10/2/15

El presidente. Enrique Buenaventura .










El presidente

Enrique Buenaventura 

Una celda pequeña, con rejas, un calabozo adentro de otro y este adentro de otro y otros, mayores, proyectados en las pantallas. En escena el presidente y dos Carceleros. El presidente viste saco leva lleno de condecoraciones sobre un traje a rayas de prisionero, lleva cubilete y bastón.

CARCELERO 1: Vamos. Vamos.
PRESIDENTE: Más respeto.
CARCELERO 2: Sinvergüenza.
PRESIDENTE: Soy el presidente.
CARCELERO 1: (Vacila. Mira al 2°.) ¿Será el presidente?
CARCELERO 2: Es el presidente de la S.R.M.
CARCELERO 1: ¿De la qué?
CARCELERO 2: De la Sociedad de Rateros y Mendigos.
CARCELERO 1: (Vacila, mira al Presidente) Pero es el presidente.
CARCELERO 2: Eso sí.
PRESIDENTE: Estamos presos.
CARCELERO 1: Sí.
PRESIDENTE: ¿Por qué?
CARCELERO 1: Órdenes de arriba.
PRESIDENTE: Pero yo soy el presidente.
CARCELERO 1: Sí. (Al carcelero 2°.) Está loco.
CARCELERO 2: No.
CARCELERO 1: Entonces.
CARCELERO 2: Cosas de la obra. No sé si estamos representando la obra que es.
CARCELERO 1: Quién lo sabe entonces?
CARCELERO 2: Nadie.
PRESIDENTE: (Consultando su reloj de bolsillo) ¿A qué horas llega el primer ministro?
CARCELERO 1: (Al 2°.) ¿A qué horas?
CARCELERO 2: Está al llegar.
CARCELERO 1: Pero... ¿la obra es así?
CARCELERO 2: ¿Cómo?
CARCELERO 1: Como la estamos haciendo.
CARCELERO 2: No sé.
CARCELERO 1: ¡Quién diablos lo sabe!
CARCELERO 2: Nadie.
PRESIDENTE: Bien. Arreglen el escritorio.
CARCELERO 1: ¿El escritorio? ¿Debe haber un escritorio?
PRESIDENTE: Comienzo a despachar.
CARCELERO 1: (Al 2°.) ¿Debo poner un escritorio?
CARCELERO 2: Tal vez.
CARCELERO 1: (Señalando una mesa vieja que está en un rincón) ¿Pongo eso?
CARCELERO 2: Sí.
CARCELERO 1: (Trae la mesa, la limpia, trae un banco) Servido, señor Presidente.
PRESIDENTE: (Se sienta, saca de una valija que traía consigo unos papeles, tintero, pluma de ave, luego coloca un almanaque en la pared.) Está lleno de polvo.
CARCELERO 2: Así es. (Pausa)
PRESIDENTE: (Al carcelero 1°.) ¿Dijo usted órdenes de arriba?
CARCELERO 1: Sí.
PRESIDENTE: ¿Hay alguien por encima de mí?
CARCELERO 2: Así parece, Excelencia.
CARCELERO 1: ¿Se le debe decir “excelencia”?
CARCELERO 2: Sí.
CARCELERO 1: ¿Por qué?
CARCELERO 2: Porque es el Presidente.
CARCELERO 1: Pero... ¿estamos representando la obra que es?
CARCELERO 2: No sé.
PRESIDENTE: Voy a hablar con mi abogado. (Alza el auricular y marca un número de doce cifras).
CARCELERO 1: Vive lejos el abogado.
CARCELERO 2: (Contando las cifras) Diez... once... doce...
Lejísimos.
PRESIDENTE: ¿Aló?
CARCELERO 1: ¿No está incomunicado?
CARCELERO 2: Sí.
CARCELERO 1: Y... ¿entonces?
CARCELERO 2: No importa.
PRESIDENTE: Aló, ¿doctor? ¿Es usted? Bien, bien doctor.
El Primer Ministro no ha llegado, pero está al llegar... Sí... sí. La situación es en extremo difícil, ardua y compleja... Lo sé... Lo sé muy bien...
Sí, estoy sereno. ¿Escaparme?
CARCELERO 1: Se va a escapar.
CARCELERO 2: No puede.
CARCELERO 1: No has cerrado la reja.
CARCELERO 2: No puede.
CARCELERO 1: (Mira en torno) Es cierto. No puede.
PRESIDENTE: ¿Usted cree que hay esperanzas? Yo también.
Siempre hay esperanzas. La esperanza es lo último que se pierde.
CARCELERO 1: ¿Esperanza de salir?
CARCELERO 2: Sí.
CARCELERO 1: Tú, ¿tienes, todavía, alguna esperanza?
CARCELERO 2: Yo no. ¿Y tú?
CARCELERO 1: Yo menos.
PRESIDENTE: Es lo que yo digo, mi estimado doctor.
Todo se arreglará, voy a proceder inmediatamente. Gracias. Perfectamente.
(Cuelga. A los Carceleros) Estimados colaboradores, todo es cuestión de autoridad.
Señorita, haga el favor de escribir: He decidido hacer uso de mi autoridad.
(Una máquina de escribir teclea entre cajas. El presidente se pasea, continúa dictando sin emitir sonido alguno. Poco a poco el número de máquinas, entre cajas, crece).
CARCELERO 1: (Al 2°) ¿Será el presidente?
CARCELERO 2: Parece... Es mejor que te vistas.
CARCELERO 1: Pero... ¿estamos representando la obra que es?
CARCELERO 2: Creo que sí. Vístete.
CARCELERO 1: Tú, ¿no te vistes?
CARCELERO 2: Después.
(El teclear de las máquinas es cada vez más fuerte. El Carcelero 1° le dice al 2° cosas que no se oyen debido a las máquinas y sale. El presidente se detiene. Deja de dictar. Las máquinas dejan de teclear. El presidente saluda con saludo militar y un tambor redobla entre cajas. Baja el brazo enérgicamente y el tambor se detiene. Luego avanza hacia el Carcelero).
PRESIDENTE: He impuesto mi autoridad.
CARCELERO 2: Hermoso espectáculo, Excelencia.
PRESIDENTE: Ahora debo salir.
CARCELERO 2: Imposible, Excelencia.
PRESIDENTE: (Saliendo de la celda) ¿Por qué?
CARCELERO 1: (Se encoge de hombros. Abarca con un gesto la escena)
Es inútil. (En voz baja). Órdenes de arriba.
PRESIDENTE: (Mira en derredor. Pausa larga).
Pero que quede entre nosotros.
Que no lo sepa nadie. (Entra en la celda).
CARCELERO 2:
Por supuesto, Excelencia.
(Entra el Carcelero 1° vestido como un mariscal tropical, pero descalzo).
CARCELERO 1: ¿Estoy bien?
CARCELERO 2: Muy bien.
CARCELERO 1: Pero, con tanta cosa, no puedo rascarme.
CARCELERO 2: Un edecán militar no se rasca.
CARCELERO 1: ¿Cómo hacen?
CARCELERO 2: Se aguantan. Eso es disciplina. ¿Cómo es la palabra? Proto... protocolo.
CARCELERO 1: Yo no puedo. Tengo que rascarme.
CARCELERO 2: Voy a vestirme. (Sale)
CARCELERO 1: (En voz alta. al presidente) Soy el edecán militar.
PRESIDENTE: Manténgase a distancia.
CARCELERO 1: ¿Por qué?
PRESIDENTE: Deseo salvaguardar la democracia. Ustedes siempre aprovechan los momentos difíciles. Yo sé que usted está listo a dar el golpe.
CARCELERO 1: No es justo. No tengo intención de golpearlo. Al de la celda número 14 hay que golpearlo todo el día, pero a usted no.
PRESIDENTE: Nada de conspiraciones.
CARCELERO 1: No entiendo.
PRESIDENTE: No se haga el bobo. Ustedes se hacen siempre los bobos. (Pausa). Como si no lo fueran.
CARCELERO 1: Mire, francamente no le entiendo. El que sabe bien la obra es mi compañero. Es mejor esperarlo para seguir este diálogo. (Pausa) Se está vistiendo. (Pausa) ¿Le gusta mi uniforme?
PRESIDENTE: No es muy original.
CARCELERO 1: Es de otra obra. (Pausa) No había más. (Pausa) Pero mirándolo como un uniforme, sin pensar en la obra, ¿qué le parece?
PRESIDENTE: (Se quita los zapatos, se rasca entre los dedos de los pies,
huele su mano, coloca los pies descalzos sobre la mesa). Horrible.
CARCELERO 1: (Casi llorando) No había más. (Entran el Carcelero 2° y el primer Ministro. El primer Ministro está vestido igual que el Presidente y el Carcelero 2° está vestido de embajador).
PRIMER MINISTRO: Imbécil.
PRESIDENTE: (Preocupado) Cállate.
PRIMER MINISTRO: Estúpido. Cretino. (Pausa. Lo mira fijamente) Hijo de puta.
CARCELERO 1: (Al 2°) ¿Quién es?
CARCELERO 2: El primer Ministro.
CARCELERO 1: No usan lenguaje diplomático.
CARCELERO 2: En estas ocasiones no lo usan.
PRIMER MINISTRO: No entenderás nunca. Diez años. Diez años perdidos.
PRESIDENTE: Hablé con el abogado. Todo irá bien.
PRIMER MINISTRO: Todo irá bien. Hace cincuenta años que oigo eso y todo va, cada vez peor.
PRESIDENTE: Acabo de hablar con el abogado.
PRIMER MINISTRO: Eso no arregla nada. La mejor banda del país.
PRESIDENTE: Yo en tu lugar no hablaría tan abiertamente. (Pausa) Las paredes oyen.
PRIMER MINISTRO: Ahora eres prudente, ahora me importa un pito. Había logrado organizar un truco perfecto. Un mendigo trabajaba con un ratero. El mendigo conmovía al cliente, lo conmovía hasta localizar la cartera y entonces, el pequeño ratero (se trataba de menores de edad) entraba en acción.
CARCELERO 1: Así que no es el presidente.
CARCELERO 2: Cállate.
CARCELERO 1: Y entonces yo para qué mierda me he vestido así.
CARCELERO 2: Déjame oír, es un truco nuevo.
CARCELERO 1: Con esto no puedo rascarme.
CARCELERO 2: Extraordinario.
CARCELERO 1: Son piojos... O.. a lo mejor son chinches... las tablas del catre.
(Entra el abogado)
ABOGADO: Buenas...
PRESIDENTE: Ah, siquiera llegó usted, doctor... trataba, de explicarle a...
PRIMER MINISTRO: No hay explicación... O, mejor dicho, siempre hay una explicación... Pero yo he perdido la mejor banda del país y me quedo con una explicación.
¿Qué es una explicación? (Sopla sobre las manos) Nada.
PRESIDENTE: Una banda siempre se pude reconstruir.
PRIMER MINISTRO: No como era. (Al abogado) Usted me aconsejó que pusiéramos a éste de presidente. (Al presidente)
¿Quién diablos te dijo que tomaras decisiones?
PRESIDENTE: ¿No soy presidente?
PRIMER MINISTRO: ¿Y eso te autoriza a tomar decisiones?
PRESIDENTE: Supongo que sí.
PRIMER MINISTRO: Imbécil.
ABOGADO: Calma.
PRIMER MINISTRO: Decisión. Decisiones.
PRESIDENTE: ¿Para qué un presidente entonces?
PRIMER MINISTRO: Para guardar las apariencias. Y tú, lo sabías.
PRESIDENTE: (Lastimero) No lo sabía.
ABOGADO: Bien, bien. No tiene importancia.
Hay que mantener la moral alta o pereceremos. Cordura. Cabeza fría.
Debemos ser dignos de nuestro papel de dirigentes. Si esto no se arregla bien no son nuestros privilegios los que están en juego Mejor dicho no sólo nuestros privilegios, sino nuestras vidas. Nos linchan. La gente no aguanta más. Solo veo una solución... (Al primer ministro) Y depende de usted.
PRIMER MINISTRO: Como siempre.
ABOGADO: ¡Está de por medio el porvenir!
PRIMER MINISTRO: Conozco el estribillo. Guarde esas cosas para el pueblo, en la campaña electoral, conmigo eso no funciona.
ABOGADO: Es el deber.
PRIMER MINISTRO: ¿El deber? Ustedes son todos iguales. Hable claro.
ABOGADO: Momentáneamente es usted quien debe sacrificarse.
PRIMER MINISTRO: ¿Yo?
ABOGADO: Cuestión de publicidad. Usted no entiende. No se puede sacrificar al presidente.
PRIMER MINISTRO: No estoy dispuesto a seguir sacrificándome.
Cada vez que otros cometen errores yo tengo que arreglármelas. (Al presidente) ¿Usted, no sabe que las verdaderas órdenes vienen de arriba? ¿Y si lo sabe para qué se puso a dar órdenes sin pedir permiso?
ABOGADO: Considerando que usted es el más capaz...
PRIMER MINISTRO: El mismo cuento...
ABOGADO: Algo así como la eminencia gris...
PRIMER MINISTRO: No me vendrá a decir que tiene la misma
solución de siempre.
ABOGADO: No hay otra. Todas nuestras soluciones se reducen a una.
PRIMER MINISTRO: Reunir todas las culpas en una sola persona.
ABOGADO: Sí.
PRIMER MINISTRO: El chivo expiatorio.
ABOGADO: Sí.
CARCELERO 1: Yo me voy a cambiar otra vez. Son delincuentes comunes.
CARCELERO 2: Pero... ¿estaremos representando la obra que es?
CARCELERO 1: Si no lo sabes tú... Con este vestido, definitivamente no puedo rascarme.
CARCELERO 2: Deberíamos esperar a que se definan las cosas.
Todo está muy confuso.
CARCELERO 1: Para mí está claro. No merecen el sacrificio que estoy haciendo.
CARCELERO 2: ¿Cuál?
CARCELERO 1: El de no rascarme. (Desesperado se empieza a desvestir y a rascar. Sale.)        
CARCELERO 2: (Gritándole) Para ti las cosas son blancas o negras. No hay grises. Y casi todo es gris.
(Grita más alto) Para ti sólo hay blanco y negro.
CARCELERO 1:
(Gritando entre cajas) También hay piojos y chinches y pulgas.
PRIMER MINISTRO: Pero... yo puedo probar que la culpa no es mía.
PRESIDENTE: Yo también.
ABOGADO: Eso es claro. Tenemos todas las culpas y todas las disculpas, todos los delitos y todas las inocencias. (Se quita el cubilete, lo muestra como un mago de feria. Está vacío. Luego empieza a sacar del cubilete rollos de papel lacrados y atados con cintas de distintos colores).Una sentencia. Una prueba. Una culpabilidad. Una inocencia. Muchos crímenes.
El olvido. (Saca un rollo negro). Lo definitivo. (Saca un rollo de papel Toilette) Pero ahora queridos amigos, necesitamos que la culpa invisible, esa culpa que merodea como un fantasma, se haga visible, se concrete, se plasme, se personalice.
PRIMER MINISTRO: En mí.
ABOGADO: En alguien muy importante, en alguien que atraiga
todas las miradas, toda la atención.
PRIMER MINISTRO: Entonces en él. (Señala al presidente)
ABOGADO: Pero... sin socavar los cimientos de las instituciones.
PRIMER MINISTRO: Entonces, en mí...
ABOGADO: Sí.
PRIMER MINISTRO: Yo, yo debo aceptarlo.
ABOGADO: Sí.
PRIMER MINISTRO: Luego salgo libre y echo la culpa sobre él... que ya
no será presidente...
ABOGADO: Exacto.
PRESIDENTE: Y yo después la echo sobre él.
ABOGADO: Muy legal.
PRIMER MINISTRO: Después la culpa vuelve a ser invisible.
ABOGADO:   ¡Veo que conocen el código!
PRIMER MINISTRO: Nosotros también somos abogados.
PRESIDENTE: Habría que inventar otro procedimiento.
Ese es muy viejo. La gente empieza a desconfiar.
ABOGADO: No hay tiempo. Si no andamos rápido nos linchan.
De todos modos la causa está perdida, pero nosotros Podemos salvarnos. ¡Qué linchen a los que vengan después! La humanidad, amigos míos es una gigantesca máquina de linchar. El árbol del género humano es también el árbol de la horca.
CARCELERO 1: (Entrando vestido de Carcelero, al 2°). ¿No te has cambiado?
CARCELERO 2: No.
CARCELERO 1: ¿Por qué?
CARCELERO 2: Esto se ha puesto muy interesante.
CARCELERO 1: Has logrado entender algo.
CARCELERO 2: Sí.
CARCELERO 1: Entonces... ¿qué debemos hacer?
CARCELERO 2: No sé.
CARCELERO 1: Si uno entiende debe hacer algo.
CARCELERO 2: A veces no puede.
CARCELERO 1: Cámbiate por lo menos.
CARCELERO 2: No.
CARCELERO 1: ¿Por qué?
CARCELERO 2: Yo me quedo así y tú te quedas como estás.
CARCELERO 1: (Más alto) ¿Por qué?
CARCELERO 2: Por las dudas. (Pausa, en voz más baja) Por si las moscas.
CARCELERO 1: ¿Al fin averiguaste si estamos representando la obra que es?
CARCELERO 2: No.
CARCELERO 1: Pero a estas horas el público se habrá dado cuenta.
CARCELERO 2: Creo que no. Voy a apagar las luces. (Sale. El Carcelero 1° se encoge de hombros,el 2° apaga las luces).
–OSCURO–
* Enrique Buenaventura. Este Acto de Los papeles del infierno fue estrenado por el Teatro Experimental de Cali –TEC–en 1968. Luego se fue transformando, como es costumbre en nuestra forma colectiva de encarar la creación teatral, y junto con “La audiencia”, otro texto de Los papeles del infierno, se convirtió en una obra nueva, “La gran farsa de las equivocaciones”, que se estrenó en el Teatro Experimental de Cali en 1984. Fue publicada, junto con “El sueño” en Cuadernos escénicos de Casa de América, Madrid, 6 de junio 2005.

LA ORGÍA. ENRIQUE BUENAVENTURA.





















LA ORGÍA

ENRIQUE BUENAVENTURA



(Sentada en un viejísimo sillón ante un espejo, la vieja se acicala. A los dos lados del sillón, dos montones de ropa que fue fina y elegante años atrás.)

VIEJA.— ¡Yo que sé dónde la escondiste! ¡Siempre la escondes en los sitios más raros y me acusas a mí de habértela robado! ¡Siempre la misma cosa! ¡Dios nuestro señor que está allá y nos ve sabe que no te robo la plata! ¡quién sabe dónde la metiste avaro! ¡Te come la avaricia!
(Pausa. Vuelve a acicalarse. Su hijo, el mudo, gruñe furioso, busca por todas partes, se dirige al público y acusa a su madre de robarle lo que el gana lustrando zapatos.)
Además, si utilizo algunos de esos centavos no los robo. Tengo derecho a ello porque lo he engendrado y parido y criado y sostenido por completo. Soy su madre. (El mudo se vuelve hacia ella y le reclama de nuevo el dinero) Lo que pasa es que estás celoso.
¡Estás celoso! Celos... celos, te comen los celos. ¿Cuánto hace? ¡Ay, deja eso del dinero!
¡Óyeme! ¡que va a oír!, es sordo como una tapia ¡Dios me castigó con esta carga! ¿Cuánto hace? Treinta... cuarenta arios. ¿Cuarenta y cinco? Cuarenta y siete tal vez... Tú estabas igualito, naciste así. (El mudo le hace señas de que le robó treinta y cinco pesos). ¿Treinta y cinco? ¡No es cierto! Te saqué veinte infelices pesos para la orgía de los treinta. Veinte miserables pesos. ¡Mentiroso! Ahora va a decir que es él el que me sostiene. Si no fuera por la generosidad de ellos, sí, sí, de esos que odias, de esos que te dan celos, me moriría en esta mazmorra.
(Pausa. Vuelve a acicalarse. El mudo gruñe con una rabia impotente, le hace señas de que la mataría, que le torcería el pescuezo). Serías capaz. Serías capaz. (Pausa. Sigue acicalándose,
peinando pomposamente sus grises cabellos.)
¿Cuánto hace? ¿Cincuenta años tal vez: ¿Cincuenta ya? No te robé treinta y cinco, tomé veinte para la orgía de los treinta. Hoy toca orgía. Y no me digas nada. Hablas mucho.
(Pausa) Que va a hablar. Es mudo como una piedra (Pausa) Tu padre, míralo. (El mudo sonríe beatífico. Tiene veneración por el padre. Contempla el retrato. Su rabia se evapora.) .
Era el hombre más hablador del mundo. Cómo se le movía el bigote.., Todavía se le mueve, me parece. (El mudo gruñe) Hasta de él tienes celos... ¿Cuánto hace? Pongamos cuarenta justos. (Hace un verdadero streep tease mientras habla. Se cambia de vestidos viejísimos a punto de deshacerse) El príncipe heredero me besó la mano en el tren, en Argentina. A ver, a ver, ayúdame. Hazlo por tu padre ¡El adoraba esta historia! (Lo acaricia, lo aplaca y lo convence) Estás allí. Vamos en el tren (El mudo sonríe, le gusta el tren. Lo imita.) Por la ventanilla se ve la Pampa ¡Toda la Pampa! El príncipe heredero hace su primer viaje a suramérica. Viene en mi recámara. Enderézate. ¡El príncipe heredero parecía haberse tragado un paraguas! ¡Junta los talones! El príncipe heredero parecía que llevara una alverja entre las nalgas. (Le quita la mano que el mudo torpemente trata de besar. El mudo se agarra desesperadamente a la mano y lucha por besarla) ¡Quita! ¡Quita imbécil! ¡Ahora vienes con zalamerías! ¡Avaro! (El mudo se enfurece. Agarra una olla que está en una mesa, al fondo). La comida. Deja allí la comida de la orgía; la compré con mi dinero. Con mi dinero, mío ¡Ay Dios mío! Dios mío ¿por qué me diste este castigo? Con él pago mis culpas, señor, ¡Mea culpa! ¡Mea culpa! ¡Mea putísimas culpas! (El mudo deja la olla y se le acerca. Se arrodilla junto a ella. Entre gruñidos tiernos. Coloca la cabeza en la falda de ella, empuja como si quisiera volver al vientre. Ella lo acaricia. Sonríe.) Quisieras volver a entrar allí. ¿no?
Te gustaría arrodillarte otra vez aquí dentro. (Se toca el vientre) Y cuando estabas allí pataleabas por salir. Así son los hombres. Se pasan nueve meses luchando por salir y toda una vida luchando por entrar (Ríe, ríe hasta las lágrimas) Bueno, bueno, tranquilízate. No me abraces tan fuerte que se me despierta el diablo. En lugar de tanto amor debías ser más generoso. Levántate. No gruñas. Tienes que ir donde Jacobo, donde Pedro, donde...
No refunfuñes ni gruñas. Nada de celos. Ya no hay nadie, querido mío. Ya no tengo diablo.
Mi pobre diablo está requeteviejo y dormido. Solo oigo, de vez en cuando, sus estertores. Y los diablos de ellos están dormidos también. Pedro, Juan, Jacobo, Antonio y los muertos, que en paz descansen. Ya no hay nada de lo que tú mirabas por las rendijas ¡Ah, pícaro! Te gustaba mirar a tu madre. Te gustaba ver esas cosas, ¿no es cierto? Ya sé que los odias, pero tienes que ir donde ellos y sacarles el dinero. Como tú eres tan avaro. Tengo que mendigar la ayuda de ellos. Yo también soy una mendiga ¡Como mis mendigos! Como mis mendigos de la orgía de los treinta. Los que tú odias. (El mudo le hace señas de que se gasta el dinero con esos asquerosos. Los escupe, escupiendo hacia el público) Es mi dinero, me lo gané yo, me lo gané yo cuando era yo y me lo sigo ganando como recuerdo. (El hace señas de que no es cierto, de que todo se lo roba a él. Se gira los bolsillos al revés para indicarle lo que ella hace).
Eres un avaro, un maldito avaro. Sí, gasto el dinero con los mendigos, me divierto con los mendigos. Tengo derecho a. divertirme. Vete, vete a buscar el dinero. A lustrar todos los zapatos del mundo. Vergüenza de tu madre, vete (Lo amenaza con la escoba. El mudo escapa tiendo y jugando con ella) (La vieja se sienta cansada en su viejísimo sillón. Pausa)
¿Jacobo, eres tú? El príncipe heredero del trono de Inglaterra, en la época de la primera guerra, hizo su primer viaje a Suramérica. Y el último ¿cómo quieres que venga a esta horrible Suramérica de hoy? Íbamos en el mismo tren... Yo tenía un vagón, todo para mí... por las ventanas se ve la Pampa... el tren... poco dinero, pocos pesos, poco dinero, pocos pesos. (Acelera hasta el paroxismo) Pero eso costaba... (Empieza rápido va terminando lentamente hasta la relajación completa)... Mucho dinero, muchos mucho dinero, muchos pesos. Shshshshslishshshshshsh... (Como si la motora soltara el vapor).
MENDIGO 1.—Alabado sea Dios.
VIEJA.—¿Llegaste? ¿Dónde estabas sarnoso?
MENDIGO 1.—No estoy bien... el pecho...
(Tose, escupe en un trapo ensangrentado)
VIEJA.—Déjate de darte ínfulas. No tienes derecho a contraer enfermedades tan delicadas.
En mi tiempo era una enfermedad distinguida. Ahora hay mucha igualdad.
MENDIGO 1.—Si por lo menos comiera en estas orgías de los treinta, me iría mejor. Por lo menos una vez al mes.
VIEJA.—Se trata de una velada espiritual. De un recuerdo. No permitiré que la manche el materialismo de estos tiempos.
MENDIGO 1.—Hoy cobro un peso con treinta.
VIEJA.—¿Por qué?
MENDIGO 1.—Vivo más lejos, tengo que tomar el autobús.
VIEJA.—Jacobo iba en coche. Berlina inglesa.
MENDIGO 1.—¿Quién?
VIEJA.—Vístete (El flaquísimo mendigo se desnuda. Tirita. Escoge en uno de los montones de ropa una vieja camisa de pechera con boleros y se la pone. Tose) No vayas a ensuciar la ropa
de Jacobo. (El mendigo se pone una chaqueta comida por la polilla. Los pantalones. Todo le queda grande. Se pone el sombrero. No le entran los guantes. Tiene los dedos torcidos por la artritis) Jacobo, te has empequeñecido... Ah querido, acércame la silla. Recoge esa cortina, que no veo bien... Pásame los binóculos... Por Dios, viejo sarnoso. ¡Métete los guantes por el trasero, pero no les des la vuelta... me vas a marear!
MENDIGO 1.—No entran.
VIEJA.—No hables.
MENDIGO 1.—(Con rabia) ¡Pero es que no me entran!
VIEJA.—Cállate.
MENDIGO 1.—No me grite (Tira los guantes)
VIEJA.—¿Quieres irte sin orgía ? ¿quieres perder tu limosna? (Grita)
MENDIGO 1.—(Humilladísimo) No, no señora,
VIEJA.— ¡Recoge los guantes! (El mendigo recoge los guantes, lo ataca la tos) ¡no tosas! (El mendigo como puede contiene la tos)
MENDIGO 1.Qué... (Le vuelve la tos, se contiene) Tengo tos.
VIEJA.—Aguántate.
MENDIGO 1.—(Recalcando) Ten-go-tu-ber-cu-lo-sis.
VIEJA.—No hables de eso. (Pausa breve) Empieza. Estoy impaciente. (Pausa) Mientras llegan los otros.
MENDIGO 1.—¿Que empiece?
VIEJA.—Empieza:
MENDIGO 1.—(Se inclina ceremonioso) Que bella está usted, María Cristina. (Le ataca la risa y se ríe a hurtadillas)
VIEJA.—No vaya a toser.
MENDIGO 1.—Oiga como me suena el pecho (Le suena el pecho)
VIEJA.—Querido Jacobo, acércame la silla. Recoge esa cortina que no veo bien. Dame los binóculos. (Mirando al público con unos destartalados binóculos que le pasa el mendigo). allí están. Cada uno con su vidita privada bien cerrada con llave... Han venido a No ver. No quieren ver. Por eso vienen. Si vieran se asustarían. ¿Estarán muertos? No. Allá hay uno que se mueve. Es fulano de tal, lo mantiene fulana de tal, que es amante de tal por cual. Mira esa. (Le murmura infinidad de cosas al oído al mendigo. Los dos ríen.) Mira la otra. (Le pasa los binóculos. El mendigo mira. Le devuelve los binóculos y le dice una sarta de cosas al oído. Tantas que se ahoga y tose) Viejo puerco de mierda, ¡Tose para otro lado! (Mira con los binóculos) y aquél, ¡aquél! ¡Oh aquél! (Le dice cosas al oído al mendigo. Los dos empiezan a reír cada vez más alto. El mendigo señala a alguien en el público y ríen violentamente. De pronto la vieja corta la risa y le baja el brazo al mendigo) No señales, se dan cuenta. (Le hace señas al mendigo para que le oiga un secreto. Este se inclina. Oye el secreto. Asiente con la cabeza. Mira con los binóculos y le dice cosas a ella al oído. El juego se acelera. Se pasan los binóculos a toda velocidad y se dicen cosas atropelladas. Entra el mendigo dos)
MENDIGO 2.—Buenas.
VIEJA.—No interrumpas. Estamos en el teatro. (El mendigo 2 finge interesarse. Mira al público)
MENDIGO 2.—¿Qué están representando?
VIEJA.—La vida de ellos. (Señala al público)
MENDIGO 2.—¿Y qué tal?
VIEJA.—Aburrida. Vístete. Hoy te toca de Pedro.
MENDIGO 2.—Desde hoy cobro uno con cincuenta por las orgías de los treinta.
VIEJA. —(Al mendigo 1) Qué espectáculo tan divertido.
VIEJA. —El más divertido del mundo! Mira. (Reinician el juego, pero más lento) Ay, Jacobo,
los chismes me excitan tanto. (El mendigo uno le dice un largo chisme al oído. Entretanto, el mendigo dos se desviste. Lleva bajo los harapos un viejo vestido a rayas de prisionero. Se pone encima un amplio abrigo de terciopelo y en la cabeza un sombrero de copa deformado.   El mendigo uno sigue en su chisme larguísimo) ¿ese? (Ella señala. El mendigo uno le mueve la mano) Ah, ¿Ese? (Le mueve la mano. La vieja se levanta) Ah, ah, ese, ese. (Le mueve la mano. Los dos avanzan al proscenio) Ah, ese. (Le mueve la mano. Avanzan más)¿Esta, entonces? (Le mueve la mano. Llegan al borde del proscenio) Esta. (Recoge la vieja su mano como si le hubieran quemado el dedo) Estamos señalando. ¿Crees que se han dado cuenta? ¿No?
(Contempla al público con ternura) No se han dado cuenta, son tan inocentes...
MENDIGO 2.—He dicho que de ahora en adelante cobro uno con cincuenta por cada orgía de los treinta.
VIEJA. — (Al mendigo 1) Lávate esa boca alguna vez viejo sarnoso. Es una verdadera sepultura. (Al mendigo) No han llegado los otros.
MENDIGO 2.—Si no estás dispuesta a pagarlos, entonces me desvisto. (Hace amago de desvestirse)
MENDIGO 1.—Es muy caro señora, está abusando.
VIEJA.—Recua de zánganos. Manada de asquerosos vagabundos. Siempre tengo que esperarlos.
MENDIGO 2.—Entonces, me desvisto (Se quita el abrigo)
VIEJA.—Asqueroso, desagradecido. ¿Quién te sacó de la cárcel? ¿A quién le debes la libertad? ¿Cuánto vale la libertad?
MENDIGO 2.—Vivo muy lejos, llego aquí sin aliento... y después...
VIEJA.—Y después ¿qué?
MENDIGO 2.—Y después se come peor en cada orgía...
VIEJA.—¿No pueden pensar más que en comer? ¿Comer es todo para ustedes? ¿El espíritu no cuenta para ustedes? Por eso estamos en este país como estamos. Porque no se piensa sino en comer.
MENDIGO 1.—Es cierto, señora. (Al mendigo dos) No piensas en otra cosa.
MENDIGO 2.—Es que sufro del estómago. 
MENDIGO 1.—Es un materialista, señora. (Al mendigo dos) Yo estoy pidiendo uno con treinta y tengo que tomar el autobús.
MENDIGO 2.—(Acercándosele) Infeliz. ¿Quieres que cuente otras cosas tuyas?
MENDIGO 1.—Señora, estamos en el teatro (Mira al público con el binóculo)
MENDIGO 2.—Hipócrita.
VIEJA.—Bueno, resolvamos esas bajezas. Subo de un peso a uno con veinte la limosna de las orgías de los treinta, pero ni un centavo más.
MENDIGO 1.—E1 autobús cuesta treinta y va a subir a cuarenta.
VIEJA.—Uno con veinte, nada más.
MENDIGO 2.—Eso es explotación.
MENDIGO 1.—(Al mendigo 2) Lo arruinaste todo. Yo había logrado ya mi uno con treinta.
VIEJA.—Si no les gusta, cambio de pordioseros. Están así. (Junta y separa las puntas de los dedos de la mano derecha) Pululan.
MENDIGO 2.—Pura explotación.
VIEJA.—Y los otros no llegan.
MENDIGO 2.—Si todos nos ponemos de acuerdo...
VIEJA.—Todos saben que es el treinta de cada mes. El treinta. Todos los meses tienen 30...
MENDIGO 1.—Nos hubiéramos puesto de acuerdo antes.
El único que no tiene treinta es Agosto, que tiene treinta y uno.
MENDIGO 2.—Y cada vez nos da menos comida. ¿Qué hace con lo que sobra? ¿Por qué no reparte toda la comida?
VIEJA.—A nadie se le puede olvidar el treinta
MENDIGO 1.—Está más loca cada treinta.
VIEJA.—Son treinta miserables mendigos.
MENDIGO 2.—Es un plato de trigo...
MENDIGO 1.—Comen treinta tigres.
MENDIGO 2.—Trigo (Ríen)
VIEJA.—Todos los treinta
MENDIG0.—(Siguiendo la burla) Hoy es veintinueve. El mes no tiene sino 29 días.
VIEJA.—¿Y qué hace con el treinta? (Los mendigos se encogen de hombros) En otros países donde yo he estado, Argentina, inclusive, todos los meses tienen treinta, pero como este país es un país de ladrones, algunos meses roban el treinta.
MENDIGO 2.—Hoy se robaron el treinta.
MENDIGO 1.—Y estamos a veintinueve.
VIEJA.—No vendrán todos.
MENDIGO 2.—Mejor, comeremos más nosotros.
MENDIGO 1.—Podríamos ir destapando la olla.
VIEJA.—Jacobo, recuerda que tu eres de poco comer.
MENDIGO 1.—¿Quién?
VIEJA.—Tú.
MENDIGO 1.—¿Yo?
MENDIGO 1.—No sabía.
VIEJA.—Hoy haces de Jacobo era de poco comer. Era un caballero.
MENDIGO 1.—Caballero de poco comer... Que desperdicio.
VIEJA.—Pongan la mesa. (Los mendigos se precipitan y traen la olla) Dije la mesa, no dije la olla. Vuelvan a poner la olla en su lugar.
MENDIGO 1.—Pero señora...
MENDIGO 2.—No he probado bocado desde ayer.
VIEJA.—Dije la mesa.
MENDIGO 1.—Tenga caridad.
MENDIGO 2.—Baje un momentico a la tierra, maldita sea.
MENDIGO 1.—Un mendrugo para un infeliz. (Destapa la olla)
VIEJA.—Tapa la olla.
MENDIGO 2.—(Mete la mano y saca algo, se lo mete a la boca rápidamente)
VIEJA.—Puerco atrevido.
MENDIGO 2.—(Con la boca llena) Mumm... mumm... Ummmm. (Le hace serias de que tiene hambre)
VIEJA.--Ladrón. Ladrón. (Lo persigue con un palo. El mendigo uno mete a su vez la mano en la olla y se llena la boca. La vieja tira el palo. Va a la mesa, toma un cuchillo y se planta junto a la olla) Al que se acerque le rompo el alma.
MENDIGO 1.—Mi alma es muy débil, señora.
MENDIGO 2.—Yo me comí la mía hace tiempo.
MENDIGO 1.—No es para tanto señora... recuerde que yo soy Jacobo (Se arregla la vestimenta)
MENDIGO 2.—Y yo Pedro (Hace lo mismo)
¿Qué tal era Pedro para la Muela señora? 
VIEJA.—(Siguiendo el juego) Era mellado.
MENDIGO 2.—Como yo, pero tengo unas encías como piedras de moler. 
VIEJA.—(Guardándose el cuchillo en el cinto)
Arreglen las flores. (Traen un florero con viejísimas flores de papel. La vieja vuelve al juego.)
Me las mandó esta mañana el Coronel Pardo. ¿No son hermosas? Huélanlas.
MENDIGO 2.—(Siguiendo la broma) Qué perfume
VIEJA.—(Al mendigo segundo) Huela usted caballero.
MENDIGO 2.—Rosas.
VIEJA.—Son fucsias.
MENDIGO 2.—Qué digo, fucsias.
VIEJA.—(Recordando alelada) El Coronel Pardo siempre me mandaba fucsias. (Entra el mendigo 3) ¡Coronel! (Le tiembla la mano, el mendigo vacila un instante, los otros dos mendigos se desternillan de risa, el mendigo 3 le besa la mano. La vieja se retira con disgusto.) ¿Por qué llega tan tarde? Mocho de Mierda; vístase rápido. Póngase el uniforme.
Hoy hace de Coronel Pardo. El Uniforme de gala. (El mendigo 3 empieza a buscar en el montón de ropa). Llegó el orden. El orden y la disciplina perderán la limosna y las orgías del treinta de cada mes.
MENDIGO 1.—Pero cada treinta comemos menos.
MENDIGO 2.—El mes pasado sobró mucho.
VIEJA.—Siempre tiene que sobrar.
MENDIGO 1.—¿Por qué?
VIEJA.—Porque abunda.
MENDIGO 2.—¿Y qué hace con las sobras?
VIEJA.—Las tiro, las arrojo... así
MENDIGO 1.—¿Donde las tira?
VIEJA.—Jacobo.
MENDIGO.— ¡Qué Jacobo! Quiero las sobras.
VIEJA.—Silencio viejo asqueroso. Si vuelves a empezar se termina todo y no pisas más esta casa. Coronel, le tengo muchas quejas de estos tipos.
MENDIGO 3.—Debía echarlo señora, es un grosero.
MENDIGO 2.     O no admitirlo en las orgías de los treinta. Para las orgías el personal debe ser escogido.
MENDIGO 1.— Hijo de perra. (Tira los guantes)
VIEJA.— Silencio. Recoge los guantes Jacobo. ¿Está listo, Coronel?
MENDIGO 3.—Si señora, pero le quería decir...
VIEJA.—No, no, no, no, nos lo vaya a contar otra vez.
MENDIGO 3.—Que las orgías.
VIEJO.—No nos vaya a contar otra vez...
MENDIGO 3.—Son muy baratas, mejor dicho señora...
MENDIGO 3.—Mejor dicho señora, un peso es muy poco por una orgía... yo estaba pensando...
VIEJA.—No queremos saber cómo perdió la pierna en la guerra de los mil días... Hay tantas versiones. Pero es la diezmilésima vez que lo cuenta, coronel... ¿Cómo fue?
MENDIGO 3.—No es que yo quiera dármelas de nada, pero yo tengo una cosa muy buena para las orgías señora. A mí me falta una pierna. Esa es una cualidad que no tienen todos.
VIEJA.—Su pierna. Su preciosísima pierna que está en el altar de la patria. Allí está tendida.
Entre ideales (Pausa breve) Podrida, hedionda, llena de gusanos; es un asco.
MENDIGO 3.—(Gritando) No señora. Es una cualidad. Es algo único. Si no me paga dos pesos por orgía mi pierna no funciona. (Pausa Hay un difícil silencio)
MENDIGO 1.—Subió a uno veinte. No habrá un centavo más.
MENDIGO 2. — Nos sube a todos o a ninguno.
MENTAGO 3.—Ustedes tienen las dos piernas.
VIEJA.—Se terminó. Pueden irse. Esta es una orgía del arte y del recuerdo, no del comercio.
Hagan lo que quieran. Puedo conseguir otros pordioseros, tengo muchas solicitudes. Están ahí (Repite el gesto de los dedos) Pululan. (Los mendigos hablan entre ellos. Pausa).
MENDIGO 3.(Cuadrándose) ¡Señora! Estoy listo.
VIEJA.—Su pierna, su cansadísima pierna. ¿Cómo fue que empezó a andar sola?
MENDIGO 3.—Yo iba a la cabeza de los liberales. Llevaba la bandera roja ondeando, ondeando.
VIEJA.—Flameando, se dice flameando.
MENDIGO 3.—Flameando.
MENDIGO 3.—Allí adelante estaban los desgraciados conservadores...
MENDIGO 2.—No empieces a hablar mal de los conservadores: no lo permito señora.
Siempre se aprovecha de las orgías de los treinta para hacer política.
MENDIGO 3.—Los desgraciados de los conservadores: los godos infelices...
MENDIGO 2.—No le permito señora. No le permito. ¿Quieres perder la otra pierna? (El mendigo uno se desternilla de risa) ¿Quieres perder la otra pierna? (Saca una navaja, oprime el botón y la navaja se abre) ¿Quieres tener al otro lado otro palo lleno de gorgojo? (El mendigo 3 saca una puñaleta de la muleta)
VIEJA.—Adoro las batallas políticas. (Al mendigo 1) Jacobo, ¿tú que eres?
MENDIGO 1.—(Cortando la risa y santiguándose) Cristiano.
(Entra la enana)
ENANA.—Ujujuum: Viva yo. (Pausa. Silencio. La enana observa la escena) ¿Ya empezó la orgía? (Los dos mendigos guardan lentamente sus armas. La enana se vuelve hacia la vieja)
Me retrasé porque hoy no es treinta. Es veintinueve. Pero esta mañana en la iglesia pregunté y me dijeron que era fin de mes. Pero no es treinta, dije. Es ario bisiesto, me dijeron, Y entonces vine.
VIEJA.—Ahora, mi historia.
MENDIGO 2.—Contada mil veces
MENDIGO 1.—Usted iba en el tren.
VIEJA.—(Arrobada) Sí.
MENDIGO 2.—Por la ventanilla se veía la Pampa.
VIEJA.—Sí. (Pausa). Se ve.
MENDIGO 1.—Allá en la Pampa (Señala al público). Todavía no ha amanecido, está oscuro.
ENANA.—¿Me visto?
VIEJA.—Sí.
ENANA.—¿De qué?
VIEJA.—De cualquier cosa. De Obispo... si quieres.
ENANA.— ¡Eso, de obispo! (Empieza a vestirse)
MENDIGO 3.—El príncipe heredero del de Inglaterra...
MENDIGO 1.—Que hacía en su primera último viaje por Suramérica.
MENDIGO 2.—Iba en el tren.
VIEJA.—Poco dinero, pocos pesos, poco dinero, pocos pesos...
MENDIGO 3.—Usted tenía un vagónlit para Ud. sola
VIEJA.—(Acelerando) Poco dinero pocos pesos, poco dinero, pocos pesos, poco dinero, pocos pesos...
MENDIGO 1.—(Alzando la voz) Y entonces el príncipe heredero...
VIEJA.—(Como música de fondo) Poco dinero, pocos pesos, poco dinero, pocos pesos, poco dinero, pocos pesos...
MENDIGO 2.—Vino a su vagónlit y...
MENDIGO 3.—Le besó la mano. (Le besa la mano)
VIEJA.—Ayyy. (Este grito es la señal de la orgía. El mendigo I agarra una guitarra destemplada y empieza a tocar. Todos bailan. La vieja pasa una botella y todos beben. La enana pone la olla en la mesa y todos se precipitan a comer). Un momento. Otra vuelta a la bebida y otra bailada (Pasan la botella, beben enormes tragos y bailan. La enana y la vieja se alzan las faldas, los mendigos las tocan. Ellas hacen remilgos. La vieja abofetea al mendigo 2 que le mete la mano en el corpiño.)
MENDIGO 2.—Basta: La comida.
MENDIGO 1.—La comida.
MENDIGO 3.—Llegó la hora de la comida.
ENANA.—Yo la sirvo.
VIEJA.—Pasa la botella enana inmunda. La bebida sin medida, la comida con mesura y distinción. Esta es una orgía decente.
MENDIGO I.—Cada vez es más difícil comer algo en estas puercas orgías.
VIEJA.—Ven aquí Jacobo. Eres el Gobernador. Ud. aquí, Señor Alcalde. Me cuentas cómo va el Gobierno. (El mendigo I le hace una complicada explicación muda de cómo va el Gobierno). Yo no entiendo nada y me río. (Se ríe muy teatralmente.)
ENANA.—Yo estoy al lado del Gobierno. Dominus, Dóminus...
VIEJA.—Jacobo, di tu discurso.
ENANA. Dóminus, dóminus, dóminus. (Sigue como música de fondo)
VIEJA.—Hable usted señor Gobernador, estamos esperando.
MENDIGO 1.—(De pies en el asiento, con acento y ademanes patéticos de líder político y muy en serio) Quisiera comer algo.
MENDIGOS.— ¡Bravo!
VIEJA.—Siempre tan demagógico (Los otros mendigos aplauden)
MENDIGO 1.—Deberíamos poder comer a gusto en las malditas orgías de los treinta: ¿Por qué no se puede comer, pregunto yo, señores? ¿Por qué estando allí la comida tenemos hambre? ¿En qué consiste señores y señoras este enigma? ¿Quién lo habrá de resolver?
¡Tengo el estómago pegado al espinazo, tenemos un hambre de perros, la comida está a mano y no podemos estirar la mano! Que se nos de de comer en las orgías de los Treinta (Le da la tos)
VIEJA.—Uno de los mejores discursos de uno de los mejores gobernadores en una de las mejores orgías.
MENDIGO 2.—No es justo que haya sobras.
MENDIGO 3 y ENANA.— ¡No! ¡No es justo!
VIEJA.—Hasta enardece las masas.
ENANA.—Cristo repartió los panes y los peces y los frijoles y las arepas.
MENDIGO 1.—Queremos las sobras.
MENDIGO 2.—Queremos las sobras.
ENANA.—Queremos las sobras.
MENDIGO 3.—Queremos las sobras.
TODOS LOS MENDIGOS.— ¡Queremos las sobras! ¡Queremos todo!
MENDIGO 1.—(Destapando la olla) ¡Todo!
VIEJA.— ¡Alto ahí! Reparto la comida cuando me de la gana! (Agarra la olla)
MENDIGO 2.— ¡Suelta la olla!
MENDIGO 3.—Vieja avara.
VIEJA.—(Luchando) ¡Brutos! ¡Borrachos inmundos! ¡Ustedes son la porquería. Retírense!
(Por un instante los mendigos retroceden. La enana queda detrás de ella y trata de alcanzar la olla con el báculo. La vieja toma un cuchillo. La enana retrocede). Ustedes son la hez, la mierda. Ustedes no son mis caballeros, solo abusan de una anciana desvalida que no tiene más que un hijo mudo.
MENDIGO 2.—(Avanzando) Se acabó la comedia. ¡Se acabó la comedia!
MENDIGO 3.— ¡Vieja loca! ¡Vieja loca! 
VIEJA.—(Tirando una cuchillada) Atrás recua de hediondos.
MENDIGO 1.— Vieja asesina. Me ha herido. Me ha herido.
MENDIGO 2.Vieja asesina.
MENDIGO 3.—Asesina.
ENANA. —Ujuiiii, Viva la orgía (Descargando un baculazo en la cabeza de la vieja. Esta cae hacia atrás sobre la mesa. Los mendigos caen sobre ella y la golpean y apuñalan. Queda atravesada sobre la mesa. Su cabeza cuelga, sus grises cabellos llegan al suelo. En silencio, los mendigos devoran la comida. El mendigo I va a salir)
MENDIGO 2.¿Dónde vas?
MENDIGO 1.—A mear.
MENDIGO 2.—No es cierto.
MENDIGO 3.—Vas a buscar el dinero del mudo.
ENANA.( —Al cadáver de la vieja) Ego te absolvo in nómini Patris, et filium, et Spiritusanti...
MENDIGO 2.—Quitémonos estas ropas y buscamos todos juntos. (Se quitan las ropas y visten de nuevo sus harapos)
MENDIGO 1.—Estaba loca de remate.
MENDIGO 2.—Dicen que el mudo tiene mucho dinero escondido. Ha estado ahorrando durante treinta años.
MENDIGO 3.—No es cierto, ella se lo robaba todo.
MENDIGO 1.—Uno que vigile mientras que buscamos el dinero.
ENANA.—Amén.
MENDIGO 2.—Que vigile la enana. (La suben a la mesa y ella hace como que mira por una ventana).
ENANA.—Allá viene el mudo. (Los mendigos escapan seguidos por la enana. Entra el mudo contando el dinero. Ve a la vieja, corre donde ella, le levanta la cabeza, avanza luego al proscenio y pregunta al público por qué, por qué ocurrió todo eso... por qué.)




— OSCURO —