9/1/17

EL ENCANTO, TENDAJÓN MIXTO ELENA GARRO


EL ENCANTO, TENDAJÓN MIXTO

ELENA GARRO


PERSONAJES:
El Narrador
Juventino Juárez
Anselmo Duque
Ramiro Rosas
La mujer del hermoso pelo negro
Un camino real. Unas rocas. El Narrador, solo en medio de la escena.
NARRADOR.-Hubo un tiempo, hace años, en que el hombre buscaba el sustento, penando en despoblado. Los caminos eran entonces más largos; eran de piedra, y los nombraban camino real. Al hombre no le placía arriesgarse solo por aquellas soledades; y buscaba la compañía del hombre -como debe de ser- para ir de un pueblo a otro. Aquí, en este mismo Cerro de la Herradura, que tantas y tantas cosas ha visto, tan bien curvado, tan alto, y en donde no se da sino el huizache, sucedió... Dicen las lenguas que era un tres de mayo, ya anocheciendo...
La escena se oscurece. Luego vuelve a iluminarse con una luz de crepúsculo. El Narrador ha desaparecido, en su lugar están los tres arrieros: Juventino Juárez, Anselmo Duque y Ramiro Rosas. Los tres vienen cubiertos de polvo, con los labios secos y los sombreros de petate, amarillos de sol, el color de las bridas desvanecido por la luz.
JUVENTINO.-Del hombre ni su sombra... llevamos dos días andados y parece que todos hubieran muerto...
RAMIRO.-Así es. Solo, como Dios manda que sea un paraje solo.
ANSELMO.-(Sentándose desconsolado sobre una piedra) Dios no manda que uno viva en esta soledad. Más bien es al contrario: El nos dio la compañía de la mujer y la del hombre; el goce de los árboles y el agua, así como también el ruido de los animales.
JUVENTINO.-No nos culpes, Anselmo Duque, de estas soledades, que si por nosotros fuera ahora mismo brotarían los ojos de agua, las fuentes, los árboles y los enjambres de pájaros que rodean a un pueblo.
ANSELMO.-Ya sé que también ustedes andan con los pies gastados. Igual que yo, igual que los animales ahí echados, (hace un ademán señalando el lugar en donde se supone que se encuentran las bestias) porque ya no tienen fuerzas ni para levantar el rabo.
JUVENTINO.-La fatiga te hace hablar así. Espera a que este resplandor baje, y verás cómo hallamos consuelo en la frescura de las sombras. De noche la fuerza retoña en los talones.
ANSELMO.-No me consuelo, ¡que a veces las palabras son estorbosas por faltar a la verdad!
RAMIRO.-¡Cállate, muchacho! ¡Tus quejidos no van a acercar el pueblo! Siempre estuvo a ocho leguas de aquí. Nadie se lo ha llevado más lejos para hacernos la maldad.
ANSELMO.-¡Desde cuándo lo debíamos haber topado! Ya me canso. ¡Anda y anda y anda! Y cada vez se nos aleja más.
RAMIRO.-También yo, ¡qué no daría por hallar algún cobijo! Algún maíz para los animales, y para mí un buen trago de agua fresca.
JUVENTINO.-¡Quién los oyera! ¡Qué no diría! •Mírenlos, llorando por ocho leguas de andada!.. Aunque para mí, también sería muy placentero encontrarme bajo techo... ya ni la cuenta llevo de las noches pasadas al sereno...
ANSELMO.-Mis ojos no han visto todavía más que padeceres.
RAMIRO.-¡Así estaría dispuesto, muchacho!
JUVENTINO.-Es mejor no fijar la vista. Traerla vaga, para no ver tantos males que caen sobre nosotros.
ANSELMO.-Yo diría que no, que hay que traer la vista bien alerta. Sólo así podemos ver lo que se nos esconde... Todo está al alcance de los ojos, sólo que no lo sabemos mirar.
VOZ DE MUJER.-¡Hasta mis ojos están al alcance de los tuyos!
Los tres hombres se sobresaltan. Miran hacia el punto de donde vino la voz.
ANSELMO.- ¡Era voz de mujer!
RAMIRO.-No veo sus ojos...
JUVENTINO.-¡Qué vas a ver si no hay nada!... Y además... no oímos nada... se nos figuró...
VOZ DE LA MUJER.-¡Los viejos creen que ya vieron y oyeron todo!
ANSELMO.-Mis ojos todavía no han visto nada. . . nada más que padeceres.
RAMIRO.-Dice bien este muchacho, el mal está en que no sabemos ver. ¿Por dónde hallaré tus ojos, amable voz?
JUVENTINO.-¡No se dejen embriagar por el engaño!
VOZ DE LA MUJER.-Hay que vivir embriagados, mirando las embriagadoras fuentes, los pájaros y los ojos de la mujer.
JUVENTINO.-¡No tientes a un pobre arriero! Los ojos del vicio son malos. Aunque, diciéndolo mejor, son malos y son buenos, porque también los permite Dios.
ANSELMO.-Todos los ojos son buenos. Con ellos he visto el agua y también he visto el vino, que es aún más gran placer, y del cual ando privado... Y quisiera ver tus ojos como veo tu voz.
JUVENTINO.-Sólo con los ojos del vino hallaríamos lo que buscas, Anselmo Duque.
RAMIRO.-Quién sabe. ¡Estos ojos son también muy serviciales!
ANSELMO.-Por ellos entra el gusto y el disgusto, el placer y la amistad. Y eso que todos buscamos, una amable compañía.
VOZ DE LA MUJER.-¿Y por qué no quieren ver a esta amable compañía? Si quisieran... mis ojos estarían adentro de los suyos...
JUVENTINO.-¡Muy verdad! ¡Con voluntad, muchas brutalidades veríamos!
RAMIRO.-Y también mucha hermosura...
ANSELMO.-¡Y también mucho pecado! Porque sólo pecando se conserva el hombre... ¡Muéstrate, amable compañía!
Los tres miran al punto de donde viene la voz. En ese lugar, el telón se abre y aparece una tiendita. Su rótulo dice: "El Encanto, Tendajón Mixto". La tienda desparrama una luz dorada; sus costales son luminosos; el mostrador, resplandeciente; las filas de botellas lanzan rayos de oro. Acodada al mostrador, una hermosa mujer sonríe. Lleva un traje amarillo y el suntuoso pelo negro suelto hasta las rodillas. Cerca de ella, sobre el mostrador, hay cuatro copas, también relucientes, y una botella.
MUJER.-Dices bien, Anselmo Duque, sólo pecando se conserva el hombre...
JUVENTINO.- (Mirándola asombrado) ¡El ojo del hombre es su propio encantamiento!
RAMIRO.- ¡Nunca vi un pelo semejante al tuyo! Dime, mujer, si de veras eres mujer o sólo una aparición para mi vista.
ANSELMO.-¡Cállate! ¿Cómo no va a ser así, si así la vemos?
MUJER.- (Meciendo su cabellera) ¡Déjalos, no los contradigas! Yo soy como me ves.
JUVENTINO.-Te meces como una garza, y muy segura estás de lo que dices. Tan buena y tan engañosa como tus palabras oí una voz, hace ya muchos años...
RAMIRO.-Te pareces a la garza, es cierto, por eso no eres de fiar. De repente, vas a dar el volido... para mí sigues no siendo de veras.
MUJER.-De veras, soy. Aunque para ti no fuera.
JUVENTINO.-Es mujer del agua.
ANSELMO.-¡Qué lenguas tan renegadas! ¡Qué ojos llenos de tierra!
RAMIRO.- ¡Tú qué sabes, muchacho!
JUVENTINO.-Eres lisonjera como una aparición de medianoche.
MUJER.-A media noche me baño, aunque tú no conozcas los ríos adonde voy, ni las lagunas de donde vengo.
RAMIRO.-Eres engañosa. ¡Ninguna mujer de bien anda por estos parajes!
ANSELMO.-Yo quiero ir a bañarme en tus ríos. ¡Y volver contigo de tus lagunas!
JUVENTINO.- ¿Qué dices, muchacho? Esta es mujer para ver, no para tocar, porque es mujer del agua.
ANSELMO.- (Adelantándose hacia la mujer) ¡Dices verdad! Yo sé que te bañas en ríos que jamás he visto, que te alimentos de algo que no es cualquier cosa, y que tus pies te trajeron aquí para hacernos llevadera esta fatiga... Y también sé que mis ojos te han buscado desde que fueron mis ojos...
MUJER.-El hombre encuentra lo que busca. Y si a tus ojos vine, fue pare darte algún encantamiento. (Levanta la mano, ofreciéndosela a Anselmo)
JUVENTINO.- ¡Muchacho, no te dejes llevar por su mirada!
RAMIRO.--¡No toques su mano!
JUVENTINO.- ¡Quién quita y se nos vuelva una humareda que nos extravíe el comino!
RAMIRO.--¡O que el humo nos prive de su tierna compañía!
MUJER.--¡Cuánta desconfianza! ¿Por qué habían de tenerme miedo? Si de humo fuera, menos daño les haría...
JUVENTINO.--El humo es engañoso, no deja ver; y agarra todas las formas.
MUJER.--Es cierto, el humo abunda, y a veces toma también la forma de los arrieros.
RAMIRO.-Qué, ¿nos vas a decir ahora que somos nosotros los que somos de humo?
MUJER.--(Seria) ¡Si! ¡El humo de una huizachera ardida!
JUVENTINO.-A mí no me engañas, mujer. Ni me vas a hacer creer que soy lo -que nunca fui.
RAMIRO. —En cambio, tu pelo es una humareda que hace llorar los ojos.
MUJER.—Yo les traje las sombras de mi pelo negro, para cobijarlos del calor del día. ¿No buscaban consuelo?
ANSELMO.--¡Yo si quiero cobijarme en ti de esta sequía!
MUJER.—Eres El único que ama los cabellos y las palabras nuevas.
RAMIRO, —No lo tomes a mal, es que andarnos sobrecogidos en tu presencia
JUVENTINO.—Sí, hablábamos de los pájaros y el agua...
ANSELMO.—Y de la amable compañía de la mujer.
MUJER.---(Sacudiéndose la cabellera, de la cual brotan pájaros que revolotean alrededor de su cara) •Pájaros? (Se vuelve, toma un cántaro, sale de detrás del mostrador y vierte el agua en el suelo de la tiendita, y de ella se levanta un surtidor) ¿Agua? ¡Aquí haremos una fuente!
ANSELMO.-Ya encontramos el pueblo y sus placeres. ¿Qué más pueden pedirle? ¿Ya le creen?
RAMIRO,-¡Nos está encantando!
JUVENTINO.—En el nombre de tres honrados hombres, te pido que me digas quién eres.
MUJER.-¿Acaso no buscaban la amable compañía de la mujer? Eso soy. Yo no acompaño de otra manera, porque así acompaña la mujer al hombre.
JUVENTINO.-¡Yo ya no busco nada!
MUJER.-Es fácil desencantar a un hombre. Alguna te negó su compañía. Tú ya no tienes remedio. Puedes decir que eres viejo.
JUVENTINO. —Quien te viera con ojos más inocentes, se fiaría de tus cabellos y de tu voz. Pero yo ya las conozco a todas. Primero, espejo de los placeres; es después de tantas luces, cuando sacan la cara que esconden. ¡Y El desencanto es uno! . - Sí, de lejos todas son los pájaras y el agua...
MUJER.-El hombre nace encantado; y de la mujer depende que así siga o que luego nada más las piedras mire.
ANSELMO. Hasta hoy, sólo piedras encontré.
RAMIRO.-¡Quisiera dar crédito a lo que veo!
JUVENTINO.-Las piedras son de verdad y todavía nos faltan ocho leguas de andada. Ahora que ya gozamos de tu amable compañía, ¿nos dejarás seguir adelante?
MUJER.-Si sólo eso necesitas, ¡vete!
RAMIRO.-Pero antes, amable compañía, ¿no quisieras darles algo a nuestros animales? Vienen cansados...
MUJER.-(Echándose con ligereza un costal al hombro y saliendo de detrás del mostrador, para dirigirse al lugar en donde están los animales) Les daré agua, maíz y cebada. Hay animales que merecen más que el hombre.
Los tres hombres quedan solos en escena.
ANSELMO.-¿Y por qué se quieren ir? ¿Qué le reprochan? Nunca he visto a nadie tan servicial.
JUVENTINO.- ¡Te dejas llevar muy pronto! Por causa tuya nos tenemos que ir: todavía no gozas de razón.
RAMIRO.- ¡Era verdad, Juventino, cuando dijiste que andábamos en la humareda! ¡A mí me pican los ojos!
ANSELMO.-A mí ya me dieron lo que les pedía.
JUVENTINO.-Sí, ya te lo dieron, pero ahora te lo vamos a quitar, antes de que ella te quite de tu madre.
Vuelve la Mujer. Entra a la tienda. Los mira sonriente.
JUVENTINO.-¡Hum! Tú ya te encontraste a muchos. Es mejor que nos dejes ir.
RAMIRO.-¡ Hombre, Juventino, un trago no le hace daño a nadie! ¡Y traíamos tanta sed!
ANSELMO.-¡Y andábamos tan solos, que hallarla a ella es hallar al mundo!
JUVENTINO. (Haciendo ademán de irse) ¡Ya nos vamos! Y tú, mujer, no oigas lo que dice este muchacho...
RAMIRO.-Es cierto. Es muy joven y no está desengañado.
ANSELMO.-Yo no me voy. ¡Yo quiero seguirte viendo y aceptar tu copa! (Avanza hacia la Mujer)
MUJER.-Dime, Anselmo Duque, ¿tú me ves como yo soy?
ANSELMO.-¿Yo? Yo te veo como eres: resplandeciente como el oro, blandita como la plata, hija de las lagunas, rodeada de pájaros, patrona de los hombres, baraja reluciente, voz de guitarra, copa de vino buscada desde el primer día que fui Anselmo Duque, y hallada hasta este tres de mayo...
Anselmo se detiene en el umbral de la tienda.
MUJER.-Si así me ves, así seré. Y todos los placeres que nombraste te dará mi compañía.
JUVENTINO.-¡ Detente, muchacho, que lo más engañador es el engaño. No te dejes corretear por tus veinte años. ¡Son años malos! ¡Acuérdate que tienes madre!
RAMIRO.-Quisiera yo dar sus pasos, aunque llorara mi madre. Pero mis pies no me llevan...
MUJER.- -¿Qué te daría yo primero: el agua, la plata, el oro, el vino?
JUVENTINO.- ¡No aceptes sus regalos!
ANSELMO.-(Enojado) ¡Cállate ya, viejo renegado! ¡Un animal es mejor que tú! RAMIRO.-(Mirando hacia donde están los animales) ¡Los animales no comen el maíz!
JUVENTINO.-¡Ni el trigo!
MUJER.-¡Vayan a ver por qué!
RAMIRO.-¡Cómo relumbra el maíz!
JUVENTINO.- ¡Cómo resplandece el trigo!
ANSELMO.-(Volviéndose hacia ellos) ¡Aquí el maíz es plata y el trigo es oro! ¡Y el animal es animal, porque no sabe escoger lo bueno!
MUJER.-¿Qué te daría yo primero: las lagunas, la granada, la guitarra, la baraja??
ANSELMO.-¡Dame primero el vino! ¡Si todo fuera mentira, él te guardaría!
MUJER.-El vino...
La Mujer del hermoso pelo negro sirve una copa y se la ofrece. Anselmo cruza el umbral de "El Encanto" y coge la copa.
JUVENTINO.-¡No la bebas, muchacho! ¡Oye la voz de tu amigo: aléjate de la amable compañía!
Anselmo levanta la copa, que brilla como un astro.
RAMIRO.-¡No bebas la copa de las estrellas! Es mejor sentirse solo ahora, que después quedarse para siempre solo, vagando en un llano interminable...
MUJER.-¡Bébela, Anselmo! No importa que el hombre pierda el camino en los caminos de la mujer... que son muchos y más variados que cualquier camino real. ¡Esta copa te sacará del llano, y nunca va a dejarte en soledad!
Anselmo se lleva la copa a los labios. Da el primer trago, y la tienda "El Encanto", Anselmo y la Mujer desaparecen. La escena vuelve a quedar con luz de crepúsculo, sin el resplandor de la tiendita.
JUVENTINO.-¿Qué pasó, Ramiro Rosas? Se apagó su resplandor. Ya no veo nada.
RAMIRO.-¡Se lo tragó en pura luz!
JUVENTINO.-¿Qué razón daremos de él?
RAMIRO.-Van a decir que lo matamos y la justicia se nos va a echar encima.
JUVENTINO.-¡Eso será lo de menos! ¡Vámonos yendo, este lugar ya se enojó con nosotros! ¡Y a mí no me gusta disgustarme con ningún paraje!
RAMIRO.-¡ Ladina, ya nos echó encima demasiadas sombras!
JUVENTINO.-Sólo falta que nos tape el camino, amontonándonos piedras.
RAMIRO.-¡No sería la primera encantadora que eso hiciera!
JUVENTINO.-¡Qué tonto fuiste, Anselmo Duque, en no escuchar la voz de la amistad!
RAMIRO.-¡Quién sabe qué valga más: si oír o mirar! Yo no lo sé.
JUVENTIN.O.-¡Qué razón daremos?
RAMIRO.-No nos queda sino buscarlo. En donde lo perdimos lo hallaremos. ¡Seguro que volverán a abrir "El Encanto"!
Salen. Pausa. Se ilumina la escena solitaria. El Narrador.
NARRADOR.-Dicen que al llegar al pueblo hubo muchas lágrimas: Los amigos de Anselmo Duque contaron su desaparición; y ésa fue la causa de tanto duelo. Entonces se hicieron ruegos para que el joven saliera de "El Encanto", y sus amigos fueron a buscarlo. Un día tres de mayo, del año que siguió. ..
Se oscurece la escena. Luego la luz se transforma en luz de crepúsculo. Entran Juventino Juárez y Ramiro Rosas.
JUVENTINO.-Aquí fue, porque aquí se rindieron los animales y mis talones.
RAMIRO.-Sí, aquí suspiramos por el placer... otra vez me vuelve el ansia... ¡Ay! ¡Quién pudiera ver el agua!; ¡quién pudiera oír un pájaro!; ¡quién pudiera hallar un pueblo!; ¡quién pudiera saber qué fue del placentero Anselmo Duque!
JUVENTINO.-También yo siento venir las ansias... también yo quiero saber qué fue de ese muchacho...
RAMIRO.-Se quitó de los caminos y sus piedras, mirando...
JUVENTINO.-¡Muy cierto! ¡Sólo mirando!
RAMIRO.-Se fue de los días de andar.
JUVENTINO.-¿Qué andará mirando ahora?
RAMIRO.-Alguna vereda que no vemos se lo llevó.
JUVENTINO.-El hombre no se pierde así nomás. De allí parte esa vereda que empieza con "El Encanto, Tendajón Mixto".
Los dos miran hacia el lugar donde vieron la tienda.
RAMIRO.-¿Qué quisieras ver ahora?
JUVENTINO.-Una laguna, ¿y tú?
RAMIRO: --¡Una amable compañía!
El telón se levanta y aparece otra vez "El Encanto", resplandeciente. Detrás del mostrador está sonriendo la Mujer del Hermoso Pelo Negro. Anselmo Duque acaba de beber la copa. La deja sobre el mostrador y se queda mirando a la mujer. Anselmo lleva la misma ropa y la barba crecida.
JUVENTINO.-¡Anselmo!, ¿un año entero te duró la misma copa?
RAMIRO.-¡Uy!, ¡un año redondo para beber una copa!
JUVENTINO.- ¡Ujule!, ¡en cualquier cantina hubiera bebido cientos!
RAMIRO.-¡Vente; esto ni para cantina sirve!
MUJER.-•¡Una copa y un año son lo mismo! Aquí medimos con medidas que ustedes desconocen. No contamos los días porque esa copa los contiene a todos.
JUVENTINO.-¡Tú dices muchas palabras! Ya va siendo necesario que te calles, porque te gusta decir y hacer lo que no es. ¡Suelta ya a ese pobre muchacho! ¡Déjalo vivir sus días, beber sus copas...!
MUJER.-¡Viejo que nada sabe y que cree saberlo todo! Sus días no son los tuyos, ni sus copas tus copas. Sigue tú, sábelotodo, viviendo tus semanas cargadas de piedras y congojas y deja que Anselmo Duque no cuente las horas de sudar y maldecir. El vive en otro tiempo...
RAMIRO.-¿Qué tiempo?
MUJER.-El tiempo de los pájaros, las fuentes y la luz.
JUVENTINO.-¡Mañosa! ¡Contigo es inútil hablar! ¡Anselmo, ven! Ya viste lo que habías de ver. Ya bebiste lo que habías de beber.
RAMIRO.-¡Un año son muchos días, y una copa es una copa! ¡Todavía no ves el engaño?
MUJER.-¡Ustedes no saben medir sus palabras, ni lo que no ven!
ANSELMO.-(A ella) ¡Déjalos!
RAMIRO.-¿Lo que no vemos? ¿Pues qué has visto, Anselmo Duque? ¡Por tu madre te pido que me digas lo que tus ojos han visto!
JUVENTINO.-¡No tienes nada que ver! Míranos a nosotros, tus amigos. Hemos venido en esta fecha justa para llevarte con nosotros.
RAMIRO.-Por favor te lo pido; ¿qué has visto, Anselmo?
ANSELMO.-(Sin verlos) •Qué he visto?... Si pudiera decirlo... apenas estoy empezando a ver... todavía me falta mucho. ..
RAMIRO.-Pero de lo que has entrevisto cuéntanos algo ...
ANSELMO.-He visto... otra luz... otros colores. .. otras lagunas...
JUVENTINO.-No te entiendo.
ANSELMO.-Ni me vas a entender, porqué yo tampoco te entendería...
JUVENTINO.-¡Oye la voz de este viejo! Deja a esa mujer, olvídate de sus placeres. Es más seguro un camino real que la vereda que ella te pueda ofrecer.
MUJER.-Un viejo como tú es un hombre muerto. Así naciste. Nunca supiste encontrar el filo del agua. ni caminar los sueños; ni visitar a las aguas debajo de
las aguas, ni entrar en el canto de los pájaros, ni dormir en la frescura de la plata, ni vivir en el calor del oro. No sembraste las corrientes de los ríos con las banderas de las fiestas, no bebiste en la copa del rey de copas. Tú no naciste. Tú moriste desde niño, y sólo acarreas piedras por los caminos llenos de piedras y te niegas a la hermosura. ¡Tu cielo será de piedra por desconocer a la mujer y no habrá ojos que de allí te saquen!
JUVENTINO.-¡No me maldigas, mujer, corazón de piedra!
MUJER.-¿Qué sabes tú de mi corazón? ¿Y sí lo tengo o no lo tuve nunca? Adentro de mi pecho no hallarás nada que pese. Sólo la música que escucha Anselmo habita mi cuerpo. ¡La piedra la llevas tú!
RAMIRO.-¡No te enojes con nosotros, amable compañía!
MUJER.-Piedra de camino real, ¿quién te dirige la palabra?
JUVENTINO.-¡Anselmo Duque! ¡Por última vez, y a riesgo de enojar a la hermosura, te pido que regreses con tu madre! ¿Quién te puede ofrecer mejor consuelo?
RAMIRO.-.¿Qué te dan en "El Encanto" que ella no te pueda dar?
ANSELMO.-No es hora de nombrarla, porque ella me dio los ojos para que mirara lo que ahora miro... y los sentidos para que entrara en los placeres que ahora encuentro...
RAMIRO.--¿Cuáles son, Anselmo Duque?
ANSELMO.-Si supiera decirlo... si pudiera... pero no me dio la lengua para nombrarlo... díganle que aquí me quedo... y que de aquí ni ella ni nadie me ha de sacar.
La Mujer del Hermoso Pelo Negro le echa los brazos al cuello. La escena queda a oscuras.
JUVENTINO.--¡Ya otra vez nos privó de su resplandor!
RAMIRO.-¡Vámonos de aquí!
JUVENTINO.-¡Sí, no sea que esta vez sí nos cierre el camino! ¿Viste sus ojos enojados?
RAMIRO.-Los vi. ¿Y tú viste los de Anselmo?
JUVENTINO.-También los vi, aunque ellos no me miraron a mí.
RAMIRO.-Hemos de volver por él, para devolvérselo a su madre.
JUVENTINO.-Va a ser difícil...
RAMIRO.-¡Al fin que éste no será el último tres de mayo!
JUVENTINO.-(Gritando) ¡Aquí vendremos, Anselmo Duque, los tres de mayo, y acabaremos con "El Encanto, Tendajón Mixto"!

TELÓN

ELENA GARRO. LA SEÑORA EN SU BALCÓN

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La señora en su balcón
ELENA GARRO

Personajes


Clara (50 años)
Clara (40 años)
Clara (20 años)
Andrés (23 años)
Julio (40 años)
Profesor
García (40 años)
Lechero
(La escena, desierta. Clara, apoyada en su balcón, mira al vacío. Es una mujer vieja, de pelo gris y cara melancólica.)

CLARA: ¿Cuál fue el día, cuál la Clara, que me dejó sentada en este balcón, mirándome a mi misma...? Hubo un tiempo en que corrí por el mundo, cuando era plano y hermoso. Pero los compases, las leyes y los hombres lo volvieron redondo y empezó a girar sobre sí mismo, como loco. Antes, los ríos corrían como yo, libres; todavía no los encerraban en el círculo maldito... ¿Te acuerdas?
(Entra a escena Clara, de ocho años. Lleva un cuello almidonado de colegiala y unos libros. Viene arrastrando una sillita. La coloca y se sienta.)
CLARA
DE 8 AÑOS: (A Clara en el balcón.) Sí, me acuerdo; pero vino el profesor García...
(Entra el Profesor García, de negro, de cara de profesor. Trae un pizarrón portátil. Lo coloca frente a Clara. Examina con cuidado las patas del mueble; luego, con gesto pedante, extrae de su bolsillo un gis y un borrador. Se levanta alegremente las mangas de su chaqueta, como si se preparar a hacer un acto de prestidigitación y se ajusta los anteojos.)
PROFESOR
GARCÍA: ¡A ver, niñita! ¿Qué vamos a estudiar hoy?
CLARA
DE 50 AÑOS: ¡Nada! ¡Ningún conejo saltará de tu manga, ninguna rosa saldrá de tu boca!
CLARITA: (Muy atenta, sentada en su silla.) No sé, profesor García.
PROFESOR
GARCÍA: (Con voz pedante.) ¡La redondez del mundo! El mundo es redondo, como una naranja achatada... y... gira... gira, sobre su propio eje.
CLARITA: ¡Ah!
CLARA
DE 50 AÑOS: No le creas, Clarita. ¡No piensa, repite como cualquier guacamaya!
CLARITA: (A Clara de 50 años.) No le creo. Estaríamos como las pepitas, encerrados, sin cielo, sin nubes y sin sol.
PROFESOR
GARCÍA: Los antiguos pensaron que el mundo era plano y que terminaba en las columnas de Hércules....
CLARITA: ¡Hércules! H-É-R-C-U-L-E-S. (Cuenta las letras con los dedos.) ¡Ocho letras! L-E-T-R-A-S. ¡Cinco letras! ¡Profesor! ¿Por qué para decir una letra se necesitan cinco letras?
PROFESOR
GARCÍA: Porque la palabra “letra” tiene cinco letras.
CLARITA: ¿Pero por qué una “letra” tiene cinco letras?
PROFESOR
GARCÍA: ¡No te salgas del tema! A ver, dime ¿cómo es el mundo?
CLARITA: ¡El mundo es bonito! En él hay naranjas de oro, redondas y achatadas. Y también hay columnas de oro.
PROFESOR
GARCÍA: ¡No entendiste!
CLARA
DE 50 AÑOS: Sí entendió!
PROFESOR
GARCÍA: Dije que el mundo (Dibuja en el pizarrón un círculo) es redondo. Los antiguos pensaron que era plano, que terminaba en las columnas de Hércules y no se atrevieron a cruzar este límite. Más allá se encontraba el temible mar de Sargazos...
CLARITA: ¿Quiénes son los Sargazos?
PROFERSOR
GARCÍA: Sargazos es el nombre que le daba a un mar peligroso y oscuro, poblado de algas y de líquenes gigantes; así pues, ningún barco antiguo se aventuró en aguas, por temor a sus monstruosas plantas...
CLARITA: ¡Profesor García! O quiero navegar en ese mar. Iré en un barco con una sirena que cante. ¡Buuuu! ¡Buuuu!
CLARA
DE 50 AÑOS: Será inútil el viaje, porque el mundo es redondo y todos los mares y los caminos llevan al mismo punto.
PROFESOR
GARCÍA: ¡Niña, entiéndeme! Esto que te digo, no existe! ¡Es más, no existió nunca!!
CLARA: Y si no existió nunca, ¿por qué ningún barco se atrevió a ir por sus aguas?
PROFESOR
GARCÍA: Porque ésa era la versión del mundo antiguo.
CLARITA: Y en dónde está ese mundo antiguo?
PROFESOR
GARCÍA: Dije ¡la versión!
PROFESOR
GARCÍA: ¿La versión? ¿Qué versión? ¿Qué quieres decir con “en dónde está la versión”?
CLARITA: Quiero decir que en dónde la escondieron, que en dónde la tiraron. Porque yo quiero buscarla, para encontrar a los Sargazos y a los líquenes gigantes.
PROFESOR
GARCÍA: ¡Ignorante! Son inútiles mis esfuerzos por abrirte la cabeza... A ver, dime ¿qué es versión?
CLARITA: ¿Versión? Pues versión es el mundo antiguo que tiraron a un muladar.
PROFESOR
GARCÍA: ¿Quién dijo que versión es el mundo antiguo y que lo tiraron a un muladar?
CLARITA: Pues usted, profesor García.
PROFESOR
GARCÍA: ¿Yo? Yo nunca dije semejante disparate. ¡Lo que pasa es que tú tienes la cabeza como una tapia!
CLARA
DE 50 AÑOS: Usted nunca dijo nada, profesor. ¡Pasó sus años prendido a su compás, repitiendo cada vez más mal un pequeño libro de texto!
CLARITA: Sí lo dijo, profesor; pero no quiere decirme dónde está el muladar...
PROFESOR
GARCÍA: ¿De qué muladar me hablas? Los muladares son los lugares de desecho de las ciudades. ¿Qué tienen que ver con Hércules y los Sargazos?
CLARITA: ¡Ah! ¿También tiraron ciudades?
PROFESOR
GARCÍA: ¿Qué ciudades? ¿De qué hablas?
CLARITA: Le pregunto que si en el mundo antiguo había ciudades.
PROFESOR
GARCÍA: (Tranquilizándose.) ¡Claro que las había! ¡Y muy hermosas! Atenas, Esparta, Argos, Micenas, Tebas, Babilonia, Nínive...
(Se escucha un golpe de tambor. Clara se levanta de su silla y palmotea, da vuelta al compás del tambor.)
CLARA: ¡Nínive! ¿Cómo es Nínive?
PROFESOR
GARCÍA: Eran ciudades pequeñas, con columnas, templos, escalinatas, estatuas y puertos.
CLARA: ¡Yo quiero ir a Nínive!
PROFESOR
GARCÍA: Te dije que son nombres de ciudades antiguas. No existen más, han desaparecido.
CLARITA: Yo iré al muladar y entre todas las ciudades antiguas buscaré a Nínive. Y la hallaré, profesor García, porque es blanca y picuda, y sus escalinatas llevan al cielo.
CLARA
DE 50 AÑOS: ¡Clara, no busques a Nínive!
CLARITA: Sí, caminaré el mundo largo y tendido, lleno de columnas de oro, hasta llegar a Nínive de plata.
PROFESOR
GARCÍA: ¡Cálmate, niña! ¡Óyeme! Nínive no existe. Existió hace muchos siglos, muchos antes de que nosotros naciéramos.
CLARITA: ¿Y entonces, por qué sabe usted cómo es?
PROFESOR
GARCÍA: Porque la hemos guardado en la memoria. En la memoria de los pueblos.
CLARITA: ¿En la memoria? Pues hay que ir a la memoria.
PROFESOR
GARCÍA: La memoria, Clara, es el poder retentivo del hombre. Por ejemplo, ¿ves este pizarrón?
CLARITA: Sí.
CLARA
DE 50 AÑOS: También yo lo veo, aburrido, gris, con ese círculo de gis que para usted es el mundo.
PROFESOR
GARCÍA: Pues bien, si lo quito, y no lo ves más, lo verás en la memoria. Así es como existe Nínive.
CLARITA: Sí, por eso quiero ir.
PROFESOR
GARCÍA: ¡Nínive sólo existe en la memoria!
CLARITA: Ya entendí, Nínive es como el pizarrón.
PROFESOR
GARCÍA: Nínive existió como el pizarrón, ya no existe.
CLARITA: ¿Y quién la vio?
PROFESOR
GARCÍA: Muchos, muchos hombres.
CLARITA: Entonces, existe como el pizarrón.
POROFESOR
GARCÍA: No, no existe; existió hace ya muchos siglos.
CLARITA: Pues hay que ir a buscarla entre los siglos.
PROFESOR
GARCÍA: Nadie puede irse por los siglos.
CLARITA: ¡Sí se puede! ¡Yo quiero ir a Nínive! ¡Yo me iré por los siglos hasta que la encuentre! ¡Quiero ir a Níniveeeee! (Sale corriendo.)
PROFESOR
GARCÍA: ¡Niña! ¡Niña! ¡Niñaaaaa! (Recogiendo su pizarrón.) ¡La imaginación es la enfermedad de los débiles!
CLARA
DE 50 AÑOS: ¡No huyas del pizarrón, Clarita! ¡No huyas del profesor García! ¡Todavía no lo sabes, la huida no te va a llevar sino al balcón!
(La escena se oscurece ligeramente. Clara sigue quieta en su balcón.)
CLARA
DE 50 AÑOS: Quieren que vivamos en el mundo redondo que nos aprisiona. Pero hay otro, el mundo tendido, hermoso como una lengua de fuego que nos devora.
(Entra corriendo a escena Clara de 20 años. Se cubre la cara con las manos.)
CLARA
DE 50 AÑOS: Ahora vendrá Andrés, con su compás en la mano.
(Entra Andrés. Trae un anillo de bodas. Lo lleva delicadamente en lo alto, cogido con los dedos pulgar y cordial.)
ANDRRÉS: ¡Clara! ¡Clara! ¿Por qué huyes? Tienes miedo... Clara.
CLARA: No tengo miedo.
ANDRÉS: Sí, miedo de ti misma, miedo de estar enamorada.
CLARA: (Descubriéndose.) ¿Qué dices? ¿Cómo puedes decir que tengo miedo, cuando los árboles se han cubierto de naranjas redondas y doradas y en cada una de ellas hay una Clara viviendo por fin en su ciudad? En Nínive Plateada. ¿Miedo de qué?
ANDRÉS: No sé, del muladar que es este mundo.
CLARA: ¡Del muladar! Siempre lo busqué, y hasta ahora lo encuentro. Tú no lo sabes, Andrés pero desde niña ando en busca de ese muladar en el que han tirado lo hermoso. Y hasta ahora lo hallo, con sus escalinatas, sus columnas, sus templos, sus estatuas. Antes no podía hallarlo. Me faltabas tú. Tú, que estabas escondido detrás de algunas ruinas, esperándome desde hacía miles de años.
ANDRÉS: ¡Claro que re esperaba, amor mío! Cuando veía a las jóvenes caminar por la Avenida Juárez, apresuraba el paso, ¿será alguna de ellas? Pero al ver sus rostros me daba cuenta de que ninguno era el que yo buscaba.
CLARA: También yo te busco desde hace miles de años. El profesor García me dijo que uno no puede irse por los siglos, y se equivocó; porque yo tuve que viajar y viajar siglos arriba, para encontrarte a ti, que eras la memoria de mí misma, y la memoria del amor, pues tú guardaste todos los besos y los verbos amorosos que se han conjugado, para venir a decírselos a Clara, que por fin te encuentra en algún recodo del tiempo.
ANDRÉS: (Abrazándola.) ¡Vida mía! ¡No me importa lo que dices, me importa sólo ver el rosa de tus encías, oír el ritmo de tambores de tus pasos, la música geométrica de tu falda, el golpe marino de tu garganta, único puerto en donde puedo anclar!
CLARA: ¿Anclar? No, Andrés, debemos correr como los ríos. Tú y yo seremos el mismo río; y llegaremos hasta Nínive; y seguiremos la carrera por el tiempo infinito, despeñándonos juntos por los siglos hasta encontrar el origen del amor y allí permanecer para siempre, como la fuerza que inflama los pechos de los enamorados.
ANDRÉS: ¡Todo eso lo haremos juntos, en una casa, rodeados de niños locos y ardientes como tú!
CLARA: ¿Por qué me hablas así? ¿Por qué cuando yo te propongo el viaje, tú me propones el puerto, la casa?
ANDRÉS: ¿Por qué? Porque todo lo que dices son palabras, hermosas palabras. Dos gentes que se quieren necesitan una casa, un lugar donde vivir.
CLARA: Hay muchos lugares donde vivir. Se vive en cualquiera de ellos. No es eso lo que yo pido sino un acuerdo para, después de vivir, seguir viviendo siempre juntos, inseparables. Como lo visto y la memoria, como el hombre y su pasado irremediable, como el polo positivo y el negativo que juntos dan el rayo. Yo te pido la voluntad de ser uno.
ANDRÉS: Sí, Clara, y yo te ofrezco la casa y mi trabajo y mis cuidados.
CLARA: Tú me ofreces seguir siendo dos. Tendremos fechas diferentes, no sólo de nacimiento, también de muerte.
ANDRÉS: No hables de la muerte. ¿Qué tiene que ver la muerte con el amor? ¡Es atroz!
CLARA: El amor es lo único que puede salvarnos de ella. Yo seguiré viviendo en ti y tú seguirás viviendo en mí. Y luego seremos uno, indivisible.
ANDRÉS: ¡No me hables así, Clara! Yo venía a proponerte que habláramos hoy con tus padres, para que luego tú conocieras a los míos.
CLARA: ¿Para qué?
ANDRÉS: ¡Pues para que todo esté en orden, para tener su aprobación! Mira, estoy seguro de que mí madre se morirá de gusto de verte. ¿Qué digo? ¡Morirá! ¡Ya me contagiaste con tu espíritu fúnebre!
CLARA: ¿Qué no estamos en orden? ¿No me quieres?
ANDRÉS: Claro que te quiero, ¡tonta!
CLARA: Entonces, ¿por qué habrá orden si tu madre se muere de gusto al verme?
ANDRÉS: Es una manera de hablar, ¿acaso no sabes que las madres deben aprobar los amores de sus hijos?
CLARA: No. A mí no me importa que me aprueben o me desaprueben.
ANDRÉS: ¡Cállate! No digas esas, cosa, es como salar mi dicha.
CLARA: Andrés, me das miedo.
ANDRÉS: ¿No te lo dije desde el principio, que tenías miedo?
CLARA: No lo tenía.
ANDRÉS: Sí lo tenías y no te dabas cuenta.
CLARA: No, no podía tenerlo, porque creía que me amabas.
ANDRÉS: ¡Loca! ¡Tonta! ¡Claro que te amo! Dame tu mano, quiero ponerte este anillo, como señal de que hablo para siempre.
CLARA: (Esconde la mano.) ¡No, no, no quiero tu anillo! No me gustan. Tú eres como el profesor García, que creía que estaba el mundo porque dibujaba círculos de gis en el pizarrón. “¡Clara: éste es el mundo!”; pero el mundo no podía ser ese círculo gris. ¡Así tú!: Clara, éste es el amor, dame tu mano par meterte un anillo, y buscar un departamento para comer sopa y vivir con mi sueldo, si tu familia y la mía están de acuerdo.
ANDRÉS: ¿Pero qué dices, Clara? ¿No quieres el anillo? ¿Me rechazas?
CLARA: Digo que eso no es el amor... el amor... el amor es estar solo en este hermoso mundo, y viajar por los árboles y las calles y los sombreros de las señoras y ser el mismo río y llegar a Nínive y al fin de los siglos... El amor, Andrés, no es vivir juntos, es morir siendo una misma persona, es ser el amor de todos. Tú no me amas.
ANDRÉS: ¡Por favor, Clara! No vuelvas a repetir eso. Estás muy exaltada, no sabes lo que dices. Acepta este anillo, te lo ruego...
CLARA: Sé lo que digo. No quiero vivir en un apartamento de la calle de Nazas, ni quiero ver a tu madre, ni ponerme tu anillo. Yo quiero el amor, el verdadero, el que no necesita de nada de eso, el amor que reconoce sin necesidad de que nadie más lo reconozca... Adiós, Andrés.
(Clara ve un momento a Andrés, que le tiende el anillo y luego sale corriendo. Andrés, deja caer el anillo que retumba como trueno.)
ANDRÉS: ¡Clara! ¡Clara! ¿Ven, amor mío, nadie te querrá como tú pides ser querida! ¡Ven!
CLARA
DE 50 AÑOS: No, no vuelvas, Clara. Era verdad; no había sino un departamento, una hepatitis, Chevrolet parta los domingos, tres niños majaderos, disgustados porque el desayuno estaba frío, y un tedio enorme invadiendo los muebles. Todo esto me lo ha contado Mercedes, su mujer.
(Se oscurece ligeramente la escena. Andrés desaparece. Clara sigue en su balcón.)
CLARA
DE 50 AÑOS: No había Nínive. El mundo se iba haciendo una esfera cada vez más pequeña. Apenas si cabíamos.
(Entra Clara de 40 años. Triste, con un plumero en la mano. Sacude el polvo de unos muebles imaginarios.)
CLARA: (Mientras trabaja.) ¡Qué fino es el polvo! Y tiene todos los colores; es como el diamante más puro, cuyo reflejo depende del sol. El sol es como nosotros, varía de color según varía el humor. Yo no sé que haría si en esta casa no hubiera polvo. ¿Dónde encontrar rojos más tenues y dispares, o azules tan marinos o fluviales como en estos rayos iluminados por el sol, siempre girando, danzando? La danza de la mañana, de la pereza...
(Entra Julio, hombre de 40 años, en mangas de camisa.)
JULIO: Otra vez las nueve... otra vez el café con leche, y el viaje hasta la oficina...
CLARA: ¡Es maravilloso, Julio! Las calles cambian de hora en hora. Nunca son la misma calle. ¿No te has fijado? ¡A que nunca llegas a la misma oficina, por la misma calle! Yo quisiera ser tú, para trabajar en la mañana y cruzar la ciudad a la hora en que la cruzan ustedes los que hacen el mundo. Porque yo la cruzo a la hora en que la cruzan las que hacemos la comida. Pero, si quieres, te acompaño hoy en el viaje hasta la oficina.
JULIO: No digas tonterías. ¿Cómo va a ser maravilloso ir a una oficina llena de estúpidos, por unas calles también estúpidas e iguales? ¡Ah! ¡Un día me iré de viaje! Pero un viaje verdadero, lejos de esta repetición cotidiana. ¿Sabes lo que es el infierno? Es la repetición. Y todos los días repetimos el mismo gesto, la misma frase, la misma oficina, la misma sopa. Estamos en el infierno, condenados a repetirnos para siempre...
CLARA: No hables así, me afliges mucho. Me parece que soy yo la que te ha condenado a la repetición, al infierno. ¿Por qué no tratas de variar tu vida? ¿Recuerdas que pensábamos viajar hasta el fin de los siglos? Pues yo, viajo. Claro, hago viajes más modestos. Por ejemplo: cuando limpio la casa nunca estoy en ella, siempre me voy; así nunca hay nada repetido, me libro del infierno. ¿Tú nunca te has ido por la pata de una silla?
JULIO: Ya vas a empezar con tus locuras.
CLARA: No son locuras. Yo sí me voy por la pata de una silla, y luego al bosque, y camino por entre los árboles, y luego por la misma pata he llegado a casa del leñador, y de allí al vagón del ferrocarril y luego a casa del carpintero, que todavía vive como San José, y luego a la mueblería y acabo en mí misma comprando la silla y trayéndola a esta casa.
JULIO: Tu manera de viajar no me interesa. En el fondo, lo único que tratas de hacer es evadirme del infierno en que estamos. Tu vida no es sino una perpetua huida. Ahora, como ya no sabes adónde ni cómo escaparte, te escapas por las patas de las sillas.
CLARA: ¿Me escapo? ¿Crees que realmente estamos en el infierno?
JULIO: ¿Pues qué más pides? ¿El perol y las llamas? Siempre mirándonos el uno frente al otro, sin esperanzas. ¿Qué esperamos? ¿Qué esperas? Nada. La vida es un horrible engaño.
CLARA: ¡Julio! No hables, así, no blasfemes. La vida es maravillosa, pero no supimos andarla. Nos quedamos quietos como los lagos, pudriéndonos en nuestras propias agua. Cuando éramos jóvenes, pensamos que nos iríamos lejos, lejos de nosotros mismos. Yo debería haber llegado hasta ti y tú hasta mí. ¿Qué pasó, Julio?
JULIO: A mí ya no me importa lo que pasó. Me importa lo que pasa. Hay veces que quisiera desaparecer, perderme en alguien que no sea yo, aunque sea por unos momentos. Pero tengo que volver aquí, volver siempre por el mismo camino y a la misma hora...
CLARA: No regreses, Julio. Deberíamos de haber regresado juntos. Deberíamos habernos ido juntos hasta Nínive.
JULIO: ¡Nínive! Ésas eran chiquilladas. Ya no eres joven. ¡Mírate en el espejo! Resulta ridículo que una mujer a tu edad hable en esos términos.
CLARA: Para mí, tu no tienes edad. ¿Qué son unos cuantos años, comparados con los siglos infinitos que nos aguardan y que nos preceden? Tal vez las caras también, según hayas reído...
JULIO: O llorado...
CLARA: O llorado. Cuando yo te conocí, Julio, ¿no habías llorado nunca, verdad? Te dejé dolo... sí.
JULIO: Ahora quisiera que me dejaras solo de verdad.
CLARA: Nadie se salva solo. Uno se salva en el otro.
JULIO: Yo sí. Yo soy capaz de salvarme solo.
CLARA: ¡Julio!
JULIO: El amor no existe. Tampoco existe Nínive. Existe sólo un mundo que trabaja, que va, que viene, que gana dinero, que usa reloj, que cuenta los minutos y los centavos y que muere solo y acaba podrido en un agujero, con una piedra encima que lleva el nombre del desdicha. Lo demás, lo demás son tonterías...
CLARA: Ese mundo malvado es aparente. Detrás está el otro mundo maravilloso. Y detrás del tiempo de los relojes está el otro tiempo infinito de la dicha. Tú no quieres verlo, no quieres ver a Nínive, ni la memoria, ni los siglos. Me dejas sola en mitad del tiempo, sin nada a qué asirme; y yo pensé que contigo era para siempre, que juntos nos iríamos algún día a ser uno, a olvidarme de mí misma...
JULIO: ¡Basta!
CLARA: ¡Basta! No me queda sino yo misma. Me voy de ti para siempre.
(La escena se oscurece y luego se enciende.)
CLARA
DE 50 AÑOS: Me fui de viaje y llegué a mí misma.
CLARA
DE 40 AÑOS: (Que ha quedado como un títere roto, con su plumero en la mano.) Sí, me fui a ti.
CLARA
DE 50 AÑOS: No hallaste a Nínive.
CLARA
DE 40 AÑOS: No, y ahí estoy, adentro de ti, mirándome.
CLARA
DE 50 AÑOS: ¿Quién abolió a los siglos pasados y por venir? ¿Quién abolió el amor? ¿Quién me ha dejado tan sola, sentada en este balcón?
CLARA
DE 40 AÑOS: Yo no lo sé.
CLARA
DE 50 AÑOS: Pero hubo algo, alguien que me lanzó dentro de mí misma, a mirar para siempre este paisaje de Claras, del cual no podré escapar.
CLARA
DE 40 AÑOS: ¿Y qué vas a hacer ahora? ¿Ahora que ya no queda viaje, que ya no queda Nínive, que ya no quedan años ni atrás ni adelante?
CLARA
DE 50 AÑOS: Sí quedan, iré en su búsqueda. Existe la memoria.
CLARA
DE 40 AÑOS: No puedes escaparte más. Has huido del profesor García, has huido de Andrés, te has escapado de Julio, siempre buscando algo que te faltaba. Era Nínive, era el tiempo infinito... Ya no puedes huir para salir en busca. Dime, ¿qué vas a hacer?
CLARA
DE 50 AÑOS: ¿Qué voy a hacer? Iré al encuentro de Nínive y del infinito tiempo. Es cierto que ya he huido de todo. Ya sólo me faltaba el gran salto para entrar en la ciudad plateada. Quiero ir allí, al muladar en donde me aguarda con sus escalinatas, sus estatuas y sus templos, temblando en el tiempo como una gota de agua perfecta, translúcida, esperándome, intocada por los compases y las palabras inútiles. Ahora sé que sólo me faltaba huir de mí misma para alcanzarla. Eso debería haber hecho desde que supe que existía. Me hubiera evitado tantas lágrimas. Eran inútiles las otras fugas. Sólo una era necesaria.
(Se lanza por su balcón. Se oye el ruido del cuerpo que cae. Clara de 40 años desaparece también: Su plumero queda a medio escenario. Entra a escena, al oír el ruido, un lechero. Se acerca al cuerpo, luego mira a su alrededor y grita.)
LECHERO: ¡Ora! Llamen a la policía, se suicido la vieja del 17.



TELON