2/4/15

Monólogo breve (femenino) El silencio de las tortugas de Lucia Laragione

El silencio de las tortugas
de Lucia Laragione (Monólogos de dos Continentes)


Un cementerio. Alrededor del mediodía de un día nublado. Una mujer de unos 50 años largos, menuda y nerviosa, quita las flores marchitas de un jarrón y pone en su lugar flores artificiales.

Celina:

¿Son lindas, no? Lo más parecidas que encontré a las naturales (pausa)
Si, ya sé, ya sé. Me imagino lo que estás pensando. ¿Cómo yo que siempre odié las flores artificiales? ¿Cómo es que ahora…? (pausa) ¡tantas cosas son distintas ahora! Yo misma estoy sorprendida. No me reconozco. Claro, vos tampoco me reconocerías, Roberto (pausa) 

Estas “nomeolvides” no se marchitan, no necesitan agua ni hay que cambiarlas cada semana (pausa) Yo, la semana que viene no voy a venir. Ni la otra. Ni la otra (pausa) Me voy de viaje, Roberto. Sí, ya sé, ya sé. Me imagino lo que estás pensando. ¿Cómo yo que odiaba moverme de casa, que no quería ni acompañarte al country los fines de semana…? Es cierto que no me gustaba salir (pausa) Me quedaba cuidando mis plantas. Cambiándoles la tierra, limpiándolas hoja por hoja y, sobre todo, hablándoles. Les hablaba mucho (pausa) Bueno, en realidad, sólo hablaba con ellas. Quiero decir, de mis cosas (pausa) Vos siempre estabas tan ocupado, tenías tan poco tiempo…! (pausa) Ahora sí tenés mucho tiempo, Roberto, pero no te preocupes, no por eso me voy a abusar…sabés que siempre fui discreta… (pausa) 

Volviendo al tema de que no me gustaba salir…se me ocurre que, tal vez, tenía miedo…(pausa) Sí, ya sé, ya sé. Me imagino que estás pensando que soy una idiota…pero tenía miedo. Sí. Miedo de los otros. De parecerles tonta, de que no me aceptaran. No sé, miedo (pausa)
Y además me agarraban esas terribles jaquecas…¿te acordás, Roberto? Acostada en la oscuridad, con las compresas frías sobre la frente. Horas muertas así, hasta que el dolor desaparecía (pausa)
Ahora ya no me duele la cabeza. Ni una puntadita.

Y ya tampoco tomo más. ¿vos sabías que yo tomaba, no es cierto?
En el placard, entre la ropa muy bien doblada y guardada, con aroma a lavanda, escondía la petaca de vodka. Era más difícil esconder el aliento…(pausa) Vos sabías, Roberto, pero no te importaba. Empecé al perder el segundo embarazo. Cuando estabas por llegar, como sabía que no soportabas verme llorar, me tomaba unos tragos. Así era más fácil para los dos (pausa) ¡Ojala hubiéramos adoptado un bebé!

Cuando te hablé de eso, me trajiste a Caty. (Imitando la voz y el tono amable de Roberto) Es una compañía y no te va a dar ningún trabajo. Sólo tenés que darle agua y lechuga en verano, porque en invierno duerme (pausa) ¡¡qué silenciosas son las tortugas, Dios mío!! Me pasaba horas con la oreja pegada al caparazón, tratando de escuchar si emitía algún sonido. NADA. Nada de nada. YO que tanto había soñado con el bochinche de los hijos…(pausa)

Una vez leí en una revista que las tortugas chillan solo cuando sienten un dolor intenso, un sufrimiento insoportable (pausa) Hasta que empezó a obsesionarme la idea no sabía lo cruel que yo podía ser (pausa) Lo necesitaba. Necesitaba oírla chillar (pausa) ¿Te acordás, no es cierto? El Dr. Terra no podía entender como el pobre animal se había clavado la aguja (pausa) Todavía en sueños me persigue ese chillido. Espero que la pobre Caty me haya perdonado. En fin… ahora todo es distinto. VOS tenés el silencio que querías. Y yo me voy de viaje. Será un viaje largo. Durará lo que dure el dinero (pausa) 

Vendí la casa, Roberto. Y también el departamento. Sí, ya sé, ya sé. Seguro te estás acordando de aquella oferta tan buena que nos hicieron, cuando vos querías vender a toda costa y yo no quise. Me angustiaba tanto tener que irme de mi casa que, esa vez, me puse firme. Y nos quedamos  (pausa) Podés estar tranquilo, Roberto. Me pagaron un buen precio. No tanto como el que nos habían ofrecido aquella vez. Pero está bien, muy bien.

Alcanza para unos cuantos meses en Grecia, recorriendo sus islas, hundiendo los pies en las arenas blancas, bañándome desnuda en el mar…(Imitando la voz y el tono de Roberto) ¿Desnuda? ¿Te volviste loca Celina? (Con su propio tono) Bañándonos, mejor dicho. (pausa)

Puedo oírte, Roberto. Puedo oír perfectamente lo que estás pensando. Crees que soy una perfecta idiota. Que alguien se está aprovechando de mí. Que me va a dejar sin un peso tirada en las ruinas. No, no es así (pausa) ¡La Vida da unas vueltas tan inesperadas…! (pausa)
YO jamás, jamás me habría imaginado que a vos ¡a vos! ¡Iba a deberte mi Felicidad de hoy!
Sí, ya sé, ya sé…me imagino lo que pasa por tu cabeza. La lista completa de amigos y conocidos. Y hasta adivino en quién estás pensando. En el bueno del Dr. Terra que operó a Caty. (Imitando la voz y el tono de Roberto) Ese tipo – te lo digo yo- está mucho más interesado en revisarte a vos que a la tortuga (pausa) No me hacías un gran favor diciéndome eso, Roberto. Pero ahora ya no importa. Porque soy feliz. Y vos tenés que ver con esta Felicidad. (pausa)

Al principio no fue así, ¿sabés? Al principio me dolió. No porque yo no me lo imaginara. No soy tan tonta. Pero es distinto imaginarse algo a verlo. Es muy distinto. Y fue en el velorio donde…Porque se apareció en el velorio. Nadie lo podía creer. Porque todos, Roberto, todos sabían. Y cuando entró, miraron para otro lado, se hicieron los burros. Nadie quería darse por enterado. Pero entonces vino derecho a mí “Vos sos la mujer de Roberto, ¿no?”, preguntó. Dije que sí con la cabeza. Me estrechó en un abrazo muy fuerte. Yo no pude reaccionar. No sentía nada. Era como si mi cuerpo se me hubiera vuelto de arena. La gente nos miraba con los ojos abiertos como huevos.  

Quizá fue por eso que, ahí, en mitad del velorio, me asaltó un deseo incontrolable de comer huevos fritos con papas. Como cuando te esperaba hasta muy tarde y vos no llegabas y entonces, iba a la cocina y pelaba y freía cinco papas grandes. Devoraba una fuente entera a triple caballo. (pausa) Fue como si adivinara mi deseo porque me dijo: “¡vamos!” y me llevó del brazo al bar de la esquina. Me comí dos platos. Uno detrás de otro. Me miraba en silencio. 

Esperó a que terminara para preguntarme: “¿sabés quién soy yo?” Recién entonces la miré de arriba abajo. Me dolió, Roberto. Me dolió verla tan linda. ¡Pero qué caradura, decían todos! ¡Echala! ¿Por qué no la echás?, azuzaban los parientes. Yo no quería que se fuera. Me dolía verla linda, más joven que yo y saber…Pero - la vida es tan rara, Roberto - de alguna manera me consolaba su presencia. En el entierro, lloramos juntas. Abrazadas (pausa)  Lo más extraño sucedió después… Volvimos en el mismo auto y ella se bajó en casa. Fui al cuarto, ella me seguía. Entré al vestidor donde tu ropa estaba prolijamente doblada y guardada y empecé a tirar todo al piso. Ella me ayudaba. En silencio, sin decir ni una palabra. Después fui a buscar las tijeras. Y corté todo por la mitad. Las camisas con monograma. Las corbatas de seda. Los trajes, las medias, los calzoncillos, los piyamas. Mitad para ella, mitad para mí. Parecía que nos repartíamos tus restos, Roberto. Agotadas nos quedamos dormidas. En la misma cama donde tantos años vos y yo dormimos juntos y tan lejos el uno del otro. ¡Sí, ya sé, ya sé! Me imagino lo que estás pensando. Pero no Roberto, no. Ese día no pasó nada. Fue poco a poco que nos dimos cuenta de que nos gustaba estar juntas. Que nos reíamos de las mismas cosas. Que no necesitábamos hablar para entendernos. Que nos extrañábamos. A mí me llevó más tiempo admitir que mi cuerpo se ponía locamente despierto en su presencia (pausa) Luché contra eso que sentía. Me asustaba terriblemente. Nunca nadie me había hecho sentir así. La intensidad, dolía. Y, finalmente, las ganas pudieron más que el miedo y lo que los demás podían decir. (pausa) ¿Vieja loca? ¿Es eso lo que estás pensando? No me importa. Muchos lo pensaron y hasta lo dijeron. Pero a mí no me importa…(pausa) Por primera vez en mi vida soy verdaderamente feliz. ¿Y sabés? Fue muy raro darme cuenta que, antes de conocerla, yo conocía su olor. ¡Lo olí tantas veces en tu ropa, en tu cuerpo, que ese olor de ella me era familiar y querido mucho antes de hundir mi nariz en la piel blanca y suave! (pausa) No te inquietes. No voy a contarte detalles. Sabés que siempre fui pudorosa y en eso no cambié. (pausa)

Está empezando a llover, Roberto. Caen unas gotas gordas y pesadas que mojan mi cuerpo y tu lápida, y los árboles y las nomeolvides…  (pausa) A Caty la dejé en el Zoológico. Apenas la pusieron con las otras tortugas, una se le acercó y la montó. (pausa) Las tortugas no chillan solo cuando sufren. También lo hacen cuando sienten placer. (pausa) Estoy segura, segura que Caty me perdonó. (Reacomoda las flores artificiales) Adiós, Roberto (pausa) Y gracias.

Sale. Apagón.

31/3/15

PEQUEÑA CRUEL BONITA de Santiago Loza MONóLOGO femenino



PEQUEÑA CRUEL BONITA
de Santiago Loza



Una nena dispuesta a declamar enfundada en un vestidito primoroso. La
mujer que intenta la palabra. Las fugas de la memoria, monólogo
construido de voces lejanas que siguen resonando, un gesto que pueda
evocar lo que no se nombra. Aquello que se oculta en los pliegues del
recuerdo
Sobre un cubo pintado con los colores fundamentales y chirriantes, de espalda,
Marga gesticula: hace ademanes ampulosos, señala al cielo, abre sus brazo,
mueve las manos como palomas, contorsiona su cuerpo, es una coreografía
exacta, mecánica, que una vez concluida vuelve a repetirse. Marga está
vestida como una niña, de espalda y con luz tenue hasta podría ser confundida
con una, pero no lo es. Tiene años acumulados en el cuerpo, el rostro marcado
por tiempo. Un gran moño rojo le corona el peinado, cuando deja de repetir la
coreografía básica se detiene, despacio se quita el moño, deja caer la cinta a
un costado.
La luz se intensifica, ella se da vuelta, ahora se la ve bien, hay algo de ridículo
en su atuendo, baja del cubo y lo abre, es un baúl, saca un pañuelo y un globo
blanco pliega el pañuelo en forma de venda y se tapa los ojos, se lo ata atrás
en la nuca. Cierra con cuidado el baúl, se sienta con las piernas abiertas e infla
el globo, parece faltarle aire para hacerlo, lo infla hasta el imposible, cuando
está a punto de estallar, levanta su brazo, abre su mano y el globo sale en
espiral, disparándose por el aire, se quita el pañuelo, lo deja caer en el suelo.
Vuelve a subirse al cubo, mira hacia arriba. Cruza los brazos.




MARGA
Había un ejercicio que hacíamos para perder la timidez, recitábamos sin
mirar... pero a mí la oscuridad me asusta, así que en vez de perder la timidez
me puse a llorar, ella me consoló... me acuerdo...
Silencio.
Pequeña cruel bonita!
Mi pequeña...
Mi pequeña cruel...
Mi pequeña cruel bonita...
Bah...
Uno, dos, tres, repítelo otra vez, tres, dos uno...
Marga vení y mostrále a los señores lo que hacés!
Por qué no recitas ese poema tan lindo que te enseñó la profesora?





Miren que bonita, miren tan chiquita y cómo memoriza, miren que cruel puede
ser a veces, como hace quedar de mal a su madre que tanto la quiere...
Hace gestos con las manos, como si fuese arrancando lo pétalos de una flor.
Me quiere, no me quiere, me quiere no me quiere, me quiere no me quiere....
me quie... no me qui... me quiere! Me quiere!
Suspira.
Margarita, me pusieron Margarita. En realidad figura en el documento y así me
bautizaron, María Margarita. María por la virgen y Margarita por la obviedad: a
mamá le gustaban las margaritas... en esa época eran sus flores preferidas,
pero como duran poco, y los gustos cambian... claro en ese momento ellos
eran... no digo pobres porque pobres son los pobres, digo como solía decir
papá, eran “austeros”, de gustos vulgares, sin ninguna distinción.
Papá, el día que le dijo que la amaba recogió un puñado de margaritas y se
sacaron una foto juntos y que se dijeron que si un día tenían un hijo le pondrían
Pedro y ella pregunto que pasa si tenemos una nena, y el dijo que ella diga,
que cierre los ojos y diga un nombre, apretó las flores que ya se estaban
chamuscando, abrió los ojos: Margarita!
Después se acordaron de la Virgen..., para no quedar mal con la abuela que
era de lo más devota, pero nunca nadie me dijo ese nombre así que la Virgen
quedó en el documento y Margarita...
Bueno, eso de la vulgaridad, alguien se lo hizo notar, ella se puso incómoda, y
ahí pasé a ser Marga.
Marga: mi nombre artístico.
Se queda en silencio, se baja del cubo, se sienta en el mientras se va
desvistiendo, lo hace con algo de cansancio.
No sé por qué hace días tengo ganas de hablar y hablar, no escuchar a nadie,
hablar hasta que se me enreden las palabras, hasta quedarme con la boca
seca y la garganta dolorida, hablar sin parar, como una cotorra, como una loca,
como una yegua desbocada corriendo por el monte sin poder detenerse...
De golpe se pone de pié, apoya una pierna en el cubo y señala al fondo, toma
aire.
... La pared estaba descascarada, la pintura era de un color turquesa, más
tirando a verde, me parece, verde aturquesado...
El pizarrón era negro y la letra que tenía la profesora era tan linda que por ahí
me quedaba contemplando el dibujo de la letra, la forma y no leía el poema que
escribía con la tiza.
Marga qué te pasa que te distraés?
Es que le juro que de grande quisiera tener una letra así de bonita. Para qué te
hace falta si sos bonita, lee bien y concéntrate.





Gracias, gracias, usted también es...
... Éramos trece, como los discípulos, ella decía, en broma, que cual de
nosotros sería Judas... hacía esa clase de chistes...
El lugar... los sábados... los sábados a la mañana, de diez a doce, se me
pasaba volando... el lugar... era un garaje; el marido se llamaba... no importa...
Nato... o le decían Pato... no importa... él, ese día sacaba el auto afuera para
que ella pudiera dar clases.
Ella se llamaba Carolina, a mi me gustaba tanto ese nombre, me parecía que
sonaba como una canción, una canción corta que solo dijera Carolina... yo la
tarareaba por dentro mientras me llevaban a la escuela “Carolina, Carolina,
Carolina” no le encontraba rima con nada. Era como si el nombre rimara así
solo con esa palabra la palabra Carolina.
El auto estaba en la vereda, a veces el tipo aprovechaba esas dos horas para
lavar el auto, un Falcon de color... no me acuerdo... esos que tenían los focos
redondos y hacían un ruido bárbaro. Nosotros teníamos un Citroen, cuando
estaban estacionados cerca parecía un elefante al lado de una ratita... dicen
que a los elefantes les asustan las ratas, así que pensaba eso y me daba
gracia, mucha gracia, me moría de risa por dentro.
Cuando escuchaba el ruido del auto, del motor que se apagaba, sabía que se
acercaba la hora, me apuraba en tomar la leche y sentía un latido acá, o acá,
nunca supe bien de que lado estaba: se acerca la hora, se acerca la hora...
Gira de golpe y hace los ademanes del principio, pero los hace rápidos con
premura, vuelve a darse vuelta. Se quita el vestido de nena, queda en corpiño y
bombacha, abre el baúl y se pone un vestido de corte simple, discreto.
Había días en los que no lavaba el auto, y se levantaba tarde por que era de
salir por las noches, se levantaba cerca del mediodía, y yo lo espiaba por la
puerta que daba a la sala, andaba en calzoncillos, unos que le quedaban muy
apretados y le marcaban todo, los tenía manchados.
Nunca había visto a un hombre en calzoncillos, Papá en eso era pudoroso, en
eso...
No abras las piernas que sos una señorita!
Cruzálas así, delicadamente.
Así bien cruzaditas, con las manos sobre la falda, a los hombres no les gustan
las desvergonzadas....
Carolina tenía la piel tan blanca y los huesos finos, y una ... una manera de
moverse tan... y cómo modulaba: Viento...vien.. to.. Patria... Pa...tria...
Azucenas... azuce...nas...estre...llas... mar... ban..de..ra.
Cuando volvía de la clase, veía el agua que había quedado del lavado del
auto... yo le pregunté a mamá si ese auto podía desteñir... ella dijo que había
preguntas que no se hacían, que mejor no preguntar... y deje de hacerlo;
quedarme calladita y abrir la boca solo para declamar.
Abre la boca y sin emitir sonido repite un texto, se le crispan las manos al
hacerlo.





Saca del baúl una escarapela grande y se la prende en el pecho, dos
banderitas de plástico. Se pone firme sobre el cubo agita las banderas. Las
deja caer al costado, respira hondo.
Señora directora, Madre superiora, honorables miembros de la cooperadora,
queridos padres, familiares, allegados y alumnos:
Saca un papel que lo despliega ceremonial, lo acerca a ella y lo estira con las
manos.
Hoy la patria nos convoca para rendirle homenaje. Ha elegido a esta humilde
criatura para que diga algunas palabras que quedarán disminuidas ante la
grandeza del día. Tengo la responsabilidad de ser la voz inocente que haga
vibrar nuestros valores sagrados. Escuchen la voz de esta niña, hagan un
silencio profundo. Nuestra nación nos pide que nos hermanemos, hoy es su día
de fiesta, por las Pampas vastas, por los recónditos poblados del interior, por
los gélidos azules de nuestros Hielos Continentales, por las alturas de la Puna,
por las aguas desmesuradas de las Cataratas se escucha un grito, un grito de
urgencia que emerge de la naturaleza noble de nuestra tierra, de las miradas
calmas de nuestros compatriotas, de la sencillez de las cocinas, del trabajo
empecinado de las manos que amasan un pan blanco, que manejan una
empecinada máquina de fábrica, de una madre que acaricia con dulzura
infinita a su hijo pensando en el porvenir, de aquellas manos revolviendo una
olla, que preparan un delicioso y modesto locro; y por que no de las manos
enguantas y sudorosas del basurero que cada madrugada limpia con cuidado
este lugar que habitamos. De las manos, de los lugares, de lo profundo de
nuestro ser nacional emerge ese grito potente y necesario: Unidad! Volved ha
ser hermanos. Volved a construid cada día, aunque no más sea con adobe lo
que otros destruyeron, volved a cosechar las espigas doradas por el sol
radiante que engalana nuestra bandera, aunque esas espigas estén secas
bastará para saciarnos, algo de trigo limpio tiene que quedar. Unidad hermanos
argentinos, unidad es lo que la Patria pide a gritos. Que no vengan de
comarcas lejanas a decirnos quienes somos, a usurpar nuestras casas y
corazones, no los dejaremos entrar! Nuestros corazones están blindados, solo
hay en su interior la llama perpetua del orgullo nacional, ahí entre las llamas
flamea insistente nuestra gran historia. No estamos vencidos ni desarmados, la
lucha será ardua y es mucha, pero escucha, escucha hermano. La Patria te
protege, te ampara, y si por el trágico destino, decides irte lejos, también te
extraña.
Dobla el papel, se quita la escarapela y baja del cubo.
Cuando se agachaba con la manguera a limpiar las llantas... se le asomaba la
raya del culo, la punta de la raya... ( se ríe ) Cómo se llamaba?.. Nato, me
parece que le decían Pato...
No entiendo que hacía con ella.
Las mujeres somos ciegas en el amor, eso decía mamá.



Abrí bien los ojos, tené cuidado por que los hombres, tienen miradas de buitres.
Silencio. Piensa, toma aire y continúa.
Como ese día, en que llego temprano a la clase de declamación... eso me pasa
por hacendosa...
Marga es hacendosa.
Marga es sumisa.
Marga quiere a su mamá.
El escuchaba la radio, y ella estaba en la pieza, me dijo que la esperara. Me
hizo pasar al living y que me sentara en el sillón así la espera era más cómoda.
Así sentada pareces una de esas muñecas que colocan en los sofás de
adorno, pareces una muñequita.
Yo me pongo colorada.
No me gustan esas muñecas, en la casa de la abuela hay una, no me la dejan
tocar; está ahí inmóvil, con el vestido abierto como abanico y los bracitos en
alto, parece que desde el sofá vigilara toda la casa.
Yo desnudé todas las muecas, haber si tenían algo ahí entre las piernas, pero
no tienen nada, todo cerrado... cuando era más grande vinieron muñecas que
sí tenían, hasta había algunos muñecos que tenían pitito, para que las nenas
se vayan acostumbrando, debe ser... pero yo ya no jugaba con... a mi no me
tocó.
...El se me acerca y me dice que me va a dar un regalito, que será nuestro
secreto, que lo guarde, que en otro momento me explica como usarlo.
Se me acerca, tiene la camisa abierta y un matorral de pelos enredados en el
pecho, entre la maraña oscura, cuando se acerca más, veo como cuelga de
una cadenita de oro una medallita de la Virgen de Luján, se mueve la medallita
como una hamaca. Yo miro la figura, parece que me estuviera guiñando un ojo,
la Virgen de Luján me guiña un ojo!
Saca de la billetera un cuadrado chiquito, mas o menos así. Prometéme que va
a ser nuestro secreto.
Le prometo...
Jurámelo...
( Marga pone los dedos en forma de cruz y los besa dos veces sellando el
pacto )
...Mirá que las nenas alcahuetas no me gustan...
En eso entra Carolina y me sonríe, tiene un turbante hecho con un toallon en la
cabeza, me mira con él y se pone más blanca de lo que es. Me agarra del
brazo y me lleva al garaje, me parece que está enojada conmigo, me sienta en
una silla y me dá un poema para que vaya repasando mientras llegan los otros
chicos.
Me mira y me acaricia el pelo, no está enojada, me dice que le hubiera gustado
tener una nena como yo...
Se le llenan los ojos de lágrimas...



Yo que soy pequeña y bonita. Cruel y caprichosa la hago llorar. Quiero secarle
las lágrimas pero no me deja, ya no me deja más,
Ya no me deja nunca más sola con él, ni a sol ni a sombra, ella mira que el no
se me acerque y el me mira con bronca, mira todo con bronca, esas miradas
cargadas de bronca eterna.
Abre el baúl, saca un profiláctico, lo abre con los dientes, lo estira y lo infla
como al globo del principio, cuando esta a punto de estallar lo suelta y sale
despedido por el aire.
( tararea ) ...”hoy le escribí una carta a mi querido hermano,
le puse que lo extraño y que lo quiero mucho....
Mamá me ha contado que el es un buen soldado que cuida las fronteras de la
patria,
mamá me ha contado que el es un buen soldado que cuida las fronteras de la
patria...”
A ver si me sale de un tirón:
“María Achuzena techaba su choza y un techador que pasaba le dijo, María
Achuzena tu techas tu choza o techas la ajena?
yo no techo mi choza ni techo la ajena,
yo techo la choza de María Achuzena...”,
ya está... ( suspira aliviada )
Mamá quienes son los desaparecidos?
Los desaparecidos son los pibes que no pudieron encontrar en Malvinas, que
se perdieron en esas tierras áridas.
Y son tantos?
No son tantos como dicen, vos no tenés que ver tanta televisión, ni tocar de
oído, sabés como exagera esa gente.
Me quedo más tranquila... “Pablito clavó un clavito, cuántos clavitos clavó
Pablito?...”
Murmura algo como tratando de acordarse de otro trabalenguas, desiste.
Por qué no recitás esa poesía tan linda que te enseñó Carolina, esa de las
manzanas y los lirios?
No me acuerdo.
Dale no seas cruel que tus padrinos quieren escucharte.
No me acuerdo.
Carolina se va a enojar, mella dice que tenés mucho talento?



No recuerdo nada... cómo era Carolina...
Silencio.
...Era de hablar poco, y tenía una voz suavecita, ya lo dije no?
La ultima clase, cuando se arrimaba el verano, ella puso un disco.
Una mujer recitaba, era una española, los poemas eran hermosos y las
palabras te acariciaban las orejas, no puedo acordarme que decía, me acuerdo
de Carolina, que acompañaba el poema sin largar la voz, era como si fuera
saboreando cada sonido, masticando las palabras que llegaban del
tocadiscos... y parecía que se alejaba, que estaba lejos, en otro lugar y que
solo había dejado su cuerpo para acompañarnos. Tenía los ojos cerrados y una
expresión calma.
Mueve la mano al compás de la rima, un movimiento en cámara lenta, tiene
dos anillitos de plata que me encantan y las uñas pintadas de un rosa pálido.
Pálida... así la veré después...
...estaré sentada en un colectivo, con unas carpetas en la falda, a través de la
ventanilla...
Ella estará por cruzar la calle... pálida...
No se si es ella o su sombra, una sombra pálida... se acordará de mi?
No voy a tener fuerzas para gritarle, y es probable que ella tampoco las tenga
para mirarme.
Por qué se muda Carolina?
Para que dejen tranquilo al marido, pobre tipo no lo dejan en paz, desde que
salió en los diarios. No creas nada de lo que dicen los diarios, están
empecinados en molestar a la buena gente... un tipo tan noble... a la gente de
valores se la persigue, el mundo está dado vuelta.
Carolina no me habla... dicen los chicos que ya no dará más clases...
Pobre mujer, pobre mujer, que calvario...
Se termina de sacar la ropa a ciegas, queda desnuda sentada en el cubo.
En un momento el disco, la púa, empieza a patinar, se raya la voz, repite la
misma palabra, nada...
... nada, nada, nada, nada... y ella abre los ojos y saca el disco y tiembla y
todos nos quedamos mudos... nada, nada, nada... nada... nada... nada....
No sé por que hace días tengo ganas de recordar, no me sucede a menudo.
Debe ser que la otra mañana soñé con eso, con la voz del disco que se repetía
y me desperté con vértigo, como si me hubieran ahuecado.
Qué decía?
No me acuerdo...




Ella hablaba despacito y cada tanto charlábamos cosas hermosas, yo me
sentía en esas charlas de mujeres...
Qué decía?
No me acuerdo.
... Había un ademán que hacía con la mano, a ver si me sale...
Intenta reconstruir ese ademán pero no lo logra, está perturbada.
Era tan delicado... como si acariciara el aire..
Tenemos la obligación de ser felices, cada tanto...
Ya es hora que te levantes, ya no sos una nena, por qué sos tan rebelde, por
qué me hacés renegar, por qué has crecido, con qué derecho, por qué hacés
llorar a tu madre, que mala que sos, que mala que te has puesto....
Me pasa de abrir los ojos... o querer abrirlos y no poder... me pasa de querer
ponerme en pie y preguntarme para qué....
Cómo voy a atravesar este día, con que fuerza, de qué modo, para qué... no
voy a poder.. no voy a poder.. no voy a poder...
Cuántos años tengo?
Qué lugar es este?
Quienes son ustedes, los que habitan al otro lado de la puerta?
Cómo los voy a mirar a los ojos?
De qué forma puedo armar una sonrisa que pueda complacerlos?
Cuándo se deja de ser nena, cuando se deja de ser joven, cuando se deja de
ser mujer, cuándo se deja de ser vieja, cuándo se deja de ser...
... Carolina decía...
...Algo del alma...
Yo dudo que el alma exista... ella no...
Hay unos laberintos en el cerebro en los que uno se pierde, y si empieza a
buscar la salida pude perderse del todo así que es mejor quedarse quieta, no
pensar más allá de lo indispensable.
Yo fui feliz muchas veces ( piensa, cuenta con los dedos ), me enamoré tres
veces, viajé bastante, no puedo quejarme, estudié, me hicieron dos raspajes,
cuando iba a ser el tercero, pensé que no iba a resistir así que tuve un hijo que
es la alegría de mamá y también la mía aunque sea medio salvaje el pobre, el
médico dice que le falta la figura paterna y yo le digo que para eso está el
abuelo y el dice que no es suficiente pero que saben los médicos de cómo vive
una en realidad.
Qué saben de la realidad...
La realidad, en realidad he sido feliz... muy feliz, de chica, de grande...
Pequeña cruel bonita recítame ese poema, por qué estás tan callada?





Me olvidé de todo...
Ella hablaba de su alma y yo creo en los cerebros... el alma es nada...
... nada, nada, nada.
Aunque a veces siento que algo se me infla adentro, y me digo que debe ser el
alma, que puedo estar equivocada.
Y yo quisiera hacer con mi alma un lugar de todos.... desplegarla como un
mantel, colocarla en la mesa, poner platos, tenedores y cuchillos...
Vasos repletos de vino...
Que coman y tomen hasta saciarse, y que haya sol, un sol tranquilo...
... Y sentarla a Carolina en la punta.
Ella comería prolijita, y yo la miraría, y nos miraríamos con complicidad, y ella
sonreiría porque era de poco sonreír.
Y al final cuando los estómagos estén llenos le pediría que, como regalo, recite
el poema más hermoso, el que ella ame más, y se pondría de pie y con esa
voz, sonando en el medio de la nada, nos dejaría a todos extasiados y al
concluir le pediría otro y después otro y yo los repetiría en voz baja para
grabarlos para siempre...
Tengo esa imagen que se me incrusta antes de dormir, como una braza me
quema en la noche...
Tendría que tener alma pero soy cruel.
Sos hija del rigor, si ya sé mamá, prometo comportarme.
Tendría que tener alma... o si la tengo no sé donde está, o en que rincón se me
ha quedado atorada. ( se ríe, una risa seca que se aplaca, se para sobre el
cubo ) ...
Pequeña mía...
Pequeña cruel....
Pequeña cruel bonita.... recitános algo, hacemos silencio y recitános algo...
Por qué será que tengo tantas ganas de hablar de hablar hasta quedarme
seca, sin palabras....
Pequeña cruel bonita, te estamos escuchando...
Hagan silencio, está por declamar...
Marga se pone firme, abre los brazos, los eleva, repite la partitura de gestos del
principio pero con desgano, parece una muñeca desarticulada, a punto de
quebrarse. No abre la boca.
Se tapa con sus manos la desnudez.
Se aquieta.
Baja del cubo, lo abre, una luz débil sale del interior. Ella entra al cubo, se
pliega y cierra la tapa.
Todo queda oscuro.



30/3/15

MAQUINA HAMLET Heiner Müller

MAQUINA HAMLET                                    Heiner Müller

1. ALBUM DE FAMILIA

Yo fui Hamlet. De pie a orillas del mar conversaba con la rompiente. BLA-BLA., a mis espaldas las ruinas de Europa. Las campanas anunciaban exequias oficiales, asesino y viuda una misma pareja, en paso de ganso detrás del alto cadáver los consejeros llorando al ritmo de una pena mal paga DE QUIEN ES EL CUERPO/ EN EL COCHE DEL FERETRO/ POR QUIEN TANTO LLANTO Y GEMIDO /POR QUIEN/ ES EL CADAVER DE UN HOMBRE GENEROSO EN LIMOSNAS el pueblo en posición de firmes, fruto de su arte de gobernar ESTE ERA UN HOMBRE QUE SOLO SABIA TOMAR TODO DE TODOS. Paré la marcha fúnebre, clavé mi espada en el féretro, se rompió la cuchilla, con la punta rota abrí el ataúd y repartí al progenitor muerto CARNE QUE LLAMA A LA CARNE entre los miserables. El luto se transformó en júbilo, el júbilo en chasquido de hambrientas mandíbulas, sobre el féretro vacío  el asesino se montó a la viuda TE AYUDO TIO LAS PIERNAS BIEN ABIERTAS MAMA. Me tiré en el piso y escuché  que el mundo giraba al compás de su putrefacción.
I”M GOOD HAMLET GI”ME A CAUSE FOR GRIEF
AH THE WHOLE GLOBE FOR A REAL SORROW
RICHAR THE THIRD I THE PRONCEKILLING KING
OH MY PEOPLE WHAY HAVE A DONE UNTO THEE
COMO UNA JOROBA ARRASTRO EL PESO DE MI CEREBRO
PAYASO SUPLENTE EN LA PRIMAVERA COMUNISTA
SOMETHING IS ROTTEN IN THIS AGE OF HOPE
LET”S DELVE IN EARTH AND BLOW HER AT THE MOON

Aquí llega el fantasma que me fabricó, el hacha sigue en el cráneo. No te saques el sombrero, sé muy bien que tienes un agujero de más. Ojalá mi madre hubiera tenido uno de menos cuando estabas dentro de la carne: me habría evitado a mi mismo. Deberían coser a todas las hembras, un mundo sin madres. Podríamos degollarnos en paz, y con cierto optimismo, cuando la vida se hace demasiado larga o la garganta demasiado estrecha para que salgan nuestros gritos. Qué te pasa viejo. No te basta con un responso oficial. Vividor, acaso no hay sangre en tus zapatos. Que me importa tu cadáver. Que suerte, aún te queda un gancho, a ver si todavía te suben al cielo. Que es lo que estás esperando. Los gallos estás degollados. Ya no se levantará la mañana.
ACASO DEBO
SOLO PORQUE ES USO Y COSTUMBRE METER UN
TROZO D HIERRO EN LA CARNE MAS PROXIMA O EN LA OTRA
AFERRARME SOLO PORQUE EL MUNDO GIRE
SEÑOR, HAZ QUE ME ROMPA EL CUELLO
CONTRA EL BANCO DE LA
TABERNA.

Aparece Horacio. Cómplice  de mis pensamientos, llenos de sangre, desde que la mañana está velada por un cielo vacío. A BUNA HORA LLEGAS AMIGO MIO/ PARA TU PAGA ES DEMASIADO TARDE / EN MI TRGEDIA YA NO HAY MAS LUGAR. Horacio, me conoces. Acaso eres mi amigo, Horacio. Y si me conoces, cómo puedes ser mi amigo. Te gustaría hacer del Polonio, el que se quiere acostar con su hija, la deliciosa Ofelia, que entra cuando se le da el pie, mira cómo mueve el culo, un papel trágico. HoracioPolonio. Ya sabía que eras un actor. Yo tmbién, yo hago de Hamlet. Dinamarca es una cárcel, entre nosotros está creciendo un muro. Mira lo que crece del muro. Exit Polonius. Mi  madre la novia. Sus pechos un cantero de rosas, su regazo la fosa de serpientes. Te olvidaste del texto, mamá. Te doy letra. LAVATE EL CRIMEN DE LA CARA, HIJO MIO. /PONLE A DINAMARCA OJOS DE ENAMORADO. Yo haré que de nuevo seas virgen, madre, para que tu rey tenga una boca con sangre. LA CALLE DEL SENO MATERNO NO ES DE SENTIDO UNICO. Ahora te ato las manos a la espalda porque me repugna tu abrazo con velo de novia. Ahora te arranco el vestido de novia. Ahora hay que gritar. Ahora embadurno los harapos de tu vestido de novia con el lodo que se convirtió en mi padre. Con los harapos tu cara tu vientre tus pechos. Ahora te cojo a ti, mi madre por las invisibles huellas suyas, las de mi padre. A tu grito lo sofoco con mi boca. No reconoces el fruto de tu vientre. Y ahora vete a tu boda, puta, ancha bajo el sol de Dinamarca que brilla sobre los vivos y los muertos. Quiero taponar las letrinas con el cadáver para que el palacio se ahogue en mierda real. Después deja que te devore el corazón, Ofelia, que llora mis lágrimas.

2. LA EUROPA DE LA MUJER

Enormous room. Ofelia. Su corazón es un reloj.
OFELIA (CORO / HAMLET)
Yo soy Ofelia. La que el río no retuvo. La mujer con la soba al cuello. La mujer con las venas rotas. La mujer de la sobredosis NIEVE SOBRE LOS LABIOS La mujer con la cabeza en el horno. Ayer dejó de matarme. Yo estoy sola con mis pechos mis muslos mi regazo. Rompo las herramientas de  mi cárcel la silla la mesa la cama. Destruyo el campo de batalla que era mi hogar. Arranco las puertas del cuajo para que entre el viento y el grito del mundo. Destrozo las ventanas. Con manos sangrantes rompo la fotografías de los hombres que amé y me usaron sobre la cama la mesa la silla el piso. Prendo fuego a mi cárcel. Y tiro mi ropa al fuego. Desentierro de mi pecho el reloj que fue mi corazón. Salgo a la calle vestida con mi sangre.

3. SCHERZO

Universidad de los muertos. Murmullos y susurros. Desde sus lápidas (púlpitos) los filósofos muertos arrojan sus libros sobre Hamlet. Galería (ballet) de las mujeres muertas. Mujer con la soga al cuello. Mujer  con las venas rotas, etc. Hamlet las observa con la actitud de quien está en un museo (teatro). Las muertas le arrancan la ropa del cuerpo. Desde un féretro erguido donde se lee la inscripción. HAMLET1 aparecen Claudio y Ofelia vestida y maquillada de puta. Striptease de Ofelia.
OFELIA
Quieres comer mi corazón, Hamlet. (Se rie)
HAMLET
(Las manos delante de la cara) Quiero ser una mujer.
Hamlet se viste con la ropa de Ofelia. Ofelia le pinta una máscara de puta. Claudio, ahora padre de Hamlet , se rie en silencio, Ofelia le tira un beso con la mano. Hamlet retrocede hacia el féretro con Claudio / padre de Hamlet. Hamlet en pose de puta. Un ángel con el rostro en la nuca: Horacio. Baila con Hamlet.
VOZ (VOCES) desde el féretro.
Lo que mataste también  habrás de amar.
La danza aumenta en velocidad y en delirio. Risa desde el féretro. Sobre una hamaca, la virgen del cáncer de pecho. Horacio abre un paraguas, abraza a Hamlet. El abrazo queda congelado debajo del paraguas. El cáncer de pecho brilla como un sol.


4. PESTE EN BUDA BATALLA POR GROENLANDIA

Espacio 2 destruído por Ofelia. Armadura vacía. El hacha clavada en el casco.
HAMLET
Titubea la estufa en el desasosiego de octubre.
A BAD COLD HE HAD OF IT JUST THE WORST TIME
JUST THE WORST TIME OF THE YEAR FOR A REVOLUTION
A través de los suburbios va floreciendo el cemento.
El Dr. Zhivago llora
a sus lobos
... EN INVIERNO BAJARAN AL PUEBLO.
ACTOR HAMLET
Yo no soy Hamlet. Ya no represento ningún papel. Mis palabras ya no me dicen nada. Mi pensamiento se chupa la sangre de las imágenes. Mi drama ya no tendrá lugar. El decorado es construido a mis espaldas. Por gente a quien no le importa mi drama, para gente a quien no le afecta. A mi tampoco me afecta. Yo no juego más.
Sin que el actor Hamlet lo perciba, los utileros traen una heladera y tres televisores. Ruido de la heladera. Tres canales sin sonido.
El decorado es un monumento. El monumento representa, cien veces ampliado, a un hombre que hizo historia. Una esperanza petrificada. Su nombre es intercambiable. La esperanza no se cumplió. El monumento está tirado en el piso, demolido tres años después de las exequias oficiales del igualmente odiado y vnerdo por quienes lo sucedieron en el poder. La piedra está  habitada. En los amplios agujeros de la nariz y los ojos, en los pliegues de la piel y del uniforme del monumento derribado, reside el sector indigente de la población de la metrópolis. Al tiempo de rigor después de la caída del monumento le sucede la sublevación. Mi drama, si aún tuviera lugar, sería en la época de la sublevación. La sublevación se inicia a manera de paseo, un paseo contrario a las leyes del tránsito, en horas de trabajo. La calle es de los peatones. Aquí y allá se vuelca algún auto. Pesadilla de un lanzador de cuchillos: desplazamiento lento por una calle d mano única hasta llegar  a una irrevocable playa de estacionamiento cercada por peatones armados. La policía, si interfiere el paso, es barrida hacia los costados. Una vez que la marcha llega al sector de los organismos oficiales, un cordón policial lo bloquea. Se forman grupos de los que emergen oradores. En el balcón de la casa de gobierno aparece un hombre mal enfundado en un frac y también comienza a hablar. Cuando lo alcanza la primera piedra, también él se refugia detrás de la puerta de cristal blindado. El reclamo por mayor libertad se convierte en el grito por el derrocamiento del gobierno. Se empieza  a desarmar a la policía, se asaltan dos o tres edificios, una cárcel, una comisaría, una oficina  de la policía secreta, se cuelga cabeza abajo a una decena de peones del poder, el gobierno recurre al ejército, tanques. Mi lugar, si  mi drama aún tuviera lugar, estaría a ambos lados del frente, entre los frentes, por encima. Yo, dentro del olor sudoroso de la muchedumbre, le tiro piedras  a la policía soldados tanques vehículos blindados, cristal blindado. Yo, mirando a través de las puertas del cristal blindado la masa que se agolpa, huelo el sudor de mi miedo. Yo, ahogado por las ganas de vomitar agitando el puño en contra de mí, parado detrás del vidrio blindado. Yo, transido de miedo y desprecio me veo a mi en medio de la agolpada muchedumbre, con espuma en la boca agitando el puño en mi contra. Cuelgo de los pies a mi propia carne uniformada. Yo soy el soldado en la boca del tanque, mi cabeza vacía debajo del casco, el grito sofocado bajo las orugas del tanque. Yo soy la máquina de escribir yo hago el nudo para la horca  de los cabecillas, yo retiro el taburete, yo me rompo la nuca. Yo soy mi propio prisionero. Yo alimento a las computadoras con mis datos. Hago el papel de saliva salivadera escupitajo cuchillo y herida diente y pescuezo soga y cuello. Yo soy el banco de datos. Sangrando  en la
Muchedumbre, recobrando el aliento detrás de la puerta de cristal. Segregando una flema de palabras por encima de la batalla en mi burbuja impermeable al sonido. Mi drama no tuvo lugar. Se perdió el texto. Los actores colgaron sus caras del gancho del camarín. El apuntador se pudre en su fosa. Sobre las butacas, apestados cadáveres disecados no mueven ni un dedo. Me voy a casa a matar el tiempo, unido / con mi yo no dividido.

Televisión Asco Día tras día asco Asco
Del palabrerío premasticado
De la felicidad en recetas
Cómo se escribe la palabra CONFORT
El homicidio nuestro de cada día danos Señor
Porque tuya es la nada Asco
de las mentiras de los que mienten
a quien sólo le creen los mentirosos
Asco del hocico de los hombres de acción marcada
por la lucha en pos de puestos votos cuentas bancarias
asco Cuadriga que destella agudezas
atraviezo las calles los centros comerciales caras
con la cicatriz de la lucha por el consumo. Pobreza
sin dignidad Pobreza sin la dignidad
del cuchillo del puño armado
del cuerpo humillado de las mujeres
Esperanza de generaciones
ahogada  en sangre cobardía estupidez.
Risas desde las barrigas muertas
Heil COCA COLA
Mi reino
por un asesino.

YO ERA MACBETH EL REY ME HABIA OFRECIDO A SU TERCER CONCUBINA CONOCIA UNA  A UNA LAS MANCHAS DE LA PIEL DE SUS CADERAS RASKOLVIKOV DEL CORAZON DEBAJO DEL UNICO SACO EL HACHA PARA EL / UNICO / CRANEO DE LA PRESTAMISTA.

En la soledad de los aeropuertos
Recobro el aliento Soy
un privilegiado Mi asco
es un privilegio
amparado por el muro
alambre de púas cárcel.

Fotografía del autor
Yo no quiero más comer beber respirar amar a una mujer un niño un animal. Ya no quiero morirme. Ya no quiero matar.
Despedazamiento de la fotografía del autor.
Yo desgarro mi carne sellada. Quiero habitar en mis venas, en la médula de mis huesos, en el laberinto de mi cráneo. Me retiro a mis tipas. En alguna parte están quebrando cuerpos para que yo pueda vivir en mi mierda en alguna parte están abriendo cuerpos para que yo pueda estar solo con mi sangre. Y tomo asiento en mi mierda, en mi sangre. Los pensamientos son heridas en mi cerebro. Mi cerebro es una cicatriz. Yo quiero ser una máquina. Brazos para agarrar piernas para andar ningún dolor ningún pensamiento.
Pantallas de TV apagadas. Sale sangre de la heladera. Tres mujeres desnudas: Marx, Lenin, Mao. Cada una en su lengua y todas a un tiempo pronuncian el siguiente texto:
HAY QUE DERROCAR LAS CONDICIONES EXISTENTES EN LAS QUE EL HOMBRE...
Actor Hamlet se viste y se coloca la máscara.
HAMLET EL DANES PRINCIPE Y PASTO DE GUSANOS TROPEZANDO
DE HOYO EN HOYO HACIA EL ULTIMO HOYO SIN GANAS
A SUS ESPALDAS EL FANTASMA QUE LO ENGENDRO
VERDE AL IGUAL QUE LA CARNE DE OFELIA EN LA CAMA DEL PARTO
Y APENAS ANTES DE QUE EL GALLO CANTE POR TERCERA VEZ EL BUFON LE ARRANCA
AL FILOSOFO SU GORRA DE CASCABELES
UN MASTIN FORNIDO SE METE DENTRO DE LA CORAZA.
Entra dentro de la armadura. Hiende el hacha en los cráneos de Marx, Lenin, Mao. Nieve. Período glaciar.

5. FEROZ ESPERA / EN LA TERRIBLE ARMADURA / MILENIOS

Mar profundo. Ofelia en silla de ruedas. A su lado pasan peces escombros cadáveres restos.
OFELIA
(mientras habla, dos hombres de guardapolvo blanco la envuelven con vendas de gasa. También a la silla de ruedas)
Desde aquí, Electra. En el corazón de las tinieblas. Bajo el sol de la tortura a todas las metrópolis de la tierra. En el nombre de las víctimas. Expulso todo semen que he recibido. Hago de la leche de mis pechos un veneno mortal. Retiro el mundo que engendré. Ahogo entre mis muslos al mundo que di a luz. Lo entierro en mi sexo. Muerte a la felicidad del sometimiento. Que vivan el odio, el desprecio, la rebeldía, la muerte. Cuando atraviese la alcoba empuñando el cuchillo sabrán la verdad.
Los hombres se retiran. Ofelia permanece sobre el escenario, inmóvil debajo del envoltorio blanco.

Traducción: Gabriela Massuh con la colaboración de Dieter Welke.
Buenos Aires, 1995.



27/3/15

La sonata de los espectros Srtinberg






AUGUST STRINDBERG

La sonata de los espectros



T.O.:  Spóksonaten.


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

PERSONAJES

El viejo, director Hummel.
El estudiante, Arkenholz.
La lechera (una visión).
La portera.
El muerto, cónsul.
La señora de negro, hija del muerto y la portera.
El coronel.
La momia, esposa del coronel.
Su hija, que es la hija del viejo.
El aristócrata, llamado barón Skanskorg, prometido
de la hija de la portera.
Johansson, criado de Hummel.
Bengtsson, mayordomo del coronel.
La novia, antigua novia de Hummel, una vieja de pelo
blanco.


DECORADO


Planta baja y primer piso de la fachada de una casa moderna, pero sólo la esquina de la casa, que en la planta baja termina en un salón redondo y en el primer piso en un balcón con un asta para banderas.
Por la ventana abierta del salón redondo se ve, cuando descorren las cortinas, tina estatua de mármol blanco de una mujer joven, rodeada de palmeras e intensamente iluminada por rayos solares. En la ventana de la izquierda se ven unas macetas de jacintos (azules, blancos, rosados).
En la barandilla del balcón del primer piso hay una sobrecama de seda azul y dos almohadas blancas. Las ventanas de la izquierda están tapadas con sábanas blancas. Es una mañana de domingo clara y soleada.
Delante de la fachada, en primer término, hay un banco verde.
A la derecha, en primer término, una fuente; a la izquierda, una columna para pegar carteles.
A la izquierda, al fondo, está la puerta de entrada a la casa, que deja ver la escalera de mármol blanco y el barandado de caoba y bronce. A ambos lados de la puerta, en la acera, hay unas macetas con laureles.
La esquina del salón redondo da también a una calle transversal, que nos imaginamos se pierde por el foro.
A la izquierda de la puerta de entrada, en la planta baja, hay una ventana con un espejo fisgón..

Al levantarse el telón se oyen lejanas las campanas de algunas iglesias.
Las puertas de la casa están abiertas. En la escalera hay una señora vestida de negro, inmóvil.
La portera barre la entrada. Luego lustra el bronce de la puerta. Después riega los laureles.
En una silla de ruedas, junto a la columna de los carteles, está el viejo Hummel leyendo el periódico. Tiene el pelo y la barba blancos y lleva gafas.
La lechera aparece por la esquina con unas botellas en una cesta de alambre. Va vestida de verano, con zapatos marrones, medias negras y un gorro blanco. Se quita el gorro y lo cuelga en la fuente. Se seca el sudor de la frente. Bebe un poco de agua del cazo. Se lava las manos. Se arregla el pelo, mirándose en el agua.
Se oye la sirena de un barco de vapor y la música del órgano de una iglesia próxima rompe, de vez en cuando, el silencio.
Después de unos minutos de silencio, cuando La lechera ya ha acabado de arreglarse, entra El estudiante, por la izquierda. Va sin afeitar, y parece que no ha dormido en toda la noche. Se dirige directamente a la fuente.

(Pausa.)
 El estudiante.—¿Me dejas el cazo?
(La lechera aprieta el cazo contra su cuerpo.)
El estudjante.—¿No has terminado aún?
(La lechera lo mira horrorizada.)
El viejo (para sí mismo).—¿Con quién estará hablando?... ¡Yo no veo a nadie!... ¿Estará loco?
(Continúa mirándolos con gran asombro.)
El estudiante.—¿Qué me miras? ¿Tan espantoso es mi aspecto?... Sí, sí no he dormido en toda la noche y tú, claro, supones que he estado de juerga...
(La lechera, como antes.)
El estudiante.—Que he estado bebiendo, ¿verdad?... ¿Huelo a vino?
(La lechera como antes.)
El estudiante.—Sí, voy sin afeitar, ya lo sé... Pero dame un poco de agua, chiquilla. Me la he ganado. (Pausa.) Bueno, entonces tendré que decirte que me he pasado la noche curando heridos y velando enfermos. Sabrás lo de la casa que se hundió ayer..., yo andaba por allí... Ahora ya lo sabes.
(La lechera enjuaga él cazo y le da de beber.)
El estudiante.—¡Gracias!
(La lechera está inmóvil.)
El estudiante (lentamente).—¿Quieres hacerme un gran favor? (Pausa.) Es lo siguiente: como puedes ver, tengo los ojos muy inflamados, pero como he estado tocando con las manos muertos y heridos, sería muy peligroso que yo me los lavase... ¿Quieres sacarme del bolsillo el pañuelo limpio, mojarlo en el agua fresca y humedecer mis pobres ojos?... Lo harás, ¿verdad?... ¿No quieres ser la buena samaritana?
(La lechera, tras ciertas dudas, hace lo que le pide.)
El estudiante.—¡Gracias, amiga! (Saca su monedero.)
(La lechera hace un gesto de rechazo.)
El estudiante.—Perdona mi torpeza, pero estoy medio dormido...
(La lechera sale.)
*
El viejo (al Estudiante).—Discúlpeme el atrevimiento de dirigirme a usted, pero he oído que usted presenció el accidente de ayer tarde... Precisamente estaba leyéndolo en el periódico...
El estudiante.—¿Ya lo han publicado?
El viejo.—Sí, está todo, y su fotografía también, aunque lamentan el no haber podido averiguar el nombre del valeroso estudiante...
El estudiante (mirando el periódico).—Pues sí... Soy yo. Y...
El viejo.—¿Con quién hablaba hace un momento?
El estudiante.—¿No lo vio?
(Pausa.)
El viejo.—¿Sería una impertinencia preguntarle su digno nombre?
El estudiante.—¿Para qué quiere saberlo? A mí no me gusta la publicidad..., un día todo son alabanzas y al siguiente vituperios..., el arte del menosprecio ha alcanzado tal perfección... Además, yo no pido recompensa...
El viejo.—¿Tan rico es?
El estudiante.—¡Qué va..., al contrario! Más pobre que las ratas.
El viejo.—Un momento..., me da la impresión que he oído su voz... En mi juventud tuve un amigo que no podía pronunciar la palabra ventana y siempre decía «fentana»... Sólo he conocido una persona con esa pronunciación y era él. La segunda es usted..., ¿no será usted acaso pariente de un mayorista llamado Arkenholz?
El estudiante.—Soy su hijo.
El viejo.—Son extraños caminos del destino... Yo a usted lo vi de niño, en circunstancias particularmente difíciles...
El estudiante.—Parece que vine al mundo en mitad de una quiebra...
El viejo.—¡Exacto!
El estudiante.—¿Podría yo también preguntarle su nombre?
El viejo.—Me llamo Hummel, soy director de empresa...
El estudiante.—¿Usted es...? Entonces, ya me acuerdo...
El viejo.—Habrá oído mencionar mi nombre con cierta frecuencia en el seno de su familia.
El estudiante.—Sí.
El viejo.—Y mencionarlo con cierta repulsa.
(El estudiante calla.)
El viejo.—¡Puedo suponérmelo!... ¡Se llegó a decir que yo había arruinado a su padre!... Siempre pasa lo mismo... Todos los que se arruinan en negocios descabellados consideran que el causante de su ruina es aquel a quien no consiguieron engañar. (Pausa.) Lo cierto es que su padre me robó diecisiete mil coronas, es decir, todo lo que tenía en aquel tiempo.
El estudiante.—Es curioso que una historia se pueda contar de dos maneras tan diametralmente opuestas.
El viejo.—¿No creerá que le estoy mintiendo?
El estudiante.—¿Y qué quiere que crea? Mi padre no mentía.
El viejo.—Es muy cierto, un padre no miente nunca..., pero yo también soy padre, así es que...
El estudiante.—¿Adonde quiere ir a parar?
El viejo.—Mire, yo salvé a su padre de la miseria y él me pagó con el terrible odio del que se ve obligado a sentirse agradecido..., enseñando a su familia a hablar mal de mí.
El estudiante.—Quizá fue usted el que provocó su ingratitud al envenenar la ayuda con humillaciones innecesarias.
El viejo.—Toda ayuda es humillante, caballero.
El estudiante.—¿Qué quiere de mí?
El viejo.—No le voy a pedir dinero, pero si usted me hiciese unos pequeños servicios me consideraría bien pagado. Ya ve que soy un inválido; unos dicen que por mi culpa, otros se la echan a mis padres. Pero yo creo que la causa es la vida misma con sus malas artes, porque si uno logra sortear una trampa cae en la siguiente. Sea como fuere, el caso es que no puedo andar subiendo escaleras, ni tirando del cordón de las campanillas. Por eso le digo: ¡ayúdeme!
El estudiante.—¿Qué tengo que hacer?
El viejo.—En primer lugar, lléveme hasta aquella columna para poder leer la cartelera. Quiero ver lo que dan esta tarde...
El estudiante (empujando la silla de ruedas).—¿No tiene a nadie que le ayude?
El viejo.—Sí, pero ha ido a hacer un recado..., volverá en seguida... ¿Estudia usted medicina?
El estudiante.—No, idiomas. Pero no sé muy bien a qué me voy a dedicar...
El viejo.—¿Ah, no?... ¿Anda usted bien en matemáticas?
El estudiante.—Sí, relativamente. Me defiendo.
El viejo.—¡Estupendo!... ¿Le interesaría encontrar un trabajo?
El estudiante.—Sí, ¿por qué no?
El viejo.—¡Muy bien! (Leyendo la cartelera.) Dan La Valquiria en matine... Entonces el coronel y su hija estarán allí y como siempre se sientan en las butacas de la sexta fila, junto al pasillo, yo lo sentaré a su lado... Hágame el favor de ir a esa cabina telefónica a reservar un asiento de la fila seis, el número ochenta y dos.
El estudiante.—¿Quiere usted que vaya a la ópera a primera hora de la tarde?
El viejo.—Sí. Y si hace lo que le digo ya verá como todo sale bien. Quiero que usted sea feliz, rico y respetado. Su debut de ayer en el papel de intrépido salvador, lo convertirá mañana en un hombre famoso y su nombre se cotizará muy alto.
El estudiante (yendo hacia la cabina telefónica).—¡Qué aventura tan extraña!
El viejo.—¿Es usted deportista?
El estudiante.—Sí, ha sido mi desgracia...
El viejo.—¡Que ahora convertiremos en fortuna!... ¡Vaya a telefonear!
(El viejo se pone a leer el periódico.)
(La señora de negro ha salido a la acera y se ha puesto a hablar con La portera. El viejo escucha la conversación, que el público no oye.)


(El estudiante entra.)
El viejo.—¿Ya está?
El estudiante.—Ya.
El viejo.—¿Ve usted esa casa?
El estudiante.—Me he fijado mucho en ella... Ayer, sin ir más lejos, pasé por aquí cuando el sol resplandecía en las ventanas..., e imaginándome toda la belleza y el lujo que habrá ahí dentro... le dije a mi amigo: ¡Quién tuviera un piso ahí, en la cuarta planta, una mujer joven y guapa, dos hermosos hijos y unos ingresos de veinte mil coronas anuales...!
El viejo.—¿Ah, sí? ¿Dijo usted eso? ¡Vaya, vaya! A mí también me gusta mucho esa casa...
El estudiante.—¿Usted negocia con casas?
El viejo.—En cierto modo... Pero no como usted cree...
El estudiante.—¿Conoce a la gente que vive ahí?
El viejo.—A todos. A mi edad uno conoce a todos, a sus padres y antepasados, y resulta ser siempre pariente de ellos de alguna manera. Acabo de cumplir los ochenta..., pero a mí no me conoce nadie, me refiero a conocerme de verdad... A mí me interesan mucho los destinos humanos...
(Descorren las cortinas del salón redondo. En el interior se ve al Coronel vestido de paisano. Se acerca a mirar el termómetro que hay en la parte exterior del marco de la ventana y luego se dirige al centro de la habitación, ] donde se detiene delante de la estatua de mármol.)
El viejo.—Mire, ése es el coronel. Dentro de un rato usted estará sentado a su lado...
El estudiante.—¿Ese es... el coronel? Yo no entiendo nada de esto. Es como un cuento de hadas...
El viejo.—Toda mi vida es como un libro de cuentos, caballero. Y aunque los cuentos son distintos, hay un hilo que los mantiene unidos y un leit motiv que se repite con toda regularidad.
El estudiante.—¿De quién es la estatua de mármol que se ve ahí?
El viejo.—Es su mujer, naturalmente...
El estudiante.—¿Era realmente tan maravillosa? Parece tan afable...
El viejo.—Bueno... Sí, sí...
El estudiante.—¡Hable claro!
El viejo.—No podemos juzgar a los seres humanos, hijo mío... Y si yo ahora le dijese que lo abandonó, que él le pegaba, que regresó, que se volvió a casar con él y que ella está ahí dentro ahora convertida en momia y adorando a su propia estatua, usted pensaría que yo estaba loco.
El estudiante.—¡No entiendo nada!
El viejo.—¡Ya me lo supongo!... Y ahí tenemos la ventana de ios jacintos. Ahí vive su hija..., está dando un paseo a caballo, pero volverá en seguida...
El estudiante.—¿Quién es la señora de negro que está hablando con la portera?
El viejo.—Bueno, eso es un poco complicado. Tenía algo que ver con el muerto, el que vivía ahí arriba, en el piso de las sábanas blancas en las ventanas...
El estudiante.—¿Y quién era, pues, el muerto?
El viejo.—Un hombre como nosotros, pero al que no le cabía la vanidad en el cuerpo... Si usted fuese uno de esos «niños de domingo», como tendría poderes mágicos, pronto lo vería salir por ese portal para contemplar satisfecho la bandera del consulado a media asta... Era cónsul y le encantaban las coronas, los leones, las plumas en los sombreros y las cintas de colores.
El estudiante.—¿Ha dicho usted algo de los niños nacidos en  domingo?... Pues, precisamente, yo creo que nací en domingo...
El viejo.—¡No! ¿Así es que usted...? Debía haberlo supuesto... por el color de sus ojos... ¡Pero entonces usted puede ver lo que no ven los demás! ¿No lo ha notado?
El estudiante.—Yo no sé lo que ven los demás, pero a veces..., bueno, ¡de eso no se habla!
El viejo.—¡Estaba casi seguro! Pero conmigo sí que puede hablar..., porque yo..., yo esas cosas las entiendo...
El estudiante.—Ayer, por ejemplo..., me sentí arrastrado irresistiblemente hacia esa calle apartada donde luego se derrumbó la casa..., llegué y me paré delante de un edificio que no había visto nunca... Entonces noté que había una grieta en la fachada, oí cómo crujían las vigas. Eché a correr y cogí a un niño que pasaba junto al muro... Un segundo después se había derrumbado la casa... Estaba a salvo, pero en mis brazos, donde yo creía tener el niño, no había nada...
El viejo.—Ya decía yo... Estaba casi seguro... Pero explíqueme una cosa: ¿Qué hacía usted hace un momento gesticulando junto a la fuente? ¿Y por qué hablaba solo?
El estudiante.—¿No vio usted que estaba hablando con una lechera?
EL viejo (aterrorizado).—¿Una lechera?
El estudiante.—Sí, claro, la que me dio de beber en el cazo.
El viejo.—¿Ah, sí? ¿Así es que era eso?... Bueno, yo no tendré esa facultad de visionario, pero tengo otros poderes...
(Aparece una mujer de pelo blanco que se sienta junto a la ventana del espejo fisgón.)
¡Mire a la vieja de la ventana! ¿La ve?... ¡Bien! Una vez, hace sesenta años, fue mi novia... Yo tenía veinte... No tenga miedo, no me reconoce. 'Nos vemos todos los días sin que me produzca la menor impresión, a pesar de que nos juramos fidelidad eterna. ¡Eterna!
El estudiante.—¡Qué po sabían de la vida en sus tiempos! Ahora no les decimos esas cosas a las chicas.
El viejo.—Perdone nuestra torpeza, jovencito, pero no teníamos más luces... Pero ¿puede imaginar que esta vieja haya sido joven y bella?
El estudiante.—Parece imposible. Bueno, tiene una hermosa manera de mirar..., aunque no le veo los ojos.
(La portera sale con una cesta y echa por la acera unas ramitas de abeto.)
El viejo.—¡La portera!... La señora de negro es hija suya y del muerto, y por eso consiguió su puesto el marido de la portera..., pero la señora de negro tiene un pretendiente, un noble que espera hacerse rico. El está tramitando la separación, sí, claro, de su mujer, que le va a regalar una casa de piedra para librarse de él. Este distinguido pretendiente es yerno del muerto y allí, en aquel balcón, ve su ropa de cama que han sacado a orear... Es un poco complicado, ¿verdad?
El estudiante.—¿Un poco? ¡Horriblemente complicado!
El viejo.—Sí, así es, lo mire por donde lo mire, por dentro y por fuera. Aunque parece muy simple.
El estudiante.—Entonces, ¿quién es el muerto?
El viejo.—Me lo acaba de preguntar y ya le he contestado. Si usted pudiese ver lo que hay a la vuelta de la esquina, junto a la escalera de servicio, observaría a un grupo de mendigos a los que él ayudaba... cuando le daba por ahí...
El estudiante.—¿Era, pues, un hombre caritativo?
El viejo.—Sí..,, a veces.
El estudiante.—¿No siempre?
El viejo.—¡No,! ¡Los hombres son así! Oiga, caballero, empújeme un poco la silla hasta el sol. Tengo un frío horrible. Cuando uno no se puede mover, la sangre se le congela en las venas... Me voy a morir pronto, ya lo sé, pero antes tengo que arreglar unas cositas... Déme la mano y verá lo fría que está.
El estudiante.—¡Qué barbaridad! (Retrocede.)
El viejo.—¡No se vaya! Estoy cansado, estoy solo, pero no he estado siempre así, ¿sabe? Tengo tras de mí (Una vida infinitamente larga..., infinitamente... He -hecho sufrir a la gente y la gente me ha hecho sufrir a mí, así es que estamos en paz. Pero antes de morir quiero verlo feliz.». Nuestros destinos están entrelazados por lo de su padre... y por algo más...
El estudiante.—¡Pero suélteme la mano! Me está quitando las fuerzas. Me está helando la sangre..., ¿qué quiere usted de mí?
El viejo.—Paciencia, ya verá y entenderá... Ahí llega la señorita...
El estudiante.—¿La hija del coronel?
El viejo.—¡Sí! ¡Hija! ¡Mírela!... ¿Ha visto alguna vez una obra maestra parecida?


El estudiante.—Se parece mucho a la estatua de mármol de ahí dentro...
El viejo.—¡Pues claro! ¡Es su madre!
El estudiante.—Tiene razón... Jamás vi mujer así nacida de mujer... ¡Feliz aquel que logre llevarla al altar y a su hogar!
El viejo.—¡Usted la vio!... No todos descubren su belleza... Bueno, ¡estaba escrito!
*
(La joven entra por la izquierda, lleva un traje de montar inglés, anda lentamente, sin mirar a nadie, llega a la puerta, se para a decirle unas palabras a La portera y luego entra en la casa.)
(El estudiante tapándose los ojos con la mano.)
El viejo.—¿Está llorando?
El estudiante.—Cuando no hay esperanza sólo queda la desesperación.
El viejo.—Yo puedo abrir puertas y corazones, me bastaría con encontrar un brazo dispuesto a hacer mi voluntad... Sírvame y le daré poder...
El estudiante.—¿Es esto un pacto? ¿Tengo que vender mi alma?
El viejo.—¡No tiene que vender nada!... Mire, durante toda mi vida no he hecho más que coger. ¡Ahora siento ansias de dar! ¡De dar! Pero nadie quiere aceptar nada de mí... Soy rico, muy rico, y no tengo herederos, bueno, sí, un granuja que me está matando a disgustos... Sea usted como un hijo para mí, herédeme en vida, déjeme verlo gozar de la vida, aunque sea de lejos.
El estudiante.—¿Qué tengo que hacer?
El viejo.—Primero, ¡ir a ver La Valquiria!
El estudiante.—Eso ya estaba decidido... ¿Qué más?
El viejo.—¡Esta noche estará usted ahí dentro, en el salón redondo!
El estudiante.—¿Y cómo voy a entrar?
El viejo.—¡Gracias a La Valquiria!
El estudiante.—¿Por qué me ha elegido precisamente a mí para ser su instrumento? ¿Me conocía usted de antes?
El viejo.—¡Sí, naturalmente! Llevo cierto tiempo observándolo... Pero mire ahora allí, al balcón. La criada está izando la bandera a media asta en honor del cónsul... y ahora vuelve la ropa de cama:.. ¿Ve el edredón azul?... Era para tapar a dos personas, ahora es sólo para una...
(La joven, que ya se ha cambiado de ropa aparece en la ventana regando los jacintos.)
El viejo.—¡Ahí está mi chiquilla! ¡Mire, mírela!... Habla a las flores, ¿no le parece que es como el jacinto azul?... Les da de beber, agua pura, nada más, y ellas transforman el agua en colores y perfumes... ¡Ahora entra el coronel con el periódico!... Le enseña la noticia del derrumbamiento de la casa..., ahora le señala su fotografía. Ella no queda indiferente..., lee sus hazañas... Creo que se está nublando, imagínese que se ponga a llover. Buena me espera si el bueno de Johansson no vuelve pronto...
(El cielo se nubla y oscurece mucho. La vieja, sentada junto al espejo fisgón, cierra su ventana.)
El viejo.—Ahora mi novia cierra la ventana..., setenta y nueve años..., el espejo fisgón de la ventana es el único que usa, porque en él no se ve a sí misma; sólo ve el mundo exterior y desde dos puntos de vista... Pero el mundo puede verla, en eso no ha pensado... Por lo demás, es una hermosa anciana...
(El muerto, envuelto en su sudario, sale por la puerta de la casa.)
El estudiante.—¡Dios mío! ¿Qué es lo que veo?
El viejo.—¿Qué ve?
El estudiante.—¿Pero no ve usted al muerto allí, en la puerta?
El viejo.—No veo nada. Pero es justamente lo que esperaba. Vaya contándome...
El estudiante.—Sale a la calle... (Pausa.) Ahora vuelve la cabeza y se queda mirando la bandera.
El viejo.—¿Qué le dije? Seguro que se pone a contar las coronas y a leer las tarjetas de visita... ¡Y pobre del que falte!
El estudiante.—Ahora dobla la esquina...
El viejo.—Va a contar los pobres que hay junto a la puerta de servicio... Los pobres son tan decorativos: «acompañado por las bendiciones de una inmensa multitud», bueno, ¡pero lo que no va a tener es mi bendición!... Entre nosotros, le diré que era un verdadero tunante...
El estudiante.—Pero caritativo...
El viejo.—Un tunante caritativo, entonces, que se pasó . la vida pensando en un solemne entierro... Cuando se dio cuenta de que se acercaba su fin, estafó al Estado cincuenta mil coronas... Ahora su hija se ha liado con un hombre casado, cuyo matrimonio ha roto, y se pregunta si la herencia... Ese tunante está oyendo todo lo que decimos. ¡Bien merecido lo tiene! ¡Que le aproveche!... Aquí está Johansson.
(Johansson entra por la izquierda.)
El viejo.—¡El informe!
(Johansson dice algunas palabras inaudibles.)
El viejo.—¡Vaya! ¿Que no estaba en casa? ¡Eres un burro!... ¿Y el telégrafo? ¡Nada!... ¡Sigue!... ¿Esta tarde a las seis? ¡Está bien! ¿Edición especial?... ¡Con el nombre completo! El señor Arkenholz, estudiante, nacido en..., sus padres... ¡Excelente! Me parece que está empezando a llover... ¿Y qué es lo que dijo?... ¡Vaya, vaya!... ¿Que no quería?... ¡Pues tendrá que querer!... ¡Ahí viene el aristócrata!... Johansson, llévame a la puerta de servicio, quiero oír lo que dicen los pobres... Y usted, Arkenholz, espéreme aquí..., ¿comprendido?... ¡De prisa, de prisa!
 (Johansson dobla la esquina empujando la silla deruedas. El estudiante permanece inmóvil contemplando a La joven, que está removiendo la tierra de las macetas.)

El aristócrata (entra, vestido de luto, y se dirige a La señora vestida de negro, que ha estado yendo y viniendo por la acera).—Bueno, no hay nada que hacer... Tenemos que esperar.
La señora.—Yo no puedo esperar.
El aristócrata.—¿Ah, no?  ¡Entonces vete al campo!
La señora.—No quiero ir al campo.
El aristócrata.—Ven hacia aquí, si no van a oír lo que hablamos.
(Van hacia la columna de los carteles y allí continúan su conversación, inaudible para el público.)
*
Johansson (entra por la derecha; al Estudiante).—El patrón le pide que no se olvide de lo otro.
El estudiante (lentamente).—Oye..., dime una cosa: ¿quién es tu patrón?
Johansson.—¡El patrón! Es tantas cosas... Ha sido de todo.
El estudiante.—¿Está bien de la cabeza?
Johansson.—¿Qué quiere decir eso? Se ha pasado la vida buscando un «niño de domingo»..., bueno, eso es lo que él dice, pero puede no ser cierto...
El estudiante.—Pero ¿qué busca? ¿Es avaro?
Johansson.—Busca el poder, mandar... Anda todo el día ! dando vueltas en su silla de ruedas como si fuese el mismísimo dios Thor en su carro. Echa el ojo a las casas, las derriba, abre calles, construye plazas. Pero también entra en las casas, por la fuerza deslizándose furtivamente por las ventanas, juega con el destino de la gente, mata a sus enemigos y no perdona jamás... ¿Sabe usted que ese cojito ha sido un Don Juan? Claro que luego siempre lo han dejado las mujeres.
El estudiante.—¿Cómo se entiende eso?
Johansson.—Mire, es tan zorro que se las arregla para que las mujeres lo dejen cuando ya se ha cansado de ellas... Ahora es como un cuatrero en la feria de los hombres y se dedica a robar seres humanos de múltiples formas... A mí me sacó literalmente de manos de la justicia... Yo había tenido un desliz, hmm, y él era el único que lo sabía. En lugar de mandarme a la cárcel, me convirtió en su siervo. Y ahora trabajo como un negro sólo por la comida, que además no es nada del otro mundo...
El estudiante.—Entonces, ¿qué es lo que quiere hacer en esta casa?
Johansson.—Mire, ¡yo eso no se lo puedo decir! ¡Es tan complicado!
El estudiante.—Me parece que va a ser mejor que deje este lío..."
Johansson.—Mire, a la señorita se le ha caído la pulsera por la ventana...
(La joven ha dejado caer la pulsera por la ventana abierta.)
(El estudiante se acerca lentamente, recoge la pulsera y se la alcanza a La joven, que le da las gracias secamente. El estudiante vuelve al lado de Johansson.)
Johansson.—Así es que piensa abandonar el asunto... No crea que le va a ser fácil, porque cuando él coge a alguien en sus redes... Y no teme a nada de este mundo! Bueno, sí, una cosa, o mejor dicho, a una persona...
El estudiante.—¡Espere! ¡No me lo diga!... Creo que sé a quién.
Johansson.—¿Cómo va usted a saberlo?
El estudiante.—¡Adivinándolo! ¿No es... a una niña..., a una lechera, a quien teme?
Johansson.—Siempre que nos cruzamos con el carro de la lechease vuelve de espalda... y habla en sueños... Parece que una vez estuvo en Hamburgo...
El estudiante.—¿Se puede creer a un hombre así?
 Johansson.—¡Se le puede creer... capaz de todo!
El estudiante.—¿Qué estará haciendo ahí, a la vuelta de la esquina?
Johansson.—Escuchar a los pobres... Deja caer una palabrita, quita una piedrecita de aquí, luego otra de allí, hasta que se hunde la casa... Es una metáfora, claro... Yo antes era librero y soy una persona instruida, ¿sabe?... ¿Va a abandonar ahora?
El estudiante.—No me gusta ser desagradecido... Este hombre salvó a mi padre una vez y todo lo que me pide a cambio es un pequeño favor...
Johansson.—¿Qué favor?
El estudiante.—Que vaya a ver La Valquiria...
Johansson.—No lo entiendo... Pero siempre tiene nuevas ocurrencias... Mírele ahí, hablando con un policía..., siempre rondando a los policías. Los utiliza, los implica en sus asuntos, los mantiene ligados a él con falsas promesas y esperanzas vanas, mientras les saca la información que le interesa... ¡Ya verá como antes de que caiga la noche será recibido en el salón redondo!
El estudiante.—¿Qué es lo que busca ahí dentro? ¿Qué relación tiene con el coronel?
Johansson.—Me la imagino, aunque no sé nada. Ya lo verá con sus propios ojos, cuando entre usted ahí...
El estudiante.—¡Nunca podré entrar ahí!
Johansson.—¡Eso depende de usted!... Vaya a ver La Valquiria...
El estudiante.—,¿Es ése el método?
Johansson.—Sí, ¡cuando él se lo ha dicho...! Mire, mírelo ahí en su carro de combate, arrastrado en triunfo por los mendigos, que no van a recibir ni un céntimo. Sólo una vaga alusión a que les caerá algo el día de su entierro.
El viejo (entra, de pie en la silla de ruedas, arrastrada por Un mendigo y seguido por otros).—¡Gloria al noble joven que, jugándose la vida, salvó la de tantas personas en la catástrofe de ayer! ¡Viva Arkenholz!
(Los mendigos se destocan, pero no lanzan «burras». La joven en la ventana, agita un pañuelo. El coronel mira desde su ventana. La vieja se pone de pie. La criada sale al balcón a izar la bandera que estaba a media asta.)
El viejo.—¡Aplaudid, ciudadanos! Sí, ya sé que es domingo, pero el burro en el pozo y la espiga en el campo nos dan su absolución. Y aunque yo no soy un «niño de domingo», poseo el don de la adivinación y el arte de la medicina... Una vez logré devolverle la vida a un ahogado... Sí, fue en Hamburgo un domingo por la mañana, como ahora...
(Entra La lechera. La ven únicamente El estudiante y El viejo. Ella alza los brazos al aire como si estuviese ahogando y clava su mirada en El viejo.)
El viejo (se sienta y luego se derrumba aterrorizado).— ¡Johansson! ¡Sácame de aquí! ¡De prisa!... ¡Arkenholz, no olvide La Valquiria!
El estudiante.¿Y esto qué es?
Johansson.—¡Ya veremos! ¡Ya veremos!

TELÓN


En el salón redondo. Al fondo, una estufa de azulejos blancos con espejo, un reloj de péndulo y candelabros. A la derecha, el vestíbulo que deja ver una habitación pintada de verde con muebles de caoba. A la izquierda, sombreada por unas palmas, la estatua, que puede taparse con una cortina. A la izquierda, al fondo, puerta a la habitación de los jacintos, donde La joven está sentada leyendo. Vemos al Coronel, de espaldas, sentado, escribiendo, en la habitación verde.
Bengtsson, el criado, entra, de librea, con Johansson, que va de frac y corbata blanca. Vienen del vestíbulo.
Bengtsson.—Tú servirás la mesa, Johansson, y yo mientras recogeré los abrigos. No será la primera vez que sirves, ¿verdad?
Johansson.—Como sabes, durante el día empujo el carro de combate por las calles, pero por la noche sirvo la mesa cuando tenemos invitados... Siempre he vivido con el sueño de entrar en esta casa... Son gente rara, ¿no?
Bengtsson.—Sí. Un poco fuera de lo común, podríamos decir.
Johansson.—Y esta noche, ¿qué va a haber, una velada musical o qué?
Bengtsson.—Es la habitual cena de los espectros, como la llamamos nosotros. Toman té sin decir una palabra o bien el coronel pronuncia su monólogo. Y mordisquean las pastas todos a la vez, así es que suenan como las ratas de una buhardilla.
Johansson.—¿Por qué la llamáis la cena de los espectros?
Bengtsson.—Porque todos parecen espectros... Y llevan así veinte años, siempre las mismas personas, diciendo siempre lo mismo. O callándose para no tener que avergonzarse de su conducta.
Johansson.—¿No está la señora de la casa?
Bengtsson.—Sí, claro, pero, está loca. Se pasa la vida metida en un ropero, porque sus ojos no soportan la luz... Está ahí dentro... (Señala una puerta falsa que hay en la pared.)
Johansson.—¿Ahí dentro?
Bengtsson.—Sí, ya te he dicho que son gente un poco fuera de lo común...
Johansson.—¿Cómo es?
Bengtsson.—Como una momia..., si quieres verla... (Abre la puerta falsa.) ¡Mira, ahí la tienes!
Johansson.—¡Dios mío!...
La momia (gorjeando como un niño).—¿Por qué abres la puerta? ¿No te he dicho que tiene que estar cerrada?
Bengtsson (le habla como a un bebé).—¡Ta, ta, ta, ta! ¡Y ahora el lorito bonito será buenecito y le daremos su terroncito!... ¡Lorito, lorito real!
La momia (como un loro).—¡Lorito real! ¿Está Jacobo ahí? ¿Está el lorito ahí? Lorito..., currrre..., crrr...
Bengtssqn.—Cree que es un loro y tal vez lo sea... -  (A La momia.) ¡Polly, sílbanos un poco!
(La momia silba.)
Johansson.—¡He visto muchas cosas en mi vida, pero nunca nada parecido!
Bengtsson.—Mira, cuando una casa envejece, se llena de moho, y cuando las personas llevan mucho tiempo encerradas, martirizándose mutuamente, entonces se vuelven locas. Esta mujer, la señora de la casa —¡cállate, Polly!—, esta momia ha vivido aquí cuarenta años con el mismo marido, los mismos muebles, los mismos parientes, los mismos amigos... (Cierra la puerta del ropero de La momia.) Y de lo que ha ocurrido aquí en esta casa... no tengo ni idea... ¡Mira la estatua!... ¡Es la señora de joven!
Johansson.—¡Dios mío! ¿Esa es... la momia?
Bengtsson.—¡Sí! ¡Es para echarse a llorar!... Y la señora, impulsada por la fuerza de la imaginación o por lo que sea, ha ido adquiriendo algunas de las rarezas del locuaz pájaro..., por eso no aguanta inválidos ni enfermos... No aguanta ni a su propia hija. Como está enferma...
Johansson.—¿Está enferma la señorita?
Bengtsson.—¿No lo sabías?
Johansson.—¡No!... Y el coronel, ¿quién es?
Bengtsson.—¡Ya lo verás!
Johansson (contemplando la escena).—Es terrible pensar... ¿Cuántos años tiene ahora la señora?
Bengtsson.—Nadie lo sabe..., pero dicen que cuando tenía treinta y cinco representaba diecinueve y que convenció al coronel de que los tenía... aquí, en esta casa... ¿Sabes para qué emplean ese biombo japonés negro que hay al lado del diván?... Lo llaman el biombo de la muerte porque, cuando alguien va a morir, lo colocan delante de la cama... como en los hospitales...
Johansson.—¡Qué espanto de casa!... Y pensar que el estudiante estaba deseando entrar en ella como si fuese el paraíso...


Bengtsson.—¿Qué estudiante? ¡Ah, sí! El que va a venir esta noche... El coronel y la señorita se lo encontraron en la ópera y ambos quedaron encantados con él... ¡Hmmm! Y ahora me toca preguntar a mí: ¿quién es tu patrón? ¿El señor de la silla de ruedas...?
Johansson.—Sí, ése... ¿También va a venir él?
Bengtsson.—Invitado no está.
Johansson.—¡Pues vendrá sin invitación! ¡Si es sólo por eso...!
*
(El viejo aparece en el vestíbulo, con levita, sombrero de copa y muletas. Se desliza sigilosamente y se para a escuchar:)
Bengtsson.—Es un granuja redomado, ese viejo, ¿verdad?
Johansson.—¡No lo sabes tú bien!
Bengtsson.—¡Parece el mismísimo Satanás!
Johansson.—¡Y también es brujo!. Entra sin tener que abrir las puertas...
El viejo (avanza, da un tirón de orejas a Johansson).— ¡Sinvergüenza! ¡Ándate con cuidado! (A Bengtsson.) ¡Anuncia mi visita al coronel!
Bengtsson.—Estamos esperando invitados...
El viejo.—¡Ya lo sé! Pero puedo decirle que casi esperan mi visita, aunque no la deseen...
Bengtsson.—Si es así... Su nombre, por favor... ¡El señor Hummel!
El viejo.—¡El mismo, sí!
(Bengtsson sale por el vestíbulo y entra en la habitación verde cerrando la puerta.)
*
El viejo (a Johansson).—¡Vete de aquí!
(Johansson duda)
El viejo.—¡Que te vayas!
(Johansson sale por el vestíbulo.)
*
El viejo (inspecciona la habitación y se detiene delante de la estatua, profundamente asombrado).—¡Amalia! ... ¡Es ella!... ¡Ella! (Da una vuelta por la habitación tocando algunos objetos. Se arregla la peluca delante del espejo. Vuelve al lado de la estatua.)
La momia (desde dentro del ropero).—¡Lorito, lorito real!                                             
El viejo (sobresaltándose).—¿Qué es esto? ¿Hay un loro en el cuarto? Pues yo no lo veo.
La momia.—¿Está ahí Jacobo?
El viejo.—¡Aquí hay fantasmas!
La momia.—¡Jacobo!
El viejo.—¡Tengo miedo!... ¡Así es que éstos son los secretos que escondían en esta casa! (Contempla un cuadro, de espaldas al ropero.) ¡Es él!... ¡El!
La momia (sale del ropero, se acerca al Viejo por detrás y le quita la peluca).—Caín..., crrr... ¿Etes tú?... Currre..., crrr...
El viejo (da un salto).—¡Válgame Dios! ¿Quién eres?
La momia (con voz humana).—¿Eres Jacobo?
El viejo.—Me llamo Jacobo, ciertamente...,
La momia (emocionada).—¡Y yo Amalia!
El viejo.—¡No, no, no!... ¡Dios mío...!
La momia.—Que aspecto tengo, ¿verdad? ¡Sí, así soy ahora!... ¡Y así he sido!... Es muy edificante vivir... Yo ahora vivo prácticamente en el ropero, para no ver y para que no me vean... Y tú, Jacobo, ¿qué andas buscando por aquí?
El viejo.—¡Busco a mi hija! A nuestra hija...
La momia.—Ahí está.
El viejo.—¿Dónde?
La momia.—Ahí, en la habitación de los jacintos.
El viejo (mirando a La joven).—¡Sí, es ella! (Pausa.) ¿Y qué dice su padre? Bueno, me refiero al coronel..., tu marido.
La momia.—Una vez que me enfadé con él, le conté todo...
El viejo.—Y él entonces...
La momia.—No me creyó. Me contestó: «Eso es lo que suelen decir las mujeres cuando quieren asesinar a su marido.» De todas formas, fue un crimen terrible el que cometimos. Su vida es una pura falsedad, lo mismo que su árbol genealógico. A veces, leyendo el libro de la nobleza, pienso: ella va por el mundo con una partida de nacimiento falsa, como hacen las criadas, y eso se castiga con la cárcel.
El viejo.—Muchos lo hacen. Creo recordar que la tuya llevaba una fecha de nacimiento falsa...
La momia.—Fue mi madre la que me enseñó... ¡No fue culpa mía!... Sin embargo, tú eres el verdadero causante-de nuestro crimen...
El viejo.—¡No! ¡Fue tu marido el que lo provocó, cuando me quitó la novia!... Yo soy de los que no perdonan hasta no haber hecho pagar al culpable. Mi naturaleza me lo impide... Lo tomaba como una obligación sagrada... ¡y aún lo sigo haciendo!
La momia.—¿Qué buscas en esta casa? ¿Qué quieres? ¿Cómo has logrado entrar?... ¿Es por mi hija? Si la tocas, morirás.
El viejo.—¡Sólo quiero su bien!
La momia.—¡Pero tienes que perdonar a su padre!
El viejo.—¡No!
La momia.—Entonces, morirás. En esta habitación, detrás de ese biombo.
El viejo.—Si no hay más remedio... Pero cuando clavo los dientes en una presa, no la suelto...
La momia.—Quieres casarla con el estudiante, ¿por qué? Es un don nadie y no tiene un céntimo.
El viejo.—¡Yo lo haré rico!
La momia.—¿Estás invitado a cenar?
El viejo.—¡No, pero ya me las arreglaré para que me inviten a la cena de los espectros!
La momia.—¿Sabes quiénes vienen?
El viejo.—No muy bien.
La momia.—El barón..., el que vive en el piso de arriba y a cuyo suegro enterraron esta mañana...
El viejo.—Ese que se va a divorciar para casarse con la hija de la portera... ¡Ese que fue tu... amante!
La momia.—Y vendrá también tu antigua novia, la que sedujo mi marido...
El viejo.—¡Vaya colección!
La momia.—¡Dios mío, si al menos pudiésemos morir! ¡Si pudiésemos morir!
El viejo.—¿Por qué os seguís viendo?
La momia.—¡Nos atan crímenes, secretos y culpas!.. Hemos reñido y nos hemos separado, ¡ay!, tantísimas veces, pero siempre volvemos a reunimos...
El viejo.—Creo que viene el coronel...
La momia.—Entonces yo me voy con Adela... (Pausa.) ¡Jacobo, piensa en lo que haces! Perdónalo...
(Pausa. Ella sale.)
*
El coronel (entra, frío, reservado).—Tome asiento, por favor.
(El viejo se sienta lentamente.)
(Pausa.)
El coronel (mirándolo fijamente).—¿Es usted el autor de esta carta?
El viejo.—¡Sí!
El coronel.—¿Es, pues, el señor Hummel?
El viejo.—¡Sí!
(Pausa.)
El coronel.—Bueno, ya sé que usted ha comprado todos mis pagarés y que, por tanto, me tiene en sus manos. ¿Qué quiere usted de mí?
El viejo.—Quiero cobrar... de alguna manera.
El coronel.—¿De qué manera?
El viejo.—De una muy sencilla... No hablemos de dinero..., basta con que me admita en su casa... como invitado.
El coronel.—Si no es más que eso...
El viejo.—¡Gracias!
El coronel.—¿Y después?
El viejo.—¡Despida a Bengtsson!
El coronel.—¿Por qué lo voy a despedir? Mi criado de confianza, un hombre que lleva conmigo toda la vida..., condecorado con la medalla del Mérito Patriótico por su leal servicio a la patria..., ¿por qué voy a despedirlo?
El viejo.—Esas virtudes sólo existen en su fantasía... ¡El no es lo que aparenta!
El coronel.—¿Y quién lo es?
El viejo (vacila).—¡Muy cierto! ¡Pero Bengtsson tiene que salir de aquí!
El coronel.—¿Es que pretende mandar en mi propia casa?
El viejo.—¡Sí, claro! Al fin y al cabo soy el dueño de todo lo que hay en ella..., muebles, cortinas, vajillas, ropa blanca... y otras cosas.
El coronel.—¿Qué otras cosas?
viejo.—¡Todo! ¡Soy el dueño de todo lo que hay aquí!  ¡De todo!
El coronel.—¡Bien, sí, es .suyo! ¡Pero mi título y mi buena reputación seguirán siendo míos!
El viejo.—¡No! ¡Ni siquiera eso! (Pausa.) ¡Usted no es noble!
El coronel.—¿Que no...? ¿Cómo se atreve?
El viejo (sacando un papel).—Mire este papel, es una copia de una página del registro nobiliario. Léalo y verá que el linaje cuyo título ostenta lleva más de cien años extinguido.
El coronel (leyendo el papel).—Es verdad que he oído rumores de esa especie, pero yo heredé el título de mi padre... (Leyendo.) Es cierto. ¡Tiene usted razón!... ¡No soy noble!... ¡Ni siquiera eso! Entonces me quitaré el anillo con mi sello... Es verdad, también es suyo... ¡Ahí lo tiene!
El viejo (guardándose el anillo).—Sigamos, pues... ¡Usted tampoco es coronel!
El coronel.—¿Que no soy...?
El viejo.—¡No! Usted tuvo el grado de coronel en el cuerpo de voluntarios norteamericano, pero a raíz de la guerra de Cuba y la reorganización del ejército todos esos antiguos grados han sido anulados...
El coronel.—¿Es eso cierto?
El viejo (se lleva la mano al bolsillo).—¿Quiere leerlo?
El coronel.—¡No, no hace falta!... ¿Quién es usted para arrogarse el derecho de desnudarme a mí de esta manera?
El viejo.—¡Ya lo verá! Y ya que hablamos de desnudar..., ¿sabe usted quién es?
El coronel.—¿Cómo se atreve? Vergüenza debería darle...
El viejo.—Quítese la peluca y mírese al espejo. ¡Ah! Y sáquese antes la dentadura postiza, y afeítese el bigote, y pídale a Bengtsson que le suelte ese corsé de hierro que lleva. Veremos si en la imagen no se reconoce el criado XYZ, el que hacía la corte a una cocinera para comer de gorra.
(El coronel va a coger la campanilla que hay sobre la mesa.)
El viejo (se le adelanta).—¡No toque la campanilla! No se le ocurra llamar a Bengtsson, porque entonces les mandaría detener... ¡Ya llegan los invitados! ¡Y ahora calma, mucha calma, y sigamos representando nuestros papeles de siempre!
El coronel.—¿Quién es usted? Reconozco esa mirada y el tono de voz...
El viejo.—¡Nada de indagaciones! ¡Usted, a callar y a obedecer!

*

El estudiante (entra, le hace una inclinación de cabeza al Coronel).—¡Señor coronel!
El coronel.—¡Bienvenido a esta casa, joven! La valerosa conducta que tuvo en la catástrofe de ayer ha puesto su nombre en labios de todo el mundo. Considero un gran honor recibirlo en mi casa...
El estudiante.—Señor coronel, mi humilde origen... Su ilustre nombre y su noble cuna...
El coronel.—Permítanme que los presenta..., el señor Hummel, director...; el señor Arkenholz, estudiante... ¿Le importaría pasar a saludar a las señoras? El señor Hummel y yo tenemos que hablar un poco...
(El estudiante pasa siguiendo la indicación del Coronel, a la habitación de los jacintos. Allí se queda a la vista del público, de pie, hablando tímidamente con La joven.)
El coronel.—Un joven excepcional, le encanta la música, canta, escribe poesía... Si fuese noble y de mi mismo rango, yo no tendría nada en contra... bueno...
El viejo.—¿En contra... de-qué?
El coronel.—De que mi hija...
El viejo.—¡Su hija!... A propósito, ¿por qué está siempre metida ahí dentro?
El coronel.—Cuando no anda por ahí fuera, se empeña en estar en la habitación de los jacintos. Tal vez una manía... Aquí tenemos a la señorita Beata von Holsteinkrona..., una mujer encantadora..., de familia noble y con una renta acorde a su posición social...
El viejo (aparte).—¡Mi novia!
*
(Entra La novia, que tiene el pelo blanco y aspecto de loca.)
El coronel.—La  señorita  Holsteinkrona...,  el  señor Hummel... (La novia hace una ligera reverencia y se sienta.)
*
(Entra El aristócrata, misterioso, de luto, y se sienta.)
El coronel.—El barón Skanskorg...
El viejo (aparte, sin levantarse).—Me parece que es el ladrón de joyas... (Al Coronel.) Traiga a la momia para completar la colección...
El coronel (en la puerta de la habitación de los jacintos).—¡Polly!
La momia (entrando).—Currrre..., crr..., crrr...
El coronel.—¿Quiere que vengan también los jóvenes?
El viejo.—¡No! ¡Los jóvenes, no! Vamos a ahorrarles este trago...
(Se sientan todos en un círculo, mudos.)

*

El coronel.—¿Mando servir el té?
El viejo.—¿Para qué? A nadie le gusta el té. Dejémonos, pues, de hipocresías.
El coronel.—Entonces, ¿quiere que conversemos?
El viejo (lentamente y con pausas).—¿De qué? ¿Del tiempo, que todos conocemos? ¿De nuestros achaques, que ya estamos aburridos de repetir? Prefiero el silencio que nos permite oír los pensamientos y ver el pasado. El silencio no puede ocultar nada..., las palabras sí. El otro día leí que los diferentes idiomas surgieron entre los pueblos primitivos de la necesidad de cada tribu de ocultar sus secretos a las otras, tos idiomas son, pues, códigos secretos y el que encuentra la clave comprende todos los idiomas del mundo. Claro que también hay secretos que se pueden descubrir sin ayuda de una clave, sobre todo cuando es la paternidad lo que hay que demostrar. La prueba ante el tribunal es otra cosa. Dos falsos testigos, si sus testimonios concuerdan, constituyen una prueba concluyente. Aunque en las aventuras a que me refiero no se suele llevar testigos. La naturaleza ha dotado al ser humano de un sentimiento de pudor que trata de ocultar lo que tiene que ocultarse. Sin embargo, nos vamos metiendo, sin querer, en determinadas situaciones, y a veces se presenta la ocasión en que se desentierran los secretos más ocultos, en que se arranca la máscara del rostro del estafador, en que se descubre al bandido...
(Pausa. Todos se contemplan mutuamente en silencio.)
¡Qué silencio!
(Largo silencio.)
Y Aquí, por ejemplo, en esta respetable casa, en este hermoso hogar donde se funden la belleza, la cultura y la riqueza...
(Largo silencio.)
Todos los que estamos aquí sabemos muy bien quiénes somos..., ¿no es cierto?..., no hace falta que lo diga..., y todos me conocéis muy bien, aunque aparentáis ignorarlo... Ahí dentro está mi hija, mi hija, también eso lo sabéis... Ella había perdido las ganas de vivir, sin saber por qué... se estaba marchitando en este ambiente en que sólo se respiran crímenes, estafas y todo tipo de hipocresía... Por eso le he buscado un amigo en cuya compañía pueda sentir la luz y el calor que desprende una acción noble...
(Largo silencio.)
Esta es mi misión en esta casa: arrancar las malas hierbas, sacar los crímenes a la luz, saldar las cuentas, para que los jóvenes puedan empezar una nueva vida en esta mansión, que yo les he regalado.
(Largo silencio.)
Ahora les doy la oportunidad de salir libremente de aquí, a todos y a cada uno, en orden. ¡El que se quede irá a la cárcel!
(Largo silencio.)
¿Oyen el tic-tac del reloj? Parece el reloj de la muerte, esa carcoma que anuncia la muerte. ¿Oyen lo que dice? «La ho-ra, la ho-ra...» Cuando suenen las campanadas, dentro de un momento, habrá llegado vuestra hora. Entonces, y no antes, os podréis marchar. Pero ella siempre avisa antes de dar su golpe... ¡Escuchad! Os está avisando: «Puede dar la hora.» Y yo también puedo golpear...
(Da un golpe con la muleta sobre la mesa.)
¿Oyen?
(Silencio.)
La momia (va hasta el reloj y lo para. Después, clara y seriamente).—Pero yo puedo detener el curso del tiempo.:., puedo aniquilar el pasado, puedo deshacer lo hecho. Pero no con sobornos ni con amenazas..., sino mediante el dolor y el arrepentimiento... - (Se acerca al Viejo.) Nosotros somos una pobre gente, y lo sabemos. Hemos obrado mal, nos hemos equivocado, como todo el mundo. No somos lo que aparentamos, porque nosotros, que abominamos nuestras faltas, somos, en el fondo, mejores que nosotros mismos. Pero el que tú, Jacobo Hummel, entres aquí, bajo nombre falso, con la pretensión de erigirte en nuestro juez, demuestra que eres peor que nosotros, pobres criaturas. ¡Tú tampoco eres el que aparentas ser!... Eres un ladrón de seres humanos. Yo ya fui una vez víctima de tus falsas promesas. Tú mataste al cónsul que enterraron hoy..., lo ahogaste con sus pagarés. Te has apoderado del estudiante atándolo a ti con una deuda falsa, porque su padre nunca te debió un céntimo...
(El viejo ha tratado de levantarse y tomar la palabra, pero se derrumba en la silla y allí queda encogido. Durante el resto de la escena irá encogiéndose cada vez mas.)
La momia.—Pero hay algo oscuro en tu vida,' algo que no conozco bien...  ¡Y creo que Bengtsson lo sabe!
(llama con la campanilla.)
El viejo.—¡No, Bengtsson, no! ¡El no!
La momia.—¿Ah, sí?  ¡Entonces él lo sabe! (Vuelve a llamar.)
(Aparece La lechera en la puerta del vestíbulo, invisible para todos, excepto para El viejo, que queda aterrado. Al entrar Bengtsson, La lechera desaparece.)
La momia.—Bengtsson, ¿conoce usted a este señor?
Bengtsson.—Sí, lo conozco. Y él a mí. Como bien sabemos, los altibajos son frecuentes en la vida. Yo he estado a su servicio, y él, en otros tiempos, al mío. Se pasó dos años enteros haciéndole la corte a mi cocinera para sacarle la mejor comida... Como él se marchaba a las tres, ella preparaba la cena a las dos, y mi familia tenía que tomar la cena recalentada por culpa de ese animal...,"además se bebía el caldo, que , luego había que alargar con agua..., allí estaba, en la cocina, chupándonos la sangre como un vampiro. Nos quedamos hechos unos esqueletos... Y aún estuvo a punto de conseguir que nos metiesen en la cárcel, cuando acusamos a la cocinera de ladrona. Años más tarde, me topé con él en Hamburgo. Bajo nombre falso se dedicaba a la usura, o, mejor dicho, a chupar la sangre a la gente. Allí fue acusado de haber llevado a una niña con engaños a pasear sobre el mar helado para luego ahogarla. Parece que la niña había presenciado un crimen que él temía que se descubriera...
La momia (pasa la mano sobre el rostro del Viejo).— ¡Ese eres tú! ¡Danos ahora mismo los pagarés y el testamento!
(Johansson aparece en la puerta del vestíbulo y contempla la escena con profundo interés: ahora va a quedar libre de la esclavitud. El viejo saca un fajo de papeles y lo tira sobre la mesa.)
La momia (acariciándole la espalda al Viejo).—¡Lorito, lorito real! ¿Está ahí Jacobo?
El viejo (como un loro).—¡Jacobo está aquí!... Cacatúa..., túa, túa.
La momia.—¿Puede dar la hora el reloj?
El viejo (cloqueando).—¡El reloj puede dar la hora! (Imitando un reloj de cu-cú.) ¡Cu-cú, cu-cú, cu-cú!...
La momia (abriendo la puerta del ropero).—¡Ya ha sonado la hora!... Levántate y métete en el ropero donde me he pasado veinte años llorando nuestro crimen... Del techo cuelga una cuerda que puede representar la que tú utilizaste para ahogar al cónsul del piso de arriba y con la que intentabas estrangular a tu benefactor... ¡Anda!
(El viejo entra en el ropero.)
La momia (cierra la puerta).—¡Bengtsson! ¡Ponga el biombo delante de esa puerta! ¡El biombo de la muerte!
(Bengtsson coloca el biombo delante de la puerta.)
La momia.—¡Todo está consumado!... ¡Dios tenga piedad de su alma! Todos.—¡Amén!
(Largo silencio.)
*

(En la habitación de los jacintos, La joven acompaña al arpa la recitación del Estudiante.)
(Canción tras un preludio.)

Vi el sol, y me pareció
haber visto al Oculto.
Los hombres se deleitan con el fruto de sus obras.
Feliz aquel que practica el bien.
El acto cometido por impulso de la ira
no podrás repararlo con la maldad.
Consuela con tu bondad
al que has apenado y serás recompensado.
El que no ha cometido ningún mal no teme a nadie.
Es hermoso ser inocente.

Habitación decorada en un estilo bastante extraño, con motivos orientales. Por todas partes, jacintos de todos los colores. En la repisa de la estufa de azulejos hay una gran figura de Buda que sostiene en sus rodillas un bulbo de ascalonia del que sale un tallo coronado por una esfera de florecitas blancas estrelladas.
Al fondo, a la derecha, puerta que da al salón redondo, donde vemos al Coronel y a La  momia sentados en silencio y sin hacer nada. Se ve también un trozo del biombo de la muerte. A la izquierda, puerta que conduce a la antecocina y a la cocina.
El estudiante y La joven (Adela) junto a la mesa. Ella sentada ante el arpa y él de pie.
La joven.—¡Cante ahora a mis flores!
El estudiante.—¿Es ésta la flor de su alma?
La joven.—¡La única! ¿Le gustan los jacintos?
El estudiante.—¡Más que ninguna otra flor! Me encanta la figura virginal que surge esbelta y recta del bulbo, ese bulbo que descansa sobre el agua hundiendo en el líquido incoloro sus blancas y límpidas raíces. Me gustan sus colores: el blanco impoluto de la nieve, el suave dorado de la miel, el rosa juvenil, el rojo maduro, pero el que prefiero entre todos es el azul, el azul del rocío, el de unos ojos profundos, el azul de la fidelidad... Amo los jacintos más que el oro y las perlas. Los he amado desde niño, y los he admirado porque poseen todas las buenas cualidades que a mí me faltan... Sin embargo...
La joven.—¿Qué?
El estudiante.—Mi amor no es correspondido, porque «esas hermosas flores me odian...
La joven.—¿Y cómo es eso?
El estudiante.—Su perfume, fuerte y puro por efecto de los primeros vientos primaverales que vienen por donde se funden las nieves, trastorna mis sentidos, me ensordece, me deslumbra, me expulsa de la habitación, me dispara flechas envenenadas que me desgarran el corazón y me abrasan la cabeza. ¿Conoce usted la leyenda de esta flor?
La joven.—No. ¡Cuéntemela!
El estudiante.—Sí, pero antes le explicaré su significado. El bulbo, que flota en el agua o se hunde en el humus, es la Tierra. De él surge el tallo, recto como el eje del mundo, el tallo en cuya cima se abren las flores, sus estrellas de seis puntas.


La joven.—¡Sobre la Tierra, las estrellas! ¡Oh, es grandioso! ¿De dónde lo ha sacado? ¿Dónde lo ha visto?
El estudiante.—Déjeme pensar... ¡En sus ojos! Es, pues, una imagen del Cosmos... Por eso está Buda ahí sentado con el bulbo, que es la Tierra, observándolo atentamente, como incubándolo con su mirada, para verlo crecer y crecer hacia lo alto hasta convertirse en un cielo... ¡La transformación de la pobre tierra en cielo! ¡Eso es lo que está esperando Buda!
La joven.—Ahora lo entiendo..., ¿no son también los copos de nieve estrellas de seis puntas como la flor del jacinto?
El estudiante.—¡Así es!... Los copos de nieve son estrellas que caen...
La joven.—Y el galanto es una estrella de nieve... nacida de la nieve.
El estudiante.—Pero Sirio, que es la estrella más grande y hermosa del firmamento, es roja y amarilla. Es el narciso con su cáliz rojo y amarillo y sus seis rayos blancos...
La joven.—¿Ha visto la ascalonia en flor?
El estudiante.—¡Sí, claro que la he visto!... Sus flores forman una bola, una esfera que parece el globo celeste sembrado de blancas estrellas...
La joven.—¡Dios mío! ¡Qué grandioso! ¿De quién ha sido esa idea?
El estudiante.—¡Tuya!
La joven.—¡Tuya!
El estudiante.—¡Nuestra!... Hemos dado a luz algo juntos» estamos casados...
La joven.—Aún no...
El estudiante.—¿Qué es lo que falta?
La joven.—¡La espera, las tribulaciones, la paciencia!
El estudiante.—¡Bien! ¡Ponme a prueba! (Pausa.) Oye, ¿por qué están tus padres ahí dentro tan callados, sin decir una palabra?
La joven.—Porque no tienen nada que decirse, porque el uno no cree lo que le dice el otro. Mi padre lo formuló así: ¿Para qué queremos hablar si ya no podemos engañarnos?
El estudiante.—Es espantoso oírlo...
La joven.—Ahora viene la cocinera... Mírala bien, fíjate lo gorda que está...
El estudiante.—¿A qué viene?
La joven.—Vendrá a consultarme algo sobre la cena. Soy yo quien lleva la casa durante la enfermedad de mi madre...
El estudiante.—¿Qué tenemos nosotros que ver con la cocina?
La joven.—Hay que comer... Mira a la cocinera..., yo ya no puedo ni mirarla...
El estudiante.—¿Quién es esa giganta?
La joven.—Es de la familia de vampiros Hummel... Nos está devorando...
El estudiante.—¿Por qué no la despedís?
La joven.—¡Si no se va! No podemos con ella... Es la cruz que llevamos por nuestros pecados... ¿No ve cómo nos vamos marchitando, consumiendo...?
El estudiante.—¿No les da de comer?
La joven.—¡Oh, sí! Nos da muchos platos, pero sin sustancia... Cuece la carne y a nosotros nos sirve unas hilachas flotando en agua,.después de haberse tomado ella el caldo. Y cuando hace un asado, le exprime bien el jugo y se toma toda la salsa. Todo lo que ella toca pierde su sustancia. Es como si se la bebiese con los ojos. Se toma el buen café y a nosotros nos sirve los posos. Se bebe las botellas de vino y las vuelve a llenar con agua...
El estudiante—¡A la calle con ella!
La joven.—¡No podemos echarla!
El estudiante.—¿Por qué?
La joven.—¡No sabemos! ¡No se va! Nadie puede con ella..., ¿nos ha dejado sin fuerzas!
El estudiante.—¡Dejadme que la eche yo!
La joven.—¡No! ¡Supongo que es así como tiene que ser! Ya está aquí. Ahora me preguntará qué prepara de cena. Yo le contestaré que esto y aquello. Ella me pondrá reparos y al final hará lo que le dé la gana.
El estudiante.—Entonces déjala que decida ella.
La joven.—No quiere.
El estudiante.—¡Qué casa tan extraña!  ¡Está embrujada!
La joven.—¡Sí!... ¡Ahora te ha visto! ¡Se da la vuelta!

*

La cocinera (en la puerta).—¡No, no ha sido por eso!
(Se ríe, dejando ver los dientes.)
El estudiante.—¡Fuera de aquí, bruja!
La cocinera.—¡Me iré cuando me dé la gana! (Pausa.) ¡Y ahora me da la gana!
(Sale.)
La joven.—¡No pierdas los estribos!... Practica la virtud de la paciencia. Ella es una de las pruebas que sufrimos en esta casa. Pero también tenemos un criada... ,   y yo ando limpiando detrás de ella.
El estudiante.—¡Es el colmo! ¡Cor in aethere! ¡Una canción!
La joven.—¡Espera!
El estudiante.—¡Una canción!
La joven.—¡Paciencia!... A esta habitación la llamamos la de las pruebas... En apariencia es hermosa, pero no es más que un conjunto de imperfecciones...
El estudiante.—¡Increíble! ¡Habrá que hacer, pues, la vista gorda! Es hermosa, sí, aunque un poco fría. ¿Por qué no encendéis la estufa?
La joven.—Porque se llena todo de humo.
El estudiante.—¿No se puede deshollinar la chimenea?
La joven.—¡Es inútil!... ¿Ves ese escritorio?
El estudiante.—¡Un mueble espléndido!
La joven.—Pero cojea. Todos los días le pongo un tro-cito de corcho debajo de la pata, pero la criada lo quita cuando limpia y al día siguiente tengo que poner otro nuevo. Todas las mañanas encuentro la pluma y el recado de escribir manchados de tinta. Y yo tengo que ir detrás de ella limpiando lo que ensucia, todos los días del año... (Pausa.) ¿Cuál es el trabajo que menos te gusta?
El estudiante.—¡Clasificar la ropa sucia! ¡Uf!
La joven.—¡Ese es mi trabajo! ¡Uf!
El estudiante.—¿Y qué más?
La joven.—Que me despierten en el mejor de los sueños y tener que levantarme para echar el seguro de la ventana... porque la criada se olvidó de hacerlo.
El estudiante.¿Y qué más?
La joven.—Subirme a una escalera para arreglar la cuerda del tiro de la estufa que rompió la criada.
El estudiante.¿Y qué más?
La joven.—Ir detrás de ella barriendo, limpiando el polvo y encendiendo la estufa..., ella no hace más que poner la leña. Atender el tiro de la estufa, secar los vasos, volver a poner bien la mesa, descorchar las botellas, abrir las ventanas para ventilar la casa, volver a hacer bien mi cama, enjuagar la botella del agua cuando ya está verde de posos, comprar cerillas y jabón que nunca hay en casa, limpiar los tubos de los quinqués y cortarles la mecha para que no humeen, y si quiero estar segura de que no se me van a apagar cuando tenemos invitados, tengo que llenarlos de petróleo yo...
El estudiante.—¡Toca algo!
La joven.—¡Espera!... Primero están los trabajos, los esfuerzos necesarios para que no entre aquí la suciedad de la vida.
El estudiante.—Pero vosotros sois ricos. Tenéis dos criadas.
La joven.—¡Es inútil! ¡Daría igual tener tres! La vida es muy trabajosa, y a veces estoy tan cansada... ¡Imagínate además un cuarto con niños!
El estudiante.—La mayor de las alegrías...
La joven.—Y la más cara... ¿Es que vale la pena que uno se dé tantos trabajos para vivir?
El estudiante.—Depende de la recompensa que uno espere de su trabajo... Yo estaría dispuesto a todo por conseguir tu mano.
La joven.—¡No digas eso!... ¡No la conseguirás nunca!
El estudiante.—¿Por qué?
La joven.—¡No me lo preguntes!
(Pausa.)


El estudiante.—Dejaste caer la pulsera por la ventana...
La joven.—Se me cayó porque mi muñeca ha adelgazado tanto...
(La cocinera aparece con un frasco, con etiqueta japonesa, en la mano.)
La joven.—Ahí tienes a la que me está devorando, a mí ya todos nosotros.
El estudiante.—¿Qué lleva en la mano?
La joven.-¡Es el frasco de colorante con esas letras que parecen escorpiones! ¡Es la soja, que convierte el agua en caldo, que sustituye las salsas, que lo mismo usa para cocer la col que para hacer sopa de tortuga!
El estudiante.—¡Largo de aquí!
La cocinera.—Ustedes nos chupan nuestra sangre y nosotros les chupamos la suya. Nosotros les sacamos la sangre y les devolvemos agua teñida... ¡Aquí está el colorante!... ¡Ahora me voy, pero seguiré en esta casa hasta que me dé la gana! (Sale.)
El estudiante.—¿Por qué le dieron a Bengtsson la medalla?
La joven.—Por sus grandes virtudes.
El estudiante.—¿Es que no tiene defectos?
La joven.—Sí, enormes. Pero por los defectos no dan medallas.
(Ambos sonríen.)
El estudiante.—Esta casa está llena de secretos...
La joven.—Como las demás... ¡Déjanos conservar los nuestros!
El estudiante.—¿Amas la sinceridad?
La joven.—Sí, con mesura.
El estudiante.—A veces me invade un rabioso deseo de decir todo lo que pienso, pero sé que el mundo se hundiría si los hombres fuésemos totalmente sinceros. (Pausa.) El otro día estuve en un funeral..., en la iglesia..., fue una ceremonia muy solemne y hermosa.
La joven.—¿El funeral del señor Hummel?
El estudiante.—Sí, el de mi falso benefactor... En la cabecera del féretro estaba un viejo amigo del difunto presidiendo el duelo. Pero el que más me impresionó fue el pastor, con su digna actitud y sus emocionadas palabras... Lloré, lloramos todos... Luego nos fuimos a un restaurante... Allí me enteré de que el amigo que presidía el duelo había estado enamorado del hijo del difunto...
(La joven lo mira fijamente, como tratando de descifrar el sentido de la frase.)
El estudiante.—Y que el difunto había conseguido un préstamo del admirador de su hijo... (Pausa.) Al día siguiente, detuvieron al pastor por un desfalco en la caja parroquial... ¡Qué maravilla!
La joven.—¡Uf!
(Pausa.)
El estudiante.—¿Sabes lo que pienso de ti ahora?
La joven.—¡ No me lo digas porque me moriría!
El estudiante.—¡Tengo que decírtelo, si no me muero!...
La joven.—En el manicomio la gente dice todo lo que piensa...
El estudiante.-—¡Exacto!... Mi padre acabó en un manicomio. ..
La joven.—¿Estaba enfermo?
El estudiante.—No, ¡estaba sano, pero estaba loco! Bueno, todo estalló un día, de repente, y ocurrió así... El, como todo el mundo, se relacionaba con un grupo de individuos a los que, por mor de la brevedad, él llamaba amigos. Era una pandilla de canallas, evidentemente, como suele ser la gente. Pero como él no podía vivir solo, tenía que alternar con alguien. En fin, uno no anda por ahí diciéndole a la gente lo que piensa de ellos y él tampoco lo hacía. Pero sabía muy bien lo hipócritas que eran, estaba al cabo de la calle de su perfidia... Como era un hombre inteligente y bien educado, se comportaba siempre" con gran cortesía. Pero un día dio una gran fiesta..., fue por la noche. Estaba cansado de la larga jornada de trabajo y de los esfuerzos que tenía que hacer para hablar de tonterías con unos invitados y mantenerse en silencio con otros...
(La joven está horrorizada.)
El estudiante.—Pues bien, cuando estaban sentados a la mesa, pidió silencio, cogió su copa y se levantó para pronunciar unas palabras... Se lanzó a tumba abierta. En un largo discurso desnudó a toda la concurrencia, a uno detrás de otro, echándoles en plena cara toda su hipocresía. ¡Hasta que, ya cansado, se sentó en mitad de la mesa y los mandó a todos al infierno!
La joven.—¡Uf!
El estudiante.—¡Yo estaba allí y no me olvidaré nunca de lo que pasó a continuación!... ¡Mi padre y mi madre comenzaron a pegarse, los invitados se precipitaron hacia la puerta... y a mi padre se lo llevaron al manicomio, donde murió (Pausa.) Un silencio demasiado prolongado va segregando un líquido que se pudre como el agua estancada. Eso es lo que ha ocurrido en esta casa. ¡Aquí hay algo podrido! ¿Y yo que creía que era el paraíso! Sí, cuando te vi entrar aquí por primera vez... Un domingo por la mañana me paré ahí enfrente y me puse a mirar hacia aquí. Y vi un coronel que no era coronel, encontré un noble benefactor que era un bandido y acabó ahorcándose, vi a una momia que no lo era y a una doncella... y a propósito, ¿dónde está la virginidad? ¿Dónde la belleza! ¡En la naturaleza y en mi mente cuando está bien endomingada! ¿Dónde están el honor y la fe? En los cuentos de hadas y en las funciones teatrales para niños. ¿Dónde hay algo que cumpla sus promesas?... ¡En mi fantasía! Tus flores me han envenenado y yo les he devuelto su veneno. Yo te pedí que fueses mi esposa, nos pusimos a escribir versos, a cantar y a tocar el arpa, y entonces entró la cocinera... ¡Sursum Corda! Trata de sacar otra vez fuego y púrpura de la dorada arpa... Inténtalo, te lo pido, te lo ruego aquí de rodillas... Bien, ¡lo haré yo! (Se sienta al arpa y trata de tocar, pero las cuerdas están mudas.) ¡Está muda y sorda! ¡Y pensar que. las flores más bellas son las más venenosas! Una maldición pesa sobre toda la creación y la vida... ¿Por qué no quisiste ser mi esposa? Porque estás enferma en la fuente de la vida... Ahora noto cómo empieza a chuparme la sangre el vampiro de la cocina..., creo que es una Lamia que se bebe la sangre de los niños. Es siempre en la cocina donde se pervierte la pureza de corazón de los niños, si no es en el dormitorio... Hay venenos que debilitan la vista y venenos que la aguzan... Á mí, al nacer, debieron de darme este último, porque yo no puedo ver belleza en la fealdad, ni llamar bien al mal. ¡No puedo! Jesucristo descendió a los infiernos; en realidad anduvo caminando por el mundo, por este mundo que no es más que un manicomio, una cárcel un depósito de cadáveres. Y los locos lo mataron cuando trató de liberarlos. Pero al bandido lo pusieron en libertad, el bandido siempre despierta todas las simpatías!... ¡Maldición! ¡Que caiga la maldición sobre nosotros! ¡Ay! ¡Pobres de nosotros! Redentor del mundo, ¡sálvanos que perecemos!
(La joven se ha desplomado, al parecer agonizante, y toca la campanilla. Entra Bengtssón.)
La joven.—¡Trae el biombo!  ¡De prisa..., me muero!
(Bengtssón vuelve con el biombo, lo abre y lo coloca delante de La joven.)
El estudiante.—¡Viene la Libertadora! ¡Bienvenida tú, pálida ,y gentil! Duerme, hermosa criatura, alma infortunada e inocente, tú que sufriste sin culpa, duerme ahora sin sueños y cuando despiertes, ojalá te acoja un sol que no queme, en una casa sin polvo, ojalá te acojan unos amigos sin ignominia y un amor sin mácula... ¡Tú, sabio y dulce Buda, que estás ahí esperando que nazca un cielo de la tierra, danos paciencia en las tribulaciones y pureza en la voluntad para que la esperanza no se vea nunca burlada!

(Se oye un susurro procedente de las cuerdas del arpa. La habitación se llena de luz blanca.)

Vi el sol, y me pareció
haber visto al Oculto.
Los hombres se deleitan con el fruto de sus obras.
Feliz aquel que practica el bien.
El acto cometido por impulso de la ira
no podrás repararlo con la maldad.
Consuela con tu bondad
al que has apenado y serás recompensado.
El que no ha cometido ningún mal no teme a nadie.
Es hermoso ser inocente.

(Se oye un gemido detrás del biombo.)
Pobre chiquilla, hija de este mundo de ilusiones, de culpa, de sufrimiento y de muerte. ¡El mundo de la eterna mutación, del desengaño y del dolor! ¡Que el Señor de los Cielos te sea propicio en el viaje!
 (Desaparece la habitación. En el fondo aparece el cuadro de Boecklin «La isla de los muertos». De la isla nos viene una música suave, serena, agradablemente melancólica.)