LA
ROMERÍA
(2009)
de Jorge Arroyo
jorgearroyo2000@yahoo.es
Teléfonos: (506) 88-26-47-33 / (506)
24-42-82-56
Skype: jorgearroyo2000
La Romería
fue presentada
por primera vez el
13 de noviembre
de 2008 en una lectura dramatizada en el
Centro Cultural
Español “El Farolito”
de San José de
Costa Rica.
Se estrenó el 7
de mayo de 2009 en el
Teatro de
Cámara de la Compañía Nacional de Teatro
y se reestrenó
el 13 de agosto de 2009 en el
Teatro
Universitario de la Universidad de Costa Rica.
Traducida
al portugués por Renata Meffe Franco
se
presentó el 16 de noviembre de 2011 y el 21 de noviembre de 2012 en el Centro
Cultural Latinoamericano “Espaço Mezcla”
de
Juiz de Fora, Minas Gerais, Brasil
Fue
publicada por la Editorial de la Universidad Estatal a Distancia (EUNED), en la
Colección Teatro Clásico y Contemporáneo Costarricense, en mayo de 2009.
En
Internet, fue subida a red por el CELCIT en su serie
Dramática
Latinoamericana Nº 331
La Romería
obtuvo el
Premio
Nacional de Teatro
Aquileo
J. Echeverría 2008
LA
ROMERÍA
Personajes:
EL
ELLA
Escena: Espacio neutro
I
EL: ¡Esto es
una locura!
ELLA: (Renguea
sensiblemente). Pero ya no podemos devolvernos.
EL: ¿Te llevo
la mochila?
ELLA: No. Ofrecí que yo la cargaría todo el tiempo.
EL: ¿Servirán de algo éstas promesas?
ELLA: Toda esta gente cree que si. ¿Estás caminando
con fe?
EL: Depende de lo que para vos sea la fe.
ELLA: ¿Una forma de esperanza?
EL: La esperanza es un oficio mental.
ELLA: ¿Y la fe no?
EL: Yo necesito algo más que fe y esperanza.
ELLA: ¿Caridad? ¡Prefiero pegarme un balazo!
EL: Mucha gente acepta la caridad porque no le queda
otra opción.
ELLA: Eso siempre es vergonzoso.
EL: No. Eso siempre es triste.
ELLA: ¿Qué opciones te quedan?
EL: Medicinas alternativas… Novedades de la ciencia…
Remedios caseros…
ELLA: O sea, ¡nada! En fin… A lo mejor lo que estamos
haciendo sí ayuda, si es que nos mueve la buena intención…
EL: De buenas intenciones está empedrado el camino al
infierno.
ELLA: Y de rezos inútiles la escalera al cielo.
EL: No es momento para blasfemar. (Mira a lo lejos). ¡Vaya! ¡Empezamos cuatro gatos y ya se está formando
un mar de gente! Bajan por la carretera. Son cientos, miles… Mmm…En las caras
de todos hay algo raro... Puede ser amor.
ELLA: Puede ser odio.
EL: Pueden ser dudas. Parece algo poderoso.
ELLA: El rencor es poderoso.
EL: Hay algo en la forma en que caminan… Van con mucha
decisión…
ELLA: ¿Será la actitud? En esto, hay que mantener una
buena actitud.
EL: Pues tu actitud de jorobada no te ayudará. (La corrige la
postura). ¡Enderezate!
ELLA: ¡Ay! ¡Estoy cansada y me cuesta sostenerme! ¡No
me hagás así!
EL: ¡Una buena actitud ayuda a la curación!
ELLA: Tal vez en la tuya, porque lo que es en la
mía... (Silencio).
EL: ¡Ay, está bien! ¡Mantengámonos alegres para que
los tratamientos funcionen! (Gesticula con ridícula festividad).
ELLA: Dejá de hacer idioteces.
EL: ¿Más de las que hice en la vida?
ELLA: ¡Por eso estás como estás!
EL: También lo que tenés te lo hiciste vos misma.
ELLA: ¿Vos también pensás que una misma se provoca las
enfermedades?
EL: En algunos casos, si.
ELLA: Si fuera así, también curarse debería ser
cuestión propia. ¿No creés?
EL: Tal vez. Pero lo mío no me lo hice yo. ¡Me lo
hicieron!
ELLA: Con tu consentimiento.
EL: Eso es cruel.
ELLA: ¡Perdón! Dije una estupidez.
EL: No importa. Todavía nos queda tiempo para
tonteras.
ELLA: ¿Cuánto llevamos caminando?
EL: No sé, pero necesito descansar un poco. (Se sientan).
ELLA: ¿Por qué será que los santos y las vírgenes
siempre se aparecen en lugares tan alejados de la civilización?
EL: Porque en la civilización dejarían de ser santos y
perderían la virginidad.
ELLA: ¿Qué dice ese rótulo? ¡Ya no distingo ni las
letras grandes! ¡Qué horror!
EL: ¡Si, estás pésima! Dice que faltan seis kilómetros
para llegar al santuario.
ELLA: ¡Estamos a mitad del camino!
EL: "En la mitad del camino de mi vida, me hallé
en una selva oscura".
ELLA: ¿Y eso?
EL: Es el inicio de La Divina Comedia, aquella cosa
que estudiábamos en el colegio. Es el inicio… ¿Del Infierno?
ELLA: O el principio de un poema maravilloso, que
termina con el Cielo…
EL: ¡No sé qué me molesta más: si lo inapropiada que
es esa metáfora en este momento, o lo cursi que te salió!
ELLA: ¡Andate a la mierda!
EL: Éramos buenos en la clase de literatura…
ELLA: Aunque por diferentes razones…
EL: ¿Ah?
ELLA: Vos eras bueno en literatura porque te gustaba,
y te daba igual si te calificaban bien o mal. Yo tenía que sacar buenas notas, o perdía la beca.
EL: Resentimientos sociales aparte… ¡Éramos buenos!
ELLA: ¡Buenos para crear problemas!
EL: ¿Lo hacíamos por disfrutar, o por llamar la
atención?
ELLA: Las dos cosas son parte de la receta juvenil.
EL: ¡Siempre recuerdo las ocurrencias de Eugenia! ¡Era
tan divertida!
ELLA: ¿De verdad Eugenia está tan enferma? (El asiente). ¿Vos que estás
tan cercano a ella, creés que…? (Sirena y luces de policía. La luz intermitente los
ilumina). En este punto de la carretera
estamos mal puestos. Mejor caminemos.
EL: Pero despacio. Me agito con facilidad. (Ella se levanta
y lo ayuda a levantarse).
ELLA: ¿Te molesta si me apoyo en vos? (El niega.
Caminan. Hay murmullo de rezos).
EL: Yo no hacía esta romería desde aquellos días.
ELLA: ¿Desde que vinimos con el grupo del colegio?
EL: Desde entonces.
ELLA: Ahora es muy diferente.
EL: Si. Ahora vas colgada de mi hombro, como una lora
de pirata.
ELLA: ¿Y qué querés? ¿Que me caiga?
EL: Por lo menos vamos más tranquilos que aquella vez.
¡Los profesores nos hicieron caminar a paso redoblado!
ELLA: Y yo iba muriéndome por el dolor en la pierna.
Lo del accidente estaba muy reciente y...
EL: (Interrumpe). Siempre me pareció mal que te
obligaran a venir.
ELLA: En algunas cosas, los profes eran unos nazis.
EL: (Sombrío). No le cobrés a tu pasado lo que otros te hicieron.
ELLA: ¡Tenés razón!: ¡Por amargada es que estoy como
estoy!
EL: ¿Cuánto te dan de vida?
ELLA: Lo mismo que el rótulo.
EL: ¿Seis meses?
ELLA: ¡Seis semanas, idiota!
EL: ¡Uf! ¡Con razón estás amargada!
ELLA: ¡Vaya! ¡Sos un excelente comité de apoyo!
EL: Mi médico no se atreve a decirme cuánto me queda.
ELLA: Sabrá que siempre puede ocurrir lo inesperado.
EL: ¿Un milagro? No creo.
ELLA: Con el tratamiento adecuado…
EL: Y con fuerza de voluntad…
ELLA: Quedate con tu fuerza de voluntad. Yo prefiero
mis medicinas, mientras sienta que alguna sirve de algo. Al menos me dan
esperanzas. Pero los médicos apuran la cuenta regresiva apenas me ven ojerosa,
amarilla y débil.
EL: Ojerosa, amarilla, débil…
ELLA: ¡No digás ninguna burrada!
EL: (Ríe). No pensaba decirla.
ELLA: Los médicos son pésimos para ver el futuro.
EL: (Intencionado). Pero hay algunas que sí son
buenísimas leyendo el Tarot…
ELLA: (Ídem). No tanto como otros, que son excelentes haciendo
mágicas trampas con los naipes…
EL: Al fin y al cabo, los dos tenemos mucho que
agradecerles a las cartas, ¿verdad?…
ELLA: Es tan fácil leer la línea de la vida en mi
mano: Seis meses... Cinco semanas... Cuatro días... Tres horas... Dos minutos…
Un segundo…
EL: ¡Feliz Año Nuevo!
ELLA: ¡Podría ser en este instante! Y ya podría
ascender hacia regiones menos dolorosas que este valle de lágrimas… (El le hace una
zancadilla y la hace trastabillar, pero sin dejarla que caiga).
ELLA: ¡Estúpido! ¡Fijate dónde ponés los pies! ¿Querés
que me mate?
EL: ¡Si! Si volvés a decir otra cursilería.
ELLA: No me hagás eso, que… De verdad… Me afecta… ¡La pierna!
EL: (Realmente acongojado). Lo siento.
ELLA: Esperate un momento… Sentémonos otro ratito. (Al ir a
sentarse, cojea mucho).
EL: (La ayuda
amorosamente. Se sientan). Realmente estás
muy mal.
ELLA: ¿De qué? ¿De la pierna, de la vista, del tumor o
del alma?
EL: Yo todavía no estoy así, y ya me tratan como un
cadáver.
ELLA: ¡Regresó el comité de apoyo!
EL: Me callo.
ELLA: Yo no te veo tan enfermo.
EL: Porque estás casi ciega, bruta. Pero sí me veo
mal. Aunque me maquille, me veo apergaminado, como momificándome en vida, como
seco…
ELLA: ¿Qué fue lo que te pasó?
EL: No viene al caso entrar en detalles.
ELLA: ¿No usabas condón?
EL: Alguna vez lo dejé, confiando en la otra persona.
ELLA: ¿Ni siquiera sabés quién fue?
EL: No. Es decir, no exactamente. ¿Me explico?
ELLA: Te entiendo.
EL: ¿Cómo va a ser que uno no tenga claro quien le dio
el tiquete para la muerte?
ELLA: ¿Te echaste tantos polvos?
EL: ¡Callate, que te pueden oír esas monjas!
ELLA: ¡Que me oigan!
(Como lamentos,
se escuchan cánticos religiosos:
“Alguien sufre hoy. Cumbayá.
Alguien llora hoy. Ven, Señor...").
EL: ¿Te sentís mejor? (Ella asiente). Sigamos caminando, pero sin acercarnos a ellas. (Se levantan.
Caminan).
ELLA: ¿Cumbayá?
Pensé que se habían modernizado.
EL: ¿Y qué esperabas? ¿La Macarena?
ELLA: ¡Uy! Pensé que vos te habías modernizado. (Descienden los cánticos hasta desaparecer).
EL: No tuve ocasión. No tengo hijos adolescentes. Por
cierto: ¿Cómo está tu hija?
ELLA: Embarazada.
EL: ¡¿Cómo?!
ELLA: Pues como todas: se acostó con un tipo y quedó
preñada. Los hijos repiten los modelos de los padres.
EL: No me lo habías dicho.
ELLA: Hace rato que no nos vemos.
EL: Pudiste mandarme un correo electrónico.
ELLA: No tengo computadora.
EL: Hubieras ido a un café internet.
ELLA: Es un gasto que no puedo… Que no debo...
EL: ¡No exagerés!
ELLA: Es que… Vos no entendés…
EL: La cosa no puede estar tan mal. (Ella revienta
en un llanto bajo). ¡Mierda! ¡La
cosa sí está realmente mal! (La abraza.
Pausa).
ELLA: Me sentí muy sola cuando te fuiste.
EL: Solo vos fuiste al aeropuerto.
ELLA: No iba a dejarte solo. Tu familia te había
desconocido y…
EL: Llevabas un vestido rosado.
ELLA: Verde.
EL: Rosado.
ELLA: ¡Verde y basta, que parecemos las hadas de La
Bella Durmiente!
EL: Vos serías Flora.
ELLA: Y vos serías Fauna.
EL: Gracias. Pero prefiero ser Primavera.
ELLA: (Canta).
"Primavera de mis veinte años
relicario de mi juventud…"
EL (Canta).
"Un cariño ignorado yo he soñado
y ese sueño ya sé que eras tú."
ELLA: ¡Qué bárbaro! ¡Qué cantante era Marco Antonio Muñiz!
EL: Cuando estábamos en el colegio, Marco Antonio
Echeverría siempre decía que él tenía el mismo nombre y la misma voz que Muñiz.
ELLA: ¡No se parecían en nada!
EL: ¡No! ¡Marco Antonio Echeverría era feísimo! ¡Ay,
perdón!... Fue novio tuyo...
ELLA: No por mucho tiempo.
EL: Fue después de que anduviste con Julio César
Montalvo. ¡Que bandida! ¡Tenías éxito con los novios! ¡Hasta te decían
Cleopatra!
ELLA: Me decían Cleopatra porque estuve con Julio
César y con Marco Antonio. Y ya ves, al igual que a Cleopatra me mordió un
áspid.
EL: ¡Yo también estoy como estoy por culpa de una
culebra!
ELLA: ¡El mismo problema desde Adán y Eva!
EL: Pero a Adán no le dio SIDA.
ELLA: ¿Y quién se lo iba a pegar?
EL: El diablo. O un ángel, igual que a mí.
ELLA: ¡O sea que sí te acordás de quién te lo hizo!
EL: No, pero nunca me acosté con gente fea. En cambio
vos… ¡Por favor! ¿Qué le veías a Marco Antonio? ¡Cambiaste un muñeco por un
espantapájaros!
ELLA: Julio César fue el que me dejó. Yo era la única
que le faltaba en la colección.
EL: ¡Siempre ha sido un hijo de puta!
ELLA: En cambio Marco Antonio era buenísimo.
EL: ¡Total! ¡Para lo que duraste con él!
ELLA: Hubiera durado más, pero Julio César nos hizo la
vida imposible, hasta que logró que Marco Antonio y yo termináramos.
EL: ¡Parece una película de romanos!
ELLA: ¿Por qué?
EL: ¡Por nada! Con razón dicen que los chistes son
como los poemas: se entienden a la primera, o no funcionan.
ELLA: La vida es un chiste.
EL: No, la vida no es un chiste.
ELLA: ¿Será un poema?
EL: ¡Ay! ¡Cursi, cursi, cursi!
ELLA: Paremos un poquito.
EL: Ahí hay un puesto de comidas. ¿Querés algo?
ELLA: (Niega con la cabeza). Descansar. (Se sientan. Se
escucha un pregonero: -“¡Bebidas!
¡Galletas! ¡Llévelas!”).
EL: Tengo sed. A
lo mejor ese vendedor tiene agua.
ELLA: Yo traje. (De la mochila saca una botella de
agua y se la da a El). Tomá.
EL: ¿Tenés un vasito?
ELLA: ¡Tan fino!
EL: Digo… Es para no tomar directamente de tu
botella...
ELLA: No estamos para esas cosas. Nos estamos muriendo
los dos. (El toma de la botella. Ella saca unas pastillas de la mochila y se toma
una. Recoge la botella y bebe).
EL: Nunca he entendido por qué siempre me quisiste
tanto.
ELLA: Porque los dos siempre estuvimos solos. ¿A quién
más iba a querer?
EL: (Con sorna). ¡Gracias por tanto amor! (Ella lo abraza). ¿Ya descansaste?
ELLA: Si. (Ella le da un beso en la mejilla).
EL: Sigamos.
ELLA: Sigamos. (Se levantan y caminan). Es curioso: conforme avanzamos recuerdo cosas que…
EL: Yo prefiero no confesar a mi memoria, porque es tramposa.
ELLA: ¿Te acordás del día en que al cura que nos daba
la clase de Religión, se le ocurrió que la confesión representaba la confianza
mutua?
EL: ¡Y nos pusieron a los alumnos a confesarnos unos
con otros! ¡Por supuesto que me acuerdo! Aquella confesión es uno de nuestros
recuerdos clásicos… (Transición. El murmullo romero torna en algarabía
juvenil. Ambos asumen actitud de adolescentes. En ellos no hay ni asomo de
dolencias. Ella hace que viene al apuro). ¿Por qué llegás tan tarde? ¡Ya todos los compañeros escogieron a quien
contarle los pecados! (Resentido). Y nadie nos escogió a nosotros.
ELLA: ¿Qué esperabas? Si nos ven como los raros…
EL: No quieren contarnos nada.
ELLA: Más bien, creo que no quieren oírnos.
EL: ¿Vos creés?
ELLA: Yo soy una muerta de hambre que los avergüenza,
y vos… Bueno… Andás siempre apartado, sos pésimo en deportes, y de lo único que
hablás es de magia.
EL: ¡Soy buen mago! Aparezco y desaparezco cosas sin
que la gente lo note.
ELLA: ¡Solo desaparecés naipes y papeluchos! ¡Desaparecé
un elefante, para que te respeten!
EL: Más adelante. Hay que ir despacito. Mmm… ¿Qué será
lo que se confiesan?
ELLA: Da igual. Todos deben tener los mismos pecados,
y se perdonarán unos a otros. En cambio
vos y yo…
EL: ¿Qué? (Ella lo mira fijamente. El no le sostiene la mirada). No será para
tanto.
ELLA: Por mi… ¡Tranquilo! Conozco tus gustos.
EL: ¿Gustos? ¿De qué estás hablando?...
ELLA: (Se alza de hombros). No sos el único que se acuesta con
otros tipos. Aquí hay varios, y me revienta que lo disimulen con novias que les
sirven de pantallas. Vos en cambio…
EL: ¿Yo… qué?
ELLA: Al menos no tenés novia.
EL: No.
ELLA: Debe ser muy difícil para vos vivir fingiendo
todo el tiempo.
EL: Hablemos de otra cosa.
ELLA: Se supone que tenemos que confesarnos.
EL: ¿Y no te parece que ya fue suficiente?
ELLA: No. ¡Yo tengo cosas que contar!
EL: Pues… ¡Ave María Purísima!
ELLA: ¡Sin pecado concebida!
EL: Hablá ya.
ELLA: Vos sabés que Julio César es mi novio…
EL: Lo sabe todo el colegio.
ELLA: Y que es un reverendo cabrón…
EL: También lo sabe todo el colegio.
ELLA: ¿Y todo el colegio sabe si se acuesta conmigo o
no?
EL: Todo el colegio supone que sí.
ELLA: El desgraciado me engaña. ¿Ya lo sabe todo el
colegio?
EL: No sé si a todo el colegio le gustaría saberlo.
ELLA.- ¡Me engaña! Y acabo de enterarme con quién.
EL: ¿Con… quién?
ELLA: Con Eugenia.
EL: ¡¿Con Eugenia?!
ELLA: ¡Shhh! ¡Bajá la voz!
EL: ¿Estás segura?
ELLA: ¡Segurísima! Fijate que el pasado fin de semana
no quiso verme y…
EL: El viernes Julio César fue a mi casa, a devolverme
unos apuntes de clase…
ELLA: El viernes no importa. El sábado se fue con
Eugenia para la playa, y regresaron hasta el domingo. En la casa, ella dijo que
iba para un retiro espiritual… ¡Y lo que le retiraron fue otra cosa!
EL: ¿Julio César se fue… con Eugenia… el sábado…? ¡Qué
desgraciado!
ELLA: ¿Pero qué te pasa? ¡Calmate! ¡La que tiene que
estar furiosa soy yo!
EL: ¿Cómo lo supiste?
ELLA: Ahora en el recreo pasado, en el baño de mujeres
Eugenia le contó a Isabel los “detalles”. Yo estaba en el sanitario y no se
dieron cuenta de que las oía. Salí hasta que estuve segura de que ya estarían
aquí, en clase. ¡Por eso llegué tarde!
EL: ¡Que Julio César más cabrón!
ELLA Miralo confesándose… ¡Con Eugenia! ¡La estará
enredando de nuevo!
EL: O estarán conversando sobre algunas precauciones
que no tomaron…
ELLA: O sobre algunas de las que ahora tendrán que
tomar.
EL: ¡Deberías hacerle saber quién sos vos!
ELLA: ¡Pero no aquí! ¡Si yo armara un escándalo,
inmediatamente me expulsarían y perdería la beca! ¡Pero me encantaría vengarme!
EL: ¡Hacelo! ¡Yo te ayudo! (Transición. Vuelve el murmullo de
los romeros).
ELLA: ¡Nunca me vengué!
EL: Teníamos los mismos pecados.
ELLA: ¿Qué decís? Por supuesto que no.
EL: ¡No me gustaría volver a aquella época!
ELLA: A veces… A mi si. ¡Debe ser la crisis de la
edad!
EL: Tu cumpleaños es de hoy en un mes.
ELLA: ¿Qué día es hoy?
EL: ¡18 de noviembre, tonta! ¿O por qué estamos en la
romería?
ELLA: ¡Ah, claro! ¿Por qué será en esta fecha?
EL: A lo mejor el Cirineo cumplía años en noviembre.
ELLA.- Hoy todo me parece ajeno.
EL: El periódico decía que hoy habrá lluvia de
estrellas. Las Leónidas, creo que se llaman.
ELLA: ¡Vos sí que tenés buena memoria!
EL: Tenía.
ELLA: Yo también oí por radio que hoy el cielo se
llenará de estrellas fugaces, preciosas y efímeras. Como nosotros: maravillosos
y pasajeros. (El
le da un manazo). ¡Ay! ¡Está
bien! ¡Me callo! Pero no perdás de vista el cielo. Si el deseo que se le pide a
una estrella fugaz siempre se cumple... ¡Imaginate todo lo que ganaremos esta
noche!
EL: No creo que
podás verlas…
ELLA: Vos me
señalás por donde están cayendo, y hacia allá pido los deseos.
EL: Tenemos uno solo, me parece. Por eso vamos aquí, a
medio congelarnos y…
ELLA: Yo no vine a pedirle al Cirineo que me cure el
tumor. ¡Todos nos vamos a morir en algún momento! ¿Qué más da tarde o temprano?
EL.- Pero… ¿Y si te cura? (Ella se alza de hombros). Decime… ¿Cuál es tu petición?
ELLA: Las mandas no se cuentan. Pero no tiene que ver
con mi salud.
EL: (Persignándose). Si pido varios deseos, a lo mejor me los guardan y me los cumplen
cuando reencarne.
ELLA: No te hagás ilusiones: Los católicos no
reencarnan.
EL: Algo viene volando hacia nosotros. (Algo “pasa”
sobre ellos. El se agacha y la obliga a ella a hacerlo). ¡Cuidado! ¡Es
un murciélago!
ELLA: Dicen que los murciélagos son embajadores del
diablo. ¡Pobres pájaros!
EL: Los murciélagos no son pájaros. Son ratas
voladoras. ¡Como Julio César, que ahora es piloto!
ELLA: ¿Siempre lo odiaste?
EL: ¿Y vos no?
ELLA: Descansemos, que me duele la pierna.
EL: Descansemos, que me duelen los recuerdos. (Se sientan).
ELLA: Hay días en que se me olvidan las cosas.
EL: Hay enfermedades que tienen esa ventaja.
ELLA: ¿Por qué odiás a Julio César?
EL: Porque ilusionaba mucho, mientras ponía los
cuernos.
ELLA: No sería para tanto. Un revolcón que se pegó con
Eugenia, y ya.
EL: (Por lo bajo). Mejor pensalo
así.
ELLA: ¿Qué dijiste?
EL.- Nada. (Se levanta). Sigamos caminando, o no vamos a
llegar nunca.
ELLA: (Lo sienta). No, no, un momentito. ¿Por qué
dijiste eso?
EL: Te digo que por nada.
ELLA: ¿Qué más sabés?
EL: Nada. Lo que pasó, pasó.
ELLA: ¿Qué fue lo que pasó?
EL: ¡Ay, ya! ¡Olvidalo!
ELLA: ¡No! ¡Terminá lo que ibas a decir!
EL: ¿Qué te importa a estas alturas?
ELLA: ¡Más de lo que pensás! ¿Con quien más se
acostaba Julio César?
EL: ¡Sigamos! (Se levanta).
ELLA: ¡No! ¡Sentate y hablá! (Lo vuelve a
sentar).
EL: ¡Te digo que no importa! Y esto me cansa... Me
agita...
ELLA: Agonizá si te da la gana… ¡Pero hablá!
EL: Me estoy sintiendo mal...
ELLA: Me importa un carajo. ¡Hablá!
EL: Me hace mal agitarme… Dame... Un poco de agua.
ELLA: ¡No!
EL: ¿Qué te pasa? No es tan importante...
ELLA: Para mi sí.
EL: ¿Por qué?
ELLA: ¡Estoy harta de las dudas! ¡Harta de no tener
respuestas!
EL: Dame agua…
ELLA: Y venís vos a insinuarme que sabés con quien se
acostó Julio César…
EL: Me estoy...
ELLA: …sin importarte que yo necesito saberlo…
EL: …agitando…
ELLA: ¡Por mi hija!
EL: …mucho.
ELLA: ¡Hablá, sidoso de mierda!: ¿Con quién se acostó
Julio César?
EL: ¡Conmigo! (Pausa. Habla casi inaudible). Conmigo… (Silencio).
ELLA: ¿Contigo?
EL: Julio César…
ELLA: ¿Con… tigo…?
EL: …se acostó… conmigo.
ELLA: ¿Vos?... ¿Y Julio César? (El se arrastra
a un lado). No, no... El nunca... Para Julio
César, las mujeres...
EL: Se acostó… ¡Conmigo! Una... Dos... ¡Varias veces!
ELLA: No pudo… No puede ser…
EL: Por favor… Dame… ¡Agua!
ELLA: ¡Morite! (Arroja lejos la botella de agua. Se levanta, y a lo
que le permite su estado, apresura a salir de escena).
EL: ¿A dónde
vas? ¡No podés irte sola! ¡No me dejés aquí! ¡Vení! Ayudame... No te vayás...
No ahora... (En un hilo de voz). Ayú… denme… (Vuelven los cánticos:
-“Perdona a tu pueblo, Señor.
Perdona a tu pueblo, ¡Perdónalo Señor!”.
Baja la luz
hasta la oscuridad. Transición. La luz vuelve suavemente, descienden los
cantos. Ella, sentada con la cabeza de El en los regazos, le acaricia el pelo.
El reposa plácido).
ELLA: Me alegré mucho cuando Eugenia me contó que
habías vuelto de Nueva York. Me dieron celos cuando supe que te quedarías en el
departamento de ella, pero ahora reconozco que fue lo mejor.
EL: Acordamos vivir juntos para cuidarnos.
ELLA: ¿Desde cuando sabía ella que estabas enfermo?
EL: Desde el principio.
ELLA: ¿Y vos sabías que ella tenía SIDA?
EL: (Asiente). Para los dos el proceso fue muy duro. Como todos, pasamos por la
sorpresa, la negación, la depresión y la rabia. Hasta que un día yo amanecí
acostumbrado a la idea, pero ella no. Yo quise salir adelante, y después...
ELLA: ¿Y después?
EL: No sé. Apenas estoy en medio del “después”.
ELLA: ¿Por qué te fuiste a Nueva York?
EL: Para no sufrir las vergüenzas a las que te someten
en este país cuando saben que tenés SIDA.
Allá tenía un conocido… Un travesti que se había ido de aquí a probar
suerte. Tenía un horrible departamentito en el Bronx… En un edificio espantoso
e inseguro. Se lo pagaba la pareja.
ELLA: ¿Vivían con la pareja?
EL: Si. Bueno… No. La pareja llegaba de visita. Era un
tipo medio mafioso, que le daba tanta protección como golpizas. Al principio no
di problemas, y hasta ayudaba con los quehaceres de la casa. Yo aparentaba no
enterarme de lo que pasaba allá, y ellos no me tomaban mucho en cuenta; hasta
que el matón supo que yo tenía SIDA e inmediatamente me invitó a largarme. Yo, muy obediente, alisté rapidísimo las valijas
y me vine en el primer vuelo que conseguí. Aunque me gasté mis ahorros, estoy
más seguro aquí con SIDA, que viviendo con un mafioso neoyorquino.
ELLA: (Con retintín). ¡Anjá! Tan peligroso que es Nueva York...
EL: (Cortándola). Apenas llegué, me llamaste y me contaste que te estabas muriendo. No
fuiste nada sutil, por cierto.
ELLA: ¿Para qué ser sutil con la muerte?
EL: Si… ¿Para qué?
ELLA: ¿Te sentís mejor? ¿Seguimos?
EL: Dame un momento. Antes… Me agité demasiado…
ELLA: Yo… Estoy muy apenada contigo.
EL: El avergonzado soy yo. No debí decirte lo de Julio
César tan de golpe.
ELLA: Debiste decírmelo antes.
EL: O no debí decírtelo nunca.
ELLA: De alguna manera me hubiera enterado.
EL: ¿Por qué tenías tanta necesidad de saberlo?
ELLA: Por mi hija.
EL: ¿Tu hija es de Julio César?
ELLA: No. Es que… Ella… (Llora). ¡Mi hija está embarazada de Julio César!
EL: ¡Mierda! ¡Qué telenovela!
ELLA: ¿Hace cuánto dejaste de acostarte con Julio
César?
EL: Hace años.
ELLA: ¡Qué alivio!
EL: ¿Alivio? ¿Por qué alivio? No puede ser que… No
quiero ni pensar que… ¿Te preocupaba que yo le hubiera pegado el SIDA a Julio
César, y que él se lo hubiera transmitido a tu hija?
ELLA: ¡No seas imbécil! ¡Si apenas me acabo de enterar
de que ustedes dos se acostaban!
EL: ¿Por qué diablos estás haciendo esta romería?
¿Para que Julio César se muera?
ELLA: ¡La única que quiere morirse soy yo!
EL: ¡Pues mirá que suertera! ¡Ya vas bastante
adelantadita!
ELLA: Está comenzando a llover.
EL: El cielo se cubrió y ya no veremos la lluvia de
estrellas.
ELLA: (Abre la mochila. Saca una sombrilla, la abre
y se cubren). ¿Vos sabés si Julio César se volvió
a acostar con Eugenia?
EL: ¿No podríamos dejar de hablar de ese tipo?
ELLA: Contestame.
EL: No.
ELLA: ¿No se acostaron o no me vas a contestar?
EL: Simplemente… no. (Silencio).
ELLA.- Caminemos… (Se levantan. El da un par de
pasos. Ella le habla, tímida). ¿Puedo volver a
apoyarme en tu hombro?
EL: Soy tu amigo y lo seré siempre.
ELLA: ¿Puedo?
EL: Podés. (Ella se apoya en el hombro de El. Caminan. La
renguera de ella es muy evidente). No estás bien.
ELLA: Es por el frío. Y por el clima… Está muy húmedo.
Todo junto me afecta mucho… ¡Y más cuando hay luna!
EL: Hoy no hay luna.
ELLA: ¡Hay Luna Nueva, y es la peor!: No se ve, pero
tiene un influjo terrible. No deja que sanen las heridas, alborota las
cicatrices… (Trastabilla). ¡Ay!
EL: Allá hay un palo de escoba que te puede servir de
bordón. Te lo traeré. (Sale).
ELLA: ¡Qué mierda!
EL: (Regresa limpiando un palo de escoba). Tomá.
ELLA: ¿Ya te cansaste de soportarme?
EL: No, pero te aliviará la caminata… Digo… Si es que
querés seguir…
ELLA: Eso no está en discusión. Si no sigo, yo… ¡Ay!
¡Cómo me duele la pierna!
EL: ¿Nos sentamos?
ELLA: ¡No, o no llegaremos nunca al santuario!
EL: Y si no llegamos… ¿Qué? ¡San Simón Cirineo tendrá
en cuenta lo que hemos caminado con tanto esfuerzo! (Un alegre alboroto juvenil opaca
los rezos y cánticos).
ELLA: ¡Qué escándalo arman esos!
EL: Los jóvenes vienen a divertirse. ¡Ya quisiera yo
ir con ellos!
ELLA: Valen más nuestros pasos.
EL: ¿Por qué les restás valor a los otros?
ELLA: Tal vez por venganza… Disculpame. (Desaparece la
algarabía, vuelven los rezos).
EL: Al frente va una señora caminando sola, con el
rosario en las manos…
ELLA: Mirale la cara… ¿Cómo es?
EL: Como cualquiera que sufre… Como cualquiera con
esperanza…
ELLA: Son dos cosas muy diferentes.
EL: …Como cualquiera.
ELLA: Dicen que la Virgen María se mezcla entre los
romeros, acompañada por el Cirineo, y que si alguien los reconoce le conceden
tres deseos.
EL: La señora que estoy viendo va sola.
ELLA: ¿Y no se parece a la Virgen o al Cirineo?
EL: No. Pero hay miles donde escoger. Muchos empujan
cochecitos… ¡Llevan a las criaturas muy envueltas, rodando en sus cochecitos
por la pendiente de la carretera! ¡Es muy hermoso!
ELLA: ¿Hermoso? ¡Es irresponsable exponer a los bebés
a este frío y a esta lluvia!
EL: Casi estamos en la cuesta final. Ahí va a ser más
cansado para todos.
ELLA: ¿Lograremos subirla?
EL: ¿Te sigue doliendo la pierna?
ELLA: Ahora ya no tanto. Lo que me duele es… ¡Bah!
EL: ¿Ibas a decir una vulgaridad?
ELLA: No, pero como me tenés prohibido ponerme cursi… (De la chaqueta
saca una media ortopédica y la extiende).
El: Lástima que nos haya quedado ese recuerdo tan feo…
ELLA: ¿Lo de la pierna? ¡Por favor! ¡Yo hasta me río
cuando me acuerdo!
EL: Fue culpa mía.
ELLA: ¡Todo estaba escrito! ¡Tenía que pasar!
EL: ¡Maldita feria!
(Transición. Ambos jóvenes de nuevo. El murmullo romero se revierte en
aires de feria. El hace que remueve una tómbola. Mira inquieto hacia los
lados). ¡Pronto tendremos un ganador! ¡O
ganadora! Echen un papelito con su nombre en esta tómbola… ¡Llamen a su suerte!
¡Llévese esta maravillosa bicicleta “unisex”, de las que están de moda! Eche
aquí su papelito… ¡Échelo ya y participe y gane!
ELLA: (Que ha estado distraída por ahí, se acerca a
El. No renguea). ¡Parecés los que salen en las
películas del oeste anunciando jarabes milagrosos!
EL: ¡En esto quise colaborar!
ELLA: ¡No mintás! Estás ahí porque ninguno de los
compañeros quiso hacer el ridículo, y a vos te obligó el profesor guía. Vos lo
que querías era mostrar trucos de magia, pero los curas dijeron que eso era
demoníaco y no te dejaron.
EL: Yo nunca miento.
ELLA: ¿Ni con los trucos de magia?
EL: ¡Son ciencia!
ELLA: Será la ciencia del engaño.
EL: Nunca se sabe los caminos que el destino nos
prepara para que hagamos el bien.
ELLA: ¡Parecés boy
scout!
EL: “¡Siempre listo!”
ELLA: ¿Y aquí vas a hacer tu buena acción del día? (El asiente). A ver… ¿Qué hay que hacer para participar?
EL: Escribir el nombre en uno de estos papelitos y
depositarlo en la tómbola.
ELLA: ¿Y cuánto hay que pagar? Porque yo…
EL: Nada. Es gratis.
ELLA: ¿Gratis?
EL: Si. Es el premio que ofrece el colegio a los que
vinieron a la feria.
ELLA: ¡Qué raro! En este colegio jamás dan nada… ¡Aquí
cada centavo cuenta!
EL: Regalar una bicicleta no es mucho.
ELLA: ¿Para éstos?
EL: No seas así, tienen cosas buenas.
ELLA: Decime una
EL: (Con intención). Dan becas…
ELLA: ¡Para justificar gastos! O para no pagar
impuestos o porque los obliga el Ministerio de Educación, pero jamás por
generosidad. ¡Aquí nada es gratis!
EL: Pues esta rifa, si.
ELLA: ¿Y yo qué haría con esa cosa? Ni sé andar en
bicicleta...
EL: Yo te enseño.
ELLA: ¿Vos?
EL: No es tan difícil.
ELLA: ¿No?
EL: Podríamos ir juntos hasta el aeropuerto, a ver los
aviones… ¡Apuntate!
ELLA: No sé… (El hace que le pasa un papel). Bueno… ¡Está bien! (Ella hace que escribe algo y que “lo deposita” en “la
tómbola”). ¡Aquí va! (Mira
hacia “la bicicleta”). Es bonita esa
bici… (Se aparta).
EL: (Hace que toma un papel y escribe. Lo oculta
en la mano y sigue “girando” la tómbola). Y ahora sí… ¡Acérquense! ¡Es hora de saber quién se llevará esa
maravillosa bicicleta! Gira la tómbola… Gira… Y… (“Mete” la mano en la tómbola y
“saca” un papel. Hace un “pase”
mágico y lee). ¡Sorpresa! La ganadora es nuestra
querida compañera… (Transición. Cesa el aire festivo. Vuelve la romería).
ELLA: (Sombría). Yo.
EL: Si. ¡Vos!
ELLA: ¡Gané la bicicleta porque hiciste trampa,
Manitas Mágicas!
EL: Ganaste porque te tocaba ganar.
ELLA: Lo hiciste por lástima.
EL: ¡Mi intención era buena! (Transición.
Ocasionalmente se oye ruido de aviones. Juveniles, ambos hacen que van en
bicicleta. Desde la suya, El “sostiene” precariamente la de ella). Mantené bien
el equilibrio. ¡No te inclinés! ¡Sostené la manivela!
ELLA: (Mima ir con mucha inestabilidad). Estoy mareada. Esto no se queda quieto…
EL: Dicen que una vez que aprendés a andar en
bicicleta, nunca más se te olvida.
ELLA: Dicen que lo mismo pasa cuando uno aprende a
coger.
EL: ¡Dejá de decir vulgaridades y concentrate! (Hay ruido de
camiones en compresión).
ELLA: (Aparenta más estabilidad). Parece que ya me sale mejor…
EL: Vas bien… Vas bien… ¡Si!
ELLA: ¡Tenías razón: es muy bonito! Lástima el ruido
que hacen todos esos furgones que bajan por la carretera…
EL: Pedaleá un poco más fuerte.
ELLA: Así voy bien, dejame.
EL: No, no. ¡Tratemos de ir más rápido! (Hace que coge
“el manubrio” de la “bicicleta” de ella, y que apura a pedalear).
ELLA: ¡Que no! ¡Imbécil! ¡Soltá mi manivela!
EL: Esto es como aprender a nadar: ¡Hay que tirarse al
agua para perder el miedo!
ELLA: ¡Soltame! ¡Soltame! (Pierde equilibrio).
EL: ¡Que no! ¡Pedaleá!
ELLA: (Trata de que El suelte el manubrio). ¡Que me dejés!
EL: ¡Está bien! ¡Hacelo sola!
ELLA: (Ha perdido el control de la
"bicicleta”. No “pedalea”. Simplemente se “sostiene” del “manubrio”). ¡No me soltés! ¡Voy muy rápido! ¡No me dejés!
EL: ¡Doblá la manivela! ¡Doblá la manivela! (Ella
evidentemente lo hace). ¡Pero no
tanto, que te estás metiendo en media carretera! ¡Quitate de ahí!
ELLA: ¡No puedo! ¡No puedo!
EL: ¡Cuidado! ¡Cuidado! (Se oye la fuerte bocina de un furgón. El “gira” su
“manubrio”, y sale de escena. Ruido de frenazo y explosión de sonidos
metálicos, que apagan el grito de Ella. Ella queda tendida en escena. Sirena y
luces de ambulancia. Transición. La sirena se desvanece, pero la luz se mantiene. Vuelta a la romería; de
fondo, tenues rezos y cánticos:
-“Perdona a tu pueblo, Señor…”).
ELLA: ¡En estas romerías siempre pasa algo!
EL: ¡Otro accidente! Hay demasiada gente que hace la
romería en bicicleta.
ELLA: Esa luz… Esa luz…
EL: El chofer del furgón murió.
ELLA: ¿Será por eso que la vida nos ha castigado
tanto?
EL: Nosotros no lo matamos.
ELLA.- ¿No? (Silencio. Ella le pasa la sombrilla y luego
se pone la media ortopédica). Caminemos. (Vuelve a
apoyarse en El y en la escoba).
EL: Caminemos. (Los cantos aumentan:
-“…Perdona a tu pueblo…
¡Perdónalo Señor!”).
II
ELLA: ¿Cuánto falta?
EL: Aquel rótulo dice que tres kilómetros.
ELLA: Está garuando más fuerte. (Se juntan más
bajo la sombrilla). ¿Por qué
quisiste hacer esta romería conmigo?
EL: Cuando llamaste a Eugenia para proponérselo, me
pareció una buena idea.
ELLA: Yo quería hacerla con ella, no contigo.
EL: ¡Gracias!
ELLA: Entendeme: estoy por morirme y quería aclarar
algunas cosas de mi vida. Yo pensé que ella tenía algunas de las respuestas.
EL: Cuando estás por morirte, da igual quien tenga las
respuestas.
ELLA: (Niega). Me preocupaba que Eugenia aún se acostara con Julio
César.
EL: ¿Varias décadas después?
ELLA: A veces pasa. Y si hubiera sido así, mi hija podría… (Calla).
EL: Mejor no sigás. (Pausa). Eugenia no
habría podido caminar tanto.
ELLA: ¿Realmente está tan mal? (El la mira,
significativamente). Nos hemos
hablado por teléfono, pero hace tiempo que no la veo y no sé si...
EL: ¿No se le nota hasta en la voz?
ELLA: Por estar preocupada por mi enfermedad, no noto
las de los demás. ¡Quién iba a pensar que Eugenia…!
EL: ¡Nadie! De mi, al menos muchos se lo imaginaban…
¡O me lo deseaban!
ELLA: No digás eso.
EL: Pero es verdad. ¡En este país, hasta los políticos
prefieren un voto menos que un marica más!
ELLA: Aquí el piso está un poco resbaloso. Ayudame. (El la sostiene más fuerte).
EL: Tengo ganas de orinar.
ELLA: Hasta donde recuerdo, debemos estar cerca de una
gasolinera.
EL: Tengo ganas de orinar, no de cambiarme el aceite.
De todas maneras, falta mucho para llegar a la gasolinera, y lo que viene es la
cuesta. A ver… Ahí hay un lote enorme...
¿Podés esperar un momento sola?
ELLA: Si.
EL: Tomá la sombrilla.
ELLA: No. Llevátela. Si pescás un resfrío, para vos es
peor.
EL: (Le deja la
sombrilla). No te movás de aquí, que a estas
alturas esto es una exageración de gente. (Sale. La lluvia no
apaga los rezos. Ella mima que constantemente choca contra algo o contra
alguien. Impotente se agacha y se aovilla, para que la sombrilla la cubra más.
El regresa apurado, cubierto con una gran bolsa plástica). ¡Levantate para que me tapés con la sombrilla!
ELLA: (Se levanta). Acurrucada me mojaba menos.
EL: Aquí traigo la solución: un tipo está vendiendo
estas bolsas de basura, que sirven como capas. Compré dos, dejame ponerte una.
(El le coloca la bolsa con simpática dificultad, dado lo incómodo que
resulta por el palo de escoba, la mochila y la sombrilla). ¿Ves? Así está mejor.
ELLA: ¡Envuelta en una bolsa de basura! ¡Si me muero
en este momento, ya les adelanté trabajo a los forenses!
EL: ¡Dejá de decir burradas!
ELLA: ¡Tengo los pies empapados! ¡Hacen squish-squish cuando camino!
EL: Caminando se nos calentarán, ya verás.
ELLA: Deberíamos envolverlos en periódicos.
EL: ¿Y de dónde vamos a sacarlos?
ELLA: En la mochila ando un diario viejo.
EL: ¡Esa mochila es un cofre pirata!
ELLA: ¿No hay un alero para ponérnoslos?
EL: No. Pero podríamos devolvernos un poco y…
ELLA: ¡Jamás! ¡Yo en la vida no me devuelvo en nada!
¡Y menos en una romería! ¡Quedaría salada para siempre!
EL: ¿Más de lo que estás?
ELLA: ¡Andate a la mierda!
EL: Está arreciando la lluvia. Apurémonos.
ELLA: ¡No me llevés tan rápido! ¡Me vas a matar antes
de tiempo!
EL: Dame la mochila.
ELLA: ¡Que no!
EL: ¡Necia!
ELLA: ¡Estoy hecha una sopa!
EL: ¡Ahí hay una parada de buses! (Apuran, pero
merman el paso de repente). No, ni
corramos: ¡Está totalmente ocupada! ¿Eh?...
ELLA: ¿Qué pasa?
EL: Que la parada está llena de gente, pero los
adultos están del lado de afuera, y en el centro hay un montón de cochecitos…
¡Los adultos hacen un círculo para proteger a los niños de la lluvia!
ELLA: Eso es hermoso.
EL: No tanto. Todos están empapados.
ELLA: La lluvia y la muerte no perdonan.
EL: (Desciende el
sonido de la lluvia). La lluvia está
mermando.
ELLA: Se nos acaba el invierno.
EL: ¡Si! Estas son las últimas lluvias. Mi madre les
decía “agonías”.
ELLA: Agonías… (Cesa el sonido
de la lluvia).
EL: ¡De pronto se vino el chaparrón y de pronto se
quitó, justamente cuando llegamos a la cuesta!
ELLA: Quiero ponerme el papel periódico en los pies.
¿Hay dónde?
EL: Ahora sí, porque los de la parada de buses ya
siguieron con la caminata. ¡Vamos ahí! (Van).
ELLA: Ayudame con la mochila. (El la ayuda a quitarse la bolsa de plástico y le alcanza la mochila. Se
sientan. De la mochila, ella saca una hoja de periódico y la parte por la
mitad. Se quita un zapato. Con media hoja entrapa y trata de secar el pie; y
con la otra media hoja lo envuelve y se calza. Toma otra hoja y se la pasa a
El, que imita las acciones de Ella. Ambos repiten todo con el otro pie).
EL: Realmente se siente uno mejor.
ELLA: Te lo dije. ¿Querés que te guarde la… “capa”?
EL: No. Puede llover de nuevo. Y vos deberías volver a
ponértela.
ELLA: Mejor no. Me acalora mucho. (Sacude la bolsa, la envuelve en periódico y la mete en la mochila, con
el periódico sobrante. Saca una carterita, y la deja a un lado).
EL: El aguacero despejó el cielo.
ELLA: ¡Y ya de nuevo oigo a las monjas! ¿Hay
estrellas?
EL: Empieza a verse una que otra…
ELLA: ¿Una que otra estrella?
EL: No: una que otra monja.
ELLA.- ¡Otra vez! Pero… ¿No se habían adelantado? ¿O
las pasamos y no nos dimos cuenta? ¿Son las mismas?
EL: No sé. ¡Todas me parecen iguales! En cuestión de
monjas, no distingo razas.
ELLA: Hay diferentes congregaciones.
EL: Yo solo diferencio a La Monja Voladora de La
Novicia Rebelde.
ELLA: ¡Muy gay!
(Vuelven los cánticos:
-"Perdón ¡Oh, Dios mío! ¡Perdón, indulgencia!
¡Perdón y clemencia! ¡Perdón y piedad!”).
EL: Éstas van más desganadas que las anteriores. (Descienden los
cánticos).
ELLA: Conforme la gente se acerca al santuario, todo
se hace más silencioso…
EL: En el último kilómetro hay que comprar la cruz del
Cirineo, para que la manda se cumpla.
ELLA: Aún no me has dicho por qué viniste.
EL: ¡No hay que decir las peticiones!
ELLA: Las que le hagamos al Cirineo, no; pero… ¿Por
qué otra razón estás aquí?
EL: Por acompañarte. Sola no hubieras podido venir.
ELLA: Me las habría arreglado. ¿Qué más?
EL: ¿Por qué suponés que hay algo más?
ELLA: Porque te conozco bien.
EL: Estás imaginando cosas.
ELLA.- Mirame de frente.
EL: Da igual. Estás casi ciega.
ELLA: No importa. Sabré si me ocultás algo.
EL: ¡Si ni siquiera te diste cuenta de lo acabada que
está Eugenia!
ELLA: Eugenia poco me importa.
EL: ¿Realmente te importa alguien?
ELLA: Mi hija.
EL: En toda la noche has hablado poco de ella.
ELLA: Pero en toda la noche no he dejado de pensar en
ella.
EL: La verdad es
que me gustaría saber más de...
ELLA: Basta con que sepás lo del embarazo. En parte
fue mi culpa.
EL: ¿Tu culpa?
ELLA: Luego del accidente me atrasé con los estudios,
perdí el curso y la beca y…
EL: Yo también solo llegué hasta tercer año. Me
expulsaron y nunca pude volver al colegio.
ELLA: Porque te encontraron haciendo cochinadas con
uno de primer año.
EL: ¡De segundo! Nunca fui sátiro.
ELLA: ¿Te acordás de lo que siguió después?
EL: No. Nos veíamos poco.
ELLA: Porque vos no quisiste.
EL: ¿Así lo creés?
ELLA: Ahora así lo sé. Yo creía que era porque te
culpabas del accidente y de que yo no pudiera seguir estudiando, pero hoy que
me confesaste lo tuyo con Julio César, veo que también te culpabas por quitarme
el novio.
EL: Siempre he vivido con culpas propias y ajenas.
ELLA: Cuando quedé embarazada, hacía rato que ni veía
ni tenía relaciones con Julio César. Mi hija nació y creció sin que él la
llegara a conocer. Fue hasta hace poco que el destino los juntó, y pasó lo que
tenía que pasar.
EL: ¿Y cuál parte es culpa tuya? Julio César ya está
bastante crecidito y sabe lo que hace. Ahora que en cuestión de mujeres,
siempre le gustaron menores que él.
ELLA: Y a mi hija le atraen los hombres mayores. (El estornuda). ¡Salud!
EL: Gracias.
ELLA: Vení aquí, que en este ángulo veo un poco mejor.
El tumor todavía no me ha dejado tan ciega. (El se coloca a
donde ella dice). A vos no se
te ve tan mal.
EL: Hay muchos estereotipos…
ELLA: No, no. No se te ve mal.
EL: Estoy bien medicado.
ELLA: ¿Por qué mentís?
EL: (En un susurro). Yo no miento.
ELLA: ¡Si!: Mentís. Mentís mucho. Mentís como mentías
con tus trucos de magia, pero no entiendo por qué a mí.
EL: Yo – no – miento.
ELLA: ¿Pensás que te creí la historia del mafioso de
Nueva York?
EL: ¿Creés que…?
ELLA: Que te fuiste con uno de tus clientes, y que
cuando se dio cuenta de que le robabas, te tiró a media calle.
EL: Bueno… Inventé lo del travesti, pero lo del
mafioso no. Fue el que me alzó de la calle.
ELLA: Yo no te juzgo. Por eso no entiendo por qué me
mentís tanto.
EL: Será por defensa… Será por costumbre…
ELLA: ¿Será por miedo? Cuando ustedes los gay mienten…
EL: “Ustedes” los gay. ¡Todo el mundo miente!
ELLA: Si… Y siempre hay detrás algún secreto...
EL: ¿Qué te pasa? ¿Por qué me atacás?
ELLA: Perdoname. (Pausa). ¿Qué fuiste a
hacer a Nueva York?
EL: ¡A tratar de ganarme la vida! ¡A putear! ¿Y qué?
¿A quién le hice daño?
ELLA: Solamente a vos mismo.
EL: Falta poco para llegar. Tenemos que seguir. (Carga la
mochila y camina).
ELLA: ¡Dame la mochila!
EL: ¡Vos no estás para nada ciega! ¿Y sabés? ¡Creo que
no tenés ningún tumor!
ELLA: ¡Que me des la mochila! (Hace un
esfuerzo, lo alcanza y se cuelga de la mochila cediendo su peso, haciendo que
él se vaya de espaldas. Ambos caen al suelo).
EL: ¡Por tu culpa nos embarrialamos enteros!
ELLA: (Con leve forcejeo intenta quitarle la mochila.). ¡Dame! ¡Dame la mochila!
EL: (Le arroja la mochila). ¡Tomala, pues! ¡Parece que en esto te fuera la vida!
ELLA: ¡Me va! ¡Loca de mierda! (Rebusca en la
mochila). ¡Me va! (Saca unas pastillas). ¿Dónde está el agua?
EL: La botaste, para no darme.
ELLA: ¡Necesito agua!
EL: ¡Dejá de hacerte la enferma!
ELLA: ¡Vos sos el que se inventa enfermedades! ¡No
tenés SIDA!
EL: ¡Ni vos cáncer!
ELLA: (De súbito se quita una peluca y bajo una malla luce
calva). ¿Y esto? (Pausa). ¿Sabés lo que es la quimioterapia? ¿Realmente sabés
lo que es estar esperando la muerte? (Se toma la pastilla en seco).
EL: ¿Vos qué creés?
ELLA: ¡Seis! ¡Cinco! (Conforme cuenta, se desmorona). Cuatro… Tres… (El
la sostiene). Dos… (No llega a decir el último número. Llora).
EL: ¡Hagámonos para acá, que estamos haciendo un
papelón! (Van a un lado de la escena. El la abraza, le acaricia la cabeza; toma la
peluca, la compone a su manera y amorosamente trata de volver a ponérsela. Ella
se resiste débilmente). ¡Dejame! (Ella cede. El le pone la peluca, amoroso). Soy un imbécil. (Ella toma la
mochila. Preocupada, rebusca). ¿Qué buscás?
ELLA: Mi cartera. ¡Estaba aquí y no la encuentro! Ahí
tengo las toallitas desechables, pero también la plata…
EL: ¿Estás segura de que la traías? (Ella asiente). ¿No la habrás…? (Estornuda).
ELLA: (Con dificultad busca en derredor, hasta que encuentra
la carterita). ¡Aquí está! (Saca toallas desechables y se enjuga las lágrimas
y la nariz).
EL: Parece que conservás bastante bien la visión
periférica…
ELLA: Conservo mejor los recuerdos periféricos.
EL: Yo… Quiero decirte algo… Quiero pedirte…
ELLA: No es buen momento ni para hablar ni para
escuchar… (El murmullo de
los romeros es débil. Sobresale una guitarra que acompaña a voces infantiles
que cantan:
-“¡Oh! Santo Simón Cirineo, que a Cristo ayudó con la
cruz
Perdónanos nuestros pecados, y bríndanos toda tu luz”.
EL: (Estornuda un par de veces). ¡Tengo frío!
ELLA.- (Toma el palo de escoba). ¡Sigamos! Caminando nos calentaremos. (Caminan). ¿Qué dice el
rótulo?
EL: Que falta menos.
ELLA: Ya es casi imposible caminar a buen paso.
EL: ¡Estamos en medio de un purgatorio de almas! ¡Es
la parte más concurrida!
ELLA: ¿Estamos cerca de los puestos donde venden las
cruces?
EL: ¡Al frente!
ELLA: (Le da una moneda). Tomá, comprame
la cruz del Cirineo.
EL: Iré a comprarlas. (Sale. Se oye el rumor de un frenético mercado. Ella queda sola, guarda
la cartera y se pone la mochila al hombro. Es evidente que la empujan. Con el
palo se defiende del “tumulto”. El vuelve, trastabillando, con dos cruces de
alfarjías) ¡Casi me matan! Toma tu cruz.
ELLA: ¿Y la tuya?
EL: Aquí la cargo.
ELLA: Ya estamos más cerca del final.
EL: ¿Estás lista?
ELLA: Ya casi estoy preparada.
EL: Dicen que siempre, al final de la romería alguien
muere y que esa persona es la escogida por el Cirineo para liberarla de todos
sus pecados, y llevarla directamente al Cielo.
ELLA: ¿Cambiarías lo que te queda de vida por irte
directo al Cielo?
EL: No. Me gusta la vida, aunque quede solo un ratito.
ELLA: A mi también. (Cargan su cruz al hombro. Vuelven los cánticos:
-“Perdón, ¡Oh, Dios mío!
¡Perdón! ¡Indulgencia!…"
La luz baja
hasta la penumbra. También descienden los rezos, los cánticos, los pregones y
el murmullo general, para suavemente dar paso a un clima silente).
EL: Yo… Quiero pedirte perdón.
ELLA: Si necesitás hacerlo, hacelo.
EL: Perdón.
ELLA: No tengo nada que perdonarte.
EL: Las culpas son un peso muy incómodo.
ELLA: Apenas lleguemos al santuario te confesás, el
cura te perdona… ¡Y ya!
EL: La religión es muy cómoda.
ELLA: Sobre todo cuando nos hace caminar doce
kilómetros bajo la noche cerrada, empapados, enfermos y cargando una cruz. Yo,
que detesto a los curas y no creo en milagros, aquí voy en medio de una romería
católica…
EL: Nadie nos obligó.
ELLA.- Cuando la muerte se acerca, es mejor no
recibirla sola. La verdad, me hubiera dado igual estar en un estadio lleno.
EL: (Carraspea). ¡Jm! Me arde
la garganta.
ELLA: ¡Quisiera mandar todo esto a la mierda!
EL: “Cuestión de fe”. (El escenario empieza a llenarse de humo ralo. El
tose).
ELLA: ¿Será cierto que cuando uno se planta y lucha
por lo que desea, todas las fuerzas del cosmos se unen para apoyarnos?
EL: Lo que parece cierto es que cuando uno se está
muriendo dice cualquier ridiculez. (Ella lo fulmina con la mirada). ¡O se acerca a la religión!
ELLA: ¡Cuando uno se está muriendo y no quiere
morirse, se acerca a lo que sea, con tal de seguir viviendo! (El humo ya no es tan tenue).
EL.- ¡Niebla! En esta parte del camino, y a esta hora,
hay mucha neblina baja.
ELLA: Son nubes.
EL: ¡No se ve el resto de la gente!
ELLA: ¡También están perdidos en la neblina!
EL: No me gusta este silencio.
ELLA: Todos se encierran en sí mismos y se concentran
en sus oraciones… Ya es hora de que te des cuenta de que…
EL: ¡No lo digás!
ELLA ¡Estamos muertos!
EL: ¡Muertos de cansancio y de frío! (La neblina lo
envuelve todo. Tose).
ELLA: ¡Si! (Tose por el humo, ahora mezclado con incienso).
EL: No se oyen ni los cantos ni los rezos.
ELLA: ¡Por suerte! ¡Porque si oigo a otra monja
cantando Cumbayá, me arranco las venas a mordiscos!
EL: Me arden los ojos. ¿Por qué echarán tanto incienso
en esta parte?
ELLA: A los curas les gusta crear cortinas de humo. (Se escuchan quejas que imploran, dolientes). ¡Ay! ¿Qué es esto?
EL: ¿Qué pasa?
ELLA: ¡Majé algo!
EL: El suelo está muy resbaloso… ¡Está lleno de
aserrín!
ELLA: ¡Majé
unas frutas! ¡Qué asco!
EL: ¡Son las ofrendas en el altar de las Ánimas
Consoladoras del Vía Crucis!
ELLA: ¡Llegamos a la primera estación!
EL: Si, al altar de las almas quese dolieron cuando
Jesús cayó con la cruz frente a ellas. La tradición dice que hay que quejarse
frente a este altar.
ELLA: La tradición también dice que hay que darse con
una piedra en el pecho… ¡Y no pienso hacerlo!
EL: (Se lamenta, pero le sale muy falso). Aahh… Aaahhh… ¡Ah-aahh-aaahhh!
ELLA: ¡Parecés una película porno!
EL: ¡Si vine hasta aquí, voy a cumplir con todo! Ah…
Ahh… (Lo corta la tos). ¡Cof, cof!
ELLA: Seguí quejándote y te vas a ahogar.
EL: Te vas a condenar porque no hacés lo que pide la
tradición. ¡Y encima destripas las frutas que dejaron en el huerto!
ELLA: No creo que me vaya al infierno por majar
jocotes.
EL: ¿Vamos a dejar una ofrenda?
ELLA: ¡No! ¡Todo esto es un puro timo! Les comprás las
frutas a los vendedores, las dejás aquí con devoción, te quejás hasta el
cansancio, y apenas te alejás un paso, vienen esos sinvergüenzas y las recogen
para volverlas a vender.
EL: ¡Al menos lo hacen para ganarse la vida!
ELLA: ¡Hay otras maneras más decentes de ganarse la
vida!
EL: ¿Cómo por ejemplo qué? ¿Nuestros oficios?
ELLA: ¡Callate!
EL: No, no me callo. Vos juzgás muy duramente a los
demás, y se te olvida que nosotros también hemos vivido de timos.
ELLA: ¡Callate, o te arreo con esta cruz!
EL: ¡No hay que ver la paja en el ojo ajeno, sino la
viga que hay en el propio! ¿O cómo creés que te juzgarían todos éstos, si
supieran que hasta te han llevado presa por estafar a la gente, haciéndote
pasar por bruja?
ELLA: ¿Con qué autoridad me sermoneás, chulo Manitas
Mágicas?
EL: ¡Conmigo nadie salió engañado! ¡Me cobré lo que
entregué!
ELLA: ¡Yo también! ¡La gente llegaba a que yo les
dijera lo que querían oír! ¿O no te has enterado de que los pobres no pagan
siquiatras? ¡Pagan adivinas y brujos! O van donde el cura para que los enrede
más…
EL: ¿Pero a vos qué diablos te hicieron los curas?
ELLA: ¡Destrozarme en el colegio! ¡Marcarme como a una
perdida cuando quedé embarazada! ¡Cagarme la vida! ¡Hasta fue un cura el que me
denunció con la policía por lo de la brujería! Cuando me llevaron presa, traté
de explicarles que lo hacía por ayudar a la gente, pero nadie quiso oírme. Yo
casi ni cobraba. Apenas lo necesario para subsistir con mi hija…
EL: Las brujas de barrio siempre son muy útiles...
ELLA: Voy a hacer una nueva vida.
EL: Te queda poco tiempo.
ELLA: De nada valieron los años que estudié.
EL: Valieron para conocernos. ¡Ah! Y para saber que
hay un libro que se llama La Divina Comedia… El colegio no sirve de mucho para
una becada y un marica.
ELLA: Muchas becadas y muchos maricas han salido
adelante.
EL: En circunstancias diferentes a las nuestras, y con
otros “talentos”.
ELLA: (Tose). ¡Vayámonos! ¡No aguanto el humo!
EL: ¿No vas a quejarte ante las Buenas Ánimas?
ELLA: “¡Ay-ay-ay!” ¡Ya! ¡Vámonos! (Caminan. El incienso se dispersa).
EL: ¡Puaj! ¡El olor se queda pegado! (Tose
repetidamente).
ELLA: Tratemos de no pasar cerca de los dos altares
que nos faltan.
EL: Nos podemos brincar el segundo, pero el tercero
no. En el tercero hay que comprar el cirio del Cirineo.
ELLA: ¡Esto parece un Centro Comercial!
EL: Al menos asumiste tu cruz.
ELLA: ¡Para no ir contra corriente!
EL: Dicen que ese dinero es para los pobres.
ELLA: ¡Pues algo debería tocarme! El Seguro Social no
me cubre todo el tratamiento ni...
EL: Igual me pasa a mi, y es carísimo.
ELLA: ¿Realmente estás…? (El asiente). ¿Sin engaños?
EL: Ya no tenemos mucho tiempo para engaños.
ELLA: Ahora la que debe pedir perdón soy yo.
EL: Nos hemos perdonado desde siempre… Y lo principal
es que…
ELLA: …Nos tenemos uno al otro. (El estornuda y
lo sacuden escalofríos. Ella lo observa atentamente). No debiste venir.
EL: Vos tampoco. (Estornuda).
ELLA: Hay
que hacer la vida lo más normal que se pueda.
EL: Yo no quiero rendirme. En cualquier momento
encontrarán la cura… ¡Y yo quiero ser de los sobrevivientes! (Estornuda).
ELLA: ¡Salud!
¿Creés que esta caminata te ayudará?
EL: Puede que sí…
ELLA: Podría empeorarte.
EL: Puede que no…
ELLA: ¿Por qué te arriesgás? (El se alza de hombros). Con que yo
camine aquí, el tumor no va a crecer más; pero para vos, un simple resfrío
podría…
EL: (Los escalofríos
lo remecen). Me gustaría tomar algo caliente.
ELLA: Yo hubiera traído café, pero no tengo termo.
EL: Te regalaré uno cuando regresemos. ¿Te puedo
conceder otro deseo?
ELLA: Si. Decime por qué viniste. (El tose mucho). Paremos un momento. (Se detienen. Les cuesta mantenerse firmes, aparentemente por los
empujones que reciben, pero Ella logra mantenerse quieta frente a El). ¡Viniste por mi! (Silencio). Es por mí,
¿verdad? (El quita la vista. Ella le toma las manos). ¡Estás muriéndote, pero viniste para que yo no me
muriera sola! (A El se le
escapan unas lágrimas. Con la mano Ella le limpia la cara). No llorés.
EL: No estoy llorando… Me arden los ojos por el
incienso… O por el frío… (La mira y
llora).
ELLA: ¡Salgámonos de este tumulto! (Miman que se apartan de una masa en movimiento). ¿Hay algo donde sentarnos?
EL: Aquí. (Se sientan. El
tiembla mucho. Ella pone la mochila en el suelo. Se oye un pregón: -“¡Café!” “¡Café caliente!”). ¡Café!
ELLA: ¡No te movás! ¡Yo te lo traigo!
EL: ¡Vos no podés ver ni tu nariz… ¿Y pretendés
caminar entre ese gentío?!
ELLA: ¡San
Simón me guiará! (Se levanta, y
con el apuro que le permite su situación, apoyada en el palo y en la cruz, mima
colarse dificultosamente entre la gente, hasta que sale. Inmediatamente
regresa, de la misma angustiante manera, que por incómoda tiene algo de
graciosa). ¡No llevé plata! (Busca en la mochila, pero El, con dificultad por los
calofríos, saca unas monedas de su bolsillo y se las da). Gracias. (Ella de nuevo
“se abre” paso entre la gente y sale. Su voz se oye afuera). ¡El del café! ¡Aquí! ¡Café! ¡Soy ciega y quiero un
café! (El estornuda. Busca en la mochila, saca periódicos y
se los mete entre la camisa, procurando calor. Ella vuelve con café en un
vasito desechable). Viene medio
lleno porque, entre los empujones, se me regó la mitad encima de una chiquita. (Le acerca el vaso y le da a beber como a un niño. El,
aovillado, tiembla con los brazos rodeando el cuerpo). Esto te hará sentir mejor.
EL: Gracias. (Toma el vasito
por sí mismo).
ELLA: Creo que deberíamos buscar a un médico. No se te
ve bien.
EL: ¡Qué ciega más observadora!
ELLA: Pero no alcanzo a leer aquel rótulo ¿Qué dice?
EL: Que ya nos queda poco.
ELLA: ¿Podés…?
EL: (Asiente. Apura
el café y se levanta). Vamos.
ELLA: (Caminan, con
dificultad). Ha sido una larga jornada.
EL: Para nosotros ha sido más dura que para el resto.
ELLA: A cada quién su cruz. Por cierto, ¿Hasta cuándo
hay que cargarlas?
EL: Según la tradición, hasta el próximo altar.
ELLA: ¿Es el segundo altar?
EL: No, el segundo era uno pequeñito que ni lo vimos
al pasar. Ahora vamos al tercero, que es el último. Ahí hay que dejar las
cruces.
ELLA: Y las recogen para revenderlas.
EL: No. A esta hora, ya no. Las cruces nuestras son de
las que se quedan.
ELLA: Ya debe ser la hora en que oigo las noticias.
EL: ¿Oís noticias en las madrugadas?
ELLA: Si. Todos los días me despierto muy temprano,
con miedo a… No sé… Con miedo. Y me pongo a oír las noticias.
EL.- A veces… Yo tampoco soporto las madrugadas. Hasta
he pensado…
ELLA: ¡Prométeme que no harás ninguna tontera!
EL: Te prometo que si llego a la siguiente madrugada,
oiré radio al amanecer.
ELLA: Es una voz cerca del oído, pero… En mi caso, yo
no oigo las noticias como una persona normal.
EL: ¿Qué querés decir?
ELLA: Que si dicen que hubo una riña y que mataron a
alguno en un tiroteo… Me pasa igual que cuando oigo que encontraron a un
ahogado, o cosas por el estilo: ¡Esas noticias me alivian!
EL: ¿Te alivian?
ELLA: ¡Es terrible, lo sé! Pero cuando me entero de
esas muertes espantosas, pienso en que yo todavía estoy viva y que hay que
seguir adelante, porque a otros les va peor.
EL: ¿Y vos pensás que sos la única?
ELLA: ¿No?
EL: Quedás perdonada por ingenua.
ELLA: Yo tengo que agarrarme de algo para enfrentar el
día.
EL: ¿No te sirve más ponerte a meditar, o a rezar?
ELLA: ¿Rezar? Hace rato que dejé a Dios.
EL: ¡Que no te oiga San Simón!
ELLA: No habría podido quedarme en la casa, oyendo por
radio como miles de personas se adueñan de la esperanza. ¡También yo tengo
derecho al pedacito que me corresponde! Por eso… En parte por eso vine.
EL: (Sombrío). Si. Es peor quedarse con la enfermedad entre cuatro
paredes. Yo también quiero la esperanza al aire libre. (Estornuda).
ELLA: ¡Ya fue demasiado aire libre para vos!
EL: ¿Qué fue lo que pediste?
ELLA: ¡Nada! ¡No he pedido nada! ¡Vine sin saber qué
pedir, esperando que aquí se me ocurriera algo!
EL: Quizá vinimos solo por… (Ella le pone un dedo en la boca, acallándolo).
ELLA: Ha sido una larga confesión… Nos hemos perdonado
mutuamente…
EL.- Nos hemos perdonado a nosotros mismos.
ELLA: Ya quiero deshacerme de esta cruz.
EL: Ahorita. (Un resplandor dorado inunda el escenario). Estamos llegando al tercer altar y está lleno de
velas encendidas.
ELLA: ¡Hay que comprar el cirio del Cirineo!
EL: Quedate
aquí, yo compro los dos. (Sale. Se oyen
las monjas cantando).
ELLA: (Para sí). ¡Malditas monjas! ¡Cállense, desgraciadas! ¡Cállense!
EL: (Regresa con dos velones). Vení…
ELLA: ¡No puedo más!
EL: ¡Si, podés! Hay que dejar la cruz, y encender las
velas en el altar. Acerquémonos. ¡Vamos! (La ayuda a
levantarse y la lleva hacia el “altar”, que parece inalcanzable. El tira su
cruz fuera de escena. Ella, débil pero con decisión, parte la suya y la tira
afuera. Ambos estiran sus brazos con los velones. Las mechas de las candelas
salen de escena. Al recoger los brazos, las velas están encendidas). Hay que apagarla al pedir el primer deseo. (Piensa un momento y apaga la vela).
ELLA: Puedo ver que la luz de mi vela… Coge fuerza…
¡Está viva!
EL: Durante el año encendés la vela cuando querás algo
bueno para alguien…
ELLA: Para alguien que no sea uno…
EL: Si. Solo la primera petición podés hacerla para
vos.
ELLA: No creo que yo llegue a acabar el año.
EL: Uno llega hasta donde quiere llegar.
ELLA: Dame un momento. (Luego de una pausa, apaga su vela suavemente). Ya pedí todo. Por mi, hasta las monjas pueden seguir
cantando.
EL: ¿Los milagros existen? (A lo lejos se oye música campirana festiva). Ya casi llegamos al santuario. (Se nota muy débil. Estornuda).
ELLA: ¡Salud! (El asiente, agradeciendo). De todas estas vamos a salir juntos.
EL: Lo que más deseo es no morirme en una cama, lleno
de llagas, provocando compasión. (Pausa). Me gusta que hayamos
vuelto a ser… Los que éramos.
ELLA: Un poco más viejos…
EL: Un poco más sabios. Yo… Viví sintiéndome mal por
lo del accidente y…
ELLA: Los accidentes son simplemente eso: accidentes.
EL: Entonces… ¿No quedan rencores?
ELLA: Ninguno. (El
la abraza. Se ve muy agobiado. La luz dorada se difumina). Tenés fiebre.
EL: (Se separa y da unos pasos). ¡Aleluya! ¡Ahí
está el santuario! ¡Ya casi llegamos!
ELLA: Ahí hay un rótulo… ¡Y puedo leerlo!
EL: ¿Existen los milagros?
ELLA: ¡Puedo verlo perfectamente!
EL: ¿Si? ¡Leelo!
(Tose. En lo sucesivo lo hará con frecuencia).
ELLA: “¡Bienvenidos!”
EL: ¡Bah! Lo que dice es que la frontera queda a 100
kilómetros.
ELLA: Me da igual. Para mí dice “Bienvenidos”.
EL: Y para el resto del mundo dice cuánto falta para
llegar al país vecino. ¡Y basta! Entremos al santuario.
ELLA: (Luego de una breve pausa). No.
EL: ¿Qué?
ELLA: No voy a entrar.
EL: ¿Cómo?
ELLA.- Lo que oíste.
EL: Pero… Ya estamos casi en la puerta. Yo… Necesito
un médico…
ELLA: No voy a entrar. (Una luz que se intensifica paulatinamente, les ilumina).
EL: ¡La luz de la fachada del santuario me encandila!
ELLA: No la veás.
EL: ¡Entremos, por favor!
ELLA: ¡No! Si entramos se acaba el camino.
EL: En el santuario hay puestos de asistencia…
ELLA: ¿Para qué necesitás asistencia?
EL.- (En un hilo de voz). Para seguir… adelante…
ELLA: Para eso nos tenemos uno al otro. (Luego de una pausa). ¿Alguna vez
pensaste en ir a pie hasta la frontera?
EL: (Luce muy mal,
tiembla). ¿Estás loca?
ELLA: No. ¡Imaginate caminando hasta la frontera!
¡Tengamos fe en nosotros mismos, y sigamos hasta la frontera!
EL: Imposible.
ELLA: Ya no hay imposibles.
EL: No tenemos dinero suficiente… Ni ropa… (La tos le impide continuar).
ELLA: ¡Todo se resolverá! (Tira la mochila a un lado).
EL: ¿Qué hacés?
ELLA: Dejar la carga. Ya todo está consumado.
EL: ¿Todo?
ELLA: ¿Qué tenés que hacer aquí, que no podás hacerlo
camino a la frontera?
EL: (Silencio. Luego muy seguro). Nada.
ELLA: ¿Vamos? (Ella le tiende
la mano y dan unos pasos juntos; con gran dificultad. La intensa luz se
difumina, dando paso a una tenue coloración).
EL: ¡Mirá! ¡Está amaneciendo! ¡Están cayendo las
estrellas fugaces!… Pero nadie parece notarlas… (La escena se puebla de puntos luminosos).
ELLA: La iluminación del santuario les opaca la visión
de las estrellas.
EL: (No puede sostenerse más y se postra suavemente). Son cientos… ¡Miles!
ELLA: (Lo abraza, tratando de mantenerlo en pie). Puedo verlas… ¡Puedo verlo todo!
EL: ¡Los milagros existen! ¡Se está moviendo el sol!
¡Están girando las estrellas! (Se incorpora
con gran dificultad, ayudado por Ella). Sigamos…
Adelante… Hasta… ¡Hasta la frontera!
ELLA: ¡Hasta la frontera! (Toma un brazo de él y lo pasa por sus hombros Ambos caminan hacia el
público, mientras bajan las luces, hasta la oscuridad).
FIN
Guayabos de Curridabat, 2002 / La Alameda, Curridabat,
2008
PREMIO
NACIONAL DE TEATRO AQUILEO J. ECHEVERRIA 2008:
LA
ROMERÍA
Del Acta del Jurado:
Se acuerda otorgar el Premio Aquileo J. Echeverría a la Obra Dramática en Teatro La Romería, de Jorge Arroyo, según los siguientes criterios:
“El tono irónico inteligente y el humor negro QUE caracteriza toda
la obra, destaca la habilidad del dramaturgo para hacer comentarios sociales,
filosóficos y aún oníricos, lo cual indica el buen uso de efectos para impactar
al espectador, logrando transmitir lo denso, crudo y amargo del tema. Más allá
de la actualidad y la sagacidad con la que se expone la dialéctica entre la
vida y la muerte a través de la metáfora de la romería, es la tensión dramática
y la construcción de la relación entre los dos personajes lo que sorprende. Los
personajes están bien definidos a través del diálogo, son realistas y logran
transmitir sus deseos y sentimientos, así como sus angustias”.
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