6/3/17

Jardín de Pulpos ARÍSTIDES VARGAS



Jardín de Pulpos



ARÍSTIDES VARGAS




ESCENA I

La luz se prende sobre José y Antonia, que están de pie sobre el proscenio mirando al mar
situado en la platea. Antonia tiene un aspecto aniñado; lleva una bolsa donde guarda
objetos que encuentra en la playa; su carácter es impredecible y muy inquieto. José viste un
traje crema, gastado por el uso; de su mano pende una jaula celeste en la que hay una serie
de objetos que utilizará a lo largo de la representación.


En la penumbra se pueden ver una mesa y un banco donde están sentados otros personajes.
Toda la escena está poblada por personajes allegados a José, en actitud estática; sólo
cuando José sueña, éstos entrarán en acción.



ANTONIA: ¡Bueno, éste es el lugar!



JOSÉ: ¿Cómo?



ANTONIA: Que éste es el lugar.



JOSÉ: ¡Ah!



ANTONIA: Además de desmemoriado, sordo.



JOSÉ: ¿Qué dijiste?



ANTONIA: ¿Yo?



JOSÉ: Sí, tú.



ANTONIA: Nada...es decir...nada.



JOSÉ: Bueno, ¿qué hay que hacer?



ANTONIA: Peinarse un poco y arreglarse la ropa para no dar lugar a que hable la
parentela.



JOSÉ: ¿Crees que vendrán?



ANTONIA: ¡Claro! A este lugar siempre vienen.



JOSÉ: ¿Y si me da miedo?



ANTONIA: Orine antes de encontrarse con ellos. Alivia, ¿sabe?



JOSÉ: ¿El miedo?

ANTONIA: No, las ganas de orinar.



JOSÉ: Te ríes de mí, Antonia.



ANTONIA: No, don José, es que usted hace cada pregunta...



JOSÉ: Con esta cabeza, ¿qué quieres que haga?




ANTONIA: Eso también es verdad, pero no se ponga así. Mire, mi amigo
Cachim decía: "Mientras menos en la cabeza, más en los bolsillos."
Lamentablemente, usted no tiene nada en ninguno de los dos.



JOSÉ: ¿Y eso es malo?



ANTONIA: ¿Qué?



JOSÉ: No tener nada en los bolsillos.



ANTONIA: Malo, malo, no es; uno no se hace pobre por maldad, sino por
falta de monetario.



JOSÉ: ¿Y eso qué es?



ANTONIA: ¿No digo...? ¡Éste hace cada pregunta...! Monetario es la
gasolina que echa a andar la codicia y el mundo.



JOSÉ: Y la codicia, ¿qué es?



ANTONIA: No sé, no la conozco.



JOSÉ: Y el mundo, ¿qué es?



ANTONIA: El mundo es... un círculo... lleno de cuadrados.



JOSÉ: ¡Ah! ¿Crees que vendrán?



ANTONIA: ¿Qué cree, que lo he traído aquí de gana?



JOSÉ: No, pero como es un poco...



ANTONIA: Un poco, ¿qué?



JOSÉ: Nada.



ANTONIA: ¡Vamos, dígalo!



JOSÉ: Yo no quería decir...

ANTONIA: Pero lo dijo.



JOSÉ: ¡Olvídalo!



ANTONIA: Es fácil emitir juicios temerarios y luego echarse atrás.



JOSÉ: No he dicho nada; no te lo tomes así.




ANTONIA: Me lo tomo como me da la gana, y punto y aparte. Usted fue el que
vino a mí con eso de que perdió la memoria y que quería encontrarla
a como diera lugar. ¿O no fue así?



JOSÉ: Así fue.



ANTONIA: Entonces, ¿qué insinúa usted? Y si no confía en mí, ahora
mismo cortamos relaciones y a otra cosa. Que plata no gano con esto,
y si le ayudo es por meter las narices donde no me llaman; que una
vez metidas, algo se saca...¿ no es cierto?



JOSÉ: Confío en ti. No sé por qué, pero confío en ti.



ANTONIA: Porque no tiene en quién más confiar.



JOSÉ: Pero...



ANTONIA: No, no; desconfíe si tiene ganas, que es propio de los hombres
entregar el dedo gordo antes que el corazón; luego se confía en un
pie y se desconfía del sentimiento.



JOSÉ: Antonia...



ANTONIA: ¡No se me acerque! Guardemos las distancias, por favor.



JOSÉ: Pero si no te voy a hacer nada...



ANTONIA: Por si las dudas... usted allí y yo aquí, y punto. ¿ Qué se cree,
que porque ha perdido la memoria me va a venir a mí...? Que la calle
está llena de gente que no sabe ni cómo se llama... Vaya usted a un
loquero, que para eso están: le dan unas pepas de azufre, lo amarran
a la cama, le meten electricidad, y a los tres días se acuerda usted
hasta de la madre que lo parió; o si no, lo cogen entre cinco
enfermeros y le meten tremenda pateadura: eso se llama terapia de
grupo. ¡Si lo sabré yo! Mire, ¿ve esta marca? Es de la última terapia
que me hicieron esos que no... que no... Al principio duele; luego ya
no, porque avanzo sola, en solitario, junto a otras también solas.
Algunas visten de obreras, otras son prostitutas, muchas llevan un
gato entre las piernas que maúlla, ¡miau!; estamos todas en un
pabellón sin remedio. La locura es humana, y nada que sea humano
tiene solución en este pabellón gris y sin remedio...¿ Dónde
estábamos?



JOSÉ: En que si vendrán los recuerdos.



ANTONIA: ¡Claro que vendrán! ¿Sabe por qué?




JOSÉ: No.



ANTONIA: Porque éste es un lugar sagrado.



JOSÉ: ¿Sagrado?



ANTONIA: Como baño público.



JOSÉ: ¿Qué?



ANTONIA: Nada... que antes venía mucha gente a esta playa y era muy
bonito verlos llegar; bailaban y cantaban, luego se dormían y
soñaban todos un mismo sueño y ...



JOSÉ: Cuenta sin temor, Antonia.



ANTONIA: No.



JOSÉ: Todo lo que tú me digas me ayuda.



ANTONIA: No...no, no puedo.



JOSÉ: ¡Vamos!



ANTONIA: No.



JOSÉ: ¿Quieres que te diga una cosa?



ANTONIA: ¿Qué?



JOSÉ: Yo soy como tú.



ANTONIA: No.



JOSÉ: Sí, mira: tú tienes la cabeza llena de pájaros, y yo llena de
olvido.





ANTONIA: Eso es bonito.



JOSÉ: ¿Ya ves?



ANTONIA: Mi amigo Cachim decía que los locos se reconocen en las
palabras.



JOSÉ: Así es.




ANTONIA: ¡Bueno, le voy a contar!



JOSÉ: Escucho.



ANTONIA: Venía la gente y...¿Sabe, don José? A veces quisiera ser mala
y digo: ¡Qué mala que soy! Y al rato me olvido y ya no hay cómo ser
mala; sin maldad no se vive en este mundo, en este círculo; y como
carezco de maldad, enloquezco y babeo y la gente se ríe...



JOSÉ: ¡Antonia...!



ANTONIA: Y yo enloquezco más, que es una manera de entristecer.
Entonces veo pájaros que llevan relojes en los picos y digo:"Ha de
ser el tiempo, que pasa." Entonces me quedo quieta y aparece usted.



JOSÉ: ... que he perdido la memoria y te pregunto cómo se hace en
esta playa para recuperarla.



ANTONIA: Y yo respondo que soñando. Porque antes venía la gente de
todos lados y todos soñaban el mismo sueño; así recuperaban el
pasado y a todos los que en él vivieron.



JOSÉ: Y yo pregunto, ¿qué son los sueños?



ANTONIA: Y yo respondo que son el rayo infinito de la memoria.



JOSÉ: Y yo pregunto, ¿por qué ya no viene gente a soñar?, ¿qué
pasó con ellos?



ANTONIA: ¡Y yo me callo!, porque usted es bien vivo y me está haciendo
hablar cuando, en realidad, no quiero decir nada, nada de nada.



JOSÉ: ¡Tú te ofreciste a ayudarme!



ANTONIA: Pero ya no me ofrezco más, y punto. Mire, don José, no me
gusta venir a este lugar, no me gusta recordar lo que aquí pasó.

(Se estira el abrigo nerviosa.)



JOSÉ: Está bien, pero tranquilízate.



ANTONIA: ¡Estoy tranquila!



JOSÉ: Déjate el abrigo, Antonia, que lo vas a arrugar y no es bueno
pasar por la vida toda arrugada.



ANTONIA: ¿Cierto, no? Y más cuando una no tiene quien le planche.




JOSÉ: Así es.



ANTONIA: ¡El Lucas, mi novio, Dios mío! Me tengo que ir: si ve que no
llego, me mata.



JOSÉ: Antonia, ¿me vas a contar qué pasó en esta playa?



ANTONIA: Otro día, don José, otro día; es que el Lucas me ha de estar
esperando.



JOSÉ: ¡Antonia!



ANTONIA: Y ahora, ¿qué pasa?



JOSÉ: ¿Qué tengo que hacer?



ANTONIA: Quedarse quieto, dormir y soñar.



JOSÉ: ¿Nada más?



ANTONIA: ¿Le parece poco?



JOSÉ: No...



ANTONIA: ¿Entonces?



JOSÉ: Nada, Antonia.



ANTONIA: ¿Qué pasa?



JOSÉ: Nada, nada.



ANTONIA: Usted sólo sueñe, don José. Verá cómo empieza a recordar su
vida, a recobrar los días perdidos... ¡Claro que ya no será lo mismo!



JOSÉ: ¿Por qué?



ANTONIA: Porque su vida ya no se compondrá de momentos vividos sino
soñados, pero...¡algo es algo!



JOSÉ: Algo es algo... He venido a este lugar siguiendo las
instrucciones de Antonia y ahora, al mirar a mi alrededor, veo una
playa vacía, una vastedad inconmensurable donde ocurrió algo
terrible que Antonia no me quiso decir. ¡Qué hermoso y desolado el
paisaje, qué inmenso y triste! Es como mi memoria. ¿Cuánta pena
cabe en el pasado de un hombre? Tanta como pobreza en la mano de


un mendigo. Ahora cerraré los ojos y vendrá mi familia, cerraré los
ojos y vendrá mi padre; cerraré los ojos para soñar.









ESCENA II





José toma un pañuelo negro de su jaula y, cubriéndose el rostro, marca el paso de la
realidad al sueño. Este primer bloque de sueños corrresponde a la infancia de José.



Los personajes que están en la penumbra comienzan a moverse. El padre de José viste
como un niño músico de banda de pueblo y se desplaza en una marcha de movimientos
rotos, desgarrados, al compás de un violín que él mismo toca; poco a poco, abandona la
danza y vuelve al estatismo. La madre está sentada junto a los muertos: Remigio, que tiene
un retablo en su estómago; Mercedes, que sostiene un huevo enorme entre sus manos; y
Alfredo, que tiene una sirena de mar sobre sus rodillas. José se sitúa al lado de su madre,
que balbucea lamentos.

(Cuando los muertos "hablan", sólo gesticulan -sin emitir sonidos-.)





MADRE: ¿Por qué, digo yo, por qué? ¿Por qué se fueron y me dejaron
a mí solita? ¡Claro, los señores se mueren y a mí que me parta un
rayo, no es cierto? Es muy fácil morirse; lo difícil está en seguir
respirando sin tener a quien querer. ¿Dónde pongo yo todo este amor
que les tengo, ah? Todos los días tengo que arrojar a la basura los
afectos que me sobran, y eso no está bien, no señor, no está ...



REMIGIO: ¿Por qué?



MADRE: ¿Cómo que por qué?



REMIGIO: ¿Por qué tienes que arrojar afectos?



MADRE: Mira que eres obtuso, Remigio; si de vivo eras bien tonto, de
muerto te has agravado. Se guarda plata, Remigio, no afectos. Los
afectos son como gases: hay que expulsarlos; si no, te pudren el
organismo. Claro que para ti no vale el ejemplo...



REMIGIO: ¿Por qué?



MADRE: ¿Cómo que por qué, Remigio, cómo que por qué? Porque tu
organismo ya se pudrió hace años, mucho antes de que te murieras,
cuando te pegabas esas trancadas de hornado. Es que, José...¡José, no
te duermas, que el dormir es como morir un poco; y peor en el


cementerio, donde el sueño efímero se puede mezclar con el sueño
eterno.



JOSÉ NIÑO: Mamá, ¿cómo murió mi tatarabuelo Remigio?



MADRE: Comiendo hornado, mijito.



REMIGIO: ¡Mentira! ¡Mentira!



MADRE: Aunque te revuelvas en la sepultura, así fue; y cállate, que hay
otros que mueren sin llevarse bocado a la boca y nada dicen. Tú, sin
embargo, comías todo lo que tenías a mano, y especialmente
puercos: los propios y los ajenos. Mira, Remigio, si los chanchos
fueran gente, ya te habrían condenado a cadena perpetua. Claro, que
es más fácil que un hombre coma estiércol a que un chancho use
corbata.



JOSÉ NIÑO: ¡Mamá!



MADRE: Perdona, hijito, perdona a tu madre; es que este Remigio me
saca de quicio. ¡Pobre Remigio, y pensar que lo quise tanto!



REMIGIO: ¡No te creo!



MADRE: Pues créeme, y aunque no lo creas da lo mismo, porque no
tengo remedio. Todo lo que no les dije de vivos, mal puedo decírselo
ahora que ya no están. Sólo la lucha por la felicidad nos redime del
pecado de estar vivos. A veces quisiera morirme un rato, un ratito
nada más, como para ir de visita y darles un abrazo: ése que guardé
por miedo o por verguenza o por rencor...¡José!



JOSÉ NIÑO: Sí, mamá.



MADRE: Riega a los muertos para ver si florecen. José, quisiera decirte
una cosa, verás: tú, tú nunca te mueras; tú te quedas quietito y dejas
que la muerte pase con sus quebrantos y agonías pero que no te
toque; tú te haces el tonto. ¡José, hijito, al Remigio no le pongas
mucha agua porque como comía tanto chancho, en una de ésas le
hace mal y se nos muere de nuevo el pobre! ¿Quién te mandó comer
tanto chancho, quién te mandó, digo yo?



Tú no viste pero yo sí vi la de cosas que te salieron de
la barriga cuando te abrieron. (Remigio se abre el saco y en su
barriga aparece un retablo). Es que estabas estreñido -¡años sin ir al
baño!-, y encima esa enfermedad -gula creo que se llama-,
enfermedad de pobres. En fin, que el día en que te abrieron salió de
todo: pescados, conchas, piñas, papayas; la cosa se puso rara cuando


empezaron a salir nubes, pájaros, flores, y un dedo. En tu
desesperación por comer, te habías merendado tu dedo índice,
Remigio. ¡Eso fue el colmo, el colmo! En fin... enfermedad de
pobres. Lo último que salió fue un libro...



JOSÉ: ¿Un libro?



MADRE: Sí, mijito. Era la historia de este país carcomida por los jugos
gástricos de Remigio, tu tatarabuelo. Era la historia de un estómago
hambriento que había devorado su pasado, tal vez buscando una
respuesta... ¡Pobre Remigio! Su mujer era española. Cuando él
murió, ella sólo atinó a decir:"¡coño!"...Merceditas se llamaba, y
murió a distancia.



MERCEDES: ¡Mercedes!

(Mercedes, muerta, se echa al piso bruscamente; su
madre la hace regresar al banco sin inmutarse, como si ambas
estuvieran acostumbradas a esta rutina.)



MADRE: Bueno, Mercedes. Yo te decía abuelita, ¿recuerdas?



MERCEDES: Sí.



MADRE: Después de la muerte de Remigio venías siempre al mar y te
sentabas a mirar el horizonte. Dejaste de hablar y de comer: sólo
mirabas el horizonte; y aguzaste tanto la vista que llegaste a ver
España, sí España. Y más todavía, llegaste a verte a ti misma sentada
al otro lado del mundo, observando América. Al percatarte de que
alguien te había abandonado, te moriste. No era Remigio, no; eras tú
misma la que se había abandonado hacía mucho tiempo. Te volviste
una sonámbula y tus pies ya no dejaban huellas en la arena. ¡Pobre
abuelita!... Yo te cuento esto porque te quiero y porque los muertos
no pueden contarse a sí mismos tanta tristeza.



JOSÉ NIÑO: ¡Mamá!



MADRE: José, tú nunca te mueras; por favor, nunca te mueras, nunca.



JOSÉ NIÑO: Como usted mande, pero cálmese.



MADRE: ¡Claro, los señores se mueren y a una que le parta un rayo!
¡Hagan un lugarcito, yo también quiero irme con ustedes; háganse
para atrás, que hay sitio para todos! ¡ Los del fondo, avancen un
poquito, por favor, no me dejen solita! (Intenta acostarse entre los
muertos.)



JOSÉ NIÑO: Mamá, ¿qué hace?




SIRENA: ¡Señora, cálmese!



MADRE: ¡Usted cállese! Yo no hablo con sirenas, y menos con sus
espíritus. Hable usted con delfines y cangrejos sobre temas que le
incumban.... Es que, mira, José, esta sirena era cuñada de Remigio,
concubina de Alfredo, que era hermano de Remigio; este Alfredo...
este Alfredo era un tiro al aire, un chalado a tiempo completo... Es
que era artista de variedades (Riéndose.), ¿puedes creer que todos sus
números tenían que ver con la fauna marina? Que si los peces
cantores, que si las algas encantadas, que si las pirañas danzarinas...
Para él, el mar era un gran escenario espectral y húmedo. Un día
llegó con una sirena y hacían un número donde bailaban pasacalles;
bailaban bien bonito, y la sirena era igualita a una sirena -si apestaba
tanto que había que taparse la nariz para verlos-. Hasta que la tal
sirena murió, y Alfredo iba y venía con la sirena muerta. Pasó el
tiempo y Alfredo no dejaba el cuerpo de la sirena; le nacieron agallas
y escamas: entonces, una noche se metió al mar y nunca más volvió
porque no aceptaba ser sireno sin sirena...¿ José? Ya se durmió.
Pobre José, tus antepasados fueron un sireno sin sirena, una
sonámbula lejana y triste, y un antropófago. ¡José, despiértate!



JOSÉ NIÑO: Sí, mamá.



MADRE: Riega a los muertos para ver si florecen. (José toma la
regadera y riega a su madre.) Tu otro tatarabuelo se llama Guamán...
Te preguntarás por qué no está aquí: porque todavía no muere. La
que sí murió fue tu tía Regina: era bien novelera, de Ambato, que es
cuna de grandes novelistas y grandes noveleras. Era la verguenza de
la familia, tu tía, y te tenía a mal traer - si me parece escucharla
todavía llamándote: ¡Joséeee, Joséeee...!-.









ESCENA III





José observa como si estuviera detrás de una duna. Aparece su tía, con un terno de baño a la
moda de los cincuenta; está acompañada de un militar que se mueve como un payaso: es la
sombra de la tía, que golpea una cachiporra produciendo un ruido descomunal.



TÍA: ¡Joséeeeee! ¡Joseítoooo! ¡Joséeee! Ven, cariño, que tu
tía está triste... Ven, tontito, que no te voy a hacer nada -aunque
ganas no me faltan-. Mira lo que te trajo tu tía: una corbatita para su


sobrino más amado. Chiquito mío, ¿de quién es esa carita, ah?, ¿de
quién es esa boquita, ah? Adivina de qué es la corbatita.



JOSÉ: ¡De tela! (El militar lo golpea.)



TÍA: ¡De tela, de tela! No, tontito mío, - qué anticuado que
es el pobre -. No es de tela: ¡goma espuma, el material de moda! Es
que yo vivo intensamente la modernidad. Hay que vivir la vida sin
preguntarse para qué; preguntarse es antiguo, José. Por fin esta vida
provinciana y vacía ha sido absorbida por la goma espuma invisible
de la modernidad. Cuando no hay preguntas no hay respuestas, y el
cuerpo queda librado al deseo irrefrenable de los impulsos primarios.
¿Comprendes? No, ¡qué vas a comprender si todavía no sales del
feudalismo infantil! Ven, que te pongo la corbatita. (El militar
arrastra a José hasta la tía.) ¡Huy qué crecidito que estás, Josè! ¡Huy
pero qué velloso! Tanta castidad, tanta pureza es imposible
disfrutarla sin corromperla... Las edades son como casas, y ya es
hora de que te mudes al cuerpo de un hombre. Deja que tu tía te
ayude en la mudanza... (José intenta acariciarla y el militar lo golpea
con violencia.) ¡No me toques! Ponme crema aquí y no te metas al
mar que no quiero que te resfríes. ¡Pobre niño! Ha de ser tortuoso
venir al mar sólo para mirarlo, pero es bueno que sufran de niños;
que no todo en la vida son rosas, más bien todo son espinas; que,
aunque no lo digan, bien que se padece. Si no, mírame a mí; ¿por
qué crees que me atosigo con dulces, porque me gustan? Sólo
intento endulzar mi existencia, que desde que me separé de tu tío
Pedro vivir ya no es vivir, como dice la canción... Estoy haciendo de
la soledad mi pasatiempo más preciado; es terrible sentirse
abandonada porque el tiempo hace escarnio del abandono... Pero,
¡qué importa! La tristeza es un sentimiento del siglo pasado. De
alguna manera hay que llenar el vacío interior -porque el exterior ya
lo tengo bien llenito-. (Se ríe y corre por la playa, seguida por el
militar.) Hay que vivir con la modernidad, José. La modernidad es
como esta crema; tú te la colocas y todo te resbala: te resbalan los
años, te resbala el deterioro, te resbalan los problemas, te vuelves
impermeable al otro, nada te contamina, respiras en tu propio pellejo.
¡Ay, José, cierra la boca, ni que te fuera a caer encima -aunque no es
mala idea-! ¿Sabes bailar?... Tu tía te va a enseñar. ¡Bailar vertical
es como hacer el amor horizontal! Tu cuerpo debe moverse con brío
y curiosidad, brío y curiosidad! ¡Ay, José, tienes una cara de
monaguillo inapetente! ¡Cambia el rictus, querido, que no me
estimulas para nada! José, Joseíto, ¿sabes qué quisiera? ¡Lanzarme
en tu cuerpo y nadar! (José comienza a comerse la corbata.) Es que
este Sol tan ecuatorial hace sentir unos calores... ¡Cae tan vertical
que te quema al penetrarte -el Sol, tontito mío, el Sol -! Pero... ¡te
has comido la corbata! ¡Ay, José, no se te puede regalar nada


moderno, que te lo comes! También te comiste la carpeta de plástico
que te di el mes pasado, ¿verdad? ¡Habla! (El militar lo golpea.)



JOSÉ NIÑO: Sí, tía.



TÍA: ¡Huy qué voz más rica que tiene el virguito! A ver,
dime, ¿por qué te comes la corbata?



JOSÉ: Porque es un sueño y no puedo controlar mis movimientos.



TÍA: Mejor, tontito mío, descontrólate.



JOSÉ: Pero es un sueño, tía.



TÍA: Y a mí, ¿también me comes en tu sueño?



JOSÉ: No, tía.



TÍA: Y entonces, ¿qué hago?



JOSÉ: Nada, está sentada y me habla.



TÍA: ¡Qué aburrimiento! ¿Por qué no me haces cosas en tu
sueño?



JOSÉ: Es que es de sal.



TÍA: ¿Quién?



JOSÉ: Usted.



TÍA: ¿Yo?



JOSÉ: Sí, una mujer tan blanca que parece de sal, y...



TÍA: ¿Y?



JOSÉ: Y yo...



TÍA: ¿Y tú qué?



JOSÉ: Y yo...



TÍA: ¡Me tocas!



JOSÉ: ¡Sí!




TÍA: ¿Aquí, en mi pecho?



JOSÉ: Sí.



TÍA: ¡Así... tócame! ¿Es un sueño, no?



JOSÉ: ¿Sí?



TÍA: Sí. (José la toca.) ¿Ves? Lamentablemente no soy de
sal; soy de carne: expuesta a los años, al tiempo, a la caducidad,
carne expuesta al olvido... ¡Saca tus pequeñas y sucias manos de mi
cuerpo! (El militar golpea salvajemente a José.) ¡Gnomo depravado!
¡Enano pervertido! No es de niños decentes pasar de la teta de la
madre a la teta de la tía; pareces tu tío Pedro: esa morbosidad, esa
falta de recato ha de viajar por los genes de la familia. Eres su vivo
retrato -si parece que estoy viendo al condenado recorriendo mi
cuerpo y diciendo: "mi esposa de lujo", y yo: "mi esposo cinco
estrellas", y él: "mi esposa con vista al mar"-... Esa manía tan
nuestra de confundir nuestros fracasos con hoteles. Perdona, José,
pero quiero tanto a tu tío Pedro, que no soporto otras manos en mi
cuerpo; este amor tan anticuado no me permite vivir plenamente la
modernidad... Pedro es como un árbol japonés, de ésos que tienen
tronco de árbol, ramas de árbol, textura y contextura de árbol; el
único problema es que son enanos, muy enanos. ¡Mi pobre hombre
Pedro, mi hombre pequeño...! -¿Cómo se puede querer de esta
manera a un enano?-.



JOSÉ: Tía, ¿puedo nadar con usted?



TÍA: No, porque te puedes resfriar; además el mar no es
para los niños.



JOSÉ: ¿Cómo supo que la tocaba?



TÍA: Porque estoy en tu sueño, tontito mío, yo estoy en tus
sueños.



JOSÉ: (Mira alejarse a su tía y recita como un niño.)


Mi tía es gorda y hermosa

como una goma de borrar.

No es buena ni mala;

sólo que su hermosura

me hace daño.

Nunca sé qué edad tiene

mi tía sin tiempo.

Mi tía se compone de momentos;


vive sólo cuando sueño con ella.

Luego muere como el abuelo Remigio

y nunca más aparece.









ESCENA IV





La tía desaparece. El padre, que se ha mantenido en escena desde el primer sueño, acciona
y se lleva a José hacia el fondo, marcando al mismo tiempo la entrada de la esposa de José
y su hijo. José los desconoce. El padre danza; la esposa y el hijo ejecutan una serie de
acciones de despedida. José mira angustiado a estos dos desconocidos.





ESPOSA: (Mientras plancha la ropa con la que está vestido el hijo.)

Cuando un hijo se va a la guerra debe llevar una flor y
un fiambre para la mitad del camino, porque allí le puede dar hambre
o se puede enamorar. Vete por el camino viejo y no regreses a ver,
porque me verás con el alma pegada al paladar, pegada de terror por
lo que te puede pasar. No te la pases pensando todo el día, porque
eso te quitará la fuerza necesaria. Cuídate de las mujeres que quieren
caminar del brazo de una reputación y no del brazo de un hombre.
Cuídate del poder y de la arrogancia de los que creen tener la
verdad. Mete la música en la valija y ábrela cuando sea justo y
necesario; y si es así podrás cambiar tus métodos, mas no la esencia
de tus actos, que sólo han de cambiar cuando cambies lo injusto y
elimines lo innecesario. Hazle caso a la tierra cuando te llame, al
corazón cuando te llame, al olvido cuando te llame y te lleve, y
nunca más te devuelva.( El hijo coge la maleta y se sitúa en otro
lugar del escenario; la abre y se escucha un tema de Violeta Parra. Lo
matan y él sostiene la caída, como suspendiendo su propia imagen en
movimiento; luego se desploma con violencia. La esposa de José
marca la silueta del cuerpo en el piso.) Teníamos una idea, una gran
idea común. Estábamos más allá de las entrañas y de la sangre, de
los años y de las modas; estábamos en la idea, en la gran idea común.
Ahora que el tiempo ha pasado entristezco cuando la gente dice: "
¿qué habrá sido de aquel joven, el de la música en la valija?, ¿ qué
habrá sido de aquellos jóvenes, de aquellos tiempos, de aquellas
ideas, de aquellas grandes ideas en común?



La esposa, desesperada, comienza a deambular por el espacio con la plancha en la mano; es
seguida por el padre, que toca el violín con movimientos rotos. José intenta despertar. La
escena se desvanece con la entrada de Antonia. Quedan solos José y Antonia.










ESCENA V





ANTONIA: ¡Bienvenido al mundo de los vivos: aquí todo se compra y
todo se vende, y lo que no se vende se arrienda! ¿Hizo lo que le
aconsejé? ¿Soñó?



JOSÉ: Sí.



ANTONIA: ¿Con quién?



JOSÉ: Con un niño... bueno, un niño que es mi padre y que era
violinista en una banda de pueblo, en Pumamarca, un pueblo de la
Sierra.



ANTONIA: Yo tengo un amigo serrano.



JOSÉ: ¿De Pumamarca?



ANTONIA: No, de apellido Serrano.



JOSÉ: ¿Cómo?



ANTONIA: Nada, nada... ¿Y que más soñó?



JOSÉ: Con mi madre y mi tía, y con un hombre joven y una mujer;
pero ellos no sé quiénes son: están en la penumbra. Él lleva su
música en la valija como si llevara una idea; ella le cuida y, por
momentos, le asfixia y le habla sin tregua, y se desvanece. Entonces
él muere y muere muchas veces... ¿O no muere? Lo matan y
todavía lo están matando.



ANTONIA: Don José, no entendí nada pero lo importante es que ya
reconoce a sus parientes.



JOSÉ: Están muertos.



ANTONIA: ¿Quiénes?



JOSÉ: Ellos.



ANTONIA: ¿Soñó eso?




JOSÉ: Sí... bueno, no. Algunos de ellos.



ANTONIA: No especulemos, no especulemos...



JOSÉ: Tienes razón. ¿Sabes? He comenzado a recordar y te lo debo
a ti.



ANTONIA: Cachim decía que las cuentas de la amistad se anotan en el
agua, es decir, que no se deben porque no se pueden pagar, y menos
cobrar.



JOSÉ: ¿Cómo pude olvidar a esas personas tan queridas? El tiempo
vuelve perfectas las cosas más viles. A la distancia aprendemos a
comprender y nos volvemos tolerantes.



ANTONIA: Porque lo vivido no tiene remedio y los difuntos son más
tolerables.



JOSÉ: ¿Cómo?



ANTONIA: Nada... nada. En fin, que un sueño vale más que una realidad
porque es una realidad por venir, y si es porvenir puede subvertir y
divertir porque no se puede subvertir sin divertir, ni dar a luz sin
parir. ¿Qué le pareció mi discurir? Ríase, don José; es bueno reírse.
Don José mire... antes todos se reían de mí, hasta que empecé a
reírme de mí misma; entonces las risas se fueron apagando; no sé si
por compasión o por verguenza... La gente acepta a los demás
cuando los demás se aceptan a sí mismos. En mi caso no me queda
otra opción.



JOSÉ: Eres ingeniosa, Antonia.



ANTONIA: ¿Cómo dijo? (Saca una pelota de la bolsa.)



JOSÉ: Que eres ingeniosa.



ANTONIA: Eso ya lo sé, la otra palabra. (Se pone un bigote y se sube a
un banquito con un balón en la mano, en actitud viril.)



JOSÉ: ¿Antonia?



ANTONIA: ¡Antonio, por favor, Antonio! He decidido cambiarme de
sexo. Sí, ahora soy todo un hombre y si tengo ganas de llorar, me
aguanto hasta llegar a mi casa porque los hombres no lloramos en
público; lo hacemos a solas con nuestra mamacita, que es la única
mujer que no nos ha de traicionar, ¡chan, chan!




JOSÉ: ¿Y qué hiciste con Antonia?



ANTONIA: Bueno, era una mujer, una hembra, con la cual conviví hasta
esta mañana en que decidí que me crecieran bigotes y... lo otro, o
sea, ahí una cosa, un aparato, esa especie de yapa que distingue a los
géneros, una tilde. ¡Eso es: ahora tengo una tilde! ¡En fin, la maté:
era una perdida, lloraba por cualquier cosa, amaba y se estremecía
con vehemencia; una mujer inaudita! La maté a tiempo, antes de que
se suicidara. Lo que pasa es que estaba enamorada: no era una mujer
sino una postal de novios, sin novio y sin te quiero porque era
analfabeta.



JOSÉ: ¡Pobre Antonia, todo te queda grande o demasiado pequeño!



ANTONIA: Yo nunca debí enamorarme.



JOSÉ: Lucas te dejó de querer...



ANTONIA: Nunca me quiso.



JOSÉ: Pero algo debió de hacerte...



ANTONIA: Abusó de mí.



JOSÉ: ¿Te deshonró?



ANTONIA: Abusó de mi derecho a quedarme sola.



JOSÉ: ¿Cómo es eso, Antonia?



ANTONIA: Verá, la vida pasa pero pocos pasan por la vida. La gente
come, duerme, tiene hijos y muere; como las vacas, que pacen y
rumian la existencia ignorando la felicidad.



JOSÉ: ¿Y?



ANTONIA: ¿Y qué?



JOSÉ: ¿Dónde está el abuso?



ANTONIA: En que no tenemos derecho a violar la ignorancia afectiva de
los demás.



JOSÉ: O sea, que antes eras feliz como una vaca.



ANTONIA: (Asumiendo la actitud de hombre.)

Sí, ¿y qué? Lo dice la Constitución.




JOSÉ: ¿Qué?



ANTONIA: Mi derecho acaba cuando comienza el de los demás.





JOSÉ: Muchos no leen la Constitucción.



ANTONIA: Porque es aburrida y hay que reformarla.



JOSÉ: No se pueden reformar leyes por aburrimiento.



ANTONIA: ¿Por qué no?



JOSÉ: Porque no, Antonia, porque no.



ANTONIA: O sea, que los señores dictan leyes con el firme propósito de
aburrir a la gente; y la gente tiene que tragarse esos mamotretos sin
decir ni mu, ¿bonito, no?



JOSÉ: Si la gente no habla es porque está cansada.



ANTONIA: ¡Aburrida, don José, a-bu-rri-da! He ahí un primer punto para
añadir a la Constitución.



JOSÉ: ¿Cuál?



ANTONIA: Todo ciudadano tiene derecho a quedarse callado si lo que va
a decir es una estupidez.



JOSÉ: ¡Qué loca, Dios mío!



ANTONIA: Acaba de violar la ley anterior. Todo ciudadano tiene derecho
a extinguirse en su propio jugo, es decir, a llorar hasta desaparecer.
¿Qué le parece?



JOSÉ: ¡Bien!



ANTONIA: Todo ciudadano tiene derecho a beberse el agua de las
macetas, y a marchitarse si le da la gana. ¿Qué tal?



JOSÉ: Parecido al anterior.



ANTONIA: Y este otro: Todo ciudadano se tornará música dolorosa para
sobrellevar la pesada carga de ser parte de un concierto de
ciudadanos desconcertados. (Pausa.) Todo ciudadano será
ciudadana.




JOSÉ: ¿Por qué, Antonia?



ANTONIA: (Recobrando su personalidad femenina.)

Porque las ciudades son hembras y tienen miedo y
bajan la guardia y se sienten cansadas y desayunan soledad con café,
sin pan; soledad sin mantequilla. ¡Pura soledad sin leche!



JOSÉ: ¡Otra vez Lucas!



ANTONIA: Sí.



JOSÉ: ¿Tanto daño te hizo?



ANTONIA: Me quitó el derecho a ser una infeliz... Ser loca es como optar
a un cargo público; claro que yo no opté, me lo dieron no más.
Cuando nací dijeron: "en este pueblo necesitamos una loca." Y la
suerte me tocó a mí. Y cuando ya me estaba acostumbrando al
cargo, viene ese hombre y lo echa todo a perder. Me voy.



JOSÉ: ¿No me vas a contar lo que sabes?



ANTONIA: ¿De qué?



JOSÉ: De este lugar, de lo que aquí pasó.



ANTONIA: Otro día... otro día. ¿No ve que la tarde está cayendo? Yo no
voy a ser quien la levante.



JOSÉ: Es la mañana, Antonia.



ANTONIA: La mañana es una tarde al revés, una tarde que todavía no
amanece. ¿El amor es muy grande o es que yo soy muy pequeña?



JOSÉ: No lo sé... Si puedo soñaré contigo.



ANTONIA: Gracias, don José, pero suéñeme de otra manera porque ha de
ser aburrido soñarme como soy.(Sale.)



JOSÉ: ¡ Pobre Antonia, todo le queda grande o demasiado chiquito!
Es decir, que el amor es como el terno de un payaso: si te lo pones,
se ríen de ti o te abofetean, como mi tía Regina, la de los sueños...
Yo tenía doce años, la edad del amor y de las bofetadas; quise tocarla
porque me enamoré de ella: a cambio recibí tremendas golpizas.
Empecé a desconfiar del amor por temor a que me castigaran; doce
años, la edad del amor y de las bofetadas. En la escuela me
enseñaron el amor a la patria; en el club deportivo, el amor a la


camiseta; los políticos decían amar a su pueblo; los militares, a su
uniforme. Y cuando yo pretendía hacer algo por amor, me
abofeteaban. Mi madre decía que nos golpeaban porque éramos
pobres. Para ella, ser pobres era como ser una piedra, un árbol, una
montaña. No era un problema de dinero: era una manera natural de
ser arrojados al mundo -eso creía mi madre-. Mi padre no. Él decía
que nos golpeaban porque éramos pendejos, sumisos hasta decir
basta. Entonces mi madre se enfadaba y él se reía; luego entristecía,
como aquella vez en que mataron... a ese hombre, el de la música en
la valija. ¿Quién era? ¿Quiénes eran ellos? ¿Qué mano borró de mi
cabeza los recuerdos más crueles?













ESCENA VI





Se escucha una música de organillo de carrusel. Se prende una luz sobre dos Antonias que
se mecen al ritmo de la música; una de ellas va ridículamente vestida de presidente. José
saca una venda de la jaula, como signo del paso de la realidad al sueño. A un costado, en
un banco, hay dos amigos de adolescencia de José, mirando la escena como alucinados: son
El Jefe y El Otro.





JOSÉ: Vuelvo en sueños... El rayo
infinito de la memoria. Vuelvo en
sueños a ver a Antonia bailando con
otra Antonia. Vuelvo en sueños a ver
mi adolescencia, donde siempre
adolescemos. Vuelvo en sueños a ver
a mi madre y sus difuntos y sus
historias, donde todo quiere morir pero
no muere. ( José se sienta entre los dos
amigos adolescentes. Saca una corbata
y una nariz de payaso. Se las pone
mientras las Antonias bailan y
conversan.)



ANTONIA:
¿
Po


r
qué
decidiste
ser
presidente,
Antonio?




ANTONIO:
Para
reforamar
la
Constitució


n,
Antonia.




ANTONIA: ¿A favor de
quién, Antonio?

ANTONIO: De
ustedes,
las
mujeres,
por
supuesto.




ANTONIA: Es difícil
ser mujer,
Antonio.



ANTONIO: ¡Ya lo
creo! Lo fui
durante años.



ANTONIA: ¿Y ahora?



ANTONIO: Ahora no.



ANTONIA: ¿Eres hombre?



ANTONIO: No, soy presidente.(Pausa.
Bailan.) ¿Qué tenemos para comer
hoy?



ANTONIA: Nada.



ANTONIO: ¡Menos mal, porque no tengo
hambre! ¡Es odioso comer sin hambre!




ANTONIA: Es odioso tener hambre.




ANTONIO: No, es hermoso. La necesidad
no cansa; lo que cansa es saciarla.




ANTONIA: Su razonamiento es exquisito, señor
presidente.



ANTONIO: Gracias.



ANTONIA: Pero gratuito.



ANTONIO: ¿A qué se refiere?



ANTONIA:
Su
filosofía
se
alimenta
de
la
necesidad.




ANTONIO:
Como el
ave de
rapiña,
de la


carroña.




ANTONIA: Yo no dije eso.



ANTONIO: Pero lo pensó.



ANTONIA: Muchos hombres viven en el reino de la
necesidad, otros reflexionan sobre la
necesidad de estos primeros, otros viven de la
reflexión de los segundos y atentan contra la
necesidad de los primeros. Y cuando
necesitamos que alguien administre la
necesidad generalizada, votamos por alguien
como usted, que es un mal necesario.

ANTONIO:
Creo
que
necesito
un
trago.
(
Pausa.
Bailan.
)





ANTONIA: No se tense, señor
presidente. Nuestra
historia es una sucesión
de carencias.



ANTONIO: El dolor es bueno cuando está
asociado. (Le pisa el pie a Antonia.)




ANTONIA: No siempre, a menudo el dolor
ajeno no se puede asociar al nuestro.




ANTONIO: No le entiendo.



ANTONIA: Al mío, por lo menos.



ANTONIO: ¡Explíquese!



ANTONIA: Hay dolores profundos, dolores del alma, ilustres dolores...El
mío es un pequeño dolor.



ANTONIO: ¿Un dolorcito?



ANTONIA: Sí, por
llamarlo de
alguna manera.




ANTONIO: ¿Es circunstancial?



ANTONIA: Fugaz, diría yo.



ANTONIO: Pero dígame,
¿qué le duele?



ANTONIA: Su zapato, señor
presidente.



ANTONIO: ¿Le duele mi zapato?



ANTONIA: No -¡Qué contrariedad!-
¿Cómo explicarle...? Me está
usted pisando.




ANTONIO: ¡Oh, perdón! ¿Cómo pudo suceder?... Permítame que tome
entre mis manos su delicado piececillo. ¡Oh, qué situación tan
bochornosa! (Se pone de rodillas y le da masajes en el pie.)
¡Perdóneme, señorita Antonia, soy tan torpe!



ANTONIA: No se preocupe, señor presidente: fue
un accidente.



ANTONIO:
¿
Le
estoy
haciendo
cosquillas?
Es
que
tengo
las
man


os
muy
rudas
de
tanto
dictar
decretos.




ANTONIA: No, no es
eso, señor
presidente.

ANTONIO: ¿Entonces?



ANTONIA: Me
río de
cómo un
dolor
pone de
rodillas a
una
institución,
mientras
que
dolores
inenarrables nunca
arrancaron una


lágrima
de los
ojos de
un país.
(Comienzan a
bailar
rápidamente.
Antonia
y su
imagen
salen.
La
música
cesa.)









ESCENA VII





EL JEFE: ¿Alguien me puede explicar cómo hace para desdoblarse?



JOSÉ: Ella es Antonia, y la locura la vuelve mágica.



EL JEFE: (Han comenzado a sangrar.) ¿Alguien me puede explicar por
qué sangramos tanto?





JOSÉ: ¡Yo! Es que somos adolescentes y tenemos el esqueleto joven
y crece y duele al crecer y sangra, porque el pellejo es niño y se
estira, hasta que deja de ser niño a fuerza de sangrar y...



EL JEFE: ¡Pendejadas! Yo creo que sangramos porque somos unos
cobardes, unos pobres maricas.



EL OTRO: (Habla un argot muy cerrado.)

¡Ah, ñaño, fresquéate, loco! ¡Qué cortanotas! Vinimos
a fresquearnos, o sea, vacílate un patín más bacán, ñaño, o sea, lo que
la people, loco... ya tú sabes. ¿Qué eres tú, ah? ¿Qué tú eres, ah?
¿Qué tú eres? ¿Qué tú eres, ah? ¡Vámolo, ñaño! Si te pones crazy,
vámolo y punto.




EL JEFE: ¡Basta! ¿Alguien me puede explicar en qué idioma habla este
tipo?



JOSÉ: ¡Yo! Habla el idioma de la tribu.



EL JEFE: ¡Huevadas! Yo creo que habla huevadas incomprensibles
porque su padre le golpeó el cerebro con una botella de cerveza.

EL OTRO: ¡Simón! ¡Con una biela, loco!



EL JEFE: Y le borró de la memoria la más grande ternura, el posible
buen hombre. ¿Cómo éramos, como éramos cuando éramos felices?



EL OTRO: (Angustiado.)

Yo... ñaño...bacán...Qué nota, loco, qué nota, ¿no?
¿Sabes?...Yo a veces... (Hace un esfuerzo por coordinar ideas.)
¿cómo se dice exactamente?



EL JEFE: Ese botellazo te borró toda posible bondad, y en su lugar te
metieron aserrín, igual al de los pisos de las cantinas.



EL OTRO: ¡Simón! ¿Qué nota, no?



EL JEFE: Lo mismo te queremos, ñañón.



EL OTRO: Gracias, pana. (Entran unas estudiantes acompañadas de una
monja. Se colocan detrás de la mesa del fondo.)



EL JEFE: ¿Alguien me puede explicar quiénes son estas mujeres?



JOSÉ: ¡Yo! Son las estudiantes del Sagrado Corazón.



EL JEFE: ¿Alguien me puede explicar por qué tenemos miedo?



JOSÉ: Porque tenemos quince años y acabamos de nacer y el mundo
nos da miedo y el cuerpo se vuelve un monstruo lleno de deseos que
no comprendemos y que nadie se molestó en explicarnos.



EL JEFE: ¡Pendejadas! Tenemos miedo porque estamos ahuevados y
viceversa.



EL OTRO: ¡Simón, pana, afirmativo!



EL JEFE: ¿Alguien me puede decir qué hacemos en este sueño?



JOSÉ: Tenemos que jugar.



EL JEFE: ¿Es necesario?




JOSÉ: Sí.



EL JEFE: ¡Bueno? (Juegan a las escondidas detrás de la mesa; el juego
no funciona porque la monja impide cualquier intento lúdico; los
adolescentes vuelven a sus puestos, abatidos. El Jefe, frustrado, se
orina.) ¿Alguien me puede explicar por qué orinamos tanto?



JOSÉ: Porque no somos ni hombres ni niños; somos vejigas a punto
de estallar.



EL JEFE: ¿Por qué no te callas, José? Para todo tienes respuesta. ¿Te
crees bacán? ¿Te crees chévere, no? Eres un vicioso, José, un
vicioso de las maquinaciones. Te crees que lo sabes todo y no sabes
nada... ¿Sabes por qué, ah,ah, ah? Porque tú nunca te has tirado a
una mujer; si eso pasara te quedarías mudo, sin respuestas. Las
palabras estallarían en tu boca, en tu cerebro, en tu cuerpo... ¿Sabes
por qué? Porque las mujeres sí que saben, y eso también me cabrea.
¡Odio a las mujeres!



EL OTRO: ¡Simón, ñaño, afirmativo!



EL JEFE: También odio a los hombres; me odio a mí mismo. ¡Aquí los
únicos machos son Julio Jaramillo y John Lennon!



EL OTRO: Y yo también, pana.



EL JEFE: Tú eres un pendejo.



EL OTRO: Gracias, ñaño.



EL JEFE: (A José.)

Así que ya sabes: tú nunca me vuelves a responder,
porque tú nunca has perdido la virginidad. Y quiero que esto quede
bien claro: aquí nadie va a perder la virginidad hasta que yo, El Jefe,
no la pierda. ¿Comprendido? (Entra una prostituta en patines.)
¿Alguien me puede explicar qué hacemos en este cabaret?



JOSÉ: (Enmudece ante la pregunta, hasta que El Jefe lo amenaza con
un gesto.)

Es... es el cabaret de los pobres: diez sucres por mirar,
veinte sucres por bailar y tocar, y cien sucres por hacerse hombre.



EL JEFE: ¿Alguien tiene
cien sucres que me
preste? (Nadie tiene
dinero.) Creo que


vamos a tener que
seguir siendo
adolescentes.



JOSÉ: Se necesita dinero para hacerse hombre.



EL OTRO: Simón: mientras más dinero, más hombre. (La prostituta en
patines ejecuta extraños números; los adolescentes comienzan a
seguirla pero la monja interviene. Ellos tienen la clara intención de
violar a la joven; sin embargo, al ver a la monja se la llevan. José
está sentado y se dispone a matar a la prostituta mientras recita el
siguiente poema.)



JOSÉ: Cuatro etapas, tal vez, cuente mi vida.

Cumplí bien la primera:asombro y juego.

En la segunda amé y anduve ciego.

Curo ya en la tercera, la honda herida.

Que en mi vejez, Señor, yo recupere

el candor sin amaños de la infancia,

que crea como entonces, y que espere

en actitud entera y consecuente,

que, aunque caduco ya, en extrema instancia

sepa morir con alma adolescente.





ESCENA VIII





Entra la madre, que arrastra una hilera de zapatos en cada pie, cmo si presidiera una una
procesión fúnebre.





MADRE: ¡José, José!



JOSÉ: ¿Mamá?



MADRE: Deja de matar tu inocencia y ven aquí, que estamos por
sepultar a tu tío Galo, el conservador.



JOSÉ: ¿Por qué siempre hablas de lo mismo?



MADRE: Porque estoy más cerca de la tierra que de las nubes.



JOSÉ: ¿Por qué no te puedo soñar sino rodeada de muerte y
desolación? ¡Cántame una canción, mamá!




MADRE: ¡Cállate!



JOSÉ: Una canción que me haga niño para siempre, sin recuerdos
que duelan, sin recuerdos.



MADRE: Sin recuerdos no se vive.



JOSÉ: ¿De qué me sirve recordar a un abuelo conservador, a otro
liberal, a uno que bailaba con una sirena, a otro que no podía parar de
comer, a un abuelo indígena, a una tía que me abofeteaba...? ¿De
qué me sirve tanto pasado, mamá?



MADRE: ¡No seas patán, José, baja la voz! ¿Estás borracho o que te
pasa? ¿Quieres hacer que tu tío se levante de la tumba?



JOSÉ: No, mamá, que no se levante; que se termine de morir y que
no joda.



MADRE: ¡Silencio, maleducado, silencio!



JOSÉ: El pasado es una muleta: nos ayuda a andar pero certifica que
somos unos lisiados.



MADRE: ¿Qué van a pensar tus parientes?



JOSÉ: Nada, mamá, no van a pensar nada. Los pobres de la familia
sólo pueden pensar en qué van a comer mañana, y los acomodados
deben estar gozando del escándalo... Nos hemos acostumbrado a
sentir felicidad con el bochorno del otro, con el fracaso del otro; nos
hemos acostumbrado a pisar al caído y a reírnos del confundido.
¿Sabes por qué? Porque esto ya no es una familia, sino un país
donde los hermanos se dan puntapies debajo de la mesa hasta
sangrarse. Nos escupimos e insultamos, y llegamos a matarnos
porque no toleramos tener la misma madre y el mismo padre, y ser
distintos, ser otro, diferente ser. Entonces aparentamos, nos
tornamos grises y aparentes. (La madre se va perdiendo en el fondo,
murmurando palabras inidentificables, como las de los muertos que
ella solía visitar. José intenta despertarse como si saliera de una
pesadilla.)





ESCENA IX





ANTONIA: ¡Don José! (Recoge los objetos que han quedado en escena.)




JOSÉ: Antonia, ¿qué haces?



ANTONIA: Aquí, recogiendo sueños; es que verá, don José, las mareas
son los sueños del mar y por las mañanas, al retirarse, van dejando en
la playa pedacitos de lo soñado. Yo los recojo y se los vendo a los
turistas:"¡Recuerdos de un mar soñado!", les digo.



JOSÉ: Antonia.



ANTONIA: ¿Sí?



JOSÉ: ¿Por qué tenemos tanto miedo?



ANTONIA: ¿A qué se refiere?



JOSÉ: He soñado pura porquería.



ANTONIA: Se nota.



JOSÉ: ¿Qué?



ANTONIA: Nada... que los sueños no tienen propósito ni gobierno.



JOSÉ: Soñé que eras presidente.



ANTONIA: Eso sí que es una porquería. ¿Y qué hacía?



JOSÉ: No me acuerdo.



ANTONIA: Otra porquería.



JOSÉ: Era un bonito sueño.



ANTONIA: Un presidente compró un loro y éste aprendió discursos y
palabras de presidente. Luego vino otro y otro, hasta que se
acabaron los presidentes. Pero quedó el loro repitiendo lo mismo, lo
mismo, lo mismo; había dejado de ser un loro silvestre y se había
transformado en un loro codicioso. Lo que demuestra que el poder
corrompe a la naturaleza. Así que, don José, suéñeme de otra
manera.



JOSÉ: Ya no quiero seguir soñando.



ANTONIA: Pero tiene que hacerlo.



JOSÉ: Mi vida carece de trascendencia, y mis sueños son tan
intrascendentes como mi vida.




ANTONIA: Depende de qué se entienda por trascendencia. Conocí a un
señor que decía: "Para mí fue tan trascendente conocer Latacunga,
como conocer Venecia."



JOSÉ: Un patriota.



ANTONIA: No, un turista. Para él, lo trascendente era tener plata, porque
sin plata no podía visitar ni la una ni la otra. ¿Y qué más soñó?



JOSÉ: Con mi adolescencia.



ANTONIA: Pasamos la mitad de nuestras vidas tratando de perder la
inocencia y la otra mitad tratando de recuperarla. ¿Y qué más soñó?



JOSÉ: Con mi madre y sus difuntos, es decir, con mi familia.
Bueno, no era mi familia.



ANTONIA: Explíquese.



JOSÉ: Verás Antonia, una familia es parte de otra familia que es un
país; es como un espejo donde se mira una familia compuesta por
millones de personas, una familia numerosa que camina en una casa
muy pequeña sin ventanas y sin puertas: eso es un país. Y mi madre
siempre atendiendo a todos...



ANTONIA: O sea, como la primera dama.



JOSÉ: ¿Qué dices, Antonia?



ANTONIA: No, ¿qué dice usted?



JOSÉ: Lo que dije.



ANTONIA: ¡Momentico! Usted dice que su familia ya no es su familia,
entonces su madre ya no es su madre sino la primera dama. Y conste
que usted lo dijo.



JOSÉ: Yo no dije eso.



ANTONIA: Pero se sobrentiende.



JOSÉ: Malentiendes entonces.



ANTONIA: Usted está especulando.



JOSÉ: Yo no especulo.




ANTONIA: Sí, porque cree ver en sus sueños lo que sólo está en su
conciencia.



JOSÉ: Antonia, en una familia, como en un país, hay quienes te
aman y quienes te odian; eso lo entendí en los sueños: quiénes son
justos y quiénes son injustos. En una familia, como en un país, hay
un lugar que amas de una manera extraña porque es un lugar seguro,
un árbol que no crece en otro lugar.



ANTONIA: Uno ama un árbol porque le es útil pero, ¿de qué le sirve tener
un país -en caso de que lo tenga-? ¿Éste es su país?



JOSÉ: Sí.



ANTONIA: Muéstreme las escrituras.



JOSÉ: ¡Antonia!



ANTONIA: ¿Ya ve? Un país es un inmenso territorio parcelado en
grandes mansiones, casas, apartamentos, cuartos, cuartuchos,
zaguanes lúgubres donde ya no hay país, sino frío y tristeza.



JOSÉ: Pero hay que amarlo a pesar de todo.



ANTONIA: Cuando niña, escuché a un presidente decir: "tienes un país,
ámalo." Entonces yo, como era huérfana y no tenía dónde vivir, fui
al Municipio y dije: "que vengo a que me den el trozo de país que me
corresponde, para amarlo aunque más no sea..."



JOSÉ: ¿Entonces?

ANTONIA: Me mandaron a otro sitio donde me preguntaron si había
pagado el agua; y a otro, que si había pagado la luz... Yo era una
niña. Decidí ir al Ministerio de Gobierno y dije : "un país que cobra
por amarlo, no es un país; es una prostituta." Me encerraron tres
días: nunca más volví a reclamar el pedazo de país que me
correspondía; talvez otro se lo agarre, ¿no es cierto? Ahora tengo
una maceta, y en la maceta una flor. Ése es mi país y espero que
nunca se me marchite.



JOSÉ: No quiero seguir soñando.



ANTONIA: Entonces nunca sabrá por qué perdió la memoria.



JOSÉ: Pudo ser un golpe.



ANTONIA: Sí, pero de mala suerte.




JOSÉ: ¿Para qué hurgar en un pasado donde sólo hay lamentos?



ANTONIA: El problema es que si olvidamos lo que nos duele,
posiblemente olvidemos lo que nos puede hacer felices; es más,
quizá a nosotros ya nos hayan olvidado, pero si nos olvidamos de
soñar, el país de los sueños sería un enorme desierto sin pasado ni
porvenir. (Quedan pensativos.)



JOSÉ: Antonia...



ANTONIA: ¿Sí?



JOSÉ: ¿Quién eres?



ANTONIA: Un duende... un duende huérfano y pobre que carece de
pasado. Una loca, y las locas sólo tenemos lagunas mentales donde
de vez en cuando nos sentamos a pescar algún recuerdo.



JOSÉ: ¿Y ahora qué haré?



ANTONIA: Soñar por última vez. Y deje que el sueño viaje al final de la
memoria, al pasado remoto. Ahora me voy, porque el Lucas me ha
de estar esperando.



JOSÉ: Antonia, ¿nunca me vas a contar lo que pasó aquí, en esta
playa?

ANTONIA: Luego, don José. Ahora sueñe el rayo infinito de la memoria.
Adiós.



JOSÉ: Adiós. (Mirando su jaula.) He soñado con mi infancia y mi
adolescencia, pero no con mi juventud; talvez haya un sueño entre
los sueños que se perdió para siempre. Tampoco he podido saber en
qué momento comencé a perder la memoria. Quizá fue en aquellos
años llamados los años perdidos. Sólo sé que un buen día desperté y
las cosas no tenían nombre: era un mundo vacío de rótulos y pintado
de un solo color. A veces tengo recuerdos difusos: un hombre
parado en un balcón dirigiéndose a una muchedumbre jadeante,
muchedumbre jadeante que se pudre en la tierra de mi memoria.
Ahora he de soñar el último sueño, el sueño remoto, y sentir que
avanzo extrañamente, hacia atrás: los sueños son el rayo infinito de
la memoria.










ESCENA X





El escenario se puebla de personajes antiguos: la familia remota. Algunos se sientan
alrededor de la mesa: dos lloronas y dos danzantes; otros, en los extremos de la boca del
escenario: el abuelo Guamán, que representa la Luna; un Inca que representa el Sol. Una
anciana narrará, a modo de amauta épico, cómo nació el mundo, cómo se formó la familia
de José, y por qué éste perdió la memoria. Toda la narración es mimada por el resto de
personajes.





ANCIANA: (Desde el fondo del escenario, como una aparición.)

¡José, José, muchacho, apúrate! ¡José, a ti te estoy
hablando!



JOSÉ: (No distingue qué es lo real y qué lo soñado.)

Soñar... dormirse para siempre.



ANCIANA: ¡Ven, José! ¡Ven, no te asustes de la historia remota, no
tengas miedo de la otra familia! ¡Ven al mundo del silencio antes de
que la lluvia enturbie el agua del estanque! ¡Siéntate y escuha! Ése
que ves allí es tu abuelo Guamán, el otro abuelo, la otra sangre, tu
sangre remota. Hace tiempo hubo una guerra entre el Sol y la Luna.
Mira cómo el hermano devora a su hermano. ¡Fue una guerra muy
bonita! Mira cómo la sangre echa a andar la historia. Fue una guerra
antigua y luminosa. Talvez la primera guerra de tu abuelo remoto,
talvez. (El Sol y la Luna danzan un combate donde el Sol devorará a
la Luna.) Así fue, José; así fue cómo el Sol devoró a la Luna: se
comió su carne, se comió su espíritu; se comió a tu abuelo Guamán,
que era la carne y el espíritu de la Luna. Desde entonces hay días y
hay noches en el mundo, desde entonces... (Se extravía en el relato.)
Creo que después se fueron a beber chicha a un pueblo... Sí, sí, y en
ese pueblo estaban celebrando el fin de tan singular contienda. Pero
era tan aburrida la fiesta, que el Sol y la Luna decidieron mover a la
gente: con sólo mirarlos, todos comenzaban a dar brincos. (El Sol y
la Luna se sientan en la mesa donde están los otros personajes.)
¡Cómo saltaban, si era de verlos! Así se formaron los bailes y las
danzas entre tus parientes lejanos; pero como el pueblo se mofa de
todo, estos danzantes, en vez de ensalzar el singular combate se
rieron de él... (Dos danzantes bailan satirizando el combate.)
Entonces el Sol y la Luna, que eran uno y dos al mismo tiempo,
entristecieron. Dos hermanas, al verlos tan tristes, se compadecieron
y les pasaron unos pilchecitos con chicha. El Sol y la Luna bebieron;
luego dijo el Sol: "vamos a matarlos a todos." Sí, dijo la Luna,
vamoms a matarlos...¡Y llovió fuego sobre fuego! ¡Piedra sobre
piedra! ¡Piedra y fuego! (El Sol y la Luna arrojan piedras sobre la


mesa y lanzan fuego por la boca.) ¡Piedra y fuego! ¡Meses... años...!
¡Piedra y fuego! Desde entonces existen las montañas y, en su
barriga, fuego. Sólo salvaron a las dos hermanas que, al verse tan
solas, comenzaron a llorar. ¡Tanto lloraron, que se formaron ríos y
mares, cascadas y manantiales! (Las hermanas, sentadas a la mesa,
lloran. El llanto es como un canto monótono y triste.) Se formaron
los bosques y las plantas, crecieron los insectos y los animales.
Desde entonces el mundo fue más mundo, porque antes era un
desierto donde lloraban dos hermanas. Del llanto de las hermanas
nacieron el conejo y el cóndor. Estos animales se la pasaban
peleando, como animales mismo que eran. Doce veces pelearon en
un año, y veinticuatro en un día: así se formaron los meses y las
horas, el mes del maíz y la papa, el mes del canto y la cosecha, el
mes de la melancolía...(El conejo y el cóndor asoman
escandalosamente por debajo de la mesa y comienzan a pelear,
armados de sendas cachiporras.) Estos animales pelearon hasta
envejecer. Ya viejos y cansados, se fueron a vivir cada uno con una
hermana. Éstas eran muy buenas y hermosas... (El conejo y el
cóndor, ancianos, se retiran a la mesa donde están las hermanas.) Y
cada uno con una hermana, se fueron a vivir a cada extremo del
mundo y tuvieron hijos que no se conocieron entre sí. Crecieron
lejos unos de otros; la lejanía de unos ahondaba la diferencia de los
otros. Y un día se encontraron y se vieron distintos. Entonces
fueron a la guerra, la más cruel, la más terrible, la más solitaria de
todas las guerras. El Sol oscureció de pura tristeza. Y lucharon en la
oscuridad. (Dos actores danzan una lucha en la oscuridad.) En la
oscuridad puedes matar sin sentimientos: no reconoces al otro, no lo
ves. Por eso no podían pedirse perdón: hablaban idiomas
diferentes... ¡José...! Estos hermanos formaron ejércitos con sus
hermanos y esta guerra duró siglos, y un hermano mató a otro
llamado Guamán, ochenta millones de veces, pero no devoró su
cuerpo como el Sol hizo con la Luna. Por eso su espíritu se volvió
inmortal. Cada cierto tiempo, los ejércitos de estos dos hermanos
descansaban y hacían el amor unos contra otros; luego reanudaban el
combate. Y así día tras día, año tras año... De ese amor extraño y
violento nació tu familia, José.





La escena se puebla con los personajes representados en el transcurso de la obra; éstos, de
manera mecánica, realizan segmentos de las escenas del sueño. José participa como un
sonámbulo; la anciana se agita.





Y así día tras día, año tras año. Y se formaron
ciudades y países, y la guerra se volvió cotidiana; ya no la guerra de
antaño, sino la guerrita que cada uno libra por comer y ser feliz. Los
cuerpos se mezclaron, los idiomas se mezclaron. Tras cada golpe,


una guerra; tras cada fracaso, una guerra; detrás de cada miedo, de
cada idea, de cada gesto... José, ¿has visto qué hay detrás de la mano
de un mendigo, tras la baba de un borracho? ¿Has visto? Tras cada
memoria hay una guerra, ¿o no? Sí, José. Hay una guerra.



(Los personajes abandonan las acciones y se sientan
alrededor de la mesa; sólo el hijo con la valija, de donde sale un
sonido tumultuoso, realiza de nuevo la acción de morir,
repetidamente.)



¿Sabes qué hay detrás de ese sueño donde un joven
muere sin fin? ¿Lo sabes, José? Hay un hijo: tu hijo, José, que no
termina de morir porque aún no devoran su cadáver; como el Sol, el
de la Luna. Esto es lo que te hizo perder la memoria. Ahora ya lo
sabes: detrás de cada memoria hay una guerra antigua... tan antigua
como el dolor.



(Sale la anciana. José se sienta en un extremo de la
mesa. El resto de los personajes se sientan alrededor de la mesa.)













ESCENA XI





Entra Antonia y se sienta en el extremo de la mesa, frente a José. La escena semeja una
antigua foto de familia. Durante el diálogo entre José y Antonia, la familia soñada
permanece estática. Hay un sonido de fondo, de mar.





ANTONIA: ¿Sabe, don José? Yo nunca puedo soñar el pasado; siempre
sueño el futuro, hacia adelante, lo que va a venir. Una vez soñé que
volaba en un cielo azul, azul... Tan azul, que era el delantal de mi
madre, pero sin madre porque yo no tuve. Es decir, sí he de haber
tenido - porque nadie nace del aire, ¿no es cierto?-. Bueno, el asunto
es que volaba y volaba. Tanto volé, que al despertar tenía plumas en
la frente.



JOSÉ: Yo, sin embargo, sólo puedo soñar el pasado... Verás,
Antonia, antes de llegar aquí pasé por pueblos y caseríos y vi a gente
vivir en la penuria. Vi ancianos, vi niños; entonces cerraba los ojos
y, al abrirlos, ya los había olvidado. Pero por las noches me salía
agua de los ojos, y yo no sabía cómo se llamaba eso... Ahora sí sé.


Se llama llanto, llanto por un país que no era mío porque lo había
olvidado.



ANTONIA: ¿Sabe qué sería bonito? Recordar lo que todavía no pasó.



JOSÉ: ¿Cómo se puede recordar lo que todavía no sucede?



ANTONIA: ¡Soñando, don José, soñando! Una vez conocí a una mujer
muy sola; tan sola que decidió soñar con un hombre y le inventó un
nombre. ¿Sabe cómo le llamó? Lucas. Era un bonito sueño que
ayudaba a vivir a esta pobre mujer.



JOSÉ: Sí, Antonia. Era un bonito sueño.



ANTONIA: Sí, don José. Una vez, hace años, mataron a unos jóvenes y
arrojaron aquí, en esta playa, sus cadáveres; por eso la gente ya no
quiere venir a soñar a este lugar. La gente ya no sueña en este mar.
¡Yo sí, don José, yo sí!



JOSÉ: ¿Y qué ves en tus sueños, Antonia?



ANTONIA: Un inmenso jardín de pulpos donde viven los jóvenes que
murieron jóvenes. Y por las noches se puede escuchar una canción
que habla de lo felices que son en su jardín de pulpos. También se
pueden ver sus ideas flotando junto a la espuma.



JOSÉ: Es bueno morir por una idea.



ANTONIA: Pero ya nadie quiere morir por ideas, excepto algunos, muy
pocos... Hace tiempo vi a un pordiosero reír dormido; se cobijaba
con cartones en un portal. Cuando despertó tenía una sonrisa en la
boca, y era tan cálida que los otros pordioseros acercaban las manos
a su boca y se calentaban con el sueño que hizo feliz al hombre
dormido.



JOSÉ: Es bonito el mar.



ANTONIA: Sí, y está lleno de ideas que flotan junto a la espuma. (Sube el
sonido del mar y, lentamente, los personajes familiares se van
hundiendo bajo la mesa. La luz desciende sobre Antonia y José.)





FIN






































































ARÌSTIDES VARGAS



Nace en 1954 en Córdova, Argentina. Cuando era muy niño sus padres se trasladan a la
provincia de Mendoza, donde transcurre su infancia y parte de su juventud.



A los diecisiete años comienza a trabajar como actor en algunos grupos y representa
distintas obras: Fuente Ovejuna, de Lope de Vega; Esperando al Zurdo, de G. Odets;
entre otras.



A los veintiún años, mientras asiste al segundo curso de la Escuela Superior de Teatro,
tiene que salir al exilio, debido a uno de los golpes militares más sangrientos de la historia
de Argentina. Durante un año vive en Lima, Perú, y luego se traslada a la ciudad de Quito,
Ecuador, país en el que se radica definitivamente a partir de 1977, y en el cual desarrolla la
mayor parte de su actividad teatral.




Funda con otros profesionales una de las agrupaciones más importantes del teatro
latinoamericano actual: el Grupo Malayerba. En este grupo, investiga la escritura
dramática.

La propia trayectoria del Malayerba lo lleva a escribir, como una respuesta a la necesidad
de ir conformando una dramaturgia que exprese los intereses específicos del grupo. Jardín
de Pulpos es su primer texto dramático, al que siguen La Edad de la Ciruela y Pluma.



Ha intervenido como actor en Mujeres, de Darío fo; El Señor Puntilla, de Bertold Brech;
Doña Rosita la Soltera, de Federico García Lorca; Luces de Bohemia, de Valle Inclán.
Dirigió Añicos, de W. Ruales y Galería de Sombras Imaginarias -con textos de Alfred Jarry
y Federico García Lorca-.



Además participó en películas, como Apareceres, de Carlos Naranjo; La Tigra, de Camilo
Luzuriaga; y Entre Marx y una Mujer Desnuda, del propio Luzuriaga -película en la cual
realiza también el guión-.



Las tres obras que se publican en el presente volumen son las creaciones más importantes de Arístides
Vargas.