16/4/18

EL BOCHORNO VS. SHAKESPEARE, de Patricia Suárez

EL BOCHORNO






















Mira que te mira Dios
Mira que te está mirando
Mira que morirás y no sabes cuándo.
Memento mori que mi abuela leyó en el consultorio del dentista hace como cuarenta años atrás.


Argentina
Primera década del milenio.
Personajes
La madre, Gertrudis
El hijo. Ofelia/Jaime, un muchacho de 30 y algo de años.


Escena 1: Parece que el tío Harón murió
Primerísimas horas de la mañana.
La sala comedor de la casa. Una mesa, un sillón sin brazos. Un sillón hamaca. Varios relojes de péndulo, de pared normales y de cucú en las paredes. Ninguno funciona; apenas se oye el tic tac de un relojito chiquito.
Entra el hijo en calzones y un corpiño con las tazas vacías. Trae un vestidito en las manos al que le recorta el ruedo con una gran tijera. Se lo pone por el cuello; padece un poco el modo de subir el cierre. Al final, tras mucho retorcerse, lo logra. Se sienta y se cepilla el largo cabello.
Entra la madre, ya vestida de camisa y pollera negra, larga. Zoquetes blancos y zapatillas de casa negra. El pelo corto. Es delgada, está demacrada, sufrida.

HIJO: Te busqué toda la mañana. No puedo subir la persiana sola.

MADRE: ¿Qué hacés así? Hoy no abrimos la Relojería.

HIJO: Son más de las nueve.

MADRE: Ahí no marca las nueve.

HIJO: Porque no anda; está parado.

MADRE; Tu padre los arregló todos.

HIJO: Eso fue hace diez años y ahora están todos descompuestos.

MADRE: Anda, está parado porque no le das cuerda.

HIJO: No le voy a dar cuerda, porque no duermo con el escándalo que hace cada vez que da las horas.

MADRE: No se abre la Relojería hoy.

HIJO: Estás loca.

MADRE gimiendo: No, no!

HIJO: Yo no voy a trabajar sola en la Relojería. Este barrio está cada vez más inseguro.

MADRE: Te pusiste el vestidito de la tía Sara.

HIJO: Gertrudis, ¿adónde fuiste tan temprano?

MADRE: Soy tu madre, ¿qué me decís así? Los judíos tenemos prohibido llamar a nuestros padres por los nombres. Me parece que lo tenés bastante sabido.

HIJO: No está mal Gertrudis.

MADRE: Decíme mamá. Soy tu madre después de todo.

HIJO: Como prefieras.

MADRE: Ofelia es la empleada de la Relojería. Pero vos querés que te diga Ofelia? Yo te digo Ofelia.

HIJO: Dónde estabas?

MADRE: Salí a hacer un mandado y a descargarme un poco los nervios que tenía. Por qué usás el vestidito de la tía Sara?

OFELIA: Estaba hecho un bollo en el placard.

MADRE: Era un recuerdo de la tía Sara.

HIJO: Se lo iban a comer las polillas, mamá.

MADRE: Vos sabés de qué se murió la tía Sara? Todos decían neumonía, pero bien podría haber sido tifus. La bubba había visto el tifus en Rusia y por lo que ella contaba era igual que como reventó Sarita, pobrecita. Y era contagiosísimo el tifus. Tenés lindo el cabello. Yo nunca tuve lindo el cabello: capaz de niña. Después con la Ley me lo tuve que cortar, ponerme la peluca. Ahora es esta madeja blanca.

HIJO: Vos eras linda, creo. Vi las fotos que me enseñó Noemí adonde estabas con aquel…

MADRE interrumpe: Era patizamba. No comíamos bien de chicos, no se me fortalecieron los huesos. Caminaba con las piernas arqueadas, así. Capaz hubiera mejorado un poco si usaba algún taquito. Viste que el taco estiliza la pierna. Pero como tu padre insistía con la Ley y la Ley indica zapatillas de fieltro bajita.

HIJO: Igual, el taco alto todo el día en la Relojería te mata las rodillas.

MADRE: Era mentira lo de la Ley, era porque tu padre era bajito; viste que no se podía hacer un chiste con la estatura en casa, que se ponía hecho una fiera. Asi que zapatilla de fieltro chata y que yo parezca deforme. Igual, eso pasó hace como cincuenta años atrás; no sé de qué me estoy quejando. Necesito un té, hijo. Tengo el alma destrozada.

HIJO: Por qué? La tetera está en la Relojería.

MADRE: Hasta sin mi té me voy a quedar hoy. Hoy no podemos abrir, Jaime.

HIJO: Ofelia.

MADRE: Lo que sea.

HIJO: Si estoy así, soy Ofelia.

MADRE: Es un poco temprano para jugar a Ofelia.

HIJO: Ves todo negro hoy, mamá.

MADRE: Lo veo del color que lo veo.

HIJO: ¿Por qué no vamos a abrir?

La madre se sienta apesadumbrada y tiembla de una manera espantosa.
Al fina, la madre se sienta en un taburete, toda doblada sobre sí misma y explota en llanto.
Ofelia detiene su cepillado, la mira horrorizada.

MADRE: ¡Parece que el tío Harón murió!

HIJO:

MADRE: Sí, ¡parece que se murió Harón!

HIJO: …?

MADRE: ¡Murió!

HIJO: ¿Cuándo?

MADRE: Ayer, anoche. Hoy avisó Paula; le dio un ataque repentino. Dice Paulita que estaba bien, cenó con la tía Quela... No lo puedo creer, hijo. No lo puedo creer.

HIJO: ¿Cuándo te avisó Paula?

MADRE: Hoy, te dije. Me quedó la cabeza dando vueltas. No sabía qué hacer; me fui al parque y caminé un poco. Después me dijo: Hoy cerramos la Relojería por duelo. Pobrecito el tío Harón, qué triste estaría tu papá. Ay, pobre tu papá.

HIJO: Ay, pobre papá.

MADRE: Pobre papá.

HIJO: Estaría triste de que se le muriera el hermano.

MADRE: Tu papá que no sentía nada por nadie, era una roca, una piedra que tenía en el pecho, pero por el hermano perdía hasta los calzones. Ay, pobre tu papá si viviera.

HIJO: Ahora se van a encontrar en algún lado.

MADRE: Pobre tu papá, pobre tu papá.

HIJO: Los judíos no creen en el cielo. No sé dónde se pueden encontrar.

MADRE: Estaría una semana en cama de la tristeza.

HIJO: Dónde se pueden encontrar el tío Harón, el tío Moís y papá, mamá? En la trastienda de algún mayorista para confundirlo con los números y robarle.

MADRE ve una tira del vestido sobre la mesa y las tijeras: ¡Ay, cortaste el vestido! (Se acerca, observa, toma las tijeras): ¡Mirá lo que hiciste! ¡le cortaste el ruedo!

Madre va hacia el Hijo y le dá un tirón de pelo.

MADRE: ¡Parecés un disfrazado vestido así, qué bochorno! Tu tía Sarita ese vestido lo usó para el britz. Decíme si hay que faltarle así a la memoria. Sacáte eso Jaime, Ofelia, porque no te puedo ver.

HIJO: Es comodísimo.

MADRE: Vos no sentías nada por el tío Harón. Hacé un cartel que diga Cerrado por duelo; lo pegamos en la puerta.

HIJO: No es un pariente cercano. Hay que abrir.

MADRE: Es tu tío! Te estás burlando de él.

HIJO: Pero no.

MADRE: Hacé el cartel vos que tenés mejor letra.

Hijo va hacia un papel, busca un crayón. Escribe CERRADO POR DUELO.

HIJO: ¿Así?

MADRE: Hacelo con una letra más seria. Menos mariposas.

HIJO: Escribilo vos. A mí, el tío Harón…

MADRE: Desagradecido. Vivís acá a cuerpo de rey. El tío nos ayudó a tu padre y a mí a montar la relojería, cuando empezamos. Los pulseras, treinta pulseras imitación Piaget y Vacheron Constantin. Colección 1972, con diamantes de bijou. Viajó solo al Paraguay a comprarlos, todo de contrabando lo trajo. Se jugó el pellejo por tu padre, y le puso la relojería como Dios manda, porque él era el primogénito y tu padre era un infeliz. Después nos consiguió el préstamo en el banco, compramos los péndulos, los cucú… Vos ya conocés la historia.

HIJO: Los cu-cú! Siempre sueño que me estoy cayendo. Podés jugarlo a la quiniela. Y cuando estoy por estrellarme, suena el dichoso pajarito del cucú.

MADRE: Esos son los remordimientos.

HIJO: Cu-cú, cu-cú.

MADRE: Te remuerde la conciencia, eso pasa. Tu padre nunca te perdonó que le empeñaras el reloj cucú que el abuelo Feivel le dejó en herencia. Sos un crápula; después papá se enfermó. Era un reloj suizo, hecho con madera de tilo tres años secada para construirlo. No era un reloj cucú de los alemanes y mirá como escupo cuando digo alemanes…

HIJO: Ya vamos de nuevo.

MADRE: Y podríamos ir y volver mil veces con esta historia. Enfermó tu papá, tanto lo ofendiste. Estuvo un cama, mientras el señor, ¡la señorita!, viajaba por las Europas con la plata del cucú. El tío Harón se burlaba de tu papá (risueña): "Baruj tiene dos pajaritos, uno canta poco y el otro esta triste".

HIJO: Me echaste de la casa.

MADRE: Yo no. Tu padre.

HIJO: Es igual.

MADRE: No, no es igual. Podrías haberte cuidado que él no te viera con esa… ¡Ponéte en la piel de papá cuando te encuentra vestido en la trastienda de la relojería con el tapado de nutria de la bubba Queca y vos pintándote los labios! Creyó que se volvía loco. Blanco de muerte estaba.

Los dos ríen.

MADRE: Sos un desfachatado. Pobre papá si viviera.

HIJO: Pobre papá si te viera regañarme así!

MADRE tararea, recordando: La cajita de música del reloj tocaba Edelweiss. Andá a saber tu abuelo Feivel a quién le mercó ese reloj en su tiempo.

HIJO: Una melodía espantosa.

MADRE: Cu-cú… hacía el pajarito. Cu-cú. No dormía nadie en esta casa; la bestia de tu hermana un día le dio un zapatazo. Papá lloraba, pobre papá.

HIJO: Me disculpé con él. ¿No? No le traje un canario en su jaulita para disculparme?

MADRE: Se apestó a los quince días; sos un tránsfuga.

HIJO: Era mi destino lo que pasó. (Le muestra el cartel de Cerrado por duelo). ¿Así está mejor?

MADRE buscando la cinta, hasta que la encuentra: Sí, después lo pego yo con cinta scotch. Lo del destino digo que sí, yo no digo que no. Las cosas son como son, le gustaran a papá o no. Vos hiciste un trabajo duro. No digo que sea eso lo que hay que hacer, lo que vos hiciste para verte así. No digo que sea una buena idea volverte una chica, ni que no sea humillante y malo para tu salud estar hecho un palo. No digo que probablemente no sea la única cosa más absurda que un hombre puede hacer con su vida. Lo que digo es que trabajaste duro; no te lo puedo negar. Es muy duro luchar para ser lo contrario a cómo te hizo la naturaleza.

HIJO: No te puedo seguir en lo que me estás diciendo, mamá.

MADRE: Sacáte de inmediato el vestido de tía Sarita porque te parto la cara de un cachetazo. Me oís?

Un largo silencio.

MADRE: No me estás oyendo. Sacáte el vestido.

HIJO: Mamá, el vestidito éste de la tía Sara no es el recuerdo afectivo de nadie. Poco más y se lo ponés al gato en la cesta para que esté calentito.

MADRE: Sacáte el vestido de mi hermana.

HIJO: Mamá…

MADRE: Mamá, una mierda. Sacáte ese vestido ya. Ya.

El Hijo se pone de pie.

MADRE: Acá mismo.

El Hijo comienza a quitarse el vestido. Se muestra tal cual es.

MADRE: Miráte qué flaco estás.

HIJO: Me pongo otro vestido y abro la Relojería.

MADRE: Das pena. Me das pena a mí y a Dios que te mira languidecer.

HIJO: Abro la Relojería igual. El viejo ése no se merece…

MADRE: ¡¡Basta!! Vas a hacer lo que yo te diga. Y no me vayas a soltar una lágrima, porque no respondo de mí.

HIJO le entrega el vestido a su madre. Se vuelve a sentar en la silla.

MADRE: ¿No tenés frío así?

HIJO hace que no con la cabeza: …

MADRE: Te aviso: al entierro vamos a tener que ir.

HIJO se tapa la cara con las manos.

MADRE: No me hagás gestitos. Es la familia, es el hermano de tu papá. El mayor, el primogénito, al que tu papá tanto quería. Lo adoraba al Harón, ¿cuándo te va a entrar en la cabeza?. ¡No me pongás caras, Jaime, Ofelia, lo que quieras! Porque el tío Harón también te adoraba a vos. Y no sabés si no te dejó unos pesos, ¡toda la plata que tenía el tío Harón y nos tuvimos que distanciar de él!

HIJO: Le avisaste a Noemí para que venga?

MADRE: Noemí no viene; tu hermana no me habla. La llamo y me corta el teléfono.

HIJO: ¿Y cómo vamos a hacer?

MADRE: Vamos.

HIJO: Mamá…

MADRE: No gimotées. Hasta que no sepamos del testamento no nos movemos de al lado del cajón. Oís?

HIJO: Sí.

MADRE: Veo que me oís.

HIJO:

MADRE: Te vestís como un hombrecito y vamos al entierro del tío Harón.

Fin de Escena 1. Parece que el tío Harón murió.


Escena 2: Cuando canta el cu-cú
La misma silla, Ofelia sentada de espaldas, vestida con traje ambo. Tiene un pañuelo en la mano, con el que se tapa la boca de vez en cuando y llora.
La Madre detrás le corta el cabello.

MADRE: Es el deber. Hay que ir.

HIJO entre sollozos: Tenía el pelo largo, sedoso. ¿Sabés cuánto me costó cuidarlo y tenerlo así? La de aceite de almendras que le puse. Era mi precioso mi pelo, y ahora vos, por este viejo de mierda, me lo cortás.

MADRE: Absalón se hubiera el cortado el pelo y hoy estaría vivo y coleando. Sabés por qué murió Absalón?

HIJO: Qué Absalón?

MADRE: ¡El de la Biblia, Jaime, despertáte! Murió porque desafió al padre, al rey David. Y cuando iba a atacarlo o cuando iba huyendo, ahora no me acuerdo bien, se le enredó la cabellera en las ramas de un árbol y murió colgado.

HIJO: Linda historia.

MADRE: Igual parecías más un hippy mugriento que una señorita linda.

HIJO: Me gustaba a mí mi pelo y punto.

MADRE: Seguí llorando. Así cuando te vean entrar con los ojos rojos, van a creer que fue por el pobre tío Harón que te pusiste así.

HIJO: Y el traje este asqueroso, que huele a naftalina. Parezco una payasa, debe ser el mismo del bar mitzvah.

MADRE: Un payaso. Un payaso, parecés. Hablá bien.

HIJO llora desgarradoramente.

MADRE: Si te corto una oreja por moverte tanto, es tu culpa.

HIJO: Vos tenías algo con el tío.

MADRE: Jaime, quieto.

HIJO: Vos tenías un asunto con el tío y te lo callabas. Me llevabas a mí a verte con el tío a la relojería de él, para disimular.

MADRE: Yo te ayudé siempre. Vos sabés bien con qué yo te ayude siempre.

HIJO divertido: A vos secretos no te faltaron nunca.

MADRE: Ojalá te rebane una oreja.

HIJO: Y lo de tu primer esposo? Qué calladito te lo tenías. Si no fuera porque Noemí te encontró las cartitas con el crápula ese, nosotros ni sabíamos que vos te habías casado antes de papá. Pobre papá. Pobre papá.

MADRE; Pobre papá, si te oyera. Si te hubiera visto cuando te fui a comprar a La Favorita una ropa de mujer para que te levantaras de la cama por la depresión que tenías, para que por favor comieras, para que no te dejaras morir.

HIJO: Era mi destino, mamá.

MADRE: Vos le llamás destino a lo que otras personas le llaman agenda. Se buscan un trabajo normal, cinco días y sábado inglés, hacen una vida normal. ¡Hasta van a la Sinagoga!

HIJO: Pero vos podías contarnos a Noemicita y a mí que habías tenido un marido antes. Como me podés contar a mí del tío, que me ponía a contemplar el pajarito del cucú mientras vos estabas en la trastienda. Ese cucú horrible, que me venía que estaba copiado directamente de un Ketterer, y me largaba a la cara que Ketterer inventó el reloj cucú en la Selva Negra. Todas patrañas de él, del tío Harón, quiero decir.

MADRE: El del tío era un reloj cucú alemán, lo escupo igual. Tenía el trencito que giraba, no me acuerdo qué melodía y después salía un cucú desplumado, salvaje. (Grazna) Cu-cú!

HIJO: Te habrás muerto de risa mientras te quitabas la ropa.

MADRE: Insolente.

HIJO: Es incesto acostarse con el hermano de tu marido.

MADRE: Vos lo ves así.

HIJO: Es así.

MADRE: En la ley judía está el levirato.

HIJO: Eso era en la época bíblica, mamá. No te hagas la tonta.

MADRE: Habló Juan Moralidad.

HIJO: Y el tío Harón qué decía de tu primer maridito? Estaba celoso?

MADRE: El tío Harón no tenía por qué opinar nada; él estaba muy bien en su casa con la tía Quela.

HIJO: La vieja esa huele a cebollas agrias. Y me obligabas a besarla cuando iba; ella me daba dos caramelos y salía. Siempre salía cuando yo llegaba. Un día llegué a pensar que era católica a escondidas. El tío Harón la engañaba con vos y ella lo engañaba con Jesús el Cristo.

MADRE: Yo fui muy infeliz en mi primer matrimonio, por eso nunca lo cuento. Muy infeliz, mucho.

HIJO: El viejo haragán me decía: Miráte Jaimecito cuando sale el pajarito qué especie es; lo construí recordando el cuclillo que mi papá me llevaba a ver a los bosques. Un romántico el tío. ¿Qué sabría el tío Harón de los cuclillos? ¿Tenía una suscripción de la National Geographic? Me tenía seco con el asunto de los cuclillos, que ponen los huevos acá, que ponen los huevos allá.

MADRE: Era un amante de la Naturaleza.

HIJO: Seguro. Toda la naturaleza que entraba en un plato hondo, se desplumaba y se comía en la cena.

MADRE: Sos una bestia.

HIJO: La bestia era él. Dos veces salía el pajarito cu-cú, cu-cú. Si era un pollo, seguro el tío le pegaba un hondazo y se lo comía. Habrá reventado de indigestión.

MADRE: Tené respeto, Jaimecito.

HIJO: Dos veces salía el puto cucú a cantar; salía una vez por hora, eso quiere decir que vos te la pasabas dos horas encerrada con el tío Harón. ¿Me querés decir que hacías encerrada DOS HORAS con el tío Harón en la trastienda de su relojería?

MADRE: ¡Estás inventando cosas, Jaime!

HIJO: Ay. Me cortaste.

MADRE: Te avisé que te quedaras quieto.

HIJO: Mirá cuánto cabello me cortaste.

MADRE: Ponéte para el otro lado.

HIJO: Yo cuando vi la foto de tu primer marido, me puse celoso.

MADRE: Era buen mozo.

HIJO: Muy alto para vos.

MADRE: Era un hombre malo, pero con unos ojos como estrellas del firmamento. Me gusta la palabra firmamento. ¿Te gusta la palabra firmamento?

HIJO: No quería ser una mujer cuando era chico. Quería casarme con vos.

MADRE: Firmamento rima con testamento.

HIJO: Quería ser ése hombre, el que se casó con vos antes de papá.

MADRE: Mirá todo el cabello hermoso en el suelo. Roñoso, pero hermoso.

HIJO: Porque si te habías casado con ese hombre, también te podías casar conmigo.

MADRE: Vos siempre quisiste ser una mujer.

HIJO: Qué gran cornudo era papá. Pobre papá.

MADRE: Le robabas ropa a tu hermana.

HIJO: Vos jugabas a que yo era tu muñequita y me vestías de mujer.

MADRE: No mientas.

HIJO: No miento. Que te caiga un rayo si miento.

MADRE: Que te caiga a vos.

HIJO: Bueno, que me caiga un rayo.

Breve silencio.

HIJO: Ves? No cae; no miento.

MADRE: Me pegaba.

HIJO: ¿Quién?

MADRE: Naúm. Me hizo sufrir mucho. Sufría todo el día con él.

HIJO: ¿Qué Naúm? El de la Biblia.

MADRE: Mi primer marido!

HIJO: Yo te vi en las fotos que estás en Egipto con él, del brazo. Lo más sonriente, mamá.

MADRE: Hacía chistes él. Decía: ¿Cuántos camellos me dan por mi mujer? Porque yo era su mujer. Decí que los árabes, los egipcíacos, no le entendían ni jota, sino capaz que me vendía a un harén de turcos mugrientos. Qué hombre tan malvado era.

HIJO: Pero Noemí cuando me mostró la foto de los dos en la Toerre Eiffel me dijo: Decíme si no es la imagen misma de la felicidad, los dos tortolitos haciéndose arrumacos.

MADRE: ¿Vos le vas a creer a tu hermana o a mí?

HIJO: Pero es que yo vi la foto.

MADRE: ¿Tu hermana lo conoció a Naum, acaso?

HIJO: No, pero tenés una sonrisa de oreja a oreja y él parece que te quiere comer, como te mira de enamorado.

MADRE: Calláte. tira las tijeras lejos.

HIJO: ¡Fragilidad, tu nombre es mujer!

MADRE: Naúm era un hombre malo y punto. Aparte era estéril.

HIJO se aleja, recoge las tijeras: …

MADRE: Le pedí que me repudiara según la Ley. Después de diez años de matrimonio, si una mujer no tiene hijos, la ley judía le permite al marido que la repudie. Yo tenía quince años cuando me casé con él. Si él no me hubiera repudiado, ustedes no hubieran nacido. No serían hijos de tu padre.

HIJO: No.

MADRE: No, claro que no.

HIJO: No entiendo nada, mamá.

MADRE: Tu padre era fértil. Pobre tu papá.

HIJO: Pobre papá.

HIJO sale de la silla y junta todo el cabello que está por el suelo. Cuando lo tiene abrazado contra su cuerpo, llora como si lo hubieran herido.

MADRE: ¿Qué hacés, Jaime?

HIJO: Dejámelo.

MADRE: A eso le ponés alcanfor si lo vas a guardar. Que se llena de gorgojos, sino.

HIJO: Me voy a hacer una peluca con este pelo. Y la voy a usar.

MADRE: Sos más judía que yo, al final.

HIJO: Van a pensar que estoy enferma, que me están haciendo quimioterapia, rayos. Seguro que no me va a crecer más.

MADRE: Estás viendo todo muy negro, hijo.

HIJO: Lo veo del color que lo veo.

MADRE: Esto no va a ser eterno. Vamos, oímos el testamento y después volvemos a la vida normal nuestra. Dame, te voy a guardar yo ese cabello.

La madre trae una bolsa del pan, esas de tela y puntillas.
Guarda el pelo.

MADRE; Lo ponemos acá.

HIJO: Está bien.

MADRE: Acordáte que lo pusimos acá. Vení que te emparejo el flequillo.

HIJO: Va a estar el primo Dan. Que siempre se burla de mí.

MADRE: No se burla. Te dice mariquita, que no es lo mismo.

HIJO: La tía Quela me va a llenar de mocos llorando. Debe estar desesperada; siempre me pareció repulsiva la tía Quela con el olor a cebollas. No se habrá curado de oler a cebollas agrias.

MADRE: La tía Quela no lo quiso nunca al tío Harón.

HIJO: Vos cómo sabés?

MADRE: Rumores. Tu padre contaba. Pobre tu papá, que le hacía de paño de lágrimas al hermano.

HIJO: Pobre papá.

MADRE: Nadie en esa casa nos quiso desde que se murió papá. Nadie quiere aceptar que se entristeció de recuerdos, que se consumió de depresión. ¡Cómo hubo que cuidarlo! Y un día se colgó.

HIJO: No quiero acordarme.

MADRE: Yo tampoco. Pero ellos me culparon. Que yo no lo cuidaba. Ojalá culpen ahora a la tia Quela de no cuidarlo a Harón como me culparon a mí. Así sabe en carne propia lo que duele el desprecio.

HIJO: Tendrías que haberte reconciliado.

MADRE: Eran unas sierpes todos los hermanos de tu papá. Y las cuñadas, ninguna de todas ellas quiso a su marido. ¿Sabés quién fue la única que lo quiso siempre al tío Harón, quién lo quiso de verdad?

HIJO: No.

MADRE: Yo.

HIJO: ¿¿Vos??

MADRE: Con locura lo quería.

HIJO: Me acabás de pelear porque te dije que yo me daba cuenta que vos y él…

MADRE: No. Vos le dijiste a tu propia madre que es una puta.

HIJO: Vos me decís maricón, degenerado, que soy un bochorno, todo el tiempo y yo no me inmuto.

MADRE: Yo siempre estuve ENAMORADA del tío Harón. Pero estar enamorada no es ser una puta. No te confundas, hijo. Jaime. Jaimecito. Una mujer enamorada es una mujer enamorada. Y una puta es una puta. Te quedó precioso el pelo; parecés más varón. Miráte.

La madre pone al hijo un espejo de mano delante para que se vea.

MADRE: ¿Te gusta?

Apagón.
Fin de Escena 2: El Corte de Pelo


Escena 3: El amor de Dan
Junto a una corona de flores con la banda “Q.E.P.D Harón Salom. Tu amante viuda”. La MADRE tiene dentro de un carterón las tijeras y recorta las flores de la corona y las mete en la cartera.
Entra el HIJO con su traje que le queda angosto de sisa y corto de manga.

HIJO: ¿Qué hacés?

MADRE cómplice: Calláte. Ella no lo quería nada al tío Harón.

HIJO: Te van a ver, mamá. Qué bochorno si te ven.

MADRE: Soy cuidadosa, no me ven nada. Igual no se nos acerca nadie. Parece que tenemos la peste.

HIJO: No es el mejor lugar para reconciliarte con la familia.

MADRE: Puta madre ¿por qué es tan duro el tallo de los lirios?

HIJO: Si te agarran y me preguntan digo que no sos mi madre.

MADRE: Todos saben que soy tu madre.

HIJO: Hay una que no sabe. Esa que está ahí, de negro con las medias de encaje. Baja la voz. Era una amante del tío Harón. Ahí tenés, vos que te creías la única. Esta es una mayorista de Casio que tiene el negocio en calle Libertad. Me dijo el primo Dan.

MADRE: ¿Qué sabe tu primo Dan? ¿Por qué la gente no vivirá su vida en lugar de vivir la de los demás?

HIJO: Te vas a cortar un dedo.

MADRE: Por qué pusieron arreglos florales? Somos judíos; los judíos no embellecemos los entierros con flores. Esto es cosa de tu tía; tanto ver los programas de manualidades, se olvidó de la religión de sus padres. Cortáme el lirio aquel que no llego.

HIJO: No!

MADRE: Yo te tapo. (La Madre se pone delante, pasa alguien a quien no vemos) Mis condolencias, mis condolencias, mi más sentido pésame.

HIJO le entrega el lirio: Guardálo.

MADRE: Gracias, hijo. Sos un buen hijo. Vos cuando yo me muera no me pongas flores. Donálo todo al Hogar Judío o a la Casa del Teatro, porque yo siempre quise ser actriz y tu bubba no me dejó porque decía que yo era petisa y culibaja y haría el ridículo.

HIJO: Estuve besándome con el primo Dan.

MADRE: Y hay actrices culibajas que triunfaron. Lolita Torres, por ejemplo. Pero la bubba no quiso, decía que era un oficio de puta.

HIJO: No me oíste.

MADRE: Siempre te oigo.

HIJO: Qué te dije?

MADRE: Cuando no te oigo con los oídos, te oigo con el corazón. Dijiste: Pobre mamá.

HIJO: No.

MADRE: Dijiste Ojalá me muera yo antes, para no sufrir tu ausencia, mamá.

HIJO: No.

MADRE: No me extraña nada tu desamor, Jaime.

HIJO: Te dije que estuve besándome con el primo Dan. Besos de amor. Amor, como en las películas. Me tomó de la cintura, acercó su boca a la mía y me besó. Atrás, mientras la prima Clarita servía el oporto en los vasitos azules. Pero ella no vio cuando su hermano me besaba, me llenaba de besos; estaba distraída con el oporto. El primo Dan me dijo que siempre me había querido. Desde que éramos chicos, que yo había sido toda su ilusión. Que nunca había tocado a una mujer, si no era pensando en mí.

MADRE: Pobrecito Dan! Está trastornado por el dolor de la muerte del tio.

HIJO: Me dijo que jamás se hubiera animado a decirme una sola palabra de lo que sentía por mí, en vida del viejo de mierda ése.

MADRE: Tené un poco de respeto, hacé el favor.

HIJO: El tío Harón no lo dejaba acercarse a mí, me dijo.

MADRE: Está enloquecido de dolor, pobrecito.

HIJO: No. Me quiere, mamá.

MADRE: …

HIJO: Quiere que esta noche lo acompañe.

MADRE: …

HIJO: Que esta noche me quede con él. Que mañana lo acompañe a la lectura del testamento. Que no suelte nunca su mano.

MADRE: Jaime, tu primo enloqueció por completo. Te pido por favor que termines con este asunto. Las ramitas de romero las corto también y las pongo cuando la hago carne. Dame las tijeras.

HIJO: Me besaba con lágrimas en los ojos.

MADRE: Se le acaba de morir el padre.

HIJO: Me besaba con palabras sinceras.

MADRE dura: Vos no podés estar besándote con tu primo, el día que entierran a su padre. ¡Estás loco! ¡Sos un salvaje!

HIJO: Yo siempre lo quise. Pero él se burlaba de mí.

MADRE: ¡Es incesto!

HIJO: Vos te acostabas con el padre de él.

MADRE: Yo no me acostaba con nadie; terminála con esa fantasía.

HIJO: Te creería. Viendo la señora de los Casio, que tiene bastante buena figura al lado tuyo y como veinte años menos hasta podría pensar que decís la verdad y que el tío Harón tenía buen gusto.

MADRE: ¿Qué señora de Casio?

HIJO: La relojera que vendía los Casio y se acostaba con el tío Harón. Hacía como dos años que eran amantes. Al tío lo mató el Viagra, dijo Clarita por lo bajo y Paula le quiso pegar un cachetazo. La tipa tiene un aire a Lana Turner. Mirála, ¿cómo no le iba a gustar al tío?

MADRE: ¿Quién es? A ver; no veo nada desde acá.

HIJO: Aquella rubia de rulos. Muchos rulos.

MADRE: Ay, pobre de mí. Ay, pobre Rebeca.

HIJO: ¿Terminaste la poda de la corona?

MADRE: Ay, que estúpida me he venido.

HIJO: Ya no sé por qué te lamentás, mamá.

MADRE: Me lamento porque me lamento.

HIJO: Te voy a pedir un taxi así te lleva a casa.

MADRE: …

HIJO: Te dije que me quedo con el primo Dan.

MADRE: Voy a tener que hablar seriamente con tu primo. No persistas en esta idiotez.

HIJO: Me dijo que una vez mandó a una clienta a nuestra relojería. Una que venía con un Piaget ultraplano en una pulsera dorada de óvalos. Era una mujer muy delgadita, las muñecas como un palito, había que achicar la pulsera. Yo me puse a la tarea; ella venía todos los días a preguntarme cómo iba. Vos la habrás visto.

MADRE: No sé de qué me hablás. No tengo ojos para todo.

HIJO: Una mujer muy elegante. Cuando vino dijo que venía de parte de Gabriel y de Dan. Yo no pensé que era Dan el que estaba atrás de eso. Dan, quería saber quién era la muchacha que atendía nuestra relojería. Tenía idea, dijo, que era yo. En un sueño se le reveló que era yo. Un ángel le dijo que era yo, mientras dormía.

MADRE: Tu primo está loco y vos también por seguirle la corriente.

HIJO: Se dio cuenta que podía quererme. Porque yo era esa muchacha. Mandó a la mujer todos los días a preguntar por el Piaget Dancer para que le diera un dato más sobre mí. No era una mujer común, era una actriz pero no actuaba en la tele, sino en el teatro. Era una actriz que se dedicaba a hacer obras de Ibsen. Nosotros de obras de Ibsen no sabemos. Pero ella venía y se fijaba. Después le contaba con detalle al primo Dan. Cómo era mi cabello, mis ojos, si usaba o no usaba kohol…

MADRE: Ay, qué indignación. Mandó una espía.

HIJO: ¿Cómo a mi dulce amor habré de reconocer…?; dice que se preguntaba todos los días por la mañana y por la noche, cuando regresaba la mujer del Piaget ultraplano y le traía noticias mías.

MADRE: Es cosa de tu tía eso de mandar una espía.

HIJO: Si me pintaba la boca…

MADRE: Venís conmigo a casa.

HIJO: ¡Te dije que no!

MADRE: No podés hacerme esto, Jaime.

HIJO: ¿Qué? Yo no te hago nada. Una vez que alguien me quiere, mamá. ¡Una vez que alguien me quiere y que no sos vos! Dejáme hacer lo que me viene en gana.

MADRE: Yo siempre te apañé. Cuando jugábamos a Ofelia, porque nos divertíamos jugando a que eras Ofelia. Cuando jugábamos a que eras la Sirena del Mar de Oriente. Te ponías esas medias verdes de lana brillante que yo te había tejido y hacías así con los piecitos. Te escondía de tu padre, para que no te viera vestido de nena y pusiera el grito en el cielo. Pobre papá.

HIJO: Nada de pobre papá. Vos querías verme así.

MADRE: Te gustaba.

HIJO: Pero a vos te gustaba más.

MADRE: Era un juego.

HIJO: Fuiste demasiado lejos con el juego.

MADRE: Podrías haberlo parado.

HIJO: ¡Yo era un niño y vos me lo hacías ver normal! Me decías que estaba bien, que el mundo estaba equivocado. No nosotros dos.

MADRE: Bajá la voz. Si yo hubiera sabido que ibas a ser así, te hubiera abortado.

HIJO: No estoy gritando!!!

MADRE: Sí, te hubiera abortado. Te juro.

HIJO: Después decís que es amor.

MADRE: Me gustaba tener un hijo que fuera mi compañía. Tu hermana no me quiso nunca. Vos eras un chico tan dulce. “¡Dulzuras para el dulce!”, cantaba yo y hacíamos volar confetti por el living. ¿Te acordás?

HIJO: Eso pasó hace veinticinco años.

MADRE: Yo creo que a nadie quise tanto en mi vida como a vos.

HIJO: Pero yo quiero querer a alguien más.

MADRE: ¿Quién va a…?

HIJO: Alguien como el primo Dan.

MADRE: Ojalá mi madre me hubiera dicho una cosa así.

HIJO: Yo lo quiero al primo Dan.

MADRE: Ojalá mi madre me hubiera querido como yo te quiero a vos.

HIJO saliendo: Voy a pedirle a alguien que te llame un taxi.

MADRE: ¡¡No, Jaime!!

Jaime sale.
Un poco después, pasa gente.
La Madre, con una sonrisa triste, saluda.

MADRE: Mis condolencias, mis condolencias. Mi mayor sentido pésame.

Vuelve el hijo, apresurado

HIJO: En quince minutos hay un taxi en la puerta del cementerio.

MADRE: Les creés a ellos cuando dicen que yo maté a tu padre.

HIJO: ¿Qué? No.

MADRE: Seguro te lo dijeron hoy.

HIJO: No. Nadie habló de papá.

MADRE: Pobre papá, vilipendiado en boca de esta gentuza.

HIJO: Pobre papá.

MADRE: Creen que lo maté porque no lo cuidé mucho. ¡Si el bueno de Baruj era la luz de mis ojos! Pero qué dicen ellos? Qué gritan ellos? ¡Asesina! Pero yo no lo colgué; tu papá se colgó. El lo hizo. ¿Y sabés por qué? Sabés por qué? Esto no te lo dije nunca.

HIJO mirando hacia todos lados: …

MADRE: Porque descubrió que el tío Harón le había robado. Sí, con unos pagarés y una plata que no le devolvió nunca y tu papá destinaba para pagar los Citizen originales a los japoneses. El tío Harón no nos dio la plata y el banco no aprobó el descubierto. No te preguntaste por qué nunca vendimos ni un solo relojito Citizen? Tu padre no pudo soportar esa pena.

HIJO: Vos traías un abrigo.

MADRE: Así me pagás: mandándome sola a casa, como se despacha un paquete.

HIJO: ¿Dónde dejaste el abrigo?

MADRE: No sé.

MADRE: Pero yo no soy la asesina de tu padre. Ellos dicen Todas las mujeres quieren matar a sus maridos: todo es cuestión de tiempo. Después corren llorosas hacia sus hijos, muestran el pecho y piden piedad.

HIJO: No me dijeron nada de eso. Vamos por acá.

Hijo toma a la madre del brazo.
Ella se agacha para abrocharse la presilla del zapato y se suelta del Hijo.
El Hijo hace unos pasos y se detiene en una lápida.

HIJO: ¿Quién es este Yankelevich?

La Madre se acerca, mira.

MADRE: José Yankelevich. El que vendía pieles en la esquina. El peletero.

HIJO: ¿En serio? Dejáme que vea la lápida. ¡Ay, pobre don José! Me acuerdo de él, mamá: era un hombre chistosísimo y siempre tan amable. Veinte veces me habrá llevado a cocoyito… Acá están las mejillas barbudas que besé cien veces, las espaldas que pellizcaba cuando me cargaban. Me espanta ver esto ahora. (A la lápida) ¿Qué pasó con los chistes, don José? Hay que decirle al primo Gabriel que aunque sea el gracioso contando chistes verdes en el entierro de su padre, va a terminar igual. ¿Vos creés que el primo Gabriel va a terminar igual?

MADRE: Igual.

Señala un punto al final del cementerio

HIJO: Allá está Susy. Hace señas que tiene tu abrigo.

MADRE: ¿Quién?

HIJO bajo: La amante del tío Harón, la de los Casio.

MADRE: Qué hace con mi abrigo?

HIJO: Te va a llevar a casa, le queda de camino. La señora tiene un Toyota Corolla.

MADRE: Un qué?

HIJO: Un coche. Lo acaba de pagar, cero kilómetro. Se lo contó a la prima Paula cuando pasé a pedir el taxi y escuché. Vendió el Mercedes Benz Classic que tenía y compró el Toyota.

MADRE: Qué bien. Qué afortunada. Qué buen negocio.

HIJO: Yo siempre te dije que aprendieras a manejar.

MADRE: Sí.

HIJO: Pero no aprendiste.

MADRE: Las Ley no permite a las mujeres conducir coches como los hombres.

HIJO: Se ofreció amablemente a llevarte.

MADRE: El dolor engendra dolor y el duelo más duelo.

El Hijo hace señas de que aquí está la madre. La besa y la despacha con cariñosas palabras inaudibles.
Está feliz. Se vuelve feliz hacia el cementerio.
Fin de Escena 3 El amor de Dan


Escena 4 y final.
En la penumbra de la salita, la Madre recorta el vestido de la tía Sarita. Le agregó un tul, un volado grande y un poco ridículo, para alargar el vestido. De vez en cuando se para, lo pone sobre su cuerpo. Luego se sienta, corrige la costura. Guarda las tijeras en el bolsillón de su vestido (o guardapolvo con el que atiende en la relojeria) y pincha las agujas enhebradas en la pechera de su vestido, para que no se pierdan.
Entra el Hijo, frenético.

HIJO: ¡Puta!

MADRE se levanta de la silla, alelada.

HIJO: Sos una puta, mamá! Sos una puta.

El Hijo se sienta y llora desconsolado.

MADRE suave, tímida: Estaba arreglando el vestido de la tía Sarita que destrozaste… Ojo, no es un reproche. Está viejo y el stretch se percude rápido. Pensé que vos, que Ofelia, se lo podría poner. Para atender la relojería un día festivo.

HIJO: Ofelia! Justo Ofelia!

MADRE: Entraste así de pronto.Me vas a matar de un susto.

HIJO: Ofelia no se va a poner nada, mamá.

MADRE: Sumále a que este barrio es inseguro, que el candado de las rejas está falseado, y vos entrás con el ímpetu de un búfalo y yo muero en cualquier momento. Caigo seca.

HIJO: Ojalá te mueras, mamá.

MADRE irritada: Qué te pasa? Ya se le fue el amor por vos a tu primo Dan? Resultó inconstante? Vos sabés que repitió tercer grado y cuarto grado porque no quería estudiar. Abría los libros un día sí, un día no. Así repitió dos veces, un burro.

HIJO: El tío Harón le deja a su familia lo que la Ley indica. Lo justo, pero deja donaciones a otras personas.

MADRE alegre: Ah, si?

HIJO sombrío: Sí.

MADRE: ¿Me menciona a mí?

HIJO: No exactamente.

MADRE: …

HIJO: Me deja la relojería a mí.

MADRE: Cómo la relojería? Qué relojería?

HIJO: La de ellos.

MADRE: Y ellos qué?

HIJO: Ellos se quedan con su casa, los departamentos en Uruguay, la pensión. No sé, los ahorros del tío. El arsenal de Relojes Omega, Rolex y Zenith que tienen para vender en la relojería, queda para mí. Así especifica el testamento. Omega, Rolex y Zenith. Las demás marcas las tengo que entregar a la viuda.

MADRE: Y para qué querés vos la relojería del tío Harón?

HIJO: Porque se llama Salom e Hijos, Relojes.

MADRE: Ya sé cómo se llama.

HIJO: Por eso.

MADRE: Igual no entiendo. Tu tío tendría remordimientos por lo que le hizo a tu padre.

HIJO: También le deja plata de una cuenta de Suiza a la tilinga esa de la amante.

MADRE: Qué cretino, dejarle herencia a la amante de turno. Lo hace para insultar a la tía Quela.

HIJO: Sos una puta, mamá.

MADRE histérica: Lo volvés a decir y te rompo la cara, Jaime!

Largo silencio.

MADRE: Caliento la comida y comemos. Descansá, después te ponés tu ropa. Volvemos a la normalidad.

HIJO: Nunca más me voy a vestir de mujer.

MADRE: Pero si te gustaba! Pero si toda la vida quisiste!

HIJO: Nunca más.

MADRE: Vos me querés volver loca.

HIJO: Nunca más.

MADRE: Me pelée con tu padre para defenderte! Para explicarle que no ibas a dejar de ser su hijo amado por esta afición, esta inclinación… Y ahora me castigás.

HIJO: Vos me castigaste haciéndome tu pelele. Te creés que no me daba cuenta?

MADRE: Vos sos mi hijo, ¡yo te adoro!

HIJO: Yo soy tu mascota, mamá.

MADRE: Yo te adoro.

HIJO: Dame el vestido de la tía Sarita.

La Madre se lo tiende, obediente, en paz.
El Hijo lo parte en dos y tiras las partes al suelo.

HIJO: Yo no soy el hijo amado de mi padre.

MADRE: Yo siempre te quise. El siempre te quiso. Le costó aceptar…

HIJO: Yo soy el hijo del tío Harón.

La Madre traga la idea.

MADRE: Qué locura es esa.

HIJO: No me mientas más, mamá.

MADRE: ¿Cómo yo, con tu tío…?

HIJO: Toda la vida lo sospeché. No fuiste capaz de decirme. El viejo hijo de puta cuando iba al negocio, me hablaba del cucú. Me decía que el cuclillo es un pájaro que pone los huevos en el nido ajeno y los otros pájaros para defenderse de tener que criar pichones ajenos, ponen huevos de colores siempre diferente. Entonces al cuclillo le cuesta cada vez más poner huevos parecidos a los que quieren invadir. Yo no entendía nada. Decía El viejo este de mierda se hace el ornitólogo y me mata de aburrimiento. Después aparecías vos con la torta de miel y él te llevaba atrás, al tallercito.

MADRE: No sé de qué hablás.

HIJO: Ahora tengo en herencia tu nidito de amor. Dónde me hiciste? Sobre la mesita de reparación?

MADRE: Yo no hice nada.

HIJO: Todo hiciste.

MADRE: …

HIJO: Decíme cómo vamos a vivir ahora.

MADRE: Igual que siempre. Le hacés una oferta a Gabriel y que te compre la Relojería de su padre. Hacéle una oferta barata, para que pueda acceder con facilidad. ¿Qué vas a hacer vos con un taller de relojeria? Es pólvora en chimango. Por qué hizo eso el tío Harón? No sé. Pero vos no has sido capaz en diez años de dar cuerda a uno solo ¡uno solo! de todos los relojes colgados en esta pared, que bien podríamos vender y ganar algo.

HIJO: Vos no has sido capaz de decirme a mí que soy hijo de otro hombre.

La Madre frenética comienza a dar cuerda a los relojes.

HIJO: En mis treinta y cinco años no fuiste capaz!

La Madre baja alguno de los relojes y limpia el polvo del cuarzo con un resto del vestido de la tía Sarita.

HIJO: Me mentiste toda la vida y a eso le llamás amor y adoración.

MADRE: Estás siendo injusto.

HIJO: Fue el tío Harón, el magnánino, el que se lo reveló a papá. Pobre papá.

El Hijo se sienta, tranquilo, inmutable. Se quita el saquito de su bar mitzvah, reventado en las sisas, estudia cómo componer el saco.

HIJO: Papá lo tomó a mal, claro. Se enfermó.

MADRE: Cómo podés creer semejantes mentiras.

HIJO: En la época en que se enfermó, fue cuando se enteró. Lo de los pagarés es otro cuento tuyo, lo de los relojes Citizen. (Observando el saco) Cómo puede seguir entrándome el saco de los trece años. Apenas habré crecido algo. Vemos lo que somos pero no podemos decir lo que seremos.

MADRE: Todos estos relojes los reparó tu padre. Podrías haberle dado cuerda.

HIJO: Ojo, con él también estoy enojado. Siempre estuve enojado con él. Pero ahora más, porque nunca me dijo nada. Y él sabía.

MADRE: No tenía nada para decirte. Tu tío lo engañó. Tu tío le contó mentiras.

HIJO extrañamente en paz: Sé que de vos no voy a sacar una verdad ni aunque te mate, mamá.

MADRE: Ya sabés la verdad.

HIJO: Ni aunque te ponga las tijeras en la garganta, me vas a decir la verdad.

MADRE por lo relojes: Ya se oyen los tic tac. Es el corazón de la casa.

HIJO: Hay que acostumbrarse a que veces la verdad no la dice el que miente. La encuentra el que la busca.

MADRE: Tic tac, tic tac.

HIJO: Nunca más me voy a vestir de mujer.

MADRE: Ya lo dijiste. Me culpaste también por eso.

HIJO: No tengo por qué vestirme como una mujer, para amar a un hombre. Me di cuenta anoche. Que eso es una ridiculez; una esclavitud en la que me metiste.

MADRE: No vas a poder.

HIJO: Probemos si voy a poder. Dame el pelo. ¿Dónde está la bolsa con mi pelo?

MADRE: ¿Qué?

HIJO: La bolsa con mi pelo!

Los dos buscan; la madre se la dá.
El hijo tira su pelo por la ventana.

MADRE: Ay, los vecinos!

HIJO: Ahí fue el pelo.

MADRE: Me hacés mal con estas escenas, hijo. ¿Qué tan grave, tan malo es? Yo no quería que fueras un hombre como los demás. Una bestia como ellos. Que todo el día, toda la vida, era plata y relojes, plata y mujeres. Plata y dolores. Lo hice para cuidarte, para protegerte. Las mujeres somos más buenas, tenemos compasión.

HIJO: Vos no tuviste compasión de mí,

MADRE: No pensé que lo otro te iba a gustar tanto.

HIJO: Me mantuviste en la mentira.

MADRE: Ahora sos rico. No millonario, pero la relojería del tío cuesta lo suyo. Por barata que se la vendas a Gabriel…

HIJO brutal: ¡Y vos te pensás que yo quiero una relojería!

MADRE inmutable: Podés viajar. Siempre decías que te gustaría viajar. Te llenabas la boca con ansias de viaje. Te quejabas de la vida miserable que tenías conmigo acá… La vida que te puede dar tu madre, hombro con hombro a la par tuya. Porque no sabrás quién es tu padre, pero tu madre soy yo.

HIJO: Y cuánto lo lamento que seas vos.

MADRE: Cuando se te pase el berrinche, cobrás la plata y te vas a la India. O a la China, bien lejos.

HIJO quebrado: El primo Dan tuvo un ataque de locura. Me sacudió, me golpeó. Los hermanos no lo paraban, porque creían que lo hacía por indignación. No: lo hacía de asco. Somos hermanos, gritaba. Como si yo hubiera sabido. Porque todos creen que yo sabía y soy un cínico. Eso te lo debo a vos, mamá.

MADRE: Gracias.

HIJO: Lo corrí desde la Escribanía hasta la plaza. Se paró enfrente de la Sinagoga. Miraba a la Sinagoga y al Teatro Cervantes. A la Sinagoga y al Teatro Cervantes. Parecía que no sabía si ver una obra de teatro o pedir auxilio al Rabino. Me partió el corazón verlo asi, porque yo lo amo al primo Dan.

MADRE: El siempre fue un chico…

HIJO interrumpiendo: Te pido que no hables. Te pido que escuches hasta el final. Me siento al lado de él, lo abrazo. El se deja abrazar; olía… olía a una mezcla de alcanfor y rosas. Pobrecito, mi amado primo Dan. Se puso a cantar:
“-Cien veces dijiste,
Y alegre mentiste,
Que te ibas conmigo a casar.
-Y hubiéralo hecho,
Si incauto a mi lecho
No me hubieras venido a buscar.”

MADRE: Un poeta.

HIJO: ¡¡¡Qué te dije de hablar!!! Calláte de una vez.

Largo silencio.
La Madre baja un reloj cucú. Saca las tijeras y recorta las ramas de muérdago secas y viejas que tiene el cucú.

HIJO: Le digo Podemos ocultarlo. ¿A quién daña un amor como el nuestro? Me dice, me cuenta. Algo, un hombre lleva un reloj a arreglar a lo del tío. Estaba descompuesto el reloj, era de bolsillo. Un Longines de plata. El tío lo desarma y ve que tiene algo escrito en la parte trasera. El cliente le pregunta por qué alguien haría grabar algo en un reloj adonde nadie lo ve. Y el tío Harón le respondió al cliente: Dios lo ve. Eso fue lo que me dijo el primo Dan: Andate, querido. DIOS nos ve.

El cucú comienza a hacer tic tac.
El péndulo se mueve.

MADRE: Parece que funciona éste también.

HIJO: Y sabés qué digo yo? Por la reputísima madre que nos parió, qué maldición ser judíos!! Porque ninguno de nosotros cree en Dios. Ya de verdad nadie cree en Dios. Dios es una superstición, una superchería! Dios está muerto! Sí, no me mires así. Está muerto, tan muerto como el tío Harón, el tío Moís, la bubba, el pobre papá. O peor: no existió nunca. Porque tanta perversidad junta no puede haber existido. Somos todos bienpensantes, agnósticos, ateos, que se dice. Pero cuando las papas queman (grita con gran dolor) ¡ay cuando las papas queman!, todos andamos con el Dios mío en la boca. Toda la pena es un castigo de Dios; nosotros somos el bochorno de Dios. ¿Cómo van a amarse semejantes seres bochornosos y tener una cuota miserable de alegría por su amor? ¿¡Cómo!?

El Hijo llora doblado.
La Madre se acerca de atrás, pone, cariñosa, una mano en su espalda.

HIJO a su madre, entristecido como un niño: Le damos vergüenza a Dios, mamá.

MADRE: Estás viendo todo negro.

HIJO: Lo veo del color que lo veo.

MADRE: Vení, mirá.

La Madre lo toma de la mano y lo para delante del cucú.

MADRE: Este lo trajo el tío Moís de la Selva Negra. Trajo una docena de relojes cucú. Algunos para tu papá, otros para Harón y otros para él, para la concesionaria de Córdoba. Fue la época en que él se casó con Martita Rubin, después de meterle los cuernos a la tía Ester. Por eso se fue a vivir a Córdoba. Vos no te acordás de la historia porque eras chico. Pero la tía Ester le mandó los hermanos para que le rompieran las piernas al tío Moís por haberla engañado. El se escapó a Europa y después se instaló con la Martita en Córdoba. Con la Martita Rubin y con las piernas sanas, se entiende. Mirá, dentro de tres minutos va a salir el pajarito y hará cucú.

HIJO observando el reloj, toma las tijeras de la madre: Prestáme.

MADRE: Qué vas a hacer?

HIJO: ¿No ves que tiene los cuernos desparejos?

El hijo recorta los cuernos del ciervo.

MADRE: Ah, sí. La grasa los arruinó, el hollín.

HIJO: Cuántas veces sale el pajarraco a cantar?

MADRE: Dos.

HIJO: Dos.

MADRE: Cu-cú y entra. Y cu- cú y entra. Ya sabés, no sé para qué me preguntás.

HIJO: Vos sabías que los cuclillos ponen huevos en nidos ajenos?

MADRE: No.

HIJO: Buscan nidos donde la hembra pone huevos parecidos a los suyos. Porque una hembra que sea muy distinta y ponga huevos celestes y el cuclillo los pone naranjas, la hembra se da cuenta y echa a los huevos del cuclillo del nido para que se estrellen en el suelo. Entonces busca alguien como él mismo, casi de su especie.

MADRE: Eso te lo enseñó el tío Harón?

HIJO: Sí.

MADRE: Al menos aprendiste algo de él.

HIJO sarcástico: Ja.

El cucú sale.
Hace cu-cú cu-cú..

MADRE: Ahí tenés la primera vez. Medio lento. Hay que engrasarle el eje.

El cucú sale. Hace cucú.
En ese instante el hijo pega un tijeretazo brutal al cu-cu, que cae descabezado, despedazado a los pies de la madre.

HIJO: Este ya no pondrá huevos donde no corresponde.

La madre recoge el pajarito de paño.

MADRE: Pobrecito el pajarito.

HIJO: Tirá ese bicho asqueroso a la basura, mamá.

Apagón.
Fin de Escena 4 y final

Final de El bochorno.

DEBILIDAD, DE Patricia Suárez


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DEBILIDAD
Una obra sobre la incomprensibilidad del amor


Buenos Aires
Camarín de un teatro independiente.


Personajes
HORACIO, 60/65 años
LIVIA, 45/48 años.


Escena 1
Horacio está en el camarín quitándose el maquillaje. Todavía tiene el atuendo de un personaje del teatro español. Forcejeando con el picaporte y la puerta, entra LIVIA, fuera de escuadra, que se acomoda en seguida.
HORACIO: ¿Qué hacés acá?
LIVIA: ¿Qué clase de pregunta me hacés?
HORACIO: Viniste.
LIVIA: Me pediste que viniera. No: me escribiste que viniera a verte. Me lo pusiste todo en una carta (LIVIA revisa su cartera). Ya lo voy a encontrar. Y en la carta decía que viniera a verte. No me hace ninguna gracia venir a verte, Horacio. Pero lo me pusiste en una carta…
HORACIO: Así que el Correo funciona, finalmente.
LIVIA: Y yo tengo corazón, todavía. Tenemos una hija, Eva.
HORACIO: Ah, sí. Eva, la princesa a la que están dirigidos todos mis pensamientos.
LIVIA: No quiere ni oír hablar de vos.
HORACIO: Porque le metiste cizaña toda la infancia. No es reproche, es un hecho que salta a la vista. ¡Si esa criatura me adoraba! Estabas celosa y no soportabas nuestra relación.
LIVIA: No seas ridículo, Horacio.
HORACIO: Siempre nos espiabas, siempre cuestionabas si le había dado mucho, si le había dado poco. Si la regañaba, si no la regañaba. Si tal regalo era o no era para una niña de su edad, si le había comprado los zapatitos de charol con plata o en cuotas. ¡Qué escándalo hiciste con los zapatitos de charol del cumpleaños de ocho de la Evita! No me voy a olvidar nunca; nos agriaste la fiesta. Después la profesora de francés. Si la profesora de francés que le conseguí había sido bataclana en la juventud o prostituta… Como si la profesoras de francés abundaran como la maleza en Carmen de Areco, ¡en ese pueblo sólo vos podías vivir a gusto! No me acuerdo ya qué barbaridad decías de la pobre Madame Renaudot.
LIVIA: Le vendiste las joyas que eran de mi mamá. Mejor dicho, vendiste a escondidas de ella, las joyas que eran de mi mamá y las reemplazaste por bijouterie idéntica.
HORACIO: Eso no puede ser.
LIVIA: El brazalete, la cadenita con el dije de coral, los zarcillos… Igual yo te admiro, Horacio, y le expliqué que podías ser un estafador y un sátrapa, pero habías tenido el suficiente don de gentes, como para ir a un joyero y encargar un duplicado de sus alhajitas. O sea, en última instancia, habías pensado en no romperle el corazón a ella.
HORACIO: Livia, abrí los ojos!! Esas joyas las habrá vendido Eva, para darle la plata del oro a algún noviecito, un machito que le gustaba…
LIVIA: Espero que Eva no se incline a la misma clase de hombres que yo.
HORACIO: Rodolfo es un buen hombre.
LIVIA: No hablo de Rodolfo.
Largo silencio.
HORACIO: Pero ya estás acá. Eso es lo que importa.
LIVIA: Me mandaste una carta.
HORACIO: A la casa vieja de Carmen de Areco. Pensé que te habías mudado, pero seguís en la casa vieja, la que levantamos juntos. Porque de alguna manera la levantamos juntos. Ya sé no digas nada, te lo leo en el rostro: me vas a decir que no soy albañil, que no sé ni siquiera cómo se agarra la cuchara. Soy actor, sí. Soy un gran actor: cada escenario de Buenos Aires, me conoce. ¿Sabías eso?
LIVIA: Sí, Horacio.
HORACIO: Un concejal, un político,presentó una petición para declararme Ciudadano Ilustre de Buenos Aires.
LIVIA: …
HORACIO: ¿Levantaste las hipotecas de la casa vieja?
LIVIA: Las pagó Rodolfo.
HORACIO suspicaz: Te casaste con Rodolfo porque levantó las hipotecas?
LIVIA: No vine a pedirte cuentas, ni a pasarte facturas.
HORACIO insultante: Te vendiste a Rodolfo por unas cuantas deudas, unos pesos miserables…
LIVIA: Basta, Horacio. Vine porque me apenó el estado en que estás.
HORACIO: ¿Seguís haciendo pastelitos de batata, de membrillo, para la Fiesta del Pastelito en Gouin?
LIVIA: Sí.
HORACIO: Te salían ricos.
LIVIA: Gracias.
HORACIO: Yo, la verdad, pensaba que el Correo no funcionaba más. Que es como una entelequia. Mando muchas cartas, nunca recibo respuestas. A veces, antes, algún admirador te mandaba unas líneas, unas palabras. A ustedes se limitaban a mandarle flores a los camerinos, a los actores de carácter, unas líneas. A los capocómicos, nada. Ya nadie escribe una sola palabra y por lo que cuenta la Tamburini, las actrices ahora ven flores nomás en su entierro. Claro que la Tamburini está muy baqueteada para el papel; un papel así lo tendrías que hacer vos. Perdoná la infidencia, sé que estás ocupada, que estás en otras cosas para dedicarte al teatro. Pero decía, digo: el Correo no existe o está dejando de existir, eso es lo que pasa, como la alquimia, la cetrería,el verso alejandrino. Pero de pronto parece que existe, porque acá estás vos.
LIVIA (saca de la cartera la carta): Acá está.
HORACIO: Esas cajitas son chiclets?
LIVIA: Qué?
HORACIO: Eso que se te cayó son chiclets. Hacen mal a los dientes los chiclets. Qué fea costumbre la de mascar chiclets como si una persona fuera un rumiante. Y la gente masca chiclets, está perdida toda la elegancia. Pensar que se inventaron para los soldados americanos que estaban en la guerra, para que no estuvieran tan ansiosos. ¿Y qué problema tan grave puede ser la ansiedad en la guerra? El problema es seguir vivo, no si uno está nervioso o no está nervioso. Eso de los chiclets lo inventó un dentista, para hacer negocio después.
LIVIA: Es para el aliento. Tienen sabor a menta.
HORACIO pícaro: ¡Mentirosa! Es para que te quiten el apetito y te mantengas delgada. La mayoría de las mujeres a tu edad están hechas unas matronas. Pero vos seguís con esa cinturita de avispa, las piernas finitas, largas. Las piernas de chuña que tuviste desde siempre; en el pueblo cómo te las miraban, cómo te las codiciaban. ¡Si habré temido que te robaran de mi lado por la belleza de tus piernas! Dejáme darte la vuelta.
Horacio toma a LIVIA, y la hace dar una vuelta como en un baile, para verla de adelante y de atrás. LIVIA se sonroja.
HORACIO: Estás más bella que nunca, LIVIA.
LIVIAcon embarazo: Gracias.
Silencio tenso.
LIVIA (releyendo la carta): Lo que no dice acá es cuánto tiempo…
HORACIO: Cómo?
LIVIA: Estas cosas son breves y no hablás mucho de tu enfermedad, en que estadío, ¿estadío se dice?, estás…
HORACIO: Convidame con uno, LIVIA. Obsequiame un chiclet.
LIVIAle entrega una cajita de chiclets: ¿Cuánto te queda, Horacio?
HORACIO: …
LIVIA: El cáncer de pulmón puede durar un año, dos años. Una persona sana, fuerte, capaz que con cáncer de pulmón vive tres años. Está el loco que se quiere curar a toda costa, se va al Tibet, escala el Monte Everest, que sé yo, y después se cura. ¿Cuánto te dijo el médico que te queda a vos?
HORACIO: Estoy desahuciado.
LIVIA: Pero te dijo un tiempo?
HORACIO: Livia, estás siendo cruel.
LIVIA: Es que no entiendo nada, Horacio. ¿Cómo te agarraste un cáncer de pulmón, vos, que no fumás? Te cuidabas de todo: de la comida, de las corrientes de aire, de los sarpullidos en la piel. Ibas al consultorio del médico cada dos por tres, parecía que le eras devoto.
HORACIO: Pero vos sí fumás.
LIVIA: …
HORACIO: Seré débil de los pulmones. Tanto colocar la voz para hablar en el escenario, tanto declamar, me debilitó los pulmones.
LIVIA: El cáncer es por nicotina, no por actuar.
HORACIO: Y bueno, vos fumabas, te estoy diciendo. El humo del cigarrillo es peor que el cigarrillo. Te va directo al pulmón la nicotina, hace un depósito en el fondo de los pulmones, y un día aparecen las células cancerosas, el tejido necrosado…
LIVIA: Fue hace quince años cuando yo fumaba al lado tuyo y vos respirabas el humo.
HORACIO: El cáncer es una bomba de tiempo. Está, está, está ahí y no lo ves. Y un día, ¡pum!, explota.
LIVIA: Hace doce años que estamos separados.
HORACIO: Una bomba de tiempo.
LIVIA: Está bien, decíme qué querés, por qué me hiciste venir.
HORACIO: Así? No podemos ir a cenar, hablar como gente civilizada?
LIVIA: Delante tuyo se me corta el hambre.
HORACIO: Me lo hacés muy difícil así.
LIVIA: Apelá a tus dotes artísticas. Decíme.
HORACIO: Decía, digo: No quiero morir solo, LIVIA. Tratá de entenderme. Vivo en uncuarto de hotel, en San Cristóbal. Nadie me dirá una palabra de consuelo, nadie llorará una lágrima por mí. El público, sí, el público. Porque al público le entregué mis mejores años, mi vida. Nunca habrá otro Juan Gabriel Borkman como el que hice yo. La platea costaba fortuna, hacíamos función jueves, viernes, sábado, domingo. No se levantó una sola función jamás y estaba el teatro repleto. Me ovacionaban!
LIVIA: Horacio, ¿qué es lo que querés?
HORACIO: Lleváme a vivir con vos.
LIVIA: Qué?
HORACIO: Lleváme a la casa vieja.
LIVIA: Es una locura.
HORACIO (de pronto, abatido, doblado de dolor): Es mi última voluntad. Respetámela, te lo suplico, Livia. Vos me querías, acordáte de eso, del amor que me tenías. Por mí, por Evita. Lleváme a casa.
LIVIA: Horacio, yo…
HORACIO: No me dejes solo en mi hora de dolor.
LIVIA: …
HORACIO: Vos sos la única persona que amé en mi vida. Vos sabés eso. Vos sabés que después de vos no hubo otra.
LIVIA: Querido…
HORACIO: Vos sabés, Livia. Vos sabés cómo nos queríamos.
LIVIA: Horacio.
HORACIO: Vos sabés. se levanta, la abraza: Gracias, LIVIA.
Fin de escena 1.


Escena 2
Mismo camarín.
Han hecho el amor. LIVIA está abrochándose la ropa de espaldas a HORACIO y por eso él, como al descuido, observa el interior de la cartera de ella y puede que le sustraiga la billetera, el monedero, un paquete de pastillas, etc.
LIVIA: No sé cómo ocurrió. No tendría que haber venido.
HORACIO: Me amás, Livia. Me querés todavía. Esa es la cuestión.
LIVIA: Hace diez años que estoy con Rodolfo y nunca le falté. (se vuelve hacia Horacio). ¡Y le vengo a faltar con vos que me dejaste en la calle, llena de deudas, con una criatura a cuestas!
HORACIO: Es amor, Livia. Lo que hay entre vos y yo es una gran pasión.
LIVIA: El amor no te alcanza para no faltarme el respeto, Horacio. No tendrías que haberte abalanzado así, insistirme… No es correcto, entre nosotros ya no es correcto.
HORACIO: Yo no te apunté con una pistola para que te desnudaras.
LIVIA apesadumbrada: Rodolfo es un buen hombre.
HORACIO: Vos también sos buena, tuviste un acto de bondad.
LIVIA: Mirá lo que me hiciste hacerle.
HORACIO: Tuviste un acto de generosidad, eso, para con un hombre moribundo.
LIVIA: Horacio…
HORACIO: Me deben quedar seis meses. Ves que estoy flaco?
LIVIA: Flaco?
HORACIO: Hace año y medio estaba muy gordo. Ah, las vacas gordas que vinieron con Hamlet. Vos me tendrías que haber visto, ¡era la locura entre la gente!
LIVIA: Hacías Claudio?
HORACIO: Laertes, el padre de Ofelia.
LIVIA: Qué personaje miserable es ese.
HORACIO: No, Livia, no te permito. No hay personajes menores en el teatro, hay…
LIVIA: Es un viejo miserable y ruin.
Silencio molesto.
HORACIO: La taquilla explotaba todos los días, localidades agotadas. El Hamlet era un actorcito de la tele que no podía decir tres palabras sin que se le oyera el acentito nasal de niño bien, daban ganas de pegarle. Pero el productor estaba cebado con ese chico, ¿qué le vas a hacer? Todas las noches íbamos a cenar que a Pipo, que a Güerrín, que a Edelweiss, con las estrellas del Maipo. Pero después… después, la desgracia, la guadaña. Me puse flaco con el cáncer; te come el cáncer, por dentro: los huesos, los cartílagos, las ilusiones, la esperanza de redimir los errores que cometí. Con vos, con la Evita.
LIVIA: Yo te quiero, Horacio, pero no de la manera que... Me das pena que hables así como pidiéndome el tiro de gracia. Vos no sabés que lo ha sido Rodolfo para mí. Fue más que un padre, llegó en un momento de tribulación, le entregué mi vida, puse mi vida en sus manos y ahora lo traiciono así.
HORACIO: Estás haciendo teatro, Livia.
LIVIA: Rodolfo es un santo.
HORACIO: Yo no diría tanto.
LIVIA: No te atrevas a ensuciar su nombre.
HORACIO: Nunca faltaría a la verdad respecto de tu marido, que te quiere, te cuidó todos estos años, como decís vos. Y me parece bien; y me alegro que alguien lo hiciera. Porque si no me hacés sentir cargo de conciencia y la culpa me aplasta como un zapato hace polvo a la colilla de cigarrillo.
LIVIA (suspira): ¡Cargo de conciencia vos, Horacio!
HORACIO: Igual, a veces… digo, decía, a veces esto parece una pieza de vodevil. Viste esos vodeviles donde uno corre tras el otro y entran y salen de distintos cuartos y ya perdés de vista quién quiere a quién?
LIVIA: No.
HORACIO: Dejáme que te suba el cierre. Cómo brilla tu piel, Livia. Tu piel es algo inolvidable. Estoy tan feliz de que hayas venido, ¿vas a dormir conmigo hoy? No vamos a ir a mi hotel, vamos a ir a un buen hotel, un cuatro estrellas. Vamos a cenar opíparamente. No me vas a negar este capricho, está voluntad. Mis sentimientos por vos están intactos, Livia. Yo te quiero, te adoro igual que siempre.
LIVIA: Te acompaño a empacar a tu hotel y me vuelvo a Areco.
HORACIO: Ya está todo empacado. Podés ir vos, habitación 12. Le pagás una deuda chica al dueño… Prestáme cuatrocientos pesos, ¿podés? Así le pago al asqueroso ese que me reclama, me trata como a un perro y nunca la vida se topó con un artista de mi categoría, eso le pasa. ¿Tenés cuatrocientos pesos? El cáncer me comió hasta los ahorros.
LIVIA: Te presto, pero vas vos. Yo no quiero saber nada de tratar con usureros.
HORACIO: Me gustaría dormir con vos acá, acá en Buenos Aires. Tener la ilusión de que sos mi mujer.
LIVIA: No puedo.
HORACIO: Claro que podés. Yo siempre te he sentido mi mujer, aunque te casaste con el bueno de Rodolfo para que te pagara las deudas. Para mí seguís siendo mi mujer.
LIVIA: Dejá de hablar así de Rodolfo. Me casé con él porque lo quería.
HORACIO: Ay, qué mentirosa.
LIVIA: Sí, lo quería. ¿Qué hay?
HORACIO: ¿Ustedes son muy unidos? No, muy unidos no son.
LIVIA: Sos un cínico.
HORACIO: El te cuenta todo a vos? Vos sos capaz de ir y buchonearle que te acostaste conmigo, para desmerecer lo nuestro. Que no es una revolcada así nomás, es lo más puro que pasa entre dos personas. Pero él, a vos, ¿te cuenta todo lo que hace? ¿con quién va?
LIVIA: El no va con nadie.
HORACIO: Ves? No te lo cuenta. Es lo que yo digo: no son muy unidos. ¡Ah, esta es la sagrada institución del matrimonio! Una suma de hipocresías, de calenturas, de ataduras… No te contó lo de la chiquita. Digo, decía, porque le gustan jovencitas. Vos tenés la carne firme, Livia, eso es un lujo a tus años. Pero una jovencita es una jovencita. Clelia se llama. Es poético el nombre Clelia.
LIVIA: No me vas a enredar en tu maraña de mentiras.
HORACIO: Clelia Expósito. Averigualo vos, si querés, que tenés todo el tiempo del mundo para hacerlo, toda la vida por delante. Es una maestra de Arrecifes, está ahí nomás Arrecifes. El se iba las noches que vos… no sé, ¿qué hacés vos los jueves a la noche? Jugás a las canasta? Bueno, vos jugás a la canasta y él… (gesto obsceno)
LIVIA: Me das asco, Horacio.
HORACIO: Te mete los cuernos con una maestrita de pueblo de primer grado. Ahora no sé si era de primero inferior o de primero superior. ¿O ya no existe esa disposición, es de mi época? Cuando yo iba a la escuela hacías primero inferior y después primero superior. En suma, la maestrita, Clelia, linda como un nenúfar y con los labios todos los días y las noches pintados de rojo, del rojo ese de la Corona de Cristo, ¿te acordás de esa flor que teníamos en el patio, la corona de cristo? Así de rojo se pinta los labios. Es bonita, pero vos a su edad le pasabas el trapo que no la miraba ni Dios.
LIVIA: Cómo sabés todo eso.
HORACIO: Funciones que hacemos en la escuela. Tarea educativa, triste, tristísima, de los actores. Fuimos a Arrecifes, Pergamino, Capitán Sarmiento, Junin, San Pedro y San Nicolás. En San Nicolás estaba muerto como un burro de trabajar y me metí en la iglesia a rezar. Quién me ha visto y quién me ve, pensé, pero como dicen que la Virgen es milagrosa, por ahí me quitaba el cáncer de pulmón.
LIVIA: Y qué tiene que ver eso con la tal… cómo era Lelia? Clelia? Delia?
HORACIO: Clelia, la amante de tu marido. Hacíamos Fuenteovejuna. Cómo me gusta esa obra. Yo antes, cuando hacía el Comendador, ¡la de aplausos que arrancaba! Ahora lo hace un mequetrefe que estudió en una academia oficial y en tres años, tres años y medio, tal vez, se recibió de Actor Nacional. Tomá, chupáte esa mandarina. Talento, cero. Pero el diploma abajo del sobaco dice: Actor Nacional.
Silencio.
LIVIA: ¿Y?
HORACIO perdido: ¿Y qué?
LIVIA: Dónde aparece la Clelia esta en el cuento.
HORACIO: Ves que sospechás que tu marido te pone los cuernos? Si no, no preguntarías tanto. Ya te hubieras ido dando un portazo. Vos para dar portazos sos mandada a hacer. Aparece, aparece. Viene a pedirme autógrafos, a mí, que soy nomás el Regidor, pero la dejé extasiada de placer. No me digas que le gustan los viejos verdes a la chiquita, porque ella es preciosa. Y cándida. Debe tener mil pretendientes. Quién sabe por qué le gusta Rodolfo. De vos lo entiendo, pero ¿de ella? Le debe llevar regalos caros, seguro. Billetera mata galán.
LIVIA: Así que Clelia.
HORACIO: Charlamos, hablamos de la escuela. Qué trabajo durísimo es ser maestra. Y me suelta que a ella le gustaría ser actriz pero creía que no tenía pasta. Y aunque tuviera pasta, no iba a dejar el pueblo, o ciudad, no sé si Arrecifes es una ciudad o un pueblo… ¿Cuántos habitantes tiene que tener una localidad para pasar de ser pueblo a ser ciudad?
LIVIA: No sé, Horacio. Seguí por favor.
HORACIO: Por amor de Dios, no te vas a poner celosa. Hacé de cuenta que te cuento esto desde la ultratumba, no venga a causar un conflicto entre nosotros dos. Una revelación de ultratumba, eso es. Bueno, que me suelta que la retiene un amor, que no es casada, pero el amor que la retiene sí lo es, un próspero comerciante de Areco. No me quiere decir quién es, al principio. Cuenta que el tipo tiene una vida matrimonial atribulada -¡las cosas que le harás pasar al Rodolfo, Livia, no quiero ni pensar!- y que no se anima a dejar a la esposa. Y por ahí, se le escapa, Rodolfo, el nombre. Y yo digo, decía: Es Rodolfo, el marido de la yegua aquella.
LIVIA: Hay un montón de Rodolfos en el norte de la provincia de Buenos Aires.
HORACIO: Era de Carmen de Areco. Más de cinco no debe haber.
LIVIA: Está bien, a lo mejor hay cinco.
HORACIO: Querés que vaya y haga un censo? Es tu Rodolfo, es tu marido, que se cansó de vos, Livia. El amor tiene un límite. El nuestro no, el amor que tienen los otros, el amor que se llama normal, tiene un límite y se termina.
LIVIA: Me harté.
HORACIO: Rodolfo Beresford, me confesó la chiquita.
LIVIA: Dejémoslo ahí.
HORACIO: No me creés? Vamos a la oficina de Paco, agarrás el teléfono y llamás a la Escuela Normal de Arrecifes. Pedís hablar con la Señorita Clelia y le preguntás. Y punto.
LIVIA: Y qué le pregunto?
HORACIO: Le preguntás si es la amante de tu marido. ¿No es eso lo que querés saber? O querés saber la fija del domingo? Cuando te ponés así no te entiendo.
LIVIA: Ah, sí. Y ella me va a contestar tan campante si es o no la amante de Rodolfo?
HORACIO: Eso no sé. Yo no estoy en la cabeza de la chiquita para saber qué te va a contestar…!
LIVIA: Eva está en Buenos Aires y quiere verte.
HORACIO: ¿Eva?
LIVIA: Quiere verte por última vez, despedirse de vos.
HORACIO: ¿Evita, mi princesita?
LIVIA: Siente el deber de despedirse de vos.
HORACIO: Me perdona?
LIVIA: Ah, al final reconocés que le vendiste las alhajas.
HORACIO seco: Si me perdona que la haya abandonado cuando te dejé, y con tal de tenerte lejos a vos, a ella ya no la visité. Pobre hijita mía. Qué injusto fui, qué gran pecado hice. En la radio hacía una obra sobre Kepler, ¿sabés quién es Kepler? No importa, da igual. Hacía esta obra y ahí Kepler defiende a la madre de él, a la que acusan de bruja, la Inquisición la acusa. Y él hace y hace hasta que detiene el proceso, y la salva de que la quemen en la hoguera. Y la madre le dice: Gracias, hijo. Te quiero, hijo. La actriz que hacía de madre tenía veintidós años y se acostaba con el productor de la radio, si no nunca le hubieran dado el papel. Y Kepler le contesta: Yo no, madre. Yo la odio, madre. No la tuteaba a la madre, antes no se tuteaba. Yo no la tuteaba a mi madre, pero porque ella era arisca, los otros chicos sí tuteaban a las madres. Pero mi madre trataba de usted hasta al perro; debe ser porque era pampeana, la gente de La Pampa es más distante.
LIVIA llorosa: Estás chocheando, Horacio.
HORACIO: Y cada vez que hacía la obra de Kepler, pensaba en la Evita. Que no llegue el día que yo le diga, en mi lecho mortal, digo, Te quiero, Evita. Te quiero y soy tu padre y te quise siempre. Y ella me responda: Yo no, papá. Yo te odio. Me clavaría un puñal, me dejaría sin aliento.
LIVIA: Si igual estabas en el lecho mortuorio qué más dá lo que ella te diga.
HORACIO: Vos no triunfaste en el teatro porque no entendés qué es una metáfora.
LIVIA: Va a pasar acá a las ocho de mañana. Las ocho de la mañana.
HORACIO: Cuando la vea, voy a caer de rodillas ante ella.
LIVIA: Horacio…
HORACIO: Decíme que me querés, Livia. Decíme que vos también me perdonás.
LIVIA: Sí, Horacio.
HORACIO la acaricia, le besa el pelo: Hay un pueblo en Benin , que cuando dicen “te quiero”, “te quiero” significa “me gusta tu olor”. Y a mí me gusta tu olor, Livia. Nunca pude olvidar el olor a leche y frutas dulces de tu piel, tu sexo…
LIVIA: ¿Dónde queda Benin? Es por el lado de Trenque Lauquen?
HORACIO: No, Livia. Benin está en Africa, esto es un pueblo de negros africanos. Brutos, pero sensibles. Y cuando dicen te quiero, dicen me gusta tu olor.
LIVIA: ¿Lo viste en un documental del National Geographic?
HORACIO: No me abandones, Livia. Sos lo único que tengo.
LIVIA: No te voy abandonar.
HORACIO la abraza: Amor mío, te quiero tanto!
Fin de escena 2


Escena 3
Mismo escenario, pero Horacio está abrigado, porque vino del exterior. Cerca de él, una maleta de fibra, un poco cachada.
HORACIO eufórico: …y no había manera de hacerle entender que se decía Pato Silvestre, no Pato Silvestro. Pero Maestro, le explicábamos, en castellano se dice Pato Silvestre. Y él, nada, Pato Silvestro. Un hombre tan distinguido, que había estudiado con Stanislavsky, y no había cómo sacarle el Pato Silvestro. Tenía muy pegado el idioma ruso. Pato Silvestro, Pato Silvestro.
LIVIA: Me la contaste a esa anécdota.
HORACIO: Ah, si?
LIVIA: Sí. Me la contaste.
HORACIO: Vos también contás las cosas dos veces. A veces más de dos veces. La de veces que estuve que escuchar cómo fue el parto de Evita!!
LIVIA: Vos no estabas en el parto de Eva así que lo menos que podés hacer es escuchar el relato de cómo fue.
HORACIO: Dejáme de embromar, estar en el parto. Ustedes las mujeres tienen cada cosa. Mirá si mi viejo iba a ir a los nacimientos nuestros. Cagaba a tiros a la partera si nomás le iba con la idea.
LIVIA: Qué animal.
HORACIO: Vos le decías papá cuando nos casamos, ¿te acordás? Qué camelera, te querías meter al viejo en un puño. Después, ustedes se pelearon ya no me acuerdo más por qué, alguna locura tuya y empezaste a desparramar por todo el pueblo que era un viejo de mierda. Pobrecito mi viejo.
LIVIA: Le vendiste los tractores diciendo que estábamos por construir una casa para que él se viniera a vivir con nosotros. Después te gastaste la plata.
HORACIO: Qué decís, Livia. No te acordás, vos en esa época estabas mal de los nervios.
LIVIA: No sé qué habilidad tendrías para gastar tan rápido toda la plata que tenías. Te quemaba la mano, parecía. Claro, ya estabas viniendo a Buenos Aires, a ver si te conchababa alguna compañía… Te la darías de gran señor, de feudatario de las tierras de Areco…
HORACIO: Vos estabas en tratamiento, ¿te acordás? Si fue para cuando perdiste el embarazo del Natán y quedaste mal. Estabas postrada todo el día.
LIVIA: El bebé nació muerto.
HORACIO: Me hubiera gustado tanto tener otro hijo. Natán, yo le quería poner Natán. Por Natán Pinzón. Vos no querías, porque si hay un alma entrenada para llevarme la contraria en la vida, esa sos vos.
LIVIA: El bebé nació muerto y si un ser humano nace muerto, quiere decir que no nace. No nació y si no nació, no tiene nombre. No sé por qué estamos hablando de esto que a mí me hace tanto daño, Horacio.
HORACIO: Dos perdiste en aquel tiempo.
LIVIA: Horacio, por favor.
HORACIO: Tanto juntarte con los gatos.
LIVIA: Toxoplasmosis se llama.
HORACIO: Ves? La enfermedad tiene nombre, pero mis hijos decís que no. ¿El segundo que perdiste qué era? Nene o nena? Vos sabés que no me acuerdo.
LIVIA: Todavía me duele el raspaje que me hicieron para que no quedaran restos. Te pido que no hablemos más.
HORACIO: Otro nene, claro. Es que vos sos como Lady Macbeth, pero al revés. Viste que dicen en la obra que una mujer como ella, dura, amarga, febril, sólo puede engendrar machitos. Vos, que sos dulce, nomás diste a luz una nena. Corrijo, sos dulce cuando querés. Porque a veces…
LIVIA: Me alegra escucharte tan dicharachero. Parece que estás repuesto de la pena.
HORACIO: Vos sabés que no. Justo lo contrario. Estoy deshecho. Pero soy actor, ¿qué querés que haga? Tengo deformación profesional y actúo hasta por los codos. No puedo enmudecer.
LIVIA: …
HORACIO: Pasé por el hospital antes de venir. Por eso tardé tanto. El doctor Fideleff pasa por los partes y los estudios a la noche. Me dieron los resultados de los últimos análisis. Fracasó todo.
LIVIA apenada sinceramente: Ay, Horacio.
HORACIO: Esta enfermedad de mierda me hace vivir con un dedo en el culo. Porque ya estaba que me iba, que me moría. Ya estaba que aceptaba la realidad, el paso cuatro, la aceptación, le llaman los médicos del dolor que me atendieron. Tengo la metástasis en la linfa, eso ¿cuánto tarda en llevarse a una persona? Y quería, quiero, irme con vos, Livia, con la Evita. Quiero morirme en tus brazos, en la casa vieja.
LIVIA: Acordáte que Rodolfo también vive en casa.
HORACIO: ¡Me cago en la hostia con tu Rodolfo! ¡Que te viva mil años tu Rodolfo y con su pan te lo comas! Pero yo me estoy muriendo, estoy condenado. Yo soy un muerto en vida.
LIVIA lo abraza, conmovida: Yo no te voy a abandonar a tu suerte, Horacio. No sé si podés considerarme una vieja amiga, pero sí… nosotros, a esta altura de la vida, somos como los veteranos de guerra, que se reúnen, se encuentran. Sobrevivieron a la misma catástrofe y…
HORACIOinterrumpe, impaciente: Me bajaron los leucocitos y los linfocitos. No hay más neutrofilia.
LIVIA: ¿Eso qué quiere decir, Horacio? No entiendo así.
HORACIO: Que puedo iniciar otro tratamiento.
LIVIA: Te podés curar?
HORACIO: . Quimioterapia, radiaciones.
LIVIA: Te podés salvar, Horacio? Eso es una gran noticia.
HORACIO: Chequeos de pulmón con punzamientos todas las semanas, controles diarios, eso no es vida.
LIVIA: Cómo que no, Horacio? Vos estás en la obligación de elegir la vida, por tu hija. Vos tenés una hija. Y por mí, claro. Por mí también.
HORACIO: No es tan fácil, Livia.
LIVIA: ¿Vas a dejar caer los brazos ahora?
HORACIO: El tratamiento no lo hacen en el hospital público. Es un tratamiento privado, lo hace en la Clínica de Hematología de los doctores Lein y Belinsky. Nunca un criollo en estos asuntos, eh. La Asociación de Actores no lo cubre. Pueden reintegrarme, dicen, el 20% en un año. Si vivo un año, si no cero reintegro. Ni al enterrador le van a pagar el reintegro.
LIVIA: Dios mío, qué injusticia.
HORACIO: Así está hecho el mundo.
LIVIA: Tan costoso no puede ser. ¿Cuánto sale el tratamiento que te proponen hacer?
HORACIO: Treinta mil pesos.
LIVIA: Ay, Horacio. Qué tremendo.
HORACIO: Ya sé.
LIVIA: Si yo tuviera esa plata, mirá…
HORACIO: Ya sé, Livia.Ya sé.
LIVIA: Rodolfo justo está en un momento de ajuste con el negocio. Si no le pedía y…
HORACIO: Le vas a pedir justo a Rodolfo. No te preocupes.
LIVIA: Es que no sé cómo ayudarte.
HORACIO: Paciencia. Teniéndome paciencia.
LIVIA: Pero yo no te puedo dejar morir. Cómo vivo después con esa carga? Cómo la vuelvo a mirar a Eva a la cara y decirle que en el último momento no te pude ayudar…?
HORACIO: Voy a pedir un crédito al banco.
LIVIA aliviada: Ah.
HORACIO: Tengo los papeles.
Horacio saca con lentitud los papeles del interior de la chaqueta. Su actitud, sus movimientos son los de una persona derrotada.
HORACIO: Pero yo no soy sólido para el banco, Livia. No son tontos, saben que me puedo morir antes de terminar pagar el crédito. Quieren garantes. Por eso me piden un aval, una hipoteca. Sin aval y sin hipoteca no largan un peso.
LIVIA: Son unos hijos de puta. ¿Era Brecht el que dijo “Robar un banco es delito, pero más delito es fundarlo”?
HORACIO: Sí, era Brecht.
LIVIA: Perra vida.
HORACIO: La casa vieja puede ayudar. De alguna manera sigue siendo los dos.
LIVIA: Vos decís que te hagan el tratamiento en Areco?
HORACIO: Yo digo que hipoteques la casa vieja.
LIVIA: No, eso no puedo.
HORACIO: Olvidáte entonces.
LIVIA: Es el único techo que tengo.
HORACIO: Dejá, Livia. Si es de Dios que tengo que reventar, tengo que reventar.
LIVIA: No puedo darte la casa vieja. Rodolfo me mataría.
HORACIO: Rodolfo te compra una. Te compra un chalecito con techo a dos aguas, y dos perros de guardia. Nomás cuando se entere que te acostaste conmigo, con tu marido, el único que te hizo gozar, el único que te hizo los hijos… ¡no va a querer ni dormir ni estar de pie en la casa vieja ni un minuto!
LIVIA: Rodolfo no tiene por qué saber…
HORACIO: Ya sé, Livia. Qué rápido te volviste una buscona. Yo siempre creí que vos ibas a engañarme en cuanto me descuidara. Que no me ibas a llorar ni dos semanas si yo no estaba tu lado. Que eras capaz de hacerlo con un tipo atrás de un palo de escoba y yo no me daría cuenta. Tan modosita, tan puta.
LIVIA: Horacio, me ofendés…
HORACIO: Qué rapido te deshiciste de mí. (Grita, aulla) Ah! Perdonáme, perdonáme! Estoy hecho una bestia, ya ni sé lo que digo. No te quise maltratar, disculpáme los zarpazos, Livia.
Horacio se le acerca, la acaricia.
HORACIO: Puedo vivir, pero voy a morir como un perro. Por tirado y por seco. Por no saber juntar. (llora desesperado) ¡Porque siempre creí que ahorrar era de burgueses recalcitrantes y yo era un artista, un gran artista, que no tenía cabeza para pensar en la plata! Entendéme, estoy loco. Te quiero y ya no tengo más chance ni con vos, ni con nada. Stefáno! ¡Me hubiera gustado hacer Stéfano! Me voy a morir sin actuarlo.
LIVIA: No te puedo ver así, Horacio. Me partís el alma.
HORACIO: Lo lamento. Te pedí la casa vieja, porque también era un poco mía. Así creí, pero también me equivoqué en eso.
LIVIA: Vos me firmaste que renunciabas a tu parte a cambio de no pasarle alimentos a Eva.
HORACIO: Pero sigue siendo de los dos la casa vieja.
LIVIA: Me firmaste…
HORACIO: Vos sabés que eso no tiene validez a la hora de distribuir la herencia.
Silencio incómodo.
LIVIA: ¿Me estás pidiendo que hipoteque la casa, sin contemplaciones?
HORACIO: No. Te estoy pidiendo uno, dos años de vida.
LIVIA: Dicho así…
HORACIO: Si tengo cinco años de sobrevida, con cinco años que Dios me dé, te devuelvo todo, Livia. Peso sobre peso.
LIVIA desesperada en la disyuntiva: Horacio, Horacio…
Horacio abre la maleta, saca una arrugada escritura.
HORACIO: Esta es la escritura de la casa vieja. Me acuerdo el día que fuimos al escribano, ese tipo tan envarado. Parecía el General San Martín cuando ya está anciano en Boulogne-Sur-Mer. Vos te reías!! Estabas tan feliz, éramos felices.
LIVIA: Vos no querías comprar la casa.
HORACIO: Tenía miedo.
LIVIA como en trance: Vos no querías ataduras conmigo, querías ser libre, decías. Para actuar. El teatro era tu pasión; yo eso lo entendía. Pero yo no quería vivir en un cuarto de pensión, como una cualquiera. Arrimada a un hombre, amancebada. Cuando perdí los bebés, vos dijiste que era un alivio.
HORACIO: Yo cometí muchos errores, Livia.
LIVIA: El médico nos dijo que como no nacieron no era necesario enterrarlos. Eran deshecho biológico. Es feo, es horrible. Pero el entierro era muy doloroso psíquicamente para una puérpera. Vos te opusiste, firmamos que queríamos los cuerpecitos. Los enterramos en el Cementerio Municipal, vos me dijiste que así era una manera de tenerlos, de saber que tuvimos una familia a punto de florecer. Esas fueron tus palabras. Yo te creí, yo bebía de tu boca. Después, yo iba sola al Cementerio.
HORACIO: Dejáme reparar mis errores.
LIVIA; Qué tétrico.
HORACIO: Si vivo, voy a darte los años más felices de tu vida.
LIVIA: Les llevaba un ramito de clivias. Después, planté salvia, lavanda alrededor y ya no fui más.
HORACIO compadecido: Pobre, mi querida.
LIVIA: Me fue esquiva la maternidad.
HORACIO: Pero al final nació Eva. Y nos devolvió a la alegría, al amor.
LIVIA furiosa: ¡No es cierto! ¡No la querías tener y después nunca la quisiste! ¡No te importaba! ¡Ya no hables más, Horacio! No quiero saber más. ¿Dónde querés que te firme? ¡Dame esos malditos papeles que te firmo de una vez y ojalá te cures y te pudras!
Horacio le tiende los papeles.
LIVIA: ¡Te firmo, te firmo! Conste que te firmo por Eva, por mi hija!
Livia temblorosa, rabiosa, en una crisis de nervios, firma y se los tira a la cabeza.
LIVIA: ¡Ahí tenés tus papeles! ¡Ahí tenés tu plata!
Golpes a la puerta.
LIVIA: Ahí está Eva.
HORACIO: Livia, Livia…
LIVIA: Salgo un rato.
HORACIO: Livia, calmáte.
LIVIA: Quedáte con Eva vos. Y arregláte.
HORACIO: Volvé, Livia. No hagas una locura. Mira que la calle es peligrosa, no te metas en lugares que no conocés. Hay un barcito acá cerca, te pedís un café, una leche, respirás. Hacen las sfogliatellas napolitanas, esas que hacía tu mamá y a vos te gustan. Pedíte una sfogliatella, el dulce hace bien. Te da energía. Es importante tener energía para enfrentar los combates de la vida…
Livia sale, portazo.
Fin de escena 3


Escena 4
Mismo camarín. Noche de ese día.
Horacio está arreglado, orondo, perfumado. La tez colorada, la actitud de una persona satisfecha. Mira por la ventanita, luego va hacia el espejo, enciende todas las bombitas. Se contempla, suspira.
Entra Livia, que parece su opuesto. Desarreglada, desabrochada, el pelo revuelto, la pintura corrida. Con un pañuelo se tapa la boca, se seca la transpiración, se enjuga las lágrimas.
HORACIO: ¿Qué pasó? Te esperé todo el día. Quedamos en que íbamos a pasar el día juntos.
LIVIA: Vos no tenés cáncer.
HORACIO: Me plantaste. Ibamos a ir a Isis a comer los sándwiches de pavita que hacen ellos. Vos sabés cómo me gustan los sándwiches de pavita. Ibamos a ir al cine, a ver una francesa. A vos siempre te gustaron las películas francesas, yo me aburría, pero…
LIVIA: ¡Vos no tenés cáncer!
HORACIO: Pensaba que íbamos a dormir juntos esta noche. Anoche querías, después no querías. Pensé que capaz hoy se te iba la estrechez y me dabas ese gusto. Tampoco es que vos seas la pasión personificada. Te echás, te dejás hacer y a mí me entran ganas hasta de disculparme: “¿Te molesté, Livia?” “Qué va, Horacio, si ni lo sentí”. Siempre así; yo te hacía el amor y vos bostezabas.
LIVIA: No me estás escuchando, Horacio. ¡Vos no tenés cáncer!
HORACIO: Una cura milagrosa.
LIVIA: ¡Un timo! ¡Un cuento el cáncer!
HORACIO: No creas, es uno de las causas de mortalidad más altas en Occidente. Los chinos no, son menos cancerosos.
LIVIA: Pensé que te morías. Y me daba culpa dejarte morir como una rata. ¡Pero no tenés cáncer!
HORACIO: Parece que no te alegra la noticia.
LIVIA: Actuaste el canceroso, hijo de mil putas.
HORACIO: Parece que te gustaba más si estaba muerto. Después decís que sos buena, una mujer piadosa. ¡Qué infamia, por favor!
LIVIA: Jugaste con mis sentimientos por vos.
HORACIO: Cuando yo era chico iba a ver las cintas de don Luis Sandrini y ya de chico, me ponía al espejo y le copiaba, los gestos, las acciones. Qué gran actor, el día que lo conocí casi me meo en las patas.
LIVIA: Fui al Hospital Argerich, la parte de Oncología. Me late que vos ni siquiera sabés qué quiere decir la palabra oncología. No te molestaste ni siquiera en armar un buen libreto. Soy tan poca cosa para vos que bastaba la sonrisita y el personaje magnánimo, mártir de su propia suerte.
HORACIO: Los actores tienen lo suyo, algunos tienen luz propia. Año ’64 con el Teatro de Los Independientes hacemos una puesta de Galileo Galilei. Yo no sé si estoy espléndido, pero es como si no me viera nadie. Año siguiente hacemos una adaptación de Arlt, de Roberto Arlt, que ya estaba muerto. Erdosain el humillado, adaptación de Onofre Lovero. Yo estaba ahí, en bastidores, por si a Onofre le pasaba alguna cosa y necesitaba un reemplazo. El público aplaudía de pie a Onofre después de cada función. Nunca necesitó un reemplazo, nunca, nunca. Ese hombre era un genio; yo, era el imbécil; ese hombre haciendo de Erdosain me demostró que yo era un imbécil.
LIVIA: Nadie sabe de un paciente que se llame Horacio Ostrovich.
HORACIO: No dí mi verdadero nombre en el hospital. No quería que nadie me reconociera, me tuviera pena. Preferí el incógnito y di un nombre falso.
LIVIA: En la Obra Social de la Asociación de Actores, tampoco saben que estuvieras enfermo. Saben que tenías deudas, saben que sableabas a Dios y María Santísima. Saben que dejabas pelado a quien le ibas con algún cuento.
HORACIO: Quién te dijo eso? Si fue Perduli, el de Recepción, es porque me odia. Yo le quité hace muchos años el papel de Bruto. Y le quité una novia también; una rubia, primorosa.
LIVIA: ¡De qué Perdulli me estás hablando! Me pasé el día esperando que el erudito del Dr Lein aceptara contestar mi llamado, levantar el tubo y decirme una palabra. ¡Quería una sola palabra que me salvara del infierno! Cinco horas estuvo hasta que se dignó hablar.
HORACIO: Cuando los médicos se dan corte, son tremendos.
LIVIA: ¿Qué Ostrovich ni Ostrovich? No existe ningún Ostrovich, me dice tu doctor Lein. “¿Para eso molesta, señora?” Qué vergüenza.
HORACIO: Seguro lo pronunció mal. Porque es judío. Lein es judío. Y dice Ostróvich, con acento en la o. Pero es croata Ostrovich, y se acentúa en la i. Me revienta cuando creen que soy judío y soy hijo de croatas. O qué sé yo: mi madre me dejó cuando yo tenía un año. Capaz que ella era judía o negra o criolla. Qué sé yo.
LIVIA: No existís, Horacio. ¿Te das cuenta de eso?
HORACIO: Mirá el Anuario de la Asociación de Criticos de Espectáculos de la Argentina, y vas a ver que existo. Mirá los programas de mano del Teatro de la Ribera, en La Boca. Todos los años hago una obra ahí. A beneficio siempre.
LIVIA: No me importa para qué querés la plata. No me importa qué pito toca esa tal Magda y su hija Celeste en tu vida. Si te vas a casar con ella, como le prometiste, o no. Un comino me importa, lo único que te digo es que no es legal el modo en que me quitás mi casa.
HORACIO: Ya fuiste de conventillo: por eso Eurípides odiaba a las mujeres. ¿Y qué te dice Magda? Que tengo una aventura de amor con ella, que no contesto sus llamados. Ella me persigue, ella me está encima a cada rato: eso seguro que no te lo dice. Y que es loca, pobrecita, loca como una chiva, no te lo puede decir.¡Que no la quiero, te dijo, que siento asco, que me da repugnancia acostarme con ella! Porque a ver si entendés: ¡a la única mujer que quise en toda mi vida es a vos!
LIVIA: No, no me dijo que está loca de amor por vos. Me dijo que te llevaste todas las cucharitas de plata que tenía. En algún momento, la señora ésta sale al baño y vos te apropiás de la platería. ¡Un ladronzuelo, Horacio!
HORACIO: Habla de despechada. Qué querés que te diga una mujer a la que se despreció?
LIVIAangustiadísima. Y que le robaste un cuadro de Prilidiano Pueyrredón, un original. Lo descolgaste, dice ella que cuando fue al baño, que vos le pusiste un nárcotico en el oporto, en la sobremesa, no sé. Una mujer tocándose, ese era el cuadro que le robaste.
HORACIO: Cómo delira esa vieja.
LIVIA: Ella avisó a la policía, a los traficantes de obras de artes…
HORACIO: Todo mentira, Livia. Yo no puedo distinguir una caricatura de Divito de un Prilidiano Pueyrredón, hacé el favor. Son los calores de la menopausia que la tienen así a la vieja ésa.
LIVIA: No es legal, Horacio. Yo voy a contratar a un abogado y te voy a quitar mi casa. Porque es mía.
HORACIO: Vos no vas a contratar a nadie.
LIVIA: Me estafaste otra vez.
HORACIO: Me estoy cansando de este jueguito, Livia.
LIVIA: Le manoseaste la hija, dice. Veinte años tiene la hija.
HORACIO: Estoy harto de celos y persecuciones. Harto.
LIVIA: ¿Qué hacés vos seduciendo una jovencita de veinte años?
HORACIO: ¿Para qué viniste, Livia? Tenés una misión cristiana que cumplir? Para qué viniste, decíme.
LIVIA: Porque sos el padre de Eva.
HORACIO: Te cagás en eso, siempre te cagaste en eso. No la hiciste que me llame una sola vez en toda su vida. Ni para mi cumpleaños, ni un estreno importante, nada. Porque a ese pueblo de mierda, los diarios llegan. Te enterás si estreno.
LIVIA: Vos tenés obligaciones con ella y no ella con…
HORACIO: Vos estás hasta la coronilla de Rodolfo. Y venís a ver si podés retomar conmigo, que soy un idiota y siempre te quise. Pero esta vez, como viniste te vas.
LIVIA: Me escribiste que te morías.
HORACIO: Viniste porque te gusta cómo te lo hago yo. Ahora, si ya no te gusta te vas.
LIVIA: Que era un cáncer terminal, escribiste.
HORACIO: Cincuenta mujeres como vos tengo.
LIVIA: Que te quedaba poco tiempo.
HORACIO: A la salida del teatro, hacen una cola. Mujeres hermosas, no vayas a creer que te hablo de esperpentos. La Magda esa, si la viste, no es ningún adefesio.
LIVIA: Es tuerta.
HORACIO: Una mujer muy apetecible, en la cama era un torbellino.
LIVIA: Tiene un ojo de vidrio.
HORACIO: Era una amante experta, le gustaba el sexo. No era ninguna sardina.
LIVIA: Bastón usa.
HORACIO: Te vas ya. Te quiero fuera de mi vista.
LIVIA: No!!
Horacio la empuja para echarla del camarín. Ella se defiende violentamente, agarrándose al dintel de la puerta, a lo que sea.
LIVIA: ¡No me echás!
Horacio ha caído en la butaca, está cansado por la lucha él también.
LIVIA: Rompé delante de mí los papeles del Banco.
HORACIO: No puedo.
LIVIA: Rompé esos papeles!
Livia como loca, los busca por todo el camarín dando vueltas todo.
HORACIO: No están, no los tengo más. Digo, decía, tardaste tanto en venir, que pensé que te arrepentiste. Vos sos una pluma al viento, como dice la Opera. En un momento renuncié. Dije: Livia es grupo que me quiere; Livia no me quiere. Fui al Banco y presenté los papeles, llené el formulario. El crédito de los treinta mil pesos está en marcha. Ahora, decíme, ¿qué esperás para irte?
LIVIA: Por qué me hacés esto?
HORACIO: Porque estoy solo. Porque estoy viejo.
LIVIA: Esa no es una respuesta.
HORACIO: Porque soy un hombre débil. Porque soy débil ya para pelear por vos, por nosotros…
LIVIA incrédula, herida: ¿Débil?
HORACIO: Y vos sos mi debilidad. Me podría haber ido con otra mujer, me podría haber vuelto a casar. Pero no puedo. ¿Y por qué no puedo? Porque no te puedo sacar de mi cabeza, porque tu ausencia, tu perfume, tu piel, me hacen débil. Yo diría que hasta tu existencia me debilita, es enfermiza tu existencia para mí. Es amor, ¿quién lo duda?, lo que yo siento.
LIVIA: Me estafaste.
HORACIO: Porque tengo mucho tiempo para pensar.
LIVIA: Vos me odiás.
HORACIO: No.
LIVIA: Vos me odiás.
HORACIO: No. O sí, a veces.
LIVIA: Eva está deshecha. Cree que te vas a morir mañana. Vos no tenés corazón; sos capaz de matarme la hija para dártelas de pachá con la vieja tuerta.
HORACIO: Está bien que sufra: es digno. Soy su padre, ¿no? Que me funcionan los bichitos del esperma es algo que con dos lápidas y la Evita podés comprobar. Pero después me quité todo lo que tenía en los testículos; para no hacerle hijos a una chitrula que los abandone. Como hizo mi madre conmigo. Hasta los seis meses, me tenía en la cuna y yo lloraba, pedía la teta, la mamadera, qué sé yo, y ella se reía. No pensaba en el crío, pensaba en los machilongos, en los trapos que ponerse… ¿Cómo no me iba a venir contrahecho?
LIVIA: Eso es de Ricardo III. Ese no sos vos.
HORACIO ríe: Touché!
LIVIA: Vos no sos nadie.
HORACIO: ¿Sabés que decía mi padre? Para que los hijos sean sanos, hay que matarles la madre antes que tomen la primera teta. Ahí tenés.
LIVIA: No sos nadie, no sos el actor que vos decís que sos, no sos el hombre que decís que sos, el amante que decís que sos…
HORACIO: Don Pedro Alberto Jacinto Ostrovich y vos que lo querías tanto.
LIVIA: …no sos el padre, que seguro decís por ahí que sos y con el que te llenás la boca, no sos el marido que decís que sos, no sos persona. Un pedazo de mierda tiene más consistencia que vos.
Horacio ofendido en su honor, le pega un cachetazo brutal a Livia.
LIVIA: ¿Qué más?
HORACIO cebado: ¿Querés más? ¿Querés que te ponga en tu lugar? Querés que te enseñe quién es el hombre acá?
LIVIA: Te voy a denunciar.
Horacio la agarra de los pelos y la fuerza.
HORACIO: ¿A quién vas a denunciar?
Livia, de repente, se abraza a él.
HORACIO tratando de quitársela: ¿Qué hacés?
LIVIA: Besáme, besáme, Horacio.
HORACIO: Salí, no quiero.
LIVIA: Besáme, por favor.
Horacio se la saca de encima y la sienta en la butaca. Livia se hunde en la butaca.
LIVIA arrebujada, suplicante: Bésame, mostráme que esto no es cierto.
HORACIO: …
LIVIA: Decíme que me querés, mostráme.
HORACIO: …
LIVIA: Decíme que este mal, que todo el mal, no es cierto.
Horacio va hacia el espejo con marquesina, comienza a componerse la ropa, que ha quedado mal trazada por Livia. Se peina con saliva las cejas, el jopo. Se abotona la camisa, disimula el botón que se salió en la pela con Livia.
Largo momento.
HORACIO: Livia, vamos. Levantáte.
LIVIA: No…
HORACIO: Vamos, Livia. Cae el telón, hay que irse.
Horacio ayuda a Livia a levantarse.
Apaga las luces del espejo. Livia, apoyada en él, comienza a salir.
LIVIA: Horacio, ¿por qué?
HORACIO: Hay un lugarcito acá al lado, seguro que tienen sándwiches de pavita. Vamos, Livia. Mové los piecitos.
Salen los dos de escena
Apagón.
Fin de la obra Debilidad.