google.com, pub-8334262911761809, DIRECT, f08c47fec0942fa0

domingo, julio 24, 2022

Los sobrinos de Doña G. de Benjamín Gavarre.

 





























Los sobrinos de Doña G.

  

de Benjamín Gavarre.

 

Personajes

Anita, hermana lozana de Rul. 

Rul, joven mozuelo. 

Doña G., tía de los mochachos. 

 

La acción ocurre en un patio, (puede ser un espacio tipo corral de comedias) con algunas referencias al tiempo de Cervantes, pero, con algunos objetos e imágenes que nos ubiquen en nuestra realidad. El estilo quiere recordar al tiempo de Los Entremeses, de Cervantes, pero obviamente las situaciones tienen que ver con nuestros días. El vestuario no deberá también sino aludir a la época, pero con prendas equivocas o anacrónicas, de la nuestra. 

 

 

Anita. — (Insidiosa) ¿Qué tanto ha de hacer Rul, tía? ¡Más de dos horas lleva enclaustrado en el cuarto de lavado! 

Doña G. — (Santurrona, mosca muerta) Válame el diabro, que no se halle en el camino de Esperantio, si yo te dijera las cosas que se hablaron d’él en otro año. 

Anita. — (Malévola) ¿Lavábase todas las costras del rostro hasta dejarse casi por entero la calavera reluciente como mochacho fresco y lozano de la mañana? 

Doña G. — (Chismosa) Ni cercana a la noticia te encuentras: lo que hacía Esperanto es cosa que natura no permite a mozuelas fermosas y bisoñas como tú, ni siquiera imaginar. 

Anita. — (Obscena, simpática) ¡Ah, ya sé! Se fregaba y fregaba hasta dar de alaridos como los peones del rastro. Ahhhhhh. 

Doña G. — (Con ganas de aparentar prudencia) Más o menos, Anita, pero tente que es cosa delicada. 

Anita. — (Chismosa) También los mocitos de la cuadra no hablan más que de eso, pero ellos no se meten al cuarto de los baños, sino que ahí mismo en las pajas le dan y dan y friégate que te friega; yo he escuchado. 

Doña G. — (Escandalizada) Y ya es decir bastante, tente diabro, que en mis tiempos de mozuela ni se atreviera una a concebir tales desórdenes. 

Anita. — (Descarada) Pero si a nadie mal hace tía, yo... 

Doña G. — (Cambia de tema) Tente, tente y ponme en la noticia del tal Rul. ¿Quiéredes mentar que no se aleja del aljibe? 

Anita. — Del aljibe se lleva el agua, nos deja sin cisterna, sin depósito, sin Monantial, sin recursos. Lleva encerrado en el cuarto de lavado más de tres horas d’esa guisa y no se ve, sino que derrocha los acuíferos en no sé qué labor exótica, porque el agua no sale sino llena de espuma y muy negra por cierto. 

Doña G. — Ha de estar lavando sus calzas, capa y festones del traje de la Tuna. 

Anita. — ¿De traje de la tuna dices, tía?, ¡que a muchas espinas se arriesga Rul! ¿De tuna el traje? 

Doña G. — De la estudiantina, mensa, que ya sabes que es barítono. Y así de presumido como es seguro desperdicia toda el agua en lavando cada botón dorado, cada borla, cada listón de amarillo, azul y verde. Ah, me acuerdo de las serenatas de tu tío en la Tuna de San Tormes, no sabes, qué apostura, tan gallado. 

Anita. — Sí tía, tía, ya me los has mentado más de mil docenas. ¡No te molesta en fin que gaste toda el agua? El tal Rul nos llevará a la ruina, inanición, al desamparo. Seremos víctimas de aridez, sequía, estiaje, calamidad. ¡Tendremos sed sin duda! 

Doña G. — ¿Se está acabando el agua de tomar? 

Anita. — Y más que eso, la de tomar, la de beber, la de saciar la sed intensa... 

Doña G. — Eso ya lo comprendí. ¿Y no quedará más de agua? 

Anita. — Ni para echarle el agua a las letrinas, tía, y mucho menos la de lavar verduras, la de fregar pisos y ventanas, la de bañarse en tina para los oficios mayores y la de lavarse cada sábado, para los menores. la de bañarse los martes para las angustias, y los miércoles para las venturas varias. 

Doña G. — Y digo yo, ¿no se puede almacenar en vasos, ollas, en cubetas, la tal agua?, ¿Toda se la ha acabado ya? 

Anita. — La más parte se ha escapado por entre los desagües, tía. Y la otra, ya anega las baldosas y peor, que toda jabonuda y negra como está, que se encuentra ya invadiendo los corrales, y las gallinas se escapan y los puercos se resbalan, y la vaca ya no entiende nada de lo que le acontece por tanta espuma y negra, tía, entre sus patas. 

Doña G. — Suficiente es. He de hacerle entender a este mochacho que se detiene o nos lleva a la ruina. Id por él. 

Anita. — Pero si no me tomara en cuenta hace ya cuatro horas, cómo así que le vuelva yo a tocar y no responda. 

Doña G. — A mí me hará más caso. (Grita) ¡Ruuuuuul! ¡Ruuuuuul!... Que no responde. Veamos si me ayudas. (Anita se pone a gritar también) ¡Ruuuul! (Doña G. se muestra muy contrariada). ¡Habráse visto tal! (Vuelve a gritar) ¡Ruuul, Ruuul, cerradle al agua! ¡Ayúdame, Anita! (Anita le ayuda, más tarde todo el público participa) ¡Ruuul, Ruuul, ciérrale al agua! ¡Ruuul, Ruuul, ciérrale ya! 

 

Entra a escena Rul, todo empapado. 

Rul. — ¡Pero qué voces son esas! ¡Callad!, ¡callad he dicho! ¡Me han distraído de mis labores más urgentes! 

Doña G. — ¡De urgencia suma es que no desperdicies más todo el aljibe! 

Rul. — ¿Yo, el aljibe? 

Anita. — Y la cisterna y el depósito y el Monantial todo. 

Doña G. — ¡Sin líquido acuoso nos hemos de quedar por vuestra causa! 

Rul. — Que sea menos. Son tales infundios de Anita que dista mucho de tener buenas intenciones. ¡Ella quedarse anhela de la tina, que lava y lava la mugre de Anita! Por ello el alboroto, sus chismes, sus quejas y maledicencias. Decilde, Anita, decidle a Doña G, tu tía y la mía que pasas más de mil horas en la tina haciendo... no sé qué. 

Anita. — Bárbaro animal, ni que de tu ralea fuera yo a formar la parte. Muchas más veces tú ocupas de la tina y la encuentro siempre maculada de pelillos de tu casi cara de mono, que ni bien afeitas tus barbas y bigotes que al día siguiente quieres volverte a quedar como cachete de doncella. Siempre tengo de limpiar tales pelillos, tía. 

Rul. — ¿Lo ves? Tú misma te delatas. Tía, cada día Anita lavarse de cuerpo completo solicita y me reclama a mí que le deje yo el terreno limpio. No he sino constar que lo que quiere es toda el agua para sí. (A Anita) ¡Mustia! 

Anita. — ¡Badulaque! 

Rul. — ¡Solapada! 

Anita. — ¡Entuerto del Diabro! 

Rul. — ¡Pescuezo sin sangre! 

Anita. — ¡Rabadilla, de... de...! 

Doña. — Basta he de decir y a entrambos un castigo he de imponer si no os calmáis y presto a mis consejos habréis de atender. 

Anita y Rul. — (Muy modosos ellos) Sí, tía. 

Doña G. — ¿Bien paréceme que los dos han hecho abuso de los acuíferos dones, mochachos? 

Anita y Rul. — (Sin entender palabra) ¿Qué decís? 

Doña G. — ¡Pues que desperdician el agua los dos, he dicho! 

Anita. — Pues no hay ni que pensarlo, tía. 

Rul. — Ni que osar pudieras dar acusaciones tales, no. 

Doña G. — Y qué me han demostrado sino lo contrario. Por lavaros en la tina, Anita y por lavar lo de la Tuna, Rul, que se acaban todos los recursos, como he dicho. 

Rul. — Los “acuíferos”, decís. 

Doña G. — ¡Y digo bien! ¡Si cada litro que desperdiciáis tuvieras que pagar...! 

Rul. — ¡Si lo pago yo con lo que me dan por cantar los de la Tuna, y la luz pago también y el cable, el internet, el muy teléfono... ¡que no es poca cosa! 

Doña G. — Poca cosa es lo que va a quedar de agua si seguís como hasta ahora tirándola toda, y sin beneficio para otros. 

Rul. — (Irónico)Y resulta, Anita que somos los culpables de la gran Sequía. Tooodo el mundo necesita los “acuíferos” que nosotros destinamos a nuestro cuidado y beneficio. 

Anita. — (Seria) Pues sí, Rulito; yo creo que nos hemos de quedar sin el líquido si todos obran como nosotros. Y segura estoy que muchos la tiran sin pudor y que algunos están aquí, y aunque se rían también como nosotros van a hacer que nos quedemos secos. 

Rul. — Secos decís, ¡y qué hiperbólica que resultáis! 

Anita. — Y tú, muy guarro, nada más oíros: “¡Si yo la pago!” 

Doña G. — (Toma el mando) Como conclusión al brete, digo, escuchad, oídme: Bien me parece que, en tu futuro, Anita, hayáis decidido, para bien de todos, menos baños de tina, como habéis quedado por propia voluntad. 

Anita. — ¿Y yo cuándo quedé? 

Doña G. — (Implacable) Dalo a entender lo has, lo has, sin duda, y más. ¡En cuanto a Rul! 

Rul. — (Astuto) ¡Ya dije que de acuerdo estoy! 

Doña G. — (Sorprendida) ¡¿Y cuándo?! 

Rul. — (Juguetón) En lo que dijéredes, que no he sino de dejar que Anita lave mi ropa y ya está, no gaste yo más en lavado. 

Anita. — En tus sueños pasara tal, digo yo. 

Doña G. — No habrá quien se ocupe de lo que tú mismo y sin retobos de ocuparte has. 

Rul. — ¿Yo? 

Doña G. — Pero lo habrás de hacer sin desperdicio y una sola vez a la quincena. 

Rul. — ¿De cuál quincena habláis? 

Doña G. — Digo que lavaréis toda la ropa, no solo la tuya sino la de toda la familia y cada quince días y toda junta en cargas de ropa blanca y de colores y así habremos de proceder para no desperdiciar más agua. 

Rul. — No sé. 

Doña G. — No hay más que hablar. 

Rul. — ¿Y Anita? 

Doña G. — Pues ella también, solo se podrá bañar cada seis meses. 

Anita. — ¡No sería yo tan mugrosita! 

Rul. — Sí, va a pestar, tiíta. 

Anita. — En eso Rul lleva razón, pues ¿qué pasó? 

Doña G. — Digo en tina no habrás de bañarte, seis meses de plazo habrá. Lo demás que se lave ella como más le convenga. 

Anita. — Ah, eso ya va mejor. 

Rul. — ¿Y tú ti-íta? 

Doña G. — ¿Yo? 

Rul. — No quisiérades tener actividades de cuidado tú también, no creéis que sería buena idea ponerles menos agua a las arvejas. Además, podemos usar el agua de tina para preparar las aguas frescas de fruta de temporada. 

Anita. — (Cómplice de Rul) Claro, tía, y le pones menos agua a los porotos. 

Rul. — Y bien empleado que desapestes las lechugas con el sobrante del lavamanil. 

Anita. — Y guisáredes el potaje con el agua de desapestar. 

Rul. — Y una vez que surta efecto el potaje, y el agua fresca de frutas de temporada, el agua ya bien destilada en la letrina la podemos usar muy bien para... que os lavéis el... la... cara.  Es un decir. 

Doña G. — ¡Basta de suciedades, Rul, Anita! ¡He comprendido yo también mi parte! 

Rul. — (Sin soltar su nueva presa) Pues sí, ti-íta porque una cosa es criticar, y otra... 

Doña G. — (A punto de las canas verdes) Dije que muy claro ha quedado. 

Anita. — (Sigue el juego de Rul) Luego, hay personas que se la pasan criticando lo que hacen los demás y nada les ha de costar fijarse, tía en que a veces incurren en las mismas culpas que acusar se atreven y... 

Doña G. — ¡Basta! ¡A ver si les queda muy claro! ¡Yo también voy a poner de mi parte! Pero no, no, no me tratéis como si el origen de todos los males acuíferos los encarnara yo en mí mesma. No. 

Rul. — Pero, ti-íta, piensa... 

Anita. — Recapacita. 

Doña G. — ¡Se acabó! ¡No habréis de voltearme la tortilla! Vamos a hacer todos lo posible por cuidar del agua, ¿estáis conformes? 

Rul. — Sí, y tía. ¿De verdad vais a querer que yo lave toda, toda vuestra ropa y la de todos? 

Doña G. — Toda la ropa, toda la ropa. 

Rul. — ¿Incluyendo también vuestros calzones? 

Doña G. — Anita, acompañadme a la cocina, de pronto tengo antojo de agua fresca de frutas de temporada. 

Rul. — ¿Pero tía, no me has de contestar? ¿Vuestras bragas también he de lavar?... ¿así tus camisetitas transparentes de lycra? Tía, tía... ¿Y tú, Anita, queréis lo mismo que me haga cargo de toda, toda tu ropita, tus falditas, ¡Anita!, tus brassieres ¡tía!, ¡No escapéis! Falditititas, brassieres grandes, grandes. ¡Heyyy! ¡Escuchad!!! ¡Oigan! (Al público) ¡Qué mujeres! 

 

 

Fin 

La Nueva Mozuela. Autor Benjamín Gavarre

 















La Nueva Mozuela

 

de Benjamín Gavarre  

  

Personajes:  

 

LA MUJER, chismosa, exigente, insufrible.  

EL MARIDO, poltrón, mandilón, zoquete, cojo.  

LA MOZA RETOBADA, eso, sirvienta, RETOBADA, pero también lista, ladina, imposible, coja, apestosa.  

  

LA ACCIÓN ocurre en el hogar y fonda “BOTANAS Y ENTREMESES”, donde viven y trabajan La Mujer y El MARIDO. La obra recuerda a las breves obras de teatro español de tiempos de Cervantes, pero desde luego solo se tratará de aludir a esa época con algunos elementos. El vestuario no tiene que ser de reconstrucción de la época, sino también solamente sugerido, con rasgos de nuestros días y de nuestros usos y costumbres, sobre todo los relacionados con el trato que se les da a las empleadas de limpieza en nuestros hogares, y, por otro lado, las estrategias de sobrevivencia de ellas, que hacen “la vida imposible” a sus patrones. Pues, como en toda comedia, cada quién tiene lo suyo, en cuanto a vicios de carácter se refiere.  

El lenguaje trata de jugar con el estilo del español cervantino, pero desde luego no es sino una recreación con algunos modismos de nuestra época, y algunas palabras que es inútil buscar en el diccionario.  

Al inicio de la obra, El Marido está echado en unas sillas junto a una de las mesas destinadas a los parroquianos. Escucha música con sus auriculares. Se rasca la panza o se rasca lo que le pique, sin pudor. Se mete la mano a la nariz, observa lo obtenido, sin que eso afecte su labor de “hacer nada”, cosa que logra realmente con mucha eficacia.  

Llega la mujer, muy emocionada, gritona, mandona, escandalosa. Trae una noticia que hace que el indolente marido salte y la escuche, porque es imposible de hecho no hacerlo.  

  

MUJER. — ¡Que llega la nueva, que llega, que ya viene!  

MARIDO. — (Salta) ¡No!, ¿ya?... ¡El cieblo nos ha escuchado!  

MUJER. — ¡Alabado sea el Señor!  

MARIDO. — (Da instrucciones, tratando de ser el jefe de la casa) ¡He de advertiros una cosa, mujer! 

MUJER. — ¿A mí queréis advertirme algo? No empecemos a pelear, que sabéis ya como os va. 

MARIDO. — (Conciliador) No se trata de eso, no, válgame el cielo de los mil y un enredos. Escuchad. Sobre la Nueva. Luego que esté de puerco presente hazla de tratar con mano suave, con cortesía, que se sienta no como la criada que va a ser, sino como una dulce princesa que recibimos gustosos en nuestra humilde posada.  

MUJER. — (Indignada) ¿Pero ¿qué decís, Marido? Si una criada es una criada y san se acabó.  

MARIDO. — (Pierde la poca paciencia que tenía) Ah, sí, ya veo, entiendo... ¡Caigo en cuenta! Ahora lo sé. Es todo tan claro. (Ante la mirada fulminante de su esposa, continúa) Si por eso se nos fue Jovita ...y la Tota. y Proserpina... y Elba Esther...  y Teresita y Angiosperma y Martita. Las humillasteis, las tratasteis como trapos hediondos de cocina y claro, se sintieron sobajadas en su más íntima entraña. Y lo peor no fue eso, que a mí eso qué me importa, sino que nosotros, luego, tuvimos que limpiar las cazuelas, quitar el cochambre de los techos, atender a la clientela... Bueno, ni siquiera don Pepe, el pinche de cocina, nos duró más de dos días.  

MUJER. — (Pone las cosas en claro) Un momento, MARIDO. Si aquí la única que parece pinche y mesera y cocinera soy yo, pues tengo de facer mil tareas que no se casan con mi alta condición: azafranar la paella; resucitar el pozole, porque no se agrie; embutir los restos de comida. Tengo de limpiar las mesas, servir platos, sonreír cuando no se me viene en gana, recibir los pellizcos de los clientes rabo verdes...  

MARIDO. — Cobrar los dineros de propina...  

MUJER. — Para luego perdellos porque faltan servilletas y palillos y chiles y limones y ajos y cebollas.  

MARIDO. — Y sature tu boca el diabro, que no paras, Mujer.  

MUJER. — ¿Y cómo no he de parar? Si mientras yo me deslomo, tú te rascas el bigote y te rascas la panza y te rascas lo que las vergüenzas y mi buena cuna me obligan a olvidar.  

MARIDO. — ¡Callad!, que ya se acerca la prospecta, vela ahí do viene.  

  

Entra la nueva sirvienta, LA MOZA RETOBADA, cargada con dos enormes velices, o bien pueden ser cajas llenas con todo lo que tiene en su existencia. Los esposos la miran venir, y comentan sobre ella como si no pudiera escucharlos. Su traslado es casi en cámara lenta, cojea y hace muecas como si estuviera muy cansada o como si tuviera un malestar estomacal. Más adelante sabremos que quizá sean las dos cosas.  

  

MUJER. — (Tratando de buscar un indicio en el rostro de su marido, celosa, claro) ¿Y por qué dices que esa es, ¿conócesla?  

MARIDO. — (Ya no quiere conflictos) No, no, no por cierto. Supóngolo.  

MUJER. — ¿Y por qué camina así?  

MARIDO. — Preguntadle.  

MUJER. — ¿Y por qué se viste de ese modo?  

MARIDO. — Compradle ropa.  

MUJER. — ¿Y por qué cojea?, ¿será por imitaros?  

MARIDO. — Más respeto, mujer. Yo no cojeo.  

MUJER. — Ah, ¿no?  

MARIDO. — Tengo una pierna más larga, eso es todo.  

MUJER. — Sí, sí. (A la Moza, con hipocresía) Válganos el cieblo, que muy cargada venís. Dejad la maleta y bienvenida seas, dulce niña, princesa de la escoba, querubín del paraíso. 

LA MOZA RETOBADA. — (Ruda, maledicente, simpática, habla de las conquistas que pudo hacer, según ella, por la calle) Diabros, que no supieran el calafiate que vengo de padecer. Si he dejado dos mochachos en turno por mi regaliz es poco decir. Que muy aderezado estaba alguno de ellos, pero yo, muy pendenciera, solo dejé venir sus lances sin encaramarme en ninguno de ellos porque cristiana soy y de buena casta, aunque tenga de ganarme el pan con celosía y buen mandato.  

MARIDO. — (Paciente, finge no haber entendido que se la intentaron ligar) Quedo, quedo, mozuela hermosa, y deja tu veliz en sitio que se vea. Haz de saber que antes de que nada suceda, debes firmar el libro de las huellas y comprometerte a trabajar por la paga que son dos maravedís sin cuento.  

LA MOZA RETOBADA. — (Indolente, insolente, angustiada, adolorida del estómago, con requiebros mil) Sí firmo, firmo... pero luego. Despuecito, ehhh.... ¡Ay, ayyyy! ¡Ay de míiiiii! Antes, ser más comedidos y decidme dónde se halla la letrina, el excusado, el WC, o con perdón el cagadero, o sin perdón, porque es cosa de urgencia, ya os cuento, que me están dando seis retortijones jolinos, y no quisiera que estuviéredes mohínos por los malos flatos que suelen acompañar a tales descalabros.  

MUJER. — (Aprensiva, nerviosa, voltea a ver al petrificado y horrorizado marido) Ven, te acompaño, que dichos aspavientos pueden relajar el mal ánimo y dejarnos a todos como nariz de judío converso.  

LA MOZA RETOBADA. — (Repentinamente aliviada, aunque con algunos nuevos conatos de emergencia diarreica) No, no, no.  ¡Sí!  Sí... (Pausa, el matrimonio la observa, ella se observa) No, no, no. No. (Aliviada, cínica) Que ya pasó el fenómeno, ya pasó, pero si llega el caso, avisarles he de súbito.  

MARIDO. — (Infantil, asustado) ¿Prométeslo?  

LA MOZA RETOBADA. —  (Campechana) Sí, de Vero.  

MUJER. — (Práctica, va a lo que le interesa) Pues vamos presto a indicaros las faenas que habréis de realizar.  

LA MOZA RETOBADA. — (Ladina) Paso, señora, que no he venido desde el Cerro del Tullido para oír reclamos antes de entablar mis exigencias.  

MARIDO. — (Con los ojos abiertos) ¿Exigencias tenéis?  

LA MOZA RETOBADA. — (Con gesto de obviedad. Habla con toda la seguridad de tener la razón y estar en su derecho) Pues sí, que más vale que se digan por miles que no tener que sufrir las inclemencias de un mal contrato. Y van de cuento: Para empezar, debo decir que mi cama no sea blanda ni resortuda, que a muchos patrones he dejado por menos de eso.  

MARIDO. — ¡Pero, y ésta!...  

LA MOZA RETOBADA. — Y las almohadas que no tengan repujones ni durezas en las esquinas, pues es bien sabido que a los huesos de la cara malogran tales deterioros. Una vez por semana vendrá a apacentar mi ánimo un mozuelo muy galante que ya viene haciéndoseme costumbre por su muy atinado y grande corazón.  

MARIDO. — ¡Coja y ladina!  

LA MOZA RETOBADA. — Para la comida de las doce debo decir que suelo apetecer dos platos que quiero me preparen de la siguiente forma: Primero, una ensalada que debe estar muy bien ajustada con todas y cada una de las verduras libres de miasmas y torceduras. Después un calafiate bien cocido, con nueces y alverjones.  

MARIDO. — ¿No gustarías más un puerco bien despellejado?  

MUJER. — No, no, mejor un caldo de mastuerzo al mojo de ajo.  

MARIDO. — ¿O querrás patas de pollo a la Morales?  

MUJER. — ¿O una dotación de riñón con calafandras?  

LA MOZA RETOBADA. — Quizá, quizá... No sé...  

MUJER. — (En el juego de burla a las pretensiones de la Moza, cómplice con su marido) ...Tal vez debamos prepararle un entremés, no crees, Marido, y un buen aperitivo y un trago de vino branco, y, no sé, también unas botanas.  

LA MOZA RETOBADA. — Sí, sí, de entremeses quiero dos, muy cervantinos, con aceitunas negras y a la vinagreta. De botana: una rueda de jamón muy a la Lope... Y del vino... ¡tan solo de pensallo me dan escalofríos!, pues ha tiempo que mis intestinos se han sobresaltado demasiado por excesos tan alcohólicos que no quiero ni contaros, porque no piensen sus mercedes que beoda soy, aunque parezca.  

MARIDO. — (Mira a su mujer para iniciar el tratamiento de coscorrones y jalones de oreja, etc., destinados a la Moza) Beoda no sé, mas sí muy descastada y retobada. ¿Qué te parece mujer si de entremés le damos un coscorrón meneado?  

MUJER. — Bien dicho. Y para seguir la sopa: ¿de jalones de oreja te parece?  

MARIDO. — Como plato fuerte, una patada. ¿Se la das tú?, o antes pensamos en los postres.  

MUJER. — Ah, pues de esos tenemos muy variados: moquetes, bofetones y deliciosos pellizcos de jumento que os juro nunca olvidaréis, lindura.  

LA MOZA RETOBADA. — (Adolorida por el maltrato recibido, se queja, pero no es lo que más le preocupa) Yo bien quisiera disfrutallos, señores, todos ellos, pero antes decirme do el baño está o la letrina que ya parece que las miasmas se me desacomodaron de nuevo y no quiero ni pensallo. Sí. No. Sí... ¡Que aquí llega!, ¡que un dolor como de parto me asesina las tripas!... ¡Ay, que no puedo sufrille!... ¡Un médico, llamad un médico que me hago!  

MARIDO. — (Perturbadísimo) ¡Un médico, un doctor, que venga, que llamen un partero que esta moza desgraciada se descose, que se está descosiendo! 

MUJER. — Auxilio, huele muy mal.  

MARIDO. — Huele Espantoso, ¡pues qué comisteis criatura?  

MUJER. — ¡Guácatelas, pájaros muertos, cuervos negros, sesos de perro echados a perder! ¡Guaahhhhhh! (A punto de vomitar).  

LA MOZA RETOBADA. — Ay, señores, lo siento, se los dije, ya no aguanto. Ya no aguanté, sorry. (Su gesto corporal indica que se hizo encima).  

 El MARIDO. — (Asqueado) Ay, dios mío ¡Que ya se descosió!  

LA MUJER. — ¡Dios mío! (Sigue con sus conatos de vómito)  

 EL MARIDO. — (Sin saber a dónde ir o qué hacer) ¡Auxilio, qué peste, que llamen al doctor, a los bomberos!... (Decidido, huye) Yo mejor me voy de aquí.  

MUJER. — ¡Y yo!  ¡Aggggggggghhh! (Sale con claro indicio de que ya se va a vomitar).  

LA MOZA RETOBADA. — (Afligida, con la cola entre las piernas, pero siempre dispuesta a superar sus conflictos) ¿Y yo qué? Bueno... ¿Alguien sabe dónde está el aljibe? ¿No?... ¿Un lavabo? ¿Una regadera al menos? (Se queja y se va arrastrando su pierna) Diantre, pues tendré de quedarme así.  Es una pena. No me van a contratar. ¡Quién me manda! ¡Por qué cómo en la calle esas cosas!, ¡ay, ay de mí! (Voltea a ver al público antes de salir de escena) Voto al diabro, quién me viera: ¡coja y apestada!, ¡joder!  

 

 

Búsqueda de obras

Puedes buscar la obra en las etiquetas.