11/5/16

El Contrabajo

Patrick Süskind
EL CONTRABAJO


Una habitación. Se oye un disco, la Segunda Sinfonía de Brahms. Alguien la tararea.

Vuelven unos pasos que se alejaban. Alguien abre una botella y se sirve una cerveza.
Un momento... ya viene... ¡Ahora! ¿Lo oye? ¡Ya! ¡Ahora! ¿Lo oye? Pronto volverá, el mismo pasaje; espere un momento. ¡Ahora! ¿Lo oye? Me refiero a los bajos. A los contrabajos...


Levanta el brazo del tocadiscos. Fin de la música.



Éste soy yo. O, mejor dicho, nosotros. Mis colegas y yo. La orquesta nacional. La Segunda de Brahms es impresionante. En aquella ocasión éramos seis, un conjunto de fuerza mediana. En total somos ocho. De vez en cuando vienen de fuera y llegamos a diez. Incluso hemos llegado a ser doce, lo cual es muy fuerte, se lo aseguro, muy fuerte. A doce contrabajos, si ellos quieren —en teoría, claro—, no se les puede mantener a raya ni con toda una orquesta. Aunque sólo sea físicamente. Los otros no tienen nada que hacer. De hecho, sin nosotros no se puede empezar nada. Puede usted preguntarlo a cualquiera. Cualquier músico le confirmará gustosamente que una orquesta puede prescindir del director, pero no del contrabajo. Las orquestas han tocado sin directores durante siglos; en la historia de la evolución musical, el director es un invento muy reciente. Del siglo XIX. 



Yo también puedo confirmarle que incluso nosotros, los de la orquesta nacional, solemos tocar sin hacer el menor caso del director. O pasándolo por alto. A veces tocamos pasando por alto al director sin que él se dé cuenta. Le dejamos dar pinceladas en el aire hasta que se cansa, mientras nosotros pateamos el suelo con las botas. No con el DGM1, pero sí casi siempre con el director de una orquesta invitada. Son placeres muy secretos que casi no se deben mencionar. En cualquier caso, esto es marginal.



Por el otro lado, en cambio, es imposible concebir una orquesta sin contrabajo. Puede incluso decirse que la orquesta —una definición, ahora— no existe hasta que tiene un bajo. Hay orquestas sin primer violín, sin instrumentos de viento, sin timbales y trompetas, sin nada. Pero no sin bajo. Con todo esto quiero llegar a la afirmación de que el contrabajo es, con mucho, el

instrumento más importante de la orquesta. Aunque no sea considerado como tal. Sin embargo, forma toda la estructura básica orquestal sobre la que debe apoyarse el resto de la orquesta, director incluido. El bajo viene a ser, por consiguiente, los cimientos sobre los que se levanta todo este magnífico edificio. Prescinda del bajo y reinará la más absoluta confusión babilónica de lenguas, una Sodoma donde nadie sabe ya por qué hace música. Imagínese —por ejemplo— la Sinfonía en sí menor de Schubert sin bajos.


Evidente. Puede olvidarse de ella. Puede olvidarse de toda la literatura orquestal desde la A a la Z —y de todo lo que quiera: sinfonías, óperas, recitales— si no tiene contrabajos. ¡Y pregunte a un músico de orquesta cuándo empieza a extraviarse! ¡Pregúnteselo! Cuando deja de oír el contrabajo. ¡Un fiasco! En una banda de jazz todavía resulta más conspicuo. Cuando se excluye el bajo, la banda de jazz —ahora en sentido figurado— se desintegra como en una explosión. Todo deja de tener sentido para el resto de los músicos. Por otra parte, yo rechazo el jazz, así como el rock y otras cosas similares porque, como artista educado en el sentido clásico de lo bello, lo bueno y lo verdadero, nada me ofende más que 1 Director General de Música. La anarquía de la improvisación libre. 

Pero esto es marginal. Sólo quería dejar bien sentado que el contrabajo es el instrumento central de la orquesta. En el fondo lo sabe todo el mundo, sólo que nadie lo confiesa abiertamente porque el músico de orquesta es por naturaleza un poco celoso. ¿Acaso le gustaría a nuestro primer violín admitir que sin el contrabajo es como un emperador sin ropaje, un símbolo ridículo de la propia vanidad e insignificancia? No le gustaría nada, nada en absoluto. Si me permite tomar un sorbo... Bebe un sorbo de cerveza.


Soy un hombre modesto, pero conozco, como músico, el suelo que piso; la madre tierra en la que todos tenemos nuestras raíces; la fuente de energía de la cual se alimentan todas las ideas musicales; el auténtico polo procreador de cuyos riñones —en sentido figurado—fluye el semen musical... ¡Esto soy yo! Quiero decir, esto es el bajo. El contrabajo. Y todo lo demás es el polo opuesto. Todo lo demás no puede llegar a ser polo si no es a través del bajo. Por ejemplo, la soprano. Ahora, la ópera. La soprano como... no sé expresarlo... Escuche, ahora tenemos en la ópera una joven soprano, mezzosoprano... he oído muchas voces, pero la suya es realmente conmovedora. Me siento conmovido hasta lo más hondo por esta mujer. Es todavía casi una muchacha. Veinticinco años. Yo tengo treinta y cinco; en agosto cumpliré treinta y seis; siempre durante las vacaciones de la orquesta. Una mujer espléndida. Una fuente de inspiración... Pero esto es marginal. 



Decía que la voz de soprano —por ejemplo— es lo más contrapuesto al bajo que uno puede imaginar, tanto humanamente como en sonido instrumental, por lo que esta soprano... o mezzo-soprano, sería... exactamente aquel polo opuesto desde el cual... o mejor dicho: hacia el cual... o con el cual se une el contrabajo... de modo totalmente irresistible —casi— para prender la chispa musical de polo a polo, de bajo a soprano —o mezzo, hacia arriba—, alegóricamente, la alondra... divina allí arriba, en las alturas universales, cerca de la eternidad, cósmica, se diría que ilimitadamente sexual, sensual y erótica... y al mismo tiempo incluida en el campo del polo magnético irradiado por el pedestal del contrabajo, asentado en la tierra, arcaico, porque el contrabajo es arcaico, si usted comprende lo que quiero decir... Y sólo así es posible la música, porque en esta tensión que abarca de aquí para allí y de arriba abajo, acontece todo cuanto tiene sentido en la música, se engendra el sentido y la vida musical, la vida, en definitiva. Pues bien, le decía que esta cantante —a propósito, se llama Sarah—, le decía que algún día será muy famosa. Si entiendo algo de música, y entiendo bastante, algún día será muy famosa. Y a ello habremos contribuido nosotros, los de la orquesta, y en especial los contrabajos, o sea, yo. Esto ya es algo muy satisfactorio. Bien, recapitulemos ahora: el contrabajo es el instrumento fundamental de la orquesta a causa de su gravedad básica. En una palabra, el contrabajo es el instrumento de cuerda más grave. Puede bajar hasta la nota mi grave.



Quizá sea mejor que le ponga un ejemplo... Un momento... Bebe otro sorbo de cerveza, se levanta, toma su instrumento y tensa el arco.A propósito, lo mejor de mi bajo es el arco. Un Pfretzschner. Hoy en día valdría sus buenos dos mil quinientos. Yo lo compré por trescientos y pico. Es una locura cómo han subido los precios de los instrumentos en los diez últimos años. En fin. ¡Vamos a ver! Toca la cuerda más grave. ¿Ha oído el mi? Exactamente 41,2 hercios, cuando está bien afinado. Hay bajos que aún pueden descender más, hasta el do e incluso el si más grave, lo cual daría 30,9 hercios.

Pero para ello se necesita un instrumento de cinco cuerdas. El mío tiene cuatro. No
resistiría cinco cuerdas, se rompería. En la orquesta tenemos varios con cinco porque se
necesitan, para Wagner, por ejemplo. En cuanto a sonar, suenan casi igual, porque 30,9
hercios no pueden llamarse un tono en el verdadero sentido de la palabra, imagínese...


Toca una vez más el mi. ... esto, más que un tono, es un roce, cómo lo diría yo, algo forzado, un zumbido más que un tono. Por consiguiente, la extensión de mi registro me basta. Podría decirse que hacia arriba no tengo en teoría límite alguno, sólo prácticos. Por ejemplo, si hago uso de todos los trastes del mástil, puedo tocar hasta el do-3... Toca.... así, el do-3, el do repetido tres veces. Y ahora diremos «fin», porque más allá del trasteado no se puede pulsar ninguna cuerda. ¡Piénselo! Y ahora... Toca un armónico. ¿... y ahora...? Toca una nota todavía más aguda. ¿... y ahora...? Toca una nota todavía más aguda. ... Armónico. Así se llama este método. Apoyar los dedos para obtener tonos agudos. Ahora no puedo explicarle cómo funciona físicamente el proceso, sería demasiado largo y puede buscarlo usted mismo en el diccionario. El caso es que, teóricamente, se podría tocar una nota tan aguda, que ya no se oiría. Un momento... Toca un tono inaudible, de tan agudo.



¿Lo ha oído? No, ya no puede oírlo. ¿Lo ve? Todo ello cabe en este instrumento, teórica y físicamente, sólo que no puede obtenerse musicalmente en la práctica. Y en los instrumentos de viento sucede lo mismo. Como también en los seres humanos, en sentido figurado, se entiende. Conozco a personas que encierran todo un universo, infinito. Sin embargo, no se les puede arrancar, por mucho que se intente. Pero esto es marginal. Cuatro cuerdas. MI-LA-RE-SOL...

Las toca en pizzicato.


Todo de acero recubierto de cromo. Antes eran de tripa. La cuerda de sol, aquí arriba, debe tocarse con preferencia en solos, a ser posible. Una cuerda cuesta una fortuna. Creo que el conjunto de cuerdas cuesta hoy en día ciento sesenta marcos. Cuando empecé, costaba cuarenta. La cuestión de los precios es una locura. En fin. De modo que tenemos cuatro cuerdas, afinadas en MI-LA-RE-SOL, que en los de cinco cuerdas se amplían con el DO o el SI. Esto es actualmente igual tanto en la Sinfónica de Chicago como en la Orquesta Nacional de Moscú. Sin embargo, con anterioridad hubo divergencias. Diferentes afinaciones, diferente número de cuerdas, diferentes tamaños... no existe un instrumento que haya dado tantos tipos como el contrabajo. Permítame que siga bebiendo cerveza, pierdo una cantidad tremenda de líquido. En los siglos XVII y XVIII reinó el caos más absoluto: viola da gamba, violoncelo, violón con trasteado, violón sin trasteado, temples en tercera, cuarta y quinta, tres, cuatro, seis, ocho cuerdas, eses en fa, eses en do... en fin, para volverse loco. Hasta el siglo XIX persistió en Francia e Inglaterra un bajo de tres cuerdas afinado en quinta; en España e Italia, uno de tres cuerdas afinado en cuarta; y en Alemania y Austria, uno de cuatro cuerdas con temple en cuarta. Entonces prevaleció este último porque en aquella época nosotros teníamos los mejores compositores, a pesar de que el bajo de tres cuerdas suena mejor. No araña tanto y es más melodioso, más bello, en una palabra. Pero como compensación, tuvimos a Haydn, Mozart, los hijos Bach. Más tarde a Beethoven y toda la época romántica, a la cual le importaba un rábano el sonido del bajo.



Para ellos, el bajo era una alfombra sonora sobre la cual basar sus obras sinfónicas... Prácticamente lo más grande que puede oírse en música hoy en día ha descansado sin discusión sobre los hombros del contrabajo de cuatro cuerdas, desde 1750 hasta el siglo XX; toda la música orquestal de dos siglos. Y con esta música eliminamos al bajo de tres cuerdas. Se defendió, como ya puede imaginarse. En París, tanto en el Conservatorio como en la Ópera, tocaron con el bajo de tres cuerdas hasta 1832. Como es bien sabido, en 1832 murió Goethe. Y entonces Cherubini lo suprimió. Luigi Cherubini. Un italiano, es cierto, pero de formación centroeuropea, musicalmente hablando. Estudió a Gluck, Haydn, Mozart. Era por entonces director general de música en París. Y se impuso. 

Ya puede imaginarse la que se armó. Un grito de indignación recorrió las filas de los contrabajos franceses cuando el italiano germanófilo les arrebató el bajo de tres cuerdas. A los
franceses les gusta indignarse. En cuanto surge en alguna parte un ambiente revolucionario, los franceses hacen acto de presencia. Esto ocurrió en el siglo XVIII, continuó en el XIX y persiste en el XX, hasta nuestros días. Estuve en París a principios de mayo; hacían huelga los basureros y los empleados de metro, nos cortaban la electricidad tres veces al día y se manifestaron quince mil franceses. No puede imaginarse el aspecto que tenían después las calles. No había tienda en pie ni escaparates sin roturas, los coches estaban destrozados, carteles, papeles y toda clase de desperdicios yacían diseminados por el suelo sin que nadie los recogiera... daba miedo, se lo aseguro. Pues bien, entonces, en 1832, no les sirvió de nada. El contrabajo de tres cuerdas desapareció definitivamente. No era preciso que hubiera más de uno, lo admito, pero fue una lástima porque no cabe duda de que sonaba muchísimo mejor que... que éste... Sacude su contrabajo. ... Un registro menos extenso, pero mejor sonido... Bebe.


... Aunque, bien mirado, esto ocurre con frecuencia. Lo mejor desaparece, porque el paso del tiempo trabaja en contra suya. El tiempo lo arrasa todo. En este caso fueron nuestros clásicos los que eliminaron sin piedad todo cuanto se interpuso en su camino. No a sabiendas, hay que decirlo. Nuestros clásicos fueron de por si hombres decentes. Schubert no habría sido capaz de perjudicar a una mosca y Mozart, aunque un tanto grosero, era una persona altamente sensible y no tenía nada de violento. Beethoven tampoco, a pesar de sus arrebatos de cólera. Para poner un ejemplo, destrozó varios pianos. Pero nunca un contrabajo, hay que reconocerlo en su favor, si bien es verdad que nunca tocó ninguno. El único buen compositor que tocó el contrabajo fue Brahms... o su padre. Beethoven no tocó jamás ningún instrumento de cuerda, sólo el piano, un detalle que hoy suele olvidarse. Al contrario de Mozart, que tocaba el violín casi tan bien como el piano. Que yo sepa, Mozart fue el único gran compositor que sabía tocar tanto sus propios conciertos de piano como sus propios conciertos de violín. Quizá también Schubert, pero sólo en caso de apuro. ¡En caso de apuro! No escribió ninguno y, además, no era un virtuoso. No. Schubert no era en absoluto un virtuoso. Ni por el tipo ni técnicamente.



¿Podría usted imaginarse a Schubert como un virtuoso? Yo no. Lo que sí tenía era una voz

agradable, menos como solista que como miembro de un coro masculino. Durante un tiempo cantó cuartetos todas las semanas, con Nestroy, por otra parte. Es probable que usted no lo sepa. Nestroy como barítono bajo y Schubert como... pero todo esto no hace al caso. No tiene nada que ver con el problema que estoy describiendo. Me refiero a que, si a usted le interesa, puede encontrar en cualquier biografía la calidad de voz de Schubert. No necesito hablarle de ella. Al fin y al cabo, no soy ninguna oficina de información musical. El contrabajo es el único instrumento que se oye mejor cuanto más alejado se encuentra, lo cual es problemático. Mire, tengo toda la habitación recubierta de placas acústicas, paredes, techo; suelo. La puerta es doble y está acolchada por dentro. Las ventanas son de un cristal especial y tienen marcos insonorizados. Me ha costado una fortuna, pero absorbe los ruidos en un 95 por ciento. ¿Oye algo de la ciudad? Vivo en el mismo centro de la ciudad. ¿No lo cree? ¡Un momento! Va hacia la ventana y la abre. Entra una tremenda algarabía de coches, obras en construcción, recogida de basuras, máquinas perforadoras, etcétera.Grita. 


¿Oye esto? Es tan alto como el Tedéum de Berlioz. Bestial. Allí derriban el hotel y más cerca, en el cruce, se está construyendo desde hace dos años una estación de metro; por esta causa han desviado el tráfico hacia esta calle. Además, hoy es miércoles, día de recogida de basuras, de ahí estos golpes rítmicos... ¡sí! Este estruendo, este ruido brutal alcanza casi los 102 decibelios. Sí. Lo he medido. Creo que ya es suficiente. Puedo cerrarla de nuevo...

Cierra la ventana. Silencio. Vuelve a bajar la voz. ... Bien. Ahora ya no dice nada. ¿Verdad que es buena la insonorización? Uno se pregunta cómo viviría antes la gente. Porque no crea que antes había menos ruido que ahora. Wagner escribe que en todo París no pudo encontrar una sola vivienda, porque en todas las calles trabajaba un hojalatero y, según tengo entendido, París contaba ya entonces con más de un millón de habitantes, ¿no es verdad? Y un hojalatero... no sé si usted lo ha oído alguna vez, pero hace el ruido más infernal que puede escuchar un músico. ¡Una persona que golpea sin pausa un trozo de metal con un martillo! En aquella época, la gente trabajaba de sol a sol. Por lo menos así se dice. Y a ello hay que añadir el estruendo de los carruajes sobre el empedrado, las voces de los vendedores y los continuos altercados y revoluciones que, como es sabido, protagonizaba en las calles el pueblo de Francia, el pueblo llano, los sectores más plebeyos y vulgares. Por otra parte, a finales del siglo XIX se construyó un metro en París, así que no crea que antes reinaba mucha más quietud que hoy en día.


Dicho sea de paso, Wagner me inspira un gran escepticismo, pero esto es marginal. Muy bien, ¡y ahora preste atención! Vamos a hacer una prueba. Mi bajo es un instrumento muy normal. Construido, aproximadamente, en 1910, con toda probabilidad en el sur del Tirol, longitud de la caja, 1.12, 1.92 hasta el caracol, longitud de las cuerdas, un metro doce. No es un instrumento excepcional, digamos que es de calidad media tirando a alta; hoy podría pedir por él ocho mil quinientos marcos y lo compré por tres mil doscientos. Una locura. Bien. Ahora le tocaré un tono, cualquiera, digamos un fa grave...Toca muy bajo. Ya. Esto ha sido pianissimo. Y ahora lo tocaré piano... Toca un poco más alto.



... No haga caso del roce. Tiene que oírse. Un tono puro, es decir, sólo la vibración sin el roce del arco, no existe en todo el mundo, ni siquiera en Yehudi Menuhin. Bien. Y ahora preste atención, porque voy a tocar entre mezzo-forte y forte. Y como ya he dicho, la habitación está insonorizada... Toca un poco más alto. ... Bien. Y ahora esperemos un momento... Un poco más... llegará en seguida... Se oyen unos golpes en el techo. ... ¡Ya! ¿Lo ha oído? Es la señora Niemeyer, que vive arriba. Cuando oye el mínimo ruido, golpea el suelo y entonces yo sé que he rebasado el límite del mezzoforte. Por lo demás, una mujer simpática. En cambio, aquí no suena demasiado alto para quienes están en la habitación, más bien discreto. Si ahora, por ejemplo, toco fortissimo... Un momento... Ahora toca lo más alto que puede y grita para dominar el bajo atronador.



... Se diría que no suena excesivamente alto, y sin embargo se oye arriba, en el piso encima del de la señora Niemeyer, y abajo, en la portería, e incluso en la casa vecina, desde donde no tardarán en llamar... Bien. Esto es lo que llamo la fuerza de percusión del instrumento, producida por las vibraciones graves. Suele creerse que una flauta o una trompeta suena más fuerte, pero no es así. No hay fuerza de percusión. No hay expansión. No hay body, como dicen los americanos. Yo tengo body, o mejor dicho, mi instrumento tiene body. Y esto es lo único que me gusta de él. Aparte de esto, no tiene nada. Aparte de esto, es una catástrofe pura y simple. Pone en el tocadiscos la obertura de Las Valquirias. La obertura de Las Valquirias. Como cuando llega el tiburón blanco. El contrabajo y el cello tocan al unísono. De las notas correspondientes tocamos quizá el cincuenta por ciento. Esto... Tararea el canto del bajo. … este susurro ascendente está formado en realidad por cinco o seis tonos. ¡Seis tonos diferentes! ¡A esta velocidad vertiginosa! Totalmente imposible de tocar. Hay que pasarlo por alto. No sabemos si Wagner lo entendió así. Probablemente no. En cualquier caso, le importaba un bledo. Despreciaba a la orquesta en general. 



De ahí el recubrimiento de Bayreuth, por pretendidas razones acústicas, pero en realidad por desprecio hacia la orquesta. Y sobre todo, porque le gustaba el ruido, la música teatral, ¿comprende?, los bastidores sonoros, el conjunto de la obra de arte. El tono individual no jugaba ningún papel. Por otra parte, ocurre lo mismo en la Sexta de Beethoven, o en el último acto de Rigoletto... Cuando se desencadena una tormenta, escriben en la partitura innumerables

notas que ningún bajo del mundo ha podido tocar jamás. Ninguno. De hecho, sólo se nos exige una cosa: somos los que hemos de rendir el esfuerzo máximo. Después de un concierto estoy completamente empapado de sudor; nunca puedo ponerme dos veces la misma camisa. En el curso de una ópera pierdo por término medio dos litros de líquido; durante un concierto sinfónico, no menos de un litro. Conozco a colegas que corren por el bosque y se entrenan con pesas. Yo no. Pero un día me derrumbaré en medio de la orquesta y ya no me recuperaré jamás. 


Porque tocar el contrabajo es una cuestión de pura fuerza, la música no tiene nada que ver con ello. Por esto un niño no podría tocar nunca el contrabajo. Yo empecé a los diecisiete años. Ahora tengo treinta y cinco. No fue un acto voluntario, más bien algo parecido al embarazo de una doncella, por casualidad. Después de pasar por la flauta, el violín, el trombón y Dixieland. Pero de esto hace mucho tiempo, y desde entonces he rechazado el jazz. Por otra parte, no conozco a ningún colega que empezara a tocar el contrabajo voluntariamente. Y en cierto modo, no es de extrañar. Se trata de un instrumento muy poco manejable. En realidad, yo diría que el contrabajo es más un estorbo que un instrumento. No se puede acarrear, hay que arrastrarlo y, si se cae al suelo, se rompe. En el coche sólo cabe si se saca el asiento de la derecha, y entonces llena prácticamente el vehículo. En casa se lo encuentra uno por todas partes. Ocupa más sitio que... que un trasto inútil, ¿sabe? No es como un piano. Un piano es un mueble. Un piano se puede cerrar y dejar donde está. El contrabajo no. Está siempre en medio como... Tuve un tío que siempre se encontraba enfermo y siempre se quejaba de que nadie le hacía caso. 



Así es el contrabajo. Cuando vienen invitados, ocupa inmediatamente el primer término. Nadie habla de otra cosa que de él. Cuando uno quiere estar solo con una mujer, él lo presencia y lo vigila todo. Se intima con ella... y él observa. Siempre tiene uno la sensación de que se burla y ridiculiza el acto. Y esta sensación se transmite, como es natural, a la pareja, y entonces... ¡ya sabe usted lo cerca que están el amor físico y el ridículo y lo mal que se soporta este último! ¡Qué sordidez! Es imposible continuar. Discúlpeme... Interrumpe la música y bebe. ... Lo sé. Esto no viene a cuento. En el fondo, a usted no le importa nada. Quizá incluso le molesta. También debe tener sus propios problemas a este respecto. Pero yo tengo derecho a alterarme y a hablar por una sola vez con toda claridad, a fin de que nadie crea que los miembros de la orquesta nacional carecen de esta clase de problemas. ¡Porque yo no he poseído a ninguna mujer desde hace dos años y la culpa es de él! La última vez fue en 1978, cuando lo encerré en el cuarto de baño, pero no sirvió de nada porque su espíritu flotaba sobre nuestras cabezas como un calderón...1



Cuando vuelva a poseer a una mujer —lo cual no es probable porque ya tengo treinta y cinco años, pero los hay más feos y, además, soy funcionario ¡y aún puedo enamorarme!... ¿Sabe...? Ya me he enamorado. O encaprichado, no lo sé. Y ella tampoco lo sabe. Es la... ya la he mencionado antes... la joven cantante del conjunto de la ópera que se llama Sarah... Es muy improbable, pero si... si alguna vez se presenta la ocasión, insistiré en que lo hagamos en su casa. O en un hotel. O fuera, en el campo, si no llueve... Si hay algo que él no soporta, es la lluvia; cuando llueve se encoge o, mejor dicho, se dilata, se empapa, no le gusta nada en absoluto. 

El frío tampoco. Cuando hace frío también se encoge y entonces hay que dejarle entrar en calor por lo menos dos horas antes de tocarlo. Cuando aún formaba parte de la orquesta de música de cámara, tocábamos en días alternos por la provincia, en castillos o iglesias o festivales de invierno... no se imagina lo numerosos que son. Pero a lo que iba: yo me veía obligado a salir horas antes que los demás, solo en el VW, para que mi bajo pudiera templarse en horribles posadas o en la sacristía, junto a la estufa, como un viejo enfermo. Sí, ata mucho. Y genera amor, puedo asegurárselo. Una vez nos quedamos atascados en diciembre del 74, entre Ettal y Oberau, en plena tormenta de nieve. Esperamos dos horas hasta la llegada de la grúa. Y yo le cedí mi abrigo y le calenté con mi propio cuerpo. Después, en el concierto, él estaba templado y
yo incubaba una gripe muy grave. Permítame beber un poco. No, realmente no se nace para contrabajo. 


El camino que lleva hasta este instrumento está lleno de rodeos, casualidades y desengaños. Puedo decirle que de los ocho contrabajos de la orquesta nacional, no hay ni uno solo a quien la vida no haya zarandeado y en cuyo rostro no queden huellas de los golpes que de ella ha recibido. Un ejemplo típico del destino de un contrabajo es el mío: padre dominante, funcionario, sin oído musical; madre débil, flauta, amante de la música; de niño idolatraba a mi madre; ésta amaba a mi padre; éste amaba a mi hermana pequeña; a mí no me amaba nadie... ahora 1 Mús. Signo de detención momentánea del compás hablo subjetivamente. Por odio hacia mi padre decido ser artista en vez de funcionario; y para vengarme de mi madre elijo el instrumento más voluminoso, menos manejable, menos apto para solos; y para ofenderla casi mortalmente y al mismo tiempo dar un puntapié a mi padre más allá de la tumba, me convierto también en funcionario: contrabajo en la orquesta nacional, tercer atril. Como tal, violo a diario en la figura del contrabajo, el mayor de los instrumentos femeninos —por su forma—, a mi propia madre,

y esta eterna relación sexual simbólicamente incestuosa es, por supuesto, una continua catástrofe moral y esta catástrofe moral está escrita en el rostro de cada uno de nosotros, los contrabajos. 


Hasta aquí el aspecto psicoanalítico del instrumento, aunque conocerlo no ayuda mucho, porque... el psicoanálisis está acabado. Todos sabemos hoy en día que el psicoanálisis está acabado, y el propio psicoanálisis también lo sabe. En primer lugar, porque el psicoanálisis plantea más preguntas de las que es capaz de contestar, como una hidra —para poner un ejemplo gráfico— que se corta a sí misma la cabeza, y ésta es la contradicción interna e insoluble del psicoanálisis, que se estrangula a sí mismo, y en segundo lugar, porque el psicoanálisis es en la actualidad del dominio público. Todo el mundo lo conoce. De los ciento veintiséis miembros de la orquesta, más de la mitad van al psicoanalista. Como ve, lo que tal vez un siglo atrás habría sido o podido ser un descubrimiento científico sensacional, hoy en día es tan corriente que a nadie le extraña. 



¿O se asombra usted de que actualmente un diez por ciento sufra depresiones? ¿Le asombra? A mí, no, ya ve. Y para esto no necesito ningún psicoanálisis. Habría sido mucho más importante —ya que tocamos este tema— que el psicoanálisis hubiera existido hace cien o ciento cincuenta años. Entonces nos habríamos ahorrado, por ejemplo, algunas cosas de Wagner. Ese hombre sí que era un terrible neurótico. Por ejemplo, una obra como Tristán, la mayor de todas las que compuso, ¿por qué la escribió? Pues sólo porque se entendía con la esposa de un amigo, que lo soportó durante años. Años enteros. Y este engaño, esta, llamémosla sórdida, relación le carcomió tanto por dentro que tuvo que transformarla en la mayor tragedia amorosa de todos los tiempos. 

Represión total a través de la sublimación total. «El deseo más sublime», etcétera, usted ya lo conoce. El adulterio aún era entonces un hecho extraordinario. Y ahora, ¡imagíneselo!, ¡Wagner habría confiado el asunto a un psicoanalista! Sí... una cosa es evidente: el Tristán no habría existido. No cabe duda, porque su neurosis no habría llegado a tanto. Por otra parte, Wagner pegaba a su mujer. A la primera, naturalmente. A la segunda, no, desde luego que no; pero a la primera la pegaba. En general, un hombre desagradable. Sabía ser muy cordial, encantador incluso. Pero era desagradable. Creo que no podía soportarse a sí mismo. Padecía frecuentes erupciones en la cara de pura... repugnancia. Sí, sí. Y no obstante, gustaba a las mujeres, gustó a muchas. Ejercía sobre ellas una gran atracción. Incomprensible... Reflexiona.


... La mujer juega en la música un papel secundario. Me refiero a la creación musical, a la composición. La mujer juega un papel secundario. ¿O conoce usted una compositora de renombre? ¿Una sola? ¿Lo ve? ¿Había pensado en ello antes? Debería reflexionar sobre esta cuestión. Sobre la mujer en relación con la música, tal vez. En cuanto al contrabajo, es un instrumento femenino. Pese a su género gramatical, es un instrumento femenino... pero inflexible como la muerte. Del mismo modo que la muerte —ahora asocio ideas— es femenina en su tremenda crueldad o —si se quiere— en su ineludible función acogedora; y complementaria también del principio de la vida, de la fertilidad, la madre tierra y todo lo demás, ¿acaso no tengo razón? Y en esta función —para volver a la música— el contrabajo lucha como símbolo de la muerte contra la Nada en la que amenazan con sumergirse al mismo tiempo la música y la vida. Así visto, nosotros, los contrabajos, somos considerados los Cerberos de la Nada, o también el Sísifo que escala la montaña con la carga sensorial de toda la música sobre los hombros —¡le ruego que lo vea en su imaginación!—, despreciado, escupido, con el hígado hecho pedazos... no, ése fue Prometeo... A propósito, el verano pasado fuimos con la ópera nacional a Orange, en el sur de Francia, a los festivales. Representación especial de Sigfrido, imagíneselo: en el anfiteatro de Orange, de casi dos mil años de antigüedad, una estructura clásica de una de las épocas más civilizadas de la humanidad, bajo los ojos del emperador Augusto, braman todos los dioses germanos, resopla el dragón, corretea Sigfrido por el escenario, vulgar, grueso, boche, como dicen los franceses... Cobramos mil doscientos marcos por cabeza, pero toda la representación me resultó tan penosa, que toqué como máximo la quinta parte de las notas. Y después... ¿sabe qué hicimos después todos los de la orquesta? 



Nos emborrachamos, nos comportamos como la más vulgar de las plebes, gritando hasta las

tres de la madrugada, como boches; tuvo que intervenir la policía y todo porque estábamos desesperados. Por desgracia, los cantantes fueron a emborrarcharse a otra parte, nunca se sientan con nosotros, los de la orquesta. Sarah —ya sabe, esa joven cantante— también cenó con ellos. Interpretó el canto de un pajarillo del bosque. Los cantantes también se alojaron en otro hotel; de no ser así, quizá nos habríamos encontrado entonces... Un conocido mío tuvo una vez relaciones con una cantante durante un año y medio, pero era violoncelista. El cello no es tan voluminoso como el bajo. No se interpone de forma tan contundente entre dos personas que se aman. O desean amarse. Hay además gran cantidad de solos para el cello —prestigio, ahora—: el Concierto para Piano de Tchaikovsky, la Cuarta Sinfonía de Schumann, el Don Carlos, etcétera. Y a pesar de ello, debo decirle que este conocido mío quedó muy desmoralizado tras sus relaciones con la cantante. Tuvo que aprender a tocar el piano para poder acompañarla. Ella se lo exigió y, por amor... En cualquier caso, el hombre se convirtió al poco tiempo en el acompañante de la mujer que amaba, y un acompañante mediocre, además. Cuando tocaban juntos, ella le superaba en gran medida. Le humillaba con rotundidad; ésta es la otra cara de la luna del amor. Sin embargo, él era como violoncelista mejor virtuoso que ella como mezzosoprano, mucho mejor, sin comparación. 
Pero tenía que acompañarla sin falta, quería tocar siempre con ella. Y para cello y soprano no hay muchas obras. Muy pocas. Casi tan pocas como para soprano y contrabajo... Me siento solo muy a menudo, ¿sabe? Estoy casi siempre solo en casa, cuando no hay representación; pongo un par de discos y ensayo de vez en cuando, pero sin ilusión, siempre es lo mismo. Esta noche iniciamos el festival con El oro del Rin, con Carlo Maria Giulini como director invitado y el primer ministro en la primera fila; el público más elegante, las entradas cuestan hasta trescientos cincuenta marcos, una locura. Pero a mí me importa un bledo. No estudio. En El oro del Rin somos ocho, así que la interpretación de uno solo no tiene la menor importancia. El maestro concertador da el tono y el resto le sigue... Sarah también canta. Wellgunde. Ya al principio. Un gran papel para ella, que podría significar su revelación. Sólo es lástima que tenga que debérsela a Wagner, pero no se puede escoger, ni en esto ni en nada. Normalmente ensayamos de diez a una y trabajamos de siete a diez. El resto del tiempo lo paso en casa, en mi habitación acústica. Bebo varias cervezas para compensar la pérdida de líquido. Y muchas veces lo coloco en el sillón de mimbre que tengo delante, lo apoyo, dejo el arco a su lado, me siento en la butaca y lo contemplo. Y entonces pienso: ¡Qué horrible instrumento! ¡Se lo ruego, mírelo! 


Mírelo bien. Parece una mujer vieja y gorda. Tiene las caderas demasiado anchas y la cintura desastrosa, excesivamente alta y poco estrecha, y luego la parte de los hombros, caída y raquítica... es para volverse loco. Esto se debe a que la historia de su evolución ha convertido al contrabajo en un híbrido. La parte inferior parece la de un violín grande y la superior, la de una viola grande. El contrabajo es el instrumento más monstruoso y rechoncho y menos elegante que se ha inventado jamás. Un sátiro de instrumento. Muchas veces siento deseos de romperlo en mil pedazos. Aserrarlo. Cortarlo a hachazos. Desmenuzarlo, molerlo, pulverizarlo, meterlo en el carburador de un coche a leña y... ¡listos! No, no puedo decir honradamente que lo amo. Además, también es odioso para tocar. Para tres semitonos se necesita todo el ancho de la mano. ¡Para tres semitonos! Esto, por ejemplo... Toca tres semitonos. ... Y cuando pulso una cuerda de arriba abajo... Lo hace.



... tengo que cambiar once veces de posición. Es un puro deporte de atleta. Hay que pulsar cada cuerda como un loco, observe bien mis dedos. ¡Fíjese! Callos en las yemas, mírelos, y estrías muy duras. En estos dedos ya no tengo tacto. Hace pocos días me quemé uno y no sentí nada, no me enteré hasta que percibí el hedor del callo quemado. Automutilación. Ningún herrero tiene estas yemas. Y para colmo, mis manos son más bien delicadas, nada apropiadas para este instrumento. En casa tocaba también el trombón. Al principio no tenía mucha fuerza en el brazo derecho y se requiere mucha para el arco, pues de lo contrario no se saca ningún tono a esta mierda de caja, o, por lo menos, ninguno que sea bello. Mejor dicho, un tono bello no se le puede sacar nunca, sencillamente porque no lo contiene. Esto... esto no son tonos, son... no querría ser ordinario, pero podría decirle qué son... ¡lo más feo que hay en el ámbito de los ruidos! Nadie puede tocar algo bello con un contrabajo, en el sentido estricto de la palabra. Nadie, ni siquiera los grandes solistas; esto depende de la física, no de la habilidad, porque un contrabajo no encierra estas armonías, carece de ellas, simplemente, y por esto suena siempre tan mal, siempre, y por esto es un gran disparate tocar un solo con el contrabajo y aunque desde hace ciento cincuenta años la técnica sea cada vez más refinada y aunqueaparezcan conciertos para contrabajo y sonatas y suites para solos y aunque dentro de poco surja tal vez un prodigio que toque la Chacona de Bach con el contrabajo o un Capriccio de Paganini, es y será espantoso porque el tono es y seguirá siendo espantoso. Bien, y ahora le tocaré la obra estándar, lo mejor que existe para contrabajo, en cierto modo el concierto cumbre para contrabajo, de Karl Ditters von Dittersdorf; preste mucha atención...

Pone la primera parte del Concierto en Mi Mayor de Dittersdorf
... Ya está. Éste es el Concierto en Mi Mayor para Contrabajo y Orquesta de Dittersdorf. En realidad se llamaba Ditters, Karl Ditters y vivió de 1739 a 1799. También era guardabosque. Y ahora dígame con franqueza: ¿es hermoso? ¿Quiere escucharlo otra vez? ¿Escuchar cómo suena, sin atender a la composición? ¿O la cadencia? ¿Quiere escuchar de nuevo la cadencia? ¡La cadencia es para morirse de risa! ¡El sonido de toda la obra es para echarse a llorar! Toca el primer solista, pero prefiero no mencionar su nombre porque él no tiene la culpa de nada, en realidad. Y Dittersdorf.... Dios mío, antes la gente tenía que escribir así, por encargo de los de arriba. Escribió como un poseído, Mozart era un gandul a su lado; más de cien sinfonías, treinta óperas, un montón de sonatas para piano y otras piezas menores y treinta y cinco conciertos para solistas, entre ellos para contrabajo. En total existen en la literatura más de cincuenta conciertos para contrabajo y orquesta, todos de compositores menos conocidos. ¿O conoce usted a Johann Sperger? ¿O a Domenico Dragonetti? ¿a Bottesini? ¿a Simandl o Kussewitzki o Hotl o Vanhal u Otto Geier o Hoffmeister u Othmar Klose? ¿Conoce a uno de ellos? Son los grandes del contrabajo. En el fondo, todos ellos hombres como yo. Contrabajos que, por pura desesperación, se dedicaron a componer y esto se nota en los conciertos, porque un compositor decente no escribe para el contrabajo, tiene demasiado buen gusto para ello. Y cuando escribe para el contrabajo, es para burlarse. Hay un pequeño minueto de Mozart, Köchel 344,1 ¡que es para morirse de risa! O el número cinco de Saint-Saëns en el baile de máscaras de los animales: El elefante, para contrabajo y piano, allegretto pomposo, que dura un minuto y medio... ¡para morirse de risa! O en Salomé, de Richard Strauss, el pasaje para contrabajo en cinco partes, donde Salomé mira hacia el interior del aljibe: «¡Qué negro es el fondo! Debe ser espantoso vivir en un agujero tan negro. Es como una tumba...» Un pasaje para contrabajo a cinco voces.
El efecto es aterrador. Al oyente se le ponen los pelos de punta. Y al músico también.


¡Aterrador! Habría que hacer más música de cámara. Quizá sería incluso divertido. Pero, ¿quién me acepta en un quinteto con mi contrabajo? No compensa. Cuando necesitan a uno, lo

alquilan. Y lo mismo ocurre con un septeto o un octeto. Pero no a mí. En Alemania hay dos o tres contrabajos que lo tocan todo. Uno, porque tiene su propia agencia de conciertos, el otro, porque toca en la Filarmónica de Berlín y el tercero porque tiene una cátedra en Viena. Ante ellos, nosotros no somos nada. Tocar un quinteto tan bello como el de Dvorák. O el de Janácek. O el octeto de Beethoven. O quizá incluso el Quinteto de las Truchas de Schubert. Esto sería lo máximo, ¿sabe?, hablando de la carrera musical. El sueño de un contrabajo, Schubert... Pero esto queda lejos, muy lejos. No soy más que uno del montón, quiero decir que me siento en el tercer atril. En el primer atril está nuestro solista y, junto a él, el solista adjunto; en el segundo se sientan el concertador y el concertador adjunto y detrás vienen los del montón. Esto no tiene nada que ver con la calidad, es un orden de colocación. Porque debe usted tener en cuenta que una orquesta es y debe ser una formación estrictamente jerarquizada y, como tal, una imagen de la sociedad humana. No de una sociedad humana d determinada, sino de la sociedad en general:
Sobre todos nosotros planea el DGM, director general de música, a continuación viene 1 Köchel: Número de serie del catálogo (1862) de las obras de Mozart, elaborado por Ludwig von Köche], 1800-1877 el primer violín, detrás de éste el segundo primer violín y después los restantes primeros y segundos violines, violas, cellos, flautas, oboes, clarinetes, fagotes, los instrumentos de metal y, a la cola, el contrabajo. Detrás de nosotros sólo está el timbal, pero esto es en teoría, porque el timbal se sitúa aislado y en un lugar más alto, para que todos puedan verlo. Además, tiene más volumen. Cuando suena el timbal, se oye hasta la última fila y todo el mundo dice: Ah, los timbales. De mí nadie dice: Ah, el contrabajo, porque yo me confundo con la masa. Por esto puede decirse que el timbal está prácticamente por encima del contrabajo. Aunque, bien mirado, el timbal, con sus cuatro tonos, no es un instrumento. 
Sin embargo, existen solos de timbal, por ejemplo el Concierto número 5 para Piano de Beethoven, al final de la primera parte. Entonces todos los que no miran al pianista miran al timbal, y esto significa, en un teatro grande, de mil doscientas a mil quinientas personas. A mí no me miran tantos ni en toda una temporada. Pero no piense que soy envidioso. La envidia es un sentimiento que desconozco, porque sé lo que valgo. No obstante, poseo un sentido de la justicia y hay cosas en el mundo de la música que son absolutamente injustas. El solista es abrumado por los aplausos, los espectadores se consideran defraudados cuando tienen que dejar de aplaudir; el director del teatro recibe grandes ovaciones y estrecha la mano del director de orquesta por lo menos dos veces; la orquesta entera se levanta muchas veces de sus asientos... Los contrabajos ni siquiera pueden levantarse con comodidad. ¡Los contrabajos —y perdone la
expresión— somos en todos los aspectos el último trozo de mierda! Y por esto digo que la orquesta es la imagen de la sociedad humana, porque aquí, como allí, los que hacen el trabajo sucio son, para colmo, despreciados por los demás. En la orquesta es todavía peor que en la sociedad, porque en la sociedad yo tendría .-al menos teóricamente—, la esperanza de ir progresando en el orden jerárquico y alcanzar algún día la cumbre de la pirámide para mirar desde allí a los gusanos... Digo que tendría la esperanza... En voz más baja.


... En cambio, en la orquesta no hay ninguna esperanza. Aquí gobierna la terrible jerarquía del poder, la espantosa jerarquía de la decisión ya tomada, la tremenda jerarquía del talento, la inflexible jerarquía física, impuesta por la naturaleza, de las vibraciones y los tonos, ¡no ingrese jamás en una orquesta...! Ríe con amargura. ... Se han producido cambios, sin duda, pero relativos. El último fue hace aproximadamente ciento cincuenta años y afectó al orden de colocación. Weber situó los instrumentos de metal detrás de los de cuerda; fue una auténtica revolución. Para los contrabajos no cambió nada, seguimos estando atrás, igual que antes. Desde que concluyó la época del bajo continuo, alrededor de 1750, nos sentamos atrás. Y así seguiremos. Y no me quejo. Soy realista y sé conformarme. Sé conformarme. ¡Bien sabe Dios que he aprendido a hacerlo...!



Suspira, bebe y cobra ánimos. ¡Y estoy de acuerdo! Como músico de orquesta, soy un hombre conservador y apoyo los valores como el orden, la disciplina, la jerarquía y el principio de la autoridad.1 ¡Le ruego que no me interprete mal! Nosotros, los alemanes, siempre identificamos la palabra Führer con Adolf Hitler. En realidad, Hitler era, a lo sumo, un wagneriano entusiasta y yo, como usted sabe, no soy ningún devoto de Wagner. De Wagner como músico —desde el

punto de vista del oficio— yo diría: imperfecto. Una partitura de Wagner rebosa de imposibilidades y errores. El sujeto no sabía tocar ningún instrumento, salvo el piano de manera muy mediocre. En esto el músico profesional se advierte en Mendelssohn, para no hablar de Schubert, mil veces mejor dotado. Por otra parte, como su nombre indica, Mendelssohn era judío. Sí. En cuanto a Hitler, no entendía nada de música, aparte de Wagner, y nunca deseó ser músico, sino arquitecto, pintor, urbanista, etcétera.


Pese a su... total desenfreno, poseía al menos la suficiente autocrítica. Los músicos no fueron muy favorables al nacionalsocialismo, exceptuando a Furtwängler, Richard Strauss y algunos más, ya lo sé; unos casos problemáticos a los que se colgó una etiqueta, más que nada, porque nunca fueron nazis en el sentido positivo, nunca. El nazismo y la música — como sabrá si lee a Furtwängler— no pueden ir juntos. Jamás. Naturalmente que también entonces se compuso música. ¡Es evidente! ¡La música no enmudece así como así! Nuestro Karl Boehm, por ejemplo, estaba en aquel tiempo en la flor de la edad. O Karajan, a quien incluso los franceses aplaudieron frenéticamente en el París ocupado. 

Por otra parte, también los prisioneros de los campos de concentración tenían su propia orquesta, según me han dicho. Igual que más tarde nuestros prisioneros de guerra en los campos de prisioneros. Porque la música es algo humano, que está por encima de la política y de la historia contemporánea. Algo que pertenece a la humanidad en general, diría yo, un elemento constitutivo innato del alma y el espíritu humanos. Siempre habrá música, en Oriente y en Occidente, en Sudáfrica y en Escandinavia, en Brasil y en el archipiélago Gulag. Porque la música es metafísica, ¿comprende?, metafísica, o sea, detrás o más allá de la mera existencia física, más allá del tiempo, la historia y la política y pobres y ricos y la vida y la muerte. La música es... eterna. Goethe dice: «La música está tan alta, que ninguna inteligencia puede superarla y de ella emana un poder que todo lo domina y del que nadie es capaz de dar razón.»
Con esto no puedo por menos que estar de acuerdo.


Ha pronunciado las últimas frases con mucha solemnidad y ahora se levanta, pasea, excitado, arriba y abajo de la habitación, reflexiona y vuelve. Yo iría aún más lejos que Goethe. Diría que cuantos más años cumplo y cuanto más profundizo en la auténtica esencia de la música, más claro veo que la música es un gran enigma, un misterio, y que cuanto más se sabe de ella, menos capaz se es de decir algo definitivo a su respecto. Goethe, pese a la gran consideración de que todavía goza en la actualidad —bien merecidamente—, no tenía dotes musicales en el sentido estricto de la palabra. Era, ante todo, un poeta lírico y, como tal, si se quiere, rítmico y melódico. Pero lo era todo menos músico. De otro modo no tendrían explicación sus frecuentes y grotescos juicios erróneos sobre los músicos. En cambio, entendía mucho de mística. No sé si usted sabe que Goethe era panteísta. Es probable que sí. Y el panteísmo guarda una 1 En alemán, Führerprinzip estrecha relación con la mística, es seguramente un producto de la ideología presente en el taoísmo y en la mística hindú, y se prolonga durante toda la Edad Media y el Renacimiento y vuelve a aparecer en el movimiento de la masonería en el siglo XVIII. Y ahora resulta que Mozart era masón, como usted ya debe de saber. Mozart se unió al movimiento de la masonería siendo aún relativamente joven, como músico, claro, y a mi modo de ver —y él mismo debió de verlo con claridad— este hecho prueba mi tesis de que también para él, Mozart, la música era en definitiva un misterio y no sabía sobre ella más que los intelectuales de su época. Ignoro si esto será demasiado complicado para usted, porque seguramente desconoce los antecedentes, pero yo he estudiado esta materia durante años y puedo decirle una cosa: desde este punto de vista, Mozart es exageradamente apreciado. Se le sobrestima en exceso como músico. Ya, ya sé que hoy en día no es popular decir esto, pero puedo asegurarle, como persona que se ha ocupado de la materia durante años y por su profesión le ha dedicado un profundo estudio, que Mozart, en comparación con centenares de sus contemporáneos, injustamente olvidados en la actualidad, era un músico como cualquier otro, y precisamente porque fue tan precoz y a los ocho años ya empezó a componer, su inspiración se agotó totalmente en muy poco tiempo. Y el principal culpable de ello es el padre, en esto estriba el escándalo. 



Yo no procedería así, con mi hijo, si lo tuviera, aunque fuera diez veces más dotado que Mozart, porque no quiere decir nada que un niño componga música; todos los niños componen, si se les enseña como a los monos, no se trata de ninguna obra de arte, sino de una explotación, de una tortura infantil y hoy está prohibido, con razón, porque el niño tiene derecho a la libertad. Esto por un lado. Por el otro diré que, cuando Mozart componía, no había prácticamente nada. Beethoven, Schubert, Schumann, Weber, Chopin, Wagner, Strauss, Leoncavallo, Brahms, Verdi, Tchaikovsky, Bartók, Strawinsky... —no puedo contarlos a todos...— ¡el noventa y cinco por ciento de la música apreciada en la actualidad por todos nosotros, y más aún por mí como profesional, no existía en aquella época! 

¡No fue creada hasta después de Mozart! ¡Mozart no tenía la menor idea de su existencia futura! Lo único, ¿verdad?, lo único importante que había entonces era Bach, y éste estaba totalmente olvidado porque era protestante y fuimos nosotros quienes tuvimos que volver a descubrirlo. Y por este motivo la situación era infinitamente más fácil para Mozart. No había precedentes. Podía ir y sentarse con toda tranquilidad a tocar y componer... prácticamente lo que se le antojaba. Además, la gente era entonces mucho más agradecida. En aquella época yo habría sido un virtuoso conocido en todo el mundo. Sin embargo, esto no lo confesó nunca Mozart, a diferencia de Goethe, que era mucho más honrado. Goethe siempre dijo que había tenido suerte porque la literatura de su época era como quien dice una tabla rasa. Ya lo creo que tuvo suerte, una suerte loca, como dice el vulgo. Pero Mozart no lo admitió nunca y yo se lo reprocho. Soy libre y lo digo sin ambages, porque estas cosas me indignan. Y —esto es marginal— puede usted olvidar lo que Mozart escribió para el contrabajo, olvidarlo sin excluir el último acto de Don Giovanni; no existe. 


Y basta de Mozart. Ahora tengo que beber otro sorbo... Se levanta, tropieza con el contrabajo y grita. ¡Esto es una cruz! ¡Siempre en medio del paso, el muy estúpido! ¿Puede usted decirme por qué un hombre de treinta y cinco años, o sea yo, convive con un instrumento que le estorba de modo permanente? ¿Que sólo le estorba desde el punto de vista humano, social, espacial, sexual y musical? ¿Que le imprime el sello de Caín? ¿Me lo puede explicar? Discúlpeme si grito, pero es que aquí puedo gritar todo cuanto quiera. No lo oye nadie, gracias a las placas acústicas. Nadie me oye... Un día lo mataré, un día lo mataré a golpes... Se va a buscar otra cerveza. Mozart. Obertura de Fígaro. Fin de la música. Vuelve, sirviéndose la cerveza.



... Una palabra más sobre el erotismo: esta pequeña cantante... Es maravillosa, bastante bajita y tiene unos ojos muy negros. Quizá sea judía, lo cual no me importa nada en absoluto. En todo caso, se llama Sarah. Esta sería una mujer para mí. ¿Sabe una cosa? Jamás podría enamorarme de una violoncelista ni de una tocadora de viola, aunque — hablando de instrumentos— el contrabajo armoniza a la perfección con la viola, como prueba la Sinfonía Concertante de Dittersdorf. Con el trombón también, y con el cello; este último es el instrumento con el que solemos tocar las octavas. Sin embargo, humanamente no funciona. Para mí, no. Como contrabajo, necesito a una mujer que represente todo lo contrario de lo que yo soy: ligereza, musicalidad, belleza, felicidad, gloria, y también debe tener pecho... Fui a la biblioteca musical y busqué por si había algo para nosotros. Dos arias enteras para soprano y contrabajo obligado. ¡Dos arias! Como es natural, también del totalmente desconocido Johann Sperger, fallecido en 1812. Asimismo, un noneto de Bach, Cantata 152, pero un noneto es casi una orquesta, de modo que sólo quedan dos piezas para poder compartir entre los dos, lo cual, naturalmente, no es ninguna base.



Permítame que beba. ¿Qué necesita, pues, una soprano? ¡No nos hagamos ilusiones! Una soprano necesita un acompañante, un pianista correcto. O, mejor, un director de orquesta, aunque bastaría con un director de escena. Incluso un director técnico es más importante para ella que un contrabajo. Creo que ha tenido algo que ver con nuestro director técnico, quien, dicho sea de paso, es un simple burócrata, un funcionario sin el menor oído musical. Un cabrón

gordo, viejo y lascivo. Maricón, para más señas. Quizá no ha tenido nada que ver con él, después de todo. Si he de ser franco, no lo sé. De hecho, me importaría un bledo, aunque por otro lado lo lamentaría, porque no podría ir a la cama con una mujer que se acuesta con nuestro director técnico. No podría perdonárselo nunca. Pero no hemos llegado ni mucho menos a este punto y la cuestión es si llegaremos algún día, porque ella ni siquiera me conoce. Dudo de que se haya fijado en mí. ¡Musicalmente, seguro que no! Si acaso, en la cantina. 
Mi aspecto no es tan malo como mi manera de tocar. Pero ella va muy poco a la cantina; la invitan con frecuencia. Cantantes mayores que ella. Artistas invitados. La invitan a caros restaurantes de pescado. Un día lo averigüé; el lenguado cuesta allí cincuenta y dos marcos. Lo
encuentro repugnante. Encuentro repugnante que una jovencita salga con un tenor de cincuenta años, se lo digo con franqueza... ¡ese hombre cobra treinta y seis mil marcos por dos noches! ¿Sabe usted cuánto gano yo? Mil ochocientos netos. Cuando grabamos un disco o toco en otra parte, gano algún dinero extra, pero normalmente cobro mil ochocientos netos, y esto lo cobra un oficinista cualquiera o un estudiante que trabaje en sus horas libres. ¿Y qué han aprendido ellos? Nada, no han aprendido nada. Yo estudié cuatro años en el Conservatorio de Música; aprendí composición con el profesor Krautschnick y armonía con el profesor Riederer; ensayo todas las mañanas durante tres horas y toco cuatro horas en las funciones de noche y, cuando estoy libre, tengo que estar a disposición por si me necesitan y no me acuesto antes de las doce, y además aún tendría que ensayar, maldita sea; ¡si no estuviera tan dotado, que lo aprendo todo a la primera lectura musical, tendría que trabajar duro catorce horas al día! Con todo, ¡podría ir a un restaurante de pescado, si quisiera! Y me gastaría cincuenta y dos marcos por un lenguado, si hiciera falta. Y si cree que pestañearía siquiera, es que no me conoce. ¡Pero lo encuentro repugnante! Además, estos caballeros están siempre casados. Si ella se me acercara —pero no me conoce— y me dijera: «¡Vamos a comer un lenguado, querido!», yo contestaría: «Claro, tesoro mío, ¿por qué no? Vamos a comer un lenguado, cariño, y si cuesta ochenta marcos, a mí me da igual.» Porque soy muy caballeroso con la mujer amada, un caballero de pies a cabeza. Pero no deja de ser repugnante que esta dama salga con otros caballeros. ¡Lo encuentro repugnante! ¡La mujer a quien amo no va con otros caballeros a un restaurante de pescado! ¡Noche tras noche!... 


Es cierto que no me conoce, pero... ¡ésta es la única disculpa que tiene! Cuando me conozca... cuando me haya conocido... no es probable, pero... cuando nos conozcamos... ya aprenderá, esto se lo aseguro a usted, esto se lo pongo hasta por escrito, porque... porque... De improviso, empieza a gritar. ... no toleraré que mi mujer, sólo porque es soprano y un día cantará Dorabella o Aida o Butterfly, ¡mientras yo soy un simple contrabajo!, salga... y vaya a restaurantes de pescado... no lo toleraré... Perdóneme.... tengo que contenerme... un poco... creo yo... contenerme... ¿Le parece que soy... exigente... con las mujeres? Va hacia el tocadiscos y pone un disco. ... El aria de Dorabella... en el segundo acto... Cosi fan tutte. Cuando suena la música, empieza a sollozar quedamente. ¿Sabe una cosa? Cuando se la oye cantar, parece mentira que sea capaz de ello. Es cierto que hasta ahora sólo ha conseguido pequeñas partes —segunda doncella florida en Parsifal, vestal del templo en Aida, prima en Butterfly y cosas así—, pero cuando canta y cuando yo oigo cómo canta, le digo con sinceridad que se me encoge el corazón, no sé decirlo de otro modo. ¡Y entonces la muchacha se va a un restaurante de pescado con una estrella invitada cualquiera! ¡A cenar mariscos o bullabesa! ¡Mientras el hombre que la ama está en una habitación insonorizada y sólo piensa en ella, con este instrumento informe en las manos al que no puede arrancar ni un solo tono de los que ella canta...! 



¿Sabe qué necesito? Necesito siempre a una mujer que no pueda conseguir. Pero así como no la conseguiré a ella, no necesitaré tampoco a ninguna otra. En una ocasión quise forzar las cosas, durante el ensayo de Ariadna. Ella cantaba el eco, no es mucho, sólo un par de compases, y el director de escena sólo la hizo aproximar una vez a las candilejas. Desde allí habría podido verme, si hubiera mirado, si no hubiese fijado la vista en el DGM... Se me ocurrió pensar: si ahora yo hiciera algo, algo que llamase su atención... como dejar caer el bajo o golpear con el arco el cello que tengo delante o simplemente tocar una nota falsa... 

En Ariadna quizá se habría oído, porque sólo tocamos dos bajos... Pero en seguida desistí. Es más fácil decirlo que hacerlo. Y usted no conoce a nuestro DGM, que toma una nota falsa como una ofensa personal. Además, se me antojó muy infantil iniciar mis relaciones con ella valiéndome de una nota falsa... y, ¿sabe usted?, cuando se toca en una orquesta, junto con los colegas, echarlo todo a rodar de pronto, con toda la intención, por así decirlo... no, no soy capaz. En el fondo debo de ser un músico demasiado honrado y pensé: si tienes que tocar mal para que ella se fije en ti, es mejor que no se fije. Ya ve, yo soy así. Entonces intenté tocar del modo más bello que pude, en la medida en que esto es posible con mi instrumento. Y pensé: será una señal: si llamo su atención tocando mejor que nunca, si mira hacia aquí, si me mira... será la mujer de mi vida, será mi Sarah para toda la eternidad. Por el contrario, si no me mira, se acabó todo. Sí, tan supersticioso se puede llegar a ser en las cosas del amor. No me miró. En cuanto empecé a tocar del modo más bello, ella tuvo que levantarse y retirarse a último término por exigencia del director.


Tampoco se dio cuenta ninguna otra persona. Ni el DGM ni Haffinger, el bajo que estaba a mi lado; ni siquiera este último advirtió lo bien que tocaba... ¿Va usted a menudo a la ópera? Imagínese que esta noche va a la ópera por mí, a la inauguración del festival con El oro del Rin. Más de dos mil personas con vestidos largos y trajes oscuros. Se huele a hombros femeninos recién lavados, a perfume y desodorante. Brilla la seda negra de los smokings, brillan los cogotes, centellean los diamantes. En la primera fila, el presidente del consejo de ministros con su familia, miembros del gabinete, personalidades internacionales. En su palco, el director del teatro con su esposa, su amiga, su familia y sus invitados de honor. En el palco del DGM, el DGM con su esposa y sus invitados de honor. Todos esperan a Carlo Maria Giulini, la estrella de la velada. Las puertas se cierran con suavidad, la araña se eleva, las luces se apagan, todo es

perfume y expectación. Aparece Giulini. Aplausos. Se inclina, sus cabellos recién lavados se despeinan. Entonces se vuelve hacia la orquesta, las últimas toses, silencio. Levanta los brazos, busca el contacto con la mirada del primer violín, asiente con la cabeza, otra mirada, la última tos... Y entonces, en este momento sublime en que la ópera se convierte en universo y el momento en el origen del universo, allí dentro, donde todo espera en tensión, conteniendo el aliento, y las tres hijas del Rin ya están como clavadas detrás del telón aún cerrado, allí dentro, desde la última fila de la orquesta, donde se hallan en pie los contrabajos, el grito de un corazón amante...


Grita. ¡¡¡SARAH!!!  ¡El efecto es colosal! Al día siguiente aparece en el periódico, me echan de la orquesta nacional, voy hacia ella con un ramo de flores, ella abre las puertas, me ve por primera vez, estoy erguido ante ella como un héroe, y digo: «Soy el hombre que la ha comprometido, porque la amo.» Caemos el uno en brazos del otro, unión, bienaventuranza, sublime felicidad, el mundo se hunde a nuestros pies. Amén. Como es natural, he intentado sacarme de la cabeza a Sarah. Lo más probable es que sea humanamente imperfecta, que carezca de personalidad, que sea intelectualmente mediocre, que no tenga categoría para un hombre de mi talla... Pero entonces oigo su voz en cada ensayo, esta voz, este órgano divino. ¿Sabe una cosa? Una voz bella es en sí y de por sí espiritual, aunque la mujer sea una estúpida; esto es lo que encuentro espantoso de la música. 



Y además está el erotismo. Un campo al que nadie puede sustraerse. Lo diré de una vez: Cuando Sarah canta, la emoción que siento bajo la piel es casi sexual... le ruego que no interprete mal mis palabras. Y muchas veces me despierto en plena noche... gritando. ¡Grito porque la oigo cantar en sueños, Dios mío! Gracias a Dios que tengo las placas acústicas. 

Estoy bañado en sudor y al cabo de un rato vuelvo a dormirme... hasta que mis propios gritos e despiertan de nuevo. Y así transcurre toda la noche: ella canta, yo grito, me duermo, ella canta, yo grito, me duermo y así hasta la mañana... Esto es la sexualidad. Sin embargo, a menudo —ya que hablamos del tema— se me aparece también de día. Naturalmente, sólo en la imaginación. Entonces... aunque parezca cómico... la imagino en pie delante de mí, muy cerca, como ahora el contrabajo. Y no puedo contenerme, tengo que abrazarla... así... y paso la otra mano... como si fuera el arco... por su trasero... o desde el otro lado, como si estuviera detrás del contrabajo, coloco la mano izquierda sobre sus pechos, igual que en la tercera posición sobre la cuerda de sol... como en un solo... ahora es un poco difícil de imaginar... y la rodeo con la derecha como con el arco, hacia abajo, y después así y así y así... Manosea el contrabajo con ademanes confusos, lo deja, se sienta, exhausto, en una silla y se sirve más cerveza. Soy un artesano. En el fondo soy un artesano. No soy músico. Seguramente no tengo más instinto musical que usted. Me gusta la música. Me doy cuenta si una cuerda está mal afinada y sé distinguir entre un tono y un semitono. 


Pero no sé tocar una sola frase musical. No sé tocar bien ni un solo tono... Y ella abre la boca y todo lo que sale es magnífico. ¡Aunque corneta mil errores, es magnífico! Y no depende del instrumento. ¿Cree usted que Franz Schubert comienza su Octava Sinfonía con un instrumento con el que no se puede tocar bien? ¡No piense así de Schubert! Pero yo no sé hacerlo. La culpa es mía. Técnicamente, se lo tocaré todo. Recibí una excelente formación técnica. Si quiero, le tocaré bien técnicamente todas las suites de Bottesini, que es el Paganini del contrabajo; no hay muchos que puedan emularme en esto. Técnicamente, si estudiara de verdad, pero no estudio porque en mi caso no tiene ningún sentido, ya que me falta la sustancia, porque cuando el instinto musical no es innato, comprende?, innato —y esto puedo juzgarlo porque no carezco totalmente de él, no me falta hasta este punto y sé muy bien en qué me distingo de los demás—, todavía puedo controlarme y, gracias a Dios, sé lo que soy y lo que no soy, y si a los treinta y cinco años toco en la orquesta nacional como funcionario vitalicio, ¡no seré tan idiota como para creer, como hacen muchos, que soy un genio! ¡Un genio con empleo y sueldo! 



Un genio incomprendido, funcionario hasta la muerte, que toca el contrabajo en la orquesta nacional... Bien mirado, podría haber aprendido a tocar el violín, o a componer o a dirigir. Pero no doy para tanto. Sólo doy para rascar un instrumento que no me gusta de tal modo que los otros no se den cuenta de lo mal que toco. ¿Por qué lo hago? Empieza a gritar de repente. ¿Y por qué no? ¿Por qué me tiene que ir mejor a mí que a usted? ¡Sí, usted! ¡Ya sea contable, encargado del departamento de exportaciones, auxiliar de un laboratorio fotográfico o un abogado hecho y derecho...! En su excitación, ha ido hacia la ventana y la ha abierto de par en par. El ruido callejero invade la habitación.



¿O pertenece, como yo, a la clase privilegiada de aquellos que aún pueden trabajar con sus manos? ¿Quizá sea usted uno de esos que trabajan ahí fuera ocho horas diarias, destrozando con sus taladros el pavimento de hormigón? ¿O uno de los que echan toneladas de desperdicios a los camiones de basura durante ocho horas seguidas? ¿Corresponde esto a sus talentos? ¿Le ofendería saber que otro echa mejor que usted las toneladas de basura? ¿Está tan lleno como yo de idealismo y abnegada entrega a su trabajo? Yo pulso cuatro cuerdas con los dedos de la mano izquierda hasta que brota la sangre; y rasco con un arco de crin hasta que la mano derecha se me duerme; y con ello produzco un ruido que es solicitado, un ruido. Lo único que me diferencia de usted es que de vez en cuando realizo mi trabajo vestido de frac... Cierra la ventana. Y el frac es alquilado. Yo sólo tengo que poner la camisa. Ahora debo cambiarme de

ropa.
Discúlpeme. Me he excitado y no quería excitarme. Tampoco quería ofenderle. Cada uno ocupa su lugar y hace lo que puede. Y no es de nuestra incumbencia preguntar cómo ha llegado el otro hasta donde está y por qué se queda y si... Muchas veces imagino verdaderas cerdadas, con perdón. Como antes, cuando he confundido a Sarah con un contrabajo, a ella, la mujer de mis sueños, la he confundido con un contrabajo, ella, el ángel que, musicalmente hablando, está... flota... tan por encima de mí… la he confundido con esta mierda de contrabajo que manoseo con mis sucios dedos llenos de callos y rasco con mi jodido y piojoso arco... Qué asco, son cerdadas que se me ocurren muchas veces cuando pienso como en una borrachera, impulsivas, imperiosas. Por naturaleza, no soy un hombre impulsivo. Por naturaleza, soy moderado. Sólo me vuelvo impulsivo cuando pienso. Cuando pienso, mi fantasía se apodera de mí como un caballo alado y me derriba y pisotea. «Pensar —dice un amigo mío que estudia filosofía desde hace veintidós años y ahora va a doctorarse—, pensar es una cosa demasiado seria para que cualquier aficionado tontee con ella.» El —mi amigo— no se sentaría a tocar una sonata para piano, porque no sabe hacerlo. Sin embargo, todo el mundo cree que sabe pensar y piensa sin ninguna clase de freno, éste es el gran error de la actualidad, dice mi amigo, y la causa de tantas catástrofes que al final acabarán con todos nosotros. Y yo digo que tiene razón. No digo nada más. 


Ahora tengo que cambiarme. Se aleja, recoge la ropa y sigue hablando mientras se viste. Discúlpeme si ahora hablo un poco más alto, porque cuando he bebido cerveza levanto la voz. Como miembro de la orquesta nacional soy casi un funcionario y, como tal, vitalicio. Tengo un horario semanal fijo y cinco semanas de vacaciones. Un seguro de enfermedad. Un incremento automático del sueldo cada dos años. Más adelante una pensión. Estoy totalmente asegurado...

Muchas veces, esto me infunde tanto miedo que... que ya casi no me atrevo a salir de casa, de tan seguro que me siento. En mi tiempo libre —tengo mucho tiempo libre— prefiero quedarme en casa, como ahora, por miedo, ¿cómo podría explicárselo? Es una congoja, una opresión, un temor demencial de esta seguridad, es como una especie de claustrofobia, una psicosis de empleo fijo... precisamente como contrabajo. Porque no existe un contrabajo libre. Como contrabajo se es un funcionario toda la vida. Ni siquiera nuestro DGM tiene esta seguridad. Nuestro DGM tiene un contrato para cinco años. Y si no se lo prorrogan, queda libre, al menos, teóricamente. El director del teatro, lo mismo. El director del teatro es omnipotente... pero puede marcharse. Si nuestro director de teatro — por ejemplo— pusiera en escena una ópera de Henze, le despedirían. No inmediatamente, pero con absoluta certeza. Porque Henze es comunista y no se le admite en ningún espectáculo público. O podría surgir una intriga política...


Yo, en cambio, no me voy nunca. Puedo tocar y dejar de tocar lo que quiera, pero no me voy nunca. Muy bien, puede replicar usted, pero esto ya lo sabía. Siempre ha sido así; un músico de orquesta tiene siempre un empleo fijo, hoy en día como funcionario público y doscientos años atrás como funcionario de la corte. Pero entonces, por lo menos, podía morirse el príncipe y existía la posibilidad de que la orquesta de la corte se disolviera. En cambio, esto es completamente imposible en la actualidad. Descartado, pase lo que pase. Incluso durante la guerra —lo sé por los colegas de más edad—, cuando caían bombas por doquier y la ciudad estaba cubierta de escombros y la ópera era pasto de las llamas, en el sótano ensayaba la orquesta nacional a las nueve en punto de la mañana. Es para desesperarse. Sí, naturalmente, puedo despedirme. Claro que sí. Puedo ir y decir: dimito. Sería algo inusitado. Ha habido muy pocos casos. Pero podría hacerlo, sería legal. Entonces estaría libre... Sí, ¿y después? ¿Qué haría después? Me encontraría en la calle... Es para desesperarse. Uno se depaupera. No hay ninguna alternativa... Una pausa. Se tranquiliza. Lo siguiente, en un murmullo.

... A menos que interrumpa la representación de esta noche, gritando Sarah. Sería un acto heroico. Ante el presidente del consejo de ministros. Para gloria de ella y mi separación del empleo. Sería algo sin precedentes. El grito del contrabajo. Tal vez cunda el pánico o el guardaespaldas del primer ministro me mate de un disparo. Por un descuido, por una reacción impulsiva. O mate por error al director invitado. En cualquier caso, se armaría algo gordo. Mi vida cambiaría de forma decisiva. Sería una fisura en mi biografía. E incluso aunque con ello no consiguiera a Sarah, jamás podría olvidarme. Me convertiría en una anécdota perpetua de su carrera, de su vida. El grito habría valido la pena. Y yo sería libre... libre... como un director del teatro nacional. Se sienta y vuelve a beber un largo sorbo de cerveza. Tal vez lo haga de verdad. Tal vez me dirija ahora hacia allí, tal como estoy, me meta allí dentro y profiera este grito... ¡Señores! ... La otra posibilidad es la música de cámara. Ser bueno, ser diligente, estudiar, tener mucha paciencia, primer bajo en una orquesta B, pequeña asociación de música de cámara, octeto, disco, ser formal, flexible, adquirir cierto renombre, con toda modestia, y madurar para el Quinteto de las Truchas. Cuando Schubert tenía mi edad, ya hacía tres años que estaba muerto. 





Ahora tengo que irme. Comienza a las siete y media. Le pondré otro disco. Schubert, Quinteto para Piano, Violín, Viola, Cello y Contrabajo en la mayor, compuesto en 1819, a la edad de veintidós años, por encargo de un director de minas de Steyr... Coloca el disco. ... Y ahora me voy. Me voy a la ópera y grito. Si tengo valor. Mañana podrá leerlo en el periódico. ¡Hasta la vista! Sus pasos se alejan. Sale de la habitación, la puerta de la casa se cierra de golpe. En este momento empieza la música: Schubert. Quinteto de las Truchas, 1ª parte.

Príncipe constante





EL PRÍNCIPE CONSTANTE

Pedro Calderón de la Barca



Personas que hablan en ella:

  • Don FERNANDO, príncipe
  • Don ENRIQUE, príncipe
  • Don JUAN Coutiño
  • El REY de Fez, viejo
  • MULEY, general
  • BRITO, gracioso
  • ALFONSO, rey de Portugal
  • FÉNIX, infanta
  • ROSA
  • ZARA
  • ESTRELLA
  • CELÍN
  • TARUDANTE, rey de Marruecos
  • [CAUTIVOS]
  • SOLDADOS

JORNADA PRIMERA


Salen los cautivos cantando lo que quisieren, y ZARA
ZARA: Cantad aquí, que ha gustado, mientras toma de vestir Fénix hermosa, de oír las canciones que ha escuchado tal vez en los baños, llenas de dolor y sentimiento. CAUTIVO 1: Música, cuyo instrumento son los hierros y cadenas que nos aprisionan, ¿puede haberla alegrado? ZARA: Sí, ella escucha. Desde aquí cantad. CAUTIVO 2: Esa pena excede Zara hermosa, a cuantas son, pues sólo un rudo animal sin discurso racional, canta alegre en la prisión. ZARA: ¡No cantáis vosotros? CAUTIVO 3: Es para divertir las penas propias, mas no las ajenas. ZARA: Ella escucha, cantad, pues.
Cantan
CAUTIVOS: "Al peso de los años lo eminente se rinde que a lo fácil del tiempo no hay conquista difícil."
Sale ROSA
ROSA: Despejad, cautivos, dad a vuestra canciones fin, porque sale a este jardín Fénix a dar vanidad al campo con su hermosura, segunda aurora del prado.
Vanse los cautivos y salen las moras vistiendo a FÉNIX
ESTRELLA: Hermosa te has levantado. ZARA: No blasone el alba pura que la debe este jardín la luz, ni fragancia hermosa ni la púrpura la rosa, ni la blancura el jazmín. FÉNIX: El espejo. ZARA: Es excusado querer consultar con él los borrones que el pincel sobre la tez no ha dejado.
Danle un espejo
FÉNIX: ¿De qué sirve la hermosura --cuando lo fuese la mía-- si me falta la alegría, si me falta la ventura? CELIMA: ¿Qué sientes? FÉNIX: Si yo supiera, ay Celima, lo que siento, de mi mismo sentimiento lisonja al dolor hiciera; pero de la pena mía no sé la naturaleza, que entonces fuera tristeza, lo que hoy es melancolía. Sólo sé que sé sentir lo que sé sentir no sé; que ilusión del alma fue. ZARA: Pues no pueden divertir tu tristeza estos jardines, que a la primavera hermosa labran estatuas de rosa sobre templos de jazmines, hazte al mar, un barco sea dorado carro del sol. ROSA: Y cuando tanto arrebol errar por sus ondas vea, con grande melancolía el jardín al mar dirá-- Ya el sola en su centro está muy breve ha sido este día. FÉNIX: Pues no me puede alegrar formando sombras y lejos la emulación que en reflejos tienen la tierra y el mar; cuando con grandezas sumas compiten entre esplendores la espumas a las flores, la flores a las espumas. Porque el jardín, envidioso de ver las ondas del mar, su curso quiere imitar; y así, el céfiro amoroso matices rinde y olores que, soplando, en ellas bebe; y hacen las hojas que mueve un océano de flores; cuando el mar, triste de ver la natural compostura del jardín, también procura adornar, y componer su playa, la pompa pierde y, a segunda ley sujeto, compite[n] con dulce efeto campo azul y golfo verde; siendo, ya con rizas plumas, ya con mezclados colores, el jardín un mar de flores y el mar un jardín de espumas. Sin duda mi pena es mucha, no la pueden lisonjear campo, cielo, tierra y mar. ZARA: Gran pena contigo lucha.
Sale el REY con un retrato
REY: Si acaso permite el mal, cuartana de tu belleza, dar treguas a tu tristeza, este bello original --que no es retrato el que tiene alma y vida--es del infante de Marruecos, Tarudante, que a rendir a tus pies viene la corona. Embajador es de su parte, y no dudo que embajador que habla mudo, trae embajadas de amor. Favor en su amparo tengo. Diez mil jinetes alista que envïar a la conquista de Ceuta, que ya prevengo. Dé la vergüenza esta vez licencia. Permite amar a quien se ha de coronar rey de tu hermosura en Fez. FÉNIX: (¡Válgame Alá!) Aparte REY: ¿Qué rigor te suspende de esa suerte? FÉNIX: La sentencia de mi muerte. REY: ¿Qué es lo que dices? FÉNIX: Señor, si sabes que siempre has sido mi dueño, mi padre y rey, ¿qué he de decir? (¡Ay, Muley, Aparte grande ocasión has perdido!) El silencio--¡ay infelice!-- hace mi humildad inmensa. (Miente el alma, si lo piensa. Aparte Miente la voz, si lo dice.) REY: Toma el retrato. FÉNIX: (Forzada Aparte la mano le tomará; pero el alma no podrá.
Disparan una pieza
ZARA: Esta salva es a la entrada de Muley, que hoy ha surgido del mar de Fez. REY: Justa es.
Sale MULEY con bastón de general
MULEY: Dame, gran señor, los pies. REY: Muley, seas bien venido. MULEY: Quien penetra el arrebol de tan soberana esfera, y a quien en el puerto espera tal aurora, hija del sol, fuerza es que venga con bien, dame, señora, la mano, que este favor soberano puede mereceros quien con amor, lealtad y fe nuevos triunfos te previene, y fue a serviros, y viene tan amante como fue. FÉNIX: (¡Válgame el cielo! ¿Qué veo?) Aparte Tú, Muley (¡Estoy mortal!) Aparte vengas con bien. MULEY: (No con mal Aparte será, si a mis ojos creo.) REY: En fin, Muley, ¿qué hay del mar? MULEY: Hoy tu sufrimiento pruebas, de pesar te traigo nuevas porque ya todo es pesar. REY: Pues cuanto supieres di, que en un ánimo constante siempre se halla igual semblante para el bien y el mal...Aquí te sienta, Fénix. FÉNIX: Sí, haré. REY: Todas os sentad... Prosigue y nada a callar te obligue.
Siéntanse el REY y las damas
MULEY: Ni hablar, ni callar, podré. Salí, como me mandaste, con dos galeazas solas, gran señor, a recorrer de Berbería las costas. Fue tu intento que llegase a aquella ciudad famosa, llamada en un tiempo Elisa, aquella que está a la boca del Freto Eurelio fundada, y de Ceido nombre toma --que Ceido, Ceuta, en hebreo vuelto al árabe idïoma, quiere decir, hermosura, y ella es ciudad siempre hermosa-- aquélla, pues, que los cielos quitaron a tu corona quizá por justos enojos del gran profeta Mahoma; y en oprobio de las armas nuestras, miramos agora, que pendones portugueses en sus torres se enarbolan teniendo siempre a los ojos un padrastro que baldona nuestros aplausos, un freno que nuestro orgullo reporta, un Cáucaso que detiene al Nilo de tus victorias la corriente, y, puesta en medio, el paso a España le estorba. Iba con órdenes, pues, de mirar, e inquirir todas tus fuerzas, para decirte la disposición y forma que hoy tiene, y cómo podrás a menos peligro y costa emprender la guerra. El cielo te conceda la victoria, con esta restitución; aunque la dilate agora mayor desdicha, pues creo que está su empresa dudosa, y con más necesidad te está apellidando otra; pues las armas prevenidas para la gran Ceuta, importa que sobre Tánger acudan, porque amenazada llora de igual pena, igual desdicha, igual ruina, igual congoja. Yo lo sé porque en el mar una mañana, a la hora que, medio dormido el sol, atropellando las sombras del ocaso, desmaraña sobre jazmines y rosas rubios cabellos, que enjuga con paños de oro a la aurora lágrimas de fuego y nieve que el sol convirtió en aljófar, que a largo trecho del agua venía una gruesa tropa de naves; si bien entonces no pudo la vista absorta determinarse a decir se eran naos, o si eran rocas, porque como en los matices sutiles pinceles logran unos visos, unos lejos, que en perspectiva dudosa parecen montes tal vez y tal ciudades famosas, porque la distancia siempre monstruos imposibles forma. Así en países azules hicieron luces y sombras, confundiendo mar y cielo con las nubes y las ondas mil engaños a la vista, pues ella entonces curiosa sólo percibió los bultos, y no distinguió las formas. Primero nos pareció, viendo que sus puntas tocan con el cielo, que eran nubes de las que a la mar se arrojan a concebir en zafir lluvias que en cristal abortan; y fue bien pensado, pues esta innumerable copia pareció que pretendía sorberse el mar gota a gota. Luego de marinos monstruos nos pareció errante copia, que a acompañar a Neptuno salían de sus alcobas; pues sacudiendo las velas, que son del viento lisonja, pensamos que sacudían las alas sobre las olas. Ya parecía más cerca una inmensa Babilonia, de quien los pensiles fueron flámulas que el viento azotan; aquí ya desengañada la vista, mejor se informa de que era armada, pues vio a los sulcos de las proas --cuando batidas espumas ya se encrespan, ya se entorchan-- rizarse montes de plata, de cristal cuajarse rocas. Yo que vi tanto enemigo volví a su rigor la proa, que también saber hüír, es linaje de victoria. Y así como más experto en estos mares, la boca tomé de una cala, adonde al abrigo y a la sombra de dos montecillos, pude resistir la poderosa furia de tan gran poder, que mar, cielo y tierra asombra. Pasan sin vernos, y yo deseoso--¿quién lo ignora?-- de saber donde seguía esta armada su derrota, a la campaña del mar salí otra vez, donde logra el cielo mis esperanzas, en esta ocasión dichosas; pues vi que de aquella armada se había quedado sola una nave, y que en el mar mal defendida zozobra porque, según después supe, de una tormenta que todas corrieron, había salido deshecha, rendida y rota. Y así, llena de agua estaba sin que bastasen las bombas a agotarla, y titubeando ya a aquella parte, ya a estotra, estaba a cada vaivén si se ahoga o no se ahogan. Llegué a ella, y aunque moro, les di alivio en sus congojas, que el tener en las desdichas compañía, de tal forma consuela, que el enemigo suele servir de lisonja. El deseo de vivir tanto a algunos les provoca, que haciendo animoso escalas de gúmenas y maromas, a la prisión se vinieron; si bien otros les baldonan diciéndoles que el vivir eternos, es vivir con honra. Y aun así se resistieron. ¡Portuguesa vanagloria! De los que salieron, uno muy por extenso me informa. Dice, pues, que aquella armada ha salido de Lisboa para Tánger y que viene a sitiarla con heroica determinación, que veas en sus almenas famosas las quinas que ves en Ceuta cada vez que el sol se asoma. Duarte de Portugal, cuya fama vencedora ha de volar con las plumas de las águilas de Roma, envía a sus dos hermanos, Enrique y Fernando, gloria de este siglo, que los mira coronados de victorias, maestres de Cristo y de Avis son, los dos pechos adornan cruces de perfiles blancos, una verde y otra roja. Catorce mil portugueses son, gran señor, los que cobran sus sueldos, sin los que vienen sirviéndolos a su costa. Mil son los fuertes caballos que la soberbia española los vistió para ser tigres los calzó para ser onzas. Ya a Tánger habrán llegado, y esta, señor, es la hora que si su arena no pisan, al menos sus mares cortan. Salgamos a defenderla tú mismo las armas toma, baje en tu valiente brazo el azote de Mahoma, y del libro de la muerte desate la mejor hoja; que quizá se cumple hoy una profecía heroica de Morabitos, que dicen que en la margen arenosa del África ha de tener la portuguesa corona sepulcro infeliz, y vean que aquesta cuchilla corva campañas verdes y azules volvió con su sangre rojas. REY: Calla, no me digas más, que de mortal furia lleno, cada voz es un veneno con que la muerte me das; mas sus bríos arrogantes haré que en África tengan sepulcro, aunque armados vengan sus maestres los infantes. Tú, Muley, con los jinetes de la costa parte luego, mientras yo en tu amparo llego que si, como me prometes, en escaramuzas diestras le ocupas, porque tan presto no tomen tierra, y en esto la sangre heredada muestras, Yo tan veloz llegaré como tú con lo restante del ejército arrogante que en este campo se ve. Y así, la sangre concluya tantos duelos en un día porque Ceuta ha de ser mía y Tánger no ha de ser suya.
Vase
MULEY: Aunque de paso, no quiero dejar, Fénix, de decir, ya que tengo de morir, la enfermedad de que muero; que aunque pierdan mis recelos el respeto a tu opinión, si celos mis penas son, ninguno es cortés con celos. ¿Qué retrato--¡ay enemiga!-- en tu blanca mano vi? ¿Quién es el dichoso, di? ¿Quién?... Mas espera. No diga tu lengua tales agravios. Basta, sin saber quién sea que yo en tu mano le vea, sin que le escuche en tus labios. FÉNIX: Muley, aunque mi deseo licencia de amar te dio, de ofender y injuriar, no. MULEY: Es verdad, Fénix. Ya veo que no es estilo ni modo de hablarte, pero los cielos saben que, en habiendo celos, se pierde el respeto a todo. Con grande recato y miedo te serví, quise y amé; mas si con amor callé, con celos, Fénix, no puedo. No puedo. FÉNIX: No ha merecido tu culpa satisfacción; pero yo por mi opinión satisfacerte he querido, que un agravio entre los dos disculpa tiene, y así te la doy. MULEY: Pues, ¿hayla? FÉNIX: Sí. MULEY: ¡Buenas nuevas te dé Dios! FÉNIX: Este retrato ha envïado... MULEY: ¿Quién? FÉNIX: Tarudante el infante. MULEY: ¿Para qué? FÉNIX: Porque ignorante mi padre de mi cuidado... MULEY: ¿Bien? FÉNIX: Pretende que estos dos reinos... MULEY: No me digas más. ¿Esa disculpa me das? ¡Malas nuevas te dé Dios! FÉNIX: Pues, ¿qué culpa habré tenido de que mi padre lo trate? MULEY: De haber hoy, aunque te mate, el retrato recibido. FÉNIX: ¿Pude excusarlo? MULEY: ¿Pues no? FÉNIX: ¿Cómo? MULEY: Otra cosa fingir. FÉNIX: Pues, ¿qué pude hacer? MULEY: Morir; que por ti lo hiciera yo. FÉNIX: Fue fuerza. MULEY: Más fue mudanza. FÉNIX: Fue violencia. MULEY: No hay violencia. FÉNIX: Pues, ¿qué pudo ser? MULEY: Mi ausencia, sepulcro de mi esperanza. Y para asegurarme de que te puedes mudar, ya me vuelvo yo a ausentar. Vuelve, Fénix a matarme. FÉNIX: Forzosa es la ausencia. Parte. MULEY: Ya lo está, el alma primero. FÉNIX: A Tánger, que en Fez te espero donde acabes de quejarte. MULEY: Sí, haré; si mi mal dilato. FÉNIX: Adiós, que es fuerza el partir. MULEY: Oye, ¿al fin me dejas ir sin entregarme el retrato? FÉNIX: Por el rey no le he deshecho.
Quítale el retrato
MULEY: Suelta, que no será en vano que saque yo de tu mano a quien me saca del pecho.
Vanse. Tocan un clarín, hay ruido de desembarcar, y van saliendo don FERNANDO, don ENRIQUE, don JUAN Coutiño, y soldados
FERNANDO: Yo he de ser el primero, África bella, que he de pisar tu margen arenosa, porque oprimida al peso de mi huella, sientas en tu cerviz la poderosa fuerza que ha de rendirte. ENRIQUE: Yo en el suelo africano la planta generosa el segundo pondré.
Cáe[se]
¡Válgame el cielo! Hasta aquí los agüeros me han seguido. FERNANDO: Pierde, Enrique, a esas cosas el recelo porque el caer agora antes ha sido que ya, como a señor, la misma tierra los brazos en albricias te ha pedido. ENRIQUE: Desierta esta campaña y esta sierra los alarbes, al vernos, han dejado. JUAN: Tánger las puertas de sus muros cierra. FERNANDO: Todos se han retirado a su sagrado. Don Juan Coutiño, conde de Miralva, reconoced las tierra con cuidado, ante que el sol, reconociendo el alba, con más furia nos hiera y nos ofenda, haced a la ciudad la primer salva. Decid que defenderse no pretenda, porque la he de ganar a sangre y fuego, que el campo inunde, el edificio encienda. JUAN: Tú verás que a sus mismas puertas llego, aunque volcán de llamas y de rayos, le deje al sol con pardas nubes ciego.
Vase. Sale BRITO
BRITO: ¡Gracias a Dios que abriles piso y mayos y en la tierra me voy por donde quiero, sin sustos, sin vaivenes ni desmayos! Y no en el mar adonde, si primero no se consulta un monstruo de madera --que es juez de palo, en fin, el más ligero-- no se puede escapar de una carrera en el mayor peligro. ¡Ah, tierra mía! No muera en agua yo, como no muera tampoco en tierra hasta el postrero día. ENRIQUE: [¿Qué dices loco?] [BRITO]: Una oración de fragua fúnebre, que es sermón de Berbería panegírico es que digo al agua y en emponomio horténsico me quejo porque este enojo, desde que se fragua con ella el vino, me quedó, y ya es viejo. [sin razón, sin arbitrio y sin consuelo. . . . . . . . . . . . . . . { --ejo} . . . . . . . . . . . . . . .{ --elo} . . . . . . . . . . . . . . . . { --ena} . . . . . . . . . . . . . . . . .{ --elo}.] ENRIQUE: ¡Que escuches este loco! FERNANDO: ¡Y que tu pena tanto de ti te priva y te divierte! ENRIQUE: El alma traigo de temores llena echado juzgo contra mí la suerte desde que de Lisboa, al salir solo, imágenes he visto de la muerte. Apenas, pues, al berberisco polo prevenimos los dos esta jornada, cuando de un parasismo el mismo Apolo, amortajado en nubes, la dorada faz escondió, y el mar sañudo y fiero deshizo con tormentas nuestra armada. Si miro al mar, mil sombras considero; si al cielo miro, sangre me parece su velo azul; si al aire lisonjero, aves nocturnas son las que me ofrece; si a la tierra, sepulcros representa, donde mísero yo caiga y tropiece. FERNANDO: Pues descifrarte aquí mi amor intenta causa de un melancólico accidente. Sorbernos una nave una tormenta, es decirnos que sobra aquella gente para ganar la empresa a que venimos; verte púrpura el cielo transparente es gala, no es horror, que si fingimos monstruos al agua y pájaros al viento, nosotros hasta aquí no los trajimos; pues si ellos aquí están, ¿no es argumento que a la tierra que habitan inhumanos pronostican el fin fiero y sangriento? Esos agüeros viles, miedos vanos, para los moros vienen, que los crean, no para que los duden los cristianos. Nosotros dos lo somos, no se emplean nuestras armas aquí por vanagloria de que en los libros inmortales lean ojos humanos esta gran victoria, la fe de Dios a engrandecer venimos, suyo será el honor, suya la gloria, si vivimos dichosos, pues morimos; el castigo de Dios justo es temerle, . . . . . . . . . . . . . . .[--imos.] . . . . . . . . . . . . . . .[--erle] Éste no viene envuelto en medios vanos, a servirle venimos, no a ofenderle. Cristianos sois; haced como cristianos.
Sale don JUAN
¿Pero qué es esto? JUAN: Señor, yendo al muro a obedecerte a la falda de ese monte vi una tropa de jinetes, que de la parte de Fez corriendo a esta parte vienen tan veloces, que a la vista aves, no brutos, parecen. El viento no los sustenta, la tierra apenas los siente. Y así la tierra ni el aire sabe si corren o vuelen. FERNANDO: Salgamos a recibirlos, haciendo primero frente los arcabuceros, luego los que caballos tuvieren salgan también, y su usanza, con lanzas y con arneses. Ea, Enrique, buen principio esta ocasión nos ofrece, ¡ánimo! ENRIQUE: Tu hermano soy, no me espantan accidentes del tiempo, ni me espantara el semblante de la muerte.
Vanse
BRITO: El cuartel de la salud me toca a mí guardar siempre; ¡oh, qué brava escaramuza! Ya se embisten, ya acometen, famoso juego de cañas, ponerme en cobro conviene.
Vase y tocan al arma, salen pelando don JUAN y don ENRIQUE con los moros
ENRIQUE: A ellos, que ya los moros vencido la espalda vuelven. JUAN: Llenos de despojos quedan, de caballos y de gentes estos campos. ENRIQUE: Don Fernando, ¿dónde está, que no parece? JUAN: Tanto se ha empeñado en ellos que ya de vista se pierde. ENRIQUE: Pues a buscarle, Coutiño. JUAN: Siempre a tu lado me tienes.
Vanse y salen don FERNANDO con la espada de MULEY, y MULEY con adarga sola
FERNANDO: En la desierta campaña que tumba común parece de cuerpos muertos, si ya no es teatro de la muerte, sólo tú, moro, has quedado porque, rendida, tu gente se retiró, y tu caballo que mares de sangre vierte envuelto en polvo y espuma que él mismo levanta y pierde, te dejó, para despojo de mi brazo altivo y fuerte, entre los sueltos caballos de los vencidos jinetes. Yo ufano con tal victoria, que me ilustra y desvanece más que el ver esta campaña coronada de claveles; pues es tanta la vertida sangre con que se guarnece, que la piedad de los ojos fue tan grande, tan vehemente de no ver siempre desdichas, de no mirar ruinas siempre, que por el campo buscaban entre lo rojo lo verde. En efecto, mi valor sujetando tus valientes bríos, de tantos perdidos un suelto caballo prende, un monstruo, que siendo hijo del viento, adopción pretende del fuego, y entre los dos lo desdice y lo desmiente el color, pues siendo blanco, dice el agua, "Parto es éste de mi esfera, sola yo pude cuajarle de nieve. En fin, en lo veloz, viento, rayo, en fin, en lo eminente, era por los blanco cisne, por lo sangriento era sierpe, por lo hermoso era soberbio, por lo atrevido valiente, por los relinchos lozano, y por las cernejas fuerte. En la silla y en las ancas puestos los dos juntamente, mares de sangre rompimos, por cuyas ondas crüeles este bajel animado, hecho proa de la frente, rompiendo el globo de nácar desde el codón al copete, pareció entre espuma y sangre, ya que bajel quise hacerle, de cuatro espuelas herido, que cuatro vientos le mueven. Rindióse al fin, si hubo peso que tanto Atlante sufriese, si bien, el de las desdichas hasta los brutos lo sienten; o ya fue que enternecido, entre sus instinto dijese, "Triste camino el alarbe y el español parte alegre. Luego yo contra mi patria ¿soy traidor y soy aleve?" No quiero pasar de aquí y puesto que triste vienes tanto, que aunque el corazón disimula cuanto puede por la boca y por los ojos --volcanes que el pecho enciende-- ardientes suspiros lanza y tiernas lágrimas vierte. Admirado mi valor de ver, cada vez que vuelve que a un golpe de la Fortuna tanto se postre y sujete tu valor, pienso que es otra la causa que te entristece, porque por la libertad, no era justo, ni decente, que tan tiernamente llore quien tan duramente hiere. Y así, si el comunicar los males alivio ofrece al sentimiento, entre tanto que llegamos a mi gente, mi deseo a tu cuidado, si tanto favor merece, con razones le pregunta comedidas y corteses, "Qué sientes, pues ya yo creo que el venir preso no sientes?" Comunicado el dolor se aplaca, si no se vence, y yo, que soy el que tuve más parte en este accidente de la Fortuna, también quiero ser el que consuele de tus suspiros la causa, si la causa lo consiente. MULEY: Valiente eres, español y cortés como valiente tan bien vences con la lengua como con la espada vences. Tuya fue la vida, cuando con la espada entre mi gente me venciste, pero agora que con la lengua me prendes es tuya el alma, porque alma y vida se confiesen tuyas, de ambos eres dueño; pues ya crüel, ya clemente por el trato y por las armas me has cautivado dos veces. Movido de la piedad de oírme, español, y verme preguntado me han la causa de mis suspiros ardientes. Y aunque confieso que el mal repetido y dicho suele templarse, también confieso que quien le repite quiere aliviarse, y es mi mal tan dueño de mis placeres que, por no hacerles disgusto y que aliviado me deje, no quisiera repetirle; mas ya es fuerza obedecerte, y quiérotela decir, por quien soy y por quien eres. Sobrino del rey de Fez soy, mi nombre es Muley Jeque, familia que ilustran tantos bajáes y belerbeyes. Tan hijo fui de desdichas desde mi primer oriente, que en el umbral de la vida nací en brazos de la muerte. Una desierta campaña que fue sepulcro eminente de españoles, fue mi cuna; pues para que lo confieses, en los Gelves nací el año que os perdisteis en los Gelves. A servir al rey mi tío vine, infante, pero empiecen las penas y las desdichas, cesen las venturas, cesen. Vine a Fez, y una hermosura a quien he adorado siempre junto a mi casa vivía, porque más cerca muriese. Desde mis primeros años, porque más constante fuese este amor, más imposible de acabarse y de romperse, ambos nos crïamos juntos y amor en nuestras niñeces no fue rayo, pues hirió en lo humilde, tierno y débil con más fuerza que pudiera en lo augusto, altivo y fuerte; tanto, que para mostrar sus fuerzas y sus poderes hirió nuestros corazones con arpones diferentes. Pero como la porfía del agua en las piedras suele hacer señal, por la fuerza no, sino cayendo siempre, así las lágrimas mías, porfiando tiernamente, la piedra del corazón, más que los diamantes, fuerte, labraron y no con fuerza de méritos excelentes pero con mi mucho amor, vino, en fin, a enternecerse. En este estado viví algún tiempo, aunque fue breve, gozando en auras süaves mil amoroso deleites. Ausentéme, por mi mal; harto he dicho en "ausentéme," pues en mi ausencia otro amante ha venido a darme muerte. Él dichoso, yo infelice, él asistiendo, yo ausente, yo cautivo, y libre él, me contrastara mi suerte cuando tú me cautivaste. Mira si es bien me lamente. FERNANDO: Valiente moro y galán, si adoras como refieres, si idolatras como dices, si amas como encareces, si celas como suspiras, si como recelas temes, y si como siente amas, dichosamente padeces. No quiero por tu rescate más precio de que le aceptes. Vuélvete y dile a tu dama que por su esclavo te ofrece un portugués caballero; y si obligada pretende pagarme el precio por ti, yo te doy lo que me debes, cobra la deuda de amor y logra tus intereses. Ya el caballo que rendido cayó en el suelo, parece con el ocio y el descanso que restituído vuelve; y porque sé qué es amor y qué es tardanza en ausentes, no te quiero detener. Sube en tu caballo y vete. MULEY: Nada mi voz te responde, que a quien liberal ofrece, sólo aceptar es lisonja. Dime, portugués, ¿quién eres? FERNANDO: Un hombre noble y no más. MULEY: Bien lo muestras, seas quien fueres; para el bien y para el mal soy tu esclavo eternamente. FERNANDO: Toma el caballo, que es tarde. MULEY: Pues si a ti te lo parece, ¿qué hará a quien vino cautivo y libre a sus dama vuelve?
Vase
FERNANDO: Generosa acción es dar, y más la vida.
Dentro MULEY
MULEY: ¡Valiente portugués! FERNANDO: Desde el caballo habla. ¿Qué es lo que me quieres? MULEY: Espero que he de pagarte algún día tantos bienes. FERNANDO: ¡Gózalos tú! MULEY: Porque al fin hacer bien nunca se pierde. ¡Alá te guarde, español! FERNANDO: Si Alá es Dios, con bien te lleve.
Suenan dentro cajas y trompetas
Mas, ¿qué trompa es aquesta, que el aire turba y la región molesta? Y por esta otra parte cajas se escuchan; música de Marte son las dos.
Sale don ENRIQUE
ENRIQUE: ¡Oh, Fernando! Tu persona veloz vengo buscando. FERNANDO: Enrique, ¿qué hay de nuevo? ENRIQUE: Aquellos ecos ejércitos de Fez y Marruecos son, porque Tarudante al rey de Fez socorre, y arrogante el rey con gente viene, en medio cada ejército nos tiene de modo que, cercados, somos los sitiadores y sitiados. Si la espada volvemos al uno, mal del otro nos podemos defender, pues por una y otra parte nos deslumbran relámpagos de Marte. ¿Qué haremos, pues de confusiones llenos? FERNANDO: ¿Qué? Morir como buenos, con ánimos constantes. ¿No somos dos maestres, dos infantes? . . . . . . . . . . . . [ --eses] Cuando bastara ser dos portugueses particulares, para no haber visto la cara al miedo. Pues Avis y Cristo a voces repitamos, y por la fe muramos, pues a morir venimos.
Sale don JUAN
JUAN: Mala salida a tierra dispusimos. FERNANDO: Ya no es tiempo de medios, a los brazos apelen los remedios, pues uno y otro ejército nos cierra en medio. ¡Avis y Cristo! JUAN: ¡Guerra, guerra!
Éntranse sacando las espadas, dase la batalla y sale BRITO
BRITO: Ya nos cogen en medio un ejército y otro sin remedio. ¡Qué bellaca palabra! La llave eterna de los cielos abra un resquicio siquiera, que de aqueste peligro salga afuera quien aquí se ha venido sin qué, ni para qué. Pero fingido muerte estaré un instante, y muerto lo tendré para adelante.
Échase en el suelo y sale[n don ENRIQUE Y] un moro acuchillándo[se]
MORO: ¿Quién tanto se defiende, siendo mi brazo rayo que desciende desde la cuarta esfera? ENRIQUE: Pues aunque yo tropiece, caiga y muera en cuerpos de cristianos, no desmaya la fuerza de las manos, que ella de quien yo soy mejor avisa. BRITO: (¡Cuerpo de Dios con él, y québien pisa!) Aparte
Písanle, y éntranse, y salen MULEY y don JUAN Coutiño riñendo
MULEY: Ver, portugués valiente, en ti fuerza tan grande no lo siente mi valor, pues quisiera daros hoy la victoria. JUAN: ¡Pena fiera! Sin tiento y sin aviso con cuerpos de cristianos cuantos piso. BRITO: (Yo se lo perdonara Aparte a trueco, mi señor, que no pisara.)
Vanse los dos y sale don FERNANDO, retirándose del REY y de otros moros
REY: Rinde la espada, altivo portugués; que si logro el verte vivo en mi poder, prometo . . . . . . . . . . . . .[ --eto] ser tu amigo. ¿Quién eres? FERNANDO: Un caballero soy, saber no esperes más de mí. Dame muerte.
Sale don JUAN, y pónese a su lado
JUAN: Primero, gran señor, mi pecho fuerte, que es muro de diamante, tu vida guardará puesto delante. ¡Ea, Fernando mío, muéstrese agora el heredado brío! REY: Si esto escucho, ¿qué espero? Suspéndanse las armas, que no quiero hoy más felice gloria que este preso me basta por victoria. Si tu prisión o muerte con tal sentencia decretó la suerte, de ala espada, Fernando, al rey de Fez.
Sale MULEY
MULEY: ¿Qué es lo que estoy mirando? FERNANDO: Sólo a un rey la rindiera, que desesperación negarla fuera.
Sale don ENRIQUE
ENRIQUE: ¿Preso mi hermano? FERNANDO: Enrique, tu voz más sentimiento no publique; que en la suerte importuna éstos son los sucesos de Fortuna. REY: Enrique, don Fernando está hoy en mi poder y aunque mostrando la ventaja que tengo pudiera daros muerte, yo no vengo hoy más que a defenderme, que vuestra sangre no viniera a hacerme honras tan conocidas, como podrán hacerme vuestras vidas. y para que el rescate con más puntualidad al rey se trate, vuelve tú, que Fernando en mi poder se quedará aguardando que vengas a libralle. Pero dile a Duarte, que en llevalle será su intento vano, si a Ceuta no me entrega por su mano. Y agora vuestra alteza, a quien debo esta honra, esta grandeza a Fez venga conmigo. FERNANDO: Iré a la esfera cuyos rayos sigo. MULEY: (¡Porque yo tenga, cielos, Aparte más que sentir entre amistad y celos!) FERNANDO: Enrique, preso quedo, ni a mal ni a la Fortuna tengo miedo. Dirásle a nuestro hermano que haga aquí como príncipe cristiano en la desdicha mía. ENRIQUE: ¿Pues quién de sus grandezas desconfía? FERNANDO: Esto te encargo y digo que haga como cristiano. ENRIQUE: Yo me obligo a volver como tal. FERNANDO: Dame esos brazos. ENRIQUE: Tú eres el preso, y pónesme a mí lazos. FERNANDO: Don Juan, adiós. JUAN: Yo he de quedar contigo; de mí no te despidas. FERNANDO: ¡Leal amigo! ENRIQUE: ¡Oh infelice jornada! FERNANDO: Dirásle al rey... Mas no le digas nada, si con grande silencio el miedo vano estas lágrimas lleva al rey mi hermano.
Vanse y salen dos moros, y ven a BRITO como muerto
MORO 1: Cristiano muerto es éste. MORO 2: Porque no causen peste, echad al mar los muertos. BRITO: En dejándoos los cascos bien abiertos a tajos y reveses, que "ainda mortos" somos portugueses.

FIN DE LA PRIMERA JORNADA

JORNADA SEGUNDA


 
Sale FÉNIX
FÉNIX: ¡Zara! ¡Rosa! ¡Estrella! ¿No hay quien me responda?
Sale MULEY
MULEY: Sí, que tú eres sol para mí y para ti sombra yo; y la sombra al sol siguió. El eco dulce escuché de tu voz, y apresuré por esta montaña el paso. ¿Qué sientes? FÉNIX: Oye, si acaso puedo decir lo que fue. Lisonjera, libre, ingrata, dulce y süave una fuente hizo apacible corriente de cristal y undosa plata; lisonjera se desata, porque hablaba y no sentía; süave, porque fingía; libre, porque claro hablaba; dulce, porque murmuraba; e ingrata, porque corría. Aquí cansada llegué después de seguir ligera en ese monte una fiera, en cuya frescura hallé ocio y descanso; porque de un montecillo a la espalda, de quien corona y guirnalda fueron clavel y jazmín, sobre un catre de carmín hice un foso de esmeralda. Apenas en él rendí el alma al susurro blando de las soledades, cuando ruido en las hojas sentí. Atenta me puse, y vi una caduca africana, espíritu en forma humana, ceño arrugado y esquivo, que era un esqueleto vivo de lo que fue sombra vana, cuya rústica fiereza cuyo aspecto esquivo y bronco fue escultura hecha de un tronco sin pulirse la corteza. Con melancolía y tristeza, pasiones siempre infelices --para que te atemorices-- una mano me tomó, y entonces ser tronco yo afirmé por las raíces. Hielo introdujo en mis venas el contacto, horror las voces, que discurriendo veloces, de mortal veneno llenas. Articuladas apenas, esto les pude entender: "¡Ay infelice mujer! ¡Ay forzosa desventura! ¡Que en efecto esta hermosura precio de un muerte ha de ser!" Dijo; y yo tan triste vivo que diré mejor que muero, pues por instantes espero de aquel tronco fugitivo cumplimiento tan esquivo, de aquel oráculo yerto el presagio y fin tan cierto que mi vida ha de tener. ¡Ay de mí! ¡Que hoy he de ser precio vil de un hombre muerto!
Vase FÉNIX
MULEY: Fácil es de descifrar ese sueño, esa ilusión, pues las imágenes son de mi pena singular. A Tarudante has de dar la mano de esposa; pero yo, que en pensarlo me muero, estorbaré mi rigor; que él no ha de gozar tu amor si no me mata primero. Perderte yo, podrá ser; mas no perderte y vivir. Luego si es fuerza el morir antes que lo llegue a ver, precio mi vida ha de ser con que ha de comprarte. ¡Ay cielos! ¡Y tú en tantos desconsuelos precio de un muerto serás pues que morir me verás de amor, de envida y de celos!
Salen tres cautivos y el infante don FERNANDO
CAUTIVO 1: Desde aquel jardín te vemos, donde estamos trabajando, andar a caza, Fernando, y todos juntos venimos a arrojarnos a tus pies. CAUTIVO 2: Solamente este consuelo aquí nos ofrece el cielo. CAUTIVO 3: Piedad como suya es. FERNANDO: Amigos, dadme los brazos; y sabe Dios si con ellos quisiera de vuestros cuellos romper los nudos y lazos que os aprisionan; que a fe que os darían libertad antes que a mí; mas pensad que favor del cielo fue esta piadosa sentencia; él mejorará la suerte, que a la desdicha más fuerte sabe vencer la prudencia. Sufrid con ella el rigor del tiempo y de la Fortuna, deidad bárbara importuna, hoy cadáver y ayer flor. No permanece jamás y así os mudará de estado. ¡Ay Dios! Que al necesitado darle consejo no más no es prudencia, y en verdad que, aunque quiera regalaros, no tengo esta vez qué daros. Mis amigos, perdonad. Ya de Portugal espero socorro, presto vendrá; vuestra mi hacienda será. Para vosotros la quiero. Si me vienen a sacar del cautiverio, ya digo que todos iréis conmigo. Id con Dios a trabajar. No disgustéis vuestros dueños. CAUTIVO 1: Señor, tu vida y salud hace nuestra esclavitud dichosa. CAUTIVO 2: Siglos pequeños son los del fénix, señor, para que vivas.
Vanse
FERNANDO: El alma queda en lastimosa calma, viendo que os vais sin favor de mis manos. ¡Quien pudiera socorrerlos! ¡Qué dolor! MULEY: Aquí estoy viendo el amor con que la desdicha fiera de esos cautivos tratáis. FERNANDO: Duélome de su fortuna y en la desdicha importuna que a esos cautivos miráis, aprendo a ser infelice' y algún día podrá ser que los haya menester. MULEY: ¿Eso vuestra alteza dice? FERNANDO: Naciendo infante, he llegado a ser esclavo; y así temo venir desde aquí a más miserable estado; que si ya en aqueste vivo, mucha más distancia trae de infante a cautivo que hay de cautivo a más cautivo. Un día llama a otro día, y así llama y encadena llanto a llanto y pena a pena. MULEY: No fuera mayor la mía, que vuestra alteza mañana, aunque hoy cautivo está, a su patria volverá; pero mi esperanza es vana, pues no puede alguna vez mejorarse mi fortuna, mudable más que la luna. FERNANDO: Cortesano soy de Fez, y nunca de los amores que me contaste te oí novedad. MULEY: Fueron en mí recatados los favores. El dueño juré encubrir; pero a la amistad atento, sin quebrar el juramento, te lo tengo de decir. Tan solo mi mal ha sido como solo mi dolor, porque el Fénix y mi amor sin semejante han nacido. En ver, oír y callar, Fénix es mi pensamiento, Fénix es mi sufrimiento en temer, sentir y amar; Fénix mi desconfïanza en llorar y padecer; en merecerla y temer aún es Fénix mi esperanza, Fénix mi amor y cuidado; y pues que es Fénix te digo, como amante y como amigo ya lo he dicho y lo he callado.
Vase MULEY
FERNANDO: Cuerdamente declaró el dueño amante y cortés; si Fénix su pena es, no he de competirla yo, que la mía es común pena. No me doy por entendido; que muchos la han padecido y vive de enojos llena.
Sale el REY
REY: Por la falda de este monte vengo siguiendo a tu alteza, porque, antes que el sol se oculte entre corales y perlas, te diviertas en la lucha de un tigre que agora cercan mis cazadores. FERNANDO: Señor, gustos por puntos inventas para agradarme; si así a tus esclavos festejas, no echarán menos la patria. REY: Cautivos de tales prendas que honran al dueño, es razón servirlos de esta manera.
Sale don JUAN
JUAN: Sal, gran señor, a la orilla del mar, y verás en ella el más hermoso animal que añadió naturaleza al artificio; porque una cristiana galera llega al puerto, tan hermosa, aunque toda oscura y negra, que al verla se duda cómo es alegre su tristeza. Las armas de Portugal vienen por remate de ella; que como tienen cautivo a su infante, tristes señas visten por su esclavitud, y a darle libertad llegan, diciendo su sentimiento. FERNANDO: Don Juan, amigo, no es ésa de su luto la razón, que si a librarme vinieran, en fe de su libertad fueran alegres las muestras.
Sale don ENRIQUE, vestido de luto con un pliego
ENRIQUE: Dadme, gran señor, los brazos. REY: Con bien venga vuestra alteza. FERNANDO: ¡Ay, don Juan, cierta es mi muerte! REY: ¡Ay, Muley, mi dicha es cierta! ENRIQUE: Ya que de vuestra salud me informa vuestra presencia, para abrazar a mi hermano de dad, gran señor, licencia. ¡Ay, Fernando!
Abrázanse
FERNANDO: Enrique mío, ¿qué traje es ése? Mas cesa; harto me han dicho tus ojos, nada me diga tu lengua. No llores, que si es decirme que es mi esclavitud eterna, eso es lo que más deseo; albricias pedir pudieras, y en vez de dolor y luto vestir galas y hacer fiestas. ¿Cómo está el rey, mi señor? Porque como él salud tenga, nada siento. ¿Aún no respondes? ENRIQUE: Si repetidas las penas se sienten dos veces, quiero que sola una vez las sientas. Tú, escúchame, gran señor; que aunque una montaña sea rústico palacio, aquí te pido me des audiencia, a un preso la libertad, y atención justa a estas nuevas. Rota y deshecha la armada, que fue con vana soberbia pesadumbre de las ondas, dejando en África presa la persona del infante, a Lisboa di la vuelta, Desde el punto que Duarte oyó tan trágicas nuevas, de una tristeza cubrió el corazón, de manera que pasando a ser letargo la melancolía primera, muriendo desmintió a cuantos dicen que no matan penas. Murió l rey, que esté en el cielo. FERNANDO: ¡Ay de mí! ¿Tanto le cuesta mi prisión? REY: De esa desdicha sabe Alá lo que me pesa. Prosigue. ENRIQUE: En su testamento el rey mi señor ordena que luego por la persona del infante se dé a Ceuta. Y así yo con los poderes de Alfonso, que es quien le hereda, porque sólo este lucero supliera del sol la ausencia, vengo a entregar la ciudad; y pues... FERNANDO: No prosigas, cesa. Cesa, Enrique, porque son palabras indignas ésas, no de un portugués infante, de un maestre que profesa de Cristo la religión, pero aun de un hombre lo fueran vil, de un bárbaro sin luz, de la fe de Cristo eterna. Mi hermano, que está en el cielo, si en su testamento deja esa cláusula, no es para que se cumpla y lea, sino para mostrar sólo que mi libertad desea, y ésa se busque por otros medios y otras conveniencias, o apacibles o crüeles. Porque decir "Dése a Ceuta" es decir "Hasta eso haced prodigiosas diligencias." Que a un rey católico y justo, ¿cómo fuera, cómo fuera posible entregar a un moro una ciudad que le cuesta su sangre, pues fue el primero que con sola una rodela y una espada enarboló las quinas en sus almenas? Y eso es lo que importa menos. Una ciudad que confiesa católicamente a Dios, la que ha merecido iglesias consagradas a sus cultos con amor y reverencia, ¿fuera católica acción, fuera religión expresa, fuera cristiana piedad, fuera hazaña portuguesa que los templos soberanos, Atlantes de las esferas, en vez de doradas luces adonde el sol reverbera, vieran otomanas sombras? ¿Y que sus lunas opuestas en la iglesia, estos eclipses ejecutasen tragedias? ¿Fuera bien que sus capillas a ser establos vinieran, sus altares a pesebres? Y cuando aquesto no fuera, volvieran a ser mezquitas. Aquí enmudece la lengua, aquí me falta el aliento, aquí me ahoga la pena porque en pensarlo no más el corazón se me quiebra, el cabello se me eriza, y todo el cuerpo me tiembla. Porque establos y pesebres no fuera la vez primera que hayan hospedado a Dios; pero en ser mezquitas, fueran un epitafio, un padrón, de nuestra inmortal afrenta, diciendo "Aquí tuvo Dios posada, y hoy se la niegan los cristianos para darla al demonio." Aún no se cuenta --acá moralmente hablando-- que nadie en casa se atreva de otro a ofenderle. ¿Era justo que entrara en su casa mesma a ofender a Dios el vicio, y que acompañado fuera de nosotros, y nosotros le guardáramos la puerta, y para dejarle dentro a Dios echásemos fuera? Los católicos que habitan con sus familias y haciendas hoy, quizá prevaricaran en la fe, por no perderlas. ¿Fuera bien ocasionar nosotros la contingencia de este pecado? Los niños que tiernos se crían en ella, ¿fuera bueno que los moros los cristianos indujeran a sus costumbres y ritos para vivir en su secta? ¿En mísero cautiverio fuera bueno que murieran hoy tantas vidas, por una que no importa que se pierda? ¿Quién soy yo? ¿Soy más que un hombre? Si es número que acrecienta el ser infante, ya soy un cautivo, de nobleza no es capaz el que es esclavo; yo lo soy, luego ya yerra el que infante me llamare. Si no lo soy, ¿quién ordena que la vida de un esclavo en tanto precio se venda? Morir es perder el ser, yo le perdí en una guerra; perdí el ser, luego morí; morí, luego ya no es cuerda hazaña que por un muerto hoy tantos vivos perezcan. Y así estos vanos poderes, hoy divididos en piezas,
Rómpelos
serán átomos del sol, serán del fuego centellas. Mas no, yo los comeré porque aún no quede una letra que informe al mundo que tuvo la lusitana nobleza este intento. Rey, yo soy tu esclavo, dispón, ordena de mi libertad, no quiero, ni es posible, que la tenga. Enrique, vuelve a tu patria, di que en África me dejas enterrado, que mi vida yo haré que muerte parezca. Cristianos, Fernando es muerto; moros, un esclavo os queda; cautivos, un compañero hoy se añade a vuestras penas; cielos, un hombre restaura vuestra divinas iglesias; mar, un mísero con llanto vuestras ondas acrecienta; montes, un triste os habita, igual ya de vuestras fieras; viento, un pobre con sus voces os duplica las esferas; tierra, un cadáver hoy labra en tus entrañas su huesa; porque Rey, hermano, moros, cristianos, sol, luna, estrellas, cielo, tierra, mar y viento, fieras, montes, todos sepan, que hoy un príncipe constante entre desdichas y penas la fe católica ensalza, la ley de Dios reverencia. pues cuando no hubiera otra razón más que tener Ceuta una iglesia consagrada a la Concepción eterna de la que es reina y señora de los cielos y la tierra, perdiera, vive ella misma, mil vidas en su defensa. REY: Desagradecido, ingrato a las glorias y grandezas de mi reino, ¿cómo así hoy me quitas, hoy me niegas lo que más he deseado? Mas si en mi reino gobiernas más que en el tuyo, ¿qué mucho que la esclavitud no sientas? Pero ya que esclavo mío te nombras y te confiesas, como a esclavo he de tratarte. Tu hermano y los tuyos vean que ya, como vil esclavo, los pies agora me besas. ENRIQUE: ¡Qué desdicha! MULEY: ¡Qué dolor! ENRIQUE: ¡Qué desventura! JUAN: ¡Qué pena! REY: Mi esclavo eres. FERNANDO: Es verdad, y poco en eso te vengas; que si para una jornada salió el hombre de la tierra, al fin de varios caminos es para volver a ella. Más tengo que agradecerte que culparte, pues me enseñas atajos para llegar a la posada más cerca. REY: Siendo esclavo, tú no puedes tener títulos ni rentas. Hoy Ceuta está en tu poder; si cautivo te confiesas, si me confiesas por dueño, ¿por qué no me das a Ceuta? FERNANDO: Porque es de Dios y no es mía. REY: ¿No es precepto de obediencia obedecer al señor? Pues yo te mando con ella que la entregues. FERNANDO: En lo justo dice el cielo que obedezca el esclavo a su señor, porque si el señor dijera a su esclavo que pecara, obligación no tuviera de obedecerle; porque quien peca mandado, peca. REY: Daréte muerte. FERNANDO: Ésa es vida. REY: Pues para que no lo sea, vive muriendo; que yo rigor tengo. FERNANDO: Y yo paciencia. REY: Pues no tendrás libertad. FERNANDO: Pues no será tuya Ceuta.
Sale CELÍN
REY: ¡Hola! CELÍN: ¿Señor? REY: Luego al punto aquese cautivo sea igual a todos. Al cuello y a los pies le echad cadenas. A mis caballos acuda y en baño y jardín, y sea abatido como todos. No vista ropas de seda sino sarga humilde y pobre; coma negro pan y beba agua salobre; en mazmorras húmedas y oscuras duerma; y a criados y a vasallos se extienda aquesta sentencia. Llevadlos todos. ENRIQUE: ¡Qué llanto! MULEY: ¡Qué desdicha! JUAN: ¡Qué tristeza! REY: Veré, bárbaro, veré si llega a más tu paciencia que mi rigor. FERNANDO: Sí verás; porque ésta en mí será eterna.
Llévanle
REY: Enrique, por el seguro de mi palabra que vuelvas a Lisboa te permito, el mar africano deja. Di en tu patria que su infante, su Maestre de Avis queda curándome los caballos; que a darle libertad vengan. ENRIQUE: Sí harán, que si yo le dejo en su infelice miseria --y me sufre el corazón el no acompañarle en ella-- es porque pienso volver con más poder y más fuerza para darle libertad. REY: Muy bien harás, como puedas. MULEY: (Ya ha llegado la ocasión Aparte de que mi lealtad se vea. La vida debo a Fernando. Yo le pagaré la deuda.)
Vanse. Salen CELÍN y el infante [FERNANDO] de cautivo y con cadenas
CELÍN: El rey manda que asistas en aqueste jardín, y no resistas su ley a tu obediencia. FERNANDO: Mayor que su rigor es mi paciencia.
Salen los cautivos, y uno canta mientras los otros cavan en un jardín. Canta
CAUTIVO 1: "A la conquista de Tánger, contra el bárbaro Muley, al infante don Fernando envió su hermano el rey." FERNANDO: ¿Que un instante mi historia no deje de cansar a la memoria? Triste estoy y turbado. CAUTIVO 2: Cautivo, ¿cómo estáis tan descuidado? . . . . . . .[--estre] No lloréis, consolaos; que ya el maestre dijo que volveremos presto a la patria y libertad tendremos. Ninguno ha de quedar en este suelo. FERNANDO: (¡Qué presto perderéis ese consuelo!) Aparte CAUTIVO 2: Consolad los rigores, y ayudadme a regar aquestas flores. Tomad los cubos, y agua me id trayendo de aquel estanque. FERNANDO: Obedecer pretendo. Buen cargo me habéis dado, pues agua me pedís; que mi cuidado, sembrando penas, cultivando enojos, llenará en la corriente de mis ojos.
Vase. Sale don JUAN y otro cautivo
CAUTIVO 3: A este baño han echado más cautivos. JUAN: Miremos con cuidado si estos jardines fueron donde vino, o si acaso estos le vieron; porque en su compañía menos el llanto y el dolor sería, y mayor el consuelo. Dígasme, amigo, que te guarde el cielo, si viste cultivando este jardín al maestre don Fernando. CAUTIVO 2: No, amigo, no le he visto. JUAN: Mal el dolor y lágrimas resisto. CAUTIVO 3: Digo que el baño abrieron, y que nuevos cautivos a él vinieron.
Sale don FERNANDO, con dos cubos de agua
FERNANDO: (Mortales, no os espante Aparte ver un Maestre de Avis, ver un infante en tan mísera afrenta; que el tiempo estas miserias representa.) JUAN: Pues, señor, ¿vuestra alteza en tan mísero estado? De tristeza rompa el dolor el pecho. FERNANDO: ¡Válgate Dios, qué gran pesar me has hecho, don Juan, en descubrirme! Que quisiera ocultarme y encubrirme entre mi misma gente, sirviendo pobre y miserablemente. CAUTIVO 1: Señor, que perdonéis, humilde os ruego, haber andado yo tan loco y ciego. CAUTIVO 2: Dadnos, señor, tu pies. FERNANDO: Alzad, amigo, no hagáis tal ceremonia ya conmigo. JUAN: Vuestra alteza... FERNANDO: ¿Qué alteza ha de tener quien vive en tal bajeza? Ved que yo humilde vivo, y soy entre vosotros un cautivo. Ninguno ya me trate, sino como a su igual. JUAN: ¡Que no desate un rayo el cielo para darme muerte! FERNANDO: Don Juan, no ha de quejarse de esa suerte un noble. ¿Quién del cielo desconfía? La prudencia, el valor, la bizarría se ha de mostrar agora.
Sale ZARA con un azafate
ZARA: Al jardín sale Fénix mi señora, y manda que matices y colores borden este azafate de sus flores.
Toma el azafate
FERNANDO: Yo llevársele espero, que en cuanto sea servir seré el primero. CAUTIVO 1: Ea, vamos a cogellas. ZARA: Aquí os aguardo mientras vais por ellas.
Híncase de rodillas los esclavos
FERNANDO: No me hagáis cortesías. Iguales vuestras penas y las mías son; y pues nuestra surte, si hoy no, mañana ha de igualar la muerte. No será acción liviana no dejar hoy que hacer para mañana.
Vanse el infante [FERNANDO] y todos haciéndole cortesías, quédase ZARA, y salen FÉNIX y ROSA
FÉNIX: ¿Mandaste que me trajesen las flores? ZARA: Ya lo mandé. FÉNIX: Sus colores deseé para que me divirtiesen. ROSA: ¡Que tales, señora, fuesen, creyendo tus fantasías, tus graves melancolías! ZARA: ¿Qué te obligó a estar así? FÉNIX: No fue sueño lo que vi, que fueron desdichas mías. Cuando sueña un desdichado que es dueño de algún tesoro, ni dudo, Zara, ni ignoro que entonces es bien soñado; mas si a soñar ha llegado en fortuna tan incierta que desdicha le concierta y aquello sus ojos ven, pues soñando el mal y el bien, halla el mal cuando despierta. Piedad no espero, ¡ay de mí! Porque mi mal será cierto. ZARA: ¿Y qué dejas para el muerto si tú lo sientes así? FÉNIX: Ya mis desdichas creí. ¡Precio de un muerto! ¿Quién vio tal pena? No hay gusto, no a una infelice mujer. ¿Que al fin de un muerto he de ser? ¿Quién será este muerto?
Sale don FERNANDO con las flores
FERNANDO: Yo. FÉNIX: ¡Ay cielos! ¿Qué es lo que veo? FERNANDO: ¿Qué te admira? FÉNIX: De una suerte me admira el oírte y verte. FERNANDO: No lo jures, bien lo creo. Yo, pues, Fénix, que deseo servirte humilde, traía flores, de la suerte mía jeroglíficos, señora, pues nacieron con la aurora y murieron con el día. FÉNIX: A la maravilla dio ese nombre al descubrilla. FERNANDO: ¿Qué flor, di, no es maravilla cuando te la sirvo yo? FÉNIX: Es verdad. Di, ¿quién causó esta novedad? FERNANDO: Mi suerte. FÉNIX: ¿Tan rigurosa es? FERNANDO: Tan fuerte. FÉNIX: Pena das. FERNANDO: Pues no te asombre. FÉNIX: ¿Por qué? FERNANDO: Porque nace el hombre sujeto a fortuna y muerte. FÉNIX: ¿No eres Fernando? FERNANDO: Sí soy. FÉNIX: ¿Quién te puso así? FERNANDO: La ley de esclavo. FÉNIX: ¿Quién la hizo? FERNANDO: El rey. FÉNIX: ¿Por qué? FERNANDO: Porque suyo soy. FÉNIX: ¿Pues no te ha estimado hoy? FERNANDO: Y también me ha aborrecido. FÉNIX: ¿Un día posible ha sido a desunir dos estrellas? FERNANDO: Para presumir por ellas las flores habrán venido. Éstas, que fueron pompa y alegría despertando al albor de la mañana, a la tarde serán lástima vana, durmiendo en brazos de la noche fría. Este matiz, que al cielo desafía, iris listado de oro, nieve y grana, será escarmiento de la vida humana. ¡Tanto se emprende en término de un día! A florecer las rosas madrugaron, y para envejecerse florecieron. Cuna y sepulcro en un botón hallaron. Tales los hombres sus fortunas vieron. En un día nacieron y expiraron; que pasado los siglos, horas fueron. FÉNIX: Horror y miedo me has dado, ni oírte ni verte quiero; sé que el desdichado primero de quien huyo un desdichado. FERNANDO: ¿Y las flores? FÉNIX: Si has hallado jeroglíficos en ellas, deshacellas y rompellas sólo sabrán mis rigores. FERNANDO: ¿Qué culpa tienen las flores? FÉNIX: Parecerse a las estrellas. FERNANDO: ¿Ya no las quieres? FÉNIX: Ninguna estimo en su rosicler. FERNANDO: ¿Cómo? FÉNIX: Nace la mujer sujeta a muerte y fortuna; y en esa estrella importuna tasada mi vida vi. FERNANDO: ¿Flores con estrellas? FÉNIX: Sí. FERNANDO: Aunque sus rigores lloro, esa propiedad ignoro. FÉNIX: Escucha, sabráslo. FERNANDO: Di. FÉNIX: Esos rasgos de luz, esas centellas que cobran con amagos superiores alimentos del sol en resplandores, aquello viven que se duelen de ellas. Flores nocturnas son; aunque tan bellas, efímeras padecen sus ardores; pues si un día es el siglo de las flores, una noche es la edad de las estrellas. De esa, pues, primavera fugitiva ya nuestro mal, ya nuestro bien se infiere. Registro es nuestro, o muera el sol o viva. ¿Qué duración habrá que el hombre espere, o qué mudanza habrá, que no reciba de astro que cada noche nace y muere?
Vase [FÉNIX], y sale MULEY
MULEY: A que se ausente Fénix en esta parte esperé; que el águila más amante huye de la luz tal vez. ¿Estamos solos? FERNANDO: Sí. MULEY: Escucha. FERNANDO: ¿Qué quieres, noble Muley? MULEY: Que sepas que hay en el pecho de un moro lealtad y fe. No sé por dónde empezar a declararme, ni sé si diga cuánto he sentido este inconstante desdén del tiempo, este estrago injusto de la suerte, este crüel ejemplo del mundo, y este de la fortuna vaivén, mas a riesgo estoy si aquí hablar contigo me ven, que tratarte sin respeto es ya decreto del rey. Y así, a mi dolor dejando la voz, que él podrá más bien explicarse, como esclavo vengo a arrojarme a esos pies. Yo lo soy tuyo, y así no vengo, infante, a ofrecer mi favor, sino a pagar deuda que un tiempo cobré. La vida que tú me diste vengo a darte; que hacer bien es tesoro que se guarda para cuando es menester. Y porque el temor me tiene con grillos de miedo al pie, y está mi pecho y mi cuello entre el cuchillo y cordel, quiero, acortando discursos, declararme de una vez. Y así digo que esta noche tendré en el mar un bajel prevenido; en las troneras de las mazmorras pondré instrumentos que desarmen las prisiones que tenéis; luego, por parte de afuera, los candados romperé. Tú, con todos los cautivos que Fez encierra, hoy en él vuelve a tu patria, seguro de que yo lo quedo en Fez, pues es fácil el decir que ellos pudieron romper la prisión; y así los dos habremos librado bien, yo el honor y tú la vida, pues es cierto que a saber el rey mi intento me diera por traidor con justa ley; que no sintiera el morir. Y porque son menester para granjear voluntades dineros, aquí se ve a estas joyas reducido innumerable interés. Éste es, Fernando, el rescate de mi prisión, ésta es la obligación que te tengo; que un esclavo noble y fiel tan inmenso bien había de pagar alguna vez. FERNANDO: Agradecerte quisiera la libertad; pero el rey sale al jardín. MULEY: ¿Hate visto conmigo? FERNANDO: No. MULEY: Pues no des qué sospechar. FERNANDO: De estos ramos haré rústico cancel que me encubra mientras pasa.
Escóndese, y sale el REY
REY: (¿Con tal secreto Muley Aparte y Fernando? ¿E irse el uno en el punto que me ve, y disimular el otro? Algo hay aquí que temer. Sea cierto o no sea cierto mi temor procuraré asegurar.) Mucho estimo... MULEY: Gran señor, dame tus pies. REY: ...hallarte aquí. MULEY: ¿Qué me mandas? REY: Mucho he sentido el no ver a Ceuta por mía. MULEY: Conquista, coronado de laurel, sus muros; que a tu valor mal se podrá defender. REY: Con más doméstica guerra se ha de rendir a mis pies. MULEY: ¿De qué suerte? REY: De esta suerte: con abatir y poner a Fernando en tal estado que él mismo a Ceuta me dé. Sabrás, pues, Muley amigo, que yo he llagado a temer que del maestre la persona no está muy segura en Fez. Los cautivos, que en estado tan abatido le ven, se lastiman, y recelo que se amotinen por él. Fuera de esto, siempre ha sido poderoso el interés; que las guardas con el oro son fáciles de romper. MULEY: (Yo quiero apoyar agora Aparte que todo esto puede ser, porque de mí no se tenga sospecha.) Tú temes bien, fuerza es que quieran librarle. REY: Pues sólo un remedio hallé, porque ninguno se atreva a atropellar mi poder. MULEY: ¿Y es, señor? REY: Muley, que tú le guardes, y a cargo esté tuyo; a ti no ha de torcerte ni el temor ni el interés. Alcaide eres del infante, procura el guardarle bien; porque en cualquiera ocasión tú me has de dar cuenta de él.
Vase
MULEY: Sin duda alguna que oyó nuestros conciertos el rey. ¡Válgame Alá!
Sale don FERNANDO
FERNANDO: ¿Qué te aflige? MULEY: ¿Has escuchado? FERNANDO: Muy bien. MULEY: ¿Pues para qué me preguntas qué me aflige, si me ves en tan ciega confusión, y entre mi amigo y el rey el amistad y el honor hoy en batalla se ven? Si soy contigo leal, he de ser traidor con él; ingrato seré contigo si con él me juzgo fiel. ¿Qué he de hacer? ¡Valedme cielos! Pues al mismo que llegué a rendir la libertad me entrega, para que esté seguro en mi confïanza? ¿Qué he de hacer si ha echado el rey llave maestra al secreto? Mas para acertarlo bien te pido que me aconsejes. Dime tú qué debo hacer. FERNANDO: Muley, amor y amistad en grado inferior se ven con la lealtad y el honor. Nadie iguala con el rey. Él solo es igual contigo y así mi consejo es que a él le sirvas y me faltes. Tu amigo soy y porque esté seguro tu honor yo me guardaré también; y aunque otro llegue a ofrecerme libertad, no aceptaré la vida, porque tu honor conmigo seguro esté. MULEY: Fernando, no me aconsejas tan leal como cortés. Sé que te debo la vida, y que pagártela es bien; y así lo que está tratado esta noche dispondré. Líbrate tú, que mi vida se quedará a padecer tu muerte; líbrate tú, que nada temo después. FERNANDO: ¿Y será justo que yo sea tirano [e infïel] con quien conmigo es piadoso, y mate al honor, crüel, que a mí me está dando vida? No, y así te quiero hacer juez de mi causa y mi vida. Aconséjame también. ¿Tomaré la libertad de quien queda a padecer por mí? ¿Dejaré que sea uno con su honor crüel por ser liberal conmigo? ¿Qué me aconsejas? MULEY: No sé; que no me atrevo a decir sí ni no; el no porque me pesará que lo diga; y el sí porque echo de ver si voy a decir que sí, que no te aconsejo bien. FERNANDO: Sí aconsejas, porque yo, por mi Dios y por mi ley seré un príncipe constante en la esclavitud de Fez.

FIN DE LA SEGUNDA JORNADA

TERCERA JORNADA


 
Salen MULEY y el REY
MULEY: (Ya que socorrer no espero, Aparte por tantas guardas del Rey, a don Fernando, hacer quiero sus ausencias, que ésta es ley de un amigo verdadero.) Señor, pues yo te serví en tierra y mar, como sabes, si en tu gracia merecí lugar, en penas tan graves atento me escucha. REY: Si. MULEY: Fernando... REY: No digas más. MULEY: ¿Posible es que no me oirás? REY: No, que en diciendo Fernando ya me ofendes. MULEY: ¿Cómo o cuándo? REY: Como ocasión no me das de hacer lo que me pidieres cuando me ruegas por él. MULEY: Si soy su guarda, ¿no quieres, señor, que dé cuenta de él? REY: Di; pero piedad no esperes. MULEY: Fernando, cuya importuna suerte sin piedad alguna vive, a pesar de la fama, tanto que el mundo le llama el monstruo de la Fortuna, examinando el rigor, mejor dijera el poder de tu corona, señor; hoy a tan mísero ser le ha traído su valor que en un lugar arrojado, tan humilde y desdichado que es indigno de tu oído, enfermo, pobre y tullido piedad pide al que ha pasado; porque como le mandaste que en las mazmorras durmiese, que en los baños trabajase, que tus caballos curase, y nadie a comer le diese, a tal extremo llegó, como era su natural tan flaco, que se tulló; y así la fuerza del mal brío y majestad rindió. Pasando la noche fría en una mazmorra dura, constante en su fe porfía; y al salir la lumbre pura del sol, que es padre del día, los cautivos--¡pena fiera!-- en una mísera estera le ponen en tal lugar que es--¿dirélo?--un muladar; porque es su olor de manera, que nadie puede sufrille junto a su casa, y así todos dan en despedille, y ha venido a estar allí sin hablalle y sin oílle, ni compadecerse de él. Sólo un crïado y un fïel caballero en pena extraña le consuela y compaña. Estos dos parten con él su porción, tan sin provecho, que para uno solo es poca, pues cuando los labios toca, se suele pasar al pecho sin que lo sepa la boca; y aun a estos dos los castiga tu gente, por la piedad que al dueño a servir obliga; mas no hay rigor ni crueldad, por más que ya los persiga, que de él los pueda apartar. Mientras uno va a buscar de comer, el otro queda, con quien consolarse pueda de su desdicha y pesar. Acaba ya rigor tanto, ten del príncipe, señor, puesto en tan fiero quebranto, ya que no piedad, horror; asombro, ya que no llanto. REY: Bien está, Muley.
Sale FÉNIX
FÉNIX: Señor, si ha merecido en tu amor gracia alguna mi humildad, hoy a vuestra majestad vengo a pedir un favor. REY: ¿Qué podré negarte a ti? FÉNIX: Fernando el maestre... REY: Está bien; ya no hay que pasar de ahí. FÉNIX: Horror da a cuantos le ven en tal estado; de ti sólo merecer quisiera... REY: ¡Detente, Fénix, espera! ¿Quién a Fernando le obliga para que su muerte siga, para que infelice muera? Si por ser crüel y fiel a su fe sufre castigo tan dilatado y crüel, él es el crüel consigo, que yo no lo soy con él. ¿No está en su mano salir de su miseria y vivir? Pues eso en su mano está. Entregue a Ceuta y saldrá de padecer y sentir.
Sale CELÍN
CELÍN: Licencia aguarden que des, señor, dos embajadores. De Tarudante uno es, y el otro del portugués Alfonso. FÉNIX: (¿Hay penas mayores? Aparte Sin duda que por mí envía Tarudante.) MULEY: (Hoy perdí, cielos Aparte la esperanza que tenía. Mátenme amistad y celos, todo lo perdí en un día.) REY: Entren, pues. En este estrado conmigo te asienta, Fénix.
Siéntanse, y salen ALFONSO y TARUDANTE, cada uno por su parte
TARUDANTE: Generoso rey de Fez... ALFONSO: Rey de Fez altivo y fuerte... TARUDANTE: ...cuya fama... ALFONSO: ...cuya vida... TARUDANTE: ...nunca muera... ALFONSO: viva siempre... TARUDANTE: ...y tú de aquel sol aurora... ALFONSO: ...tú de aquel ocaso oriente.. TARUDANTE: ...a pesar de siglos dures... ALFONSO: ...a pesar de tiempos reines... TARUDANTE: ...porque tengas... ALFONSO: ...porque goces... TARUDANTE: ...felicidades... ALFONSO: ...laureles... TARUDANTE: ...altas dichas... ALFONSO: ...triunfos grandes... TARUDANTE: ...pocos males. ALFONSO: ...muchos bienes. TARUDANTE: ¿Cómo, mientras hablo yo, tú, cristiano, a hablar te atreves? ALFONSO: Porque nadie habla primero que yo, donde yo estuviere. TARUDANTE: A mí, por ser de nación alarbe, el lugar me deben primero; que los extraños donde hay propios, no prefieren. ALFONSO: Donde saben cortesía, sí hacen; pues vemos siempre que dan en cualquiera parte el mejor lugar al huésped. TARUDANTE: Cuando esa razón lo fuera, aún no pudiera vencerme; porque el primero lugar sólo se le debe al huésped. REY: Ya basta; y los dos agora en mis estrados se sienten. Hable el portugués que, en fin, por de otra ley se le debe más honor. TARUDANTE: (Corrido estoy.) Aparte ALFONSO: Agora yo seré breve. Alfonso de Portugal, rey famoso, a quien celebre la fama en lenguas de bronce a pesar de envidia y muerte, salud te envía y te ruega que pues libertad no quiere Fernando, como su vida la ciudad de Ceuta cueste, que reduzcas su valor hoy a cuantos intereses el más avaro codicie, el más liberal desprecie; y que dará en plata y oro tanto precio como pueden valer dos ciudades. Esto te pide amigablemente; pero si no se le entregas, que ha de librarle promete por armas, a cuyo efecto ya sobre la espalda leve del mar ciudades fabrica de mil armados bajeles; y jura que a sangre y fuego ha de librarle y vencerte, dejando aquesta campaña llena de sangre, de suerte que cuando el sol se levante halle los matices verdes esmeraldas, y los pierda rubíes cuando se acueste. TARUDANTE: Aunque como embajador no me toca responderte en cuanto toca a mi rey puedo, cristiano, atreverme --porque ya es suyo este agravio-- como hijo que obedece al rey, mi señor; y así decir de su parte puedes a don Alfonso que venga, porque en término más breve que hay de la noche a la aurora, vea en púrpura caliente agonizar estos campos, tanto que los cielos piensen que se olvidaron de hacer otras flores que claveles. ALFONSO: Si fueras, moro, mi igual, pudiera ser que se viese reducida esta victoria a dos jóvenes valientes; mas dile a tu rey que salga si ganar fama pretende, que yo haré que salga el mío. TARUDANTE: Casi has dicho que lo eres, y siendo así, Tarudante sabrá también responderte. ALFONSO: Pues en campaña te espero. TARUDANTE: Yo haré que poco me esperes, porque soy rayo. ALFONSO: Yo viento. TARUDANTE: Volcán soy que llamas vierte. ALFONSO: Hidra soy que fuego arroja. TARUDANTE: Yo soy furia. ALFONSO: Yo soy muerte. TARUDANTE: ¿Que no te espantes de oírme? ALFONSO: ¿Que no te mueras de verme? REY: Señores, vuestras altezas, ya que los enojos pueden correr al sol las cortinas que le embozan y oscurecen, adviertan que en tierra mía campo aplazarse no puede sin mí; y así yo le niego, para que tiempo me quede de serviros. ALFONSO: No recibo yo hospedajes ni mercedes de quien recibo pesares. Por Fernando vengo; el verle me obligó a llegar a Fez disfrazado de esta suerte. Antes de entrar en tu corte supe que a esta quinta alegre asistías, y así vine a hablarte, porque fin diese la esperanza que me trajo; y pues tan mal me sucede, advierte, señor, que sólo la respuesta me detiene. REY: La respuesta, rey Alfonso, será compendiosa y breve; que si no me das a Ceuta, no hayas miedo que le lleves. ALFONSO: Pues ya he venido por él, y he de llevarle. Prevente para la guerra que aplazo. Embajador, o quien eres, veámonos en campaña. ¡Hoy toda el África tiemble.
Vase
TARUDANTE: Ya que no pude lograr la fineza, hermosa Fénix, de serviros como esclavo, logre al menos la de verme a vuestros pies. Dad la mano a quien un alma os ofrece. FÉNIX: Vuestra alteza, gran señor, finezas y honras no aumente a quien le estima, pues sabe lo que a sí mismo se debe. MULEY: (¿Qué espera quien esto llega Aparte a ver y no se da muerte?) REY: Ya que vuestra alteza vino a Fez impensadamente, perdone del hospedaje la cortedad. TARUDANTE: No consiente mi ausencia más dilación que la de un plazo muy breve; y supuesto que venía mi embajador con poderes para llevar a mi esposa, como tú dispuesto tienes, no, por haberlo yo sido, mi fineza desmerece la brevedad de la dicha. REY: En todo, señor, me vences; y así por pagar la deuda como porque se previenen tantas guerras, es razón que desocupado quede de estos cuidados; y así volverte luego conviene antes que ocupen el paso las amenazadas huestes de Portugal. TARUDANTE: Poco importa, porque yo vengo con gente y ejército numeroso, tal, que esos campos parecen más ciudades que desiertos, y volveré brevemente con ella a ser tu soldado. REY: Pues luego es bien que se apreste la jornada; pero en Fez será bien, Fénix, que entres, a alegrar esa ciudad. ¿Muley? MULEY: ¿Gran señor? REY: Prevente, que con la gente de guerra has de ir sirviendo a Fénix, hasta que quede segura y con su esposo la dejes.
Vase
MULEY: (Esto sólo me faltaba, Aparte para que, estando yo ausente, aún le falte mi socorro a Fernando, y no le quede esta pequeña esperanza. ................[ -e-e.])
Vanse. Sacan don JUAN y otros CAUTIVOS al infante don FERNANDO, y le sientan en una estera
FERNANDO: Ponedme en aquesta parte, para que goce mejor la luz que el cielo reparte. ¡Oh inmenso, oh dulce Señor, qué de gracias debo darte! Cuando como yo se veía Job, el día maldecía, mas era por el pecado en que había sido engendrado; pero yo bendigo el día por la gracia que nos da Dios en él; pues claro está que cada hermoso arrebol, y cada rayo del sol lengua de fuego será con que le alabo y bendigo. BRITO: ¿Estás bien, señor, así? FERNANDO: Mejor que merezco, amigo. ¡Qué de piedades aquí, oh señor, usáis conmigo! Cuando acaban de sacarme de un calabozo, me dais un sol para calentarme. ¡Liberal, señor, estáis! CAUTIVO 1: Sabe el cielo si quedarme y acompañaros quisiera, mas ya veis que nos espera el trabajo. FERNANDO: Hijos, adiós. CAUTIVO 2: ¡Qué pesar! CAUTIVO 3: ¡Qué ansia tan fiera!
Vanse
FERNANDO: ¿Quedáis conmigo los dos? JUAN: Yo también te he de dejar. FERNANDO: ¿Qué haré yo sin tu favor? . . . . . . . . . .[ -ar]. JUAN: Presto volveré, señor; que sólo voy a buscar algo que comas, porque después que Muley se fue de Fez, nos falta en el suelo todo el humano consuelo; pero con todo eso iré a procurarle, si bien imposibles solicito, porque ya cuantos me ven, por no ir contra el edito que manda que no te den ni agua tampoco, ni a mí me venden nada, señor, por ver que te asisto a ti; que a tanto llega el rigor de la suerte. Pero aquí gente viene.
Vase
FERNANDO: ¡Oh si pudiera mi voz mover a piedad a alguno, porque siquiera un instante más viviera padeciendo!
Salen el REY, TARUDANTE, FÉNIX, y CELÍN
CELÍN: [Majestad,] por una calle has venido que es fuerza que visto seas del infante y advertido.
[A TARUDANTE]
REY: Acompañarte he querido porque mi grandeza veas. FERNANDO: Dale de limosna hoy a este pobre algún sustento; mirad que hombre humano soy, y que afligido y hambriento muriendo de hambre estoy. Hombres doleos de mí, que una fiera de otra fiera se compadece. BRITO: Ya aquí no hay pedir de esa manera. FERNANDO: ¿Cómo he de decir? BRITO: Así: Moros, tened compasión, y algo que este pobre coma le dad en esta ocasión por el santo zancarrón del gran profeta Mahoma. REY: Que tenga fe en este estado tan mísero y desdichado más me ofende, más me infama, ¡maestre, infante! BRITO: El rey llama. FERNANDO: ¿A mí, Brito? Haste engañado. Ni infante ni maestre soy, el cadáver suyo sí; y pues ya en la tierra estoy, aunque infante y maestre fui, no es ése mi nombre hoy. REY: Pues no eres maestre ni infante, respóndeme por Fernando. FERNANDO: Agora, aunque me levante de la tierra, iré arrastrando a besar tu pie. REY: ¿Constante te muestras a mi pesar? ¿Es humildad o valor esta obediencia? FERNANDO: Es mostrar cuanto debe respetar el esclavo a su señor. Y pues que tu esclavo soy, y estoy en presencia tuya, esta vez tengo de hablarte. Mi rey y señor, escucha. Rey te llamé y, aunque seas de otra ley, es tan augusta de los reyes la deidad, tan fuerte y tan absoluta, que engendra ánimo piadoso; y así es forzoso que acudas a la sangre generosa con piedad y con cordura; que aun entre brutos y fieras Este nombre es de tan suma autoridad, que la ley de naturaleza ajusta obediencias. Y así, leemos en repúblicas incultas al león rey de las fieras, que cuando la frente arruga de guedejas se corona, es piadoso, pues que nunca hizo presa en el rendido. En las saladas espumas del mar el delfín, que es rey de los peces, le dibujan escamas de plata y oro sobre la espalda cerúlea coronas, y ya se vio de una tormenta importuna sacar los hombre a tierra, porque el mar no los consuma. El águila caudalosa, a quien copete de plumas riza el viento en sus esferas, de cuantas aves saludan al sol es emperatriz, y con piedad noble y justa, porque brindado no beba el hombre entre plata pura la muerte, que en los cristales mezcló la ponzoña dura del áspid, con pico y alas los revuelve y los enturbia. Aun entre plantas y piedras se dilata y se dibuja este imperio. La granada a quien coronan las puntas de una corteza en señal de que es reina de las frutas, envenenada marchita los rubíes que la ilustran, y los convierte en topacios, color desmayada y mustia. El diamante, a cuya vista ni aun el imán ejecuta su propiedad, que por rey esta obediencia le jura, tan noble es que la traición del dueño no disimula, y la dureza, imposible de que buriles la pulan, se deshace entre sí misma vuelta en cenizas menudas. Pues si entre fieras y peces, plantas, piedras y aves, usa esta majestad de rey de piedad, no será injusta entre los hombres, señor; porque el ser no te disculpa de otra ley, que la crueldad en cualquiera ley es una. No quiero compadecerte con mis lágrimas y angustias para que me des la vida, que mi voz no la procura; que bien sé que he de morir de esta enfermedad que turba mis sentidos, que mis miembros discurre helada y caduca. Bien sé, al fin, que soy mortal, y que no hay hora segura; y por eso dio una forma con una materia en una semejanza la razón al ataúd y a la cuna. Acción nuestra es natural cuando recibir procura algo un hombre, alzar las manos en esta manera juntas; mas cuando quiere arrojarlo, de aquella misma acción usa, pues las vuelve boca abajo porque así las desocupa. El mundo cuando nacemos, en señal de que nos busca, en la cuna nos recibe, y en ella nos asegura boca arriba; pero cuando o con desdén o con furia quiere arrojarnos de sí, vuelve las manos que junta, y aquel instrumento mismo forma esta materia muda, pues fue cuna boca arriba lo que boca abajo es tumba; tan cerca vivimos, pues, de nuestra muerte, tan juntas tenemos, cuando nacemos el lecho como la cuna. ¿Qué aguarda quien esto oye? Quien esto sabe, ¿qué busca? Claro está que no será la vida. No admite duda. La muerte sí; ésta te pido porque los cielos me cumplan un deseo de morir por la fe; que aunque presumas que esto es desesperación porque el vivir me disgusta, no es sino afecto de dar la vida en defensa justa de la fe, y sacrificar a Dios vida y alma juntas; y así, aunque pida la muerte, el afecto me disculpa. Y si piedad no puede vencerte, el rigor presuma obligarte. ¿Eres león? Pues ya será bien que rujas, y despedaces a quien te ofende, agravia e injuria. ¿Eres águila? Pues hiere con el pico y con las uñas a quien tu nido deshace. ¿Eres delfín? Pues anuncia tormentas al marinero que el mar de este mundo surca. ¿Eres árbol real? Pues muestra todas las ramas desnudas a la violencia del tiempo que iras de Dios ejecuta. ¿Eres diamante? Hecho polvos sé, pues venenosa furia; y cánsate, porque yo, aunque más tormentos sufra, aunque más rigores vea, aunque llore más angustias, aunque más miserias pase, aunque halle más desventuras, aunque más hambre padezca, aunque mis carnes no cubran estas ropas, y aunque sea mi esfera esta estancia sucia, firme he de estar en mi fe; porque es el sol que me alumbra, porque es la luz que me guía, es el laurel que me ilustra. No has de triunfar de la Iglesia; de mí, si quisieres, triunfa; Dios defenderá mi causa, pues yo defiendo la suya. REY: ¿Posible es que en tales penas blasones y te consueles si tú de ti no te dueles siendo propias? ¿Qué condenas no me duelan, siendo ajenas; que pues tu muerte causó tu misma mano, y yo no, no esperes piedad de mí. Ten lástima de ti, Fernando, y tendréla yo.
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FERNANDO: Señor, vuestra majestad me valga. TARUDANTE: ¡Qué desventura!
Vase
FERNANDO: Si es alma de la hermosura esa divina deidad, vos, señora, me amparad con el rey. FÉNIX: ¡Qué gran dolor! FERNANDO: ¿Aún no me miráis? FÉNIX: ¡Qué horror! FERNANDO: Hacéis bien; que vuestros ojos no son para ver enojos. FÉNIX: ¡Qué lástima! ¡Qué pavor! FERNANDO: Pues aunque no me miréis, señora, es bien que sepáis que aunque tan bella os juzgáis y ausentaros intentéis que más que yo no valéis, y yo quizá valgo más. FÉNIX: Horror con tu voz me das y con tu aliento me hieres. ¡Déjame, hombre! ¿Qué me quieres? ¡Que no puedo sentir más.
Vase
Sale don JUAN, con un pan
JUAN: Por alcanzar este pan que traerte, me han seguido los moros, y me han herido con los palos que me dan. FERNANDO: Ésa es la herencia de Adán. JUAN: Tómale. FERNANDO: Amigo leal, tarde llegas, que mi mal es ya mortal. JUAN: Déme el cielo en tantas penas consuelo. FERNANDO: Pero, ¿qué mal no es mortal si mortal el hombre es, y en este confuso abismo la enfermedad de sí mismo le viene a matar después? Hombre, mira que no estés descuidado. La verdad sigue, que hay eternidad y otra enfermedad no esperes que te avise, pues tú eres tu mayor enfermedad. Pisando la tierra dura de continuo el hombre está, y cada paso que da es sobre su sepultura. Triste ley, sentencia dura es saber en cualquier caso cada paso--¡gran fracaso!-- es para andar adelante, y Dios no es a hacer bastante que no haya dado aquel paso. Amigos, a mi fin llego. Llevadme de aquí en los brazos. JUAN: Serán los últimos lazos de mi vida. FERNANDO: Lo que os ruego, noble don Juan, es que luego que expire me desnudéis. En la mazmorra hallaréis de mi religión el manto que le traje tiempo tanto. Con éste me enterraréis descubierto, si el rey fiero ablanda la saña dura dándome la sepultura. Ésta señalad, que espero que, aunque hoy cautivo muero, rescatado he de gozar el sufragio del altar; que pues yo os he dado a vos tantas iglesias, mi Dios, alguna me habéis de dar.
Llévanle en brazos. Sale don ALFONSO, y soldados con arcabuces
ALFONSO: Dejad a la inconstante playa azul esa máquina arrogante de naves, que causando al cielo asombros el mar sustenta en sus nevado hombros; y en estos horizontes aborten gente los preñados montes del mar, siendo con máquinas de fuego cada bajel un edificio griego.
Sale don ENRIQUE
ENRIQUE: Señor, tú no quisiste que saliera nuestra gente de Fez en la ribera, y este puesto escogiste para desembarcar. Infeliz fuiste porque por una parte marchando viene el numeroso Marte, cuyo ejército al viento desvanece y los collados de los montes crece. Tarudante conduce gente tanta, llevando a su mujer, felice infanta de Fez, hacia Marruecos... Mas respondan las lenguas de los ecos. ALFONSO: Enrique, a eso he venido, a esperarle a este paso, que no ha sido esta elección acaso; prevenida estaba, y la razón está entendida. Si yo a desembarcar a Fez llegara, esta gente y la suya en ella hallara; y estando divididos, hoy con menos poder están vencidos; y antes que se prevengan, . . . . . . . . . . . [ --engan]. Toca al arma. ENRIQUE: Señor, advierte y mira que es sin tiempo esta guerra. ALFONSO: Ya mi ira ningún consejo alcanza. No se dilate un punto esta venganza. Entre en mi brazo fuerte por África el azote de la muerte. ENRIQUE: Mira que ya la noche, envuelta en sombras, el luciente coche del sol esconde entre las sombras puras. ALFONSO: Pelearemos a oscuras, que a la fe que me anima ni el tiempo ni el poder la desanima. Fernando, si el martirio que padeces, pues es suya la causa, a Dios le ofreces. Cierta está la victoria. Mío será el honor, mía la gloria. ENRIQUE: Tu orgullo altivo yerra.
Dentro
FERNANDO: ¡Embiste, gran Alfonso! ¡Guerra, guerra!
[Tócase un] clarín
ALFONSO: ¿Oyes confusas voces romper los vientos tristes y veloces? ENRIQUE: Sí, y en ellos se oyeron trompetas que a embestir señal hicieron. ALFONSO: ¡Pues a embestir, Enrique, que no hay duda que el cielo ha de ayudarnos hoy!
Sale [FERNANDO] con manto capitular y una luz
FERNANDO: Sí, ayuda porque obligando al cielo que vio tu fe, tu religión, tu celos, hoy tu causa defiende. Librarme a mí de esclavitud pretende porque, por raro ejemplo, por tantos templos Dios me ofrece un templo; y con esta luciente antorcha desasida del oriente, tu ejército arrogante alumbrando he de ir siempre delante, para que hoy en trofeos iguales, grande Alfonso, a tus deseos, llegues a Fez, no a coronarte agora, sino a librar mi ocaso en el aurora.
Vase
ENRIQUE: Dudando estoy, Alfonso, lo que veo. ALFONSO: Yo no, todo lo creo; y si es de Dios la gloria, no digas guerra ya, sino victoria.
Vanse. Salen el REY y CELÍN [con acompañamiento]; y en lo alto estará don JUAN y un cautivo, y un ataúd en que parezca estar el infante [FERNANDO]
JUAN: Bárbaro, gózate aquí de que tirano quitaste la mujer vida. REY: ¿Quién eres? JUAN: Un hombre que, aunque me maten, no he de dejar a Fernando, y aunque de congoja rabie, he de ser perro leal que en muerte he de acompañarle. REY: Cristianos, ése es padrón que a las futuras edades informe de mi justicia; que rigor no ha de llamarse venganza de agravios hechos contra personal reales. Venga Alfonso agora, venga con arrogancia a sacarle de esclavitud; que aunque yo perdí esperanzas tan grandes de que Ceuta fuese mía, porque las pierda arrogante de su libertad, me huelgo de verle en estrecha cárcel. Aun muerto no ha de estar libre de mis rigores notables; y así puesto a la vergüenza quiero que esté a cuantos pasen. JUAN: Presto verás tu castigo, que por campañas y mares ya descubro desde aquí mis cristianos estandartes. REY: Subamos a la muralla a saber sus novedades.
Vanse
JUAN: Arrastrando las banderas, y destempladas los parches, muertas las cuerdas y luces, todas son tristes señales.
Tocan cajas destempladas, sale don FERNANDO delante con una hacha encendida, y detrás don ALFONSO y don ENRIQUE, y todos los soldados, que traen presos a TARUDANTE, FÉNIX, y MULEY
FERNANDO: En el horror de la noche por sendas que nadie sabe te guïé. Ya con el sol pardas nubes se deshacen. Victorioso, gran Alfonso, a Fez conmigo llegaste. Éste es el muro de Fez, trata en él de mi rescate.
Vase
ALFONSO: ¡Ay de los muros! Decid al rey que salga a escucharme.
Salen el REY y CELÍN al muro
REY: ¿Qué quieres, valiente joven? ALFONSO: Que me entregues al infante, al maestre don Fernando, y te daré por rescate a Tarudante y a Fénix que presos están delante. Escoge lo que quisieres. Morir Fénix o entregarle. REY: ¿Qué he de hacer, Celín amigo, en confusiones tan grandes? Fernando es muerto, y mi hija está en su poder. ¡Mudable condición de la Fortuna que a tal estado me trae! FÉNIX: ¿Qué es esto, señor? Pues viendo mi persona en este trance, mi vida en este peligro, mi honor en este combate, ¿dudas qué has de responder? ¿Un minuto ni un instante de dilación te permite el deseo de librarme? En tu mano está mi vida ¿y consientes--¡pena grave!-- que la mía--¡dolor fiero!-- injustas prisiones aten? De tu voz está pendiente mi vida--¡rigor notable!-- ¿y permites que la mía turbe la esfera del aire? A tus ojos ves mi pecho rendido a un desnudo alfanje, ¿y consientes que los míos tiernas lágrimas derramen? Siendo rey, has sido fiera; siendo padre, fuiste áspid; siendo juez, eres verdugo; ni eres rey, ni juez, ni padre. REY: Fénix, no es la dilación de la respuesta negarte la vida, cuando los cielos quieren que la mía acabe. Y puesto que ya es forzoso que una ni otra se dilate, sabe, Alfonso, que a la hora que Fénix salió ayer tarde, con el sol llegó al ocaso, sepultándose en dos mares de la muerte y de la espuma, juntos el sol y el infante. Esta caja humilde y breve es de su cuerpo el engaste. Da la muerte a Fénix bella. Venga tu sangre en mi sangre. FÉNIX: ¡Ay de mí! Ya mi esperanza de todo punto se acabe. REY: Ya no me queda remedio para vivir un instante. ENRIQUE: ¡Válgame el cielo! ¿Qué escucho? ¡Qué tarde, cielos, qué tarde le llegó la libertad! ALFONSO: No digas tal; que si antes Fernando en sombras nos dijo que de esclavitud le saque, por su cadáver lo dijo, porque goce su cadáver por muchos templos un templo, y a él se ha de hacer el rescate. Rey de Fez, porque no pienses que muerto Fernando vale menos que aquesta hermosura; por él, cuando muerto yace, te la trueco. Envía, pues, la nieve por los cristales, el enero por los mayos, las rosas por los diamantes, y al fin, un muerto infelice por una divina imagen. REY: ¿Qué dices, invicto Alfonso? ALFONSO: Que esos cautivos le bajen. FÉNIX: Precio soy de un hombre muerto; cumplió el cielo su homenaje. REY: Por el muro descolgad el ataúd, y entregadle; que para hacer las entregas a sus pies voy a arrojarme.
Vase y bajan el ataúd con cuerdas por el muro
ALFONSO: En mis brazos os recibo, divino príncipe mártir. ENRIQUE: Yo hermano, aquí te respeto.
Salen el REY, don JUAN y [los] cautivos
JUAN: Dame, invicto Alfonso, dame la mano. ALFONSO: Don Juan, amigo, ¡buena cuenta del infante me habéis dado! JUAN: Hasta su muerte le acompañé, hasta mirarle libre; vivo y muerto estuve con él. Mirad dónde yace. ALFONSO: Dadme, tío, vuestra mano; que aunque necio e ignorante a sacaros del peligro vine, gran señor, tan tarde en la muerte, que es mayor se muestran las amistades. En un templo soberano haré depósito grave de vuestro dichoso cuerpo. A Fénix y a Tarudante te entrego, rey, y te pido que aquí con Muley la cases, por la amistad que yo sé que tuvo con el infante. Ahora llegad, cautivos, vuestro infante ved, llevadle en hombros hasta la armada. REY: Todos es bien le acompañen. ALFONSO: Al son de dulces trompetas y templadas cajas marche el ejército, con orden de entierro, para que acabe pidiendo perdón humilde aquí de sus yerros grandes, el lusitano Fernando, príncipe en la fe constante.

FIN DE LA COMEDIA