miércoles, junio 02, 2021

LA QUE SIGUE. GRISELDA GAMBARO.

GRISELDA GAMBARO  
La QUE SIGUE 
 
 
Una mesita y dos sillas. Sobre la mesa un mazo de barajas. Zoraida en escena. Va hacia la puerta, se asoma y grita hacia afuera:  
 
 
Zoraida: ¡La que sigue! (Entra Paulita, es una mujer mayor, de aspecto tímido e inseguro. Zoraida, muy profesional, le da la mano) Pase, señora. Mucho gusto.  
Paulita (tímida): El gusto es mío.  
Zoraida (le entrega una tarjeta. Paulita mira la tarjeta, mira a Zoraida. No comprende. Zoraida profesional): Mis honorarios.  
Paulita (mira la tarjeta, mira a Zoraida): Sin anteojos no veo.  (Fuerza la vista. Como si  hubiera entendido) ¡Ah! (Guarda la tarjeta en su cartera, la cierra. Sonríe, ingenua)  
Zoraida (levemente incómoda): Mis honorarios.  
Paulita: ¡Ah! (Abre la cartera busca y rebusca, saca un billete de mil, se lo tiende)  
Zoraida (sonríe incómoda): Diez.  
Paulita: Diez, ¿qué?  
Zoraida: Diez mil. Es lo que cobro.  
Paulita: Después. Todavía no empezó la visita. Los tengo acá. Son suyos.  
Zoraida: No. Ahora. Cobro mis honorarios por adelantado.  
Paulita (ríe): Adivinás, pero te prevenís, ¿eh? Sos viva. Mirame, ¿tengo cara de estafadora?  
Zoraida (muy fina): ¡No, no! Pero es la costumbre.  
Paulita (ingenua): ¿De quién?  
Zoraida: Pues mía, señora.  
Paulita: ¡Señorita! ¿Cómo no adivinaste esto?  
Zoraida: No me lo propuse. Mis ho-no-ra-rios. Por favor.  
Paulita (admirada): ¡Qué tono de reina! (Humilde) ¿La ofendí?  
Zoraida (con una sonrisa crispada): No.  
Paulita: Porque a mí, qué quiere, la gente que se ofende en seguida, de nada, (sonríe dulcemente) me revienta. Somos casi humanos, ¿no? ¿Por qué tomarse las cosas tan a pecho?  
Zoraida (crispada): Sí. (Tiende la mano)  
Paulita (abre la cartera): No tengo cambio.  
Zoraida: Le doy el vuelto.  
Paulita: ¡No lo quiero!  
Zoraida (ablandada): ¿No quiere el vuelto? ¡Bueno! Muy amable. (Sigue con la mano tendida) ¿Nos sentamos?  
Paulita: Sí. (Coloca el dinero sobre la mesa. Como Zoraida va a tomarlo, pone la mano encima) ¡No, no! Dejalo acá. Después te lo doy. No se escapa.  
Zoraida (se sienta): Señora, tengo mucha clientela. Digo, señorita.  
Paulita: No haga escombro. Ya vi su clientela. Y a mí, qué? No me impresiona. (Se acerca a Zoraida y la observa  
críticamente, dando vueltas alrededor de su silla)  
Zoraida (casi gritando): Señora, ¡señorita!, ¡siéntese! ¿Qué mira?  
Paulita: ¿Por qué está vestida así? No es nada vistosa. Mire. (Abre la cartera, saca unas argollas doradas) Estos le quedarían ni pintados. Se los vendo.  
Zoraida (despavorida): No quiero.  
Paulita: Y esta blusa. Parece de hospital. (Insiste con los aros) ¿No los quiere? Se los dejo baratos. (Zoraida, crispada, niega con la cabeza) Tengo otros, con piedras. (Busca, saca otro par de aros) Elegantísimos.  
Zoraida (entre dientes): Siéntese, no perdamos tiempo.  
Paulita: ¡Pero, si no tengo apuro! No se preocupe. Ya dejé la comida hecha. ¿Tampoco éstos le gustan? Lástima. (Mira) Claro, tiene las orejas grandes. (Impulsivamente, Zoraida se lleva las manos a las orejas, se domina, las aparta. Paulita, señalando la blusa) De hospital. Horrible. Yo esperaba verla vestida de otra manera, con una blusa floreada, mangas anchas, lindo escote. Usted es muy triste m’ hijita. Nada coqueta.  
Zoraida: Señora, ¡señorita!, se queda o se va.  
Paulita: ¡Me quedo, me quedo! (Se sienta. Muy contenta e ingenua) Y?  
Zoraida (mezcla las cartas, las extiende): Primero el pasado.  
Paulita: No. No.  
Zoraida: No, ¿qué?  
Paulita: No me interesa el pasado. Lo conozco. No soy idiota. No voy a pagar para que me adivinen lo que sé. (Dulcemente) Usted es la idiota.  
Zoraida: ¡Señora! (Se domina) ¡Siempre se acostumbra a adivinar el pasado!  
Paulita: ¿Para qué?  
Zoraida: Por... Es... una muestra de confianza.., de poder. Como una auscultación.  
Paulita (salta ante la última palabra): ¿Qué? Zoraida (renuncia): Está bien. Empiezo directamente. Usted es una mujer robusta...  
Paulita (feliz, la interrumpe): ¡Robustísima!  
Zoraida (una mirada venenosa): No se enferma casi nunca.  
Paulita: ¿Casi o nunca?  
Zoraida: Casi nunca.  
Paulita: No me gustan las dos palabras juntas. Es casi o es nunca. ¡Y es nunca! ¡Nunca! Una vez tuve juanetes. ¡Qué dolor! ¿Usted tuvo juanetes? ¿La operaron?  
Zoraida (exámine): No...  
Paulita: Yo le puedo mostrar. (Se descalza) El pie me quedó perfecto.  
Zoraida: No, no. Perdone, hay mucha gente. (Descontrolándose) No puedo ver su pie, ni mi pie, ni el pie de una estatua.  
¡Mire qué extraño! (Ríe histérica)  
Paulita (se mira el pie, mira a Zoraida. Desanimada): No le muestro. (Se reanima)También me operé de una úlcera.  
Pero ni se nota. Puedo mostrarle la cicatriz. Es más interesante.  
Zoraida: No, señora.  
Paulita: Señorita.  
Zoraida: Imagínese si voy a ver...  
Paulita: ¡Qué indiferente! ¿Cómo va a entender a la gente, usted? ¡No le importa nada de nada!  
Zoraida: ¡No necesito entenderla! ¡Yo adivino!  
Paulita: ¡Qué va a adivinar! ¡No me haga reír!  
Zoraida: ¿Y a qué viene la gente entonces? ¡Hay una multitud esperando! ¿No la vio?  
Paulita (envidiosa): Sí, la vi. Algunas tienen suerte. Nadie lo diría. ¡Con esa cara! (Cambia de tono) ¿Cuánto gana? ¿Nunca la pescaron?  
Zoraida: ¡Es legal!  
Paulita (divertida): ¡Qué va a ser legal! Debe ganar mucho usted, ¿eh? ¿No necesita ayudante?  
Zoraida: ¡No!  
Paulita: Qué lástima. No tengo suerte. Ya le dije -una. Que no tengo suerte. Le digo otra. (Da vuelta una carta) Para usted. (Feliz) Morirá joven. Es muy nerviosa.  
Zoraida: ¿Yo? ¿Yo, nerviosa? ¡Ja, ja, ja! (Grita desaforada) ¡Usted!  
Paulita (ríe apaciblemente): ¿Yo? Soy tranquila como un remanso, ¿se dice así? ¡Remanso! Le cuento que mi hijo me dice siempre... soy soltera, pero tuve un hijo, nadie lo supo, pasa por mi sobrino. ¡Es un muchacho..! Me dice siempre: tía o mamá. Me llama mamá cuando estamos solos. Por las apariencias. Yo cuido las apariencias. No como usted.  
Zoraida: ¿Yo, qué? ¿Cómo se permite? (Se levanta) ¡Salga de aquí! Tome, tome su plata. ¡Váyase!  
Paulita: ¿Por qué? La plata es suya. Yo hablaba de su aspecto. No es atractivo. La comida entra por los ojos.  
Zoraida: ¡Señora! (rectifica) ¡Señorita!  
Paulita (ecuánime): No, no, señora. Estamos en confianza.  
Zoraida (con un hilo de voz): Váyase.  
Paulita: Me dice siempre: mamá o tía, ¡sos un remanso! Es una alhaja. ¡Bueno, trabajador! No porque sea mi sobrino. No me ciego. Permítame una pregunta.  
Zoraida (se deja caer sobre la silla, exánime): Sí.  
Paulita: ¿Lo hubiera adivinado? (Zoraida la mira desorbitada) ¿Lo del hijo? (Zoraida, vencida, mueve negativamente ¡a cabeza. Paulita ríe). Usted sí que es nerviosa. ¿Soltera? (Zoraida asiente, estúpida) ¿Virgen? ¡Deje que yo lo adivine! (La mira, saca su conclusión. Ríe)  
Zoraida: Es... asunto... mío.  
Paulita: ¡Por supuesto! ¡Si no es pecado! Un tropezón cualquiera da en la vida. Y usted, ¿de qué se va a cuidar? Ya es crecidita. Déjeme, yo le adivino, (aparta las cartas en un montón) no, no, sin cartas, yo le adivino cuántos años tiene. ¿Treinta y seis? (Zoraida asiente estupidizada. Paulita la mira) Calza el 37, busto 94. Y medio. (Zoraida se incorpora, mirándola horrorizada) Y le digo en qué momento, en qué momento justo pasó. Un tropezón cualquiera da en la vida, pero usted tropezó muchas veces, m’hijita. No la educaron bien. (Zoraida, sin apartar los ojos de Paulita, retrocede hacia la puerta) Sí, la educaron bien, pero de poco sirvió.  
Zoraida (la mira fascinada. Con un hilo de voz): ¿Por qué? ¿En qué momento... pasó?  
Paulita (triunfal): ¡A los diez y seis! Y más detalles? En un baldío lleno de abrojos. Papito, me voy al club. (Menea la cabeza, tierna) ¡Qué mentirosa!  
Zoraida: No... no...  
Paulita: ¡Sí, sí! Y después del baldío, vino un almacén. Con el almacenero. Después del almacenero, vino un dentista. Después del dentista... (Zoraida pega un aullido y sale corriendo) ¡Por fin! ¡Qué mujer dura!  
(Guarda el dinero en la cartera, saca las argollas, se las coloca, se bate el pelo con la mano. Acercándose a la puerta, grita, exultante) ¡La que sigue! 
 

sábado, marzo 06, 2021

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Encarnación y Holofernes


de Benjamín Gavarre

 

Son casi las seis de la tarde, la hora la marca un reloj viejo que se puede distinguir con facilidad.  

La luz se filtra por una ventanita.  

Es el cuarto de planchar pero también el cuarto de trebejos.  

María Encarnación, una mujer de unos veinticinco años, está planchando una camisa en el burro de planchar. La camisa, visiblemente arrugada es blanca, es de hombre y es de una talla que corresponde a un hombre grande o tal vez un hombre obeso. 

Encarnación plancha con pericia el cuello, los hombros... los puños... Y repite cada vez que termina una parte...  

 

Encarnación. — "Para que no se arrugue"... El cuello, los hombros... los puños... Siguen las mangas, el frente... 

 

Encarnación reflexiona. Mira al reloj y respira con cierta ansiedad. Deja la plancha, y mira la camisa... Repite:  

 

Encarnación. —  ...el cuello, los hombros, los puños... Me faltan las mangas, el frente, atrás.... Atrás...  

 

Mira otra vez el reloj de pared.  

 

Encarnación. — Tengo que estudiar... Tengo que hacer mi tarea. 

 

Deja la camisa colgada en un perchero. De la plancha sale vapor pues no la ha apagado como suele hacer en un acto mecánico. Saca una libreta grande, tipo profesional rayada. 

Abre la libreta y escribe mientras dice en voz alta... 

 

Encarnación. —   Las alas... las aladas, las saladas, la sala, las hadas.... enlazadas... 

 

Se nota que escribe lo que va diciendo. 

 

Encarnación. — Las alas... las aladas, las saladas, la sala, las hadas.... enlazadas... 

 

Ensimismada en su labor se da cuenta de que Holofernes, su marido, la observa desde el quicio de la puerta. Es un hombre gordo, grande, de unos cuarenta años.  

 

Holofernes. — (En voz baja, pero imperativo) Mi camisa. 

 

Encarnación sigue con su labor... No lo voltea a ver porque no lo escucha. 

 

Holofernes. — (Más alto) Mi camisa. Trabajo. Yo trabajo. 

 

Encarnación los voltea a ver. Cierra la libreta.  

 

Encarnación. — ¿A esta hora? ¿Vas a trabajar de noche? ¿Otra vez? 

 

Holofernes. — Otra vez, no, hoy no. Y si trabajo de noche, hoy o cuando se me pegue la gana, no es asunto tuyo. 

 

Encarnación. — Entonces la quieres para ahorita. 

 

Holofernes. — (Agresivo, pero en volumen bajo) La quería para ayer. 

 

Encarnación. — ¿Cómo? No entiendo. 

 

Holofernes. — Quiero decir... Déjalo. Nunca entiendes nada. 

 

Encarnación. — Yo nunca entiendo nada. Bueno. Sí. (Titubea) Yo lo que sí alcanzo a entender es que tú necesitas la camisa mañana, para irte a tu oficina, mañana, temprano. 

 

Holofernes. — ¿No entiendes?  Necesito que tengas lista mi camisa, Ahora. Quiero tener preparado todo lo que me voy a poner mañana. 

 

Encarnación. — Mm, pues entonces te la voy a planchar y te la llevo y te la pongo con todas las cosas que necesitas para ir a trabajar mañana. Yo tengo que ponerme a estudiar. Tengo que hacer la tarea. 

 

Holofernes. — ¿Cuando acabes de estudiar?... Eso qué significa. 

 

Encarnación. — Nada, que ya me tengo que ir, y no he hecho la tarea... Acabo la tarea, plancho tu camisa, la dejo con tus cosas... y ya después me voy a la escuela. Entro a las ocho. 

 

Holofernes. — Por favor, sigues con la idea de que vas a aprender a leer y escribir... ¿a tu edad? 

 

Encarnación. — A mi edad, sí... Para eso hay cursos en la noche, para gente de mi edad... y hay todavía más mayores que yo. 

 

Holofernes. — ¿Más mayores? Y ahí en esa escuelita aprendiste a decir ese barbarismo? 

 

Encarnación. — ¿Ese qué? 

 

Holofernes. — Discúlpame. Debo acordarme de que tú apenas vas a aprender a leer a escribir...  "Barbarismo": uso incorrecto del lenguaje, utilizado por las clases ignorantes. 

 

Encarnación. — ¿Eso lo sacaste de un diccionario? 

 

Holofernes. — Claro. Lo saqué de mi diccionario personal. Dedicado para que lo entiendan las personas como tú. 

 

Encarnación. — Pues ya está. Por eso voy a ir a la escuela, para que se me quite lo ignorante y pueda entender lo que alguien como tú me dice. Quiero ser una mujer preparada. 

 

Holofernes. — Pero cómo se te ocurre. Cómo crees que tú puedas ser más de lo que eres. Eres una pobre mugrosa, una Mugrosita. Nunca vas a salir de lo que te corresponde hacer en la vida... Planchar mis camisas y hacerme la comida. 

 

Encarnación. — ¡Es en serio? 

 

Holofernes. — O tú crees que me casé contigo por tu linda cara. Si estás bien fea. 

 

Encarnación. ¿Bien fea? 

 

Holofernes. — Y ni siquiera cocinas bien. Haces puros batidillos: arroz batido, calabazas aguadas. 

 

Encarnación. — O sea que te parezco fea. 

 

Holofernes. — Pues quién te ha dicho lo contrario. O qué a eso vas a la escuelita, ¿a conseguirte otro mugroso como tú que te haga el favor? 

 

Encarnación. — Mi maestra... 

 

Holofernes. — (No la escucha) Y si no te sale todo batido, te sale todo quemado. Se te queman las milanesas, se te quema el pollo... Puta, lo único que no se te quema son las nalgas. 

 

Encarnación. — (No le sorprende el maltrato de su marido) Mi maestra dice.... 

 

Holofernes. — Lo único que medio sabes hacer es planchar, pero mira, ni siquiera sabes apagar la plancha, se te va a descomponer, sale y sale vapor, tú no haces bien tu trabajo y es el momento en que no tengo camisa que ponerme, para ir a trabajar, para mantenerte, para que te tragues la comida batida y quemada me preparas. 

 

Encarnación. — (Toma la plancha y a pesar suyo, se pone a planchar lo que le faltaba) Voy a plancharte tu camisa para que dejes de estar fastidiando. 

 

Holofernes. — No me haces ningún favor. Es tu obligación. Para eso están las mujeres. 

 

Encarnación. — (Larga pausa. Encarnación balbucea en voz baja) “Para que no se arrugue"... El cuello, los hombros... los puños... Siguen las mangas, el frente... (Termina de planchar y le ofrece con mucha dignidad la camisa a su marido. Lo mira desafiante y dice...) Mi maestra dice que tú ejerces violencia de género. 

 

Holofernes. — Tú maestra qué... ¿Qué dijiste?... ¡Ejerzo? Y eso qué, de dónde sacas esas palabras. No son tuyas. 

 

Encarnación Dice que tú eres un opresor y abusivo violento. 

 

Holofernes. — ¡Tsssss! ¡Sale! 

 

Encarnación. — Y que lo que debo de hacer es empo... empo... derarme. 

 

Holofernes. — (Se burla) Empo... Empo... ¡Por favor! O sea que no vas nada más a aprender a leer y escribir. No vas a que te enseñen a "Así hace la osa, así la osa se asea". 

 

Encarnación. — Qué es eso. 

 

Holofernes. — Son las palabras que uno escribe cuando aprende a leer y a escribir, cuando uno es un niño, cuando tienes cinco años o seis. Así aprendí yo. 

 

Encarnación. — (Toma valor; se burla) De veras, aprendiste así a escribir... con "Así hace la osa, así la osa se asea". Ya pasaron muchos años de eso. 

 

Holofernes. — Sé lo que tratas de hacer. No soy ningún estúpido. 

Tú maestrita trata de ponerte en contra mía. Dice que soy... (Pausa, reflexiona) Lo que dice es falso. Yo nunca te he maltratado. 

 

Encarnación. — ¿No?? Me has golpeado. 

 

Holofernes. — Claro que no. 

 

Encarnación. — ¿Y cuando me pegaste con la plancha? 

 

Holofernes. — Pero no te golpee como tú dices, o qué, te pegué con el puño. Apenas nos habíamos juntado. Después de que te embarazaste. 

 

Encarnación. — Después de que me dejaste embarazada. 

 

Holofernes. — Tú andabas de putita. Te embarazaste para agarrarme de los huevos, para atraparme. 

 

Encarnación. — Para quedar atrapada por el señor. Para plancharle las camisas, para cocinarle su comida batida y quemada, para que me hicieras abortar de todas formas, aunque yo sí quería a la niña. 

 

Holofernes. — ¡Cuál niña? 

 

Encarnación. — Iba a ser niña. 

 

Holofernes. — Estás pendeja, de dónde sacas eso, si era un feto de dos meses. 

 

Encarnación. — Yo sé que era una niña. Y tú me pateaste. Tú no me golpeas, con el puño, pero me pateaste. 

 

Holofernes. — Pero no fue por eso que abortaste. Te tomaste esas pastillas que te hicieron daño. 

 

Encarnación. — Me tomé esas pastillas que me diste tú, que me iban a quitar el dolor, y me hicieron abortar.  

 

Holofernes. — Eso es lo que tú dices. 

 

Encarnación. — Eso es lo que me dijo mi familia. 

 

Holofernes. — A tu familia ni le interesas, se libraron de ti. 

 

Encarnación. — Es cierto, a nadie le intereso, a ti tampoco te intereso. Y como te dije... Voy a estudiar y voy a prepararme para librarme yo de ti, para librarme del maltrato de años. Yo no tengo que soportar violencia de género. 

 

Holofernes. — O qué la...  Ya te dije que nunca te he golpeado. 

 

Encarnación. — No hace falta que me pegues... con el puño. Me has maltratado. Me maltratas, de muchas maneras. Me tratas mal, me hablas peor. Ejerces violencia... 

 

Holofernes. — Otra vez la palabrita... "Ejerzo". Esas son palabras que has escuchado a donde vas... a aprender a leer y escribir. Pues qué clase de escuelita nocturna te buscaste, de puras feministas, seguro. Pues mira, si te parece mal vivir conmigo, vete con tu maestrita, vete con tus feministas y a ver si allá te mantienen, mugrosita.  

 

Encarnación. — Te voy a pedir que no me vuelvas a decir así. 

 

Holofernes. — No quieres que te diga cómo, "mugrosita"... Eh, ¿Mugrosita? 

 

Encarnación. — (Agarra la plancha que todavía no ha desconectado y la levanta y amenaza a su marido) ¡Te lo advierto! 

 

Holofernes. — Qué me adviertes, ¿me vas a pegar?, ¿con la plancha? ¿ahora tú vas a ejercer violencia de género?, ¡por favor! 

Tú no eres más que una pobre infeliz. 

 

Encarnación. — Exactamente. Soy infeliz a tu lado. He sido infeliz durante todos estos años a tu lado. Pero se acabó. Puedes esperar noticias mías. Voy a hacer todo lo posible porque conforme a derecho me des lo que me merezco. 

 

Holofernes. — "Conforme a derecho". Vaya, vaya; sí que te han aconsejado bien, en tu escuelita. 

 

Encarnación. — Sí, me han dicho que no tengo que soportar tus malos tratos, tus salidas de noche con no sé quién, tu abuso constante. 

Voy a aprender a leer, sí, voy a aprender a escribir, y cómo ves también voy a aprender a hablar, para defenderme. Vas a tener que pagar todo el daño que me has hecho, pero vas a tener que pagarme donde más te duele, me vas a dar dinero. 

 

Holofernes. — Si no fuera porque me das lástima me darías mucha risa. Tú no eres nadie. Todo lo que eres me lo debes a mí. Tú eras una pobrecita mugrosa abandonada por tu familia y por todos. Nadie nunca te ha querido y yo te di la oportunidad de darte una casa. Eres fea, tonta y nunca vas a lograr nada en la vida. 

 

 

Encarnación. Tal vez no, pero si me sigo quedando a tu lado seguro que acabo convirtiéndome en lo que dicen tus horribles palabras. No te preocupes, alguna razón habrá para que seas como eres. Creo, que si yo soy mugrosa, tú eres un pobre diablo, gordo y feo. O qué, tú nunca te has visto en un espejo. Eres horrible, por fuera, pero sobre todo por dentro. Aquí lo dejamos. Aquí se acaba. 

 

Holofernes. — ¿Eso crees tú? ¿Aquí se acaba? No, preciosa. De aquí no te vas sin pagar.  

 

Encarnación. (Levanta la plancha y amenaza una vez más a su marido) Te lo advierto. 

 

Holofernes. — Tú a mí ya no me levantas la voz. Tú deberías saber que aquí soy el que mando. Yo soy el más fuerte y déjame darte malas noticias, se te acabaron las clases, mugrosita, hasta aquí llegaste. 

 

Holofernes se acerca amenazante y le arrebata la plancha a Encarnación. 

 

Oscuro 

 

 



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INVITACION A LEER

Video: Yo, el peor de los Dragones. Dirección Eduardo Alcántara.

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