16/4/18

DEBILIDAD, DE Patricia Suárez


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DEBILIDAD
Una obra sobre la incomprensibilidad del amor


Buenos Aires
Camarín de un teatro independiente.


Personajes
HORACIO, 60/65 años
LIVIA, 45/48 años.


Escena 1
Horacio está en el camarín quitándose el maquillaje. Todavía tiene el atuendo de un personaje del teatro español. Forcejeando con el picaporte y la puerta, entra LIVIA, fuera de escuadra, que se acomoda en seguida.
HORACIO: ¿Qué hacés acá?
LIVIA: ¿Qué clase de pregunta me hacés?
HORACIO: Viniste.
LIVIA: Me pediste que viniera. No: me escribiste que viniera a verte. Me lo pusiste todo en una carta (LIVIA revisa su cartera). Ya lo voy a encontrar. Y en la carta decía que viniera a verte. No me hace ninguna gracia venir a verte, Horacio. Pero lo me pusiste en una carta…
HORACIO: Así que el Correo funciona, finalmente.
LIVIA: Y yo tengo corazón, todavía. Tenemos una hija, Eva.
HORACIO: Ah, sí. Eva, la princesa a la que están dirigidos todos mis pensamientos.
LIVIA: No quiere ni oír hablar de vos.
HORACIO: Porque le metiste cizaña toda la infancia. No es reproche, es un hecho que salta a la vista. ¡Si esa criatura me adoraba! Estabas celosa y no soportabas nuestra relación.
LIVIA: No seas ridículo, Horacio.
HORACIO: Siempre nos espiabas, siempre cuestionabas si le había dado mucho, si le había dado poco. Si la regañaba, si no la regañaba. Si tal regalo era o no era para una niña de su edad, si le había comprado los zapatitos de charol con plata o en cuotas. ¡Qué escándalo hiciste con los zapatitos de charol del cumpleaños de ocho de la Evita! No me voy a olvidar nunca; nos agriaste la fiesta. Después la profesora de francés. Si la profesora de francés que le conseguí había sido bataclana en la juventud o prostituta… Como si la profesoras de francés abundaran como la maleza en Carmen de Areco, ¡en ese pueblo sólo vos podías vivir a gusto! No me acuerdo ya qué barbaridad decías de la pobre Madame Renaudot.
LIVIA: Le vendiste las joyas que eran de mi mamá. Mejor dicho, vendiste a escondidas de ella, las joyas que eran de mi mamá y las reemplazaste por bijouterie idéntica.
HORACIO: Eso no puede ser.
LIVIA: El brazalete, la cadenita con el dije de coral, los zarcillos… Igual yo te admiro, Horacio, y le expliqué que podías ser un estafador y un sátrapa, pero habías tenido el suficiente don de gentes, como para ir a un joyero y encargar un duplicado de sus alhajitas. O sea, en última instancia, habías pensado en no romperle el corazón a ella.
HORACIO: Livia, abrí los ojos!! Esas joyas las habrá vendido Eva, para darle la plata del oro a algún noviecito, un machito que le gustaba…
LIVIA: Espero que Eva no se incline a la misma clase de hombres que yo.
HORACIO: Rodolfo es un buen hombre.
LIVIA: No hablo de Rodolfo.
Largo silencio.
HORACIO: Pero ya estás acá. Eso es lo que importa.
LIVIA: Me mandaste una carta.
HORACIO: A la casa vieja de Carmen de Areco. Pensé que te habías mudado, pero seguís en la casa vieja, la que levantamos juntos. Porque de alguna manera la levantamos juntos. Ya sé no digas nada, te lo leo en el rostro: me vas a decir que no soy albañil, que no sé ni siquiera cómo se agarra la cuchara. Soy actor, sí. Soy un gran actor: cada escenario de Buenos Aires, me conoce. ¿Sabías eso?
LIVIA: Sí, Horacio.
HORACIO: Un concejal, un político,presentó una petición para declararme Ciudadano Ilustre de Buenos Aires.
LIVIA: …
HORACIO: ¿Levantaste las hipotecas de la casa vieja?
LIVIA: Las pagó Rodolfo.
HORACIO suspicaz: Te casaste con Rodolfo porque levantó las hipotecas?
LIVIA: No vine a pedirte cuentas, ni a pasarte facturas.
HORACIO insultante: Te vendiste a Rodolfo por unas cuantas deudas, unos pesos miserables…
LIVIA: Basta, Horacio. Vine porque me apenó el estado en que estás.
HORACIO: ¿Seguís haciendo pastelitos de batata, de membrillo, para la Fiesta del Pastelito en Gouin?
LIVIA: Sí.
HORACIO: Te salían ricos.
LIVIA: Gracias.
HORACIO: Yo, la verdad, pensaba que el Correo no funcionaba más. Que es como una entelequia. Mando muchas cartas, nunca recibo respuestas. A veces, antes, algún admirador te mandaba unas líneas, unas palabras. A ustedes se limitaban a mandarle flores a los camerinos, a los actores de carácter, unas líneas. A los capocómicos, nada. Ya nadie escribe una sola palabra y por lo que cuenta la Tamburini, las actrices ahora ven flores nomás en su entierro. Claro que la Tamburini está muy baqueteada para el papel; un papel así lo tendrías que hacer vos. Perdoná la infidencia, sé que estás ocupada, que estás en otras cosas para dedicarte al teatro. Pero decía, digo: el Correo no existe o está dejando de existir, eso es lo que pasa, como la alquimia, la cetrería,el verso alejandrino. Pero de pronto parece que existe, porque acá estás vos.
LIVIA (saca de la cartera la carta): Acá está.
HORACIO: Esas cajitas son chiclets?
LIVIA: Qué?
HORACIO: Eso que se te cayó son chiclets. Hacen mal a los dientes los chiclets. Qué fea costumbre la de mascar chiclets como si una persona fuera un rumiante. Y la gente masca chiclets, está perdida toda la elegancia. Pensar que se inventaron para los soldados americanos que estaban en la guerra, para que no estuvieran tan ansiosos. ¿Y qué problema tan grave puede ser la ansiedad en la guerra? El problema es seguir vivo, no si uno está nervioso o no está nervioso. Eso de los chiclets lo inventó un dentista, para hacer negocio después.
LIVIA: Es para el aliento. Tienen sabor a menta.
HORACIO pícaro: ¡Mentirosa! Es para que te quiten el apetito y te mantengas delgada. La mayoría de las mujeres a tu edad están hechas unas matronas. Pero vos seguís con esa cinturita de avispa, las piernas finitas, largas. Las piernas de chuña que tuviste desde siempre; en el pueblo cómo te las miraban, cómo te las codiciaban. ¡Si habré temido que te robaran de mi lado por la belleza de tus piernas! Dejáme darte la vuelta.
Horacio toma a LIVIA, y la hace dar una vuelta como en un baile, para verla de adelante y de atrás. LIVIA se sonroja.
HORACIO: Estás más bella que nunca, LIVIA.
LIVIAcon embarazo: Gracias.
Silencio tenso.
LIVIA (releyendo la carta): Lo que no dice acá es cuánto tiempo…
HORACIO: Cómo?
LIVIA: Estas cosas son breves y no hablás mucho de tu enfermedad, en que estadío, ¿estadío se dice?, estás…
HORACIO: Convidame con uno, LIVIA. Obsequiame un chiclet.
LIVIAle entrega una cajita de chiclets: ¿Cuánto te queda, Horacio?
HORACIO: …
LIVIA: El cáncer de pulmón puede durar un año, dos años. Una persona sana, fuerte, capaz que con cáncer de pulmón vive tres años. Está el loco que se quiere curar a toda costa, se va al Tibet, escala el Monte Everest, que sé yo, y después se cura. ¿Cuánto te dijo el médico que te queda a vos?
HORACIO: Estoy desahuciado.
LIVIA: Pero te dijo un tiempo?
HORACIO: Livia, estás siendo cruel.
LIVIA: Es que no entiendo nada, Horacio. ¿Cómo te agarraste un cáncer de pulmón, vos, que no fumás? Te cuidabas de todo: de la comida, de las corrientes de aire, de los sarpullidos en la piel. Ibas al consultorio del médico cada dos por tres, parecía que le eras devoto.
HORACIO: Pero vos sí fumás.
LIVIA: …
HORACIO: Seré débil de los pulmones. Tanto colocar la voz para hablar en el escenario, tanto declamar, me debilitó los pulmones.
LIVIA: El cáncer es por nicotina, no por actuar.
HORACIO: Y bueno, vos fumabas, te estoy diciendo. El humo del cigarrillo es peor que el cigarrillo. Te va directo al pulmón la nicotina, hace un depósito en el fondo de los pulmones, y un día aparecen las células cancerosas, el tejido necrosado…
LIVIA: Fue hace quince años cuando yo fumaba al lado tuyo y vos respirabas el humo.
HORACIO: El cáncer es una bomba de tiempo. Está, está, está ahí y no lo ves. Y un día, ¡pum!, explota.
LIVIA: Hace doce años que estamos separados.
HORACIO: Una bomba de tiempo.
LIVIA: Está bien, decíme qué querés, por qué me hiciste venir.
HORACIO: Así? No podemos ir a cenar, hablar como gente civilizada?
LIVIA: Delante tuyo se me corta el hambre.
HORACIO: Me lo hacés muy difícil así.
LIVIA: Apelá a tus dotes artísticas. Decíme.
HORACIO: Decía, digo: No quiero morir solo, LIVIA. Tratá de entenderme. Vivo en uncuarto de hotel, en San Cristóbal. Nadie me dirá una palabra de consuelo, nadie llorará una lágrima por mí. El público, sí, el público. Porque al público le entregué mis mejores años, mi vida. Nunca habrá otro Juan Gabriel Borkman como el que hice yo. La platea costaba fortuna, hacíamos función jueves, viernes, sábado, domingo. No se levantó una sola función jamás y estaba el teatro repleto. Me ovacionaban!
LIVIA: Horacio, ¿qué es lo que querés?
HORACIO: Lleváme a vivir con vos.
LIVIA: Qué?
HORACIO: Lleváme a la casa vieja.
LIVIA: Es una locura.
HORACIO (de pronto, abatido, doblado de dolor): Es mi última voluntad. Respetámela, te lo suplico, Livia. Vos me querías, acordáte de eso, del amor que me tenías. Por mí, por Evita. Lleváme a casa.
LIVIA: Horacio, yo…
HORACIO: No me dejes solo en mi hora de dolor.
LIVIA: …
HORACIO: Vos sos la única persona que amé en mi vida. Vos sabés eso. Vos sabés que después de vos no hubo otra.
LIVIA: Querido…
HORACIO: Vos sabés, Livia. Vos sabés cómo nos queríamos.
LIVIA: Horacio.
HORACIO: Vos sabés. se levanta, la abraza: Gracias, LIVIA.
Fin de escena 1.


Escena 2
Mismo camarín.
Han hecho el amor. LIVIA está abrochándose la ropa de espaldas a HORACIO y por eso él, como al descuido, observa el interior de la cartera de ella y puede que le sustraiga la billetera, el monedero, un paquete de pastillas, etc.
LIVIA: No sé cómo ocurrió. No tendría que haber venido.
HORACIO: Me amás, Livia. Me querés todavía. Esa es la cuestión.
LIVIA: Hace diez años que estoy con Rodolfo y nunca le falté. (se vuelve hacia Horacio). ¡Y le vengo a faltar con vos que me dejaste en la calle, llena de deudas, con una criatura a cuestas!
HORACIO: Es amor, Livia. Lo que hay entre vos y yo es una gran pasión.
LIVIA: El amor no te alcanza para no faltarme el respeto, Horacio. No tendrías que haberte abalanzado así, insistirme… No es correcto, entre nosotros ya no es correcto.
HORACIO: Yo no te apunté con una pistola para que te desnudaras.
LIVIA apesadumbrada: Rodolfo es un buen hombre.
HORACIO: Vos también sos buena, tuviste un acto de bondad.
LIVIA: Mirá lo que me hiciste hacerle.
HORACIO: Tuviste un acto de generosidad, eso, para con un hombre moribundo.
LIVIA: Horacio…
HORACIO: Me deben quedar seis meses. Ves que estoy flaco?
LIVIA: Flaco?
HORACIO: Hace año y medio estaba muy gordo. Ah, las vacas gordas que vinieron con Hamlet. Vos me tendrías que haber visto, ¡era la locura entre la gente!
LIVIA: Hacías Claudio?
HORACIO: Laertes, el padre de Ofelia.
LIVIA: Qué personaje miserable es ese.
HORACIO: No, Livia, no te permito. No hay personajes menores en el teatro, hay…
LIVIA: Es un viejo miserable y ruin.
Silencio molesto.
HORACIO: La taquilla explotaba todos los días, localidades agotadas. El Hamlet era un actorcito de la tele que no podía decir tres palabras sin que se le oyera el acentito nasal de niño bien, daban ganas de pegarle. Pero el productor estaba cebado con ese chico, ¿qué le vas a hacer? Todas las noches íbamos a cenar que a Pipo, que a Güerrín, que a Edelweiss, con las estrellas del Maipo. Pero después… después, la desgracia, la guadaña. Me puse flaco con el cáncer; te come el cáncer, por dentro: los huesos, los cartílagos, las ilusiones, la esperanza de redimir los errores que cometí. Con vos, con la Evita.
LIVIA: Yo te quiero, Horacio, pero no de la manera que... Me das pena que hables así como pidiéndome el tiro de gracia. Vos no sabés que lo ha sido Rodolfo para mí. Fue más que un padre, llegó en un momento de tribulación, le entregué mi vida, puse mi vida en sus manos y ahora lo traiciono así.
HORACIO: Estás haciendo teatro, Livia.
LIVIA: Rodolfo es un santo.
HORACIO: Yo no diría tanto.
LIVIA: No te atrevas a ensuciar su nombre.
HORACIO: Nunca faltaría a la verdad respecto de tu marido, que te quiere, te cuidó todos estos años, como decís vos. Y me parece bien; y me alegro que alguien lo hiciera. Porque si no me hacés sentir cargo de conciencia y la culpa me aplasta como un zapato hace polvo a la colilla de cigarrillo.
LIVIA (suspira): ¡Cargo de conciencia vos, Horacio!
HORACIO: Igual, a veces… digo, decía, a veces esto parece una pieza de vodevil. Viste esos vodeviles donde uno corre tras el otro y entran y salen de distintos cuartos y ya perdés de vista quién quiere a quién?
LIVIA: No.
HORACIO: Dejáme que te suba el cierre. Cómo brilla tu piel, Livia. Tu piel es algo inolvidable. Estoy tan feliz de que hayas venido, ¿vas a dormir conmigo hoy? No vamos a ir a mi hotel, vamos a ir a un buen hotel, un cuatro estrellas. Vamos a cenar opíparamente. No me vas a negar este capricho, está voluntad. Mis sentimientos por vos están intactos, Livia. Yo te quiero, te adoro igual que siempre.
LIVIA: Te acompaño a empacar a tu hotel y me vuelvo a Areco.
HORACIO: Ya está todo empacado. Podés ir vos, habitación 12. Le pagás una deuda chica al dueño… Prestáme cuatrocientos pesos, ¿podés? Así le pago al asqueroso ese que me reclama, me trata como a un perro y nunca la vida se topó con un artista de mi categoría, eso le pasa. ¿Tenés cuatrocientos pesos? El cáncer me comió hasta los ahorros.
LIVIA: Te presto, pero vas vos. Yo no quiero saber nada de tratar con usureros.
HORACIO: Me gustaría dormir con vos acá, acá en Buenos Aires. Tener la ilusión de que sos mi mujer.
LIVIA: No puedo.
HORACIO: Claro que podés. Yo siempre te he sentido mi mujer, aunque te casaste con el bueno de Rodolfo para que te pagara las deudas. Para mí seguís siendo mi mujer.
LIVIA: Dejá de hablar así de Rodolfo. Me casé con él porque lo quería.
HORACIO: Ay, qué mentirosa.
LIVIA: Sí, lo quería. ¿Qué hay?
HORACIO: ¿Ustedes son muy unidos? No, muy unidos no son.
LIVIA: Sos un cínico.
HORACIO: El te cuenta todo a vos? Vos sos capaz de ir y buchonearle que te acostaste conmigo, para desmerecer lo nuestro. Que no es una revolcada así nomás, es lo más puro que pasa entre dos personas. Pero él, a vos, ¿te cuenta todo lo que hace? ¿con quién va?
LIVIA: El no va con nadie.
HORACIO: Ves? No te lo cuenta. Es lo que yo digo: no son muy unidos. ¡Ah, esta es la sagrada institución del matrimonio! Una suma de hipocresías, de calenturas, de ataduras… No te contó lo de la chiquita. Digo, decía, porque le gustan jovencitas. Vos tenés la carne firme, Livia, eso es un lujo a tus años. Pero una jovencita es una jovencita. Clelia se llama. Es poético el nombre Clelia.
LIVIA: No me vas a enredar en tu maraña de mentiras.
HORACIO: Clelia Expósito. Averigualo vos, si querés, que tenés todo el tiempo del mundo para hacerlo, toda la vida por delante. Es una maestra de Arrecifes, está ahí nomás Arrecifes. El se iba las noches que vos… no sé, ¿qué hacés vos los jueves a la noche? Jugás a las canasta? Bueno, vos jugás a la canasta y él… (gesto obsceno)
LIVIA: Me das asco, Horacio.
HORACIO: Te mete los cuernos con una maestrita de pueblo de primer grado. Ahora no sé si era de primero inferior o de primero superior. ¿O ya no existe esa disposición, es de mi época? Cuando yo iba a la escuela hacías primero inferior y después primero superior. En suma, la maestrita, Clelia, linda como un nenúfar y con los labios todos los días y las noches pintados de rojo, del rojo ese de la Corona de Cristo, ¿te acordás de esa flor que teníamos en el patio, la corona de cristo? Así de rojo se pinta los labios. Es bonita, pero vos a su edad le pasabas el trapo que no la miraba ni Dios.
LIVIA: Cómo sabés todo eso.
HORACIO: Funciones que hacemos en la escuela. Tarea educativa, triste, tristísima, de los actores. Fuimos a Arrecifes, Pergamino, Capitán Sarmiento, Junin, San Pedro y San Nicolás. En San Nicolás estaba muerto como un burro de trabajar y me metí en la iglesia a rezar. Quién me ha visto y quién me ve, pensé, pero como dicen que la Virgen es milagrosa, por ahí me quitaba el cáncer de pulmón.
LIVIA: Y qué tiene que ver eso con la tal… cómo era Lelia? Clelia? Delia?
HORACIO: Clelia, la amante de tu marido. Hacíamos Fuenteovejuna. Cómo me gusta esa obra. Yo antes, cuando hacía el Comendador, ¡la de aplausos que arrancaba! Ahora lo hace un mequetrefe que estudió en una academia oficial y en tres años, tres años y medio, tal vez, se recibió de Actor Nacional. Tomá, chupáte esa mandarina. Talento, cero. Pero el diploma abajo del sobaco dice: Actor Nacional.
Silencio.
LIVIA: ¿Y?
HORACIO perdido: ¿Y qué?
LIVIA: Dónde aparece la Clelia esta en el cuento.
HORACIO: Ves que sospechás que tu marido te pone los cuernos? Si no, no preguntarías tanto. Ya te hubieras ido dando un portazo. Vos para dar portazos sos mandada a hacer. Aparece, aparece. Viene a pedirme autógrafos, a mí, que soy nomás el Regidor, pero la dejé extasiada de placer. No me digas que le gustan los viejos verdes a la chiquita, porque ella es preciosa. Y cándida. Debe tener mil pretendientes. Quién sabe por qué le gusta Rodolfo. De vos lo entiendo, pero ¿de ella? Le debe llevar regalos caros, seguro. Billetera mata galán.
LIVIA: Así que Clelia.
HORACIO: Charlamos, hablamos de la escuela. Qué trabajo durísimo es ser maestra. Y me suelta que a ella le gustaría ser actriz pero creía que no tenía pasta. Y aunque tuviera pasta, no iba a dejar el pueblo, o ciudad, no sé si Arrecifes es una ciudad o un pueblo… ¿Cuántos habitantes tiene que tener una localidad para pasar de ser pueblo a ser ciudad?
LIVIA: No sé, Horacio. Seguí por favor.
HORACIO: Por amor de Dios, no te vas a poner celosa. Hacé de cuenta que te cuento esto desde la ultratumba, no venga a causar un conflicto entre nosotros dos. Una revelación de ultratumba, eso es. Bueno, que me suelta que la retiene un amor, que no es casada, pero el amor que la retiene sí lo es, un próspero comerciante de Areco. No me quiere decir quién es, al principio. Cuenta que el tipo tiene una vida matrimonial atribulada -¡las cosas que le harás pasar al Rodolfo, Livia, no quiero ni pensar!- y que no se anima a dejar a la esposa. Y por ahí, se le escapa, Rodolfo, el nombre. Y yo digo, decía: Es Rodolfo, el marido de la yegua aquella.
LIVIA: Hay un montón de Rodolfos en el norte de la provincia de Buenos Aires.
HORACIO: Era de Carmen de Areco. Más de cinco no debe haber.
LIVIA: Está bien, a lo mejor hay cinco.
HORACIO: Querés que vaya y haga un censo? Es tu Rodolfo, es tu marido, que se cansó de vos, Livia. El amor tiene un límite. El nuestro no, el amor que tienen los otros, el amor que se llama normal, tiene un límite y se termina.
LIVIA: Me harté.
HORACIO: Rodolfo Beresford, me confesó la chiquita.
LIVIA: Dejémoslo ahí.
HORACIO: No me creés? Vamos a la oficina de Paco, agarrás el teléfono y llamás a la Escuela Normal de Arrecifes. Pedís hablar con la Señorita Clelia y le preguntás. Y punto.
LIVIA: Y qué le pregunto?
HORACIO: Le preguntás si es la amante de tu marido. ¿No es eso lo que querés saber? O querés saber la fija del domingo? Cuando te ponés así no te entiendo.
LIVIA: Ah, sí. Y ella me va a contestar tan campante si es o no la amante de Rodolfo?
HORACIO: Eso no sé. Yo no estoy en la cabeza de la chiquita para saber qué te va a contestar…!
LIVIA: Eva está en Buenos Aires y quiere verte.
HORACIO: ¿Eva?
LIVIA: Quiere verte por última vez, despedirse de vos.
HORACIO: ¿Evita, mi princesita?
LIVIA: Siente el deber de despedirse de vos.
HORACIO: Me perdona?
LIVIA: Ah, al final reconocés que le vendiste las alhajas.
HORACIO seco: Si me perdona que la haya abandonado cuando te dejé, y con tal de tenerte lejos a vos, a ella ya no la visité. Pobre hijita mía. Qué injusto fui, qué gran pecado hice. En la radio hacía una obra sobre Kepler, ¿sabés quién es Kepler? No importa, da igual. Hacía esta obra y ahí Kepler defiende a la madre de él, a la que acusan de bruja, la Inquisición la acusa. Y él hace y hace hasta que detiene el proceso, y la salva de que la quemen en la hoguera. Y la madre le dice: Gracias, hijo. Te quiero, hijo. La actriz que hacía de madre tenía veintidós años y se acostaba con el productor de la radio, si no nunca le hubieran dado el papel. Y Kepler le contesta: Yo no, madre. Yo la odio, madre. No la tuteaba a la madre, antes no se tuteaba. Yo no la tuteaba a mi madre, pero porque ella era arisca, los otros chicos sí tuteaban a las madres. Pero mi madre trataba de usted hasta al perro; debe ser porque era pampeana, la gente de La Pampa es más distante.
LIVIA llorosa: Estás chocheando, Horacio.
HORACIO: Y cada vez que hacía la obra de Kepler, pensaba en la Evita. Que no llegue el día que yo le diga, en mi lecho mortal, digo, Te quiero, Evita. Te quiero y soy tu padre y te quise siempre. Y ella me responda: Yo no, papá. Yo te odio. Me clavaría un puñal, me dejaría sin aliento.
LIVIA: Si igual estabas en el lecho mortuorio qué más dá lo que ella te diga.
HORACIO: Vos no triunfaste en el teatro porque no entendés qué es una metáfora.
LIVIA: Va a pasar acá a las ocho de mañana. Las ocho de la mañana.
HORACIO: Cuando la vea, voy a caer de rodillas ante ella.
LIVIA: Horacio…
HORACIO: Decíme que me querés, Livia. Decíme que vos también me perdonás.
LIVIA: Sí, Horacio.
HORACIO la acaricia, le besa el pelo: Hay un pueblo en Benin , que cuando dicen “te quiero”, “te quiero” significa “me gusta tu olor”. Y a mí me gusta tu olor, Livia. Nunca pude olvidar el olor a leche y frutas dulces de tu piel, tu sexo…
LIVIA: ¿Dónde queda Benin? Es por el lado de Trenque Lauquen?
HORACIO: No, Livia. Benin está en Africa, esto es un pueblo de negros africanos. Brutos, pero sensibles. Y cuando dicen te quiero, dicen me gusta tu olor.
LIVIA: ¿Lo viste en un documental del National Geographic?
HORACIO: No me abandones, Livia. Sos lo único que tengo.
LIVIA: No te voy abandonar.
HORACIO la abraza: Amor mío, te quiero tanto!
Fin de escena 2


Escena 3
Mismo escenario, pero Horacio está abrigado, porque vino del exterior. Cerca de él, una maleta de fibra, un poco cachada.
HORACIO eufórico: …y no había manera de hacerle entender que se decía Pato Silvestre, no Pato Silvestro. Pero Maestro, le explicábamos, en castellano se dice Pato Silvestre. Y él, nada, Pato Silvestro. Un hombre tan distinguido, que había estudiado con Stanislavsky, y no había cómo sacarle el Pato Silvestro. Tenía muy pegado el idioma ruso. Pato Silvestro, Pato Silvestro.
LIVIA: Me la contaste a esa anécdota.
HORACIO: Ah, si?
LIVIA: Sí. Me la contaste.
HORACIO: Vos también contás las cosas dos veces. A veces más de dos veces. La de veces que estuve que escuchar cómo fue el parto de Evita!!
LIVIA: Vos no estabas en el parto de Eva así que lo menos que podés hacer es escuchar el relato de cómo fue.
HORACIO: Dejáme de embromar, estar en el parto. Ustedes las mujeres tienen cada cosa. Mirá si mi viejo iba a ir a los nacimientos nuestros. Cagaba a tiros a la partera si nomás le iba con la idea.
LIVIA: Qué animal.
HORACIO: Vos le decías papá cuando nos casamos, ¿te acordás? Qué camelera, te querías meter al viejo en un puño. Después, ustedes se pelearon ya no me acuerdo más por qué, alguna locura tuya y empezaste a desparramar por todo el pueblo que era un viejo de mierda. Pobrecito mi viejo.
LIVIA: Le vendiste los tractores diciendo que estábamos por construir una casa para que él se viniera a vivir con nosotros. Después te gastaste la plata.
HORACIO: Qué decís, Livia. No te acordás, vos en esa época estabas mal de los nervios.
LIVIA: No sé qué habilidad tendrías para gastar tan rápido toda la plata que tenías. Te quemaba la mano, parecía. Claro, ya estabas viniendo a Buenos Aires, a ver si te conchababa alguna compañía… Te la darías de gran señor, de feudatario de las tierras de Areco…
HORACIO: Vos estabas en tratamiento, ¿te acordás? Si fue para cuando perdiste el embarazo del Natán y quedaste mal. Estabas postrada todo el día.
LIVIA: El bebé nació muerto.
HORACIO: Me hubiera gustado tanto tener otro hijo. Natán, yo le quería poner Natán. Por Natán Pinzón. Vos no querías, porque si hay un alma entrenada para llevarme la contraria en la vida, esa sos vos.
LIVIA: El bebé nació muerto y si un ser humano nace muerto, quiere decir que no nace. No nació y si no nació, no tiene nombre. No sé por qué estamos hablando de esto que a mí me hace tanto daño, Horacio.
HORACIO: Dos perdiste en aquel tiempo.
LIVIA: Horacio, por favor.
HORACIO: Tanto juntarte con los gatos.
LIVIA: Toxoplasmosis se llama.
HORACIO: Ves? La enfermedad tiene nombre, pero mis hijos decís que no. ¿El segundo que perdiste qué era? Nene o nena? Vos sabés que no me acuerdo.
LIVIA: Todavía me duele el raspaje que me hicieron para que no quedaran restos. Te pido que no hablemos más.
HORACIO: Otro nene, claro. Es que vos sos como Lady Macbeth, pero al revés. Viste que dicen en la obra que una mujer como ella, dura, amarga, febril, sólo puede engendrar machitos. Vos, que sos dulce, nomás diste a luz una nena. Corrijo, sos dulce cuando querés. Porque a veces…
LIVIA: Me alegra escucharte tan dicharachero. Parece que estás repuesto de la pena.
HORACIO: Vos sabés que no. Justo lo contrario. Estoy deshecho. Pero soy actor, ¿qué querés que haga? Tengo deformación profesional y actúo hasta por los codos. No puedo enmudecer.
LIVIA: …
HORACIO: Pasé por el hospital antes de venir. Por eso tardé tanto. El doctor Fideleff pasa por los partes y los estudios a la noche. Me dieron los resultados de los últimos análisis. Fracasó todo.
LIVIA apenada sinceramente: Ay, Horacio.
HORACIO: Esta enfermedad de mierda me hace vivir con un dedo en el culo. Porque ya estaba que me iba, que me moría. Ya estaba que aceptaba la realidad, el paso cuatro, la aceptación, le llaman los médicos del dolor que me atendieron. Tengo la metástasis en la linfa, eso ¿cuánto tarda en llevarse a una persona? Y quería, quiero, irme con vos, Livia, con la Evita. Quiero morirme en tus brazos, en la casa vieja.
LIVIA: Acordáte que Rodolfo también vive en casa.
HORACIO: ¡Me cago en la hostia con tu Rodolfo! ¡Que te viva mil años tu Rodolfo y con su pan te lo comas! Pero yo me estoy muriendo, estoy condenado. Yo soy un muerto en vida.
LIVIA lo abraza, conmovida: Yo no te voy a abandonar a tu suerte, Horacio. No sé si podés considerarme una vieja amiga, pero sí… nosotros, a esta altura de la vida, somos como los veteranos de guerra, que se reúnen, se encuentran. Sobrevivieron a la misma catástrofe y…
HORACIOinterrumpe, impaciente: Me bajaron los leucocitos y los linfocitos. No hay más neutrofilia.
LIVIA: ¿Eso qué quiere decir, Horacio? No entiendo así.
HORACIO: Que puedo iniciar otro tratamiento.
LIVIA: Te podés curar?
HORACIO: . Quimioterapia, radiaciones.
LIVIA: Te podés salvar, Horacio? Eso es una gran noticia.
HORACIO: Chequeos de pulmón con punzamientos todas las semanas, controles diarios, eso no es vida.
LIVIA: Cómo que no, Horacio? Vos estás en la obligación de elegir la vida, por tu hija. Vos tenés una hija. Y por mí, claro. Por mí también.
HORACIO: No es tan fácil, Livia.
LIVIA: ¿Vas a dejar caer los brazos ahora?
HORACIO: El tratamiento no lo hacen en el hospital público. Es un tratamiento privado, lo hace en la Clínica de Hematología de los doctores Lein y Belinsky. Nunca un criollo en estos asuntos, eh. La Asociación de Actores no lo cubre. Pueden reintegrarme, dicen, el 20% en un año. Si vivo un año, si no cero reintegro. Ni al enterrador le van a pagar el reintegro.
LIVIA: Dios mío, qué injusticia.
HORACIO: Así está hecho el mundo.
LIVIA: Tan costoso no puede ser. ¿Cuánto sale el tratamiento que te proponen hacer?
HORACIO: Treinta mil pesos.
LIVIA: Ay, Horacio. Qué tremendo.
HORACIO: Ya sé.
LIVIA: Si yo tuviera esa plata, mirá…
HORACIO: Ya sé, Livia.Ya sé.
LIVIA: Rodolfo justo está en un momento de ajuste con el negocio. Si no le pedía y…
HORACIO: Le vas a pedir justo a Rodolfo. No te preocupes.
LIVIA: Es que no sé cómo ayudarte.
HORACIO: Paciencia. Teniéndome paciencia.
LIVIA: Pero yo no te puedo dejar morir. Cómo vivo después con esa carga? Cómo la vuelvo a mirar a Eva a la cara y decirle que en el último momento no te pude ayudar…?
HORACIO: Voy a pedir un crédito al banco.
LIVIA aliviada: Ah.
HORACIO: Tengo los papeles.
Horacio saca con lentitud los papeles del interior de la chaqueta. Su actitud, sus movimientos son los de una persona derrotada.
HORACIO: Pero yo no soy sólido para el banco, Livia. No son tontos, saben que me puedo morir antes de terminar pagar el crédito. Quieren garantes. Por eso me piden un aval, una hipoteca. Sin aval y sin hipoteca no largan un peso.
LIVIA: Son unos hijos de puta. ¿Era Brecht el que dijo “Robar un banco es delito, pero más delito es fundarlo”?
HORACIO: Sí, era Brecht.
LIVIA: Perra vida.
HORACIO: La casa vieja puede ayudar. De alguna manera sigue siendo los dos.
LIVIA: Vos decís que te hagan el tratamiento en Areco?
HORACIO: Yo digo que hipoteques la casa vieja.
LIVIA: No, eso no puedo.
HORACIO: Olvidáte entonces.
LIVIA: Es el único techo que tengo.
HORACIO: Dejá, Livia. Si es de Dios que tengo que reventar, tengo que reventar.
LIVIA: No puedo darte la casa vieja. Rodolfo me mataría.
HORACIO: Rodolfo te compra una. Te compra un chalecito con techo a dos aguas, y dos perros de guardia. Nomás cuando se entere que te acostaste conmigo, con tu marido, el único que te hizo gozar, el único que te hizo los hijos… ¡no va a querer ni dormir ni estar de pie en la casa vieja ni un minuto!
LIVIA: Rodolfo no tiene por qué saber…
HORACIO: Ya sé, Livia. Qué rápido te volviste una buscona. Yo siempre creí que vos ibas a engañarme en cuanto me descuidara. Que no me ibas a llorar ni dos semanas si yo no estaba tu lado. Que eras capaz de hacerlo con un tipo atrás de un palo de escoba y yo no me daría cuenta. Tan modosita, tan puta.
LIVIA: Horacio, me ofendés…
HORACIO: Qué rapido te deshiciste de mí. (Grita, aulla) Ah! Perdonáme, perdonáme! Estoy hecho una bestia, ya ni sé lo que digo. No te quise maltratar, disculpáme los zarpazos, Livia.
Horacio se le acerca, la acaricia.
HORACIO: Puedo vivir, pero voy a morir como un perro. Por tirado y por seco. Por no saber juntar. (llora desesperado) ¡Porque siempre creí que ahorrar era de burgueses recalcitrantes y yo era un artista, un gran artista, que no tenía cabeza para pensar en la plata! Entendéme, estoy loco. Te quiero y ya no tengo más chance ni con vos, ni con nada. Stefáno! ¡Me hubiera gustado hacer Stéfano! Me voy a morir sin actuarlo.
LIVIA: No te puedo ver así, Horacio. Me partís el alma.
HORACIO: Lo lamento. Te pedí la casa vieja, porque también era un poco mía. Así creí, pero también me equivoqué en eso.
LIVIA: Vos me firmaste que renunciabas a tu parte a cambio de no pasarle alimentos a Eva.
HORACIO: Pero sigue siendo de los dos la casa vieja.
LIVIA: Me firmaste…
HORACIO: Vos sabés que eso no tiene validez a la hora de distribuir la herencia.
Silencio incómodo.
LIVIA: ¿Me estás pidiendo que hipoteque la casa, sin contemplaciones?
HORACIO: No. Te estoy pidiendo uno, dos años de vida.
LIVIA: Dicho así…
HORACIO: Si tengo cinco años de sobrevida, con cinco años que Dios me dé, te devuelvo todo, Livia. Peso sobre peso.
LIVIA desesperada en la disyuntiva: Horacio, Horacio…
Horacio abre la maleta, saca una arrugada escritura.
HORACIO: Esta es la escritura de la casa vieja. Me acuerdo el día que fuimos al escribano, ese tipo tan envarado. Parecía el General San Martín cuando ya está anciano en Boulogne-Sur-Mer. Vos te reías!! Estabas tan feliz, éramos felices.
LIVIA: Vos no querías comprar la casa.
HORACIO: Tenía miedo.
LIVIA como en trance: Vos no querías ataduras conmigo, querías ser libre, decías. Para actuar. El teatro era tu pasión; yo eso lo entendía. Pero yo no quería vivir en un cuarto de pensión, como una cualquiera. Arrimada a un hombre, amancebada. Cuando perdí los bebés, vos dijiste que era un alivio.
HORACIO: Yo cometí muchos errores, Livia.
LIVIA: El médico nos dijo que como no nacieron no era necesario enterrarlos. Eran deshecho biológico. Es feo, es horrible. Pero el entierro era muy doloroso psíquicamente para una puérpera. Vos te opusiste, firmamos que queríamos los cuerpecitos. Los enterramos en el Cementerio Municipal, vos me dijiste que así era una manera de tenerlos, de saber que tuvimos una familia a punto de florecer. Esas fueron tus palabras. Yo te creí, yo bebía de tu boca. Después, yo iba sola al Cementerio.
HORACIO: Dejáme reparar mis errores.
LIVIA; Qué tétrico.
HORACIO: Si vivo, voy a darte los años más felices de tu vida.
LIVIA: Les llevaba un ramito de clivias. Después, planté salvia, lavanda alrededor y ya no fui más.
HORACIO compadecido: Pobre, mi querida.
LIVIA: Me fue esquiva la maternidad.
HORACIO: Pero al final nació Eva. Y nos devolvió a la alegría, al amor.
LIVIA furiosa: ¡No es cierto! ¡No la querías tener y después nunca la quisiste! ¡No te importaba! ¡Ya no hables más, Horacio! No quiero saber más. ¿Dónde querés que te firme? ¡Dame esos malditos papeles que te firmo de una vez y ojalá te cures y te pudras!
Horacio le tiende los papeles.
LIVIA: ¡Te firmo, te firmo! Conste que te firmo por Eva, por mi hija!
Livia temblorosa, rabiosa, en una crisis de nervios, firma y se los tira a la cabeza.
LIVIA: ¡Ahí tenés tus papeles! ¡Ahí tenés tu plata!
Golpes a la puerta.
LIVIA: Ahí está Eva.
HORACIO: Livia, Livia…
LIVIA: Salgo un rato.
HORACIO: Livia, calmáte.
LIVIA: Quedáte con Eva vos. Y arregláte.
HORACIO: Volvé, Livia. No hagas una locura. Mira que la calle es peligrosa, no te metas en lugares que no conocés. Hay un barcito acá cerca, te pedís un café, una leche, respirás. Hacen las sfogliatellas napolitanas, esas que hacía tu mamá y a vos te gustan. Pedíte una sfogliatella, el dulce hace bien. Te da energía. Es importante tener energía para enfrentar los combates de la vida…
Livia sale, portazo.
Fin de escena 3


Escena 4
Mismo camarín. Noche de ese día.
Horacio está arreglado, orondo, perfumado. La tez colorada, la actitud de una persona satisfecha. Mira por la ventanita, luego va hacia el espejo, enciende todas las bombitas. Se contempla, suspira.
Entra Livia, que parece su opuesto. Desarreglada, desabrochada, el pelo revuelto, la pintura corrida. Con un pañuelo se tapa la boca, se seca la transpiración, se enjuga las lágrimas.
HORACIO: ¿Qué pasó? Te esperé todo el día. Quedamos en que íbamos a pasar el día juntos.
LIVIA: Vos no tenés cáncer.
HORACIO: Me plantaste. Ibamos a ir a Isis a comer los sándwiches de pavita que hacen ellos. Vos sabés cómo me gustan los sándwiches de pavita. Ibamos a ir al cine, a ver una francesa. A vos siempre te gustaron las películas francesas, yo me aburría, pero…
LIVIA: ¡Vos no tenés cáncer!
HORACIO: Pensaba que íbamos a dormir juntos esta noche. Anoche querías, después no querías. Pensé que capaz hoy se te iba la estrechez y me dabas ese gusto. Tampoco es que vos seas la pasión personificada. Te echás, te dejás hacer y a mí me entran ganas hasta de disculparme: “¿Te molesté, Livia?” “Qué va, Horacio, si ni lo sentí”. Siempre así; yo te hacía el amor y vos bostezabas.
LIVIA: No me estás escuchando, Horacio. ¡Vos no tenés cáncer!
HORACIO: Una cura milagrosa.
LIVIA: ¡Un timo! ¡Un cuento el cáncer!
HORACIO: No creas, es uno de las causas de mortalidad más altas en Occidente. Los chinos no, son menos cancerosos.
LIVIA: Pensé que te morías. Y me daba culpa dejarte morir como una rata. ¡Pero no tenés cáncer!
HORACIO: Parece que no te alegra la noticia.
LIVIA: Actuaste el canceroso, hijo de mil putas.
HORACIO: Parece que te gustaba más si estaba muerto. Después decís que sos buena, una mujer piadosa. ¡Qué infamia, por favor!
LIVIA: Jugaste con mis sentimientos por vos.
HORACIO: Cuando yo era chico iba a ver las cintas de don Luis Sandrini y ya de chico, me ponía al espejo y le copiaba, los gestos, las acciones. Qué gran actor, el día que lo conocí casi me meo en las patas.
LIVIA: Fui al Hospital Argerich, la parte de Oncología. Me late que vos ni siquiera sabés qué quiere decir la palabra oncología. No te molestaste ni siquiera en armar un buen libreto. Soy tan poca cosa para vos que bastaba la sonrisita y el personaje magnánimo, mártir de su propia suerte.
HORACIO: Los actores tienen lo suyo, algunos tienen luz propia. Año ’64 con el Teatro de Los Independientes hacemos una puesta de Galileo Galilei. Yo no sé si estoy espléndido, pero es como si no me viera nadie. Año siguiente hacemos una adaptación de Arlt, de Roberto Arlt, que ya estaba muerto. Erdosain el humillado, adaptación de Onofre Lovero. Yo estaba ahí, en bastidores, por si a Onofre le pasaba alguna cosa y necesitaba un reemplazo. El público aplaudía de pie a Onofre después de cada función. Nunca necesitó un reemplazo, nunca, nunca. Ese hombre era un genio; yo, era el imbécil; ese hombre haciendo de Erdosain me demostró que yo era un imbécil.
LIVIA: Nadie sabe de un paciente que se llame Horacio Ostrovich.
HORACIO: No dí mi verdadero nombre en el hospital. No quería que nadie me reconociera, me tuviera pena. Preferí el incógnito y di un nombre falso.
LIVIA: En la Obra Social de la Asociación de Actores, tampoco saben que estuvieras enfermo. Saben que tenías deudas, saben que sableabas a Dios y María Santísima. Saben que dejabas pelado a quien le ibas con algún cuento.
HORACIO: Quién te dijo eso? Si fue Perduli, el de Recepción, es porque me odia. Yo le quité hace muchos años el papel de Bruto. Y le quité una novia también; una rubia, primorosa.
LIVIA: ¡De qué Perdulli me estás hablando! Me pasé el día esperando que el erudito del Dr Lein aceptara contestar mi llamado, levantar el tubo y decirme una palabra. ¡Quería una sola palabra que me salvara del infierno! Cinco horas estuvo hasta que se dignó hablar.
HORACIO: Cuando los médicos se dan corte, son tremendos.
LIVIA: ¿Qué Ostrovich ni Ostrovich? No existe ningún Ostrovich, me dice tu doctor Lein. “¿Para eso molesta, señora?” Qué vergüenza.
HORACIO: Seguro lo pronunció mal. Porque es judío. Lein es judío. Y dice Ostróvich, con acento en la o. Pero es croata Ostrovich, y se acentúa en la i. Me revienta cuando creen que soy judío y soy hijo de croatas. O qué sé yo: mi madre me dejó cuando yo tenía un año. Capaz que ella era judía o negra o criolla. Qué sé yo.
LIVIA: No existís, Horacio. ¿Te das cuenta de eso?
HORACIO: Mirá el Anuario de la Asociación de Criticos de Espectáculos de la Argentina, y vas a ver que existo. Mirá los programas de mano del Teatro de la Ribera, en La Boca. Todos los años hago una obra ahí. A beneficio siempre.
LIVIA: No me importa para qué querés la plata. No me importa qué pito toca esa tal Magda y su hija Celeste en tu vida. Si te vas a casar con ella, como le prometiste, o no. Un comino me importa, lo único que te digo es que no es legal el modo en que me quitás mi casa.
HORACIO: Ya fuiste de conventillo: por eso Eurípides odiaba a las mujeres. ¿Y qué te dice Magda? Que tengo una aventura de amor con ella, que no contesto sus llamados. Ella me persigue, ella me está encima a cada rato: eso seguro que no te lo dice. Y que es loca, pobrecita, loca como una chiva, no te lo puede decir.¡Que no la quiero, te dijo, que siento asco, que me da repugnancia acostarme con ella! Porque a ver si entendés: ¡a la única mujer que quise en toda mi vida es a vos!
LIVIA: No, no me dijo que está loca de amor por vos. Me dijo que te llevaste todas las cucharitas de plata que tenía. En algún momento, la señora ésta sale al baño y vos te apropiás de la platería. ¡Un ladronzuelo, Horacio!
HORACIO: Habla de despechada. Qué querés que te diga una mujer a la que se despreció?
LIVIAangustiadísima. Y que le robaste un cuadro de Prilidiano Pueyrredón, un original. Lo descolgaste, dice ella que cuando fue al baño, que vos le pusiste un nárcotico en el oporto, en la sobremesa, no sé. Una mujer tocándose, ese era el cuadro que le robaste.
HORACIO: Cómo delira esa vieja.
LIVIA: Ella avisó a la policía, a los traficantes de obras de artes…
HORACIO: Todo mentira, Livia. Yo no puedo distinguir una caricatura de Divito de un Prilidiano Pueyrredón, hacé el favor. Son los calores de la menopausia que la tienen así a la vieja ésa.
LIVIA: No es legal, Horacio. Yo voy a contratar a un abogado y te voy a quitar mi casa. Porque es mía.
HORACIO: Vos no vas a contratar a nadie.
LIVIA: Me estafaste otra vez.
HORACIO: Me estoy cansando de este jueguito, Livia.
LIVIA: Le manoseaste la hija, dice. Veinte años tiene la hija.
HORACIO: Estoy harto de celos y persecuciones. Harto.
LIVIA: ¿Qué hacés vos seduciendo una jovencita de veinte años?
HORACIO: ¿Para qué viniste, Livia? Tenés una misión cristiana que cumplir? Para qué viniste, decíme.
LIVIA: Porque sos el padre de Eva.
HORACIO: Te cagás en eso, siempre te cagaste en eso. No la hiciste que me llame una sola vez en toda su vida. Ni para mi cumpleaños, ni un estreno importante, nada. Porque a ese pueblo de mierda, los diarios llegan. Te enterás si estreno.
LIVIA: Vos tenés obligaciones con ella y no ella con…
HORACIO: Vos estás hasta la coronilla de Rodolfo. Y venís a ver si podés retomar conmigo, que soy un idiota y siempre te quise. Pero esta vez, como viniste te vas.
LIVIA: Me escribiste que te morías.
HORACIO: Viniste porque te gusta cómo te lo hago yo. Ahora, si ya no te gusta te vas.
LIVIA: Que era un cáncer terminal, escribiste.
HORACIO: Cincuenta mujeres como vos tengo.
LIVIA: Que te quedaba poco tiempo.
HORACIO: A la salida del teatro, hacen una cola. Mujeres hermosas, no vayas a creer que te hablo de esperpentos. La Magda esa, si la viste, no es ningún adefesio.
LIVIA: Es tuerta.
HORACIO: Una mujer muy apetecible, en la cama era un torbellino.
LIVIA: Tiene un ojo de vidrio.
HORACIO: Era una amante experta, le gustaba el sexo. No era ninguna sardina.
LIVIA: Bastón usa.
HORACIO: Te vas ya. Te quiero fuera de mi vista.
LIVIA: No!!
Horacio la empuja para echarla del camarín. Ella se defiende violentamente, agarrándose al dintel de la puerta, a lo que sea.
LIVIA: ¡No me echás!
Horacio ha caído en la butaca, está cansado por la lucha él también.
LIVIA: Rompé delante de mí los papeles del Banco.
HORACIO: No puedo.
LIVIA: Rompé esos papeles!
Livia como loca, los busca por todo el camarín dando vueltas todo.
HORACIO: No están, no los tengo más. Digo, decía, tardaste tanto en venir, que pensé que te arrepentiste. Vos sos una pluma al viento, como dice la Opera. En un momento renuncié. Dije: Livia es grupo que me quiere; Livia no me quiere. Fui al Banco y presenté los papeles, llené el formulario. El crédito de los treinta mil pesos está en marcha. Ahora, decíme, ¿qué esperás para irte?
LIVIA: Por qué me hacés esto?
HORACIO: Porque estoy solo. Porque estoy viejo.
LIVIA: Esa no es una respuesta.
HORACIO: Porque soy un hombre débil. Porque soy débil ya para pelear por vos, por nosotros…
LIVIA incrédula, herida: ¿Débil?
HORACIO: Y vos sos mi debilidad. Me podría haber ido con otra mujer, me podría haber vuelto a casar. Pero no puedo. ¿Y por qué no puedo? Porque no te puedo sacar de mi cabeza, porque tu ausencia, tu perfume, tu piel, me hacen débil. Yo diría que hasta tu existencia me debilita, es enfermiza tu existencia para mí. Es amor, ¿quién lo duda?, lo que yo siento.
LIVIA: Me estafaste.
HORACIO: Porque tengo mucho tiempo para pensar.
LIVIA: Vos me odiás.
HORACIO: No.
LIVIA: Vos me odiás.
HORACIO: No. O sí, a veces.
LIVIA: Eva está deshecha. Cree que te vas a morir mañana. Vos no tenés corazón; sos capaz de matarme la hija para dártelas de pachá con la vieja tuerta.
HORACIO: Está bien que sufra: es digno. Soy su padre, ¿no? Que me funcionan los bichitos del esperma es algo que con dos lápidas y la Evita podés comprobar. Pero después me quité todo lo que tenía en los testículos; para no hacerle hijos a una chitrula que los abandone. Como hizo mi madre conmigo. Hasta los seis meses, me tenía en la cuna y yo lloraba, pedía la teta, la mamadera, qué sé yo, y ella se reía. No pensaba en el crío, pensaba en los machilongos, en los trapos que ponerse… ¿Cómo no me iba a venir contrahecho?
LIVIA: Eso es de Ricardo III. Ese no sos vos.
HORACIO ríe: Touché!
LIVIA: Vos no sos nadie.
HORACIO: ¿Sabés que decía mi padre? Para que los hijos sean sanos, hay que matarles la madre antes que tomen la primera teta. Ahí tenés.
LIVIA: No sos nadie, no sos el actor que vos decís que sos, no sos el hombre que decís que sos, el amante que decís que sos…
HORACIO: Don Pedro Alberto Jacinto Ostrovich y vos que lo querías tanto.
LIVIA: …no sos el padre, que seguro decís por ahí que sos y con el que te llenás la boca, no sos el marido que decís que sos, no sos persona. Un pedazo de mierda tiene más consistencia que vos.
Horacio ofendido en su honor, le pega un cachetazo brutal a Livia.
LIVIA: ¿Qué más?
HORACIO cebado: ¿Querés más? ¿Querés que te ponga en tu lugar? Querés que te enseñe quién es el hombre acá?
LIVIA: Te voy a denunciar.
Horacio la agarra de los pelos y la fuerza.
HORACIO: ¿A quién vas a denunciar?
Livia, de repente, se abraza a él.
HORACIO tratando de quitársela: ¿Qué hacés?
LIVIA: Besáme, besáme, Horacio.
HORACIO: Salí, no quiero.
LIVIA: Besáme, por favor.
Horacio se la saca de encima y la sienta en la butaca. Livia se hunde en la butaca.
LIVIA arrebujada, suplicante: Bésame, mostráme que esto no es cierto.
HORACIO: …
LIVIA: Decíme que me querés, mostráme.
HORACIO: …
LIVIA: Decíme que este mal, que todo el mal, no es cierto.
Horacio va hacia el espejo con marquesina, comienza a componerse la ropa, que ha quedado mal trazada por Livia. Se peina con saliva las cejas, el jopo. Se abotona la camisa, disimula el botón que se salió en la pela con Livia.
Largo momento.
HORACIO: Livia, vamos. Levantáte.
LIVIA: No…
HORACIO: Vamos, Livia. Cae el telón, hay que irse.
Horacio ayuda a Livia a levantarse.
Apaga las luces del espejo. Livia, apoyada en él, comienza a salir.
LIVIA: Horacio, ¿por qué?
HORACIO: Hay un lugarcito acá al lado, seguro que tienen sándwiches de pavita. Vamos, Livia. Mové los piecitos.
Salen los dos de escena
Apagón.
Fin de la obra Debilidad.













HONRARÁS A TU MADRE, DE Patricia Suárez

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HONRARÁS A TU MADRE


Por Patricia Suárez
EMAIL: cazadoraoculta@gmail.com




Un campo de la Argentina
En tiempos pasados


Personajes
Gildo, el padre
Julia, la madre
Dante, el hijo
Adelina, la hija


Escena 0
Cinco años atrás.
Dante está acostado en un jergón de paja en el cobertizo, entre pilas de heno y forraje. Primero oye el ladrido de los perros; abre los ojos, es de noche aun. Oye el portazo que se abre en el cobertizo donde él duerme.
ADELINA: Dante, Dante.
DANTE sobresaltado: Qué pasa, qué es?
ADELINA: Estás despierto?
DANTE: Sí. ¿Qué hacés acá? Amarás a …
ADELINA: Tu prójimo como a ti mismo. Vos qué hacés acá? No tenés que estar en la casa con los viejos?
DANTE: Está que pare la vaca roja.
ADELINA: Vos te acordás de cuando éramos chicos, de todo?
DANTE: No. Eso fue hace mucho.
ADELINA: Por qué no te querés acordar?
DANTE: Pasó hace mucho, no sé. Jesús dice que hay que perdonar.
ADELINA: Mañana pasará un carro por ahí delante, en el camino real. Yo te mandaré un regalo. Vos no tengas miedo y agarrá el regalo que yo te mando y que es para vos.
DANTE: Es una encomienda del Correo.
ADELINA: No.
DANTE: Por qué no me lo trajiste vos al regalo? A vos te dejaron salir, Adelina?
ADELINA: No. Sí. Ayer salí, pero chito. No lo sabe nadie que salí; ni vos lo vas a saber. Vos juntá el paquete que se caiga del carro.
Adelina se desvanece. Dante cae en el jergón muerto de sueño.
Poco después despierta, sobresaltado. Con la mano en el pecho. Ya hay luz; canta el gallo.
DANTE: ¡Adelina! ¡Adelina dónde estás?! ¡Adelina!
Busca por todos lados, se sienta en el jergón y comienza a llorar con sollozos dolorosos y profundos.


Escena 1
Pequeña sala de los padres. Hay una gran mesa basta, sillas, un par de banquitos muy bajos, para quitarse las botaas; una máquina de coser, dos sol de noche, una lámpara de velas. En la pared un látigo, un rebenque o un talero tirado por encima de la mesa. Uno o dos animales disecados, tal vez una cabeza de vaca en la pared y un gato sobre una vitrina. Dentro, la porcelana fina, la mayoría cachada. Algún botellón de cristal, una bombonera, una cigarrera, todo o roto o ajado. Un espejo muy sucio, unas flores marchitas. Dos retratos en la pared, uno de una niña de 8 o 9 años en blanco y negro, y otro de una adolescente en blanco y negro también. Julia está tejiendo una manta a los pies que ya le cubre los pies. Es de lana negra.
Dante está sentado a la mesa. El padre entra y sale; trayendo piezas de caza.
JULIA: Mejor sentáte y escribí, Dante. Por favor te lo pido. Escribile una carta a la Adelina. Que empiece: “Querida Adelina, hija…”
DANTE: Me gustaría firmarla yo también ya que le escribo.
MADRE: Vos le escribís otra, que para eso sabés leer y escribir.
PADRE: Para eso te mandamos al catecismo.
MADRE: “Hace mucho que no sabemos de ti; la enfermera Brunilda no nos mandó noticias tuyas y no podemos saber si te llegó la viyelita para hacerte el vestido o no…”
DANTE: Mama, si le pone eso está haciendo quedar como una ladrona a la enfermera….
MADRE: Es que debe ser una ladrona.
PADRE: Seguro.
DANTE: Dita me dijo que la vio el otro día a la salida de misa.
MADRE: ¿A quién? ¿A mí?
DANTE: Sí.
MADRE: ¿Yo la saludé?
DANTE: No.
MADRE: Entonces no la ví a Ditta. Iba con las nenas?
DANTE: Sí.
PADRE: Tu madre no vé nada; le estoy diciendo que se haga ver por el doctor de la ciudad pero no quiere. No quiere viajar a la ciudad.
MADRE: Si me tengo que quedar ciega, me quedaré ciega. Mirá cómo tejo la manta lo más bien, y eso es que lana renegrida, teñida por las tintoreras viudas y sin hijos con sus propias lágrimas. Guarda, capaz sea tu mortaja, Gildo.
PADRE; Cruz diablo!
DANTE: Qué más le pongo en la carta?
MADRE: Tachá lo de si le llegó la viyelita. Vos tenés razón en lo que decís. Preguntále si come bien, si tiene agua caliente para bañarse una vez por semana, si los remedios le hacen efecto y está un poco menos trastornada…
PADRE: Vos comés vizcacha, Dante? Las nenas comen vizcachas? Porque cazamos unas los otros días con el Ceferino y los perros de él y si las hacés en escabeche, te chupás los dedos. ¿No es cierto, Julia? Tu madre las hizo pero después le vino que se le revolvía el estómago. Es la edad; la edad te dá flojera con el cuchillo faenar animales.
MADRE: Cazó una vizcacha flaca, llena de gusanos, apestada. Eso me revolvió el estómago. ¡Decirme floja a mí! ¡A una gringa del campo!
PADRE: Estás floja, Julia. No te hagas la chiquilina.
MADRE: Estoy vieja, no estoy estúpida.
PADRE: Decile al Dante que te traiga el San José así te devuelve la juventud, los colores. Capaz que te revive por dentro como le pasó a la Sara de la Biblia. Dante, vos no me acompañás a San Justo a buscar una perra? Es una perra de aguas obediente, con la boca blanda. Es de raza, es una perdiguera de San Juan del Canadá.
DANTE: Y cómo llegó hasta acá del Canadá?
PADRE: No sé. La trajo uno.
DANTE: Capaz le quieren meter cualquier cosa. Un mastín.
PADRE: No, no. Es una perra de aguas, de pelaje corto, negro. Es un sueño la perra.
MADRE: Calláte, Gildo. Qué sucio. Andáte al cobertizo con tus bichos.
PADRE: Me voy sí. Pero sabélo porque sos mi hijo. Es mi sueño una perra así. Lleváte la fuente con las vizcachas.
DANTE: No creo que las nenas coman la vizcacha, papá. Son chiquitas. Pero si cazó perdices, me llevo las perdices.
PADRE ofendido: No es tiempo de perdices. No hay perdices, parece que se extinguieron. Aparte necesito la perra para cazar perdices, porque los perros del Ceferino cobran mal. No se mantienen tranquilo cuando el ave vuela y oye el tiro; no se sacuden a la orden. Se sacuden cuando quieren, la otra vez el blanquito se sacudió el agua arriba del bote y casi nos hundimos.
MADRE ríe a carcajadas: Te miente, Dante. Es cuento lo de los perros del Ceferino.
PADRE: No es cuento.
MADRE: Es cuento: les apunta y dispara a cualquier lado. La otra vez Ceferino se mataba de la risa contando que tu padre quiso matar una pava de monte y le disparó a una piedra. “Dura la pava de monte”, gemía tu padre. Ceferino partido en dos de la risa, viste cómo son los peones para reírse de los patrones cuando se vienen viejos e inservibles.
PADRE: Sos mala, Julia. Decirme inservible. Que nunca te veas en el monte sola, sin comida y yo tenga una escopeta en la mano.
Dante vuelve a la carta
DANTE: Le pregunto si la dejarán venir de visita.
MADRE: No le preguntes eso, que se pondrá peor. Vos sabés que tu hermana tiene una enfermedad muy mala, muy fuerte. Es una locura de familia. La prima Nilda, que quedó en Italia, murió loca. La tenían atada a la cama, no asomaba ni la nariz a la calle. Porque era un enemigo público del pueblo, los quería matar a todos. Persona que se le cruzaba, persona que quería matar. La Nilda ésta se enfermó como a la edad de tu hermana, pobre ángelo, y vivió loca hasta el final. Tu padre no quiere admitirlo; dice que tenía lombrices nomás.
DANTE: Cuál prima Hilda?
MADRE: Nilda, sobrina.
DANTE: No sé quién es. Yo lo que le digo es que usted pasó al lado de la Ditta que iba con las nenas, que son sus nietas, le recuerdo y ni las saludó.
MADRE: Capaz estaba muy distraída el domingo. Por eso no la vi a tu mujer. Ojo, si ella era la que venía con un montón de críos agarrados a las polleras, no la saludé porque yo no creí que fuera mujer tuya. Porque vos tenés tres hijas nada más… Tenés tres hijas?
Dante está concentrado en la escritura
DANTE: Estaría con los hijos del Dioni, el hermano. Rulito y…
MADRE: No sé. Pero yo me quedé muy preocupada por lo que dijo el padre Aurelio y lo dijo en la homilía. Eso de que No adorarás a otro Dios más que a mí, primer mandamiento que Dios ha dado al hombre. Porque Dios castiga al idólatra. Y vos lo que hacés con el San José de palo es una idolatría.
DANTE: Es San José el esposo de la Virgen y padre de Nuestro Señor Jesucristo.,
MADRE: Padre putativo.
DANTE: Lo que sea.
MADRE: El demonio, dijo el padre Aurelio. Propio el demonio si uno encuentra una maderita tallada y dice Es San José y Es milagroso.
DANTE: No quiero pelear, mama. Usted sabe que el padre Aurelio quiere que lo done a la parroquia y yo no quiero. Porque si me lo encontré yo, es mio.
MADRE: Los santos son de la Iglesia, Dante.
DANTE: No quiero pelear más, mama.
MADRE: No vamos a pelear. Te aconsejo, te doy un consejo bueno. Para eso soy tu madre. Ya sé que vos pensás que es mejor no haber nacido o haber tenido la estrella de ser hijo de un millonario del petróleo. Pero te tocó ser hijo mío. Y de tu padre, claro. Eso aparte. Vos tenés que deshacerte del San José por el bien de tu alma y de la de tus hijos. De la de tu mujer, no me meto porque ella es tedesca y quién sabe qué honran los tedescos.
El padre ha venido y se sienta, lo mira atentamente.
DANTE: Yo sé que usted no me lo cree. Pero se lo cuento porque es mi madre y me dio el ser. Con unos pesos del Dioni, el hermano de la Ditta, compramos un terrenito. El de los Francese que estaba seco, reseco, la tierra se cuarteaba… Fui con el San José, me pasee de esquina a esquina del terreno… Le juro, mamá, por esta cruz (se besa los dedos en cruz), a las dos semanas, tenía un vergel ahí. La Ditta fue, hizo huerta, tomate, repollo, tomillo, laurel…
MADRE: Deber ser cosa del demonio.
DANTE: Por qué va a ser cosa del demonio, si la figura es San José?
MADRE: A veces los ojos nos engañan. Los sentidos nos engañan.
DANTE: Se lo presté a la Laura Poggio. Trece años casada y nunca una preñez: le llevé el San José y a la noche siguiente le prendió. Si le nace varón, le pone José. Si hembrita, Josefa. Capaz, mama, yo le traigo el San José acá y él le hace un milagro. El le quita la gota a papá, él le hace que su corazón se arregle…
MADRE: Mi corazón no tiene arreglo.
DANTE: Pero mama, el San José es tan bueno…
MADRE: No, no, no, no. Nada queremos de tu San José. Además la gota incurable, tu padre ya lo sabe. Está cada vez peor; (baja la voz): sale a cazar patos, y, me contaron, arma tal gritería que los espanta. Los patos vienen volando arriba alto en el cielo y parece que lo oyen a tu padre y se espantan. Dispara y gasta municiones nada más. Yo creo que se está volviendo loco. A lo mejor la Adelina no es loca por nada, sino que sea hereditario… (alarmada) Hijo: ¿vos pensás que tu padre tiene la sífilis? ¿que yo, que vos, tenemos la sífilis?
DANTE: Mama, me voy a tener que ir. Ya es tarde y…
MADRE: Vos lo que te pasa es que trabajás mucho, Dante. Vos tuvieras un hijo varón, tenés un descanso. Como nos pasa a nosotros con vos. Que sos nuestro tesoro. Pero todas nenas, todas nenas, la Almita, la María… ¿Cómo es la otra?
DANTE: Catalina.
MADRE: Eso. ¡Qué nombre Catalina! Pún pún, pon pón. ¿Y por qué Catalina? No te digo que le pongas Julia, porque no quiero escorchar siendo la suegra, pero ¿por qué no Julia antes que Catalina? La madre de tu mujer cómo se llama? Ah, cierto, Diomira, como ella. De dónde salió Catalina, quién es? Catalina Catalinón. Es un nombre de cogotuda, será una criatura soberbia. Te va a traer disgustos.
DANTE: No la conoce a Catalina.
MADRE: Me doy idea.
DANTE: Podría venir a verla.
MADRE: Es igual a vos o es igual a tu mujer. A uno de los dos, sale. Y sino se parece ni a vos ni a tu mujer, mejor que no me entere. ¿Vos sabías que el monaguillo del padre Aurelio tenía relaciones con la viuda Perotti? Andaba con la viuda Perotti, sí. Ella vistiendo el luto y enjugándose las lágrimas con pañuelito negro…! El difunto caliente todavía en la tumba y ella con el monaguillo, ¿cuántos años tendría el monaguillo? Gildo, vení. Cuántos años tendría el monagauillito rubio ese que tiene el padre Aurelio?
PADRE off: ¿El que es maricón?
MADRE: Ah, tu padre. No se le puede preguntar nada, que te sale con cualquier burrada.
DANTE: Ditta piensa que usted la desprecia.
MADRE: ¡Pero no! ¡Mirá como tengo los tobillos hinchados! Esto es el corazón, Dante. Me lo avisó el doctor. ¿Querés que reviente yendo a conocerte a las hembritas? (Un silencio) Cuando tengás un varón, yo voy.
DANTE: A lo mejor se dé ahora. No sé…
MADRE escandalizada: Está otra vez? ¡Tu mujer es propio una coneja!
Dante apronta sus cosas.
MADRE angustiada: Te vas?
DANTE: Me voy.
MADRE: Nos dejás así? ¡Gildo, vení que tu hijo se quiere ir!
Gildo entra, a fligido.
PADRE: Cómo te vas?! Lo ofendiste, Julia?
MADRE: Pero no! Cómo lo voy a ofender si él es la luz de mis ojos. No ha existido muchacho más bueno que el Dante desde que el mundo es mundo.
PADRE: Ah, lo ofendiste. Pedile disculpas.
MADRE: Disculpas por qué? Soy la madre, ¿no puedo decir lo que pienso?
PADRE: Estás hecha una vieja bruja.
MADRE: Gildo, hijo, quedáte con tus padres un rato más.
DANTE: Mama, me tengo que ir de verdad.
MADRE: Se va de balde. Reténelo, Gildo. Se quiere ir.
PADRE; Quedáte un poco más. Hacéme la promesa que me acompañás a San Justo a buscar la perra de aguas.
DANTE: Estoy retrasado, papá. Me está esperando el cerealista…
PADRE: Maldición de Dios los cerealistas, los acopiadores, los patronos, los sindicalistas. ¡Maldito el que inventó la plata, el que inventó el trabajo! Ojalá viviéramos todos de la caza y de la pesca!
Dante hace una pequeña reverencia y besa la mano derecha de la madre y la mano del padre. Mientras lo hace la madre pone su mano izquiera sobre la cabeza del hijo, y dice, sonriente:
MADRE: Honrarás a tu madre…
Oscuro. Fin de Escena 1


Escena 2
En medio de un camino, cuenta a los feligreses
DANTE
Póngase alrededor, así, al lado de la chica rubia. Eso, así escuchan mejor.
Lo cuento para que sepan la historia y no anden creyendo que soy un ladrón, un sacrílego. O un charlatán que es peor.
Hace cinco años pasó. Los pajonales estaban así de alto, porque había llovido toda la estación. Por abril, lluvias mil. Hará de esto que cuento un año cumplido.. Por acá antes, antes del ferrocarril, había un camino real. Pero hablo de hace mucho, cuando todavía había indios. Después tendieron el ferrocarril y todos usaron el camino aquel y a éste, el viejo, lo dejaron. Por acá pasábamos los chicos para ir a la escuela nada más.
Yo llevaba la canasta de huevos a la feria porque mi mujer no podía.
Estaba de parto; la Catalina.
Igual que ahora me picaban los tábanos.
(se mata uno contra los tobillos)
Cómo duelen estos bichos.
Entonces veo pasar un carro delante mío.
Alzo el brazo para saludar al carrero. Pero el carrero no se vuelve. Venía encapotado por si lo agarraban las lluvias. Tenía un caballo, un tordillo, al trote.
Me quedo parado esperando que pase y veo que le cae un paquetón.
Me quedo parado como una estaca.
Después me viene de agarrar el paquete y correr el carro.
Y lo hago. Porque nací honesto y me voy a morir honesto.
Pero chapaleo en el barro y no llego, y cuando le doy voces, no me oye. Así que me siento, abro el paquete.
(se persigna)
Es un San José Obrero, de madera de palo rosa y aureola de bronce. Los ojitos, como pueden ver, son de cristal. Tiene la escuadra, tiene las herramientas con las que trabaja en la carpintería. Me puse a llorar. Me quedé sentado llorando.
Que es como estaba mi alma.
Doblada y llorando.
Pero a lo mejor es como dice la mama, el hombre vino al mundo para sufrir.
Se recompone
Después, cuando se enteró, el cura del pueblo me ofreció un montón de plata si se lo vendia. Yo no lo vendo. Yo le dije: Padre Aurelio, si usted lo deja en la parroquia, yo se lo cedo a la parroquia. Pero si se lo lleva del pueblo, no se lo entrego. Que hago un pecado, que esto y que lo otro. Yo, en mis trece. Me puso la familia en contra. Porque el San José Obrero es una imagen de mucho tiempo, de los españoles que vinieron a conquistar y vale un montón de plata.
Yo le dije a San José:
Vos cuidame a mí y yo te voy a cuidar a vos.
Y ese es nuestro pacto.
Por eso las cosas me van mejor.
Todo lo que tengo se lo debo a él. Esa estautita de un codo de alto, es más padre para mí que mi padre.
Ahora, en fila uno por uno. Se agachan delante de él y le besan el pie sin poner la boca, que es sucio. Así (muestra el gesto). Primero, se ponen el beso en los dedos y con los dedos y suaves le besan el pie. El les va a cumplir; él ha sido padre y sabe lo que necesita un hijo. El es el padre de todos nosotros.
No, no. No me den nada, no me dejen nada. Sean buenos y pídanle con el corazón, que él escucha. El vino a este pueblo perdido de la pampa para traernos alivio.
No, no. No quiero, señora. Le saco un panecito porque soy goloso, para probarlo. Uno solo nomás.
Teniéndolo a San José tengo todo lo que me hace falta.
Que les haga bien a ustedes, como me hizo a mí.
Hace una reverencia y se corre, para que la fila avance hacia el santo.


Escena 3
Mismo escenario, escena 1.
Julia teje crochet la manta. Entra Gildo con la escopeta al hombro y un pájaro negro, picudo. Es un cuervillo de la cañada.
JULIA volviéndose: Eso qué es? Eso no se come.
GILDO: Lo trozás y lo fritás y se lo metés a un guiso.
JULIA: Yo una porquería no voy a comer.
GILDO: Me lo hacés para mí.
JULIA intentando ver, se acerca: ¿Qué es? (Lo ve) Oh, por Dios: es un cuervillo de la cañada. Cómo vamos a comer ese pajarraco? Vos estás loco, Gildo.
GILDO se encoge de hombros: Los perros del Ceferino ladran y espantan a los patos. Los patos están siempre alerta. Los otros no…
JULIA (examinando el pájaro): Vos sabés, Gildo. No se come el cuervillo, no se come el biguá, no se come la gallareta. Basta de traer estos bichos.
GILDO: No lo querés comer, no lo comés. Me lo hacés a mí, primero frito y después en guiso.
JULIA: Anduviste por los cañaverales. Sabés que son peligrosos, que te podés resfalar…
GILDO: Los ví en la procesión.
JULIA: Qué procesión? Qué santo es hoy?
GILDO: Lo vi a tu hijo haciendo la romería. Con los romeros que vienen y le piden al santo.
JULIA: Cómo los viste?
GILDO; Iba persiguiendo los patos. No eran patos al final, eran los bicharracos estos. Los cuervillos. Pero vuelan tan alto que uno no puede adivinar si son patos, si son cuervillos… Ellos estaban todo ahí en el clarito, por donde el camino real que él dice se le apareció el San José Obrero.
JULIA: Se le cayó al carrero del carro.
GILDO: Te digo: me iba a meter entre los romeros. Porque yo también tengo cosas para pedir, por ejemplo, que vos no te quedés ciega o paralítica y ya no puedas caminar…
JULIA: Vade retro!
GILDO: Pero después dije Dante me vé entre los romeros y seguro me saca a escobazos; él me tiene rabia a mí. Siempre me tuvo rabia. Yo a veces pienso que el Dante me odia.
JULIA: No tiene motivo para odiarte. Nunca le levantaste la mano. Cuando debías hacerlo: porque a un muchacho si no lo corregís se envicia. Y vos no lo corregías; no fuiste buen padre, a veces hay que saber dar una paliza.
GILDO: Me pesa en el corazón.
JULIA: Ya está hecho, Gildo.
GILDO: Porque no volaba tan alto, te mentí. Estaba ahicito nomás entre los pajonales y pum pum, lo bajé. Pobre pajarito; igual me lo voy a comer.
JULIA: Qué le piden al santo?
GILDO: Cosas de ellos, de los romeros.
JULIA: Trabajo, salud, qué le piden?
GILDO: Ay, Julia. Eso se lo pedís a una estrella fugaz, no a un santo. Qué poco católica que estás. Le pedían en susurros; yo no me podía acercar a oír los susurros.
JULIA: También! Si estabas tirando tiros ahí al lado! Te habrán tenido miedo.
GILDO: Ellos no me vieron. Si me veían, me acercaba. Seguro el Dante les habló mal de mí, porque él no me quiere. Ahora él nomás es feliz con el San José Obrero, se olvidó que tiene padre y madre; anda con el San José Obrero aquí y allá que parece una nena con la muñeca. ¿Vos te acordás cómo se peleaban la Adelina y la Rosetta por las muñecas de lana cuando eran chicas? (Julia asiente). Vos se las hacías con las sábanas viejas, yo las rellenaba con chala y vos después le ponías lana negra para que hiciera los pelitos. Capaz esa misma lana que estás tejiendo fue la cabellera de las muñecas de tus hijas muertas.
JULIA: Calláte!
GILDO: Los recuerdos son recuerdos. Vienen cuando quieren.
JULIA: Calláte, mirá si alguien te oye hablar de la Adelina así.
GILDO: Yo no los llamo a los recuerdos. Nadie me va a oír. Aparte, alguna vez el Dante se tiene que enterar.
JULIA: Le querés romper el corazón a tu propio hijo. Que se entere cuando estemos muertos. Dejálo que él crea lo que cree.
Julia detiene el tejido, va hacia los retratos, los dá vuelta.
GILDO: Cada vez que hacés eso, me das miedo, Julia.
JULIA: Dante parece que se olvidó que tiene padre y madre, y sabés por qué es?
GILDO: Porque está con el San José Obrero.
JULIA: Justo.
GILDO: Yo le dí el ser. Yo cuando era chiquito lo cuidaba, si lo llevaba conmigo a zapar, estaba todo el tiempo mirando que al pobrecito no lo piquen las arañas, no lo muerdan las víboras. (se arremanga la camisa) Mirá la cicatriz que tengo de la zapa, el día que le ví la cascabel cerca y tiré todo a la mierda, salí corriendo a aplastarle la víbora…
JULIA: Vos tenés que hacerle desaparecer el San José Obrero.
GILDO: …
JULIA: Tenés que ir y quitárselo.
GILDO: …
JULIA: Es por el bien de él, Gildo. Es como la paliza que no le diste, para hacerlo hombre.
GILDO: No sé, Julia.
JULIA: Ya estás dudando; qué mequetrefe que sos. Cuando el se vea sin el San José Obrero, volverá a nosotros como buen hijo que es. Como era antes, hace cinco años atrás nada más, que nos consultaba en las cosas que hacía, que nos pedía permiso. Hasta para casarse con la infeliz de tu nuera nos pidió permiso. Vos te creés que yo no estoy triste viendo que él no me respeta como antes? No tiene una palabra de cariño para mí. Me agarró inquina desde que anda con el palito ese, esa antigualla que dice es San José Obrero. ¡Si hasta la Virgen María, Dios me perdone, le dio la espalda para tener un Hijo con otro, de estúpido que era San José!
GILDO: Te estás volviendo hereje, Julia.
JULIA: Hacé una cosa, hacélo por mí. Por mí que soy devota; agarrá el San José Obrero de tu hijo y se lo llevás al Padre Aurelio. El Padre Aurelio te va a pagar un montón de plata, porque el San José Obrero es una pieza de museo, como la Santa Catalina de Alejandría que tenían en nuestro pueblo. Sabés cuál es la Santa Catalina de Alejandría?
Julia hace la pose de la Santa Catalina de Alejandría de Rafael.
Gildo la imita.
JULIA: Esa. Después, con esa plata, pagamos la deuda del terreno.
GILDO: Si el San José Obrero lo encontró él, debería ser para él…
JULIA furiosa: ¡¡¡Pagamos la deuda del terreno!!!
GILDO: Pero si el terreno lo perdimos…
JULIA: Lo rescatamos.
GILDO: No se puede rescatar. Ya tiene dueño nuevo.
JULIA: Acabáramos, Gildo. Para quién será ese terreno cuando estemos muertos?
Gildo asiente.
JULIA: Hacélo.
GILDO asiente: …
JULIA: Cuándo tiene el bautismo de la nenita chica? El jueves, el viernes?
GILDO: Creo que el jueves.
JULIA: Aprovechá el jueves, que él va estar en el bautismo y le sacás el San José Obrero.
GILDO: Seguro tiene perros bravísimos guardándole el santo.
JULIA: Dejáte de decir pavada, Gildo. Es tu hijo; es más bueno que el pan.
GILDO: Nosotros lo hicimos buenos.
JULIA: Eso es verdad. Costó, pero salió bueno.
GILDO: Vos vas a estar en el bautizo?
JULIA: Con estos tobillos hinchados como los tengo?
Gildo aparta la colcha que ella teje, le mira los tobillos.
GILDO: No los tenés tan hinchados.
JULIA: Vos sabés cómo me duelen.
GILDO: Podés ir en el sulky de Genaro. Le digo que te busque y…
JULIA: En sulky con ese loco?! La otra vez casi me hace salir el corazón por la boca.
GILDO: Vos no querés ir.
JULIA: Y vos me querés ver muerta de un ataque.
GILDO: Está bien. No vayás; pero sabé que es tu sangre. Estás renegando de tu sangre.
JULIA: ¡Hacé el favor! ¡Por una vez hacé un bien, Gildo, hacé lo que te digo!
GILDO: La plata la voy a usar para otra cosa.
JULIA: Vuelta la burra al trigo.
GILDO: Me voy a comprar la perra de aguas.
JULIA: Esa plata es para…
GILDO: La querés enterrada abajo del naranjo. Para la vejez. Pero no.
JULIA: Gildo…
GILDO: Si vos querés que le haga un mal a nuestro hijo y que vos decís es un bien, la plata me pertenece y la voy a usar en lo que quiero. Voy a comprar la perra.
JULIA resignada: Está bien.
Gildo le tira el pájaro a los pies.
GILDO: Pero desplumá el cuervillo.
JULIA gritando, intenta rebelarse: ¡Yo…!!!!
GILDO la amenaza con pegarle con lo primero que halla; una pala apoyada contra una puerta: Desplumá el cuervillo. Lo cocinás con una salsita.
JULIA con asco…
GILDO: Lo hacés con tomate, bien picadito, en salsa. Así sopamos los huesitos, nervios con pan.
JULIA levanta al pájaro con las puntas de los dedos.
GILDO: Va estar para chuparse los dedos. Un manjar!
Fin de Escena 3


Escena 4
Mismo lugar que escena 2
Dante está solo con el San José Obrero; está concentrado rezándole. De pronto, entra una mujer desde atrás de las piedras, o tal vez viene caminando sobre el agua. Tiene unos veinte años, una camisola blanca y el cabello largo y suelto. Está descalza. En absoluto silencio, se sienta donde ésta el San José Obrero y lo pone a él sobre su regazo, de pie. Dante levanta los ojos y la ve. Se queda mirándola; se tapa la boca sorprendido. Hace el gesto de tomar la mano de ella, que rehúye, pero dulcemente dicen los dos a la vez:
DANTE: Ama a tu hermano…
ADELINA: Como a ti mismo.
DANTE: Qué hacés acá? Qué hacés así?
ADELINA: Silencio; no hables.
DANTE: Te escapaste?
Adelina hace que no.
DANTE: Qué disgusto se van a llevar mamá y el papá cuando sepan que te escapaste. Te escapaste del loquero?
Adelina repite el gesto.
ADELINA: Te puedo contar con un secreto. Si no se lo vas a contar a nadie.
DANTE: Ay, no. El jueguito de los secretos.
ADELINA: No es un juego.
DANTE: Nunca me gustó jugar a los secretos. Ni a la payanca, ni al zapatito de charol, botellita de licor. Eso era cosa de ustedes, las nenas.
ADELINA: Yo ya no estoy en el mundo de los vivos.
DANTE: Ya.
ADELINA: Fue hace como cinco años. Encontré el bisturí que usaba el cirujano para hacer operaciones en el cráneo y me corté acá, en el cuello.
Adelina muesta una cicatriz tremenda en el cuello.
DANTE: Qué feo te lo cosieron. Lo puedo tocar? Es hilo de chancho, estoy seguro.
ADELINA: No me podés tocar.
DANTE: La que se murió fue Rosetta. Pero yo sé que no lo podés entender. Mamá dijo que los doctores iban a tratar de hacértelo entender. Ella era ella y vos eras vos. Eran dos gotas de agua, pero yo las reconocía siempre. Nunca me confundí a una con la otra. Decíme si miento, ¿no es cierto que nunca te confundí a vos con la otra?
ADELINA: Nunca.
DANTE: Esa noche no había luna. Esa fue la causa de todo; la gran culpable fue la ausencia de la luna. O la perra amarilla que se escapó. Era mi perra ésa; Diana, se llamaba. Todavía era cachorra y era traviesa; por eso se escapó. Me acuerdo como si fuera ayer, que salieron al vado y la Rosetta cayó en el pozo.
ADELINA: No cayó; yo la empujé.
DANTE: Vos eras así de alta. ¿Cuántos años tenían?
ADELINA: Ella o yo?
DANTE: Las dos. Ustedes tenían un año más que yo.
ADELINA: Ocho.
DANTE: Vos viniste corriendo, llena de barro. Tocaste la puerta y gritaste Salgan, salgan, se cayó al agua la Rosetta y se ahogó.
ADELINA; Yo me caí al agua.
DANTE: Se cayó la Rosetta al pozo y se murió.
ADELINA: Yo me morí con ella.
DANTE: Qué enojado estaba yo! Porque ustedes dos siempre hacían líos. Al final, se fueron a sabiendas que estaba prohibido salir de noche y ni siquiera me trajeron la perrita. Qué enojo tenía: estúpido de mí, infeliz, yo creía que lo que de Rosetta era un cuento. Que estaba escondida atrás del pino. ¡Mamma, papá, salgan! ¡Se cayó al agua la Rosettina!
ADELINA: Yo la empujé a Rosetta; porque ella se burlaba de mí. Yo la empujé y después que ella se cayó ya no supe si yo era ella o si ella era yo.
DANTE: Nadie pudo probar que vos la hubieras tirado.
ADELINA: Con los castigos que me daba la mamá era difícil que ayudara a saber.
DANTE: La mamma tiene la mano pesada.
ADELINA: La mano larga.
DANTE: Pero hay que perdonarla. Ella sufrió mucho cuando era chiquita. No viste que nunca cuenta de cuándo era chiquita? El padre, el padre de ella, el abuelo, le hacía cosas espantosas. ¿Vos sabés que el padre de la mamma mató a la madre, a nuestra abuela, cuando la mama era chiquita? Un desalmado. Delante de sus ojos y todo la mató; y no fue preso. En aquella época un hombre mataba a la esposa y no iba preso. Vos sabés lo que habrá sufrido nuestra mamá viendo morir a su mama a manos del padre?
Adelina hace que no, sonriente.
DANTE: Qué quiere decir eso? No te entiendo.
ADELINA: La mamá nuestra no tiene el órgano de surfrir.
DANTE: No seas ingrata, nos dio el ser.
ADELINA: Como lo dio, lo quitó.
DANTE: Nosotros no sabemos lo que es sufrir, como ella sufrió.
ADELINA: Dante, ¿vos te acordás? (Un largo silencio). Vos no te acordás bien de cuándo éramos chicos. Dante, vos sos hermano mío. Yo estaba cuando ella te sacudía del cabello, te tiraba al suelo, te pegaba hasta hacerte sangre. La vez que te apaleó con la escoba, la escoba se rompió.
DANTE (se tapa las orejas): ¡Basta, basta!
ADELINA: Vos no te querés acordar, eso pasa. Pero los recuerdos no son un pecado, los recuerdos no son una tristeza, son parte de la vida. Después, cuando muerto te pasa lo que a mí y te preguntás quién sos vos? Dónde está la hermanita gemela que se te murió? Quién era el reflejo de quién? Cuándo se sabe eso? ¿Si está vivo se llega a saber o cuando se está muerto? Donde estoy, la Rosetta no está. Hay otra gente, pero yo estoy sola.
DANTE: Vos te vas a enfermar así. Te vas agarrar una pulmonía. Vení vamos para adentro. Te deben estar buscando los enfermeros del loquero, los doctores.
ADELINA (alegre): No, no. No me toqués. Yo ya no me puedo enfermar. Primero, porque me operaron el cerebro. Ahí le dijeron a la mamá y al papá que yo había quedado muerta, un vegetal. Yo veía, oía, sentía, todo, pero ellos decían que estaba igual que un bebé o un gazapo de conejo que no siente. Cuando le dieron la noticia, mamá no soltó una lágrima. Lloró como llora ella; se tapó la boca con el pañuelito e hizo cof cof.
DANTE (imitando): Cof cof. Sí.
ADELINA: Vos te preguntaste si ese lloro es verdadero? Yo me lo pregunté. Allá donde estoy tengo tiempo de sobra para preguntarme cosas. Preguntarme cosas y padecer es como un deporte donde yo estoy. Es como esos ricachones que juegan al golf. La respuesta a la que llegué es que la mamá no tiene lágrimas. Pero hace que llora, porque queda mal que un ser humano no llore por sus hijos; es de mala madre no llorar por una hija enferma, por una hija muerta. Viste que en el entierro de la Rosetta no lloró? El papá decía Tiene tanto dolor la pobrecita Julia, que no puede llorar. Papá fue siempre un tonto, un holgazán, un bueno para nada. Yo la tenía en estudio a mamá; nunca lloró ni antes ni después. Nunca.
DANTE: No digas eso. Cada uno sufre a su manera.
ADELINA: Mentira, mentira!
DANTE: Viniste a meterme púa con la mamá.
ADELINA: …
DANTE: Yo te escribo una carta una vez por semana. Voy a la casa de los viejos y ella me hace sentarme y escribirte una carta. Vos no recibiste esas cartas, no las leíste? No te las lee la enfermera o quien sea…?
ADELINA: Nunca recibí ninguna carta.
DANTE: No les permiten a los enfermos recibir cartas donde estás?
ADELINA: Nunca me enviaron ninguna carta.
DANTE: Como que no? Yo escribo las cartas, porque mamá no sabe y el papá tiene tan mala letra…
ADELINA: Viste la panera vieja, la de la cocina? Abajo del pan fresco, ahí está la pila de cartas que vos me escribiste. Nunca salieron de ahí.
DANTE: Papá me dijo que él las llevaba a la estafeta, en el pueblo…
ADELINA: Buscá en la panera vieja, buscá ahí adentro y encontrarás las cartas.
DANTE: Te escribían porque no podían viajar a las sierras a verte.
ADELINA: No me vinieron a ver más ninguno de los dos… como el doctor les anunció que yo estaba muerta… Capaz le visitaban a la Rosetta más que a mí. Vos ibas con ellos a ponerle flores a la Rosetta?
DANTE: No.
ADELINA: Qué le tenés los miedos a los aparecidos?
DANTE: La mamá decía que no era bueno ir. Que era mejor recordarla viva.
ADELINA: Un día me levanté. No sé cuánto tiempo después. Era un día de sol en el loquero, entraba el sol a raudales por una ventana rota. Me corté acá, todo el cuello. (Riendo) Parece un collarcito la cicatriz. No es un collarcito; lo que es, es que estoy muerta. Entonces me morí de veras, como quería el doctor.
DANTE: Adelina, no hagas así con las manos que me vas al romper al santito. Es un San José Obrero que me encontré tirado de un carro hace cinco años. Lo creas o no, la noche anterior, yo había soñado con vos, hermana. Vos me decías, Es un regalo, Dante que te mando para que te proteja del mal. ¡Ese santo me hizo venir la vida buena!, la vida que yo quería; mi mujer me quiere, es linda; ¡me quiere a mí con esta cara de escrofuloso, de mamarracho que tengo! Tres hijas hermosas me dio, una más bella que otra. La mayorcita ya lee y escribe, ¡hace cuenta con los dedos, mamita! Mañana es el bautizo de la chiquitina, quedáte tranquila y te hago ser la madrina. Catalina se llama, por una promesa que hizo la madre a Catalina de Siena. Sabés qué, Adelina? Compré un campito hace un tiempo; la plata me la prestó mi suegro y de los jornales cuando me fui al Chaco por la cosecha del algodón. Los viejos no me dieron la plata, porque ellos pobrecitos como sufrieron mucho tienen miedo de quedarse sin la plata y no te dan. Pero entonces el San José Obrero que vio todo lo que yo me rompí el lomo en esta tierra, me premió. (Feliz, orondo) Así de alto el maíz. Arrancás una mazorca y donde la arrancás, crece otra el mismo día. Bendito sea Dios que por una vez, por una vez…
Largo silencio emocionado de los hermanos.
ADELINA: Te felicito, Dante. Vos sos mi hermano querido y yo desde el Cielo pido siempre por vos.
DANTE emocionado, se enjuga las lágrimas: Bellaca, pavota.
ADELINA: Ahora me voy a volver por allá; me tengo que ir rápido porque me vinieron ganas de hacer aguas. Pero lo único que vine a decirte es que la desgracia no es algo tremendo. La desgracia es la desgracia; es parte de la vida. Vos, cuando te pase la desgracia, pensá en lo que te digo y mantené la fé.
DANTE: De qué hablás, Adelina? Qué desgracia? Vamos que te llevo a casa, a la letrina. Mirá si te vas a andar meando por los caminos; qué vergüenza.
ADELINA: No. Vos mantenéte firme, Dante. Aun en la desgracia, porque eso es bueno, eso hace bien: firme. No importa sino sabés a quién le hace bien que vos seas fuerte. Vos mantenete sano, fuerte, bueno, buen hombre. Eso siempre reconforta y si hay un ángel que cuida de vos, él llorará las lágrimas por vos. Vos dejálo que llore él.
Adelina se desvanece en el aire.
El San José Obrero cae al suelo.
DANTE: Adelina! Adelina, volvé! Vení, volvé que te llevo a pillar a la letrina!
Apagón.


Escena 5
Un mes después.
Un enero de mucho calor.
Un mediodía.
Mismo escenario de escena 1. Gildo y Julia están sentados a la mesa, desbaratados, comiendo de unos cazos de latón una carne trozada que hay en la fuente. Tiene la forma de un pollo: son los cuervillos de la cañada. La escopeta del padre está apoyada contra la puerta que dá al fondito.
Entra Dante, sudado, amarillo, arrastrando los pies
MADRE: Dante, hijo. (se levanta a saludarlo, lo lleva a la mesa)
Dante hace una reverencia pequeña, besa la mano de su madre
DANTE: Honrarás a tu madre…
MADRE: Y a tu padre. Sentáte. Estábamos por empezar a comer.
DANTE: No quiero.
MADRE: Comé, que te hace bien.
Dante se sienta
DANTE: Qué es…?
MADRE (mira al padre): Es… es un pájaro que cazó tu padre.
Dante prueba con los dedos unos pedacitos.
MADRE: Está sabroso, le puse el cilantro, le puse menta…
DANTE: Están comiendo los cuervillos?
MADRE al padre: Qué hago, le digo?
PADRE: …
MADRE: Sí, son los cuervillos. Pero los curé en vinagre dos días seguido y se le va la salvajina; se dejan comer. Probá no seas quisquilloso. Por lo menos logré que no se comiera los teros. Un casalcito de teros cazó.
DANTE: Por qué papá?
PADRE: Los perros del Ceferino se le fueron encima. Para jugar. Jugando, jugando, los mataron. Tienen la boca dura esos perros, mastican todas las presas.
DANTE come, traga: No se puede tragar.
MADRE: Se fueron los otros pájaros. Los patos salvajes.
PADRE: Migran. No hay caza.
DANTE aparta el plato.
MADRE: Gildo, traéle pan a tu hijo.
DANTE se levanta, rápido: Dejá, lo busco yo.
Abre la puerta del fondo, donde está la quintita y el naranjo.
DANTE: Por qué dejás cerrado? Tenés que abrir así corre viento…
MADRE: Papá le tiene miedo a los ratones, que son golosos del cuervillo…
PADRE: Mentira! Le tenemos miedo al tornado.
MADRE: Por acá no llegó. Pero supimos lo tuyo, hijo. Qué desgracia.
PADRE: No se salvó nada?
DANTE hace que no, mirando hacia el naranjo: …
MADRE: Yo quise ir, pero con estas piernas apenas si me puedo mover. Ay, ojalá las piernas me andaran como las manos que ya terminé la colcha que estaba tejiendo. Después te la muestro, Dante.
PADRE: Una mortaja fea, es.
DANTE: Tejió una mortaja, mamma?
MADRE: Agradecé igual que el tornado desbarató el maizal y no dañó a persona ninguna.
PADRE: Hacéle una novena a San José.
MADRE: La novena a San José es en marzo.
PADRE: Faltan dos meses para marzo.
MADRE: Le puede hacer un triduo. El Padre Aurelio seguro que te dice que sí, Dante. Le hacen un triduo, empiezan el 17 a rezarle; le rezan 17, 18 y 19, porque es el día de él, de San José. No te apareció más la estatuita?
DANTE negro: No.
PADRE: Gente mala que ronda el pueblo.
MADRE: Gente sin Dios.
PADRE: Gitanos.
MADRE: O los cómicos esos que vinieron para las fiestas. Hacían malabares, divertimentos, pero seguro que robaban también. Los actores son todos ladrones.
PADRE: Es un oficio donde se pasa mucho hambre.
MADRE: No es un oficio. Oficio es herrero, es carpintero, es albañil. (Transición) Dante, hijo, ¿estás llorando?
DANTE: Hasta la tierra removió el tornado. No quedaron ni las semillas…
MADRE: Son golpes de la vida. Sentáte y comé.
DANTE: El San José bendecía, hacía crecer, protegía. Dos días sin parar le pregunté al cura dónde vendió al San José.
MADRE: Vos decís el Padre Aurelio?
PADRE: Qué otro cura hay en este pueblo, Julia?
MADRE: No sé…
DANTE: No dijo ni una palabra.
MADRE: No sabría el Padre.
DANTE: Hasta lo agarré de atrás y le puse un cuchillo en la garganta. (Terror de los padres) Ahí habló
MADRE: Y dón dónde está el San José Obre Obrero? Qué te dijo?
DANTE: Está en el Vaticano.
MADRE: Qué pena por vos, hijo.
PADRE: Pena? Pena es que el Ceferino tuvo que sacrificar al Gladiador, el perdicero. El único perro más o menos educado que tenía. Cobraba las presas que… Lloraba que era una perdición el Ceferino, que era el fin del mundo. Cada uno tiene sus penas. Todos tenemos penas.
DANTE: Vine por eso. Vine a pedirle plata.
Un silencio mayúsculo, como una inspiración de una persona ahogada.
LOS DOS pisándose: Plata? Vos sabés que no tenemos plata. Que lo poco que tenemos, lo usamos para pagar el terrenito embargado. Para plantar árboles, cítricos. Limón, prende más rápido. A ver si levantamos el embargo. El embargo. Ese terrenito va a ser tuyo, Dante. Vos sos nuestro único hijo. Nuestro amparo. Para qué querés la plata?
PADRE: La plata sirve para enredar nomás.
MADRE: Donde hay plata hay lío, decía mi papá.
PADRE: Tu papá, Julia, era un asaltante de caminos por eso lo decía. Te creés que es un chiste lo que hacés?
DANTE: Ese terreno no vale ni mierda.
LOS DOS: No, Dante. No, hijo.
PADRE: La de patos, la de gansos que vuelan cuando migran.
LOS DOS: Los limones son codiciados. Son útiles. Lo que cura el limón o el ajo no lo cura nadie.
DANTE: La centella tocó la alambrada. La Almita estaba encima del caballo pinto. La Dita lo llevaba de la rienda, al paso. Pero el caballo se asustó cuando vio la centella y se paró en dos patas.
LOS DOS: Los caballos, los caballos. El pinto siempre fue mañoso. Cómo la dejaste ir? Una nena hasta los diez años no debe montar. Qué cabeza hueca, Dante.
DANTE: La tiró a la Almita que se dio los sesos contra los postes de la alambrada. Y la arrastró a la Dita.
Un silencio.
LOS DOS: Ay, hijo. ¿Y cómo están?
MADRE: Por qué no viniste a avisarnos antes?
DANTE: Por qué no vino usted?
MADRE: Sabés que no puedo, que no…
PADRE: Estaba en la caza!
LOS DOS: Qué desgracia, qué desgracia. Cuando la desgracia se ceba con uno, no tiene fin.
DANTE lloriqueando: La Almita está muy golpeada. Se machucó la cabeza; el doctor dice que la tienen que atender en Rosario. Dita perdió los… Perdió los… Dos varoncitos eran, dos machitos. Ya estaban formaditos y todo, pero ¡qué los iban a salvar! Eran pulpa y sangre, los dos.
MADRE: Dante, vení.
DANTE: La cuida la cuñada. La mujer del Dioni.
MADRE: Sentáte.
DANTE: Necesito plata para llevar a la nena a Rosario.
MADRE: No te quedés ahí parado.
DANTE: Pensé que plata me iban a dar.
MADRE: Te di el ser, Dante! Te dí la vida y con gusto te la volvería a dar! Pero plata… ¡Plata no tenemos!
PADRE: Querés mi sangre? Te doy mi sangre.
DANTE: Vos conocés un solo cultivo, mamma. La maldad. Pero cosechás año tras año, año tras año. La cosecha de la pena no tiene fin.
MADRE: Estás trastornado del dolor. Pobre hijo mío, vení.
DANTE: …
MADRE: No me puedo parar, Dante. Tené compasión, vení.
DANTE: Antes San Antonio Obrero me protegía. Pero no era un santo tan poderoso al final. Porque se dejó llevar por unos rateros, que lo acechaban escondidos en la maleza.
MADRE: Cerrá que puede venir un torbellino.
PADRE: Pueden entrar los ratones.
DANTE: Quiero comer pan, mama.
Un breve desconcierto y luego Dante se echa encima de la panera.
Saca una horma de pan, una especie de pan flor o felipe, y lo muerde.
Después saca los que hay dentro de la panera, la da vuelta, la golpea.
MADRE: ¿Qué hacés, Dante? Te volviste loco?
Le pega con fuerza a la panera hasta que caen las cartas del doble fondo.
Dante las recoge del suelo
DANTE: Las cartas que le escribí a la Adelina…
Se trata de una pila de cartas.
DANTE: Está muerta. Verdad? La Adelina.
La madre se tapa la boca con una servilleta y tose.
Dante toma la escopeta que sigue a su lado y los apunta a los dos.
DANTE: La verdad, mamma!
MADRE: Decíle, Gildo.
PADRE: Fue por vos. Fue por piedad.
MADRE: No quisimos verte sufrir la muerte de tu hermana.
PADRE: Una mentira piadosa.
MADRE: Qué nos vas a hacer? Nos vas a matar?
PADRE Yo te dí el ser. A veces, ella me decía, Pegále, dale fuerte para que aprenda. Pero yo no te levanté la mano.
DANTE Pero la dejaba a mamá que me fustigara.
MADRE: Dante! Si me dolía más a mí que a vos, cada castigo que te daba. Pero era por tu propio bien, porque cuando uno es niño no sabe y necesita corrección. Mi padre, mi propio padre, me tuvo metida en ese pozo a pan y agua, un año entero porque lo había visto andar con la monja y lo conté en la Iglesia.
PADRE: La monja se dejaría a gusto.
DANTE: Está mintiendo, mamá.
MADRE: No miento! Fue así que aprendí que un hijo debe guardar silencio. No meterse en las cosas de lo mayores.
DANTE: Usted me daba con el rebenque hasta hacerme sangrar.
MADRE: Porque eras travieso.
DANTE: Cuando papá no estaba era peor. Me echó el aceite hirviendo en el cuerpo, porque me comí un bollo…
MADRE: La gula es…
PADRE: Julia, cómo…?!
DANTE: Si usted sabía, papá. Si yo estaba vendado cuando volvió.
PADRE: Ella me dijo que se le cayó la sartén…
DANTE hace que no: Papá, agarre la pala que está afuera y cave abajo del naranjo.
PADRE tembloroso, se limpia la boca de salsa: ¿Qué?
DANTE: Cave y deme la saca.
PADRE asustadísimo: No hay.
DANTE: La saca donde guardó la plata que le dio el Padre Aurelio.
Los padres se miran desconcertados.
PADRE: No sé de qué hablás, Dante.
MADRE: Estás enloquecido, estás loco de dolor.
DANTE: Cave, padre.
El padre busca la pala y se dispone a salir.
DANTE brutal: ¡¡Cave!!!
La madre se levanta de la mesa.
DANTE: ¡Quédese donde está, mamma!
El padre fuera, cava.
MADRE: Será mejor que lo mates.
Dante se vuelve, sobresaltado.
MADRE: Le dio la plata a un perrero. Un perrero que llegó al pueblo y le prometió cachorros. Perdigueros de Burgos; el Ceferino dice que el perrero es de confianza. Pero es un negro palurdo y para mí lo estafaron al papá. No dejó rastro el perrero…
DANTE: Miente.
MADRE: Le vendió tres perros. Una hembra, dos …
DANTE: No le creo nada.
MADRE: No pensés que le dieron tanta plata por el santo. Alcanzó apenas para …
DANTE: Lo del terreno es mentira.
MADRE: Lo perdimos hace mucho.
Dante pasa a apuntar a la madre
MADRE: Te estoy diciendo la verdad.
Dante ajusta el gatillo para disparar. Entra el padre del fondito, con la camisa abierta.
PADRE: Estoy agitado. El corazón, el corazón…
MADRE, DANTE: Qué?
PADRE: El cielo está verde.
Los dos van hasta el fondito a ver.
MADRE: Viene para acá.
DANTE: Es la Ira de Dios.
MADRE: No, no. Es un tornado, son corrientes de viento que hacen un círculo muy rápido, cada vez más rápido…
PADRE: Es una bandada de pájaros. Las aves me odian.
DANTE: Hay que refugiarse en el sótano. Dónde está…? (busca en el suelo, desesperado, hace volar muebles, cosas) Donde está la trampilla del sótano…?
MADRE con la boca cubierta por el pañuelo: Lo hicimos tapar. Porque las termitas… Las termitas se comieron … se hundía el piso… La casa. La casa se iba a hundir.
Dante y el padre se quedan de pie, mirando hacia el fondito la tromba que llega de cosas y el ulular del tornado. Estallan los vidrios, estrépito.
MADRE: No hay refugio.
Se agachan, se cubren con los brazos.
MADRE por primera vez llorando con lágrimas y sollozos: No hay.
Largo apagón.


Final
Debajo de unos escombros, está Dante.
Adelina levanta unos escombros.
ADELINA: Dante, Dante.
Dante despierta, confundido. Se toca la cabeza, lastimada.
ADELINA: Arriba, Dante.
DANTE: Amarás a…
ADELINA: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
Adelina le tiende la manta negra que tejía la madre.
Dante la toma, se envuelve.
La hermana camina delante y él unos pasos detrás.
Oscuro
Fin de la obra Honrarás a tu madre