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martes, julio 10, 2018

Lope de Vega. Fuenteovejuna.


1

FUENTEOVEJUNA

Personas que hablan en ella:
La reina ISABEL de Castilla
El REY Fernando de Aragón
Rodrigo Téllez Girón, MAESTRE de la Orden de Calatrava
Fernán Gómez de Guzmán,
COMENDADOR Mayor de la Orden de Calatrava
Don Gómez MANRIQUE
Un JUEZ
Dos REGIDORES de Ciudad Real
ORTUÑO, criado del Comendador
FLORES, criado del Comendador
ESTEBAN, Alcaide de Fuenteovejuna
ALONSO, un regidor de Fuenteovejuna
Otro REGIDOR de Fuenteovejuna
LAURENCIA, labradora de Fuenteovejuna, hija de Esteban
JACINTA, labradora de Fuenteovejuna
PASCUALA, labradora de Fuenteovejuna
JUAN ROJO, labrador
FRONDOSO, labrador
MENGO, labrador gracioso
BARRILDO, labrador
LEONELO, Licenciado en derecho
CIMBRANO, soldado
Un MUCHACHO
LABRADORES y LABRADORAS
MÚSICOS

ACTO PRIMERO

Salen el COMENDADOR, FLORES y ORTUÑO,
criados
COMENDADOR: ¿Sabe el maestre que estoy
en la villa?
FLORES: Ya lo sabe.
ORTUÑO: Está, con la edad, más grave.
COMENDADOR: Y ¿sabe también que soy
2
Fernán Gómez de Guzmán?
FLORES: Es muchacho, no te asombre.
COMENDADOR: Cuando no sepa mi nombre,
¿no le sobra el que me dan
de comendador mayor?
ORTUÑO: No falta quien le aconseje
que de ser cortés se aleje.
COMENDADOR: Conquistará poco amor.
Es llave la cortesía
para abrir la voluntad;
y para la enemistad
la necia descortesía.
ORTUÑO: Si supiese un descortés
cómo le aborrecen todos
--y querrían de mil modos
poner la boca a sus pies--,
antes que serlo ninguno,
se dejaría morir.
FLORES: ¡Qué cansado es de sufrir!
¡Qué áspero y qué importuno!
Llaman la descortesía
necedad en los iguales,
porque es entre desiguales
linaje de tiranía.
Aquí no te toca nada;
que un muchacho aún no ha llegado
a saber qué es ser amado.
COMENDADOR: La obligación de la espada
que se ciñó, el mismo día
que la cruz de Calatrava
le cubrió el pecho, bastaba
para aprender cortesía.
FLORES: Si te han puesto mal con él,
presto lo conocerás.
ORTUÑO: Vuélvete, si en duda estás.
COMENDADOR: Quiero ver lo que hay en él.
Sale el MAESTRE de Calatrava y acompañamiento
MAESTRE: Perdonad, por vida mía,
Fernán Gómez de Guzmán;
que agora nueva me dan
que en la villa estáis.
COMENDADOR: Tenía
muy justa queja de vos;
que el amor y la crïanza
me daban más confïanza,
por ser, cual somos los dos,
vos maestre en Calatrava,
yo vuestro comendador
y muy vuestro servidor.
MAESTRE: Seguro, Fernando, estaba
de vuestra buena venida.
Quiero volveros a dar
los brazos.
3
COMENDADOR: Debéisme honrar;
que he puesto por vos la vida
entre diferencias tantas,
hasta suplir vuestra edad
el pontífice.
MAESTRE: Es verdad.
Y por las señales santas
que a los dos cruzan el pecho,
que os lo pago en estimaros
y como a mi padre honraros.
COMENDADOR: De vos estoy satisfecho.
MAESTRE: ¿Qué hay de guerra por allá?
COMENDADOR: Estad atento, y sabréis
la obligación que tenéis.
MAESTRE: Decid que ya lo estoy, ya.
COMENDADOR: Gran maestre, don Rodrigo
Téllez Girón, que a tan alto
lugar os trajo el valor
de aquel vuestro padre claro,
que, de ocho años, en vos
renunció su maestrazgo,
que después por más seguro
juraron y confirmaron
reyes y comendadores,
dando el pontífice santo
Pío segunda sus bulas
y después las suyas Paulo
para que don Juan Pacheco,
gran maestre de Santiago,
fuese vuestro coadjutor:
ya que es muerto, y que os han dado
el gobierno sólo a vos,
aunque de tan pocos años,
advertid que es honra vuestra
seguir en aqueste caso
la parte de vuestros deudos;
porque, muerto Enrique cuarto,
quieren que al rey don Alonso
de Portugal, que ha heredado,
por su mujer, a Castilla,
obedezcan sus vasallos;
que aunque pretende lo mismo
por Isabel don Fernando,
gran príncipe de Aragón,
no con derecho tan claro
a vuestros deudos, que, en fin,
no presumen que hay engaño
en la sucesión de Juana,
a quien vuestro primo hermano
tiene agora en su poder.
Y así, vengo a aconsejaros
que juntéis los caballeros
de Calatrava en Almagro,
y a Ciudad Real toméis,
que divide como paso
a Andalucía y Castilla,
para mirarlos a entrambos.
Poca gente es menester,
4
porque tienen por soldados
solamente sus vecinos
y algunos pocos hidalgos,
que defienden a Isabel
y llaman rey a Fernando.
Será bien que deis asombro,
Rodrigo, aunque niño, a cuantos
dicen que es grande esa cruz
para vuestros hombros flacos.
Mirad los condes de Urueña,
de quien venís, que mostrando
os están desde la fama
los laureles que ganaros;
los marqueses de Villena,
y otros capitanes, tantos,
que las alas de la fama
apenas pueden llevarlos.
Sacad esa blanca espada;
que habéis de hacer, peleando,
tan roja como la cruz;
porque no podré llamaros
maestre de la cruz roja
que tenéis al pecho, en tanto
que tenéis la blanca espada;
que una al pecho y otra al lado,
entrambas han de ser rojas;
y vos, Girón soberano,
capa del templo inmortal
de vuestros claros pasados.
MAESTRE: Fernán Gómez, estad cierto,
que en esta parcialidad,
porque veo que es verdad,
con mis deudos me concierto.
Y si importa, como paso
a Ciudad Real mi intento,
veréis que como violento
rayo sus muros abraso.
No porque es muerto mi tío
piensen de mis pocos años
los propios y los extraños
que murió con él mi brío.
Sacaré la blanca espada
para que quede su luz
de la color de la cruz,
de roja sangre bañada.
Vos, ¿adónde residís
tenéis algunos soldados?
COMENDADOR: Pocos, pero mis criados;
que si de ellos os servís,
pelearán como leones.
Ya veis que en Fuenteovejuna
hay gente humilde, y alguna
no enseñada en escuadrones,
sino en campos y labranzas.
MAESTRE: ¿Allí residís?
COMENDADOR: Allí
de mi encomienda escogí
casa entre aquestas mudanzas.
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Vuestra gente se registre;
que no quedará vasallo.
MAESTRE: Hoy me veréis a caballo,
poner la lanza en el ristre.
Vanse. Salen PASCUALA y LAURENCIA
LAURENCIA: ¡Mas que nunca acá volviera!
PASCUALA: Pues a la hé que pensé
que cuando te lo conté
más pesadumbre te diera.
LAURENCIA: ¡Plega al cielo que jamás
le vea en Fuenteovejuna!
PASCUALA: Yo, Laurencia, he visto alguna
tan brava,y pienso que más;
y tenía el corazón
brando como una manteca.
LAURENCIA: Pues ¿hay encina tan seca
como ésta mi condición?
PASCUALA: Anda ya; que nadie diga:
"de esta agua no beberé."
LAURENCIA: ¡Voto al sol que lo diré,
aunque el mundo me desdiga!
¿A qué efecto fuera bueno
querer a Fernando yo?
¿Casaráme con él?
PASCUALA: No.
LAURENCIA: Luego la infamia condeno.
¡Cuántas mozas en la villa,
del comendador fïadas,
andan ya descalabradas!
PASCUALA: Tendré yo por maravilla
que te escapes de su mano.
LAURENCIA: Pues en vano es lo que ves,
porque ha que me sigue un mes,
y todo, Pascuala, en vano.
Aquel Flores, su alcahuete,
y Ortuño, aquel socarrón,
me mostraron un jubón,
una sarta y un copete.
Dijéronme tantas cosas
de Fernando, su señor,
que me pusieron temor;
mas no serán poderosas
para contrastar mi pecho.
PASCUALA: ¿Dónde te hablaron?
LAURENCIA: Allá
en el arroyo, y habrá
seis días.
PASCUALA: Y yo sospecho
que te han de engañar, Laurencia.
LAURENCIA: ¿A mí?
PASCUALA: Que no, sino al cura.
LAURENCIA: Soy, aunque polla, muy dura
yo para su reverencia.
6
Pardiez, más precio poner,
Pascuala, de madrugada,
un pedazo de lunada
al huego para comer,
con tanto zalacotón
de una rosca que yo amaso,
y hurtar a mi madre un vaso
del pegado cangilón,
y más precio al mediodía
ver la vaca entre las coles
haciendo mil caracoles
con espumosa armonía;
y concertar, si el camino
me ha llegado a causar pena,
casar un berenjena
con otro tanto tocino;
y después un pasatarde,
mientras la cena se aliña,
de una cuerda de mi viña,
que Dios de pedrisco guarde;
y cenar un salpicón
con su aceite y su pimienta,
e irme a la cama contenta,
y al "inducas tentación"
rezalle mis devociones,
que cuantas raposerías,
con su amor y sus porfías,
tienen estos bellacones;
porque todo su cuidado,
después de darnos disgusto,
es anochecer con gusto
y amanecer con enfado.
PASCUALA: Tienes, Laurencia, razón;
que en dejando de querer,
más ingratos suelen ser
que al villano el gorrión.
En el invierno, que el frío
tiene los campos helados,
descienden de los tejados,
diciéndole: "tío, tío,"
hasta llegar a comer
las migajas de la mesa;
mas luego que el frío cesa,
y el campo ven florecer,
no bajan diciendo "tío,"
del beneficio olvidados,
mas saltando en los tejados
dicen: "judío, judío."
Pues tales los hombres son:
cuando nos han menester,
somos su vida, su ser,
su alma, su corazón;
pero pasadas las ascuas,
las tías somos judías,
y en vez de llamarnos tías,
anda el nombre de las pascuas.
LAURENCIA: No fïarse de ninguno.
PASCUALA: Lo mismo digo, Laurencia.
7
Salen MENGO, BARRILDO y FRONDOSO
FRONDOSO: En aquesta diferencia
andas, Barrildo, importuno.
BARRILDO: A lo menos aquí está
quien nos dirá lo más cierto.
MENGO: Pues hagamos un concierto
antes que lleguéis allá,
y es, que si juzgan por mí,
me dé cada cual la prenda,
precio de aquesta contienda.
BARRILDO: Desde aquí digo que sí.
Mas si pierdes, ¿qué darás?
MENGO: Daré mi rabel de boj,
que vale más que una troj,
porque yo le estimo en más.
BARRILDO: Soy contento.
FRONDOSO: Pues lleguemos.
Dios os guarde, hermosas damas.
LAURENCIA: ¿Damas, Frondoso, nos llamas?
FRONDOSO: Andar al uso queremos:
al bachiller, licenciado;
al ciego, tuerto; al bisojo,
bizco; resentido, al cojo;
y buen hombre, al descuidado.
Al ignorante, sesudo;
al mal galán, soldadesca;
a la boca grande, fresca;
y al ojo pequeño, agudo.
Al pleitista, diligente;
gracioso al entremetido;
al hablador, entendido;
y al insufrible, valiente.
Al cobarde, para poco;
al atrevido, bizarro;
compañero al que es un jarro;
y desenfadado, al loco.
Gravedad, al descontento;
a la calva, autoridad;
donaire, a la necedad;
y al pie grande, buen cimiento.
Al buboso, resfrïado;
comedido al arrogante;
al ingenioso, constante;
al corcovado, cargado.
Esto al llamaros imito,
damas, sin pasar de aquí;
porque fuera hablar así
proceder en infinito.
LAURENCIA: Allá en la ciudad, Frondoso,
llámase por cortesía
de esta suerte; y a fe mía,
que hay otro más riguroso
y peor vocabulario
en las lenguas descorteses.
FRONDOSO: Querría que lo dijeses.
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LAURENCIA: Es todo a esotro contrario:
al hombre grave, enfadoso;
venturoso al descompuesto;
melancólico al compuesto;
y al que reprehende, odioso.
Importuno al que aconseja;
al liberal, moscatel;
al justiciero, crüel;
y al que es piadoso, madeja.
Al que es constante, villano;
al que es cortés, lisonjero;
hipócrita al limosnero;
y pretendiente al cristiano.
Al justo mérito, dicha;
a la verdad, imprudencia;
cobardía a la paciencia;
y culpa a lo que es desdicha.
Necia a la mujer honesta;
mal hecha a la hermosa y casta;
y a la honrada... Pero basta;
que esto basta por respuesta.
MENGO: Digo que eres el dimuño.
LAURENCIA: ¡Soncas que lo dice mal!
MENGO: Apostaré que la sal
la echó el cura con el puño.
LAURENCIA: ¿Qué contienda os ha traído,
si no es que mal lo entendí?
FRONDOSO: Oye, por tu vida.
LAURENCIA: Di.
FRONDOSO: Préstame, Laurencia, oído.
LAURENCIA: Como prestado, y aun dado,
desde agora os doy el mío.
FRONDOSO: En tu discreción confío.
LAURENCIA: ¿Qué es lo que habéis apostado?
FRONDOSO: Yo y Barrildo contra Mengo.
LAURENCIA: ¿Qué dice Mengo?
BARRILDO: Una cosa
que, siendo cierta y forzosa,
la niega.
MENGO: A negarla vengo,
porque yo sé que es verdad.
LAURENCIA: ¿Qué dice?
BARRILDO: Que no hay amor.
LAURENCIA: Generalmente, es rigor.
BARRILDO: Es rigor y es necedad.
Sin amor, no se pudiera
ni aun el mundo conservar.
MENGO: Yo no sé filosofar;
leer, ¡ojalá supiera!
Pero si los elementos
en discordia eterna viven,
y de los mismos reciben
nuestros cuerpos alimentos,
cólera y melancolía,
flema y sangre, claro está.
BARRILDO: El mundo de acá y de allá,
Mengo, todo es armonía.
Armonía es puro amor,
porque el amor es concierto.
MENGO: Del natural os advierto
9
que yo no niego el valor.
Amor hay, y el que entre sí
gobierna todas las cosas,
correspondencias forzosas
de cuanto se mira aquí;
y yo jamás he negado
que cada cual tiene amor,
correspondiente a su humor,
que le conserva en su estado.
Mi mano al golpe que viene
mi cara defenderá;
mi pie, huyendo, estorbará
el daño que el cuerpo tiene.
Cerraránse mis pestañas
si al ojo le viene mal,
porque es amor natural.
PASCUALA: Pues, ¿de qué nos desengañas?
MENGO: De que nadie tiene amor
más que a su misma persona.
PASCUALA: Tú mientes, Mengo, y perdona;
porque, ¿es materia el rigor
con que un hombre a una mujer
o un animal quiere y ama
su semejante?
MENGO: Eso llama
amor propio, y no querer.
¿Qué es amor?
LAURENCIA: Es un deseo
de hermosura.
MENGO: Esa hermosura,
¿por qué el amor la procura?
LAURENCIA: Para gozarla.
MENGO: Eso creo.
Pues ese gusto que intenta,
¿no es para él mismo?
LAURENCIA: Es así.
MENGO: Luego ¿por quererse a sí
busca el bien que le contenta?
LAURENCIA: Es verdad.
MENGO: Pues de ese modo
no hay amor sino el que digo,
que por mi gusto le sigo
y quiero dármele en todo.
BARRILDO: Dijo el cura del lugar
cierto día en el sermón
que había cierto Platón
que nos enseñaba a amar;
que éste amaba el alma sola
y la virtud de lo amado.
PASCUALA: En materia habéis entrado
que, por ventura, acrisola
los caletres de los sabios
en sus cademias y escuelas.
LAURENCIA: Muy bien dice, y no te muelas
en persuadir sus agravios.
Da gracias, Mengo, a los cielos,
que te hicieron sin amor.
MENGO: ¿Amas tú?
LAURENCIA: Mi propio honor.
FRONDOSO: Dios te castigue con celos.
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BARRILDO: ¿Quién gana?
PASCUALA: Con la qüistión
podéis ir al sacristán,
porque él o el cura os darán
bastante satisfacción.
Laurencia no quiere bien,
yo tengo poca experiencia.
¿Cómo daremos sentencia?
FRONDOSO: ¿Qué mayor que ese desdén?
Sale FLORES
FLORES: Dios guarde a la buena gente.
FRONDOSO: Éste es del comendador
crïado.
LAURENCIA: ¡Gentil azor!
¿De adónde bueno, pariente?
FLORES: ¿No me veis a lo soldado?
LAURENCIA: ¿Viene don Fernando acá?
FLORES: La guerra se acaba ya,
puesto que nos ha costado
alguna sangre y amigos.
FRONDOSO: Contadnos cómo pasó.
FLORES: ¿Quién lo dirá como yo,
siendo mis ojos testigos?
Para emprender la jornada
de esta ciudad, que ya tiene
nombre de Ciudad Real,
juntó el gallardo maestre
dos mil lucidos infantes
de sus vasallos valientes,
y trescientos de a caballo
de seglares y de freiles;
porque la cruz roja obliga
cuantos al pecho la tienen,
aunque sean de orden sacro;
mas contra moros, se entiende.
Salió el muchacho bizarro
con una casaca verde,
bordada de cifras de oro,
que sólo los brazaletes
por las mangas descubrían,
que seis alamares prenden.
Un corpulento bridón,
Rucio rodado, que al Betis
bebió el agua, y en su orilla
despuntó la grama fértil;
el codón labrado en cintas
de ante, y el rizo copete
cogido en blancas lazadas,
que con las moscas de nieve
que bañan la blanca piel
iguales labores teje.
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A su lado Fernán Gómez,
vuestro señor, en un fuerte
melado, de negros cabos,
puesto que con blanco bebe.
Sobre turca jacerina,
peto y espaldar luciente,
con naranjada orla saca,
que de oro y perlas guarnece.
El morrión, que coronado
con blancas plumas, parece
que del color naranjado
aquellos azahares vierte;
ceñida al brazo una liga
roja y blanca, con que mueve
un fresno entero por lanza
que hasta en Granada le temen.
La ciudad se puso en arma;
dicen que salir no quieren
de la corona real,
y el patrimonio defienden.
Entróla bien resistida,
y el maestre a los rebeldes
y a los que entonces trataron
su honor injuriosamente
mandó cortar las cabezas,
y a los de la baja plebe,
con mordazas en la boca,
azotar públicamente.
Queda en ella tan temido
y tan amado, que creen
que quien en tan pocos años
pelea, castiga y vence,
ha de ser en otra edad
rayo del África fértil,
que tantas lunas azules
a su roja cruz sujete.
Al comendador y a todos
ha hecho tantas mercedes,
que el saco de la ciudad
el de su hacienda parece.
Mas ya la música suena;
recibidle alegremente,
que al triunfo las voluntades
son los mejores laureles.
Salen el COMENDADOR y ORTUÑO, MÚSICOS,
JUAN ROJO y ESTEBAN, ALONSO, ALCAIDES. Cantan los MÚSICOS
MUSICOS: "Sea bien venido
el comendadore
de rendir las tierras
y matar los hombres.
¡Vivan los Guzmanes!
¡Vivan los Girones!
Si en las paces blando,
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dulce en las razones.
Venciendo moriscos,
fuertes como un roble,
de Ciudad Reale
viene vencedore;
que a Fuenteovejuna
trae los pendones.
¡Viva muchos años,
viva Fernán Gómez!"
COMENDADOR: Villa, yo os agradezco justamente
el amor que me habéis aquí mostrado.
ALONSO: Aun no muestra una parte del que siente.
Pero ¿qué mucho que seáis amado,
mereciéndolo vos?
ESTEBAN: Fuenteovejuna
y el regimiento que hoy habéis honrado,
que recibáis os ruega e importuna
un pequeño presente, que esos carros
traen, señor, no sin vergüenza alguna,
de voluntades y árboles bizarros,
más que de ricos dones. Lo primero
traen dos cestas de polidos barros;
de gansos viene un ganadillo entero,
que sacan por las redes las cabezas,
para cantar vueso valor guerrero.
Diez cebones en sal, valientes piezas,
sin otras menudencias y cecinas,
y más que guantes de ámbar, sus cortezas.
Cien pares de capones y gallinas,
que han dejado viudos a sus gallos
en las aldeas que miráis vecinas.
Acá no tienen armas ni caballos,
no jaeces bordados de oro puro,
si no es oro el amor de los vasallos.
Y porque digo puro, os aseguro
que vienen doce cueros, que aun en cueros
por enero podéis guardar un muro,
si de ellos aforráis vuestros guerreros,
mejor que de las armas aceradas;
que el vino suele dar lindos aceros.
De quesos y otras cosas no excusadas
no quiero daros cuenta. Justo pecho
de voluntades que tenéis ganadas;
y a vos y a vuestra casa, buen provecho.
COMENDADOR: Estoy muy agradecido.
Id, regimiento, en buen hora.
ALONSO: Descansad, señor, agora,
y seáis muy bien venido;
que esta espadaña que veis
y juncia a vuestros umbrales
fueran perlas orientales,
y mucho más merecéis,
a ser posible a la villa.
COMENDADOR: Así lo creo, señores.
Id con Dios.
ESTEBAN: Ea, cantores,
13
vaya otra vez la letrilla.
Cantan
MÚSICOS: "Sea bien venido
el comendadore
de rendir las tierras
y matar los hombres."
Vanse los MÚSICOS y los ALCAIDES
COMENDADOR: Esperad vosotras dos.
LAURENCIA: ¿Qué manda su señoría?
COMENDADOR: ¡Desdenes el otro día,
pues, conmigo! ¡Bien, por Dios!
LAURENCIA: ¿Habla contigo, Pascuala?
PASCUALA: Conmigo no, tirte ahuera.
COMENDADOR: Con vos hablo, hermosa fiera,
y con esotra zagala.
¿Mías no sois?
PASCUALA: Sí, señor;
mas no para casos tales.
COMENDADOR: Entrad, pasado los umbrales;
hombres hay, no hayáis temor.
LAURENCIA: Si los alcaldes entraran,
que de uno soy hija yo,
bien huera entrar; mas si no...
COMENDADOR: ¡Flores!
FLORES: ¿Señor?
COMENDADOR: ¡Que reparan
en no hacer lo que les digo!
FLORES: ¡Entrad, pues!
LAURENCIA: No nos agarre.
FLORES: Entrad; que sois necias.
PASCUALA: Arre;
que echaréis luego el postigo.
FLORES: Entrad; que os quiere enseñar
lo que trae de la guerra.
COMENDADOR: Si entraren, Ortuño, cierra.
Éntrase
LAURENCIA: Flores, dejadnos pasar.
ORTUÑO: ¿También venís presentadas
con lo demás?
14
PASCUALA: ¡Bien a fe!
Desvíese, no le dé...
FLORES: Basta; que son extremadas.
LAURENCIA: ¿No basta a vuestro señor
tanta carne presentada?
ORTUÑO: La vuestra es la que le agrada.
LAURENCIA: ¡Reviente de mal dolor!
Vanse LAURENCIA y PASCUALA
FLORES: ¡Muy buen recado llevamos!
No se ha de poder sufrir
lo que nos ha de decir
cuando sin ellas nos vamos.
ORTUÑO: Quien sirve se obliga a esto.
Si en algo desea medrar,
o con paciencia ha de estar,
o ha de despedirse presto.
Vanse los dos. Salgan el REY don Fernando, la
reina doña ISABEL, MANRIQUE, y acompañamiento
ISABEL: Digo, señor, que conviene
el no haber descuido en esto,
por ver a Alfonso en tal puesto,
y su ejército previene.
Y es bien ganar por la mano
antes que el daño veamos;
que si no lo remediamos,
el ser muy cierto está llano.
REY: De Navarra y de Aragón
está el socorro seguro,
y de Castilla procuro
hacer la reformación
de modo que el buen suceso
con la prevención se vea.
ISABEL: Pues vuestra majestad crea
que el buen fin consiste en eso.
MANRIQUE: Aguardando tu licencia
dos regidores están
de Ciudad Real. ¿Entrarán?
REY: No les nieguen mi presencia.
Salen dos REGIDORES de Ciudad Real
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REGIDOR 1: Católico rey Fernando,
a quien ha enviado el cielo
desde Aragón a Castilla
para bien y amparo nuestro:
en nombre de Ciudad Real,
a vuestro valor supremo
humildes nos presentamos,
el real amparo pidiendo.
A mucha dicha tuvimos
tener título de vuestros;
pero pudo derribarnos
de este honor el hado adverso.
El famoso don Rodrigo
Téllez Girón, cuyo esfuerzo
es en valor extremado,
aunque es en la edad tan tierno
maestre de Calatrava,
él, ensanchar pretendiendo
el honor de la encomienda,
nos puso apretado cerco.
Con valor nos prevenimos,
a su fuerza resistiendo,
tanto, que arroyos corrían
de la sangre de los muertos.
Tomó posesión, en fin;
pero no llegara a hacerlo,
a no le dar Fernán Gómez
orden, ayuda y consejo.
Él queda en la posesión,
y sus vasallos seremos,
suyos, a nuestro pesar,
a no remediarlo presto.
REY: ¿Dónde queda Fernán Gómez?
REGIDOR 1: En Fuenteovejuna creo,
por ser su villa, y tener
en ella casa y asiento.
Allí, con más libertad
de la que decir podemos,
tiene a los súbditos suyos
de todo contento ajenos.
REY: ¿Tenéis algún capitán?
REGIDOR 2: Señor, el no haberle es cierto,
pues no escapó ningún noble
de preso, herido o de muerto.
ISABEL: Ese caso no requiere
ser de espacio remediado;
que es dar al contrario osado
el mismo valor que adquiere;
y puede el de Portugal,
hallando puerta segura,
entrar por Extremadura
y causarnos mucho mal
REY: Don Manrique, partid luego,
llevando dos compañías;
remediad sus demasías
sin darles ningún sosiego.
El conde de Cabra ir puede
con vos; que es Córdoba osado,
16
a quien nombre de soldado
todo el mundo le concede;
que éste es el medio mejor
que la ocasión nos ofrece.
MANRIQUE: El acuerdo me parece
como de tan gran valor.
Pondré límite a su exceso,
si el vivir en mí no cesa.
ISABEL: Partiendo vos a la empresa,
seguro está el buen suceso.
Vanse todos. Salen LAURENCIA y FRONDOSO
LAURENCIA: A medio torcer los paños,
quise, atrevido Frondoso
para no dar qué decir,
desvïarme del arroyo;
decir a tus demasías
que murmura el pueblo todo,
que me miras y te miro,
y todos nos traen sobre ojo.
Y como tú eres zagal
de los que huellan, brioso,
y excediendo a los demás
vistes bizarro y costoso,
en todo lugar no hay moza,
o mozo en el prado o soto,
que no se afirme diciendo
que ya para en uno somos;
y esperan todos el día
que el sacristán Juan Chamorro
nos eche de la tribuna
en dejando los piporros.
Y mejor sus trojes vean
de rubio trigo en agosto
atestadas y colmadas,
y sus tinajas de mosto,
que tal imaginación
me ha llegado a dar enojo:
ni me desvela ni aflige
ni en ella el cuidado pongo.
FRONDOSO: Tal me tienen tus desdenes,
bella Laurencia, que tomo,
en el peligro de verte,
la vida, cuando te oigo.
Si sabes que es mi intención
el desear ser tu esposo,
mal premio das a mi fe.
LAURENCIA: Es que yo no sé dar otro.
FRONDOSO: ¿Posible es que no te duelas
de verme tan cuidadoso
y que imaginando en ti
ni bebo, duermo ni como?
¿Posible es tanto rigor
en ese angélico rostro?
17
¡Viven los cielos, que rabio!
LAURENCIA: Pues salúdate, Frondoso.
FRONDOSO Ya te pido yo salud,
y que ambos, como palomos,
estemos, juntos los picos,
con arrullos sonorosos,
después de darnos la iglesia...
LAURENCIA: Dilo a mi tío Juan Rojo;
que aunque no te quiero bien,
ya tengo algunos asomos.
FRONDOSO: ¡Ay de mí! El señor es éste.
LAURENCIA: Tirando viene a algún corzo.
Escóndete en esas ramas.
FRONDOSO: Y ¡con qué celos me escondo!
Sale el COMENDADOR
COMENDADOR: No es malo venir siguiendo
un corcillo temeroso,
y topar tan bella gama.
LAURENCIA: Aquí descansaba un poco
de haber lavado unos paños;
y así, al arroyo me torno,
si manda su señoría.
COMENDADOR: Aquesos desdenes toscos
afrentan, bella Laurencia,
las gracias que el poderoso
cielo te dio, de tal suerte,
que vienes a ser un monstruo.
Mas si otras veces pudiste
hüír mi ruego amoroso,
agora no quiere el campo,
amigo secreto y solo;
que tú sola no has de ser
tan soberbia, que tu rostro
huyas al señor que tienes,
teniéndome a mí en tan poco.
¿No se rindió Sebastiana,
mujer de Pedro Redondo,
con ser casadas entrambas,
y la de Martín del Pozo,
habiendo apenas pasado
dos días del desposorio?
LAURENCIA: Ésas, señor, ya tenían
de haber andado con otros
el camino de agradaros;
porque también muchos mozos
merecieron sus favores.
Id con Dios, tras vueso corzo;
que a no veros con la cruz,
os tuviera por demonio,
pues tanto me perseguís.
COMENDADOR: ¡Qué estilo tan enfadoso!
Pongo la ballesta en tierra
[puesto que aquí estamos solos],
18
y a la práctica de manos
reduzco melindres.
LAURENCIA: ¿Cómo?
¿Eso hacéis? ¿Estáis en vos?
Sale FRONDOSO y toma la ballesta
COMENDADOR: No te defiendas.
FRONDOSO: Si tomo
la ballesta ¡vive el cielo
que no la ponga en el hombro!
COMENDADOR: Acaba, ríndete.
LAURENCIA: ¡Cielos,
ayúdame agora!
COMENDADOR: Solos
estamos; no tengas miedo.
FRONDOSO: Comendador generoso,
dejad la moza, o creed
que de mi agravio y enojo
será blanco vuestro pecho,
aunque la cruz me da asombro.
COMENDADOR: ¡Perro, villano!...
FRONDOSO: No hay perro.
Huye, Laurencia.
LAURENCIA: Frondoso,
mira lo que haces.
FRONDOSO: Vete.
Vase LAURENCIA
COMENDADOR: ¡Oh, mal haya el hombre loco,
que se desciñe la espada!
Que, de no espantar medroso
la caza, me la quité.
FRONDOSO: Pues, pardiez, señor, si toco
la nuez, que os he de apiolar.
COMENDADOR: Ya es ida. Infame, alevoso,
suelta la ballesta luego.
Suéltala, villano.
FRONDOSO: ¿Cómo?
Que me quitaréis la vida.
Y advertid que Amor es sordo,
y que no escucha palabras
el día que está en su trono.
COMENDADOR: Pues, ¿la espalda ha de volver
un hombre tan valeroso
a un villano? Tira, infame,
tira, y guárdate; que rompo
las leyes de caballero.
FRONDOSO: Eso, no. Yo me conformo
19
con mi estado, y, pues me es
guardar la vida forzoso,
con la ballesta me voy.
COMENDADOR: ¡Peligro extraño y notorio!
Mas yo tomaré venganza
del agravio y del estorbo.
¡Que no cerrara con él!
¡Vive el cielo, que me corro!

FIN DEL PRIMER ACTO

ACTO SEGUNDO

Salen ESTEBAN y otro REGIDOR
ESTEBAN: Así tenga salud, como parece,
que no se saque más agora el pósito.
El año apunta mal, y el tiempo crece,
y es mejor que el sustento esté en depósito,
aunque lo contradicen más de trece.
REGIDOR: Yo siempre he sido, al fin, de este propósito,
en gobernar en paz esta república.
ESTEBAN: Hagamos de ello a Fernán Gómez súplica.
No se puede sufrir que estos astrólogos,
en las cosas futuras ignorantes,
nos quieran persuadir con largos prólogos
los secretos a Dios sólo importantes.
¡Bueno es que, presumiendo de teólogos,
hagan un tiempo en el que después y ante!
Y pidiendo el presente lo importante,
al más sabio veréis más ignorante.
¿Tienen ellos las nubes en su casa
y el proceder de las celestes lumbres?
¿Por dónde ven los que en el cielo pasa,
para darnos con ella pesadumbres?
Ellos en el sembrar nos ponen tasa:
dacá el trigo, cebada y las legumbres,
calabazas, pepinos y mostazas...
Ellos son, a la fe, las calabazas.
Luego cuentan que muere una cabeza,
y después viene a ser en Transilvania;
que el vino será poco, y la cerveza
sobrará por las partes de Alemania;
que se helará en Gascuña la cereza,
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y que habrá muchos tigres en Hircania.
Y al cabo, que se siembre o no se siembre,
el año se remata por diciembre.
Salen el licenciado LEONELO y BARRILDO
LEONELO: A fe que no ganéis la palmatoria,
porque ya está ocupado el mentidero.
BARRILDO: ¿Cómo os fue en Salamanca?
LEONELO: Es larga historia.
BARRILDO: Un Bártulo seréis.
LEONELO: Ni aun un barbero.
Es, como digo, cosa muy notoria
en esta facultad lo que os refiero.
BARRILDO: Sin duda que venís buen estudiante.
LEONELO: Saber he procurado lo importante.
BARRILDO: Después que vemos tanto libro impreso,
no hay nadie que de sabio no presuma.
LEONELO: Antes que ignoran más siento por eso,
por no se reducir a breve suma;
porque la confusión, con el exceso,
los intentos resuelve en vana espuma;
y aquel que de leer tiene más uso,
de ver letreros sólo está confuso.
No niego yo que de imprimir el arte
mil ingenios sacó de entre la jerga,
y que parece que en sagrada parte
sus obras guarda y contra el tiempo alberga;
éste las distribuye y las reparte.
Débese esta invención a Gutemberga,
un famoso tudesco de Maguncia,
en quien la fama su valor renuncia.
Mas muchos que opinión tuvieron grave
por imprimir sus obras la perdieron;
tras esto, con el nombre del que sabe
muchos sus ignorancias imprimieron.
Otros, en quien la baja envidia cabe,
sus locos desatinos escribieron,
y con nombre de aquél que aborrecían
impresos por el mundo los envían.
BARRILDO: No soy de esa opinión.
LEONELO: El ignorante
es justo que se vengue del letrado.
BARRILDO: Leonelo, la impresión es importante.
LEONELO: Sin ella muchos siglos se han pasado,
y no vemos que en éste se levante
[.................. --ado]
un Jerónimo santo, un Agustino.
BARRILDO: Dejadlo y asentaos, que estáis mohino.
Salen JUAN ROJO y otro LABRADOR
21
JUAN ROJO: No hay en cuatro haciendas para un dote,
si es que las vistas han de ser al uso;
que el hombre que es curioso es bien que note
que en esto el barrio y vulgo anda confuso.
LABRADOR: ¿Qué hay del comendador? No os alborote.
JUAN ROJO: ¡Cuál a Laurencia en ese campo puso!
LABRADOR: ¿Quién fue cual él tan bárbaro y lascivo?
Colgado le vea yo de aquel olivo.
Salen el COMENDADOR, ORTUÑO y FLORES
COMENDADOR: Dios guarde la buena gente.
REGIDOR: ¡Oh, señor!
COMENDADOR: Por vida mía,
que se estén.
ESTEBAN: Vuseñoría
adonde suele se siente,
que en pie estaremos muy bien.
COMENDADOR: Digo que se han de sentar.
ESTEBAN: De los buenos es honrar,
que no es posible que den
honra los que no la tienen.
COMENDADOR: Siéntense; hablaremos algo.
ESTEBAN: ¿Vio vuseñoría el galgo?
COMENDADOR: Alcalde, espantados vienen
esos crïados de ver
tan notable ligereza.
ESTEBAN: Es una extremada pieza.
Pardiez, que puede correr
al lado de un delincuente
o de un cobarde en qüistión.
COMENDADOR: Quisiera en esta ocasión
que le hiciérades pariente
a una liebre que por pies
por momentos se me va.
ESTEBAN: Sí haré, par Dios. ¿Dónde está?
COMENDADOR: Allá vuestra hija es.
ESTEBAN: ¡Mi hija!
COMENDADOR: Sí.
ESTEBAN: Pues, ¿es buena
para alcanzada de vos?
COMENDADOR: Reñidla, alcalde, por Dios.
ESTEBAN: ¿Cómo?
COMENDADOR: Ha dado en darme pena.
mujer hay, y principal,
de alguno que está en la plaza,
que dio, a la primera traza,
traza de verme.
ESTEBAN: Hizo mal;
y vos, señor, no andáis bien
en hablar tan libremente.
COMENDADOR: ¡Oh, qué villano elocuente!
¡Ah, Flores!, haz que le den
22
la Política, en que lea
de Aristóteles.
ESTEBAN: Señor,
debajo de vuestro honor
vivir el pueblo desea.
Mirad que en Fuenteovejuna
hay gente muy principal.
LEONELO: ¿Vióse desvergüenza igual?
COMENDADOR: Pues, ¿he dicho cosa alguna
de que os pese, regidor?
REGIDOR: Lo que decís es injusto;
no lo digáis, que no es justo
que nos quitéis el honor.
COMENDADOR: ¿Vosotros honor tenéis?
¡Qué freiles de Calatrava!
REGIDOR: Alguno acaso se alaba
de la cruz que le ponéis,
que no es de sangre tan limpia.
COMENDADOR: Y, ¿ensúciola yo juntando
la mía a la vuestra?
REGIDOR: Cuando
que el mal más tiñe que alimpia.
COMENDADOR: De cualquier suerte que sea,
vuestras mujeres se honran.
ESTEBAN: Esas palabras deshonran;
las obras no hay quien las crea.
COMENDADOR: ¡Qué cansado villanaje!
¡Ah! Bien hayan las ciudades,
que a hombres de calidades
no hay quien sus gustos ataje;
allá se precian casados
que visiten sus mujeres.
ESTEBAN: No harán; que con esto quieres
que vivamos descuidados.
En las ciudades hay Dios
y más presto quien castiga.
COMENDADOR: Levantaos de aquí.
ESTEBAN: ¿Qué diga
lo que escucháis por los dos?
COMENDADOR: Salid de la plaza luego;
no quede ninguno aquí.
ESTEBAN: Ya nos vamos.
COMENDADOR: Pues no así.
FLORES: Que te reportes te ruego.
COMENDADOR: Querrían hacer corrillo
los villanos en mi ausencia.
ORTUÑO: Ten un poco de paciencia.
COMENDADOR: De tanta me maravillo.
Cada uno de por sí
se vayan hasta sus casas.
LEONELO: ¡Cielo! ¿Qué por esto pasas?
ESTEBAN: Ya yo me voy por aquí.
Vanse los LABRADORES
23
COMENDADOR: ¿Qué os parece de esta gente?
ORTUÑO: No sabes disimular,
que no quieres escuchar
el disgusto que se siente.
COMENDADOR: Éstos ¿se igualan conmigo?
FLORES: Que no es aqueso igualarse.
COMENDADOR: Y el villano, ¿ha de quedarse
con ballesta y sin castigo?
FLORES: Anoche pensé que estaba
a la puerta de Laurencia,
y a otro, que su presencia
y su capilla imitaba,
de oreja a oreja le di
un beneficio famoso.
COMENDADOR: ¿Dónde estará aquel Frondoso?
FLORES: Dicen que anda por ahí.
COMENDADOR: ¡Por ahí se atreve a andar
hombre que matarme quiso!
FLORES: Como el ave sin aviso,
o como el pez, viene a dar
al reclamo o al anzuelo.
COMENDADOR: ¡Que a un capitán cuya espada
tiemblan Córdoba y Granada,
un labrador, un mozuelo
ponga una ballesta al pecho!
El mundo se acaba, Flores.
FLORES: Como eso pueden amores.
ORTUÑO: Y pues que vive, sospecho
que grande amistad le debes.
COMENDADOR: Yo he disimulado, Ortuño;
que si no, de punta a puño,
antes de dos horas breves,
pasara todo el lugar;
que hasta que llegue ocasión
al freno de la razón
hago la venganza estar.
¿Qué hay de Pascuala?
FLORES: Responde
que anda agora por casarse.
COMENDADOR: ¿Hasta allí quiere fïarse?
FLORES: En fin, te remite donde
te pagarán de contado.
COMENDADOR: ¿Qué hay de Olalla?
ORTU˜O: Una graciosa
respuesta.
COMENDADOR: Es moza brïosa.
¿Cómo?
ORTUÑO: Que su desposado
anda tras ella estos días
celoso de mis recados
y de que con tus crïados
a visitarla venías;
pero que si se descuida
entrarás como primero.
COMENDADOR: ¡Bueno, a fe de caballero!
Pero el villanejo cuida...
ORTUÑO: Cuida, y anda por los aires.
COMENDADOR: ¿Qué hay de Inés?
FLORES: ¿Cuál?
24
COMENDADOR: La de Antón.
FLORES: Para cualquier ocasión
ya ha ofrecido sus donaires.
Habléla por el corral,
por donde has de entrar si quieres.
COMENDADOR: A las fáciles mujeres
quiero bien y pago mal.
Si éstas supiesen, ¡oh, Flores!,
estimarse en lo que valen...
FLORES: No hay disgustos que se igualen
a contrastar sus favores.
Rendirse presto desdice
de la esperanza del bien;
mas hay mujeres también,
porque el filósofo dice,
que apetecen a los hombres
como la forma desea
la materia; y que esto sea
así, no hay de qué te asombres.
COMENDADOR: Un hombre de amores loco
huélgase que a su accidente
se le rindan fácilmente,
mas después las tiene en poco,
y el camino de olvidar,
al hombre más obligado
es haber poco costado
lo que pudo desear.
Sale CIMBRANOS, soldado
CIMBRANOS: ¿Está aquí el comendador?
ORTUÑO: ¿No le ves en tu presencia?
CIMBRANO: ¡Oh, gallardo Fernán Gómez!
Trueca la verde montera
en el blanco morrión
y el gabán en armas nuevas;
que el maestre de Santiago
y el conde de Cabra cercan
a don Rodrigo Girón,
por la castellana reina,
en Ciudad Real; de suerte
que no es mucho que se pierda
lo que en Calatrava sabes
que tanta sangre le cuesta.
Ya divisan con las luces,
desde las altas almenas
los castillo y leones
y barras aragonesas.
Y aunque el rey de Portugal
honrar a Girón quisiera,
no hará poco en que el maestre
a Almagro con vida vuelva.
Ponte a caballo, señor;
que sólo con que te vean
se volverán a Castilla.
25
COMENDADOR: No prosigas; tente, espera.
Haz, Ortuño, que en la plaza
toquen luego una trompeta.
¿Qué soldados tengo aquí?
ORTUÑO: Pienso que tienes cincuenta.
COMENDADOR: Pónganse a caballo todos.
CIMBRANOS: Si no caminas apriesa,
Ciudad Real es del rey.
COMENDADOR: No hayas miedo que lo sea.
Vanse TODOS. Salen MENGO, LAURENCIA y PASCUALA,
huyendo
PASCUALA: No te apartes de nosotras.
MENGO: Pues, ¿a qué tenéis temor?
LAURENCIA: Mengo, a la villa es mejor
que vamos unas con otras,
pues que no hay hombre ninguno,
porque no demos con él.
MENGO: ¡Que este demonio crüel
nos sea tan importuno!
LAURENCIA: No nos deja a sol ni a sombra.
MENGO: ¡Oh! Rayo del cielo baje
que sus locuras ataje.
LAURENCIA: Sangrienta fiera le nombra;
arsénico y pestilencia
del lugar.
MENGO: Hanme contado
que Frondoso, aquí en el prado,
para librarte, Laurencia,
le puso al pecho una jara.
LAURENCIA: Los hombres aborrecía,
Mengo; mas desde aquel día
los miro con otra cara.
¡Gran valor tuvo Frondoso!
Pienso que le ha de costar
la vida.
MENGO: Que del lugar
se vaya, será forzoso.
LAURENCIA: Aunque ya le quiero bien,
eso mismo le aconsejo;
mas recibe mi consejo
con ira, rabia y desdén;
y jura el comendador
que le ha de colgar de un pie.
PASCUALA: ¡Mal garrotillo le dé!
MENGO: Mala pedrada es mejor!
¡Voto al sol, si le tirara
con la que llevo al apero,
que al sonar el crujidero
al casco se la encajara!
No fue Sábalo, el romano,
tan vicioso por jamás.
26
LAURENCIA: Heliogábalo dirás,
más que una fiera inhumano.
MENGO: Pero Galván, o quien fue,
que yo no entiendo de historia;
mas su cativa memoria
vencida de éste se ve.
¿Hay hombre en naturaleza
como Fernán Gómez?
PASCUALA: No;
que parece que le dio
de una tigre la aspereza.
Sale JACINTA
JACINTA: Dadme socorro, por Dios,
si la amistad os obliga.
LAURENCIA: ¿Qué es esto, Jacinta amiga?
PASCUALA: Tuyas lo somos las dos.
JACINTA: Del comendador crïados,
que van a Ciudad Real,
más de infamia natural
que de noble acero armados,
me quieren llevar a él.
LAURENCIA: Pues, Jacinta, Dios te libre;
que cuando contigo es libre,
conmigo será crüel.
Vase LAURENCIA
PASCUALA: Jacinta, yo no soy hombre
que te pueda defender.
Vase PASCUALA
MENGO: Yo sí lo tengo de ser,
porque tengo el ser y el nombre.
Llégate, Jacinta, a mí.
JACINTA: ¿Tienes armas?
MENGO: Las primeras
del mundo.
JACINTA: ¡Oh, si las tuvieras!
MENGO: Piedras hay, Jacinta, aquí.
27
Salen FLORES y ORTUÑO
FLORES: ¿Por los pies pensabas irte?
JACINTA: ¡Mengo, muerta soy!
MENGO: Señores...
¿A estos pobres labradores?...
ORTUÑO: Pues, ¿tú quieres persuadirte
a defender la mujer?
MENGO: Con los ruegos la defiendo;
que soy su deudo y pretendo
guardarla, si puede ser.
FLORES: Quitadle luego la vida.
MENGO: ¡Voto al sol, si me emberrincho,
y el cáñamo me descincho,
que la llevéis bien vendida!
Salen el COMENDADOR y CIMBRANOS
COMENDADOR: ¿Qué es eso? ¿A cosas tan viles
me habéis de hacer apear?
FLORES: Gente de este vil lugar,
que ya es razón que aniquiles,
pues en nada te da gusto,
a nuestras armas se atreve.
MENGO: Señor, si piedad os mueve
de suceso tan injusto,
castigad estos soldados,
que con vuestro nombre agora
roban una labradora
a esposo y padres honrados;
y dadme licencia a mí
que se la pueda llevar.
COMENDADOR: Licencia les quiero dar...
para vengarse de ti.
Suelta la honda.
MENGO: Señor!
COMENDADOR: Flores, Ortuño, Cimbranos,
con ella le atad las manos.
MENGO: ¿Así volvéis por su honor?
COMENDADOR: ¿Qué piensan Fuenteovejuna
y sus villanos de mí?
MENGO: Señor, ¿en qué os ofendí,
ni el pueblo en cosa ninguna?
FLORES: ¿Ha de morir?
COMENDADOR: No ensuciéis
las armas, que habéis de honrar
en otro mejor lugar.
ORTUÑO: ¿Qué mandas?
COMENDADOR: Que lo azotéis.
Llevadle, y en ese roble
le atad y le desnudad,
y con las riendas...
28
MENGO: ¡Piedad!
¡Piedad, pues sois hombre noble!
COMENDADOR: Azotadle hasta que salten
los hierros de las correas.
MENGO: ¡Cielos! ¿A hazañas tan feas
queréis que castigos falten?
Vanse MENGO, FLORES y ORTUÑO
COMENDADOR: Tú, villana, ¿por qué huyes?
¿Es mejor un labrador
que un hombre de mi valor?
JACINTA: ¡Harto bien me restituyes
el honor que me han quitado
en llevarme para ti!
COMENDADOR: ¿En quererte llevar?
JACINTA: Sí;
porque tengo un padre honrado,
que si en alto nacimiento
no te iguala, en las costumbres
te vence.
COMENDADOR: Las pesadumbres
y el villano atrevimiento
no tiemplan bien un airado.
Tira por ahí.
JACINTA: ¿Con quién?
COMENDADOR: Conmigo.
JACINTA: Míralo bien.
COMENDADOR: Para tu mal lo he mirado.
Ya no mía, del bagaje
del ejército has de ser.
JACINTA: No tiene el mundo poder
para hacerme, viva, ultraje.
COMENDADOR: ¡Ea, villana, camina!
JACINTA: ¡Piedad, señor!
COMENDADOR: No hay piedad.
JACINTA: Apelo de tu crueldad
a la justicia divina.
Llévanla y vanse. Salen LAURENCIA y
FRONDOSO
LAURENCIA: ¿Cómo así a venir te atreves,
sin temer tu daño.
FRONDOSO: Ha sido
dar testimonio cumplido
de la afición que me debes.
Desde aquel recuesto vi
salir al comendador,
y fïado en tu valor
29
todo mi temor perdí.
Vaya donde no le vean
volver.
LAURENCIA: Tente en maldecir,
porque suele más vivir
al que la muerte desean.
FRONDOSO: Si es eso, viva mil años,
y así se hará todo bien
pues deseándole bien,
estarán ciertos sus daños.
Laurencia, deseo saber
si vive en ti mi cuidado,
y si mi lealtad ha hallado
el puerto de merecer.
Mira que toda la villa
ya para en uno nos tiene;
y de cómo a ser no viene
la villa se maravilla.
Los desdeñosos extremos
deja, y responde "no" o "sí."
LAURENCIA: Pues a la villa y a ti
respondo que lo seremos.
FRONDOSO: Deja que tus plantas bese
Por la merced recibida,
pues el cobrar nueva vida
por ella es bien que confiese.
LAURENCIA: De cumplimientos acorta;
y para que mejor cuadre,
habla, Frondoso, a mi padre,
pues es lo que más importa,
que allí viene con mi tío;
y fía que ha de tener
ser, Frondoso, tu mujer
buen suceso.
FRONDOSO: En Dios confío.
Escóndese LAURENCIA. Salen ESTEBAN,
alcalde, y el REGIDOR
ESTEBAN: Fue su término de modo,
que la plaza alborotó.
En efecto, procedió
muy descomedido en todo.
No hay a quien admiración
sus demasías no den;
la pobre Jacinta es quien
pierde por su sinrazón.
REGIDOR: Ya a los católicos reyes,
que este nombre les dan ya,
presto España les dará
la obediencia de sus leyes.
Ya sobre Ciudad Real,
contra el Girón que la tiene,
Santiago a caballo viene
por capitán general.
30
Pésame; que era Jacinta
doncella de buena pro.
ESTEBAN: Luego a Mengo le azotó.
REGIDOR: No hay negra bayeta o tinta
como sus carnes están.
ESTEBAN: Callad; que me siento arder
viendo su mal proceder
y el mal nombre que le dan.
Yo, ¿para qué traigo aquí
este palo sin provecho?
REGIDOR: Si sus crïados lo han hecho
¿de qué os afligís así?
ESTEBAN: ¿Queréis más? Que me contaron
que a la de Pedro Redondo
un día, que en lo más hondo
de este valle la encontraron,
después de sus insolencias,
a sus crïados la dio.
REGIDOR: Aquí hay gente. ¿Quién es?
FRONDOSO: Yo,
que espero vuestras licencias.
ESTEBAN: Para mi casa, Frondoso,
licencia no es menester;
debes a tu padre el ser
y a mí otro ser amoroso.
Hete crïado, y te quiero
como a hijo.
FRONDOSO: Pues señor,
fïado en aquese amor,
de ti una merced espero.
Ya sabes de quién soy hijo.
ESTEBAN: ¿Hate agraviado ese loco
de Fernán Gómez?
FRONDOSO: No poco.
ESTEBAN: El corazón me lo dijo.
FRONDOSO: Pues señor, con el seguro
del amor que habéis mostrado,
de Laurencia enamorado,
el ser su esposo procuro.
Perdona si en el pedir
mi lengua se ha adelantado;
que he sido en decirlo osado,
como otro lo ha de decir.
ESTEBAN: Vienes, Frondoso, a ocasión
que me alargarás la vida,
por la cosa más temida
que siente mi corazón.
Agradezco, hijo, al cielo
que así vuelvas por mi honor
y agradézcole a tu amor
la limpieza de tu celo.
Mas como es justo, es razón
dar cuenta a tu padre de esto,
sólo digo que estoy presto,
en sabiendo su intención;
que yo dichoso me hallo
en que aqueso llegue a ser.
REGIDOR: De la moza el parecer
tomad antes de acetallo.
ESTEBAN: No tengáis de eso cuidado,
31
que ya el caso está dispuesto.
Antes de venir a esto,
entre ellos se ha concertado.
En el dote, si advertís,
se puede agora tratar;
que por bien os pienso dar
algunos maravedís.
FRONDOSO: Yo dote no he menester;
de eso no hay que entristeceros.
REGIDOR: Pues que no la pide en cueros
lo podéis agradecer.
ESTEBAN: Tomaré el parecer de ella;
si os parece, será bien.
FRONDOSO: Justo es; que no hace bien
quien los gustos atropella.
ESTEBAN: ¡Hija! ¡Laurencia!...
LAURENCIA: ¿Señor?
ESTEBAN: Mirad si digo bien yo.
¡Ved qué presto respondió!
Hija Laurencia, mi amor
a preguntarte ha venido
--apártate aquí-- si es bien
que a Gila, tu amiga, den
a Frondoso por marido,
que es un honrado zagal,
si le hay en Fuenteovejuna...
LAURENCIA: ¿Gila se casa?
ESTEBAN: Y si alguna
le merece y es su igual...
LAURENCIA: Yo digo, señor, que sí.
ESTEBAN: Sí; mas yo digo que es fea
y que harto mejor se emplea
Frondoso, Laurencia en ti.
LAURENCIA: ¿Aún no se te han olvidado
los donaires con la edad?
ESTEBAN: ¿Quiéresle tú?
LAURENCIA: Voluntad
le he tenido y le he cobrado;
pero por lo que tú sabes...
ESTEBAN: ¿Quieres tú que diga sí?
LAURENCIA: Dilo tú, señor, por mí.
ESTEBAN: ¿Yo? Pues tengo yo las llaves.
Hecho está. Ven, buscaremos
a mi compadre en la plaza.
REGIDOR: Vamos.
ESTEBAN: Hijo, y en la traza
del dote, ¿qué le diremos?
Que yo bien te puedo dar
cuatro mil maravedís.
FRONDOSO: Señor, ¿eso me decís?
Mi honor queréis agraviar.
ESTEBAN: Anda, hijo; que eso es
cosa que pasa en un día;
que si no hay dote, a fe mía,
que se echa menos después.
Vanse, y quedan FRONDOSO y LAURENCIA
32
LAURENCIA: Di, Frondoso. ¿Estás contento?
FRONDOSO: ¡Cómo si lo estoy! ¡Es poco,
pues que no me vuelvo loco
de gozo, del bien que siento!
Risa vierte el corazón
por los ojos de alegría
viéndote, Laurencia mía,
en tan dulce posesión.
Vanse. Salen el MAESTRE, el COMENDADOR, FLORES y ORTUÑO
COMENDADOR: Huye, señor, que no hay otro remedio.
MAESTRE: La flaqueza del muro lo ha causado,
y el poderoso ejército enemigo.
COMENDADOR: Sangre les cuesta e infinitas vidas.
MAESTRE: Y no se alabarán que en sus despojos
pondrán nuestro pendón de Calatrava,
que a honrar su empresa y los demás bastaba.
COMENDADOR: Tus designios, Girón, quedan perdidos.
MAESTRE: ¿Qué puedo hacer, si la fortuna ciega
a quien hoy levantó, mañana humilla?
Dentro
VOCES: ¡Victoria por los reyes de Castilla!
MAESTRE: Ya coronan de luces las almenas,
y las ventanas de las torres altas
entoldan con pendones victoriosos.
COMENDADOR: Bien pudieran, de sangre que les cuesta.
A fe que es más tragedia que no fiesta.
MAESTRE: Yo vuelvo a Calatrava, Fernán Gómez.
COMENDADOR: Y yo a Fuenteovejuna, mientras tratas
o seguir esta parte de tus deudos,
o reducir la tuya al rey católico.
MAESTRE: Yo te diré por cartas lo que intento.
COMENDADOR: El tiempo ha de enseñarte.
MAESTRE: Ah, pocos años,
sujetos al rigor de sus engaños!
Vanse. Sale la boda, MÚSICOS, MENGO,
FRONDOSO, LAURENCIA, PASCUALA, BARRILDO, ESTEBAN y alcalde JUAN
ROJO. Cantan
33
MUSICOS: "¡Vivan muchos años
los desposados!
¡Vivan muchos años!"
MENGO: A fe que no os ha costado
mucho trabajo el cantar.
BARRILDO: Supiéraslo tú trovar
mejor que él está trovado.
FRONDOSO: Mejor entiende de azotes
Mengo que de versos ya.
MENGO: Alguno en el valle está,
para que no te alborotes,
a quien el Comendador...
BARRILDO: No lo digas, por tu vida;
que este bárbaro homicida
a todos quita el honor.
MENGO: Que me azotasen a mí
cien soldados aquel día...
sola una honda tenía
[y así una copla escribí;]
pero que le hayan echado
una melecina a un hombre,
que aunque no diré su nombre
todos saben que es honrado,
llena de tinta y de chinas
¿cómo se puede sufrir?
BARRILDO: Haríalo por reír.
MENGO: No hay risa con melecinas;
que aunque es cosa saludable...
yo me quiero morir luego.
FRONDOSO: Vaya la copla, te ruego,
si es la copla razonable.
MENGO: "Vivan muchos años juntos
los novios, ruego a los cielos,
y por envidia ni celos
ni riñan ni anden en puntos.
Llevan a entrambos difuntos,
de puro vivir cansados.
¡Vivan muchos años!"
FRONDOSO: ¡Maldiga el cielo el poeta,
que tal coplón arrojó!
BARRILDO: Fue muy presto.
MENGO: Pienso yo
una cosa de esta seta.
¿No habéis visto un buñolero
en el aceite abrasando
pedazos de masa echando
hasta llenarse el caldero?
¿Que unos le salen hinchados,
otros tuertos y mal hechos,
ya zurdos y ya derechos,
ya fritos y ya quemados?
Pues así imagino yo
un poeta componiendo,
34
la materia previniendo,
que es quien la masa le dio.
Va arrojando verso aprisa
al caldero del papel,
confïado en que la miel
cubrirá la burla y risa.
Mas poniéndolo en el pecho,
apenas hay quien los tome;
tanto que sólo los come
el mismo que los ha hecho.
BARRILDO: Déjate ya de locuras;
deja los novios hablar.
LAURENCIA: Las manos nos da a besar.
JUAN ROJO: Hija, ¿mi mano procuras?
Pídela a tu padre luego
para ti y para Frondoso.
ESTEBAN: Rojo, a ella y a su esposo
que se la dé el cielo ruego,
con su larga bendición.
FRONDOSO: Los dos a los dos la echad.
JUAN ROJO: Ea, tañed y cantad,
pues que para en uno son.
Cantan
MUSICOS: "Al val de Fuenteovejuna
la niña en cabellos baja;
el caballero la sigue
de la cruz de Calatrava.
Entre las ramas se esconde,
de vergonzosa y turbada;
fingiendo que no le ha visto,
pone delante las ramas.
--¿Para qué te escondes,
niña gallarda?
Que mis linces deseos
paredes pasan.--
Acercóse el caballero,
y ella, confusa y turbada,
hacer quiso celosías
de las intricadas ramas;
mas como quien tiene amor
los mares y las montañas
atraviesa fácilmente,
la dice tales palabras:
--¿Para qué te escondes,
niña gallarda?
Que mis linces deseos
paredes pasan--."
Sale el COMENDADOR, FLORES, ORTUÑO y
CIMBRANOS
35
COMENDADOR: Estése la boda queda
y no se alborote nadie.
JUAN ROJO: No es juego aqueste, señor,
y basta que tú lo mandes.
¿Quieres lugar? ¿Cómo vienes
con tu belicoso alarde?
¿Venciste? Mas, ¿qué pregunto?
FRONDOSO: ¡Muerto soy! ¡Cielos, libradme!
LAURENCIA: Huye por aquí, Frondoso.
COMENDADOR: Eso no; prendedle, atadle.
JUAN ROJO: Date, muchacho, a prisión.
FRONDOSO: Pues ¿quieres tú que me maten?
JUAN ROJO: ¿Por qué?
COMENDADOR: No soy hombre yo
que mato sin culpa a nadie;
que si lo fuera, le hubieran
pasado de parte a parte
esos soldados que traigo.
Llevarlo mando a la cárcel,
donde la culpa que tiene
sentencie su mismo padre.
PASCUALA: Señor, mirad que se casa.
COMENDADOR: ¿Qué me obliga que se case?
¿No hay otra gente en el pueblo?
PASCUALA: Si os ofendió, perdonadle,
por ser vos quien sois.
COMENDADOR: No es cosa,
Pascuala, en que yo soy parte.
Es esto contra el maestre
Téllez Girón, que Dios guarde;
es contra toda su orden,
es su honor, y es importante
para el ejemplo, el castigo;
que habrá otro día quien trate
de alzar pendón contra él,
pues ya sabéis que una tarde
al comendador mayor,
--¡qué vasallos tan leales!--
puso una ballesta al pecho.
ESTEBAN: Supuesto que el disculparle
ya puede tocar a un suegro,
no es mucho que en causas tales
se descomponga con vos
un hombre, en efecto, amante;
porque si vos pretendéis
su propia mujer quitarle,
¿qué mucho que la defienda?
COMENDADOR: Majadero sois, alcalde.
ESTEBAN: Por vuestra virtud, señor,...
COMENDADOR: Nunca yo quise quitarle
su mujer, pues no lo era.
ESTEBAN: Sí quisistes... Y esto baste;
que reyes hay en Castilla,
que nuevas órdenes hacen,
con que desórdenes quitan.
Y harán mal, cuando descansen
de las guerras, en sufrir
36
en sus villas y lugares
a hombres tan poderosos
por traer cruces tan grandes;
póngasela el rey al pecho,
que para pechos reales
es esa insignia y no más.
COMENDADOR: ¡Hola!, la vara quitadle.
ESTEBAN: Tomad, señor, norabuena.
COMENDADOR: Pues con ella quiero darle
como a caballo brïoso.
ESTEBAN: Por señor os sufro. Dadme.
PASCUALA: ¿A un viejo de palos das?
LAURENCIA: Si le das porque es mi padre,
¿qué vengas en él de mí?
COMENDADOR: Llevadla, y haced que guarden
su persona diez soldados.
Vase el COMENDADOR y los suyos
ESTEBAN: Justicia del cielo baje.
Vase
PASCUALA: Volvióse en luto la boda.
Vase
BARRILDO: ¿No hay aquí un hombre que hable?
MENGO: Yo tengo ya mis azotes,
que aún se ven los cardenales
sin que un hombre vaya a Roma.
Prueben otros a enojarle.
JUAN ROJO: hablemos todos.
MENGO: Señores,
aquí todo el mundo calle.
Como ruedas de salmón
me puso los atabales.

FIN DEL ACTO SEGUNDO

37

ACTO TERCERO

Salen ESTEBAN, ALONSO y BARRILDO
ESTEBAN: ¿No han venido a la junta?
BARRILDO: No han venido.
ESTEBAN: Pues más a priesa nuestro daño corre.
BARRILDO: Ya está lo más del pueblo prevenido.
ESTEBAN: Frondoso con prisiones en la torre,
y mi hija Laurencia en tanto aprieto,
si la piedad de Dios no los socorre...
Salen JUAN ROJO y el REGIDOR
JUAN ROJO: ¿De qué dais voces, cuando importa tanto
a nuestro bien, Esteban, el secreto?
ESTEBAN: Que doy tan pocas es mayor espanto.
Sale MENGO
MENGO: También vengo yo a hallarme en esta junta.
ESTEBAN: Un hombre cuyas canas baña el llanto,
labradores honrados, os pregunta,
¿qué obsequias debe hacer toda esa gente
a su patria sin honra, ya perdida?
Y si se llaman honras justamente,
¿cómo se harán, si no hay entre nosotros
hombre a quien este bárbaro no afrente?
Respondedme: ¿Hay alguno de vosotros
que no esté lastimado en honra y vida?
¿No os lamentáis los unos de los otros?
Pues si ya la tenéis todos perdida,
¿a qué aguardáis? ¿Qué desventura es ésta?
JUAN ROJO: La mayor que en el mundo fue sufrida.
Mas pues ya se publica y manifiesta
que en paz tienen los reyes a Castilla
y su venida a Córdoba se apresta,
vayan dos regidores a la villa
38
y echándose a sus pies pidan remedio.
BARRILDO: En tanto que Fernando, aquél que humilla
a tantos enemigos, otro medio
será mejor, pues no podrá, ocupado
hacernos bien, con tanta guerra en medio.
REGIDOR: Si mi voto de vos fuera escuchado,
desamparar la villa doy por voto.
JUAN ROJO: ¿Cómo es posible en tiempo limitado?
MENGO: A la fe, que si entiende el alboroto,
que ha de costar la junta alguna vida.
REGIDOR: Ya, todo el árbol de paciencia roto,
corre la nave de temor perdida.
La hija quitan con tan gran fiereza
a un hombre honrado, de quien es regida
la patria en que vivís, y en la cabeza
la vara quiebran tan injustamente.
¿Qué esclavo se trató con más bajeza?
JUAN ROJO: ¿Qué es lo que quieres tú que el pueblo intente?
REGIDOR: Morir, o dar la muerte a los tiranos,
pues somos muchos, y ellos poca gente.
BARRILDO: ¡Contra el señor las armas en las manos!
ESTEBAN: El rey sólo es señor después del cielo,
y no bárbaros hombres inhumanos.
Si Dios ayuda nuestro justo celo,
¿qué nos ha de costar?
MENGO: Mirad, señores,
que vais en estas cosas con recelo.
Puesto que por los simples labradores
estoy aquí que más injurias pasan,
más cuerdo represento sus temores.
JUAN ROJO: Si nuestras desventuras se compasan,
para perder las vidas, ¿qué aguardamos?
Las casas y las viñas nos abrasan,
¡tiranos son! ¡A la venganza vamos!
Sale LAURENCIA, desmelenada
LAURENCIA: Dejadme entrar, que bien puedo,
en consejo de los hombres;
que bien puede una mujer,
si no a dar voto, a dar voces.
¿Conocéisme?
ESTEBAN: ¡Santo cielo!
¿No es mi hija?
JUAN ROJO: ¿No conoces
a Laurencia?
LAURENCIA: Vengo tal,
que mi diferencia os pone
en contingencia quién soy.
ESTEBAN: ¡Hija mía!
LAURENCIA: No me nombres
tu hija.
ESTEBAN: ¿Por qué, mis ojos?
¿Por qué?
LAURENCIA: Por muchas razones,
39
y sean las principales:
porque dejas que me roben
tiranos sin que me vengues,
traidores sin que me cobres.
Aún no era yo de Frondoso,
para que digas que tome,
como marido, venganza;
que aquí por tu cuenta corre;
que en tanto que de las bodas
no haya llegado la noche,
del padre, y no del marido,
la obligación presupone;
que en tanto que no me entregan
una joya, aunque la compren,
no ha de correr por mi cuenta
las guardas ni los ladrones.
Llevóme de vuestros ojos
a su casa Fernán Gómez;
la oveja al lobo dejáis
como cobardes pastores.
¿Qué dagas no vi en mi pecho?
¿Qué desatinos enormes,
qué palabras, qué amenazas,
y qué delitos atroces,
por rendir mi castidad
a sus apetitos torpes?
Mis cabellos ¿no lo dicen?
¿No se ven aquí los golpes
de la sangre y las señales?
¿Vosotros sois hombres nobles?
¿Vosotros padres y deudos?
¿Vosotros, que no se os rompen
las entrañas de dolor,
de verme en tantos dolores?
Ovejas sois, bien lo dice
de Fuenteovejuna el hombre.
Dadme unas armas a mí
pues sois piedras, pues sois tigres...
--Tigres no, porque feroces
siguen quien roba sus hijos,
matando los cazadores
antes que entren por el mar
y pos sus ondas se arrojen.
Liebres cobardes nacistes;
bárbaros sois, no españoles.
Gallinas, ¡vuestras mujeres
sufrís que otros hombres gocen!
Poneos ruecas en la cinta.
¿Para qué os ceñís estoques?
¡Vive Dios, que he de trazar
que solas mujeres cobren
la honra de estos tiranos,
la sangre de estos traidores,
y que os han de tirar piedras,
hilanderas, maricones,
amujerados, cobardes,
y que mañana os adornen
nuestras tocas y basquiñas,
solimanes y colores!
A Frondoso quiere ya,
40
sin sentencia, sin pregones,
colgar el comendador
del almena de una torre;
de todos hará lo mismo;
y yo me huelgo, medio-hombres,
por que quede sin mujeres
esta villa honrada, y torne
aquel siglo de amazonas,
eterno espanto del orbe.
ESTEBAN: Yo, hija, no soy de aquellos
que permiten que los nombres
con esos títulos viles.
Iré solo, si se pone
todo el mundo contra mí.
JUAN ROJO: Y yo, por más que me asombre
la grandeza del contrario.
REGIDOR: ¡Muramos todos!
BARRILDO: Descoge
un lienzo al viento en un palo,
y mueran estos enormes.
JUAN ROJO: ¿Qué orden pensáis tener?
MENGO: Ir a matarle sin orden.
Juntad el pueblo a una voz;
que todos están conformes
en que los tiranos mueran.
ESTEBAN: Tomad espadas, lanzones,
ballestas, chuzos y palos.
MENGO: ¡Los reyes nuestros señores
vivan!
TODOS: ¡Vivan muchos años!
MENGO: ¡Mueran tiranos traidores!
TODOS: ¡Tiranos traidores, mueran!
Vanse todos
LAURENCIA: Caminad, que el cielo os oye.
¡Ah, mujeres de la villa!
¡Acudid, por que se cobre
vuestro honor, acudid, todas!
Salen PASCUALA, JACINTA y otras mujeres
PASCUALA: ¿Qué es esto? ¿De qué das voces?
LAURENCIA: ¿No veis cómo todos van
a matar a Fernán Gómez,
y nombres, mozos y muchachos
furiosos al hecho corren?
¿Será bien que solos ellos
de esta hazaña el honor gocen?
Pues no son de las mujeres
41
sus agravios los menores.
JACINTA: Di, pues, ¿qué es lo que pretendes?
LAURENCIA: Que puestas todas en orden,
acometamos a un hecho
que dé espanto a todo el orbe.
Jacinta, tu grande agravio,
que sea cabo; responde
de una escuadra de mujeres.
JACINTA: No son los tuyos menores.
LAURENCIA: Pascuala, alférez serás.
PASCUALA: Pues déjame que enarbole
en un asta la bandera.
Verás si merezco el nombre.
LAURENCIA: No hay espacio para eso,
pues la dicha nos socorre.
Bien nos basta que llevemos
nuestras tocas por pendones.
PASCUALA: Nombremos un capitán.
LAURENCIA: Eso no.
PASCUALA: ¿Por qué?
LAURENCIA: Que adonde
asiste mi gran valor
no hay Cides ni Rodamontes.
Vanse todas. Sale FRONDOSO, atadas las manos,
FLORES, ORTUÑO, CIMBRANOS y el COMENDADOR
COMENDADOR: De ese cordel que de las manos sobra
quiero que le colguéis, por mayor pena.
FRONDOSO: ¡Qué nombre, gran señor, tu sangre cobra!
COMENDADOR: Colgadle luego en la primera almena.
FRONDOSO: Nunca fue mi intención poner por obra
tu muerte entonces.
FLORES: Grande ruido suena.
Ruido suene dentro
COMENDADOR: ¿Ruido?
FLORES: Y de manera que interrompen
tu justicia, señor.
ORTUÑO: Las puertas rompen.
Ruido
COMENDADOR: ¡La puerta de mi casa, y siendo casa
42
de la encomienda!
FLORES: El pueblo junto viene.
Dentro
JUAN ROJO: ¡Rompe, derriba, hunde, quema, abrasa!
ORTUNO: Un popular motín mal se detiene.
COMENDADOR: ¿El pueblo contra mí?
FLORES: La furia: pasa
tan adelante, que las puertas tiene
echadas por la tierra.
COMENDADOR: Desatalde.
Templa, Frondoso, ese villano alcalde.
FRONDOSO: Yo voy, señor; que amor les ha movido.
Vase FRONDOSO. Dentro
MENGO: ¡Vivan Fernando e Isabel, y mueran
los traidores!
FLORES: Señor, por Dios te pido
que no te hallen aquí.
COMENDADOR: Se perseveran,
este aposento es fuerte y defendido.
Ellos se volverán.
FLORES: Cuando se alteran
los pueblos agraviados, y resuelven,
nunca sin sangre o sin venganza vuelven.
COMENDADOR: En esta puerta, así como rastrillo
su furor con las armas defendamos.
Dentro
FRONDOSO: ¡Viva Fuenteovejuna!
COMENDADOR: ¡Qué caudillo!
Estoy por que a su furia acometamos.
FLORES: De la tuya, señor, me maravillo.
ESTEBAN: Ya el tirano y los cómplices miramos. ¡Fuenteovejuna, y los tiranos mueran!
Salen todos
43
COMENDADOR: Pueblo, esperad.
TODOS: Agravios nunca esperan.
COMENDADOR: Decídmelos a mí, que iré pagando
a fe de caballero esos errores.
TODOS: ¡Fuenteovejuna! ¡Viva el rey Fernando!
¡Mueran malos cristianos y traidores!
COMENDADOR: ¿No me queréis oír? Yo estoy hablando,
yo soy vuestro señor.
TODOS: Nuestros señores
son los reyes católicos.
COMENDADOR: Espera.
TODOS: ¡Fuenteovejuna, y Fernán Gómez muera!
Vanse y salen las mujeres armadas
LAURENCIA: Parad en este puesto de esperanzas,
soldados atrevidos, no mujeres.
PASCUALA: ¿Los que mujeres son en las venganzas,
en él beban su sangre, es bien que esperes?
JACINTA: Su cuerpo recojamos en las lanzas.
PASCUALA: Todas son de esos mismos pareceres.
Dentro
ESTEBAN: ¡Muere, traidor comendador!
Dentro
COMENDADOR: Ya muero.
¡Piedad, Señor, que en tu clemencia espero!
Dentro
BARRILDO: Aquí está Flores.
Dentro
44
MENGO: Dale a ese bellaco;
que ése fue el que me dio dos mil azotes.
Dentro
FRONDOSO: No me vengo si el alma no le saco.
LAURENCIA: No excusamos entrar.
PASCUALA: No te alborotes.
Bien es guardar la puerta.
Dentro
BARRILDO: No me aplaco.
¿Con lágrimas agora, marquesotes?
LAURENCIA: Pascuala, yo entro dentro; que la espada
no ha de estar tan sujeta ni envainada.
Vase LAURENCIA. Dentro
BARRILDO: Aquí está Ortuño.
Dentro
FRONDOSO: Córtale la cara.
Sale FLORES huyendo, y MENGO tras él
FLORES: ¡Mengo, piedad, que no soy yo el culpado!
MENGO: Cuando ser alcahuete no bastara,
bastaba haberme el pícaro azotado.
PASCUALA: Dánoslo a las mujeres, Mengo, para...
Acaba, por tu vida.
45
MENGO: Ya está dado;
que no le quiero yo mayor castigo.
PASCUALA: Vengaré tus azotes.
MENGO: Eso digo.
JACINTA: ¡Ea, muera el traidor!
FLORES: ¿Entre mujeres?
JACINTA: ¿No le viene muy ancho?
PASCUALA: ¿Aqueso lloras?
JACINTA: Muere, concertador de sus placeres.
LAURENCIA: ¡Ea, muera el traidor!
FLORES: ¡Piedad, señoras!
Sale ORTUñO huyendo de LAURENCIA
ORTUÑO: Mira que no soy yo...
LAURENCIA: Ya sé quién eres.
Entrad, teñid las armas vencedoras
en estos viles.
PASCUALA: Moriré matando.
TODAS: ¡Fuenteovejuna, y viva el rey Fernando!
Vanse. Salen el REY don Fernando y la reina
ISABEL, y don MANRIQUE, maestre
MANRIQUE: De modo la prevención
fue, que el efeto esperado
llegamos a ver logrado
con poca contradicción.
Hubo poca resistencia;
y supuesto que la hubiera
sin duda ninguna fuera
de poca o ninguna esencia.
Queda el de Cabra ocupado
en conservación del puesto,
por si volviere dispuesto
a él el contrario osado.
REY: Discreto el acuerdo fue,
y que asista en conveniente,
y reformando la gente,
el paso tomado esté.
Que con eso se asegura
no poder hacernos mal
Alfonso, que en Portugal
tomar la fuerza procura.
Y si de Cabra es bien que esté
en ese sitio asistente,
y como tan diligente
muestras de su valor dé;
porque con esto asegura
el daño que nos recela,
46
y como fiel centinela
el bien del reino procura.
Sale FLORES, herido
FLORES: Católico rey Fernando,
a quien el cielo concede
la corona de Castilla,
como a varón excelente:
oye la mayor crueldad
que se ha visto entre las gentes
desde donde nace el sol
hasta donde se oscurece.
REY: Repórtate.
FLORES: Rey supremo,
mis heridas no consienten
dilatar el triste caso,
por ser mi vida tan breve.
De Fuenteovejuna vengo,
donde, con pecho inclemente,
los vecinos de la villa
a su señor dieron muerte,
Muerto Fernán Gómez queda
por sus súbditos aleves;
que vasallos indignados
con leve cause se atreven.
En título de tirano
le acumula todo el plebe,
y a la fuerza de esta voz
el hecho fiero acometen;
y quebrantando su casa,
no atendiendo a que se ofrece
por la fe de caballero
a que pagará a quien debe,
no sólo no le escucharon,
pero con furia impaciente
rompen el cruzado pecho
con mil heridas crüeles,
y por las altas ventanas
le hacen que al suelo vuele,
adonde en picas y espadas
le recogen las mujeres.
Llévanle a una casa muerto
y a porfía, quien más puede
mesa su barba u cabello
y apriesa su rostro hieren.
En efecto fue la furia
tan grande que en ellos crece,
que las mayores tajadas
las orejas a ser vienen.
Sus armas borran con picas
y a voces dicen que quieren
tus reales armas fijar,
porque aquéllas le ofenden.
Saqueáronle la casa,
47
cual si de enemigos fuese,
y gozosos entre todos
han repartido sus bienes.
Lo dicho he visto escondido,
porque mi infelice suerte
en tal trance no permite
que mi vida se perdiese;
y así estuve todo el día
hasta que la noche viene,
y salir pude escondido
para que cuenta te diese.
Haz, señor, pues eres justo
que la justa pena lleven
de tan riguroso caso
los bárbaros delincuentes;
mira que su sangre a voces
pide que tu rigor prueben.
REY: Estar puedes confïado
que sin castigo no queden.
El triste suceso ha sido
tal, que admirado me tiene,
y que vaya luego un juez
que lo averigüe conviene
y castigue los culpados
para ejemplo de las gentes.
Vaya un capitán con él
por que seguridad lleve;
que tan grande atrevimiento
castigo ejemplar requiere;
y curad a ese soldado
de las heridas que tiene.
Vanse todos. Salen los labradores y las labradoras
con la cabeza de FERNÁN GÓMEZ en una lanza.
Cantan
MUSICOS: "¡Muchos años vivan
Isabel y Fernando,
y mueran los tiranos!"
BARRILDO: Diga su copla Frondoso.
FRONDOSO: Ya va mi copla, a la fe;
si le faltare algún pie,
enmiéndelos el más curioso.
"¡Vivan la bella Isabel,
y Fernando de Aragón,
pues que para en uno son,
él con ella, ella con él!
A los cielos San Miguel
lleve a los dos de las manos.
¡Vivan muchos años,
48
y mueran los tiranos!"
LAURENCIA: Diga Barrildo.
BARRILDO: Ya va;
que a fe que la he pensado.
PASCUALA: Si la dices con cuidado,
buena y rebuena será.
BARRILDO: "¡Vivan los reyes famosos
muchos años, pues que tienen
la victoria, y a ser vienen
nuestros dueños venturosos!
Salgan siempre victoriosos
de gigantes y de enanos
y ¡mueran los tiranos!"
Cantan
MUSICOS: "Muchos años vivan
Isabel y Fernando,
y mueran los tiranos!"
LAURENCIA: Diga Mengo.
FRONDOSO: Mengo diga.
MENGO: Yo soy poeta donado.
PASCUALA: Mejor dirás lastimado
el envés de la barriga.
MENGO: "Una mañana en domingo
me mandó azotar aquél,
de manera que el rabel
daba espantoso respingo;
pero agora que los pringo
¡vivan los reyes cristiánigos,
y mueran los tiránigos!"
MUSICOS: "¡Vivan muchos años!
Isabel y Fernando,
y mueran los tiranos!"
ESTEBAN: Quita la cabeza allá.
MENGO: Cara tiene de ahorcado.
Saca un escudo JUAN ROJO con las armas reales
49
REGIDOR: Ya las armas han llegado
ESTEBAN: Mostrad las armas acá.
JUAN ROJO: ¿Adónde se han de poner?
REGIDOR: Aquí, en el ayuntamiento.
ESTEBAN: ¡Bravo escudo!
BARRILDO: ¡Qué contento!
FRONDOSO: Ya comienza a amanecer,
con este sol, nuestro día.
ESTEBAN: ¡Vivan Castilla y León,
y las barras de Aragón,
y muera la tiranía!
Advertid, Fuenteovejuna,
a las palabras de un viejo;
que el admitir su consejo
no ha dañado vez ninguna.
Los reyes han de querer
averiguar este caso,
y más tan cerca del paso
y jornada que han de hacer.
Concertaos todos a una
en lo que habéis de decir.
FRONDOSO: ¿Qué es tu consejo?
ESTEBAN: Morir
diciendo "Fuenteovejuna,"
y a nadie saquen de aquí.
FRONDOSO: Es el camino derecho.
Fuenteovejuna lo ha hecho.
ESTEBAN: ¿Queréis responder así?
TODOS: Sí.
ESTEBAN: Agora pues, yo quiero ser
agora el pesquisidor,
para ensayarnos mejor
en lo que habemos de hacer.
Sea Mengo el que esté puesto
en el tormento.
MENGO: ¿No hallaste
otro más flaco?
ESTEBAN: ¿Pensaste
que era de veras?
MENGO: Di presto.
ESTEBAN: ¿Quién mató al comendador?
MENGO: Fuenteovejuna lo hizo.
ESTEBAN: Perro, ¿si te martirizo?
MENGO: Aunque me matéis, señor.
ESTEBAN: Confiesa, ladrón.
MENGO: Confieso.
ESTEBAN: Pues, ¿quién fue?
MENGO: Fuenteovejuna.
ESTEBAN: Dadle otra vuelta.
MENGO: ¡Es ninguna!
ESTEBAN: ¡Cagajón para el proceso!
Sale el REGIDOR
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REGIDOR: ¿Qué hacéis de esta suerte aquí?
FRONDOSO: ¿Qué ha sucedido, Cuadrado?
REGIDOR Pesquisidor ha llegado.
ESTEBAN: Echad todos por ahí.
REGIDOR: Con él viene un capitán.
ESTEBAN: ¡Venga el diablo! Ya sabéis
lo que responder tenéis.
REGIDOR: El pueblo prendiendo van,
sin dejar alma ninguna.
ESTEBAN: Que no hay que tener temor.
¿Quién mató al comendador,
Mengo?
MENGO: ¿Quién? Fuenteovejuna.
Vanse. Salen el MAESTRE y un SOLDADO
MAESTRE: ¡Que tal caso ha sucedido!
Infelice fue su suerte.
Estoy por darte la muerte
por la nueva que has traído.
SOLDADO: Yo, señor, soy mensajero,
y enojarte no es mi intento.
MAESTRE: ¡Que a tal tuvo atrevimiento
un pueblo enojado y fiero!
Iré con quinientos hombres
y la villa he de asolar;
en ella no ha de quedar
ni aun memoria de los nombres.
SOLDADO: Señor, tu enojo reporta;
porque ellos al rey se han dado,
y no tener enojado
al rey es lo que te importa.
MAESTRE: ¿Cómo al rey se pueden dar,
si de la encomienda son?
SOLDADO: Con él, sobre esa razón,
podrás luego pleitear.
MAESTRE: Por pleito, ¿cuándo salió
lo que él le entregó en sus manos?
Son señores soberanos,
y tal reconozco yo.
Por saber que al rey se han dado
se reportará mi enojo,
y ver su presencia escojo
por lo más bien acertado;
que puesto que tenga culpa
en casos de gravedad,
en todo mi poca edad
viene a ser quien me disculpa.
Con vergüenza voy; mas es
honor quien puede obligarme,
e importa no descuidarme
en tan honrado interés.
51
Vanse. Sale LAURENCIA sola
LAURENCIA: Amando, recelar daño en lo amado
nueva pena de amor se considera;
que quien en lo que ama daño espera
aumenta en el temor nuevo cuidado.
El firme pensamiento desvelado,
si le aflige el temor, fácil se altera;
que no es a firme fe pena ligera
ver llevar el temor el bien robado.
Mi esposo adoro; la ocasión que veo
al temor de su daño me condena,
si no le ayuda la felice suerte.
Al bien suyo se inclina mi deseo:
si está presenta, está cierta mi pena;
si está en ausencia, está cierta mi muerte.
Sale FRONDOSO
FRONDOSO: ¡Mi Laurencia!
LAURENCIA: ¡Esposo amado!
¿Cómo a estar aquí te atreves?
FRONDOSO: Esas resistencias debes
a mi amoroso cuidado.
LAURENCIA: Mi bien, procura guardarte,
porque tu daño recelo.
FRONDOSO: No quiera, Laurencia, el cielo
que tal llegue a disgustarte.
LAURENCIA: ¿No temes ver el rigor
que por los demás sucede,
y el furor con que procede
aqueste pesquisidor?
Procura guardar la vida.
Huye, tu daño no esperes.
FRONDOSO: ¿Cómo que procure quieres
cosa tan mal recibida?
¿Es bien que los demás deje
en el peligro presente
y de tu vista me ausente?
No me mandes que me aleje;
porque no es puesto en razón
que por evitar mi daño
sea con mi sangre extraño
en tan terrible ocasión.
Voces dentro
52
Voces parece que he oído,
y son, si yo mal no siento,
de alguno que dan tormento.
Oye con atento oído.
Dice dentro el JUEZ y responden
JUEZ: Decid la verdad, buen viejo.
FRONDOSO: Un viejo, Laurencia mía,
atormentan.
LAURENCIA: ¡Qué porfía!
ESTEBAN: Déjenme un poco.
JUEZ: Ya os dejo.
Decid: ¿quién mató a Fernando?
ESTEBAN: Fuenteovejuna lo hizo.
LAURENCIA: Tu nombre, padre, eternizo;
[a todos vas animando].
FRONDOSO: ¡Bravo caso!
JUEZ: Ese muchacho
aprieta. Perro, yo sé
que lo sabes. Di quién fue.
¿Callas? Aprieta, borracho.
NIÑO: Fuenteovejuna, señor.
JUEZ: ¡Por vida del rey, villanos,
que os ahorque con mis manos!
¿Quién mató al comendador?
FRONDOSO: ¡Que a un niño le den tormento
y niegue de aquesta suerte!
LAURENCIA: ¡Bravo pueblo!
FRONDOSO: Bravo y fuerte.
JUEZ: Esa mujer al momento
en ese potro tened.
Dale esa mancuerda luego.
LAURENCIA: Ya está de cólera ciego.
JUEZ: Que os he de matar, creed,
en este potro, villanos.
¿Quién mató al comendador?
PASCUALA: Fuenteovejuna, señor.
JUEZ: ¡Dale!
FRONDOSO: Pensamientos vanos.
LAURENCIA: Pascuala niega, Frondoso.
FRONDOSO: Niegan niños. ¿Qué te espanta?
JUEZ: Parece que los encantas.
¡Aprieta!
PASCUALA: ¡Ay, cielo piadoso!
JUEZ: ¡Aprieta, infame! ¿Estás sordo?
PASCUALA: Fuenteovejuna lo hizo.
JUEZ: Traedme aquel más rollizo,
ese desnudo, ese gordo.
LAURENCIA: ¡Pobre Mengo! Él es, sin duda.
FRONDOSO: Temo que ha de confesar.
MENGO: ¡Ay, ay!
JUEZ: Comenza a apretar.
MENGO: ¡Ay!
JUEZ: ¿Es menester ayuda?
53
MENGO: ¡Ay, ay!
JUEZ: ¿Quién mató, villano,
al señor comendador?
MENGO: ¡Ay, yo lo diré, señor!
JUEZ: Afloja un poco la mano.
FRONDOSO: Él confiesa.
JUEZ: Al palo aplica
la espalda.
MENGO: Quedo; que yo
lo diré.
JUEZ: ¿Quién lo mató?
MENGO: Señor, ¡Fuenteovejunica!
JUEZ: ¿Hay tan gran bellaquería?
Del dolor se están burlando.
En quien estaba esperando,
niego con mayor porfía.
Dejadlos; que estoy cansado.
FRONDOSO: ¡Oh, Mengo, bien te haga Dios!
Temor que tuve de dos,
el tuyo me le ha quitado.
Salen con MENGO, BARRILDO y el REGIDOR
BARRILDO: ¡Víctor, Mengo!
REGIDOR: ¡Y con razón!
BARRILDO: ¡Mengo, víctor!
FRONDOSO: Eso digo.
MENGO: ¡Ay, ay!
BARRILDO: Toma, bebe, amigo.
Come.
MENGO: ¡Ay, ay! ¿Qué es?
BARRILDO: Diacitrón.
MENGO: ¡Ay, ay!
FRONDOSO: Echa de beber.
BARRILDO: [Es lo mejor que hay]. ¡Ya va!
FRONDOSO: Bien lo cuelo. Bueno está.
LAURENCIA: Dale otra vez de comer.
MENGO: ¡Ay, ay!
BARRILDO: Ésta va por mí.
LAURENCIA: Solemnemente lo embebe.
FRONDOSO: El que bien niega, bien bebe.
REGIDOR: ¿Quieres otra?
MENGO: ¡Ay, ay!! ¡Sí, sí!
FRONDOSO: Bebe; que bien lo mereces.
LAURENCIA: ¡A vez por vuelta las cuela!
FRONDOSO: Arrópale, que se hiela.
BARRILDO: ¿Quieres más?
MENGO: Sí, otras tres veces.
¡Ay, ay!
FRONDOSO: Si hay vino pregunta.
BARRILDO: Sí, hay. Bebe a tu placer;
que quien niega ha de beber.
¿Qué tiene?
MENGO: Una cierta punta.
Vamos; que me arromadizo.
54
FRONDOSO: Que beba, que éste es mejor.
¿Quién mató al comendador?
MENGO: Fuenteovejuna lo hizo.
Vanse MENGO, BARRILDO, y el REGIDOR
FRONDOSO: Justo es que honores le den.
Pero decidme, mi amor,
¿quién mató al comendador?
LAURENCIA: Fuenteovejunica, mi bien.
FRONDOSO: ¿Quién le mató?
LAURENCIA: Dasme espanto.
Pues, Fuenteovejuna fue.
FRONDOSO: Y yo, ¿con qué te maté?
LAURENCIA: ¿Con qué? Con quererte tanto.
Vanse. Salen el REY y la reina ISABEL y luego
MANRIQUE
ISABEL: No entendí, señor, hallaros
aquí, y es buena mi suerte.
REY: En nueva gloria convierte
mi vista el bien de miraros.
Iba a Portugal de paso
y llegar aquí fue fuerza.
ISABEL: Vuestra majestad le tuerza,
siendo conveniente el caso.
REY: ¿Cómo dejáis a Castilla?
ISABEL: En paz queda, quieta y llana.
REY: Siendo vos la que la allana,
no lo tengo a maravilla.
Sale don MANRIQUE
MANRIQUE: Para ver vuestra presencia
el maestre de Calatrava,
que aquí de llegar acaba,
pide que le deis licencia.
ISABEL: Verle tenía deseado.
MANRIQUE: Mi fe, señora, os empeño,
que aunque es en edad pequeño,
es valeroso soldado.
55
Vase, y sale el MAESTRE
MAESTRE: Rodrigo Téllez Girón,
que de loaros no acaba,
maestre de Calatrava,
os pide humilde perdón.
Confieso que fui engañado,
y que excedí de lo justo
en cosas de vuestro gusto,
como mal aconsejado.
El consejo de Fernando
y el interés me engañó,
injusto fiel; y así, yo
perdón humilde os demando.
Y si recibir merezco
esta merced que suplico
desde aquí me certifico
en que a serviros me ofrezco,
y que en aquesta jornada
de Granada, adonde vais,
os prometo que veáis
el valor que hay en mi espada;
donde sacándola apenas,
dándoles fieras congojas,
plantaré mis cruces rojas
sobre sus altas almenas;
Y más, quinientos soldados
en serviros emplearé,
junto con la firme y fe
de en mi vida disgustaros.
REY: Alzad, maestre, del suelo;
que siempre que hayáis venido,
seréis muy bien recibido.
MAESTRE: Sois de afligidos consuelo.
ISABEL: Vos con valor peregrino
sabéis bien decir y hacer.
MAESTRE: Vos sois una bella Ester
y vos un Xerxes divino.
Sale MANRIQUE
MANRIQUE: Señor, el pesquisidor
que a Fuenteovejuna ha ido
con el despacho ha venido
a verse ante tu valor.
REY: Sed juez de estos agresores.
MAESTRE: Si a vos, señor, no mirara,
sin duda les enseñara
a matar comendadores.
REY: Eso ya no os toca a vos.
ISABEL: Yo confieso que he de ver
el cargo en vuestro poder,
56
si me lo concede Dios.
Sale el JUEZ
JUEZ: A Fuenteovejuna fui
de la suerte que has mandado
y con especial cuidado
y diligencia asistí.
Haciendo averiguación
del cometido delito,
una hoja no se ha escrito
que sea en comprobación;
porque conformes a una,
con un valeroso pecho,
en pidiendo quién lo ha hecho,
responden: "Fuenteovejuna."
Trescientos he atormentado
con no pequeño rigor,
y te prometo, señor,
que más que esto no he sacado.
Hasta niños de diez años
al potro arrimé, y no ha sido
posible haberlo inquirido
ni por halagos ni engaños.
Y pues tan mal se acomoda
el poderlo averiguar,
o los has de perdonar,
o matar la villa toda.
Todos vienen ante ti
para más certificarte;
de ellos podrás informate.
REY: Que entren pues viene, les di.
Salen los dos alcaldes, FRONDOSO, las mujeres y los
villanos que quisieren
LAURENCIA: ¿Aquestos los reyes son?
FRONDOSO: Y en Castilla poderosos.
LAURENCIA: Por mi fe, que son hermosos;
¡bendígalos San Antón!
ISABEL: ¿Los agresores son éstos?
ESTEBAN: Fuenteovejuna, señora,
que humildes llegan agora
para serviros dispuestos.
La sobrada tiranía
y el insufrible rigor
del muerto comendador,
que mil insultos hacía
fue el autor de tanto daño.
Las haciendas nos robaba
57
y las doncellas forzaba,
siendo de piedad extraño.
FRONDOSO: Tanto, que aquesta Zagala,
que el cielo me ha concedido,
en que tan dichoso he sido
que nadie en dicha me iguala,
cuando conmigo casó,
aquella noche primera,
mejor que si suya fuera,
a su casa la llevó;
y a no saberse guardar
ella, que en virtud florece,
ya manifiesto parece
lo que pudiera pasar.
MENGO: ¿No es ya tiempo que hable yo?
Si me dais licencia, entiendo
que os admiraréis, sabiendo
del modo que me trató.
Porque quise defender
una moza de su gente,
que con término insolente
fuerza la querían hacer,
aquel perverso Nerón
de manera me ha tratado
que el reverso me ha dejado
como rueda de salmón.
Tocaron mis atabales
tres hombres con tan porfía,
que aun pienso que todavía
me duran los cardenales.
Gasté en este mal prolijo,
por que el cuero se me curta,
polvos de arrayán y murta
más que vale mi cortijo.
ESTEBAN: Señor, tuyos ser queremos.
Rey nuestro eres natural,
y con título de tal
ya tus armas puesto habemos.
Esperamos tu clemencia
y que veas esperamos
que en este caso te damos
por abono la inocencia.
REY: Pues no puede averiguarse
el suceso por escrito,
aunque fue grave el delito,
por fuerza ha de perdonarse.
Y la villa es bien se quede
en mí, pues de mí se vale,
hasta ver si acaso sale
comendador que la herede.
FRONDOSO: Su majestad habla, en fin,
como quien tanto ha acertado.
Y aquí, discreto senado,
Fuenteovejuna da fin.

FIN DE LA COMEDIA

58


LA MADONNITA Mauricio Kartun


LA MADONNITA


Mauricio Kartun 



I

COMUNIÓN


Estudio fotográfico de principios de siglo XX. Un universo de fondos decorados: balaustradas y troncos de cartapesta, pérgolas, teloncitos con paisajes bucólicos. Profusión de juguetes y elementos para complementar las tomas. Un reclinatorio de estilo relamido. Un largo lateral vidriado, con sus pesadas cortinas corridas. Hertz, el fotógrafo, pequeño, cincuentón, de largo delantal gris, termina de recoger el toldo que descubre un techo también de vidrio por el que entra un luminoso sol de diciembre. A su lado Basilio, algo más joven y fornido observa la maniobra.

HERTZ: Luz embalsamada señor Basilio... Ahí tiene lo que es una foto. En vez de formol sales de plata, y papel al bromuro en cambio de estopa, pero al fin y al cabo una taxidermia ordinaria. Embalsamar instantes, digamos.

BASILIO: (Recorriendo con la mirada muebles y utensilios) Me mandó a buscar…

HERTZ: (Un silencio esquivo) ¿Qué le parece...? Después de tanto tiempo de atenderlo allá abajo al mostrador subió al final a los secretos del atelier... (Por el reclinatorio al que Basilio observa con curiosidad) 8 de diciembre, Inmaculada Concepción... en un rato más hay aquí un desfile de infantes de blanco. Y disculpe el olor a estofado: cocinamos en la trastienda. (Basilio observa interesado una cama de rotunda decoración disimulada tras unas cortinas) ¿Me reconoce el mueble?

BASILIO: ¿Ella... se cambia acá...?

HERTZ: Atrás del biombo. En esas perchas está su guardarropas. Ya sabe, en un estudio, vestuario… Carteras para una matrona que no tiene ni un pañuelo para guardar. Corbatas para un cretino que lo más elegante que ha tenido al cuello es su número de presidiario... La utilería de un petit coliseo.

BASILIO: ¿Anduvo por aquí...? Estas noches, digo, bah.

HERTZ: ¿...?

BASILIO: La Madonnita.

HERTZ: Menos averigua Dios y perdona...

BASILIO: Decía...

HERTZ: Le interesa el objeto.

BASILIO: ¿Me terminó al final el coloreado?. La foto de ella.

HERTZ: Iluminado. Lo llamamos así en el gremio. Iluminado. Siguen sin entrar las tinturas. Todo de la vieja Europa. La guerra está haciendo estragos en las paletas. Imagínese: azul de Prusia, tierra de Siena, rojo de Venecia...

BASILIO: No parecía para nada pelirroja. La Madonnita.

HERTZ: Colorada. Y bien subida, ya le dije. Sangre de toro. Cuando me entre el carmín adecuado se la ilumino.

BASILIO: Ni una peca se le ve en las poses.

HERTZ: Misterios de la anatomía. Ayúdeme con el cortinado... (Corren entre ambos la larga cortina lateral) Doble brocato y lona en el medio. Por eso lo pesado. Lo mismo con el toldo del techo. Negro. Azabache. No deja pasar un rayo. Capaz de comerse un sol entero un mediodía de verano. Fundamental durante el día para hacer buenas tomas con alumbrado. Nada peor que mezclar el sol con el magnesio. Como el brandy y el vino, ¿ha visto?. Los dos se hacen de uva, los dos son alcohol, pero usted los mezcla y repugnan,

BASILIO: Yo hoy estoy sobrio.

HERTZ: Pero claro hombre, claro, quien habla de eso.

BASILIO: Un clarete con agua carbonatada. Hoy asa el calor.

HERTZ: Y aquí adentro... El techo negro, los vidrios... Un invernadero. Va a saber disculpar la hora de la cita. En un rato habrá cola ahí afuera. Este oficio: tromba cuatro días al año y todo el resto calma chicha. Pero quítese el saco mi amigo. Se nos va a derretir.

BASILIO: Costumbre. El vendedor está en el aspecto. (Pausa) Volvió, al final…

HERTZ: ¿Quién?

BASILIO: El hombre... El modelo de ella.

HERTZ: No. Ya le dije: un viaje. Difícil que vuelva.

BASILIO: ¿Y entonces…?

HERTZ: (Se encoje de hombros) Complicaciones. (Evasivo). Pero qué casimir señor... ¿se salió del escaparate de un sastre?

BASILIO: Me lo tenía mi mujer en cautela. Por si no devolvía a la nena en las salidas.

HERTZ: Un Montepío la mujer suya...

BASILIO: Bajo la cama, en una maletita de cartón piedra. Huele a pis de gato todavía.

HERTZ: Pero la recuperó. ¿Cómo hizo?

BASILIO: (Esquivo) Sí.

HERTZ: Ahora le fía... A su hijita digo...

BASILIO: No.

HERTZ: Pero cuente... Hombre, le abro mi casa... (Silencio) Pero que parco es usted señor Basilio. Quien diría es tan buen vendedor.

BASILIO: Las fotos se venden solas. Me conocen. Entro a los dancing, a las fondas. En los retretes. Ni elegir necesitan: por la cara ya se lo que busca cada uno. (Una verdad como un templo:) El hombre se parece a lo que lo pierde. Por la cara... si busca boca, si busca argolla, o si busca marrón.

HERTZ: Un curioso atributo lombrosiano...

BASILIO: (Insiste) ¿Entonces fotos nuevas esta semana tampoco…?

HERTZ: Ya le dije. Copias del stock que saque en estos meses nomás…

BASILIO: ¿Otra vez lo mismo…? Entonces para que…

HERTZ: Lo lamento igual que usted, pero salvo que le encontremos la vuelta, otra cosa…

BASILIO: Mercadería trillada..

HERTZ: Por ahí buscando nueva clientela...

BASILIO: No trabajo afuera de la veintiséis. Y a los habitué los tengo a todos. Piden poses nuevas.

HERTZ: A la esposa seguro no le piden variedad...

BASILIO: Los que compran mis fotos no tienen esposa.

HERTZ: ¿Sus fotos?

BASILIO: ¿Qué, no las pago yo?

HERTZ: Bueno sería. Pero usted sabe, Basilio: si se venden así no es porque sean sus fotos. Es porque son las mías.

BASILIO: Fírmelas...

HERTZ: Ni falta que hace. ¿Conoce a alguien que pueda hacerlas igual?

BASILIO: Hay otros.

HERTZ: Intento ser cordial con usted pero veo que no se puede. Si hay otros porqué no va a comprarle a ellos.

BASILIO: De París las traen...

HERTZ: Sí, claro… Tendrán una nitidez como las mías seguramente. Estos claroscuros. ¿Se apreciará en esas que usted dice el calado del macramé del antifaz?, ¿los poros sudados?, ¿las pecas del pezón? Chasiretes de plaza, por favor... Soy un retratista Rembrand, señor.

BASILIO: Las compran por ella. Por esa mujer.

HERTZ: Por esa mujer, por la luz, por el instante... El retrato es una unidad que…

BASILIO: Al macho ni lo miran. A ella la ven y se van en seco. La divinura de ella.

HERTZ: Fijada en un gesto irrepetible. Compran el instante, señor. ¿Y quien ha cazado aquí ese instante...? (Extiende la mano hacia el ventanal) Mire esta luz. Espesa. Se palpa. Deliciosa. Mírela jugar con el polvo que flota en el aire. Deliciosa. Cualquiera diría que no habrá en la vida de Dios una más encendida. Pero, ¿quiere saber?: le falta más de media hora todavía para madurar. Conozco la luz que entra por esos vidrios como un repostero conoce a su crema. A ésta hace una semana que la espero. Una semana. Cuando esté a punto voy a ponerle debajo un cuerpo a bañar. Y recién ahí retrataré el milagro. Un catador de luz este servidor, créame... La perfección, señor Basilio, es una luz de mediatarde de diciembre entrando a la galería el norte. Es eso lo que compran sus clientes.

BASILIO: Compran la carita de ella cuando come carne por atrás.

HERTZ: Lo tenía en más. Es un ordinario cualunque. Al fin y al cabo lo que sobran son marchantes.

BASILIO: ¿Para qué me hizo venir?

HERTZ: No para que me humille


BASILIO: Me hizo ilusionar de gusto. Sabe que necesito más fotos. Se lo dije. Se lo pedí bien.

HERTZ: Busque las parisienes…

BASILIO: De las nuestras... (Corrige) las suyas...

HERTZ: Ahh... (Se aleja sin responder)

BASILIO: A mi me va a cumplir los pedidos.

HERTZ: Obediencia, solo a Dios...

BASILIO: Búsquese otro modelo. No sé, yo las necesito...

HERTZ: Cómprese una cámara de mano y consígase una conchuda. Estamos en el Paseo de Julio. Lo que sobran son polacas de la Varsovia. Puestas y dispuestas.

BASILIO: (Tomándolo de las solapas) ¡Tirifilo pulastrón a mi me hace más fotos nuevas o... o...!

HERTZ: ¿Qué...? ¿Me va a quemar las patillas con el yesquero como a su mujercita?

BASILIO: (Lo suelta sorprendido) ¿Quién le dijo...?

HERTZ: Gentes. ¿Me va a romper el labio de arriba como al lituano?

BASILIO: (Confundido) Yo... No me miraba a los ojos... ¿Habló con ella?

HERTZ: Tercera vez que le pega.

BASILIO: Por el lituano es que no me deja ver a la Iris. Se sienta en la cama de la pensión al lado de ella y le agarra la mano.

HERTZ: La nena le dice papito.

BASILIO: ¿Quién es el alcahuete que...?

HERTZ: Averiguaciones.

BASILIO: Me espía...

HERTZ: Busco antecedentes no más.

BASILIO: ¿Y qué más le dicen?

HERTZ: Generalidades. Que frecuenta el culto espiritista, que bebe, y que practica Mauser los sábados a la mañana en el Tiro Federal.

BASILIO: Yo nunca hice nada malo...

HERTZ: “Aquí se aprende a defender a la patria”

BASILIO: Yo...

HERTZ: Quédese tranquilo. No soy tira. Una oficina de referencias mercantiles.

BASILIO: ¿Usted...?

HERTZ: Les dije que era para un empleo.

Basilio lo mira confundido


HERTZ: Al fin y al cabo es mi distribuidor, ¿no?

BASILIO: Ultima vez: para que me hizo venir.

HERTZ: Ya le dije. El stock.

BASILIO: El stock ya me lo había ofrecido. Y para eso no hacía falta hacerme espiar.

HERTZ: Tenía mis planes. Pero ya veo que usted…

BASILIO: Qué.

HERTZ: Que usted no, no… (Un tiempo) Necesito un modelo.

BASILIO: Y yo que pito toco.

HERTZ: (Un tiempo) Señor Basilio… Usted qué diría si le digo que está aquí.

Basilio mira intrigado


HERTZ: Ella.

BASILIO: Mediodía. Me dijo que solo venía a la noche.

HERTZ: Excusas. Para que no me insista. Si entendiera algo de fotografía se habría dado cuenta de que en la luz de esas placas no hay alumbrado. Una luz tan natural como la carne que retrata.

BASILIO: No entiendo a donde...

HERTZ: ¿A usted… dígame… no le interesaría que charláramos los tres…?. Y quien le dice se nos arregla el negocio...

BASILIO: (Nervioso, se encoge de hombros) ¿Ahora, dice…?

HERTZ: ¿Se le complica el almuerzo…? Podría comer con nosotros.

BASILIO: ¿Pero ella…?

HERTZ: (Asiente) Nada especial, ¿no? Menú doméstico: ropa vieja: mondongo, papa, caracú... (Un tiempo. Basilio se sienta lentamente en una silla en tácita aceptación. Hertz aliviado se acerca a la cortina que da a la trastienda) Filomena… Querida... El señor Basilio se queda a comer con nosotros. (A Basilio que lo mira sorprendido) La patrona tiene una mano especial para el potaje. Ya va a ver: no me le pida frito ni rotizado, pero comida de olla...

BASILIO: ¿Su... señora estará… también...? Acá con La Madonnita, digo...

HERTZ: (Dificultosamente) Amigo Basilio: La Madonnita es propiamente mi mujer.

Se abre la cortina que da a la trastienda y entra cargando una sopera humeante una mujer algo renga, pequeña y de aspecto desangelado. Un rostro, sin embargo, bello y triste. Un pañuelo de cocinera en la cabeza, y un delantal muy usado. No saca la vista de la fuente. Basilio acusa la sorpresa.

HERTZ: Señor Basilio... mi Filomena. Filomena... el señor Basilio.

Ella deja la fuente sobre la mesa de trabajo y secándose una mano en el delantal estrecha fugazmente la del otro.

BASILIO: Placer...

Ella asiente con un gesto mínimo y regresa a la cocina


HERTZ: No se incomode. No habla. Ha quedado cariacontecido señor... Le parece raro, claro.

BASILIO: Cada cual de su culo un violín corneta. Me la imaginaba distinta no más. Es una... (Duda)

HERTZ: ...Doña. Dígalo. Una patrona. Ocupación sus quehaceres. Nuestro secreto, ya sabe…

BASILIO: ¿Qué sea…?

HERTZ: Pensé que para usted sería obvio. ¿Cual pensaba que es la llave que ha abierto esta humilde prosperidad?. Las bellezas de rouge y colorete, las rubias a la manzanilla, son demasiado ajenas, señor... ¿Quiénes son los clientes suyos?: gringos, esclavos del trabajo, inmigrantes. Una ciudad de hombres solos. Sin otra meta en su esfuerzo que la de echar raíces. Sin tiempo para nada pero nada más. Ni el amor... Ni la carne... Apenas de vez en cuando para la nostalgia. Ahí debajo de sus velitas de parafina, en sus camas de un peso la noche, las fotos de mi Filomena son su módica panacea: su desnudez les anima la cama desierta, su cara de dolor les calienta el morbo. Y su indiferencia le da un inconfundible aire a esposa que los hace sentir como en su casa. En el fondo, ya se sabe Basilio, y perdone la crudeza: el hombre se aburre, se queja, pero los mejores polvos al fin y al cabo son siempre con la mujer de uno. ¿Sabe lo que es eso que llaman “cama caliente”?: las pensiones más miserables las alquilan en turnos de cuatro horas.: treinta centavos. Sale un ganapán y ya hay otro esperando en el pasillo. A esos hombres, molidos, a gatas si les alcanza para soñar en ellas un rato con que harán finalmente la América. Y con veinte centavos más de fotos, con mi mujercita Filomena al lado. Una multitud de lomos agobiados adorando entre las hojas de sus pasaportes la foto doblada de mi Filomena para prenderle su velita cada noche: la estampita de la patrona... Nuestra Señora de los Gringos Solos... Su felicidad es un relámpago magnésico. En este viaje frenopático que han hecho desde Europa, todo termina dado vuelta: La Madonnita resulta al fin su quimera utopista... Y la Argentina apenas una polución nocturna.

Filomena regresa cargada de platos, cubiertos, vasos, un mantel. Comienza a poner la mesa.

HERTZ: Perdone el sitio, señor Basilio, adentro apenas si hay un fogón y el cuartito nuestro. (Saca de un estante una palangana y vuelca agua en ella) Enjuáguese en la jofaina: con el calor las manos se ponen pringosas. (Se moja la cara, el pelo) Aflójese el cuello, hombre, y refrésquese el cogote también...

BASILIO: (Se moja las manos) No gracias...

HERTZ: (Con un gesto lo invita a la mesa mientras ella comienza a servir. A Filomena ¿Ayudo...? (Ella no contesta) Convengamos en que no es un día para guisotes, pero abriendo las vitreas, y con un tinto fresquito... (Sirve los vasos) Señor Basilio: sin vergüencita (Se lanza al plato) Bueno… De lo que hay no falta nada...

Filomena se saca el delantal y lo cuelga a un lado. Se quita el pañuelo. Se sienta. Comen.


HERTZ: Bueno, bueno... (A ella) ¿Has visto qué serio el amigo? ¿Te lo dije o no?

Sin dejar de comer ella asiente sin énfasis.


HERTZ: Quién nos dice, Negrita, el señor Basilio nos ayuda a retomar la actividad... (A Basilio) ¿Le gusta el plato?

BASILIO: (Inocultablemente perturbado por la presencia de ella) Mucho condimento. Apetitoso.

HERTZ: (A ella) ¿El pimiento de la mala palabra? (Ella asiente) Mano santa… (Vuelve a servir los vasos) Dele a esto que ayuda a bajar... (Beben) Así son las cosas señor... El lenguaraz oriental que posaba para nosotros se ha vuelto a su Carmelo y nos ha plantado… en el altar como quien dice. (Filomena acusa la frase. Su vaso cae sobre el mantel) Alegría alegría... (Mojando el dedo en vino les toca la frente) Se creía indispensable el muy charlatán. El bonito se nos ha hecho. Como si atrás del antifaz se apreciara algo... No quiso entender que de partiquino aquí se trataba, y ha querido irla de capocómico del miembro, con perdón de la señora. Así que vía. Desagradecido. Y así se encuentra ahora esta compañía, mi amigo, con tournee vendida y sin partenaire. Y según me dice: si nosotros no montamos usted no abre la taquilla, ¿no?

Basilio bebe largo en silencio. No contesta.


BASILIO: (Dificultosamente) No es colorada.

HERTZ: (Sorprendido) ¿Qué…?

BASILIO: Pelirroja. Eso también me mintió.

HERTZ: Bueno… Para ver de abatatarlo. Ya se sabe: las pelirrojas en la cama... (Hace los cuernos) Pero se ve que usted miedo a la yetatura...

BASILIO: (Descubierto) Ya le dije que la foto era para un cliente que me encargó.

HERTZ: Claro hombre, claro, si yo no dije otra cosa. (Revuelve la guisera) Epa, epa... Los caracuses... Pongan plato, pongan plato... (Les sirve) Con los dedos, eh... A la criolla que estamos entre amigos.

Chupan caracú. Las manos y las bocas engrasadas.

HERTZ:
Bueno amigo, lo cierto es que nos hemos quedado sin un segundo que le de los pies a mi Filomena. Usted lo ha dicho hace un rato: una figura a la que nadie mira: un accesorio, un utensilio como esos fondos con los que la gente se fotografía en el Parque Japonés. Un aeroplano de cartón piedra: pero, aunque humilde, necesario. Usted lo expresó con claridad: si las fotos viejas no se venden hará falta otro modelo nomás. Es así que pensando… se me ha ocurrido, bueno… A rey muerto rey puesto, y ...

Filomena se pone de pie bruscamente y sale hacia la trastienda


HERTZ: Mi amor, no... Filita no te...

Va hasta ella y la alcanza. Conversan en voz baja. Ella vuelve. Se sienta y se abanica.

HERTZ: Sabrá disculparla. No es por usted. Una situación que quizá le comente a su tiempo... Si usted aceptara, claro.

BASILIO: ¿Qué?

HERTZ: ¿Tiene que hacérmelo tan difícil? Creí que la situación era elocuente.

BASILIO: ¿...?

HERTZ: Como hacían los viejos retratistas para inmovilizar al modelo durante la toma: necesito un arnés, una prótesis para fijar a mi Filomena en toda su belleza durante esas placas. Un apoyo, señor. Como el que nos proporcionaba el uruguayo de mierda ¿entiende?. Una baranda. Que como cualquier pasamanos: debe ser sólido, sencillo, y de tamaño adecuado. (Basilio empieza a entender. Hertz toma la decisión) Usted reúne las tres condiciones.

BASILIO: (Entre pasmado y ofendido) ¿Usted… se piensa que yo… que yo…?

HERTZ: Un hombre sano... Admirador de su belleza. Con un aparato discreto, si se disculpa la infidencia...

BASILIO: Mi mujer otra vez, ya veo... Su agencia de informes mercantiles.

HERTZ: No. Esta vez el señor Mora: el violinista del Petit Trianón (Basilio se inquieta) Se la chupaba a usted en un palco bajo por una leche malteada y tres tortas negras. Si además se lo culeaba, quince fichas para el dancing. No se inquiete: un barrio de canallas. Acá se sabe todo. No se niegue se lo ruego. El negocio sería para la sociedad, atrás del antifaz nadie podría conocerlo, como siempre el único rostro descubierto sería el de ella. Por lo demás: todo lo que se venda dividido tres, y yo pongo la materia prima.

BASILIO: Yo nunca...

HERTZ: Aprendería.

BASILIO: No sé si...

HERTZ: Cuestión de probar. No me es fácil decírselo, comprenderá, pero los dos sabemos que al menos en foto la dama no le es indiferente.

BASILIO: ¿Y ella?

HERTZ: Está de acuerdo. Lo acabamos de hablar.

BASILIO: Me dijo que era muda.

HERTZ: Le dije que no hablaba. No es lo mismo. Con gente desconocida. Otra de las virtudes que valoro de usted es su laconismo. No se propasará como el otro dándole cháchara. Soy su esposo. Frente a la ley y frente a Dios.

BASILIO: No sé… Yo tendría que...

HERTZ: (Interrumpe) La luz... Está llegando la luz... Véala como se inflama... Véala que corrediza se ha puesto...

Corre el toldo que baña de luz el ámbito. Descubre la cama y acomoda algunas pantallas reflectoras que la iluminan puntualmente.

HERTZ: Señor Basilio, me temo que no puedo darle mucho tiempo… (A Filomena) Mi reina... Se pasa...

La mujer se pone de pie con gesto desganado. En un par de movimientos se deshace del batón que queda arrugado en el suelo. Se descalza. Camina en enagua hacia la cama. Su renguera es ahora más marcada.

HERTZ: Sin la ortopedia le es más difícil.

BASILIO: Es renga...

HERTZ: Y usted tiene olor a vino. Ninguna de las dos cosas salen en la foto.

Filomena se acuesta sin apuro y se abanica con su pantalla de cartón.

HERTZ: Viene... Viene... (Lo inquiere) Señor Basilio...

BASILIO: Y qué tendría que...

HERTZ: A la negligé... ser usted mismo... Yo me encargaría del resto.

Basilio no se mueve.

HERTZ: Comprenderá que la luz no espera... Si no lo va a hacer, le ruego... Voy a aprovecharla para algunos estudios con mi modelo. Si alguna vez vuelvo a tener fotos, si aun no he conseguido distribuidor...

Un tiempo.


BASILIO: ¿Y tiene que ser hoy…? (Hertz lo mira con gesto hastiado. Basilio mira hacia la cama. Un tiempo.) ¿Dónde... me cambio?

HERTZ: Allí tras el biombo tiene perchas para la ropa.

Basilio se cambia tras el biombo.

HERTZ: Señor Basilio...

BASILIO: Sí...

HERTZ: Si el calzón le ha marcado la cintura con el elástico allí tiene alcohol y algodón: frótese apenas que va a ir desapareciendo... (Pausa) Señor Basilio...

BASILIO: Sí...

HERTZ: ¿Está bañado del día?

BASILIO: De anoche...

HERTZ: Señor Basilio...

BASILIO: Sí.

HERTZ: El uruguayo… no se volvió a Carmelo. Apareció flotando en el Río Luján con un escopetazo en la boca. Cartucho dieciséis. Perdigón patero. Se escapaba ese día con mi Filomena a Montevideo. La tenía engatusada con la labia. Un barrio bravo éste, que le voy a contar a usted. Por unos pesos hay gente acá que hace cualquier cosa. Por eso es que ella anda así: lo estimaba al lenguaraz.

Basilio se asoma lentamente.

HERTZ: Espero que comprenda. Digo... que sepa darle su lugar...

BASILIO: (Pausa) Se entiende.

Basilio sale tapándose púdicamente. Hertz le alarga el antifaz. Se lo pone. Pausa.

HERTZ: (De pronto) La luz... Pero carajo se está empezando a aguar la luz...

Basilio va hacia la cama. Filomena se quita indolente la combinación.

BASILIO: Con permiso... Señora.

HERTZ: Cuando le pida el cuerpo, señor Basilio…

Hertz se mete bajo la tela negra que oscurece el visor del máquina. Desde allí mientras hace señas con la mano para que comiencen.

HERTZ: El instante señor Basilio... El Instante…

Baja la luz


II
CARNE VALE


La galería en penumbras. Lunas de papel, caras de Momo. Fondos recortados. Glorietas armadas con serpentinas.
Golpes insistentes sobre una cortina metálica llegan desde el piso de abajo. Hertz despeinado, con aspecto desarrapado, una camiseta sudada, de espaldas a la pared junto a una ventana que da a la calle, intenta espiar allá abajo en la vereda el origen de esos golpes. Resiste angustiado otra andanada hasta que abre finalmente la ventana y ocultándose habla hacia abajo en tono que implora silencio.

HERTZ: ¿Puede dejar de golpear? ¡Son las tres de la tarde... hora de la siesta! ¿Quiere que se lo lleven por alborotador...? No puedo atenderlo... Estoy sólo... enfermo... Vuelva otro día...

Intenta retirarse de la ventana pero otra andanada de golpes lo detiene. Intenta resistir pero el bochinche puede más. Vuelve a asomarse.

HERTZ: Estoy pasando por un momento... (Nuevos golpes) ¡Está bien... Esta bien...! Pero deje de llamar la atención...

Corre hacia la puerta de la trastienda y se cerciora de que esté bien cerrada. Toma un llavero y sale hacia el piso bajo. Sus pasos bajando la escalera. Pasos rotundos luego subiendo. Entra Basilio alzando a Hertz del cuello. Lo arroja a un lado. Basilio le muestra el llavero y se lo echa al bolsillo

HERTZ: ¡Pero qué se cree usted qué...!

Un puñetazo seco en la cara lo sienta limpiamente. Hertz se lleva el pañuelo a la nariz que pronto se tiñe de sangre.
Basilio recorre el lugar.

HERTZ: Estoy solo. Recién llego... Ni he abierto siquiera la trastienda.

BASILIO: Me engatusó.

HERTZ: Por favor, señor Basilio... Si usted supiera mi calvario de estos días...

BASILIO: Se escapó. Se llevó las fotos. Dos meses.

HERTZ: Créame que lo hice por... (Basilio va hacia él amenazante) ¡Por favor le pido, violencia no...! No está en mí...

BASILIO: Me embrolló

HERTZ: Para todo hay una explicación

BASILIO: Donde la tiene...

HERTZ: Señor Basilio, la placa fotográfica es un medio tan inestable...

BASILIO: A La Madonnita.

HERTZ: Sepa darme mi lugar, señor... Está hablando de mi señora.

BASILIO: Éramos socios... Los tres...

HERTZ: Es verdad... En eso... Descansa unos días en una isla del Tigre. ¿Desconfía? Averigüe... Arroyo Gallo Fiambre.

BASILIO: No me dijo que se tomaba vacaciones.

HERTZ: A la fuerza ahorcan.

BASILIO: A los dos días de las fotos se fue.

HERTZ: Ni tiempo de avisar... ¿Cree que lo hice por gusto? Dejé sin entregar todos los encargues de primera comunión... Una fortunita derrochada ¿no me cree? Mire en la mesa, ni tiempo de guillotinarlas...

BASILIO: (Revisando) Donde están las que me tomó...

HERTZ: Las tiré... Salieron mal...

BASILIO: Me engrupe. Le dijo a ella que estaban saliendo bien. Negativos dijo.

HERTZ: Treinta años de oficio, señor... Difícil que una placa se me vele... Pero el motivo, la toma...

BASILIO: Qué.

HERTZ: Descompuesta.

BASILIO: Descompuesta...

HERTZ: Fatalmente.

Basilio lo mira desconcertado.

HERTZ: Imposible darle vida a eso. ¿Qué iba a hacer...?

BASILIO: Dármelas. El que estoy ahí soy yo.

HERTZ: Señor Basilio: le traen a un taxidermista un encargue... Un perrito por caso, un pichicho muerto de viejo, regalón de la familia... pero han esperado más de lo prudente y ha empezado una descomposición inevitable. ¿Va a devolvérselo a los dueños? Una bolsa de arpillera, un nudo, y al basural. Las vistas de ustedes sobre esa cama estaban podridas. Irremediablemente. Y no era esa luz, carajo con lo que la esperamos, ni la nitidez créame. Estaban... visibles si eso es lo que quiere saber. Pero su alma... su espíritu...

BASILIO: Me embrolla de nuevo.

HERTZ: Pero por favor, si tuviera dos dedos de sensibilidad ...

Basilio lo levanta de la ropa.


HERTZ: ¡No me pegue por favor... Trato de explicarle!

BASILIO: Siga.

HERTZ: ¿Qué es un cuerpo señor...? No es nada... Apenas la luz que se refleja sobre él. Hay cuerpos que brillan. Todo reflejo. Hay otros opacos: comen luz como una comadreja muerta de hambre. Y sin luz desaparecen. Todo el brillo de mi Filomena, todo su fulgor, su resplandor desapareció en esas fotos. Se opacó. Se oscureció de tal manera que se veía apenas como un pedazo de materia sin vida. Una comprobación desesperante señor. Sin ese carajito al lado, sin ese uruguayo cursiento que me está haciendo la vida imposible, La Madonnita ha desaparecido y ha quedado en su lugar una señora apagada y renga. Ha dejado de reflejar y ha quedado solo sombra. Ya se puede imaginar usted donde ha quedado mi dignidad. Revelé una por una con esmero especial. Y nada. Un cadáver violado si me permite la expresión. ¿Quiere saber? Hay un solo lugar en esas placas, uno solo donde La Madonnita brilla con su luz de siempre. Diminuta. Y sola, como si hubieran recortado la foto alrededor. Un solo lugar señor Basilio, flotando en el aire como en un retrato viñeta.

BASILIO: Dónde...

HERTZ: En lo profundo de los ojos suyos. Un reflejo claro como un espejo. Si algo le faltaba a la dignidad mía...

BASILIO: (Saca el yesquero) Me toma para el churrete...

HERTZ: ¡Por favor se lo pido...!

BASILIO: Le achurrasco la jeta.

HERTZ: ¡Mírelo usted!

Abre un cajón de la mesa de trabajo y tira sobre el tablero un puñado de fotos. Basilio queda mirándolas extasiado.

HERTZ: ¿Lo ve en el reflejo...? Enmarcado por los agujeros del antifaz... Amplié los ojos suyos hasta que el grano las volvió grotescas... El único lugar. Y en ningún otro. Por eso las rompí. Conduélase de mi fracaso por lo menos... Ese hombre me quitó lo que más quería.

BASILIO: Me dijo que lo había hecho liquidar...

HERTZ: (Sorprendido) Sí... Bueno...

BASILIO: La vida imposible.

HERTZ: Qué...

BASILIO: Recién dijo: “Me está haciendo la vida imposible”

HERTZ: (Nervioso) Una manera de...

Basilio lo toma del cuello y enciende el yesquero.

HERTZ: ¡Está bien... Le mentí! Qué quería que hiciese. Me extorsionó. Le di trescientos pesos, todos mis ahorros, para que se fuera y no volviera. Cuando los agarré estaban a punto de fugarse a Montevideo. Pensaban montar el negocio en un local de altos. Cerca del puerto. Sobre un despacho de carbón y forrajes que les facilitaba un primo. Morocho amulatado igual que él. Ilusos... Como si el atributo animal de penetrarse los volviera mágicamente artistas. Lo soborné. Era débil el muy charrúa. Le dije a ella que lo había hecho matar para ver de ver de sacárselo de la cabeza. Del oído. Declamación le hacía. Rimas. Atorrante. Una letra de tango... Cháchara y cháchara. Agarrada con las palabras la tenía. Hacía de grupí en un remate de la calle Artes. Un lunar así en un costado de la lengua. ¿Quiere creer? Una escarapela de elocuencia, se jactaba. Agarró los trescientos enseguida, pero volvió al poco tiempo pidiendo más. Por eso cerré y me la llevé afuera. Lejos. Anda rondando. Seguro. Y yo que le voy a dar si no acierto una.

BASILIO: Y ella...

HERTZ: Ya le dije... El Tigre... Yo me vine anoche. Una lancha almacén me hizo la gauchada. Estoy sin recursos señor Basilio... Carnavales: pensé en hacerme unos pesos retratando mascaritas. Una semana rendidora... Usted sabe... Pierrot, Gauchitos, Fantasías... Lo que saque será para darle al morocho. Ni soñar con lo que pide, pero quien le dice se deja de apretar... Usted podría ayudarme... Un acto de caridad señor... Usted ha sido marido también... Usted entiende... Piense en el lituano... Trate de colocarme un paquetito de las fotos viejas... le copio las mejores... le acomodo el costo...

BASILIO: Qué le pide. El uruguayo...

HERTZ: Doscientos más. Un platal.

BASILIO: (Dificultosamente) Por ahí... Si usted la trae... Probando de nuevo...

HERTZ: ¿Otro intento dice usted? Inútil. Ya le dije. El... El... (Pausa) ¿A usted ni siquiera le importa que los retrate o no, no?

Basilio calla


HERTZ: Dígamelo, no se preocupe... Hoy por hoy mi única dignidad está en conservarla.

Basilio se encoge de hombros.

HERTZ: La única. Un artista... Dígamelo. ¿Usted...?

BASILIO: (Evasivo) Puedo adelantarle a cuenta. Socios, ¿no?

HERTZ: Sin ese demonio negro en el medio.

BASILIO: Y si sigue amolando podría contar conmigo... (Saca el llavero y se lo devuelve)

HERTZ: Le agradezco el gesto. ¿Y dispone...? De ese recurso, digo...

BASILIO: Efeté..

HERTZ: ¿En el día...?

BASILIO: ¿Dice ahora?

HERTZ: ¿No le alcanzaría?

BASILIO: En el Tigre me dijo.

HERTZ: ¿Alcanzaría o no?

Basilio asiente.

HERTZ: Ahí atrás. En la pieza. No sé que me daba dejarla allá. Todo me da miedo. Sospecha... Sabe... Y él ronda, estoy seguro. Habló con los vecinos.

BASILIO: (Iluminado) Está ahí...?

HERTZ: Sí. (Un tiempo. Basilio aguarda una respuesta.) Yo tendría que ir preparando unas placas… (Comienza con la tarea. Un tiempo. Alza la vista) Una sola puerta. No puede perderse.

Basilio asiente y va tenso hacia la trastienda.


HERTZ: Señor Basilio… ¿Doscientos, no…?

Basilio lo mira. Asiente. Sale. Hertz trata inútilmente de recomponerse. Basilio vuelve a entrar de pronto atropellado y pálido.

BASILIO: La ventana abierta. Se fue por los techos.

Vuelven a entrar y salir. A entrar y salir. Son dos autómatas descompuestos . Hertz queda duro.

HERTZ: Se la llevó, Basilio...

BASILIO: Se la llevó...

HERTZ: El canallita...

Sorpresivamente Basilio suelta un llanto contenido y convulsivo.
Hertz permanece en silencio.

BASILIO: Todo lo que toco se arruina. Un fracaso andante.

HERTZ: Usted... Usted tiene que traerla, señor... Usted sabe de... Usted es ducho... Yo qué sé... Yo qué soy... Un pelele... Alfeñique...

BASILIO: Todo... Nunca una alegría.

HERTZ: Sabe de armas... Dispara.

BASILIO: Al blanco. Deber cívico.

HERTZ: Más para mí. Un disolvente el oriental. Desertor. Se agujereó el tímpano para no hacer la conscripción. Una aguja de colchonero .

BASILIO: No se.

Hertz abre un cajón de mesa y saca un pistolón de caza.

HERTZ: Calibre 16.

BASILIO: Vaya a saber para donde...

HERTZ: (Seguro) El vapor de la carrera. Si no es el de la noche, el de mañana temprano.

BASILIO: ¿Y si no quiere?

HERTZ: ¿Cuando lo encara al lituano le pide por favor?

Basilio toma el arma. Duda.
Hertz le alarga un maletín pequeño que toma de entre la utilería.

HERTZ: Bajo el saco se le nota. (Por el maletín) De sacamuelas.

Basilio guarda mecánicamente el arma. Hertz agrega a la maleta un puñado de cartuchos.

HERTZ: En dársena C. No le costará encontrarlos.

Basilio va a salir.

HERTZ: Señor Basilio... (Basilio se detiene un momento. Hertz le alarga la llave) No hace falta que golpee. (Tiempo) Señor Basilio... Se va a poner a llorar. La conozco. No deje de decirle que es por amor.

Sale Basilio. Hertz cae desolado sobre una silla.


III
SÁBADO DE CENIZA

Amanece. Hertz duerme la mona sobre la cama usada en las fotos. Un porrón de ginebra en el suelo.
Ruidos abajo y unos pasos que suben torpemente la escalera. Hertz se despierta sobresaltado.
Entran Basilio y Filomena caminando con dificultad. Están ambos , también, totalmente borrachos. Levantadas sobre las cabezas sendas caretas de cartón. Filomena un espantasuegras en la boca. Basilio un lanzaperfume de vidrio, y el maletín que llevó.
Permanecen allí bajo el vano de la puerta como reponiéndose.

BASILIO: Aquí estoy porque he venido. Porque he venido aquí estoy. Si no agrada mi presencia, como he venido me voy.

HERTZ: Mi amor... mi vida... (Trata de ponerse en pie y trastabilla) Creo que tomé de más... Ginebra con semillón: la mala mezcla.

BASILIO: Por nosotros no se cohíba (Hertz lo mira extrañado) Es largo de explicar.

HERTZ: (Va hacia Filomena) Yo... Yo... Mi cielo... Yo sé que no estamos pasando un buen momento... Pero ahora que estás de vuelta en el nidito... Que todo se está arreglando... (Mira hacia Basilio que asiente) Quiero decirte que... (Filomena lo mira ida, y comienza a soplar enajenadamente su trompetita que suena como un aullido) No, no, Filita... no me hagas una cosa así... Hablemos... Sin rencor... Yo entiendo que un paso en falso lo puede tener... (Ella toca más fuerte aun para no escucharlo. Hertz queda sin saber qué hacer. Basilio se sienta en un sillón armado contra un fondo de cortinados falsos) Yo... te juro que las cosas van a ser distintas... Ese hombre no te... Ese hombre... (Filomena deja de tocar y larga su llanto) No llores te lo pido... Que voy a llorar yo... Por piedad te lo pido... (A Basilio) Eternamente agradecido... Eternamente agradecido...

BASILIO: Un deber es un deber.

HERTZ: Eternamente...

BASILIO: Lo que estaba por hacer se hizo. Ahora que haya cordura... Que el tiempo lime todo... Señora Filomena... Que no haya rencor. (Filomena se acerca trastabillando y le da a Basilio un cachetazo feroz) Un hombre no toca a una mujer ni con el pétalo de una magnolia. (Filomena vuelve a pegarle. Camina unos pasos y se sienta junto a la mesa) Yo solo cumplí con mi deber.

HERTZ: Vas a ver que va a ser distinto... Como al principio... Cuando llegamos de allá. Mi muchachita... ¿qué nos pasó...?

BASILIO: En todas partes se cuecen habas.

HERTZ: Le tengo un aprecio inusual, señor... Inusual. (Tropieza y por no caer se sienta en una escenografía)

BASILIO: Arriba los corazones...

HERTZ: No... no acostumbro a beber...

BASILIO: El calor... Provoca.

Filomena se pone de pie. Toma algo de la mesa y sale a los tumbos hacia la trastienda.

HERTZ: Filomena...

BASILIO: Déjela. Una jornada incordiosa. Lo importante es que ya está en casa.

Quedan mirándose un rato.

HERTZ: Apenas quedé solo me di cuenta: no puedo vivir sin ella. Sin ella no soy nada. No soy nada.

BASILIO: Una mujercita... Una auténtica mujercita...

HERTZ: ¿Y el rioplatense? (Basilio calla) ¿Puso... resistencia...? (Igual) ¿Estaba allí no más...? ¿Dársena C ? .

BASILIO: Habían pasado. Compraron camarote. Se ve el morocho venía dulce. Me dijeron después. Largo de contar... Me quedé en el muelle. Esperándolos. Sentadito. Oscureció. Una bruma... Perdido el río ahí. Bicherío. Los bronquios me tiraban a cerrar. Crucé a comer a un bodegón. Quemaban palosanto en un brasero: los mosquitos. Habrá sido el humo... la humedad. Me silbaba el pecho como un morrongo. Con la adición pedí una chica de anís para despejarme. En el vientito se escuchaban unos platillos cerca. El corso de Martín García... Parezco pelotudo pero no soy pelotudo: estos se fueron para ahí pensé. Que mejor lugar para perderse.

HERTZ: Filoso.

BASILIO: Una cosa parecer y otra ser. A los grandotes no nos queda remedio: marcados. O hacemos el bruto o hacemos el panete. Pero una cosa parecer... Estos se fueron para ahí para perderse en el gentío mientras arrima el vapor. Crucé el descampado por entre un juncal, mire el barro en los tamangos, y me acerqué por atrás de una grúa a vichar entre los fierros. Multitud. Estos me ven: levanto la perdiz. Ningún pelotudo: un puestito de la parroquia vendía los cotillones, me fui derechito. Caretas serias no quedaban más, encima yo de geta grande, menos mal ésta de Holandesa. Gorda rubia, qué me importa si es para el disimule. Un vaporizador de agua florida y serpentina francesa tricolor. Me fui metiendo. Desfilaba una comparsa de negros. De cartapesta los negros: como cien todos con la mascarita igual. Y entre el gentío no va que: tac tac, tac tac... Le reconozco la ortopedia, con perdón: mascaritas a mi... Ella de negra bozal y el de negro Lubolo. Negro sobre negro él...

HERTZ: Una tautología

BASILIO: Por lo menos... Vaya a saber el físico mío, lo que me faltaba disfraz, o el maletín que me desentonaba, pero fue verme ellos y empezaron a firuletear entre el negrerío. De la mano la iba orientando el oriental, mire como me salió decirlo. Y yo perro mastín, cada vez más metidos en la multitud. Un segundito de duda que me paré mirando, el titubeo que me agarró si para el lado del escobero o el de las negritas cebadoras, y va que siento una mano atrás, vaya a saber la mascarita de gorda rubia seguro que dio pasto a la confusión: un falso negro me acarició morboso el ojete. Con alevosía señor Hertz. Dedo. Me di vuelta y todos iguales: una pesadilla. Encima el anís y el pecho morrongo. Le tire un manotazo a uno que me pareció se reía. Vaya a saber si no era la careta. Se me vino gallito. Se ve entre ellos sí se reconocían bajo el cartón piedra porque enseguida eran como cinco los que me chumbaban. Como yo revoleaba al tuntún un esmirriadito se me arrodilló atrás, me dieron el empellón y me tumbaron al suelo. Hormigas negras, señor Hertz. Hormigas negras. Todos encima. El escobero me daba con el mango, míreme la ceja acá... Quise manotear el chumbo, me habían refalado la maletita... Muerto me dije, Basilio: muerto. Estaba ya a encomendarme al Señor y partir a la morada, va que un esclavo que llega se saca la mascarita, y a las muecas los llama no se como a sosiego a los morenos. Vaya a saber será que le ven las motas que eran de verdad, aflojaron los puntapiés; o que empezó el tamboril de nuevo y se vieron obligados al desfile, volvieron a marchar con el pasito candombe y me dejaron ahí en un empedradito medio patituerto, de la esquina como quien mira para el río. Ella también se sacó la caretita Hertz. Eran los dos. Vaya a saber en qué súbito arrepentimiento los empujó el Señor a salvarme. Me levantaron hasta la vereda y me apoyaron en el paredón de un teatrucho de marionetas. El titiritero hacía reclame en la puerta. No sé si el anís o los golpes: no podía saber en el momento si era de verdad el gringo o cocoliche del corso. “¡Guarda il burattino! Guarda il burattino...!” Me pusieron éter de un rociador en el pañuelito de ella para la hinchazón acá. ¿Monograma FC?

HERTZ: Filomena Carmen.

BASILIO: Habían tomado también. Caña de durazno.

HERTZ: Bebida de negros.

BASILIO: Bebida de negros. Una garrafa de a litro cada uno portaban. En un rato entre los tres no quedó ni el perfume. Imagínese yo con el anís de base. Entonces él empezó a hablar, señor Hertz. A hablar. Bajito. Y hondo, ya se sabe la voz morocha. Ninguna estridencia. Del amor, de ella y él, del porvenir. Una caverna que hablaba. Unas palabras: como si todos los seres humanos habláramos de confección, y él a medida. Justas... Y todo con un don.... Los morochos vio son más sonrisa. ¿Será que los dientes se le destacan?. Me di cuenta que me perdía, señor Hertz. Que me dominaba la labia. Un sermón negro que daban ganas de cerrar los ojos y dejarse llevar. A medida, ¿le dije esa sensación?. Y ese gesto al final que me pudo: la maletita. Me devolvió la maletita con el trabuco. Sentí que si no hacía algo estaba perdido, señor Hertz. Perdido. Ganado. Ganado por el arte locuaz. El oscuro hablaba y yo le miraba en la boca el lunar de la lengua. Entramos al teatrino más por sentar el mareo que por la función. Los tres. Una unión. Unos títeres de madera grandotes que los manejaban de la cabeza con un gancho, meta pelear a espada, todo en idioma, vaya a saber que argumento. Ni una palabra se entendía. “Sicilia, Sicilia”, por ahí, vaya a saber me pareció. El uruguayo se descompuso: techo de chapa: un horno. Lo llevé al fondo, nauseó todo en una pileta de lavar del emparrado: caña de durazno, un enchastre. Jarabe. Le lavé la boca. En el trajín con este dedo le rocé el lunar: como una descarga en la mano. Una pila voltaica, quiere creer. No reaccionaba bien el oscuro, me di cuenta. Cabeceaba el oscuro. Ahora o nunca, me di cuenta, un pedazo de esa lengua medio afuera, el pedazo del atributo nada menos. Una escarapela mora el lunar. Una condecoración. Saqué del chiquilín de los lienzos la cortaplumas de nácar. Reclame del toscano Avanti. Un despuntador. Le agarré el atributo con el pañuelito de su señora que me había quedado en el bolsillo. (Un tiempo. Saca del bolsillo un pañuelo ensangrentado y lo pone sobre la mesa. Lo despliega. Apenas se distingue entre la sangre la lengua del uruguayo.) Roncó un poco y desfalleció del vahído. ¿Monograma FC?

HERTZ: Filomena Carmen. Por la abuela.

BASILIO: Cuando ella lo vio entendió enseguida, porque se puso cadavérica de blanca y no abrió la boca. Para mi que con la perorata le tenía encarnada el alma el pico de oro porque cuando lo vio sin la sin hueso pasmó. No reaccionó todavía, para mí. Me siguió hasta aquí como pichicho. Telépata y médium señor Hertz. Lo magnetiforme. Un embeleso el atributo ese. Cruzamos el Parque Lezama por arriba. Amanecía. Un vía crucis la escalada. El mareo, la neurastenia, y el pecho morrongo.

HERTZ: ¿Está hecho, Basilio?

BASILIO: Está hecho don Hertz

Suena un tiro estridente en la trastienda.

HERTZ: El arma... (Descubren la ausencia del maletín) El arma...
Corren hacia allí. Entran a la trastienda y vuelven a salir como idiotizados, una y otra vez igual que al descubrir la huida. Salen finalmente y se dejan caer en sendas escenografías. Dos retratos de la impotencia.



V
PASCUA DE RESURRECCION


En un rincón del estudio elementos de laboratorio, bandejas, frascos. Bajo la luz roja de la lámpara de trabajo Hertz trajina entre sus enceres con aspecto desconsolado. Una banda de luto sobre la manga del guardapolvo gris. A su lado Basilio sigue con emocionada atención el manipuleo. Dos viudos.

BASILIO: ¿Prende...?

HERTZ: Revela, Basilio... Le falta un segundo baño.

Basilio escruta en las tinieblas una foto que cuelga, secándose, de un hilo


BASILIO: Esta ya prendió... La veo... Sí... Sí... La cofia de limpieza... De las primeras...

HERTZ: De las primeras...

BASILIO: Divina estaba...

HERTZ: Divina... (Ahoga un llanto)

Tiempo


BASILIO: Nunca le conté lo que fueron aquellos meses... Cuando ustedes en la isla...

HERTZ: Se daña, Basilio...

BASILIO: Al contrario... (Por la foto) ¿Ya se puede tocar ya?

HERTZ: Le quedan los dedos si no seca... Sople con cuidado.

BASILIO: (Acerca los labios con cuidado y sopla como una caricia. La foto se mece con el aire de su boca) Un purgatorio esos meses, señor. Una espera de vaya a saber qué. Una ansiedad. ¿Sabe donde la tenía a La Madonnita en esos meses señor Hertz?. En la cabeza pensará usted... No. En la mano. ¿Le duele que le cuente?

HERTZ: Todo duele.

BASILIO: En la mano. Me despertaba en la mañana con la mano así. Una garra dirá usted. No, uno de sus pechos Hertz. Me lavaba la cara con una sola mano para conservarlo en la otra. Iba caminando y sentía en el dedo del medio el interior mojado de su... Esa pared babosa y redondeada. Esa bolsita de lupines que pude sentir apenas aquel día mientras usted nos retrataba. Me corté las uñas para no lastimarla en el sueño, que idiota dirá usted. (Sopla) Debe ser que en las manos es el único lugar donde los brutos guardamos las cosas que no están. Usted la tenía en sus placas, Hertz. El uruguayo la embalsamaba en las parolas. Yo la conservo todavía acá. (Sopla) Entre los callos de llevar la maleta de viajante. Está divina acá... Divina... Divina...

HERTZ: Divina. Un don. Donosa. Desde pimpollo, mire lo que le digo. Cuando la conocí cebaba mate en el Safo, un quilombo de Pichincha. En Rosario. Hija de la portera. Esa madrecita le guardaba el virgo como el último baluarte, créame. La hermana ya lo había cedido, así que el sueño de altar quedaba en la cojita. Herminia la hermana. Un año menor. Niña jamona Herminia, usted sabe, rellenita, vio como es: su cuarto de hora en la edad púber. La primera del grado en ostentar la teta. Un batallón de pretendientes. Es sabido el poder del utensilio: la teta es la kermés del novio. Durante ese año la damita más pretendida. Cuando las demás la alcanzan de talle, se le descompone la fama pasajera y pasa a ser de ahí y para siempre “la gorda”. En ese intríngulis estaba la hermanita cuando llegué a Pichincha. Y Filomena, en salvaguarda hasta ahí por la piernita, que ya entraba en la línea de tiro. Yo andaba de foto-ambulante por los pueblos. Un cajoncito con trípode, un paño negro tendido entre dos palos, le improvisaba un estudio en cualquier lado. Buscaba casorios en el diario, finados, y salía a ofrecer retrato. A Filomena me la trajo la madre al patio del quilombo en traje de comunión. Yo le sacaba a dos polaquitas que se retrataban juntas. Por ahorrar. Separaditas las dos para poder cortar la foto al medio, y mandársela a la familia. Estaba crecida ya para el atuendo, cómo le explico. Hacía años que había hecho la comunión, pero como en aquel entonces no habían dado con chasirete, y el vestido estaba doblado impecable, aprovecharon. Había desarrollado: una novia patente debajo de ese raso blanco. Le sudaba el bozo y la madre la secaba con un pañuelito de broderí perfumado al Cuero de Rusia. Y le daba colorete en los labios, y polvos de arroz… Me empecé a marear de mirarla así, pintada y desbordando ese vestidito. Sacaba y sacaba. Mareado… El olor del permanganato que venía de las palanganas. El humo del querosene de las estufas de la sala de espera. El perfume. Me gasté en media hora tres cajas de placas. Todas las que llevaba. Me volví. Yo aquí, un hombre solo, imagínese, me pasaba las noches enteras honrando esas fotos... Cada semana durante meses le mandaba alguna de regalo por correo. Y ella me contestaba cartitas. Estaba encandilada por sus propios retratos y los esperaba como el maná. Un romance postal. Se ve la madre miraba con buenos ojos, porque ni mús de la diferencia de edad. Pasaron dos años de correspondencia hasta que no pude más y me la fui a buscar. Se ve tardé más de lo debido porque cuando llegué, Filomena ya hacía clientes en las piezas del Safo. A la Herminia se la habían llevado Paraná arriba en una chata arenera y le había tocado a ella. Así, de modosita trabajaba. Ya alentaba a la mente calenturienta. Nunca la pollera con tajo. Nunca un taco. Siempre vestidita de renga. Nos casamos en San Pedro, de donde era la familia, y vinimos a instalarnos aquí. Los primeros meses no podía dejar de sacarle, ni ella de mirarse ahí. Nunca supe si amaba al marido o al fotógrafo. Se me iba la ganancia del local en las placas de ella. Cajas y cajas. La idea vino sola. Al principio le hacía desnudos, pero tenían poca salida. Usted sabe: el hombre, no hay caso, quiere verse ahí. Al uruguayo le había hecho varios retratos para reclame: “Saul Astorga recitador rioplatense” El resto ya lo sabe: para mi una imagen viva en ese cuadrado de papel sensible. Para el uruguayo un montón de palabras rimadas en una libretita de tapas negras. Para usted una figura apretada en el aire … (Un tiempo) Dígame, Basilio: ¿la mujer… existe?

BASILIO: Mi esposa por lo menos creo que era de verdad.

HERTZ: Quien le dice fue por eso que la abandonó.

BASILIO: Quien le dice. (Mira la foto conmovido) Anoche en la cama de la pensión, perdone la vulgaridad... la veía como si estuviera abajo mío, la sentía, la tocaba... Estaba ahí. (Como sin proponérselo Basilio se acaricia la entrepierna. Los dos se acercan a la foto y quedan embelesados mirándola. Se miran emocionados. Hertz se sorprende)

HERTZ: Acérquese a la luz, Basilio...

BASILIO: (...)

HERTZ: La estoy viendo, señor Basilio... ¡La estoy viendo...!

BASILIO: A... La... ¿Madonnita?

HERTZ: Ahí. En lo profundo. Como en aquella foto. Del día de la virgen, recuerda...

BASILIO: ¿La ve como yo la veo...?

HERTZ: Nítida y contrastada...

BASILIO: ¿Será que es ahí donde se vive después de la muerte...? ¿Será que es ahí?

HERTZ: ¿Puedo... Puedo... Puedo... fotografiarla...?

BASILIO: (Rígido, sin moverse) ¿Y quedará allí cree usted? Posada, digo... Como una mariposa... ¿Quedará...? ¿Usted cree?

HERTZ: No la ahuyente, Basilio... No la deje volar....

Hertz acerca rápidamente su cámara de pie.

BASILIO: ¿Está todavía no...? ¿Está todavía?

HERTZ: Reténgala, amigo... Usted sabe...

Las manos de Basilio se ahuecan. Acarician apenas una piel imaginaria.

HERTZ: (Mirando por el objetivo bajo el paño negro) ¡Ah, señor... qué bella y qué fresca...! ¡Qué bella y qué fresca...!

BASILIO: ¿Esto es... el instante, señor Hertz?

HERTZ: (Sale debajo del paño. Levanta su bandeja de magnesio. Dispara su relámpago.) El instante, Filomena... el instante.

Basilio sueña ahora sin pudor. Hertz dispara en su cámara una toma tras otra. Parecen por primera vez ser realmente felices.



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