19/10/16

BESTIALIDAD ERÓTICA FERNANDO ARRABAL


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BESTIALIDAD ERÓTICA
FERNANDO ARRABAL

Personajes:


ASÁN, hombre.
SU YEGUA, mujer bella de cuerpo
hermoso y lascivo.
ALIMA, mujer.
SU CABALLO, hombre muy bello, un
Apolo.

ACCIÓN
Ruido de caballo al trote. Voz: “¡Arre, mi
yegua, que llegamos tarde!”. Entra en
escena Asán, a caballo sobre una mujer.
La mujer entra trotando con aire de
felicidad. Es una mujer muy bella y más
bien llenita, con un traje muy ceñido y
correajes de yegua.

ASÁN: ¡Soooo!
(La trata como a un caballo, la ata a una
columna.)
¡Soooo, bonita!
(Le ata las correas que le aprietan el
vientre y, aún más, la que pasa entre sus
muslos. Finalmente, le acaricia el
trasero 1, le palpa el vientre y, por fin, le
da con la fusta. Ella da un relincho como
un quejido.)
Estáte quieta y bebe un poco.
(Le trae un cubo. Ella relincha 2 . Ruido
de caballo al trote 3 . Entra Alima con su
caballo, al que ata a la misma columna.
Asán y Alima se miran extasiados.
Mientras Asán y Alima viven la escena que
sigue, el caballo y la yegua, enajenados y
llevados por la pasión carnal, se trotan
bestialmente y hacen cuanto les permiten
sus correajes.)
Todo el día... (tiembla.) 4

ALIMA: Amor mío...

(La emoción no le permite continuar con
su frase. Éxtasis.
Relinchos de los
caballos en celo.)
ASÁN: ¿Puedo decirte que mi amor se
acrecienta por momentos, que mi pasión
por ti me embarga?
ALIMA: Dímelo... Pienso en ti todo el día,
sueño contigo, te tengo presente en todo
momento...
ASÁN: Yo también sueño contigo... ¡todas
las noches! ¿Qué soñaste tú ayer?
AliMA: Soñé que los dos, a caballo,
corríamos por las praderas mientras un
ángel exterminador presidía nuestro
caminar.
ASÁN: Yo soñé que iba corriendo y
corriendo por las calles de una ciudad
desconocida hasta que, por fin, entré en
una especie de estadio. Allí estabas tú,
esperándome. Nos miramos intensamente
y, cuál no sería nuestra sorpresa al ver que
lo que creí un estadio no era sino un circo
y que, allí, dos caballos sabios nos
esperaban mientras extraían raíces cúbicas.
ALIMA: ¡Te quiero!
ASÁN: Te amo locamente.
(Relinchos. 5 )
ALIMA: No irás a decirme que quiero
halagarte...
ASÁN: Dime.
ALIMA: (Apasionada 6 ) Estás más feo que
nunca, eres el ser más horrible que he visto
en mi vida.
ASÁN: (Cohibido, avergonzado) No me lo
puedo creer; quieres que se me suba el
orgullo a la cabeza. ¡O es que eres víctima
del amor que me tienes!
ALIMA: Créeme, amor mío, es la verdad,
la pura verdad. Eres atroz, eres horrible 7 .
ASÁN: No es posible... lo has leido en
algún lado. Algún poeta...
ALIMA: No, amor mío; no, mi único y
devorador amor, mi pasión enloquecedora,
es así, es la verdad, eres cada día más feo,
más feo.
ASÁN: (Halagado, un poco cursi) Bueno,
bueno, no es para tanto. Ya sé yo que no
me puedo comparar con otros hombres
que...
ALIMA: Nadie te iguala. He recorrido el
mundo entero y nadie, no hay nadie tan
atroz como tú. A veces, soñando contigo,
me entran ganas de vomitar 8 .
ASÁN: No es posible.
ALIMA: Si, así es, amor mío. ¿Qué puedo
hacer contra mis sentidos, cómo
dominarlos? Yo no soy como esas
intelectuales que has frecuentado en tu
vida, capaces por frialdad de aventuras o
pasiones cerebrales, yo soy una pobre
mujer sencilla que sólo puede decirte lo
que lleva dentro: eres atroz, eres feísimo,
eres más feo que la mueca más
monstruosa 9 , más atroz que un retrete
atascado.
ASÁN: ¡Qué día tan feliz!, en el que los
dioses me preparan tanta felicidad.
AUMA: Hoy, que he perdido por
completo mi timidez, puedo decirte lo más
hondo de mis pensamientos, aunque el
exceso de mi pasión pueda alejarte de mí
iré más lejos, oh amado mío, amor de mi
vida, hombre de mi sangre... Hueles mal.
ASÁN: (Como descubriendo algo nuevo)
¿Huelo mal?
ALIMA: Sí, hueles mal.
ASÁN: (Coqueto, para que lo confirme)
Pero ¿cómo es eso posible...? Nadie me lo
había dicho... y, sin embargo, ¡ay! ha
habido otras mujeres que me han amado.
ALIMA: Nadie como yo.
ASÁN: (Curioso) Y ¿cómo es ese olor?
ALIMA: Repugnante.
ASÁN: (Feliz) No me lo creo.
ALIMA: Sí.
ASÁN: Amor mío, dame más detalles.
ALIMA: Es un olor fuerte, atroz,
desagradabilísimo, de cadáver 10 ... ¡es
atroz!
ASÁN: Gracias, amor mío.
ALIMA: No me des las gracias. Eres así,
esa es mi desgracia: si fueras un hombre
como los demás... qué distinto sería... no
tendría celos, no tendría por qué tenerlos.
ASÁN: Pero ¿estás segura que todo el
mundo huele este olor mío?
ALIMA: Todo el mundo. 11 Un día en que
iba contigo por la noche, oí en la
obscuridad que alguien decía: "pero quién
huele tan mal, qué barbaridad, será un
hombre tan sucio que, eso que los demás
tenemos entre los dedos de los pies 12 , él
debe tenerlo entre los dedos de las manos.
ASÁN: ¡Ah, el pueblo! ¡Qué imágenes!
ALIMA: Eres el ser de mi vida, mi camino
y mi verdad.
ASÁN: Dime... quiero que me respondas
de verdad... quiero que abras de lleno tu
corazón... Si no fuera tan horrible ¿me
amarías?
(Silencio crispado.)
ALIMA 13 : Sí, lo mismo.
ASÁN: (Muy digno) Mientes. Me quieres
por algo exterior a mí, no me quieres por
quien soy, por lo que represento, tan sólo
me quieres por mi fealdad... Y eso es
accidental... Un día no seré horrible, un día
seré un viejecillo apacible, de aspecto
patriarcal y sereno, y... entonces me
dejarás solo y abandonado.
ALIMA: No, amor mío. Te quiero como
eres y como serás.
ASÁN: ¿Incluso si fuera bello?
ALIMA: Bello... bello... Tú no podrás ser
nunca bello. Eres demasiado repugnante.
ASÁN: Gracias, amor mío.
ALIMA: No me des las gracias.
ASÁN: ¿Puedo preguntarte una cosa...?
Mi boca... ¿cómo huele?
(Inquietud.)
ALIMA: Tu boca... tu boca...
ASÁN: (Asustado: ¿Mi boca huele bien?
ALIMA: No, amor mío. Tu boca huele a
rayos.
ASÁN: Ah,... ahora que lo pienso... un día
dejarás de amarme
ALIMA: Imposible.
ASÁN: Sí, un día dejarás de amarme y,
por venganza, me dirás la verdad, al irte de
mi lado, y así sabré que no soy feo y que
incluso huelo bienALIMA: ¡Cállate! ¿Cómo puedes imaginar
semejante horror? ¿Es posible que no me
quieras?
ASÁN: Si mientes, y de la manera más
odiosa, por caridad, mientes para que no
tenga complejos, me engañas para que no
sepa cómo soy.
AUMA: Créeme, amor mío, ¿cómo puedes
imaginar que eres bello o que hueles
bien...? ¿Qué podría hacer para quitarte de
la cabeza esa estúpida idea que te
atormenta?
ASÁN: (Solemne) ¿Y Frankestein?
ALIMA 14 : ¿Qué pasa con Frankestein?
ASÁN: Reconoce que es más feo que yo.
ALIMA: ¿Frankestein? Pero si es apuesto
y amable con esos andares tan graciosos
que tiene... Comparado contigo es la
imagen misma del donaire. soy feliz.
ASÁN: Hemos nacido el uno para el otro.
ALIMA: Pero yo no soy perfecta.
ASÁN: ¿Por qué?
ALIMA: Yo... yo huelo bien.
ASÁN: Oler... pero si parece que siempre
tienes el mes.
ALIMA:
(Avergonzada.) ¿Soy
nauseabunda?
ASÁN: Fétida. ¡Eres fétida!
ALIMA: ¡Cuánto me amas!
ASÁN: Te amaré siempre, como un río
que se come su matriz, ensanchándola
siempre.
ALIMA: ¿No piensas en otras mujeres?
ASÁN: ¡En otras mujeres! No podría.
Nadie como tú me recuerda la imagen de
lo horrible.
ALIMA: Bailemos.
15 (Relinchos (Bailan. De pronto, Asán cae al suelo y
lame los zapatos de Alima. Ella se tumba
también y juntos se lamen mutuamente, y
con frenesí, las suelas de sus zapatos.)
de los caballos. Se miran
extasiados. Se levantan y acarician muy
lascivamente a sus caballos.)
ALIMA: ¿Y yo cómo soy?
ASÁN: ¿Tú? Ya lo sabes, te lo he dicho
mil veces.
ALIMA: Repítemelo.
ASÁN: Eres feísima.
ALIMA: ¿Sabes? Cuando una jovencita
pensaba que era guapa y que no podría
gustar a nadie. No sabes cómo me temía el
momento en que tendría que desnudarme
en presencia de un hombre. Mi pesimismo
me hacía creer que era guapa. Con qué
terror miraba los espejos al salir del baño,
todo me parecía perfecto... me pasaba el
día llorando.
ASÁN: Aún no estaba contigo para
consolarte, para decirte la verdad.
ALIMA: Pensaba que nunca me atrevería
a estar sola con un hombre; pensaba que
siempre sería virgen. Y hasta supuse que
sólo había una solución: buscar a un
hombre que no fuera feo, un hombre que
fuera guapo como yo, y así no tendría
vergüenza al estar desnuda ante él, o bien
pagar a alguien, a un gigoló, por ejemplo.
ASÁN: ¡Cómo has debido de sufrir!
ALIMA: Pero, por fin, te he encontrado y
ASÁN: Alima, amor mío 16 .
ALIMA: Te adoro, Asán.
(Lloran y se lamen. Los caballos se
excitan. Alima y Asán se levantan y con
mucho cuidado comienzan a 17 sobar los
vientres de los caballos, pasándoles las
manos por detrás de las nalgas. Estos se
excitan furiosamente y parece que quieren
saltar.)
ASÁN: Te quiero tanto que me gustaría
que destrozara tu vientre el sexo de un
caballo.
ALIMA: Eso se lo dices a todas.
ASÁN: Créeme. Sólo pienso en ti noche y
día.
ALIMA: Sabes que yo pienso cosas
parecidas de ti.
ASÁN: ¿Con una yegua?
ALIMA: Exacto. Dime la verdad. Soy
mujer y sé sufrir. Dime que ya has
encontrado una mujer más fea que yo.
ASÁN: No, te lo juro por lo más sagrado.
ALIMA: ¿A nadie? ¿Nunca?
ASÁN: A nadie. Tu cara me recuerda, en
más feo, la faz de un leproso agonizante.
ALIMA: Hay algo que quiero decirte hoy,
algo que nunca me había atrevido a
decirte: ni física ni espiritualmente no hay
nadie como tú.
ASÁN: ¿Qué quieres decir con
espiritualmente?
ALIMA: Que eres gilipollas.
ASÁN: (Coqueto) ¡No!
ALIMA: Sí. No te lo digo por halagarte.
ASÁN: ¡Cuánta ceguera puede representar
la pasión!
ALIMA:
Te
lo
aseguro,
eres
completamente gilipollas, tienes el cerebro
de un mosquito con meningitis.
ASÁN: No mientas por hacerme feliz.
ALIMA: Es la verdad. Bien quisiera yo
que fueras como todos los hombres:
inteligente, refinado, capaz de comprender
las cosas. A ti todo se te escapa; razonas
como una cazuela llena de nabos.
(Se miran un instante embargados por la
pasión.)
ASÁN: ¡Te quiero!
ALIMA: ¡Te amo locamente!
(Se chupan de nuevo el uno al otro, con
frenesí, las suelas de los zapatos y se
quedan como dormidos. En este momento,
los dos caballos dejan de magrearse. Se
incorporan y se colocan sobre la cabeza
sendas máscaras - cagullas de caballo y
de yegua, respectivamente -. La máscara
de la yegua tiene boca móvil que puede
articular palabras. El actor - caballo, con
su cagulla, toma un violín y toca muy
románticamente un pasaje de ópera. La
actriz - yegua (con su cagulla de yegua)
canta un pasaje de ópera. La boca de su
cagulla - máscara se mueve como si, en
efecto, cantara. Baja de lo alto una barca
que tiene forma de pez. Los dos - el
caballo y la yegua - se meten dentro y
siguen cantando y tocando el violín. La
barca se eleva a media altura y se
balancea. 18 Pausa. Ahora, la barca sube a
lo alto muy lentamente hasta desaparecer.
Cañonazo.
Obscuridad
completa.
Llueven, de lo alto, pétalos de rosa. Asán y
Alima se despiertan al sentirlas sobre sí.
Se miran fijamente. 19
Poco a poco, surge un enorme sol
(amarillo, dorado y brillante) que ilumina
el escenario. Se hablan con mucha
circunspección y ternura. Cambio
completo en sus actitudes y en sus tonos.
Hablan muy lentamente con mesura, con
serenidad y, también, con poesía.)
ALIMA: Y el sosiego renace.
ASÁN: Y el dúo.
ALIMA: En la selva.
ASÁN: En el interior de nuestra selva.
ALIMA: ¡Mira!
(Los dos miran a los telares.)
ASÁN: Mueren.
ALIMA: Y ya sólo son esqueletos.
ASÁN: Quisiera ser el espíritu que te
inspira.
ALIMA: Palpitas y me muevo.
ASÁN: Cantaré bajo tu cénit.
ALIMA: Serás el torreón que soñé.
ASÁN: ¿Lo soy?
ALIMA: Y el Diluvio.
ASÁN: ¿Soy el Diluvio?
ALIMA: El Diluvio y la gota pura.
ASÁN: Mira
ALIMA: Descienden hacia nosotros.
(Miran a los telares.)
ASÁN: Pero ya hemos alcanzado el
sosiego.
ALIMA: El mar me habla de ti.
ASÁN: Hasta este momento, hasta hoy,
vivíamos la parodia.
ALIMA: Es el recuerdo perdido.
ASÁN: Y la preparación.
ALIMA: Fue el tiempo del grito y del
crimen.
ASÁN: Y del diablo.
ALIMA: Y del mar.
ASÁN: ¡Mira!
ALIMA: Ya nada me amenaza.
ASÁN: No sufriremos más de lo que
podamos soportar.
ALIMA: Miro y ya no temo.
(Miran al cielo.)
ASÁN: ¿Caerá sobre nuestras cabezas?
Nos matará.
ALIMA: Moriremos en nuestro día.
ASÁN: No temas, eres eterna, lo somos en
nuestro amor.
ALIMA: El sol es un marinero y sus rayos
barcas para nuestra fuga.
ASÁN: Asesinemos al mal.
ALIMA: La mosca.
ASÁN: El puerco.
ALIMA: El puerco color rosa.
ASÁN: Él es el diablo de hoy.
ALIMA: He comprendido.
ASÁN: He visto.
ALIMA: Es mi tesoro.
ASÁN: Nuestros sentidos nos liberarán.
ALIMA: Y no nos encadenarán más.
ASÁN: Nos encadenaban. Ahora somos
libres.
ALIMA: Eres fresco, el mar duerme en tu
cintura.
ASÁN: Eres el sueño del navío.
ALIMA: Explotaremos y Dios presidirá
nuestra unión.
ASÁN: Y nuestro placer.
ALIMA: Explorará en millones de
universos nuestro poder.
ASÁN: Te miro 20 .
ALIMA: Siento miles de sonámbulos
recorriendo mi cuerpo interior.
ASÁN: Lecho de arena, de espuma. Eres
el mecano y el fuego de artificios que
estalla en mi cerebro y en mi vientre.
ALIMA: Hay una música.
ASÁN: Y yo también la oigo.
(Silencio absoluto
momento.)
durante
un
buen
ALIMA: Ya baja.
(Miran a los telares.)
ASÁN: Baja y el corazón no me duele.
ALIMA: Ya no tengo enemigos.
ASÁN: Ya no odio.
ALIMA: Venid, que consuele mi pasado.
ASÁN: Brilla una estrella.
ALIMA: Y tendremos un hijo.
ASÁN: Un hijo que alumbrará.
ALIMA: ¿Nos perseguirán? No, nadie ya.
ASÁN: Emerges bella, franca, pura y
cubierta de juguetes mecánicos.
ALIMA: Siento tu mordisco en todo mi
cuerpo.
ASÁN: Soy el fuego.
ALIMA: Y yo el agua.
ASÁN: Soy el utensilio.
ALIMA: Y yo la luz blanca.
ASÁN: Dame la mano.
(Se dan la mano.)
ASÁN: Cúbrete con este velo.
(Los dos se cubren con un velo.)
ALIMA: Ya no hay interrogación.
ASÁN: Ni gallina ciega, ni tiburán de
espuelas.
ALIMA: Ni celda olvidada, ni mar cerrado
y negro.
ASÁN: Ciérrame los ojos.
ALIMA: Y tú a mí.
(Los dos se colocan un pañuelo sobre los
ojos.)
ASÁN: Te veo mejor y te quiero.
ALIMA: Te miro y te siento. Eres mi
decisión.
ASÁN: La alambrada se retira y llega la
góndola y el paisaje.
ALIMA: Bésame.
ASÁN: Bésame.
Se besan durante un gran espacio. El
comienzo del beso aparecen los esqueletos
del caballo y de la yegua. Se balancean un
momento. De pronto, se oye de nuevo el
violín y la cantante de ópera. Los dos
esqueletos, de inmediato, caen desde la
altura y los huesos se dislocan. Alima y
Asán se cubren completamente con el velo
y siguen besándose. El sol se pone. La 
obscuridad se adueña lentamente del
escenario.
TELÓN


En plan jinete
Él se sienta en una mesa, de espaldas.
3
Se repite la escena precedente. Salvo que ahora...
4
Cortado por la pasión.
5
Éxtasis Platónico.
6
En tono muy romántico.
7
como los mocos secos de una clocharda, como la
imagen misma de la fealdad.
8
Me dan naúseas.
9
...que el culo de un mono, que un macaco
deforme.
10
una especie de mezcla de suciedad, de meado
seco.
11
La gente se da la vuelta cuando estamos en un
salón.
12
choricillos
13
Falsa.
14
Asustada.
15
RITO.
16
En el original castellano nos encontramos,
excepcionalmente, con estas dos réplicas en
francés: ASAN: Oh! Ma momme. ALIMA: Mon
mec. Como es evidente no corresponden al tono
del texto francés, que hemos traducido literalmente.
17
...a masturbar los sexos.
18
Surge al fondo una especie de sol artificial
deslumbrante.
19
En la penunmbra casi sólo se ven sus caras. Se
miran intensamente. No sabemos cómo el
dramaturgo pudo suprimir acotación de tanto efecto
(Nota del refundidor).
20
Te miro y sólo de mirarte...



Edición crítica y refundición
del manuscrito castellano con el
texto de la primera edición francesa:
Francisco Torres Monreal

15/10/16

DARÍO FO (Y FRANCA RAME) La mujer sola MONÓLOGO FEMENINO


Resultado de imagen para LA MUJER SOLA CARICATURA


La mujer sola

(Elementos escenográficos: Dos puertas a ambos lados del escenario. Una da al lateral izquierdo; la de la dere­cha es la entrada al piso; la de la izquierda, la del dor­mitorio. La del fondo, la cocina. Hacia el proscenio, una mesa alargada sobre la que vernos: un teléfono, una plan­cha, una radio, una palangana, un cepillo. Delante de la mesa, un taburete. Un mueble aparador, sobre el que esiá una bandeja con esparadrapo, vendas, alcohol y pomadas. De la pared cuelga una escopeta de caza. Una silla. Es el cuarto de estar de una casa corriente. Entra una Mujer con una cesta de ropa para planchar. Lleva una bata muy escotada. La radio está puesta a todo volumen. Se asoma a una ventana imaginaria en el proscenio, y se sorprende agradablemente al ver a alguien en la casa de enfrente.)
Mujer (En voz alta, llamando la atención de la otra persona.)
Señora... ¡Señora!... Buenos días... Pero cuánto tiempo Lleva usted viviendo ahí, si ni me había dado cuenta de la mudanza..., no, qué va, creía que estaba deshabita­da. Pues me alegro mucho... (Grita.) ...que digo que me alegro mucho... ¿No me oye? Ah, claro, lleva usted razón, es la radio, ahora mismo la apago... Perdone, pero es que cuando estoy sola en casa o pongo la radio así de fuerte, o me entran ganas de morirme... En esa ha­bitación (va a la puerta de la izquierda) tengo siempre puesto el tocadiscos... (Abre la puerta, se oye la música.) ¿Lo ha oído? (Cierra.) En la cocina, el cassette... (Abre la puerta.) ¿Lo ha oído? (Cierra.) Así me siento aacompañadaen toda la casa. (Se acerca a la mesa y empieza a trabajar: cepilla una chaqueta, cose botones, etc.) No, en el dormitorio no, claro. Allí tengo el televisor, sí, siempre encendido. Sí, a todo volumen. Ahora están transmitiendo una misa cantada... en polaco, ¡caray con el idioma! ¡Idioma de papas! No hay quien lo entienda. Sí, también me gusta, yo mientras sea música..., el ruido me acompaña, sabe... Y usted, ¿cómo se las arregla para estar acompañada? Ah, tiene un hijo, qué suerte... Pero qué digo, estaré tonta, si yo también tengo un hijo..., mejor dicho, tengo dos. Es que con la emoción de char­lar con usted se me había olvidado uno..., pero no me acompañan, de eso nada. La nena porque es mayor, ya sabe, los amigos, las amigas..., en cambio, el niño está siempre conmigo, pero tampoco me hace compañía. Siempre está durmiendo. Hace caca, come y ronca... ¡como un viejo! Pero no me quejo, no, señora, yo en mi casa estoy divinamente. Como una reina. No me falta de nada, mi marido me lo compra todo. ¡Tengo de todo! Tengo..., pues ni yo misma lo sé, fíjese..., tengo frigo­rífico..., sí, ya sé que todo el mundo lo tiene, pero es que el mío hace hielo en cubitos, sabe... Tengo lavadora de veinticuatro programas. lava y seca, ¡si viera usted cómo seca! A veces tengo que volver a mojar toda la ropa para poder planchar de seca que esta, toda tiesa. Tengo olla exprés, batidora, picadora, licuadora, tritura­dora. Música en todas las habitaciones, ¿que más voy a querer? Después de todo, sólo soy una mujer. Ah, sí, tenía una por horas, pero salió corriendo. Después vino otra, y también huyó, todas las asistentas salen corrien­do de mi casa. ¿Cómo? No, qué va, no es por mí. (In­cómoda.) Es por mi cuñado... Sí, es que las tocaba. Las tocaba a todas en semejante lugar..., es que está en­fermo, sabe. ¿Morboso? Pues yo no sé si será morboso, yo lo que sé es que pretendía cada cosa de esas pobres chicas..., y ellas, claro, se negaban. ¿Usted qué haría si mientras limpia la casa le meten mano por debajo de la falda? ¡Y con una mano! Uy, señora, ¡si viera el pe­dazo de mano que tiene mi cuñado! Menos mal que sólo tiene una, que si no... Sí, un accidente... (Durante este diálogo se ha sentado frente a la ventana y cose mientras charla con la vecina.) Un accidente de coche, imagínese, tan joven, treinta años, y se rompió entero. Está escayo­lado de arriba abajo: sólo le han dejado un agujerito para respirar y comer, pero no habla, sólo masculla, no se le entiende nada. Los ojos le quedaron bien, así que no se los escayolaron..., se los han dejado al aire, y tam­bién la mano tocona, que también está sana, y también tiene sano... (Se interrumpe, confusa.) No sé cómo de­cirle..., es que aún no tenemos confianza, acabamos de conocernos como quien dice, y no quiero que piense mal de mí..., bueno, en fin..., que se ha quedado sano... allí. ¡Y cómo de sano, señora! ¡Demasiado! Siempre tiene ga­nas de... ya me entiende... Sí, eso sí, el pobre se dis­trae mucho. Lee una barbaridad, se mantiene informa­do..., revistas porno, sí, tiene el cuarto abarrotado de revistas guarronas, ya sabe, de esas con muchachas des­nudas, ¡en cada posturita! Yo creo que a esas pobres muchachas, después de hacerles las fotos, las escayolan igual que a mi cuñado..., si parecen anuncios de carni­cería, con esas piezas de carne ampliadas, a todo color. Yo cuando me tropieza con una de esas revistas, luego no puedo ni freír un filete, oiga, es que me da un asco... Así que, desde que se me han ido todas las asistentas, me ocupo yo de mi cuñado. Lo hago por mi marido, sabe..., después de todo es su hermano... ¡Pero qué dice! (Ofendida.) Claro que me respeta. Faltaría más. A mí me lo pide siempre. Antes de meterme mano me lo pide, sí señora. (Suena el teléfono.) Debe ser mi marido, siem­pre llama a esta hora. Perdone un momentito. (Contesta.) ¿Diga? ¿Cómo? Sí..., pero cómo... ¡Vete a tomar por culo, hijo de perra! (Cuelga con fuerza. Está furiosa. Mira a la vecina y le sonríe, como excusándose.) Perdone la palabrota, pero es que a veces no hay más remedio. (Vuel­ve a trabajar, nerviosa.) No, claro que no era mi marido, ¡estaría bueno! Pues no, no sé quién es... ¡Es un ma­níaco telefónico! Me llama una, dos, tres... mil veces al día..., me dice guarrerías, cada palabrota... que ni si­quiera vienen en el diccionario, que yo las he buscado, oiga, ¡y nada! ¿Enfermo? A mí qué me importa, con un enfermo en casa ya tengo de sobra, no voy a ser yo la enfermera de todos los guarros de la ciudad, ¿no le pa­rece? (Vuelve a sonar el teléfono.) ¡Ya estamos otra vez! No pienso ni dejarle hablar. (Descuelga.) ¡Oye tú, repug­nante!... (Cambia de tono.) Hola. (A la vecina, tapando el auricular.) Es mi marido. (Al teléfono.) No, cariño, si no iba por ni..., creía que era..., bueno, verás, resulta que hay un señor que siempre me está llamando, y pregunta por ti, y dice cada taco... terrible, no sabes bien... Está enfadadísimo contigo, dice que le debes dinero, así que yo, para asustarle, le he dicho lo de la policía. (Otro cambio de tono; asombrada.) Claro que estoy en casa. Antonio, te juro que estoy en casa, ¿dónde quieres que esté? ¿Qué número has marcado? ¡Pues si te contesto yo, dónde voy a estar, hombre de Dios! ¡Que no he sa­lido! ¿Cómo voy a salir, si me encierras con llave? (A la vecina.) Fíjese, señora, vaya elemento que tengo por ma­rido... (Al teléfono.) Oye..., no, no estoy hablando con nadie..., sí, he dicho «señora» porque a veces me llamo a mí misma «señora»... No, no hay nadie en casa... Sí, tu hermano sí que está, a dónde va a ir..., está en su cuarto viendo diapositivas... Sí, el niño está dormido..., sí, ya ha comido..., sí, ya ha hecho pis. (Molesta.) ¡Tu hermano también ha hecho pis! Adiós. Que no, que no, que estoy muy alegre, Antonio, y muy contenta. (Más y más nerviosa.) Estaba aquí, planchando y riéndome, de lo bien que lo paso. (Gritando.) ¡Estoy contentísima! (Cuelga. Grita con rabia al teléfono. Mira a la vecina, tensa y seria. Luego le sonríe en silencio. Ha recuperado el control.) ¿Ha visto? Tengo que mentirle. No, no sabe nada del maníaco telefónico..., ¡si se lo digo, me monta un cirio! Sí, ya sé que yo no tengo la culpa, pero es que él dice que si ellos llaman es porque notan que me pongo nerviosa, y entonces se excitan más y se masturban. Y que va a terminar por quitar el teléfono. Ya me deja encerrada en casa, prisionera. Por la mañana, cuan­do sale, me encierra... Sí, él hace la compra... (Plancha.) Bueno, llama de vez en cuando por si pasa algo. Pero qué quiere que pase en esta casa, si somos una familia muy tranquila... (De pronto deja de planchar. Mira ha­cia arriba, trata de taparse el escote: el pecho izquierdo con una servilleta, el derecho con la plancha. Grita.) ¡Que te estoy viendo, cerdo! (A la vecina.) Perdone un segundo. (Al mirón.) No te molestes en esconderte, que estoy viendo los prismáticos brillando al sol. (Se coloca la plancha sobre el pecho y la quita en seguida. A la vecina.) ¡Ay, Dios, que me he planchado un pecho! Us­ted no puede verlo, pero es allí..., en la ventana que está encima de la suya..., sólo me faltaba ese mirón..., no ve, una pobre mujer ni en su casa puede estar a gus­to..., en fin, cómoda, planchando, por culpa de ese ob­seso voy a tener que planchar con abrigo... (Al mirón, gritando.)  ¿Verdad?   ¡Y con pasamontañas!   ¡Y  con esquíes! Que ni sé esquiar, y luego me caigo y me rompo como mi cuñado, ¡hombre! (A la vecina.) ¿La policía? No, no, yo no la llamo. Porque mire usted, ¿sabe lo que pasa después? Que vienen, extienden el informe, quie­ren saber si yo estaba desnuda o vestida en mi casa, si es que provoqué al mirón con la danza del vientre, y para terminar, yo, sólo yo, acabo con una hermosa de­nuncia por actitud obscena en lugar privado, pero expues­to al público. ¿Qué le parece? Que no, que no, que pre­fiero arreglármelas yo sola. (Descuelga de la pared la escopeta de caza y apunta hacia el mirón, gritando.) ¡Mira que te mato! (Decepcionada.) Ha huido. En cuan­to ve la escopeta sale corriendo, ¡el muy cobarde! ¡Cerdo con prismáticos! (Deja la escopeta en la mesa.) ¿La he hecho reír? ¿Estoy loca? (Plancha.) Mejor loca que como estaba antes..., cada dos meses me tragaba un frasco de somníferos, todas las pastillas redondas que encontraba en el botiquín, hala, adentro..., hasta llegué a tomarme el jarabe de las lombrices de los niños... ¡por pura deses­peración! O a cortarme las venas, como hace tres meses. Sí, las venas..., mire, aún me quedan las cicatrices..., ¿las ve? (Le enseña las manos.) No, señora, lo lamento muchísimo, pero lo de las venas no puedo contárselo. Es una historia privada, y muy íntima además. No me siento con fuerzas..., nos conocemos muy poco. (Cambia de tono.) ¿Se la cuento? No, no. Bueno, a lo mejor me viene bien desahogarme un poquito. Pues verá..., es una historia muy triste. Fue por un muchacho... quince años menos que yo, y encima aparentaba menos aún..., tími­do, torpe..., dulce..., delicado..., ¡tanto, que hacer el amor con él hubiera sido como cometer un... un incesto! Pues yo lo cometí. ¿Qué? Pues el incesto. Hice el amor con e! chico, ¿y sabe lo peor de todo? Que no me daba nada de vergüenza..., todo lo contrario, me pasaba el día  entero cantando..., bueno, miento, por las noches lloraba... «Eres una depravada», me decía. (Se oyen bocinazos.) Perdone, es mi cuñado que me llama..., un se­gundo, que en seguida vuelvo. (Se asoma a la puerta de la izquierda.) ¿Qué quieres, querido? (Suena el teléfono; cierra la puerta y corre a contestar.) Diga. Qué pasa, Antonio... (A la vecina.) Es mi marido. Sí, sí, te oigo. ¿Que si viene quién? ¿El del dinero? (Para si misma.) Y ¿quién es el del dinero? Ah, el que se pasa la vida llamando... Bueno, pues qué le voy a hacer..., además estoy encerrada, no va entrar por la cerradura... Ah, que tengo que hacer como que no estoy en casa..., que apa­gue la radio, el tocadiscos, el televisor..., de acuerdo, como tú digas, a sus órdenes, mi amo y señor. Sabes lo que te digo, que aun voy a hacer algo más por ti. ¿Sa­bes lo que voy a hacer? Voy a ir al retrete, me meto en la taza del water, y luego tiro de la cadena, ¿te parece bien? ¡Anda, si encima se enfada! ¡Que te zurzan, gua­po! (Cuelga, furiosa.) Ha dicho que nada más llegar me va a inflar a tortas. ¿A mí? ¿Que si mi marido me pega? ¿A mí? Pues claro. (Vuelve a trabajar.) Pero dice que lo hace porque me quiere, ¡que me adora! Que soy como una niña, y él tiene que protegerme..., ¡y para proteger­me mejor, el primero en jorobarme es él! Me encierra en casa, me da de hostias, y luego pretende que hagamos el amor. Y le importa un bledo que a mí no me apetezca. Yo tengo que estar siempre dispuesta, a punto, como el Nescafé: lavada, perfumada, depilada, pintada, cálida, voluptuosa, sensual... ¡pero callada! Basta con que res­pire, y suelte de vez en cuando un gritito, para que él crea que me gusta. Y a mí, con mi marido, no me gusta nada. Bueno, es que no siento..., no consigo alcanzar... (Muy incómoda, no encuentra la palabra adecuada. La vecina se la sugiere.) Eso es..., esa palabra..., ¡es que hay que ver qué palabra! Yo nunca la digo. ¡Orgasmo! Me sueno a nombre de un bicho asqueroso..., un cruce de mandril con orangután. Como si lo leyera en el perió­dico, a toda plana: «Orgasmo adulto escapa del Circo Americano», o «Monja atacada en el zoo por orgasmo enloquecido.» O cuando dicen: «He alcanzado un orgas­mo», me recuerda a cuando después de una carrera tremenda consigues alcanzar el autobús en el último momen­to... (Ríe.) ¿A usted también le suena raro? ¡¡¡Or-gas-mo!!! ¡Vaya palabra! Con la de nombres que hay, no podrían llamarlo, qué sé yo, por ejemplo, silla..., así uno puede decir: «He alcanzado la silla.» Primero, no se com­prende que ha estado haciendo cosas feas, y segundo, si está cansado, pues se sienta y descansa. (Ríe divertida.) ¿Por dónde íbamos? Ah, sí, perdone, pero es que con esto del orgasmo me he despistado... Pues eso, que yo con mi marido no siento nada, pero es que nada de nada, oiga. Mire cómo hago el amor con mi marido... (Cam­bia de tono.) Pero no se lo cuente a nadie, ¿eh? ¡Así! (Permaneciendo sentada, se cuadra como un soldado.) Y cuando termina, digo: «¡Descansen!» No, en voz alta no, que me pega, por dentro, yo siempre hablo por den­tro. «¡Descansen!» No sé por qué no siento nada. Quizás porque me siento... bloqueada..., me parece estar como... (No encuentra la definición adecuada. La vecina se la sugiere. Cambiando de tono.) ¡Eso! ¡Por qué habrá tar­dado tanto en venirse a vivir aquí! Si supiera el tiempo que me lo llevo pensando... y encima es una palabra fá­cil: «Utilizada.» Sí, utilizada, como la aspiradora, la licuadora, la cafetera... También será porque yo no he tenido muchas experiencias sexuales, sabe..., sólo dos..., una con mi marido, que no cuenta, y otra cuando era pequeña..., yo con diez años y él con doce. ¡Un inútil que ni se lo puede figurar! Espero que baya mejorado con la edad, pobre criatura... No sabíamos nada, sólo que los niños nacían de la tripa..., y yo no sentí nada, sólo un dolor terrible aquí. (Se señala la tripa.) Sí, aquí, en el ombligo, porque creíamos que era por ahí..., y él em­pujaba, empujaba..., tuve el ombligo inflamado una se­mana. Mi madre creyó que tenía otra vez varicela, la pobre... A mi marido nunca se lo he contado, porque igual va y después de diez años me monta un número: «¡Tú a callar! Y del ombligo, ¿qué? ¡Puta, más que puta!» No, no, yo callada como una ídem. Se lo conté al cura, eso sí. Me confesé, y me dijo que no volviera a hacerlo. Después crecí, y ya no tuve más experiencias con el sexo, porque la del ombligo no me había gustado nada. Luego ya me hice mayor, me eché novio, y las amigas me explicaron... El día de la boda estaba tan emocionada, que cantaba como una posesa... No, sin voz, por dentro..., yo todo lo hago por dentro... En la iglesia cantaba por dentro: «Ya llega el amor, oho, ohoooooo..., ya llega el amor...» (Cambia de tono.) Y el que llegó fue mi marido. Qué mal lo pasé la primera vez, señora. «Pero cómo», me preguntaba yo, «¿y esto es todo?» Ay, qué mal lo pasé la primera vez... y todas las otras... ¿Que si me informaba? ¿Y dónde? Lo que hice fue em­pezar a leer revistas de mujeres y descubrí una cosa. (Dándose importancia.) Descubrí que nosotras, las muje­res, tenemos puntos erógenos..., que son los puntos, las zonas de mayor sensibilidad al tacto del hombre... (De­cepcionada.) Ah, que usted ya lo sabía... Usted sabe mu­chas cosas, ¿verdad? ¡Y la de zonas que tenemos! En esa revista salía un dibujo de una mujer desnuda, por zonas..., ya sabe, como en esos carteles que hay en las carnicerías con la vaca en pedazos, como un mapa, y cada punto erógeno estaba pintado con colores muy chi­llones, según su sensibilidad. Pues yo, con mi marido, ni un punto erógeno. No sentía nada. Pero ya estaba resignada, porque creía que era así para todas las muje­res, hasta que conocí al chico. La cosa empezó así: mi hija mayor era mayor, y yo tenía menos trabajo, y le dije a mi marido: «Oye, que me he cansado de ser sólo ama de casa, quiero hacer algo intelectual, como apren­der inglés, por ejemplo, por si vamos a Inglaterra, que allí lo hablan mucho.» El me dijo: «Muy bien», y trajo a un joven universitario de veintiséis años que hablaba inglés a la perfección. Al cabo de unos veinte días me di cuenta de que el muchacho que sabía inglés estaba loco por mí... ¿Que cómo me di cuenta? Pues... si, por ejemplo, al decir un verbo yo le rozaba una mano, él se ponía colorado, temblaba y tartamudeaba, en inglés, cla­ro. No se le entendía nada. Yo no estaba acostumbrada a esos sentimientos tan espirituales, sólo conocía la manaza de mi cuñado, o las porquerías del maníaco tele­fónico, o la comodidad de mi marido. Entonces pensé: «¡Se acabó! ¡Estás cayendo en el pecado, basta con el inglés!» Pero el muchacho lo tomó fatal, me esperaba en la calle, yo le decía: «¡Vete, sal con una chica de tu edad, y olvídame, márchate!» Luego, un día, me hizo una cosa que me dejó completamente trastornada. Ya sabe que abajo, en la plaza, hay una pared muy alta. Sí, por donde pasa el tren..., bueno, pues bajo yo una mañana para ir a la compra, y casi me caigo redonda: en la pared ponía, con letras grandísimas, rojas. «Te amo María.-» Bueno, en realidad lo ponía en inglés, para que no se entendiera: «I love you María.» María soy yo, ¿sabe? Lo había escrito él, de noche, para mí..., seguro que se tuvo que subir a una escalera, porque las letras eran enormes. Me quedé de piedra en plena calle, casi me pilla un coche. Y qué hacía yo ahora..., estaba hecha un lio..., descubrir que un hombre me amaba tanto, a mí, que tengo dos hijos, un marido, y encima un cuñado. Me en­cerré en casa y deje de salir. Y para tranquilizarme em­pecé, a beber... vermut amargo, Femet, imagínese, me lo tragaba como una medicina. Me quedaba aquí dentro, con la radio cantando, el teléfono sonando, mi cuñadodando bocinazos... (Bocinazo.) Si antes lo digo... (Va a la derecha.) ¿Qué pasa? Anda, pórtate bien, que estoy hablando con una amiga... ¡Grosero!... Si supiera la pa­labrota que me está diciendo con la bocina... Mire usted, le juro que en cuanto le quiten la escayola lo tiro esca­lera abajo y lo vuelvo a romper emérito... Pues sí, bo­rracha, pero no como para caerme al suelo, sólo contentilla, y de pronto, un día, suena el timbre de la puerta. ¿Sabe quién era? Pues la madre del muchacho. ¡Ay, ma­dre, qué vergüenza! «Señora —me dijo—, no me lo tome a mal, pero estoy desesperada, mi hijo se está muriendo de amor por usted... No come, no duerme, no bebe... Sálvelo, señora, por lo menos venga a saludarle.» ¿Qué podía hacer yo? Al fin y al cabo, también soy madre..., así que cogí y me fui a su casa. El estaba en la cama, flaco, pálido, triste... En cuanto me vio se echó a llorar, yo también me eché a llorar, y la madre lo mismo. Luego la madre salió y nos quedamos solos. El me abrazó, yo le abracé. Después no sé qué pasó, cómo fue, pero, más o menos una hora más tarde, me dije: «¡Santo cielo, me está besando!» Y a él le dije: «Imposible, no podemos hacer el amor..., claro que tengo ganas, yo también te amo, pero tengo dos hijos, un marido y un cuñado.» En­tonces él saltó de la cama, desnudo..., qué desnudo es­taba, señora..., coge un cuchillo que tenía guardado, se lo planta en la garganta y dice: «O haces el amor con­migo o me mato ahora mismo.» Comprenderá usted que no soy una asesina. Así que me desnudé muy de prisa e hicimos el amor. Ay, señora, créame, fue tan dulce, tan tierno..., tendría que haberlo visto..., unos besos, unas caricias... Y así fue como descubrí que el amor no era lo que hacía con mi marido, él encima y yo debajo..., ¡como debajo de una apisonadora!, sino como..., como un salto muy grande, a cámara lenta. Y volví al día si­guiente, y al otro, y al otro, y todos los días después de los otros. Pero qué estará usted pensando..., es que es­taba enfermo el pobrecillo..., descubrí a mi edad algo que- yo creía que sólo pasaba en el cine... Entonces, al verme tan... distraída, mi marido pensó que me emborra­chaba, y cerró con llave el armario de las botellas, el muy estúpido... Luego empezó a sospechar, me hizo seguir, y un día que estaba yo en el dormitorio del muchacho, de pie, desnuda..., él también de pie, desnudo..., nos estábamos despidiendo, sabe..., se abre la puerta y entra mi marido, con abrigo. Cómo se ofendió, señora, empezó a gritar como un poseso, quería matarnos a los dos, pero mi marido —usted no lo conoce— sólo tiene dos ma­nos. Nos apretaba el cuello a los dos, pero no nos mo­ríamos. En eso entró la hermana —la del chico—, que también estaba desnuda porque se estaba duchando, y se asustó al oír los gritos, luego entró la madre, que por suerte iba vestida..., en fin, que aprovechando el follón yo salí corriendo, me encerré en el baño, y me corté las venas. Por suerte mi marido, que quería matarme él per­sonalmente, tiró abajo la puerta, y al ver tanta sangre se le pasaron las ganas de matarme... y le entraron ganas de salvarme, mire usted por dónde, si es que es más suyo, mi marido... Bueno, pues me llevaron al hospital, y luego me perdonó, pero me encerró en casa. Ya llevo un mes así. Claro, usted lo ha dicho, esto es secuestro de persona... Pero qué manía tiene usted con la policía, oiga, ¿no tendrá algún pariente en el Cuerpo? No pue­do llamar a la policía, ya se lo he dicho. Llegarían, se sabría lo del chico, mi marido y yo nos separaríamos, me quitarían a los niños..., a lo mejor me dejaban a mi cu­ñado.... que no, señora, si yo estoy divinamente así... No. señora... No, señora...


































12/10/16

monólogo femenino LA VOZ HUMANA JEAN COCTEAU


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LA VOZ HUMANA
JEAN COCTEAU


El dormitorio de una mujer. A la izquierda, un gran lecho desordenado. A la derecha, puerta que da a un cuarto de baño encendido. Una mesita con un teléfono. Una silla baja. Algunos libros. La luz de una lámpara.
La mujer está en el suelo. Después de una pausa se medio incorpora, cambia de posición y vuelve a
dejarse caer. Finalmente se alza, se echa un abrigo sobre los hombros y va hacia la puerta.
Suena el teléfono. La mujer deja caer el abrigo y se precipita hacia el auricular.
Desde ese mismo instante va a hablar sin interrupción: de frente, de espaldas, de perfil, en pie, de rodillas, sentada o paseando. Al acabar caerá derribada sobre la cama abandonando el auricular.
En realidad, cambiará de actitud con cada bloque expresivo: el del perro, el de la mentira o el del
abandono. Su desconsuelo no se refleja en la elocución del texto sino en su gestualidad.
Hay un gran predominio del color blanco.
El autor propone a la actriz que abandone la ironía, la amargura y la expresión directa del subtexto de mujer destrozada. Se trata, simplemente, de una mujer muy enamorada, con pocos recursos intelectuales, que lucha hasta el final para arrancar al hombre una confesión sincera y para que, al menos, se salve así
la memoria limpia del amor anterior.
La imagen continua que el autor desearía que se transmitiese al público es la de un animal herido que se desangra y que realmente inunda al final de sangre verdadera todo el espacio escénico.


ELLA—¿Diga? Hola. Diga, diga. No, no es aquí... No, señora, debe haber un cruce... La oigo muy
mal... Es un cruce, sí... Pues claro, cuelgue... ¿Qué?... Con otro número. ¿Qué más quiere saber?...
¡Por favor!... Sí, dígame... Colgar... colgar... ¿Cuántas veces quiere que se lo repita? Señorita,
por favor, señorita... Déjelo ya señora... ya está bien... No, esta no es la clínica... No es cero
siete, es cero ocho... Bueno, esto es idiota... de locos... y yo que sé, señora... no es a usted, es
a mí a quien llaman...
(Cuelga, pero no retira la mano del aparato que vuelve a sonar. Descuelga.)
Sí, hable... Pero, señora. ¿No comprende que yo no puedo hacer nada?... ¿Y a mí qué me importa
si usted está nerviosa?... Le digo que no... La culpa sería suya, claro que sí... de usted... Hola...
Sí, señorita... ¿Me oye? operadora... Ah, por fin... Que me están llamando, señorita, y no consigo
hablar... Sí, un cruce... Por favor, dígale a esa abonada que cuelgue de una vez, para que yo
pueda hablar...
(Vuelve a colgar. El teléfono suena nuevamente.)
¿Sí?... Sí, sí... menos mal... ¿me oyes?... ¿Eres tú?... ¿me oyes ahora? Sí, yo... no, es terrible... te
oigo lejísimo... en el fin del mundo... ¿Diga?... ¡Esto es de locos!... oigo muchísimas voces... todas a la vez... Vuelve a intentarlo... Que me llames otra vez... No, no, tú... QUE-ME-LLA-MES-OTRA- VEZ... Señora o señorita o lo que sea ¿quiere callarse ya?... ¿Cuántas veces tengo que explicarle que esta no es ninguna clínica? Hola... Hola...
(Cuelga nuevamente y el timbre suena otra vez.) Al fin, por fin... Al fin te oigo... Sí, bastante bien... Sí, sí... Era una tortura, te oigo en medio de
un tumulto... no... no... sí..., pues casi por casualidad... todavía no hace ni un cuarto de hora que he llegado a casa... ¿Me habías llamado antes?... Ya, sí, sí... No, no he cenado aquí... Marta me invitó a su casa... Pues deben de ser las once y cuarto, once y veinte... ¿Es que no estás en tu
casa?... Entonces. ¿Y qué hora tiene ese reloj?... Eso, lo que yo te he dicho... Claro,
naturalmente... La noche de ayer, la noche de ayer... Ah, sí, me acosté en seguida, y tomé una
pastilla porque no conseguía dormirme... Claro... sólo una... Era muy temprano, alrededor de
las nueve... Seguramente... tenía un poco de jaqueca, pero en seguida se me fue... He almorzado aquí con Marta y luego he dado una vuelta para hacer unas cuantas compras... Muy rápido... Al llegar aquí lo primero que he hecho ha sido poner todas tus cartas en ese bolsón amarillo... ¿Lo recuerdas? ¿Después?... ¿Cómo?... Sí, por supuesto, una se conforma con todo en esta vida...
¡Qué remedio!... Jurado... Sí que soy valiente, sí que lo soy... ¿Luego? Pues nada, arreglarme
hasta que vino Marta y salir con ella... Sí, claro, de su casa aquí... Es muy buena amiga... mucho...
es una persona estupenda... Sí, claro, da esa impresión, pero luego es un ángel... tú me lo
dijiste, tenías razón, como siempre... El traje salmón y la piel clara esa... ¡Pues el sombrero
negro, aquel que compramos juntos...! ¡Ni siquiera me lo he quitado todavía! ¡No me has dado
tiempo!... ¿Qué dices?... Fumando nada... tres cigarrillos en veinticuatro horas... que sí, que me
puedes creer, que te lo juro... y... bueno, cuéntame algo de ti... ¿Llegas ahora a casa?... Ah, no
has salido... Asunto. ¿Que asunto?... Ah, ya, el pleito ese... Sí, ya me acuerdo..., pero descansa
un rato... no puedes trabajar de esa forma... ¡Alló! ¡Oiga!... Habla, habla, es que parece que se
va a cortar... Oye, si se corta vuelve a llamarme en seguida... Claro que sí... ¿Me oyes? ¿Me oyes?
Sí, sí, soy yo... ¿En el bolso? Pues todas las cartas, las tuyas y las mías... Sí, ya puedes mandar
por él cuando te convenga... ¡Cómo no va a ser triste!... Lo es... Sí, que lo entiendo... No, cariño,
no, no me des más explicaciones, la tonta soy yo... Eres muy bueno... y muy cariñoso... Tampoco
yo creí que iba a poder resistirlo... No sé de que te asombras... menos de lo que crees... Parezco
una sonámbula... Me levanto, me arreglo, entro, salgo, y casi no me entero de lo que estoy
haciendo... A lo mejor mañana no puedo, pero hoy, todavía... ¿A ti?... A ti no, amor mío, tú no
tienes por qué sentirte culpable de nada... ¿Qué? No, espera, déjame... yo... claro que pasan
estas cosas... Lo sé muy bien... y no me arrepiento... Dijimos que seríamos siempre francos el uno con el otro... Siempre... Es mucho mejor que si hubieses esperado al último instante para
decírmelo... Eso... eso habría sido demasiado cruel... Entonces me habría dolido mucho más...
Así voy haciéndome poco a poco a la idea y... me habitúo... trato de entenderlo... ¿Teatro? ¿Qué
dices?... oiga... ¿Estás ahí? No estoy echándole ningún teatro... ¿Cómo puedes creer que...? Tú
me conoces mejor que nadie... Sabes que no sé fingir... Nunca... nunca... nunca... completamente
tranquila... si te estuviese escondiendo algo me lo notarías en la voz... Sí... te dije que quería
ser valiente y lo voy a ser... ¿El qué?... Bueno, eso es muy distinto... De acuerdo, todos nos
engañamos cuando conviene... Cuesta mucho aceptar las situaciones definitivas... ¡mira que te
gusta exagerar las cosas! Te juro que he tenido tiempo para hacerme a la idea... Y eso también
te lo debo... Has sabido dormirme, mimarme. No te faltó más que anestesiarme... lo preparaste
muy bien... Íbamos contracorriente... No hemos querido renunciar a cinco años de felicidad y
ahora tenemos que pagar el precio... Pero eso lo supimos desde el principio, desde el primerdía... Yo, por lo menos... Jamás pensé que se iba a producir un milagro... Así que... ha valido la
pena... y no me duele pagar... ¿Qué? ¿Oiga?... Nada... que no me duele pagar porque ha valido la
pena... QUE-HA-VALIDO-LA-PENA Ya lo creo... sí..., estás muy equivocado... mucho... He salvado lo que tenía que salvar... ¿Oiga?... lo que yo misma he querido salvar... y he sido muy feliz
contigo... muy feliz... Ah, déjame a mí hablar un momento... Nunca te reprocharé nada...
absolutamente nada... Si es que hay culpas son todas mías... ¡Pues claro! ¿Es que no te acuerdas
de aquella carta que te escribí y de aquel domingo en Versailles?... Fui yo, claro que fui yo,
quien se empeñó en ir y en no dejarte hablar y en decirte claramente que no me importaba
nada de nada... ¿Qué? No, no... tienes muy mala memoria... Primero te llamé yo a ti... fue un
martes, me acuerdo perfectamente... segura es poco... Un veintisiete, martes... Tú me pusiste
un telegrama la víspera... el veintiséis, y lo recibí por la tarde... Pero, ¿cómo se me van a olvidar
esas fechas?... ¿Tu madre te ha dicho eso?... Pues no lo sé... eso no tiene ninguna importancia...
Todavía no lo he pensado... Bueno, a lo mejor, sí... Cuanto antes ¿no te parece?... ¿Y
tú?... ¿Mañana, ya?... Pensé que no tenías tanta prisa... Bueno, espera un momento, entonces...
No, complicado, no... Le dejaré la bolsa al portero mañana temprano... Así lo puede recoger
José a cualquier hora... ¿Quién, yo?... Pues la verdad es que todavía no lo sé... No sé si quedarme
aquí o irme con Marta unos días al campo, a su casa... ¿Dónde va a estar? Aquí... Pobrecillo, no
entiende nada... No ladra, no... Pero ayer se paso el día entero husmeando del salón al cuarto
y del cuarto al salón... De vez en cuando me miraba y se le ponían las orejas tiesas... Trataba
de oírlo todo... Recorría el piso buscándote... Yo creo que a veces se enfadaba conmigo porque
yo estaba sentada sin ayudarle a encontrarte... Creo que te lo debías llevar tú... Aquí se puede
enloquecer... No creo, es demasiado perro para una mujer sola... conmigo se sentiría mal... Eres
tú quien le ha sacado siempre de paseo... sí, llévatelo, llévatelo... Es mucho más fácil que se
olvide de mí que de ti.. Pensaremos cualquier cosa... Eso no es difícil..., pues dices que te lo
ha regalado un amigo que tenía que marcharse... que venga José a buscarlo, José le gusta... te
lo mandaré con el collar de cuero rojo y acuérdate de que está sin placa... Bueno, ya pensaremos eso... De acuerdo... De acuerdo, amor mío... que sí... que sí amor mío, que lo entien-
do... ¿Qué? ¿De qué guantes hablas?... ¿Los de piel?... Sí, los que llevabas en el auto... Pues, no
lo sé, no me he dado cuenta... si se hubiesen quedado aquí, yo creo que los habría visto, Pero...
no cortes..., espera un segundo... ahora mismo los busco...
(En la mesita, tras la lámpara hay unos guantes masculinos. Ella los besa y los apreta contra su cara.)
¿Oye?, no, nada... Aquí no están... Por el salón, desde luego, no... mira... luego buscaré mas
despacio y miraré todos los cajones... No creo, pero si por casualidad doy con ellos te los dejo
en la portería dentro del bolso con las cartas... ¿Qué?... ¡Ah, las cartas!... de acuerdo, sí.. Es lo
mejor... Quémalas mañana mismo... te voy a parecer una estúpida, pero... me gustaría que
hicieses una cosa... guardar las cenizas en aquella caja de concha de cigarrillos que te regalé...
Ya sabes cuál es... Sí, sí, sí... es una niñería... perdona...
(Se echa a llorar.)
Perdona, ya pasó... No, no estoy llorando... Era un poco infantil eso de las cenizas guardadas
en una cajita y... ¡Si eres bueno, sí! Claro que tengo buena memoria...(Texto de la cita en el idioma mas fácil para la actriz.)
“He quemado en el horno todos los papeles de tu hermana... Pensé guardar aquel piano del
que me hablaste. Pero ha sido mejor cumplir tus órdenes y destruirlo todo”... De acuerdo,
entonces... las quemas sin mis... ¿Te vas a acostar ya? ¿En bata?... Bueno, pero no trabajes hasta
muy tarde... Si tienes que madrugar es mejor que te acuestes cuanto antes... Sí, ¿diga?... ¿Diga?...
¿me estás oyendo?... Ya no puedo gritar mis... ¿me oyes ahora?... ¿Que si me oyes mejor así?...
Qué cosa tan curiosa porque yo, en cambio, te oigo como si estuvieses aquí mismo... ¿Me oyes?...
¿Me oyes?... ¡Oiga!... ¡Oiga!... Ahora soy yo quien no oye nada... Bueno, te oigo lejísimos... ¿Y tú?...
No, no, es mejor que no cuelgues... Si, señorita, claro que estoy hablando, ¿es que no se da
cuenta?... Ah, ahora va mejor... Sí, sí, muy bien... Ahora, perfectamente... Sí, es incomodísimo...
Parece como si te murieses de repente... que oyes y no puedes hablar... Sí, ahora sí, ahora sí...
Por lo menos no se ha cortado la comunicación... Sí, muchísimo mejor que antes, menos mal,
y eso que tu teléfono hace un ruido muy raro... no parece el tuyo... ¡Claro que te veo, no es
muy difícil!
(Responde a preguntas concretas.)
¿Pañuelo?... llevas el “foulard” de las motas rojas... Claro... las mangas dobladas por el codo...
¿En qué mano?... En la izquierda el teléfono... y en la otra la pluma... ¿No te digo que te estoy
viendo?... estás haciendo dibujitos en el bloc... un corazón, un sol, una casita... No te rías de
mí... Ahora mis ojos están en mis oídos...
(Se cubre el rostro instintivamente.)
No, cielo, mío, tú no... Ni lo intentes... No quiero que me veas ahora... ¿Por qué asustada?...
asustada, no... Es... todavía peor... No... no sé dormir sola... Claro, claro... claro... Estate
tranquilo... Que te estés tranquilo... Pues todavía no lo sé... No me atrevo a ponerme delante
de un espejo... me da miedo hasta encender el cuarto de baño... Ayer me puse delante del
espejo y me parecí una vieja... Desde luego... una ancianita, flaca, y llena de arrugas y con
todo el pelo blanco... ¡Eres un cielo!... ¿Como una poesía, mi cara?... No digas eso que suena
muchísimo a caballero bien educado... y... me recuerda cuando... me decías que... era fea y...
tonta y... adorable... eso estaba mejor y... perdona, era una broma... No seas tonto... No, no lo
eres... “eres un bruto”, pero me quieres... porque si no me quisieras podrías hacerme
muchísimo daño con ese teléfono que tienes en la mano... es un arma terrible... Puede matar
a cualquiera sin dejar la menor señal... ¡Yo qué voy a ser mala!... ¡Óyeme!... ¿Hola? Diga... diga...
¡Que no te oigo!... ¿Diga?... ¡Señorita!... ¡Señorita! ¡Que se ha vuelto a cortar, señorita!...
(Cuelga; el teléfono permanece en silencio. La espera se prolonga. Descuelga.)
¿Oiga?...
(Golpea la horquilla del teléfono. Marca un número.)
¿Oiga?... ¿Oiga?... señorita, atiéndame...(Golpea la horquilla.)
Hable... ¿Eres tú?... ¿Eres tú?... Se corta la línea, señorita... No estoy segura... Bueno, sí, sí lo se...
Un momento... Auteil cero, cuatro, cinco, siete... Hable..., sí, dígame... Comunicando claro... Es
que están intentando hablar con este número... Bueno, gracias...
(Vuelve a colgar. Suena otra vez el teléfono.)
Oiga..., hable por favor... Cero, cuatro, cinco, siete... no, siete, siete, no seis... siete... ¡Por
favor!
(Golpea la horquilla.)
Señorita, lo siento, se ha equivocado usted... Ha salido el cero seis y yo le estoy pidiendo el
cero siete... Sí... Auteil cero cuatro cinco siete...
(La espera se alarga.)
Por favor... ¿Auteil cero cuatro cinco siete?... Menos mal. ¿José? ¿Es usted?... Sí, sí, soy la
señora... que estábamos hablando el señor y yo y se ha cortado la comunicación... Ah, no... ¿No
estaba hablando desde casa?... Ya... ¿No vuelve hasta mañana, verdad?... Sí, por supuesto, se
me había olvidado... Es que estaba hablándome desde un restaurante y al cortarse... pues... sin
darme cuenta... he llamado a la casa... Bueno, entonces, váyase a descansar, José... Perdone y
gracias... Sí, José, buenas noches...
(Cuelga de nuevo. Llaman otra vez.)
Ah, menos mal... Sí, nos cortaron... no, no, estaba esperando, sabía que ibas a volver a llamar..
Sí, es que sonó hace un momento y descolgué y no era nadie... Sí, eso pasa mucho... Estás
cansado..., pero eres un ángel habiendo vuelto a llamar... un ángel muy bueno...
(Llora. Una pausa.)
No. Claro que estoy aquí... ¿Qué dices? No, que tontería... Nada, no decía nada... No. ¿Qué
quieres que me pase?... Pues claro que estoy como siempre... Sí, como siempre... Que no, ya te
lo he dicho... Estás en un error... estoy como estaba... sí, eso sí, y eso tienes que entenderlo...
Estamos hablando y hablando de esto, y... no queremos darnos cuenta de que... habrá que
callarse pronto y... colgar este teléfono y... dejarse caer en la nada y... en el silencio y... en la
oscuridad y...
(Vuelve a Ilorar.)
Óyeme un momento, amor mío, solo un momento... Nunca, nunca te he dicho una sola
mentira... Sí, tú tampoco, tú tampoco, ya lo sé, te creo... No, no es ese el tema... es que...
ahora te las estoy diciendo... Desde que estamos hablando... no hago mas que mentir... Sí, sí,
te estoy diciendo una mentira detrás de otra... yo sé... que ya no me queda ninguna esperanza...
ninguna..., pero las mentiras son... traen mala suerte y además yo... no sé... y no puedo... y no quiero... y tengo horror a mentirte, aunque sea... aunque sea para tranquilizarte... No, nada
serio... No, no tienes porqué asustarte... solo que... no te he dicho la verdad cuando me has
preguntado lo que llevaba puesto ni... no es cierto que... haya comido, comido con Marta... no
he comido... ni con Marta ni con nadie... Y me he echado un abrigo por encima del camisón tal
como estaba sin vestir en absoluto, porque estaba tan desesperada esperando que me llamases
y... me he vuelto loca mirando al teléfono y... levantándome y... sentándome y... corriendo por
toda la casa... que antes de enloquecer del todo, pues me eché el abrigo por encima... Pensaba
coger un taxi e irme frente a tu casa... Yo qué sé, a mirarla, a ver tus paredes, a seguir
esperando un milagro... ¡Y yo qué sé! Nada... esperar nada, pero... mejor que estar aquí
ahogándome... Sí, sí, tienes toda la razón... Te oigo, te oigo muy bien... No, y te lo he dicho...
No voy a hacer ninguna estupidez... Claro que te estoy oyendo... Te contestaré la verdad...
cualquier cosa, pregúntame lo que quieras... No he salido de casa... no me sentía capaz... No,
no he probado bocado... No podía tragar... me he sentido muy mal... Sí, anoche al acostarme
me tomé una pastilla para dormir... claro que sí..., pero la verdad es que lo pensé... pensé en
tomarme el frasco y no volver a despertarme nunca.
(Llora.)
Muy cobarde, sí... me tomé una docena de pastillas en un vaso de agua tibia... caí fulminada...
me desperté sobresaltada, pero feliz creyendo que todavía estaba soñando y... luego... cuando
vi que no... y que era verdad... y que no tenía a nadie a mi lado... y que no podía apoyarme en
tu hombro, ni tener mis piernas enlazadas con las tuyas ni... me di cuenta de que no es posible...
de que no puedo seguir viviendo como... sin peso... sin sangre... tan fría... tan horriblemente
fría... Entonces pensé que ni la muerte me quería ayudar... respiraba con mucha angustia y...
aguanté una hora o algo así... y luego llamé a Marta... hace falta mucho valor para morirse
sola... y yo no lo tengo... ¿lo entiendes, mi amor? ¿Verdad que lo entiendes?... Marta llegó a eso
de las cuatro y se trajo a un médico que vive en su misma casa... Yo tenía muchísima fiebre...
y ese médico me dijo que si no se conocen las dosis es bastante difícil envenenarse... me recetó
no se qué... y Marta se ha pasado el día aquí a mi lado... Le he tenido que insistir mucho para
que se fuese... Quería estar sola cuando me llamases... Sabía que esta era la última vez que me
llamas. Sí, ahora, sí... Ya pasó todo... Sí, ya pasó... Un poco de destemplanza... Pues treinta y
ocho dos o treinta y ocho tres... naturalmente que son los nervios... estate tranquilo... ¡Soy una
estúpida!... estaba dispuesta a no contarte nada para que nos pudiésemos separar en paz y... a
colgar sin más como otras veces... como si nos fuésemos a volver a ver mañana... ¡Qué débil
soy!... sí, sí... muy débil... me da mucho miedo colgarte este teléfono y... volver a desaparecer
en la oscuridad...
(Llora.)
¿Estás ahí?... ¡Qué miedo, creí que se había vuelto a cortar...! ¡Qué bueno eres! No te mereces
todo el daño que te acabo de hacer... No te calles, no te calles, dime todo lo que estás
pensando... lo he pasado tan mal que hasta me he revolcado por el suelo y luego, fíjate, ya
ves, me llamas, cierro los ojos y ya me siento bien... Bueno, eso me ha pasado siempre ¿no?...Tantas y tantas veces que en la cama te he oído hablar con la cabeza sobre tu pecho... cerraba
los ojos y te oía... igual que ahora... No, qué va... tú, no... La única cobarde soy yo... Te he dicho
que me había jurado a mi misma que... ¿Cómo?... No, te equivocas, no... Pero ¿qué dices?... me
has hecho muy feliz... Te digo que no. ¿Cómo va a ser lo mismo?... ¿No ves que yo sabía, yo
sabía que esto tenía que suceder alguna vez?... Pues, claro... Lo que pasa es que hay muchísimas
mujeres, mas de las que tú te piensas, que creen que se van a pasar la vida entera junto al
hombre que quieren y, de pronto, cuando llega la hora no están nada preparadas para la
ruptura... Yo estaba preparada... nunca te hablé de eso porque... porque era mejor, pero... un
día que fui a la modista estaba tu foto en no se qué periódico... por cierto que... abierto por la
página justa y muy bien colocadito encima de la mesa... un detalle muy femenino, muy
humano, si quieres... Pues porque no quería amargarnos nuestros últimos días... ¿Además para
qué? Lo lógico es encajarlo y... callarse... No, no me hagas mejor de lo que soy... Oye ¿qué es
eso?... Parece música... Digo, que me parece como si estuviese oyendo música... ¿Ah, sí?..., pues
dale con los nudillos en el tabique, como hace todo el mundo... estas no son horas de oír música
tan alta... No has tenido suerte con esos vecinos... Además como no vivías ahí, pues se han
acostumbrado mal... No, no hace falta, mañana volverá ese médico amigo de Marta... Que te
digo que no... es muy buen médico... vino en seguida y se puede molestar si llamo ahora a otro...
Estate tranquilo... claro, claro que sí... Por Marta... Marta te dará noticias mías, de vez en
cuando... Sí, claro que lo entiendo, ¿cómo no lo voy a entender? Te juro que voy a ser la mujer
mas valiente del mundo... Jurado... ¿Qué dices?... Sí, ya estoy bien... Si no me hubieses llamado
me habría muerto, pero ahora ya estoy bien... No, no, no... Espera todavía un poco... un poco
más... Espera un poco... Vamos a ver si encontramos una forma de...
(Se pasea. Su infinita desesperación le hace lanzar un gemido que no puede controlar.)
No te enfades conmigo... Sé que estoy haciendote una escena... una escena insoportable... y
que me estás aguantando con toda tu paciencia, pero me tienes que perdonar... Lo estoy
pasando muy mal, estoy deshecha, completamente deshecha... Ya no me queda mas que este
hilo para llegar hasta ti... ¿Cuándo, anteayer? Pues dormir... Me llevé el teléfono a la cama...
Sí, sí... claro que me acosté... No... lo sé, lo sé todo, sé que parece ridículo... sabía que no ibas
a llamar, pero este teléfono es todo lo que me queda ahora en el mundo... Llega hasta tu casa
y... como al fin y al cabo me prometiste que volveríamos a hablar. He soñado de todo... Hasta
que me golpeabas con el teléfono y que me estaba ahogando y el fondo del mar era como tu
casa... Yo respiraba por un tubo de esos de las escafandras y te pedía que no lo cortases... Ya
ves... sueños malignos... de esos que hacen sufrir y luego resultan tontos cuando se cuentan...
Ahora no, porque ahora estoy hablando contigo de verdad... Han sido cinco años,
compréndelo... cinco anos en que solo he vivido para ti... respirando a tu lado y... esperando
que vinieses... muriéndome de espanto cuando te retrasabas porque lo menos que hacía era
temer siempre lo peor y resucitando cuando abrías la puerta y muriéndome otra vez solo de
pensar que tendrías que volver a irte... Como ahora... Ahora respiro porque te oigo... Porque mi
sueño no era tan disparatado... Si cortas esta comunicación me cortas el aire... Sí, sí, he
descansado... A la fuerza... Dice el médico que la primera noche se descansa... Parece que laintoxicación tiene un primer momento en que... hasta el sufrimiento desaparece... Lo malo
viene después... Ayer, claro, la segunda noche y hoy va a ser terrible... Y mañana va a ser
insoportable... Y pasado mañana... No, fiebre, no, no creo... Lo veo todo con mucha claridad...
Por eso creo que debía haber seguido mintiéndote ¿Y de qué me va a servir dormirme un rato?
¿De qué?... Después tendré que despertarme y... hacer algo... salir a... ¿salir a dónde?... Cielo
mío, verte o no verte ha sido todo lo que he hecho en estos años... Marta tiene su propia vida...
Es como pedirle a un pez que respire fuera del agua... No, ya te lo he dicho... no necesito nada
y no necesito a nadie. ¿Cómo que me entretenga?... Pero... mira te voy a decir una cosa bastante prosaica... Desde ese domingo terrible sólo unos segundos me he olvidado de ti... fue hace unos días cuando el dentista me rozó un nervio con el torno... Completamente sola... Está tumbado junto a la puerta de entrada... No me hace caso... Esta mañana fui a hacerle una caricia y por
poco me muerde... No se le puede tocar... No, no... Levanta el hocico y hasta ladra si me acerco... parece otro perro... Le estoy empezando a tener miedo... En casa de Marta se convertiría en una fiera, ¿no te digo que ni siquiera me deja a mí que me acerque?... Contigo, sí... Yo le estoy tomando miedo. Desde aquí lo veo... Completamente quieto... ¿Y yo qué sé por qué?... A lo mejor piensa que yo tengo la culpa de que no vengas... o... incluso que te he hecho algo malo... ¡pobrecito!... No, si yo le quiero mucho... Por eso, porque sé lo que pasa... Que te quiere... Que te quiere muchísimo y... como no te ve..., pues me echa la culpa a mí... Sí, con José se va... mándalo cuanto antes... Sí, no me echaría de menos... Era tu perro, no el mío...
Ahora lo estas viendo... Sí, lo que tu digas, solo que me da miedo acercarme... Está bien, ya pensaré a quién se lo doy..., pero estoy segura de que en tu casa se haría amigo de todos... de toda la... gente que... esté viviendo contigo... Sí, vida mía, tienes razón... es un perro y... por listo que sea... habrá cosas que... que no estén claras para él... Puede que no me conozca... a lo mejor le doy miedo... cualquier cosa, vete a saber... ¿No te acuerdas de aquella noche en que yo tuve que decirle a mi tía que se había muerto su hijo? Es muy blanca y muy pequeñita...
Pues se puso roja, roja y se estiró como si fuese un gigante... Daba en el techo con la cabeza... parecía como si tuviese mil manos y daba espanto su sombra que llenaba la habitación entera... ¡espanto, sí!, pues su perra, precisamente se escondía debajo de la cómoda, y ladraba como
si corriera detrás de un animal... ¡Ah, eso! ¿Cómo voy a saber eso?... Estoy muy descentrada...
He hecho algunas cosas... peor que tonterías... ¿Por ejemplo? Pues he roto todas mis fotografías... no me preguntes por qué, hasta las de pasaporte. Sí... ¿Me quieres decir para qué lo necesito yo ahora?... Nos encontramos en un viaje... Si vuelvo a viajar y te vuelvo a encontrar me sentiría muy desgraciada... No, nunca... ¿Qué?... ¿Oiga? ¿Oiga?... Por favor, señora cuelgue...
Le digo que cuelgue... Me tiene sin cuidado lo que opina de mí... Lo único que quiero es que cuelgue... Ridícula o no, dedíquese a sus cosas y antes cuelgue de una vez... ¡Ah! Cielo mío... cariño... no le hagas caso... No, no cortes, por favor, ya ha cortado ella... La he oído. Sí... ¿Te
ha molestado lo que ha dicho?... Sí, sí, te ha molestado, te conozco muy bien... ¿Y a ti qué más
te da?... Era una estúpida y ni siquiera sabe quien eres... una estúpida que piensa que todos los
hombres son iguales... Que no, cielo mío, que no, que tú no te pareces a ninguno... ¿Por qué?...
No le des más vueltas... Tenía que suceder y ha sucedido... Anteanoche se me acercó Henri...
Querfa saber si tú tenías un hermano y si era el anuncio de su boda el que venía en elperiódico... No, mal rato, no..., pero bueno tampoco... Como si me estuviesen dando el pésame, ¿qué iba a hacer?... La gente no tiene la culpa y como no se lo explica... Sí, la gente, en general...
Para la gente las cosas son blancas o negras... Nos queremos mucho o nos odiamos a muerte...
No, no te molestes, porque no conseguirás nada... Haz con todos lo mismo que yo estoy haciendo...
(Un gemido apagado.)
¡Ay!... No, no era nada... Es que como estoy hablando tanto... igual que siempre, ¿no?... Pues de pronto se me olvida lo que ha pasado... creo que no ha pasado y... cuando me doy cuenta...
(Llora.)
Ya sé que no tengo que volver a hacerme ilusiones... No, no, no es eso... Pero hasta ahora...
cuando hemos tenido un problema... que nunca han sido importantes, pero en fin..., pues hasta ahora hablábamos, soñábamos y... al final, con un beso y un abrazo, pues... menos. Con una simple mirada nos volvíamos a entender... Por teléfono no es lo mismo... Por teléfono lo que se ha acabado se ha acabado. No, amor mío... Los suicidios no se repiten... Puede que sí, pero sólo una, para dormirme cuanto antes... ¿Tú me imaginas a mí comprando una pistola?... Ni entiendo ni quiero entender... ¡Pero si ya no tengo fuerzas ni para mentirte, cielo mío!... Te estoy diciendo la verdad... Sé que a veces es mejor mentir... mucho mejor... Ya ves, es como si tú...
Si tú me engañas ahora pensando que voy a sufrir menos. No, no digo que me estás engañando.
Lo que digo es que si yo me entero de que me has dicho una mentira... Una mentira pequeña, yo que sé, que estás en tu casa y no estás o... algo así... No... Escúchame, amor mío... no... Estoy segura... Te he puesto un ejemplo... ¿Cómo voy a decir yo que me estás mintiendo?... ¿Pero por qué te enfadas?, me has entendido mal.. Sí te has enfadado, sí, te lo noto en la voz... Lo que te he dicho es que si me mientes por cariño, por no hacerme daño, yo te lo tendría que agradecer... ¿qué?... ¿me oyes?... ¿me oyes?... ¿me oyes?...
(Cuelga el auricular. Habla bajo y rápido, casi como si rezara.)
¡Por favor que vuelva a llamar...! ¡Que vuelva a llamar! ¡Dios mío, que vuelva a llamar!
(Suena el teléfono. Lo descuelga.)
Se cortó otra vez... No, te decía, que si me mintieras por... para no hacerme sufrir y... y yo lo
descubriese, todavía te querría más de lo que te quiero...
(Se ajusta el cordón telefónico en la garganta.)
No es verdad, parece que estamos juntos y nos separa media ciudad... Ahora está tu voz dando vueltas en mi garganta... Espera un poco... Es mejor que se corte por casualidad... ¿Yo? No,
¿cómo voy a pensar yo que estás deseando colgar?... Eso sería muy cruel y tú no eres cruel... ¿A dónde?... Marsella... ¿Tan pronto? ¿Pasado mañana?... Nada... Sí, bueno, que me hagas un favor, que no vayas al hotel de siempre... No, no quiero que te enfades... Es que... como hemos idotantas veces juntos a ese hotel, pues... así no me imagino nada y... al no verlo me hará menos daño... ¿Comprendes por qué te lo pido?... Sí, gracias... Eres un ángel... Te quiero mucho... con toda mi alma...
(Se incorpora y va hacia la cama.)
¡Qué tonta soy!... Te iba a decir “hasta ahora mismo”... Lo de siempre, claro... Tienes razón, tienes razón... Es mejor que seas tú quien cuelgue...
(Se deja caer en la cama abrazada al auricular telefónico.)
Adiós, vida mía... Adiós... Sí, voy a tener mucho ánimo. Sí..., pero ahora date prisa y cuelga...
¡Cuelga, por favor!... ¡Ya! Te quiero... más que a mi vida... más que a mi vida... más que a mi
vida...

OSCURO