1/3/21

ADÁN Y EVA. De Salvador Novo



 


































ADÁN Y EVA
De Salvador Novo



EVA
Debí figurármelo. Aquí metido, como siempre, jugando solitario. ¿Desde qué hora
estás aquí? No tienes conmigo ninguna consideración. Me dejas todo el peso de la
casa. Los muchachos te buscaban, siquiera para despedirse, ya que cuando llegaron
de visita dormías la siesta. Salimos a buscarte al jardín, lo cual, a esta hora, es
peligroso, bien lo sabes. Tuve que excusarte de cualquier modo. Y claro, tú aquí,
muy quitado de la pena, ¡jugando solitario!
ADÁN
Perdóname, mujer.
EVA
Llevo siglos de hacerlo. Me paso la vida perdonándote. (Pausa. Se acerca.) ¡Ah,
no! ¡Hiciste trampa! ¡Esta reina no va sobre el jack! ¡Con razón te sale este solitario,
y a mí nunca!
ADÁN
Yo creí que tú nunca jugabas solitario.
EVA
No lo prefiero como tú, que es distinto. A mí me gusta la compañía de mis
semejantes, la conversación, la sociedad. Tú en cambio, eres capaz de aislarte, de
abstraerte, aun en medio de una reunión. Debe ser cosa de tu origen, tan... singular.
ADÁN
¿Me lo reprochas?
EVA
No. Te lo ofrezco, o me lo ofrezco, como una posible explicación de esa, y de
tus otras singularidades.
ADÁN
Debes tener razón. Uno vuelve siempre a su origen, en la vejez. Es posible que
yo todavía añore de vez en cuando, después de todos estos siglos de dicha conyugaly de patriarcal abundancia, los breves días en que desperté a una existencia muda y
solemne en el jardín del edén. No tuve entonces para aislarme, para abstraerme,
necesidad de jugar solitario. Ni más compañía que la sumisa de los animales, a
quienes iba bautizando conforme se acercaban, maravillados, a conocerme.
EVA
¿Ahora eres tú quien me reprocha que haya llegado a acompañarte?
ADÁN
Bien sabes que no. En todo caso, no fue culpa tuya. Ni mía.
EVA
Sí, sí me lo reprochas. Lo percibo en tu tono, de falsa resignación; en el empleo
anacrónico de la palabra “culpa”. Culpa la empezó a haber después: cuando al
vernos desahuciados del Paraíso, caímos sin remedio en las definiciones y los
sofismas de los juristas. Fue entonces cuando se originó toda una terminología
enredada, incomprensible, de infracciones y sanciones, delitos y castigos, crímenes y
penas, pecados y penitencias.
ADÁN
¿Y de quién fue?
EVA
¿De quién fue qué?
ADÁN
La culpa.
EVA
¿La culpa de qué?
ADÁN
De que hubiera culpa; y en consecuencia, castigo.
EVA
Tus hijos se han pasado la vida demostrando que mía, lo sé. Y haciendo
penitencia por ello, fundando órdenes religiosas, fraguando ceremonias;
mortificándose. Y finalmente, consultando a los psiquiatras. Son unos masoquistas. Y
unos tontos. Siguen atribulados por el pecado original, aun después de siglos de
haber perdido ese pecado originalidad.ADÁN
Dices “tus hijos”, como si fueran sólo míos. Y en tono en que no se diría que me
los atribuyes, sino que me los imputas.
EVA
A jugar de nuevo con las palabras. Que las mujeres no podamos ser
académicas, ustedes lo interpretan como una privación que nos infligen, cuando no
es más que un privilegio que se nos debe. Tú empezaste, lo sé; y tus hijos –sí, tus
hijos- siguieron dando nombre a las cosas: a los animales primero, luego a los
objetos inertes de la Creación. ¿Pero qué sería de la Gramática sin el verbo? Y el
verbo, no lo olvides, yo fui la primera en conjugarlo. Por ti, las cosas se habrían
quedado en sustantivos; cuando mucho, en adjetivos.
ADÁN
¿No crees que es un tanto excesivo tu empeño en demostrar una superioridad
que nadie te discute? Excesivo y extemporáneo. Y verboso.
EVA
En otras palabras, quieres que me calle.
ADÁN
No aspiro a tanto. Pero sí podríamos, de vez en cuando, pasar una velada
tranquila, sin discusiones, ni disputas, sin reproches.
EVA
Tú descifrando un crucigrama –el perro a tus pies- y yo haciendo calceta, y
cambiando de vez en cuando los discos, ¿no es eso? ¿Es así de moderna tu idea de
la felicidad conyugal?
ADÁN
Pues no le veo nada de malo, francamente. Millones de nuestros hijos se
ganan, como yo, con el sudor de su frente, el tranquilo derecho a una dicha
semejante.
EVA
¡Pero si tú supieras lo que piensan de nuestros hijos nuestras hijas!
ADÁN
No necesito esforzarme mucho. Hace siglos que te adivino el pensamiento.
EVA
Ahora soy yo quien te pide perdón.ADÁN
Y yo lo otorgo gustoso. Ya estoy acostumbrado. ¿Quieres tus barajas?
EVA
No. Guárdatelas. Esas ya no me sirven. Bien sabes que en el bridge se
necesitan cartas nuevas, y dos juegos. Pero ahora no esperamos a nadie, además.
Abel y Caín siguen distanciados, a pesar de que sus mujeres se llevan bastante bien,
y han tratado por todos los medios de reconciliarlos. Pero hasta ahora no he logrado
que accedan a reunirse los cuatro aquí. Y es lástima. La mujer de Abel, y Caín hacen
siempre un cuarto excelente.
ADÁN
Sigues prefiriendo a Caín.
EVA
Es tan hijo mío como Abel. Una madre no puede hacer distingos entre sus hijos,
hagan lo que hagan. ¿Y quién te dice que no sea tú el culpable de que Caín no
quisiera a su hermano?
ADÁN
¡Yo!
EVA
Tú, sí. Lo consentías mucho. Porque era el primogénito. Como si el azar de
llegar primero diera un derecho, un privilegio especial.
ADÁN
Primero en tiempo, primero en derecho.
EVA
Pues ya ves que no.
ADÁN
¿Cómo que no?
EVA
Yo llegué después. Caín nació después que Abel. Y el derecho –mejor que tú y
que Abel-, lo hemos establecido nosotros. Cada cual con su fuerza.
ADÁN
No voy a discutir contigo. Es insensato lo que afirmas,. Además, tienes una
manera de salirte por la tangente, de dar a un asunto el sesgo que te conviene... Te
reprochaba esa preferencia notoria que muestras por Caín –bien sabes lo que hizo- yme sales con que yo prefiero a Abel, como si en todo caso no hubiera éste sido la
víctima.
EVA
¿Víctima? ¡Tu papel predilecto!
ADÁN
De la envidia de su hermano. Del sentimiento más bajo que el hombre puede
germinar. Y de mí no puede haberlo heredado.
EVA
Pues de mí, menos. Yo no he sentido nunca envidia de nadie.
ADÁN
Tal vez no en esa forma.
EVA
¿Y en qué otra? ¿Sugieres que haya otra?
ADÁN
Creo que sí. Los celos se parecen mucho a la envidia.
EVA
¿Y yo soy celosa? ¿Es eso lo que insinúas?
ADÁN
No lo insinúo. Lo afirmo. Tú puedes haberlo olvidado ahora. Es explicable. Te
has conservado joven y hermosa –con todos los secretos de la botánica a la
disposición de tu periódico rejuvenecimiento mientras yo envejezco y me invalido.
Pero acuérdate de los primeros tiempos después del desahucio, cuando tuve que
empezar a ganarme la vida trabajando. Llegaba a veces tarde, y te encontraba de un
humor imposible, llena de sarcasmos y de reproches e indirectas. Pronto lo
comprendí. Estabas celosa. Eres celosa.
EVA
¡Pero si no había más mujer que yo! ¿De quién iba a estarlo?ADÁN
De la posibilidad de que la hubiera. No creas que haya olvidado la noche que te
sorprendí, cuando me creías profundamente dormido...
EVA
¿Registrando tu ropa?
ADÁN
No. Contándome las costillas.
EVA
Ahora eres tú quien lleva la conversación donde le conviene. Interpretas la
Historia a tu antojo.
ADÁN
La Historia no. Nuestra vida privada no ha hecho la Historia. Constituye
apenas la anécdota, y es lamentablemente igual desde entonces en todos los
matrimonios. Es muy propio tuyo, exagerar la importancia de tu papel. Pero si vamos
a examinar la Historia –la han hecho más mis hijos que tus hijas-. Eso tienes que
admitirlo.
EVA
Ahí vas de nuevo con tus reminiscencias. Envejeces, Adán.
ADÁN
Concedido. Envejezco. Y no hago ya la Historia. Pero siguen haciéndola, y la
han hecho siempre, mis hijos.
EVA
Pues según a lo que llamemos Historia. Tú, inventor del lenguaje, y de la
metáfora, padeces una innata grandilocuencia, ella te arrastra a estimar como
Historia lo que tus hijos más pedantes llaman los Grandes Hechos. Y estos grandes
hechos teatrales, admito que los han perpetrado más tus hijos que mis hijas. Han
sido los Genios.
ADÁNEntre los cuales bien sabes que no ha habido una sola mujer.
EVA
Pues sólo eso faltaba. Las mujeres somos seres normales. Eso que llama
Genio es patológico y desagradable. Una criatura de ocho años que toca el piano, un
sordo que compone sinfonía. Ninguna mujer que se respete es capaz de semejantes
aberraciones.
ADÁN
¡Aberraciones!
EVA
A nosotras, las cosas nos ocurren, o nos sobrevienen, a su debido tiempo: son
ustedes los eventualmente desajustados: o precoces, o retrasados: o niños prodigio,
o viejos verdes.
ADÁN
Tienes del genio una idea digamos que poco genial. Lo confundes con el
talento, lo cual no sólo pone el tuyo en entredicho, sino que explica la ausencia
absoluta, en la Historia, de mujeres geniales.
EVA
Quizá tú puedas ilustrarme al respecto. Me asombraría, pero está visto que no
hay nada imposible. Si ni Mozart ni Beethoven te parecen genios... Y si Marie Curie
no era mujer...
ADÁN
Has mencionado a la única que puede legítimamente aspirar el título de genio.
Pero a dos que evidentemente no lo son –más que para las mujeres: el niño prodigio
y el sordo músico. Ninguno de ellos califica, porque un genio trasciende la simple
utilización talentosa, o precoz, o ejercida en condiciones adversas, de lo que ya
existiera antes de él –y ellos no inventaron ni descubrieron la polifonía.
EVA
Pero, si no me equivoca, Beethoven la llevó a culminaciones antes no
sospechadas. Y conste que a mí, personalmente, no me gusta nada.
ADÁNPrefieres a Tschaikowsky, claro. O a Chopin. Te han de parecer otos tantos
genios.
EVA
Eres tú quien sacó a colación a los Grandes Hombres, sus grandes hechos.
Eres tú quien para explicarse la Historia, necesita apoyos humanos, puntos
culminantes de comparación. A mí no me hacen falta. Desde un principio, sé muy
bien que cualquier hazaña o descubrimiento que realicen los hombres, la hacen
como una pobre compensación por lo que les está vedado cumplir de otro modo. Y
me dan lástima. Más lástima mientras mayor o más heroico es su descubrimiento o
su hazaña. Porque tanto mayor ha de ser la privación que así se esfuerzan en
compensar.
ADÁN
Así que cuando yo descubrí –digamos el hacha, y el fuego, y la flecha, y la
cueva que fue nuestra primera habitación -, ¿lo hice en vez de otra cosa?, ¿por qué
no podía realizar otra? ¿Y cuál?, ¿puedes decírmelo?
EVA
No pensaba precisamente en ti, ni en aquellas casualidades que con tu
habitual jactancia llamas tus descubrimientos; pero acepto el reto. Echabas de
menos el Paraíso, con todas sus elementales comodidades. Hubieras querido ser
Dios. Y como esto no era posible, te empeñaste en elevar el status del hombre lo
más cerca posible de la divinidad. Dios habría creado el mundo; tú te empeñarías en
descubrirlo. Tendrías así la ilusión gratificadora de que lo creabas. Aun a sabiendas
de que ya estaba ahí: América detrás del océano, el protón y el neutrón adentro del
átomo.
ADÁN
Me pregunto si al razonar así no evidencias el fruto de lecturas
inconvenientes, y la asimilación nociva de ideas históricas que ahora comprendo que
te cautiven, puesto que te convienen.
EVA
¿Cuáles?
ADÁN
Las que disputan a los héroes la confirmación de la Historia, que en cambio
atribuyen a las fuerzas anónimas de la naturaleza, o de aquella Naturaleza en
desorden y en degeneración que es la sociedad.
EVADivagas. Ahora mencionas a los héroes, cuando hablábamos de los genios, si
no recuerdo mal.
ADÁN
Es casi lo mismo. Con la ventaja para ti de que, al amplificar hasta los héroes
el campo de nuestra conversación, admito en él a una que otra hija tuya. A Juana de
Arco, por ejemplo.
EVA
Muchas gracias, pero declino tu regalo. Las heroínas me parecen tan
aberrantes como tus genios. No las tengo por hijas mías. Pienso que también ellas
procedieron así porque se avergonzaban de su sexo, y porque sus hazañas viriles
las compensaban tristemente de otros déficits importantes.
ADÁN
Muy bien. Dejémoslas fuera. Yo no me empeño ciertamente en walkirizar la
epopeya. Pero permíteme reanudar el análisis de tu pensamiento –o mejor, de tu
sentimiento.
EVA
Me acusabas de lecturas inconvenientes.
ADÁN
Y de ideas disolventes e inconsistentes.
EVA
Acabarás por demostrar que soy comunista. ¿Eso es lo que te propones?
ADÁN
No sería nada extraño que llegáramos a esa conclusión. Se habla allá en la
tierra del Paraíso Soviético.
EVA
Pero no se sabe que haya en él una Eva.
ADÁNEsa es su paradoja. Y la tuya. Pero no me interrumpas. Desde hace mucho
tiempo, nuestros hijos hacen la Historia tratando de explicársela. Y le buscan
responsables. Endiosan así, unos, a los héroes; otros, a las masas en que se apoyan
o comandan esos héroes. Yo tomo decididamente el partido de los primeros. Creo,
con mi hijo Carlyle, que no hay nada más admirable que los Grandes Hombres, mis
grandes hijos que han tratado de honrar mi nombre.
EVA
Tu grande nombre. Dilo de una vez.
ADÁN
Pero hay los que creen en las fuerzas. Y éstos piensan como tú, o tú como
ellos. Hegel, con su teoría dialéctica de la Historia, creía en las “fuerzas”, e inspiró a
Marx, que a su vez inspiró a Lenin. También para Spencer la Historia era una
evolución social, una marcha desde el gregarismo indiferenciado y primitivo, hasta la
heterogeneidad social más compleja. Y para Taine, y en estos tiempos, para James
Harvey Robinson. Me satisface ver que Arnold Toynbee haya en estos tiempos tan
permeados por las masa, emprendido la lúcida exposición de la potencia de la élite, y
de sus grandes líderes –para emplear una palabra que disfraza de overall a los
genios y a los héroes.
EVA
Me aburres, Adán. Das vueltas y vueltas en torno de las más sencillas ideas,
para complicarlas. ¿Por qué no lo dices clara y rotundamente? ¿Por qué no dices
que tú crees en los héroes, en los genios y en los líderes con la misma ingenuidad; y
que yo los niego mientras tú los exaltas; tú, porque te reconoces halagado, en ellos;
yo porque los desnudo –porque los reconozco desde al nacer- y ultimadamente,
porque sin mí ni siquiera hubieran nacido?
ADÁN
Pero si es eso precisamente lo que digo. Sólo que yo acostumbro apoyar mis
afirmaciones en premisas, en antecedentes. Yo soy lógico.
EVA
Digamos mejor que eres sofista. Porque soslayas en tus cuentas una premisa
indispensable: mi colaboración en tus empresas, la de mis hijas en las heroicas de
tus hijos. Revisa tu Historia a esa luz, y verás cómo todo cambia, y yo tengo razón al
tomar el partido de los que reconocen las fuerzas como el único motor del progreso
humano; no a los héroes.ADÁN
Me place. Revisémosla juntos, si te parece.
EVA
Es un poco cansado, pero puesto que no se te ocurre modo mejor de
divertirnos y pasar la velada...
ADÁN
Por favor, Eva. Ya no estamos en edad de otros modos.
EVA
Yo sí. Recuerda que soy más joven que tú.
ADÁN
Mi hija, lo sé. Mi “by product”.
EVA
Deuda inicial que he pagado con réditos excesivos durante muchos siglos, si
me haces favor. Y devolviéndote con creces la pequeña mutilación que me dio origen
en tu anatomía torácica. Lo que tú estableciste fue simplemente un mecanismo
quirúrgico de la reproducción, que yo he perfeccionado. ¡Mira por dónde puedo
empezar a defender mi tesis y a pulverizar la tuya! Tú mismo, y tus genios
predilectos, no habéis en fin de cuentas sido otra cosa que los intermediarios.
ADÁN
¿Intermediarios? ¿Entre qué y qué?
EVA
Entre Dios y el Tiempo. O si quieres entre el origen y el progreso, o entre la
Naturaleza y la Ciencia, o entre la Muerte y la Vida.
ADÁN
¿Podrías decirme de qué modo?
EVADe muchos modos; pero ciñámonos al de tus pretendidos descubrimientos. Te
jactas de haber descubierto el fugo, por ejemplo. Y convengo en ello. Pero fui yo
quien lo aplicó al beneficio de tu comida caliente. Que es el más perdurable y útil de
sus empleos. Por ti, ahí hubiera acabado todo. Te habrías puesto a cantar victoria, y
Eureka, como aquel imbécil que dio en el baño con la fórmula que buscaba.
ADÁN
¡De suerte que yo no descubrí el vapor –ni la electricidad- ni el petróleo, ni
fundé la industria!
EVA
Nadie lo niega –aunque es cosa que lejos de satisfacerte, debería
avergonzarte, y de que yo, en tu lugar, no me jactaría-. Pero he sido yo quien
humaniza y hace verdaderamente útiles y de empleo general tus inventos y tus
descubrimientos. Hablabas del vapor. Pensabas sin duda, con arrobo y admiración
en el niño James Wyatt, absorto ante la tetera en ebullición de su madre. De ahí
nació observador y precoz, la madre que le preparaba un buen té.
ADÁN
¡Vaya una idea!
EVA
No me interrumpas. Cada descubrimiento tuyo, lo has considerado final y
excelso. Yo lo rebajo a la provisionalidad de las cosas útiles y prácticas para seguir
adelante con las comodidades de la vida ordinaria, que la embellecen y la hacen
soportables. Tu descubrimiento de la fuerza nuclear, por ejemplo. Igual que cuando
descubriste el fuego. No se te ocurrió más que incendiar nuestra choza, y el bosque.
Si no es por mis cántaros de agua... Ahora has hecho una bomba. Tienes en las
manos, o lo crees, el secreto último de la energía universal. Y no se te ocurre mejor
modo de celebrarlo, que hacerla estallar en Hiroshima, y destruir, destruir... Por
fortuna yo estoy aquí todavía y todo puede rehacerse, repoblarse.
ADÁN
Pones ejemplos extremos.
EVA
Porque tú los abordas siempre, los extremos. Te dejas llevar por aquel instinto
de la muerte que descubrió otro de tus hijos más antipáticos –el tal Freud-. Yo soy en
cambio la depositaria del instinto de la inmortalidad. La paradoja está en que túinmortalizas –o lo procuras- con monumentos y con biografías y con honores,
precisamente a aquellos de tus hijos que para alcanzar la inmortalidad, eligieron el
circunloquio aberrante de la muerte. Mientras que yo me encargo de perpetuar la
especie menos notoria de los que, a singularizarse por un hecho grandioso, prefieren
cuerdamente vivir en el anónimo perdurable de la verdadera inmortalidad.
ADÁN
Hablas de paradojas. Y te pronuncias por un anonimato histórico que
comprueba tus inconscientes inclinaciones comunistas. Pero permíteme señalar que
en tu Paraíso Soviético, que es la tierra en que prevalecen esas ideas
antiindividualistas de la Historia; donde se propala el valor de las masas por encima
del hombre y de su acción particular, se da la paradoja de que un Lenin o un Stalin
reciban una adoración personal que ningún héroe, genio o gran hombre ha recibido
nunca –ni Alejandro, ni César, ni Napoleón, ni por supuesto, Colón, ni Marco Polo- o
Cortés, o Shakespeare, o Cervantes, o Miguel Ángel.
EVA
Lo admito. Pero eso no prueba más que la estupidez –antes, de los
capitalistas; y hoy, de los comunistas. Todos tus hijos, y todos, claro, con algún aire
de familia.
ADÁN
Mitad y mitad, si te parece.
EVA
Tú has sido siempre la mitad más grande. A mí me llamas tu cara mitad –y así
me calificas. Y te calificas también un poco a ti mismo como tacaño, cuando me
encuentras “cara”. Has tenido siempre un modito molesto de recalcar mi condición de
parásito. Dices: “a mi costa”, y “a mis costillas”. No creas que no me ofende.
ADÁN
Pero ya no hay razón, si alguna vez la hubo. Tus hijas han conquistado
derechos cívicos que las igualan a mis hijos. Trabajan, como ellos. Son dueñas de su
vida, disfrutan de su libertad.
EVA
Y pueden divorciarse.
ADÁN
Es en lo único que no te les pareces.
EVALo dices como si lo lamentaras.
ADÁN
Ya es un poco tarde para eso, ¿no crees?
EVA
En todo caso, y aun cuando ya ni tú ni yo en lo personal podamos aprovechar
esta situación, es confortante y satisfactorio para mí ver lo mucho que han
adelantado mis hijas. Ya ves .Hay en ello una nueva y plena corroboración de mi
tesis. Tus genios y tus grandes hombres descubren, por ejemplo, las instituciones.
Pero somos nosotras quienes las volvemos prácticas y útiles. Ustedes inventan el
Seguro de Vida. Y son tan tontos, que el modo como se les ocurre aprovecharlo es
muriéndose –dejando una viuda que lo disfruta. Siquiera deberían ser un poco
lógicos, y llamarlo Segura de Viuda.
ADÁN
Nadie discute tu superioridad... biológica; ya te lo he dicho. La tierra dura más
que los árboles. Hasta se petrifica, con el tiempo –y rescata a su seno, en forma de
fósiles, a los que fueron sus maridos o sus hijos. Eso, por desgracia, no la hace más
inteligente.
EVA
Confundes, querido, la inteligencia con la proclamación de la inteligencia.
Tomas literalmente el rábano por las hojas, o mejor dicho, las hojas por el rábano.
Nosotras no hemos necesitado proclamar la nuestra. Nos ha bastado ejercerla en la
forma irrefutable de la perduración. Consulta nuestro álbum de familia y dime. Ábrelo
en cualquier página. ¿Encuentras a Menelao más inteligente que Helena? ¿A
Agamenón que Clitemnestra? ¿A Laio que a Yocasta? ¿A Ulises que a Penélope?
ADÁN
Bien sabes que a esas familias no las tengo por nuestras. Las desconozco y
las desheredé a su tiempo. Profesaban ideas heterodoxas acerca de su origen. Me
ignoraron y se dieron un gobierno que llamaron olímpico, precursor de los que más
tarde inventaron las carteras ministeriales y la división del trabajo. Encargaron a un
dios, imagínate, de cada ramo del presupuesto. Y establecieron jerarquías en el
poder, como en las democracias. Y un Zeus investido de facultades extraordinarias
en todos los ramos. Pero incapaz, como los presidentes en las democracias, de
conjurar y reducir las argucias políticas de sus ministros y de sus ministras. Todo un
enredo, en el que sin embargo, los mayores trastornos y las crisis ministeriales las
provocaron, naturalmente, las mujeres.EVA
¿Trastornos? ¡Al contrario! Yo sí tengo por hijas mías a aquellas muchachas.
Heredaron y ejercieron mis dotes sagaces de organización, de amplitud de criterio,
de precisión sensata. ¿Qué el viejo verde de Zeus, razonablemente abochornado de
su decrepitud, se disfrazara para abusar de las jovencitas –de cisne, de toro, de
lluvia de oro- que es hasta la fecha el más usual y el más eficaz de los disfraces?
Bueno; pues aquella calaverada, aquella patética cana al aire, mis hijas la
transmutarían en un resultado feliz y positivo: el nacimiento de su semidiós o de un
héroe.
ADÁN
De un bastardo.
EVA
Así iba mejorando la raza.
ADÁN
No. Así aquellas paganas justificaban sus horrendas inclinaciones a la zoofilia.
EVA
Supongámoslo. Suele o puede haber animales más atractivos que ciertos
maridos. Lo curioso es que muchos siglos más tarde, la medicina haya acabado por
admitir y sancionar la ingestión por los hombres de los sueros y las hormonas de los
animales. Cuando menos, Europa, Leda y Dafne, las precursoras de la vacuna y de
lo hormonoterapia, se atuvieron a un tratamiento más directo y más placentero que
los comprimidos o las inyecciones.
ADÁN
Razón de más para que yo las repudie, con toda su historia. No,
decididamente, de Grecia no me hables. No es mi familia.
EVA
¿De Roma entonces?
ADÁN
Menos. Esos romanos fueron los nuevos ricos del continente, los precursores
de la ópera –y de Hollywood. Grandiosos, pero miserables. El circo, figúrate. Y el
Derecho Romano. Y un Nerón que era el remedo de Edipo, su caricatura lamentable.
EVABueno, pues. Omitamos a Roma. Aunque antes de descartarla, lo honrado
sería que declararas que la rechazas por las mismas prejuiciadas razones que a
Grecia; porque a Rómulo y Remo no los amamantó una nodriza normal, sino una
Loba. ¡Como si ello no los hiciera los precursores de la dietética moderna! ¿Quieres
que examinemos la Biblia? Allí sí has de reconocerte. Es el primer registro civil que
nos menciona, y tu primera biografía, tu “currículum vitae”.
ADÁN
Lo dices como si se tratara de una ficha signalética.
EVA
Algo hay de eso, ¿no?
ADÁN
Pero sobre la Biblia no cabe discusión.
EVA
No intento discutirla: sólo apoyarme en ella.
ADÁN
¿Para qué?
EVA
Para demostrarte que por ejemplo Judith y Dalila fueron más listas que
Sansón y Holofernes.
ADÁN
Si esa es tu idea de la inteligencia...
EVA
No nos entenderemos nunca, Adán. ¿Te parecen actos de inteligencia los
perpetrados por tus bíblicos hijos? ¿El sacrificio de Abraham, que no tiene mucho
que pedirle al de la hija de Agamenón? ¿El perdurable, enquistado resentimiento por
su origen acuático, que engendró en Moisés una introversión patológica que lo hizo
echarse irresponsablemente a buscar una tierra prometida; aislarse a meditar, como
cualquier Hitler en Berchstergaden, y salir con unas tablas de la Ley de cuya
perfección estaba tan poco seguro que prefirió atribuirle a su inspiración a Jehová, en
vea de declarar que eran su propio engendro? ¿El salvamento colectivo de Noé –tan
parecido a ala construcción moderna de refugios antiatómicos- para acabar por
embriagarse a la vista de sus hijos, perdiendo su respeto?ADÁN
Errar es humano. La biografía de los grandes hombres no puede hallarse
exenta de mácula o de culpa. Pero quedan sus grandes hechos para justificarlos.
Ese es su testamento, lleno de inspiración perdurable. La hay en el Antiguo tanto
como en el Nuevo: dame una mujer, una sola que haya logrado, por ejemplo, lo que
logró san Pablo, aquel Maestro de lo que los modernos publicistas llaman la
“promoción”. Muerto Jesús, sus discípulos se hallaron dispersos, confusos,
perseguidos. Pablo asumió su capitanía, su lideraje, y formó lo que puede llamarse la
más eficaz fuerza de venta de la historia: la fe cristiana, de la que hizo una fuerza
que acabaron por reconocer los poderes temporales. Dame, repito, una mujer bíblica
que haya hecho algo semejante.
EVA
¿Una? ¡Millones! Has caído en tu propia trampa. Quisiste jugar una carta de
triunfo, y esa carta te resulta una Epístola que desde hace mucho tiempo condensa y
resume la sabiduría de Pablo y la culminación de todo su genio organizador y
publicitario: la Epístola que les leen a nuestros hijos cuando los casan. Sacramento y
momento desde el cual en adelante, y todas las hijas de Eva mandan, cuando
parecen obedecerlos, sobre todo los hijos de Adán. ¿Puedes negarlo?
ADÁN
No tendría objeto. Decías bien. No nos entenderemos nunca.
EVA
Pero no lo deplores, querido. De habernos entendido, hace mucho que nos
habríamos separado. El divorcio que han inventado nuestros hijos no dimana como
ellos creen de la incompatibilidad eventual de sus caracteres, sino, precisamente, de
su compatibilidad. No tiene ya caso seguir juntos, si se piensa lo mismo, si se cree lo
mismo, si se lucha por lo mismo. Nuestro disentimiento es el secreto de nuestro
sentimiento, el perpetuo acicate de nuestra supervivencia. Tu con tus héroes, yo con
mis fuerzas anónimas, preservamos la Historia; que está hecha tanto de biografías
ilustres, brillantes, como de capítulos aburridos en que juegan las masad con su
hambre, con su miseria, con su estulticia, y con la gloria anónima y arrolladora de su
número. Yo puedo a veces profesar por los héroes una ternura visceral, mientras tú
rindes un homenaje analítico y cerebral que eleva las biografías al género de las
obras de arte. Pero la Historia no es artística. No lo es la gravidez, no lo es el parto.
Digamos, que una palabra, que una vida ilustre es perfecta y límpida como una
sonata, y que a ti te gustan, como los solitarios, las sonatas. Pero la Historia es una
suma de vidas. Una sinfonía que conjuga muchos temas, muchas ideas, que nos da
en su entraña una vislumbre de futuro y eternidad arraigada en el más antiguo
pasado. Y esa es mi música, mi polifonía, hecha denotas menudos, de silencios
breves, de gritos, de risas, de recuerdos y de esperanzas...ADÁN
¡Mi buena Eva!
EVA
¡Tonto! No me compadezcas. ¿Ves? Me has contagiado tu verborrea. Y se ha
ido el tiempo. Ya ni sé para qué venía a buscarte.
ADÁN
Dijiste que estuvieron aquí los muchachos. ¿Van a cenar con nosotros?
¿Invitaste a alguien?
EVA
No. Querían ir al cine y vinieron a disculparse. Cenaremos solos, a la hora que
gustes. ¿Tienes tu pipa? ¿Te traigo tus pantuflas?
ADÁN
No, no. Las nueve ya. ¿Qué hay para la cena?
EVA
Pie de manzana.
TELÓN






23/2/21

ANONIMO. FARSA DE MAESE PATELÍN.

 







ANONIMO


FARSA DE MAESE PATELÍN


PERSONAJES

 

 

PATELÍN,   abogado.

GUILLERMINA,   su mujer.

GUILLERMO,   pañero.

CORDERILLO,    pastor.

JUEZ.

Mujeres que compran ante el tenderete del pañero.

Curiosos que contemplan el juicio.

La acción transcurre en una villa del siglo XV.


A la derecha, tenderete del pañero.


A la izquierda, casa de Patelín.



 

Casa de PATELÍN. GUILLERMINA está sentada haciendo labor. PATELÍN pasea impaciente. 


 

PATELÍN.-  ¡Ah, Virgen Santa! Por más que me esfuerzo en ingeniármelas, por más que me rompo la cabeza, no conseguimos ver delante de las narices unos miserables ochavos. ¡Y pensar que antes tenía todos los pleitos que me daba la gana!


GUILLERMINA.-   (Sin levantar la vista.)  En eso mismo estaba pensando yo. Estás desprestigiado entre tus compañeros de profesión. Recuerdo aquellos tiempos en que todo el mundo te buscaba como abogado defensor. Ahora te llaman el abogado sin pleitos.


PATELÍN.-  Y, sin embargo, no es por alabarme, porque tú lo sabes, no hay en la ciudad ni en toda la comarca hombre más hábil que yo, exceptuando al alcalde.


GUILLERMINA.-   (Levanta la vista.)  Sí, pero él tiene estudios.


PATELÍN.-  ¿Acaso yo, sin estudios, no soy capaz de ganar las causas que se me confían? Además sé cantar los responsos con el cura como si hubiera estado estudiando más años que Carlomagno guerreando en España contra los moros.


GUILLERMINA.-  ¿Y eso de qué nos sirve? La realidad es que nuestra situación es insostenible. Estamos sin comida y nuestros vestidos presentan un aspecto tan deplorable que parecemos mendigos. ¿De qué sirven todas tus astucias?


PATELÍN.-  ¡Calla! Por mi alma que estoy decidido a poner en juego todo mi ingenio. Verás cómo soy capaz de encontrar buenos vestidos para los dos y hasta un sombrero para ti. Al que madruga Dios le ayuda; saldremos de este apuro y volveremos a la prosperidad de antaño. Y si he de mostrar todas mis habilidades, verás cómo no tengo rival en el arte de pleitear.


GUILLERMINA.-   (Irónica.)  Por Santiago, que no tienes rival en el arte de... embaucar y de engañar. Para eso no conozco maestro más consumado.


PATELÍN.-  ¡No, por Dios! Yo no engaño. Ejerzo el oficio de... abogacía.


GUILLERMINA.-  Mejor diríamos... de marrullería. Y no creas que no es sorprendente que sin leyes y sin estudios eres considerado como uno de los talentos más notables de la ciudad. Y todo por tu marrullería...


PATELÍN.-  Ya. Dejémonos de charlas inútiles. ¿Tú crees que todos los que presumen de abogados lo son? Me voy al mercado.


GUILLERMINA.-    (Se levanta, sorprendida, y deja la labor.)  ¿Al mercado?


PATELÍN.-  ¿Por qué no? Al mercado, preciosa. ¿Te disgusta que vaya a comprar paño o cualquier otro capricho para nuestro ajuar? Al fin y al cabo no tenemos ni un vestido presentable.


GUILLERMINA.-  Pero si no tenemos una perra gorda, ¿cómo te las compondrás?


PATELÍN.-   (Burlón.)  ¡Ah!, ¿pero tú no lo sabes, cariño? Si antes de dos horas no tenemos paño suficiente para hacernos vestidos para los dos, te permito que me insultes cuanto te plazca. ¿Qué color te parece más lindo? ¿Un verde grisáceo? ¿O de paño de Bruselas? Vamos, dímelo en seguida.


GUILLERMINA.-    (Entusiasmada, sigue el juego.)  Toma lo que te den. No se puede ser exigente cuando no se tiene dinero.


PATELÍN.-    (Contando con los dedos.)  Para ti, seis varas y media, y para mí, ocho... o diez. Así que en total son...


GUILLERMINA.-  Mides por todo lo alto. Pero, ¿de dónde sacaremos el dinero?


PATELÍN.-  ¿Qué importa? Nos lo prestarán con gusto..., para devolvérselo el día del Juicio Final. Pues me parece que no podrá ser antes.


GUILLERMINA.-  Si es así, supongo que algún tonto pagará la broma.


PATELÍN.-  No pases cuidado, Guillermina.  (Juega con una moneda.)  ¡Basta un maravedí! Te traeré el paño. ¿Gris o verde?... ¡Ah, y para un jubón harán falta dos varas! ¿O tres...?


GUILLERMINA.-  Eso es, tres varas.  (PATELÍN hace ademán de salir.)  Vete con Dios, y no te olvides de pasar por la taberna y échate un buen trago, si encuentras quien te lo pague.


PATELÍN.-  Descuida, que así lo haré.  (Sale.) 


 

(GUILLERMINA le ha ayudado a ponerse la capa para salir a la calle. PATELÍN llega ante la tienda del pañero que está acabando de despachar a una mujer.)


 

PATELÍN.-    (Dudando un poco.)  ¿No es aquí? Madre mía, a mis años metido en líos de trapos y en trapacerías. ¡A la paz de Dios, Maese Guillermo!


PAÑERO.-  ¡Bien venido, Maese Patelín!


PATELÍN.-  ¿Cómo va esa salud? ¡Cuántas ganas tenía de verte!


PAÑERO.-  La salud va bien, gracias a Dios.


PATELÍN.-  Venga esa mano.  (Se dan la mano.)  ¿Cómo van las cosas?


PAÑERO.-    (Algo sorprendido.)  Bien, Maese Patelín, bien. Y dispuesto para lo que quieras.


PATELÍN.-  Por San Pedro que estoy enteramente a tu disposición. De manera que ¿tienes motivos para estar satisfecho?


PAÑERO.-  ¡Psé, vaya! Los comerciantes no siempre podemos hacer lo que queremos.


PATELÍN.-  ¿Acaso no marcha el negocio? Supongo que esto te dará para vivir holgadamente.


PAÑERO.-  Para ir tirando, amigo mío, para ir tirando.


PATELÍN.-  ¡Ah! ¡Qué inteligente e instruido era tu padre! ¡Virgen Santa! Pero si es increíble. Cuanto más te veo más me da la impresión de estar delante de él. Pero si es que sois requeteiguales. Te pareces a él como un retrato a su original. ¡Qué comerciante más sagaz y honrado era! Si Dios concede el perdón a alguna de sus criaturas, que le dé la Gloria eterna a su alma.  (Se santigua.) 


PAÑERO.-   (Medio embobado.)  ¡Amén! Que así haga con todos nosotros cuando sea el momento.


PATELÍN.-   (Lanzado.)  ¡Cuántas veces me profetizó con todo detalle los calamitosos tiempos que nos iba a tocar vivir! Qué bien lo recuerdo todo! ¡Y hay que ver cómo era estimado por todos! Se le consideraba como uno de los hombres más cabales.


PAÑERO.-    (Le ofrece asiento.)  Siéntate, por favor. Y perdona, que estaba distraído.


PATELÍN.-  Estoy bien, no te molestes. Como te decía...


PAÑERO.-   (Insiste.)  Hazme este honor... Siéntate.


PATELÍN.-  Si tanto insistes... Como te decía, tu padre tenía en mí mucha confianza. Pero, ¡válgame Dios! Aquí están sus orejas, su nariz, su boca..., sus ojos. ¡Oh, nunca un hijo se pareció tanto a su padre! Eres él mismo en persona. Parecéis como sacados del mismo molde. Sois como dos ruedas del mismo carro... Y tu querida tía Lorenza, ¿vive todavía?


PAÑERO.-  ¿Y por qué no?  (Se sienta delante de PATELÍN.) 


PATELÍN.-  ¡Qué hermosa dama! Alta, esbelta,  (Gestos exagerados.)  llena de armonía en sus andares. De verdad, que te pareces a ella una barbaridad. No hay en todos estos contornos dos beldades semejantes. ¡Válgame Dios! Cuanto más te contemplo más me parece estar delante de tu padre. Parecéis dos gotas de agua. ¡Qué bachiller más barbián era el buen hombre! ¡Y qué honradez la suya! ¡Y cómo sabía fiar sus géneros a sus amigos!  (Gesto de desconfianza, algo retardado, del PAÑERO.)  ¡Que Dios le perdone! ¡Y cómo reía el bribón! ¡Plegue a Jesucristo que el mejor de los hombres se le pareciera! Así se acabarían de una vez para siempre los robos, los abusos, los fraudes...  (Manoseando una pieza de paño.)  ¡Qué bien tejido está este paño! ¡Qué suave y qué ligero!


PAÑERO.-   (Con vanidad ingenua.)  Es de lana de mis ovejas.


PATELÍN.-  ¡Caramba! ¡Qué bien sabes administrar tu hacienda! ¡No desdices para nada de tu linaje! Trabajas tanto como tu padre.


PAÑERO.-  ¿Qué se le va a hacer? Hay que cuidarlo todo para poder vivir.


PATELÍN.-    (Tocando otro paño.)  ¿Es de lana éste? Es tan fuerte como el cordobán.


PAÑERO.-  ¡Ah! Ese en un estupendo paño de Ruán, muy bien tejido, por cierto.


PATELÍN.-  De verdad que tendré que marcharme, porque este paño me está tentando. Ya te lo puedes imaginar, pasaba por aquí sin la menor intención de comprar nada y veo que te vas a quedar con treinta o cuarenta escudos de los que llevo para negociar una renta. El color de este paño me seduce tanto que no voy a resistir.


PAÑERO.-  ¿Cómo? ¿Hablas de escudos? ¿Y de oro? ¿Y no les daría lo mismo a los que van a negociar con esa renta que fueran de plata?


PATELÍN.-  Naturalmente, si yo lo quisiera. Pago como me da la real gana.  (Vuelve a palpar el paño.)  ¡Qué bueno es! Cuanto más lo veo más me entusiasma. Tengo que hacerme un vestido de él para mí y otro para mi mujer.


PAÑERO.-  Buen ojo tienes. Algo carillo es el paño, pero ya se sabe, lo bueno... Quince o veinte escudos se te irán en seguida en él.


PATELÍN.-  ¡Cueste lo que cueste! Todavía me quedan unos ahorrillos de los que no sabe ni mi mujer.


PAÑERO.-  ¡Loado sea Dios! Por San Pedro que no pido yo tanto.


PATELÍN.-  En resumen, que me voy a quedar con este paño.


PAÑERO.-  Pues quédate con él, aunque no tuvieras un ochavo.


PATELÍN.-   (Aparte.)  Nadie mejor que yo lo sabe. Eres magnánimo como tu padre.


PAÑERO.-  ¿Quieres este azul claro?


PATELÍN.-  Ante todo, ¿cuánto costará la primera vara? Hay que pagar primero a Dios. Es de justicia.  (Saca una monedilla.)  Toma este maravedí. No hagamos nada sin invocar el nombre de Dios. Sea éste mi diezmo.


PAÑERO.-  Por Dios, qué honrado eres. No puedes imaginarte la satisfacción que me da. ¿Quieres saber cuál es mi precio de amigo?


PATELÍN.-  Sí.


PAÑERO.-  Por ser para ti, veinticuatro sueldos la vara...


PATELÍN.-  ¿Me tomas por necio? ¡Veinticuatro sueldos!


PAÑERO.-  Es el precio que me cuesta a mí. Te lo juro por mi alma. Pierdo dinero si te lo llevas.


PATELÍN.-  Por Santa María que es demasiado.


PAÑERO.-  No sabes cómo se ha encarecido el género. Todas mis ovejas han perecido este invierno a causa del rigor del frío.


PATELÍN.-  Veinte sueldos, y no soy avaro.


PAÑERO.-  Te juro que no puedo rebajar nada. Espera el día del mercado y verás cómo está todo por las nubes. El vellón, que de ordinario está regalado, me costó este año, por San Miguel, ocho reales.


PATELÍN.-  Basta. Si es así, no discutamos más. Lo compro. Mide ya.


PAÑERO.-  ¿Cuánto deseas, por fin?


PATELÍN.-  ¿Cuánto? Es fácil de calcular. ¿Qué ancho tiene?


PAÑERO.-  Este seis cuartas.


PATELÍN.-  Entonces,  (Fingiendo calcular.)  para mí ocho varas, y para mi mujer..., está algo gorda..., sí, unas diez. Son dieciocho... ¡Bah, es demasiado!... ¡Qué papanatas soy!


PAÑERO.-  No faltan más que dos varas para hacer las veinte justas.


PATELÍN.-  De acuerdo. Tomaré las veinte y así tendré para hacerme un gorro.


PAÑERO.-  Vamos a medir.  (Saca la vara.)  Aguanta el paño. Y contemos bien, sin sisar. Una..., dos..., tres..., cuatro..., cinco..., seis...  (Va midiendo.) 


PATELÍN.-  Por el diablo. No falta ni sobra un hilo.


PAÑERO.-  ¿Lo mido segunda vez, al revés?


PATELÍN.-  No hace falta. Ya se sabe que en las compras siempre se gana o pierde algo. ¿Cuánto el total?


PAÑERO.-  Vamos a verlo... A veinticuatro sueldos la vara..., me debes doce escudos.


PATELÍN.-  ¡Eh!... Por una vara...  (Fingiendo contar.)  Doce escudos.


PAÑERO.-  Eso es, doce escudos.


PATELÍN.-  De acuerdo. ¿Quieres hacerme crédito hasta que vengas a mi casa? ¿Crédito? ¡Quiá! Te pagaré en mi casa en oro o en moneda de plata, como quieras.


PAÑERO.-  ¡Virgen Santa! Me causa grave trastorno ir a tu casa.


PATELÍN.-  ¿Trastorno dices? Por San Gil, que no encontrarías mejor ocasión para venir a mi casa a beber un buen vaso de vino. Nada, nada. Vamos a brindar.


PAÑERO.-  Por Santiago que no hago más que beber. Y esto de dar género a crédito me escama un poco.


PATELÍN.-  Pero ten en cuenta que habrá oro de ley. Y además nos comeremos un sabroso ganso que mi mujer está asando ahora.


PAÑERO.-  Por San Juan, que no hago más que comer. Este hombre me vuelve loco con sus promesas. Pero ¿no podrías darme ahora los doce escudos?


PATELÍN.-  Pardiez, cualquiera va en estos tiempos con doce escudos de oro por la calle. Vamos a comernos el ganso, que ya estará asadito.


PAÑERO.-  Vete delante. Yo voy a recoger un poco la tienda y te sigo. Ya te llevo el paño.  (Coge la pieza.) 


PATELÍN.-  No te molestes.  (Le quita la pieza.)  No supone peso bajo la capa.


PAÑERO.-  No importa. Es mejor que lo lleve yo, por cortesía.  (Repiten el juego.) 


PATELÍN.-  Nada, nada. Bajo la capa. Así, como no soy gordo, parecerá que tengo barriga. Mala fiesta me dé Santa Magdalena si consiento que lleves tú el paño.  (Lo oculta bajo la capa.)  Vamos a beber y a reír en mi casa todo el tiempo que estemos juntos.


PAÑERO.-  Sí, sí.  (Vencido.)  Pero tú me darás el dinero tan pronto llegue.


PATELÍN.-  Claro, hombre. O después de comernos el ganso. ¿Qué más da? Así te hará más provecho el vinillo de la tierra. ¡Ah! Tu padre, siempre que pasaba, me decía: «¡Hola, compadre! ¿Cómo van las cosas?» Pero a vosotros, los ricos, os importa un comino la gente pobre.


PAÑERO.-  Eh, eh..., que nosotros somos más pobres...


PATELÍN.-    (Cortando.)  ¡Hasta luego! Ven pronto, que habrá buena comilona  (Marchando.)  y levantaremos el codo..., Maese Guillermo.


PAÑERO.-  Sí, sí..., pero pagarás en oro...


PATELÍN.-   (Solo.)  ¿En oro? Ya le pueden ahorcar si cree que ha vendido el paño que le va a enriquecer. No ha querido rebajar nada, pues va a saber quién soy yo. ¡Quiere oro! ¡Que se lo fabrique el moro! Ya puede echar a correr, si quiere atrapar el oro.


PAÑERO.-   (Solo.)  Los escudos que me dará los voy a esconder, para que aumenten el número de los que ya están a la sombra. No hay comprador astuto que no se encuentre pon un vendedor que lo sea más. ¡Cómo se ha dejado engañar! ¡Compra a veinticuatro sueldos lo que no vale veinte! Y  (Recogiendo las cosas.)  ahora en su casa..., oro..., vino... y un sabroso ganso... ¡Ja, ja, ja...!


 

(En casa de PATELÍN. GUILLERMINA acogerá con escepticismo a PATELÍN al principio. Luego se entusiasmará con la tela y probará las posibilidades de la tela sobre los cuerpos jugando a enrollarlos con ella.)


 

PATELÍN.-  ¿Qué tengo aquí?


GUILLERMINA.-    (Sorprendida.)  ¿Qué te pasa?


PATELÍN.-  ¿Dónde está tu vestido de domingo, aquel un poco raído por los muchos años que llevaba en uso?


GUILLERMINA.-  ¡Ay de mí! ¿Es de buen esposo burlarse de su mujer?


PATELÍN.-  Pero, ¿qué tengo aquí?


GUILLERMINA.-  ¿Qué te ocurre?


PATELÍN.-  Ya te lo decía yo. ¿Ves?  (Muestra el paño, oculto hasta ahora.) 


GUILLERMINA.-  ¡Por Nuestra Señora! ¿Quién lo pagará?


PATELÍN.-  Ya está pagado.


GUILLERMINA.-  No tienes un mal ochavo. ¿Quién lo pagará?


PATELÍN.-  Tenía al salir de aquí un maravedí.


GUILLERMINA.-  ¡Ah, ya entiendo! Te has comprometido ante notario.


PATELÍN.-  No.


GUILLERMINA.-  Has firmado un pagaré.


PATELÍN.-  No.


GUILLERMINA.-  Pero, ¿qué triquiñuela has empleado?


PATELÍN.-  Me limité a pagar el diezmo a Dios, como en todo negocio honrado. Ya sabes, se da el diezmo y trato hecho. He obrado con arreglo a la ley. El pañero Guillermo guardó el diezmo y aquí está el paño.


GUILLERMINA.-  Pero, ¿cómo ha accedido Maese Guillermo, si es un avaro redomado?


PATELÍN.-  Se lo he urdido tan bien, le he dado tantas alabanzas, que hubiera sido capaz de regalármelo. Le decía que su difunto padre era muy campechano: «¡Ah, amigo, qué excelente parentela la tuya. Perteneces a la familia más distinguida de la comarca.» Te confieso que procede de una ralea que es la más ruin partida de villanos.  (Ríe.)  Y además le dije: «¡Con qué generosidad prestaba tu padre sus buenos escudos o dejaba a crédito su mercancía!» Se hubiera dejado arrancar una muela, el muy cocodrilo, antes que soltar una palabra amable. Pero, en fin, le he enjabonado tanto, que me ha fiado las veinte varas.


GUILLERMINA.-  ¿Para no pagárselas nunca?


PATELÍN.-  Así es. ¿Pagárselas? ¡Que se las pague el diablo!


GUILLERMINA.-  ¡Qué gracia! Me has recordado la fábula del cuervo que, subido en un árbol, estaba con un queso en el pico. Llegó la zorra y empezó a decirle: «¡Qué cuerpo más hermoso tienes! ¡Y qué voz más armoniosa!» Y el tonto del cuervo, al oír alabar así su canto, abrió el pico para cantar y dejó caer el queso. Así has hecho tú con Maese Guillermo. Y te has traído el paño, como la zorra el queso.  (Ríen los dos.)  Pero, ¿reirá también el mercader?


PATELÍN.-  Viene a comer un ganso con nosotros.  (Sorpresa de GUILLERMINA.)  Pero ya sé lo que hay que hacer. De seguro que vendrá gruñendo para que se le dé pronto su dinero. Pero yo me acostaré, como si estuviese enfermo. Y cuando venga le dirás: «¡Oh, habla bajo!» Gemirás, pondrás cara contristada. «¡Ay, dirás, está postrado en el lecho desde hace cinco o seis semanas! El pobre está en las últimas.»


GUILLERMINA.-   (Pensativa.)  Ya veo lo que he de hacer, pero me temo que la Justicia venga a mezclarse en el lío. Podíamos pasarlo ahora peor que antaño.


PATELÍN.-  ¡Calla! Sé muy bien lo que hago. Hay que obrar así.


GUILLERMINA.-  Acuérdate de aquel sábado en que se te puso en la picota. Tú sabes la vergüenza que pasamos y cómo te gritaban por tus marrullerías.


PATELÍN.-  Basta de habladurías. Va a venir. Es preciso retener el paño a toda costa. Me voy a la cama. No hay tiempo que perder.


GUILLERMINA.-  Vete ya.  (Ríe.) 


PATELÍN.-  No te rías, insensata.


GUILLERMINA.-  No te preocupes. Mis lágrimas le van a conmover.  (Se queda mirando el paño complacida.) 


 

(La escena que sigue es muy movida. PATELÍN estará en la cama, o bien fingirá estar en ella tras las cortinas. Llevará largo camisón de dormir y gorro con una borla. Cuando se haga el loco puede echar mano de una escoba, ponerse una cacerola como sombrero, etcétera. Si está escondido tras las cortinas, sacará la cabeza de vez en cuando.)


 

PAÑERO.-    (Antes de entrar.)  Y ahora el oro, un asadito de ganso y una buena curda...  (Ríe, golpea la puerta.)  ¡Ah, de la casa! ¡Maese Patelín!  (Escucha.)  ¡Ah de la casa!  (GUILLERMINA esconde el paño en un arcón.) 


VOZ DE GUILLERMINA.-  No grites, buen hombre  (Llora.) 


PAÑERO.-  ¡Maese Patelín!


GUILLERMINA.-  Por amor de Dios, habla más bajo.


PAÑERO.-    (Entra.)  Dios te guarde, señora.


GUILLERMINA.-  ¡Ay, más quedo!


PAÑERO.-  ¿Cómo?


GUILLERMINA.-  ¡Más quedo, por mi alma!


PAÑERO.-  ¿Está él en casa?


GUILLERMINA.-  ¿Que si está aquí? ¡Dios mío, en qué otra parte podría estar! Aquí lleva en cama más de once semanas.


PAÑERO.-  ¡Un momento! ¿De quién hablas?


GUILLERMINA.-  ¡Ay, perdóname! No me atrevo a levantar la voz. Más bajo. Su enfermedad le ha atropellado tanto...


PAÑERO.-  ¿Pero a quién?


GUILLERMINA.-  A Maese Pedro Patelín, señor, mi marido.


PAÑERO.-   (Algo desconcertado.)  Pero..., ¿no ha estado él mismo en mi casa comprando paño?


GUILLERMINA.-  ¿Quién? ¿Él?


PAÑERO.-  Claro. No hace un cuarto de hora estuvo en mi casa... No más rodeos. Págame mi dinero.


GUILLERMINA.-  ¡Ay! No es momento de bromear. Pobre marido mío.


PAÑERO.-  Venga, mi dinero. ¿Estás loca? Mis doce escudos.


GUILLERMINA.-  Ciertamente no has escogido el mejor momento para hacer esta broma. Anda y cuéntaselo a cualquier desocupado... ¡Ay!


PAÑERO.-  ¡Basta de bobadas! Haz salir a Maese Patelín.


GUILLERMINA.-  ¡Enhoramala hayas entrado en esta casa!


PAÑERO.-  Ahora, maldiciones. ¿Pero no estoy en casa de Maese Pedro Patelín?


GUILLERMINA.-  Sí. Pero habla bajo. ¿Quienes que se despierte?


PAÑERO.-  ¡Más bajo! ¿Cómo? ¿Al oído? ¿En el fondo del pozo? ¿En la bodega?


GUILLERMINA.-  ¡Dios mío! ¡Qué hombre! ¿Y siempre gritas así?


PAÑERO.-  ¡Que se me lleve el diablo, si lo hago adrede! Si quieres que hable más bajo, págame mi dinero. Maese Patelín se ha llevado de mi tienda veinte varas de paño. Págalas.


GUILLERMINA.-   (Levanta la voz.)  ¿Acabaremos de una vez con esta historia? Ojalá se pudiera colgar a todos los mentirosos.  (Llora.)  ¡Pobre marido mío, sin salir del lecho desde hace once semanas!  (Gritando.)  ¡Lárgate ya, comerciante malandrín!


PAÑERO.-  Y me decías que hablase más bajo. Virgen Santa, cómo gritas.


GUILLERMINA.-  ¡Ay, sí! ¡Más bajo, más bajo!


PAÑERO.-  Si me das el precio de mi paño, me marcharé...


GUILLERMINA.-    (Haciéndose la loca.)  ¿Puedes hablar más bajo, sí o no?


PAÑERO.-   (Desbordándose ya.)  Eres tú quien le va a despertar. Pero si gritas cuatro veces más que yo. Págame de una vez. Págame.


GUILLERMINA.-  Bueno está el pobre para andar comprando paños. Ya no se pondrá otra vestidura que el sudario, y no se moverá de donde está sino con los pies para adelante.


PATELÍN.-    (Desde dentro.)  ¡Guillermina!  (Voz fúnebre.)  Tráeme la tisana. Levántame, sujétame la almohada. ¿Con quién hablo? El aguamanil. Frótame la planta de los pies.


PAÑERO.-  Le oigo ahí.


GUILLERMINA.-  Sí.


PAÑERO.-  No lo entiendo.


PATELÍN.-  ¡Ah, maldición! Ven acá. ¿Quién te ha mandado abrir las ventanas? ¡Echa a esos espantajos negros! Mármara, carimari, carimara. Llévatelos, llévatelos.


GUILLERMINA.-  ¡Ay cómo desbarra el pobrecito mío! No está en sus cabales.


PATELÍN.-  ¿Ves ese monje negro que vuela? Cógelo, cógelo, ponle rápidamente el sambenito. ¡Al gato, al gato!  (Saca la cabeza con gorro de dormir. Ríe. Desaparece.)  ¡Cómo vuela, cómo sube!


GUILLERMINA.-   (Al PAÑERO.)  ¿No te da vergüenza? ¡Dios mío, cómo se agita!


PATELÍN.-  Esos médicos me han matado con los brebajes que me han dado. Nos manejan como a peleles.  (Al PAÑERO.)  ¿Eres tú el boticario?


GUILLERMINA.-   (Al PAÑERO.)  Acércate. Verás cómo está el pobre...


PATELÍN.-    (Mostrándole la escupidera.)  ¿Debo ponerme otra lavativa?


PAÑERO.-   (Con gesto de asco.)  ¡Qué sé yo! ¿Acaso es de mi incumbencia? Quiero mis doce escudos de oro.


PATELÍN.-   (Hace ruidos guturales, como de arrojar.)  ¡Maese Juan, no quiero ya tus píldoras negras! Me han hecho polvo la boca. No las quiero tomar porque me hacen devolverlo todo.  (Gestos guiñolescos. Ruidos característicos.) 


PAÑERO.-  ¿Devolverlo todo, dices? Pardiez, mis doce escudos de oro no me han sido devueltos.


GUILLERMINA.-  No le incomodes más. Deberían colgar a todos los pesados.


PAÑERO.-    (Detrás de GUILLERMINA.)  No. Por el Dios que me dio vida, no marcharé sin mi dinero o mi paño.


PATELÍN.-    (Mostrando la escupidera.)  Mira la orina, Maese Juan. ¿Qué significado tiene? ¿Indica que estoy en la agonía? Yo no quiero morir.  (Arroja la escupidera. Se revuelca en el lecho sollozando. Lloriquea, gime.)  Yo no quiero morir.


GUILLERMINA.-  Márchate pronto. ¿Te parece bonito darle quebraderos de cabeza?


PAÑERO.-  Dime, ¿y es halagador perder mi paño? Mis doce escudos.


GUILLERMINA.-  ¡Ay, cómo atormentas a este hombre! ¡Qué malvado eres! ¿No ves que te toma por su médico? Once semanas sin respiro, pobre marido mío.


PAÑERO.-  ¿Cómo pudo ocurrir este accidente?  (Reflexionando para sí.)  Porque él vino a mi casa... ¿Era él o no era él? Si no era él, ¿quién pudo venir? Mis doce escudos.


GUILLERMINA.-  Maese Guillermo, tú no tienes demasiada memoria. Los médicos van a venir pronto para celebrar consulta y no quiero que te echen a ti la culpa de que mi marido haya empeorado.


PAÑERO.-  ¡Pardiez! ¿Estaré mal de la cabeza? Amiga mía, escúchame. ¿No tienes un ganso o un pavo al fuego?


GUILLERMINA.-  ¿Un ganso? ¡Vaya comida para un enfermo! Vete a comer a tu casa. Sólo faltaría eso, que te quisieras quedar a comer aquí.


PAÑERO.-  Perdóname. No te disgustes... Yo creía firmemente, y aún creo todavía... Ahora bien, esto... ¡Pero tengo que saberlo todo!  (Reflexiona.)  ¡No! Todo esto no hay quien lo entienda. Este hombre se está muriendo, o al menos lo remeda muy bien... ¡Pero él se trajo las veinte varas bajo el sobaco!  (Mientras, GUILLERMO finge llorar y sigue sus reflexiones a la vez.)  Pero no. Virgen Santa. Él no las tiene. Yo habré soñado. Jamás me ha ocurrido que yo diera, ni dormido ni despierto, mi paño a nadie, ni siquiera a mi mejor amigo. Y yo no habría fiado mi paño... ¡Él tiene mi paño!  (Sueña un poco.)  Pero él no lo tiene. ¡Es evidente! Sin embargo, Santo Dios, él lo tiene. Él estaba allí y ahora está aquí. ¿Ahora está enfermo y antes estaba en mi tienda? ¿Y el paño?  (GUILLERMINA mira hacia donde está escondido el paño.)  ¡No entiendo una palabra de este lío! Voy a ver si me he equivocado...  (Sale. PATELÍN y GUILLERMINA siguen el juego.) 


PATELÍN.-    (Bajito.)  ¿Se ha ido ya?


GUILLERMINA.-  Espera un poco. Puede que escuche.  (Se asoma a la puerta, mira cómo se marcha. Cierra la puerta y se echa a reír.)  Se va farfullando no sé qué. La rabia que debe de llevar.


PATELÍN.-   (Riéndose.)  A fe mía que no podía resistir más. Menuda paliza le hemos dado.


GUILLERMINA.-  ¡Qué castigo para su avaricia!  (Ríe.) 


PATELÍN.-  Esperemos para reír. Si vuelve, nos la arma. Y tengo mis sospechas.


GUILLERMINA.-  Marido mío, que se aguante el que pueda, que yo reviento de risa. Vuelve el Pañero.


PAÑERO.-  Por el sol que luce en los cielos, que este abogado de agua dulce me ha engañado. ¡Cómo me hablaba de rentas, y de parientes, y de herencias, el muy truhán! Y entre tanto se llevó mi paño, porque no está en la tienda. Ya me ha tomado demasiado el pelo.  (Golpea la puerta.)  ¡¡Maese Patelín!!  (Insiste.) 


 

(PATELÍN dentro de casa se disfraza rápidamente con lo primero que encuentra a mano. Se monta en una escoba. Cubre su cabeza con una cacerola y echa a correr por la habitación como un niño. GUILLERMINA abre al PAÑERO, que se asusta ante las cabriolas de PATELÍN. GUILLERMINA contiene la carcajada ante la extrañeza del PAÑERO y las cabriolas de PATELÍN. La escena se hace a ritmo trepidante de farsa.)


 

GUILLERMINA.-  ¿Qué gritos son ésos?


PATELÍN.-   (A GUILLERMINA.)  Fingiré soñar. Abre.


PAÑERO.-  Y esas risas, ¿qué son? ¡Venga mi dinero!


GUILLERMINA.-  ¡Virgen Santa! ¿Quién ríe? No hay persona más apesadumbrada que yo. Se va de un momento a otro. Sueña, canta, balbucea, masculla, ensartando un montón de disparates. Y yo río y lloro al mismo tiempo.


PAÑERO.-  No me importa saber de qué ríes ni de qué lloras. Págame ahora mismo. Mi dinero.


GUILLERMINA.-  ¿Estás loco? ¿Ya vuelves otra vez con tu pesada broma?


PATELÍN.-   (Entra como loco.)  ¡He aquí a la reina de las guitarras! ¡Que se me acerque! Quiero verla. Sé que acaba de tener veinticuatro guitarricos. Son tan requetemonos que quiero ser su padrino.


GUILLERMINA.-  ¡Ay, marido mío, piensa en Dios y no en guitarras!


PAÑERO.-  ¡Atajo de necios! Lo que importa aquí es que se me pague el paño. Que Dios me confunda si vuelvo a prestar un hilo de mi paño.


PATELÍN.-   (Delirando.)  Per mon fel que s'en vol anar a ultramar; es un cas terrible qu'el gosset de la tía Malaena res no te dona si a la boca no s'asoma. Xeic, vitat?


GUILLERMINA.-  Parlotea en limosín. Tuvo un tío, ¿sabes?, o un cuñado, o una tía de por allá..., por allá abajo.


PAÑERO.-  Pero él se vino a la chita callando con mi paño bajo el sobaco.


PATELÍN.-    (A su mujer.)  Acércate, dulce damisela.  (Amenaza al PAÑERO con la escoba.)  ¿Qué quiere ese saco de malas intenciones? Qui es eixe que vol fer nona, para dormise'n la mona?


GUILLERMINA.-    (Medio riendo, medio llorando.)  Ay, marido mío, piensa en los últimos sacramentos, que el tiempo apremia.


PATELÍN.-  ¿De dónde surges tú, esperpento, careta bufa, estantigua, aquelarre...  (Canta.)  ¿Dónde está la china, matarile, rile, rile? ¿Dónde está la china, matarile, rile, rom? Zilop, zilop, zilop.


PAÑERO.-  ¡Oh, habla un lenguaje rarísimo! Yo quiero mi dinero o una garantía...


GUILLERMINA.-  Es que su madre era de Picardía...


PATELÍN.-  ¡Ah, floripondio de Valdovino! ¿Dónde están los habitantes de Bonreposio? ¡Pardiez!  (Se lleva las manos a las nalgas.)  ¿Qué es esto que se agarra a mis nalgas? ¿Es una vaca, es una mosca, es una musque, es un escara... escarabajo? ¡Ay, ay, ay! La diarrea, la diarrea, la diarrea...  (Entra corriendo.) 


PAÑERO.-  Por Santa María que nunca hubiera imaginado tal cosa. Está como para que le enjaulen. ¿Será posible que yo haya soñado que él estuvo esta mañana en mi tienda?


GUILLERMINA.-  ¿Todavía sigues aferrado a esa historia?


PAÑERO.-  Por Santiago, ¿qué remedio me queda hasta que encuentre mi paño? Pero estoy viendo...


PATELÍN.-   (Volviendo a la carga.)  ¿Es un pollino ese que habla tan fino?  (Rebuzna dos o tres veces.)  Oh, uis os bellacus esmoy que per la finestra saltaba un jamón. Malandrín, malandrón, este puercus es un follón.


PAÑERO.-  ¡Santa María! ¡Cómo desbarra! Esto no es lengua de cristiano ni nada que se le parezca. Para mí que el diablo anda metido en esto...


GUILLERMINA.-  ¿No ves que se muere? Tengo miedo de que sea demasiado tarde...


PATELÍN.-  ¡Por San Gibón, Guillermón, que te has bebido todo el porrón! Et bona dies sit vobis, magister amantissime, pater reverendissime... Ah, noi abbiamo taronchas in mercato. Il mercato, il mercato. ¿Qué quiere este marchante que es un poco mangante? ¿Pecunia? Dile que en la cama hay un ganso trufado. Comeremos et beberemus gansus trufatus seculentissimus. Pero la paciencia es la madre de la pachorra.


GUILLERMINA.-  Terminará, si sigue hablando de este modo. ¿Ves los espumarajos que echa? ¡Qué desconsolada me dejas, marido mío!  (Llora.) 


PAÑERO.-   (Aparte.)  ¡Más valdrá marcharse antes de que hinque el pico! Quizá tenga secretos que confesar.  (A GUILLERMINA.)  Estaba persuadido, a fe mía, que él tenía el paño. Pero desisto. Adiós, señora. Y que Dios le perdone.


GUILLERMINA.-  Adiós, buen hombre.


PAÑERO.-    (Solo.)  ¡Por mi salvación, que nunca me he sentido tan atontado! El diablo y no él se habrá llevado mi paño para tentarme. Y si es así, regalo mi paño al que me lo haya quitado.  (Sale.) 


PATELÍN.-   (Sólo con GUILLERMINA.)  Se va el pobre Guillermete, llevando bajo el bonete sus dudas y su enfadete.


GUILLERMINA.-  ¡Qué gracioso estaba reclamando su paño! ¿Qué tal desempeñé mi papel?


PATELÍN.-  Las veinte varas ya son nuestras.  (Las saca.)  Estuviste maravillosa.


GUILLERMINA.-   (Acariciando la tela.)  ¡Qué suave es la tela de lana!  (Tiende el extremo de la tela a PATELÍN y los dos se enrollan, uno por cada extremo.) 


 

(En la tienda del mercader de paños. En la puerta. GUILLERMO, el PAÑERO, está gruñendo por lo bajo hasta que llega CORDERILLO.)


 

PAÑERO.-  Todo el mundo me paga con mentiras y me roban todo lo que pueden. Parezco el rey de los desdichados. Hasta los simples pastores me engatusan. Ese pillastre de Corderillo se atreve a engañarme, a mí que no le he hecho más que bien.


CORDERILLO.-  Dios te bendiga, mi amo y te dé buenas tardes...  (Aparece temblando.) 


PAÑERO.-  ¡Truhán, bergante, chiquilicuatro! Ven aquí, pillo... que no sirves para nada.


CORDERILLO.-   (Con acento de campo.)  Señor, yo no quiero molestarte. Pero yo no sé qué tipo, vestido de ropajes rayados y con una fusta en la mano, pero sin cuerda, me estuvo hablando de no sé qué cosas que no pude comprender. Me hablaba de mi amo, y también de pleitos y de aplazamientos... y de querellas. Por Santa María que no he entendido casi nada. Hablaba de todo, y todo lo embrollaba, carneros, procesos, amo, tela, ovejas... en resumen, que no me he enterado de nada.


PAÑERO.-  ¿De qué monsergas me hablas? Vete. Ya nos veremos cuando te lleve ante el juez, y si no, que caigan sobre mí rayos y centellas, nieve y pedrisco, y hasta las tempestades y las borrascas. Tú no liquidarás más mis ovejas, acuérdate. Y me devolverás, ocurra lo que ocurra, mis veinte varas de paño, digo el precio de la matanza de mis borregos y el daño que me has hecho estos diez últimos años.


CORDERILLO.-  No creas a los maldicientes y calumniadores, mi amo. Te lo juro por mi alma...


PAÑERO.-  Por Nuestra Señora, que tú me devolverás antes del sábado mis veinte varas de paño. Quiero decir lo que me has perjudicado en mis bestias.


CORDERILLO.-  ¿Qué paño? Mi buen señor, tú estás furioso por otro caso, por lo que veo. Por San Benito, que no me atrevo a mirarte.


PAÑERO.-  ¡Déjame en paz! Vete a hacer gárgaras. Pero recuerda que habrá citación judicial.


CORDERILLO.-  Ten compasión, mi amo. ¡Por amor de Dios, que tengo mucho miedo de la justicia!


PAÑERO.-  Este asunto está bien claro. Vete. No voy a transigir nada; si no, llegará día en que todo el mundo se crea con derecho a robarme. A tu tarea, gandul. Ya responderás ante el tribunal.


CORDERILLO.-  Mi amo, que Dios te otorgue la mejor dicha  (Se va hacia la casa de PATELÍN.)  Tendré que buscarme un abogado que me defienda. Quizá éste. Porque este asunto está embrollado.  (En la puerta de la casa.)  ¡Ah, de la casa! ¡Hola! ¿Hay alguien?


 

(Durante las voces anteriores de CORDERILLO, GUILLERMINA y PATELÍN se sobresaltan. Una vez dentro CORDERILLO, GUILLERMINA, sin salir de escena, sigue la acción y la conversación apoyando con gestos, según convenga, como si tuviera miedo de que PATELÍN se equivocara en asunto de tanta importancia. Fingirá ocuparse limpiando con un trapo los peroles de bronce de la cocina.)


 

PATELÍN.-  Que me cuelguen del cuello si no es el Pañero, que vuelve.


GUILLERMINA.-  Por San Jorge, que también sería desgracia que volviera.


CORDERILLO.-  Dios te guarde, Maese Pedro.


PATELÍN.-  Dios te ayude, amigo. ¿Qué se te ofrece?  (GUILLERMINA respira, y se retira hacia el fondo de la escena, pero estará visible.) 


CORDERILLO.-  Señor, me van a juzgar por no sé qué faltas que me atribuye mi amo. Y temo no salir bien parado de esta citación. De manera que si no te parece mal, irás y me defenderás, mi buen Maese, porque yo no sé nada. Te pagaré bien, aunque me veas tan mal vestido. No te preocupes por eso; puedo pagar.


PATELÍN.-  Acércate, y habla otra vez. No te he entendido bien. Vamos a ver, ¿tú eres el demandante o el demandado?


CORDERILLO.-  Yo soy Teobaldo, y de mote, Corderillo, porque soy pastor.  (GUILLERMINA ríe.) 


PATELÍN.-  Eso a la vista está. Pero dime, ¿qué te pasa?


CORDERILLO.-  Tengo un asunto delicado. Yo llevaba a pacer las ovejas de mi amo. Y puedo jurar que las guardaba bien... Quiero decir que él me pagaba con ruindad... ¿Tengo que decirlo todo?


PATELÍN.-  Por supuesto. Hay que decírselo todo al abogado defensor.


CORDERILLO.-  Pues bien, la verdadera verdad es que yo las sacudía; quiero decir que, a veces, les daba algún garrotazo,  (Gestos expresivos.)  y, claro, como el garrotazo era fuerte, ¿me entiendes?, de esa manera caía más de una por muy sana y fuerte que estuviera. Y al amo le daba a entender, para que no me reprendiera, que morían de modorra. Él me decía: «Cuando una parezca enferma, sepárala de las demás; entiérrala en un rincón.» «Con mucho gusto», contestaba yo. Pero esto yo lo hacía a mi manera. Las escondía en este rincón,  (Señala el vientre.)  y hasta vendía alguna al carnicero. Claro que esto ha durado tanto, he sacudido a tantas, que mi amo ha desconfiado de mí, y me ha hecho espiar. Porque ya puedes suponer que los carneros y las ovejas balan muy fuerte cuando se hace esta faena. Me han pillado, y no puedo negarlo. Y ahora vengo, Maese Pedro, a rogarte que busques alguna leyecilla por ahí para que salga yo con bien de la querella. Yo tengo mi dinerillo. Ya sé que su causa es la buena, pero dicen que los abogados pueden encontrar medios para hacerla mala.


PATELÍN.-   (GUILLERMINA sigue muy atentamente todo esto.)  ¿Qué sacaría yo de todo esto si consiguiera darle la vuelta al asunto y salieras absuelto del juicio?


CORDERILLO.-  ¡Ah!, yo no pagaré en sueldos, sino que apoquinaré buenos escudos de oro de la Corona.


PATELÍN.-  Bien. Entonces tu causa será la buena, aunque fuera el doble peor. Basta para este milagro que yo emplee mi talento. Acércate. Por la faena que le has hecho a tu amo entiendo que has de ser astuto y sagaz. Veamos, ¿cómo decías que te llamabas?


CORDERILLO.-  Teobaldo Corderillo.


PATELÍN.-  Vaya, vaya, Corderillo. Más de un corderillo lechal le debiste de mangar a tu amo.


CORDERILLO.-  Palabra de honor que en tres años no he devorado más de treinta.


PATELÍN.-  Lo que significa que hubo alguno más. No importa, vamos a arreglarlo. Pero ¿piensas que le será fácil a tu amo encontrar testigos? Este es el punto clave.


CORDERILLO.-  Por todos los santos de la Corte celestial, que encontrará más de diez.


PATELÍN.-  ¡Ah, esto va a complicar tu causa! Escucha mi plan. Yo fingiré que no te conozco, que no te he visto nunca...


CORDERILLO.-  Por Dios, no hagas eso.


PATELÍN.-  No te inquietes. Escucha bien lo que conviene hacer. Si tú hablas, te pillarán en las palabras, y poco a poco te harán caer en contradicciones. Y en casos así, las declaraciones son más perjudiciales que el mismo diablo. Así, pues, desde que te llamen para comparecer, a todo lo que te pregunten no contestarás sino «bee»... A todo lo que te puedan decir, «bee»... Y si te insultan y te maldicen llamándote: «Bribón, mentecato, ceporro, hediondo, que Dios te maldiga, que te burlas de la Justicia», tú contestarás a todo: «bee».


CORDERILLO.-  Me gusta el plan. Voy a hacer exactamente lo que me dices. Te lo prometo de verdad.


PATELÍN.-  Ten cuidado. No vayas a equivocarte. A mí mismo, a cualquier cosa que te pregunte, me respondes: «bee».


CORDERILLO.-  ¿Yo? Ya me puedes tener por necio, si desde ahora te respondo otra palabra, a ti o a cualquier otro, que no sea «bee», tal como me has enseñado.


PATELÍN.-  Ya verás qué sorprendido queda tu adversario con esta triquiñuela. Y después,  (Ríe.)  que yo no quede descontento de tu paga, ¿entiendes?


CORDERILLO.-  Señor, si yo no te pago tal y como me has dicho, no me creas nunca más en la vida. Adiós, y cuida bien de mi caso.


PATELÍN.-  Espera. No vayamos los dos por el mismo camino...


CORDERILLO.-  Es verdad, no hace falta que nadie sepa que tú eres mi abogado.


PATELÍN.-  Y, ¡ay de ti, si no pagas luego cumplidamente!


CORDERILLO.-  Como me has dicho, señor. Como me has dicho. No tengas la menor duda.  (Sale.) 


GUILLERMINA.-    (Se adelanta, al ver el desenlace de la escena.)  Lo dicho, marido mío, para engañar, mentir y embaucar no hay maestro más hábil que tú.


 

(El juicio puede celebrarse en la plaza. Los aldeanos están esperando. GUILLERMINA contemplará el juicio desde una ventana. El JUEZ se sienta y empieza el juicio. A medida que PATELÍN vaya ganando y venciendo al PAÑERO, GUILLERMINA irá riendo. Cuando al final CORDERILLO sorprende y engaña a PATELÍN con su astucia inesperada, GUILLERMINA empieza a sonrojarse y acaba llorando. Así terminará la pieza. Algún alguacilillo entre el público.)


 

PATELÍN.-   (Llegando.)  Señor juez, que el cielo te colme de salud. Siempre a tu disposición.


JUEZ.-   (Al público asistente al juicio.)  Os doy la bienvenida. Acércate, Maese Patelín, y cúbrete.


PATELÍN.-  Estoy bien aquí, señor.


JUEZ.-  Habrá que ver rápidamente las causas, pues tengo cierta prisa.


 

(El PAÑERO llega sofocado y jadeante y se dirige al JUEZ. CORDERILLO, por el otro lado, tímido.)


 

PAÑERO.-   (Sofocado.)  Espera, señor, está terminando unos asuntos...


JUEZ.-  ¿Quién?


PAÑERO.-  Mi abogado.


JUEZ.-  También a mí me esperan. Basta que estén presentes las dos partes. ¿Eres el demandante?


PAÑERO.-  Sí, lo soy.


JUEZ.-  ¿Quién es el demandado?


PAÑERO.-   (Señalando a CORDERILLO.)  Allí está, sin soltar palabra.


JUEZ.-  Pues si tú eres la parte demandante y el contrincante se encuentra presente, comienza el juicio. ¡Silencio! ¡Habla!  (Al PAÑERO.) 


PAÑERO.-  Señor, vengo a denunciar las malas artes de este miserable. Le he alimentado desde su infancia. Cuando estuvo crecido, le hice mi pastor, y le puse a guardar mis ovejas y carneros... Todo por caridad. Pero tan cierto como que estamos aquí, hizo tal matanza de mis bestias, que hubiera...


JUEZ.-  Un momento, ¿estaba a sueldo?


PATELÍN.-  ¿Cómo es posible que un mozo hubiera sido empleado sin darle su soldada?


PAÑERO.-  ¡Es él! Reniegue yo de mi vida si no es él.  (PATELÍN encubre su rostro con la punta de su capa.) 


JUEZ.-  ¿Qué te pasa, Maese Pedro, te duelen las muelas?


PATELÍN.-  ¡Oh, sí! Estos dientes me dan mucha guerra. Jamás los tuve tan mal. Casi no puedo levantar la cabeza. Pero que siga el juicio.


PAÑERO.-  Es él, sin duda.  (A PATELÍN.)  Eres tú, Maese Patelín. Acabo de venderte a crédito veinte varas de paño.  (GUILLERMINA se esconde tras la ventana. Luego aparecerá oportunamente, como espiando, y se manifestará más, cuando vaya ganando PATELÍN.) 


JUEZ.-   (A PATELÍN.)  ¿Qué dice de paños?


PATELÍN.-  Divaga, señor, no sabe hablar en términos jurídicos. Sólo sabe hablar de paños y de varas.


PAÑERO.-  ¡Que me cuelguen si no me ha robado mi paño!


PATELÍN.-   (Al JUEZ.)  ¡Cómo busca el malvado triquiñuelas para aumentar su acusación! A lo mejor va a decir que su pastor vendió la lana de sus ovejas, y con ella fue hecho el paño de mi vestido...


PAÑERO.-  Digo que te llevaste veinte varas de mi paño...


JUEZ.-  ¡Válgame Dios. Tú estás desbarrando! Estamos hablando de carneros. ¿Cuántos se llevó?


PAÑERO.-  Veinte varas.  (Risas en todos, y voces de sorpresa.) 


JUEZ.-  ¿Somos acaso simples, para que lo tomes a chanza? Volvamos a nuestros carneros.


PAÑERO.-  Se me ha llevado veinte varas de doce escudos.


JUEZ.-  Pero, ¿dónde piensas que estamos? ¿Me tomas por tonto?


PATELÍN.-  Simplemente, se burla de la Justicia, señor. Con la cara de buena persona que tiene. Propongo que se pregunte a la parte contraria.


PAÑERO.-  Es él, no cabe la menor duda...


JUEZ.-  ¡Silencio... o lo dejo todo! La Justicia se cansa pronto.  (A CORDERILLO.)  Ven aquí.


CORDERILLO.-  Bee...


JUEZ.-  ¡Ah, qué fastidio! ¿Qué bee es ése? Me tomas por una cabra? Responde.


CORDERILLO.-  Bee.


JUEZ.-  ¡Mala peste te dé Dios! ¿Te burlas, truhán?


PATELÍN.-  O está loco, o es estúpido, o se cree que está entre sus bestias.


PAÑERO.-  Que Dios me condene si no eres tú quien se llevó mi paño. Esto es una bellaquería digna de la horca.


JUEZ.-  ¿Estás trastornado? Déjame en paz con tu paño, y volvamos a los carneros, que es lo importante. Habla claro.


PAÑERO.-   (Lo hace atropelladamente.)  Por mi fe, que de mi boca no saldrá una palabra más sobre el asunto.  (Señalando a PATELÍN.)  Yo decía en mi demanda que había entregado veinte varas de paño, quiero decir mis ovejas, a este gentil maese, digo pastor; cuando debía estar en el campo, me dijo que yo tendría doce escudos de oro y que fuera a su casa, que hace tres años que trabajaba, y se comprometió en conciencia a cuidar de mis corderos, y ahora lo niega todo: el paño, los corderos, el oro, las ovejas y el ganso trufado,  (Un ¡oh! de sorpresa general.)  y me las mataba, y cuando tuvo mi paño bajo su capa, se fue a su casa...  (Ruido y risas.) 


JUEZ.-  ¡Silencio! ¿Qué estás diciendo? ¿Quieres volverme loco? Te pones a hablar de paños, de ovejas... de un asunto pasas a otro, como si fueras un charlatán de feria.


PATELÍN.-   (Tranquilo.)  Lo que yo creo es que retiene el sueldo del pobre pastor.  (Murmullo del pueblo.) 


PAÑERO.-  ¡Pardiez!  (A gritos.)  Y encima habla, en vez de callarse. Él tiene mi paño.


JUEZ.-    (Enfadado.)  ¿Qué tiene él?


PAÑERO.-    (Resignado.)  Nada, señor. Juraría que es el mayor farsante y embaucador. Pero me callaré sobre este caso. Ya hablaremos en otra ocasión.


JUEZ.-  Está bien. Tenlo presente, y concluye pronto.


PATELÍN.-  Este pastor no puede responder de los hechos de que se le acusa. Si fuera posible, yo le socorrería... y le ayudaría.


JUEZ.-  ¿Ayudarle? Buen cliente, Maese Patelín. Pensaba que estabas aquí para sacar algún dinerillo. Este no tiene un ochavo...


PATELÍN.-  Te aseguro que no quiero nada. Lo hago por compasión. Ven acá, amigo. Dime.


CORDERILLO.-  ¡Bee!


PATELÍN.-  ¿A cuento de qué estos balidos? Explícame de una vez tu caso.


CORDERILLO.-  ¡Beeeee!


PATELÍN.-  ¿Pero oyes tú balar a tus ovejas? Es por tu bien.


CORDERILLO.-  Beeee.


PATELÍN.-  Pero dime, aunque sólo sea sí o no.  (Bajo, al oído.)  Muy bien. Esto va perfecto.  (Alto.)  Respóndeme.


CORDERILLO.-  Beeeee.  (Suavemente.) 


PATELÍN.-    (Bajo.)  Sí... Más alto.  (Alto.)  ¿No dices nada? Temo que los palos vengan a moler tus costillas, si continúas...


CORDERILLO.-  ¡Beeeee!  (Muy fuerte.) 


PATELÍN.-  El pobre es loco de nacimiento. Pero mucho más loco es el demandante que requiere a proceso a semejante anormal.


PAÑERO.-  ¿Loco, ése? Por San Juan, que es más astuto que tú.


PATELÍN.-    (Al JUEZ.)  Hay que enviarle a cuidar sus bestias. ¡Bastante desgracia tiene el pobre con ser bobo!


PAÑERO.-  ¿Cómo? ¿Despacharle sin que yo pueda ser oído?


JUEZ.-  No saco más que fastidio y dolor de cabeza de juzgar a tipos que no hacen más que disparatar. ¡Basta ya! El Tribunal considera suficiente lo expuesto. Harta paciencia ha demostrado.  (Se levanta ceremonioso.) 


PAÑERO.-  Yo insisto en la demanda.


JUEZ.-  Y yo le absuelvo y prohíbo que se insista en la querella. Vete con las bestias y no vuelvas más por aquí.


CORDERILLO.-  Beeee... Beeee... Beeee...  (Se queda a la expectativa.) 


PAÑERO.-  Entonces, ¿se va sin que haya nueva citación?


PATELÍN.-  ¡Citación! En mi vida he oído más descabellada propuesta.  (Señalando al PAÑERO.)  Este está tan chiflado como el otro.


PAÑERO.-  Por San Pedro bendito, tú lo sabes bien, que te has llevado mi paño.


PATELÍN.-    (Al JUEZ que se va ya.)  Señor, si no estaba loco, ahora se lo está volviendo.


PAÑERO.-    (A PATELÍN. El grupo se ha vuelto a recomponer, alrededor del JUEZ, pero ahora en pie.)  No estoy loco. Te reconozco perfectamente en la voz, en el traje, en el rostro. Hace un rato estabas en tu casa muriéndote y chillando...  (Se dirige al JUEZ.)  Y no es cierto que se moría, lo fingía solamente.  (A PATELÍN.)  Y tu mujer decía que...  (Al JUEZ.)  Se llevó mi paño. Lo voy a contar todo desde el principio...


PATELÍN.-   (Al JUEZ.)  Señor, no permitas que te ofenda más, por unas cuantas ovejas sarnosas y por unos carneros medio tullidos.


PAÑERO.-  ¿Ahora vuelves con los carneros? Estoy hablando del paño.  (Al JUEZ.)  Estaba moribundo hace un momento, y echaba espumarajos, y tenía un ganso asado..., y su mujer decía que no.


JUEZ.-   (Sin escucharle siquiera se lleva las manos a la cabeza.)  ¡Qué tabarra más imponente! ¡Basta de graznidos!


PAÑERO.-  Señor, yo pido...


PATELÍN.-  Pongamos que haya matado diez carneros, incluso aunque fueran un docena. Todavía sale ganando, por el tiempo que ha estado en la majada sin cobrar.


PAÑERO.-   (Al JUEZ.)  ¿Otra vez lo mismo? Le hablo de paño y me contesta hablándome de carneros.  (A PATELÍN.)  Las veinte varas de paño que te llevaste bajo el sobaco. ¡Mis escudos!


PATELÍN.-  Vamos, hombre, vamos. Que sería capaz de hacerle colgar a este pobre desgraciado pastor, afligido como una viuda y desnudo como un gusano..., y eso por unas bestias que se caían de viejas.


JUEZ.-  La causa ha terminado ya y la sentencia está dictada.  (A CORDERILLO.)  Vete, vete, estás absuelto.


CORDERILLO.-  Bee... Bee...


PATELÍN.-    (Al JUEZ.)  Menos mal que has conservado tu proverbial ecuanimidad. El pobre inocente...


PAÑERO.-  Contigo me he de querellar. Tú te llevaste mi paño bajo el sobaco, y todo porque me fié de tu lisonjera cháchara.


JUEZ.-  No puedo soportarlo más. En vuestra casa podéis continuar la comedia. Allí os querelláis todo lo que queráis.


PAÑERO.-  ¿Es justo que termine así esto?


JUEZ.-  Amigos, tengo trabajo en otra parte. Me voy. Maese Pedro, quieres comer conmigo hoy.


PATELÍN.-   (Mirando al pastor.)  Gracias. Hoy no puedo.


 

(Sale el JUEZ. Se disuelve el grupo. Se dispersan lentamente.)


 

PAÑERO.-  ¡Vaya fechoría! Los dos ladrones absueltos. Pero tú me pagarás.


PATELÍN.-  Pero, ¿por quién me has tomado?


PAÑERO.-  Eras tú mismo en persona, y estabas enfermo y moribundo en tu casa.


PATELÍN.-  ¿Yo enfermo? ¿De qué enfermedad?


PAÑERO.-  Por San Pedro que eras tú y no otro. Y estabas tan moribundo que daba pena verte.


PATELÍN.-  Pues puede que a estas horas esté muerto ya.


PAÑERO.-  Voy a tu casa a comprobarlo. Si te encuentro allí, la discusión habrá terminado.  (Se va.) 


PATELÍN.-  Allí te informarán.  (Sale el PAÑERO y PATELÍN coge aparte al pastor. A medida que el pastor responde vuelve a acudir el pueblo. GUILLERMINA desde la ventana observa constristada.)  ¿Qué te ha parecido el trabajo? ¿He arreglado bien tu asunto?


CORDERILLO.-  Bee...


PATELÍN.-  Déjate de bee ahora. Buen quiebro le dimos, ¿no te parece?


CORDERILLO.-  Beee...


PATELÍN.-   (Empezando a cansarse.)  Sí, has estado admirable. Tu amo está lejos ya. Puedes hablar.  (Hace gestos alusivos al dinero.) 


CORDERILLO.-  Bee...


PATELÍN.-  Ha sido magnífico. Sobre todo el que hayas podido aguantar la risa... Pero... ahora...


CORDERILLO.-  Bee...


PATELÍN.-  No es preciso que me lo demuestres más. Ahora paga.


CORDERILLO.-  Bee...


PATELÍN.-  Si lo haces por divertirte, dímelo. Pero después ven conmigo a mi casa a comer... y paga ya.


CORDERILLO.-  Bee...


CORDERILLO.-  Bee...


PATELÍN.-  Me estás exasperando con tu bee estúpido. ¿O te estás burlando de mí, que de buena te he librado?


CORDERILLO.-  Bee...


PATELÍN.-  Por San Juan que aquí soy solamente yo el culpable.  (CORDERILLO multiplica los balidos, dejando oír no obstante las palabras de PATELÍN.)  ¡Qué cierto es aquello de cría cuervos y te sacarán los ojos! Yo me creía el rey de los timadores y resulta que este palurdo me da lecciones. ¡Quiera Dios que por aquí cerca haya algún alguacil, porque por mi vida, que te hago colgar!


CORDERILLO.-  Bee... Bee...


PATELÍN.-   (Echa a correr hacia un lado.)  Voy volando a buscarlo...


CORDERILLO.-   (Sale disparado en sentido contrario.)  Si me llega a encontrar, le perdono a él y te pago a ti.  

 

FIN