La calle de la gran ocasión
Luisa Josefina Hernández
(El
Juez. Don José)
JUEZ.- A pesar de los años que llevamos de conocernos, no
puedo pasar esto por alto, es una irregularidad que…
DON JOSÉ.-
Usted me pidió el acta y yo se la traje.
JUEZ.- Ya le he explicado que esta acta no sirve.
DON JOSÉ.-
No pierda usted la paciencia, señor Juez y tenga en cuenta que
nuestra situación es desesperada.
JUEZ.-
Usted no coopera conmigo debidamente.
DON JOSÉ.-
¿Cómo? Usted me pidió un acta de matrimonio y yo se la traje en
seguida.
JUEZ.-
Esta acta es falsa.
DON JOSÉ.-
¿Cómo puede usted pensar eso? La saqué directamente del Registro
Civil y como tenía prisa tuve que pagar veinte pesos. De haber
sabido que iba usted a ponerle objeciones hubiera pagado sólo cinco
y la hubiera traído mañana.
JUEZ.-
No me entiende usted.
DON JOSÉ.-Yo
lo único que entiendo es que no puedo vivir ni un día más con Doña
Cándida y que ella no me quiere dejar en paz hasta que estemos
legítimamente divorciados.
JUEZ.- Eso quedó claro desde el principio. Tráigame usted el
acta, sin ella no
puedo divorciarlos.
DON JOSÉ.-
Ya se la traje.
JUEZ.-
¿Cómo se llama usted?
DON JOSÉ.-
¡Ah qué señor juez! José Ramírez, para servirle desde hace
muchos años.
JUEZ.-
¿Y su esposa?
DON JOSÉ.-
Doña Cándida López de Ramírez.
JUEZ.-
Muy bien. Entonces, ¿Por qué me trae usted el acta de matrimonio de
un tal Rodrigo Ramos y de una señora Juliana Pérez?
DON JOSÉ.-
Porque usted me la pidió.
JUEZ.-
Le pedí la suya. Su acta de matrimonio, no la de dos personas que
tal vez no existen.
DON JOSÉ.-
Sí existen. Son nuestros vecinos.
JUEZ.-
Don José, ¿Por qué no me trae un acta de matrimonio con los
nombres de usted y de su mujer?
DON JOSÉ.-
Porque nunca la hemos tenido.
JUEZ.-
¡¡Cómo!!
DON JOSÉ.-
Nunca registramos nuestro matrimonio.
JUEZ.-
¿Qué quiere decir con eso?
DON JOSÉ.-
Que fue un acuerdo privado entre los dos y no fuimos al RegistroCivil.
JUEZ.-
Mire, Don José, váyase a su casa y no me quite más tiempo.
DON JOSÉ.- No entiendo su enojo. Doña Cándida y yo éramos
muy libres de ponernos de acuerdo en cualquier asunto y no ofendíamos
a nadie.
JUEZ.-
¡Váyase al diablo!
DON JOSÉ.-
¿Qué quiere usted decir con eso?
JUEZ.- Que Doña Cándida y usted son amantes y por lo tanto
no necesitan ningún divorcio.
DON JOSÉ.- ¡Lo que diría doña Cándida si pudiera oírlo!
Está usted equivocado señor juez.
JUEZ.-
Son amantes todos los que viven unidos sin haber pasado por el
Registro.
DON JOSÉ.- Usted perdone, pero no es verdad. Doña Cándida y yo llevamos una vida enteramente matrimonial.
JUEZ.-
Don José, no tengo tiempo…bueno, explíqueme usted quiénes son amantes.
DON JOSÉ.-
Son amantes esas personas de vida airada que se reúnen por
casualidad y para satisfacer sus bajas pasiones. Gente sin temor a
Dios y sin consideración para sus semejantes.
JUEZ.-
Muy bien. Ahora dígame usted quiénes no son amantes pero viven
juntos
y no han registrado su… matrimonio.
DON JOSÉ.-
Doña Cándida y yo.
JUEZ.-
¿Quiénes más?
DON JOSÉ.-
Todos los que se hayan conducido tan solemnemente como ella y yo.
JUEZ.-
¿En qué consistió esa conducta?
DON JOSÉ.-
En primer lugar yo pedí la mano de doña Cándida y me fue concedida
por ella misma porque era huérfana. En segundo lugar fijamos un día
determinado para que ella viniera a vivir conmigo y llevamos todos
sus objetos
personales
a mi casa a la luz del día, sin disimulos de ninguna clase. En
tercer
lugar hicimos un viaje de luna de miel. En cuarto
lugar siempre hemos llevado la vida honesta y seria de cualquier
matrimonio. ¿En qué piensa usted señor Juez?
JUEZ.-
No sé. Pero se me ocurre una cosa. ¿Por qué quiere usted
registrar su separación si no consideró conveniente registrar su
unión? Sepárese usted
solemnemente de doña Cándida y asunto
terminado.
DON JOSÉ.-
Eso es imposible, señor Juez.
JUEZ.- ¿Por
qué?
DON JOSÉ.- Porque
doña Cándida se resiste a vivir en una situación que pueda dar
lugar a confusiones. Es una de esas mujeres definitivas por
naturaleza. Dice que una mujer no puede ser más que soltera, casada o divorciada y
que ella debe tener un sitio en la sociedad. Doña Cándida es de
moral muy estricta y jamás consentiría en ser objeto de
habladurías.
JUEZ.- Me
parece muy extraño después de lo que me cuenta de su… matrimonio.
¿Será sincera?
DON JOSÉ.-
Es tan cierto lo que le cuento que ese es el motivo de nuestro
divorcio. Me resulta desagradable vivir con una mujer tan seria.
JUEZ.- Veo que
su problema es tan difícil de solucionar que tal vez el mejor camino
para usted sea acostumbrar se a vivir con Doña Cándida.
DON JOSÉ.- Eso
también es imposible, Doña Cándida es insoportable. Es quisquillosa y está llena de remilgos, todo, según ella, debe
hacerse con rectitud y seriedad, tiene una moral muy estrecha con la
que me atormenta continuamente y hasta ha acabado con la mayor parte
de mis viejas amistades por juzgar su conducta con mucha severidad y
sin ocultarlo. Doña Cándida se porta como si siempre fuera el día
del juicio y ella ya tuviera asegurado el cielo.
JUEZ.- Me
temo que sólo hasta que ese día haya llegado podrá usted aclarar
este asunto satisfactoriamente.
DON JOSÉ.- Y
¿mientras, señor?
JUEZ.- Mientras
póngase en manos de otro juez y no omita ningún detalle de los que
me ha dado.
DON JOSÉ.-
Muchas gracias, señor Juez, así lo haré.