21/11/14

LOS FÍsicos. Dürrenmatt.





Los físicos
Dürrenmatt Friedrich
Comedia

PERSONAJES
Psiquiatra
Enfermera jefe
Enfermera
Enfermero jefe
Enfermeros
Pacientes
Misionero
Su esposa
Los hijos de Lina
Inspector de policía
Policía
Un médico forense
Doctora Mathiide von Zahnd
Marta Boíl
Monika Stettler
Uwe Sievers
McArthur
Murillo
Herbert Georg Beutler, llamado Newton
Ernst Heinrich Ernesti, llamado Einstein
Johann Wilhelm Mobius
Oskar Rose
Lina Rose
Adolf-Friedrich
Wilfried-Kaspar
Jórg-Lukas
Richard Voss
Guhl
Blocher

Acto primero

Lugar: el salón de una villa cómoda, aunque algo venida a menos, del sanatorio privado Les Cerisiers.
Entorno inmediato: al principio, la orilla de un lago en estado natural, luego edificada, y, por último, una ciudad mediana o, más bien, pequeña.
El que fuera un precioso pueblecito con castillo y centro histórico está ahora invadido por los horribles edificios de varias compañías aseguradoras, y vive básicamente de una modesta universidad con facultad de teología incorporada y cursos de idiomas en verano, más una escuela de comercio y otra de odontotecnia, internados para señoritas y una industria ligera apenas digna de mención: no tiene, pues, una actividad económica febril. A ello se suma, de ma­nera ciertamente superflua, él efecto tranquilizador del paisaje. Hay montañas azules, colinas con bosques plantados por el hombre y un lago importante, así como también, en las inmediaciones, una ancha llanura que, si bien fue un pantano sombrío en otros tiempos, actualmente es fértil y está surcada por canales. En ella se alza un centro penitenciario con su correspondiente explotación agrícola, de suerte que por todas partes se ven grupos o grupúsculos de delincuentes que cavan y remueven la tierra con el azadón. Sin embargo, el entorno geográfico no tiene aquí mayor relevancia y sólo es mencionado por prurito de exactitud, ya que en ningún momento abandonaremos la villa donde está instalado el manicomio (¡ya salió a relucir la palabreja!), o, para ser aún más precisos, ni siquiera abandonaremos el salón de esa villa, pues nos hemos propuesto respetar rigurosamente las unidades de tiempo, lugar y acción. Sólo la forma clásica se aviene bien con una acción que se desarrolla entre locos.
Pero vayamos al grano. Por lo que respecta a la villa, diremos que en su momento llegó a albergar a todos los pacientes de la fundadora de la institución, la médico y doctora honoris causa Mathilde von Zahnd: aristócratas reblandecidos, políticos arterioescleróticos que ya hubieran dejado de gobernar, millonarios oligofrénicos, escritores esquizofrénicos, grandes industriales maniaco-depresivos, en pocas palabras, toda la élite espiritualmente extraviada de medio Occidente. Pues Mathilde von Zahnd es todo un personaje. Y no solamente porque la jorobada se­ñorita del sempiterno batín blanco sea el último vástago importante de una poderosa familia autóctona, sino porque también es famosa —y puede decirse que mundialmente— como filántropa y psiquiatra (acaba de publicarse su correspondencia con C.G. Jung). Ahora bien, resulta que los pacientes distinguidos y no siempre agradables han sido trasladados hace tiempo a las nuevas dependencias del sanatorio, lu­minosas y elegantes, donde hasta el pasado más siniestro se torna placentero gracias a los horrendos precios. Estas dependencias nuevas (con vitrales de Erni en la capilla) son pabellones que se extienden por la parte sur del vasto parque en dirección a la llanura, mientras que el césped jalonado de árboles gigantescos desciende de la villa hacia el lago, por cuya orilla corre un muro de piedra.
En el salón de la villa, ahora poco poblada, sue­len reunirse tres pacientes que, por una extraña ca­sualidad, son físicos; aunque quizá no sea del todo extraña, pues allí se ponen en práctica principios humanitarios y se permite que estén juntos quienes deben estarlo. Los tres viven aislados, cada uno en­frascado en su mundo imaginario, toman sus comi­das juntos en el salón, discuten a ratos sobre su cien­cia o permanecen en silencio mirando el vacío: en fin, tres locos inofensivos y entrañables, dóciles, fá­ciles de tratar y nada exigentes. En resumen, serían*-pacientes verdaderamente modélicos si en los últimos tiempos no se hubieran producido unos hechos preo­cupantes, o más bien terribles: uno de los señores había estrangulado a una enfermera tres meses antes, y ahora acababa de repetirse el mismo hecho. Por eso está la policía de nuevo en casa y se ve el salón más poblado que de costumbre. La enfermera yace sobre el parqué, en una posición a la vez trágica y definitiva, más bien al fondo del escenario para no asustar inútilmente al público. Pero debe notarse que ha habido una lucha. Los muebles están en un des­orden espantoso. Una lámpara de pie y dos sillones yacen en el suelo, y en la parte izquierda más pró­xima al proscenio hay, volcada, una mesa redonda cuyas patas han quedado mirando al público.
Por lo demás, la transformación en manicomio (la villa había sido antes la residencia veraniega de los Zahnd) ha dejado huellas dolorosas en el salón. Las paredes están pintadas, hasta lo que equivale a la “altura de un hombre, con un barniz antiséptico, y sólo por encima asoma el yeso original, con estuca­dos que se conservan parcialmente. Las tres puertas del fondo, que desde una sólita conducen a las ha­bitaciones de los físicos, están tapizadas de cuero ne­gro y numeradas del uno al tres. A la izquierda, junto a la salita, un radiador de la calefacción central bas­tante feo; a la derecha, un lavabo con toallas puestas en un colgador.
De la habitación número dos (la del centro) llega el sonido de un violín con acompañamiento de piano: la Sonata a Kreutzer, de Beethoven. A la izquierda se encuentra la fachada que da al parque, con grandes ventanales que llegan hasta el parquet, recubierto de linóleo. A izquierda y derecha de los ventanales, un pesado cortinaje. La puerta de doble batiente da a una terraza cuya balaustrada de piedra se recor­ta sobre el parque, en un atardecer de noviembre, re­lativamente soleado. Son las cuatro y media de la tarde recién dadas. A la derecha, sobre una chime­nea inutilizada ante la que hay una rejilla, se ve el retrato de un anciano con perilla, en un macizo marco dorado. En primer plano, a la derecha, una pesada puerta de roble. Del artesonado marrón cuelga una imponente araña. El mobiliario: en torno a la mesa redonda (cuando el salón está en orden) hay tres sillas pintadas de blanco, como la mesa. Los otros muebles, de épocas diferentes, se hallan lige­ramente deteriorados. En primer plano, a la derecha, un sofá con una mesita, flanqueado por dos sillones. En realidad, la lámpara de pie debería estar tras el sofá, por lo que el espacio escénico no está en ab­soluto sobrecargado. Pocas cosas se necesitan para decorar un escenario en el que, al contrario de lo que ocurre en las obras de autores antiguos, el drama satí­rico precede a la tragedia. Y ahora podemos empezar. En torno al cadáver se afanan agentes de la bri­gada de investigación criminal, vestidos de paisano, tipos ecuánimes y campechanos que ya han consu­mido su dosis de vino blanco, como revela su aliento. Toman medidas, las huellas digitales, trazan con tiza los contornos del cadáver, etcétera. En medio del sa­lón está el inspector de la brigada de investigación criminal Richard Voss, de pie, con sombrero y ga­bardina; a la izquierda, la enfermera jefe Marta Boíl, con su habitual aire resuelto y enérgico. En el sillón situado más a la derecha hay un policía sentado, to­mando notas en taquigrafía. El inspector saca un puro de una petaca marrón.

inspector: Se puede fumar, espero.
enfermera jefe: No es habitual.
inspector: Perdón. (Vuelve a guardar el puro.)
enfermera jefe: ¿Una taza de té?
inspector: Preferiría un trago.
enfermera jefe: Está usted en un sanatorio.
inspector: Entonces nada. Blocher, puedes hacer las fotos.
blocher: Muy bien, inspector.
(Hace fotografías. Flashes.)
inspector: ¿Cómo se llamaba la enfermera?
enfermera jefe: Irene Straub.
inspector: ¿Edad?
enfermera jefe: Veintidós años. Natural de Kohlwang.
inspector: ¿Parientes?
enfermera jefe: Un hermano en el este de Suiza.
inspector: ¿Le han avisado?
enfermera jefe: Por teléfono.
inspector: ¿Y el asesino?
enfermera jefe: Por favor, inspector..., que el po­bre hombre está enfermo.
inspector: Bueno, bueno..., ¿el autor de los he­chos?
enfermera jefe: Ernst Heinrich Ernesti. Le lla­mamos Einstein.
inspector: ¿Por qué?
enfermera jefe: Porque se cree que es Einstein.
inspector: ¡Aja! (Se vuelve hacia el policía que toma notas en taquigrafía.) ¿Ha anotado las de­claraciones de la enfermera jefe, Guhl?
guhl: Sí, inspector.
inspector: ¿También estrangulada, doctor?
médico forense: Clarísimamente. Con el cable de la lámpara. Este tipo de alienados suele de­sarrollar una fuerza hercúlea. No deja de ser impresionante.
inspector: ¡Aja! Le parece, ¿eh? Pues a mí me pa­rece una irresponsabilidad total dejar a estos locos al cuidado de enfermeras. Ya es el segundo asesinato...
enfermera jefe: Por favor, inspector.
inspector: ... El segundo accidente que ocurre en el sanatorio Les Cerisiers en menos de tres meses. (Saca una libreta de apuntes.) El doce de agosto, un tal Herbert Georg Beutler, que se considera el gran físico Newton, estranguló a la enfermera Dorothea Moser. (Vuelve a guardar la libreta.) Y en este mismo salón. Algo que nunca hubiera ocurrido de haber aquí enfermeros.
enfermera jefe: ¿De veras lo cree? La enfermera Dorothea Moser era miembro de la Asocia­ción Femenina de Lucha Libre, y la enfermera Irene Straub, campeona nacional de judo.
inspector: ¿Y usted?
enfermera jefe: Yo hago pesas.
inspector: ¿Puedo ver al asesino?
enfermera jefe: Por favor, inspector.
inspector: Quiero decir..., al autor de los he­chos.
enfermera jefe: Está tocando el violín.
inspector: ¿Cómo que está tocando el violín?
ENFERMERA JEFE: ¿No lo Oye?
inspector: Pues que pare ahora mismo. (Viendo que la enfermera jefe no reacciona.) Tengo que interrogarlo.
enfermera jefe: Imposible.
inspector: ¿Cómo que imposible?
enfermera jefe: No podemos permitirlo por ra­zones médicas. El señor Ernesti debe seguir tocando.
inspector: ¡Pero ese tipo ha estrangulado a una enfermera!
enfermera jefe: Inspector, no se trata de un tipo cualquiera, sino de un hombre enfermo que debe tranquilizarse. Y como cree que es Einstein, sólo se tranquiliza cuando toca el violín.
inspector: ¿No estaré yo también loco?
enfermera jefe: No.
inspector: Pues es como para estarlo. (Se seca el sudor.) Qué calor hace aquí.
enfermera jefe: En absoluto.
inspector: Señorita Marta, llame a la directora, por favor.
enfermera jefe: Tampoco es posible. La doctora está acompañando al piano a Einstein. Y él sólo se tranquiliza cuando lo acompaña la doc­tora.
inspector: Y hace tres meses la doctora tuvo que jugar al ajedrez con Newton para tranquili­zarlo. Esto ya no me lo creo, señorita Marta. Tengo que hablar con la doctora, sea como sea.
enfermera jefe: Bueno, pero habrá de esperar.
inspector: ¿Cuánto rato seguirán con el violín?
enfermera jefe: Un cuarto de hora, una hora. Depende.
inspector (conteniéndose): Muy bien. Esperaré. (Bramando.) ¡Esperaré!
blocher: Ya hemos terminado, inspector.
inspector (deprimido): Y aquí van a terminar con­migo.
(Silencio. El inspector se enjuga el sudor.)
inspector: Podéis levantar el cadáver.
blocher: Muy bien, inspector.
enfermera jefe: Enseñaré a estos señores el ca­mino a la capilla, a través del parque.
(Abre la puerta de doble batiente. Sacan el cadáver y los instrumentos. El inspector se quita el som­brero y se sienta, agotado, en el sillón que está a la izquierda del sofá. Todavía se oye el violín con acompañamiento de piano. De pronto sale de la habitación número tres Herbert Georg Beutler, con peluca y traje de principios del siglo XVIII)

newton: Sir Isaac Newton.
inspector: Inspector Richard Voss, de la Brigada de investigación criminal. (Permanece sentado.)
newton: Mucho gusto. Es realmente un placer. He oído ruidos, gemidos, jadeos, gente que en­traba y salía. ¿Puedo preguntar qué ha suce­dido?
inspector: La enfermera Irene Straub ha sido es­trangulada.
newton: ¿La campeona nacional de judo?
inspector: Sí, señor la campeona.
newton: ¡Qué horror!
inspector: Por Ernst Hieinrich Ernesti.
newton: Pero..., él sigue tocando el violín.
inspector: Tiene que tranquilizarse.
newton: La pelea lo habrá cansado. Es más bien debilucho. ¿Y con qué la...?
inspector: Con el cable de la lámpara.
newton: Con el cable de la lámpara. También es una posibilidad. ¡Vaya con Ernesti! Lo siento muchísimo por él. Y también por la campeo­na de judo. Con su permiso, voy a poner un poco de orden.
inspector: Siga usted, por favor. Ya hemos ins­truido el sumario.
(Newton levanta y pone en su lugar la mesa y las sillas.)
newton: No soporto el desorden. La verdad es que me dediqué a la física tan sólo por amor al orden. (Levanta la lámpara.) Para relacionar el aparente desorden de la naturaleza con un „ orden superior. (Enciende un cigarrillo.) ¿Le molesta que fume?
inspector (contento): Al contrario, yo... (Intenta sacar un puro de su petaca.)
newton: Usted disculpe, pero ya que hemos ha­blado de orden: aquí sólo se les permite fumar a los pacientes, no a las visitas. Si no fuera así, el salón entero apestaría a humo.
inspector: Entiendo. (Vuelve a guardar su petaca.)
newton: ¿Le molesta que me sirva una copita de coñac?
inspector: En absoluto.
(Newton saca una copa y una botella de coñac de detrás de la rejilla de la chimenea.)
newton: ¡Vaya con Ernesti! Me ha dejado turu­lato. ¡Cómo puede estrangularse a una enfer­mera! (Se sienta en el sofá y se sirve coñac.)
inspector: Sin embargo, usted también estran­guló a una enfermera.
newton: ¿Yo?
inspector: A la enfermera Dorothea Moser.
newton: ¿La luchadora?
inspector: El doce de agosto. Con el cordón de una cortina.
newton: Pero aquello fue otra cosa, inspector. No olvide que yo no estoy loco. ÍA su salud!
inspector: ¡A la suya!
(Newton bebe.)

newton: La enfermera Dorothea Moser. Cuando me pongo a pensar... Pelo rubio pajizo. Una fuerza descomunal. Y ágil pese a su corpulen­cia. Ella me amaba, y yo a ella también. Un dilema cuya única solución era el cordón de una cortina.
inspector: ¿Qué dilema?
newton: Mi misión es meditar sobre la gravita­ción universal, no amar mujeres.
inspector: Entiendo.
newton: Y a ello había que sumarle la enorme diferencia de edad.
inspector: Ya lo creo. Usted debe de tener mu­cho más de doscientos años.
newton (mirándolo asombrado): ¿Cómo dice?
inspector: Pues..., si es Newton...
newton: Oiga, ¿es usted idiota o se lo hace, ins­pector?
inspector: ¿Cómo...?
newton: ¿Cree usted realmente que soy Newton?
inspector: ¡Es usted quien lo cree!
(Newton mira a su alrededor con aire desconfiado.)
newton: ¿Puedo confiarle un secreto, inspector?
inspector: Por supuesto.
newton: Yo no soy Sir Isaac. Sólo me hago pasar por él.
inspector: ¿Y para qué?
newton: Para no confundir a Ernesti.
inspector: No entiendo.
newton: A diferencia de mí, Ernesti está real­mente enfermo. Se cree que es Albert Einstein.
inspector: ¿Y qué tiene que ver eso con usted?
newton: Si Ernesti se enterara de que el verda­dero Albert Einstein soy yo, se armaría la de san Quintín.
inspector: Quiere usted decir que...
newton: Así es. El célebre físico y creador de la teoría de la relatividad soy yo. Nacido el de marzo de en Ulm.
(El inspector se levanta algo confundido.)
inspector: Mucho gusto.
(Newton también se pone de pie.)
newton: Llámeme simplemente Albert.
inspector: Y usted a mí, Richard.
(Se estrechan la mano.)
newton: Puedo asegurarle que yo interpretaría la Sonata a Kreutzer con mucho mayor vuelo que Ernst Heinrich Ernesti. Está destrozando el andante.
inspector: Yo no entiendo nada de música.
newton: Sentémonos un momento.
(Lo lleva hasta el sofá y le pasa el brazo por encima del hombro.)
newton: Richard.
inspector: Dígame, Albert.
newton: ¿Verdad que le molesta no poder dete­nerme?
inspector: Pero Albert...
newton: ¿Querría detenerme por haber estran­gulado a la enfermera o por haber hecho posible la bomba atómica?
inspector: Pero Albert...
newton: ¿Qué ocurre cuando usted gira el inte­rruptor que hay junto a la puerta,' Richard?
inspector: Se enciende la luz.
newton: Produce usted un contacto eléctrico. ¿Entiende algo de electricidad, Richard?
inspector: Yo no soy físico.
newton: Yo tampoco entiendo mucho. Me li­mito a formular una teoría basada en obser­vaciones empíricas, la transcribo en lenguaje matemático y obtengo varias fórmulas. Luego vienen los técnicos, que sólo se interesan por las fórmulas. Tratan la electricidad como un rufián a sus prostitutas. La explotan. Constru­yen máquinas, y una máquina solamente es utilizable cuando se independiza de los pos­tulados teóricos que condujeron a su inven­ción. De ahí que hoy en día cualquier burro pueda encender una bombilla..., o hacer ex­plotar una bomba atómica. (Le da unas palmaditas en el hombro al inspector.) Y ahora quiere usted detenerme por eso, Richard. No es justo.
inspector: Pero si no tengo la menor intención de detenerlo, Albert.
newton: Sólo porque me cree loco. Pero ¿por qué no se niega a encender las luces si no entiende nada de electricidad? El criminal aquí es usted, Richard. Y ahora tengo que esconder otra vez mi coñac, o la enfermera jefe se pondrá fre­nética. (Newton vuelve a esconder la botella de coñac tras la rejilla de la chimenea, pero deja la copa sobre la mesita.) Adiós.
inspector: Adiós, Albert.
newton: ¡Debería detenerse a sí mismo, Richard! (Desaparece otra vez en la habitación número tres.)
inspector: Por ahora me limitaré a fumar.
(Ni corto ni perezoso, saca un puro de su petaca, lo enciende y empieza a fumar. Por la puerta de do­ble batiente entra Blocher.)
blocher: Estamos listos, inspector, ¿nos vamos?
(El inspector pisa el suelo con fuerza.)
inspector: Yo tengo que esperar a la médico jefe.
blocher: Muy bien, inspector.
(El inspector se calma y dice en un gruñido.)
inspector: Vuelve a la ciudad con los agentes, Blocher. Ya me reuniré luego con vosotros.
blocher: A la orden, inspector. (Hace mutis,)
(El inspector fuma echando grandes bocanadas, se levanta, recorre obstinadamente el salón de un extremo a otro, se detiene ante el retrato que hay sobre la chimenea y lo contempla. Entretanto han dejado de oírse el violín y el piano, se abre la puerta de la habitación número dos y entra la doctora Mathilde von Zahnd. Jorobada, cincuen­ta y cinco años, botín de médico y estetoscopio.)
doctora: Es mi padre, el consejero secreto August von Zahnd. Vivía en esta villa antes de que yo la transformara en sanatorio. Un gran hombre, un ser humano de verdad. Yo soy su única hija. Me odiaba como a la peste. En ge­neral, odiaba a todo el mundo como a la pes­te; y no le faltaba razón, pues, como figura relevante en el mundo de las finanzas, se en­frentaba con abismos del alma humana que a nosotros, los psiquiatras, nos estarán eterna­mente vedados. Los alienistas seguimos siendo unos filántropos inveterados, unos románticos incurables.
inspector: Hace tres meses colgaba aquí otro re­trato.
doctora: El de mi tío, el político. El canciller Joachim von Zahnd. (Pone la partitura sobre la mesita que hay delante del sofá.) Pues nada. Er-nesti se ha tranquilizado. Se tumbó en la cama y se ha dormido. Como un niño feliz. Por fin puedo respirar tranquila. Temí que quisiera to­car también la tercera sonata de Brahms. (Se sienta en el sillón que está a la izquierda del sofá.)
inspector: Disculpe usted, doctora Von Zahnd, que esté fumando pese a la prohibición, pero...
doctora: Fume usted tranquilamente, inspector. También yo necesito con urgencia un cigarri­llo, aunque le pese a Marta, nuestra enfermera jefe. Deme fuego, por favor.
(El inspector le da fuego y ella empieza a fumar.)
doctora: Ha sido espantoso lo de la pobre Ire­ne. Una chica estupenda. (Mirando la copa.) ¿Newton?
inspector: Sí. He tenido el placer de conocerlo.
doctora: Será mejor que esconda esa copa.
(El inspector se le adelanta y pone la copa tras la rejilla de la chimenea.)
doctora: Lo hago por la enfermera jefe.
inspector: Entiendo.
doctora: ¿Ha conversado usted con Newton?
inspector: Y he descubierto algo. (Se sienta en el sofá.)
doctora: Le felicito.
inspector: Que, en realidad, Newton también se cree Einstein.
doctora: Es lo que dice a todo el mundo. Pero en realidad se cree Newton.
inspector (perplejo): ¿Está segura?
doctora: Soy yo quien decide qué personalidad adoptan mis pacientes. Los conozco mucho mejor que ellos a sí mismos.
inspector: Es posible. En ese caso también de­bería ayudarnos, doctora. El gobierno ha pro­testado.
doctora: ¿Y el fiscal?
inspector: Está hecho una furia.
doctora: Pues no es problema mío, Voss.
inspector: Dos asesinatos...
doctora: Por favor, inspector.
inspector: Dos accidentes en tres meses. Tendrá que admitir que las medidas de seguridad son insuficientes en su sanatorio, doctora.
doctora: ¿Y cómo se imagina usted esas medidas de seguridad, inspector? Yo dirijo un sanato­rio, no un centro penitenciario. Y tampoco puede usted encerrar a un asesino antes de que cometa sus crímenes.
inspector: No se trata de asesinos, sino de locos, y éstos pueden matar en cualquier momento.
doctora: Los sanos también, y con mucha más frecuencia. Me basta con pensar en mi abuelo, el mariscal de campo Leónidas von Zahnd, y en la guerra que perdió. ¿En qué época vivimos realmente? ¿Ha progresado la medicina o no? ¿Disponemos o no de medios nuevos, de drogas capaces de convertir al ogro más fu­rioso en un manso corderillo? ¿Debemos en­cerrar de nuevo a los enfermos en celdas in­dividuales, o meterlos en redes o en camisas de fuerza, como se hacía antes? ¡A ver si no vamos a ser capaces de distinguir entre pacien­tes peligrosos e inofensivos!
inspector: Sea como fuere, esta capacidad de dis­tinguir les ha fallado estrepitosamente en los casos de Beutler y Ernesti.
doctora: Pues sí, por desgracia. Y eso es lo que me preocupa, no la furia de su fiscal.
(De la habitación número dos sale Einstein con su violín. Un hombre enjuto, con bigote y cabellos largos y muy blancos.)
einstein: Me he despertado.
doctora: Pero profesor...
einstein: ¿He tocado bien?
doctora: De fábula, profesor.
einstein: ¿Y la enfermera Irene Straub...?
doctora: No piense más en eso, profesor.
einstein: Entonces seguiré durmiendo.
doctora: Excelente idea, profesor.
(Einstein vuelve a retirarse a su habitación. El ins­pector se incorpora de un salto.)
inspector: ¡Conque ha sido él!
doctora: Ernst Heinrich Emesti.
inspector: El asesino...
doctora: Por favor, inspector.
inspector: El autor de los hechos, que se cree Einstein. ¿Cuándo ingresó en el sanatorio?
doctora: Hace dos años.
inspector: ¿Y Newton?
doctora: Hace un año. Ambos son incurables. Oiga Voss, Dios sabe que no soy una princi­piante en mi oficio, esto lo sabe usted y tam­bién el fiscal, que siempre ha valorado mis in­formes periciales. Mi sanatorio es conocido en todo el mundo y cuesta un ojo de la cara. No puedo permitirme fallos, y mucho menos in­cidentes que hagan venir la policía a casa. Si algo ha fallado aquí, es la medicina, no yo. Es­tos accidentes eran totalmente imprevisibles: tanto usted como yo podríamos estrangular a una enfermera. Lo ocurrido no tiene ninguna explicación médica, a no ser que...
(Saca otro cigarrillo. El inspector le da fuego.)
doctora: Inspector, ¿no hay algo que le llame la atención en todo esto?
inspector: ¿A qué se refiere?
doctora: Piense usted en los dos enfermos.
inspector: ¿Qué tienen?
doctora: Ambos son físicos. Físicos nucleares.
inspector: ¿Y qué?
doctora: No es usted una persona muy suspicaz,
inspector. inspector (se queda pensando): Oiga, doctora.
doctora: ¿Sí, Voss?
inspector: ¿Cree usted...?
doctora: Ambos han trabajado con sustancias ra­diactivas.
inspector: ¿Sospecha usted alguna relación...?
doctora: Me limito a comprobar una serie de he­chos, eso es todo. Los dos se vuelven locos, la enfermedad se agrava en ambos, los dos se vuel­ven peligrosos, los dos estrangulan enfermeras.
inspector: ¿Piensa usted en una... alteración del cerebro debida a la radiactividad?
doctora: Es, por desgracia, una posibilidad que debo tener en cuenta.
inspector (mirando alrededor): ¿Adónde conduce esta puerta?
doctora: A la salita, al salón verde y al piso de arriba.
inspector: ¿Cuántos pacientes tiene usted aquí?
doctora: Tres.
inspector: ¿Sólo tres?
doctora: Los demás fueron trasladados a otro pa­bellón inmediatamente después del primer accidente. Por suerte pude construir a tiempo las nuevas dependencias con la ayuda de al­gunos pacientes ricos y también de parientes míos que morían sin sucesión, casi todos aquí. Yo era heredera única. El destino, Voss. Siem­pre soy la única heredera. Mi familia es tan antigua que casi parece un pequeño milagro de la medicina el que yo pase por ser relativa­mente normal, me refiero a mi estado mental.
inspector (reflexiona): ¿Y el tercer paciente?
doctora: También es físico.
inspector: Muy extraño, ¿no le parece?
doctora: En absoluto. Yo misma los selecciono. Los escritores con los escritores, los grandes industriales con los grandes industriales, las millonarias con las millonarias y los físicos con los físicos.
inspector: ¿Cómo se llama?
doctora: Johann Wilhelm Möbius.
inspector: ¿Y ha investigado" también la radiacti­vidad?
doctora: No.
inspector: ¿Y cree usted que también podría...?
doctora: Ya lleva aquí quince años. Es inofen­sivo y su estado se mantiene estacionario.
inspector: Doctora, creo que no puede seguir es­curriendo el bulto. El fiscal exige categórica­mente enfermeros para sus físicos.
doctora: Y los tendrá.
inspector (cogiendo su sombrero): Muy bien, me alegra que lo entienda. Es la segunda vez que vengo a Les Cerisiers, doctora Von Zahnd. Y espero que no haya una tercera.
(Se pone el sombrero, sale a la terraza por la puerta de doble batiente y se aleja por el parque. La doctora Mathüde yon Zahnd lo sigue con mirada pensativa. Por la derecha entra la enfermera jefe Marta Boíl con un expediente en la mano. Se de­tiene sorprendida y olisquea.)
enfermera jefe: Pero, doctora...
doctora: ¡Oh! Disculpe. (Apaga el cigarrillo.) ¿Han instalado ya la capilla ardiente de la en­fermera Irene Straub?
enfermera jefe: Debajo del órgano.
doctora: Que no olviden las velas y las coronas.
enfermera jefe: Ya he llamado a la floristería.
doctora: ¿Cómo está mi tía Senta?
enfermera jefe: Intranquila.
doctora: Déle otra dosis. ¿Y mi primo Ulrich?
enfermera jefe: Estacionario.
doctora: Señorita Boíl, las circunstancias me obligan, por desgracia, a poner fin a una vieja tradición de Les Cerisiers. Hasta ahora sólo había contratado a enfermeras, pero a partir de mañana la villa será atendida por enfermeros.
enfermera jefe: Doctora Mathüde von Zahnd, no permitiré que me separen de mis tres físicos. Son los casos más interesantes que he tenido.
doctora: Mi decisión es irrevocable.
enfermera jefe: Me gustaría saber de dónde va a sacar a esos enfermeros. Con el exceso de em­pleo que hay ahora.
doctora: Eso es asunto mío. ¿Ha llegado la se­ñora Möbius?
enfermera jefe: Está esperando en el salón verde.
doctora: Hágala pasar.
enfermera jefe: Aquí tiene el historial clínico de Möbius.
doctora: Gracias.
(La enfermera jefe le entrega el expediente y se dirige a la puerta de la derecha, pero antes de salir se vuelve una vez más.)
enfermera jefe: Pero...
doctora: Por favor, señorita Boíl, por favor.
(La enfermera jefe sale. La doctora Von Zahnd abre el expediente y lo estudia sentada a la mesa re­donda. Por la derecha, la enfermera jefe hace en­trar a la señora Rose y a tres muchachos de ca­torce, quince y dieciséis años. El mayor lleva una carpeta. Cierra la fila el misionero Rose. La doc­tora se levanta.)
doctora: Querida señora Möbius...
señora rose: Rose. Señora Rose. Debo darle una sorpresa un tanto cruel, doctora, pero hace tres semanas que me casé con el misionero Rose. Quizás algo precipitadamente, pues nos cono­cimos el septiembre pasado, en un congreso. (Se ruboriza y señala con cierta torpeza a su nuevo marido.) Oskar era viudo.
doctora (estrechándole la mano): Enhorabue­na, señora Rose, mi más sincera enhorabuena. Y a usted también, misionero Rose, le deseo lo mejor. (Le saluda con una inclinación de ca­beza.)
señora rose: Nos comprende, ¿verdad?
doctora: Por supuesto, señora Rose. La vida tiene que seguir floreciendo.
misionero rose: ¡Qué silencio hay aquí! ¡Qué agradable! La verdadera paz del Señor reina en esta casa. Ya lo dice el salmo: «Pues el Señor escucha a los pobres y no desprecia a sus pri­sioneros».
señora rose: Oskar es un gran predicador, doc­tora. (Se ruboriza.) Mis hijos.
doctora: ¡Hola, chicos!
los tres muchachos: Buenos días, doctora.
(El más joven recoge algo del suelo.)
jórg-lukas : Un cable de lámpara, doctora. Estaba
en el suelo.
doctora: Gracias, hijito. ¡Qué chicos tan majos, señora Rose! Ya puede mirar al futuro con plena confianza.
(La señora Rose se sienta en el lado derecho del sofá, y la doctora a la mesa, a la izquierda. Detrás del sofá se instalan los tres muchachos. En el sillón de la derecha, el misionero Rose)
señora rose: Doctora, tengo un buen motivo para haber traído a mis hijos. Oskar va a hacerse cargo de una misión en las islas Marianas.
misionero rose: En el océano Pacífico.
señora rose: Y creo conveniente que mis hijos conozcan a su padre antes de que nos marche-. mos. Por primera y última vez. Eran muy pe­queños cuando Johann Wilhelm cayó en­fermo, y ahora tal vez debamos despedirnos para siempre.
doctora: Señora Rose, quizás habría algo que ob­jetar desde un punto de vista médico, pero hu­manamente encuentro comprensible su deseo y apruebo muy gustosa este encuentro fami­liar.
señora rose: ¿Y cómo está mi Johann Wilhelm-lein?
doctora (hojeando el expediente): Nuestro buen Mobius no empeora ni mejora, señora Rose. Vive encapsulado en su propio mundo.
señora rose: ¿Sigue diciendo que se le aparece el rey Salomón?
doctora: Sí, aún lo dice.
misionero rose: Un triste y lamentable desvarío.
doctora: La severidad de su juicio me sorprende un poco, misionero Rose. Como teólogo de­bería usted contar siempre con la posibilidad de algún milagro.
misionero rose: Por supuesto..., pero no en el caso de un enfermo mental.
doctora: No es tarea de la psiquiatría juzgar si las visiones de los enfermos mentales son o no son reales, mi estimado misionero Rose. Sólo deberá ocuparse de su estado de ánimo y sus nervios, y en el caso de nuestro buen Möbius, el panorama es más bien triste, aunque la en­fermedad siga un curso benigno. ¿Cómo ayu­darlo? ¡Dios mío! Ya le hubiera tocado una nueva cura de insulina, lo admito, pero como las otras curas no dieron resultado, decidí in­terrumpirlas. Por desgracia no puedo hacer mi­lagros y devolverle la salud a nuestro buen Möbius, señora Rose, pero tampoco quiero torturarlo.
señora rose: ¿Sabe ya que me he..., quiero decir, está enterado del divorcio?
doctora: Sí, está informado.
señora rose: ¿Y lo ha entendido?
doctora: Su interés por el mundo exterior es realmente mínimo.
señora rose: Doctora, le ruego que me com­prenda. Lo conocí cuando él tema quince años y estaba en el colegio. Había alquilado una bu­hardilla en casa de mi padre, era huérfano y paupérrimo. Gracias a mí pudo hacer el bachi­llerato y seguir luego sus estudios de física. Nos casamos cuando cumplió los veinte. Con­tra la voluntad de mis padres. Trabajábamos día y noche. Él se dedicó a escribir su tesis, y yo acepté un puesto en una empresa de trans­portes. Al cabo de cuatro años nació Adolf-Friedrich, nuestro hijo mayor, y después los otros dos. Y cuando por fin surgió la posibili­dad de una cátedra universitaria y ya creíamos poder respirar tranquilos, Johann Wilhelm cayó enfermo y su enfermedad devoró una for­tuna. Yo entré a trabajar en una fábrica de chocolate para sacar adelante a mi familia. En la Tobler. (Se enjuga una lágrima .en silencio.) Mi vida ha sido un sacrificio permanente.
(Todos están conmovidos.)
doctora: Es usted una mujer muy valiente, se­ñora Rose.
misionero rose: Y una buena madre.
señora rose: Doctora, hasta ahora he venido cos­teando la estancia de Johann Wilhelm en su sanatorio. Los gastos superaban con creces mis posibilidades, pero Dios me ayudaba siempre. Ahora, sin embargo, se me han agotado los re­cursos y no podré seguir asumiendo este gasto suplementario.
doctora: Algo muy comprensible, señora Rose.
señora rose: Tal vez crea usted que me casé con Oskar sólo para no tener que seguir ocupán­dome de Johann Wilhelm, doctora. Pero no es cierto. Ahora lo tengo aún más difícil. Oskar ha aportado seis hijos al matrimonio.
doctora: ¿Seis?
misionero rose: Seis.
señora rose: Seis. Oskar es un padre apasionado. Pero ahora hay nueve bocas que alimentar, y Oskar no es muy robusto que digamos y cobra un sueldo miserable. (Rompe a llorar.)
doctora: Tranquila, señora Rose, tranquila. Nada de lágrimas.
señora rose: Tengo unos remordimientos horri­bles por haber abandonado a mí pobre Johann Wilhelmlein.
doctora: ¡Señora Rose! No tiene por qué afli­girse.
señora rose: Seguro que ahora lo internarán en algún sanatorio estatal.
doctora: Que no, señora Rose, que no. Nuestro buen Möbius se quedará aquí en la villa. Pa­labra de honor. Ya se ha acostumbrado a esta casa y ha hecho muy buenos amigos. Y yo no soy ningún monstruo.
señora rose: ¡Es usted tan buena conmigo, doc­tora!
doctora: En absoluto, señora Rose, en absoluto. Para eso están las fundaciones. El Fondo Op-pel para científicos enfermos, o la fundación Doktor-Steinemann. Hay dinero a porrillo, y mi obligación como alienista es destinar tam­bién algo a su Johann Wilhelmlein. Puede us­ted irse a las Marianas con la conciencia tran­quila. Pero ya va siendo hora de buscar a nuestro buen Möbius.
(Se dirige al fondo del escenario y abre la puerta-nú­mero uno. La señora Rose se pone de pie, emo­cionada.)
doctora: Querido Möbius. Tiene visita. Salga us­ted de su celda y venga aquí un momento.
(De la habitación número uno sale Johann Wilhelm Möbius, un cuarentón algo desmañado. Lanza a su alrededor una mirada insegura, observa a la señora Rose, luego a los muchachos y, por último, al misionero Rose. No parece entender nada y calla.)
señora rose: Johann Wilhelm. los muchachos: ¡Papi!
(Möbius guarda silencio.)
doctora: Querido Möbius, espero que reconoz­ca a su esposa.
mobius (mirando fijamente a la señora Rose): ¿Lina?
doctora: Ya empieza a recordar, Mobius. Claro que es su Lina.
mobius: Hola, Lina.
señora rose: Johann Wilhelmlein, mi querido Johann Wilhelrnlein.
doctora: Pues nada, ahí lo tienen. Señora Rose, misionero Rose, si desearan hablar conmigo luego, estaré a su disposición en el pabellón nuevo. (Sale por la puerta de doble batiente de la izquierda.)
señora rose: Tus hijos, Johann Wilhelm.
mobius (sorprendido): ¿Tres?
señora rose: Pues claro, Johann Wilhelm. Tres. (Lepresenta a los muchachos.) Adolf-Friedrich, el mayor.

(Mobius le estrecha la mano.)
mobius: Me alegra verte, Adolf-Friedrich, mi pri­mogénito.
adolf-friedrich: Hola, papi.
mobius : ¿Cuántos años tienes, Adolf-Friedrich?
adolf-friedrich: Dieciséis, papi.
mobius: ¿Y qué quieres ser de mayor?
adolf-friedrich: Pastor, papi.
mobius: Sí, ahora me acuerdo. Un día te llevaba de la mano por la plaza de San José. Había un sol radiante y las sombras parecían trazadas a compás. (Se vuelve hacia el siguiente.) ¿Y tú? ¿Cómo te llamas?
wilfried-kaspar: Wilfried-Kaspar, papi.
mobius : ¿Catorce años?
wilfried-kaspar: Quince. Y me gustaría estudiar filosofía.
mobius: ¿Filosofía?
señora rose: Un chico particularmente precoz.
wilfried-kaspar: He leído a Schopenhauer y a Nietzsche.
señora rose: Tu benjamín, Jórg-Lukas. Catorce años.
jÓrg-lukas : Hola, papi.
mobius: Hola, Jórg-Lukas, mi benjamín.
señora rose: Y el más parecido a ti.
jórg-lukas : De mayor quiero ser físico, papi.
MÖBIUS (mirando aterrado a su benjamín): ¿Físico?
jórg-lukas : Así es, papi.
Möbius: Ni se te ocurra, Jorg-Lukas. Ni hablar. Quítate esa idea de la cabeza. Te lo prohíbo.
jórg-lukas (desconcertado): Pero si tú también eres físico, papi.
Möbius : Nunca debí serlo, Jorg-Lukas. Jamás. Ahora no estaría en el manicomio.
señora rose: Pero Johann Wilhelm, ya sabes que no es así. Estás en un sanatorio, no en un ma­nicomio. Tienes los nervios un poco alterados, nada más.
Möbius (negando con la cabeza): No, Lina. Me consideran loco. Todos. Tú también. Y mis hi­jos también. Porque se me aparece el rey Sa­lomón.
(Todos guardan silencio, desconcertados. La señora Rose presenta al misionero Rose.)
señora rose: Johann Wilhelm, te presento a Oskar Rose. Mi esposo. Es misionero.
Möbius: ¿Tu esposo? Pero si tu esposo soy yo.
señora rose: Ya no, Johann Wilhelmlein. (Se ru­boriza.) Nos hemos divorciado.
Möbius: ¿Divorciado?
señora rose: Pero si ya lo sabes.
Möbius: No.

señora rose: La doctora Von Zahnd te lo comu­nicó. Segurísimo.
Möbius: Es posible.
señora rose: Y después me casé con Oskar, que tiene seis hijos. Era pastor en Guttannen y ahora ha aceptado una misión en las islas Ma­rianas.
misionero rose: En el océano Pacífico.
señora rose: Pasado mañana nos embarcamos en Bremen.
(Möbius guarda silencio, los otros se quedan descon­certados.)
señora rose: Pues ya lo ves.
Möbius (dirigiéndose al misionero Rose con una in­clinación de cabeza): Me alegra conocer al nuevo padre de mis hijos, misionero.
misionero rose: Los llevo a los tres en lo más hondo de mi corazón, señor Möbius, a los tres. Dios nos ayudará. Como dice el salmo: «El Se­ñor es mi pastor, nada me ha de faltar».
señora rose: Oskar se sabe todos los salmos de memoria. Los de David, los de Salomón.
Möbius: Me alegra que los muchachos hayan en­contrado un buen padre. Yo no supe cumplir con mis deberes paternales.
señora rose: Pero Johaann Wilhelmlein.
mobius : Le felicito de todo corazón.
señora rose: Pronto tendremos que irnos.
mobius: A las Marianas.
señora rose: Y despedirnos.
mobius : Para siempre.
señora rose: Tus hijos tienen un talento musical extraordinario, Johann Wilhelm. Tocan muy bien la flauta dulce. Tocadle algo a papá, chi­cos, para despedirnos.
los muchachos: Sí, mami.
(Adolf-Fiedrich abre la cartera y reparte las flautas dulces.)
señora rose: Siéntate, Johann Wilhelmlein.
(Mobius se sienta a la mesa redonda. La señora Rose y el misionero Rose se sientan en el sofá. Los muchachos se instalan, de pie, en el centro del salón.)
jórg-lukas: Algo de Buxtehude. adolf-friedrich: Uno, dos, tres.
(Los muchachos tocan la flauta dulce.)
señora rose: Más sentimiento, chicos, más sen­timiento.
(Los muchachos tocan con más sentimiento. Möbius se incorpora de un salto.)
mÖbius: ¡Mejor no, por favor! ¡Mejor no!
(Los muchachos dejan de tocar, desconcertados.)
mobius: ¡No sigáis tocando, por favor! ¡En nombre de Salomón! ¡No sigáis tocando!
señora rose: ¡Pero Johann Wilhelm!
mobius: ¡No sigáis tocando, por favor! ¡De verdad os lo ruego, por favor! ¡Por favor!
misionero rose: Señor Mobius, ei rey Salomón sería el primero en alegrarse oyendo tocar la flauta a estos chiquillos inocentes. ¡Piense us­ted en el Salomón autor de los salmos y poeta del Cantar de los Cantares!
möbius: Misionero Rose. Yo conozco a Salomón de vernos cara a cara. Ya no es aquel rey áureo que cantó a la Sulamita y a los corzos geme­los que pastan entre los rosales. Se ha despo­jado de su manto purpúreo...
(Möbius echa a correr de pronto hacia el fondo del escenario, pasando junto a su aterrada familia, y abre violentamente la puerta de su habitación.)

Möbius: ... y se acurruca desnudo y hediondo en mi dormitorio como el pobre rey de la verdad, y sus salmos son terribles. Escuche usted bien, misionero, ya que le gustan los salmos y los conoce todos, apréndase también éstos de me­moria:
(Se dirige a la mesa redonda de la izquierda, la vuelca del revés, se mete dentro y se sienta.)
Möbius: Un salmo de Salomón en loor de los cos­monautas.
Nos hemos largado al universo. A los desiertos de la luna, en cuyo polvo nos hundimos. Muchos la han palmado allí, en silencio. Pero los más se han cocinado en los vapores plúmbeos de Mercurio, o se han disuelto en las oleaginosas charcas de Venus, y hasta en Marte nos devoraba el Sol, tronante, radiactivo, amarillo.
señora rose: Pero Johann Wilhelm...
mObius: Júpiter apestaba, un puré de metano en vertiginosa rotación, suspendido con tal fuerza encima de nosotros que vomitamos sobre Ganímedes.
misionero rose: Señor Möbius...
Möbius: Cubrimos de maldiciones a Saturno,
y lo que vino luego no tiene importancia:
Urano, Neptuno, de un color gris verdoso, congelados, sobre Pintón y Transplutón hicimos los últimos chistes verdes.
los muchachos: ¡Papi...!
Möbius : Habíamos confundido hacía rato al Sol
[con Sirio, y a Sirio con Canope, notando a la deriva, volamos hacía los abismos,
rumbo a unas estrellas blancas que, sin embargo, nunca alcanzaríamos. señora kose: ¡Johann Wilheimlein! ¡Mi querido Johann Wilheimlein!
Möbius: Ya éramos momias en nuestras naves
cubiertas de inmundicias,
(La enfermera jefe entra por la derecha con la enfer­mera Monika.)
enfermera jefe: Pero señor Möbius...
Möbius: Y en nuestras muecas no se leía ya ningún recuerdo de la Tierra y su respiración.
(Sigue sentado en la mesa volcada del revés, tieso, y su rostro parece una máscara.)
señora rose: ¡Johann Wilhelmlein!
Möbius: ¡Largaos de aquí ahora mismo! ¡Fuera, a
las Marianas!
los muchachos: ¡Papi!
Möbius: ¡Largaos todos ahora mismo! ¡Fuera!
¡Fuera! ¡A las Marianas! (Se levanta amenazador.)
(La familia Rose se queda de una pieza.)
enfermera jefe: Vengan, señora y señor Rose. Venid, muchachos. Tiene que calmarse, eso es todo.
Möbius: ¡Fuera todos! ¡Fuera!
enfermera jefe: Es un pequeño ataque. La se­ñorita Monika se quedará con él para calmarlo. Es un pequeño ataque.
Möbius: ¡Largo de aquí! ¡Para siempre! ¡Al océano Pacífico!
jorg-lukas: ¡Adiós, papi! ¡Adiós!
(La enfermera jefe hace salir por la derecha a la fa­milia, llorosa y desconcertada. Möbius sigue gri­tándoles sin ningún miramiento.)
Möbius: ¡No quiero veros nunca más! ¡Habéis ofendido al rey Salomón! ¡Malditos seáis!

¡Ojalá os hundáis con todas las Marianas en la fosa de las Marianas! ¡A once mil metros de profundidad! ¡Ojalá os pudráis en el agujero más negro del mar, olvidados por Dios y por los hombres!
enfermera monika: Estamos solos. Su familia ya no puede oírle.
(Mobius mira fijamente a la enfermera Monika, asombrado, y al final parece dominarse.)
mobius: Ah, sí, claro.
(La enfermera Monika guarda silencio. El se queda algo aturdido.)
mobius: He estado un poco violento, ¿verdad?
enfermera monika: Bastante.
mobius: Tenía que decir la verdad.
enfermera monika: Así parece.
mobius: Y acabé loco.
enfermera monika: Fingió estarlo.
mobius: ¿Se dio usted cuenta?
enfermera monika: Ya llevo dos años cuidán­dole.
Möbius (va de un lado a otro, y luego se detiene): Pues sí. Reconozco que he fingido estar loco.
enfermera monika: ¿Por qué?
Möbius : Para despedirme de mi esposa y de mis hijos. Una despedida para siempre.
enfermera monika: ¿De ese modo tan atroz?
mobius : De ese modo tan humano, querrá usted decir. Si se está en un manicomio, la mejor forma de anular el pasado es comportándose como un loco: rni familia podrá olvidarme ahora con la conciencia tranquila. La escena que acabo de montar les habrá quitado las ga­nas de volver a verme. Por lo que a mí res-, pecta, las consecuencias son irrelevantes; sólo! importa la vida fuera del sanatorio. Estar loco i cuesta una fortuna. jDurante quince años mi buena Lina ha venido pagando sumas astro­nómicas, y había que poner punto final a todo esto. Era el momento propicio. Salomón me ha revelado ya cuanto había que revelar, el sis­tema de todos los inventos posibles se ha cerrado, las últimas páginas ya han sido dic­tadas y mi mujer ha encontrado un nuevo es­poso en la persona del misionero Rose, un hombre honrado a carta cabal. Puede usted es­tar tranquila, señorita Monika. Todo está en orden. (Quiere irse.)
enfermera monika: Lo tenía usted todo pla­neado.
Möbius: Por algo soy físico. (Se vuelve hacia su ha­bitación.)
enfermera monika: Señor Möbius.
Möbius (deteniéndose): ¿Señorita Monika?
enfermera monika: Tengo que hablar con usted.
Möbius: Soy todo oídos.
enfermera monika: Se trata de nosotros dos.
Möbius: Pues, entonces, sentémonos.
(Se sientan. Ella en el sofá y él en el sillón de la izquierda.)
enfermera monika: También nosotros tendre­mos que despedirnos. Para siempre.
Möbius (asustado): ¿Me abandona?
enfermera monika: Es una orden.
Möbius: ¿Qué ha pasado?
enfermera monika: Me trasladarán al pabellón principal. Desde mañana habrá aquí enferme­ros encargados de la vigilancia. De ahora en adelante, a ninguna enfermera le está permi­tido poner los pies en esta villa.
Möbius: ¿Debido a Newton y a Einstein?
enfermera monika: A petición del fiscal. La di­rectora temía que surgieran dificultades y ce­dió.
(Silencio.)
Möbius (abatido): Señorita Monika, soy una persona torpe. He olvidado cómo hay que expre­sar los sentimientos. Las conversaciones es­pecializadas que mantengo con mis dos compañeros de sanatorio apenas pueden lla­marse conversaciones. Y temo que también haya enmudecido interiormente. Pero ha de saber que para mí todo ha cambiado desde que la conocí. Todo me resulta más soportable. Y ahora ha concluido también esta época, dos años en los que he sido un poco más feliz que de costumbre. Y es que gracias a usted, se­ñorita Monika, he encontrado valor para asu­mir plenamente mi aislamiento y mi destino de... loco. Adiós. (Se levanta y le extiende la mano.)
enfermera monika: Señor Möbius, yo no lo con­sidero... loco.
Möbius (se ríe y vuelve a sentarse): Y yo a mí tam­poco. Pero eso no cambia en nada mi situa­ción. Tengo la desgracia de que el rey Salo­món se me aparece. Y en el ámbito de la ciencia no hay nada más escandaloso que un milagro.
enfermera monika: Señor Möbius, yo creo en ese milagro.
Möbius (mirándola desconcertado): ¿Usted cree?
enfermera monika: En el rey Salomón.
Möbius: ¿Y también cree que se me aparece?
enfermera monika: También creo que se le apa­rece.
mobius : ¿Cada día y cada noche?
enfermera monika: Cada día y cada noche.
mobius: ¿Y que me dicta los secretos de la natu­raleza? ¿Y la relación esencial de todas las co­sas? ¿Y el sistema de todos los inventos posi­bles?
enfermera monika: Lo creo. Y si me dijera que también se le aparece el rey David con toda su corte, se lo creería. Yo sólo sé que usted no está enfermo. Lo siento dentro de mí.
(Silencio. Mobius se incorpora de un salto.)
mobius: Señorita Monika, ¡vayase!
enfermera monika (permanece sentada): Me que­daré.
MöBIUS: No quiero volver a verla más.
enfermera monika: Me necesita. No tiene a na­die aparte de mí en el mundo. A nadie.
mobius : Creer en el rey Salomón puede ser mor­tal.
enfermera monika: Lo amo, profesor.
(Mobius mira a la enfermera Monika, perplejo, y vuelve a sentarse. Silencio.)

mobius (en voz baja, abatido): Se encamina usted a su perdición.
enfermera monika: No tengo miedo por mí, sino por usted. Newton y Einstein son seres peli­grosos.
mobius: Yo me llevo bien con ellos.
enfermera monika: También las enfermeras Do-rothea e Irene se llevaban bien con ellos. Y ellos las llevaron a la tumba.
mobius: Señorita Monika, acaba usted de confe­sarme su fe y su amor. Y eso me obliga a de­cirle a mi vez la verdad. Yo también la amo, Monika.
(La enfermera lo mira fijamente.)
Möbius: ¡Más que a mi vida! Y por eso está usted en peligro. Porque nos amamos.
(De la habitación número dos sale Einstein fumando una pipa.)
einstein: He vuelto a despertarme.
enfermera monika: Pero profesor...
einstein: De pronto recordé...
enfermera monika: Pero profesor...
einstein: ... Que había estrangulado a la señorita Irene.
enfermera monika: No piense más en eso, pro­fesor.
EINSTEIN (mirándose las manos): Me pregunto si podré volver a tocar el violín.
(Möbius se levanta, como para proteger a Monika.)
Möbius: Pero si ya ha vuelto a tocar.
EINSTEIN: ¿Y qué tal?
Möbius: La Sonata a Kreutzer. Cuando estaba aquí la policía.
einstein: La Sonata a Kreutzer. Gracias a Dios. (El rostro se le ilumina, pero vuelve a ensombre­cerse.) Y eso que detesto tocar el violín, y tam­poco me gusta fumar pipa. Tiene un gusto atroz.
Möbius: Pues déjelo estar, hombre.
einstein: Es que no puedo. Soy Albert Einstein. (Observa a los dos con mirada severa.) ¿Voso­tros os amáis, verdad?
enfermera monika: Así es, nos amamos.
(Einstein se dirige pensativo hacia el fondo del es­cenario, donde antes había estado la enfermera asesinada, y contempla el dibujo de tiza en el suelo.)
einstein: También la señorita Irene y yo nos amá-
bamos. Estaba dispuesta a hacer por mí lo que fuera. Yo la previne. Le grité muchas veces. Llegué a tratarla como a un perro. Le imploré que huyera. Pero fue inútil. Se quedó. Quería irse a vivir conmigo al campo, a Kohlwang. Quería casarse conmigo. Tenía incluso el per­miso... de la doctora Von Zahnd. Y entonces la estrangulé. ¡Pobre señorita Irene! No hay nada más absurdo en el mundo que el ardor con que se sacrifican las mujeres.
enfermera monika (acercándosele): Vuelva a acos­tarse, profesor.
einstein: Llámeme Albert, por favor.
enfermera monika: Sea razonable, Albert.
einstein: Y usted también, señorita Monika. ¡Obe­dezca a su amado y huya de aquí! De lo con­trario, estará perdida. (Se vuelve hacia la habi­tación número dos.) Voy a dormir un rato más. (Desaparece en la habitación número dos.)
enfermera monika: ¡Pobre hombre! ¡Está loco!
Möbius : Espero que al menos la haya convencido de que es imposible amarme.
enfermera monika: ¡Oiga, que usted no está loco!
Möbius: Más le valdría creerlo. ¡Huya, mujer! ¡Ponga pies en polvorosa! ¡Lárguese! De lo contrario, también tendré que tratarla como a un perro.
enfermera monika: Mejor tráteme como a una amante,
móbíus: Venga aquí, Monika. (La lleva hasta un sillón, se sienta enfrente de ella y le coge las ma­nos.) Escúcheme. He cometido un grave error. He revelado mi secreto, no he ocultado las apa­riciones del rey Salomón. Y ahora él me obliga a expiar mi falta de por vida. De acuerdo. Pero usted no tiene por qué verse envuelta en todo esto. A los ojos del mundo, usted se ha ena­morado de un loco, lo cual solamente puede traerle desgracias. Abandone usted el sanatorio y olvídeme. Será lo mejor para los dos.
enfermera monika: Pero ¿me desea usted real­mente?
mobius: ¿Por qué me hace esa pregunta?
enfermera monika: ¡Porque quiero acostarme con usted y tener hijos suyos! Ya sé que estoy hablando sin ningún pudor. Pero ¿por qué no me mira a la cara? ¿Acaso no le gusto? Admito que mi uniforme de enfermera es horroroso. (Se arranca la toca de la cabeza.) ¡Detesto mi profesión! Me he pasado cinco años cuidando a enfermos por amor al prójimo. Nunca me he negado, he estado siempre allí para todos y me he sacrificado. Pero ahora quiero sacrifi­carme por una sola persona y vivir sólo para ella, no para el resto. Quiero vivir para mi amado. Para usted. Quiero hacer todo lo que usted me pida, trabajar para usted noche y día. ¡Pero, eso sí, no se le ocurra rechazarme! ¡Yo tampoco tengo a nadie en el mundo aparte de usted! ¡También yo estoy sola!
Möbius : Monika, tengo que rechazarla.
enfermera monika (desesperada): ¿Cómo? ¿No me amas ni un poquito?
Möbius: Te amo, Monika. Claro que te amo, esto es lo realmente demencia!.
enfermera monika: ¿Entonces por qué me trai­cionas? Y no sólo a mí. Afirmas que el rey Sa­lomón se te aparece. ¿Por qué lo traicionas también a él?
Möbius (excitadísimo y aferrándola por los hom­bros): ¡Monika! ¡Puedes pensar de mí lo que quieras, incluso que soy un cobarde! Estás en tu derecho. Soy indigno de tu amor. Pero a Sa­lomón sí que le he sido fiel. El irrumpió en mi existencia de repente, sin que.yo lo llamara, y ha abusado de mí y destruido mi vida, pero yo no lo he traicionado.
enfermera monika: ¿Estás seguro?
Möbius: ¿Y tú lo dudas?
enfermera monika: Crees tener que expiar por no haber silenciado sus apariciones. Pero acaso estés expiando el no romper lanzas por sus re­velaciones.
Möbius (soltándola): No... te entiendo.
enfermera monika: El te dicta el sistema de to­dos los inventos posibles. ¿Has luchado tú por su reconocimiento?
Möbius: Pero si todos me consideran loco.
enfermera monika: ¿Por qué tienes tan poco va­lor?
Möbius: En mi caso, el valor es un delito.
enfermera monika: Johann Wilhelm. He habla­do con la doctora Von Zahnd.
Möbius (mirándola fijamente): ¿Le has hablado?
enfermera monika: Eres libre.
Möbius: ¿Libre?
enfermera monika: Podemos casarnos.
Möbius: ¡Dios mío!
enfermera monika: La doctora Von Zahnd ya lo ha arreglado todo. Te considera enfermo, pero no peligroso. Y sin taras hereditarias. Me dijo, riéndose, que ella misma estaba más loca que tú.
Möbius: Muy amable de su parte.
enfermera monika: ¿No es una persona estu- penda?
Möbius: Sin duda.
enfermera monika: ¡Johann Wilhelm! He acep­tado un puesto de enfermera comunal en Blumenstein y he ahorrado algo de dinero. No tenemos por qué preocuparnos. Sólo necesi­tamos queremos.

(Möbius se ha levantado. La habitación se va oscu­reciendo gradualmente.)
enfermera monika: ¿No es maravilloso?
Möbius: Sin duda.
enfermera monika Pues no pareces alegrarte.
Möbius: Es que me llega tan de sopetón.
enfermera monika: Y aun he hecho algo más.
Möbius: ¿Qué?
enfermera monika: He hablado con el catedrá­tico Scherbert, el célebre físico.
Möbius: Fue profesor mío.
enfermera monika: Se acordaba perfectamente. Según me dijo, tú fuiste su mejor alumno.
Möbius: ¿Y de qué hablasteis?
enfermera monika: Me prometió examinar tus manuscritos sin ninguna idea preconcebida.
Möbius: ¿Le explicaste también que proveman de Salomón?
enfermera monika: Naturalmente.
Möbius: ¿Y qué?
enfermera monika: Se rió, y me dijo que siempre fuiste un bromista de mucho cuidado. ¡ Johann Wilhefm! No debemos pensar sólo en noso­tros. Tú eres un elegido. Salomón se te apa­rece y se revela ante ti en todo su esplendor, y el Cielo te ha hecho partícipe de su sabiduría.
Ahora has de seguir, imperturbable, el camino que te traza aquel milagro. Aunque te lleve a través de mofas, carcajadas, dudas e incredu­lidades, acabará sacándote de este sanatorio. Johann Wilhelm, ese camino conduce a la vida en comunidad y a la lucha, no a la soledad. Y aquí estoy yo para ayudarte y luchar contigo; el Cielo que te envió a Salomón, también me ha enviado a mí.
(Mobius mira fijamente por la ventana.)
enfermera monika: Querido mío.
mobius: ¿Sí, cariño?
enfermera monika: ¿No estás contento?
mobius: Contentísimo.
enfermera monika: Y ahora hay que hacer tus maletas. A las ocho y veinte parte el tren a Blumehstein. (Se dirige a la habitación número uno.)
mobius: No hay mucho que llevar.
(De la habitación número uno sale Monika con un montón de manuscritos.)

enfermera monika: Tus manuscritos. (Los pone
sobre la mesa.) Ya ha oscurecido.
mobius: En estas fechas se hace pronto de noche.
enfermera monika: Voy a encender la luz, y
luego haré tu maleta.
Möbius : Espera un momento. Ven a mi lado,
(Ella se le acerca. Ya sólo se ven las dos siluetas.)
enfermera monika: Tienes lágrimas en los ojos. mobius: Y tú también.
enfermera monika: De alegría.
(El arranca la cortina y cubre con ella a Monika. Breve lucha. Dejan de verse las siluetas. Luego, silencio. Se abre la puerta de la habitación nú­mero tres. Un rayo de luz entra en el salón. En la puerta aparece Newton, vestido con traje de época. Mobius se acerca a la mesa y recoge los manuscritos.)

newton: ¿Qué ha pasado?
mobius (yendo a su habitación): He estrangulado a la enfermera Monika Stettler.
(En la habitación número dos se oye el violín de Einstein.)
newton: Ya está otra vez Einstein con su violín. Kreisler. Schón Rosmarin. (Se dirige a la chi­menea y saca el coñac.)


Acto segundo
(Una hora más tarde. El mismo salón. Ya ha anochecido. Nuevamente la policía. Toman medidas otra vez, anotan datos y hacen fotografías. Sólo que ahora hay que imaginarse el cadáver de Monika Stettler, invisible para el público, bajo la ventana de la derecha, al fondo del escenario. El salón está ilu­minado por la araña y la lámpara de pie. En el sofá se ve a la doctora Mathilde von Zahnd, con aspecto sombrío y ensimismado. Sobre la mesita, frente a ella, una caja de puros. En el sillón situado más a la derecha, Guhl con un bloc de taquigrafía. El ins­pector Voss, con sombrero y abrigo, se aparta del ca­dáver y avanza hacia el proscenio.)
doctora: ¿Un habano? inspector: No, gracias. doctora: ¿Un trago?
inspector: Más tarde.

(Silencio.)

inspector: Blocher, ya puedes hacer las fotos.
blocher: Muy bien, inspector.
(Fotografías. Flashes.)

inspector: ¿Cómo se llamaba la enfermera?
doctora: Monika Stettler.
inspector: ¿Edad?
doctora: Veinticinco años. Natural de Blumenstein.
inspector: ¿Parientes?
doctora: Ninguno.
inspector: ¿Ha anotado las declaraciones, Guhl? guhl: Sí, inspector.
inspector: ¿Otro estrangulamiento, doctor?
médico forense: Clarísimo. Y otra vez con una fuerza descomunal. Sólo que ahora utilizó el cordón de la cortina.
inspector: Igual que hace tres meses. (Se sienta,
cansado, en el sillón situado a la izquierda del sofá,)
doctora: ¿Quisiera usted ver al asesino? inspector: Por favor, doctora.
doctora: Quiero decir..., al autor de los hechos.
inspector: Es lo último que se me ocurriría.
doctora: Pero...
inspector: Doctora Von Zahnd, yo cumplo con mi deber, levanto actas, examino el cadáver, hago que lo fotografíen y que lo inspeccione nuestro médico forense, pero a Möbius no pienso verlo. Se lo encomiendo a usted. Definitivamente. Junto con los demás físicos radiactivos.
doctora: ¿Y el fiscal?
inspector: Ya ni siquiera brama. Ahora medita.
doctora (secándose el sudor): Qué calor hace aquí.
inspector: En absoluto.
doctora: Este tercer asesinato...
inspector: Doctora, por favor.
doctora: Este tercer accidente era lo último que me faltaba en Les Cerisiers. Como para decir apaga y vamonos. Monika Stettler era mi me­jor enfermera. Comprendía a los enfermos. Sa­bía compenetrarse con ellos. Yo la quería como a una hija. Pero su muerte no es lo peor. Me he quedado sin reputación profesional.
inspector: Ya la recuperará. Blocher, hazle otra foto desde arriba.
blocher: Sí, inspector.
(Por la derecha entran dos enfermeros gigantescos empujando un carrito con cubiertos y comida. Uno de ellos es negro. Los acompaña un enfer­mero jefe, también de proporciones gigantescas.)
enfermero jefe: La cena de nuestros queridos enfermos, doctora.
inspector (se incorpora de un salto): Uwe Sievers.
enfermero jefe: Así es, inspector. Uwe Sievers. Ex campeón europeo de los pesos pesados. Actualmente enfermero jefe en Les Cerisiers.
inspector: ¿Y los otros dos colosos?
enfermero jefe: Murillo, campeón sudameri­cano, también de los pesos pesados, y McAr­thur (señala al negro), campeón norteameri­cano de los pesos medios. Levanta la mesa, McArthur.
(McArthur levanta la mesa.)
enfermero jefe: El mantel, Murillo.
(Murillo extiende un mantel blanco sobre la mesa.)
enfermero jefe: La porcelana de Meissen, McArthur.
(McArthur coloca los platos.)
enfermero jefe: Los cubiertos de plata, Murillo.
(Murillo coloca los cubiertos.)

enfermero jefe: La sopera en el centro, Me-Arthur.
(McArthur pone la sopera en el centro de la mesa.)
inspector: ¿Y qué van a cenar nuestros queridos enfermos? (Levanta la tapa de la sopera): Sopa de albóndigas de hígado.
enfermero jefe: Poulet a la broche y cordón bleu.
inspector: ¡Fantástico!
enfermero jefe: Un menú de primera.
inspector: Pues yo soy un funcionario de deci­mocuarta, y en mi casa no hay tanto refina­miento gastronómico.
enfermero jefe: Está servido, doctora.
doctora: Pueden retirarse, Sievers. Los pacientes se servirán solos.
enfermero jefe: Ha sido un honor, inspector.
(Los tres se inclinan y salen por la derecha.)
inspector (los sigue con la mirada): ¡Madre mía!
doctora: ¿Contento?
inspector: Envidioso. Si los tuviéramos en la po­licía...
doctora: Cobran sueldos astronómicos.
Inspector: Con sus grandes industriales y sus multimillonarias ya puede usted darse esos lujos. Los chicos acabarán tranquilizando al fis­cal. A ésos sí que no se les escapa nadie.
(En la habitación número dos suena el violín de Einstein.)
doctora: Otra vez la Sonata a Kreutzer.
inspector: Ya lo sé. El andante.
blocher: Hemos terminado, inspector.
inspector: Venga, llevaos entonces el cadáver como la otra vez.
(Dos policías levantan el cadáver. En ese momento sale Möbius precipitadamente de la habitación número uno.)
Möbius: ¡Monika! ¡Amor mío!
(Los policías se detienen con el cadáver. La doctora se levanta con aire majestuoso.)
doctora: ¡Möbius! ¡Cómo ha podido hacer esto! ¡Ha matado usted a mi mejor enfermera! ¡A la más dulce y tierna de mis enfermeras!
Möbius: No sabe cuánto lo siento, doctora.
doctora: Conque lo siente.
Möbius: Me lo ordenó el rey Salomón.
doctora: Conque el rey Salomón... (Vuelve a sen-

tarse pesadamente. Empalidece.) Su Majestad ordenó el asesinato.
Möbius : Yo estaba junto a la ventana, mirando la noche oscura. Y de pronto se me apareció el rey, que atravesó el parque y la terraza hasta donde yo estaba y me susurró la orden a través del cristal.
doctora: Discúlpeme, Voss. Pero mis nervios...
inspector: No se preocupe.
doctora: Un sanatorio así desgasta mucho.
inspector: Ya me imagino.
doctora: Bueno, yo me retiro. (Se levanta.) Ins­pector Voss: transmítale al fiscal mi pesar por . los incidentes ocurridos en el sanatorio, y ase­gúrele que ya está todo en orden. Señor mé­dico forense, caballeros, ha sido un honor. (Se dirige primero al fondo, a la izquierda, se inclina solemnemente ante el cadáver, mira a Möbius y sale luego por la derecha.)
inspector: Bueno. Ya os podéis llevar el cadáver a la capilla. Junto al de la enfermera Irene.
Möbius: ¡Monika!
(Los dos policías salen con el cadáver por la puerta que da al parque. Los otros salen con sus apa­ratos. El médico forense los sigue.)
Möbius: Mi amada Monika.
inspector (dirigiéndose a la mesita situada junto al sofá): Ahora sí que necesito un habano. Me lo merezco. (Saca de la caja un puro enorme y lo contempla.) ¡Increíble! (Lo despunta con los dientes y lo enciende.) Mi estimado Mobius, tras la rejilla de la chimenea está escondido el co­ñac de Sir Isaac Newton.
mobius: Ahora mismo, inspector.
(El inspector lanza bocanadas de humo mientras Mobius saca la botella de coñac y la copa.)
mobius : ¿Le sirvo?
inspector: Sí, por favor. (Coge la copa y bebe.)
mobius: ¿Otro trago?
inspector: Otro.
mobius (sirviéndole otro trago): Inspector, debo pe­dirle que me arreste.
inspector: ¿Pero por qué, mi estimado Mobius?
mobius: Pues por lo de la enfermera Monika.
inspector: Según su propia confesión, usted actuó por orden del rey Salomón. Mientras no consiga echarle el guante a él, está usted libre.
mobius: Pero...
inspector: No hay pero que valga. Sírvame otro trago.
mobius: Enseguida, inspector.

inspector: Y, ahora, vuelva a poner el coñac en su sitio, o los enfermeros darán buena cuenta de él.
Möbius: Muy bien, inspector. (Pone el coñac en su sitio.)
inspector: Siéntese.
Möbius: Muy bien, inspector. (Se sienta en la silla.)
inspector: Aquí. (Señala el canapé.)
Möbius: Muy bien, inspector. (Se sienta en el ca­napé.)
inspector: Mire usted, cada año arresto a varios asesinos en la ciudad y alrededores. No son muchos. Apenas media docena. A algunos los detengo muy gustoso. Otros me dan lástima, pero no tengo más remedio que arrestarlos. La justicia es la justicia. Y un buen día llega usted y sus dos colegas. Al principio me molestó mucho no poder intervenir. Pero ahora me hace gracia. Hasta podría dar gritos de júbilo. Me he topado con tres asesinos a los que puedo dejar libres sin ningún remordimiento. Por primera vez la justicia se toma unas vaca­ciones: una sensación grandiosa. Pues la jus­ticia, amigo mío, lo deja a uno exhausto; uno acaba física y moralmente aniquilado cuando se pone a su servicio. Yo necesito una pausa, y este placer se lo debo a usted, mi estimado. Adiós. Transmítales mis más cordiales saludos a Newton y a Einstein, y mis respetos a Sa­lomón.
Möbius: Muy bien, inspector.
(El inspector sale. Möbius se queda solo. Se sienta en el sofá y se aprieta las sienes con las manos. De la habitación número tres sale Newton.)
newton: ¿Qué hay de comer?
(Möbius guarda silencio.)
newton (destapando la sopera): Sopa de albóndi­gas de hígado. (Destapa las otras fuentes del ca­rrito.) Poulet a la broche, cordón bleu. ¡Qué ex­traño! Normalmente nos dan una cena ligera y más bien modesta. Desde que los demás pa­cientes están en las nuevas dependencias. (Se sirve un poco de sopa.) ¿No le apetece?
(Möbius guarda silencio.)
newton: Ya entiendo. Después de lo de mi en­fermera a mí también se me fue el apetito.
(Se sienta y empieza a tomar su sopa de albóndigas de hígado. Möbius se levanta para ir a su habi­tación.)

newton: No se vaya.
mobius: ¿Sir Isaac?
newton: Tengo que hablar con usted, Mobius.
Möbius (deteniéndose): ¿Sobre qué?
newton (señalando la comida): ¿De verdad no le apetece un poco de sopa? Está exquisita.
mobius: No.
newton: Mi estimado Mobius, ahora ya no esta­mos al cuidado de enfermeras, sino vigilados por enfermeros. Unos tipos gigantescos.
mobius: No tiene importancia.
newton: Puede que no la tenga para usted, Mo­bius, que al parecer desea pasar toda su vida en el manicomio. Pero para mí sí. Yo quiero salir de aquí. (Termina su sopa.) Bueno, ata­quemos el Poulet á la broche. (Se sirve.) Los enfermeros me obligan a pasar a la acción. Hoy mismo.
mobius: Asunto suyo.
newton: No del todo. Le confesaré algo, Mobius: no estoy loco.
mobius: Pues claro que no, Sir Isaac.
newton: No soy Sir Isaac Newton.
mobius: Ya lo sé: Albert Einstein.
newton: ¡Qué va! Y tampoco Herbert Georg Beut-ler, como creen aquí. Mi verdadero apellido es Kilton, amigo mío.
mobius (mirándolo aterrado): ¿Alee Jasper Kilton?
newton: El mismo.
mobius: ¿El creador de la teoría de la correspon­dencia?
newton: Así es.
mobius (acercándose a la mesa): ¿Y se ha colado aquí clandestinamente?
newton: Haciéndome pasar por loco.
mobius: ¿Para... espiarme?
newton: Para descubrir la razón de su locura. Mi alemán impecable lo aprendí en un centro de instrucción de nuestros servicios secretos. Un trabajo terrible.
mobius: Y como la pobre enfermera Dorothea descubrió la verdad, usted...
newton: Así es. Y lamento muchísimo aquel in­cidente.
mobius: Ya entiendo.
newton: Pero una orden es una orden.
mobius: Por supuesto.
newton: No me quedaba otra salida.
mobius: Claro que no.
newton: Estaba en juego mi misión, la operación más secreta de nuestros servicios secretos. Tuve que matar para evitar cualquier sospe­cha. La enfermera Dorothea ya no me consi­deraba loco, y la doctora tampoco me veía muy enfermo, así que tuve que demostrar definitivamente mi locura con un asesinato. Oiga, el Poulet a la broche está realmente es­tupendo.
(En la habitación número dos suena el violín de Einstein.)
Möbius: Ya está Einstein tocando otra vez.
newton: La gavota de Bach.
Möbius: Va a enfriársele la comida.
newton: Deje que el loco siga tocando a su aire.
Möbius: ¿Es una amenaza?
newton: Mi admiración por usted es inconmen­surable. Lamentaría mucho tener que recurrir a la violencia.
Möbius: ¿Le han encomendado secuestrarme?
newton: Si se confirma la sospecha de nuestros servicios secretos.
Möbius: ¿Que sería?
newton: Considerarlo, por casualidad, el físico más genial de nuestro tiempo.
Möbius: Soy un hombre muy enfermo de los ner­vios, Kilton, nada más.
newton: Nuestros servicios secretos no compar­ten su opinión.
Möbius: ¿Y qué piensa usted de mí?
newton: Lo considero, simple y llanamente, el fí­sico más grande de todos los tiempos.
Möbius : ¿Y cómo descubrieron mi paradero sus servicios secretos?
newton: A través de mí. Por casualidad leí su di­sertación sobre los fundamentos de una nueva física. Al principio el ensayo me pareció un di­vertimiento. Pero luego se me cayó la venda de los ojos. Me hallaba frente al documento más genial de la física moderna. Empecé a ha­cer averiguaciones sobre el autor, pero no lle­gué muy lejos. Entonces pasé un informe a los servicios secretos y ellos sí que llegaron lejísimos.
einstein: No fue usted el único lector de esa di­sertación, Kilton. (Sin que lo vieran se había deslizado hacia ellos desde la habitación nú­mero dos, con el violín y el arco bajo el brazo.) Yo tampoco estoy loco. ¿Puedo presentarme? También soy físico y miembro de unos servi­cios secretos. Pero de signo muy distinto. Mi nombre es Joseph Eísler.
Möbius: ¿El descubridor del efecto Eisler?
einstein: El mismo.
newton: Desaparecido en .
einstein: Voluntariamente.
newton (sosteniendo de pronto un revólver en la mano): ¿Puedo pedirle, Eisler, que se ponga de cara a la pared?
einstein: Por supuesto. (Se dirige pausadamente hacia la chimenea, pone su violín sobre la repisa y, de golpe, se vuelve con un revólver en la mano.) Mi estimado Kilton, ya que los dos, como su­pongo, somos bastante hábiles manejando ar­mas, ¿no cree que deberíamos evitar a toda costa un duelo? Yo estoy dispuesto a dejar aquí mi Browning si usted hace otro tanto con su Colt...
newton: De acuerdo.
einstein: Tras la rejilla de la chimenea, junto al coñac. Por si aparecieran los enfermeros.
(Ambos dejan sus revólveres tras la rejilla de la chi­menea.)
einstein: Ha echado usted a perder mis planes, Kilton; yo lo creía loco de verdad.
newton: Consuélese: yo a usted también.
einstein: Y muchas cosas me han salido mal. Por ejemplo lo de la enfermera Irene, esta tarde. Empezó a sospechar algo, y esa fue su senten­cia de muerte. Lamento muchísimo el inci­dente.
Möbius: Ya entiendo.
einstein: Pero una orden es una orden.
Möbius: Por supuesto.
einstein: No tenía otra salida.
Möbius : Claro que no.
einstein: Además estaba enjuego mi misión, tam­bién la operación más secreta de nuestros ser­vicios secretos. ¿Nos sentamos?
newton: Sentémonos.
(Se sienta a la izquierda de la mesa, y Einstein, a la derecha.)
Möbius : Supongo, Eisler, que usted también querrá obligarme...
einstein: Pero Möbius...
Möbius: ... Animarme a visitar su país.
einstein: También nosotros lo consideraremos el más grande de todos los físicos. Pero ahora me gustaría probar esta cena, que más parece la última de un condenado a muerte. (Se sirve sopa.) ¿Sigue sin apetito, Möbius?
Möbius: Pues no. Ahora que lo sabéis todo... (Se sienta a la mesa entre los dos y también se sirve sopa.)
newton: ¿Un borgoña, Möbius?
Möbius: Sí, por favor.
newton (sirviéndole): Voy a atacar el cordón bleu.
Möbius: Con toda confianza, por favor.
newton: Que aproveche.
einstein: Que aproveche.
Möbius: Que aproveche.
(Comen. Por la derecha entran los tres enfermeros, el jefe con un bloc de notas.)
enfermero jefe: ¡Paciente Beutler!
newton: ¡Presente!
enfermero jefe: ¡Paciente Ernesti!
einstein: ¡Presente!
enfermero, jefe: ¡Paciente Möbius!
MÖBIUS: ¡Presente!
enfermero jefe: Sievers, enfermero jefe, Murillo, enfermero, McArthur, enfermero. (Vuelve a guardarse el bloc de notas en el bolsillo.) Las autoridades recomiendan tomar ciertas medi­das de seguridad. ¡Murillo, las rejas!
(Murillo baja una reja ante la ventana y el salón adquiere, de pronto, cierto aire de cárcel.)
enfermero jefe: McArthur, ciérrala con llave.
(McArthur cierra la reja con llave.)
enfermero jefe: ¿Los señores desean algo más para la noche? ¿Paciente Beutler?
newton: No.
enfermero jefe: ¿Paciente Ernesti?
einstein: No.
enfermero jefe: ¿Paciente Möbius?
Möbius: No.
enfermero jefe: Entonces nos retiramos, seño­res. Buenas noches.
(Salen los tres enfermeros. Silencio.)
einstein: ¡Bestias!
newton: En el parque hay más colosos vigilando.
Hace un rato que vengo observándolos desde
mi ventana.
einstein (se levanta y examina la reja): ¡Sólida!
Con un candado especial.
NEWTON (se dirige a la puerta de su habitación, la
abrey mira dentro): También le han puesto una
reja a mi ventana, como por arte de magia.
(Abre las otras dos puertas en el fondo del escena­rio.)

newton: A la de Eisler también. Y a la de Möbius, (Se dirige a la puerta de la derecha.) Cerra­da con llave.
(Vuelve a sentarse.)
einstein (sentándose): Estamos presos.
newton: Lógico. Después de lo de las enfermeras.
einstein: Sólo podremos salir de este manicomio si actuamos en forma conjunta.
Möbius: Yo no tengo la menor intención de fu­garme.
einstein: Möbius...
Möbius: No veo razón alguna para hacerlo. Todo lo contrario. Estoy muy contento con mi des­tino.
(Silencio.)
newton: Pues yo no lo estoy, y este detalle es de­finitivo, ¿no le parece? Con todos mis respetos por sus sentimientos personales, le recuerdo que es usted un genio y, como tal, patrimonio común de la humanidad. Ha logrado explorar campos totalmente nuevos de la física, pero tampoco tiene la exclusiva de esta ciencia. Su deber es abrirnos las puertas también a noso­tros, los que no somos genios. Venga usted ahora conmigo, y dentro de un año le pondre­mos un frac y lo llevaremos a Estocolmo a re­cibir el premio Nobel.
Möbius: Sus servicios secretos son realmente des­interesados.
newton: Reconozco que han quedado impresionadísimos por la sospecha de que ha resuelto usted el problema de la gravitación.
Möbius : Así es.
(Silencio.)
einstein: ¿Y lo dice tan tranquilo?
Möbius: ¿Cómo quiere que lo diga?
einstein: Mis servicios secretos creían que estaba usted elaborando la teoría uniforme de las par­tículas elementales...
Möbius: También puedo tranquilizar a sus servi­cios secretos. La teoría uniforme del campo ha sido formulada.
NEWTON (enjugándose el sudor de la frente con la servilleta): La fórmula universal!
einstein: ¡Increíble! ¡Hace años que, en gigantes­cos laboratorios estatales, hordas de físicos bien remunerados intentan en vano hacer pro­gresar la física, y usted lo consigue sentado al escritorio de un manicomio y sin mayor es­fuerzo!

(También se enjuga el sudor de la frente con la servilleta,)
newton: ¿Y el sistema de todos los inventos po­sibles, Möbius?
Möbius: También existe. Lo elaboré por curiosi­dad, como un complemento práctico a mis tra­bajos teóricos. ¿Por qué habría de hacerme el inocente? Todo lo que pensamos tiene sus consecuencias. Era mi deber estudiar las repercusiones de mis teorías del campo y de la gravitación. El resultado es devastador. Si mis investigaciones cayeran en manos de los hom­bres, se liberarían fuentes de energía nuevas e inconcebibles y se inventarían técnicas que su­peran todo lo imaginable.
einstein: Será algo muy difícil de evitar.
newton: El problema está en saber en qué manos caerán primero.
Möbius (riéndose): Y seguro que usted, Kilton, le desea esta suerte a sus servicios secretos y al Estado Mayor que está detrás.
newton: ¿Por qué no? Cualquier Estado Mayor me resulta igualmente sagrado para reinsertar en la comunidad científica al físico más grande y de todos los tiempos.
EINSTEIN: Para mí sólo es sagrado mi Estado Ma­yor. Estamos suministrando a la humanidad unos instrumentos de poder descomunales. Y eso nos da derecho a imponer condiciones. Debemos decidir en favor de quién queremos aplicar nuestra ciencia, y yo me he decidido.
newton: Absurdo, Eisler. Lo importante es la li­bertad de nuestra ciencia y nada más. Nuestra misión es abrir nuevos caminos y punto. Que la humanidad sepa o no recorrer el camino que nosotros le trazamos, es asunto suyo, no nues­tro.
einstein: Es usted un esteta lamentable, Kilton. ¿Por qué no se viene con nosotros, si lo único que le preocupa es la libertad de la ciencia? Hace ya tiempo que nosotros tampoco pode­mos permitirnos tener a los físicos bajo tute­la. También necesitamos resultados. Nuestro sistema político se ve igualmente obligado a hincar la rodilla ante la ciencia.
newton: Nuestros dos sistemas políticos, Eisler, tienen que hincar la rodilla ante Möbius, sobre todo.
einstein: Al contrario. Es él quien tendrá que obedecernos. Después de todo, ambos lo te­nemos en jaque.
newton: ¿De veras lo cree? Me parece que somos más bien nosotros dos quienes nos tene­mos mutuamente en jaque. Por desgracia, nuestros servicios secretos han tenido la mis­ma idea. Si Möbius se va con usted, yo no puedo hacer nada en contra porque usted me lo impediría. Y usted se quedaría inerme si Möbius se decidiera en mi favor. Es él quien puede elegir en este caso, no nosotros.
einstein (levantándose solemnemente): Cojamos nuestros revólveres.
newton (también se levanta): Muy bien. Comba­tamos.
(Newton coge los dos revólveres ocultos en la chi­menea y le entrega el suyo a Einstein.)
einstein: Lamento mucho que este asunto tenga un final cruento. Pero debemos disparar. Uno contra el otro y, por supuesto, contra los guar­dianes e incluso contra Mobius, si fuera ne­cesario. Podrá ser el hombre más importante del mundo, pero sus manuscritos son más im­portantes.
mobius: ¿Mis manuscritos? i Si los he quemado!
(Silencio mortal.)
einstein: ¿Quemado?
möbius (confuso): Hace un rato. Antes de que llegara la policía. Como medida de precau­ción.
einstein (rompiendo a reír desesperadamente): ¡Que­mado!
newton (chillando con rabia): ¡El trabajo de quin­ce años!
einstein: Es para volverse loco.
newton: Oficialmente ya lo estamos.
(Se guardan sus revólveres y se sientan en el sofá, aniquilados.)

einstein: Pues ahora sí que estamos definitiva­mente en sus manos, Möbius.
newton: ¿Y para esto he tenido que estrangular a una enfermera y aprender alemán?
einstein: Mientras a mí me enseñaban a tocar el violín, una tortura para alguien sin el menor talento musical.
Möbius: ¿Por qué no seguimos comiendo?
newton: Se me ha ido el apetito.
einstein: Lástima por el cordón bleu.
Möbius (levantándose): Señores: los tres somos fí­sicos. La decisión que debemos tomar es una decisión entre físicos. Hemos de proceder cien­tíficamente. No debemos dejarnos guiar por opiniones, sino por deducciones lógicas. Inten­temos buscar una solución racional No pode­mos permitirnos ningún error de cálculo, pues una conclusión equivocada nos llevaría -a la ca­tástrofe. El punto de partida está claro. Los tres tenemos el mismo objetivo, pero nuestra tác­tica es distinta. El objetivo es el progreso de la física. Usted le quiere asegurar su libertad, Ru­tón, y la exime de toda responsabilidad. En cambio usted, Eisler, pretende, en nombre de la responsabilidad, someter la física a la política de fuerza de un país determinado. Pero ¿cuál es la realidad concreta? Les pido información al respecto, si quieren que tome una decisión.
newton: Algunos de nuestros más ilustres físicos están esperándolo, Möbius. El sueldo y el alo­jamiento son ideales, la zona tiene un clima espantoso, pero las instalaciones de climatiza­ción son excelentes.
Möbius: ¿Son libres esos físicos?
newton: Mi estimado Möbius, esos físicos han declarado estar dispuestos a resolver proble­mas científicos decisivos para la defensa nacio­nal. Y usted comprenderá...
Möbius: Que no son libres. (Se vuelve hacia Einstein.) Joseph Eisler, usted defiende una política basada en la fuerza. Y para eso es ne­cesario el poder. ¿Lo tiene acaso?
einstein: Me ha entendido usted mal, Möbius. Mi ¡política de fuerza consiste precisamente en que he renunciado a mi poder en favor de un par­tido.
Möbius: ¿Y puede usted dirigir ese partido según los dictados de su responsabilidad, o corre el peligro de ser dirigido por él?
einstein: ¡Möbius! Esto es ridículo. Obviamente sólo puedo esperar que el partido siga mis con­sejos, nada más. Sin esperanza no hay actitud política posible.
Möbius: ¿Son al menos libres, sus físicos?
einstein: Dado que también trabajan para la de­fensa nacional...
mobius: Es curioso. Cada uno de ustedes me elo­gia una teoría diferente, pero la realidad que me ofrecen es la misma: una cárcel. La verdad es que prefiero mi manicomio. Al menos me da la seguridad de no ser utilizado por polí­ticos.
einstein: De todas formas, siempre hay que correr ciertos riesgos.
mobius : Hay riesgos que jamás deben correrse: la aniquilación de la humanidad es uno de ellos. Sabemos lo que el mundo puede hacer con las armas que ya posee; imaginemos lo que haría con las que yo pudiera facilitarle. A esta idea he subordinado mi actividad. Yo era pobre. Tenía una mujer y tres hijos. En la universidad me esperaba la fama; en la industria, el dinero. Ambas vías eran demasiado peligrosas. Hu­biera tenido que publicar mis trabajos, y la consecuencia habría sido la revolución total de nuestra ciencia y el desmoronamiento del sis­tema económico. Mi sentido de la respon­sabilidad me impuso otro camino. Dejé la universidad y renuncié a la industria, abando­nando a mi familia a su destino. Y elegí la máscara de la locura. En cuanto dije que se me aparecía el rey Salomón, me encerraron en un manicomio.
newton: Pero ésa no era la solución.
Möbius: La razón exigía dar este paso. En nuestra ciencia hemos llegado a los límites de lo cog­noscible. Conocemos algunas leyes exacta­mente definibles y unas cuantas relaciones esenciales entre fenómenos incomprensibles, nada más. Todo el resto, que es enorme, si­gue siendo un misterio inaccesible al enten­dimiento. Nosotros hemos llegado al término de nuestro camino, pero la humanidad toda­vía no. Hemos sido pioneros en la lucha, pero ahora no nos sigue nadie: hemos topado con el vacío. Nuestra ciencia se ha vuelto terri­ble, nuestra investigación, peligrosa, nuestros descubrimientos, mortales. A los físicos ya sólo nos queda capitular ante la realidad. No " está a nuestra altura y se encamina a su fin por culpa nuestra. Debemos revocar nuestros conocimientos; yo ya he revocado los míos. No hay otra solución; tampoco para uste­des.
einstein: ¿Qué quiere decir con eso?
Möbius: ¿Tienen emisoras clandestinas?
einstein: ¿Y qué?
Möbius: Avisen a quienes los han enviado de que ha habido un error, que yo estoy realmente loco.
einstein: Y nos pasaremos aquí toda la vida.
Möbius: Seguro.
Einstein: A un espía que fracasa ya nadie le hace el menor caso.
Möbius: Por eso mismo.
newton: ¿Y luego qué?
Möbius: Tienen que quedarse conmigo en el ma­nicomio.
newton: ¿Nosotros?
Möbius : Los dos.
(Silencio.)
newton: Möbius, no puede exigir que nos que­demos aquí eternamente...
Möbius : Es mi única posibilidad de seguir pasando inadvertido. Sólo en el manicomio somos li­bres. Sólo en el manicomio podemos seguir pensando. En libertad, nuestras ideas son di­namita pura.
newton: Pero es que no somos locos.
Möbius: Pero sí asesinos.
(Los dos lo miran atónitos.)
newton: ¡Protesto!
Einstein: ¡No ha debido decirnos eso, Möbius!
Möbius: El que mata es un asesino, y nosotros hemos matado. Cada uno de nosotros tenía una misión que lo condujo a este sanatorio.
Cada uno ha matado a su enfermera por una razón muy concreta. Ustedes, para no poner en peligro su misión secreta, yo, porque la enfermera Monika creía en mí. Me conside­raba un genio incomprendido. No entendía que el deber de un genio es, hoy por hoy, permanecer incomprendido. Matar es terri­ble. Y yo he matado para evitar otras muertes más terribles aún. Luego llegaron ustedes, a los que no puedo matar, pero sí tal vez con­vencer. ¿O acaso hemos matado en vano? Pues una de dos: o hemos asesinado, o he­mos cometido un sacrificio. O nos quedamos en este manicomio, o el mundo entero se convertirá en un manicomio. O nos borramos nosotros de la memoria de los hombres, o la humanidad entera acabará siendo borrada del mapa.
(Silencio.)
newton: ¡Möbius!
Möbius: ¡Kilton!
newton: ¡Oh! ¡En este sanatorio! ¡Con esos en­fermeros espantosos y esa doctora jorobada!
Möbius: ¿Y qué?
einstein: ¡Nos tienen encerrados como a bestias salvajes!
Möbius: Somos bestias salvajes. No pueden dejar­nos sueltos por ahí.
(Silencio.)
newton: ¿De veras no hay otra salida? Möbius : No.
(Silencio.)
einstein: Johann Wilhelm Möbius. Yo soy un hombre honesto. Me quedo.
(Silencio.)
newton: Yo también. Para siempre.
(Silencio.)
Möbius: Se lo agradezco. En nombre de esa mí­nima posibilidad de salvación que aún le queda al mundo. (Levanta su copa.) iPor nuestras en­fermeras!
(Se levantan solemnemente.)
newton: ¡Brindo por Dorothea Moser!
los otros dos: ¡Por la señorita Dorothea!
newton: ¡Dorothea, tuve que sacrificarte! ¡Te di la muerte a cambio de tu amor! ¡Y ahora quiero ser digno de ti!
einstein: ¡Yo brindo por Irene Straub!
los otros dos: ¡Por la señorita Irene!
einstein: ¡Irene, tuve que sacrificarte! Para ensal­zarte y celebrar tu abnegación ahora quiero ac­tuar racionalmente.
Möbius: ¡Yo brindo por Monika Stettler!
los otros dos: ¡Por la señorita Monika!
Möbius: ¡Monika, tuve que sacrificarte! Que tu amor bendiga la amistad que estos tres físicos hemos sellado en tu nombre. Danos la fuerza necesaria para guardar celosamente, bajo las , apariencias de la locura, el secreto de nuestra ciencia.
(Beben y ponen las copas sobre la mesa.)
newton: Y, ahora, transformémonos otra vez en locos, trasgueando por ahí como Newton en su traje de época.
einstein: Y rascando en el violín a Kreisler y a Beethoven.
Möbius: Y viendo nuevamente al rey Salomón.
newton: Locos, pero sabios.
einstein: Prisioneros, pero libres.
Möbius: Físicos, pero inocentes.

(Los tres se saludan y se dirigen a sus habitaciones. El salón queda vacío. Por la derecha entran McArthur y Murillo, luciendo un uniforme negro, gorra y pistolas. Quitan la mesa. McArthur saca el carrito con la vajilla por la derecha, y Murillo pone la mesa redonda ante la ventana de la de­recha, con las sillas patas arriba encima de ella, como cuando cierran un bar. Luego sale también por la derecha. El salón se queda otra vez vacío, hasta que por la derecha entra la doctora Ma-thilde von Zahnd con su batín de médico y su estetoscopio, como siempre. Mira a su alrededor. Por último entra Sievers, también con uniforme negro.)
ENFERMERO JEFE: Boss!
doctora: El cuadro, Sievers.
(McArthur y Murillo entran cargando un cuadro enorme con marco dorado, que representa a un general. Sievers descuelga el retrato viejo y pone el nuevo en su lugar.)
doctora: El general Leónidas von Zahnd estará mejor cuidado aquí que en el pabellón de las mujeres. Sigue manteniendo un aire impo­nente, el viejo soldado, pese a la enfermedad de Basedow. Le gustaban las muertes heroicas, y resulta que algo parecido ha ocurrido ahora en esta casa. (Contempla el retrato de su padre.) En su lugar, el consejero secreto pasará al pa­bellón femenino, donde están las millonarias. De momento ponedlo en el pasillo.
(McArthury Murillo sacan el cuadro por la derecha.)
doctora: ¿Ha llegado ya el director general Fró-ben con sus héroes?
enfermero jefe: Están esperando en el salón verde. ¿Quiere que les sirva caviar y cham­paña?
doctora: Sus excelencias no han venido aquí a banquetearse, sino a trabajar.
(Se sienta en el sofá. McArthur y Murillo vuelven a entrar por la derecha.)
doctora: Haga pasar a esos tres, Sievers. enfermero jefe: ¡A sus órdenes, boss! (Se dirige
a la habitación número uno y abre la puerta.)
¡Salga de ahí, Möbius!
(McArthury Murillo abren las puertas dos y tres.)

murillo: ¡Salga de ahí, Newton!
mcarthur: ¡Salga de ahí, Einstein!
(Salen Newton, Einstein y Mobius. Todos transfigu­rados.)
newton : Una noche misteriosa, infinita, sublime. Por entre las rejas de mi ventana brillaban Jú­piter y Saturno, revelando las leyes del uni­verso.
einstein: Una noche feliz, llena de consuelo y de bondad. Los enigmas callan, las preguntas han enmudecido. Me gustaría tocar el violín y no parar nunca más.
mobius: Una noche azul y profunda, llena de re­cogimiento y de piedad. La noche del rey to­dopoderoso, cuya blanca sombra se desprende de la pared. Sus ojos refulgen.
(Silencio.)
doctora: Mobius, por orden del fiscal, sólo me
está permitido hablarle en presencia de un
guardián.
mobius: Lo entiendo, doctora.
doctora: Pero lo que tengo que decirle concierne
también a sus colegas, Alee Jasper Kilton y Joseph Eisler.

(Ambos la miran atónitos.)
newton: ¿Lo sabe usted... todo?
(Ambos intentan sacar sus revólveres, pero son des­armados por Murillo y McArthur.)
doctora: Señores, la conversación que acaban de mantener ha sido escuchada en secreto. Ya hace tiempo que venía sospechándolo. ¡Mc­Arthur y Murillo, traed las emisoras clandes­tinas de Kilton y Eisler!
enfermero jefe: ¡Las manos detrás de la nuca, los tres!
(Mobius, Einstein y Newton cruzan las manos detrás de la nuca; McArthur y Murillo se dirigen a las habitaciones dos y tres.)
Newton: ¡Qué divertido! (Se echa a reír solo, con
una risa espectral)
einstein: Yo no sé...
newton: ¡Graciosísimo! (Vuelve a reír. Enmudece.)
(McArthur y Murillo regresan con las emisoras clan­destinas.)
enfermero jefe: ¡Manos abajo!
(Los físicos obedecen. Silencio.)
doctora: Los reflectores, Sievers.
enfermero jefe: Okay, boss.
(Levanta la mano. Desde fuera, varios reflectores su­mergen a los físicos en una luz deslumbradora. Al mismo tiempo, Sievers apaga la luz interior.)
doctora: La villa está rodeada de guardianes. Cualquier intento de fuga sería absurdo. (A los enfermeros.) ¡Salid, vosotros tres!
(Los tres enfermeros abandonan el salón, ¡levándose las armas y las emisoras secretas. Silencio.)
doctora: Sólo ustedes conocerán mi secreto, pues ya no importa que lo conozcan.
(Silencio.)
doctora (solemne): A mí también se me ha apa­recido el áureo rey Salomón.
(Los tres la miran estupefactos.)
Möbius: ¿Salomón?
doctora: Todos estos años.
(Newton se echa a reír quedamente.)
doctora (imperturbable): La primera vez fue en mi estudio. Una tarde de verano. Fuera aún brillaba el sol, y en el parque martilleaba un pájaro carpintero, cuando de pronto se acercó el áureo rey por los aires, como un ángel im­ponente.
einstein: Esta mujer ha enloquecido.
doctora: Su mirada se posó en. mí. Sus labios se abrieron. Y empezó a hablar con su criada. Ha­bía resucitado de entre los muertos y quería asumir nuevamente el poder que alguna vez tuvo en este mundo; había revelado su sabi­duría a fin de que, en su nombre, Möbius rei­nase sobre la Tierra.
einstein: Hay que internarla. Tiene que ir a un manicomio.
doctora: Pero Möbius lo ha traicionado. Intentó silenciar lo que no podía silenciarse. Pues lo que le había sido revelado no era ningún mis­terio, ya que era concebible. Y todo lo conce­bible es pensado alguna vez, tarde o temprano. Lo que Salomón descubrió también podría descubrirlo otra persona, pero el caso es que fue obra suya, el medio para restablecer su sagrada soberanía sobre el mundo, y por eso vino a buscarme a mí, su indigna sirvienta.
einstein (insistente): ¡Usted está loca! ¿Me oye? ¡Usted está loca!
doctora: El áureo rey me ha ordenado destituir a Möbius y gobernar en su lugar. Y lo he obe­decido. Yo era médica y Möbius era mi pa­ciente. Podía hacer con él lo que quisiera. Du­rante años he venido narcotizándolo para fotocopiar los apuntes de Salomón hasta la úl­tima página.
newton: ¡Usted está chiflada! ¡Totalmente chi­flada! ¡A ver si se entera de una vez por todas! (En voz baja.) Todos estamos chiflados.
doctora: He actuado con mucha cautela. Al prin­cipio exploté sólo unos cuantos descubrimien­tos para reunir el capital necesario. Luego fundé empresas gigantescas, comprando una fábrica tras otra y creando un trust poderosí­simo. Y ahora voy a aprovechar el sistema de todos los inventos posibles, caballeros.
Möbius (insistente): Doctora Mathilde von Zahnd: usted está enferma. Salomón no existe. Nunca se me ha aparecido.
doctora: ¡Miente!
Möbius: Yo me lo inventé sólo para mantener mis descubrimientos en secreto.
doctora: ¡Está usted negando a Salomón!
Möbius: Sea razonable. Reconozca que está loca.
doctora: No más que usted.
Möbius: Entonces tendré que gritarle al mundo la verdad. Usted ha estado explotándome todos estos años. Descaradamente. Hasta a mi po­bre esposa le sacó dinero.
doctora: Ya no puede hacer nada, Möbius. Aun­que su voz se abriera paso hasta el mundo ex­terior, nadie le creería. Pues para la opinión pública no es usted más que un loco peligroso. Debido a su crimen.
(Los tres intuyen la verdad.)
Möbius: ¿Monika?
einstein: ¿Irene?
newton: ¿Dorothea?
doctora: No he hecho más que aprovechar una ocasión. Había que poner a salvo la ciencia de Salomón y castigaros a vosotros por traidores. Tenía que neutralizaros mediante esos asesi­natos. Yo os envié a las tres enfermeras. Podía contar con que actuaríais; erais manejables como autómatas y habéis matado como ver­dugos.
(Möbius quiere abalanzarse sobre ella, y Einstein lo
retiene.)

doctora: Es absurdo abalanzarse sobre mí, Mo-bius. Como fue absurdo quemar manuscritos que obran en mi poder.
(Mobius se vuelve.)
doctora: Lo que os rodea ya no son las paredes de un sanatorio. Esta casa es la caja fuerte de mi trust, y encierra a tres físicos que son los únicos que saben la verdad aparte de mí. Los que os vigilan no son enfermeros: Sievers es el jefe de la policía de mis empresas. Os ha­béis refugiado en vuestra propia cárcel. Salo­món pensó y actuó a través de vosotros, y ahora os aniquila a través de mí.
(Silencio. La doctora sigue hablando con sosiego y unción.)
doctora: Pero yo asumo su poder. Y no tengo miedo. Mi sanatorio está lleno de parientes lo­cos, cubiertos de joyas y condecoraciones. Yo soy el último personaje normal de mi familia. El punto final. Estéril, capaz tan sólo de amar al prójimo. Y Salomón se apiadó de mí. El, que posee mil concubinas, me eligió a mí. Y ahora seré más poderosa que mis antepasados. Mi trust dominará, conquistará países y continen­tes, explotará el sistema solar, viajará a la ne­bulosa Andrómeda. La cuenta ha salido re­donda. Y no en favor del mundo, sino de una solterona vieja y jorobada.
(Agita una campa­nilla.)
(Por la derecha entra el enfermero jefe.)
ENFERMERO JEFE: ¿BSS?
doctora: Vamonos, Sievers. Nos espera el con­sejo de administración. La empresa universal se pone en marcha, la producción arranca. (Sale con el enfermero jefe por la derecha.)
(Los tres físicos se quedan solos. Silencio. Se han jugado todas las cartas. Silencio.)
newton: Esto es el final. (Se sienta en el sofá.)
EINSTEIN: El mundo ha caído en las manos de una
psiquíatra loca. (Se sienta junto a Newton.) mobius: Lo que se pensó una vez, ya no puede ser
revocado. (Se sienta en el sillón que está a la
izquierda del sofá.)
(Silencio. Los tres miran al vacío. Luego empiezan a hablar con total calma y naturalidad, presentán­dose al público.)

newton: Yo soy Newton. Sir Isaac Newton. Na­cido el de enero de en Woolsthorpe, cerca de Grantham. Soy presidente de la Royal Society. Pero nadie tiene por qué ponerse en pie. He escrito Los principios matemáticos de la filosofía natural. He dicho «Hypotheses non fingo». En ámbitos como la óptica experimen­tal, la mecánica teórica y las matemáticas su­periores he conseguido logros nada desprecia­bles, pero tuve que dejar en suspenso la cuestión relativa a la esencia de la gravitación. También he escrito obras de teología. Comen­tarios sobre el profeta Daniel y sobre el Apo­calipsis de san Juan. Yo soy Newton. Sir Isaac Newton. Presidente de la Royal Society.
(Se le­vanta y se dirige a su habitación.)
einstein: Yo soy Einstein. El profesor Albert Einstein, nacido el de marzo de en ülm. En trabajé como perito en la Oficina Federal de Patentes de Berna. Allí elaboré mi teoría de la relatividad especial, que revolu­cionó la física. Luego fui miembro de la Aca­demia Prusiana de las Ciencias, y más tarde me convertí en emigrante, porque soy judío. Mía es la fórmula E = mc2, clave en la transforma­ción de la materia en energía. Amo a la hu­manidad y amo mi violín, pero la bomba ató-
mica se construyó por recomendación mía. Yo soy Einstein. El profesor Albert Einstein, na­cido el de marzo de en Ulm.
(Se le­vanta y se dirige a su habitación. Luego se le oye tocar el violin. Penas del amor de Kreisler.)

mobius : Yo soy Salomón. Soy el pobre rey Salomón. En otros tiempos fui inmensamente rico, \ sabio y temeroso de Dios. Ante mi poder temblaban los más fuertes. Era el príncipe de la paz y la justicia, Pero mi sabiduría destruyó mi j temor de Dios, y cuando dejé de temer a Dios, mi sabiduría destruyó mis riquezas. ¡Muertas \ están ahora las ciudades que llegué, a gobernar, y vacío el reino que me fue confiado, un de­sierto con destellos azulinos; y en algún punto del espacio, en torno a una pequeña estrella amarilla y sin nombre, gira y gira sin parar, ab­surdamente, la Tierra radiactiva. Yo soy Salo­món, sí, Salomón, el pobre rey Salomón. (Se dirige a su habitación.)

(El salón queda vacío. Ya sólo puede oírse el violín de Einstein.)

Apéndice
21 puntos sobre Los físicos


1
No parto de una tesis, sino de una historia.
2
Si se parte de una historia, hay que pensarla hasta
sus últimas consecuencias.
3
Una historia ha sido pensada hasta sus últimas consecuencias cuando toma el peor rumbo po­sible.
4
El peor rumbo posible no es previsible. Se pre­senta por azar.
5
El arte del dramaturgo consiste en hacer que el
azar intervenga en la acción con la mayor eficacia
posible.
6
Los que soportan la acción dramática son seres hu­manos.
7
El azar en una acción dramática es el dónde y el
cuándo un personaje encuentra a otro por azar.
8
Cuanto más sistemáticamente actúen los hombres,
con mayor eficacia podrá golpearlos el azar.
.9 Los hombres que actúan sistemáticamente quieren alcanzar un objetivo determinado. Y al hacer que consigan lo contrario de lo que se habían pro­puesto es cuando peor los golpea el azar: aquello que temían e intentaban evitar (por ejemplo: Edipo).
10
Una fiistoria así es grotesca, pero no absurda (im­procedente).
11
Es paradójica.
122
12
Al igual que los lógicos, los dramaturgos no pue­den evitar la paradoja.
13
Al igual que los lógicos, los físicos no pueden evi­tar la paradoja.
14
Un drama sobre físicos tiene que ser paradójico.
15
No puede tener como objetivo el contenido de la física, sino sólo sus repercusiones.
16
El contenido de la física concierne a los físicos, sus repercusiones, a todos los hombres.
17
Lo que concierne a todos, sólo pueden resolverlo
todos.
18
Cualquier intento de un individuo por resolver ais­ladamente lo que concierne a todos, está conde­nado al fracaso.
123
19
En la paradoja se manifiesta la realidad.
20
Quien se enfrenta a la paradoja, se expone a la rea­lidad.
21
La obra dramática puede inducir al espectador a exponerse a la realidad, pero no obligarlo a hacerle frente ni a dominarla.
(Escrito para el volumen Komodien II, publicado por Verlag der Arche, Zurich, 1962.)