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jueves, febrero 26, 2015

Los comanches ANÓNIMO TEATRO CHICANO


Los comanches
ANÓNIMO TEATRO CHICANO
( 1780)
PERSONAJES
 

BARRIGA DUCE,   Bufón colero.
CAPITÁN,   Capitán del ejército español.
DON CARLOS FERNÁNDEZ,   Comandante de la expedición de 1774.
CUERNO VERDE,   Jefe de la nación Comanche.
SARGENTO,   Sargento del ejército español.
DON TOMÁS MADRIL,   Capitán del ejército español.
DON JOSÉ DE LA PEÑA,   Capitán del ejército español.
DON SALVADOR RIBERA,   Capitán del ejército español.
CABEZA NEGRA,   Jefe Comanche.
OSO PARADO,   Jefe Comanche.
ZAPATO CUENTA,   Jefe Comanche.
DON TORIBIO ORTIZ,   Capitán del ejército español.
TABACO CHUPA JANCHI,   Jefe Comanche.





Los españoles están cuidando el castillo y los indios escaramuzan sin hablar adonde está BARRIGA DUCE. Este, después de que les tira con bolas de masa, da el anuncio a los españoles.

BARRIGA DUCE
Vengo a avisaros de prisa,
Fernández, mi capitán,
que allá al pie de aquella mesa
vi un indio con chimal.
Ellos me querían llevar, 5
pero yo con mi honda y maza
los hice pronto arrancar;
y fue tan buena mi traza
que os he venido a avisar.
CAPITÁN
Si es cierto lo que dices 10
pronto me pondré en campaña,
y triunfantes y felices
nos reuniremos mañana.
El clarín que toque Diana,
y que venga el general, 15
y con mi espada en la vaina
los saldremos a encontrar.

(Toca el clarín.)

DON CARLOS
¿Qué toque llamado es ése,
que me tiene sorprendido?
CAPITÁN
Que allá al pie de aquella mesa 20
los comanches han salido.
DON CARLOS
Pronto, pues, mi capitán.
Prepare vuestros soldados,
y al indio hostil encontrar
cuando estéis bien preparado. 25
Aquí tenéis la bandera
que el sargento llevará
porque de cualquier manera
la religión triunfará.
CAPITÁN
 (Agarrando la bandera.)
Bandera entre mil banderas, 30
hermoso emblema español.
De nubes se pone el sol
del mundo señor, empero,
yo te adoro porque eras
la gloria que en sueños vía 35
mi entusiasta fantasía,
y hora que quisiera ufano
enarbolarte en mi mano.
Te dejo, bandera mía.
 (Al sargento.)
Tomar sargento y cuidar 40
del pabellón estrellado,
y a los comanches matar
¡en gloria de este reinado!

(Los indios hacen escaramuzas y se adelantan al castillo mientras suena el clarín.)

CUERNO VERDE
Desde el oriente al poniente,
desde el sur al norte frío 45
suena el brillante clarín.
Y reina el acero mío.
Entre todas las naciones
campeo osado, atrevido,
y es tanta la valentía 50
que reina en el pecho mío.
Se levantan más banderas
por el viento giro a giro
que de las que he atributado.
Refreno al más atrevido, 55
devoro al más arrojado;
pues con mi bravura admiro
al oso más arrogante,
al fiero tigre rindo.
Que no hay roca ni montaña 60
que de éste no haiga rendido,
que de ella no hay registro.
Al más despreciado joven,
aquel que más abatido
se ve porque su fortuna 65
a tal desdicha lo ha traído.
Pues no hay villa ni lugar
que no se vea combatido
de mi nación arrogante
que hoy con el tiempo se ha visto, 70
y como ahora lo veréis.
Este soberbio castillo
hoy lo he de ver en pavezas.
Lo he de postrar y abatirlo
con sus rocas y baluartes 75
aunque se hallen prevenidos,
y con la incomodidad
de un repentino descuido,
será más osado el brío
que tienen nuestras personas 80
que certifico y he visto,
como lo canta la fama,
y un cuartelejo de gritos.
Diga la nación Caslana,
díganlo tantas naciones 85
a quien quité el señorío.
Hoy se ven desmoronados
sus pueblos dando gemidos,
como se ven combatidos
huyendo de mi furor. 90
Se les ha acabado el brío,
se remontan de tal suerte
que hasta hora no lo hemos visto.
Pero, ¿para qué me canso
en referir lo que han visto 95
que [De] este reino en sus lugares,
cuando todo el Cristianismo
traje de tantas naciones
que no le alcanza el guarismo?
Y sólo los españoles 100
refieren el valor mío,
pero hoy ha de correr sangre
del corazón vengativo.
Me recuerda la memoria
de un español atrevido 105
que, ufano y con valentía,
y con tanto osado brío
el cuerpo vistió de flores
en sangre de colorido,
de los muertos la distancia 110
hombres, mujeres y niños
no pudiendo numerarse
ni contarse los cautivos.
Ea, nobles capitanes.
Genízaros valerosos, 115
que se pregone mi edicto,
que yo como general
he de estar aprevenido;
que general que descansa
en vista del enemigo 120
bien puede ser arrogante,
bien puede ser atrevido.
Yo no me he de conformar
con estos vagos destinos
y así, comiencen un canto, 125
que suene el tambor y pito.
¡Al baile, y punto de guerra!
Pasaremos al distrito
para que en vista de todos
estemos aprevenidos. 130
Y advierto que con la unión
que me tienen prometida
obraré como prudente,
que tal renombre ha tenido
toda nuestra descendencia. 135
Y así, como el más impío,
he de mostrar mi fiereza
con esta lanza de vidrio.
Al oso más arrogante,
y al fiero tíguere rindo, 140
la más elevada Elena.
Este bruto saltó un brinco,
pues ya no hallo a quién temer.
Es tanta mi fuerza y brío
que entrando osado y altivo 145
buscando a ese general
que con locos disvaríos
usó de tanta fiereza,
destruyó como he dicho.
Lo llamo en campal batalla, 150
lo reto y lo desafío.
¿Quién es, y cómo se llama?
DON CARLOS
Aguarda, detén, espera
que soy de tan noble brillo
que vengo sin que me llames 155
a cuidar este castillo.
Pues no es menester carteles;
ya tus valentías he oído.
Dime tu nombre, porque
del todo quedo entendido. 160
Para ahorrarme de palabras
basta con lo que me has dicho.
CUERNO VERDE
Yo soy aquel capitán,
no capitán, poco he dicho.
De todos soy gran señor, 165
de todos soy conocido.
Yo soy, y por el turbante,
este cuerno que ha aplaudido
verde y dorado que ves,
hoy se me postran rendidos 170
no sólo de mi nación
que emprende mi señorío,
sino todas las naciones
que coloca el norte frío.
Ciegos me dan la obediencia 175
Caiguas, y Cuampis, Quíchuas,
Panamas, Jumanes, Amparicas,
y otras muchas infinitas.
Y por no cansarme callo;
basta con lo que he dicho. 180
DON CARLOS
Aguarda, detén, espera
que he de anular tu cerviz
y quebrantar tu soberbia.
Sabrás que en la mejicana
el señor que nos gobierna 185
es un señor soberano
que a todo el mundo gobierna.
Encumbró los cuatro polos
que se encumbran en la tierra,
¿Que no sabes que en la España 190
el señor soberano [es]
de los cielos y la tierra
y todos los cuatro polos
que este gran círculo encierra?
Brilla su soberanía, 195
y al oír su nombre tiemblan
alemanes, portugueses,
Turquilla y la Inglaterra,
porque en diciendo españoles
todas las naciones tiemblan. 200
Tú no has topado el rigor,
no has visto lo que es fiereza
de las católicas armas,
por eso tanto bravas.
Si quieres saber quién soy, 205
te lo diré porque sepas
que no es la primer batalla
esta que tú me demuestras
las que he hecho son infinitas,
siempre he pisado tus tierras 210
aunque ya avanzado en años,
y me veas de esta manera,
siempre soy Carlos Fernández
por el mar y por la tierra,
y para probar tu brío 215
voy a hacer junta de guerra.
CUERNO VERDE
Pues yo voy a hacer lo mismo
el sol es quien nos gobierna.

(Toca el clarín a junta de guerra.)

DON CARLOS
¡Guerra a muerte capitán!
A guerra mandé tocar 220
para que con la destreza
de vuestra gran vigilancia
use usted con gran presteza
de las católicas armas,
y concurran a la empresa 225
de los grandes corazones.
¡Ea, leales capitanes,
cuyos vasallos del rey
hacer que vuestra patria,
y el Altísimo Patriarca 230
que nos ha de dar victoria
por su concepción divina,
marche al campo y nos prevenga!
Si tú eres grande campeón
te prepararás a la guerra. 235
Muestra, comanche, el valor.
Yo te hablo de esta manera,
pues para que todos sepan
cómo el comanche atrevido
como una bárbara fiera 240
se arroja despavorido.
¡Santiago! Y darle a este infame
canalla hasta que mueran.
Vamos a romper acero;
hacer que muera esa fiera. 245
¡A destruirlos, que son pocos,
y a quebrantar su braveza!
Preguntando con disfraz
si yo era diestro en la guerra,
o si yo era el capitán 250
que le pisaba sus tierras.
Y saliéndole al encuentro
con claridad le di muestra
de aquel castillo sin par.
De decirlo el pecho tiembla, 255
pero mejor es callar,
y que enmudezca la lengua.
Pero vamos adelante,
que hoy se trata de la guerra.
Dadme vuestro parecer 260
como diestros en la guerra,
usted don Tomás Madril,
y don José de la Peña,
soldados, cabos, sargentos,
y don Salvador Ribera; 265
y en vista de su presencia
se procederá a la guerra,
y estando todo concluido
se verá lo que se ordena.

(Toca el clarín; sigue la marcha.)

DON JOSÉ DE LA PEÑA
Respondo porque es preciso, 270
porque tu valor me esfuerza.
Esforzado comandante,
así tu valor me alienta
viendo que esta vida es vuestra
y que me podéis mandar, 275
yo os prometo la obediencia
y es para pronto pelear,
y breve daré la prueba.
En un número crecido
siendo cien hombres de guerra 280
no me daré por vencido
pues tengo bien conocido
y me late el corazón
que jamás seré cautivo
de esta bárbara nación. 285
A ganarles el terreno
es lo mejor que se puede
para salvar nuestro reino,
que nuestra patria venera
aquel príncipe Miguel, 290
de las nueve jerarquías.
Será nuestro gran sostén.
En la guerra de estos días,
señor, ésta es mi verdad,
esta es toda mi propuesta, 295
con nuestras armas tirar
para que así se arrepientan.
EL TENIENTE
Pues yo con el parecer
de don José de la Peña
hoy diré en una palabra, 300
y me conformo y que sea
toda mi conformidad,
y mi voluntad queda hecha;
y luego, señor don Carlos,
siendo mi lealtad tan cierta. 305
A quien pretendo servir
es mi gloria haciendo fuerza.
Oh, ilustre general,
a quien toda la obediencia
debo dar, y se la doy 310
con mi lealtad dando muestras
del atributo gallardo
del cual con tan altas prendas.
No siendo merecedor,
así mi fe lo confiesa, 315
de que en este empleo honroso
vuesa merced me pusiera;
Yo digo que me conformo,
y ésta es toda mi respuesta.
Esa insigne capital 320
que de por sí se demuestra,
¡Pólvora y balas con ellos
para que así se arrepientan!
DON SALVADOR RIBERA
Señor don Carlos Fernández,
esa razón me hace fuerza 325
de ver que podéis mandar,
y yo os daré la obediencia.
Me conformo con que sea
como lo ha dicho el teniente,
y don José de la Peña, 330
en rendir a Cuerno Verde
que es el indio más valiente
que se esfuerza en la pelea.
Así su valor me enseña,
que todo el mundo lo vea. 335
Me parece que ya veo
con todo el valor que medra
al comanche ¿qué desea
el indio Cabeza Negra?
CABEZA NEGRA
Detente, insigne señor, 340
porque es tanta mi fiereza,
que quiero con mi destreza
daros mi resolución.
Pues quiero que me conozcan,
y que ustedes vean mis fuerzas, 345
que sepas con quién conversas
y quién te habla en la ocasión;
y que sepas mi fiereza
y mi valiente corazón.
Yo saqué de los cristianos 350
dos niños que cautivé,
y con mis fuerzas mostré
el valor de tus paisanos.
Sin hacerles ningún daño
los mantuve con mis bienes, 355
y son los dos que tú tienes
hoy transitando esta tierra
por quien el comanche viene
a formarte cruda guerra.
Yo soy aquel capitán, 360
soy aquel que nunca medra
en la guerra y en la paz;
siempre soy Cabeza Negra.
Mi fama jamás se quiebra,
y con fuerte resistencia 365
todo el mundo al verme tiembla,
hoy verás tú mi defensa.
OSO PARDO
No hay que detenerse un punto,
que como bárbara fiera
con esta lanza animosa 370
le he de cortar la cabeza
a aquel cristiano arrogante.
Al punto y con ligereza
si alguno se propasare
sin hacer reminiscencia 375
de que soy el sin segundo
en brío y en fortaleza.
Y si alguno en su arrogancia
quisiera tocar mis fuerzas,
lo reto a campal batalla 380
de cuerpo a cuerpo a la empresa.
CUERNO VERDE
Ea, nobles capitanes,
aquellos más animosos
aseguren la defensa;
todos preparen sus armas 385
para que embistan furiosos.
Están todos prevenidos
a punto fijo y que sea
con esfuerzo y con valor.
Advierto que con la unión 390
que me tenéis prometidas
obráis con grande prudencia,
que por régimo ha tenido
toda nuestra descendencia,
así, como el más impío, 395
he de mostrar mi fiereza,
he de postrar y abatirlos,
que con esta lanza o vidrio,
al oso más arrogante,
al fiero tigre rindo. 400
Díganlo vuestras personas,
se testifica y es visto.
Cantos alegres, que ya
se va a comenzar la guerra.
Los pífanos y tambores 405
suenen, que la hora se llega
y si sale el capitán
no se admite más respuesta
que poner mano a sus armas
sin que tenga resistencia 410
ninguno. No se detengan,
yo haré que sosiegue la ira,
y que use de prudencia,
porque todo en un compás
sea conjunto; la propuesta 415
salga, porque ya es preciso
un señor Zapato Cuenta.
ZAPATO CUENTA
Respondo porque es preciso,
que aunque todas las propuestas
que había dado el capitán 420
se cumplen con negligencia,
quiero de conformidad
que vayamos a la guerra
de la que así se platica,
que lo demás es quimera. 425
Y que salga un capitán
a destrozar esta fiera
que horroriza la montaña
y que hace sufrir las selvas.
El oso más arrogante 430
se encoge de mi fiereza.
El tíguere en las montañas
huye en la oculta sierra.
¿Quién se opone a mi valor?
¿Quién cautiva mi soberbia? 435
¿Quién habrá que desbarate
tanta lealtad que se encierra
en lo altivo de mi pecho?
¿Quién hay que lo desvanezca?
DON JOSÉ DE LA PEÑA
Yo quebrantaré la furia, 440
que soy la más alta peña.
Soy peñasco en valentía,
en bríos y en fortaleza.
Esas locas valentías
son criadas de la soberbia. 445
Que tanto infunde el valor
en vosotros la manteca
que coméis con tanta gula
y con ella criáis la fuerza
de vuestras disposiciones 450
por vuestra industria compuestas.
Nace el sol y luego muere,
porque nunca cuerpo a cuerpo
habéis hecho resistencia.
En un choque que tuvimos 455
siendo cien hombres de guerra,
siendo el número crecido
de tu bárbara nación,
la victoria no fue vuestra.
Esa sí que es arrogancia 460
de historia muy verdadera,
que exceden en valentía
al alemán y a Turquía.
Los doce pares de Francia
lejos quedan de tu tierra; 465
yo te los pondré delante
que te tiemble la corteza.
DON TORIBIO ORTIZ
Yo soy don Toribio Ortiz
que en todo soy general;
al rey le sirvo a mi costa 470
con un esmero especial.
De las tropas y milicia
soy la base principal.
Vean si hay entre vosotros
quién me pueda contestar, 475
¿quién de éstos me cabe en suerte?
¡Salga luego, que al instante
verá si le doy la muerte!
El Cuerno Verde me dicen
que es el hombre más valiente; 480
no tengo para empezar
con él y toda su gente.
De mis tropas arregladas,
soldados, cabos, sargentos,
ninguno se descomponga. 485
Estenme todos atentos
que hoy el sol en su carrera
ha de ver algún portento,
en caso tan adecuado
y lance tan oportuno. 490
Todos rendirán sus vidas
o de éstos no queda ni uno.
Santiago y la Virgen María
serán nuestro norte y guía
entre esta gente cobarde. 495
DON CARLOS
Viendo esas resoluciones,
conozco bien que concuerdan
con la mía, y así digo
que toda nuestra propuesta
queda ya en una palabra 500
concluida de esta manera.
Y así, esforzados leones,
todos al arma, guerreros.
Suénese tambor y guerra
en el nombre de Santiago 505
y de la Virgen María.
Márchense pronto al campo
atravesando esa selva,
a tomarles el torreón
a lo mejor que se pueda. 510

(Se revuelven en batalla algunos soldados y algunos indios. Los más de los indios están tratando con BARRIGA DUCE y TABACO. Después de algunos tiros, retroceden los españoles. Los indios se llevan los dos indios que están en el castillo. Después vuelve TABACO con bandera de paz.)

TABACO CHUPA JANCHI
Como nobles capitanes
han mandado disponer
contra las cristianas armas,
ahora os hago saber
que también soy capitán, 515
y falta mi parecer.
Mi valor es sin segundo,
porque ninguno me iguala;
tiembla de pavor el mundo
sólo de ver mi embajada. 520
Yo a Taos fui de embajador
a solicitar la paz,
y ninguno me siguió
porque no se halló capaz.
Se me concedió al momento, 525
en virtud de mi valor,
porque toda la nobleza
reina en el pecho español,
y así mis armas están
rendidas por la ocasión. 530
No quiero ser enemigo,
ya no quiero ser traidor.
Gozar quiero del empleo
que tengo de embajador.
Suene el pífano y tambor 535
y apercíbase la guerra
con esfuerzo y con valor,
y adquirir algún honor,
que yo me voy a avisar
al capitán español. 540
Chupa Janchi Nimaca.
 (Se acerca al castillo de los españoles.)
Paraos, valeroso mártir,
detente, insigne señor;
verás cómo Cuerno Verde,
él y toda su nación 545
han levantado bandera
en contra del español.
Yo de Napeiste he venido
sólo a traerte esta razón.
Sabrás cómo el Oso Pardo, 550
y también Cabeza Negra,
han compuesto esta campaña
para darte cruda guerra,
y así vete apreviniendo,
que yo me voy a mi tierra. 555
Anda y lleva la contesta
de que yo estoy preparado,
y que acepto la propuesta
como ellos me la han enviado.
Si a mis indios se han llevado, 560
pronto me podré vengar.
Se los volveré a quitar
o acabaré su nación,
pues mi ambición es pelear
desde el norte al sentirrón. 565

(Se va el indio, y el CAPITÁN se dirige a los suyos.)

CAPITÁN
Veréis nuestro parecer
y conozco la contesta
que le he dado por los míos,
aceptando la propuesta
que doy yo en una palabra. 570
Concluida de esta manera
de los leales corazones
que siendo ilustre campeón
nuestro esforzado valor
el hablar de esta manera. 575
¡Ea, nobles capitanes,
obedientes a la grey!
Por Dios y por nuestra patria
y la corona del rey,
porque confío en María 580
y en el patriarca José,
que nos han de dar victoria.
Piedad, concesión divina,
concebida sin pecado;
tan limpia y de gracia llena. 585
El arcángel San Gabriel
de aquellas tropas excelsas,
preciso es tocar el arma,
marche el campo a la batalla
y todo el campo aprevenga. 590
Yo haré que se desborone
la más elevada Elena.
Vamos a romper el cerco
y hacer que muera esta fiera.
A destruirlos, que son pocos, 595
y a quebrantar su cabeza.
El apóstol Santiago
y concepción de María
contra esta gente cobarde
me sirva de norte y guía. 600

(Toca el clarín y dan vuelta al castillo.)

CUERNO VERDE
 (A los suyos.)
Ya vienen apercibidos,
ya el encuentro me da muestra
de este indigno capitán
que desahogar no me deja.
 (Toca el tambor.)
Que suenen el instrumento 605
para comenzar la guerra.
Genízaros valerosos,
hoy vuestro valor se muestra;
canten para dar principio
que no es la primera vez 610
que con esta gente necia
levantaré mis banderas.
Acometed valerosos,
y quebrantad su soberbia,
porque junto en un compás 615
don Carlos en mi presencia.

(Toca el clarín guerra fuerte.)

CAPITÁN
Mueran indios a mis manos,
y cese vuestra osadía.
¡Seguir valientes paisanos
que Dios sea vuestra guía! 620

(Tiros.)

BARRIGA DUCE
Que mueran, que para mí,
todos los despojos quedan.
Tiendas, antas, y conchelles,
para que mis hijos duerman.
Y la carne, a mi mujer 625
he de hacer que me la cueza
y me la guise con chile
que es una comida buena.
¡Apriétenles compañeros!
Que de eso mi alma se alegra. 630
Hemos de llegar al trono
donde está mi panadera.
Yo entraré por esta puerta,
no me ofenda una saeta
que esto no gusta a mi cuerpo. 635
Vaya yo de animador
de esa prenda que me cuesta.
Lo he de apropiar para mí,
y lo he de hacer hasta que muera,
pues me hallaba yo en la selva 640
encima de la montaña
puesto en la contingencia
de escapar o de pagarla.
¿No están dispuestos lo mismo
los soldados y la caja? 645
¿No estaban libres las Pecas?
¿Por qué ahora están amarradas?
No podemos estar safos
si venimos a buscarlas.
No saben que soy el dulce, 650
la cajeta, la ensalada,
l'azúcar y el piloncillo,
los anises y la gracia.
Porque en todas mis funciones
siempre se halla mi valor 655
y mi nobleza en las armas.
Tengo siempre en mi cintura
mi honda muy bien fajada,
y si alguno me replica
le convenceré con pruebas. 660
Piensan que el báculo mío
y mi honda no valen nada.
¿Con qué vencí al pastorcillo
y al moro que levantaba
hasta el cielo su grandeza 665
de la gloria que llamaba?
Pues callo, porque ya es tiempo
de comenzar la batalla.
¡Apriétenles, compañeros!
¡Viva el señor don Carlos, 670
y don José de la Peña!
Y vivan los mayordomos
que toda su alma le entriegan
a la santísima Virgen
que es madre de gracia llena, 675
que como prenda estimada
es la que nos da valor.
¡Santiago! Jesús nos valga,
ahora sí voy a mi tierra
a ver a mi Catalina, 680
y a una gallina con pollos
que dejé cuando me vine.
Apriétenles, compañeros,
haciendo danzas y loas,
comanches y maricuetas 685
al modo que se permite
la limitada rudeza.
¡Albricias, que se nos van!
Huyen y ninguno queda
el guarapé en el comanche 690
Cuerno Verde ya se va.

(Suena el clarín de guerra. Sale corriendo BARRIGA DUCE a donde están las Pecas, y se las trae. Los indios salen huyendo con los españoles tras de ellos.)

CAPITÁN
Ya mi vista no te pierde,
indio traidor, inhumano.
Serás muerto por mis manos;
¡muera, muera Cuerno Verde! 695

(Le tiran y cae CUERNO VERDE. Siguen a los demás y los traen prisioneros.)

BARRIGA DUCE
Muelan, muelan compañeros
¿Por qué se me habían ido?
sigan, buenos panaderos
que yo los dos pagos pido,
para ustedes el chimal 700
y para mí los guayabes.
Las semillas y el nopal,
la panocha y estos reales;
también el chile y cebolla
con toditas estas hierbas 705
que cociéndolas en una olla
haremos buenas conservas.
Anden ustedes, mostrencos,
lloren a su capitán.
Si no tienen sentimientos, 710
a golpes han de llorar.

(Les pega y lloran, y le bailan cabellera.)

CAPITÁN
Venid, hermosa bandera,
rota por cruda metralla.
tú serás en la batalla
mi constante compañera. 715

(Toca el clarín retirado.)




FIN




Cruzando el puente José Triana (MONÓLOGO)


Cruzando el puente

José Triana


Para Lino Novas Calvo.




Amour qui est seul amour...

Agrippa D'Aubigné, Le Printemps               


Le passant anonyme et qui donne l'échelle voit paraitre l'autre ciel...

Jean Reda, Récitatif               





Nota

La luz figura como un elemento fundamental en la puesta en escena. Lo considero un personaje, una energía activa que describe claras imágenes. Recordar a Michelangelo Caravaggio.
Para la puesta en escena, si el director lo estima necesario puede utilizar la música de un modo discreto, casi imperceptible, a lo largo de la obra. Aunque pienso que en algunos momentos privilegiados deben destacarse el danzón Almendra, las danzas de Cervantes o Saumell, algún solo de Paquito Rivera, y las notas de percusión que a ratos celebra la memoria, me refiero al toque hondo de Tata Güines. Insisto en un empleo sutil, progresivo, idéntico al aplicado en los efectos luminotécnicos. Vale.


PERSONAJES
 

HERIBERTO.

Lugar: un escenario. Época: finales de los 80.
  



HERIBERTO.-   
(Quizás en la cincuentena, lleva un traje blanco bastante estrujado, con zapatos de dos tonos, blanco y negro, un sombrero de jipijapa. Fuma una breva fatigada y maloliente que enciende con frecuencia. Entra a escena. Silba una canción popular y arrastra una carretilla donde se hallan trastos inverosímiles, como plumeros, velas, arcos, flores plásticas, sillas estropeadas, vasos, botellas, vestidos de mujer, maracas, claves, sombreros, abrigos, candelabros, libros variados, una escoba, que irá utilizando en a lo largo de la puesta en escena. Al colarse en el escenario, se sorprende y retorna a un lateral, abandonando la carretilla. Pausa. Se asoma con un gesto simpático. Vuelve a esconderse. Regresa a escena muy seguro de sí mismo, toma los manubrios de la carretilla, la pasea y la coloca, de acuerdo a las instrucciones del director. Comienza a disponer los muebles y utensilios en el escenario. Juego, destreza, sueño. La luz intermedia se transforma gradualmente según un concepto bien definido del director. Daña el exceso. La simplicidad siempre resulta efectiva.)

  (Al público.) ¡A mí, déjenme tranquilo! ¡Basta de fulastrerías!... Loco-loco no estoy... Digan lo que digan, hagan lo que hagan, a mí, déjenme tranquilo... ¡Tal parece que se han encarnado! (En un exabrupto.)  ¡Por favor, aguanta el carro, mi hermano!...  (Otro tono.)  Una cosa es con flauta y otra con violín.   (Muy concreto, austero.)   Usted tiene una puerta aquí y una puerta allá. Un puente. La verdad de las verdades, la más hermosa de las verdades.  (Pausa. Se palpa los bolsillos de la chaqueta y de los pantalones. Extrañado, repite la maniobra. Descubre lo que busca en el bolsillo trasero del pantalón. Saca una barrita de tiza y crea un enorme círculo alrededor de él. Se sitúa en el centro. Gira sobre sus pies. Otea desde este punto la circunferencia que ha trazado; da grandes zancadas hacia el extremo delantero, intentando medir el espacio, viendo si corresponde a su cálculo, si guarda una proporción adecuada. Reitera la misma operación, en el extremo que estaba a sus espaldas; mira al público y sonríe, procurando hacerlo cómplice de sus actos. Rectifica hacia la derecha, también a la izquierda del círculo. Realmente indaga la equidistancia justa del centro. Comprueba, malhumorado, que existe una ínfima diferencia hacia el lado izquierdo, y la corrige. Observa su corrección, y tararea o silba la canción: «Allá en la Siria...». En el lado derecho, concluye un pequeño retoque. Satisfecho, contempla tanto al lado izquierdo como al derecho. Se congracia con el público bufoneando. Juzga que ha cumplido su propósito. Guarda el pedazo de tiza en un bolsillo. Se limpia las manos dándose palmadas. Pausa. Guiña los ojos como manifestación de un tic nervioso. Otro tono, preocupado.)  ¡A mí, tranquilo! ¡Tranquilo-tranquilo!... Loco-loco no estoy...  (Otro tono.)  ¿Quieren saber qué pasó? Pues, sencillo... ¡Sencillísimo!... ¡Equelecuá, tan sencillo nananina!... Porque trato de devanarme los sesos por entender al dedillo qué fue, cómo y por qué..., él, ángel o demonio, o los dos a la vez, o una exhalación de ultratumba, un desenterrado. ¡Mire, la piel se pone de gallina!...  (Pausa. Otro tono.)  En definitiva, ¿tengo que investigarlo?... ¡El andar rastreando, me jode!, y a nadie le incumbe, ni debe entrometerse, un negocio mío mío, de Menda...

(Saca de la carretilla y besa las efigies de Santos descascaradas, maltratadas y las agrupa al final en el borde del círculo en primer plano, de cara al espectador, creando fortuitamente un altar que destruye a lo largo del discurso y vuelve a recomponer. Las imágenes son de Santa Bárbara, San Lázaro y la de la Caridad del Cobre. Observa la obra realizada, y presuroso va hasta la carretilla y saca envueltos en papeles de periódico una palangana, un ramo de albahaca, un pomo de agua de colonia, una botella de aguardiente barato, un plato, y tres velas. Ubica el plato delante del altar y sobre éste las tres velas. Los otros objetos, así como el ramo de albahaca, los deja en el suelo.)
  
  (Otro tono.)  ¡Aunque tampoco debo crear tanto misterio entre cielo y tierra..., pues más tarde o más temprano, se cae en lo opuesto, en el chicharroneo y el pugilateo! (Otro tono.)  Soy un hombre que ha jugado un fracatán de barajas, y nunca me he arrepentido. A la pata la llana. Desde que era un piquiminí en la calle a lo mata perro. Marañas, una no, un montón. Eso que la gente cataloga un buscavida... Lo suelto sin el menor empacho. Menos con orgullo. Lo que es, es..., y ¡quiquiribú mandinga! Concubina, ninguna fija... estable, la que lava los calzoncillos, y te zurce las medias y te prende los botones en las camisas y te cocina la jama, te calienta el baño y la cama... ¡Vaya, mi cobio, problemas de carácter!... Que uno nació para enfaldado y yo para libre...  (Otro tono.)  Mientras mi madre vivía, que Dios la tenga en su gloria, que nunca hubo ni hay ni habrá mujer más santa en el globo terráqueo..., ella, la zanguangua, atendía de punta a punta la barraca, y se sacrificaba..., que si pajaritos volando quería... Y le asestaba: -«Vieja, mírame un hombre, hecho y derecho»; y ella: -«Muñeco, tú eres mi felicidad y mi recompensa...», y me echaba en su regazo y las lágrimas le rodaban por los cachetes... «¡Mamita, mi puchita!...», desahogándome..., «tú, mima, mimita...» ¡Hasta el pureto se ponía celoso, y barbarizaba, a quien quisiera oírlo, que ella había perdido la chaveta!... ¡Berracadas de vejete!..., y al bagazo poco caso. Jamás le tuve inquina, por descontado el odio, odio odio, pero él, a la usanza de la época del Cometa, metía el dedo donde le duele a uno y lo paré en seco... -«No me venga a la fiesta..., sin ser invitado».  (Otro tono.)  ¡Voluntad me sobra en esos casos! ¿Y esto lo desembucho por... por...?  (Pausa. Otro tono.)  ¡Ah, sí!, una vez me arrempujaron al vivac por el bayuseo de un robo en la venduta de Aquiles y a una abuela en un cine la desvalijamos..., juegos de bergantes, un fiñe de dieciséis años, tiernecito, una manera de comer catibia...; y que nos íbamos en pandilla, y en el gallinero, bajeábamos a un chiquito, arisco y flacucho, lo atrabancábamos a puñetazos en el servicio..., y otomías le hacíamos..., ¡positivo, lo forjamos un hombre!..., y por dónde iba..., desconecté el chucho, ¡anja!, le comentaba que..., allá, en el vivac, la poli manteniente sacó sus papeles, que desvirgué a la hija de Isabelita La Comadrona y me fugué..., y me acusaban por el traficoteo de la mariguana en el barrio de Manopla y en el bayú de Marina, y por el robo de un fotingo..., ¡me la armaron en grande!, y me engramparon, y, para remacharlo el ocamburrio, con decisión y descaro, en el juicio, a desquitarse..., me tiró para el pedregal..., que yo era un dolor de cabeza, un desastrado, un peligro universal, y una barbaridad de tropelías, algunas inventadas, otras ciertas, y la mayoría exageradas, como acontece siempre..., que hicieran de mí cascarita de caña, que un reformatorio, que él no se hacía responsable. ¡Ah, la gente, la gente..., si la gente se responsabilizara de los crímenes que perpetra!... ¡Un semestre y veintiún día a la sombra! Ah, diente e perro..., rezongué calladito. Prepárate cuando salga. Y llegando al cobijo, cogí el hacha con que la viejuca destriza los pollos y me fui corriendo a buscarlo al cuarto, a la cama donde dormía... -Levántate, cabrón, lo enfoqué empuñando el hacha. La pureta se metió por medio gimoteando, y mi hermana berreaba y lloraba a moco tendido... ¡Se dio un susto el ocambo! ¡La primera y única ocasión!... En adelante, santas pascuas. Y ella me suplicaba «apacíguate, neni, entra por el carril...», porque despilfarraba el tiempo con malas compañías..., y la infeliz, de las economías del lavado y del planchado y de las cantinas que repartía, me soltaba dos pesitos para que me entretuviera en el billar..., depós de la ducha y los motazos de talco y un chorro de colonia inglesa..., ¡buena buena, un pan!..., una mártir, una inocente... (Se ríe.)  , y cuando veía que alguna chamaca venía al apartamento, como una jiribilla se descontrolaba, se malhumoraba, se engrifaba: -Esa mosca quiere miel..., ¡chivas, pelandrujas, perras ruinas, solavaya!... Confío que la evitarás. ¡Tú eres para mí sola...!, y a mí se me encogía el corazón..., la parte floja, débil en uno... Eso que les relato..., por los cuarenta o los cincuenta..., antes que apareciera el ciclón, mejor dicho, el terremoto... ¡Antes! ¡Es increíble! ¡Si usted me hubiera visto!... ¡Ni memoria! ¡De cuajo, distinto!.... ¡El tiempo hace estragos!  (Registra en el bolsillo, saca la cartera y revisa en sus papeles, que van cayendo al suelo, por impericia o desgano.) Con mi cadena de oro macizo, mis manillas, mis sortijas... Bonche, aparte. Al seguro. Todo cabe en que encuentre una fotografía.  (Cantando.)  ¡Carachis!  (Otro tono.)  ¡Pish!... ¡La he dejado a tiro hecho en la chabola!  (Recoge los papeles que han caído al suelo, los coloca con la torpeza en la cartera y en los bolsillos de la chaqueta.)  Óigame, alabarme, pa'qué, cucusito. Jactancioso, cusí cusá, lo confieso con la verdad en la mano.  (Con una sonrisa perversa y cierta desfachatez.)  Las jebas y las jamonas me apodaban: «Santo». -«¿Santo de qué?», replicaba yo; y en el jueguito y la bobada, una me sonó una brujería, y me atagallaba mamacita, y la pasé bastante mal... Callejeaba embobado, desconchabado, mordido por el sueño y la matungería... Gracias a Dios me repuse con los baños y las oraciones y las velas a los santos..., y me curé de espanto, duro como el jiquí, hasta que surgió el ñangüeteao, que fue una aparición ultraterrena..., ¡ríase!, que poca broma se gasta esta jerigonza... ¡Averigüe usted!... Que loco-loco no estoy... Además que se manifestara de golpe y porrazo, como quien quiere apabullarte..., sí, así, ¡fuácata!, ¡allá va eso!...  (A un personaje invisible.)  Óigame, mi negro, hay que tener sangre de horchata... Desista de pensar que soy un pendejo..., tampoco las rodillas se me aflojan al primer encontronazo... Pero le puntualizo que el alma se me cayó a los pies...  (Se ríe. Señalando para las manos.)  Un puro erizo, ¡por mi madre!, le aseguro...  (Otro tono.)  Ocurrió a raíz de los cincuenta... Por aquella época, ni resingá idea tenía de que confrontaría semejante abacoro... Ambulaba yo en el sigilo, en las apuntaciones, en la banca de Arturito Ferrer..., y en el desparpajo... Jamás diré que hice..., jamás, una recolecta..., jamás, una bombita, jamás un siquitraque; jamás distribuí bonos, pingajos de a tres por cuatro..., ¡en lo mío!... ¡Conspirar, hasta fuerate...! ¡Hambre y necesidad pasábamos, los de abajo, con franqueza!... Recuerdo que por casualidad me topé con mi compadre Gualdimiro, por casualidad, y nos pusimos a paluchear de este valle de lágrimas, que la situación debe mudar, del embullo que cundía, mariconadas, y en una de ésas, me espetó, carcajeándose, con su cervecita: «¿Embullo?... Te enjaretas la soga al cuello». Y cavilé que hablaba basura. «¡Quítate el embullo! Quienquiera que te prometa villas y castillas, que te garantice que la humanidad va a cambiar, es peor que éstos que viven de la cogioca y son unos degenerados...» ¡Vivir para ver y ver para creer, compadre! ¡Estamos en una calamidad de ampanga, parecida a la de las putas de rastrojo! ¡Y nos hundimos!  (Pausa.)  Ah..., déjenme tranquilo... ¡Basta de fulastrerías! Loco-loco no estoy. Tranquilo-tranquilo. Y ahora, con este tejemaneje de las apariciones de los muertos, y sin poder hacer nada y tragarme la píldora y barambambay...  (Pausa. Otro tono.)  Porque usted me dirá en su momento qué significa... (Enseriándose.)   En fin, yo me recloqueaba en la bobera, viendo desfilar las pollitas, que si así, que si asao, viendo el cambia cambia del espectáculo, en otras palabras, viendo musarañas en el aire, mucho más concreto, viendo el curso de la vida. Puse un disco en el traganiquel, usted legisla, con la cervecita congelada al lado..., Martínez, el dueño del bar, de la vitrola y del copón divino, perseguía por las rinconeras las cucarachas o a una endiablada desgracia..., ya le había pagado el trago, y me dijo qué cagada, o yo fraguaba en mi magín que lo dijo, o que me lo decía..., que el calor y la resolana...que a lo mejor caía un chubasco..., en conclusión, con el ánima en grima...  (Con la mano derecha crea aros imaginarios, como volutas de humo.)  Pensaba y pensaba y no sabía en qué pensaba, o sabía y no sabía, consumiendo cervecita, volteando una manigueta, el raca raca de los pensamientos, raspando el vacío que uno arrincona dentro, escarbando..., y de súbito..., ¡ahí está!...  (Se describe.)  Bien plantado, con su traje de dril cien, sus zapatos de dos tonos, su sombrero jipijapa..., y me dice a boca de jarro, sonriendo: -«¿Qui'hubo?» Y lo chucheo: -«¡En la marchita!» Él se me acerca dándome cranque: -«¿Y qué más?» Y me exploto: -«¡En el tibiritaba!» Él se apoya en el mostrador y me asevera: -«Creo conocerlo». Y le respondo: -«Probable». Y lo miro, y me rehúye la mirada, y le marmullo: -«¿Vive usted por estos lares?...» Y él se enseria y sin contestarme se queda parado delante, un zombi, o..., extraño, como le chamullo, extrañísimo. Y de una vez se anima, sus ojos en mis ojos... Y me sube un frío por el espinazo, un frío que yo nunca sentí, un frío de hielo, un frío frío, y apenas atino, y doy dos pasos para atrás, y él me sigue escrutando, y las piernas me empiezan a bambolear. ¡Ave María Purísima! Un temblequeo mesmitico al baile de San Vito, ¡ay, mi madre!, prorrumpo, ¡ay!..., qué susto, o peor, peor...  (Recobrándose, en su teatralidad.) , y vea usted que el muy condenado se me aparea, sin ton ni son, aunque no tanto, su interés tenía, se me aparea y se mantiene en un pinrel, derechito derechito, y me sopla: -«¿Qué le pica, compay? ¿Se le enfriaron los huevos?...» ¡Degenerado!, mascullo entre dientes, ¡degenerado! ¡Mal rayo lo pele! ¡De algún modo me la cobro!..., y en consecuencia, revolviéndoseme las tripas, me sobrepongo y le desgrano a lo bandolero:  (Cambio brusco de tono y movimientos.)  -Aquí contemplando el mundo, cúmbila... ¡El mundo ancho y ajeno!  (Mirándolo de reojo, procurando conocer la reacción que puede provocar en el visitante, guiñándole el ojo al personaje imaginario primero.)  -Esperando a una hembra que me rompe el cráneo.  (Dándose una importancia exagerada, mirándolo con un oculto sentido despectivo, en una exaltación que tiene rasgos paródicos.) -¡Una hembra venerada por los santos, los de arriba y los de abajo!... ¡Una hembra que cuando me encierro con ella hasta le saco lascas al palo! ¡Las otras noches, óigame, desde las diez y media...! ¡Aquello fue el acabose! ¡Qué noche!...  (Otro tono. Calibrando la expresión del nuevo parroquiano.)  -Perdone usted... Comprendo que lo atosigo, que cometo una falta de respeto, al referirme a ella... De a poquito nos conocemos...  (Enseriando la expresión, en el juego teatral.)  -Le ruego que..., disculpe..., usted se hará una noción de mí..., que, tarín barín, escasamente se aproxima al dédalo que soy. Había que desembaular, a como sea..., que en este país cada uno a lo suyo... ¡Bagán, moñingo!... (Cambio absoluto de expresión, en su juego teatral.)  Me reparó de chiripas, haciéndose el que pica alto; se recostó al mostrador..., para entonces Martínez revoloteaba y abejorreaba como un moscón en el cálculo del traguito que pediría el nuevo cliente, y éste en la luna de Valencia..., y le ordené yo a Martínez: -«Ponle una línea al señor...», y Martínez me enfocó con los ojos que se le querían saltar de las órbitas y con la pasa erizada, como si yo estuviera en un orbe lunático, me preguntó con unos ostentosos visajes y secreteando: -«¿A quién?» Y con gran autoridad, le señalé: -«Al señor...» En un tris me paralizo, suspendido en los espacios, indicando el vacío. El hombre se volvió humo. Volatilizado..., ¿entiende usted? (Pausa muy breve.)  Desorientado y exaltado, de improviso me desmandé: -Santos Dios, ¿qué me aqueja? ¿Estoy copado de visiones?  (Con la voz casi ahogada y tímido.)  Ajuntando las cosas..., en los dares y tomares, señores, la cerveza se me ha subió al moropo... O las señas mortales, por los días que llevo sin probar bocado...,  (En un blanco de la memoria.)  pues, ¿por qué?...  (Musitando.)  ¿Será cierto que un hombre de carne y hueso, vivito y coleando, pueda conversar con las sombras?  (Pausa. Otro tono.)  Ah, verraco. Cometarugos, ¡déjate de bobadas! ¡Donde hay hombres no hay fantasmas!... ¿Y qué le explico a Martínez que me escarcuña cara a cara, de un blanco de papel? ¿Se habrá dado cuenta que..., denota..., que..., para mí?... Un qué raro me acojona, en firme, y prefiero escabullirme por la tangente... ¿O se figura que juego, que bromeo con los espíritus..., que intento levantarle una cervecita, que estando bruja, o con los bolsillos desfondados..., tengo que darme importancia..., que, regodeándome en mi fainera, le tomo el pelo a lo descarado, o sospecha que le monto un numerito..., y que de bobos y locos todos tenemos un poco?  (Pausa.)  ¿Qué le explico al bonachón de Martínez, todavía interrogándome sin mover en verdad la bemba?... Depende de la sandez que le diga..., y de cortar el run run de que a Heriberto Fonseca se le secó el güiro, o de que si negro o de que si punzó..., un ceremil de suposiciones..., y no me cuadra, uno debe cuidarse..., guardar la apariencia y la distancia...  (Pausa. Otro tono. Oteando hacia un punto indefinible fuera del escenario, quizás al público. Casi en la angustia total.)  Ah, cielos, tierra, trágame. Dame paciencia, la paciencia que necesito. Mírame, arcángel de ventura. Dioses benefactores..., contemplen a esta antigualla cargada de sinsabores... ¡Contémplenme a remolque con esta cruz insostenible!... Intercedan por mí, que ninguna injusticia se perpetre conmigo.  (Casi sollozando.)  Sáquenme el acíbar de las entrañas... Que mis lágrimas borren el pavor. ¡Piedad!...  (Violento.) ¡Desalmadas furias, virulentos endriagos nocturnos! Me vengaré de ustedes..., que con mi desdicha se complacen..., el planeta lo verá...  (Pausa. Sobrecogido.) ¡Oh, madre mía!..., ¿me ataranto? (Pausa. Cambio total.)  Me lo dije, como pez en el agua, de dientes pa afuera, tratando de eludir las influencias nefastas que existen por los cuatro costados, haciéndole miedo al miedo. A punto fijo, le prometo que ni en la paz de los sepulcros creo...  (Con una sonrisa, satisfecho.)  Y el pacato de Martínez me interrogaba en su asombro, sin barbotar jiña, de un vistazo, o de soslayo, como un furulla, un garabato danzarín..., y en el disimulo, habiendo discernido que él de la misa la media desconocía la trastienda que me traía, y en mi malicia, fingiendo que caía de una nube, le largué: -«Compadre, a pájaro que vuela, le cogerás el rabo cuando la rana críe pelos...» (Otro tono.)   De reojo, no... ¡De frente, lo solté!... Para que comprobara mi autoridad. Y él se lo sintió, porque se echó a reír..., y venga yo en mi envolvencia..., que uno, en el jiribijaba, como el que vivimos, de treinta y pico de años augurándonos el paraíso, y el resultado es que nos dan cuero hasta desconchinflarnos, en un permanente bocabajo y en la denigrante miseria, y..., qué vale que yo lo ventee a los cuatro vientos, que la gente está cogida en la trampa y prefiere engañarse y un día de pronto despertará manchada de sangre, o salpicada de fango, en la ignominia..., que a la carretillera de mi cuñado, por despotricar sonserías en una cola, la acusaron y la guardaron una semanita en la Estación de la Policía, que al hijo de una prima, que a mi..., que el tráfico de droga, que los periódicos y la tele, que el contrabando..., que una conspiración..., ¡el mundo colorado, mi hermano!... Y sabiendo que esto quería oír, me di gusto de lo lindo, que en la intriga naidien me gana..., y deduje que había desechado el desagradable incidente, que deseaba yo a toda costa que desechara, el incidente del entrometido.  (Pausa breve.) El entrometido permanecía como una estaca, a un costado, y Martínez apenas podía percibirlo. ¡Al que no ve, ojos ciegos!... El tipo, de desalmado, emulando un espectro, rebosando maldad, me cuchichea bajitico que estando alterado difícilmente me percataría del desatino que implicaba cotorrear de una guayabo con un estilo tan desfachatado, que era un canalla, que era un fana..., y dale que dale, y yo aguantando, y él a la carga, y Martínez, tamaño mentecato, desenchumbando el mostrador me ignoraba, y yo me divertía en mi fuero interno..., y aquel discursito seguía jodiendo la pita, una chicharra, ziz, ziz, ziz, ziz..., sacándome de quicio..., ziz, ziz, ziz, ziz..., y abocado a carabina pues, enseguida me reviro con el machete en alto y estallo a lo salvaje...  (Exaltado, lleno de veracidad.) , golpeo el mostrador, y manoteo, teatro, mero teatro, y voceo, y voceaba y estaba lejos de saber el sentido del voceo, voceaba a gaznate pelado, y la gente que frecuentaba el bar, alarmada, achispada, atemorada, en un decir Jesús se arremolina, ¿qué ocurre?, ¿qué pasa?, y yo, aquí no ocurre nada, aquí no pasa nada, y el..., el tipejo, desaparece, un espantapájaros de humo, y la gente que patea la calle se detiene, y Menda insiste: ¡A mí tranquilo! ¡Tranquilo-tranquilo!... ¡Loco-loco no estoy!...  (Otro tono.)  Y habiéndose creado el desparramo, salgo afuera, a tomar aire, aire, aire, y deambulo y deambulo, y la gente me desojeaba de un talante muy especial, tal parecía que salía de una carbonera, o del leprosorio, un apestado, y se reían en mis propias narices y me baladraban, eh, tú, loco, loquito, y sentí que iban a devorarme..., una masa informe de rostros y brazos se precipitaba y me acorralaba, y oh, ¿qué?, sin comerlo ni beberlo, ¿por qué?..., y aquellas risas y aquellos ululatos sería pertinente enterrarlos en un hueco o que Satanás los birle; y la algarabía ensordece, horrible, ae, ae, ae, el loco, el loco, y a empellones me defiendo, abrase visto tal desacato contra un ser humano, y me incita a huir, a huir, y echo un patín, y el gentío se voltea como una culebra que ruge por agarrar la carnada, y empecé a columbrar negritos y monitos descolgándose, me sacaban la lengua, me enseñaban el culo, y se enzarzaban en un zarambeque de padre y muy señor mío, y me dije: «uyuyuuy, me da mala espina, si vuelvo a estas andadas avistando negros y monos acosándome no cuento el cuento...»; y troteando por el asfalto consigo alcanzar una esquina y me pierden de vista..., y a la postre camina que te camina, huyendo, camina que te camina, huyendo..., y en mi bruma los oigo cantando ae, ae, ae, el loco, el loco, y se convierte en un ruido, en una humareda de la lejanía...  (Pausa.)  Y me recuesto en una columna, en la calle Pío Rosado, en dirección a la Estación de trenes...  (Totalmente fatigado.) , y me rozaba una brisa tan suave, tan..., tan agradable. (Suspira, se agacha. Suspira, movimiento negativo de cabeza.)  Me sentía abollado..., destoletado, hecho leña...,  (Pausa. Otro tono.)  y, ¡uf!, el jiniguano..., el entrometido traspasa las columnas, orondo, cariparejo, con su bastón de empuñadura plateada, con una serpiente de alas..., y un pañuelo, abanicándose, despreocupado, en la estratosfera, en el mejor de los limbos... -«¡Vaya, hombre!», le sueno como un bozalón. «¿Conque esas tenemos?» ¡Caray, curioso tipo! ¡Tremendo guyabero! ¡Ciento por ciento postalita!  (Otro tono.) ¡Claro, clarísimo! ¡Y me va a oír!..., ¿cómo?, ¡paciencia! Él, sin duda, el causante de esta infamia... Pagarme, me las pagará, el hijo de la reputísima.  (Pausa.) Excúseme la grosería, pero es ansimismitico.  (Pausa.)  ¡O se le escapó al diablo! ¡Qué diablo ni que ocho cuartos!  (Otro tono.)  ¿Qué busca? ¿Qué pretende? ¡Y me sigue! ¿Será de la jara? ¿O un chivato disfrazado de fantasma? ¡De pensarlo me espanto! Tal vez será... ¡Y menos, muchísimo menos los espíritus y los muertos que son fuñinga!  (Otro tono. Atemorizado.)  ¡Cuidado! ¡Subuso!...  (Otro tono. Convencido por una fracción de segundos.)  ¡Muy normal, normalísimo!... Cuando un blanco acosija a un mulato, su interés lo agita.  (Actuando por impulsión.)  ¡Ponte al hilo, zurrupio..., si quieres esquivar la hecatombe!  (Pausa. Otro tono.) Pasó, rozándome el hombro, en su papelito de distraído. Pasó, y lo dejé pasar..., y dando unos cuantos pasos hacia adelante, en un abrir y cerrar de ojos, gira en sí y me coacciona: -«Usted se empeña en que le acompañe. De acuerdo, voy con usted; sin embargo le advierto que alimenta una locura el cruzar el puente a estas horas, el calor raja las piedras, y tendrá una alferecía...» -«¿Cruzar el puente? ¿Qué puente de mierda?», le achuché. «¿Y usted, quién?...»  (Otro tono.)  Adivine mi indignación, y con razón. (Pausa. Muy suave, con cierta dulzura.)  - ¿Que quién soy? Pues Miguel... Miguel de la Guarda, para servirle.  (Otro tono. Seco. Cortante.)  - ¿Por qué este dale que te pego? ¿Qué se propone? (Otro tono.)  -Dispense, usted me llama. No soy yo.  (Otro tono. Indignado.)  - ¿Que yo...?  (Suave, preciso.) -El mismo, usted...  (Indignado.)  -Se equivoca de medio a medio.  (Suave.) - ¡La verdad!   (Cambio absoluto.) Y me sonreía de una manera distinta, mientras extraía de su chaqueta una inscripción de nacimiento y me la mostraba. -Se confunde, amigo mío. ¿Lo acompaño?  (Otro tono.) Temblaba cuando cogí aquel documento. Sí, era cierto. -Miguel, tartamudeé..., San Miguel... Y él se reía..., y me recordaba a un niño, una risita, ¡como decirles!, espontánea, íntima..., el murmullo del río transparente, un piano, un violín, una música que ni en las calendas había oído.   (Sonríe. Dudando.) Exagero...  (Otro tono.) Una brizna..., quizás inexpresable  (Otro tono.)  ¡Estás cayendo en la ratonera, Heriberto! ¡Ajila! ¡Zúmbale un estacazo!  (Otro tono.)  Y de sopetón lo aguijoneé, tirándole a degüello: -«Usted trabaja con la jara!»  (Otro tono.)  Uno anda escamado por este pícaro mundo, y se le estampan agallas o verdugones hasta en el tuétano. ¡Creer a esta mansa paloma, jaja, jaja!  (Seco. Cortante.)  - ¡Usted funge de policía!, me empeciné.   (Otro tono.) Me observó sorprendido, y entreabrió la boca..., en una fracción de segundos su jeta se cachicambió en una patética careta de dolor, de quién carijo sabe..., de..., desesperación, envejeciendo a galope, en una ventolera...Vislumbré un carajal de calcomanías juntas mudándolo en un piquiminí... (Otro tono. Frío, seguro.)  -Dejémonos, me recalcó. Usted me juega una trastada. Usted emplea cualquier subterfugio. Usted se escandaliza de sus percepciones, de sus deseos. Usted me persigue. Usted me importuna..., y en el instante, en que accedo, y vengo, en ese instante, se esconde, se agazapa... ¡Usted y su saltaperiqueo! En cuanto a mí, yo poseo el valor de ir hasta el final; nada me ha causado temor hasta el día de hoy, y si se me presentara algo que logre atemorizarme, espero tener la franqueza de confesarlo, de desgañitarlo. ¡Dios, los ángeles, o el pipisigallo..., ojalá me lo consientan!..., y si cometo una pifia, aceptaré de recibir lo merecido... ¡Adiós, y buena suerte!  (Alelado.)  Y se evaporó entre aquel gentío. Lo perdí, Dios, lo perdí para siempre...  (Otro tono.) Pero recapacitando en el encuentro, ¿éste qué me insinúa? ¡Ya entiendo!... ¿Que yo me paso la vida en esta matraca? ¿Que soy un cariduro un farsante? ¿Y él?... ¿Quién es él? ¿Quién porra...? ¿Con qué derecho...?...  (Otro tono.) ¿Qué te aflige, Heriberto? ¿Te aflojas? ¡Te lo decía, mi socio! Eso te sucede por permitirle la confiancita a gente que desconoces. Eso te sucede por..., por..., bobalicón, por cobardón...   (Pausa.) Y el cansancio me anula, y me acomete un burujón puña'o de siglos, y me aplasta el lomo una eternidad, o dos. Atribulado, vencido, viendo sin mirar, mirando sin ver aquesta multitud de uniformes marchando, «undotre, undotre», guardias, policías, milicianos, milicianas..., gente que bembetea que cree y no cree, gente que miente y no sabe que miente, y gentes que saben que mienten, y se embrollan con la mentira envuelta en algodones y celofán, atrapados en su desastre...  (Pausa breve.) Y oigo a cientos que gritan, que me gritan, y que continúan gritando para adentro, en las tripas, con el terror en la boca, en forma de ladrido... (Empleando una diversidad de tonos que corresponden a diferentes personajes.) , que se me derrumba el cuchitril, y nadie me tira un cabo, hay que llenar los barriles de agua, por donde Cristo dio las tres voces, ya llegó la carne, ya llegó el café, ya llegaron los huevos, apura la chancleta que se acaban, esta semana faltó la dieta de leche y del pollo, a veces se retrasa, y esta execrable diabetes se prolonga..., que los que se fueron y los que se quedaron, qué terrible..., que algún atentado se preparaba y los cogieron en el brinco..., ¿qué?, ¿qué dices?, ¿te avisaron que a Isolina la prima de Carmelina le mataron el marido en la guerra de Angola?, ¿y al concuño de Gualdimiro lo fusilaron trasanteanoche?, ¿por qué sería, a un angelote de oro?, te juro que aquí ni Perico de los Palotes se mueve, lo afirman, Edelmira, ¿de risa, eh?, ¡ay, negrita!, ¡a estas horas hacerte la payasa!  (Sarcástico.)  Juegan con un cuchillo de doble filo. Parece una zarzuela, y resulta una tragedia.   (Otro tono.) ¡Uf!, al par que yo..., tanto mejor tanto peor..., en este charco infinito de sangre, miedo, furor y odio...  (Pausa. Con un repentino estremecimiento.)  Oh, un contingente de muertos se avecina y los enanos verdes en confusa caravana de carromatos. Monstruos, engendros de los demonios y de los espíritus de los desenterrados...  (Se precipita hacia donde colocó el pomo de esencia de pachulí o colonia, lo toma, lo abre y marca una cruz con un chorro del líquido en el suelo, se moja las manos, se esparce el líquido por el cuero cabelludo y el cuerpo santiguándose.) ¡Santísimo, aparta esas abominables influencias!  (Otro tono. Alucinado.)  Están apretujándose, desaforados. Envueltos en harapos, con báculos quebrados, trajes agujereados, sábanas como sudarios, cabezas coronadas, bocas sin dientes, cuencas vacías. Sentados, o bailando una música que sólo ellos son capaces de oír... Nadie falló. ¡Hasta el último gato en la francachela! Oigo trompetas y cantos y cadenas..., ¿se acerca el final?... ¡Oh, diablo que eres, cálmate!  (Cae de rodillas delante del altar y reza un padrenuestro y un avemaría, mientras enciende las velas. El ritual debe realizarse con gran sinceridad.)  ¡Apártense las fuerzas del maligno! ¡Que el fuego del Gran Poder de Dios los disuelva!  (Traza la señal de la cruz en los espacios.)  ¡Indulgencia pido al Santísimo y a la Santísima Virgen de los mares! ¡Denme fuerzas para salir de esta encrucijada! (Saca unos caramelos del bolsillo y los lanza a los pies del altar. Reza el credo. Toma un buche de la botella de ron y la escupe delante del altar. Se persigna.)  ¡Por la presencia inefable de los espíritus benignos! (Toma el ramo de albahaca que flota en un recipiente con agua y se santigua.)   ¡Por la paz de los espíritus descarriados, por los desenterrados que vuelvan a la sombra del Dios Padre, por los muertos que en la muerte no encontraron la paz en sus sepulcros!  (Pausa. Otro tono.)  ¡Que la bienaventuranza reine sobre la tierra! ¡Paz, amor y concordia! Por el sagrado y bendito arcángel San Gabriel y el arcángel San Miguel, protectores divinos, fuerzas de lo invisible, fuerzas que ascienden y descienden por la esfera angélica y por la esfera astral, que en el principio eran luz soberana, intercesores nuestros con la Purísima Virgen María, Señora de las aguas, Señora de los encantamientos... ¡Luz y progreso, hermanos míos!...  (Cambio rápido, ojeando al público, con un tono de burla y grandes risotadas, destruyendo el altar a patadas.)  ¡Alabao, se acabó lo que se daba!... ¿Les gustó el espectáculo, eh? ¡Pues les he improvisado fantástico vacilón!...  (Meneándose. Imitando a un bufón.)  ¡Me pasé de rosca! (Como una rúbrica musical.)  ¡Ae!... (Pausa larga. Otro tono, casi como un sonámbulo.)  Y vocifero y arrastro las pezuñas entumecidas, que arrastran mi penoso y profundo desamparo..., Ah, nadie..., nadie..., un pabilo titubeante en la noche, nadie.  (Pausa larga. Otro tono.)  Arribo a mi covacha, en este infame solar... Entro al patio...  (Pausa. Otro tono. Con fastidio.) Y empieza la fiesta de los portazos, de las puñeteras risitas y de los alaridos, el loco, el loco, el loco..., una, racataplán, racataplán..., una tras otra, las puertas, al ric rac de un abanico, se abren y se cierran, y detrás, los rostros malos..., rinquincallas..., corroídos por la envidia, azuzando.  (Señalando a distintos puntos de la platea.)  Desde aquí los diviso. Sí, usted, señora..., ¿algún mono se me incrustó por algún hueco? ¿Ignora que me salió un lobanillo en el ojo del culo?..., Sí, señora, sí... Eh, tú, eh...¡Lucila, mamancona, puta! ¡Osiris, cundango!, Paco Trabuco te sigila en los marabuzales! ¡Puaf!... Eso quisiera endilgarles y me contengo por..., ¡qué sé yo qué!..., y subo las escaleras despacio, despacito, cabizbajo, un carcamal, un penco con orejeras... Y al fondo del pasillo, tendiendo una sábana retaceada de sacos de azúcar..., mi bella Dulcinea, mi Julieta de los sueños, la febril damisela de la que presumo con quienes me doy lija, la que me alborota, santificada por los dioses del panteón de Mari Tere...  (Se echa a reír.)  Le zumba el merequeté. ¡Qué vaina, madre mía!... Me gané el cielo...  (Como viéndola y saludándola. Muy sereno y cínico.)  ¡Véanla! Fuñique, fea, con la cara plagada de verrugas, ñáñaras y cicatrices, flaca, sin tetas, sin nalgas, y para colmo calva... ¡Concho, la respuesta que regalan los sueños!  (Firme, violento.)  Ésa, y no Chichita la calentona de barrio San Juan. (Otro tono.)  ¡Simpática y en la prángana!  (Otro tono.)  Abro la porta. Al fin en mi palacio... ¡Al fin!... Me derrumbo en mi taburete. Apenas me restan fuerzas para examinar la gotera del cielo raso... Enciendo un cigarro..., respiro fuerte, debo sacar energías de donde sea..., me acodo sobre la mesa, unas cucarachas se posan en los tarecos empós de una pizquita de azúcar..., ¡ay desdichadas!..., y las hormigas en hileras fatigan las paredes, en un viaje sin fin... Y me inmovilizo, si bien voy entrando en un túnel negro, muy negro, ¡un frío túnel negro!...  (Otro tono.)  ¿Podré apaciguar esta tristeza o melancolía que encima me ha caído, tristeza, melancolía..., que embarga, que oprime..., y el efluvio de lástima que despiertan en mí estos muebles, la cama deshecha, y el retrato de mamacita y del ocamburrio y de mi hermana, ausentes, lejanos, y del hijo ilusorio, y de aquella hermosa hembra, aquella, que a cachitos, o a jirones surge del olvido..., y que desconozco si existió..., si vive en algún limbo, inalcanzable?... Me paré de mal genio, me detuve en el espejo, me repaso las arrugas, me quito la dentadura postiza, me desnudo, así, a poquito a poquito..., y caigo en el catre roto.

(Lentamente se vuelve de espaldas al público, de un modo casi imperceptible. Pausa larga. El escenario a oscuras. Sólo la luz sobre su cuerpo. En un salto, en un exabrupto. Desagradable, brutal.)
  
¡Me cayó la mala!...¿Quién, carajos, llama?...  (Tono impersonal, narrativo.)  Unos golpecitos breves en la tranquera me sobresaltan, y sentándome en el catre sobreviene el malestar, el reconcomio de levantarme a las tantas, en la medianoche, hediendo a sudores y a malos sueños.  (Tono desagradable, brutal.)  ¿Quién merodea el gao? (Otro tono, impersonal.)  Nadie responde. De puntillas, con apurado sigilo me desplazo. Nadie.  (Otro tono, atemorizado.) ¡Es él! ¡Quién, sino él! ¿O todavía estoy soñando? ¿Acaso en los sueños me atrevo a nombrarlo? ¿O responde simplemente a un desvarío de los sueños de mi imaginación? ¿Seré capaz de urdir semejante artimaña o me enceguece un juego, una trampa que el azar me pone?   (Otro tono.) Me esfuerzo por ponerme en órbita, de organizar mi chola. (Cambia el tono.)  ¿Quién ronda? ¿Alguien anda jodiendo y quiere que me encabrone?  (Rotundo.) ¿Quién, coño?  (Tono impersonal.)  Sujeto el pomo del picaporte, lo tuerzo despacito evitando que el menor ruido se escape, y...,  (Interrumpe el relato y con gran desfachatez o espontaneidad gesticula.)  ¿A que ustedes no olfatean quién estaba detrás?, ¿Popeye?, ¿el Ratón Miquito?, ¿Trucutú?, ¡no, señoras y señores!, ¿sí?..., señoras y señores, ¿lo adivinaron?... ¡Lo único que faltaba!..., ¡mi adorable, mi queridísima Julieta!  (Grotesca pantomima que debe actuarse esquivando la caricatura.)  ¡Mi indispensable Galatea! ¡Mi Dulcinea! ¡Ah, mi esplendorosa, mi..., mi..., azar de mis azares, dolor de mis dolores, tormento de mis tormentos!  (Exhibiéndola.)  Mírenla.  (Besándola.)  Muau, muau.

(Dando vueltas alrededor de ella, que corresponde a un punto en el centro del escenario. Despliega la mímica de un show man. Óyese música. Su arbitraria gestualidad se transforma y baila y grita exaltado.)
  
¡En el cogollo, mulata! ¡Dale duro! ¡En un ladrillito! ¡Apurrúñame...! ¡Suénala! ¡Suave, suavecito! (Cambio radical. Pausa. Tono de realizar un acto sexual.)  Querida... Ahora te encalabernas. Ahora se te antoja.  (Más exaltado, aunque en tono bajo.)  El horno no está para pastelitos, y la quincena pasada te reconvine... ¿Cómo? La quincena antespasada te dije que detestaba que me dieras mantenimiento, que jamás tenías que sentirte obligada conmigo...

(La luz cobra lentamente su valoración inicial.)
  
¿Sin embargo, fue así?... Las cosas se desarrollaron de un modo diferente. ¡Exento de faramallas!... ¡Para ser honesto! Los golpecitos... Me espabilo acoquinado, con el corazón en el guargüero. Presiento que él vino. Presiento que al reflexionar sobre su mal comportamiento ha decidido arreglar el arroz con mango... Me abalanzo hacia el lavabo, me pongo los dientes en un soplido. Entreabro la puerta y ah, fatalidad, aparece ella. A tientas, rehuyéndola, me tumbo en la colchoneta, refunfuñando. Me siento mal. Mal..., con esta papa caliente. Ella cutarea, en su costumbre. Buscándome las cosquillas, infla globos, historias, que entiendo y me lavo las manos, ¡allá ella!..., que la comadre Queta le propuso el cambalacheo de un par de zapatos por unos calovares que el primo de Ruperta se los agenciaría..., que los zapatos eran preciosos, con una hebillita dorada en el empeine..., que el gato barcino le robó al inquilino del entresuelo la carne semanal, que el buldog de Ramoncito se alebrestra..., que Arístides le escribió desde Cayo Hueso, que Rosita parió unos mellizos en una barcaza mar adentro, entre locos, leprosos y presos comunes..., y que armó una bronca vigueta con la parentela; que aína chaqueteaba a ganar billetes..., y el ataque de asma..., que los rusos, que los americanos, que España, que Francia..., que le descontaron los tres días de enfermedad en el curralo..., que la vigilancia y la persecución, que en el ejército..., que todo se estancaba, que ella pudo asilarse en la Embajada, y por la pendeja mieditis y por mí..., y la aburría tanta miseria..., que me desinteresaba de ella..., que por qué timbales se pegaba como una lapa, que un millón de oportunidades dejó en un saco con furos por estar afincada a una ilusión, porque era una ilusión..., una ilusión reprobable..., que cuando menos lo esperara le daba candela al bajareque, y adiós ella, adiós Heriberto, adiós al planeta... ¡Qué jeringueta! A media madrugada, insoportable.  (Narrativo.)  Enciende la luz. Me molesta. Apaga, gruño. Obedece. Va al baño, la oigo ducharse. Farfulla sonseras, que al mediodía vino quién sabe quién... Siento sus huesos crujiendo. Sus tibios dedos me tocan...  (Pausa. Otro tono.) Alborea temprano y la tengo a mi lado. Enciendo un cigarro. Por la ventana avizoro el camión de la basura acercándose. Oigo el ruido de los motores de un avión y el sermoncito del tipo, como una perforadora, a lo hondo. Cierro la ventana, regreso al catre. Intento dormirme. Con los ojos entreabiertos, me cuesta trabajo rememorar que aconteció ayer..., fragmentos borrosos, el eco de una tabaola que se pierde en un lugar inadvertido en mi alma..., ¿y ese sabor amargo, pastoso, ese sabor a fiebre, ese sabor que puede ser un dolor que encubro?... Una ternura me invade al verla a mi lado dormida, mansa, fiel...; o una rara conmiseración que dudo si podré acallar... Innegablemente, guardaré silencio. Nadie debe iniciarse en esta carcomilla.  (Pausa larga.)  Me despertó el olor del café..., y ella traía una tacita... -Ponlo en el suelo, murmuré. - ¡Eres tan brusco!, balbuceó. Repliqué con un bufido y seguí acostado divisando el techo. Ella fantaseaba. Yo trasoía un disco rayado, un programa de radio interrumpido por una interferencia... Ella se regodeaba, voltejaba entre los féferes y reclamaba algo que he olvidado. Nerviosa, se sienta, se acomoda, se extiende junto a mí y percibo un crujido de ramas en el crepitar de sus huesos. Yo me soliviaba con dificultad. La miro. Ella murmura -«Hay que ir a por el pan para el desayuno». Me inclino y la beso muy tierno, y la estrangulo.   (Pausa.) No tuvo tiempo a defenderse. Creo que lo zanqueaba, que lo deseaba.  (Pausa.) Por mi parte ningún remordimiento, ni antes ni después. (Pausa larga. Observando con extrañeza a un personaje invisible.)  ¿Qué chapurrea? ¿Chino o polaco? ¡Un galimatías!... ¿Qué?... Usted bromea. ¿Responsable? ¡Igualitico a mi padre..., y a la mayoría!... Podría seguir haciéndolo. ¿Ha bartuleado usted en las guerras? ¿Justas? ¿Cuáles? ¿Injustas?  (Pausa. Otro tono. Con cierta emoción contenida. Recoge las imágenes de Santa Bárbara, San Lázaro y La Virgen de la Caridad del Cobre, las besa y las envuelve en papeles de periódicos y las guarda en la carretilla.)  Al contarlo, me cuesta. Harto complicado. Oh, al borde de la debacle si a uno le falla la relojería...  (Otro tono.)  Me pasé varios siglos sentado contemplándola, acariciándola. Unos hilos de sangre salieron de su nariz y de la boca y tuve que limpiárselos. Dormía. Su piel se había puesto sedosa, de espuma, secreta, asemejaba estar hecha de mariposas.  (Casi impersonal.)  Los pepillos y a las chicuelas en los zaguanes y las aceras jugaban a la gallinita ciega y a la pelota, en la revertera de todía. La música de una radio se mezclaba a los barrenos que sacudían el pavimento. Un estruendo atroz.  (Pausa.)  Es atroz, y es así.  (Pausa.)  Alguien tocó en mi tranquera, no abrí, luego en la suya, y una vecina paliqueó largo rato, diciendo que con certeza se hallaba en la pincha, que salía con el alba... Serían las tres de la tarde, y todavía aguardaba..., en el vacío..., barruntando que anocheciera. De todas todas, me desharía de ese cuerpo, en el momento en que a los muchachos los encierran en sus cuartos, las amas de casa adoban los bistec de puerco, condimentan el condumio y oyen la novela..., estonce maniobraría con mayor seguridad y libertad, a mis anchas...  (Impersonal.)  Tomé sus llaves y las metí en el bolsillo de mi camisa, cuestión de prevención y de tenerlas presente en el minuto decisivo..., y con estas elucubraciones, me recosté a sus pies y me dormí. Desperté por el cri-cric de las cucarachas hambrientas sobre mí; salté aterrado y la vi cubierta, ella también, de esos asquerosos animales. Agarré una toalla y empecé a azotarlos a toda caña, a diestra y siniestra... ¡al despetronque, hijas de puta!...-empecé a berrear, y adieso reconocí mi error... Una vez que logré matar algunas y las otras se dispersaron, ya de noche, noche cerrada..., me dispuse a sacarla. Primero me bañaría, olía a cojón de oso. Fui a la ducha... Mañana lo hago, barbullé. Supongo que me puse colonia y me peiné. Batalla por vestirla a duras penas, pesaba un quintal. Rígida y rugosa, como papel de esmeril; y en un santiguo, se abre la cerradura y entra él...  (Otro tono.)  Gigantesco, con una lámpara alumbrando... ¡Él!... Me petrifica. Fijo, de guijarro, yo, en el piso, en cuclillas, mientras trataba de calzarle a ella los zapatos..., él se ríe, un loco, un desenterrado, un fantasma, un muerto, viejita, mamacita, ayúdame..., y la vieja no estaba, y además inútil pensar que podía ayudarme, ¡qué socotroco!, pues solo estoy, y comprendo que el puente que mencionó aquella tarde era el puente de la locura, el puente de la vida y de la muerte..., el puente de los infiernos, el puente de la felicidad, el puente, breve y enorme, el puente del sueño y la vigilia..., y él entró de a porque sí; y forcejeando con él, procuro sacarla del aposento, y meterla en el suyo, y a cuchillazos lo tasajeo... Nadie vio nada. Nadie supo nada.  (Pausa larga. Examina a su alrededor. Coge algunos objetos esparcidos por el suelo y los mete en la carretilla.) Yo deambulé por una leonera gigantesca atiborrada de espíritus, de fantasmas, infinidades, y de madrugón me volatilicé. (Ase un último objeto. Lo tira con menosprecio en la carretilla. Otro tono.)  A menudo casi amaneciendo, dormido salgo de mi cobija, y debajo del puente, cruzándolo, digamos, cruzando el puente, constato que me he muerto, y anadeo por el cuarto, y ella sigue dormida y él surge de las tinieblas y me susurra: -«Déjala. ¿Ves que duerme?» -«¿Duerme?», pregunto. -«Sí, duerme. Verás cómo se despabila». -«Voy a prender la luz». -«Quédese quieto». -«Lo creo necesario». -«Enciende esta lámpara». La dulzura de su entonación me conmueve; él sonríe, apreciándola. En la penumbra, me anubla el furor repentino de apartarlo, de descuarejingarlo. -«¡Usted se inmiscuye! ¡Déjeme!»  (Pausa. Otro tono.)  Vuelve a sonreír: -«Imbécil, mírala. ¡Qué hermosa!...»  (Pausa. Otro tono.)  Por arte de magia ella se transfigura. Otra parece y es la misma. Luce los cabellos revueltos salpicados de ojos de cocuyos, y una placidez... Tal vez la muerte embellece o la resurrección. Ella se endereza, se echa a mi cuello, con cierto descuido, lánguida, y allora le musita halagüeña, a palo seco, reverenciándolo: -«Gracias».  (Otro tono.)  ¡Celos! ¡Celos!... Ella lo traslumbra agradecida, con una efusión, con... (Violento.)  ¡Pónganse en mi lugar! ¡Imposible evitarlo!  (Otro tono. Desesperado.)  Me aparto de ella. A la luz de la lámpara veo que le tiembla las mejillas..., veo cómo sus labios se entreabren...  (Otro tono.)  ¡Me resulta demasiado denigrante soportar semejante vejación! Quiero irme, que solos se las apañen... Este hombre trastorna el ritmo de mi existencia... Este hombre, quizás de ingenuo, conspira, me hunde, me hace añicos...  (Otro tono.)  ¡Maldito!  (En un grito contenido.)  ¡No puedo más!...  (Pausa larga. Otro tono.)  Llego al comedor y al pasillo. La densa neblina todo lo difumina. Lo apuñalearía... ¡A él!... ¡A ella, nunca! (Pausa.)  Ella viene tras de mí. -«¿Qué sucede? Es tu amigo». -«¡Al cipote!...»  (Otro tono.)  Ella se aferra a mi cuerpo. A rastras va conmigo escaleras abajo. En lo oscuro, él se empequeñece, un enano verde..., con la lámpara entre las manos. -Reconchis, jorobando con tu pituita, rebuzno. Ella sube las escaleras, corriendo y bramando: -«¿Por qué me odias?...» Luego atruena un portazo.  (Pausa.)  Le juro que no la odio. Ni a ella ni a nadie... El odio, el odio. Del odio que se cumple en el amor, de ése mentaba ella, ¿no?... ¿Acaso me perdonará que yo..., que yo...  (Esforzándose por quebrar el bastón. Tentativa fallida. Cae al suelo. Ojea al público anonadado.) , que yo...?  (Pausa. Casi en el vacío.)  ¡Misericordia!...  (Pausa.)  ¡Oh, sombras infernales, acállense! ¡Aléjense esos ruidos, esas cadenas agolpándose en mi cabeza!... ¿Un castigo de mis dioses? ¿O la plaga de Dios? ¿El invencible, el indestructible, el imponderable?  (Pausa. Violento.)  ¡Basta!  (Se incorpora lentamente, con cierta dificultad, mientras tararea.)  «Allá en la Siria, había una mora...»  (Termina el canto sollozando y en pie. Pausa. Otro tono, con una mueca de sonrisa leve, amarga y triste.)  ¡Y de la venganza que yo clamaba a los cielos..., a la humanidad qué le interesa! ¡Estúpido! Eso representa un cero a la izquierda frente a los crímenes impunes que se perpetran a diario y a la mentira de tantos años.  (Rotundo.)  La justicia tiene los ojos podridos..., y habría que ir a trotearla a alguna parte..., quizás, en el corazón...  (Pausa breve.)  Y me dicen ay, ay..., que ando desguañingado, y loco-loco no estoy, y sin que me quede un alpiste por dentro, lo apuntalo y lo repito..., que asimesmo nací y asimesmo hincaré el pico, libre, libre... (Otro tono. Alucinado.)  Usted tiene una puerta. Otra aquí. Otra acá. Otra un pelito, allá. Y una, ahí, intermedia... Todas las puertas dan a un laberinto. Un puente de verdad. Pero, ¿qué significa esto?... Porque yo me devano los sesos...



APAGÓN





Ahí están los tarahumaras José Triana




Ahí están los tarahumaras
José Triana


Para Antonio Díaz Zamora
«Los hombres somos seres incompletos».

Frankenstein Mary W. Shelley               


«No supieron ni entendieron; porque 
encontrados están sus ojos para no ver, 
y su corazón para no entender».

Isaías, Versículo 10, capítulo 44               




PERSONAJES
 

ÉL
ELLA
Lugar: Un escenario, con una mesa y dos sillas y otros objetos.
Época: Actual.





La luz juega un papel importante en esta breve escena, casi podría decir que es un personaje.
El escenario es un cementerio de muebles rotos, de objetos inservibles y de fragmentos de monigotes o de monigotes inconclusos, creando una atmósfera especial. En algún momento debe crearse, por medio de la luz, la imagen de una pecera. No subrayar demasiado esta imagen en las escenas iniciales. Entra ÉL. Viste un pantalón de piyama. Los cabellos los trae revueltos. Óyese el ruido del agua de un grifo abierto. El ruido del agua crece. ÉL, soñoliento, mira como si estuviera delante de un abismo o precipicio, totalmente indiferente; se sienta en una silla. El ruido del agua se desvanece. ÉL se acoda en la mesa y vuelve a quedarse dormido. Óyese un murmullo de voces, risas -tal vez la evocación de los gemidos de las míticas sirenas-, choques de cadenas, violentos golpes en los laterales, y cantos de una salmodia, mezclado a un crujido de papeles o de ramas ardiendo. El murmullo de las voces se intensifica. Entra ELLA, ajena a estos ruidos, vestida con una bata de dormir corriente, de las que se venden en los almacenes al por mayor, y trae unas tijeras y un vaso de agua. Los ruidos cesan. Al verlo dormido, sonríe, y va a tocarlo, pero renuncia a hacerlo. Pausa breve.

ÉL.-   (Entre sueños.)  Sí, ahí están los tarahumaras... ¡Ahí están!
ELLA.-    (Susurrante.)  Querido.  (Lo besa en la mejilla.)  Querido... ¿De qué hablas? ¿De los qué...? ¡No te entiendo!
ÉL.-   (Molesto.)  Ah, déjame. No me despiertes, por favor.  (Pausa. Se acomoda y saca un paquete de cartas de la baraja. Lo pone encima de la mesa.)  ¿Me das un poquito de agua?  (ELLA lo mira fijamente, sonríe y le extiende el vaso.)  Gracias.  (Toma el vaso y bebe.)  Uf, qué sabor amargo.
ELLA.-   (Bebe un sorbo de agua, y se sienta en el suelo y continúa su labor creando un monigote con papel y vendas, esparadrapos y goma de pegar. Con gran sentido del humor.)  ¿Amargo? ¡Son tus sueños, querido! El agua es agua. ¡Creas fantasmas!  (Pausa. Vuelve a beber.)  ¿Por qué te has levantado?
ÉL.-  Te oía trasteando. Parecías un ratón y sentí miedo.
ELLA.-   (Rápida, casi sin oírlo. Refiriéndose al trabajo que realiza.)  ¡Sabes que tengo que terminarlo!... ¡Cuestión de un rato!... Si lo interrumpo, jamás llegaré al final. Como ha sucedido otras veces. Aunque no lo creas, me siento harta de andar guardándolos sin haberlos concluido. Ya espacio no poseemos en esta casa..., los cuartos abarrotados, el desván, la cocina, el cuarto de baño, los pasillos, en las cornisas, pegados y clavados al cielorraso y en los aleros del patio..., y un día nos caerán encima... ¡Te imaginas!...  (Otro tono.)  Y no estoy dispuesta tampoco a que lo que un día pensamos necesario, hoy se nos venga abajo. ¡No y no! ¡Insisto! ¡Insisto!  (Otro tono.)  ¡Échame una manito, anda! ¡Vamos, chico! ¡Deja eso!
ÉL.-  ¿Para qué me lo pides, si sabes que no lo haré?... ¡Me niego! Estoy convencido de que no vale la pena...
ELLA.-   (Rápida.)  ¡Tú siempre con tus manías!  (Pausa. Otro tono. Deteniendo su labor.)  ¿Miedo, dijiste? ¿Miedo, por qué? ¡Un ratón, dices!... Exageras, Dios mío, como si estuviéramos en el fin del mundo..., o un cataclismo se aproximara...
ÉL.-  No sé lo que me sucedió.  (Pausa.)  Tuve un sobresalto. Un espacio vacío, el borde de un precipicio. Ríete, bobita.  (Toma las cartas de la baraja y las revuelve, luego las pone sobre la mesa y la divide en dos grupos.)  Creo que todavía no he despertado. Sigo durmiendo.  (Extiende las cartas hábilmente sobre la mesa.)  ¡Debo consolarme contándote historias, porque no puedo aceptar la realidad! ¡Si lo hiciera, será el final!... ¡Sí, querida, sí! ¡A mal tiempo buena cara!, dice un viejo refrán.  (Otro tono.)  Veo un mapa azul. Un lago. Quizás el mar. Oigo que cae el agua en el sueño. Y es una pecera, y es el mar Jónico, y yo estoy en la cueva de los misterios... y tú... Tú estás en la cama y te levantas. Vas al cuarto de baño, y enciendes la lamparilla del espejo. Eres y no eres. Estás y no estás delante del espejo, que se vuelve un borrón de neblina...
ELLA.-   (Burlona.)  ¡Ah, sí!... ¿Cómo lo sabes?
ÉL.-   (Extrañado.)  ¿Por qué estoy diciendo esto?... ¿Qué hora es?
ELLA.-  ¿No has oído el reloj?
ÉL.-   (Ordena nuevamente las cartas.)  ¿Cuál?
ELLA.-  El reloj.
ÉL.-  Aquí no existen relojes. Te dije que miraras en tu corazón.
ELLA.-    (Divertida.)  Pues ahora oigo las campanadas muy clarito. Tres lentos, y muy pausados din don, din don, din don...  (Riéndose, abstraída, mirándolo en su juego con las cartas.)  ¡Qué imaginación, la tuya!  (ÉL la observa un segundo, y se queda abstraída mirando hacia el vacío.)  Recuerdo una vez, era graciosísimo, te dio por creer que estabas en Alejandría..., y era de noche y el mar extendía un banco de algas amarillas y rojas..., y yo te decía: «No querido, estamos en el Mar Negro...», y después me decías: «Mira el bosque negro de los asfodelos, y los sauces llorones, qué nostalgia, mira, cúbrete la cabeza y echa hacia atrás los huesos de mi madre», y yo me reía, y los perros aullaban como lobos, y tú nadabas en un arroyo y el agua parecía ceniza o lo era y volabas entre los escarabajos..., y cuando se te metió en la cocorotina que estábamos a punto de hundirnos en las aguas del Mediterráneo... ¡Siempre quieres hacerme ver lo que no existe!
ÉL.-   ¡Sólo en los sueños te reconcilias conmigo! ¡O me haces ver que lo haces, o me juegas cabeza!... Te afanas..., te afanas para escapar de nuestro amor que es una mentira..., o un fracaso.
ELLA.-  ¡No digas eso! ¡Te quiero! ¡Te acepto!
ÉL.-  Aunque a veces te cueste un poco.
ELLA.-  ¡Mentira!...
ÉL.-  ¡Tramposilla! A veces...
ELLA.-  ¡Nunca!
ÉL.-  ¿Estás segura?
ELLA.-  ¡Segurísima!
ÉL.-  ¡Blanco sobre negro!
ELLA.-   (Enérgica.)  ¡El tramposo eres tú!...
ÉL.-    (Abandona las cartas de la baraja.)  ¡Y si ahora te dijera que ahí están los tarahumaras! ¡Ahí! Los siento, desde que me levanto hasta que me acuesto, y aun entre los sueños se me aparecen... Tú piensas que es un capricho...
ELLA.-   (Rápida.)  ¡Un juego!
ÉL.-   (Rápido.)  ¡No, no estoy jugando!
ELLA.-   (Detiene la construcción del monigote.)  Sigue.
ÉL.-   (Con las cartas entre las manos.)  Sé que estaban a un paso, ahora, por la madrugada, que roncaban o simulaban que roncaban, ahí, entre las sábanas, parecidos a un caracol.  (Otro tono. Leyendo las cartas.)  La reina en la constelación de Andrómeda, y la luna como un pastor guiando el rebaño...
ELLA.-   (Vuelve a su quehacer. Divertida.)  Sigue...
ÉL.-   (Leyendo las cartas.)  Estaba dormido, y sentí que circulaban a mi lado y saltaban mariposas, y era un enjambre loco...
ELLA.-   (En su quehacer. Divertida.)  Sigue...
ÉL.-   (Con una sonrisa leve.)  ¡No, no quieres que siga! Mejor otra historia..., ¿no te parece?  (Improvisando, mezclando su realidad y una historia que se va forjando a medida que las palabras le llegan a los labios.)  Vi entonces sobre un monte plateado tres lunas... Golpeaban en la puerta. Tres lunas y giraban sobre mi cabeza. Y golpeaban en la puerta manos, muchas, manos solas, únicas... manos diversas... No veía los cuerpos.  (La mira)  ¡Te lo juro!...  (ELLA se afana en su trabajo. Prácticamente tiene construido las piernas y el tronco del monigote.)  Y entraba en un arca con remos que alguien movía sobre un pantano, y las rocas se convertían en hombres y mujeres, lo recuerdo y lo estoy viendo..., y el arca era un barco lunar y era el equinoccio de otoño y la luna nueva se abría y llegaban las lluvias infernales, y yo te buscaba, y me decían, no sé quiénes, «rey sagrado», y el barco lunar se deslizaba hasta llegar a una planicie de agua inmóvil..., y yo no sabía dónde estaba, la inmovilidad del agua me hipnotizaba, eso pensé o creí que pensaba, o me hacía un barullo de palabras que se volvían letras, cayendo, letras, y yo le buscaba el sentido, sí, querida, en la superficie lisa, en la fría planicie del agua...
ELLA.-  ¿De qué hablas..., otra historia, o estás rezando?
ÉL.-  ¡Déjame!
ELLA.-   (Muy suave, dulce.)  Querido, me confundo. Quisiera saber, saber a fondo. Es como si tuviera una estrella entre las manos y se me escapara.  (Otro tono.)  ¡Ven, ayúdame!  (Otro tono.)  ¿Y los tarahumaras? ¿Qué significan? ¿Por qué los metes en esto?
ÉL.-   (Señalando el fondo del escenario.)  ¡Ahí están!  (Abandona el juego de las cartas.) 
ELLA.-   (Abstraída en su quehacer.)  ¡Cabeza de mulo!
ÉL.-  ¡Tan claro ni el agua!...
ELLA.-  ¡Cuentos de camino!
ÉL.-  ¿Cuentos de caminos?... ¡Ja! ¡Ya verás! Porque has sido tú..., quien los ha metido en esta casa...
ELLA.-   (Abandona su quehacer, cruzándose de brazos.)  ¿Que yo?... Oye, querido, se te fue la mano..., ¡que yo!  (Se pone en pie, y toma el vaso de agua y ve que está vacío. Con violencia contenida.)  ¡Quien te oiga pensará que yo soy la inventora de esa patraña, que me paso el santo día buscándole las cinco patas al gato!
ÉL.-  ¡No estás muy lejos!
ELLA.-  ¡Eso es lo más lindo que tengo que oír!... Que tú, que tú... ¡Mejor, punto en boca!  (Pausa breve.)  ¡Si me ayudaras no estarías en todas..., en todas esas invenciones de medio pelo, en esa basura...!  (Otro tono.)  ¡Mira mi trabajo! ¡Míralo! Es precioso... Si me ayudaras, ya hubiera terminado.  (Otro tono.)  ¡Sí, querido, es la realidad!...  (Vuelve a su quehacer.)  ¡Así que yo...! ¡No te entiendo!
ÉL.-  ¡Porque me rechazas!
ELLA.-  ¡A palabras necias, oídos sordos! ¡Tú eres, tú, quien me rechaza! ¡Habráse visto! No sigas en ese jueguito, que te veo venir, y no estoy de acuerdo... ¡Qué odioso, Dios mío! ¡Qué roñoso, que...! Ah, mi niño, ¿qué es lo que tú quieres decirme y no me dices?... ¡Oye lo que te digo! ¡De unos días a esta parte estás insoportable!
ÉL.-  ¡Di lo que se te antoje! Dilo, y no me jeringues. Sé lo que me traigo entre manos, aunque tú no lo creas, nenita linda... ¡Pronto me darás la razón!
ELLA.-  ¡Lo mismo, siempre lo mismo! ¡Aclárame, pues!
ÉL.-  ¿Aclararte, qué?
ELLA.-  Lo que andas pregonando... ¡Tus augurios! ¡Tus visiones!...  (Sarcástica.)  En la fría planicie del agua...
ÉL.-   (Violento.)  ¡Ni augurios, ni visiones!
ELLA.-   (Desafiante.)  ¿Entonces, qué?
ÉL.-   (Sarcástico, acercándose a ella y poniéndose en cuclillas a su lado.)  Pero, querida, queridita, tú no te das cuenta, tú vives con los ojos vendados, tú..., ¿en qué mundo vives?
ELLA.-   (Violenta.)  ¡Déjate de payaserías! ¡Ayúdame! ¡Esto es lo que tienes que hacer!  (Comienza a golpear con un martillo un pedazo de cartón. Rotunda.)  ¡Vivo por esto, entregada a esto! ¡Noche y día!... ¡Y tú, tan campante! ¡Sí, no me mires así! ¡Soy yo quien tiene que enfrentarse en cuerpo y alma! ¡Y tú, tú, mirando pajaritos en el aire! ¡El gran señor de la mesa cuadrada!... ¡No me quejo! ¡Es la verdad! ¡Fuiste tú, tú, quien me puso la idea en la cabeza! ¡Niégalo, anda! ¡Atrévete! Fuiste tú, como quien no quiere la cosa, que me dijiste: «A nuestra incapacidad para la vida debemos darle un sentido.» Y yo te dije: «¿A qué te refieres, qué inventas?» Y tú me dijiste: «Podríamos realizar el sueño que ha obsesionado al hombre.» Y comenzaste a explicarme, y yo no entendía ni pizca, y me decía: «¡Qué bruta soy, qué bruta», y quería estar a tu nivel... «bruta, bruta», me repetía, y era tanta mi confusión que, en aquel instante, me entraron escalofríos y me pasé una semana enferma, volando en fiebre... ¡Sí, fuiste tú el inventor, el que me empujó a hacerlo! ¡Ahora me echas en cara, me recriminas! ¡No me vengas con pamemas! ¡Enfréntate a tu propia obra! Tú lo has querido... ¡Imbécil!... Bastante me has atormentado, que así no, que asao. Había días que me ponías los nervios de punta...  (Sonrisa amarga de ÉL.)  ¡Ríete! ¡Qué gracia, verdad!... Y yo detrás de ti, siguiendo tus pasos. Era como si estuvieras creando el universo, en cinco días..., y naturalmente, a fuerza de luchar conmigo misma, a fuerza de batallar, a poquito empecé, sí, igualito que un niño balbuceando, tanteando en la oscuridad...  (Gesto de ternura de ÉL, que intenta tocarle el mentón y ELLA lo rechaza. Feroz.)  Apártate.  (ÉL no se mueve y le sonríe de una manera compasiva.) 
ÉL.-  Cálmate, mujer.
ELLA.-  ¡Vete!
ÉL.-  ¡No sigas en ese estado, por favor!
ELLA.-    (Golpeando el monigote que ha ido construyendo.)  ¡Me sacas de quicio! No quiero verte. No quiero oírte. Déjame tranquila.
ÉL.-    (Apartándose, pero sigue cerca de ella. Una zona de sombra lo cubre.)  ¡Te empecinas, inútilmente!
ELLA.-   (Desesperada.)  ¡Ah, cielo, tierra, trágame, húndeme!  (El monigote se ha hecho pedazos. ELLA solloza desconsolada, perdida en su confusión.)  Yo quería hacer algo. Yo quería ser útil. ¿La vida es esto, Dios mío?...  (Pausa larga.)  Ni el castigo de un diluvio, ni lo otro, lo que no conozco... Ni soy una sacerdotisa, como tú te burlas, ni... No puedo aceptarme. No puedo aceptarlo. Quizás sea mi orgullo, o mi pobreza... Mi incapacidad tal vez... Estoy delante de un muro, y es mi propia cara...  (Llorando, las lágrimas le cubren el rostro.)  Pedazos, pedazos..., rastrojos. ¡Qué miseria!  (Pausa larga.) 
ÉL.-   (Saliendo lentamente de la zona de sombra.)  Es cierto, querida. Fui yo. Sí.  (Pausa.)  Ah, si existieran las palabras..., si yo pudiera decirte esta larga contienda, este andar en la tiniebla..., destrozado, arañando, mordiendo sombra... ¡Si yo pudiera!... En esta mediocridad, en este vacío... ¡Mira a tu alrededor! ¡Sombras que ríen, que bailan...! ¡Sombras de sombras! La casa, esta casa, mi casa..., yo quería..., yo deseaba, que el mundo, que tú y yo fuéramos, cómo decirte, que...  (Hace un gesto de abrazarla y termina abrazándose a sí mismo. Pausa. Solloza. Pausa.)  ¡Es horrible pensar que se vive una vida inútilmente!... Porque...  (Balbucea varias veces esta palabra buscando otra palabra. Otro tono, casi con una inocencia desconcertante.)  ¿Es que existe una inteligencia superior a nosotros que ha determinado o determina nuestros gestos, nuestros actos, nuestras palabras? Si es así, entonces, es el silencio..., debo aceptarlo todo. Pero, ¿si es todo lo contrario?...  (Pausa. Otro tono. Las palabras le llegan a los labios dulcemente, como en un éxtasis.)  ¡Sí, es probable!... Luego, yo puedo...  (Otro tono.)  Naturalmente que puedo, y no sólo eso...  (Otro tono. Como una música.)  Debo, sí, debo... Tengo todo mi derecho... Debo cambiar las cosas... y el mundo.  (Otro tono.)  Y entre ceja y ceja se me metió la idea de un destino. De un destino fantástico. Y me construí una leyenda. Yo soy el salvador, yo soy el redentor. Bienaventurados los que siguen mis palabras. Bienaventurados...  (Con arrogancia súbita.)  Y tú y yo empezamos..., suaves y duros. ¡Mucha mano izquierda, querida, encaja de perilla! ¡No te detengas nunca, ni para coger impulso!... ¿Recuerdas?... Fue fácil. Era la casa, nuestra casa, mi casa... Nadie podía detenerme. ¡Yo soy el dueño absoluto! ¡Yo y nadie más que yo! Por ende yo imponía mi orden. Yo imponía mi ley...  (Con una sonrisa diabólica.)  ¿Es capaz una silla de rebelarse? ¿O una mesa? ¿Un vaso? ¿Una cortina? ¿Un tiesto, un alfiler, una aguja en un pajar? ¿Un tareco cualquiera? ¡No! ¡Eso nunca!... ¡Porque eso es lo que son, tarecos, tarecos!  (Tono de extravío, y al mismo tiempo fascinado por su discurso.)  ¿Y por qué no construimos un monigote a nuestro gusto? ¿Por qué no?... Otros han soñado un hombre nuevo. El hombre perfecto. Una maquinaria perfecta. De una perfección admirable... Ahí están los libros. Miles y miles de libros hablan de lo mismo. Científicamente, sistemáticamente. Y otros, otros... El sueño de Frankenstein. La Eva futura, Locus Solus y el robot... Y nadie ha dado pie con bola. Después de interminables y laboriosas buscas en los laboratorios y en la alquimia, nadie, nadie... ¿Por qué nosotros no lo intentamos? El perfecto monigote. Como un acto de magia. ¡Así!  (Va hacia la mesa, coge las cartas y las esparce de un golpe por el escenario.)  Quien no haya sufrido en carne propia la ardiente seducción de la magia no podrá comprender su tiranía.  (Se ríe, mefistofelicamente. En un frenesí.)  ¡Sí, yo soy Merlín! ¡El encantador de caminos! ¡Yo soy el rey Midas!...  (ELLA se ríe con largas y estruendosas carcajadas.)  ¡Apártense!... ¡Yo soy el mágico señor de los milagros!
ELLA.-    (Todavía riéndose y burlona.)  ¡Bravo! ¡Bravo! ¡Formidable, muchacho!
ÉL.-  ¡Aguántate, coño! Déjame terminar.
ELLA.-   (En su paroxismo.)  ¡Te la comiste! ¡El despelote, qué bárbaro!...  (Desesperada, golpeándose el pecho.)  Y he sido yo quien ha recibido los peores palos, sí, digo lo que pienso..., ya no podrás hacerme callar... He sido yo y esta casa..., corriendo a toda mecha..., de un lado para otro, corre que te corre, y golpes van y golpes vienen, a tutiplén...  (Imitándolo.)  Haz esto, haz lo otro. Entrarás por los carriles. Soy yo quien manda. Arriba y abajo. ¡Sin compasión! Y yo sin saber qué hacer.  (Gritando.)  ¡Piedad! ¡Piedad! ¡Dios mío, ayúdame! ¡Mírame en este desamparo!  
(Lo mira, indecisa, con ternura o compasión. Da unos pasos por el escenario, y se detiene, con un sollozo ahogado. ÉL la observa, furioso, con los brazos cruzados, esperando que ELLA termine. Otro tono.)
  Me hubiera gustado transformarme en una hormiguita. Algo insignificante. Algo que desconozco, en lo invisible. ¡Sí, eso hubiera sido una solución! Pero no puedo..., y además no tengo fuerzas, y ando al garete.  (Otro tono.)  Abajo y arriba hasta la eternidad.
ÉL.-  ¡Cállate, carajo!  
(Pausa. ELLA cae totalmente derrotada. ÉL la mira con desprecio.)
  Te vuelves loca por hacer un numerito.
ELLA.-  ¡Miserable! ¡Estafador! ¡Payaso! ¡Destruye, cambia, más rápido volveremos al principio! ¡Me llevas a paso de conga! ¡Algún día me las pagarás!
ÉL.-  ¡Tú no puedes conmigo, muñeca! ¡Ponte al buen vivir y sin chistar! ¡Ésas son las reglas del juego!
ELLA.-    (Cae de rodillas.)  ¡Maldito, maldito, maldito!
ÉL   (Hablando para sí.)  En llegando este punto... Las cosas no podían marchar... Era evidente. Y pensé que existía un culpable, y había que atajarlo a tiempo, porque si no, la casa se me caía encima, y los culpables eran los que estaban afuera, los vecinos. Eran ellos los que conspiraban, los que impedían que mi pensamiento, que mi obra se realizara.  (Gritando.)  Candela contra el macao. Candela.  (Otro tono.)  Medidas de urgencia. Medidas imprescindibles.  (Gritando.)  Guerra a muerte contra el enemigo.  (Otro tono.)  Ahora verán lo que es bueno.  (Otro tono. Narrativo.)  Y me lancé en ese proyecto. Impecable, implacable. Todos son mis enemigos. Todos. Pero el peor enemigo lo tengo en casa, sí, lo sé..., lo descubrí un día, porque oí risitas y vocecitas entre dientes...
ELLA.-  ¡Mal risco te pele, degenerado!
ÉL.-  Los muebles, ellos..., las sillas, las mesas, las cortinas... ¡Es increíble!, me dije. ¡Increíble, pero cierto!...  (Pausa. Otro tono.)  El lamento de esas sombras me atormenta, desde lo invisible.  (Cambio de tono.)  Y me di a la tarea de mirar a mi alrededor... ¡Sí, eran ellos! Y no sé de qué modo, ni cuándo ni por qué empezaron a tener una vida independiente. Hacen lo que les viene en gana. ¡Sí, parece increíble y ridículo! Solapados, astutos, permanecen sometidos a la ley del menor esfuerzo, al vaivén de la ola marina. Un pasito pa’delante, y tres pasitos pa’trás. ¡Poco valen mis discursos!... Las palabras caen en un barril sin fondo, en un pozo sin eco. Y la casa se va agrietando y derrumbando, y yo no puedo contener esta avalancha. Lo mismo sucede con estos monigotes. ¡Qué endiablado sarcasmo! Ellos, que debían ocupar un lugar prominente..., ellos, que estaban hechos para un destino superior... ¡Míralos!... Nunca hemos podido construir uno que alcance la perfección..., a medias siempre..., o peor..., caricaturas de calcomanías...
ELLA.-  ¡No te des por vencido, querido!
ÉL.-  Demasiado tarde.
ELLA.-  No digas eso.
ÉL.-  Reconócelo.
ELLA.-  ¡Intentémoslo!... ¡Al menos uno!
ÉL.-   (Rotundo.)  ¡No!  (Otro tono.)  ¡Ésa es la tribu de los tarahumaras!
ELLA.-   (Aferrándose a ÉL. Desesperada.)  ¡La tribu de los tarahumaras! ¡Los tarahumaras!... ¿Qué significa?
ÉL.-  ¡No sé! ¡No sé!... ¡Tú los verás, al fin! ¡Ahí están!... Entre sueños me dicen..., que son ellos los tarahumaras, y cantan y bailan, con sus rostros pintarrajeados... Los veo, querida, desnudos... Ellos, estos monigotes... Con sus brazos colgantes, las bocas torcidas, los ojos hundidos, o fuera de las órbitas, a ratos sólo el tronco, o las piernas y el tronco, sin cuellos ni cabezas ni caras, o cabezas rodando como pelotas enormes de baloncesto..., bailan y bailan y cantan, en el fondo del mar, alrededor de una hoguera que es una racha fosforescente de agua y neblina..., y estoy a sus albedríos, muy próximo al sacrificio..., me tironean, me amarran a un palo, en una roca alta, me tiran lanzas..., me increpan, me insultan, me beben la sangre gota a gota, repiten mis gestos y discursos, pues fungen de vengadores..., y oigo la turbulencia del agua..., el sonido que es un hueco de agua, un sonido hueco..., ahí están, ahí están..., y tengo miedo...  (Casi en un sollozo.)  ¡Tengo miedo!
ELLA   (Suspira angustiada.)  No te entiendo.  (Pausa breve. Resignada.)  ¡Qué importa!  (Le acaricia el rostro, y dulcemente lo acuna, mientras canta.) 

Señora Santana,
¿por qué llora el niño?
- Por una manzana
que se le ha perdido.
- Yo le daré una,
yo le daré dos.
Una para el niño
y otra para Dios.
-Yo no quiero una,
yo no quiero dos.
Yo quiero la mía
que se me perdió.
- Duérmete, mi niño.
Duérmete, mi amor.
Duérmete pedazo
de mi corazón.


(Vuelve a escucharse, como al inicio de la obra, el ruido del agua de un grifo abierto. Los personajes se miran espantados e intentan abrazarse. El ruido del agua crece. La luz del escenario se transforma en una piscina o pecera, y los dos personajes se mueven apenas en el agua. El ruido del agua se desvanece. Óyese un murmullo de voces, risas -tal vez la evocación de los gemidos de las míticas sirenas-, choque de cadenas, violentos golpes, y cantos de una salmodia, mezclado a un crujido de papeles o de ramas ardiendo. El murmullo de las voces se intensifica. El cementerio de muebles rotos y de objetos inservibles y de fragmentos de monigotes o de monigotes inconclusos se mueve amenazante y se eleva y forma poco a poco una danza en la luz del agua. Los personajes quieren salir de la pecera, y no pueden, aunque golpean ferozmente sus paredes.)




TELÓN





París, en invierno, 1993.


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