9/6/16

Diario de un loco Nikolai Gogol




Diario de un loco




Nikolai Gogol




3 de octubre 

   Hoy ha tenido lugar un acontecimiento extraordinario. Me levanté bastante tarde, y cuando Marva me trajo las botas relucientes, le pregunté la hora. Al enterarme de que eran las diez pasadas, me apresuré a vestirme. Reconozco que de buena gana no hubiera ido a la oficina, al pensar en la cara tan larga que me iba a poner el jefe de la sección. Ya desde hace tiempo me viene diciendo: "Pero, amigo, ¿qué barullo tienes en la cabeza? Ya no es la primera vez que te precipitas como un loco y enredas el asunto de tal forma que ni el mismo demonio sería capaz de ponerlo en orden. Ni siquiera pones mayúsculas al encabezar los documentos, te olvidas de la fecha y del número. ¡Habráse visto!..." 
   ¡Ah! ¡Condenado jefe! Con toda seguridad que me tiene envidia por estar yo en el despacho del director, sacando punta a las plumas de su excelencia. En una palabra, no hubiera ido a la oficina a no ser porque esperaba sacarle a ese judío de cajero un anticipo sobre mi sueldo. ¡También ése es un caso! ¡Antes de adelantarme algún dinero sobrevendrá el Juicio Final! ¡Jesús, qué hombre! Ya puede uno asegurarle que se encuentra en la miseria y rogarle y amenazarle; es lo mismo: no dará ni un solo centavo. Y, sin embargo, en su casa, hasta la cocinera le da bofetadas. Eso todo el mundo lo sabe. 
   No comprendo qué ventajas se tiene al trabajar en un departamento ministerial. Ni siquiera dispone uno de recursos. Pero no sucede así en la Administración Provincial, ni en el Ministerio de Hacienda, ni en el Tribunal Civil. Allí ves a un empleado cualquiera sentado humildemente en un rincón escribiendo. Lleva un frac gastado y su aspecto es tal que ni siquiera merece que se le escupa encima. Sin embargo, fíjate en la villa que alquila durante el verano. No se te ocurra regalarle una taza de porcelana dorada, pues te dirá que eso es digno de un médico. Él se conforma tan sólo con un coche de lujo o unos drojkas o una piel de visón de 300 rublos. Y, no obstante, por su aspecto parece tan modesto, y al hablar es tan fino. Te pide, por ejemplo, que le prestes la navaja para sacar punta a su pluma, y si te descuidas un poco, te despluma de tal forma, que ni siquiera te deja la camisa. 
   Pero reconozco que nuestra oficina es diferente, y en toda ella reinan una limpieza de conducta y una honradez tales, que ni por soñación puede haberlas en la Administración Provincial. Además, todos los jefes se tratan de usted. Confieso que, a no ser por la honradez y el buen tono de mi oficina, hace ya mucho tiempo que hubiera dejado el departamento ministerial. 
   Me puse el viejo capote y cogí el paraguas, pues llovía a cántaros. En la calle no había nadie. Sólo tropecé con mujeres de pueblo que se arropaban con los faldones de sus abrigos, comerciantes que caminaban resguardándose de la lluvia bajo sus paraguas, y cocheros. Gente bien no se veía por ningún sitio, a excepción de nuestra modesta persona, que caminaba bajo la lluvia. En cuanto la vi en un cruce, pensé en seguida: "¡Eh, amiguito! Tú no vas a la oficina. Tú estás dispuesto a seguir a ésa que va delante de ti y cuyas piernas estás mirando. ¡Qué locuras son ésas! La verdad es que eres peor que un oficial. Basta con que pase cualquier modistilla para que te dejes engatusar". 
   Precisamente en el momento en que estaba pensando esto vi cómo una carroza se detenía ante un almacén junto al que yo me encontraba. En seguida reconocí la carroza: era la de nuestro director. Me supuse que debería de ser de su hija, pues él no tenía por qué ir a estas horas a un almacén. El lacayo abrió la portezuela, y la joven saltó del coche, como un pajarito. Echó unas miradas en torno suyo, y al alzar sus ojos sentí que mi corazón quedaba herido... ¡Dios mío, estoy perdido! ¡Estoy perdido irremediablemente! 
   Y ¿por qué habrá salido ella con este mal tiempo? Después de esto nadie se atrevería a decir que las mujeres no se vuelven locas por los trapos. 
   Ella no me reconoció y yo procuré ocultarme y pasar inadvertido, pues llevaba un capote muy manchado y cuyo corte, además, estaba pasado de moda. Ahora se llevan las capas con cuellos muy largos, y el mío era muy corto; además, el paño de mi capote distaba mucho de ser elegante. Su perrita no tuvo tiempo de entrar y se quedó en la calle. Yo la conozco, se llama Medji. No había transcurrido ni un minuto, cuando oí de repente una vocecilla que decía: 
   —¡Hola, Medji! 
   Vaya. ¿Quién será el que habla? Miré y vi a dos señoras que caminaban debajo de un paraguas. Una de ellas era ya anciana; la otra, muy jovencita. Pero ellas ya habían pasado, y nuevamente volví a oír la misma voz a mi lado. 
   —¡Debería darte vergüenza, Medji! 
   ¡Qué diablos! Vi que Medji estaba olfateando el perro que iba con las dos señoras. "¡Vaya! ¿No estaré borracho? —pensé para mis adentros—. ¡Menos mal que esto no me ocurre a menudo!" 
   —No, Fidele; estás equivocado. Yo estuve... Hau, hau... Yo estuve muy enferma. 
   ¡Vaya con la perrita! Confieso que me quedé muy sorprendido al oírle hablar como una persona; pero después de reflexionarlo bien, no hallé en ello nada extraño. En efecto, en el mundo se dan muchos ejemplos de la misma índole. Cuentan que en Inglaterra emergió un pez y dijo dos palabras en un idioma extraño, tan raro, que desde hace dos o tres años los sabios hacen investigaciones acerca de él y aún no han logrado clasificarlo. También leí en los periódicos que dos vacas entraron en una tienda y pidieron medio kilo de té. Pero reconozco que me quedé aún mucho más sorprendido al oírle decir a Medji: 
   —¡Es verdad que te escribí, Fidele! Seguramente Polkan no te llevaría la carta. 
   Aunque me juegue el sueldo, apostaría que nunca se ha dado el caso de un perro que escriba. Sólo los nobles pueden escribir. Claro que también algunos comerciantes, oficinistas y, a veces, hasta la gente del pueblo sabe escribir un poco; pero lo hace de un modo mecánico, sin poner ni comas, ni puntos, y, claro está, sin ningún estilo. 
   Esto me dejó muy sorprendido. He de confesar que desde hace algún tiempo a veces oigo y veo unas cosas que nadie vio ni oyó jamás. 
   "Voy a seguir a esta perrita, y así me enteraré de quién es y de lo que piensa", resolví para mí. Abrí el paraguas y me puse a seguir a las dos señoras. Cruzamos la calle Gorojovaia y nos dirigimos a la calle Meschanskaia, y desde allí a la de Stoliar, y, finalmente, llegamos al puente de Kokuchkin, deteniéndonos ante una casa de grandes dimensiones. "Conozco esta casa —pensé para mí—: es la de Zverkov. ¡Un verdadero hormiguero! Pues sí que viven allí pocos cocineros y viajantes. En cuanto a los empleados, abundan como chinches. Allí vive un amigo mío que toca muy bien la trompeta." 
   Las señoras subieron al quinto piso. "Bueno —pensé— ahora me voy a ir, pero antes he de fijarme bien en el sitio, para aprovecharlo en la primera ocasión que se me presente." 

4 de octubre 
   Hoy es miércoles, y por eso estuve en el despacho de nuestro director. Vine a propósito un poco antes. Me senté y me puse a sacar punta a todas las plumas. Nuestro director debe de ser un hombre muy inteligente; tiene el despacho lleno de armarios con libros. Leí los títulos de algunos libros, y todos son científicos; así que ni por soñación son asequibles a nosotros, los empleados; además, todos están o en francés o en alemán. Cuando se mira a nuestro director, le sorprende a uno por su aspecto imponente y por la seriedad que refleja toda su persona. Todavía no he oído nunca que haya dicho una palabra de más. Sólo cuando se le entregan los documentos suele preguntar: 
   —¿Qué tiempo hace fuera? 
   —Hace mucha humedad, excelencia. 
   La verdad es que las personas, como nosotros, no se pueden comparar con él. Es lo que se dice un verdadero hombre de Estado. He notado, sin embargo, que me tiene especial cariño. ¡Ah, si su hija...! ¡No, eso es una canallada! ... Me entretuve leyendo La Abeja. ¡Qué gente tan estúpida son los franceses! ¿Qué es lo que pretenden? ¡De buena gana los hubiera cogido a todos y les hubiera dado una buena paliza! 
   Allí también leí la descripción de un baile hecha por un terrateniente de la provincia de Kurck. Los terratenientes de Kurck suelen escribir muy bien. Después me di cuenta de que eran ya las doce y media y que nuestro director aún no había salido de su dormitorio. Pero a eso de la una y media tuvo lugar un acontecimiento que ninguna pluma sería capaz de relatar. Se abrió la puerta, yo me levanté de un salto con los papeles en la mano, pensando que sería el director; pero cuál fue mi sorpresa cuando vi que era ella. ¡Jesús, cómo iba vestida! Llevaba un traje blanco y vaporoso como un cisne. ¡Y qué vaporoso! Y al alzar los ojos creí que me alcanzaban los rayos del sol. Me saludó y dijo con una voz semejante a la de un canario: 
   —¿No ha venido papá? 
   "Excelencia —quise decirle—, ¿quiere usted castigarme? Pues si tal es su deseo, que lo haga su excelencia con su propia manita." Pero ¡qué demonios! La lengua se me trabó; así es que sólo pude decir: 
   —No, no estuvo. 
   Ella me echó una mirada y miró también los libros y... dejó caer su pañuelo. Yo me precipité en seguida para recogerlo, pero resbalé sobre ese maldito entarimado y poco me faltó para caerme; sin embargo, logré conservar el equilibrio y alcancé el pañuelo. ¡Señor, qué pañuelo! Era de batista finísima. 
   Ella me dio las gracias y sus labios esbozaron una sonrisa un tanto irónica; luego se fue. Yo me quedé una hora hasta que el criado vino y me dijo: 
   —Márchese a casa, Aksenti Ivanovich. El señor ya salió. 
   No puedo soportar a los criados; siempre están tumbados en el vestíbulo, y ni por casualidad le saludan a uno. Y no sólo eso, sino que un día, a una de estas bestias se le ocurrió ofrecerme un poco de tabaco sin levantarse de su sitio. ¡Como si no supiera el muy tonto que yo soy un funcionario de familia noble! No obstante, cogí yo mismo mi sombrero y mi capote y me los puse, pues sería inútil esperar ayuda de esa gente. Salí a la calle. Al llegar a casa me pasé un buen rato tumbado en la cama. Después copié unos versos muy bonitos: 


¡Mi almita! En tu ausencia, una hora, 

un año completo parece pasado sin ti. 
¡Odiosa es la vida, ya solo, señora! 
Por eso yo pienso: "Si tú no vinieses, mejor es morir" 


   Deben de ser de Pushkin. Por la tarde, arropándome bien con mi capote, fui a casa de su excelencia, en donde estuve esperando para ver si la veía salir al subir en coche; pero ella no salió. 


6 de noviembre 
   El jefe de personal me ha puesto fuera de mí. Hoy, cuando llegué a la oficina, me hizo llamar y me dijo lo siguiente: 
   —Pero dime: ¿qué es lo que estás haciendo? 
   —¡Cómo! Yo no hago nada —le respondí. 
   —Bueno. Reflexiona un poco. Ya has pasado de los cuarenta; me parece que es hora de que te vuelvas un poco más inteligente. ¿Crees acaso que no estoy enterado de todas tus andanzas? ¡Sé muy bien que andas detrás de la hija del director! Pero, hombre, ¡mírate al espejo! ¡Piensa en lo que eres! ¡No eres más que un cero, que es menos que nada! ¡Si no tienes ni un centavo! Pero ¡mírate..., mírate la cara en el espejo! ¡Cómo puedes tú pensar en esas cosas! 
   ¡Demonios! ¿Qué se habrá creído él? Si tiene cara de bola de billar con cuatro pelos en la cabeza que se unta de pomada y lleva rizados que es una irrisión. Y se cree que a él todo le está permitido. Ya comprendo por qué está furioso: es que me tiene envidia. Seguramente habrá visto que soy objeto de sus marcadas preferencias. ¡Pero ya puede decir cuanto quiera, que me tiene sin cuidado! ¡Pues tampoco tiene tanta importancia un consejero de la Corte! ¡Por llevar una cadena de oro en su reloj y encargarse unas botas de 30 rublos se cree alguien! ¡Que se vaya al diablo! ¿Acaso se cree que soy hijo de un plebeyo o de un sastre o de un sargento? Soy noble. También yo puedo llegar a obtener el mismo cargo que él. Sólo tengo cuarenta y dos años, que en realidad es la edad cuando precisamente se empieza a trabajar. ¡Espera, amigo: también yo llegaré a ser coronel, y con la ayuda de Dios quizás algo más! También yo gozaré de una reputación mejor que la tuya. ¿Qué te crees, que en el mundo no hay hombre más formal que tú? Espera un poco: cuando yo tenga un frac cortado a la moda y una corbata como la tuya, entonces no me llegarás ni a la punta de los zapatos. Lo malo es que no dispongo de medios.

8 de noviembre 
   Estuve en el teatro. Ponían Filatka, el tonto ruso. Me reí mucho. Daban también un vaudeville con unos cuplés muy graciosos sobre los jueces, particularmente uno que se refería a un consejero de registro, y que era tan fuerte, que me extrañó que lo hubiera dejado pasar la censura. En cuanto a los comerciantes se decía que abiertamente engañaban al pueblo, y que sus hijos armaban unas juergas terribles y se esforzaban por llegar a ser nobles. También había un cuplé muy gracioso sobre los periodistas y la pasión que tienen de criticarlo todo; de modo que los autores de hoy en día escriben unas piezas muy entretenidas. A mí me gusta mucho ir al teatro. En cuanto tengo algún dinero en el bolsillo no puedo contenerme y voy. Pero entre nosotros los empleados hay muchos que no van, aunque se les regale el billete. También cantó muy bien una artista. Me acordé de aquello..., ¡bueno, es una canallada!...; así es que no digo nada... 

9 de noviembre 
   A las ocho fui a la oficina. El jefe de la sección hizo así como si no reparara en mí y en que había llegado. Yo también hice como si entre nosotros nada hubiera ocurrido. Me entretuve ojeando los anuncios y luego comparándolos. Salí a las cuatro y pasé delante del piso del director, pero no vi a nadie. Después de comer estuve casi todo el tiempo echado en la cama. 

11 de noviembre 
   Hoy estuve en el despacho de nuestro director y saqué punta a veinticuatro plumas de su excelencia y a cuatro de su hija. A él le gusta y encanta que haya muchas plumas. ¡Ah, qué cerebro el suyo! Siempre está callado, pero su cabeza debe de estar siempre reflexionando. Me hubiera gustado saber en qué suele pensar y qué es lo que encierra aquella cabeza. Me interesaría observar de cerca la vida de estos señores, conocer todas las intimidades y las intrigas de la Corte, saber cómo piensan y lo que suelen hacer entre ellos. Muchas veces pensé entablar conversación con su excelencia, pero el caso es que mi lengua se niega a obedecerme. Sólo consigue pronunciar: "Afuera hace frío o calor", y de allí no pasa. Me hubiera gustado echar una mirada al salón cuya puerta a veces está abierta, y también a las otras habitaciones. ¡Qué lujo y qué riqueza hay allí! ¡Qué espejos y qué porcelanas! ¡Cuánto me alegraría echar una mirada a aquella parte del piso donde se encuentra la hija de su excelencia! ¡Ah, esto sí que me gustaría!... Estar allí en el tocador, donde hay todos esos tarritos y cajitas, esas flores tan delicadas que da miedo tocarlas; ver su vestido, más ligero que el aire, por allí tirado. Me encantaría ver su dormitorio... Debe de ser un sueño, un verdadero paraíso de ésos que ni en el cielo existen. Si pudiera ver el taburetito sobre el cual pone el pie al levantarse de la cama y cómo se pone una media blanca como la nieve sobre aquella pierna... ¡Ay, Señor!... No. Mejor es que me calle y no diga nada... 
   Sin embargo, hoy parece ser que el cielo me ha iluminado, pues de repente me acordé de la conversación que oí en el Nevski a los dos perros. "Está bien —pensé para mis adentros— ahora lo averiguaré todo. Es preciso que intercepte la correspondencia de estos dos perros, pues ella me procurará muchos datos." He de confesar que una vez llamé a Medji y le dije: 
   —Escúchame, Medji: ahora estamos solos; si quieres, hasta puedo cerrar la puerta para que nadie nos vea. Anda, cuéntame todo lo que sepas sobre tu señorita: dime cómo es, y yo te juro que no se lo diré a nadie. 
   Pero la muy tuna encogió el rabo entre las patas y se escabulló silenciosamente por la puerta como si no hubiera oído nada. Sospeché desde hace tiempo que los perros son mucho más inteligentes que las personas, y que incluso pueden hablar; sólo que son bastante tercos. El perro es un verdadero político: todo lo nota, no se le escapa ni un paso del hombre. Mañana sin falta he de ir a casa de Zverkov. Interrogaré a Fidele, y si puedo, le cogeré todas las cartas que le escribe Medji. 

12 de noviembre 
   Al día siguiente salí a las dos, con la firme intención de ver a Fidele y de interrogarla. El olor a repollo que sale de todas las tiendas de la calle Meschanskaia me pone enfermo, y además, las alcantarillas de las casas tienen un olor tal, que no tuve más remedio que taparme la nariz con el pañuelo y echar a correr. Aquí es imposible pasear, pues toda esa gente que trabaja en oficios llena la calle de humo y hollín. 
   Al tocar la campanilla, vino a abrirme una joven bastante mona, con la cara salpicada de pecas; era la misma que acompañaba a la anciana. Se ruborizó un poco al verme, y yo comprendí en seguida que ansiaba tener novio. 
   —¿Qué desea? —me preguntó. 
   —Necesito hablar con su perrita —le respondí. La joven era tonta y yo lo noté en seguida. Mientras tanto, la perrita se precipitó ladrando; yo quise cogerla, pero la muy bribona por poco no me muerde la nariz. Pero yo ya había visto su nido o camita, y era justamente lo que buscaba. Me acerqué a él y revolví la paja que había en un cajón; con sumo placer vi un paquete con pequeños papelitos. Esa maldita, al ver lo que hacía, me mordió primero en la pantorrilla, y después, al darse cuenta de que yo cogía los papeles, empezó a ladrar con ademán de acariciarme; pero yo le dije: "No, guapa; no hay nada que hacer". Me parece que la joven debió de tomarme por un loco, pues se asustó terriblemente. Al llegar a casa quise ponerme en seguida a descifrar esos papeles, porque no veo muy bien a la luz de las velas. Pero a Marva se le ocurrió fregar el suelo. Estas estúpidas finlandesas siempre son de lo más inoportunas. Así es que no me quedó otro remedio que el de ponerme a pasear reflexionando sobre lo ocurrido. Ahora, por fin, iba a enterarme de todo; las cartas me lo revelarían todo. Los perros son muy inteligentes y no ignoran todas las relaciones íntimas; por eso seguramente en ellas hallaré la descripción del marido y de sus asuntos. De seguro que encontraré allí algo referente a ella... ¡No, más vale callarse! Al atardecer llegué a casa y estuve la mayor parte del tiempo acostado en la cama. 

13 de noviembre 
   Bueno; vamos a ver. La carta parece bastante clara; sin embargo, la letra pone en evidencia al perro. 
   Leamos: 
   "Querida Fidele: Aún no puedo acostumbrarme a un nombre tan mezquino como el tuyo. ¡Como si no hubieran podido ponerte otro mejor! Fidele, Rosa, todos esos nombres son de un cursi subido. Pero dejemos esto a un lado. Estoy muy contento de que se nos haya ocurrido entrar en correspondencia..." 
   La carta estaba redactada muy correctamente en cuanto a la puntuación y ortografía. Ni nuestro jefe de sección sería capaz de hacer otro tanto, aunque asegura haber estado estudiando en una universidad. Veamos más adelante: 
   "Me parece que uno de los mayores placeres en el mundo está en cambiar pensamientos, impresiones y sentimientos con los demás..." 
   ¡Bueno! Éste es un pensamiento cogido de una obra traducida del alemán y cuyo título no recuerdo ahora. 
   "Lo digo por experiencia, aunque no haya corrido mucho mundo, pues no he pasado la verja de nuestra casa. Pero ¿acaso mi vida no transcurre felizmente? Mi señorita Sofía, así la llama papá, me quiere con locura..." 
   ¡No está mal! ¡No está mal! ¡Pero callémonos!... 
   "Papá también me acaricia a menudo. Además me dan café con nata. ¡Ah, ma chère!7 He de decirte que no encuentro nada en los grandes huesos, bien pelados, que come Polkan en la cocina. Los huesos sólo son buenos cuando provienen de alguna cacería y a condición de que no hayan chupado ya el tuétano. También está muy bien mezclar algunas salsas, pero sin verduras ni especias. Pero no hay cosa peor que esa costumbre que tiene la gente de dar a los perros migas de pan hechas bolitas. Siempre, durante las comidas, algún señor empieza a triturar las migas de pan con sus manos, que Dios sabe qué porquerías habrán tocado antes, y te llama después para meterte entre los dientes esa dichosa bolita. Rechazarlo resultaría descortés; así es que no tienes más remedio que comértela a pesar del asco que te infunde..." 
   ¡Voto a mil diablos, qué tontería! ¡Como si no hubiera nada mejor sobre qué escribir! Veamos si en la otra carilla hay algo más interesante. 
   "Me place mucho informarte de todo cuanto ocurre en nuestra casa. Creo que ya te hablé del señor más importante de la casa, al cual Sofía llama papá. Es un hombre muy raro..." 
   ¡Ah, por fin! Ya sabía yo que los perros tienen opiniones políticas sobre todas las cosas. Veamos lo que dice sobre papá... 
   "...Un hombre muy raro. Permanece la mayoría del tiempo callado. Rara vez habla; pero la semana pasada hablaba sin cesar consigo mismo. No hacía más que preguntarse: '¿Lo recibiré o no?' Cogía un papel en una mano, mientras la otra permanecía vacía, y volvía a repetir: '¿Lo recibiré o no?' Una vez hasta se dirigió a mí con la siguiente pregunta: 'Tú qué crees, Medji, ¿lo recibiré o no?' Yo no pude comprender lo que quería decirme con eso; sólo olfateé su zapato y me fui. Una semana después, ma chère, papá estaba loco de alegría. Toda la mañana recibió visitas de unos señores vestidos de uniforme que le felicitaron por algo. Durante la comida estuvo tan alegre como nunca le viera; no paraba de contar chistes. Después de comer, me levantó en sus brazos y me acercó a su cuello, diciéndome: '¡Mira, Medji, lo que llevo!' Yo vi sólo una cinta, la olfateé, pero no hallé en ella ni el menor aroma; finalmente, la lamí con cuidado, estaba algo salada." 
   ¡Bueno! Me parece que este perro es un poco demasiado atrevido. Haría falta darle una buena paliza. ¡Así, pues, nuestro hombre es ambicioso! Habrá que tenerlo en cuenta. 
   "Adiós, ma chère. Me marcho corriendo... Mañana acabaré la carta. 
   "¡Hola, otra vez estoy contigo! Hoy, con Sofía, mi señorita..." 
   ¡Ah, veamos lo que pasa con Sofía! ¡Es una canallada! Bueno, no importa, no importa; vamos a continuar... 
   "...Sofía, mi señorita, estuvo todo el día sumamente agitada. Se preparaba a asistir a un baile, y yo me alegré, pues aprovecharía su ausencia para escribirte. Mi Sofía está siempre muy contenta cuando va a un baile, aunque mientras se arregla siempre está enfadada. No logro comprender, ma chère, el placer que encuentra la gente yendo a un baile. Sofía vuelve a casa a las seis de la mañana. Y siempre veo, por su aspecto cansado y su cara pálida, que a la pobrecilla no le han dado de comer. Confieso que jamás podría vivir de este modo. Si no me dieran perdices con salsa o alas de pollo fritas, no sé lo que sería de mí. También es muy bueno un poco de salsa con kacha.8 Pero las zanahorias, las alcachofas y los nabos nunca serán buenos..." 
   Tiene un estilo irregular. En seguida se ve que esta carta no ha sido escrita por una persona. Empieza bien, pero acaba de cualquier forma. Veamos otra carta; parece demasiado larga; además, no lleva ni fecha. 
   "¡Ay, querida mía! Cómo siente una la proximidad de la primavera. Mi corazón palpita como si aguardara algo. Me zumban los oídos. Así es que a menudo tengo que levantar la pata y me apoyo y acerco a una puerta para escuchar. He de decirte que tengo muchos admiradores. A menudo los contemplo sentada en la ventana. ¡Ay, si supieras qué feos son algunos! Uno de ellos es de lo más vulgar, es un perro callejero de lo más estúpido y creído; camina por la calle dándose aires de importancia. Y cree que todos han de mirarle. Pero ¡qué va, yo ni siquiera me he fijado en él! También un dogo, de aspecto terrible, suele pararse ante mi ventana. Si se levantara sobre las patas traseras, lo que de seguro el muy tonto no sabrá hacer, le llevaría la cabeza al papá de Sofía, no obstante ser éste un hombre bastante alto y corpulento. Debe de ser de lo más insolente. Yo gruñí un poco en dirección suya; pero él, como si nada. Podría haberme hecho un guiño, pero es un bruto, no tiene modales. Se está mirando mi ventana, con sus orejas largas y su lengua al aire. ¿Y crees acaso que mi corazón permanece insensible a todas estas ofertas? No, te equivocas, ma chère... ¡Si hubieras visto a uno de mis admiradores, llamado Trésor, cuando salta la verja de la casa vecina!... ¡Ay ma chère, qué carita tiene!" 
   ¡Bah! ¡Qué asco! ¡Qué demonios! ¿Cómo es posible llenar las páginas con semejantes tonterías? Ya no quiero saber nada de perros; quiero a una persona. Sí, eso es, una persona para que pueda enriquecer el caudal de mi alma..., y en vez de ello, ¡qué es lo que encuentro! ¡Tonterías, sólo tonterías! Demos la vuelta a la página, a ver si hay algo mejor. 
   "Sofía estaba sentada junto a una mesita cosiendo; yo miraba por la ventana a los paseantes, pues me gusta mucho observarlos, cuando entró el lacayo y anunció: 
   "—El señor Teplov. 
   "—Que pase —exclamó Sofía, y se abalanzó sobre mí para besarme—. ¡Ay, Medji! ¡Si supieras quién es! Es un gentilhombre de la Cámara, moreno, con ojos negros y brillantes como el fuego. 
   "Sofía se marchó corriendo a su habitación. Un minuto después entraba el joven gentilhombre de la Cámara, que gastaba patillas. Se acercó al espejo y se atusó el cabello, luego inspeccionó la habitación. Yo dejé oír un gruñido y me senté en mi sitio. Sofía no tardó en venir y respondió alegremente a su saludo, y yo, como si no reparase en nada, continuaba mirando por la ventana, no obstante haber inclinado la cabeza en dirección a ellos para oír lo que decían. ¡Ay ma chère! ¡De qué tonterías hablaban! Hablaban de una señora que durante el baile se equivocó e hizo una figura en vez de otra; de un tal Bobov, que llevaba charretera y se parecía mucho a una cigüeña, y que por poco se cae. También contaron que una tal Lidina se imaginaba tener los ojos azules, cuando en realidad los tenía verdes, y otras tonterías por el estilo. '¡Qué diferencia tan grande hay entre el gentilhombre y Trésor!', pensé para mí. Ante todo, el gentilhombre tiene una cara ancha y completamente plana, con unas patillas alrededor, como si se las hubiera atado con un pañuelo negro. Trésor, sin embargo, tiene una carita fina y en la frente una pequeña calva blanca. ¡En cuanto al talle de Trésor, ni se le puede comparar con el de Teplov! ¡Y no hablemos ya de los ojos y de los modales! ¡Jesús, qué diferencia! ¡No sé, ma chère, lo que ha podido encontrar en su Teplov y por qué se muestra tan entusiasmada!..." 
   A mí también me parece eso un poco extraño. No puede ser que Teplov la haya seducido hasta tal punto. Veamos más adelante. 
   "Me parece que, si le gusta este gentilhombre, le ha de gustar también ese funcionario que está en el despacho de papá. ¡Ay ma chère, si vieras qué feo es! Se parece a una tortuga vestida con un saco... 
   "¿Quién será este funcionario?... Tiene un apellido rarísimo. Siempre está sentado sacando punta a las plumas. Su pelo es como el heno y papá lo manda siempre en lugar del criado..." 
   Me parece que esta perra maldita hace alusiones sobre mí. ¡Pero qué voy a tener yo el pelo como el heno! 
   "Sofía no puede por menos que reírse cada vez que le ve..." 
   ¡Mientes, perra maldita! ¡Habráse visto qué lengua de víbora! ¡Como si yo no supiera que todo ello es pura envidia! Acaso se figura que ignoro que son cosas del jefe de sección. Ya sé que me tiene un odio feroz y que hace cuanto está en sus manos para fastidiarme. Pero voy a mirar otra carta. Puede que encuentre allí la clave de todo. 
   "Mi querida Fidele, perdóname por no haberte escrito en tanto tiempo, pero es que estaba completamente hechizada. Ha dicho un escritor que el amor es una segunda vida, y esto es muy exacto. Además, en casa han sucedido grandes cambios. El gentilhombre viene ahora todos los días, y Sofía está perdidamente enamorada de él. Papá está muy contento. Hasta le oí decir a Gregorio, que es el que nos barre el suelo y que casi siempre habla consigo mismo solo, que pronto habrá boda, porque papá quiere casar a Sofía, o con un general, o con un gentilhombre de Cámara, o con un coronel..." 
   ¡Qué diablos! No puedo seguir leyendo... Todo lo mejor ha de ser siempre, o para un gentilhombre de Cámara o para un general. ¡Parece que has encontrado un pobre tesoro y crees que podrás conseguirlo, pero te lo arrebata un general o un gentilhombre de Cámara! ¡Qué demonios! Quisiera ser general, no para obtener su mano y las demás cosas, sino para ver con qué consideración iban a tratarme y cuántos miramientos me dedicarían. Después podría decirles en pleno rostro que me importaban un bledo. 
   ¡Demonios, qué pena! Rompí en mil pedazos las cartas de la estúpida perra. 

3 de noviembre 
   No puede ser. Es mentira. ¡La boda no se efectuará! ¡Qué más da que sea un gentilhombre de Cámara! Esto no es más que un cargo de dignidad, no es ninguna cosa visible que se pueda coger con las manos. Por ser él un gentilhombre de Cámara no le va a salir otro ojo en la frente ni va a tener una nariz de oro, sino que la tiene igual que yo y que todos los demás mortales; pero no come ni tose con ella, sino que huele y estornuda como todos. Ya en diversas ocasiones quise averiguar de dónde provenían semejantes diferencias. ¿Por qué he de ser yo un consejero titular y con qué motivo? Puede que yo sea algún conde o algún general, y que sólo así paso por un consejero titular. Quizás ignore yo mismo quién soy. ¡Cuántos ejemplos hay en la historia! Se ha dado el caso de que un sencillo villano, no digamos ya un noble, o un vulgar campesino de repente descubre que es todo un personaje e incluso, a veces, un rey. ¡Y si un sencillo mujik llega a estas alturas, qué será entonces de un noble! Si por ejemplo, de repente entrase yo vestido con el uniforme de general, llevando una charretera en el hombro derecho y otra en el izquierdo, y con una cinta azul en el pecho, ¿qué pasaría entonces? ¿Qué diría mi hermosa ninfa? ¿Se opondría su papá, nuestro director? ¡Oh! Él es muy vanidoso. Es un masón, no cabe duda de que es masón, aunque aparente ser tan pronto una cosa como otra. Pero yo en seguida me di cuenta de que era masón, y si le tiende la mano a uno, sólo le da los dos dedos. ¿Acaso no puedo ser nombrado ahora mismo general, gobernador o intendente, o recibir cualquier cargo importante? ¿Me gustaría saber por qué soy consejero titular? ¿Sí, por qué he de ser precisamente consejero titular? 


5 de diciembre 

   Hoy estuve toda la mañana leyendo periódicos. ¡Qué cosas tan raras suceden en España! ¡Hasta me fue imposible comprenderlo del todo! Se dice que el trono se halla vacante y que los altos dignatarios están en una situación muy difícil respecto a la elección del heredero, y que de allí proviene la indignación general. Esto me parece sumamente extraño. ¿Cómo puede estar el trono vacante? Dicen también que cierta doña ha de subir al trono. Pero una doña no puede subir al trono, eso es imposible, pues el trono debe ser ocupado por un rey. Pero dicen que no hay rey, mas es inadmisible que no haya un rey. Un Estado no puede estar sin un rey. Este debe de existir, pero seguramente está de incógnito. A lo mejor, se encuentra allí mismo; pero por razones de índole familiar o por temor a las potencias vecinas, como Francia y los demás países, se ve obligado a esconderse. También puede ser por otros motivos. 

8 de diciembre
   Ya estaba dispuesto a ir a la oficina, pero me detuvieron diferentes motivos y en particular mis reflexiones. No puedo dejar de pensar en los asuntos de España. ¿Cómo puede ser que una doña sea reina? No lo permitirían. Inglaterra, sobre todo, no lo permitiría, y, además, los asuntos políticos de toda Europa. También se opondrán a ello el emperador de Austria y nuestro zar... Confieso que estos acontecimientos obraron con tanta fuerza sobre mí, que fui incapaz de hacer nada durante todo el día. Marva me hizo observar que durante la comida estuve muy agitado. En efecto, al parecer, dejé caer dos platos al suelo, que se hicieron añicos; tan distraído me hallaba. Después de comer, salí; pero no pude sacar nada en limpio. Después, estuve la mayor parte del tiempo tumbado en la cama, reflexionando sobre los asuntos de España. 

Año 2000, 3 de abril 
   ¡Hoy es un gran día! ¡En España hay un rey! ¡Por fin ha sido encontrado! Y este rey soy yo. Reconozco que al parecer me ha iluminado un rayo. No comprendo cómo pude pensar e imaginarme que era un consejero titular. ¿Cómo pudo ocurrírseme una idea tan loca? Menos mal que entonces no se le antojó a nadie meterme en una casa de locos. Ahora me ha sido revelado todo, ahora lo veo todo con claridad. Antes no comprendía, antes diríase que todo lo que veía estaba sumido en la niebla. Todo esto sucede, creo yo, porque la gente se imagina que el cerebro de una persona está en su cabeza; pero no es así, es el viento quien lo trae del mar Caspio. Primero declaré a Marva quién era yo. Al enterarse de que se hallaba ante el rey de España, alzó los brazos al cielo y por poco se muere del susto. Ella es tonta y jamás habrá visto al rey de España. Sin embargo, procuré calmarla y le aseguré con palabras indulgentes que estaba lleno de benevolencia para con ella y que no le guardaba rencor por haberme limpiado mal los zapatos algunas veces. Hace falta tener en cuenta que la pobre forma parte del pueblo y que no se le puede hablar de temas elevados. Se asustó porque está convencida de que todos los reyes de España son como Felipe II. Pero yo le expliqué que entre Felipe II y yo no había el menor parecido, y que yo no tenía capuchinos. No fui a la oficina. ¡Que se vaya al diablo! ¡No¡ ya no me cogeréis más, amigos! ¡Se acabó, ya no copiaré más vuestros odiosos documentos! 



86 de marzo 

Entre el día y la noche. 
   Hoy vino a verme el ejecutor con el propósito de que fuera a la oficina, pues hacía más de tres semanas que no aparecía por allí. Yo fui a la oficina por pura broma. El jefe de sección pensaba seguramente que yo iba a saludarle y pedirle excusas; pero yo sólo le eché una mirada indiferente, que no era ni demasiado colérica ni demasiado familiar o benévola. Miré a todos esos bribones que estaban en la cancillería, y pensé: "¿Qué pasaría si supierais quién está entre vosotros?..." ¡Dios mío! ¡Qué jaleo se armaría! El jefe de la sección en persona vendría a saludarme, haciéndome un profundo saludo, igual que hace ahora con nuestro director. Pusieron delante de mí unos documentos para que hiciera un resumen de ellos. Pero yo ni siquiera moví un dedo. Unos cuantos minutos después todos se hallaban sumamente agitados; al parecer, iba a venir el director. Muchos empleados se precipitarían a su encuentro. Pero yo no me moví de mi sitio. Cuando el director pasó por nuestra sección, todos se abrocharon el frac; mas yo no hice nada. ¡Venía el director! Bueno, ¿y qué? ¡Jamás iba a levantarme delante de él! ¡Qué era un director! (¡Era un corcho y no un director! Un corcho de lo más corriente y nada más.) Uno de esos corchos con los que se tapan las botellas. Lo que más me hizo gracia fue cuando me trajeron un documento para que lo firmase. Ellos se figuraban que iba a firmar humildemente en el bajo de la página, pero yo escribí en el sitio principal, allí donde firma el director, Fernando VIII. Hacía falta ver qué silencio tan religioso reinó en la sala. Yo sólo hice un ademán con la mano y dije: "No son necesarios juramentos de fidelidad". Después de lo cual salí. Me fui directamente al piso del director, que no estaba en casa. El criado no quería dejarme pasar; pero yo le dije unas cuantas palabras, y su efecto fue tal, que se quedó helado con los brazos caídos. Me dirigí sin cavilar al gabinete. La hallé sentada ante el espejo. Al entrar yo, dio un salto atrás. Yo, sin embargo, no le dije que era el rey de España; sólo le declaré que la esperaba una felicidad tal, que ni siquiera podía imaginársela, y que, a pesar de todas las intrigas de nuestros enemigos, estaríamos juntos. No quise decirle más, y salí. ¡Oh, qué ser más pérfido es la mujer! Sólo ahora he comprendido lo que son las mujeres. Hasta ahora nadie sabía de quién estaba enamorada la mujer. Yo fui el primero en descubrirlo. La mujer está enamorada del demonio. Sí, y esto no es ninguna broma. Los fisiólogos escriben tonterías acerca de ella; pero ella sólo ama al demonio. Mire, desde el palco pasea sus gemelos. ¿Cree usted que mira a ese señor gordo con una condecoración? Nada de eso, mira al demonio que tiene detrás de su espalda. ¡Mírele, se ha escondido en la condecoración! ¡Mire ahora cómo le hace señas con el dedo! Y ella se casará con él. 
   Sí, se casará. Y todos esos funcionarios padres de familia, todos esos que se insinúan en todos los sitios procurando introducirse en la Corte, y dicen que son patriotas y esto y aquello, todos esos patriotas no aspiran más que a conseguir arrendamientos. Serían, por dinero, capaces de vender a su madre, a su padre e incluso a Dios. 
   Todo esto no es más que vanidad, y eso se explica, porque debajo de la lengua hay una pequeña ampolla, y dentro de ella, un gusanillo del tamaño de un alfiler, y todo esto lo hace cierto barbero que vive en la calle Gorojovaia. No me acuerdo cómo se llama; pero todo el mundo sabe que quiere predicar el mahometismo por el mundo entero, junto con una comadrona. Por eso dicen que en Francia la mayoría de las personas se convierten al mahometismo. 
Cierta fecha 
   El día era sin fecha. Me paseé de incógnito por el Nevski. Pasó el coche del zar, y toda la gente se quitó el sombrero; yo también lo hice y me comporté como si no fuera rey de España. Encontré poco adecuado descubrir mi personalidad, así, delante de todos. Ante todo, he de presentarme en la Corte. Lo único que me retiene hasta ahora es que no tengo ningún traje de rey. Si por lo menos pudiera conseguir algún manto... Pensé encargárselo al sastre; pero esta gente es tan burra, y, además, no cuidan de su trabajo desde que se han dedicado a los asuntos, y se están la mayoría del tiempo en la calle. Decidí hacer el manto de mi nuevo uniforme de gala, que sólo me puse dos veces; pero temiendo que estos granujas fueran a estropeármelo, resolví hacerlo yo mismo. Cerré la puerta de mi cuarto para que nadie me viera, y emprendí la labor. Lo desarmé todo con ayuda de las tijeras, pues su corte ha de ser totalmente distinto. 




No me acuerdo de la fecha ni tampoco del mes. El diablo sabrá qué mes era. 


   El manto ya está acabado. Marva dio un grito cuando me lo vio puesto. Sin embargo, no me atrevo aún a presentarme en la Corte. Hasta ahora no ha llegado la diputación de España. Y sin la diputación resultaría incorrecto. Rebajaría con ello mi dignidad. La estoy esperando a cada momento. 


Día 1º 

   Me extraña que los diputados tarden tanto. ¿Qué motivos pudieron retenerlos? ¿Acaso Francia? Sí, es el reino más desfavorable a todo. Fui a Correos para informarme de si habían llegado los diputados españoles. Pero el empleado de allí es completamente estúpido y no sabe nada. Sólo me dijo: "No; aquí no hay ningún diputado español; pero si quiere mandar una carta, puede hacerlo y nosotros la certificaremos según la tarifa indicada". ¡Voto a mil diablos! ¡Quién habla de cartas! Eso son tonterías. Las cartas sólo las escriben los farmacéuticos... 


Madrid, 30 de febrero 

   Y heme aquí en España. Esto ha sucedido con tanta rapidez, que apenas si puedo volver de mi asombro. Esta mañana se presentaron en casa los diputados españoles, y yo me fui con ellos en una carroza. Me extrañó la extraordinaria rapidez del viaje, íbamos con tanta velocidad, que en menos de media hora llegamos a la frontera de España. Claro está que ahora en toda Europa los caminos de hierro colado son muy buenos y el servicio de barcos está muy organizado. ¡Qué país tan extraño es España! Al entrar en la primera habitación, vi a muchas personas con el pelo cortado al rape, y en seguida me figuré que debían de ser dominicos o capuchinos, pues tienen el hábito de afeitarse la cabeza. El comportamiento del canciller de Estado conmigo me pareció de lo más extraño: me llevó de la mano y me condujo a un cuarto, a cuyo interior me empujó, diciéndome: 
   —Quédate aquí. Y si persistes en pasar por Fernando, ya te quitaré yo las ganas de seguir haciéndolo. 
   Pero yo sabía que esto no era más que una prueba, y protesté enérgicamente, lo que me valió por parte del canciller dos golpes en la espalda. Fueron tan dolorosos, que me faltó poco para gritar; pero me contuve al pensar que esto era sólo una costumbre caballeresca que siempre tenía lugar en los grandes acontecimientos, ya que en España se conservaban aún las tradiciones caballerescas. Al quedarme solo decidí ocuparme de los asuntos de Estado. Descubrí que la China y España eran el mismo país, y que sólo por ignorancia se consideran como estados diferentes. Aconsejo a todo el mundo que escriba en un papel la palabra España, y verá como sale China. 
   Pero me está disgustando sumamente un acontecimiento que tendrá lugar mañana. Mañana, a las siete, se producirá un fenómeno terrible. La Tierra va a sentarse sobre la Luna. Acerca de esto ha escrito el célebre químico inglés Wellington. Confieso que sentí cómo mi corazón empezaba a latir de inquietud al pensar en la delicadeza y falta de resistencia de la Luna. Todos sabemos que la Luna se fabrica generalmente en Hamburgo, y, además, muy mal. Me sorprende cómo Inglaterra no presta atención a ello. La fabrica un tonelero cojo, y es evidente que el muy tonto no tiene el menor conocimiento de la Luna. Ha puesto una cuerda de alquitrán y el resto es de aceite de madera, y por eso huele tan mal por toda la Tierra, de tal forma que tiene uno que taparse las narices. Pero la Luna es un globo tan delicado, que es imposible que la gente viva allí, y ahora sólo viven las narices. Ésta es la razón por la cual no podemos ver nuestras narices, ya que todas están en la Luna. Al pensar que la Tierra, materia pesada y potente, iba a sentarse sobre la Luna, y al imaginarme el tormento que sufrirían nuestras narices, se apoderó de mí una inquietud tal, que me puse los calcetines y me calcé en el acto para correr a la sala del Consejo de Estado y dar órdenes, con el fin de que la policía no permitiese a la Tierra sentarse sobre la Luna. Los numerosos capuchinos que hallé en la sala del Consejo de Estado eran personas muy inteligentes, y cuando les dije: "Caballeros, salvemos a la Luna, porque la Tierra quiere sentarse encima de ella", todos en el acto se precipitaron para cumplir mi real deseo. Algunos treparon por las paredes con el fin de alcanzar la Luna; pero en aquel momento entró el gran canciller. Al verle, todos echaron a correr y yo, como rey, me quedé solo. Pero, con gran sorpresa por mi parte, me golpeó con un palo y me echó a mi cuarto. Tal es el poder de las costumbres populares y tradicionales en España. 



Enero del mismo año, que tuvo lugar después de febrero 

   Hasta ahora no puedo comprender qué país tan raro es España. Las costumbres populares y el ceremonial de la Corte son completamente extraordinarios. No comprendo, decididamente no comprendo nada. Hoy me han afeitado la cabeza, a pesar de que grité como un condenado, diciendo que no quería ser un monje. Pero ya soy incapaz de recordar lo que me pasó cuando empezaron a verterme agua fría sobre la cabeza. ¡Jamás experimenté un infierno semejante! Estaba a punto de volverme rabioso, y apenas pudieron retenerme. No comprendo el significado de esta extraña costumbre. ¡Es una costumbre estúpida, absurda! Me niego a comprender la insensatez de los reyes, que hasta ahora no han sabido deshacerse de estas costumbres. A juzgar por todo, me figuro que habré caído en manos de la Inquisición, y seguramente aquel a quien tomé por el canciller no es más que el gran inquisidor. Pero lo único que aún no logro comprender es cómo un rey puede someterse a la Inquisición. Claro que de esto pueden tener la culpa Francia y Polignac. ¡Ah, este Polignac! ¡Qué bestia! ¡Juró oponerse a mí hasta la muerte! Y por eso me persiguen todo el tiempo; pero ya sé, amigo mío, que obras bajo la presión de Inglaterra. Los ingleses son unos grandes políticos que siempre se insinúan en todos los sitios. Y sabe el mundo entero que cuando Inglaterra aspira rapé, Francia estornuda. 


Día 25 

   Hoy el gran inquisidor vino a mi habitación. Pero yo, en cuanto oí sus pasos desde lejos, me escondí debajo de la silla. Él, al ver que no estaba empezó a llamarme. Al principio gritó: 
   —¡Poprischew! 
   Yo permanecí callado. 
   Después dijo: 
   —¡Aksanti Ivanovich, consejero titular, noble! 
   Pero yo permanecía callado. 
   —¡Fernando VIII, rey de España! 
   Yo quise sacar la cabeza, pero pensé: "No, amigo, ya no me engañas. Otra vez me vas a echar agua fría sobre la cabeza". Pero debió de verme, y me hizo salir con su palo de debajo de la silla. ¡Qué daño hace ese maldito palo! Sin embargo, fui recompensado de todo con el hallazgo que hice hoy. Descubrí que cada gallo tiene una España y que la lleva debajo de las plumas. Pero el gran inquisidor se fue muy enfadado, amenazándome con terribles castigos. Yo no hice caso de su ira impotente, ya que obra sólo como una máquina, como un instrumento en mano de los ingleses. 


Día 34 de febrero de 343 

   ¡No! ya no tengo fuerzas para aguantar más! ¡Dios mío!, ¿qué es lo que están haciendo conmigo? Me echan agua sobre la cabeza. No me hacen caso, no me miran ni me escuchan. ¿Qué les he hecho yo, Señor? ¿Por qué me atormentan? ¿Qué es lo que esperan de mí? ¡Ay, infeliz de mí! ¿Qué les puedo dar yo? Yo no tengo nada. No tengo fuerzas, no puedo aguantar más todos los martirios que me hacen. Tengo la cabeza ardiendo, y todo da vueltas en torno mío. ¡Sálvenme, llévenme de aquí! ¡Que me den una troika con caballos veloces! ¡Siéntate, cochero, para llevarme lejos de este mundo! ¡Más lejos, más lejos, para que no se vea nada!... ¡Cómo ondea el cielo delante de mí! A lo lejos centelleaba una estrella, el bosque de árboles sombríos desfila ante mis ojos, y por encima de él asoma la luna nueva. Bajo mis pies se extiende una niebla azul oscura; oigo una cuerda que sueña en la niebla; de un lado está el mar, y del otro, Italia; allí, a lo lejos, se ven las chozas rusas. ¿Quizá sea mi casa la que sé vislumbra allá a lo lejos? ¿Es mi madre la que está sentada a la ventana? ¡Madrecita, salva a tu pobre hijo! ¡Vierte unas cuantas lágrimas sobre su cabeza enferma! ¡Mira cómo le martirizan! ¡Ampara en tu pecho a tu pobre huérfano! En el mundo no hay sitio para él. ¡Lo persiguen! ¡Madrecita, ten piedad de tu niño enfermo!... ¡Ah! ¿Sabe usted que el bey de Argel tiene un bulto debajo de la nariz? 





Fin

8/6/16

Locos de amor Sam Shepard

Locos de amor
Sam Shepard

Personajes 


MAY:
EDDIE:
MARTIN:
VIEJO:

La habitación de un motel barato, al borde del Desierto
de Mojave. Paredes pintadas de yeso de color verde
desvaído. Suelo de linóleo marrón oscuro. No hay
alfombras. Una única cama de hierro fundido con
cuatro postes, ligeramente desplazada del centro hacia
la derecha del escenario, colocada horizontalmente al
público. La cama tiene una colcha de color azul
desvaído. Mesa metálica con tablero, muy gastado, de
fórmica amarilla. Dos sillas metálicas a juego, con
diseño en forma de S de los años 50, y con asientos y
respaldos de plástico amarillo, también muy gastados.
La mesa está situada en el extremo frontal de la
izquierda (desde el punto de vista del actor). Las sillas
están al fondo y a la derecha de la mesa. No hay nada
encima de la mesa. Puerta que da al exterior, de color
amarillo desvaído, en el centro de la pared izquierda del
escenario. Cuando se abre esta puerta, en la habitación
brilla una pequeña luz anaranjada que hay en el porche.
Al fondo de la pared de la derecha está la puerta
amarilla del cuarto de baño. Esta puerta, ligeramente
abierta, deja ver parte de un anticuado lavabo de
porcelana, toallas blancas, algunos objetos femeninos, y
permite que en el escenario entre una luz amarillenta.
Gran ventana en el centro de la pared del fondo,
enmarcada por sucias cortinas de plástico, largas, de
color verde oscuro. A través de la ventana brilla la luz
amarillenta-anaranjada de un farol de la calle. En el
extremo frontal izquierdo, junto a la mesa y las sillas,
hay una pequeña plataforma al mismo nivel que el
escenario. Su suelo es negro, y está enmarcada por
cortinas negras. El único objeto que hay en la platafor-
ma es una vieja mecedora de madera de arce, mirando
hacia la derecha. En el asiento hay un almohadón sin
funda. Una vieja manta de caballo agujereada está
atada al respaldo de la mecedora. El color de la manta
deberá ser suave: tonos grises y negros.
Las luces se apagan en el escenario. En la oscuridad se
escucha la canción de Merle Haggard «Wake Up», de su
álbum «The Way I Am». Las luces empiezan a encender-
se lentamente, al ritmo de la canción. El volumen
aumenta ligeramente junto con las luces, hasta que
éstas llegan a su punto máximo. La plataforma perma-
nece a oscuras, sólo con un pequeño reflejo de las luces
del escenario. Se ve a tres actores.
Esta obra debe ser interpretada implacablemente, sin
descanso.


PERSONAJES
EL VIEJO está sentado en la mecedora, mirando a la
pared de la derecha, con lo cual sólo puede vérsele
ligeramente de perfil. A su lado, en el suelo, hay una
botella de whiskey. Coge la botella, sirve whiskey en una
taza metálica, y bebe. Tiene una corta barba roja, y lleva
un viejo y sucio sombrero Stetson (de los de ala corta),
una chaqueta desteñida por el sol, con el forro saliéndo-
sele por los codos, pantalones a cuadros blancos y
negros que le quedan demasiado cortos, y unas botas
vaqueras gastadas, oscuras, un viejo chaleco y una
camisa de color verde pálido. Existe sólo en las mentes
de MAY y de EDDIE, aunque ellos puedan hablarle
directamente y reconocer su presencia física. El VIEJO
les trata como si todos existiesen en el mismo tiempo y
lugar.
MAY está sentada al borde de la cama, de cara al
público, con los pies en el suelo, las piernas separadas,
los codos apoyados sobre las rodillas, las manos caídas
y cruzadas entre las rodillas, la cabeza echada hacia
adelante, mirando al suelo. Está absolutamente quieta y
permanece en esta actitud hasta que habla. Lleva una
falda azul de tela vaquera, una amplia camiseta blanca
y va descalza, con una esclava de piola en el tobillo.
Tiene treinta y pocos años.
EDDIE está sentado junto a la mesa, en la silla del
fondo, de frente a MAY. Lleva botas de cowboy destroza-
das y llenas de barro, y unos pantalones vaqueros muy
gastados, sucios, que huelen a sudor de caballo. Camisa
vaquera marrón con botones de cierre automático. Un
par de espuelas cuelga del cinturón. Al andar cojea
ligeramente y da la impresión de que casi nunca se baja
del caballo. Su cuerpo, en general, posee una peculiar
cualidad de abandono, como si hubiese envejecido antes
de tiempo. Está en los últimos años de la treintena.
En el suelo, entre sus pies, hay una correa de cuero
como las que utilizan los domadores de caballos. En la
mano derecha lleva un guante de montar, y echa resina
en el guante con una bolsita blanca. Mientras hace esto
mira a MAY, e ignora al VIEJO. Cuando la canción va
llegando a su final se inclina hacia adelante, agarra con
la mano enguantada el mango de la correa y lo retuerce
de modo que produce un extraño sonido, debido a la
fricción del cuero y la resina. Acaba la canción. Las
luces están completamente encendidas. Retira la mano y
se quita el guante.
EDDIE (sentado, sacudiendo el guante contra la mesa.)
(breve pausa)
May, mira. ¿May? No me voy a ninguna parte. ¿Lo
ves? Estoy aquí. No me he marchado. Mírame. (Ella
no lo hace.) No sé por qué no quieres mirarme. Soy
yo, ya lo sabes. ¿Quién te has creído que soy? (Pausa.)
¿Quieres algo, un vaso de agua? ¿Eh? (Se levanta
despacio, se acerca a ella cautelosamente, le acaricia la
cabeza con suavidad, y ella sigue quieta.) May, vamos...
No puedes quedarte así. ¿Cuánto tiempo llevas ahí
sentada? ¿Quieres que salga y te traiga algo? ¿Unas
patatas fritas... yo qué sé, cualquier cosa? (Ella le
agarra de repente la pierna que tiene más cerca y se
aferra a ella con fuerza, enterrando la cabeza entre sus
rodillas.) No me voy a marchar. No te preocupes. No
me voy a marchar. Voy a quedarme aquí, ya te lo he
dicho. (Ella se aferra aún más a su pierna; él se queda
ahí parado y le acaricia suavemente la cabeza.) May,
vamos, suéltame. Voy a meterte en la cama, ¿quieres?
(El l a le agarra la otra pierna y se su j eta con fuerza a las
dos.) Vamos... Voy a acostarte, y te prepararé un té
caliente, o lo que te apetezca. ¿Quieres té? (Ella agita
violentamente la cabeza y sigue agarrada a sus piernas.)
¿Con limón? ¿O un poco de «Ovaltine»? May, suélta-
me ya. (Pausa, y después ella le empuja y vuelve a su
posición inicial.) Ahora échate y trata de relajarte.
(EDDIE intenta tumbarla sobre la cama, suavemente,
mientras retira las mantas. Ella reacciona furiosa,
saltando de la cama y golpeándole con los puños. El se
echa hacia atrás. MAY vuelve a la cama y le mira
furiosa, airada, cara a cara.)
EDDIE (después de una pausa)
¿Quieres que me vaya? (Ella menea la cabeza.)
MAY
¡No!
EDDIE
¿Entonces qué quieres?
MAY
Hueles.
EDDIE
Huelo.
MAY
Hueles.
EDDIE
Llevo varios días conduciendo
MAY
Te huelen los dedos.
EDDIE
A caballo.
MAY
A coño.
EDDIE
Vamos, May.
MAY
Huelen como a metal.
EDDIE
No empecemos con esas idioteces.
MAY
A coño de rica. Muy limpio.
EDDIE
Sí, claro.
MAY
Sabes que es verdad.
EDDIE
He venido a ver si estabas bien.
MAY
¡No te necesito!
EDDIE
Muy bien. (Se da la vuelta para irse y recoge el guante y
la correa.) Estupendo.
MAY
¡No te vayas!
EDDIE
Me marcho.
(Sale por la puerta de la izquierda, dando un portazo.)
MAY (grito de agonía)
¡¡¡No te vayas!!!
(Agarra la almohada, apretándosela contra el pecho, y
luego se tira boca abajo en la cama, gimiendo y
moviéndose de un lado a otro, apoyada sobre los codos y
las rodillas. Fuera de escena se oye a EDDIE que vuelve.
Ella se levanta, aferrada a la almohada, y se queda de
pie a la derecha de la cama, frente a la puerta de la
izquierda. EDDIE entra por esta puerta dando un
portazo. Ha dejado fuera el guante y la correa. Se
quedan un segundo uno frente al otro. Él hace un
movimiento hada ella. MAY se retira hasta el rincón
derecho del fondo de la habitación, apretando la al-
mohada contra el pecho. EDDIE se queda contra la
pared de la izquierda, mirándola.)
EDDIE
¿Que pasa? ¿Eh? ¿Qué tengo que hacer?
MAY
Ya lo sabes.
EDDIE
¿Qué?
MAY
Vas a quitarme de en medio.
EDDIE
¿De qué estás hablando?
MAY
Vas a quitarme de en medio, o vas a hacer que
alguien lo haga.
EDDIE
¿Y por qué iba a querer hacer eso? ¿Estás de coña?
MAY
Porque soy un estorbo para ti.
EDDIE
No seas estúpida.
MAY
Soy más lista que tú, y tú lo sabes. Puedo oler tus
pensamientos incluso antes de que tú los pienses.
(EDDIE se mueve junto a la pared hasta la esquina del
fondo izquierdo de la habitación. MAY sigue mante-
niendo su territorio en la esquina opuesta.)
EDDIE
May, estoy tratando de cuidarte, ¿entendido?
MAY
Qué va. Te sientes culpable, únicamente. Cobarde y
culpable.
EDDIE
Fantástico...
(Se mueve a la izquierda hacia la mesa, pegado a la
pared.) (Pausa)
MAY (tranquila, en el rincón)
Voy a matarla, ¿sabes?
EDDIE
¿A quien?
MAY
A quién...
EDDIE
No me hables así.
(MAY empieza a moverse lentamente hacia la derecha,
mientras EDDIE se mueve simultáneamente hacia la
izquierda. Los dos, al moverse, se aprietan contra la
pared.)
MAY
Pienso hacerlo. La mataré a ella y luego te mataré a ti.
Sistemáticamente. Con cuchillos muy afilados. Con dos
cuchillos distintos. Uno para ella y el otro para ti.
(Golpea la pared con un codo. La pared resuena.)
Para que la sangre no se mezcle. Aunque a ella voy a
torturarla antes. A ti no. A ti te mataré de repente. En
mitad de un beso, probablemente. Justo cuando creas
que ya todo ha pasado. Justo en el momento en que
pienses que has conseguido engatusarme. Entonces
morirás.
(Ella llega hasta el límite de la derecha del escenario.
EDDIE está en la esquina izquierda del fondo. Pausa.)
EDDIE
¿Sabes cuántas millas me he apartado de mi camino
sólo por venir aquí a verte? ¿Tienes idea?
MAY
Nadie te ha pedido que vengas.
EDDIE
Dos mil cuatrocientas ochenta.
MAY
¿Ah, sí? ¿Y dónde estabas, en Katmandú o algo así?
EDDIE
Dos mil cuatrocientas ochenta millas.
MAY
¿Y qué?
(Él deja caer la cabeza, mira al suelo. Pausa. Ella le
mira fijamente. Él empieza a moverse lentamente hacia la
izquierda, pegado a la pared mientras habla.)
EDDIE
Te echaba de menos. De verdad. Te he echado de
menos más que a nadie en toda mi vida. No paraba
de pensar en ti todo el rato, mientras conducía. Podía
verte constantemente. A veces, sólo una parte de ti.
MAY
¿Qué parte?
EDDIE
El cuello.
MAY
¿El cuello?
EDDIE
Sí.
MAY
¿Echabas de menos mi cuello?
EDDIE
Te echaba de menos entera pero, por algún motivo, tu
cuello me volvía una y otra vez. Y por culpa de tu
cuello no paré de llorar.
MAY
¿Llorabas?
EDDIE (Se para junto a la puerta de la izquierda. Ella
sigue a la derecha.)
Sí. Lloraba. Como un niño. No lo podía controlar.
Empezaba a llorar de repente, y luego me paraba... y
después, otra vez, volvía a empezar. Durante millas y
más millas. No podía parar de llorar. Me adelantaban
algunos coches, y la gente me miraba. Tenía la cara
desfigurada. No lo podía controlar.
MAY
¿Eso fue antes o después de tu juerguecita con la
Condesa?
EDDIE (Se golpea la cabeza contra la pared. La pared
retumba.)
¡No ha habido ninguna juerga con ninguna Condesa!
MAY
Eres un mentiroso.
EDDIE
La invité una vez a cenar, ¿vale?
MAY
¡Ja!
(Ella se mueve hacia el fondo por la pared de la
derecha .)
EDDIE
Dos veces.
MAY
¡Te la has estado tirando sin parar! No me vengas con
historias.
EDDIE
Puedes creer lo que te apetezca
MAY (se para junto a la puerta del cuarto de baño,
enfrente de EDDIE)
¡Me creeré la verdad! Es menos confusa.
(Pausa)
EDDIE
Voy a llevarte conmigo, May.
(Ella tira la almohada contra la cama y se va al rincón
del fondo de la derecha.)
MAY
No pienso volver a esa caravana, si es lo que tienes
pensado.
EDDIE
Voy a trasladarla. He comprado un terreno en Wyo-
ming.
MAY
¿En Wyoming? ¿Estás loco? Yo no pienso irme a
Wyoming. ¿Qué es lo que hay allí? ¿Hombres Marlbo-
ro...?
EDDIE
No puedes quedarte aquí.
MAY
¿Por qué no? Tengo un empleo. Aquí soy ahora una
ciudadana normal.
EDDIE
¿Tienes un empleo?
MAY (se mueve hacia la cabecera de la cama)
Sí. ¿Qué te habías creído, que soy una inútil?
EDDIE
No, pero es que... hace mucho tiempo que no trabajas.
MAY
Soy cocinera.
EDDIE
¿Cocinera? Pero si ni siquiera sabes freír un huevo...
MAY
¡No pienso volver a hablarte!
(Ella se vuelve, corre al cuarto de baño y cierra la
puerta. EDDIE la sigue, intenta abrir la puerta, pero se
ha encerrado.)
EDDIE (en la puerta del cuarto de baño)
May, lo tengo todo pensado. Llevo semanas pensando
en esto. Voy a trasladar la caravana de sitio. Construi-
ré un corral para los caballos. Tendremos una huerta
grande. Y a lo mejor algunas gallinas.
MAY (desde el otro lado de la puerta)
¡Odio las gallinas! ¡Odio los caballos! ¡Odio toda esa
mierda! Tú lo sabes. Debes confundirme con otra
persona. Y sigues viniendo a verme con esa pobre
vida campestre de ensueño, llena de gallinas y verdu-
ras, y yo no puedo soportar nada de eso. Sólo
pensarlo me entran ganas de vomitar.
EDDIE (Mientras tanto EDDIE ha cruzado el escenario
hacia la izquierda y se para junto a la mesa.)
Ya te acostumbrarás.
MAY (entra desde el cuarto de baño)
¡Eres increíble!
(Cierra de un portazo la puerta del cuarto de baño, y
cruza hasta la ventana.)
EDDIE
Esta vez no te voy a dejar, May.
(Se sienta en una silla, junto a la mesa.)
MAY
Para empezar, jamás me has tenido. (Pausa) ¿Cuántas
veces me has hecho esto?
EDDIE
¿El qué?
MAY
Engañarme con alguna fantasía idiota para dejarme
luego tirada como un trapo. ¿Cuántas veces ha ocurri-
do eso?
EDDIE
No es ninguna fantasía.
MAY
Todo es una fantasía.
EDDIE
Y además, nunca te he dejado tirada.
MAY
¡No, simplemente desapareciste!
EDDIE
Ahora estoy aquí, ¿no?
MAY
Vaya... ¡alabado sea Jesucristo!
EDDIE
Te voy a cuidar, May. De verdad. Voy a quedarme a
tu lado pase lo que pase. Lo prometo.
MAY
Lárgate de aquí.
(Pausa)
EDDIE
¿Por qué tuviste que escaparte?
MAY
¿Escaparme... yo?
EDDIE
Sí. ¿Por qué no pudiste quedarte quieta? Sabías que
iba a volver a recogerte.
MAY (cruzando a la cabecera de la cama)
¿Cómo te figuras que es el estar sentada durante
semanas enteras dentro de una caravana de lata, con
el viento soplando a través de las rendijas? Esperando
que llegue el butano. Haciendo auto-stop bajo la
lluvia para ir a la lavandería... ¿Te parece una vida
muy excitante?
EDDIE (sigue sentado)
Te compré un montón de revistas.
MAY
¿Qué revistas?
EDDIE
Antes de marcharme te compré todas esas revistas de
moda. Creía que te gustaban. Esas que son como
francesas.
MAY
Sí, me gustó especialmente la que tenía a la Condesa
en la portada. Eso fue un detallazo.
(Pausa)
EDDIE
Muy bien.
(Se pone de pie.)
MAY
¿Muy bien qué?
(Eddie se dirige a la puerta de la izquierda.)
MAY
¿Dónde vas?
EDDIE
A sacar mis cosas del camión. Vuelvo ahora mismo.
MAY
¿Es que estás pensando en venirte a vivir aquí?
EDDIE
Bueno, pensaba quedarme a pasar la noche, si te
parece bien.
MAY
¿Hablas en serio?
EDDIE (abre la puerta)
Entonces, supongo que me marcharé.
MAY (se pone de pie)
Espera.
(Él cierra la puerta. Se quedan un rato mirándose. Ella
va despacio hacia él. Se para. Él da algunos pasos hacia
ella. Se para. Se acercan el uno al otro. Se paran. Pausa,
mientras se miran. Se abrazan. Se dan un beso largo y
tierno. Se tratan con mucha dulzura. Ella se aparta
ligeramente de él. Sonríe. Le mira directamente a los
ojos, y de pronto le da un rodillazo en el bajo vientre con
una fuerza tremenda. EDDIE se dobla por la mitad y
cae al suelo como una roca. Ella se queda de pie encima
de él. Pausa.)
MAY
Puedes aguantarlo, ¿no? Eres especialista de cine...
(Ella entra en el cuarto de baño, dando un portazo. En
el marco de la puerta hay micrófonos amplificadores y
un bombo, para que cada vez que un actor dé un
portazo éste resuene un rato con fuerza. Lo mismo
sucede con la puerta de la izquierda. EDDIE permanece
en el suelo, sujetándose el vientre, dolorido. Las luces del
escenario bajan a media intensidad, mientras un foco se
va encendiendo lentamente encima del VIEJO. Este le
habla directamente a EDDIE.)
VIEJO
Creía que vivías de la fantasía. ¿No es ésa tu forma de
ser fundamental? Sueñas las cosas, ¿no es cierto?
EDDIE (sigue en el suelo)
No lo sé.
VIEJO
No lo sabes... Pues si tú no lo sabes, no sé quién
diablos va a saberlo. Quiero enseñarte algo. Algo real,
¿quieres? Algo verdadero.
EDDIE
Muy bien.
VIEJO
Echa un vistazo al cuadro que hay en esa pared.
(Señala a la pared de la derecha. No hay ningún cuadro,
pero EDDIE mira a la pared.) ¿Lo ves? Míralo bien.
¿Lo ves?
EDDIE (mirando a la pared)
Sí.
VIEJO
¿Sabes quién es?
EDDIE
No estoy seguro.
VIEJO
Barbara Mandrell. Es ella. Barbara Mandrell. ¿Has
oído hablar de ella?
EDDIE
Claro.
VIEJO
¿Y me creerías si
ella?
te dijese que estoy casado con
EDDIE (pausa)
No.
VIEJO
Bien, verás, ésa es la diferencia. Eso es realismo. En
mi mente yo estoy realmente casado con Barbara
Mandrell. ¿Lo puedes comprender?
EDDIE
Claro.
VIEJO
Bien. Me alegro de que nos entendamos.
(El VIEJO bebe de su taza. El foco se apaga lentamente,
mientras las luces del escenario recuperan toda su
intensidad. Estos cambios de luz están sincronizados
con el abrir y cerrar de las puertas. MAY entra, desde el
cuarto de baño, y cierra la puerta silenciosamente. En
las manos lleva un vestido rojo, unas medias, unos
zapatos negros de tacón alto, un bolso negro colgado del
hombro y un cepillo para el pelo. Cruza hasta los pies de
la cama y tira la ropa sobre ella. Cuelga el bolso de un
poste de la cama, se sienta a sus pies dando la espalda a
EDDIE, y empieza a cepillarse el pelo. EDDIE sigue en el
suelo. MAY termina de cepillarse y tira el cepillo sobre la
cama. Luego empieza a quitarse la ropa y a ponerse la que
ha traído. Mientras le habla a EDDIE y se pone la nueva
ropa, se va transformando gradualmente en una mujer
muy atractiva. Esto ocurre a lo largo de su parlamento, sin
que casi se note.)
MAY (voz muy fría, casi monótona, como si le estuviera
escribiendo una carta)
No comprendo mis sentimientos. De verdad que no.
No comprendo cómo, después de tanto tiempo, puedo
odiarte tanto. Cómo, a pesar de lo mucho que me
gustaría no odiarte, te odio todavía más. El odio
crece. Ahora ya ni siquiera puedo verte. Lo único que
veo es una imagen tuya. Tuya y de ella. Y ni siquiera
sé ya si la imagen es real. Además, me da igual. Es
una imagen inventada, que invade mi cabeza... voso-
tros dos. Y esa imagen me hace muchísimo más daño
que si realmente te hubiese visto con ella. Me hiere.
Me hiere hasta lo más hondo, y nunca podré superar-
lo. Pero tampoco puedo deshacerme de la imagen. Me
viene sin buscarla. Es como una pequeña tortura. Y te
culpo más por esta pequeña tortura que por todo lo
que hiciste.
EDDIE (levantándose despacio)
Me iré.
MAY
Será mejor.
EDDIE
¿Por qué?
MAY
Es mejor, simplemente .
EDDIE
Creía que deseabas que me quedara.
MAY
Va a venir alguien a buscarme.
EDDIE (breve pausa, de pie)
¿Aquí?
MAY
Sí, aquí. ¿Dónde si no?
EDDIE (se acerca a ella)
¿Has estado saliendo con alguien?
MAY (se mueve rápidamente a la izquierda, cruza a la
derecha)
¿Cuándo fue la última vez que estuvimos juntos,
Eddie? ¿Eh? ¿Puedes acordarte de algo tan lejano?
EDDIE
¿A quién has estado viendo?
(Se acerca violentamente a ella.)
MAY
¡No me toques! Ni se te ocurra tocarme.
EDDIE
¿Cuánto tiempo hace que le ves?
MAY
¿Y eso qué importa?
(Breve pausa. El se queda mirándola, y súbitamente se
vuelve y sale por la puerta de la izquierda, dando un
portazo. La puerta retumba.)
MAY
¡Eddie! ¿Adónde vas? ¡Eddie!
(Breve pausa. Ella sigue a EDDIE con la mirada, y luego se
vuelve deprisa y va a la ventana. Separa las
persianas, mira por la ventana, y se vuelve hacia la
habitación. Corre hacia la cama, se pone a cuatro
patas, saca una maleta de debajo de la cama, la tira
encima de ella y la abre. Corre hacia el cuarto de baño y
desaparece, dejando abierta la puerta. Vuelve con varias
prendas de ropa, las mete en la maleta, y se vuelve como
para ir otra vez al cuarto de baño. Se para. Escucha a
EDDIE fuera de escena. Cierra rápidamente la maleta, y
vuelve a meterla debajo de la cama. Se sienta en la cama.
Se pone de pie otra vez. Corre al cuarto de baño, vuelve
con un cepillo de pelo y cierra la puerta de un portazo.
Empieza a cepillarse el pelo, como si lo hubiese estado
haciendo durante todo este rato. Se sienta en la cama, sin
dejar de cepillarse. EDDIE entra, da un portazo. La puerta
retumba Se queda ahí parado, con una escopeta en una
mano y una botella de tequila en la otra. Se acerca a la
cama, y tira la escopeta sobre ella, al lado de MAY.)
MAY (se levanta, da unos pasos, deja de cepillarse)
Ah, maravilloso... ¿Qué vas a hacer con ese chisme?
EDDIE
Limpiarlo. (Abre la botella.) ¿Tienes vasos?
MAY
En el cuarto de baño.
EDDIE
¿Y qué demonios hacen en el cuarto de baño?
(EDDIE va hacia la puerta del cuarto de baño con la
botella.)
MAY
Lo guardo todo en el cuarto de baño. Es más seguro.
EDDIE
¿Quieres un poco?
MAY
Ya no bebo.
EDDIE
Estupendo, ya era hora.
(Entra al cuarto de baño. MAY vuelve hacia la cama,
mira la escopeta.)
MAY
Eddie, el que va a venir es muy simpático. (pausa)
¿Eddie?
VOZ DE EDDIE
¿Dónde están los malditos vasos?
MAY
¡En el botiquín!
VOZ DE EDDIE
¿Y qué carajo hacen en el botiquín?
(Sonido del botiquín que se abre y se cierra.)
MAY
En el botiquín no hay microbios.
VOZ DE EDDIE
Microbios...
MAY
Eddie, ¿me has oído?
(Eddie entra con un vaso, llenándolo lentamente de
tequila, mientras cruza hada la mesa.)
MAY
¿Has oído lo que he dicho, Eddie?
EDDIE
¿De qué?
MAY
Del hombre que va a venir aquí.
EDDIE
¿Qué hombre?
MAY
Oh, vamos...
(EDDIE coloca sobre la mesa la botella de tequila y
luego se sienta en una silla. Bebe del vaso, un sorbo
largo. Ignora al VIEJO.)
EDDIE
Para empezar, la cosa no puede ser muy seria...
MAY
¿Ah, no? ¿Y eso por qué?
EDDIE
Porque le has llamado «hombre».
MAY
¿Y cómo tendría que llamarle?
EDDIE
Pues tío, o algo parecido. Si hubieras dicho que es un
tío, me preocuparía, pero como le has llamado hom-
bre, te has delatado. Te pones en una situación
ridícula con ese tío llamándole hombre. Te pones por
debajo de él.
MAY
¿Y qué sabrás tú?
EDDIE
Ese tipo debe de ser un gilipollas. Debe de ser un
pobre imbécil con un traje de dos dólares, o algo por
el estilo.
MAY
Para ti, todos lo que no están a punto de matarse
cayéndose de un caballo o subiéndose a un toro son
unos gilipollas.
EDDIE
Exacto.
MAY
¿Y tú qué se supone que eres, un tío o un hombre?
(EDDIE baja lentamente su vaso. La mira. Pausa.
Sonríe, y luego habla en voz baja y con intención.)
EDDIE
Te diré una cosa. Vamos a esperar a que venga ese
hombre. Los dos juntos. Nos quedaremos aquí, espe-
rando. Luego dejaré que seas tú la que juzgue.
MAY
¿Por qué para ti todo es una gran competición? El no
está compitiendo contigo. Ni siquiera sabe que exis-
tes.
EDDIE
Puedes presentarme.
MAY
No voy a presentarte. Definitivamente no voy a
presentarte. El se sentiría muy incómodo de encon-
trarme aquí con otro. Además, acabo de conocerle.
EDDIE
¿Incómodo?
MAY
Sí, incómodo. Es una persona muy sensible.
EDDIE
¿De veras? Bueno, yo también soy una persona muy
sensible. Resulta muy fácil herir mis sentimientos.
MAY
¿Qué sentimientos?
(EDDIE se queda en silencio, da un trago, luego se
levanta despacio con el vaso en la mano, deja la botella
sobre la mesa, cruza hacia la cama. Se sienta en ella,
deja el vaso en el suelo, coge la escopeta y empieza a
desarmarla. MAY le observa detenidamente.)
MAY
No puedes seguir así, metiéndome en líos. Me lo has
hecho durante demasiado tiempo. Me pongo mala
cada vez que apareces. Y luego, cuando te vas, vuelvo
a ponerme mala. Para mí eres como una enfermedad.
Además, no tienes derecho a estar celoso de mí,
después de toda la mierda que he tenido que aguan-
tarte.
(Pausa. EDDIE tiene fija la atención en la escopeta
mientras le habla.)
EDDIE
Tenemos un pacto.
MAY
Oh, Dios...
EDDIE
Hicimos un pacto.
MAY
¡Ahora ya no hay nada entre nosotros!
EDDIE
Entonces, ¿por qué estás tan excitada?
MAY
No estoy excitada.
EDDIE
Estás fuera de ti.
MAY
Me estás volviendo loca. ¡Me estás volviendo comple-
tamente loca!
EDDIE
Sabes que estamos conectados el uno al otro, May, y
que siempre lo estaremos. Es algo que se decidió hace
mucho tiempo.
MAY
¡No se decidió nada! Tú lo inventaste todo.
EDDIE
Tú sabes lo que pasó.
MAY
Me prometiste que se había acabado. No puedes
empezar otra vez con todo eso. Me lo prometiste.
EDDIE
Una promesa no puede acabar con una cosa así.
Simplemente, sucedió.
MAY
¡No sucedió nada! ¡Jamás sucedió nada!
EDDIE
Inocente hasta la última gota...
MAY (pausa, controlada)
Eddie... ¿quieres marcharte, por favor? Ahora.
EDDIE
Vas a descubrirlo, de una manera u otra.
MAY
Quiero que te marches.
EDDIE
Antes no querías que me marchara.
MAY
Pues ahora quiero que te marches. Y no es por este
hombre. Es que...
EDDIE
¿Qué?
MAY
Imbécil. Eso lo deberías saber ya.
EDDIE
Eso es lo que piensas, ¿eh?
MAY
Ocurrirá lo mismo una y otra vez. Estaremos juntos
durante algún tiempo, y luego tú te marcharás.
EDDIE
Yo me marcharé...
MAY
Te marcharás, lo sabes. Ahora me quieres sólo porque
he estado viendo a otro. En cuanto todo eso se haya
acabado, te marcharás otra vez.
EDDIE
¡Yo no he venido aquí porque tú hayas estado salien-
do con otro! ¡Me importa un carajo a quién veas!
¡Jamás podrás reemplazarme, y tú lo sabes!
MAY
¡Lárgate!
(Largo silencio. EDDIE levanta el vaso y brinda por ella.
Luego bebe despacio hasta la última gota. Deposita el
vaso en el suelo, lentamente.)
EDDIE (le sonríe)
Muy bien.
(Se levanta despacio, recoge las piezas de la escopeta. Se
queda parado un segundo, mirando las piezas. MAY se
mueve ligeramente hacia él.)
MAY
Eddie...
(El levanta la cabeza y la mira. Ella se para en seco.)
EDDIE
Eres una traidora.
(Sale por la izquierda con la escopeta. Da un portazo. La
puerta retumba. MAY corre hacia la puerta.)
MAY
¡¡Eddie!!
(Se abalanza sobre la puerta. Alarga los brazos y
acaricia las paredes. Llora, y empieza a moverse lenta-
mente a lo largo de la pared de la izquierda hacia la
esquina del fondo, abrazando la pared mientras avanza,
sin dejar de llorar. El VIEJO empieza a contar su
historia mientras MAY se mueve lentamente a lo largo
de la pared. Se la cuenta directamente a ella, como si
fuese una niña. MAY sigue absorta con su sentimiento
de pérdida, y sigue moviéndose alrededor de la habita-
ción, acariciando las paredes en el transcurso de la
historia, hasta que llega a la esquina frontal de
la derecha. Cae al suelo de rodillas.)
(Lentamente, durante el lamento de MAY, el foco se
enciende encima del VIEJO, y las luces del escenario
vuelven otra vez a la mitad de su intensidad.)
VIEJO
¿Sabes?, hay una cosa que jamás olvidaré. No podré
olvidarla mientras viva... y ni siquiera sé exactamente
por qué la recuerdo, íbamos de viaje por el sur de
Utah, me parece... tú, tu madre y yo, en aquel viejo
Plymouth que teníamos. ¿Te acuerdas de aquel Plymouth? En el morro tenía un adorno de plástico
blanco. Creo que era una copia del Mayflower. Bueno,
era algún barco. Llevábamos toda la noche viajando y
tú estabas completamente dormida en el asiento
delantero. De repente te despertaste llorando. Te
quejabas de algo. Tenías una pesadilla, o algo por el
estilo. Despertaste a tu madre, y ella te pasó al
asiento trasero para tratar de calmarte. Pero no te
callabas por nada del mundo. No parabas de berrear.
Así que paré el Plymouth al borde de la carretera, en
mitad de ninguna parte. Te recogí del asiento trasero
y te llevé a un campo. Pensé que el aire te calmaría
un poco, pero tú seguías aullando. Y entonces, de
repente, vi que algo se movía. Algo que era más
grande que nosotros dos juntos. Y empezó a moverse
hacia nosotros, despacito...
(MAY empieza a arrastrarse lentamente a cuatro patas
desde el rincón frontal de la derecha hacia la cama.
Cuando llega a la cama, agarra la almohada y la abraza,
todavía arrodillada. Se mece hacia adelante y hacia atrás
abrazando la almohada, mientras el VIEJO continúa.)
Y entonces empezaron a juntársele otras cosas igua-
les, con la misma forma y el mismo aspecto. Estaba
tan oscuro que no podía ni siquiera verme la mano.
Pero esas cosas empezaron a moverse hacia nosotros
desde todas las direcciones, en un gran círculo. Yo me
quedé parado, y volví la vista hacia el coche para ver
si tu madre estaba bien. Pero ya no podía ver el
coche. Así que la llamé, gritando su nombre. Y ella
me contestó desde la oscuridad, con un grito. Y justo
entonces esas cosas empezaron a hacer «muuu».
Todas se pusieron a mugir.
(Hace el ruido de una vaca mugiendo.)
Resultó que nos encontrábamos en medio de un
maldito rebaño de vacas. Nunca en tu vida habrás
visto callarse a una niña tan deprisa. Después de eso
no hiciste ni un solo ruido, durante el resto del viaje.
(MAY deja bruscamente de mecerse. De pronto oye a
EDDIE afuera. Las luces del escenario vuelven a encen-
derse. El foco que hay encima del VIEJO se apaga. MAY
se pone de pie de un salto, abandonando por completo
su pena, duda un segundo y luego corre a una de las
sillas que hay junto a la mesa y se sienta. Toma un
trago directamente de la botella, la deja con fuerza sobre
la mesa, se echa hacia atrás en la silla y mira a la
botella como si hubiese estado sentada de esta forma
desde que EDDIE salió. EDDIE entra deprisa, llevando
dos sogas. Da un portazo. La puerta retumba. Ignora a
MAY por completo. Ella también le ignora y sigue
mirando a la botella. Él va hasta la cama, tira sobre ella
una de las cuerdas y empieza a hacer un lazo con la
otra. Ahora empieza a prestar atención a MAY, mientras
sigue jugando con la cuerda. Ella sigue mirando la
botella de tequila.)
EDDIE
Has decidido volver a beber, ¿eh?
(Hace girar el lazo por encima de su cabeza, atrapando
con él uno de los postes de la cama. Quita el lazo del
poste, rehace el lazo, vuelve a agitar la cuerda por
encima de la cabeza, y enlaza otro poste de la cama.
Sigue así, dando la vuelta a la cama, cogiendo con el
lazo, sucesivamente, todos los postes, sin fallar ni una
sola vez. MAY toma otro trago y deja tranquilamente la
botella en la mesa.)
MAY (Todavía sin mirarle.)
¿Qué estás haciendo?
EDDIE
Practicar un poco. Hoy día hay que estar entrenado.
Hay unos críos por ahí que te amarran un ternero en
seis segundos. ¿Te lo puedes creer? En seis segundos...
Saltan de la silla como si fuesen un puñado de monos
araña. Te diré que están convirtiendo esto en una
ciencia.
(Sigue echando el lazo a los postes de la cama, reco-
rriéndola en círculo.)
MAY (Neutra, mirando la botella.)
Creía que te ibas. ¿No dijiste que te marchabas?
EDDIE (sigue con el lazo)
Bueno, sí, iba a irme. Pero ahí afuera en el aparca-
miento, de repente se me ocurrió que es probable que
aquí no vaya a venir ningún hombre. Probablemente
no hay ningún «tío», ni ningún «hombre» ni nadie
que vaya a aparecer por aquí. Lo has inventado tú
todo.
MAY
¿Y por qué iba a hacerlo?
EDDIE
Para desquitarte.
(Se vuelve despacio hacia él, sentada, toma un trago, le
mira y deja la botella sobre la mesa.)
MAY
Jamás podré desquitarme contigo.
(El se ríe, va a la mesa, toma un largo trago de la
botella, echa la cabeza hacia atrás, hace unas gárgaras,
traga, y luego da una pirueta hacia atrás, cruzando el
escenario, para acabar estrellándose contra la pared de
la derecha.)
MAY
Así que ahora vamos a ser muy malos y muy travie-
sos, ¿no? Como en los viejos tiempos.
EDDIE
Bueno, es que hace bastante tiempo que no me he
soltado las riendas. He sido muy bueno. De verdad.
Nada de bebida. Nada de juego. Nada de muje-
res. Nada de nada. La verdad es que he sido un tipo
bastante aburrido. Y creo que de vez en cuando me
debo esto a mí mismo.
(Vuelve a tirar el lazo a los postes de la cama. Ella le
mira desde la silla.)
MAY
¿Por qué estás haciendo esto?
EDDIE
Ya te lo he dicho. Necesito entrenamiento.
MAY
No me refería a eso.
EDDIE
Pues entonces explícame a qué te refieres.
MAY
¿Por qué vuelves otra vez al mismo rollo, como si
trataras de impresionarme, o qué sé yo? Como si
acabásemos de conocernos. Son las mismas tonterías
que me hacías en el colegio.
EDDIE (sigue con el lazo)
No es más que una pequeña muestra de mi amor, ¿no
te das cuenta? Porque si dejara de intentar impresio-
narte, significaría que todo se había acabado, ¿no?
MAY
Es que se ha acabado.
EDDIE
Tú también tratas de impresionarme, ¿eh?
MAY
Me conoces perfectamente. No tengo nada nuevo que
mostrarte.
EDDIE
Está ese tipo que va a venir, el nuevo. Eso es muy
impresionante. Creía que a estas alturas no tenías ya
nada que hacer con nadie.
MAY
Vaya, muchas gracias.
EDDIE
¿Cómo es...? ¿Un «tipo joven», o algo por el estilo?
MAY
No es asunto tuyo.
EDDIE
¿Te lo has tirado ya?
(Ella le lanza una mirada furiosa, clavando los ojos en
él.)
EDDIE
¿Te lo has tirado? Es simple curiosidad (pausa). No
tienes que decírmelo. Yo ya lo sé.
MAY
Eres como un niño, ¿sabes? Como un niñito mimado
y caprichoso.
(EDDIE se ríe, escupe, pone cara de «niño caprichoso»,
y sigue echando el lazo.)
EDDIE
Espero que ese tío venga. Te juro que tengo ganas.
Quiero verle entrar por esa puerta.
MAY
¿Qué vas a hacer?
(Deja el lazo, se vuelve hacia ella. Sonríe.)
EDDIE
Voy a sentarle de culo en el suelo. Sin más.
(De repente, echa el lazo a la silla delantera, justo al lado
de MAY. Tira de la soga y atrae violentamente la silla
hacia la cama. Pausa. Se miran. MAY se levanta de
pronto, va a la cama, coge su bolso, se lo cuelga del
hombro y se dirige hacia la puerta de salida.)
MAY
No pienso quedarme a ver todo esto.
(Sale por la puerta, dejándola abierta. EDDIE sale tras
ella.)
EDDIE
¿Adónde vas?
MAY (fuera)
¡Quítame las manos de encima!
EDDIE (fuera)
Espera un segundo,
segundo, ¿de acuerdo?
espera un segundo.
Sólo un
(MAY da un grito. EDDIE la trae a escena, gritando y
dando patadas. La deposita en el suelo y cierra la
puerta. Ella se aparta de él, arreglándose el vestido.)
EDDIE
Voy a decirte una cosa. Me portaré bien. Voy a ser
muy simpático. Te lo prometo. Seré como un gatito,
¿vale? Puedes presentarme como tu hermano, o lo
que quieras. Bueno... quizás no como tu hermano.
MAY
Quizás no...
EDDIE
Tu primo. ¿Vale? Seré tu primo. Sólo quiero conocer-
le, nada más. Luego me marcharé. Te lo prometo.
MAY
¿Por qué quieres conocerle? No es más que un amigo.
EDDIE
Únicamente para ver en qué andas ahora. Puede
saberse mucho de una persona por la gente a la que
ve.
MAY
Escucha, voy a salir. Voy al teléfono que hay al otro
lado de la calle. Voy a llamarle y a decirle que se
olvide de la cita. ¿De acuerdo?
EDDIE
Estupendo. Mientras tanto te haré la maleta.
MAY
¡No voy a irme contigo, Eddie!
(De repente, la luz de los faros de un coche cruza el
escenario, a través de la ventana. Recorren al público y
se desvanecen hacia la izquierda. Deben ser dos intensos
rayos de luz blanca y penetrante, no faros «realistas».)
MAY
Vaya, lo que faltaba.
(Corre hacia la ventana, mira por ella. EDDIE se ríe, y
bebe un trago.)
EDDIE
¿Por qué no sales corriendo? Venga, corre... Échate en sus
brazos, o algo por el estilo. Lánzale besitos a la luz de la
luna.
(EDDIE se ríe. Va a la cama, y se saca del cinturón un par
de viejas espuelas. Se sienta. Empieza a ponerse las
espuelas. Es importante que las espuelas parezcan viejas y
usadas, que no sean como las de un cowboy de película de
dibujos animados. MAY entra en el cuarto de baño,
dejando la puerta abierta.)
MAY (fuera)
¿Qué haces?
EDDIE
Estoy poniéndome los espolones. Quiero tener buen
aspecto para ese «hombre», causarle buena impresión. Al
fin y al cabo soy tu primo.
MAY (entrando)
Si le haces algo, Eddie...
EDDIE
No voy a hacerle nada. Soy un
además muy sensible. Muy civilizado.
tío simpático.
Y
MAY
Sólo voy a salir con él, es una cita normal y corriente,
un amigo...
EDDIE
¿Un amigo? Pues pienso dejarle hecho un higo.
(Empieza a reírse tanto de su chiste que rueda por la
cama y se cae al suelo. Le entra un ataque de risa, y
golpea el suelo con los puños. MAY se mueve hacia la
puerta, se para y se vuelve hacia EDDIE.)
MAY
¡Eddie! Hazme un favor. Sólo por esta vez.
EDDIE (riéndose mucho)
Lo que quieras, May, lo que quieras.
(Sigue riéndose histéricamente.)
MAY (alejándose de él)
¡Mierda!
(Va a la puerta de la izquierda y la abre. Afuera está todo
oscuro, y solamente brilla la luz del porche. Se queda en
el umbral, mirando hacia la calle. Pausa, mientras
EDDIE recupera poco a poco el control de sí mismo y
deja de reírse. Mira a MAY.)
EDDIE (todavía en el suelo)
¿Qué haces? (Pausa. MAY sigue mirando hacia afuera.)
¿May?
MAY (mirando por la puerta)
No es él.
EDDIE
Así que no es él.
MAY
No.
EDDIE
¿Y quién es?
MAY
Otra persona.
EDDIE (levantándose lentamente y sentándose en la
cama)
Ya... probablemente nunca va a ser «él». ¿Por qué
tratas de ponerme celoso? Sé que has estado viviendo
sola.
MAY
Es un Mercedes–Benz grande, enorme, superlargo y
negro.
EDDIE (pausa)
Esto es un motel, ¿no? La gente tiene derecho a
aparcar frente a un motel, si está viviendo aquí.
MAY
La gente que vive aquí no conduce un Mercedes–Benz
grande, enorme, superlargo y negro.
EDDIE
Tú no, pero otra persona sí.
MAY (todavía en la puerta)
Este no es un motel de los de Mercedes negros.
EDDIE
Muy bien, pues cierra la puerta y vuelve aquí.
MAY
Me están mirando fijamente desde ese coche.
EDDIE (se pone de pie deprisa)
¿Y qué hacen?
MAY
Qué hacen, no... qué hace ella.
(EDDIE se tira al suelo detrás de la cama.)
EDDIE
Bueno, ¿pues qué hace ella?
MAY
Estar ahí sentada. Mirándome.
EDDIE
Apártate de la puerta, May.
MAY (volviéndose lentamente hacia él)
No conocerás por casualidad a nadie que tenga un
Mercedes–Benz negro, ¿verdad?
EDDIE
¡Que te apartes de la puerta!
(De repente los rayos blancos de los faros cruzan el
escenario a través de la puerta abierta. EDDIE se
abalanza contra la puerta, la cierra y echa a MAY a un
lado. Justo en el momento de cerrar la puerta suena a la
izquierda el disparo de una pistola Magnum de gran
calibre, seguido inmediatamente del sonido de un cristal
que se hace añicos. Después suena la bocina de un
coche, que se mantiene en una sola nota, implacable.)
MAY (gritando por encima del sonido de la bocina)
¿Quién es? ¿Quién es ésa que hay ahí afuera?
EDDIE
¿Y yo cómo voy a saberlo?
(EDDIE apaga el interruptor que hay junto a la puerta
de la izquierda. Las luces del escenario se apagan. La luz
del cuarto de baño sigue encendida.)
MAY
¡Eddie!
EDDIE
¿Quieres agacharte? ¡Tírate al suelo!
(EDDIE la agarra y trata de tirarla al suelo detrás de la
cama. MAY lucha con él en la oscuridad. La bocina
sigue sonando. Los faros empiezan a cambiar de luces
«cortas» a «largas», barriendo ahora el escenario a
través de la ventana.)
MAY
¿Quién es ésa? ¿Ha venido contigo? ¡Hijo de puta!
(Empieza a pegarle a EDDIE, luchando contra él
mientras éste trata de tirarla al suelo.)
EDDIE
¡Yo no he traído a nadie! ¡No sé quién es ésa! No sé
quién es ésa! No sé de dónde habrá salido. Tírate al
suelo, ¿quieres?
MAY
Te ha seguido hasta aquí, ¿verdad? Le dijiste adonde
ibas, y ella te ha seguido.
EDDIE
No le he dicho a nadie dónde iba. Ni yo mismo lo
sabía hasta que llegué aquí.
MAY
¡Esta me la vas a pagar! Te lo juro por Dios que me la
vas a pagar.
(Finalmente EDDIE consigue que se agache, y se sube
encima de ella para que no pueda levantarse. MAY deja
de resistirse poco a poco, mientras él la mantiene
pegada al suelo. La bocina se calla de pronto. Los faros
se apagan. Larga pausa. Escuchan en la oscuridad.)
MAY
¿Qué crees que estará haciendo?
EDDIE
¿Cómo quieres que yo lo sepa?
MAY
No me vengas con que no la conoces. Ese es el tipo de
coche que conduce una Condesa. Es el tipo de coche
en el que siempre me la he imaginado.
(Vuelve a debatirse.)
EDDIE (sujetándola)
Estáte quieta.
MAY
No voy a quedarme aquí tumbada, contigo encima,
para dejar que un putón rico y estúpido me mate de
un tiro. ¡Deja que me levante, Eddie!
(Sonido chirriante de neumáticos. Los faros vuelven a
recorrer el escenario de izquierda a derecha. Un coche se
aleja. El sonido se va perdiendo.)
EDDIE
¡Quédate en el suelo!
MAY
¡Estoy en el suelo!
(Larga pausa en la oscuridad. Escuchan.)
MAY
¿Está muy loca esa tía?
EDDIE
Está bastante loca.
MAY
¿Te la has tirado ya?
(EDDIE se levanta despacio y cuidadosamente, inclina-
do, se acerca a la ventana, separa las persianas y mira
afuera.)
EDDIE (mirando por la ventana)
Mierda, me ha roto el parabrisas del camión. Maldita
sea.
MAY (todavía en el suelo)
¿Eddie...?
EDDIE (todavía mirando por la ventana)
¿Qué?
MAY
¿Se ha marchado?
EDDIE
No lo sé. No veo ningún faro (pausa). No me lo puedo
creer.
MAY (se levanta, cruza hasta el interruptor)
Sí, deberías haber pensado en las consecuencias antes
de meterte en sus bragas.
(MAY vuelve a encender las luces. EDDIE va rodando
hasta ella. Se pone de pie.)
EDDIE (acercándose a ella)
¡Apaga las luces! ¡Déjalas apagadas!
(Se lanza sobre el interruptor y vuelve a apagar las luces.
El escenario se queda a oscuras. MAY pasa por delante de
él y enciende otra vez las luces. El escenario se ilumina.)
MAY
¡Ésta es mi casa!
EDDIE
Escúchame, va a volver. Sé que va a volver. Tenemos
que irnos ahora mismo o, si no, tienes que apagar las
luces.
MAY
Creía que habías dicho que no la conocías...
EDDIE
¡Coge tus cosas! Vamos a marcharnos.
MAY
Yo no pienso moverme. Este lío es tuyo, no mío.
EDDIE
He venido hasta aquí para recogerte. ¿Pero a ti qué es
lo que te pasa? ¡He recorrido todo ese camino para
recogerte! ¿Crees que lo habría hecho si no te quisie-
se? ¿Eh...? ¡Esa zorra no significa nada para mí!
Nada. Tú eres la única razón de que yo esté aquí.
MAY
No voy a irme, Eddie.
(Pausa. EDDIE la mira.)
(El foco se enciende encima del VIEJO, Las luces del
escenario siguen igual. EDDIE y MAY quedan mirándose a
los ojos durante el monólogo del VIEJO. N o están
«congelados», sino sencillamente de pie, enfrentados,
mirándose, en un momento suspenso, de recono-
cimiento.)
VIEJO
Lo asombroso es que ninguno de vosotros dos me
resulta familiar. Y es algo que no consigo entender. No
me reconozco en ninguno de vosotros. Jamás lo
conseguí. Naturalmente, vuestras madres dejaron su
marca en cada uno. Eso salta a la vista. Pero en mi
opinión, toda mi parte en el asunto está ausente, es
totalmente irreconocible. Podríais ser de cualquiera.
Y probablemente lo seáis... Ni siquiera puedo recor-
dar las circunstancias. Ha pasado tanto tiempo... Es
probable que haya olvidado muchas cosas. Pero fue
una suerte que me marchase cuando me marché. Es
lo mejor que he hecho en toda mi vida.
(El foco se apaga encima del VIEJO. Las luces del
escenario vuelven a subir. EDDIE agarra su cuerda y
empieza a enrollarla. MAY le mira.)
EDDIE
No voy a marcharme. Ya no me importa lo que
pienses. No me importa lo que sientas. Nada de eso
tiene importancia. No me marcho. Voy a quedarme
aquí. Me importa un bledo que entren cien «citas»
por esa puerta... ya me ocuparé de todos y cada uno
de ellos. No me importa si me odias. Me da igual que
no soportes verme, ni oírme, ni olerme. No pienso
marcharme. Jamás te desharás de mí. Y tampoco
conseguirás nunca escaparte de mí. Te encontraré,
vayas donde vayas. Sé exactamente cómo funciona tu
cerebro. Siempre he acertado, todas y cada una de las
veces.
MAY
Tienes que olvidarte de esto, Eddie.
EDDIE
¡No voy a olvidarlo!
(Pausa.)
MAY (tranquila)
Muy bien. Mira, ya no comprendo qué es lo que tienes
en la cabeza. De verdad, no lo entiendo. Ahora me
necesitas desesperadamente. Ahora no puedes vivir sin
mí. AHORA harías cualquier cosa por mí. ¿Y por qué
tengo que creérmelo esta vez?
EDDIE
Porque es cierto.
MAY
Se suponía que todas las otras veces también era
cierto. Todas las otras veces. Y ahora, vuelve a ser
cierto. Llevas quince años tratándome igual. Para ti he
sido como un yo–yo durante quince años. Y yo nunca
he mentido. Nunca he jugado sucio. Te he querido, o
no te he querido. Y ahora, sencillamente, no te quiero.
¿Entiendes? ¿Lo entiendes? No te quiero. No te
necesito. No te amo. ¿Lo has entendido? Y si a pesar de
esto puedes quedarte, es que estás loco o eres patético.
(Ella va a la izquierda, hacia la mesa, se sienta en una silla
dando la cara al público, toma un sorbo de tequila de la
botella y la deja sobre la mesa, con fuerza. Una vez más, la
luz de unos faros barre el escenario de derecha a
izquierda. EDDIE se precipita al interruptor y apaga las
luces. El escenario queda a oscuras. Entran las luces del
exterior.)
EDDIE (agarrándola por un hombro)
¡Métete en el cuarto de baño!
MAY (retirándose)
¡No voy a entrar al cuarto de baño! ¡No pienso
esconderme en mi propia casa! Voy a salir... ¡voy a
salir y le voy a arrancar a esa tía su jodida cabeza!
¡La voy a hacer pedazos!
(Se mueve hacia la puerta de la izquierda. EDDIE la
detiene. Ella grita. Se pelean, mientras MAY grita a la
puerta.)
MAY (gritándole a la puerta)
¡Entra! ¡Entra y trae tu ridícula pistola! ¿Me oyes?
¡Tráete todas tus armas, y tu cuerpecito lamentable!
¡Te voy a comer viva!
(La puerta se abre de repente y entra MARTIN, en la
oscuridad. Tiene treinta y tantos años, es fuerte, lleva
una camisa verde y pantalones de trabajo, anchos, con
tirantes, y botas. MAY y EDDIE se separan. MARTIN
agarra a EDDIE por la cintura y los dos se estrellan
contra la puerta del cuarto de baño. La puerta retumba.
MAY se precipita al interruptor de la luz. El escenario
vuelve a iluminarse. MARTIN está encima de EDDIE,
que está en el suelo, contra la pared. MARTIN está a
punto de darle un puñetazo en la cara. MAY le detiene
con la voz.)
MAY
¡Martin, espera!
(Pausa. MARTIN se vuelve y mira a MAY. EDDIE está
aturdido, y sigue en el suelo. MAY va hacia MARTIN y
le separa de EDDIE.)
MAY
No pasa nada, Martin. Es que... estábamos discutien-
do. De verdad. Cálmate... ¿vale?
(MARTIN se aleja de EDDIE. EDDIE sigue en el suelo.
Pausa.)
MARTIN
Es que te oí gritar cuando llegué, y luego se apagaron
las luces. Pensé que alguien trataba de...
MAY
No pasaba nada. Este es mi... primo, Eddie.
MARTIN (mira a EDDIE)
Ah. Perdón,
EDDIE (hace una mueca a MARTIN)
Está mintiendo.
MARTIN (mira a MAY)
Oh.
MAY ( acercándose a la mesa)
No pasa nada, Martin. ¿Quieres beber algo? ¿Por qué
no tomas una copa?
MARTIN
Sí. Muy bien.
EDDIE (sigue en el suelo)
Está mintiendo.
MAY
Voy a buscar vasos.
(MAY entra deprisa al cuarto de baño, pasando por
encima de EDDIE. MARTIN mira a EDDIE. EDDIE le
devuelve una mueca. Pausa.)
EDDIE
Guarda los vasos en el cuarto de baño. ¿No es un poco
raro?
(MAY vuelve con dos vasos. Va a la mesa y sirve dos
copas de la botella.)
MAY
Empezaba a pensar que no vendrías, Martin.
MARTIN
Claro, lo siento. He tenido que regar el campo de rugby
de la escuela. Se me olvidó por completo.
EDDIE
¿Qué se te olvidó?
MARTIN
Digo que se me olvidó que tenía que regar. Y cuando
me acordé ya estaba a mitad de camino hacia aquí.
Tuve que volver.
EDDIE
Ah, bueno, creía que decías que te habías olvidado de
ella.
MARTIN
No...
EDDIE
¿Y cuánto camino llevabas cuando estabas a mitad de
camino?
MARTIN
¿Cómo?
EDDIE
¿Cuánto camino llevabas recorrido cuando estabas a
mitad de camino de aquí?
MARTIN
Pues... no sé. Calculo que un par de millas, o algo así.
EDDIE
¿Un par de millas? ¿Nada más? ¿Un par de millas de
nada? ¿Quieres saber cuántas millas he recorrido yo?
¿Eh?
MAY
Hemos estado bebiendo un poco, Martin.
EDDIE
Ella no ha probado ni una gota.
(Pausa.)
MAY (ofreciendo el vaso a MARTIN)
Toma.
EDDIE
Sí... es mi tequila, Martin.
MARTIN
Oh.
EDDIE
Me da igual que te lo bebas. Sólo quiero que sepas de
dónde sale.
MARTIN
Gracias.
EDDIE
No tienes que darme a mí las gracias. Agradéceselo a
los mejicanos. Ellos lo hicieron.
MARTIN
Sí.
EDDIE
En realidad deberías dar las gracias a toda la nación
mejicana. Por aquí, todo se lo debemos a Méjico. ¿Te
das cuenta? Probablemente no te das cuenta, ¿a que
no? Ahora mismo estamos en terreno mejicano. Tú y
yo no somos mejicanos por pura casualidad. ¿De qué
tipo de gente sales tú, Martin?
MARTIN
¿Yo? Ah... no sé. Me adoptaron.
EDDIE
Ya... Entonces debes tener un montón de problemas, ¿no?
MARTIN
Bueno, la verdad es que no.
EDDIE
¿No...? Se supone que los huérfanos robáis mucho... en
las tiendas y cosas por el estilo. Y se supone también
que sois el principal grupo responsable de cargarse a
nuestros presidentes.
MARTIN
¿De verdad? Eso nunca lo había oído.
EDDIE
Pues deberías leer los periódicos, Martin.
(Pausa.)
MARTIN
Siento de veras haberte pegado. Es que pensé que ella
tenía algún problema.
EDDIE
Tiene un problema.
MARTIN (mira a MAY)
Oh.
EDDIE
Tiene un gran problema.
MARTIN
¿Qué ocurre, May?
MAY (va a la cama con el vaso, se sienta)
Nada.
MARTIN
¿Cómo es que estaban apagadas las luces?
MAY
Estábamos... a punto de irnos.
MARTIN
¿Os ibais?
MAY
Sí... bueno, íbamos a volver, claro.
(MARTIN está de pie entre los dos. Mira a EDDIE,
luego a MAY. Pausa.)
EDDIE (se ríe)
No, no, no. Eso no era lo que íbamos a hacer. Te
llamas Martin, ¿verdad?
MARTIN
Sí.
EDDIE
No era eso lo que íbamos a hacer, Marty.
MARTIN
Ah.
EDDIE
¿Podrías alargarme la botella, por favor?
MARTIN (va a la mesa)
Sí, claro.
EDDIE
Gracias.
(MARTIN se acerca a EDDIE con la botella y se la da.
EDDIE bebe.)
EDDIE (después de beber)
En realidad, estábamos discutiendo acerca de ti. Eso
es lo que estábamos haciendo.
MARTIN
¿De mí?
EDDIE
Sí. Estábamos en medio de una enorme discusión
acerca de ti. Y nos acaloramos tanto que tuvimos que
apagar la luz.
MARTIN
¿Y por qué discutíais?
EDDIE
Discutíamos si eras realmente un hombre o no.
¿Sabes?, si eras un «hombre» o sólo un «tío».
(Pausa. MARTIN mira a MAY. MAY sonríe amablemen-
te. MARTIN vuelve a mirar a EDDIE.)
EDDIE
Verás, ella dice que eres un hombre. Así te llama, un
«hombre». ¿Lo sabías? Pues así es como te llama.
MARTIN (vuelve a mirar a MAY)
No.
MAY
Jamás te he llamado nada despreciativo, Martin, no
te preocupes.
MARTIN
No me preocupa. Me da igual.
EDDIE
No, pero verás... yo le dije que estaba llena de mierda.
Se lo dije mucho antes de verte a ti. Y ahora que te he
visto, la verdad es que no es como para retirarlo.
¿Entiendes lo que quiero decir, Martin?
(Pausa. MAY se pone en pie.)
MAY
Martin, ¿quieres ir al cine?
MARTIN
Sí. Bueno, pensaba que iríamos al cine...
(Va deprisa al cuarto de baño, pasa por encima de
EDDIE, y se encierra dando un portazo. La puerta
retumba. Pausa mientras MARTIN se queda mirando a
la puerta del cuarto de baño. EDDIE sigue en el suelo, y
hace una mueca a MARTIN.)
MARTIN
¿No estará furiosa, verdad?
EDDIE
Ni idea, chico.
MARTIN
Yo no pretendía enfadarla.
(Pausa.)
EDDIE
¿Qué vais a ir a ver, Martin?
MARTIN
No lo he decidido.
EDDIE
¿Cómo que no lo has decidido? Se supone que todas esas
cosas deberías tenerlas previstas con antelación, ¿no?
MARTIN
Sí, pero no estoy seguro de lo que a ella le gusta.
EDDIE
¿Y eso qué tiene que ver? Vas a llevarla al cine, ¿no?
MARTIN
Sí.
EDDIE
Entonces tú eliges la película. El chico elige la
película. Siempre es el tío el que elige la película.
MARTIN
Sí, pero no quiero llevarla a una película que no le
apetezca.
EDDIE
¿Y cómo sabes qué es lo que le apetece?
MARTIN
No lo sé. Por eso no he decidido aún la película. ¿Y si
por casualidad la llevo a una que ya ha visto?
EDDIE
Estás completamente equivocado, Martin. El motivo
para llevarla al cine no es que vea una película que no
ha visto.
MARTIN
Ah.
EDDIE
El motivo para llevarla al cine es que quieres estar
con ella, ¿no? Simplemente quieres estar cerca de
ella. Y podrías llevarla a cualquier otra parte.
MARTIN
Supongo que sí.
EDDIE
Y es probable que después de algún tiempo no
necesites llevarla a ningún sitio. Podrías quedarte
aquí, sin más.
MARTIN
¿Y aquí qué íbamos a hacer?
EDDIE
Pues podríais... contaros historias.
MARTIN
¿Historias?
EDDIE
Sí.
MARTIN
Yo no sé ninguna historia.
EDDIE
Invéntatelas.
MARTIN
Eso sería mentir, ¿no?
EDDIE
No, qué va... mientes cuando te crees que es verdad.
Si ya sabes que es una mentira, entonces eso no es mentir.
MARTIN (después de una pausa)
¿Quieres que te ayude a levantarte del suelo?
EDDIE
Me gusta estar aquí. Hay menos tensión. ¿No has
notado que cuando estás de pie hay mucha más
tensión?
MARTIN
Sí, lo he notado. Muchas veces, cuando estoy tra-
bajando, que tengo que estar a cuatro patas...
EDDIE
¿Qué clase de trabajo haces, Martin?
MARTIN
Sobre todo jardinería. Mantenimiento.
EDDIE
Ya... ¿praderas y cosas parecidas?
MARTIN
Sí.
EDDIE
¿Y cortas el césped a cuatro patas?
MARTIN
Bueno, los bordes... Ya sabes, hay que igualar los bordes.
EDDIE
Ah.
MARTIN
Y quitar las malas hierbas, esas cosas.
EDDIE
Ya te entiendo.
MARTIN
Pero siempre me he dado cuenta de que estoy mucho
más relajado cuando estoy en el suelo a cuatro patas.
EDDIE
Claro. Bueno, si quieres puedes ponerte a cuatro
patas ahora mismo. A mí me da igual.
MARTIN (sonríe, se siente incómodo, mira a la puerta
del cuarto de baño)
No, seguiré de pie, gracias.
EDDIE
Como quieras. Pero te vas a poner cada vez más
tenso.
(Pausa.)
MARTIN
Así que eres primo de May, ¿eh?
EDDIE
Ahí lo tienes. Preguntarme eso. Ahí está... eso es
resultado de la tensión. ¿Ves lo que quiero decir?
MARTIN
¿El qué?
EDDIE
Preguntarme si soy su primo. Me lo preguntas porque
estás tenso. Tú ya sabes que no soy su primo.
MARTIN
¿Y cómo voy a saberlo?
EDDIE
¿Parezco primo suyo?
MARTIN
Ella ha dicho que lo eres.
EDDIE (sonríe)
Miente.
(Pausa.)
MARTIN
Bueno, ¿entonces qué eres?
EDDIE (se ríe)
Ahora sí que te estás poniendo realmente tenso, ¿eh?
MARTIN
Quizás debería marcharme. Quiero decir que...
(MARTIN hace un movimiento hacia la puerta de la
izquierda, EDDIE se lanza hacia ella y llega antes que
MARTIN. MARTIN se queda parado y luego corre hacia la
ventana, la abre y trata de salir por ella. EDDIE corre hacia
él y le agarra por el fondo de los pantalones, le arranca de
la ventana, le lanza sobre la pared de la derecha, y después
le arrastra lentamente a lo largo de la pared, mientras
habla. Llegan hasta el rincón frontal de la derecha.)
EDDIE
No, no... no
en la noche
solo. Yo lo
horrible, es
te vayas, Martin. No te vayas. Ahí afuera,
oscura, vas a ponerte triste y te sentirás
sé. He vagado por ahí así de solo. Es
algo que te corroe por dentro. (Pasa un
brazo por encima de los hombros de MARTIN, y le lleva
a la mesa.) Ahora ven aquí, siéntate, y tomaremos un
trago, ¿de acuerdo?
MARTIN (mientras va con EDDIE)
¿Crees que ella se encuentra bien?
EDDIE
Claro que se encuentra bien. Ella siempre está bien,
pero le gusta tomarse su tiempo. Y lo hace sólo por
torturarte.
MARTIN
Es que íbamos a ir al cine.
EDDIE
Ya saldrá, tú no te preocupes. Le gusta el cine.
(Se sientan a la mesa, a la izquierda. EDDIE corre la silla
de la derecha y sienta en ella a MARTIN. Luego va a la silla
del fondo y se sienta, de modo que queda ahora enfrente
del V I E J O, en par t e. El foco se va encendiendo lentamente
encima del VIEJO, pero MARTIN no acusa su presencia.
Las luces del escenario permanecen iguales. MARTIN
deposita su vaso sobre la mesa. EDDIE se lo llena con la
botella. El brazo izquierdo del VIEJO desciende
lentamente, y se alarga sobre la mesa, con la taza vacía en
la mano, pidiendo de beber. EDDIE mira un segundo al
VIEJO a los ojos, y luego también le sirve. Los tres beben,
EDDIE de la botella.)
MARTIN
¿Pero a ella qué le pasa exactamente?
EDDIE
Está muy alterada.
(El VIEJO se ríe entre dientes. Bebe.)
MARTIN
¿Alterada? ¿Por qué?
EDDIE
Bueno, no nos habíamos visto desde hace algún
tiempo. Verás, ella y yo nos conocemos desde hace
mucho tiempo. Del colegio.
MARTIN
No lo sabía.
EDDIE
Sí, hace mucho tiempo.
MARTIN
¿Y de verdad no sois primos?
EDDIE
No. Realmente no. No.
MARTIN
¿Eres... su marido?
EDDIE
No. Ella es mi hermana. (Él y el VIEJO se miran, y
luego EDDIE se vuelve hacia MARTIN.) Mi herma-
nastra.
(Pausa. EDDIE y el VIEJO beben.)
MARTIN
¿Tu hermana?
EDDIE
Sí.
MARTIN
Ah. Entonces... os conocéis de antes del colegio, ¿no?
EDDIE
No, verás, es que yo no sabía que tenía una hermana
hasta que ya era demasiado tarde.
MARTIN
¿Qué quieres decir?
EDDIE
Pues que cuando lo descubrí, nosotros ya... ya sabes...
ya habíamos estado haciendo cosas.
(El VIEJO menea la cabeza, bebe. Larga pausa. MAR-
TIN mira a EDDIE.)
EDDIE (sonríe)
¿Qué te pasa, Martin?
MARTIN
¿Hicisteis... cosas?
MARTIN
Pero... eso es ilegal, ¿no?
EDDIE
Supongo que sí.
VIEJO (a EDDIE)
¿Y éste quién es?
MARTIN
¿Es verdad? ¿De verdad es tu hermana?
EDDIE
La mitad. Sólo medio hermana.
MARTIN
¿Qué mitad?
EDDIE
La de arriba. Con los caballos, a eso lo llamamos «la
parte de arriba».
VIEJO
Sí... ¿y cómo es lo de la yegua? Es... «por la rama
femenina», ¿a que sí? ¿No se llama así a la mitad de
abajo? Rama femenina... Es extraño que me acuerde de
eso.
MARTIN
¿Y hacíais cosas juntos en el colegio?
EDDIE
Sí, claro. En el colegio lo hacía todo el mundo. ¿Tú
no?
MARTIN
No, yo nunca.
EDDIE
Pues quizás deberías haberlo hecho, Martin.
MARTIN
Quizás, pero no con mi hermana...
EDDIE
No, yo no te lo recomendaría.
MARTIN
¿Y cómo pudo ocurrir eso? Quiero decir que...
EDDIE
Es que, verás... (pausa, mira al VIEJO)... nuestro padre
se enamoró dos veces. Básicamente, eso es lo que
pasó. Una vez de mi madre, y otra vez de la madre de
ella.
VIEJO
Era el mismo amor. Pero se dividió en dos, simple-
mente.
MARTIN
¿Y entonces, cómo es que no os conocisteis hasta el
colegio?
EDDIE
El llevaba dos vidas independientes, ésa es la razón.
Dos vidas completamente separadas. Vivía conmigo y
con mi madre durante un tiempo y luego desaparecía
y se iba a vivir con ella y con su madre durante otra
temporada.
VIEJO
No seas demasiado duro conmigo, chico. Eso puede
ocurrirnos a los mejores.
MARTIN
¿Y nunca supiste lo que estaba pasando?
EDDIE
No, ni mi madre tampoco.
VIEJO
Ella lo sabía.
EDDIE (a MARTIN)
Ella jamás lo supo.
MARTIN
Pero debía sospechar que algo pasaba.
EDDIE
Si lo sospechaba, a mí nunca me dijo nada. Puede que
tuviese miedo de enterarse. O a lo mejor, simplemen-
te, le amaba. No lo sé. Él desaparecía durante meses y
meses, y ella no le preguntó ni una sola vez adonde
iba. Y siempre se alegraba de verle cuando volvía.
Salíamos los dos corriendo de casa, para recibirle, en
cuanto veíamos el Studebaker atravesando el campo.
VIEJO (a EDDIE)
No era un Studebaker, era un Plymouth. Nunca he
tenido un maldito Studebaker.
EDDIE
Esa situación duró muchos años. Él seguía desapare-
ciendo y volviendo a aparecer. Lo mismo durante
muchos años... Y un buen día, de repente, se acabó.
Se quedó en casa una temporada. Se quedaba dentro
de la casa. Jamás salía. Se quedaba sentado en su
silla, con la mirada fija... Y luego empezó a dar largos
paseos. Se pasaba el día entero andando. Y después
paseaba durante toda la noche, por los campos, en la
oscuridad. Yo le miraba desde la ventana de mi
cuarto. Desaparecía en la noche, con su cazadora
puesta.
MARTIN
¿Y adónde iba?
EDDIE
A pasear.
VIEJO
Estaba tomando una decisión.
(EDDIE levanta a MARTIN y le lleva a pasear por todo
el escenario mientras cuenta la historia. MARTIN se
resiste, pero EDDIE sigue arrastrándole. )
EDDIE
Pero una noche le pregunté si podía acompañarle, y
me llevó con él. Paseamos juntos por los campos, en
la oscuridad. Recuerdo que acababan de arar y los
pies se nos hundían en el polvo. La tierra me cubría
los zapatos, que me pesaban. Yo quería pararme para
vaciarme los zapatos, pero él no se detenía. Seguía
andando, y yo temía perderle en la oscuridad, así que
le seguía lo mejor que podía. Y todo el rato permane-
cimos en silencio. No nos dijimos ni una sola palabra.
No podíamos ver nada a un palmo de nuestras
narices, de lo oscuro que estaba. Y las lechuzas
blancas no paraban de lanzarse al suelo, en picado,
surgiendo de la nada, para cazar conejos... Pasaban
junto a nuestras cabezas y luego desaparecían. Nosotros seguimos andando en silencio, durante millas y
millas, hasta que llegamos al pueblo. En la distancia
pude ver el «autocine». Fue lo primero que vi...
manchas cambiantes, de colores. Después empezaron
a aparecer caras desvaídas. Y a medida que nos
acercábamos pude reconocer una de las caras. Era
Spencer Tracy. Spencer Tracy moviendo la boca,
hablando sin palabras. Hablándole a una mujer que
llevaba un vestido rojo. Luego nos pararnos en una
tienda de bebidas y él me hizo esperarle afuera, en el
aparcamiento, mientras iba a comprar una botella.
Allí había un grupo de obreros mejicanos, alrededor
de un camión que tenía tierra roja en las ruedas.
Bebían cerveza y se reían. Recuerdo que sentí envidia
de ellos, y no sabía por qué. Me acuerdo que veía al
viejo a través de la puerta de cristal de la tienda
mientras pagaba la botella. Recuerdo que sentí lásti-
ma de él, y no sabía por qué. Salió a la calle con la
botella envuelta en una bolsa de papel marrón, y en
cuanto apareció todos los mexicanos dejaron de reírse.
Se quedaron mirándonos mientras nos alejábamos.
(En el curso de la historia las luces cambian muy
suavemente a tonos azules y verdes: luz de luna.)
EDDIE
Y recorrimos el pueblo andando. Pasamos la pastele-
ría, pasamos la pista de minigolf, pasamos la gasoli-
nera. El abrió la botella y me la ofreció. Me la ofreció
a mí primero, antes de darle un trago. Yo la cogí, bebí
y se la devolví. Seguimos así, pasándonos la botella
uno al otro mientras andábamos, hasta que la acaba-
mos. Y durante todo ese tiempo no dijimos ni una
sola palabra. Luego, por fin, llegamos a una casita
blanca que tenía un toldo rojo, en el extremo más
alejado del pueblo. Nunca me olvidaré del toldo rojo,
porque ondeaba con la brisa nocturna y la luz del porche
lo hacía resplandecer. Era una brisa cálida, del desierto, y
el aire olía a alfalfa recién cortada. Fuimos directamente al
porche y él tocó el timbre. Recuerdo que me puse muy
nervioso, porque no sabía que fuésemos a visitar a nadie.
Yo creía que sólo habíamos salido a dar un paseo.
Entonces una mujer abrió la puerta. Una mujer
guapísima, pelirroja. Se le echó a los brazos, y él se puso a
llorar. Rompió a llorar ahí mismo, delante de mí. Ella le
besaba por toda la cara y le abrazaba con mucha fuerza,
mientras él lloraba como un niño. Y entonces, a través de
la puerta, detrás de ellos dos, vi a una chica. (La
puerta del cuarto de baño se abre muy despacio y en
silencio, revelando a MAY de pie en el umbral, iluminada
por detrás con una luz amarilla sobre el vestido rojo. Mira
a EDDIE mientras él sigue contando la historia. Ni él ni
MARTIN se percatan de su presencia.) Apareció de
repente, y se quedó ahí parada, mirándome... y yo la
miraba a ella, y no podíamos apartar la mirada el uno del
otro. Era como si nos conociésemos de alguna parte pero
sin saber de dónde. Pero en el segundo que nos vimos, en
ese mismo segundo, supimos que jamás dejaríamos de
estar enamorados.
(MAY cierra tras de sí la puerta del cuarto de baño, dando
un portazo. La puerta retumba. La luces vuelven súbi-
tamente a su disposición previa.)
MAY (a EDDIE)
¡Eres realmente increíble! ¡Increíble...! Llega Martin,
no te conoce de nada, y empiezas a contarle una
historia como ésa. ¿Estás loco? Nada de eso es
verdad, Martin. Lleva años con esa idea enfermiza y
extraña, que está completamente inventada. Está
loco, no sé de dónde ha podido sacar todo eso.
Está completamente loco.
EDDIE (a MARTIN)
A ella le avergüenza un poco todo el asunto, ¿sabes?
Aunque la verdad es que no se la puede culpar por
ello...
MARTIN
No sabía que nos estuvieras escuchando, May. Yo...
MAY
Lo he oído todo. Lo he seguido con mucha atención.
Me ha contado esa historia mil veces, y siempre la
cambia.
EDDIE
Yo jamás me repito.
MAY
No haces más que repetirte, es lo único que haces,
recorriendo un gran círculo.
MARTIN (poniéndose de pie)
Bueno, quizás debería marcharme.
EDDIE
¡No! Siéntate.
(Silencio. MARTIN vuelve a sentarse, despacio.)
EDDIE (a MARTIN, tranquilo, inclinándose sobre él)
Martin, ¿has pensado que era un cuento? ¿Crees que me lo
he inventado?
MARTIN
No. Bueno, mientras lo contabas parecía real.
EDDIE
Pero ahora dudas porque ella dice que es mentira.
MARTIN
Bueno...
EDDIE
Ella dice que es mentira, y de repente cambias de opinión,
¿no es eso? ¿Puedes pasar de la verdad a la mentira así, en
un segundo?
MARTIN
No lo sé.
MAY
Vámonos al cine, Martin.
(MARTIN vuelve a ponerse de pie.)
EDDIE
¡Siéntate!
(MARTIN vuelve a sentarse. Larga pausa.)
MAY
Eddie...
(Pausa.)
EDDIE
¿Qué?
MAY
Queremos ir al cine. (Pausa. EDDIE la mira.) Quiero
ir al cine con Martin. Ahora mismo.
EDDIE
Nadie va a ir al cine. En este pueblo no hay ni una
sola película que pueda igualar a la historia que voy a
contar. Voy a acabar la historia.
MAY
Eddie...
EDDIE
Quieres oír el resto de la historia, ¿verdad, Martin?
MARTIN (Pausa. Mira a MAY y luego a EDDIE.)
Claro.
MAY
Vámonos, Martin. Por favor.
MARTIN
Yo...
(Larga pausa. EDDIE y MARTIN se miran fijamente.)
EDDIE
¿Tú qué?
MARTIN
No me importaría escuchar el resto, si es que quieres
contarlo.
VIEJO (para sí mismo)
Me muero de ganas de oírlo...
(EDDIE se echa hacia atrás en la silla. Sonríe.)
MAY (a EDDIE)
¿Qué crees que vas a conseguir con esto? ¿Crees que
con todo esto va a cambiar algo?
EDDIE
No.
MAY
¿Entonces qué pretendes?
EDDIE
No pretendo absolutamente nada.
MAY
¿Pues para qué nos haces pasar por esta situación?
Martin no quiere oír todas estas estupideces. Yo
tampoco quiero oírlas.
EDDIE
Ya sé que tú no quieres oírlas.
MAY
¡No trates de pasarme a mí la bola! Lo tienes todo
muy confundido, Eddie. Lo has cambiado todo. Ya ni
siquiera eres capaz de distinguir una cosa de otra.
Muy bien, de acuerdo... No os necesito a ninguno de
los dos. No necesito nada, porque yo ya sé el resto de
la historia. Me sé de memoria todo el resto, ¿sabéis?
(Le habla directamente a EDDIE que sigue sentado.) La
conozco tal y como sucedió, sin añadirle nada de
nada.
(El VIEJO se inclina hacia EDDIE, confidencialmente.)
VIEJO
¿Qué sabe ella?
EDDIE (al VIEJO)
Está mintiendo.
(En el curso del parlamento de MAY vuelven a bajar las
luces. Ella se mueve muy despacio y después va hacia el
VIEJO, mientras habla.)
MAY
¿Quieres que acabe la historia por ti, Eddie? ¿Eh?
¿Quieres que acabe esta historia? (Pausa mientras
MARTIN vuelve a sentarse) Verás, mi madre... la
pelirroja guapa de la casita blanca con el toldo rojo...
estaba desesperadamente enamorada del viejo. ¿Ver-
dad que sí, Eddie? Se le notaba inmediatamente, se le
podía ver en los ojos. Estaba obsesionada con él,
hasta el punto de que no podía vivir ni un solo
segundo sin él. Nunca dejó de buscarle, persiguiéndo-
le de pueblo en pueblo. Seguía pequeñas pistas que él
había dejado, como una postal, quizás, o el nombre
de un motel en una caja de cerillas. (A MARTIN.) Él
nunca le dejó un número de teléfono, ni una dirección, ni nada por el estilo, porque mi madre era su
secreto, ¿te das cuenta? Ella le persiguió durante años
y él procuraba mantenerla a distancia, porque cuanto
más se acercasen esas dos vidas separadas, esas dos
mujeres distintas, esos dos hijos distintos, él se ponía
más nervioso. Cada vez tenía más terror de que esas
dos vidas llegasen a encontrarse y le devorasen por
completo, de que su secreto acabase ahogándole. Pero
finalmente ella dio con él. Recuerdo el día en que
descubrimos el pueblo. Ella estaba excitadísima. No
paraba de repetir. «¡Aquí es, éste es el lugar!» Mien-
tras recorríamos las calles temblaba de pies a cabeza,
buscando la casa donde él vivía. Me apretaba la mano
con tanta fuerza que yo creía que iba a romperme los
huesos de los dedos. Estaba aterrorizada de que él
pudiese encontrarla por casualidad en mitad de la
calle, porque sabía que estaba allanando un terreno
prohibido. Sabía que estaba en territorio prohibido,
pero no lo podía evitar. Paseamos todo el día reco-
rriendo ese estúpido pueblo de paletos. Todo el santo
día. Recorrimos todos los barrios, mirando a través
de todas las ventanas abiertas, viendo a todas las
familias, hasta que por fin le encontramos.
(Descansa)
Era justamente la hora de la cena y estaban todos
sentados a la mesa. Comían pollo frito. Estábamos
tan cerca de la ventana que podíamos ver lo que
comían. Oíamos sus voces, pero no podíamos enten-
der lo que decían. Eddie y su madre hablaban, pero el
viejo no dijo ni una sola palabra. ¿Dijo algo, Eddie?
Estaba ahí sentado, comiendo el pollo silenciosamente.
VIEJO (a EDDIE)
Chico, está desvariando con esa historia. Tienes que
hacer algo.
MAY
Lo gracioso es que él desapareció casi en cuanto le
encontramos. Ella estuvo con él solamente unas dos
semanas antes de esfumarse. Después de eso nadie
volvió a verle. Nunca. Y mi madre... se encerró en sí
misma. Jamás pude entenderlo. Yo la veía sufrir,
como si se hubiese muerto alguien. Se quedaba hecha
un ovillo y no hacía más que mirar al suelo. Y yo no
podía entenderlo, porque yo sentía exactamente todo
lo opuesto. Estaba enamorada, ¿sabes? Llegaba a
casa después de clase, después de haber estado con
Eddie, y me sentía llena de alegría... mientras ella
estaba allí, de pie en mitad de la cocina, mirando la
pila de fregar. Sus ojos parecían un funeral. Yo no
sabía qué decir. Ni siquiera sentía lástima de ella.
Únicamente podía pensar en él.
VIEJO (a EDDIE)
Se está empezando a desmadrar...
MAY
Y él sólo podía pensar en mí. ¿No es cierto, Eddie? No
podíamos ni respirar sin pensar en el otro. No
podíamos comer si no estábamos juntos. No podíamos dormir. Por la noche nos poníamos malos, cuando estábamos separados. Violentamente enfermos,
tanto que mi madre me llevó al médico. Y la madre
de Eddie le llevó al mismo médico, pero el médico no
sabía qué nos pasaba. Pensaba que sería la gripe, o
algo así. La madre de Eddie no tenía ni la más
mínima idea de lo que le pasaba a él. Pero mi
madre... mi madre sabía exactamente lo que pasaba.
Lo sabía perfectamente. Reconocía todos los síntomas. Y me suplicó que no le volviera a ver, pero yo no
le hice caso. Luego le pidió a Eddie que dejara de
verme, pero él tampoco le hizo caso. Entonces fue a
ver a la madre de Eddie, y se lo suplicó a ella. Y la
madre de Eddie... (Pausa. Mira fijamente a EDDIE.)
La madre de Eddie se voló los sesos. ¿No es verdad,
Eddie? Se voló la cabeza de un tiro.
VIEJO (Se pone de pie. Se traslada desde la plataforma
al escenario, entre EDDIE y MAY.)
¡Espera un segundo! ¡Un segundo! ¡Esperad un maldito segundo! Esta historia no tiene ni pies ni cabeza. (A
EDDIE, que sigue sentado.) No irás a dejar que cuente
esa historia impunemente, ¿verdad? Es la versión
más estúpida que he oído en toda mi vida. Ella no se
pegó un tiro en la cabeza. Nadie me ha contado eso
nunca. ¿De dónde diablos ha salido esa historia? (A
EDDIE, que sigue sentado.) ¡Levántate! ¡¡¡Ponte de
pie, joder!!! Quiero oír la parte masculina de esta
historia. Ahora te toca representarme. Habla por mí,
ahora que no hay nadie que pueda defenderme.
¡Levántate!
(EDDIE se levanta despacio. Mira al VIEJO.)
Y ahora cuéntaselo a ella. Dile cómo ocurrió. Tene-
mos un pacto, no lo olvides.
EDDIE (con calma, al VIEJO)
Era tu escopeta. La misma que usábamos para cazar
patos. Ella no había disparado una escopeta jamás en
su vida. Esa fue la primera vez.
VIEJO
Nadie me había contado nada de eso. Me dejaron en
la más absoluta ignorancia.
EDDIE
Te marchaste.
VIEJO
¡Podía haberme buscado alguien! Podían haberme
localizado. No era tan imposible de encontrar.
EDDIE
Te habías marchado.
VIEJO
¡Es verdad, me marché! Me había marchado, tienes
razón. Pero no me desentendí. Dentro de mí no se
había roto nada. Todo siguió igual, como si nunca me
hubiese ido. (A MAY) Pero tu madre... tu madre no se
daba por vencida, ¿verdad?
(El VIEJO se acerca a MAY y le habla directamente.
MAY sigue mirando a EDDIE, que se vuelve muy
despacio hacia ella durante el discurso del VIEJO.
Cuando sus ojos se encuentran, no dejan de mirarse.)
VIEJO (a MAY)
Me arrastró hacia ella. Se apartó de su camino para
atraerme. Estaba llena de fuerza. Le dije que nunca
iría a buscarla, se lo dije desde el principio. Pero ella
se abrió a mí, no quería escucharme, no dejaba de
abrirme su corazón. ¿Cómo podía rechazarla cuando
me amaba de esa manera? ¿Cómo podía alejarme de
ella? Formábamos un todo.
(EDDIE y MAY siguen de pie, mirándose. EL VIEJO se
mueve hacia EDDIE. Le habla directamente.)
VIEJO (a EDDIE)
¿Qué estás haciendo? Háblale, atráela a nuestro
bando. Tienes que hacer que vea este asunto con
claridad.
(Muy despacio EDDIE y MAY se acercan.)
VIEJO (a EDDIE)
¡Apártate de ella! ¿Qué diablos estás haciendo? ¡Apár-
tate de ella! ¡Vosotros dos no podéis estar juntos!
Tienes que defender mi postura en este asunto. ¡Ahora
no tengo a nadie! ¡A nadie! ¡No puedes traicionarme!
¡Tienes que representarme! ¡Eres mi hijo!
(EDDIE y MAY se reúnen en el centro del escenario. Se
abrazan. Se besan tiernamente. Una vez más unos faros
cruzan súbitamente el escenario, a través de la ventana.
Sonido de fuerte colisión, cristales hechos añicos, una
explosión. La luz brillante, anaranjada y azul, de un
fuego de gasolina ilumina de pronto la ventana. Luego se
oye el sonido de caballos relinchando salvajemente,
de cascos galopando sobre el suelo, que se va apagando,
hasta llegar al silencio total. La luz del fuego de gasolina
continúa hasta el final de la obra. Durante todo este
rato EDDIE y MAY permanecen abrazados. Larga
pausa. Nadie se mueve. MARTIN se levanta y va a la
ventana, mirando hacia afuera a través de la persianas.
Pausa.)
MARTIN (en la ventana, mirando a las llamas)
¿Es tuyo el camión que hay ahí afuera, con el
remolque para caballos?
EDDIE (sigue con MAY)
Sí.
MARTIN
Está ardiendo.
EDDIE
Sí.
MARTIN
Los caballos se han escapado.
EDDIE (se aleja de MAY)
Sí, me lo figuraba.
MAY
Eddie...
EDDIE (a MAY)
Voy a salir a echar un vistazo. Por lo menos tengo que
echar un vistazo, ¿no?
MAY
¿Y ya qué más da?
EDDIE
Ahora no puedo dejarla que se salga con la suya. ¿Qué
quieres que haga? (va hacia la puerta de la izquierda)
Tardaré sólo un segundo.
MAY
Eddie...
EDDIE
No voy a tardar más que un segundo. Echaré un
vistazo y volveré enseguida, ¿de acuerdo?
(EDDIE sale por la puerta de la izquierda. MAY mira a la
puerta, y se queda donde está. MARTIN permanece al
fondo, se vuelve lentamente y mira a MAY. Pausa. MAY
va hacia la cama, saca la maleta de debajo, la coloca
encima y la abre. Entra al cuarto de baño y sale cargada
con ropa. La mete en la maleta. MARTIN la mira un rato,
y luego se acerca a ella.)
MARTIN
May...
(MAY vuelve al cuarto de baño y sale con más ropa. La
guarda.)
MARTIN
¿Necesitas ayuda, quieres algo? Tengo ahí el coche,
puedo llevarte donde quieras. (Pausa. MAY sigue
guardando sus cosas en la maleta.) ¿Vas a irte con él?
(Ella se para. Se endereza. Mira a MARTIN. Pausa.)
MAY
Se ha marchado.
MARTIN
Ha dicho que volvería dentro de un segundo.
MAY (Pausa)
Se ha marchado.
(MAY sale con la maleta por la puerta de la izquierda.
Deja la puerta abierta. MARTIN se queda un rato
mirando a la puerta abierta. El VIEJO mira a su
mecedora, y luego un poco más arriba, a un espacio
vacío. Pausa. El VIEJO empieza a moverse lentamente
hacia la plataforma.)
VIEJO (señalando el espacio vacío, a la izquierda)
¿Ves ese cuadro de ahí? ¿Lo ves? ¿Sabes quién es?
Esa es la mujer de mis sueños. Es ella. Y es mía. Toda
mía. Para siempre.
(Llega a la mecedora, se sienta, pero sigue mirando al
cuadro imaginario. Empieza a mecerse muy despacio.
Después de que el VIEJO se siente en la mecedora
empieza a sonar «I’m the One who Loves You», de
Merle Haggard, mientras las luces empiezan a desvane-
cerse muy despacio. MARTIN va lentamente hacia la
ventana y se para. Mira hacia afuera, de espaldas al
público. El fuego brilla a través de la ventana, mientras
las luces del escenario se van apagando. El VIEJO sigue
meciéndose lentamente. Las luces del escenario, suave-
mente, se apagan. El fuego resplandece un momento en
la oscuridad, y luego se apaga. La canción continúa, a
oscuras, y aumenta de volumen.)