El árbol
Elena Garro
PERSONAJES:
MARTA, cincuenta años.
LUISA, cincuenta y pico de años.
Interior de la casa de MARTA en la Ciudad de México. Habitación de
dormir grande y espaciosa amueblada con objetos y muebles de época. Los pisos
están alfombrados y de los muros cuelgan espejos y cuadros. Las cortinas están
echadas. Reina un silencio. MARTA sentada en un canapé. Un timbrazo que
viene de la puerta de entrada atraviesa la casa. MARTA se sobresalta. El timbre vuelve a
llamar con más violencia. MARTA se levanta.
MARTA: ¿Quién puede ser? (Sale). El timbre continua llamando cada
vez con más violencia. De pronto se calla. Al cabo de unos minutos marta entra
a la habitación seguida de LUISA,
ésta se cuela veloz, y se deja caer en el canapé. Está sucia y desgarrada. MARTA la contempla mitad sorprendida,
mitad tranquila, como si la conociera de mucho tiempo atrás.
MARTA: ¿Qué la trajo hasta México?... ¿Qué pasó,
Luisa? LUISA se yergue de un salto. Levanta sus
enaguas sucias y muestra
un moretón en la ingle. Luego señala su nariz amoratada, luego la oreja por la
que corre un hilo de sangre
a medio coagular.
LUISA: ¡Julián!
MARTA: ¿Julián?
LUISA: Sí, Julián me golpeó.
MARTA: ¿Julián?, eso no es cierto, Luisa. Dígame la
verdad. (Pausa). ¡Hable! Cuénteme lo que sucedió.
¿Saben lo que dicen en el pueblo? Que cuando el hombre sale bueno, le toca
mujer perra. Y usted Luisa, persigue a su marido como una perra.
LUISA: ¿Yo perra, Martita?
MARTA: Sí, perra. Y lo está volviendo loco.
LUISA: ¿Loco, Martita?, si siempre me ha pegado.
¡Siempre!
MARTA: ¡Por Dios, Luisa, no lo calumnie! Acuérdese que
Julián trabajaba en la casa de mi padre y que lo conozco desde niña. En cambio
cuando la conocí a usted, me equivoqué, creía que era usted de la especie de
las mujeres-niño y…
LUISA (Interrumpe con risas): ¿Mujeres-niño, Martita?
MARTA: Sí, mujeres-niño. ¡No se ría! Su risa es… no sé
cómo explicarle… (Mira a la
india, que continúa riéndose, tapándose la boca con la mano. De pronto se pone
sería).
LUISA: Julián es malo. ¡Muy malo, Martita!
MARTA: ¡Cállese! No diga más tonterías. ¿Por qué lo
respetan todos? ¿Por qué todos buscan su consejo?
LUISA: ¡Me hace llorar! ¡Me hace llorar!
MARTA (Impaciente): ¡La hace llorar! ¡Válgame Dios! Mire Luisa,
usted es de risa y de lágrima fácil. ¿Y sabe lo que le digo? Que si Julián le
pegó se lo merece.
LUISA: ¡No, Martita, no me lo merezco! Julián es malo,
muy malo. LUISA se levanta del sofá y con violencia se
echa encima de MARTA para cubrirla de besos. MARTA se deja besar, tratando de ocultar las náuseas que le produce
la mujer. LUISA se retira y bruscamente se deja caer otra vez
en el sofá. Con un dedo sucio, se
limpia dos lágrimas. MARTA la mira con dureza.
MARTA: ¡Mírese ahí! La imagen de la miseria. Pero no
le tengo compasión. Usted tiene la culpa de todo lo que le sucede. ¡Es muy
terca! ¿Cuántas veces la re regañado? ¿Cuántas veces le he dicho que cambie de
manera de ser? ¡Inútil! Con usted todo es inútil, usted no oye a nadie y no
atiende sino a sus caprichos. Me tiene usted cansada, Luisa muy cansada.
LUISA: ¿Y él? Siempre me pega, siempre. Es malo,
Martita, malo.
MARTA: (Juntando
las manos). Hay que tener paciencia con usted, Luisa. ¡Dios mío, Dios mío!,
¿cómo puedes permitir que una de tus criaturas se convierta en esto?
LUISA: ¿En qué se convierte, Martita? ¿En qué?
MARTA: En nada, Luisa… y ahora dígame, ¿qué puedo
hacer por usted? No se puede quedar sentada ahí toda la tarde. Mire, la voy a
preparar algo de comer…
LUISA: ¡No, no, no, Martita, no se moleste!
MARTA: ¿Cómo que no me moleste? Debe estar muerta de
hambre.
LUISA: Sí, Martita, no he comido en todo el día… pero
usted no se moleste, que me preparen algo sus sirvientas, usted no se moleste,
Martita.
MARTA: Las muchachas no están. Es su día de salida y
no vuelven hasta mañana domingo muy tempranito.
LUISA: ¿Hasta mañana muy tempranito? Entonces no me dé
nada, Martita.
MARTA: ¿Cómo que no le dé nada? Está loca. Voy a
traerle un bocado. (Sale). LUISA mira distraída los muebles que la
rodean. Luego se limpia un
oído y ve con atención la sangre que le ha quedado en el dedo. Suspira y, resignada, espera. Entra MARTA. Trae un bulto de ropa vieja. LUISA se levanta de un salto y se acerca a MARTA. Esta se retira visiblemente
contrariada por la suciedad de la india.
LUISA: Martita… (MARTA no contesta. LUISA, entonces, se pone a llorar).
Martita… dejé a mis hijos. Es cierto que ya no me necesitan. Ya están grandes.
MARTA: No llore, Luisa.
LUISA: Dejé a mis hijos…
MARTA: Nunca se ha ocupado de sus hijos. Apenas
nacidos se iba usted a la calle a perseguir a Julián. Viven gracias a los
cuidados de los vecinos. ¡Pobres niños! Siempre llorando: mamá dejé usted a mi
papá tranquilo, quédese en la casa… Y ahora viene a decirme que llora por
ellos.
LUISA: Sí, Martita, por ellos lloro.
MARTA: Pues no llore, sus lágrimas no me conmueven.
Quiero saber por qué anda usted detrás de Julián de día y de noche.
LUISA: Así lo quiere él, Martita, no se halla solo… (Sonríe con una mueca estúpida).
MARTA: ¿Así lo quiere él? ¡Alabado sea Dios! El pobre
hombre se queja de usted que no lo deja solo ni para hacer sus necesidades.
LUISA: (Con
voz susurrante). Allá no es como acá, Martita. Allá vamos a la barranca…
MARTA: (Enojada).
¡Mire con lo que sale! ¡Que allá van a la barranca! ¿Usted cree que soy tonta
para creerle una razón tan necia?
LUISA: (Sonriendo).
No, Martita, allá vamos a la barranca. LUISA contempla satisfecha a MARTA y ésta coloca con rabia el bulto de
ropa vieja sobre un sillón.
MARTA: No me haga enojar, Luisa.
LUISA: Martita, allá vamos a la barranca y está muy
oscura… la barranca es muy oscura, Martita, muy oscura… MARTA no contesta y Luisa se arrincona en el
sofá y empieza a llorar.
MARTA: No llore… ¿qué va a hacer ahora?
LUISA: Es muy oscura, Martita… acá hay mucha luz, pero
allá está oscuro… todo oscuro, y lo oscuro es feo, Martita, muy feo.
MARTA: Ya lo sé, Luisa. Ahora póngase contenta, aquí
hay mucha luz. Si quiere quédese unos días conmigo. ¿A dónde va a ir? Nadie la
quiere.
LUISA: Es cierto, Martita, nadie me quiere…
MARTA: ¡Nadie! Es usted muy mala, por eso nadie la
quiere. Si se porta bien la llevo al cine. ¿Ha ido al cine?
LUISA: ¿Al cine? No, Martita, no.
MARTA: (Retirándose
de la india). Bueno, un día de estos la llevo… ahora tiene que comer algo,
mire que cara de muerta de hambre tiene… y en cuanto acabe de comer, se baña. LUISA se acerca a MARTA.
LUISA: ¿Dónde, Martita, dónde?
MARTA: ¿Dónde qué?
LUISA: ¿Dónde me baño?
MARTA: ¡Cálmese, Luisa! No corre prisa, primero come,
luego se baña y se cambia de ropa. (Recoge
el bulto de ropa vieja).
LUISA: (Interrumpiéndola).
¡Gracias Martita, gracias! Dios se lo pague. Yo traje mi ropita. Antes de salir
de mi casa la guardé conmigo y me salí, y me hallé sola… no tenía a dónde ir.
Iba yo caminando, caminando, y de pronto se me apareció Martita y me dije: “me
voy con ella es tan buena”… (LUISA desenvuelve la punta de su rebozo y
saca unas ropas viejas y desteñidas y se las
muestra a MARTA. Está avergonzada
no sabe qué hacer con la ropa que le
frece). Y así llegué hasta acá, con la cara de Martita, enfrente de mí,
conduciendo mis pasos.
MARTA: ¡Ah, que Luisa! Le voy a traer un café…
LUISA: ¡No, Martita! Mejor me baño, así no le doy
asco… (Al decir esto se queda
mirando a MARTA).
MARTA: ¿Asco? ¡Por Dios, Luisa, no diga eso!
LUISA: Sí lo digo, Martita, sí lo digo porque es
cierto. ¿Dónde me baño?
MARTA: Luisa, le digo que primero coma algo… yo no
quise decirle que se bañara ahora mismo, yo…
LUISA: (Interrumpiendo).
Ahora mismo, Martita. Ahora mismo, así no le doy asco a usted, ni a su casa tan
bonita… (Mira en derredor suyo
y luego clava la mirada en MARTA, se le acerca y la coge del
brazo). ¿Dónde, Martita, dónde?
MARTA, dominada por ella, la lleva frente a la
puerta del baño que comunica con la habitación.
MARTA: Le voy a enseñar como se maneja la ducha… LUISA se suelta de su brazo, se introduce
en el cuarto de baño y se
entorna la puerta, asoma la cabeza.
LUISA: Ya sé, Martita, ya sé.
MARTA: No, no sabe. Nunca ha visto usted una ducha. Se
va a quemar. El agua sale hirviendo. (Trata
de entrar al baño, LUISA la empuja y cierra la puerta de un golpe, luego echa la llave). No
sea terca, déjeme entrar… ¡Déjeme entrar, le digo!
Voz de LUISA: Sí sé, sí sé.
MARTA: ¡Vieja chiflada! ¡Luisa! ¡Luisa! (Se oyen las llaves del agua
corriendo. MARTA da de golpes en la puerta y la
vieja india no responde). ¡Luisa!... Está
bien, ¡quémese! A mí que me importa. La lata va a ser tener que llevarla hasta su pueblo, porque usted
no sirve sino para hacer estupideces. Ni siquiera
es capaz de irse sola. (Recapacita).
¡Luisa! ¿Y cómo llegó usted hasta
mi casa, si nunca había venido a la Ciudad de México?... ¡Luisa!... (LUISA no responde. Se oye correr el agua. MARTA da unos cuantos golpes más a la
puerta, luego desiste). ¡Qué rara es esta vieja! Hace años que la conozco y hasta ahora entiendo
porque nadie la quiere en el pueblo. ¿Pero cómo
encontró el camino de mi casa? Se
oscurece la escena. Se oye un reloj dando la hora. Luego suena el teléfono y se
enciende la luz. Entra LUISA corriendo. Viene con ropa limpia y
trae el pelo suelto y húmedo. Descuelga el teléfono y escucha atenta.
LUISA: Martita está ocupada… sí, está haciendo la
cena… le digo que está haciendo la cena. (Entra MARTA con una bandeja de comida en las
manos, se sorprende al ver
a LUISA hablando por teléfono. Deposita la
bandeja y se dirige a
tomar el aparato). Sí… sí… adiós. (Cuelga
el aparato y mira sonriente
a MARTA).
MARTA: ¿Por qué colgó? ¡Ay, Luisa, como es usted
torpe! ¿Para qué cogió el teléfono si no sabe usarlo?
LUISA: Sí sé, Martita, sí sé…
MARTA: (Riendo).
¿Cómo va a saberlo si en su pueblo no hay, y es la primera vez que sale usted
de allí? Lo que pasa es que usted es una curiosa y se puso a hablar como u n
loro, cuando oyó una voz que le platicaba. ¡Mentirosa! (Se rei).
LUISA: (Seria). No soy una mentirosa, Martita.
MARTA: Muy bien, pero la próxima vez que suene no lo
toque, deje que yo conteste.
LUISA: ¿Por qué? Le digo que sí sé hablar por
teléfono, Martita. MARTA se impacienta, coge el teléfono, lo
desconecta, y los saca de
la habitación. Vuelve a entrar muy seria.
MARTA: Ya sé que usted sabe todo, y no sabe nada.
Manos mal que no se quemó en la ducha, pero se estuvo tantas horas que yo creía
que se había ahogado. ¿Le parece bien? ¿Le parece justo haberme tenido toda la
santa tarde en ascuas? A ver, ¿por qué no contestaba?
LUISA: ¿No contestaba?
MARTA: No se haga la tonta.
LUISA: El agua sale haciendo tanta bulla, que ¿quién
oye, Martita, quién oye?
MARTA: ¿Quién oye? (El
reloj da las siete). Las siete, se pasó usted tres horas en el baño. ¡Tres
horas! Ya se hizo tarde… nos cantó el pajarito de la Gloria…
LUISA: Nos cantó, Martita.
MARTA: Aquí está su cena. Voy por la mía, empiece a
comer y quédese tranquila. Ya no me dé más guerra. (Sale. LUISA se sienta en la orilla del sofá y
espera cabizbaja. Entra MARTA con otra bandeja parecida. LUISA al verla se pone de pie). ¿Qué pasa? ¿No cena? ¿Qué cavila
ahora?
LUISA: Yo no doy guerra, Martita, es él. ¡Es malo,
Martita, malo?
MARTA: ¡Ah, qué lata! Ya volvió usted con su
cantinela. Cene y cállese. ¿Y sabe lo que le digo por última vez? Que su marido
es muy bueno, y que usted es la que está endemoniada.
LUISA: ¿Endemoniada?
MARTA: (Muy
seria, como si quisiera asustarla). Sí, Luisa endemoniada. Si no fuera así,
se ocuparía de sus hijos en lugar de perseguir a su marido.
LUISA: Yo no hago eso, Martita, yo lo cuido, porque él
es cobarde.
MARTA: ¿Cobarde? ¡Eso si que es el colmo! Lo que
debería hacer Julián es lo que le aconsejan sus hijos: irse muy lejos y
dejarla.
LUISA: (Acercándose
a MARTA). ¿Irse lejos?
¿Dejarme? LUISA la mira un rato y luego se le
separa, se arrincona y la
mira fugazmente.
MARTA: Sí, dejarla, es muy mala con él, por eso le
digo que está endemoniada.
LUISA: ¿Endemoniada? ¡Si sólo dos veces lo vi!
MARTA: ¿A quién?
LUISA: Al Malo, Martita.
MARTA: (Ocultando
una sonrisa). ¡Ah, con que ya lo vio dos veces, pues cuídese, porque si
usted sigue persiguiendo a Julián, el día que usted se muera el demonio la va a
perseguir, igual que usted persigue a su marido.
LUISA: ¿Me va a perseguir como yo persigo a Julián?
MARTA: ¡Igual! Lo que se debe en esta vida, se paga en
la otra. Por eso es mejor que se corrija. Quédese conmigo un tiempo y piense en
lo que le digo. LUISA la mira con rencor. ¿Qué le
pasa, Luisa? No me ponga cara de loca. ¿Sabe lo que le digo? Que los locos son
malos porque creen que todos los persiguen y por eso persiguen a todos. (LUISA no contesta. MARTA coge la bandeja que ha traído para la india y se la tiende).
¡Coja su bandeja y váyase a cenar a su cuarto! Pensaba que cenáramos juntas,
pero está tan rara, que prefiero que me deje sola. ¡Ande, coja su bandeja! (LUISA coge su bandeja y se dirige a la
puerta). Ya sabe, la segunda puerta de la izquierda del pasillo, ya está su
cama hecha. ¡Cambie de humor! ¡Y sea buena!
LUISA: (Sombría).
Ande usted, Martita. Sale LUISA. MARTA cena y lee. Está sonriente.
MARTA: (Para
sí misma). ¡Pobre vieja, qué susto le di, diciéndole que estaba
endemoniada! De pronto se pone
seria y escucha. Por el pasillo se acercan unos pasos descalzos, y apenas audibles
sobre la alfombra. MARTA alerta, escucha. LUISA aparece en la puerta. Pequeña y desmedrada, sonríe mostrando los
dientes blancos.
LUISA: ¡Martita!
MARTA: Sí, Luisa…
LUISA: La primera vez que vi al Malo fue antes.
MARTA: ¿Antes de qué, Luisa?
LUISA: Pues antes de que matara yo a la mujer. Se produce un silencio largo y
asombroso.
MARTA: ¿Usted mató a una mujer? (LUISA no contesta, de su boca cuelga una
sonrisa estúpida). ¡Qué tonterías dice,
Luisa!
LUISA: ¡Sí, martita, maté a la mujer!
MARTA: (Incómoda).
¡Ah, qué Luisa, qué cosas dice! LUISA empieza a reírse sin risa, sólo con la
mueca de la risa. MARTA ve alrededor suyo y trata de guardar
la compostura, en su cuarto silencioso, aislado del mundo, cerrado por las
alfombras y las cortinas.
LUISA: Martita, estoy oyendo sus pensamientos… (Avanza cautelosa y se sienta en el
suelo cerca de MARTA). El
miedo es ruidoso, Martita… (Pausa). Al Malo lo vi antes de casarme
con mi primer marido…
MARTA: ¿Su primer marido? ¿Tuvo otro marido, Luisa? MARTA mira a LUISA como si fuera la primera vez que la mirara.
LUISA: Sí, Martita, tuve otro marido… Pero al Malo lo
vi antes. Estaba en el corral de mi casa y era un charro negro que respiraba
lumbre. No tenía botas sino cascos de caballo y al caminar, sacaban lumbre.
Llevaba en la mano un látigo, y con él azotaba las piedras y las piedras
echaban lumbre. Eran las cinco de la tarde y yo comencé a gritar: “¡Ahí está,
ahí está!”. “¿Quién ha de estar?”, me contestaban mis padres porque ellos no lo
veían. El Malo me oyó gritar y se me fue acercando y sus ojos echaban lumbre.
“¡Ahí está, ahí está!”. “¿Quién a de estar?”, me contestaban mis padres porque
ellos no lo veían. Y el Malo me comenzó a chicotear, antes de que yo dijera su
nombre… luego me quedaron los temblores. En ese tiempo llegó mi primer marido y
me pidió. Mis padres me dieron gratos, para ver si me aliviaba… Y nos vinimos a
México…
MARTA: ¿A México?... ¿Conocía usted la ciudad y nunca
me dijo?... LUISA la mira fijamente. Sentada en el
suelo, agazapada como un animalito,
ocultando las chispas de malicia que se le quieren escapar de los ojos.
LUISA: Ay Martita, algo se anda riendo dentro de mí…
MARTA: También yo tengo ganas de reír…
LUISA: Usted no, Martita, pero algo me sube y me baja
adentro de mí, algo como de la risa…
MARTA: Pues ríase, Luisa…
LUISA: Luego, Martita…
MARTA: (Nerviosa).
Ahora, Luisa… ¡Ahora!...
LUISA: ¿Ahora?… ahora me estoy acordando de cuando
viví aquí en Tacubaya, con mi primer marido, y tuve a mi criatura. Pero me
hinché toda, Martita, y a los tres días de parida, mi marido me llevó al
pueblo, y me dejó en la casa de mis padres. “No la sacaste hinchada. ¿Por qué
la devuelves así?”, le dijeron mis padres. “¡Váyanse a chingar a su madre!”,
les dijo. ¡Y se fue! Y nunca más lo vi… pero eso no lo supieron mis padres. Al
poco tiempo yo dije: “Mire papá voy a buscar a mi marido”. Y mi papá se soltó
llorando. “¡Déjanos a la criatura!”, me rogó.- ¡”Cómo no!, ¿cómo cree que usted
papá, que tenga yo el corazón tan duro?”. Y así fue que les dejé a la niña y me
vine otra vez a Tacubaya y aquí estuve viviendo… (Detiene su relato para espiar a MARTA).
MARTA: ¿Qué me ve luisa?
LUISA: No la veo, Martita, veo la casa donde viví.
¡Ahí está! (Levanta un brazo
flaco y señala un lugar, como si la casa estuviera adentro de la habitación).
MARTA: Luisa, ya no me aflija, ya no me cuente nada.
¡Es mejor olvidar!...
LUISA: ¡Ahí viví!... ¡Y ahí fue donde conocí a la
mujer!... (Se queda abstraída,
luego mira a MARTA). Y ahí
fue donde la maté…
MARTA: ¡La mató! ¿Y lo dice con ese aire inocente?...
¿Y por qué la mató?
LUISA: ¿Por qué? Porque andaba diciendo cosas…
MARTA: ¿Qué cosas?
LUISA: Pues cosas… que andaba yo con su marido… ¡y que
esperanzas, si ni siquiera lo conocía!
MARTA: ¡Usted nunca tiene la culpa de nada! Siempre es
inocente. Julián la golpea porque es malo. Al marido de la muerta no lo
conocía. Entonces, ¿la mujer la difamaba por gusto?
LUISA: Sí, Martita, por puro gusto. Nunca lo vi.
Adivinar qué cara tendría. Y ella decía cosas y cosas. Y la lengua, Martita, no
hay que usarla nada más porque la tenemos. Pero ella seguía diciendo cosas. (Se rasca la cabeza y luego levanta el índice amenazador).
¡Mira mujer, no andes hablando, no sea que halles consuelo en mi cuchillo! Así
le dije. Y no me hizo caso. ¿Cree Martita que no entendió?... Entonces la fui a
buscar al marcado a la hora en que todas vamos a comprar. Y estaba bonito:
lleno de cebollitas, de cilantro, de limas. A un ladito, en donde están las
tortilleras arrodilladas con sus tompiates, la esperé… y la vi venir, con su
canasta bien llena de fruta, y columpiándose, y me dije en mis adentros: “Ya
vas a callar, ingrata”… y le enterré el cuchillo. (Calla).
MARTA: ¡Qué aire tan denso hay en este cuarto! ¡Hay
que abrir un balcón! (Hace
ademán de levantarse).
LUISA: (La
detiene). ¡Siéntese, Martita! No es el aire el que nos alivia… A la mujer
la alivié yo de sus males, cuando le enterré el cuchillo…
MARTA: ¡Ay! Luisa, ¿cómo tuvo valor para hacer algo
tan horrible? ¿Cómo se puede enterrar un cuchillo?...
LUISA: Pues en la barriga, Martita. ¿Dónde más seguro
y más blandito que en la entraña?
MARTA: ¿En las entrañas? LUISA saca un cuchillo que lleva oculto
en su camisa y hace ademán
de enterrarlo en una barriga imaginaria.
LUISA: ¡Así! ¡Así! ¡Así! (Durante algunos segundos, LUISA sigue dando cuchilladas feroces en
un ser inexistente). Y allí quedó y yo me fui corriendo…
MARTA: (Fascinada).
Se fue corriendo…
LUISA: Sí, me fui corriendo entre la gente del mercado. Y las
gentes se abrían pare dejarme pasar. Llevaba yo los pies ligeros y el pelo
encendido. Y detrás de la gente venía corriendo. Y yo sentía sus pies
alcanzando los míos… (Detiene
su relato).
MARTA: Matar debe ser un instante terrible… tal vez el
crimen tenga su grandeza…
LUISA Y me salí del mercado y bajé la calle corriendo. Todavía
llevaba yo el cuchillo en la mano cuando me metí en la casa donde me agarraron.
¡Iba bien lleno de sangre!
MARTA: ¡No s lo dejó!...
LUISA: ¿No, Martita! Se lo saqué porque era mío… ¡Y
estaba bien lleno de sangre”… ¿Cree Martita que alcanzó a salpicarme?... (Acaricia la punta del cuchillo que ha depositado en el suelo. Perdida en sus recuerdos). ¡Uy!
Uno tiene harta sangre. Somos fuentes. Martita, hermosas fuentes… Así quedó
ella, como una hermosa fuente en el mercado… en la mañana… ¿Ve, Martita, una
mañana, con su mercado y su hermosa fuente?
MARTA: ¿Y en qué mañana y en cuál mercado?
LUISA: Una mañana… en un mercado, allí quedó, su
canasta volcada con sus cebollas y sus hierbas de olor revueltas con su sangre.
MARTA: Pero ¿en qué mañana quedó su canasta volcada,
Luisa?
LUISA: En una remota mañana, Martita, muy aparte de
todas las mañanas, y allí quedó ella también y yo corrí a esconderme, pero me
agarraron.
MARTA: ¿Y quién era ella?
LUISA: ¡Ah, pues eso si quién sabe!
MARTA: ¿Cómo que quién sabe? ¿Cómo se llamaba?
LUISA: ¡Pues eso si quién sabe?
MARTA: ¿Cómo que quién sabe? Cree que me interesa
saber mucho su nombre y por eso no me lo dice, ¿verdad? Pues sepa que no me
interesa. ¡Guarde su muerta!
LUISA: Era la mujer que decía cosas… por eso le
enterré este cuchillo en la barriga… (Toca
con la punta de los dedos el cuchillo que reposa a sus pies).
MARTA: (Mirando
el cuchillo). ¿Ese cuchillo?
LUISA: Sí, Martita, éste. Me lo quitaron cuando me
agarraron, sólo que luego, tanto y tanto les lloré que me dieran junto con mi
libertad.
MARTA: (Burlona).
¿Le devolvieron el cuchillo?
LUISA: Sí, Martita.
MARTA: (Riéndose).
¡Ladina! ¡Mentirosa! Me quiso asustar porque le dije que Julián era bueno. ¡Y
yo creyéndole sus cuentos! Me acuerdo de cuando las criadas me contaban cuentos
de miedo en la cocina. ¡Si alguien nos viera ahora, con ese cuchillo en el
suelo! (Se ríe).
LUISA: Martita, le digo que me dieron mi libertad y mi
cuchillo. Y cuando estuve encerrada fue cuando volví a ver al Malo. MARTA deja de reír.
MARTA: ¿Al Malo?
LUISA: Sí, Martita, allí lo volví a ver.
MARTA: Luisa, ya no me cuente nada. No quiero oírla.
¿Por qué se empeña en afligirme? Yo le dije que estaba endemoniada para
asustarla, estaba jugando. Nunca pensé que con esa palabra iba a abrir la
puerta a los demonios…
LUISA: No son los demonios, Martita, era el demonio y
estaba pintado en una pared de la cárcel. ¡De mi tamaño! Y estaba doble, como
hombre y como mujer. Me dieron el trabajo de azotarlo y me dieron el látigo. Todos
los días le daba yo y le daba, hasta que ya no podía yo ni moverme, alguna
compañera me decía: “¡Ándale Luisa, pégale otro ratito por mí!” y yo volvía a
pegarle, pues un favor no se le niega a una recogida igual a mí. Cuando me
dieron mi libertad ya nunca volví a verlo…
MARTA: Qué bueno Luisa, estaría usted contenta de
verse libre del demonio y de la cárcel.
LUISA: (Con
ternura). No, Martita. La vida con las recogidas no era mala. A las cuatro
nos levantábamos y nos poníamos a cantar. Luego molíamos el nixtamal para los
presos. Después nos bañábamos. ¡Por eso le dije que sí conocía el baño! ¿Ve,
Martita, ve cómo no le dije mentiras? Los baños de la prisión eran igualitos al
suyo, sólo que no eran amarillos.
MARTA: Es cierto, es cierto Luisa, no me dijo
mentiras. ¡Qué tota soy, Dios mío!
LUISA: Después empezaba yo a azotar al Malo. Y el
quehacer no se acaba nunca. También limpiábamos los peroles donde se cocinaba
la comida de los presos…
MARTA: ¿Y cuánto tiempo estuvo ahí, Luisa?
LUISA: ¡Quién sabe cuanto tiempo estaría yo allí!
Quién sabe… Se me llegó a olvidar la calle. Yo ya no me hallaba más que con las
recogidas de mis compañeras. Allí hallé mi casa y no pasé ninguna pena. Me
engreí tanto, que las noches y los días se me iban como agua. Si nos
enfermábamos, Martita, había dos doctores. ¡Dos! Y ellos nos cuidaban… Tanto
tiempo me quedé, que yo ya no reconocía otra casa… (Se calla, y se hace un ovillo a
los pies de MARTA).
MARTA: Luisa, no se ponga tan melancólica.
LUISA: todos lloramos lo bueno, Martita.
MARTA: Si queremos podemos hallar lo bueno en todas
partes.
LUISA: No crea, martita, no crea…
MARTA: Sí, Luisa, anímese. Ya verá, aquí conmigo
también la va a pasar bien. se va a bañar todos los días, les va a ayudar a las
muchachas, la voy a llevar al cine. Ya verá.
LUISA: No es lo mismo Martita, no es lo mismo. Allá
estaban mis compañeras y todas éramos iguales y nos reconocíamos en el pecado.
¿Aquí qué?... (Animándose
súbitamente). Y contestaba el teléfono. Por eso le decía, Martita, que sí
lo conocía. ¿Ve Martita, ce cómo no le dije mentiras?
MARTA: No, no me dijo mentiras.
LUISA: En las noches había bailes en el corral. Los
presos sacaban sus mandolinas y sus guitarras y bailábamos. ¡Yo antes nunca
había bailado, Martita! La vida del pobre no es el baile, la vida del pobre son
las caminatas en el polvo, Martita. Mis compañeras sí sabían bailar y ellas
fueron las que me enseñaron los pasos. Me subían las trenzas y me decían:
“¡Para que te veas menos india!” Y bailábamos y bailábamos…
MARTA: Nunca pensé que los presos bailarían y que
podrían divertirse… ¿Y le gustaba mucho bailar?
LUISA: ¡Sí, me gustaba! Y había hartos bailes, Martita,
hartos.
MARTA: Usted, Luisa, me habla de sus bailes en la
cárcel, como otros me hablan de sus bailes en los palacios.
LUISA: Yo le hablo de mis bailes, porque esos fueron
días buenos, Martita (Se
ensombrece). Cuando me dijeron que me iban a dar mi libertad, yo no la
quise agarrar. “¿Para qué señor?”, le dije, “¿Dónde quiere usted que vaya?” y
allí me quedé. Pero volvieron a decirme que tenía yo que agarrar mi libertad.
Una señora me dijo: “¡Agárrala, Luisa, agárrala!”
y aunque no la agarré me la dieron a fuerzas. “¿Y ahora qué hago, doctor?” “Ya
no conozco la calle y no tengo ni un centavo” ¡Las calles son centavos,
Martita, son centavos! Y el doctor me dio para mi pasaje, y la señora que me
decía que agarrara yo mi libertad, vino a esperarme a la puerta del mundo, uy
cuando me vi en la calle, me llevó al tren, y me fui a la casa de mis padres… (Se pone a llorar).
MARTA: No llore, Luisa, no llore.
LUISA: (Llorando).
Pero la vi extraña, Martita, muy extraña. ¡Ay Luisa, me dije para mis adentros,
esta casa ya no es tu casa! Y nada más me quedaba yo sentada pensando, pensando
en mis compañeras y en lo que estarían haciendo…
MARTA: (Afligida).
¡Pobre Luisa! ¿De veras las echaba tanto de menos? ¿Pues cuánto tiempo estuvo
usted con ellas?
LUISA: ¿Con las recogidas? ¡Quién sabe! Pero fue mucho
tiempo. ¿No le digo, Martita, que ya no conocía yo calle, ni mundo? cuando
llegué a casa de mis padres, mi criatura estaba así de grande. (Hace en el aire la marca de una estatura de diez años).
MARTA: ¿Y sus padres? Se pondrían contentos de verla
fuera de la cárcel. ¿Qué le dijeron?
LUISA: (En
guardia). ¡Nada! “¿Cómo te va, hija?”
MARTA: Pero qué dijeron de que hubiera estado en la cárcel
tanto tiempo. No me diga que nada, eran sus padres y algo le dirían.
LUISA: de la recogida no dijeron nada, porque nunca lo
supieron. ¡Nunca lo supo nadie! Creyeron ellos que yo había vivido en Tacubaya
con mi primer marido.
MARTA: ¿Cómo es posible que nunca lo supieran? No me
diga que es usted tan hipócrita que nunca se los dijo. ¿Y su marido?
LUISA: ¿El tampoco dijo nada… Tuve la suerte de que lo
mataran. Y nunca, nunca, volvió al pueblo, para contar nada. Hay cosas Martita,
que nadie debe saber. Nadie sabe que estuve en la recogida. Ni mis padres que
ya murieron, ni Julián. Cuando él me fue a pedir nada le dije. Yo pasaba por
viuda, y viuda soy.
MARTA: ¿Lo engañó? ¡Qué taimada! Pobre hombre.
LUISA: No lo engañe, Martita, nada más me calle. Se produce una pausa.
MARTA: Ya es tardísimo.
LUISA: (Sin
oírla). Antes de salir de la cárcel, mis compañeras, que me querían harto,
me dijeron: “Mira, Luisa, a nadie le digas nunca que mataste a la mujer. La
gente es mala, muy mala”. Así me dijeron.
MARTA: Hay de todo Luisa, y no eran ellas las que
podían juzgar.
LUISA: (Mirándola
fon fijeza). Ellas lo sabían. Por eso de previnieron. “Ya sabemos que vas a
tener la tentación de contarlo”, me dijeron. “A uno lo obligan a confesar los
pecados, los propios pecados. Tú tienes los tuyos y son nada más para ti. Y
además los pecados de una mujer y entre todos te van a pesar mucho”. Ya sabe
Martita, que uno carga con los pecados de los muertos que uno mata. Por eso ve,
que esos hombres que deben dos o tres muertes, van doblados por el peso. “¡Pero
no se lo digas a nadie Luisa, ni le cuentes a nadie, dónde anduviste estos
años!”
MARTA: ¿Y por eso no se lo contó nunca a nadie?
LUISA: ¡A nadie, nunca, Martita! A nadie más que a
usted se lo he dicho.
MARTA: ¿Sólo a mí? ¿Y por qué no fue a confesarse con
un padre? le hubiera hecho bien, Luisa.
LUISA: “Mira, me dijeron mis compañeras, si alguna vez
sientes que los pecados te doblan las piernas y te vacían el estómago, vete al
campo, lejos de la gente, busca un árbol frondoso, abrázate a él y dile todo lo
que quieras. Pero sólo cuando ya no aguantes Luisa, pues eso sólo se puede
hacer una vez”. Y así fue Martita. Pasó el tiempo y sólo yo sabía lo que era mi
vida. Hasta que las piernas se me comenzaron a doblar, y la comida ya no la
aguantaba, pues mis pecados y los de la muerta, que eran más que los míos, se
me sentaron en el estómago. Y un día le dije a Julián: “¡Voy a acarrear leña!”
Y me fui al monte y encontré un árbol frondoso, y tal como me dijeron mis
compañeras lo hice. Me abracé a él y le dije: “Mira árbol, a ti vengo a
confesar mis pecados, para que tú me hagas el beneficio de cargarlos”. Y allí
estuve, Martita. Y me tardé cuatro horas en decirle lo que fui. LUISA ve a MARTA y ésta se turba.
MARTA: ¿Y el árbol cargó con sus pecados?
LUISA: Me tardé un tiempo en ir a verlo y cuando
llegué… (Se calla).
MARTA: ¿Cuándo llegó, qué?
LUISA: Lo hallé seco Martita. ¡Porque se secó,
Martita, se secó!
MARTA: ¿Se secó?
LUISA: Le eché encima mis pecados y se secó, Martita,
se secó… Pausa. MARTA se pone nerviosa.
MARTA: Son las once Luisa, hace cuatro horas que
estamos hablando…
LUISA: (Mirándola).
¿Cuántas horas, Martita? Cuatro horas me tardé también con el árbol…
MARTA: (Nerviosa).
Olvide todo, Luisa. Fue una broma cuando le dije que estaba endemoniada. Todos
hemos hecho cosas malas… El pasado no existe. Nunca volveremos a ser lo que
fuimos… (LUISA permanece inmóvil).
Tranquilícese Luisa. No tenga miedo, no hay que tener miedo. ¿Miedo de qué?
Dígame Luisa, ¿de qué podemos tener miedo? Estamos aquí las dos muy contentas…
LUISA: Se secó, Martita, se secó…
MARTA: Ya me lo dijo, Luisa. Ya no me lo repita.
¡Váyase tranquila a dormir!...
LUISA: Qué solitas estamos, ¿verdad Martita?
MARTA: ¿Solitas?... ¿por qué me dice eso?
LUISA: Porque las muchachas no vuelven hasta mañana.
MARTA: Sí, hasta mañana… y ¿qué importa? Ahora vamos a
dormir. Ahora vamos a dormir…
LUISA: Es que se secó, Martita, se secó…
MARTA: Luisa, no se ponga así, repite como una tonta:
Y se secó, Martita, se secó. No sé qué pretende repitiendo esa frase. Cállese y
váyase a dormir. Ya sabe dónde está su cuarto. ¡Ande, váyase! (LUISA se pone de pie y recoge su cuchillo). Deje su cuchillo, Luisa.
LUISA: (Abrazándolo).
Es mío, Martita, mío.
MARTA: Lo coge como si fuera un tesoro. ¡Ay Luisa!
¿Cree que con él va a abrir las puertas del palacio de las mandolinas y las
guitarras, donde bailaba usted con sus amigas?... (Se calla y ve asustada a LUISA).
LUISA: Así fue y así es: la llave de los palacios… Las dos mujeres se miran asustadas.
MARTA: Buenas noches, Luisa. ¿Se acuerda dónde está la
puerta de su cuarto?
LUISA: Sí, Martita. Buenas noches… (Se dispone a salir).
MARTA: Duerma bien.
LUISA: (Volviéndose
desde la puerta). ¡Qué silencia está la casa, Martita! Sale LUISA. MARTA se queda quieta, sin saber qué hacer.
Se levanta. Trata de arreglar unos frascos que están encima de su tocador. Se
cepilla el pelo y trata de sonreír frente al espejo.
MARTA: Ella debe tener tanto miedo como yo. ¡Qué
tontería ponerse a contar esas cosas a media noche! (Se quita los zapatos y de pronto
se detiene y escucha con
atención).
Voz de LUISA: (Lejana, tal vez imaginaria). Y
se secó, Martita, se secó… MARTA se pone en guarda y trata de
escuchar. Le parece oír que unos
pasos descalzos se acercan por el pasillo alfombrado
MARTA: ¡Luisa! ¡Luisa! ¡Conteste, Luisa! (Pausa). Me va a matar a
disgustos. ¡Luisa! ¿Está usted durmiendo mientras yo cavilo?... (Pausa). Luisa venga a platicar
conmigo, no sea majadera. No porque me haya confiado su secreto… ¡Dios opio,
qué estúpida soy! ¡Qué cosas digo! Luisa ¿por qué no me contesta? ¡India
maldita! (Calla. Escucha
ansiosa los ruidos inexistentes. Asustada
se dirige a la puerta del baño y entra. Vuelve a salir al cabo de unos segundos). ¡Luisa! ¿Qué
hizo con la llave del baño?... ¡Qué lejos está el teléfono! ¿Por qué lo saqué
Dios mío? ¡Y la puerta de mi cuarto no tiene llave! Luisa, venga a platicar
conmigo, la soledad es mala compañera. No se quede sola imaginando cosas
terribles. ¿Por qué no me contesta, si oigo sus pasos en el pasillo?... Luisa,
sé que está detrás de la puerta, espiándome… la oigo respirar… (Los pasos y la respiración de LUISA están detrás de la puerta entreabierta). Está
loca, hasta ahora lo sé, está loca, por eso la odian en el pueblo. (Mientras se coge la cabeza entre
las manos, luego ve para todas
partes). ¿Y sólo porque el árbol se secó?... ¿Sólo por eso?... ¿a mí, su
amiga? MARTA busca una salida con los ojos. Se
abre la puerta de su cuarto.
TELÓN.