12/9/14

LAS TROYANAS EURÍPIDES




LAS TROYANAS
EURÍPIDES

PERSONAJES


POSEIDÓN, dios del mar.
ATENEA, diosa del pensamiento y la guerra. Sím- bolo del progreso intelectual. Divinidad epónima de Atenas.
HÉCUBA, ex reina de Troya, ahora esclava de Uli- ses. Esposa de Príamo. Madre de Héctor, Paris, Po- lixena y Casandra entre otros.
CORO, de mujeres troyanas cautivas. TALTIBIO, heraldo y mensajero de los griegos.
CASANDRA, hija de Hécuba y Príamo. Sacerdotisa de Febo, quien le había concedido el don de la pro- fecía por precio a su virginidad.
ANDRÓMACA, viuda de Héctor. MENELAO, rey de Esparta.
HELENA, esposa de Menelao y Paris. Causante de la guerra



POSEIDÓN:
Yo, Poseidón, vengo del salado abismo del mar y desde que Febo yo edificamos las altas torres de piedra de este campo troyano, he favorecido siem- pre esta ciudad, que ahora humea, destruida por el ejército argivo, quienes fabricaron un caballo preña- do de armas, un corcel bélico, contaminando esta ciudad de una carga funesta. Desiertos los bosques sagrados, los templos de los dioses destilan sangre, y Príamo, moribundo cayó a los pies del altar de Zeus. Los griegos ahora esperan que sople un viento favorable que les proporcione el placer de abrazar a sus esposas y a sus hijos, ya que han esta- do diez años lejos de sus familias. Y yo, vencido por Hera y por Atenea que derribaron juntas a Troya, abandono mis altares, que si reina en la ciudad triste soledad, sufre detrimento el culto de los dioses y no suelen ser adorados como antes. Adiós, pues, ciudad
feliz en otro tiempo. Si no te hubiera derrotado
Atenea, aún subsistirías en tus cimientos.

(ENTRA ATENEA)

ATENEA:
¿Puedo hablar a un pariente de mi padre, depuesta nuestra antigua enemistad?


POSEIDÓN:
Habla, Atenea, que si los parientes se conciertan, pueden conciliar los ánimos discordes.


ATENEA:
Pues bien. Vengo a hablarte de un asunto que a ambos interesa y recurro a tu poder para que me ayudes.


POSEIDÓN:
Primero deseo conocer tu voluntad, y si has venido para favorecer a los griegos o a los troyanos.

ATENEA:
Anhelo ahora llenar de júbilo a los troyanos, mis anteriores enemigos, y que sea infortunada la vuelta del ejército aqueo.


POSEIDÓN:
¿Cómo cambias así de parecer, y odias y amas con pasión, dejándote llevar del viento de la fortuna?


ATENEA:
¿No tienes noticia del insulto que han hecho a mi divinidad y a mi templo?


POSEIDÓN:
Sí, cuando Áyax arrastraba por fuerza a Casandra fuera del lugar sagrado.


ATENEA: Por eso quiero afligirlos.


POSEIDÓN:
Dispuesto estoy a complacerte, pero ¿cuál es tu propósito?



ATENEA: Deseo que sea infortunada su vuelta.


POSEIDÓN:
¿Que sufran desdichas mientras permanecen en tie- rra o cuando entren en salado mar?


ATENEA:
Haz tú lo que puedas: que graves borrascas retiem- blen en el mar, que revuelvan sus ondas saladas y se llene de cadáveres. Así respetarán los aqueos mis templos y venerarán a los demás dioses.


POSEIDÓN:
No hablemos ya más, que no es necesario. Haré lo que anhelas, removeré el mar y lo llenaré de cadá- veres. Necio es cualquier mortal que conquista una ciudad y abandona sus templos y sepulcros, sagrado asilo de los muertos. Inevitable es su ruina.


(SALEN ATENEA Y POSEIDÓN. ENTRA HÉCUBA Y EL CORO)


HÉCUBA:
¡Levanta tu cabeza, desventurada! Levanta tu cuello, ya no existe Troya, y nosotros no reinamos en ella.
¡Ay de mí! ¿Cómo no he de llorar sin patria, ni hijos y sin esposo? ¡Desdichada de mí! ¡Tristemente re- clino mis miembros, presa de insoportables dolores, yaciendo en duro lecho! ¡Ay de mi cabeza! ¡Ay de mis sienes y mi pecho! ¡Cuánta es mi inquietud!
¡Cuánto mi deseo de revolverme en todos sentidos para dar descanso a mi cuerpo y abandonarme a perpetuos y lúgubres sollozos! ¡Proas ligeras de las naves, que arribaron con vuestros remos a la sagra- da Ilión, para rescatar la aborrecida esposa de Me- nelao, por cuya causa fue degollado Príamo, padre de cincuenta hijos, y cayó sobre mí, sobre la desdi- chada Hécuba, esta calamidad! Funesto destino que me obligas a habitar ahora en las tiendas de Agame- nón. ¡ Llévanme, vieja esclava, de mi palacio, y lúgu- bre rasura me ha despojado de mis cabellos! Míseras compañeras de los guerreros troyanos, míseras vír- genes y desventuradas esposas, ¡ lamentémonos que humea Ilión!


CORO 1:
Hécuba, ¿a qué esos clamores?, ¿a qué esos gritos?,
¿qué pretendes? Oí tus lamentos y el miedo se apo- deró de las troyanas, que lloran su esclavitud.


HÉCUBA:
¡Oh, hijas, ya se mueven los remos de las naves ar- givas!


CORO 1:
¡Ay de mí, desventurada! ¿Qué quieren? ¿Me lleva- rán, a las naves, arrancándome de mi patria?


HÉCUBA:
No lo sé, pero mucho me lo temo.


CORO 1:
¡ Infelices troyanas! Vengan y sabrán los trabajos que les esperan: los argivos se preparan a navegar.


HÉCUBA:
¿Ay de ti, mísera Troya! ¡Pereciste con los desdi- chados que te abandonan, vivos y muertos!



CORO 2:
Temblando oiré de tus labios, ¡oh reina!, si los argi- vos me han condenado a muerte o los marineros se aprestan a agitar en la popa los remos. ¿Ha venido algún heraldo de los griegos? ¿Quién será el dueño de esta mísera esclava?


HÉCUBA: Pronto lo decidirá la suerte.


CORO 2:
¿Cuál de los argivos me llevará lejos de mi tierra a una isla?


HÉCUBA:
¿A quién serviré yo, infeliz anciana, después de dis- frutar en Troya de los mas altos honores?


CORO:
¿Qué lamentos bastarán para deplorar tu indigna suerte? Por última vez saludo los cuerpos de mis hijos, por última vez; más graves será mis trabajos en el lecho de los griegos. (Maldita noche, funesto destino).



(ENTRA TALTIBIO)


TALTIBIO:
Te acordarás, ¡oh Hécuba! de haberme visto en Troya en distintas ocasiones de heraldo del ejército aqueo; yo, Taltibio, vengo a anunciarte una ley san- cionada por todos los griegos: ya han sido sortea- das, si tal es la causa de vuestros temores. Cada cual ha tocado a distinto dueño; una sola suerte no ha decidido a la vez de todas.


HÉCUBA:
¿Y a quién servirá cada una? ¿Quién será el dueño de mi hija? Di, ¿quién será el dueño de la mísera Casandra?


TALTIBIO: La eligió para sí el rey Agamenón.


HÉCUBA:
¿Para ser esclava de su esposa?


TALTIBIO:
No; ocultamente lo acompañará en su lecho.


HÉCUBA:
¿La virgen de Febo, a quien el dios de cabellos de oro le concedió el don de vivir sin esposo?


TALTIBIO:
Hirióle el amor, y se apasionó de esa fatídica donce- lla.


HÉCUBA:
Deja las sagradas llaves, hija, y las guirnaldas, tam- bién sagradas, que te adornan.


TALTIBIO:
¿No es acaso honor insigne compartir el lecho del rey?


HÉCUBA:
¿Dónde está mi hija que me arrancaste hace poco de mis brazos? ¿De quién será esclava Polixena?


TALTIBIO:
La han destinado al servicio de la tumba de Aquiles.



HÉCUBA:
¡La que di a luz, destinada a servir un sepulcro! Pe- ro, ¿qué significa esa ley de los griegos? ¿Qué signi- fica esa costumbre?


TALTIBIO:
Alégrate de la dicha de tu hija; su suerte es buena.


HÉCUBA:
¿Qué has dicho? ¿Ve el sol mi hija?


TALTIBIO:
Esclava es del destino, que la libra de males.


HÉCUBA:
¿A quién tocó la mísera Andrómaca, esposa de mi hijo Héctor?


TALTIBIO:
El hijo de Aquiles la eligió también para sí.



HÉCUBA:

¿Y yo?




TALTIBIO:
Ulises, rey de Itaca, es tu dueño, y tú serás su escla- va.


HÉCUBA:
¡Ay de mí! Golpea tu cabeza rasurada, desgarra con las uñas tus mejillas. La suerte me obliga a servir a un hombre abominable y pérfido. Lloradme, troya- nas. Yo he muerto, ¡ desventurada de mí! ¡No puede ser mas funesto mi destino!


CORO:
Ya sabes mujer venerable lo que te aguarda: pero
¿cuál de los aqueos o de los griegos es mi dueño?


TALTIBIO:
Debo llevar de aquí cuanto antes a Casandra, para entregarla a nuestro general y a ustedes a sus dis- tintos dueños.

(ENTRA CASANDRA)

 CASANDRA:
¡Oh matrimonio! Feliz esposo y feliz yo, que entre los argivos celebraré nupcias reales. Ya que tú, ¡oh
madre! lloras y suspiras por mi difunto padre, por mi patria amada, yo, en mis bodas, enciendo antor- chas en honor tuyo, para que brilles. Baila madre, alza tu pie, que mi amor es grande. Celebren el ma- trimonio de la virgen con alegres cantos y sonoros vítores. Vamos, vírgenes frigias de bellos mantos; canten al esposo destinado fatalmente acompañar- me en el lecho, después que se celebren nuestra bo- das.


CORO:
¿No detendrás, ¡oh reina!, a esta doncella delirante, que no se precipite en su carrera en medio del ejér- cito argivo?


HÉCUBA:
¡Ay de mí, hija! ¡Cómo había yo de pensar que cele- braras estas bodas en medio de soldados enemigos.
¡Troyanas: contesten con lágrimas a sus cantos nupciales!


CASANDRA:
¡Adorna, madre, mi sien victoriosa, y alégrate de mis regias nupcias, porque si Febo existe, más funesto que el de Helena será el matrimonio que contrae
conmigo Agamenón, el rey de los aqueos. Yo lo mataré y devastaré su palacio, pagándome así por lo que me debe por haber dado muerte a mi padre y a mis hermanos. Morirán los victoriosos apenas se embarquen, no por defender a su país, no verán a sus hijos y no serán vestidos por las manos de sus esposas, sino yacerán en país extranjero. Sus muje- res morirán viudas, otras perderán a sus hijos. Los troyanos, en cambio, dieron la vida por su patria que es la más pura gloria, y los muertos fueron lle- vados a sus casas por sus amigos y cubríalos des- pués una capa de tierra natal, y vestíanlos las manos de sus parientes. El hombre prudente debe evitar la guerra; pero si se llega a ese extremo, es glorioso morir sin vacilar por el destino de su patria, e infa- me la cobardía. Así, madre, no deplores la ruina de Troya, ni tampoco mis bodas, que perderán a los que ambas detestamos.


CORO:
¡Cuán dulcemente sonríes pensando en tus desdi- chas! Profetizas lo que acaso no suceda.

TALTIBIO:
Si Febo no trastornara tu juicio, no amenazarías a mis capitanes con tus fatídicos augurios. Mi general se enamora de esta bacante, cuya mano rechazaría yo, a pesar de mi pobreza. El aire se llevará tus mal- diciones contra los argivos y tus alabanzas a los fri- gios. Más, sígueme ahora a las naves. Tú, Hécuba, harás lo mismo cuando lo mande Ulises.


CASANDRA:
Cruel es, sin duda, el siervo; ¿aseguras tú que mi madre irá al palacio de Ulises? ¿Y los oráculos de Febo, según los cuales ha de morir aquí? ¡ Infeliz Ulises! Diez años de penalidades le restan, además de las que aquí ha experimentado, y volverá sólo a su patria; errante atravesará los escollos del angosto estrecho, en donde habita la cruel Caribdis, y verá el cíclope que mora en los montes y se alimenta de carne humana, también verá a Circe, que transforma a los hombres en cerdos. Pero ¿para qué referirme al trabajo de Ulises? Anda, llévame a celebrar mi matrimonio en los infiernos. ¿Dónde está la nave del general? ¿Dónde he de subir? Ahora no espera- rás con impaciencia viento favorable que hinche tus
velas, porque, al arrebatarme de esta tierra, te acompañará una de las tres furias. Adiós madre mía, no llores; ¡oh, querida patria, y vosotros hermanos que guarda la tierra, hijos todos de un mismo pa- dre!: pronto me veréis llegar vencedora a la mansión de los muertos, después de devastar el palacio de los autores de nuestra ruina.

(SALE CASANDRA CON TALTIBIO)


HÉCUBA:
En tierra debo yacer, víctima de estos males. ¡Oh,
dioses!; bien sé que no me favorecen, pero debe- mos, no obstante, invocarlos cuando la adversidad se ensaña con alguno de los nuestros. Agrádame recordar de los bienes que he disfrutado, y así será mejor la lástima que exciten mis males presentes. Fui reina y me casé en real palacio, y en él di a luz nobilísimos hijos que sucumbieron al empuje de la lanza griega, y yo los vi muertos y corté sus cabellos para depositarlos en sus tumbas. Las vírgenes fue- ron para el deleite de mis enemigos, las arrancaron de mis brazos y no abrigo la más remota esperanza de volver a verlas. Y el último, mi mal más grave, es que vaya yo a Grecia, esclava y anciana, sufriendo intolerables trabajos. ¿Para qué ponerme de pie?
¿Cuál será mi esperanza? Guien mis pies hacia un precipicio para lanzarme en él y morir allí consumi- da por las lágrimas. No crean nunca que los opu- lentos son dichosos hasta no llegar su última hora.


CORO:
Entona, oh musa, canto fúnebre y nuevos versos acompañados de lágrimas, deplorando la suerte de Troya, porque ahora comenzaré en su alabanza con voz clara triste canción, y lloraré su ruina y mi fu- nesta suerte, cautiva de la guerra, merced del caballo de madera que abandonaron los griegos a las puer- tas, llenas sus entrañas de armas. Los troyanos, animados con alegres cánticos, se precipitaron cie- gos al abismo que había de perderlos, pensando que era un presente grato a la virgen inmortal que des- conoce el matrimonio; ciñéronlo con lazos de retor- cido lino, como si fuese el negro casco de una nave, y arrastrándolo se encaminaron hacia la morada de Atenea funesta enemiga de mi patria. Apenas había terminado esta fiesta nos envolvieron las tinieblas de la noche, y en toda ella no dejaron de oírse la flauta y los alegres cánticos al compás de las danzas. Yo, entonces, formando coros celebraba en mi al-bergue a la virgen que habita en los montes. Voz funesta se oyó, y los tiernos niños, agarrándose de los vestidos de sus madres, extendían aterrados sus brazos y Ares salió de su escondite por obra de Atenea. Alrededor de los altares morían mis herma- nos, y en los aposentos destinados al sueño, y en el silencio de la noche, nos arrebataban nuestros espo- sos, y nos vencía la Grecia, madre de jóvenes gue- rreros.

(ENTRA ANDRÓMACA)

 HÉCUBA:
¡Dónde te llevan a ti, mujer desdichada!


ANDRÓMACA:
 Llévanme mis señores los aqueos.


HÉCUBA:
¡Ay de mí!


ANDRÓMACA:
¿A qué gimes, cuando yo debo entonar fúnebre canto, por estos dolores y esta calamidad?




HÉCUBA:

¡Hijos míos!

ANDRÓMACA: En otro tiempo lo fuimos.


HÉCUBA:
Adiós dicha, adiós Troya. Adiós, nobles hijos. ¡Ay también de mí! ¡Cuán deplorables son también mis



ANDRÓMACA:
Males.



HÉCUBA:
Calamidad funesta.



ANDRÓMACA:
De la ciudad...




HÉCUBA:

Que humea.

ANDRÓMACA:
¡Vuelve a mis brazos, oh esposo!



HÉCUBA:
¿Llamas a mi hijo que está debajo de la tierra?


ANDRÓMACA:
¡Escudo de tu esposa!


HÉCUBA:
Mas tú, azote de los griegos en otros tiempos, tú, que eras mi primogénito, llévame a los infiernos para descansar al lado de tu padre.


ANDRÓMACA:
¡Tal es nuestro anhelo! Tantos los dolores que su- frimos, asolada nuestra patria, desde que los dioses nos fueron adversos. Cadáveres ensangrentados ya- cen en los templos para servir de pasto a los buitres, y Troya sufre el yugo de la esclavitud.


HÉCUBA:
¡Oh patria! ¡Oh prendas amadas!, vuestra madre, sin hogar, se separa de vosotros. ¡Cómo los lamentos, cómo las lágrimas suceden a las lágrimas en nuestra familia! Pero el que muere, ni llora ni siente dolores.




ANDRÓMACA:
Me llevan con mi hijo como parte del botín, y mi libertad se trueca en servidumbre, víctima de horri- bles mudanzas.


HÉCUBA:
Inevitable es la necesidad; ahora poco me arrebata- ron por fuerza a Casandra.


ANDRÓMACA: Varios son los males que te afligen.


HÉCUBA:
Para mí todo esto no tiene término ni medida; es- pantosa es mi lucha.


ANDRÓMACA:
Pereció tu hija Polixena, sacrificada en el sepulcro de Aquiles, ofrenda hecha a su cadáver.


HÉCUBA:
¡Ay de mí, desventurada! Este es el enigma al que aludió hace poco Taltibio, oscuro entonces y ahora claro.




ANDRÓMACA:
Yo misma la vi, la cubrí y lloré sobre su cadáver.


HÉCUBA:
¡Ay, hija mía, impío sacrificio! No es lo mismo ¡oh, hija!, vivir que morir; la muerte es la nada, y a la vida queda la esperanza de morir.


ANDRÓMACA:
Polixena ha muerto como si no hubiese visto la luz. Casi no tuvo tiempo para llorar sus infortunios, pe- ro yo, que llegué a la cumbre de la felicidad y alcan- cé no escasa gloria, caigo despeñada por la fortuna. Yo, en el palacio de Héctor, cumplía las santas obli- gaciones propias de mi estado. En primer lugar, como mancilla la buena fama de las mujeres no es- tar en su casa, renuncié a salir, y vivía encerrada en ella; no me agradaba el trato de amigas elegantes; mi única maestra era mi conciencia, naturalmente pura, y en verdad bastábame con ella; en ocasiones sostu- ve mi parecer, cediendo en otras. Perdióme mi re- putación de honesta esposa, que llegó hasta el ejército aqueo, porque después de cautivarme ha querido casarse conmigo el hijo de Aquiles, y serviré en el palacio de los que mataron a mi marido. Y si me olvido de mi amado Héctor y abro mi corazón a mi nuevo esposo, creerán que le falto; si, al contra- rio, le aborrezco, me odiarán mis dueños. Verdad es que, según dicen, basta una sola noche para que la mujer deponga su odio en el lecho conyugal; mas yo detesto a la que pierde su primer amante y ama pronto a otro. Ni aún la yegua que se separa de su compañera, con la cual fue alimentada, lleva sin tra- bajo el yugo, aunque sea bestia y muda y carezca de razón y en sus afectos no pueda compararse con el hombre. Esposo sin igual fuiste para mí, ¡oh, Héc- tor querido!, por tu prudencia, por tu linaje, por tus riquezas y por tu valor, y al recibirme pura del pala- cio de mi padre, fuiste también el primero que te acercaste a mi tálamo virginal. Y tú pereciste, y yo navego esclava a sufrir en Grecia dura servidumbre.


CORO:
Tu calamidad es igual a la mía; al llorar tu suerte re- cuerdas mis penas.


HÉCUBA:
No te cuides, ¡oh, hija! de la muerte de Héctor, que no le devolverán la vida tus lágrimas; respeta ahora a tu señor, y sedúcelo con los dulces atractivos de tucariñoso trato. Y si lo hicieres, llenarás de alegrías a tus amigos, y podrás educar a tu hijo que fue del mío, última esperanza de Troya, para que tus des- cendientes reedifiquen Ilión y vuelva a existir nues- tra ciudad.

(ENTRA TALTIBIO)

TALTIBIO:
Tú que fuiste en otro tiempo esposa de Héctor, el
más esforzado de los frigios, no me aborrezcas, que contra mi voluntad vengo a anunciarte los públicos decretos.


ANDRÓMACA:
¿Qué sucede? Tus palabras me anuncian nuevos males.


HÉCUBA:
Han decretado que al niño... tu hijo... ¿cómo decir- lo?


ANDRÓMACA:
¿Que no sea el mismo su dueño y el mío?




TALTIBIO: No será esclavo de ningún griego.


ANDRÓMACA:
¿Dejan aquí al único frigio que sobrevive?


TALTIBIO:
No sé como dulcificar la pena que voy a causarte.


ANDRÓMACA:
Alabo tu temor, a no ser que me participes faustas nuevas.


TALTIBIO:
Matarán a tu hijo; tal es la terrible desdicha que te amenaza.


ANDRÓMACA:
¡Ay de mí! ¡Cuanto peor es esto que un matrimo- nio!


TALTIBIO:
El parecer de Ulises triunfó en la asamblea de los griegos, sosteniendo que no debía vivir el hijo de tan esforzado guerrero. Será arrojado de las altas torres de Troya. No creas que, siendo impotente para oponerte a sus órdenes, conseguirás nada; na- die te socorrerá. Recuerda que pereció tu ciudad y tu esposo, que tú eres esclava y nosotros bastante fuertes para dominar a una sola mujer. Porque si tus palabras excitan el furor del general, ni tu hijo será sepultado, ni podrás llorarlo; pero si callas y te re- signas, no quedará insepulto su cadáver y los griegos serán contigo más complacientes.


ANDRÓMACA:
¡Oh hijo de mis entrañas, oh hijo muy querido, mo- rirás por mano de tus enemigos, abandonando a tu mísera madre! La nobleza de tu padre, fuente de salvación para otros, es causa de tu muerte, y su valor te es funesto. ¡Oh griegos, autores de bárbaros males!, ¿Por qué matar a mi niño inocente? Sea pues, llévenlo, precipítenlo, si quieren; devoren sus carnes; mátannos los dioses, y no podremos librar a mi hijo de la muerte. Oculten mi cuerpo miserable y llévenme a la nave. ¡Feliz matrimonio el mío, per- diendo antes a mi hijo!



CORO:
¡Mísera Troya: por una mujer, por odiosas nupcias murieron innumerables guerreros!


TALTIBIO:
Para anunciar tales desdichas sería preciso no tener entrañas y ser más imprudente de lo que soy.


HÉCUBA:
¡Oh hijo de mi hijo desdichado! Nos arrancan tu vida a mí y a tu madre. ¿Qué haré yo por tí, des- venturado? ¡ Sólo estas heridas en nuestras cabezas y estos golpes en nuestro pecho! ¿Qué mal no sufri- mos, cuál nos falta, para que acaben de una vez conmigo?

(SALEN ANDRÓMACA Y TALTIBIO) CORO:
Las riberas del mar resuenan, y como el ave que re-clama por sus hijuelos, así lloran unas a sus esposos, otras a sus hijos, otras a sus madres ancianas. Ya no existe nada. La lanza griega ha devastado nuestra tierra. Eros, Eros que viniste en otro tiempo al pala-cio por orden de los dioses. ¡Cuán soberbiamente ensalzaste entonces a Troya! ¡Qué estrechos lazos contrajo con los dioses!, pero la luz de Eos alumbra a esta región y contempla impasible la ruina. Los amores de los dioses de nada han servido a Troya.

(ENTRA MENELAO)

 MENELAO:
Sol, que difundes la hermosa luz en este día en que
recuperaré a mi esposa Helena; yo soy ese Menelao que sufrió infinitos males. Vine a Troya, no tanto, según piensan, por mi esposa, cuanto por vengarme del hombre que, engañando a los que le daban hos- pitalidad, robó a Helena de mi palacio. Pero con el favor de los dioses pagó su delito, y él y su patria cayeron al empuje de las armas griegas. Yo he re- suelto no sacrificar a Helena en Troya, sino condu- cirla a la Hélade en mi nave para darle allí muerte y vengar a los amigos que han perecido en esta gue- rra.


HÉCUBA:
Te alabaré, Menelao, si matas a tu esposa. Pero cui- da al verla, que el amor no te ciegue, que sus ojos
deslumbran los ojos de los mortales, que sus ojos derriban las ciudades e incendia los palacios. ¡Tales son sus atractivos! Yo la conozco bien, y tú y los que sufrieron tantas desdichas deben también cono- cerla.


(ENTRA HELENA)

 HELENA:
¡Oh Menelao! A la fuerza me arrastraron hasta aquí
tus siervos.


MENELAO:
Todo el ejército te odia y te pone en mis manos, para que yo te quite la vida.


HELENA:
¿Puedo yo responderte que, si muero, será injusta- mente?


MENELAO:
No vengo a disputar contigo, sino a matarte.




HÉCUBA:
Óyela, Menelao, para que no muera sin defensa, y nosotras, si lo permites, le replicaremos: tú ignoras las faltas que cometió en Troya, y todas juntas serán bastantes para perderla y condenarla a muerte sin demora.


MENELAO:
Si quiere hablar, que hable. Sepa, sin embargo, que a tu intercesión lo debe, no a sus méritos.


HELENA:
Responderé anticipadamente a tu acusación, opo- niendo mis cargos a los tuyos. Lo que contribuyó a la dicha de la Grecia fue fatal para mí: me perdió mi belleza y me acusan de infame, cuando debía ceñir mis sienes una corona. Dirás que ni siquiera he alu- dido a la huida de tu palacio. Vino protegido por Afrodita (deidad no despreciable) mi mal genio: Pa- ris, el cual tú, el mas descuidado de los hombres, dejaste conmigo en tu palacio mientras navegabas de Esparta a Creta y me raptó a la fuerza. Me acusa- rás, también, porque después de muerto Paris y de descender al seno oscuro de la tierra, hubiera yo debido, no ligándome a mi lecho ninguna ley divina, dejar estos palacios y encaminarme hacia Argos. En efecto, intenté hacerlo; testigos son los centinelas de las torres y los espías de los muros, que muchas ve- ces me sorprendieron en las fortificaciones descol- gándome con cuerdas. ¿Cómo, pues, Menelao, moriré justamente, y sobre todo por tu mano, ya que esta belleza mía, en vez darme la palma de la victoria, me ha condenado a dura esclavitud?


CORO:
Defiende, reina, a tus hijos y a tu patria, refutando sus elocuentes palabras; habla bien, a pesar de sus maldades, don en verdad amargo.


HÉCUBA:
Fue mi hijo de notabilísima hermosura, y tú, al ver- le, la verdadera Afrodita. A todas sus locuras llaman Afrodita los mortales, y el nombre de esta diosa tie- ne en ellas sus raíz, y tú, al admirarlo con sus lujosas galas y vestido de oro resplandeciente, sentiste arder en tu pecho el fuego de la lujuria. Pocas riquezas poseías en Argos, y al dejar Esparta esperabas que la opulenta ciudad de los frigios soportaría tus exce- sos, no satisfaciendo tus placeres en el palacio de Menelao. ¡Te atreves a decir que mi hijo te robó a la fuerza! ¡Qué espartano podrá asegurarlo! Sólo te cuidas de la fortuna, sólo a ella sigues, no a la virtud.
¿Y añades que quisiste descolgarte con cuerdas des- de las torres, indicando quizá que permanecías en ella contra tu voluntad? ¿Cuándo te sorprendieron preparando fatales lazos? Hubiéralo hecho mujer noble, sensible a la pérdida de su anterior esposo. Yo, incluso, te aconsejé así muchas veces: "Vete, mis hijos contraerán matrimonio con otras, yo te llevaré a las naves griegas, y te ayudaré en tu oculta huida; pon término a la guerra entre griegos y tro- yanos". Pero esto te desagradaba, y a pesar de todo, sales tan galana y contemplas junto a tu marido el mismo cielo, cuando debías aparecer humilde y de- saliñada en tu traje, temblando de horror, con la cabeza afeitada y fingiendo modestia en vez de im- prudencia, en expiación de tus anteriores faltas.
¡Oh, Menelao! no es otro mi objeto sino que honres a la Grecia dándole merecida muerte, como corres- ponde a tu dignidad.


CORO:
¡Oh, Menelao! Acuérdate de tus nobles abuelos y de tu linaje. ¡Castiga a Helena!




MENELAO:
Creo, como tú, que esta huyó voluntariamente de mi palacio y que sólo invoca a Afrodita para coho- nestar su delito. Anda, ve a buscar a los que han de apedrearte, y que tu pronta muerte expíe los pro- longados padecimientos de los griegos, para que aprendas a no deshonrarme.


HELENA:
¡Oh, no; de rodillas te ruego que no me mates, im- putándome un crimen, obra de los dioses! ¡Perdó- name!


HÉCUBA:
No te olvides de los aliados, que por Helena murie- ron: por ellos y por mis hijos te lo pido.


MENELAO:
Déjame, anciana; Helena sólo merece mi desprecio. Que mis servidores la arrastren a las naves para ser llevada a Grecia.


HÉCUBA: Que no vaya en la tuya.




MENELAO:
¿Por que, pues? ¿Pesa ahora más que antes?


HÉCUBA:
No hay enamorado que no ame siempre, piense como quiera la mujer amada.


MENELAO:
Se hará lo que deseas: no entrará en la nave que yo vaya, que no es despreciable tu consejo. Cuando llegue a Argos morirá indignamente como merece.

(SALEN HELENA Y MENELAO) CORO:
¡Así nos abandonas, oh Zeus, dejando a los griegos
tu templo edificado en Troya! ¡Oh, rey! que abun- das en el éter y en el palacio celestial, penosa incer- tidumbre si atiendes o no a mi ciudad arrasada, que devoró el furor impetuoso del fuego. ¡Oh, esposo querido: vagas muerto, insepulto, no lavado por mis manos. Muchedumbres de hijos lloran a las puertas, agarrándose a nuestros vestidos. Ojalá que en la na- ve de Menelao, cuando hienda el mar profundo, caiga en el Egeo el fuego sagrado que vibra en tus dos manos y la reduzcan a cenizas. Que Menelao no recobre a Helena, cuyo maldado matrimonio sólo ha servido de oprobio a Grecia. ¡Oh dolor! ¡Nuevas desdichas agobian a mi patria! El hijo de Andróma- ca ya ha sido sacrificado por orden de los griegos.

(ENTRA TALTIBIO)

TALTIBIO:
Andrómaca derramaba muchas lágrimas al separarse
de esta tierra, lamentándose de los infortunios de su patria. Y pidió permiso para sepultar a su hijo aquí, y no donde su nuevo esposo, para no tener siempre a la vista tan tristes recuerdos. También dispuso que tú, Hécuba, lo adornes, ya que ella se ausenta. Sin embargo, al pasar por el río, yo lavé y limpié las he- ridas del niño.


HÉCUBA:
¡ Aqueos mas dignos de alabanzas por vuestras ha- zañas, que por vuestros pensamientos! ¿Cómo por temor a un niño habéis cometido un nuevo crimen?
¿Para que no reconstruyese Troya arruinada? No alabo esta vil pasión, si carece de racional funda- mento. ¡Oh, pequeño, muy querido, que deplorable ha sido tu muerte! De sus huesos destrozados brota ahora la sangre. Sus manos yacen caídas, rotas vuestras articulaciones. Dulce boca, que solías decir grandes cosas. Me engañabas cuando agarrado a mis vestidos me hablabas así: "Madre, yo llevaré muchos niños a tu sepultura, y te diré palabras que te com- plazcan" No tú a mí, yo, anciana, desterrada, sin hijos te sepultaré. Necio es el mortal que, creyéndo- se siempre feliz, se abandona al placer: la fortuna, cual furiosa delirante, salta aquí y allá, y a ninguno concede perpetua dicha.


CORO:
¡Oh, tú, que hubieses sido soberano inmortal de mi ciudad! ¡Amargamente llorado, hijo, te recibirá la tierra!


HÉCUBA:
Yo, médico desventurado, cuidaré como pueda de parte de tus heridas, ligándolas con vendajes; tu pa- dre te curará las demás entre los muertos.


CORO:
Golpea, golpea tu cabeza, que tus manos resuenen.
¡Ay de mí, ay de mí!




HÉCUBA:
¡Oh, troyanas muy amadas!


CORO:
¡Mísera madre que, al perderte, perdió contigo su más consoladora esperanza! Cuando se reputaba muy feliz, porque eran nobles tus padres, pereciste de muerte cruel.


TALTIBIO:
Sepan que el general ha ordenado incendiar la ciu- dad de Príamo, que en las manos de los soldados no ha de estar ocioso el fuego. Y ustedes, hijas de los troyanos, para cumplir a un tiempo ambos mensa- jes, cuando suenen las trompetas, encamínense a las naves de los griegos para alejarlas de aquí.


HÉCUBA:
¡Ay, desventurada de mí! Dejo mi país natal y a mi ciudad entregada a las llamas. Así, pies cansados por la vejez, dénse prisa a saludarla por última vez, aun- que les cueste trabajo. ¡Oh dioses!... Pero, ¿qué dio- ses invoco? Antes, cuando los llamé, no me oyeron. Precipitémonos, pues, en el fuego, pues será para mí lo más honroso perecer en él.


CORO:
Tus males te hacen delirar. La gran ciudad, que ya no lo es, ha perecido; ya no existe Troya.


HÉCUBA:
Troya resplandece, el fuego lo devora todo, la ciu- dad entera, las mas altas murallas...


CORO:
Y como el viento se lleva al humo, así pereció mi patria.


HÉCUBA:
¡Oh, patria, madre de mis hijos!



CORO:

¡Ay de mí!





HÉCUBA:
¡Oigan, hijos, reconozcan la voz de vuestra madre!




CORO:
¿Llamas a los muertos con voz lúgubre?


HÉCUBA:
Arrastrando por la tierra mis cansados miembros, e hiriéndola con ambas manos.


CORO:
Ahora nos toca a nosotras hincar la rodilla, llaman- do a nuestros esposos desdichados, que moran el infierno.


HÉCUBA: Nos llevan, nos arrastran...


CORO: La negra muerte cubre tus ojos.


HÉCUBA:
El polvo semejante al humo, me roba la vista de mi palacio.


CORO:
Se olvidará el nombre de esta región como todo se olvida; ya no existe la desdichada Troya.





HÉCUBA:
¿Lo han visto? ¿Lo han oído?


CORO:
¿El fragor de la ciudad al derrumbarse?


HÉCUBA:
Tiembla la tierra, tiembla toda la ciudad al desplo- marse. Trémulos miembros, arrastren mis pies. Va- mos a vivir en la esclavitud.




FIN

LAS BACANTES EURÍPIDES




LAS BACANTES
EURÍPIDES


PERSONAJES


EL DIOS DIONISO (o Baco)
CORO DE MUJERES BACANTES TIRESIAS, adivino ciego
CADMO, viejo rey, abuelo de Penteo
PENTEO, rey de Tebas
SERVIDOR MENSAJERO 1.º MENSAJERO 2.º
AGAVE, madre de Penteo e hija de Cadmo


La escena en Tebas, delante del palacio de Penteo

DIONISO

Vengo yo, hijo de Zeus, a esta tierra de los tebanos, yo, Dioniso, al que antaño parió la hija de Cadmo, Sémele, haciendo de partero el fuego del relámpago; y he cambiado la figura de dios por la mortal
y estoy junto a las fuentes de Dirce y el río Ismeno. Veo la tumba de mi madre, la herida por el rayo, aquí junto a su casa, y las ruinas del palacio sofocando del fuego de Zeus la viva llama,
crueldad divina de Herá contra mi madre. Agradezco a Cadmo, que este solar tabú
ha dedicado como recinto sagrado de su hija. De viña alrededor
hele yo ocultado con la fronda que da racimos. He dejado las vías de los lidios, ricos en oro,
y de los frigios; las mesetas de los persas, azotadas por el sol y los muros de Bactria y la tierra de los medos,
de duro invierno he recorrido, y la Arabia feliz y toda el Asia cuanta junto al salado mar
se extiende con sus ciudades bien cercadas, llenas
de griegos mezclados y de bárbaros junto;
y ésta es la primera ciudad griega donde llego, después que allá he bailado y he fundado mis
misterios, para que los hombres me tengan por manifiesta divinidad.
Y en Tebas la primera de esta tierra de Grecia
he gritado ¡ijujú!, envuelto en una piel de cabrito y puesto en mi mano el tirso, mi dardo de yedra;
y porque las hermanas de mi madre, las que menos debían, decían que Dioniso no había nacido de Zeus,
y que Sémele, hecha novia de cualquier mortal, echaba a Zeus la culpa de su desliz,
mentiras de Cadmo, y se gloriaban de que por eso
Zeus la había matado, por inventar unas falsas bodas,
por esto yo las he aguijoneado fuera de su casa enloquecidas, y con la mente enajenada habitan en el monte,
las he obligado a llevar el atavío de mis orgías,
y a toda la ralea femenina de Tebas, cuantas mujeres había,
las he arrastrado locas fuera de sus casas. Y revueltas juntamente con las hijas de
Cadmo. bajo los verdes abetos están sentadas bajo el cielo. Porque tiene que aprender esta ciudad, aunque no quiera, y permanece sin practicar mis ritos, que tengo que salir en defensa de mi madre Sémele y demostrar a los hombres que soy un dios, engendrado por Zeus,
Cadmo ha dado la dignidad de rey a Penteo, hijo de su hija,
que lucha contra mí, que soy dios, y de sus libaciones me excluye y en sus oraciones ninguna mención de mí hace. Por lo cual me mostraré ante él nacido de dios y ante todos los tebanos. Y a otra tierra, arreglado lo de aquí, dirigiré mi pie, después de haberme
mostrado. Y si la ciudad de Tebas, iracunda, traer por las armas a las bacantes desde el
monte intenta, me juntaré a las Ménades para ser su general. Por esto he tomado figura de mortal y he dejado mi forma por la naturaleza humana, Mas, ¡oh vosotras, que habéis dejado el Tmolo, ciudadela de Libia,
mujeres que sois mi comitiva, que de entre los bárbaros he tomado como acompañantes y viajeras conmigo, tomad los panderos propios de la ciudad de Frigia, inventos míos y
de la madre Rea, y venid alrededor de este palacio real a aturdir a Penteo, para que lo
vea la ciudad de Cadmo! Que yo, con las bacantes, a los repliegues del Citerón me voy, donde ellas están, y habré parte en sus danzas.

CORO

Desde la tierra de Asia, dejado el sagrado Tmolo, me precipito hacia Bromio, dulce trabajo y
fatiga agradable a Baco gritar ¡evohé!
¿Quién en la calle, quién en la calle? ¿Quién
en el palacio? Que se retire, y que las bocas en silencio todas devotas sean. Pues sus ritos,
siempre tenga Dioniso.
Bienaventurado el que dichoso sabe los misterios de los dioses, santifica su vida
y lleva su alma a la procesión danzante en las montañas
con sacras purificaciones. Las orgías de la gran madre
Cibele honra
y agita el tirso,
y coronado de yedra sirve a Dioniso.
Id, bacantes, id, bacantes,
y al divino niño Bromio, hijo de un dios, a Dioniso llevad
desde los montes de Frigia hasta las calles
de Grecia, en que se puede danzar, a Bromio. Al que antaño en los dolores del parto
inevitables ante el vuelo del trueno de Zeus,
su madre dio a luz y le echó de su vientre mientras dejaba la vida por el golpe del rayo.
Y entonces le recogió en la cámara del parto Zeus Crónida, y le escondió en su muslo a Hera,
y se lo cose con áureas agujas,
y parió él cuando las Moiras llegaron al dios de cuernos de toro,
y le coronó con coronas de serpientes, por lo cual las Ménades que llevan tirsos, cuando cazan una serpiente la colocan entre su cabellera.
¡Oh Tebas, nodriza de Sémele, corónate de yedra!,
¡brota, brota en verde tejo de buen fruto,
y danza
con ramos de encina o de abeto, cubierta de moteadas pieles de cabrito, y corona las trenzas de cabellos blancos
con rizos! Y alrededor las varas libertinas
consagra. Pues pronto danzará la tierra toda, cuando Bromio guíe la comitiva
al monte, al monte, donde espera la plebe de mujeres
que han dejado telares y husos aguijoneadas por Dioniso.
¡Cámaras de los curetes y sagrados recintos cretenses en que Zeus nació; cuevas en que los coribantes de tres cascos me inventaron este arco con su piel bien tensa, y mezclaron
a las fiestas báquicas el sostenido dulce soplo de las flautas frigias, y pusieron en manos
de la madre Rea lo que llevaría el compás para el canto de las bacantes! Y los sátiros enloquecidos llegaban ante la diosa madre y a las danzas se unían trienales con las que Dioniso goza.
Dulce es él en los montes cuando de la comitiva rápida
se arroja hacia el llano, de pellejo de corzo llevando el sagrado vestido a cazar
la sangre del macho cabrío muerto, para devorarle crudo con ansia en los montes de Frigia o de Lidia.
Y Bromio el guiador grita ¡evohé!,
y el suelo mana leche, mana vino, mana de abejas néctar como humo de incienso de Siria.
Y Baco, llevando
la llama roja de la tea en su vara, se lanza
a la carrera y con sus coros irrita a los viajeros
y los sacude con sus gritos,
suelta al viento su cabellera ornada. Y con sus cantos hace tronar
esto: Id, bacantes, id, bacantes,
y con la gala del Tmolo de doradas fuentes adulad a Dioniso,
con los panderos de grave son,
al dios del ¡evohé! festejadle con ¡evohé!, con voces y gritos frigios,
cuando la sagrada flauta de buen sonido,
canciones sagradas
haga sonar, invitando a las posesas al monte, al monte. Y con placer,
como un potro que pace junto a su madre,
bacante, mueve tu pierna con rápido pie en las danzas.

TIRESIAS

¿Quién está en la puerta? Haz salir de la casa a Cadmo el hijo de Agénor, el que la ciudad de Sidón
dejó y construyó los muros de Tebas. Ve, quien seas, anuncia que Tiresias le busca. Ya sabe él a lo que vengo
y lo que yo convine con otro aún más viejo que yo:
coger tirsos y vestir pieles de cabrito
y coronar la cabeza con tallos de yedra.

CADMO

Amigo mío, ¡cómo me he alegrado de oír tu voz, sabia, como de hombre sabio, en mi casa! Vengo dispuesto, con el vestido del dios, como conviene, puesto que él es el hijo de mi hija, Dioniso, que se ha manifestado a los hombres como un dios, al que, grande
como es, he de ensalzar en cuanto pueda. ¿Dónde he de bailar, dónde mi pie poner y mi cabeza sacudir canosa? Guíame tú, Tiresias, anciano, a mí, que también soy viejo,
porque tú eres sabio.
No me cansaría aunque noche y día con el tirso golpease la tierra, pues con el gusto olvidamos que somos viejos.

TIRESIAS

Te pasa entonces como a mí: yo también me siento joven y empezaré a bailar.
CADMO

¿Iremos al monte en carros?
TIRESIAS

No honraríamos igual al dios.

CADMO

Yo, que tan viejo soy, serviré de lazarillo a un viejo.

TIRESIAS

El dios nos guiará hacia allá sin fatiga.

CADMO

¿Sólo nosotros de toda la ciudad danzaremos en honor de Baco?

TIRESIAS

Sólo nosotros somos prudentes, los demás insensatos.

CADMO

Ya es demasiado vacilar: agárrate de mi mano.

TIRESIAS

Ten, júntala y empareja tu mano.

CADMO

No despreciaré yo a los dioses, que mortal soy.

TIRESIAS

Ciencia ninguna habemos de los dioses.
La herencia de nuestros padres que junto con el tiempo hemos recibido, ningún razonamiento puede derribar,
y ni con lo más alto del pensamiento se alcanza la sabiduría.
Alguien dirá que no respeto la vejez
cuando voy a danzar con mi cabeza coronada de yedra, mas el dios no ha distinguido si el joven
tiene que bailar o el viejo,
y de todos quiere recibir honores
iguales, y no quiere ser engrandecido con cuenta.

CADMO

Puesto que tú, Tiresias, no ves esta luz, seré yo el intérprete de tus palabras.
Aquí Penteo hacia la casa rápidamente va,
el hijo de Equión, a quien he dado poder en esta tierra.
¡Qué agitado está! ¿Qué dirá de nuevo?

PENTEO

Aconteció que estaba yo fuera del país
cuando he oído de nuevos males en esta ciudad:
que nuestras mujeres han dejado las casas con fingidas danzas, para en los espesos
montes entregarse al vértigo, y al recién llegado dios, ese Dioniso que no sé quién es, celebrar con danzas.
En medio de sus grupos llenas están
las cráteras, y cada una por un sitio, en soledad acuden a gozar del concúbito de un hombre,
con el pretexto de ser Ménades rituales, pero en más tienen a Afrodita que a Baco.
Cuantas he podido sorprender, atadas las manos
las guardan mis servidores en los edificios públicos. Y las que faltan las cazaré en los montes,
Ino y Agave, la que me dio a luz de Equión,
y la madre de Acteón. Autónoe digo. Las encerraré en redes de hierro
y las haré dejar en seguida este criminal rito. Dicen que ha llegado un extranjero,
un mozo encantador de la tierra de Lidia,
que se gloria de sus perfumados rizos rubios, rosado, en los ojos llevando las gracias de Afrodita, que los días y las noches se pasa
organizando fiestas báquicas con las jóvenes. Si le llego a tener dentro de esta casa
le haré que deje de blandir el tirso y de sacudir
la cabellera, pues le separaré el cuello del tronco. Me dicen que es el dios Dioniso,
ese que estuvo antaño cosido en el muslo de Zeus,
el que fue fulminado por el relámpago
con su madre porque ella mintió una boda con Zeus.
¿No merece todo esto terrible horca,
estos excesos, sea quien sea el extranjero? Mas, otra cosa extraña: el adivino
Tiresias veo con pintadas pieles de corzo y al padre de mi madre, ¡gran ridículo!,
danzando y con el tirso: ¡os saludo,
cuando veo vuestra vejez sin cabeza ninguna!
¿No te sacudirás la yedra, no soltará su mano el tirso, padre de mi madre?
Tú le has persuadido, Tiresias: y quieres trayendo esta nueva divinidad a los hombres
observar las aves y ganarte el salario de los sacrificios. Si no te salvara la canosa vejez,
en medio de las bacantes estarías atado,
por introducir misterios perversos: porque a las mujeres donde se les pone buena cara comiendo uvas,
no tengo nada bueno que decir de las orgías.

CORO

¡Qué impiedad! ¡Extranjero! ¿No respetas a los dioses y a Cadmo, el que sembró la cosecha de hijos de la Tierra? Y tú siendo hijo de Equión, ¿ultrajas a tu estirpe?

TIRESIAS

Cuando un hombre prudente tiene en el hablar buen principio, no es gran cosa hablar bien,
mas tú tienes la lengua rápida como si pensaras,
y en tus palabras no hay razones. Hombre audaz y que sabe hablar, ciudadano malo es cuando no es sensato. Este demonio nuevo del que tú haces burla no podría decir yo a qué grandeza
llegará en Grecia. Porque, oye, joven, dos cosas son lo primero para los hombres: la diosa Deméter,
que es Tierra, llámala como quieras, la que cría en seco a los mortales,
y el que vino para lo contrario, el hijo de Sémele, que inventó la húmeda bebida del racimo y la trajo
a los hombres, el que libra a los míseros mortales de pena cuando se llenan de jugo de la viña, y el sueño y el olvido de los males cotidianos da, y no hay otro remedio de los
males. Él escancia para los dioses y es un dios, que por él tienen los hombres los bienes.
¿Y te burlas de él porque estuvo cosido de Zeus en el muslo? Yo te explicaré cómo esto es así. Después que le arrebató de entre el fuego del rayo Zeus, llevó a la criatura al Olimpo, y al dios quería Hera arrojar del cielo:
mas Zeus la contestó con una treta digna de un dios. Rasgó una parte del éter que rodea la tierra, y formó una prenda (δµηροξ) dada a la enemistad de Hera, y con el tiempo, de
él dicen los mortales que fue criado en el muslo (µηροξ) de Zeus,
alterando el nombre, porque él, siendo dios, de la diosa Hera fue prenda (δµηρευω), y componiendo una leyenda. Profeta es este demonio, porque lo báquico y lo delirante tienen mucha fuerza adivinatoria: así, cuando el dios entra en abundancia en el cuerpo, decir el futuro a los embriagados hace. De Ares ha tomado participación, y a un ejército armado y en filas el terror le domina antes que lanza le alcance: esta locura también viene de Dioniso. También será visto en las rocas de Delfos saltando con pinos en la cumbre de doble cima, y blandiendo y sacudiendo el ramo báquico, grande en toda Grecia. Penteo: hazme, pues, caso a mí. No te envanezcas de que la fuerza da autoridad a los hombres, ni si lo crees con creencia insensata,
te fíes de tu cordura: recibe al dios en el país y brinda y danza y corona tu cabeza. Dioniso no obligará a las mujeres a ser sensatas en el amor, mas en la naturaleza incide el ser por siempre cuerdo. Esto hay que mirar; también en las fiestas báquicas, la que es prudente no se corromperá. Mira, tú disfrutas cuando a las puertas de tus murallas están muchos, y en el nombre de Penteo se magnifica la ciudad:
también él me parece que goza cuando le honran. Por eso yo y Cadmo, del que te ríes,
con yedra nos coronaremos, y danzaremos,
pareja canosa, pero, sin embargo, hemos de bailar,
y no lucharé contra un dios por hacer caso de tus palabras. Estás loco lastimosamente, y no hay remedios
que puedan curarte, y no por falta de ellos deliras.

CORO

Anciano, tú no ultrajas tampoco a Febo con tus palabras, y honrando a Dioniso eres prudente con un gran dios.


CADMO

¡Hijo mío! Bien te ha exhortado Tiresias,
permanece con nosotros y no te pongas fuera de las leyes. Ahora vuela tu mente y en tu pensar no hay cordura ninguna. Aunque éste no sea un dios, -como tú dices,
dilo por tu parte, y admite buenamente
que es hijo de Sémele, y que se crea que dio ella a luz un dios, y nosotros y toda la familia ganemos honor.
Mira la suerte desgraciada de Acteón,
al que las mismas perras rabiosas que él había criado destrozaron, a él, que mejor en la caza con jauría
que Ártemis se había jactado de ser.
Que no te suceda esto, ven aquí que corone tu cabeza con yedra: rinde conmigo honores al dios.

PENTEO

¡No me des tu mano, márchate danzando, no limpiarás tu locura en mí!
Por tu insensatez a éste, que es el maestro, voy a castigar. Ea, venid aprisa,
y este asiento donde él observa las aves con los dientes de una horca derribadlo,
revolvedlo todo, lo de arriba abajo,
y entregad sus ínfulas a los vientos y las tormentas. Haciendo esto es como le haré sufrir más.
Y vosotros recorred la ciudad y seguid la pista
del forastero afeminado que ha traído una locura nueva a las mujeres y sus lechos ultraja.
Y si le cogéis, encaminadlo preso
acá para que tenga su castigo de lapidación
y muera después de ver en Tebas una amarga fiesta báquica.

TIRESIAS

Desgraciado, que no sabes lo que dices,
estás loco, ya hace tiempo andas fuera de tu razón. Vamos nosotros, Cadmo, y pidamos
por éste, aunque tan duro es,
y por la ciudad, para que el dios nada nuevo haga. Mas sígueme con tu bastón de yedra, intenta sostener mi cuerpo, y yo el tuyo,
que fea cosa sería caernos dos viejos. Anda ya. A Baco el hijo de Zeus hemos de servir.
Que Penteo no traiga luto sobre tu
casa, Cadmo: no hablo por adivinación,
sino ante los hechos, porque insensateces dice un insensato.

CORO

Santa señora de los dioses, santa que bajo la tierra mueves tu ala de oro,
¿oyes esto a Penteo?
¿Oyes su impía
blasfemia contra Bromio,
el hijo de Sémele, el demonio
que en las fiestas de hermosas coronas
es el primero de los bienaventurados? Aquel que sabe danzar en comitiva
y reír con la flauta
y quitar los cuidados, cuando del vino llega
la gala en el banquete de los dioses,
y en las fiestas en que se lleva yedra
la copa envuelve en sueño a los mortales. De las bocas sin freno,
de la insensatez sin norma el fin es la desgracia:
la vida
de tranquilidad y la prudencia conserva inconmovible
y guarda las casas, porque aunque lejos, desde el éter ven
a los mortales los celestes. No es sabio en sabidurías
y en cosas no mortales meterse a pensar. Breve es la vida, y en ella
el que busca lo más
acaso ni lo cercano alcanza. De locos son estos modos
y de hombres insensatos, me parece. Ojalá llegase yo a Chipre,
la isla de Afrodita,
donde de dulces pensamientos
los amores se reparten a los mortales, y a la tierra que con cien bocas
las corrientes de un río bárbaro la hacen fértil sin lluvia.
¿Dónde está la hermosa
Pieria, sede de las musas, augusta ladera del Olimpo? Llévame allá, Bromio, Bromio, guíame, demonio Evio.
Allí las Gracias, allí el Deseo,
allí tienen las bacantes que hacer sus orgías. El demonio hijo de Zeus
goza en las fiestas, ama la Paz,
dadora de venturas, diosa que cría a los muchachos. Igualmente al feliz
y al pobre le concedió
el goce sin pena del vino. Odia al que no estima,
a la luz y, por las noches amables,
pasar una vida feliz
y apartar prudentemente el corazón y el pensamiento de los hombres excesivos.
Lo que la plebe más vulgar
estima y usa, esto es lo que yo acepto.




SERVIDOR

Penteo, aquí estamos, después de cazar esta presa
que nos mandaste a buscar, y no fue vano nuestro empeño. La fiera ésta, mansa fue con nosotros y no extendió
para huir su pie, sino que nos dio su mano de buena gana,
y ni está pálido, ni puso cara tenebrosa, mas riendo dejó que le ataran y trajeran, y esperó, haciendo fácil mi tarea.

Y yo le dije por respeto: —Extranjero, no por mi gusto te conduzco, que me mandaron con orden de Penteo.— Pero las bacantes que tú encerraste, recogiste
y ataste en la cárcel del edificio público,
han huido y se han escapado hacia sus orgías y retozan invocando a Bromio dios;
por sí solas desligáronse sus cadenas
y los cerrojos abrieron las puertas sin mano mortal. De muchas maravillas llega este hombre lleno
a Tebas. Tú habrás de pensar lo que hay que hacer después.

PENTEO

Estáis más malamente locos que él, porque cuando está en las redes no es tan ágil como para escapárseme.
Pero corporalmente no eres feo, extranjero,
para las mujeres, que es a lo que has venido a Tebas:
tu melena va tendida, no como para el gimnasio, junto a la misma mejilla llena de deseo,
la piel la tienes blanca de propósito,
no por los rayos del sol, sino por la sombra, y compites con Afrodita en belleza.
Mas dime primero de qué estirpe eres.

DIONISO

Sin ninguna jactancia, fácil es decir esto. Conocerás de oídas el florecido Tmolo.

PENTEO

Lo conozco, rodea con un círculo la ciudad de Sardes.

DIONISO

De allí soy, y Lidia es mi patria.

PENTEO

¿Y de dónde traes a Grecia esos misterios?

DIONISO

Dioniso me inició, el hijo Zeus.

PENTEO

¿Hay allá algún Zeus que engendra nuevos dioses?
DIONISO

No, sino el que aquí mismo se unió en matrimonio con
Sémele.

PENTEO

¿Y té hizo suyo a ti de noche o a la luz?
DIONISO

Le vi y me vio cuando me dio las orgías.

PENTEO

¿De las orgías tienes tú una idea?

DIONISO

Son secretas para los mortales no iniciados.

PENTEO

¿Y son de algún provecho para los que en ellas sacrifican?

DIONISO

No es lícito que le oigas, mas merece saberse.

PENTEO

Bien haces misterios para que yo oír quiera.

DIONISO

Al que obra impíamente rechazan las orgías del dios.

PENTEO

¿Dices que has visto al dios? ¿Cómo es?

DIONISO

Tal cual quiso, yo no lo dispuse.

PENTEO

Bien haces evasivas y no dices nada.

DIONISO

El que comunica la sabiduría al ignorante será tenido por insensato.

PENTEO

¿Has venido aquí el primer sitio trayendo a ese demonio?
DIONISO

Todos los bárbaros danzan estas orgías.

PENTEO

Porque son mucho más insensatos que los griegos.

DIONISO

En esto lo contrario: lo diferente son las costumbres.

PENTEO

¿Celebras los ritos de noche o por el día?

DIONISO

La mayoría de noche: las tinieblas traen devoción.

PENTEO

Mas para las mujeres engañosas son y corruptoras.

DIONISO

También de día se puede inventar maldad.

PENTEO

Tienes que pagar la pena por tus malos sofismas.

DIONISO

Y tú por tu ignorancia y tu impiedad para con el dios.

PENTEO

Atrevido es Baco y ejercitado en discutir.

DIONISO

Dime qué he de sufrir. ¿Qué mal me harás?

PENTEO

Primero tu afeminada cabellera te cortaré.

DIONISO

Mi trenza es sagrada, para el dios la tengo.

PENTEO

Después ese tirso dámelo de tus manos.


DIONISO

Quítamelo tú; lo llevo para Dioniso.

PENTEO

En la cárcel te guardaremos.

DIONISO

Me soltará el mismo demonio, cuando yo quiera.

PENTEO

Cuando le llames en medio de las bacantes a él.

DIONISO

Lo que ahora estoy aguantando, cerca está y lo ve.

PENTEO

¿Y dónde? Porque no es manifiesto a mis ojos.

DIONISO

Junto conmigo, mas como tú eres impío no le ves.

PENTEO

Prendedle, que a mí desprecia éste y a Tebas.

DIONISO

Proclamo que yo no tengo por qué ser prudente con insensatos.

PENTEO

Y yo que tengo que tener más autoridad que tú.

DIONISO

No sabes lo que te está sucediendo ni ves ya quién eres.

PENTEO
Soy Penteo, hijo de Agave, y mi padre es Equión.

DIONISO

Forzosamente vas a cubrir de desgracia tu nombre.

PENTEO

Vete. Encerradle cerca de los pesebres de mis caballos para que a oscuras vea las tinieblas. Allí, danza. Y a las que has traído contigo, colaboradoras de tu maldad, las venderé por esclavas o su mano de este compás y de golpear el pandero apartaré y las haré mis esclavas al telar.
DIONISO

Voy. Lo que no se debe, en verdad no se debe aguantar. Mas el desquite de estos abusos Dioniso te lo mandará, que dices que no existe: pues cuando contra mí faltas, a él llevas preso.

CORO
...................................................................................................
hija del Aqueloo, augusta, virginal Dirce,
pues tú antaño en tus fuentes la cría de Zeus recibiste,
cuando en su muslo, desde el fuego inmortal, Zeus su genitor le
sacó, gritando así:
-¡Ea, Ditirambo, en esta mi varonil matriz entra!
Te hago presente, ¡oh Baco!,
que esto te llaman en Tebas.
Y tú a mí, bienaventurada Dirce, me impulsas,
que tengo fiestas de Baco coronadas en ti.
¿Por qué te niegas a mí? ¿Por qué me huyes? Por la gracia
de los racimos de Dioniso, de la viña
de Bromio habrás de cuidar. En qué ira
descubre la subterránea
estirpe del dragón de que ha nacido
Penteo, al que Equión engendró, hijo de la tierra,
como un monstruo feroz, que no
hombre mortal, como un gigante asesino, antagonista de los dioses,
que a mí con ligaduras, a mí que soy de Bromio, me sujetará en seguida,
y dentro de la casa tiene ya a mi corifeo,
oculto en cárcel tenebrosa.
¿Ves esto, hijo de Zeus, Dioniso, a tus profetas
en los lazos de la violencia? Ven, agitando el áureo
tirso, ¡oh rey!, por el Olimpo,
y conten los excesos de un hombre criminal.
¿Dónde, de Nisa la que cría fieras, guías con el tirso
tus comitivas, ¡oh Dioniso!,
o en las cumbres del Corleo? Acaso en los recintos arbolados del Olimpo, donde antaño Orfeo con la cítara
juntaba los árboles con su arte, juntaba las fieras salvajes. Bienaventurada Pieria,
te estima Evio, y vendrá danzando en sus fiestas, y después de cruzar
el rápido Axio y el Lidias,
traerá las Ménades que giran, y al dador
de la felicidad a los mortales, al padre, al que oí
que la tierra de hermosos caballos fertiliza
con fuentes hermosísimas.

DIONISO

¡Ihó!
Oíd, oíd mi voz.
Ihó bacantes, ihó bacantes.

CORO

¿Quién es éste? ¿De dónde me llama la voz de Evio?

DIONISO

¡Ihó, ihó!, grito de nuevo,
el hijo de Sémele, el hijo de Zeus.

CORO

Ihó, ihó, señor, señor, ven ahora a nuestro coro, ¡oh Bromio, Bromio!

DIONISO

¡Sacudida del suelo, señora de la Tierra!

CORIFEO

¡Ah, oh!
Pronto los techos
de Penteo se sacudirán en derrumbamientos. Dioniso está en el palacio, veneradle.

CORO

Le veneramos, ¡oh!

CORIFEO

Mirad los pétreos entablamentos que se mueven:
Bromio dará gritos en la casa.

DIONISO

Coge la luz deslumbradora del rayo, incendia, incendia la casa de Penteo.



CORIFEO

¡Ah, oh!
¿No ves fuego, no brilla
junto a la tumba sagrada de Sémele, que
el rayo dejó encendido; con el trueno de Zeus? Tirad al suelo, tirad vuestros cuerpos
temblorosos, Ménades, que el rey hijo de Zeus llega,
derribándolo todo, a esta casa.
DIONISO

¡Mujeres bárbaras, así aterrorizadas
habéis caído al suelo! Habéis sentido, según parece, a Dioniso sacudiendo la casa de Penteo, mas levantaos,
sosegaos, y que no tiemblen vuestras carnes más.

CORIFEO

¡Oh luz grandísima de nuestra danza báquica, con qué alegría te veo, después de la soledad!

DIONISO

¿Caísteis en el desánimo, cuando fui apresado y caí en las prisiones tenebrosas de Penteo?

CORIFEO

¿Por qué no? ¿Qué custodio me quedaba si te sucedía desgracia?
¿Y cómo te has librado, después que tropezaste con un hombre impío?

DIONISO Yo mismo me salvé fácilmente y sin trabajo.
CORIFEO

¿No sujetó tus manos en lazos de prisión?

DIONISO

Con esto me burlé de él, porque creyendo aprisionarme ni me tocó ni me rozó, y se alimentó con esperanzas.
Encontró junto a los pesebres un toro, donde me encerró, y a él le echó las ligaduras a las patas y a los cascos, mientras respiraba ira y le goteaba el sudor
del cuerpo, y clavaba en sus labios los dientes; yo estaba junto a él tranquilo y sentado mirando. Y en este tiempo llegó Baco y sacudió la casa y en la tumba de
su madre prendió fuego. Cuando él lo vio, pensando que ardía la casa se lanzaba aquí y allá, y a sus esclavos transportar el Aqueloo ordenaba, y cada esclavo
estaba en el trabajo esforzándose en vano. Y dejó este trabajo, porque yo había
huido, y corre, la negra espada empuñada, dentro de la casa. Y después Bromio, según me parece —mi opinión digo—, un fantasma hizo en el palacio, y contra éste se lanzó él y el éter brillante hirió por degollarme a mí. Y encima de esto, Baco le hizo otros daños, derribó su casa por tierra y toda arruinada está por el que vio las amarguísimas ataduras mías. De su esfuerzo, cansado, ha soltado la espada. Con un dios, siendo un hombre.
se atrevió a venir a combate; yo he salido tranquilo de la casa y he venido a vosotras, sin hacer caso de Penteo. Según me parece, hacen ruido sus botas en la casa, y llegará en seguida a la entrada. ¿Qué dirá de todo esto? Bien le soportaré, aunque venga respirando fuerte. De hombre sabio es tener una cólera prudente y justa.

PENTEO
Cosas horribles me han sucedido: se me ha escapado el extranjero que hace un momento estaba sujeto con ligaduras. ¡Eh, eh!
Éste es el hombre, ¿qué es esto? ¿Cómo a mi vista apareces delante de mi casa, fuera?

DIONISO

Detén tus pasos, pon a tu ira pies tranquilos.

PENTEO

¿De dónde tú te has librado de ataduras y has salido fuera?

DIONISO

¿No te dije y no oíste: «alguien me desatará»?

PENTEO

¿Quién? Palabras nuevas traes siempre.

DIONISO

El que la viña de muchos racimos cría para los mortales.

PENTEO

........................................................................................

DIONISO

Un bien echas en cara a Dioniso.

PENTEO

Mando cerrar toda la ciudadela en círculo.

DIONISO

¿Para qué? ¿No saltan por encima de las murallas los dioses?

PENTEO

Sabio, sabio eres, sabio menos para lo que debías.
DIONISO

Para lo que más necesito, para esto soy yo sabio. Mas escucha primero las palabras de éste y aprende, de éste que viene del monte a contarte algo. Yo te espero, que no me escaparé.

MENSAJERO

Penteo, que reinas en la tierra tebana, vengo desde el Citerón, donde nunca faltan los frágiles copos de la blanca nieve.

PENTEO

¿Qué prisa traes tú para hablar?
MENSAJERO

He visto a las bacantes venerables, que fuera de esta tierra su blanco cuerpo con aguijones empujaron,
y vengo a decírtelo y a servir a la ciudad, rey,
pues hacen cosas horribles y mejores que milagros. Quiero oírte si con libre palabra te
contaré lo de allá o si mis razones he de revestir.
Porque temo la prontitud de tu ánimo, rey, y lo violento y lo demasiado regio.

PENTEO

Di, para que de mí estés libre de castigo del todo: y cuanto más horribles cosas digas de las bacantes, tanto más al que ha inventado estas artes para las mujeres, a éste, le aplicaré castigo.

MENSAJERO

Rebaños de terneros hace poco en las rocas llevaba a las alturas, cuando el sol
arroja sus rayos y calienta la tierra.
Veo tres comitivas de coros de mujeres,
de los cuales mandaba una Autónoe, el segundo
Agave, tu madre, y el tercer coro Ino. Todas dormían abandonadamente,
unas apoyando su espalda en el follaje de un abeto, otras en hojas de encina sobre el suelo su cabeza
en sabio abandono dejando, no como tú dices, ebrias de vino y del ruido de la flauta de loto,
enloquecidas y persiguiendo a Venus en la selva. Tu madre dio un grito, en pie
en medio de las bacantes, para que sacudieran el sueño,
cuando oyó los mugidos de las cornudas vacas.
Y ellas expulsaron de sus ojos el profundo sueño y saltaron en pie, maravilla de orden,
jóvenes, viejas y doncellas intactas.
Y primero dejaron caer sobre sus hombros las cabelleras
y las pieles de cabrito componían cuantas de sus broches se habían soltado, y las moteadas pieles se las ceñían con serpientes que les lamían la mejilla. Y en sus brazos cabras monteses o lobeznos salvajes teniendo, les daban blanca leche cuantas recién
pandas tenían aún el pecho rebosante por haber dejado a sus niños, y se ponían coronas
de yedra y de encina y de tejo florido. Una cogió el tirso y golpeó en la roca de donde salta agua de rocío, otra tiró su vara al suelo y por allí envió el dios una fuente de vino. Las que tenían deseo de la blanca bebida arañaban la tierra con sus dedos y tenían arroyos de leche, y de los tirsos de yedra escurrían dulces chorros de miel.
Si allí hubieras estado, al dios que ahora insultas le rendirías alabanzas después de vistas tales cosas. Nos hemos reunido boyeros y pastores a tratar entre nosotros en razones, pues hacen cosas tremendas y dignas de admiración, y un cierto viajero que iba a la ciudad y era hábil en palabras
nos dijo a todos: —Habitadores de las augustas cumbres de los montes, ¿queréis que demos caza a Agave, la madre de Penteo, en sus fiestas báquicas, y hagamos gracia al
rey? —Y nos pareció que decía bien, y nos pusimos al acecho, entre la espesura de los
matorrales ocultándonos. Y ellas en el momento señalado movieron sus tirsos en la danza y a Baco con sus bocas al unísono, al hijo de Zeus, a Bromio invocaban; y todo el monte danzaba con ellas y las fieras, y nada quedaba sin moverse y correr. Y acertó
Agave a pasar saltando junto a mí, y yo me precipité como queriendo sujetarla, dejando el escondite donde estaba oculto; mas ella gritó: —Perras mías corredoras, nos quieren cazar estos hombres, seguidme, seguidme, armadas de los tirsos en vuestra mano—. Y nosotros huyendo nos libramos de ser descuartizados por las bacantes, y ellas hacia las terneras que pacían al verde volvieron con su mano sin hierro.
Y verías a alguna una ternera mugiente llevando en sus brazos, otras desgarraban a tirones novillos.
Se podía ver un costillar o una pata de doble pezuña lanzada arriba y abajo, y colgada
goteando de los abetos manchada de sangre.
Los toros, atrevidos y orgullosos de sus cuernos antes, resbalaban al suelo
empujados por infinitas manos de muchachas,
y las vísceras corrían de mano en mano más de prisa de lo que tus reales ojos podrían seguirlas.
Corren como aves que levantan el vuelo
hacia la llanura que junto a la corriente del Asopo produce a los tebanos fértiles espigas,
hacia Hisias y Éritras, que la ladera del Citerón
pueblan allá abajo, y como enemigos invasores todo lo revuelven y
alteran; robaban de las casas los niños,
y lo que ponían en sus hombros, no lo ataban, mas no caía a la tierra negra
vasija de bronce ni hierro. Sobre sus cabelleras fuego ardía, sin quemar. Ellos con ira
acudían a las armas y perseguían a las bacantes,
en lo que se podía ver un espectáculo horrible, rey. Cuando ellos echaban un venablo no hacían sangre,
y ellas levantaban con sus brazos los tirsos
y herían y obligaban, mujeres a hombres, a huir volviendo la espalda, con la ayuda de algún dios. Regresaron donde habían salido,
a las mismas fuentes que para ellas hizo brotar un dios. Se lavaron la sangre, y las salpicaduras de sus mejillas lamían serpientes y les pulían la piel.
A este demonio, pues, sea quien sea, ¡oh señor!, recíbelo en esta ciudad, porque por muchas razones es
grande y dicen de él, según he oído, que dio a los mortales
la viña consoladora.
Y donde no hay vino no hay amor
ni ningún otro goce para los humanos.

CORIFEO

Temo decir palabras libres a mi amo, mas las diré:
Dioniso a ninguno de los dioses es inferior.

PENTEO

Aquí cerca ya prendieron como un fuego
los excesos de las bacantes, ofrenda grave ante los griegos. Mas no hay que vacilar, ve hacia la puerta
Electra, y manda buscar a todos mis escudados,
a los jinetes de caballos rápidos,
a los infantes ligeros y a los que con su mano del arco pulsan los nervios: vayamos contra
las bacantes, porque ya es excesivo
que de mujeres aguantemos lo que nos sucede.

DIONISO

No obedeces nada mis palabras, Penteo, mas aunque me maltratas
te digo que no debes levantar armas contra el dios sino estarte quieto, pues Bromio no tolerará
ver que estorbas a las bacantes en sus fiestas.

PENTEO

No quieras hacerme prudente: tú, preso fugitivo, ¿te salvarás de que te encadene, o habré de volver mi justicia sobre ti?

DIONISO

Yo le haría sacrificios en lugar de irritarme
y de dar coces contra el aguijón, mortal contra un dios.

PENTEO

Le haré sacrificios, y de mujeres, como se lo merecen, alborotando a muchos en los retiros del Citerón.

DIONISO

Todos seréis puestos en fuga, y cosa vergonzosa los escudos de bronce volver ante los tirsos de las bacantes.

PENTEO

Me veré enredado sin salida por este extranjero que ni obrando ni aguantando se callará.


DIONISO

¡Amigo, que todavía se puede resolver esto bien!

PENTEO

¿Qué he de hacer? ¿Servir a mis esclavas?

DIONISO

Yo traeré aquí a las mujeres sin armas.

PENTEO

¡Ay! Ahora tramas este engaño contra mí.

DIONISO

¿Cuál, si lo que quiero es salvarte con mis artes?

PENTEO

Esto habéis convenido entre vosotros para hacer siempre fiesta de Baco.

DIONISO

Esto en verdad lo hemos convenido con el dios.

PENTEO

Sacadme aquí mismo las armas y cesa tú de hablar.

DIONISO

¡Ah! ¿Quieres verlas sentadas en los montes?

PENTEO

Sí, daría por ello infinito peso de oro.

DIONISO

¿Y cómo has incurrido en tan gran deseo de esto?

PENTEO

Las vería míseramente embriagadas.

DIONISO

¿Y verías con gusto lo que te da pena?

PENTEO

Tenlo por cierto, sentado en silencio bajo los abetos.

DIONISO

Pero te olerán, aunque llegues ocultamente.

PENTEO

Iré sin disimularme, bien dices.

DIONISO

Si yo te conduzco, ¿te pondrás en camino?

PENTEO

Guíame cuanto antes, que ya por el tiempo te me haces odioso.

DIONISO

Ponte sobre tu cuerpo un fino vestido de lino.

PENTEO

¿Qué es esto? ¿Me voy a volver de hombre mujer?

DIONISO Para que no te maten si te ven allí como hombre.

PENTEO
Tú lo has dicho, eres sabio desde siempre.

DIONISO

Dioniso me ha inspirado esto.

PENTEO

¿Cómo, pues, podría ser lo que tú bien me aconsejas?

DIONISO

Yo te vestiré, dentro de tu casa.

PENTEO

¿Qué vestido? ¿De mujer? Tengo vergüenza.

DIONISO

¿No tienes ya ánimo para ir a contemplar a las Ménades?

PENTEO

¿Qué vestido dices que tengo que ponerme?


DIONISO

Yo tenderé en tu cabeza una larga cabellera.

PENTEO

Y el segundo detalle de mi adorno, ¿cuál será?

DIONISO

Un vestido hasta los talones, y un gorro asiático en la cabeza.

PENTEO

Y además, ¿qué otra cosa me darás?

DIONISO

Un tirso en la mano y una piel de corzo con pintas.

PENTEO

Pero no me puedo poner un vestido de mujer.

DIONISO

Pues con sangre te vestirás al trabar combate con las bacantes.

PENTEO

Muy bien, mas primero he de ir a ver su posición.

DIONISO

Más prudente es esto que perseguir los males con males.

PENTEO

¿Y cómo pasaré por la ciudad sin que me vean los tebanos?

DIONISO

Iremos por calles solitarias, yo te guiaré.

PENTEO

Todo es preferible a que las bacantes se rían de mí. Iré a casa y resolveré cómo convenga.

DIONISO

Muy bien puedes. Muy fácil se presenta mi designio.

PENTEO

De todos modos iré, o caminaré con armas, o tus consejos obedeceré.

DIONISO

Mujeres: el hombre está en la red, irá hacia las bacantes, donde pagará con la muerte lo que debe.
Dioniso, tuyo es ahora el trabajo, no irá más allá y le castigaremos. Sácale primero de sus cabales e inspírale la rabia ligera,
pues mientras discurra bien, no querrá ponerse un vestido de mujer,
mas empujado fuera de su cordura, se lo vestirá. Necesito que él haga reír a los tebanos cuando le lleve vestido de mujer por medio de la ciudad, después de las amenazas anteriores, con las que era temible. Pero voy, el adorno que para el infierno toma, donde irá muerto a manos de su madre, a prender a Penteo. Conocerá a Dioniso, el hijo de Zeus, que nació como un perfecto dios, terrible, aunque dulcísimo para los hombres.

CORO

En danzas nocturnas pondré mi blanco pie, bacante, mis pieles al cielo lleno de rocío lanzando, como una corza que en los verdes placeres del prado retoza, cuando ha escapado la terrible caza, fuera del alcance de las redes bien tejidas, y saltando ante los cazadores delante de la carrera de los perros, De la fatiga de la carrera y los torbellinos,
salta al llano junto al río, y goza en la soledad sin mortales y en los retoños de la selva umbría.
¿Qué prudencia, qué hermosura hay,
fuera de honrar a los dioses, para los mortales?,
¿o qué cosa mejor que la mano
tener sobre la cabeza de los enemigos? Lo bueno siempre querido es.
Apenas muévese, mas seguro es el poder de los dioses: corrige a los mortales que la insensatez honran y no magnifican a los dioses en su mente insensata. Ocultan con mil
artes largo tiempo su paso y sorprenden de improviso. Porque no se debe nada mejor que las reglas reconocer y practicar. Poco cuesta creer y tener esto firmemente, lo que
es divino y lo que desde largo tiempo siempre ha estado ordenado y así es.
¿Qué prudencia, qué hermosura hay, fuera de honrar a los dioses, para los mortales?, ¿o qué cosa mejor que la mano tener sobre la cabeza de los enemigos? Lo bueno siempre querido es.
Feliz el que del mar
ha evitado la tormenta y llegó a puerto. Feliz el que por encima de fatigas
ha quedado: cada uno en una cosa su felicidad y fuerza tiene.
Infinitos, infinitas esperanzas tienen: unas
se les cumplen en felicidad
a los mortales, otras se desvanecen. Al que al día la vida
feliz tiene, le felicito.

DIONISO

Tú que estás dispuesto a ver lo que no se debe
y que procuras lo que no debieras procurar, Penteo digo,
sal delante de tu casa y muéstrateme vestido y adornado como una mujer bacante para espiar a tu madre desde un escondite. Eres propiamente una de las hijas de Cadmo.


PENTEO

Me parece que veo dos soles y dos Tebas, dos ciudades de siete puertas. Y parece que me guías en forma de toro y te han salido cuernos en la cabeza. ¿Has sido animal alguna vez? Porque eres completamente un toro.

DIONISO

El dios va con nosotros, que antes no estaba propicio, y es nuestro aliado. Ahora ves lo que debes ver.

PENTEO

¿Qué parezco ahora? ¿No estoy como Ino o como Agave mi madre?

DIONISO

Me parece que las estoy viendo cuando a ti te veo. Pero esta trenza se ha movido de su sitio, no está como yo te la dispuse bajo tu gorro.

PENTEO
Ahí dentro moviéndose atrás y adelante y danzando la moví de su sitio.

DIONISO

Pues yo, que tengo que servirte,
la pondré en orden. Mas levanta la cabeza.

PENTEO Ya está, adórname tú. A ti me presento. DIONISO
Pero el tinturan se te ha aflojado, y de tu vestido los pliegues no caen bien en los tobillos.

PENTEO

A mí me parece que más abajo en el pie derecho, por esta parte sienta bien el peplo junto al talón.

DIONISO

¿Me tendrás tú por el primero de tus amigos cuando veas, contra lo que cuentan, prudentes a las bacantes?

PENTEO

¿Cómo me pareceré más a una bacante, cogiendo el tirso con la mano derecha o con ésta?

DIONISO

Con la mano derecha y a la vez con el pie derecho hay que levantarlo. Te ensalzo porque has mudado de parecer.
PENTEO

¿Podría llevar los escondrijos del Cicerón con las mismas bacantes en mis hombros?

DIONISO

Podrías si quisieras. Tu parecer de antes no era sano, ahora piensas como debes.

PENTEO

¿Llevaremos palancas o arrancaré con mis manos empujando las cumbres con mi hombro o mi brazo?

DIONISO

No destruyas las sedes de las ninfas
y el retiro de Pan donde hace su música de flauta.

PENTEO

Dices bien. No hay que vencer con la fuerza a las mujeres; me ocultaré entre los abetos.

DIONISO

Tendrás el escondrijo en que debes esconderte cuando vas como espía de las Ménades.

PENTEO

Pienso que deben como pájaros tener plumón en sus camas, en recintos que les son queridos.

DIONISO

¿No vas precisamente a ver esta?
Acaso tú las sorprenderás, si no te sorprenden a ti antes.

PENTEO

Llévame por en medio de la ciudad de Tebas
porque de aquí soy el único hombre que se atreve a esto.

DIONISO

Sólo tú sufres por esta ciudad, sólo; a ti en verdad te esperan los combates que eran necesarios. Sígueme: yo te guiaré en la procesión como guía seguro y de allí otro te traerá.

PENTEO

Mi madre ciertamente.




DIONISO

Y serás conocido de todos.

PENTEO

A eso voy.

DIONISO

Traído volverás...

PENTEO

Me tienes por demasiado blando.

DIONISO

... en manos de tu madre.

PENTEO

Me obligarás con comodidades.

DIONISO
Con tales comodidades.

PENTEO

Ya alcanzo mis merecimientos.

DIONISO

Terrible eres, terrible, y hacia terribles sufrimientos vas. Como clavada en el cielo hallarás gloria.
Tiende, Agave, tus manos y vosotras, hermanas suyas, hijas de Cadmo. A este joven conduzco
a un gran combate, y el vencedor yo
y Bromio será. Lo demás lo dirá ello mismo.

CORO

Id, rápidas perras de la rabia, id al monte, donde tienen su comitiva las hijas de Cadmo, aguijoneadle
al que vestido de mujer
espía rabioso a las Ménades.
Su madre la primera a él en una roca aislada o un peñasco le verá subido
espiando, y llamará a las Ménades:
—¿Quién de los tebanos es este buscador de los caminos del monte que vino a la montaña, oh bacantes?
¿Quién le ha dado a luz?,
porque no nació de sangre mujeril,
sino de alguna leona o de las Gorgonas, líbica es su raza.—
Venga justicia manifiesta, venga con espada la que corte su cuello de un tajo al sin dios ni ley ni justicia, al hijo subterráneo de Equión.
Que con injusta resolución y cólera criminal, contra las orgías báquicas de su madre, y con mente furiosa y voluntad excitada se dispone
como si fuera a dominar por la violencia a la invencible. Una razón prudente que a los mortales no les lleve a replicar contra los dioses, una razón humana hay que tener para
una vida sin pena. La sabiduría no la envidio, disfruto persiguiendo otras cosas grandes y siempre claras; una vida hacia el bien, y pasar día y noche en la piedad, dejar lo que no
es justo y honrar a los dioses lo debido. Venga justicia manifiesta, venga con espada la que corte su cuello al sin dios ni ley ni justicia, al hijo subterráneo de Equión. Muéstrate
como toro o como dragón de muchas cabezas o como un león respirando fuego.
Ea, ¡oh Baco!, al que quiere cazar a las bacantes con rostro risueño échale el lazo mortal, que ha atacado el tropel de las Ménades.

MENSAJERO

¡Oh casa!, que antes eras feliz por toda Grecia, del viejo de Sidón, que sembró en la tierra
de la feroz serpiente dragón la cosecha,
¡cómo gimo por ti, aunque no soy más que un esclavo!

CORIFEO

¿Qué sucede? ¿Traes alguna novedad de las bacantes?

MENSAJERO

Ha muerto Penteo, el hijo de Equión.

CORO

¡Rey Bromio, como un gran dios te muestras!

MENSAJERO

¿Qué dices? ¿Por qué dices eso? ¿En el mal que les sucede a mis señores te alegras, mujer?

CORO

Grito ¡evohé! en honor del extranjero con bárbaras canciones porque ya no temblaré por miedo a la prisión.

MENSAJERO

Así obras en esta cobarde Tebas...

CORO

Dioniso, Dioniso, no Tebas, manda en mí.




MENSAJERO

Te disculpo, pero del crimen
sucedido alegraros, ¡oh mujeres!, no está bien.

CORO

Dime, cuéntame: ¿de qué modo ha muerto
un hombre injusto que ha cometido infinitas injusticias?

MENSAJERO

Después que los techos de esta tierra de Tebas dejamos, y hubimos pasado la corriente del Asopo, pisábamos la ladera de Citerón
Penteo y yo —porque yo seguía a mi señor— y el extranjero que era el guía en nuestra peregrinación. Primero llegamos a un valle herboso, sin hacer ruido con nuestros pasos y
silencio con nuestra lengua guardando, para poder ver sin ser vistos.
Era un rincón cerrado por peñascos, húmedo de fontanas, umbrío de pinos, donde las Ménades estaban sentadas con las manos ocupadas en dulces labores. Unas su tirso, que había perdido la yedra, volvían a coronar con ella, otras, como si fueran potros desenganchados del yugo de colores,
cantaban alternando y se hacían eco con canciones báquicas.
El desgraciado Penteo, que no vio la turba femenil, dijo así: —Extranjero, desde donde estamos no alcanzo a ver a las Ménades como deseo; subido en una cuesta o en un
abeto de alto entronque vería mejor la ocupación nefanda de las Ménades—. Y a partir de aquí ya todo lo del extranjero lo vi milagroso: cogió del abeto la rama más alta, allá en el
cielo, y la trajo, abajo, hasta la negra tierra, y la dobló como un arco o una curvada rueda, cuyo círculo ha sido trazado por el compás en redondo: así el árbol de la montaña
el extranjero lo atrajo con sus manos y lo dobló hacia el suelo, de un modo
sobrehumano. Colocó a Penteo en las ramas del abeto, y con sus manos fue soltando hacia arriba el tronco recto poco a poco, con cuidado para que no le despidiera. Y derecho quedó hacia el alto cielo llevando en su altura sentado a mi señor. Más bien fue visto que vio a las Ménades; apenas pudo distinguírsele sentado arriba, cuando ya el extranjero no era visible, y desde el cielo una voz, según puede creerse, Dioniso, gritó:
—Muchachas, os traigo al que de nosotros, de mí y de mis orgías se ríe; mas castigadle—
. Y según decía esto, en el cielo y en la tierra se fijó la luz de un fuego sagrado. Quedó en silencio el cielo, y el silencio dominó las praderas del valle y el follaje, y de los
animales no se oía ni un grito.
Ellas, que en sus oídos la voz no habían percibido con claridad, se pusieron en pie y buscaban con los ojos.
Y él repitió la orden, y cuando conocieron claramente la orden de Baco las hijas de
Cadmo, se precipitaron no menos ligeras que palomas, en carreras acordes con sus pies, su madre Agave con sus hermanas y todas las bacantes, y por la torrentera del valle y los precipicios saltaban, enloquecidas con la inspiración del dios.
Cuando vieron a mi señor subido en el abeto, primero piedras violentamente le
arrojaban, subidas a una roca como una torre, y le disparaban sus varas de abeto; otras le echaban los tirsos por el aire a Penteo, blanco desgraciado, mas no le llegaban. Situado en mayor altura que la del deseo de ellas estaba el desgraciado, lleno de apuro. Por fin, manejando ramas de encina arrancaban las raíces con palancas sin hierro. Mas
como no llegaban al fin de sus esfuerzos, dijo Agave: —Ea, puestas en círculo coged este arbolito. Ménades, para que alcancemos a la fiera que ha trepado y no pueda publicar las danzas secretas del dios—. Y ellas infinitas manos aplicaron al abeto y lo arrancaron de la tierra. Saltó desde arriba y desde arriba hacia el suelo cae dando infinitos alaridos
Penteo, porque ya cerca de su desgracia se dio cuenta. Su madre la primera comenzó como una sacerdotisa el sacrificio, y cayó sobre él.
Él el gorro de su cabellera arrancó para que le conociese y no le matase, al infeliz, Agave,
y dice, la mejilla tocándola: —Yo, madre mía, soy tu hijo Penteo, el que pariste en la casa de Equión; compadéceme, madre, y por mis faltas no mates a tu hijo—. Ella, echando espuma y estrábicas sus iris girando, sin cuidar lo que debía cuidar, dominada por su Baco, no le hizo caso. Agarró con sus brazos la mano izquierda, y poniendo el pie en el costado del infeliz, le arrancó el hombro, no por su fuerza,
sino por facultad que el dios concedió a sus manos.
Ino por otra parte consiguió desgarrar sus carnes, y Autónoe y toda la turba de las bacantes se echó encima, y todo con griterío,
él gimiendo mientras pudo tener aliento, ellas gritando victoria. Y una se llevaba un
brazo, otra un pie con la misma bota, y fueron desnudados sus costados a tirones, y todas tenían ensangrentadas
las manos, y jugaban a la pelota con la carne de Penteo. El cuerpo yace esparcido, parte al pie de las ásperas
rocas, parte entre el follaje leñoso de la selva, no es fácil de buscar. Y la infeliz cabeza precisamente su madre en las manos,
clavada en el extremo del tirso, como de un león montañés, la lleva a través del Citerón,
después de dejar a sus hermanas en los coros de Ménades.
Camina orgullosa de su malaventurada presa hacia esta ciudad, invocando a Baco su compañero de caza, su colaborador en el triunfo que la reportará lágrimas.
Yo, lejos de esta desgracia me voy, antes de que Agave llegue a esta casa.
Ser prudente y respetar las cosas divinas es lo mejor; creo es la más prudente cosa de que se pueden servir los mortales.

CORO

Dancemos en honor de Baco, y pregonemos la desgracia
de Penteo, el descendiente del dragón, que el vestido femenil
Hades fiel y la vara
del buen tirso recibió,
y tuvo un toro como iniciador de su desgracia. Bacantes tebanas,
al vencedor glorioso redujisteis a lamentos, a lágrimas.
Buen combate, goteando de sangre del hijo sacar la mano.

CORIFEO

Mas veo que hacia el palacio corre; Agave, la madre de Penteo, con los ojos estrábicos;
¡recibid la comitiva del dios Evio!

AGAVE

¡Bacantes de Asia!




CORO

¿Para qué me gritas?

AGAVE

Traigo desde el monte
un tallo recién cortado para el palacio, caza bienaventurada.

CORO

Lo veo y te recibiré en mi comitiva.

AGAVE

Cacé sin lazos este
........cachorro de león, como puedes ver.

CORO

¿En qué desierto?

AGAVE

El Citerón...

CORO

¿Cómo el Citerón?

AGAVE

... le dio la muerte.

CORO
¿Quién le acertó la primera?

AGAVE

Yo tengo este orgullo. Feliz Agave será invocada en los himnos de Baco.

CORO

¿Y quién la segunda?

AGAVE

De Cadmo...


CORO

¿Cómo de Cadmo?

AGAVE

... las hijas
después de mí alcanzaron la pieza.

CORO

Bienaventurada caza.

AGAVE

Ven a tomar parte en el banquete.

CORO

¿Cómo voy a participar, ay de mí?

AGAVE

Joven es el ternero,
acaba la barba bajo su cabellera suave de florecerle.

CORO

Conviene así, como la cabellera de un animal salvaje.

AGAVE

Baco, cazador hábil, hábilmente ojeaste la caza de éste a las Ménades.

CORO

Porque es rey cazador.

AGAVE

¿Me alabas?

CORO

¿Por qué te he de alabar?

AGAVE

Pronto los tebanos...

CORO

...y su hijo Penteo a su madre...


AGAVE

... ensalzarán.

CORO

...pues caza ha cobrado.

AGAVE

Este cachorro de león.

CORO

Grande.

AGAVE

Grandísima.

CORO

¿Estás orgulloso?

AGAVE

Estoy alegre, mucho, mucho, por haberme hecho famosa con esta caza.

CORIFEO

Muestra ahora, ¡oh infeliz!, tu victoriosa caza a los ciudadanos, la que has traído.

AGAVE

¡Oh, los de la tierra de Tebas, que una ciudadela de hermosas torres habitáis, venid para que veáis esta pieza, esta fiera que las hijas de Cadmo hemos cobrado, no con los dardos con aletas de los tesalios, ni con redes, sino con la fuerza de nuestros blancos brazos.
¿Después de esto habrá que
tener vanidad cuando se necesita adquirir los instrumentos del armero? Nosotras con la propia mano matamos a éste y descuartizamos las coyunturas de la fiera. ¿Dónde está
mi viejo padre? Que venga cerca. ¿Dónde está mi hijo Penteo? Que levante junto a la
casa la armazón de una escala, para que clave en los triglifos esta cabeza de león que he
cazado y traigo yo.

CADMO

Seguidme trayendo la triste carga
de Penteo, seguidme, servidores, hasta delante de la casa, con infinitos trabajos rebuscando su cuerpo
traigo, hallado en los repliegues del Citerón, desgarrado, y no encontrado en el mismo llano,
sino en la selva, y difícil de encontrar.
Alguien me ha contado el crimen de mis hijas,
cuando yo había vuelto a la ciudad, dentro de las murallas, con el viejo Tiresias, de vuelta de las bacantes.
Vuelvo hacia el monte otra vez y recojo mi hijo muerto por las Ménades.
Y a la que antaño de Aristeo a Acteón
parió, Autónoe, junto con Ino vi,
a las desgraciadas aún posesas en la espesura. Alguien me dijo que Agave hacia acá con pie
danzante había venido, y cosas horribles oí:
mas aquí la veo, visión malaventurada.

AGAVE

Padre, orgulloso puedes estar de que has engendrado unas hijas las mejores con mucho entre los mortales. De todas lo digo, mas sobre todo de mí, que dejé las lanzaderas junto al telar y he llegado a mayor cosa, a cazar con mis manos. Traigo en mis brazos, como ves, estas primicias que he ganado, para que delante de tu casa sean colgadas: tómalas, padre, en tus manos. Orgulloso con mi pieza invita a tus amigos a un banquete, porque eres bienaventurado, bienaventurado, de que nosotras hayamos hecho esto.

CADMO

Pena inconmensurable e imposible de ver, muerte con desgraciadas manos dada.
Después de hacer un hermoso sacrificio a las divinidades nos invitas a un banquete a mí y a los tebanos.
¡Ay, ay, primero por tus males, luego por los míos!
¡Qué justamente el dios, pero con qué exceso,
el rey Bromio nos ha castigado, siendo nuestro pariente!

AGAVE

¡Qué torpe es la vejez de los hombres
y qué tímida de vista! Ojalá que mi hijo
hubiese sido buen cazador, comparable a su madre cuando entre las jóvenes tebanas
sobre las fieras se lanza. Pero de oponerse a los dioses sólo
es él capaz. Tú has de cuidarte de él padre. ¿Quién querría llamarle a mi presencia, para que me vea feliz?

CADMO

¡Ay, ay! Cuando comprendáis lo que habéis hecho sufriréis con dolor horrible, y si por siempre seguís como estáis ahora vuestra desgracia no parecerá desgracia.

AGAVE

¿Qué no está bien de esto, o qué está mal?

CADMO

Primero levanta tu mirada hacia allá, hacia el cielo.

AGAVE

Ya está: ¿qué dices que tengo que ver?

CADMO

¿Te parece el mismo o que está cambiado?

AGAVE

Más brillante que antes y más abierto al día.

CADMO

¿El frenesí está todavía en tu alma?

AGAVE

No conozco esta palabra, estoy de nuevo tranquila y fuera de la locura de antes.

CADMO

¿Puedes oír bien y responder con fijeza?

AGAVE

Como que me he olvidado de cuanto he dicho antes, padre.

CADMO

¿A qué casa fuiste después de tu boda?

AGAVE

Me entregaste a Equión, nacido de la tierra, según dicen.

CADMO

¿Y qué hijo te nació en tu casa de tu marido?

AGAVE

Penteo, en mezcla mía y de su padre.

CADMO

¿Y de quién tienes el rostro entre tus brazos?

AGAVE

De un león, como decían las cazadoras.

CADMO

Míralo bien, que leve trabajo es mirar.

AGAVE

¿Cómo? ¿Qué miro? ¿Cómo llevo esto en las manos?

CADMO

Míralo y date cuenta mejor.

AGAVE

Veo el mayor de los dolores, infeliz de mí.

CADMO

¿Acaso te parece semejante a un león?

AGAVE

¡No! Tengo, infeliz de mí, la cabeza de Penteo.

CADMO

Manchada de sangre antes de que tú la conocieras.

AGAVE

¿Quién le ha matado? ¿Cómo ha llegado a mis manos?

CADMO

Desgraciada verdad, que llegas en mal tiempo.

AGAVE

Dime, que por lo siguiente palpita mi corazón.

CADMO

Tú le mataste y tus hermanas.

AGAVE

¿Dónde murió? ¿En casa? ¿O en qué sitio?

CADMO

Donde antes los perros se repartieron a Acteón.

AGAVE

¿Y por qué fue al Citerón este desgraciado?

CADMO

Porque ofendiendo al dios fue a ver vuestros misterios.

AGAVE

¿Y nosotras allá de qué modo nos fuimos?


CADMO

Estabais locas, y toda la ciudad inspirada por Baco.

AGAVE

Dioniso nos ha perdido, ahora lo veo.

CADMO

Furioso con vosotros, porque no le creíais dios.

AGAVE

¿Y el cuerpo querido de mi hijo dónde, padre?

CADMO

Yo después de buscarlo con trabajo, lo traigo.

AGAVE

¿Qué todo está encajado en sus coyunturas?

CADMO

.......................................................................................

AGAVE

¿Y qué parte de mi insensatez le tocaba a Penteo?

CADMO

Era semejante a vosotras y no le veneraba como dios. Y así, os juntó a todos en un mismo castigo,
a vosotras y a él, y perdió la casa
y a mí, que después de no tener hijos varones, de tu vientre, ¡oh desgraciada!, este retoño muerto le veo de manera vergonzosa y cruel;
a él miraba mi casa, pues sostenías, ¡oh hijo!, mi techo tú, nacido de mi hija,
y eras terror en la ciudad, que al viejo
nadie osaba faltar viéndote
a ti, pues le llegaba un castigo digno. Ahora de la casa me echarán sin honor,
a mí, el gran Cadmo, el que la raza de los tebanos sembré y coseché hermosa siega,
¡Oh tú, el más querido de los hombres, aunque ya no existes,
te contaré entre los más queridos, hijo mío! Ya nunca tocarás con tu mano la barba
del padre de tu madre gritando abrazado, hijo mío,
y diciendo: «¿Quién te falta, quién no te honra, abuelo?
¿Quién, el miserable, alborota tu corazón,
dime, para que castigue al que te falte, padre mío?» Ahora miserable soy yo, desgraciado tú,
lamentable tu madre, desgraciados tus parientes.
Si hay alguien que desprecie a los demonios,
que mire la muerte de éste y los tenga por dioses.

CORIFEO

Compadezco tu suerte, Cadmo; tu nieto tiene castigo merecido, mas doloroso para ti.

AGAVE

Padre, ¿ves mis cosas cómo han cambiado? (1).
.................................................................................................

DIONISO

En dragón te cambiarás, y tu esposa se convertirá en serpiente, cambiada de forma, tu esposa Harmonía, hija de Ares, la que conseguiste aunque mortal.
Un carro de becerros, como dice el oráculo de Zeus, guiarás con tu esposa, al frente de bárbaros.
Y muchas ciudades destruirás con tu ejército infinito. Y cuando el oráculo de Apolo saqueen, regreso lamentable tendrán. A ti y a Harmonía Ares te salvará y a la tierra de
los bienaventurados trasladará tu vida.
Esto digo yo, Dioniso, que no he nacido de padre mortal, sino de Zeus. Si a ser prudentes
habéis aprendido, que no queríais, con el hijo de Zeus como aliado, felices podríais ser.

AGAVE

Dioniso, te suplicamos, hemos pecado.

DIONISO

Tarde lo aprendisteis, y no lo supisteis cuando hizo falta.

AGAVE

Lo reconocemos, mas te has excedido.

DIONISO

De vosotros, siendo yo dios, he sufrido excesos.

CADMO
La ira no deben los dioses tener igual que los mortales.

DIONISO

Desde antaño Zeus mi padre lo había consentido.


CADMO

¡Ay, ay!, abuelo, que está decretado un infeliz destierro.


(1) Wilamowitz cree que lo que sigue no es de Eurípides, sino un añadido.


DIONISO

¿Por qué retardáis lo que es forzoso?

CADMO

¡Hijas, en qué horrible desgracia hemos incurrido, tú, infeliz, y tus hermanas y tu hijo,
mientras yo, desgraciado, llegaré a estar entre extranjeros, viejo errante, y aún me está predestinado
traer a Grecia un ejército bárbaro mezclado! Y a la hija de Ares, mi esposa Harmonía,
los dos en figura de serpiente
la traeré a los altares y a las tumbas de Grecia, al frente de mis lanzas. Y no cesaré
en mis desgracias, infeliz de mí, ni haré la travesía
del Aqueronte subterráneo ni me llegará la paz.

AGAVE

Padre, yo privada de ti, me desterraré.

CADMO

¿Por qué me rodeas con tus brazos, ¡oh hija infeliz!, como un moscón a un cisne blanco de canas?

AGAVE

Pues ¿adónde me dirigiré expulsada de la patria?

CADMO

No sé, hija. Poco socorro es tu padre.

AGAVE

Adiós, palacio, adiós, ciudad de mis padres. Te dejo por mi desgracia y dejo mis cámaras.

CADMO

Camina, ¡oh hija, de Aristeo! (1).

AGAVE

Te pierdo, ¡oh padre!


(1) Aquí termina la tragedia según Nanck.




CADMO

Y yo a ti, hija, y por tus hermanas he llorado.

AGAVE

Horriblemente este castigo el rey Dioniso trajo a tu casa.

DIONISO

Porque cosas horribles he sufrido de vosotros, que mi nombre no era honrado en Tebas.

AGAVE

¡Adiós, padre mío!

CADMO

¡Adiós, hija desgraciada! Dolor te ha costado esto.

AGAVE

Llevadme, compañeras mías, para que a mis hermanas tenga de tristes compañeras de destierro. Quiero ir donde
ni el Citerón maldito me vea ni yo con mis ojos al Citerón,
donde ni haya recuerdo del tirso.
Que de esto se ocupen otras bacantes.

CORO

Muchas son las figuras de lo divino,
y muchas cosas inesperadamente colman los dioses mientras que lo esperado no se cumple
y de lo desesperado un dios halla salida. Así ha resultado este caso.