a Claudio, no por sexo, sino para que se haga pasar por su marido y la acompañe a una reunión de antiguos alumnos donde busca vengarse de las humillaciones sufridas en el instituto. La primera parte establece un juego de roles y complicidad que los une. La segunda parte, que abarca los años 1999 y 2000, muestra las consecuencias devastadoras de esa acción y cómo su vínculo se profundiza, transformándose de un acuerdo profesional a una dependencia emocional y una oscura alianza. Finalmente, ÉL. comete un acto de violencia extrema para "defender" a ELLA, llevándolos a un destino de separación forzada, pero, irónicamente, a una conexión inquebrantable.

 

 

ÁNGEL 

 

Una obra de 

MICHEL VERLY 

 

 

PERSONAJES 

 

ELLA, una mujer de cuarenta y cuatro años. Trabaja en una biblioteca. 

 

ÉL, algo mayor que ella. Ejerce la prostitución. 

 

 

ESCENARIO 

 

Toda la acción de la obra transcurre en el domicilio de ELLA, principalmente en el salón. Está decorado de manera bastante convencional y entre los muebles que lo componen se pueden adivinar algunos heredados. 

 

 

1998 

 

ÉL abre la puerta y asoma medio cuerpo hacia el interior de la casa. Viste con sobria elegancia. 

 

 

ÉL. ¿Se puede?... Hola. ¿Hay alguien?... Hola... Ángeles 

 

ELLA. (Desde otra habitación) Ah, hola. Pasa, pasa. Salgo enseguida. No tardo nada. Tienes el salón enfrente. Pasa y sírvete algo si quieres. Hay bebidas y vasos en el mueble de rejilla. Sí, lo verás nada más entrar. Es el más llamativo del salón. ÉL, más hortera. Marrón dorado. Es un regalo de mi madre. Está junto a la estantería. Como verás mi madre tiene un gusto pésimo. 

 

ÉL. ¿Siempre dejas la puerta abierta? 

 

ELLA. ¿La puerta? Sí, casi siempre. Este es un barrio muy tranquilo. Nos conocemos todos.  

 

ÉL. En la casa de al lado la puerta estaba cerrada.  

 

ELLA. ¿Has ido a la casa de al lado? 

 

ÉL. Me he equivocado. No recordaba si era el siete o el nueve. Ha sido un error. Y he tenido que llamar al timbre porque su puerta estaba cerrada. 

 

ELLA. Vaya. 

 

ÉL. Me ha abierto una niña pequeña. Me ha dicho que vivías aquí. 

 

ELLA. Está claro que no todos pensamos de la misma manera. La verdad es que soy muy confiada. 

 

ÉL. No te preocupes.  

 

ELLA. ¿Por qué dices eso?  

 

ÉL. He pasado por la calle con absoluta discreción. Y esa niña es incapaz de imaginar a lo que me dedico. Más bien al contrario, tengo pinta de predicador. Nada más ver tu puerta abierta me he colado dentro. No he estado ni un segundo parado en el portal. No temas. 

 

ELLA. (Apareciendo) Lo siento. 

 

ÉL. No, no te disculpes. No hace falta. 

 

ELLA. Es la primera vez. Veo fantasmas por todas partes.  

 

ÉL. Lógico. (Pausa) La niña de aquí al lado te llamó Ángel. 

 

ELLA. Ah, sí. Dice que cómo narices voy a ser Ángeles si sólo soy una. Así que me llama Ángel. Tonterías. (Pausa) Y tú eres Claudio, ¿verdad? No tienes pinta de predicador. (Él sonríe. Ella le tiende la mano) 

 

ÉL. ¿No vas a darme un beso? 

 

ELLA. Sí, por supuesto, perdona. (Le besa en una mejilla. Le observa) Eres perfecto. 

 

ÉL. Gracias. 

 

ELLA. Sí, porque no eres guapo... 

 

ÉL. Gracias. 

 

ELLA. O sea, guapo llamativo. Me refiero a que tu aspecto entra dentro de lo corriente. No tienes un cuerpo musculado, voluminoso, ni unas facciones especiales. Incluso el color de tus ojos es de un marrón de lo más vulgar. Vamos, que puedes pasar completamente desapercibido. 

 

ÉL. Gracias. 

 

ELLA. No, entiéndeme, seguro que tienes algo especial. En serio. Aparentas clase. Y por supuesto no eres nada feo. Además, tienes la edad perfecta. Al menos en apariencia. Y no quiero saberla. No me interesa. De verdad, eres justo lo que yo quería.  

 

ÉL. Lo que pediste. 

 

ELLA. Veo que me expliqué mejor de lo que pensaba. Y aun así creí que no me harían ningún caso. En serio, creí que me enviarían a alguien extremadamente joven y atractivo. Supongo que vienes de Orleans. 

 

ÉL. Sí. Una hora y media de tren. Te saldrá algo más caro. 

 

ELLA. Lo sé. Sí. Pero tiene su porqué. No te has servido. ¿No te apetece tomar nada? Ah, igual quieres hielo o algo de la nevera. 

 

ÉL. No suelo beber.  

 

ELLA. ¿Nada? ¿Nunca? Yo... Yo sí necesito tomar algo. (Se sirve) ¿Y cómo te animas? 

 

ÉL. Por las buenas. 

 

ELLA. ¿Qué quiere decir “por las buenas”? 

 

ÉL. Sin nada, por las buenas, por el camino más simple. Decidiendo siempre de antemano que lo que voy a hacer va a ser divertido o estimulante. 

 

ELLA. ¿Tú crees? Yo no sé cómo va a resultar todo esto. No sé si va a ser divertido o estimulante. Es un poco una locura. Yo por si acaso... (Muestra su copa) Llámalo falta de valor si quieres. (Bebe) Estoy aterrada. ÉL. ¿Vamos a salir? 

 

ELLA. Sí. ¿Cómo lo has adivinado? Ah, por el vestido. Claro. Sí, saldremos dentro de un rato. En media hora.  

 

ÉL. No hay prisa. 

 

ELLA. Antes tengo que explicarte varias cosas. Tenemos que ponernos de acuerdo en algunas cosas. Necesito que me digas... que me contestes... que... (Echa el aire y bebe) Todo esto no es fácil para mí. 

 

ÉL. Tranquila. 

 

ELLA. Ya. (Bebe) ¿Sabes conducir? 

 

ÉL. Sí. 

 

ELLA. ¿Cualquier coche? 

 

ÉL. ¿A qué te refieres?  

 

ELLA. ¿Sabrías conducir un coche automático? 

 

ÉL. No lo he hecho nunca, pero supongo que sí. Con un poco de cuidado al principio. 

 

ELLA. Es más complicado de lo que parece. Déjalo, intentaré conseguir que me presten uno normal. Perdóname un momento, voy a hacer una llamada, a ver si por casualidad... Aunque también podríamos ir en taxi. No es lo mismo, pero no pasaría nada. Es absolutamente posible. 

 

ÉL. Tú tienes un coche automático y quieres que yo lo conduzca. Quieres que te lleve a algún sitio. ¿Es eso? 

 

ELLA. Sí, pero no como chofer. En realidad, es una tontería. Puedo conducirlo yo perfectamente. No sé por qué he pensado que sería mejor que yo llegase en el asiento del copiloto. Es una formalidad absurda. Un pensamiento machista que en el fondo tiene su lógica, porque conociendo a esta gente. 

 

ÉL. Déjame intentarlo. Haré un esfuerzo por olvidarme de mi pierna izquierda. Si me resulta imposible siempre puedes llevarlo tú. Te advierto que soy bastante hábil. 

 

ELLA. De acuerdo. 

 

 

 

EL da dos pasos y tropieza, cayendo al suelo. 

 

 

 

ELLA. ¿Te has hecho daño? ¿Estás bien? 

 

ÉL. Perfectamente. He empezado a concienciarme de que no tengo pierna izquierda. (Sonríe) ¿Crees que lo conseguiré? 

 

ELLA. (Pausa) Ese tipo de humor... Perdona que te sea tan sincera, pero es que me recuerda tanto al de ellos. Es un tipo de gracia tan burda, tan fácil. No te ofendas. Es la “tontada” perfecta. Encaja con todo. Vas a conseguir que te escuchen. Nos van a tener en cuenta. Puede que hasta consigamos congeniar con todos ellos. ÉL. Me he perdido. No era mi intención... 

 

ELLA. No, déjalo. Lo siento. Aún es pronto para que entiendas. Tengo que explicarte bastantes cosas.  Ha sido sólo que de pronto he visto que cada pieza estaba encajando como la seda, casi sin pretenderlo. Tenía muchas dudas, pero sinceramente a medida que pasan los minutos se van disipando. 

 

ÉL. Me alegro. ¿Dónde vamos? 

 

ELLA. ¿Cuándo? Ah, a una fiesta. Bueno, en realidad es una cena. Una reunión.  

 

ÉL. ¿Reunión? ¿Eres de alguna secta? 

 

ELLA. No, por dios. Es una reunión de antiguos alumnos. Yo casi nunca suelo asistir. Todos los años me invitan, pero no voy. No. Fui hace dos años. La única vez en realidad. Me sentí fatal. Me molestaron mucho algunas cosas, algunos comentarios. En esos encuentros suelen reconstruirse las estructuras jerárquicas del instituto. Hay una regresión a la soberana estupidez. Todos vuelven a revolotear en torno a los “líderes”. Y es absurdo. Ya lo era entonces, pero ahora... Porque, ¿sabes?, puede que ellos no hayan hecho nada de provecho en todo este tiempo, que no hayan llegado a nada, puede que sean escoria. Y no me refiero sólo a lo laboral. Resulta deprimente ver a algunas personas que han conseguido mucho más, personas que tú valoras por sus logros, verlas sometidas de nuevo al criterio de un payaso. No se puede juzgar como entonces, ni menospreciar como entonces. Los años han pasado. Es ridículo verse marginada por cómo era una en aquella época. Y los apodos, esa etiqueta que te pone un “ocurrente” bufón a los diez y seis años. Imagínate a todo un prestigioso abogado siendo recordado por megafonía como el caranabo, o ver como saludan a una violonchelista de la orquesta municipal, casada y con dos hijos diciéndole. Hola, Pupas... ¿Qué tal, Pupas?... Ante el asombro de su marido, ajeno completamente a semejante estupidez. El come-tizas, la polilla, la mofeta, el chupón, Anquitas, Palangana, Acordeón. Mírame. Mírame bien. ¿Cuál dirías que es mi deformidad? (Se muestra) ¿Qué parte de mi cuerpo dirías que es lo suficientemente ostentosa como para convertirse en mi eterno apelativo? 

 

ÉL. (Sonríe) Ninguna. 

 

ELLA. ¿Ninguna? ¿O toda en su conjunto? ¿No me dirías foca, culogordo, mesacamilla? 

 

ÉL. No. 

 

ELLA. ¿No? ¿Seguro? Fíjate bien. 

 

ÉL. Seguro. 

 

ELLA. Llevo muchos años mirándome al espejo con desconfianza. Pensando que en el fondo todos ellos tenían razón. Es cierto, me he dicho mil veces. Un defecto que iba progresivamente adquiriendo la dimensión de deformidad. Y he acabado por creer que esa era la única razón por la que yo estaba condenada para siempre a estar sola. Es cierto, tenían razón, me he repetido hasta la saciedad. ¿Quién coño va a reparar en mí? (Bebe) ¿No te parece que tengo todo el aspecto de la eterna desemparejada? 

 

ÉL. No. (Pausa) ¿Por qué quieres ir a esa reunión? 

 

ELLA. ¿Te enrollarías conmigo? 

 

ÉL. Ahora mismo. 

 

ELLA. No, espera. Me refiero a espontáneamente. Si topases conmigo en algún lugar no demasiado concurrido, ¿podría pasarte por la cabeza la posibilidad de echarme los tejos?  

 

ÉL. ¿Qué necesitas saber exactamente, si te encuentro atractiva? 

 

ELLA. No, no puedes darme una respuesta objetiva. Déjalo. 

 

ÉL. Aún no sé si te encuentro atractiva. 

 

ELLA. ¿No lo sabes? 

 

ÉL. No, no lo sé. Necesitaría conocerte mejor. No obstante, echaría un polvo contigo sin dudarlo. 

 

ELLA. (Después de beber) ¿Por qué? No, no me contestes. No quiero saberlo. No sé si me lo creería. Claudio. ¿Es tu verdadero nombre? 

 

ÉL. No, es mi nombre “profesional”. Mi verdadero nombre es Adrián. No, en realidad ese es el nombre con el que siempre he soñado, el que me hubiese gustado que mis padres me pusiesen. Definitivamente me llamo Mario. Pero todos me llaman Toni. Por las mañanas, porque luego por la tarde les da por llamarme Julio, menos ese mes en concreto que para no crear confusiones me llaman Pascualino.  

 

ELLA. Claudio. Estamos en enero. 

 

ÉL. Aún no me has contestado a la pregunta, ¿por qué quieres ir a esa reunión? 

 

ELLA. Por lo mismo que estás tú aquí.  

 

ÉL. Es mi trabajo. 

 

ELLA. ¿Y en qué consiste tu trabajo? ¿En satisfacerme, no? Pues yo también tengo que hacer eso mismo esta noche. He de trabajar para satisfacerme. He de romper con muchas cosas. Ponerme delante de doscientas personas y dejar a unos cuantos despatarrados. 

 

ÉL. Eres una bomba. 

 

ELLA. Hoy tú eres mi mejor armamento. 

 

ÉL. Y querías que me tomara una copa. Esto es fascinante. Hay que tener todos los sentidos a cien para no perder detalle. Puede ser genial. ¿Y yo qué papel represento exactamente: tu novio, tu marido, tu amante...? 

 

ELLA. No, mi amante no. Hay que hacer las cosas creíbles. Dos logros de golpe es excesivo, porque si tengo un amante tengo un marido. Demasiado en un año. Paso a paso. Mi marido. (Bebe) ¿Te parece bien? 

 

ÉL. ¿Qué si me parece bien? Me encanta. 

 

ELLA. ¿Nunca te había pasado algo así? 

 

ÉL. No, la verdad es que no. He tenido peticiones raras, pero siempre relacionadas con el sexo. Ya me entiendes. Digamos que habitualmente no salgo de mi papel. 

 

ELLA. Una de las dudas que tuve fue la de si te reconocerían, si alguna de mis antiguas compañeras habría tenido que ver en algún momento contigo. Pero, eso no importa. Está claro que si alguna de ellas contrató alguna vez tus servicios no iban a poder decir en voz alta quién eras y a qué te dedicabas. Se lo iban a tener que tragar. Casi todas ellas están casadas. ¿Te imaginas? Me encantaría poder ver la cara de cada una de ellas en el instante en que aparezcamos en la fiesta. Puede que un hueso de aceituna haga pasar un verdadero mal momento a alguna de esas “merluzas”. Dime una cosa, si cuando estemos ahí dentro reconoces de pronto a alguna mujer, bueno, alguna clienta tuya, ya sabes... ¿Me avisarás? 

 

ÉL. No debería. 

 

ELLA. Con disimulo. 

 

ÉL. No estaría bien. 

 

ELLA. Ah, claro, secreto profesional. Perdona, no había caído. Si es que eres lo mismo que un cura. Sólo que tú bendices con otra cosa. Vamos, bastará con que me des un pequeño codazo o una discreta patada. Por favor, Claudio. 

 

ÉL. No suelo acordarme de las mujeres con las que mantengo ese tipo de relación. 

 

ELLA. ¿En serio? 

 

ÉL. Lo que oyes. A no ser alguien que me contrate con frecuencia. Y te aseguro que eso no suele suceder.  

 

ELLA. ¿Tan insatisfechas las dejas? 

 

ÉL. Suele ser sólo una vez y por despecho. Luego viene el arrepentimiento. Por eso no repiten. 

 

ELLA. ¿Ves cómo eres lo mismo que un cura?  

 

ÉL. Ya te he dicho yo antes que tenía pinta de predicador. 

 

ELLA. ¿Y qué pasa conmigo? ¿Me estás diciendo que después de lo de esta noche no vas a recordarme? 

 

ÉL. ¿Eso importa? (Ella se llena el vaso) No lo sé. No tengo ni idea, de verdad. Casi cada día pasa una mujer distinta por mi vida.  

 

ELLA. Ya, pero esto es distinto. Me acabas de decir que te encanta la situación, ¿no? (Espera una respuesta que no se produce) Bueno, déjalo. Es una tontería. (Bebe) Esta tarde he pasado una hora entera eligiendo el vestido que iba a ponerme. Por una razón o por otra todos me parecían inadecuados. O excesivamente llamativos: demasiado escote, demasiado cortos; o excesivamente discretos: de monja para arriba. No sabía si resaltar mi belleza, la poca que tengo, u ocultarla del todo. Se ha abierto ante mí un auténtico abismo. Le he cogido miedo a determinados colores. Esto es una confesión. Antes adoraba el morado, pensaba que me daba un aire exótico, enigmático. Sería por el contraste con el tono cenizo de mi piel. Pero ahora cuando me pongo algo de ese tono me veo como un nazareno o como una de esas coles tan chillonas. ¿Cómo se llaman?, ¿lombardas, no? El marrón también era uno de mis colores recurrentes. Nada menos. Ya fuese oscuro o tirando a mostaza. No sé por qué. ¿Ves?, ahí tengo un vacío mental, es algo inexplicable que en algún momento sin duda tuvo su explicación pero que ahora es tal cual lo que debe ser, inexplicable del todo. Tal vez me contagié de alguien con un pésimo gusto. Hay cosas que creemos que no son contagiosas, pero sin duda lo son. Las que tienen que ver con los gustos, por ejemplo. Y no digo hereditario sino contagioso. El caso es que mi armario se ha convertido en un sarcófago, está repleto de momias. Sí, da miedo abrirlo: vestidos morados, marrones, ocres y alguno que otro negro. El negro está bien. Es siempre discreto, elegante. Bueno todo depende del diseño del vestido. Yo no sé por qué me aficioné a los adornos de pedrería incrustados en la tela o a las hombreras exuberantes. Y tú dirás: ¡Normal, no pasa nada, era la moda de los ochenta! Sí, claro, pero lo malo es que mi afición a eso data de hace seis meses. ¿Ves cómo tengo que romper con muchas cosas? Tengo que escapar de mis propios estigmas. No, en serio, son estigmas. Cada uno de esos colores ha ido tiñendo parte de mi piel. Me he ido convirtiendo poco a poco en una mujer adusta, algo oscura, de tonalidades poco alegres. Apenas un rato antes de que vinieras he estado tentada de salir a comprarme un vestido de un color chillón. Me sentía desafiante. Hubiera sido capaz de comprarme un vestido naranja o amarillo limón o fucsia. Hoy tengo que comerme muchas cosas, no sólo el mundo. Pero ya ves. (Se muestra) Es lo más adecuado para pasar desapercibida en cualquier lugar, ¿no te parece? 

 

ÉL. Te sienta muy bien. 

 

ELLA. Me sienta del culo. Pero me da igual. 

 

ÉL. No te da igual. 

 

ELLA. Tienes razón. Pero me aguanto.  

 

ÉL. ¿Sí? 

 

ELLA. Yo qué sé. (Bebe) Le he arrancado las hombreras. Y ahora tengo la sensación de llevar colgando un yunque en cada uno de mis brazos. ¿No me ves encogida, contrahecha? 

 

ÉL. Estás bien. (Sonríe) Me acabas de recordar a... 

 

ELLA. No, no quiero saberlo. Nada de esa clase de recuerdos, ¿vale? No quiero que me cuentes ninguna de tus historias. No tengo ningún interés en saber cómo son las mujeres que se acuestan contigo. 

 

ÉL. Iba a hablarte de mi hermana. 

 

ELLA. Perdona. Lo siento. Creí que ibas a decirme algo que me podía hacer sentir como todas esas “despechadas” que te pagan para follar. 

 

ÉL. Muchas de ellas son estupendas. 

 

ELLA. ¿Qué ibas a contarme de tu hermana? 

 

ÉL. Nada importante. Es una afición que tenía a cambiar las cosas en la ropa que se compraba. Se compraba una blusa, por ejemplo, y a la media hora ya estaba cambiándole los botones, o haciéndole un pespunte en las mangas, o entallándosela y añadiéndole un sinfín de pinzas. Yo le decía: Porqué te has comprado entonces esa blusa. Seguro 

 

que en la tienda había otra a la que no tenías que tocarle nada. Y ella me decía: Te equivocas. Esta era la que me abría más posibilidades, la más 

 

cercana a convertirse en la blusa que deseo... "La que me abría más posibilidades". ¿Te das cuenta? Cualquiera de esas prendas era sólo un principio para ella. 

 

ELLA. Toda una lección de vida. No te conformes, no te quedes quieta, no dejes nada como está. Haz que las cosas te pertenezcan.  

 

ÉL. Me has recordado a ella. 

 

ELLA. ¿Dónde está ahora? 

 

ÉL. En Grenoble. 

 

ELLA. ¿No la ves? 

 

ÉL. Apenas. (Silencio) 

 

ELLA. ¿Te parece que...? 

 

ÉL. Perdona, sí. Hablemos de cosas fáciles. 

 

ELLA. ¿Fáciles? 

 

ÉL. Bueno, tenemos que ponernos de acuerdo en algunas cosas, ¿no?  

 

ELLA. Sí, algo así como un juego. ¿Conoces el programa Carrusel de corazones? 

 

ÉL. Creo que sí. 

 

ELLA. Es ese en el que concursan matrimonios. Consiste en coger a uno de ellos por separado, al marido, por ejemplo, y hacerle unas cuantas preguntas de carácter, digamos, íntimo. Él las contesta. Después le formulan esas mismas preguntas a la mujer. Y se trata de que ésta adivine lo que el marido ha contestado previamente. Ya que se supone que al estar casados tienen que conocerlo todo el uno del otro. 

 

ÉL. Que gran error. 

 

ELLA. Es sólo un juego. Más aciertos, mejor premio. No hay duda de que antes de ir a concursar las parejas deben de ponerse de acuerdo en muchas cosas.  

 

ÉL. ¿Y cuál es el premio? 

 

ELLA. ¿Aquí o allá? 

 

ÉL. Allá. ÉL. de aquí ya lo sé. 

 

ELLA. ¿Ah, sí? ¿Y cuál es el de aquí? 

 

ÉL. Bueno, es un premio para ti. No es un premio “material” pero es un gran premio por lo que veo. Con eso me basta. 

 

ELLA. Gracias. ¿Y para qué quieres saber el premio de allá? 

 

ÉL. Curiosidad. A lo mejor si esto sale bien te propongo que luego nos presentemos al programa de la tele. 

 

ELLA. No, por favor. Con lo de hoy creo que tendré bastante. En fin, aquí se trata de que hagamos lo mismo, ¿sabes por dónde voy? 

 

ÉL. Sí.  

 

ELLA. Veamos... Había anotado algunas cosas en un papel... 

 

ÉL. No llegaremos a la fiesta. 

 

ELLA. Será poco rato. Además, aún queda tiempo. ¿Dónde he puesto el papel? 

 

ÉL. ¿Por qué no dejamos que las cosas surjan? (Ante la mirada de ella) Cuando nos pregunten. Si es que nos preguntan. 

 

ELLA. Porque podríamos contradecirnos. Y ten por seguro que preguntarán. 

 

ÉL. Todos los matrimonios se contradicen. 

 

ELLA. En cosas puntuales, o poco concretas. En cuestión de gustos a lo mejor. Pero si los dos estuvieron en Roma pasando la luna de miel, entonces los dos saben que estuvieron en Roma. 

 

ÉL. Supongamos que alguien pregunta en un momento determinado: 

 

¿Dónde pasasteis la luna de miel? Y tú contestas: En Roma. Supongamos que en ese momento alguien que tienes al lado te dice: Pues tu marido –Y va y me señala porque yo estoy ahí presente mirándote sin pestañear a los ojos- me acaba de decir hace un momento que estuvisteis en Praga. Imagínate la situación. Después del inevitable y consecuente lapso de silencio, ¿qué harías?... Piénsalo bien. Salir de eso es lo más fácil del mundo. Cariño, de verdad que eres tonto, bastaría que me dijeses. Todos los hombres sois iguales. Mira que no acordarte de dónde pasaste la luna de miel. Lo de Praga fue otro viaje.  Y yo podría añadir entonces: Pues a mí me pareció otra luna de miel, cariño. Y por eso, blablá, blablá... ¿Ves que fácil?  

 

ELLA. Ya. Pero no deja de ser arriesgado. Cinco cosas. Concretemos sólo cinco cosas. 

 

ÉL. A ver, ¿Roma o Praga? 

 

ELLA. No, eso ya me da igual. Ya sé cómo salir. ¿A qué te dedicas? 

 

ÉL. Soy gigoló. 

 

ELLA. No, en serio, decidamos algo. 

 

ÉL. Si digo eso, la gente se va a reír. Me van a tomar por chistoso. Se van a callar y no van a volver a preguntar sobre el tema. Si por el contrario digo que me dedico a otra cosa no van a parar de hacerme preguntas: que para qué empresa trabajo, que cómo está el mercado laboral en ese terreno, que desde cuándo me dedico a eso... 

 

ELLA. No si no es un trabajo excesivamente atractivo. 

 

ÉL. Elige tú. 

 

ELLA. (Bebe) No me importa. 

 

ÉL. ¿Con quién te gustaría estar casada? No, esa precisamente no es la pregunta. Seguro que tú ambicionas a alguien con un trabajo atractivo. La pregunta sería: ¿Con quién te conformarías con estar casada?... ¿Con un empleado de banco? 

 

ELLA. Me da igual. En serio. 

 

ÉL. ¿Con un pasante? 

 

ELLA. No sé. 

 

ÉL. ¿Con un gerente, con un funcionario, con un representante de cosméticos? 

 

ELLA. Lo que tú quieras. 

 

ÉL. ¿O nos vamos ya un poco más abajo en el escalafón: un conserje, un dependiente, un zapatero...? (Ella le mira) ¿No te das cuenta de que cualquiera de esos trabajos lleva detrás un sinfín de preguntas, socialmente hablando? Pero bueno, no importa, ya has visto que me encanta el riesgo. 

 

ELLA. Di que eres gigoló.  

 

ÉL. Diré que soy farmacéutico. 

 

ELLA. ¿A qué viene eso ahora?  

 

ÉL. He tenido una visión. 

 

ELLA. Pero... Vale. Supongamos que dices eso, ¿qué pasa si a alguno le da por decir que un día pasará a hacerte una visita? ¿Qué dirección piensas darle, que piensas decir si te preguntan en qué farmacia trabajas? 

 

ÉL. Ahora en ninguna. Trabajo para una empresa farmacéutica. Investigación, ¿ya sabes? 

 

ELLA. ¿Qué empresa? ¿Qué investigación? 

 

ÉL. ¿Van a hablarme en ese tono? ¿Qué pasa, que todos tus amigos son policías? “Top secret”, les diré. Y que se jodan. 

 

ELLA. En la fiesta habrá otros farmacéuticos, ¿qué sabes tú de farmacia? 

 

ÉL. Más de lo que imaginas. 

 

ELLA. ¿En serio?  

 

ÉL. En serio. 

 

ELLA. Quieres decir que... (ÉL. afirma) ¿Y por qué no me lo dijiste al principio? 

 

ÉL. No me gusta remover en mi pasado. Digamos que mi padre se empeñó en que estudiase una carrera. Pese a ser de clase baja, fui a la universidad. Por un sólo año no la terminé. ¿Me imaginas detrás de un mostrador vestido con una bata blanca? 

 

ELLA. ¿Qué pasó? 

 

ÉL. Ya tenemos una. ¿Cuáles son las otras cuatro? 

 

ELLA. ... Veamos. Llevamos poco más de un año casados. Yo trabajo por las mañanas en una biblioteca. Mis padres viven en Toulouse, así que apenas los vemos, un par de veces al año... ¿Por qué no la terminaste? 

 

ÉL. ¿Sabes cómo nos conocimos? 

 

ELLA. ¿Quiénes?  

 

ÉL. Tú y yo. Yo estaba jugando a la petanca en el parque del barrio con unos amigos y justo cuando fui a lanzar pasaste tú. Por culpa de una ráfaga de tu penetrante perfume se me torció el tiro y la bola fue a parar de lleno a tu pie derecho.  

 

ELLA. ¡Uf, qué dolor! Pero qué bonito... Me gusta. Y entonces me llevaste a curar a tu farmacia... 

 

ÉL. No. Al club nocturno en el que trabajo. 

 

ELLA. ¿Pero no habíamos quedado en que eras farmacéutico?  

 

ÉL. De vez en cuando me saco un sobresueldo. 

 

ELLA. Va, cuéntame más.  

 

ÉL. ¿Y tu papel? 

 

ELLA. A la mierda mi papel. 

 

ÉL. Casi todas las vidas son inventadas.  

 

ELLA. Sí, pura ficción. 

 

ÉL. Mejor así, ¿no crees?  

 

ELLA. Más divertido. Pero más aterrador. Si se pudiesen atar los nervios. 

 

ÉL. Tú cógete a mí antes de entrar.  

 

ELLA. No puedes imaginarte lo que significa para mí tener un cómplice después de tanto tiempo. 

 

ÉL. ... ¿Sabes lo que hice? Te di un masaje en el pie que aún no has olvidado. 

 

ELLA. ¿Tú qué sabes si lo he olvidado?  

 

ÉL. Lo sé. Todas las noches antes de acostarnos me pides que te de uno lo más parecido posible a aquel. 

 

ELLA. Y tú me lo das.  

 

ÉL. ¿Todas las noches? 

 

ELLA. Nos queremos mucho. No hemos discutido ni un solo día desde que nos conocimos. 

 

ÉL. Únicamente para decidir dónde pasaríamos la luna de miel, si en Roma o en Praga. 

 

ELLA. No, eso no fue discutir.  

 

ÉL. Me encanta esa parte de ti. 

 

ELLA. ¿Cuál?  

 

ÉL. La del optimismo indiscutible. 

 

ELLA. Yo no tengo esa parte.  

 

ÉL. Sí, sólo que no la sacas muy a menudo. 

 

ELLA. Será que tú me la contagias. Presiento que esta noche voy a estar irreconocible. Ah, sólo una cosa más: odio el queso. Lo odio con toda mi alma. No se te ocurra ofrecerme un canapé de queso. 

 

ÉL. Nada de canapés de queso.  

 

ELLA. ¿Y tú?  

 

ÉL. ¿Yo qué? 

 

ELLA. ¿Qué es lo que odias?  

 

ÉL. Poca cosa. 

 

ELLA. ¿Qué? No quiero meter la pata. 

 

ÉL. ¿De verdad quieres saberlo? 

 

ELLA. Claro. 

 

ÉL. No viene a cuento. 

 

ELLA. A ver. 

 

ÉL. En realidad, no es a qué sino a quién. 

 

ELLA. No importa. Dímelo. 

 

ÉL. Odio a mi padre porque mató a mi hermano. 

 

ELLA. ... ¿Es cierto eso?  

 

ÉL. Tal vez. O quizás forme parte de nuestra ficción. 

 

ELLA. Lo siento. Si es verdad, lo siento. 

 

ÉL. No tienes nada que sentir. No sé porque te he dicho eso. 

 

Precisamente ahora. Olvídalo. Vas a ser la reina de la fiesta. 

 

ELLA. En esta fiesta no hay ninguna reina. 

 

ÉL. Yo creo que sí. 

 

 

 

ÉL. la besa. Ella se calla, y apura el contenido del vaso de un solo trago. 

 

 

 

ELLA. ¿Por qué has hecho eso?  

 

ÉL. (Después de sonreír) Porque pienso hacerlo bastantes veces durante la noche y no quiero que te pille desprevenida. Entre tú y yo eso es lo más normal del mundo. Estamos casados, ¿recuerdas? Y nos queremos con locura. ¿No es eso lo que quieres que piense la gente? 

 

ELLA. Deberíamos irnos. Se está haciendo tarde. Seguiremos hablando durante el camino. (Toma su chaqueta y su bolso) Por favor, se amable conmigo esta noche. 

 

ÉL. ¿Sólo amable?... ¿Acaso lo pones en duda? 

 

 

 

ELLA niega con la cabeza y abandona la habitación. EL la sigue. 

 

 

Una cama, iluminada por una luz muy tenue. Sobre las sábanas blancas una mujer, cercana a los sesenta años, semidesnuda. EL la acaricia y empieza a hacerle el amor. La mujer manifiesta su placer a través de la respiración que se torna cada vez más agitada. Mientras, se escucha de fondo la voz de ELLA. 

 

ELLA. Es una tontería. No creo que signifique nada. Además, ni siquiera puedo describirlo por completo. Algunas cosas están borrosas, sobre todo las que conciernen al final. Yo voy subida en una especie de carro. Una calesa, creo que se llama. Pero no lleva caballos, ni nadie que la guíe. Voy sola, por un camino cubierto de nieve. O más bien de leche. Sí, porque desde encima de la calesa parece que sea algo líquido y no algo sólido. Sin embargo, las ruedas no se hunden. A los lados del camino no hay nada. Y cuando digo nada significa nada. La Nada. El vacío total y absoluto. No sé lo que hago ahí ni a dónde voy. Ni siquiera sé si avanzo. Me muevo, eso sí, porque veo pequeñas ondas que nacen desde debajo de las ruedas. Pero hacia dónde, no lo sé. De pronto, sobre mí, aparece el cielo, como si se tratara de una cúpula que se fuera desplegando. Vertiéndose de forma muy suave. El cielo tiene un color igualmente inmaculado. Puede que sea azul, un azul muy tenue, celeste, pero al contacto con el suelo se torna blanco y lechoso como éste. Sólo se distingue un punto negro en lo alto, como una estrella en negativo, a muchos kilómetros. Juraría que está situado justo encima de mí. No hay nada más, mire hacia donde mire no veo nada más. Tampoco se escucha sonido alguno. Bueno, sólo uno, ese que se escucha al final, no sé después de cuánto tiempo. Una especie de silbido, como de algo cayendo a mucha velocidad desde muy arriba, desde muy lejos. Como el sonido de una flecha cortando el aire. Es un sonido largo, que dura varios minutos. Pero no es una flecha aunque el sonido lo recuerde. Es una gota. Con una gran precisión, una gota cae justo donde tengo colocada mi mano. Cae sobre mi mano. Una sola gota, sin más lluvia detrás. Una gota rojiza. Bermellón. Oscura y densa. Como si fuera de sangre. La misma textura. Después creo que sucede algo que tiene que ver con el movimiento, con el cambio de color del paisaje, con la calesa que desaparece, algo que rompe con el sosiego... Pero eso ya lo tengo más borroso. No lo recuerdo bien. Tal vez fue entonces cuando me desperté. 

 

 

 

Un fogonazo de luz blanca quema repentinamente la escena. 

 

 

1999 

 

 

ELLA entra en la casa muy alterada. Echa el cerrojo a la puerta. Lleva puesto un elegante vestido rojo. Va hasta el salón. Tira el bolso con rabia sobre una butaca. Se sirve un whisky. De un sorbo apura el contenido de la copa. Se derrumba llorando en el sofá. Llaman a la puerta. ELLA no se mueve. Vuelven a llamar. ELLA se calla y mira en dirección a la puerta. 

 

 

ÉL. (Desde la calle) Ángeles. ¡Ángeles! Abre, por lo que más quieras. 

 

(Vuelve a llamar) ¡Ábreme, por favor! Te juro que no tenía ni idea. Te lo juro. Yo no tengo nada que ver con esta mierda, en serio.  

 

ELLA. Déjame en paz. 

 

ÉL. No me hagas esto. No puedes. Estoy tan jodido como tú. ¡Vamos, déjame entrar!  

 

 

EL vuelve a llamar insistentemente. ELLA se incorpora y va hasta la puerta. La abre. Sin esperar, camina hasta el salón. 

 

 

ÉL. (Entrando) Ángeles, Ángeles, lo siento. Yo no... Te juro que no sabía nada. De verdad. Ha sido una trampa. A mí también me la han pegado. Cuando esa mujer me llamó yo no podía imaginar... 

 

ELLA. No tienes que contarme nada. No me des explicaciones.  Te creo. 

 

ÉL. ¿Entonces? 

 

ELLA. Entonces vete y déjame en paz. Ya está. Olvídalo. 

 

ÉL. No. Tú crees que he tenido algo que ver. 

 

ELLA. Qué no, en serio. ¡Qué no! 

 

ÉL. Te estoy diciendo que me han jodido tanto como a ti, que me han utilizado para hacerte daño pero que también a mí me han hecho daño. No te imaginas lo que he llegado a sentir en ese momento, al verte, al tenerte frente a mí en medio de todas aquellas miradas, de todo aquel rumor que nos estaba lapidando.  Nos estaba, te lo aseguro, a los dos. Yo también me he sentido impotente, con ganas de... No sé, Ángeles. De verdad, no sé...  No puedes pedirme que me vaya así sin más. 

 

ELLA. Sí puedo.  

 

ÉL. Pero, ¿qué más quieres que te diga? ¿Lo siento? ¿Quieres que te diga que lo siento? 

 

ELLA. No quiero que me digas que lo sientes. Sé que no has tenido nada que ver. Pero quiero estar sola. ¿Lo entiendes? Es lo único que quiero. 

 

ÉL. Cuando estaba a punto de entrar en esa sala de fiestas, cogido de la mano de esa mujer, por la puerta de atrás, he pensado en ti. Créelo. Antes de que todo esto sucediera. De repente me he acordado de aquella noche. Había algo parecido en todo aquello: la luz, el olor, una mujer inquieta y temblorosa que parecía arrastrarme hacia algún juego con la victoria dibujada en el rostro... Y en ese momento, justo cuando estaba a punto de entrar, gracias a eso, me he sentido bien. El único momento de placer de toda la noche, de todo el año. Me he sentido muy bien. Yo no sabía lo que iba a pasar ahí dentro. Te lo juro. No lo sabía. A pesar de haber tenido ese pensamiento repentino, casi premonitorio, no he sido capaz de relacionar...  

 

ELLA. Por favor... 

 

 

 

EL se calla y la mira. Hay un silencio. ELLA rompe a llorar. 

 

 

 

ELLA. Qué mierda. Qué hijos de puta... Dios, ¿qué voy a hacer? ¿Qué voy a hacer? 

 

ÉL. Nada. No vas a hacer nada. Vas a olvidar. Ya lo verás.  

 

ELLA. No lo entiendo. 

 

ÉL. ¿Qué tienes que entender? 

 

ELLA. Nunca habían hecho algo así. Nunca algo tan cruel. Ha sido peor que cualquiera de sus jodidas bromas de instituto.   

 

ÉL. Se lo pusiste en bandeja. 

 

ELLA. Lo estaban pidiendo año tras año. Fue un simple juego. No les hice ningún daño.  

 

ÉL. Todo el que te puedas imaginar. Tu reaparición en el “patio” fue gloriosa.  

 

ELLA. Toda mi vida esperando algo así. Pasear entre ellos sin el estigma con el que me habían marcado. Con la cabeza bien alta. A la mierda sus motes, sus cuchicheos, sus adjetivos humillantes. ¡A la mierda! Aparecer con un hombre y restregárselo por las narices. Y ser feliz, ¡feliz! Merecidamente feliz. 

 

ÉL. Eso fue lo que les jodió. Y más aún que no fuera verdad.  

 

ELLA.  No debí hacerlo. 

 

ÉL. ¿Cómo puedes pensar eso después de lo que acabas de decir? 

 

ELLA. No debí... Mira lo que ha pasado. 

 

ÉL. A la mierda, tú lo has dicho. ¿No disfrutaste? 

 

ELLA. Sí... Sí, muchísimo. (Secándose las lágrimas) Me encantó.  

 

ÉL. ¿Entonces? 

 

ELLA. Y volvería a hacerlo. Volvería a joder a esos cabrones... Pero ahora... Ya ves... Ahora van a volver más fuertes que nunca.  

 

ÉL. ¿Quién va a volver? ¿Quién? Se acabó. Ya se acabó. Esta historia se ha terminado. No hay más. Míralo de esta forma: un reinado de un año es lo normal, como las misses. Después de eso también a ellas les dan la patada. 

 

ELLA. Pero no de esta forma. 

 

ÉL. A veces peor. Seguro. 

 

ELLA. No voy a volver a ir tranquila por la calle. 

 

ÉL. ¿Cómo que no? Son ellos los que no van a poder ir tranquilos... Van a tener que ir con la cabeza gacha. Esto no puede dejarles indiferentes. 

 

ELLA. ¿Qué no? 

 

ÉL. Algún remordimiento les quedará. 

 

ELLA. Ja. 

 

ÉL. ... Es igual, no necesitas nada de esa gente. 

 

ELLA. Alguna de esas hijas de puta debió reconocerte. O debió contratar tus servicios durante este año...  

 

ÉL. Puede. No sé... 

 

ELLA. ¿Te imaginas su cara al verte llegar? ¿Puedes imaginártela? Debió ser todo un poema.  

 

ÉL. Debió pensar ¿Qué coño hace el marido de Ángeles aquí si yo he llamado a un chico de compañía? A no ser... A no ser que el marido de Ángeles sea el chico de compañía... O que se haya montado un negocio de “farmacia-expres” y trae una caja de preservativos por encargo del maromo. 

 

ELLA. Si te hubiera dicho quién era. 

 

ÉL. ¿Tú crees que alguna de esas mujeres tendría tanto valor? ... ¿O tan pocos escrúpulos? ¿Te imaginas?: Hola, ¿no me recuerdas de la fiesta? Soy una compañera de colegio de tu mujer. ¿Echamos un polvo a su salud ahora que no nos ve? No, imposible. Hubiera sido alucinante, viniendo de alguna de esas pánfilas.  

 

ELLA. Siento desilusionarte, pero debo decirte que la cara de placer que tenía cuando estaba debajo de ti; o encima, me da igual, no era por lo bien que te la estabas follando sino porque tenía entre manos la mejor historia del año, el germen de una de las mayores putadas habidas y por haber. Estaba disfrutando como una loca porque se me iba a follar, no porque te la estuvieras follando. Estaba loca por contarlo. Y no sabes el placer que eso le estaba dando. El orgasmo deseado por cualquier mujer. Lo siento. 

 

ÉL. Más siento yo no haberla reconocido... 

 

ELLA. No podías. Había demasiada gente aquella noche.  

 

ÉL. Si hubiera sido poco después de la fiesta. Un par de semanas después. Me quedé con algunas caras. 

 

ELLA. ¿Quién coño sería? La mayoría de ellas están casadas. Sólo hay tres o cuatro divorciadas, pero tienen pinta de ser más felices aún que el resto. Vamos, que no creo que necesiten los servicios de alguien como tú. Quiero decir que aún son lo suficientemente atractivas como para tener lo que quieran. No, debió ser alguna de esas amargadas.  Hay un grupito que... Alguna de las que están casadas con alguno de esos idiotas que han limitado tanto su vida que ya se creen que lo tienen todo. Incluso la estabilidad. ¿Cómo es posible que no se den cuenta de que la auténtica conclusión de todo esto es otra, bastante más terrible?: mi mujer es una insatisfecha que necesita de los servicios de un gigoló porque nuestra vida es una auténtica mierda.  

 

ÉL. Lástima no haberla reconocido.  

 

ELLA. No podías, en serio. 

 

ÉL. Nada de esto hubiera ocurrido. Si la hubiera reconocido, la hubiera estrangulado. Teniéndola debajo, o encima, da igual, pero tan cerca que no tenía más que rodear su cuello con mis manos... No sabes lo fácil que resulta mezclar el placer con la violencia. Hay un punto en el que pueden confundirse, cuando la mano sobrepasa la caricia y sólo hay que dar un pequeño paso. Bailar el cascanueces. 

 

ELLA. ¿Qué? 

 

ÉL. Crack. Partirle la nuez. 

 

ELLA. No digas tonterías...   

 

ÉL. Y luego la hubiera descuartizado... (Sonríe ampliamente y pone voz de “malvado”) Como Jack el destripador... Y te hubiera traído un trocito de recuerdo. ...Y hubiéramos vuelto a la fiesta con su cóccix colgando de nuestro cuello a modo de medallón... 

 

ELLA. Pero, ¿qué te pasa? 

 

ÉL. No, ahora en serio, deberíamos habernos sentado.  

 

ELLA. ¿Sentado?  

 

ÉL. Sí. Cuando han dicho todo aquello por megafonía... Cuando estábamos frente a frente escuchando toda aquella mierda deberíamos habernos sentado sin más, como si nada.  

 

ELLA. Como si nada. 

 

ÉL. Sí. Tal cual. 

 

ELLA. No hubiera podido. 

 

ÉL. Ya lo creo que hubieras podido. Con un poco de sangre fría hubieras podido. 

 

ELLA. En ese momento era lo único que no tenía.  

 

ÉL. Pues era lo más apropiado.  

 

ELLA. ¿ÉL. qué, tener sangre fría? 

 

ÉL. Sentarse tranquilamente. No darle ninguna importancia a lo que estaba pasando. Hubiéramos provocado el desconcierto. Y antes incluso deberíamos habernos besado. Deberíamos habernos dado un beso largo y aislante. Al fin y al cabo, era nuestro reencuentro después de un año. Podríamos incluso haberles provocado un poco de envidia. Deberíamos haberles hecho creer que nada de aquello nos estaba afectando. 

 

ELLA. ¿Y qué hubiera pasado?  

 

ÉL. Algo grande.  

 

ELLA. ¿Tú crees? 

 

ÉL. ¿Tú no? Se les hubieran caído las bragas y los calzoncillos al suelo a todos. ÉL. tiro por la culata. Hubiera sido como meterles un supositorio de glicerina a todos. Deberíamos habernos dado un buen beso de los que te dejan sin aliento y luego habernos ido a una mesa a cenar tranquilamente. Nos ha faltado destreza. Y telepatía, claro.   

 

ELLA. Claro. No sé cómo no se me ha ocurrido. Y luego presentarnos a “pareja de la noche”. Con nuestra mejor sonrisa. Aún he tardado demasiado en salir corriendo. 

 

ÉL. Yo he sido incapaz... He tenido que quedarme un momento. No podía moverme, no podía creerme lo que... Me he quedado agarrado al suelo, en el centro de aquella inmensa sala, en medio de toda aquella gente... Por eso me hubiera gustado... No sabes cómo me iba el corazón. Una olla a presión a punto de reventar... Luego ha sido más fácil de lo que creía. Sólo he tenido que aguantar sus miradas hasta conseguir que poco a poco se hiciera el silencio. Destruir sus sonrisas. He grabado sus caras en mi cabeza. Hoy sí. Todas las que alcanzaba. Me he imaginado un zoológico donde verles enjaulados. Y he soñado con el placer de darles caza. 

 

ELLA. No está mal. Para un momento tan difícil. 

 

ÉL. Soñar es gratis. 

 

ELLA. Tratándose de ellos, prefiero una dura vigilia. 

 

ÉL. ¿Y qué estabas haciendo tú ahí, si puede saberse? ¿Eh? ¿Cómo se te ocurrió ir a esa fiesta sin mí? Deberías haberte dado cuenta de que no podías... Todo fue tan bien el año pasado. Tendrías que haberme llamado. 

 

ELLA. Lo hice. Nada más recibir la invitación. Hace casi veinte días. Pero me dijeron que para esa fecha ya estabas comprometido.  

 

ÉL. Debería haberte dejado mi teléfono. 

 

ELLA. Ya estaban maquinándolo todo. ¿Te das cuenta? Te juro que al principio no supe si debía ir, pero después de lo del año pasado me afloró el optimismo... Tienes que entenderlo. Me sentía pletórica. (Mostrando su vestido) Ya ves, rojo pasión...  

 

ÉL. Estás preciosa. 

 

ELLA. De lo que me ha servido... ÉL. caso es que al llegar, todo el mundo me preguntó por ti. Se deshacían en halagos... Qué hijos de puta. Yo les dije... Me inventé que no habías podido ir porque te habías puesto repentinamente enfermo. Se me ocurrió hasta una broma. De golpe. Sí, dije que te habías automedicado y que pese a ser farmacéutico no debías haber acertado con la medicación porque te habías puesto mucho peor. Creo que en realidad no se rieron por la ocurrencia que tuve sino por el modo en que salí del paso con tanta ingenuidad. Ahora entiendo las cosas que ocurrieron. La extrema amabilidad con la que me recibieron. ÉL. corro que se hizo en torno mío era más amplio de lo habitual, era realmente enorme. Había demasiada gente interesándose por mi, y por ti. En especial algunos, los que posiblemente habían tramado todo esto. Querían estar en primera fila para no perderse mi reacción cuando tú llegases cogido de la mano de otra mujer. ¿Qué fue lo que dijeron por megafonía, lo primero? En este momento hacen su entrada Natalie Signat y su acompañante. ¿O dijeron directamente su juguete, su semental, su pedazo de carne...? Compañeros, ¿no os resulta familiar ese hombre que acaba de entrar? ¿No juraríais que es...? Ángeles, qué callado lo tenías. Amigas, invita la casa. Con permiso, claro está, de Ángeles. ÉL. maromo es todo vuestro. Ya está pagado. 

 

ÉL. He tenido un maravilloso recibimiento, ¿verdad? 

 

ELLA. Lo siento. No he pensado en ti. Me he puesto a despotricar y no he pensado en el daño que te han hecho. 

 

ÉL. Debería haber dicho que era gigoló. El año pasado. Debería haberlo dicho. No hubiera habido sorpresas. 

 

ELLA. ¿Quieres beber algo?  

 

 

 

ÉL niega con la cabeza. ELLA se sirve un whisky. 

 

 

 

ÉL. ¿Cómo se llama ese, el que va de gracioso, el más alto, con el pelo de punta a lo puercoespín?  

 

ELLA. Gérôme. 

 

ÉL. Gérôme. ¿Era él el que hablaba por megafonía, no? Me recuerda terriblemente a mi primo, Salcedo. Sí, tanto en lo físico como en la forma de ser. Mi primo Salcedo, un cabronazo de cuidado, un hijo de puta increíblemente gracioso. Pero sin pizca de gracia. ¿Sabes a lo que me refiero? 

 

ELLA. Creo que sí. 

 

ÉL. ÉL. típico gracioso que hace gracia sólo al que está de su lado. Pero si estás enfrente, si te está utilizando a ti o a alguien cercano a ti, entonces no tiene ni pizca de gracia. Porque Salcedo era así, igual que este, necesitaba utilizar a alguien para hacer gracia, necesitaba masacrar a alguien, reírse de la desgracia ajena, ya sabes. Yo solía decirle: La vamos a tener Salcedo. Algún día tú y yo la vamos a tener. Y él solía contestarme: Vamos primo, ya sabes que sólo bromeo. Y entonces soltaba algo verdaderamente gracioso que no tenía que ver con nada ni con nadie. Y lograba distender la situación. Sí. ÉL. muy cabrón. Aunque yo siempre me iba con una sensación de odio y con muchos deseos de joderle, de hacerle daño, un daño atroz.... Tengo un montón de extraños artilugios que podría haberle metido por el culo... Sí, ese cretino me recuerda terriblemente a mi primo Salcedo. 

 

ELLA. Siempre ha sido así. Desde que le conozco. Con catorce años hacía esas mismas cosas.  Es un instigador, un chistoso sin escrúpulos y con muy mala pata.  

 

ÉL. Sí, eso es: un instigador... Un chistoso sin escrúpulos y con muy mala pata. No podría definir mejor a mi primo. El mundo está lleno de gente como él. Está lleno de Salcedos. 

 

ELLA. Todo esto se lo debo a Gérôme.  

 

ÉL. Seguro.  

 

ELLA. A él y a un par más. 

 

ÉL. Su corte de lameculos.  

 

ELLA. Los sin personalidad.  

 

ÉL. Como ese idiota de las gafitas, con cara de lavadora en funcionamiento. Sí, no me digas que no parece que le hayan centrifugado la cara.  

 

ELLA. André Cheval. 

 

ÉL. Va todo el rato pegado al Gérôme ese. Menudo payaso. Venga menear la cabeza de arriba a abajo cada vez que habla Gérôme, como un perrillo de esos que se ponen en la parte trasera de los coches. Riéndole las gracias, acabándole las frases, siendo amable sólo cuando el otro lo es... Pura simbiosis.  

 

ELLA. Basura. 

 

ÉL. Seres invisibles. 

 

ELLA. Ojalá. 

 

ÉL. Prescindibles. 

 

ELLA. Eso sí. 

 

ÉL. ¿A qué coño se dedica ese tío? 

 

ELLA. Es secretario de... 

 

ÉL. Claro, no podía ser de otra forma. Debe pasarse el día lamiéndole el culo a su jefe. Hay gente que ha nacido para el servilismo.  

 

ELLA. Tendrías que haberlo visto en clase. 

 

ÉL. Me lo puedo imaginar.  

 

ELLA. Le llevaba la cartera al profesor. Le recogía la mesa, le metía los libros en la cartera y se la llevaba hasta donde le dijera. Pero antes de salir miraba hacia donde estábamos nosotros y esbozaba algo parecido a una sonrisa, como si fuera su gesto de poder. 

 

ÉL. De poder ser tan gilipollas... ¿Sabes si ponía el culo?... Uno de mis profesores metió a un alumno en un armario a base de hostias.  Lo llevó a hostias desde la pizarra hasta el armario y lo dejó ahí hasta que acabó la clase. No soportaba a los pelotas. Hay gente que tiene suerte. Ese tío debería haber pasado por mi colegio. Y encima estará casado, ¿no? 

 

ELLA. Sí. 

 

ÉL. Seguro que el muy hijo de puta llega a la fiesta, aparca a su mujer y se va directamente a pegarse a las faldas de su amiguito. Y seguro que su mujer o es igual de gilipollas que él o se ha buscado ya un buen amante. 

 

ELLA. Mira, puede que fuera ella la que solicitara tus servicios. 

 

ÉL. ¿Tú crees? 

 

ELLA. Pudiera. 

 

ÉL. ¿Y luego ir a Gérôme y contárselo...? 

 

ELLA. Es un riesgo. A no ser que estén liados. 

 

ÉL. Igual estás acertando más de lo que te imaginas. 

 

ELLA. Ella le dice a Gérôme que ha averiguado que tú te dedicas a esto. Él no le pide explicaciones por que no es su marido, sólo echan de vez en cuando un polvo. Gérôme se lo cuenta a sus acólitos, entre los que se encuentra Cheval, el cornudo. Pero claro no dice de dónde procede la información. Una esposa insatisfecha, les dice sarcásticamente. Y ellos se parten de risa. Cheval se parte de risa también. Y Gérôme se regocija como nunca. Otro que ha tenido un orgasmo doble... Quién sabe si algún día no hará uso de semejante material. Pero esa es otra historia. ÉL. caso es que en ese momento debió empezar a tramarse el juego de esta noche.  

 

ÉL. Entre las piernas de la mujer de Cheval.  

 

ELLA. Una trama de lo más venérea. 

 

ÉL. Hay que joderse... Menudo grupo: El Gérôme, el Cheval y los otros cuatro...  

 

ELLA. Totó, Nicolás... Roger... 

 

ÉL. Sí. Esos que el año pasado iban vestidos con trajes cruzados, de pésimo gusto... Casi uniformados. En azul marino, con las corbatas a rayas y las camisas en tonos pastel... Hombro con hombro. Formando permanentemente un corro alrededor de la bandeja de las bebidas. ¿Cuánto tardaron en parecerse a una pandilla de tomates?... No hacían más que reírse, los gilipollas. Venga proferir exclamaciones, interjecciones... Todo un orfeón gutural. Cada vez que Gérôme decía algo, o cada vez que aquel de los dientes a lo conejo se ponía a imitar a alguien de los que estaban en la fiesta, les venía un arrebato sonoro... Y esas palabrejas tan raras que soltaban de pronto... ¿Pero qué coño era eso, una jerga para subnormales? ¿Cómo decían?... Se pusieron a hablar de uno de sus antiguos profesores... No parecía un mote. Más bien parecía un adjetivo inventado... ¿Qué coño decían que era? 

 

ELLA. Un Capiz. Es un acrónimo. Una palabra formada por las iniciales de otras. Capiz: Culo abultado- paquete insignificante -zurullo. 

 

ÉL. Hay que joderse. Qué agudeza. Seguro que estaban orgullosísimos de haberse inventado semejante estupidez. 

 

ELLA. Toda una revolución en el mundo de los motes, según ellos. 

 

ÉL. Panda de tarados. 

 

ELLA. Un buen día se plantaban delante de ti, te habían elegido como víctima, y te decían que eras una... gilat, por ejemplo. A continuación, te daban cinco minutos para que acertaras las palabras que componían tu nuevo apodo. Y más te valía que las adivinaras porque si no se dedicaban a hacerte insufrible la existencia. Bueno, también, aunque las adivinaras, pero digamos que de esta forma tenías ciertos atenuantes. 

 

ÉL. Gilat... Guapa, inteligente, lúcida, algo tímida... 

 

ELLA. Gorda, idiota, lamepollas... La ele era muy fácil, sólo podía ser o lamepollas o lameculos... y at... amargada tetuda... La te tampoco tenía demasiadas opciones tratándose de una chica. 

 

ÉL. ¿De verdad esa gente logró pasar de primaria?  

 

ELLA. Ya ves, siguen igual o peor. 

 

ÉL. ¿Y el resto? No puede ser que todos sean de la misma calaña... Tiene que haber alguien...  ¿Nadie va a salir en tu defensa? ¿Nadie va a sentir un poco de lástima? Estamos hablando de doscientas personas. No puedo creer que...  

 

ELLA. Ya lo has visto.... 

 

ÉL. No puedo creerlo. Menudo ejército de retrasados...  

 

ELLA. Hoy habrán disfrutado de lo lindo. En primera fila. Aún deben estar partiéndose de risa.  

 

ÉL. ¿Quieres que volvamos? 

 

ELLA. ¿Qué dices?  

 

ÉL. No, es lo que te estaba diciendo. Volvamos, como si nada hubiera pasado. 

 

ELLA. Estás loco. 

 

ÉL. Joderemos vivos a esos cabrones. Es lo último que esperarían. 

 

ELLA. No... Yo no puedo.  

 

ÉL. ¿Por qué no? No es mucho más distinto que lo que hicimos el año pasado.  

 

ELLA. No tiene nada que ver.  

 

ÉL. Sólo hay que echarle un poco más de valor. Es el antes y el después de abrir un regalo. Lo único que ha desaparecido es la sorpresa. En el fondo es lo mismo. Siguen estando las mismas cosas. 

 

ELLA. Pero, ¿cómo puedes decir eso? 

 

ÉL. Que sí. No lo pienses más. Venga, coge tus cosas, yo voy llamando a un taxi. Vamos a demostrar a esos gilipollas de qué están hechos los verdaderos momentos de la vida... 

 

ELLA. Espera, por favor. Espera. ¿Con quién crees que estás hablando? ¿Aún no te has dado cuenta de cómo soy en realidad? Yo no he inventado mis temores. Están ahí. Han sido años y años de no saber dónde meterme ni qué hacer conmigo misma. ¿Crees que porque el año pasado las cosas salieron tan bien puedo plantarle cara a esto de hoy? ¿Así, echándole un poco más de valor sin más, de golpe y porrazo? Te lo creas o no lo que hice el año pasado me costó muchísimo. Fue el único gran arrebato que he tenido en toda mi vida. Esto es demasiado difícil para mí, es el más difícil todavía, un triple salto mortal imposible. ¿No te das cuenta?, esta noche han vuelto a echarme tierra encima. Me va a costar mucho recuperar otra vez la confianza... Dame tiempo... Es un decir, ya sé que no estarás a mi lado para verlo, para ver cómo olvido todo esto. Pero, bueno, tú sólo ayúdame a empezar a olvidar. 

 

ÉL. Perdona. Tienes razón. No sé... Me he entusiasmado. 

 

ELLA. Ojalá pudiera contagiarme.  

 

ÉL. Sólo quería que supieras... 

 

ELLA. Lo sé. Yo empecé todo esto... y ahora he de encontrar el modo de seguir. 

 

ÉL. Aquí me tienes. Sigamos. Elige el camino... (Ella sonríe y bebe) ¿Qué te apetece? ¿Qué te gustaría hacer?  

 

ELLA. No es eso... 

 

ÉL. Quiero contagiarte. Necesito contagiarte. 

 

ELLA. Nada en particular. 

 

ÉL. Nada en particular. Así no hay forma. Habrá algo que te apetezca hacer, digo yo. ¿No quieres que salgamos un rato a divertirnos? 

 

ELLA. ¿Divertirnos? ¿Tenemos motivos? 

 

ÉL. Tú y yo juntos ya somos motivo más que suficiente. 

 

ELLA. Eso sí que es cierto.  

 

ÉL. ¿Ves?, ya tenemos algo que celebrar: estamos juntos.  

 

ELLA. Sí, resulta que estás aquí. Resulta que has venido a mi casa. Podrías haber desaparecido, haberlo mandado todo a la mierda después de semejante encerrona, pero estás aquí. Ya ves. Nadie te lo ha pedido y sin embargo estás aquí.  

 

ÉL. Estoy aquí. Sabía dónde vivías. 

 

ELLA. Te habrá costado averiguarlo. ¿No solías olvidarte de las mujeres con las que mantienes ese tipo de relación?  

 

ÉL. No se te escapa una. 

 

ELLA. Yo no he olvidado nada. Llevo un año recordando el día en que nos conocimos en aquel parque gracias a tu bola de petanca, soñando con esa luna de miel en aquélla maravillosa ciudad europea. Fui tan feliz que hasta he olvidado de qué ciudad se trataba. Llevo un año recordando todos y cada uno de los momentos de nuestra vida... El año pasado... No te di suficientemente las gracias. 

 

ÉL. Me olvidé de devolverte el anillo. 

 

ELLA. Lo sé. Eso me gustó. 

 

ÉL. Era bueno. 

 

ELLA. Oro de 18... 

 

ÉL. Me lo llevé sin pensar. 

 

ELLA. No importa. (Bebe) En tu agencia no me quisieron cobrar. 

 

ÉL. Lo sé. Me dio por ahí... Hoy les cobraremos doble. (La mira) Eres un daved. 

 

ELLA. ¿Un qué? 

 

ÉL. Un d-a-v-e-d. Un dulce ángel viviendo entre demonios. 

 

ELLA. (Sonríe y bebe) ¿De verdad quieres que salgamos divertirnos? 

 

ÉL. No es obligatorio.  

 

ELLA. Si quieres... 

 

ÉL. ¿Se te ocurre algo mejor? 

 

ELLA. Bueno, sí... No... No sé, la verdad... ¿Tienes algo que hacer esta noche? 

 

ÉL. Sí. (Empieza a quitarse la ropa) Varias cosas. 

 

 

 

Se escucha un goteo de agua procedente de una tubería rota. ÉL se acerca hacia ELLA, mientras se va haciendo el oscuro.

 

 

 

 

Una cama, iluminada por una luz de neón. EL está vistiéndose sentado en uno de los lados. Sobre las sábanas hay un hombre desnudo que le contempla. Mientras, se escucha de fondo la voz de ÉL. 

 

ÉL. Estoy sentado en una de las tazas del váter de la estación de autobuses. Tengo la mirada puesta en una frase que alguien ha escrito sobre la puerta, probablemente presionando con la punta de una navaja. Un hombre de rodillas frente a mí me la está chupando. Me paga por ello. Y por algo más. Algo que llegará después. De momento sólo tengo que dejarme hacer. Es la parte más cómoda. Así que leo el graffiti tranquilamente mientras mi polla entra y sale de su boca: “Mi vida es un mapa con tres ciudades e incontables nombres de mujer”. Yo podría haber escrito eso. Perfectamente podría haber sido yo. Tres ciudades: El lugar donde nací, el lugar donde viví y del que tuve que escapar y el lugar donde aún sigo escapando. E incontables nombres de mujer, nombres ya olvidados, sin rostro o con un mismo rostro. Montañas de nombres que con el tiempo enterrarán a los únicos verdaderos nombres que ha habido en mi vida: el de mi madre, el de mi hermana... Jamás he recordado un sueño. Nunca me he despertado con la sensación de haber emergido de una fantasía. Mi único recuerdo al despertar es siempre el mismo, el del último cuerpo que ha estado junto a mi antes de quedarme dormido. Unión, encadenamiento, persistencia, continuidad, prolongación, proceso, secuencia, consecuencia... Un día es sólo un día más donde poder bajarme otra vez los pantalones y los calzoncillos, donde ponerme a punto y salvar a alguien de su rutina. Con mi rutina... Prefiero engañarme a pensar que las cosas podrían suceder de otro modo... Haber sucedido de otro modo...  Prefiero mentirme a esperar algo de la verdad... Más abajo, en la misma puerta de ese mugriento váter de la estación de autobuses, rascando quizás con la misma navaja, con el corazón quizás igualmente roto, alguien ha escrito: “Morirás detenido como tu corazón”. Yo podría haber escrito eso. Perfectamente podría haber sido yo. 

 

 

 

2000 

 

Se escucha un goteo de agua procedente de una tubería rota. ELLA entra en la sala. Viste con ropa cómoda. Parece nerviosa. Busca algo entre las páginas de su agenda. La agita en el aire hasta que caen varias tarjetas de visita. Las recoge y las examina una a una hasta dar con la que busca. Va hacia el teléfono. El sonido que venía de la tubería cesa de pronto. Ella se detiene y respira profundamente. Se sienta. Entra ÉL. Lleva puesta un abrigo abotonado casi hasta el cuello. 

 

 

 

ELLA. Gracias. Me estaba poniendo de los nervios. Menos mal que has aparecido esta noche. Ya he llamado dos veces al fontanero pero aún no se ha dignado a venir. De pronto tengo un montón de cosas estropeadas. Quería poner música para no tener que escuchar ese horrible goteo pero el compacto no funcionaba. El horno ha dejado de calentar como siempre, le falta fuerza. Esta mañana no me ha sonado el despertador y he llegado tarde al trabajo. He llamado para decir que iba a llegar tarde pero el teléfono no dejaba de emitir un zumbido atronador así que ni siquiera he podido hablar con mi jefa... No creo en eso del efecto dos mil pero esto es casi una certificación de su existencia... Dios mío, perdona. Pero si aún llevas puesto el abrigo y yo no he dejado de hablar desde que has entrado... Te he llevado directamente al cuarto de baño para que lo arreglaras. Nada más llegar. Estaba tan nerviosa. No tengo vergüenza. No te he dejado tiempo ni para quitarte el abrigo. Perdona. Ponte cómodo. ¿Te apetece tomar algo? 

 

ÉL. No te preocupes. No puedo quedarme mucho tiempo. Tengo cosas que hacer.  

 

ELLA. ¿A estás horas?... Ah, ya, claro. ¿Pero no te vas a sentar ni siquiera un momento? 

 

ÉL. Un momento.  

 

ELLA. ¿De verdad que no quieres tomar nada? 

 

ÉL. No, gracias. Ya sabes que no suelo tomar nada. 

 

ELLA. Sí, ya lo sé. Pero algún día harás una excepción. (ÉL la mira) Hoy no. (ÉL se sienta) ¿No piensas quitarte el abrigo? 

 

ÉL. Luego. 

 

ELLA. Si tienes frío puedo subir la calefacción. Es de lo poco que aún sigue funcionando. 

 

ÉL. Estoy bien, en serio. 

 

ELLA. Ya. Pero estarías mejor si te quitases el abrigo... Bueno, déjalo. Tú mismo. (Se sirve una copa) Hoy no es jueves. 

 

ÉL. No, es martes. 

 

ELLA. Exacto... No me malinterpretes. No quiero decir nada en particular. Verás, me he alegrado mucho cuando me has dicho que ibas a venir. De verdad. Me encanta que estés aquí. Es sólo que tengo una sensación extraña. Un día distinto, una sensación distinta... No sabría decirte...  

 

ÉL. ¿No se te ha ocurrido pensar que a lo mejor simplemente tenía ganas de estar contigo? 

 

ELLA. Bueno, ya me conoces. ¿Cómo iba yo a pensar eso? ¿Tú, no pudiendo resistir dos días sin verme, devorándote la impaciencia por estar conmigo? No. Reconoce que no tiene mucho sentido. Aún me cuesta creer que decidieras “concederme” un día a la semana. Así, de repente. Sigo sin entenderlo, en serio. 

 

ÉL. ¿Concederte? ¿Por qué dices eso? Yo no te he “concedido” nada. Yo, simplemente... Surgió. De repente. Fue una necesidad. Para ambos. Sé que al principio pensaste que lo hice por lástima... 

 

ELLA. No. 

 

ÉL. Al principio lo pensaste. 

 

ELLA. No.  

 

ÉL. Venga.  

 

ELLA. Bueno. Pero muy al principio.  

 

ÉL. Pero ya te ha quedado claro, ¿no? Te he demostrado que no era por eso, ¿verdad? (ELLA le mira) Aún sigues pensándolo. 

 

ELLA. No. Bueno sí. Sólo a ratos. 

 

ÉL. ¿Ves? 

 

ELLA. Es que aún no sé por qué, en serio. 

 

ÉL. Porque eres fantástica. 

 

ELLA. Va... 

 

ÉL. Que sí, que lo eres. 

 

ELLA. ¿Lo soy? 

 

ÉL. Ajá. 

 

ELLA. (Bebe) Tu agenda debe ser curiosa. No sé antes, pero desde hace casi un año... Todos los días deben estar plagados de nombres de mujer, excepto los jueves. Ese día únicamente debe poner ÁNGELES, en grande, ocupando el centro de la página. El jueves, el día de Ángeles. 

 

ÉL. El día de los ángeles. El día que subo al cielo, que escapo... Te lo creas o no, el día que soy feliz. 

 

ELLA. Te brillan los ojos. Siempre que dices algo sólo por complacerme te brillan los ojos. 

 

ÉL. ¿Para qué iba a hacer eso?  

 

ELLA. Dímelo tú. 

 

ÉL. Cuéntame algo de ti. 

 

ELLA. ¿Que te cuente algo de mí?  

 

ÉL. Sí. Cuéntame algo que aún no sepa de ti. Algo que aún no me hayas contado. 

 

ELLA. ¿Cómo qué? 

 

ÉL. Cualquier cosa. 

 

ELLA. ¿A qué viene eso ahora? No sé... No hay nada que... 

 

ÉL. Imagínate que volvemos a nuestro primer día. Tú con la lista de los momentos del pasado por resolver, intentando ponernos de acuerdo en todo lo que hemos vivido juntos, preparándonos para ser el bombazo en aquella fiesta... Imagínate que después de dos años apenas te quedan un par de secretos ocultos. Me lo has contado todo excepto un par de cosas. Sólo un par de cosas. No importa. Estás en tu derecho. Es lógico. Lo respeto. No quiero saberlo. Pero el resto, lo que se supone que yo debo saber de ti porque tú has ido contándomelo durante estos dos años... El resto. Eso es lo que yo necesito saber. Es nuestro juego, ¿no? Cuando el presentador de ese programa se dirija a mi para decirme: Veamos, ¿recuerda usted lo que le ocurrió a su mujer el día tal del año tal o la noche cual del año cuál?... quiero saber qué contestar. 

 

ELLA. Nunca te preguntaría algo así. En ese programa, no. No hurgan de esa forma en tu pasado. Lo importante no es la memoria, sino las sensaciones, los sentimientos, los gustos... lo que de verdad percibes del otro. Demostrar la complicidad. Eso tendría que ver más con la memoria, y no es el caso. 

 

ÉL. ¿Y de qué se supone que está hecha la memoria? Todo cuanto quieres olvidar, todo cuanto no puedes olvidar, te hace ser como eres. 

 

ELLA. ¿Quieres conocer las cosas que he olvidado? 

 

ÉL. Lo primero que te venga a la cabeza. 

 

ELLA. No puedo contarte las cosas que ya he olvidado. 

 

ÉL. Lo que sea, que aún no sepa. 

 

ELLA. ¿Por qué no te quitas el abrigo? 

 

ÉL. ¿Qué es lo que te resulta tan difícil? 

 

ELLA. Nada. He tenido una vida de lo más normal. No hay nada que merezca la pena ser contado. 

 

ÉL. Algo que tenga que ver con el odio. 

 

ELLA. ¿Con el odio? 

 

ÉL. Reconoce que en tu vida había mucho odio cuando yo te conocí... 

 

ELLA.  Te equivocas. Yo no... ¿De dónde te sacas eso? ¿Odio? 

 

ÉL. ÉL. día que aparecí por primera vez en tu casa... 

 

ELLA. No era eso... Yo... Era más bien... No sé. Rabia. Impotencia, desesperación...  

 

ÉL. Todo un preludio. 

 

ELLA. No era por algo concreto. Fueron un cúmulo de despropósitos. 

 

ÉL. ¿Es eso lo que has ido coleccionando? 

 

ELLA. Soy así por esas pequeñas cosas. 

 

ÉL. ¿Pequeñas? 

 

ELLA. Pequeñas. Insignificantes. Sólo que una detrás de otra... Me llevaron a sentir todo eso. Créelo, nada que ver con el odio. ¿Cómo has podido pensar eso? 

 

ÉL. Lo vi. Mirándote. Desde que entre en esta casa. Aunque te escondieras detrás de una copa. Eres tan frágil que tuve que descubrir qué es lo que te hacía tan fuerte. 

 

ELLA. No es verdad. 

 

ÉL. ¿Por qué no me lo cuentas? Estoy seguro de que hubo algo... 

 

ELLA. No. Nada. ¿Qué es lo que buscas: un horror, algo parecido a una vejación, un daño físico...? No hubo nada de eso. No tengo cicatrices de ese tipo. Yo era muy tímida. Una buena chica, una buena estudiante y recibí como todas, mi correspondiente dosis de amargura, gracias a las burlas de mis compañeros. Pero eso es todo. Hace dos años sólo quise demostrar algo. Mi vida ha sido pobremente feliz. Nunca he sido tan frágil ni tan fuerte como crees. 

 

ÉL. ¿A quién quisiste? 

 

ELLA. ¿A quién quise? 

 

ÉL. Hubo alguien... Algo que desearas y que no... 

 

ELLA. ¿Qué pasa hoy? ¿A dónde quieres llegar? ¿Por qué me interrogas de esa forma? ¿Por qué estás sentado ahí con el abrigo aún puesto? No sé lo qué quieres. 

 

ÉL. ¿Alguien de aquella fiesta, de tus antiguos compañeros de colegio...? 

 

ELLA. Desear es lo más normal, ¿no crees? Desde que te levantas hasta que te acuestas estás deseando cosas. ¿A ti no te ocurre? Algunas las consigues, otras por el contrario resultan inalcanzables. 

 

ÉL. ¿Quién? 

 

ELLA. (Bebe) ¿Qué quieres saber? Dímelo claramente. 

 

ÉL. ¿De quién te enamoraste? 

 

ELLA. (Sonríe) Esto me está empezando a resultar excesivamente infantil. No puedes estar celoso. No, tú no. Sería demasiado halagador... En serio, dime de qué se trata. ¿De qué va todo esto?  

 

ÉL. Cuéntame algo de ti que aún no sepa.  

 

ELLA. ¿Otra vez? Hay muchas cosas de mí que aún no sabes, pero no son tan importantes. De verdad, no valen la pena. (Bebe) Como sigamos así voy a tener que bajar a comprar otra botella de whisky. (Se sirve) 

 

ÉL. (Después de mirarla un instante en silencio) Esta mañana he estado en el cementerio. ¿Sabías que las calles donde están los nichos tienen nombres? Igual que en cualquier ciudad. La tumba de mi hermano está en la calle Sant Julien. Sí, la calle Sant Julien se ha convertido en la nueva dirección de mi hermano. ¿Crees que si le envío una carta a esa dirección el cartero se la entregará en mano? Lleva veintidós años metido ahí dentro. Yo apenas voy a verle. ¿Para qué? Está muerto, ¿no? No puede contestarme a ninguna de las preguntas que me gustaría hacerle. (ELLA le coge la mano) ¿No lo ves? Él está ahí cuando infinidad de gente que no se lo merece sigue deambulando por la vida. No hizo nada por lo que mereciera estar ahí. Sólo fue una trastada, una chiquillada. Mi padre le metió una paliza que le dejó secuelas internas. No lo supimos hasta pasado algún tiempo. Sólo eran moretones como los que habitualmente teníamos. Pero él de pronto murió. Un buen día mientras estábamos comiendo se desmayó. Mi padre le dijo que no hiciera el idiota, que se sentara y que siguiera comiendo. Pero él estaba en el suelo agonizando. Se estaba muriendo delante de nosotros sin que nadie hiciera nada por ayudarle porque a mi padre se le había metido en la cabeza que estaba haciendo el idiota... Una hora antes, justo una hora antes, me había dicho Deberíamos irnos de aquí. Deberíamos escapar. 

 

Deberíamos coger a mamá y a Madeleine y largarnos de aquí. Que se joda ese tío que dice que es nuestro padre...  ¿No te das cuenta de que hay un orden injusto?  

 

ELLA. ¿Por qué hoy?  

 

ÉL. Mi padre era aficionado a la caza. A nosotros nos llamaba conejitos... Y a mi madre pichoncita. Estábamos condenados. 

 

ELLA. ¿Por qué has elegido precisamente este día para ir a ver tu hermano?  

 

ÉL. Pensé que alguien debía hacer algo.  

 

ELLA. ¿Algo cómo qué? ¿Tu padre...? 

 

ÉL. No. Él tuvo suerte. Le dio una embolia y palmó en el hospital. Al poco tiempo. Sí, sé lo que vas a decir. Yo también lo pensé. Me lo estuve repitiendo durante mucho tiempo: Ya está, resuelto. Se terminó. El cabrón ha tenido lo que se merecía. ¿No es eso? Ponte a contar, cuenta cada una de las piedras de la grava que hay en el camino de aquí detrás y luego imagina que cada una de ellas es un golpe, una forma de causar dolor. Ese camino es mi vida. ¿Crees que ya está todo resuelto? 

 

ELLA. No. No sé, Claudio, yo...  

 

ÉL. Se merecía que la muerte jugara con él más despacio. 

 

ELLA. No puedes cargar con eso durante toda la vida. 

 

ÉL. No. No suelo pensar demasiado en ello. Créeme. 

 

ELLA. ¿Entonces, porqué hoy? 

 

ÉL. No exactamente hoy. Llevo casi un mes pensando en ello. 

 

ELLA. ¿Porqué?... (ÉL la mira en silencio) Déjalo, quizás no tengas ganas de hablar. O quizás prefieras hablar de otra cosa. ¿Es eso? ¿Has venido a hablar de otra cosa, a distraerte, a que yo te ayudase a aparcar todo ese embrollo que tienes en la cabeza? (Bebe) Y yo no hago más que echar leña al fuego... Lo siento. Perdona. 

 

ÉL. He venido porque necesitaba verte. Ya te lo he dicho. Simplemente quería estar contigo. 

 

ELLA. Ah, sí. Es lo que me has dicho. 

 

ÉL. Eres infinitamente mejor de lo que crees.  

 

ELLA. (Sonríe) Deberías haber sido psicólogo. 

 

ÉL. Lo soy. Un poco. No tengo más remedio.  

 

ELLA. Hagamos algo. ¿Qué te parece? Ya sé que me has dicho tienes que irte pero quizás puedas hacer algo para no ir. No pasaría nada. Podrías llamar y decir que te has puesto enfermo... Lo que sea. Salgamos a divertirnos. Me cambio en cinco minutos. (Va a salir. ÉL la coge por la muñeca) 

 

ÉL. Eres genial. En serio, lo eres. 

 

ELLA. Déjalo ya, ¿quieres? Si sigues diciéndolo acabaré por creérmelo. ¿Qué te parece si vamos a bailar? Hace mucho tiempo que no lo hacemos. ¿Cómo se llamaba el sitio ese al que me llevaste una vez, ese que estaba plagado de parejitas en la penumbra...? Tenía mucha gracia. Todo iluminado de ombligo para abajo para no poder verle la cara a nadie. Era tan divertido... Bueno, lo realmente divertido era perderse. Hasta que volvías a encontrar a tu pareja te podían pasar mil cosas... Y la música... Era el tipo de música que me gusta para bailar. ¿Cómo se llamaba ese sitio? 

 

ÉL. ÉL. Bugalú. 

 

ELLA. El Bugalú. ¿Quieres que vayamos? Nos vendrá bien. Tengo la sensación de que ambos necesitamos despejarnos. Usa mi teléfono si quieres para avisar de que no vas a poder ir. Hace ya rato que el zumbido ha desaparecido. (Coge el teléfono y lleva el auricular a su oído) Vaya... Otra vez este ruido infernal... No importa, aquí al lado hay una cabina. Son veinte metros. Puedes llamar desde ahí. (Apura el vaso de  un sorbo) ¿Qué te parece la idea? 

 

ÉL. Ese vaso está roto. 

 

ELLA. (Lo mira) Vaya, es verdad. No me he dado cuenta.  

 

ÉL. Tienes un poco de sangre en el labio.  

 

ELLA. Debo haberme cortado. 

 

ÉL. Deja que te limpie. 

 

ELLA. Voy a por algo... 

 

ÉL. Espera, no hace falta. Yo tengo clínex. (Se desabrocha el abrigo. Tiene la camisa manchada de sangre) No te muevas. Levanta un poco la cara. (ELLA se ha quedado quieta observando la mancha) Levanta un poco la cara. 

 

ELLA. ¿Qué es eso?  

 

ÉL.  ¿El qué? 

 

ELLA. Tienes la camisa... 

 

ÉL. Sí.  

 

ELLA. Llena de sangre. 

 

ÉL. No es nada, no te preocupes.  

 

ELLA. ¿Qué te ha pasado? 

 

ÉL. Nada.  

 

ELLA. (Mirándole a los ojos) Pero si tienes la camisa llena de sangre. 

 

ÉL. No te angusties, ¿vale? No es mía. 

 

ELLA. ¿Qué quieres decir con eso de que no es tuya? ¿Qué ha pasado? ¿Me lo vas a explicar? ¡Que no me angustie, dices! Llevas la camisa empapada. ¿Cómo no voy a angustiarme si de repente vas lleno de sangre? Me da igual que no sea tuya... ¿Qué coño has hecho? 

 

ÉL. ¿Quieres tranquilizarte?  

 

ELLA. ¿Qué coño has hecho? Quiero saber qué es lo que has hecho. 

 

ÉL. Tengo que limpiarte eso. (Le va a limpiar la sangre del labio) 

 

ELLA. ¡A la mierda! ¡Déjame! (Se limpia de un manotazo) Dime qué has hecho, Claudio.  

 

ÉL. Tranquilízate. 

 

ELLA. ¡¿De quién es esa sangre?! 

 

ÉL. Por favor. 

 

ELLA. ¿Quieres que me tranquilice? ¿Es eso lo que quieres, que me tranquilice?  Pues lo siento pero no voy a tranquilizarme hasta que me digas lo que has hecho. Así que ya puedes ir diciéndomelo ahora mismo. Quiero saber lo que ha pasado o no vas a verme tranquila. 

 

ÉL. ¿Me das un vaso de agua? 

 

ELLA. No juegues conmigo, Claudio. 

 

ÉL. Tengo sed. En serio. 

 

ELLA. ¿No piensas contármelo? 

 

ÉL. En cuanto me des el vaso de agua. 

 

ELLA va hasta la cocina. A los pocos segundos vuelve con un vaso de agua. Se lo entrega. ÉL bebe. La mira. 

 

ÉL. Este año tiraste la invitación directamente a la basura. Apenas habías rasgado una de las esquinas del sobre. Reconociste algo que se asomaba por uno de los márgenes, justo donde habías rasgado el sobre: el logotipo de tu antiguo colegio. Lo tiraste tal cual, sin molestarte en arrugarlo. Estaba intacto en la basura. Fue una casualidad. Yo estuve aquí esa misma noche. Tú debías haberlo abierto un rato antes. No me lo dijiste. No quisiste decírmelo. Imagino cómo te debiste sentir. Después de lo que pasó el último año aún tuvieron la desfachatez de enviarte una invitación. La casualidad hizo que yo viera ese sobre claramente, que yo reconociera también ese logotipo sin necesidad siquiera de aproximarme. El sobre estaba colocado en el cubo de la basura como si fuera una prenda en un escaparate. Quiero decir que inducía a mirarlo. No tengo por costumbre hurgar en tu cubo de la basura. Sé que no fuiste tú quien lo colocó de esa forma. No te entretuviste en colocarlo, simplemente cayó así cuando tú lo tiraste con toda tu rabia. Y yo creo que eso significa algo.  

 

ELLA. ¿Qué estás diciendo? 

 

ÉL. ¿A quién iba a preguntarle después de estar un mes pensando en ello? 

 

ELLA. ¿Qué has hecho? 

 

ÉL. Seguro que significaba algo. El azar ya resulta en demasiadas ocasiones inapreciable. Tú estabas sufriendo, por dentro, igual que mi hermano. Mientras alguien, con total impunidad, se dedicaba a seguir humillándote. 

 

ELLA. Yo no soy tu hermano. 

 

ÉL. Lo es más gente de la que puedas imaginar. 

 

ELLA. Dime que no has sido capaz. 

 

ÉL. No había respuestas. Esta mañana en el cementerio. Todo estaba en silencio. Ni siquiera una brizna de aire que agitara las hojas mustias de los ramos depositados sobre las tumbas. Estoy cansado de no entender. ¿Qué hago?... Contéstame, hermano. Señálame el camino. 

 

ELLA. ¿Por qué no viniste a verme a mí?  

 

ÉL. Otra pregunta sin respuesta...  

 

ELLA. Yo te hubiera ayudado. 

 

ÉL. Yo te he ayudado. 

 

ELLA. ¿A mí, cómo? ¿Qué has hecho? Me dijiste que lo mejor era olvidar. 

 

ÉL. Sí. Lo mejor era que tú lo olvidases. Yo no podía. 

 

ELLA. ¿Qué tienes dentro de la cabeza? 

 

ÉL. Ya nada... Tendrías que haberles visto. Estaban todos. Trajeados y radiantes como en los años anteriores. Se quedaron pasmados cuando me vieron aparecer. 

 

ELLA. Dios. 

 

ÉL. Esta vez no hubo megafonía. Al contrario. También allí se hizo el silencio. Se buscaban unos a otros con la mirada. Estaban perdidos. ¿Quién coño iba a encauzar esa situación tan inesperada y desagradable?... Gérôme, claro. ÉL. gran Gérôme, el salvador de los colectivos despersonalizados vino hacia mí con la mano extendida. Sí, señor, le echó un par de huevos. Y con una espléndida sonrisa me dijo Estoy encantado de verte de nuevo, Claudio.  Sí, dijo mi nombre con mucho aplomo. Lo recordaba a la perfección. Porque era un trofeo de caza que colgaba en las paredes de sus recuerdos. Y alguien del fondo se rio. Primero uno, después otro, y otro... Y de repente ya estaba: la situación se había distendido. La fiesta continuaba. 

 

ELLA. Y tú te marchaste. Diste media vuelta y te marchaste. (Pausa. Le mira a los ojos) Dime que eso fue lo que hiciste. 

 

ÉL. De pequeño miraba la sonrisa de la gente. No les miraba a los ojos mientras sonreían. Miraba el gesto de sus labios. La tensión con que se sostenían. Tal vez porque pensaba que sólo existía una sonrisa limpia, sólo una que fuese sincera. Tal vez porque pocas veces la veía. En mi madre. La boca de Gérôme se arqueaba en exceso hacia la derecha. Lo que le provocaba demasiados pliegues en sus mofletes. Parecía una mueca más que una sonrisa... Pum, pum, pum... Tendrías que haberles visto... “Ha llegado el camión de la basura”, les he dicho justo antes de disparar. Y he tenido la sensación de que la imagen no cambiaba, de que esa imagen era la misma antes y después de los disparos. Gente muerta antes y después de los disparos. Cabezas vacías antes y después de los disparos. Corazones inmóviles antes y después de los disparos... 

 

ELLA. (Llorando) Dios mío. 

 

ÉL. ¿Por quién de ellos lloras?  

 

ELLA. ¿Qué? 

 

ÉL. No lloras por todos. 

 

ELLA. Lloro por ti. Por nosotros. 

 

ÉL. ¿De verdad? 

 

ELLA. ¿Están todos muertos? 

 

ÉL. No... Muchos salieron corriendo. Parecían gallinas revoloteando sin dirección en un corral. Menuda cacería. Vacié por completo el cargador. Nueve balas. Sí, creo que fueron nueve. O tal vez fueron más, no sé. ¿Quién te preocupa especialmente? 

 

ELLA. Nadie. 

 

ÉL. ¿Quién? 

 

ELLA. ¡Nadie! 

 

ÉL. Lo que no merecía la pena contarse. ¿Era eso, verdad? ¿Quieres saber si uno de ellos cayó, si estaba en primera fila con el gracioso de Gérôme cuando apreté el gatillo? ¿O era Gérôme?... No, eso es imposible... ¿Quieres saber si vino hacia mí para saludarme con la misma hipocresía que el resto? ¿Quién es, Ángela?  

 

ELLA. No sabes nada, ¿no te das cuenta? Nada. Yo empecé todo esto. No era odio lo que viste en mí aquel día. Era asco, ASCO, repugnancia, desprecio.... y un agujero muy profundo. Tú sabes muy bien lo que es dar placer y retirarse dignamente. Tú sabes cómo olvidar un instante después. Pero para eso hay que tener el corazón muy bien protegido. Yo tenía dieciséis años cuando entré en ese instituto. No quería llegar el primer día y volver a recibir todos aquellos insultos. Ya me habían dado demasiados palos en el colegio de donde venía. Te lo puedes imaginar, ¿no? Una chica poco agraciada. Ya te he contado esa parte de mi historia... No podía consentir que volviera a pasarme. El primer día, a los diez minutos de estar en el patio ya distinguí al grupito que se iba a encargar de despedazarme. Así que me adelanté. Sí, a la que pude agarré a uno de ellos en solitario, uno de los que tenían pinta de ser el líder y le puse como una moto. Sí, oyes bien, le calenté de tal forma que no le importó una mierda estar jodiendo con la más fea... Pensé que desde entonces iba a ser una privilegiada, si me dejaba me tratarían como una reina. Que me follaran, cuantas veces quisieran, todos ellos, de la forma que quisieran... Me daba igual. No iba a ser peor que lo que podrían llegar a hacerme... Eso pensé. Eso fue lo que yo creí... No tardaron ni quince días en masacrarme, en hacer escarnio, en arrastrarme por el patio como una bazofia inmunda... Hora tras hora, día tras día. Puta fue lo más cariñoso que conseguí escuchar en todos aquellos años de instituto. Me ahogué en mi propia repulsión... ¿Puedes entender entonces que cualquier signo, no ya de afecto, sino de mínimo respeto hacia mí me hiciera poner en un pedestal a quien lo manifestase. Uno... Sólo uno de ellos preservó mi dignidad... Pero no vayas a creer que me enamoré de él. No, no podía. Ni por eso ni por nada. No podía. No me quedaba nada en el corazón. No me quedaba corazón.  

 

ÉL. Nos parecemos tanto. 

 

ELLA. ¿A qué? ¿A qué nos parecemos tanto? ¿A una figurilla que estuvo hecha pedazos y alguien restauro con un poco de pegamento? 

 

ÉL. No he hecho esto para que sigas triste.  

 

ELLA. Nunca he estado triste... La tristeza es otra cosa. Mucho más dulce. No me importa lo que haya pasado allí. No me importa quién estuviese delante de ti cuando disparaste. No me importa quién haya muerto... Me importa lo que vamos a hacer tú y yo a partir de ahora. 

 

ÉL. ¿Qué quieres que hagamos? 

 

ELLA. ¿No te das cuenta? Todo se va a terminar. 

 

ÉL. ¿Y eso es malo? 

 

ELLA. También lo nuestro. 

 

ÉL. No, lo nuestro no. 

 

ELLA. No tardarán nada en encontrarte. 

 

ÉL. Menos de lo que he tardado yo en encontrarme. 

 

ELLA. Claudio... 

 

ÉL. ¿Lo crees ahora? Nunca he estado contigo por lástima. Nunca. Y tú lo sabes. 

 

ELLA. Vámonos. No necesito coger nada. Vámonos de aquí... Tenemos que escapar... Tiene que haber algún sitio donde no puedan encontrarnos.  

 

ÉL. Y si no existe siempre podemos inventarlo.  

 

ELLA. Eres mi vida. No quiero perderte. Ahora no. 

 

ÉL. No vas a perderme. 

 

ELLA. Tenemos que irnos. Voy a por las llaves del coche. Conozco a alguien que quizás pueda escondernos... 

 

 

 

Se escucha la sirena de un coche de policía aproximándose. ELLA se queda paralizada. 

 

 

 

ÉL. Seguiré viéndote un día por semana. Con suerte seguirá siendo el jueves... 

 

ELLA. No, no, no. Ya no me basta un día por semana. Te necesito todos los días. Muévete, aún no nos han cogido. 

 

ELLA corre a la habitación y vuelve con las llaves del coche.  

 

ELLA. Vamos. Tengo el coche en la puerta. 

 

 

 

EL no se mueve. 

 

 

 

ELLA. Vamos. No te quedes ahí, por Dios. Están a punto de llegar... 

 

ÉL. Ya no queda nada en el fuego, a excepción de las llamas. No vamos a ir a ningún lado. Tienes que quedarte aquí porque voy a necesitarte el resto de mi vida.  

 

ELLA. ¿Qué estás diciendo? Claudio, has matado a no sé cuántas personas. No te van a poner un castigo de colegio. Te van a meter en la cárcel el resto de tu vida. Y yo no voy a poder resistirlo.   

 

ÉL. Ya está hecho, Ángela... Ya no hay nada que hacer. No vamos a andar corriendo de lado a lado como dos chiquillos. Ambos estamos cansados. Nos queremos con locura pero estamos cansados. Así que ahora vas a ser buena y te vas a sentar en esa butaca a esperar. Y yo voy a decirles a estos amables policías que están a punto de llegar que tú no tienes nada que ver con todo esto. Y tú vendrás a verme siempre que sea posible y yo seré únicamente tuyo y ya nada te hará daño. Tan sólo estarás triste. Dulcemente triste.  

 

ELLA. No voy a poder. 

 

ÉL. Sí. Si fuimos capaces de inventarnos un pasado seremos capaces de inventarnos un futuro. Y quién sabe si acabaremos participando en ese concurso... Seríamos los ganadores indiscutibles. Seguro. Únicamente se trata de estar compenetrados. Y nosotros lo estamos. Estamos del todo compenetrados. ¿Verdad?  

 

 

ELLA afirma con la cabeza. El coche de policía ha llegado hasta el exterior de la casa.  

 

 

ELLA. ¿Te acuerdas del día en que nos conocimos? El ángel que no abrió la puerta porque ya estaba abierta.... ¿Y de nuestra noche de bodas, te  acuerdas? ¿Y de nuestra luna de miel?... 

 

 

La sirena del coche de la policía cesa. ELLA se calla.  

 

 

ÉL. Seguiremos siendo felices. Ya lo verás. No es tan difícil. 

 

 

 

Llaman a la puerta. 

 

Mientras se va haciendo el OSCURO. 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Comentarios

Formulario de contacto

Nombre

Correo electrónico *

Mensaje *