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Sade, el Divino Marqués, del dramaturgo uruguayo Andrés Caro





 

SADE, EL DIVINO MARQUÉS

sucumbe ante la violencia




Autor: ANDRES CARO BERTA

Registrado en AGADU

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-Existe una cuota de terror a la que todos somos afines... ¿No le parece? El límite, la frontera con el horror es tan endeble... Y sin embargo, tan delimitado... El asco, el terror viene de lo vulgar, de lo ordinario, de todo aquello que deja de lado, ya, el juego. El jugador pasa a perder la noción de lo que es, y el personaje invade y sustituye a la persona... No crea en lo que dicen de mí... Eso sí, témame... Si yo como victimario no tengo resistencia suya... Si usted no me ofrece una respuesta acorde a mis actos... imposible que disfrutemos ambos de lo que hacemos... Yo soy el que debe sostener el límite, no puedo trasgredirlo teniendo todo a mi disposición para hacerlo... Y usted... Usted debe entregarse hasta el infinito... Usted tiene que  darme su ser para que pueda hacer con él lo que quiera, y me contenga. No es fácil lo nuestro. Somos complementarios... ¿Ve este cuchillo? Podría insertarlo en alguna parte de su cuerpo, pero se acabaría el acto... No habría suspenso, magia... No escucharía su miedo trasmutándose en terror... No vería el sudor frío, la mirada extraviada, sus manos no bailarían en el aire buscando lo imposible, la libertad... Su cuerpo no se contorsionaría al extremo, reclamando escapar aunque... Aunque quizás quiera quedarse... Esa es la historia, mi adorada víctima... Yo soy por un instante el dueño de su vida  y su muerte... Yo soy el que pongo el pulso, el que marca el tiempo, el creador del juego, quien dice cuándo termina, o quien lo prolonga con otros juegos... Pero usted, usted es mi argamasa, mi barro con el que elaboro las fantasías para que los dos gocemos... Los de afuera no lo entienden... Me consideran bárbaro, asesino, loco, y  en algo soy responsable de esa idea que tienen de mí. ¿No cree que hablo  demasiado? Es que me quitan la razón con tantas mentiras... ¿Siente sobre la piel el afilado del cuchillo? Es posible que esté preparándose para no solo estar sobre usted, cortarle la piel tan dulce y tersa que tiene, arrancarle gotas de sangre para saborear entre mis dientes, para luego introducirse  en ese cuerpo rollizo y maravilloso, mientras yo me permito abusar de su cautiverio... Pero no tema, quizás diga estas cosas  tan solo para asustarle... ¿Toma vino? Ah, claro, no puede... La mordaza... ¿Aprieta? A ver... Mmm... Esa saliva que le sale por la comisura de los labios... Permítame  lamérsela... Tengo los labios secos... ¡Qué sabroso es este vino mezclado con su líquido!... ¿Ve esta soga? Dentro de un rato estará bordeando y jerarquizando el par de senos gigantes que posee... ¿No es extraño que a usted le crezcan senos tan grandes? Parecen montañas... Le aseguro que crecerán más con la presión... Y arriba de las colinas, como dos faros, los pezones quedarán más erectos que nunca... Ah, se moja... Está mojado, mi ser cautivo... Está asustado y excitado... No, no, ¿qué dice? No, no... dentro suyo, no... Quizás después, ahora no... (le mira detenidamente) ¿Qué puedo hacerle con placer y dolor que no hayan hecho ya, antes solo con dolor, a la humanidad? Éstos bárbaros han llevado a la muerte a miles por estúpidas guerras, han probado medicamentos adulterados, fomentado la tortura para sacar datos a través de la misma, han mutilado, asesinado, todo por dioses que no existen, dioses creados por ellos mismos para tener más Poder... O para luchar con alguien que se oculta y otro al que no pueden derrocar... Me acusan de tirar por un balcón a una pobre infeliz, dar veneno a otra, violar a una tercera... Se dicen cosas horribles de mí, una caricatura de quien está frente suyo... ¿Para qué? Para silenciarme, porque soy el espejo en el que no quieren mirarse, son ellos quienes hacen lo que yo apenas me animo a escribir, o representar con gente como usted... Sé  que luego de nuestros encuentros, si no le satisfago, o si lo hago... es posible que usted salga corriendo, en busca de recompensa y perdón, gritando a quien quiera escucharle, los horrores a los que le he sometido... No sería la primera vez... No me importa... Usted es  fuente de inspiración... Estará en alguna página de mis libros... Mi adorable víctima, se verá reconocida en alguna de las heroínas, claro que con detalles exagerados, cambiados para preservar su intimidad... ¡Ja! Pero, ha llegado la hora,  juguemos ya... Usted la presa, y yo la fiera que le atrapa,  violenta, le excita... A ver, tiemble, sí, tiemble, caramba... ¡Qué sudoroso  que está su cuerpo!... Mmmm... ¿Se acuerda cuando le colgué de  la cuerda sujeta al techo, boca abajo y usted introducía su boca en este aparato mío, totalmente erecto? Caramba... Me caliento de pensarlo... Sí, mi pecado es hablar y escribir de más... Todos tenemos esas fantasías... Algunos poseemos el privilegio de llevarlas a  la práctica... Otros sueñan con ellas, pero no se animan... Ja... No se animan... Temen que la frontera se les torne peligrosa, que traspasen el límite y no puedan volver... Tontos... Los todopoderosos lo hacen todo el tiempo, pero  tan encubiertos, tan protegidos... Tan ocultos a la mirada de los otros, que nadie se da cuenta, nadie los conoce, o les perdona por miedo, por interés, por sumisión, por respeto, por prostitución... Pero no me quejo... ¿Sabe por qué escribo? Para cubrir mi estado de pobreza... Mis hijos están refugiados en Alemania, fui prisionero político del antiguo régimen, de los revolucionarios, ahora de ese payaso de Napoleón... Se han enterado, han descubierto que soy el escritor anónimo que corrompe los pensamientos de quienes saben leer... ¡Vaya! ¡Pecado! Cuando el viejo Güttemberg inventó esa máquina maravillosa llamada imprenta no sabía  que mis libros iban a ser más leídos que la Biblia... Sí, escuchó bien... ¡Mis libros son más leídos que La Biblia! ¡Y son esos hijos míos  quienes han tenido más ediciones! ¡Pero no puedo figurar públicamente como su autor, como el padre que los parió...! ¡Me acusan por Justine, la hermana Juliette, Los crímenes del amor, la filosofía del tocador... Sospechan  que soy yo quien las ha escrito... ¿Ud. qué diría? ¿Mmmm? Ah, tiemble, mi adorable  confidente, tiemble... Los pocos amigos que me quedan me piden que huya nuevamente a Italia... ¿Otra vez? No, no, basta... Me anuncian que pesa sobre mí la sentencia de ir a un hospital de locos, o la muerte... Muerte... Cuando muera quiero que pongan en mi tumba este epitafio: Aquí yace “Donatien Alphonse François de Sade arrestado por todos los regímenes”... ¿Qué le parece? Sí, mi querida, sí, soy un libertino... He sido el autor de todas esas terribles fantasías, pero pocas de ellas he cumplido... No soy un criminal... Quisiera que aquellos que me acusan fueran honestos consigo mismos y confesaran sus propios crímenes... Mi primera detención, ¿sabe por qué fue? Porque contraté a una prostituta y más allá de castigarla con el látigo, le hice pisar un crucifijo, estábamos borrachos, puse una hostia
en la entrada, dijimos gritando palabras prohibidas... “¡Sacrilegio!”, dijeron.  No importaban las marcas en la piel provocadas por las cuerdas, las cadenas utilizadas... ¿Sabe de qué me acusaron?  Me acusaron de hereje... El cura se persignaba ante mi presencia... Ese mismo cura que violaba niños en su iglesia... Sí, algunas prostitutas sufrieron más que otras, pero a todas les pagué, como le pago a usted, y todas aceptaron como lo hace usted... No fueron forzadas a hacerlo... Lo que ocurre es que se hizo público... ¿Usted sabe cuántas fiestas se hacen en los castillos de nuestros gobernantes? Se asombraría... Es que tienen una vida aburrida y cuando aparece alguien con una propuesta de ese tipo, se excitan, entregan a sus hijas e hijos, las mujeres se prestan gustosas a violentos encuentros y muchas de ellas, nueve meses después... Pero todo es olvidado, para eso existen los orfanatos... Dejan el niño en la puerta, golpean y ya está... Los poderosos son gente despreciable  pero gozan de la protección... Una vez, cuando practicaba con una joven el amor violento y apasionado que acostumbramos usted y yo, fui detenido y encarcelado... La prensa disfrutó y vendió más ejemplares gracias al escarnio público al que fui sometido... Recuerdo que tomé un periódico y leyendo lo que publicaban de mí, dije asombrado: “Pero, ¿todo esto hice yo?” Buscan que yo me humille y pida clemencia... ¡Jamás lo lograrán! ¡Yo he nacido en un hogar importante! Una vez el rey me obligó a permanecer en su residencia dada mi cuna de alcurnia, cosa que yo aborrecía...  Cuando pude, gracias a dos circunstancias, el nacimiento de mi hijo y el cuidado al que debía someterme por mis malditas hemorroides, pude salir de allí... Y no volví... En Holanda me alisté al ejército pero eso no es para mí... Todo rodaba tranquilamente hasta que tuve la mala idea de pedirle a mi criado que contratara a varias prostitutas para una fiesta... Una fiesta privada... Todo era muy divertido para todos, un poco de fusta, varios tipos de penetración, pero me equivoqué en la proporción de cantárida... Usted la conoce... Crece la excitación, su ano se dilata, le quema y usted quiere que lo calmen penetrándolo... Ah, ¡Cómo se pone el culo!, pero me equivoqué y terminé denunciado porque se sintieron mal y  dijeron cosas horribles que nunca ocurrieron... ¡Me acusaron de querer matarlas! No les di tiempo... Huí... Una vez más... Luego me enteré que a los pocos días ya estaban recuperadas...
¡¿Quiénes son los jueces para meterse en la vida privada de la gente?! Todos tenemos derecho a placeres dentro de nuestras casas... ¡¿Quiénes son ellos para impedirlo?! ¡Ellos que lo hacen aprovechándose de sus cargos! Los nobles, mi dulce animal en cautiverio, practicamos la fusta, el látigo, la vara... Es la plebe la que abofetea o tira de las orejas... ¿O me equivoco? Entonces, ¿cuál es mi pecado? ¿Cómo tratan los maestros a sus alumnos...? ¿Y las relaciones de sodomía...? Están más extendidas de lo que se dice... Los niños ya las conocen por sus maestros, en los colegios... Pero me acusan de practicarlas, cuando pago para ello y doy placer... Mire esas nalgas hermosas que tiene, muéstreme ese palpitante agujero trasero que tiene... ¡Hermoso!  Es injusto, nunca crea a los ministros, ni los jueces ni los clérigos... Son los peores... Pero no son los únicos... Además de ellos, arrastro la maldición de mi suegra, la Presidenta... Ella me quiere ver preso... Inventa... Cometí un error gravísimo. Confié en ella mi amor apasionado, creyendo que me iba a apoyar ante todos los que buscan encarcelarme... Fue peor. Me acosa, me persigue... Su propia hija está contra de ella, pero esta mujer no se detiene ante nada... Mi esposa sabe de lo que digo... No siempre lo acepta, pero me respeta... Sí, soy un libertino... ¿Quién no? Aunque sea en la fantasía... Se detienen en mis novelas... Y se olvidan de las obras de teatro que he escrito... Mis poemas... Dicen que no están mal, pero prefiere el público las otras, las escandalosas... Esas que no puedo gritar  que son mías ya que pertenecen a un “autor desconocido”... Pero me dan el dinero necesario para no caer en la pobreza, y para que usted y yo, mi amado barro,  podamos hacer lo que hacemos...  ¿La mesa está dura? ¿Fría? ¿Tiene frío? Ah, qué pena... Pero no podría arroparle justo ahora... Deberá esperar un poco... ¿Quién es el esclavo?, ¿Usted o yo? ¿Es el amo el que pasea al perro, o es el perro el que obliga a pasear al amo? Sí, sí, ya voy a satisfacer sus deseos... y los míos... Estoy preparando el juego, y quería que  participara de ello... Siempre viene cuando tengo todo pronto... Es un egoísmo suyo disfrutar, mientras  yo... No, no es cierto... También me agrada prepararle los objetos que le van a dar placer... Este látigo está sin estrenar... Lo compré por monedas a unos mercaderes que pensaron que era para mi caballo... No, les dije, ja, ja, “es  para mi yegua, o mi caballo...”  Y ellos asentían con la cabeza... Sin saberlo... Ja, ja... Sin saberlo... Es muy divertido hablar con la gente, sin que sepan el verdadero sentido de lo que uno dice... Mi yegua, mi caballo, mi potro salvaje que hay que domesticar... ¿No se ríe? ¿No es divertido que no conozcan los códigos en los que uno se mueve? ¿Cómo están las correas? ¿Aprietan de más? ¿No? Bien... Mmm... Sí, me gusta arañar ese vientre hasta llegar a lo que tiene entre las piernas... Yegua, caballo... Mi adorada yegua, mi adorado caballo... El abate ese violó la semana pasada dos monjas, con el pretexto que estaban poseídas y debía fornicar con el diablo para sacarlo del cuerpo de ellas... Notable, me supera largamente... Él lo hace, yo  lo digo, y lo escribo... Pudo hacerlo públicamente, ante todos  y luego le agradecieron... Y yo... Pongo en mis libros lo mismo, claro, describiendo los mínimos detalles para que  mis lectores, ávidos de vivir a través mío aventuras inconfesadas, puedan gozar y... me encarcelan... Es ingrato, mi adorada presa, es ingrato... ¿Y el Juez? Condenó a tres hombres al tormento... porque habían robado las gallinas al vecino influyente... Tres gallinas... No, no miento... Tres... Los infelices clamaban por el perdón, y eso, al canalla, lo excitaba aún más... Sentado a la sombra, mientras torturaban a los muchachos, con sus manos ocultas a los demás, en la penumbra del calabozo, tapado por amplios ropajes, se masturbaba una y otra vez... Tuvo muchas eyaculaciones  a medida que avanzaban los castigos... Pero él es un ser respetable... Terminado el acto, medio muertos los delincuentes, todos los presentes le miraron buscando saber cómo continuaba eso... Y él, pálido por el agotamiento de la acción de sus manos, dictó clemencia, y todos se agacharon respetuosamente a sus pies, agradeciéndole su conmiseración... Hasta los propios reos... Ja, es un maestro... En cambio yo... Pero es que no puedo cambiar... Trato de contar al mundo que los verdaderos villanos son ellos y no yo... Pero no me creen, mi dulce placer, no me creen... Sí, sí, estoy hablando demasiado... Me ha resultado una persona egoísta... Por eso he tapado su boca con ese esparadrapo, para que no hable, para no escucharle... ¡No solo estoy a su servicio! ¡Yo también tengo derecho a disfrutar de lo que hago! ¡Mierda! ¡Tengo ganas de... de... de...! ¡Me gustaría...! ¡Traspasaría esa frontera...! ¡No me provoque, no me provoque, no hay nada que más desee que me provoque para poder hacerlo! ¡Alguna vez lo he hecho! ¡Y no me arrepiento! ¡Aquella prostituta me había desafiado! No lograba abatirla.  Recuerdo que desde temprano comía los diablotines que yo le había dado. Parecía tener tanta energía que nada le hacían mis castigos... Yo estaba exhausto, quería terminar, quería dejarla en la calle, de donde la había recogido, pero ella insistía en provocarme, no tenía control de sí misma, se revolcaba gritándome que la cogiera... Ella misma se pegaba, se tiraba encima mío, se hería con las tijeras que tenía en la mesa... Se tocaba lascivamente con sus manos llenas de sangre, quería quitarse trozos de su cuerpo... Sus gritos se elevaban a todo el barrio... Temía que golpeara la puerta la inoportuna policía... Entonces, le tapé la boca, le tomé los cabellos y puse su cabeza dentro de la tina llena de agua, mientras la penetraba... Fue magnífico... Controlé su ahogo hasta que largué todo el semen que tenía acumulado... Entonces, solté su cuerpo que casi vació ese recipiente... Pero era tarde... Ya la gente había alertado a los cancerberos... Como buitres, deseosos de compartir mi delirio, rompieron la puerta y me encontraron semi desnudo, agotado, sin poder oponer resistencia. Fue así que me llevaron una vez más, preso... Fue así... ¿Usted quiere que pase eso? No dice nada, eh... Es mejor callar... (Reflexiona para sí mismo) Ya estoy viejo... Las cosas que antes me divertían ahora me cansan... Por momentos soy un autómata... Un autómata que necesita repetir sus actos para no perder la memoria... Si es que los autómatas tienen memoria... El rey mandó hacer un calabozo con los objetos más terribles y extraños de todo el mundo... Salieron sus lacayos a buscarlos, pagando fortunas que no le pertenecen a la Corona... Trajeron barcos llenos de cosas que no sirven para nada... Todos en la corte murmuraban y agigantaban los servicios que cumplían los  adminículos depositados en los sótanos... Nadie osaba bajar a los mismos, aunque se dejaban seducir por los dichos de pícaros guardianes que inventaban mecanismos que quizás no existieran... Alguna doncella perdió la vida en esas travesuras, pero nadie se dio por enterado... Y el rey siguió impartiendo justicia... Era un individuo que recibía a los diplomáticos, comía con los viajeros, conversaba de arte con pintores y escultores, y no descansaba de hablar mal de un servidor, aduciendo maldades mías que podían desestabilizar el reino... ¿Y el Cardenal? Ese viejo camarada de lujurias, asentía con la cabeza cada vez que el rey insistía  en atraparme y torturarme hasta la muerte, diciendo que era mejor que me pudriera entre las ratas, antes de que siguiera cometiendo atrocidades... ¿Con usted cometo atrocidades, querida levadura mía? Bueno, claro, en cierto sentido...  pero son compartidas, aceptadas, permitidas... He estado en las cárceles... No se lo recomiendo... Bestias con el ropaje de guardias, haciendo lo que imagine a pobres infelices que aún no se sabe si eran los culpables de lo que se les acusaba... Un joven que había venido de lejos, una noche se emborrachó y quedó tendido en la calle,  justo cerca de donde se había cometido  un crimen... Los soldados buscaban un culpable para terminar pronto y calmar a la gente, y encontraron su víctima durmiendo y eructando... Y lo llevaron rápidamente al juez, y éste con verlo ya supo que él era el asesino y por eso, el casi niño fue llevado al calabozo, junto con dos piratas que buscaban carne fresca para aliviar el aburrimiento de la cárcel... Mediante un pago, los guardias lo dejaron con ellos. Y abusaron de todas formas de él, hasta que a los meses, cansados de hacerlo siempre con el  mismo, lo dejaron desangrarse mientras jugaban a las cartas. Y dicen que soy el enemigo número uno... Ja... La mujer del Jefe de Policía, ¿sabe que recibe en su casa a las presas que atrapa su esposo? Ella es peor que él... Quienes saben que van a caer en sus garras prefieren la muerte... Pocas han escapado... Los vecinos ponen pesadas alfombras en las ventanas, tratando de amortiguar los gritos desgarradores de esas infelices... Una vez, cuando aún no me temían tanto, y creían que era apenas un escritor afiebrado, me invitaron a una de sus fiestas. Habían contratado a una puta de Venecia, pulposa y atrevida, de voz chillona y hermoso cuerpo... También a un hermafrodita que era el centro de atención de los que concurrimos... A ella la presentaron montada en una góndola que arrastraban por el salón, presurosos criados. Venía vestida con una enorme capa y una máscara del carnaval de su tierra... Cuando estuvo en el centro, se bajó lentamente y comenzó a chupar los pedazos de todos los que hacían fila para ello... Pronto otros aprovecharon el descuido y se empujaban entre sí para penetrarla por sus agujeros... ¡Tenía que ver a nuestro rey, semi desnudo y borracho, dando latigazos a los intrépidos que, en su mayoría, como machos cabríos soportaban el castigo con tal de culminar la tarea! Y el hermafrodita entró a donde estábamos, dentro de un paquete adornado que fue roto por la reina. Estaba totalmente desnudo, con un miembro flácido y senos inflados... Y nuestra señora le pegaba con sus inmaculadas manos en todas partes del cuerpo, para que se excitara, pero el pobre tenía mucho miedo... Entonces, fue sujeto por criados, colgado por las manos al techo, y todas las damas de la corte pudieron acercarse sin peligro, y manosear eso que con la tensión comenzaba a crecer peligrosamente... Algunas hasta se atrevieron a besarlo... También vinieron afeminados y sobaron los pechos y el culo, hasta que la reina se puso un falo artificial y lo sodomizó ante el aplauso general... Yo me mantenía en un rincón atesorando lo que ocurría para luego inmortalizar a toda esa gente, para mostrarlas a la Historia tal cual son. Claro que no dejaba de excitarme lo que veía... En determinado momento tomé una criada que estaba tan sofocada como yo y la monté mientras no me perdía detalle. Pero fue con tan mala suerte que la pobre levantó la cabeza, yo presioné su rostro y sin proponérmelo le quebré el cuello. Y ahí cayó muerta. Y las que estaban a mi alrededor gritaron y gritaron, y todos pararon la orgía que venían haciendo y sudorosos, chorreando líquido, babeando me rodearon y viendo a la sirvienta en el piso me señalaron con sus infectas manos y llamaron a los guardias, que tuvieron que ocultar sus miembros duros, y me acusaron de asesino, y allí mismo me juzgaron frente al juez que se resistía a soltar a un infante que aún no había llegado a la adolescencia... Y fui condenado, una vez más... Pero como no querían perder la noche por culpa de un imbécil, me dejaron encadenado mientras continuaron con lo que venían haciendo... Hasta que ya hartos, se acordaron de un servidor y me llevaron arrastrando a los infectos calabozos... Así se cuenta la historia... Y juro que no estoy mintiendo... Soy inocente... Las cosas que he hecho son juegos de niños... Pero he cometido el pecado de escribirlas... agrandándolas, haciéndolas excitantes, como un tonto... Si contara mis experiencias en  La Bastilla... Ah, ¿no sabía que su maestro estuvo encerrado en La Bastilla? Trataba de mitigar el aislamiento, escribiendo... ¿Cómo? Con el hollín hacía tinta... Sí, hollín mezclado con vino... A veces, cuando se enteraban me lo negaban y debía usar mi propia sangre para poder escribir... A falta de plumas, me convertí en un experto en el arte de cortar huesos con los que podía luego narrar mis alucinaciones... Contar al mundo las atrocidades de quienes me habían encerrado... Usaba tirillas de papel que luego ponía entre los huecos de las paredes... Si van allí, entre las ruinas es posible que aún encuentren manuscritos míos... No, mejor no decir nada porque irían a destruirlos...  Allí escribí mi mayor obra que la he perdido para siempre. Se llamaba “Las ciento veinte jornadas de Sodoma”... La hice en una banda enrollada de papel... La inicié, lo recuerdo, el 22 de octubre de 1785 y me llevó un mes y un  día pero cuando se produjo la Revolución, desapareció... Es la mayor desgracia que el cielo podía reservarme... ¡Se perdió! La he intentado volver a escribir pero es imposible... Además es un viaje al infierno que no quiero repetir... Hablando de infiernos, el primer día que llegué, lo recuerdo como si fuera hoy, cuando me depositaron en la celda me costó largo rato acostumbrar mi vista a tanta oscuridad. En esa mugrienta sala, a la que se llegaba a través de terribles túneles que recorrían el fondo de la tierra, solo había una cama con un infecto colchón, una almohada y una colcha ambos saturados de orín... una mesa de mármol muy sucia y tres sillas a punto de destruirse. Las paredes permanecían negras de tanto hollín... Cuando quedé solo, recuerdo, me dediqué a leer las inscripciones de anteriores prisioneros... Una decía “La viuda Lally y O’Driscol, su hija fueron traídas a este infierno el 27 de setiembre de 1701...  A quien sí conocí fue a Mauclere, de Chalon-sur- Saone, uno de los vencedores del 14 de julio...  Cuando salió publicó “El lenguaje de los muros o los calabozos de la Bastilla, lanzando al viento sus secretos”... Si habré visto y escuchado atrocidades...  Me acusan de jugar con gente como ustedes, penetrarles por atrás, oh, sacrilegio compartido por los clérigos que depositan su líquido en tiernos jóvenes entregados por sus padres... ¡Vamos! El primer día preso, los carceleros, un tal Mayor y el guarda llaves, un individuo detestable, vestido apenas con una camisa larga y en calzoncillos y sin sombrero me trajeron una mesa plegable, una jarra grande llena de agua, una copa, un orinal, dos servilletas blancas, una silla de madera, un salero, una cuchara, un tenedor de estaño, ¡un insulto!, ¿por qué no podía tener uno de plata?, un cuchillito, un pan de libra y una botella de vino de tres cuartos litros... Lo recuerdo claramente... Luego de un rato de tironear conmigo, haciéndose los cómplices me dijeron que podía introducir otros muebles siempre y cuando... tuviese la orden expresa del señor ministro, lo cual era prácticamente imposible... Me dijeron que este era el mejor cuarto y la mejor cama, y que por eso debía pagarles seis francos por su alquiler... Conocí  a  un capellán más terrible que todos los carceleros... Nunca le vi dar consuelo a los prisioneros. Pero sí visitaba a las mujeres presas, en especial aquellas que se destacaban por su belleza, y si no aceptaban sus torturas y abusos las encerraba en las celdas más humillantes hasta que finalmente accedían... Entonces recibían las mejores comidas, las ropas más caras, nada les faltaba pero a cambio, debían convertirse en las putas más requeridas de los nobles que como moscas venían a La Bastilla a saciar sus deseos... Allí se practicaba diariamente la tortura... Los gritos eran insoportables... Nos llevaban a una gran sala, más profunda que las otras, y frente a un ejército de hujieres, lacayos, oficiales y otra gente, los jueces permanecían sentados en sus sillones, con sus ropas color escarlata y sus grandes pelucas... Allí sus empleados  nos relataban nuestras maldades por las que estábamos prisioneros y nos extorsionaban para que confesáramos lo que ellos querían que fuera cierto... Y siempre estaba el capellán, disfrutando del espectáculo... Y el Escribano, sentado frente a una mesa rodeado de carceleros con mazas prontas para usar... ¿Y las ratas? Las verdaderas. Según quien gobernara esa cárcel, permanecíamos en celdas decorosas o en terribles cuevas invadidas por las ratas y ratones... Combatíamos frente a ellos que nos devoraban la comida, los papeles, intentaban mordernos, nos comían nuestra ropa, hasta mi gorro de dormir destruyeron...  Pero yo era privilegiado... Vi prisioneros en estado lamentable... Espaldas encarnadas, trozos de piel colgando... La cárcel nunca es útil para cualquier ciudadano que cometa una falta... La historia ha demostrado que las vejaciones a las que se le somete sólo sirven para empeorarlo...  La prisión es el más perverso y peligroso de los castigos, es apenas un abuso de la justicia que el despotismo y la tiranía convirtieron en costumbre... Fue un invento para mantener encerrados los que debían ser juzgados por jueces que por distintas causas son omisos con su deber... Eso les permite tranquilizar su conciencia al no determinar la libertad o la muerte del reo. Si un hombre es culpable debe ser eliminado... Si es inocente, absuelto... Claro, lo único que se puede aducir es la esperanza en encontrarle libre de culpa, finalmente,  de pecados... Pero no es posible corregir a un malhechor aislándolo de sus semejantes. Es de la Sociedad que debe recibir diariamente el castigo... ¿De qué sirve mantenerlo en solitario, sin hacer nada, abandonado, aumentando sus vicios, con su cabeza y su sangre hirviendo, rodeado de quienes lo van a corromper aún más? Cuando sale de la cárcel es más peligroso que cuando ingresó. Las jaulas y las cadenas son para las bestias feroces, o para jugar como lo hacemos nosotros, ¿verdad?... Si le hablara de mis pensamientos utópicos... De la sociedad que he visualizado en sueños donde las cosas pertenecen al Estado, y los hombres disfrutan en préstamo de los bienes, donde los jóvenes ayudan a los viejos, sabiendo que cuando lleguen a esa edad serán los beneficiarios de los que les siguen, una sociedad justa donde el peso está en el trabajo y donde la igualdad de los bienes materiales termina con los robos... Los niños deben ser alejados del hogar paterno para terminar con los incestos... Educados cuidadosamente por responsables maestros honrados, desaparecen las violaciones, mientras al existir el divorcio, se acaba con los adulterios. ¿Y los suicidios? Para qué cometerlos si la felicidad es patrimonio de todos... Debo reconocer que para terminar totalmente con el crimen en la tierra sería preciso que fuéramos dioses y no trabajáramos sobre un material tan corrupto como el hombre...   Pero basta, basta... Dediquémonos a lo nuestro... Debo haberle asustado con tanta violencia... A ver, ¿qué podemos hacer?... ¿A qué podemos jugar?... Ya sé... Tengo unas pinzas que pueden concentrar la sangre de una manera deliciosa... ¿Nunca las ha probado...? No tema, yo le excitaré tocando esa carne tan hermosa que tiene entre las piernas y esa mezcla de dolor y placer le resultará exquisita... Son las pinzas para colgar la ropa de mi vecina... Ella jamás sabrá dónde fueron a parar cuando encuentre sus vestidos prolijamente depositados en el piso de su azotea... Ja... A ver... Su piel es tan deliciosa... Podríamos empezar por las piernas, los muslos... Esos muslos pulposos... Ah, qué ganas de penetrarle por detrás, sodomizarle como si se tratara de domar un potro salvaje, ¿ve cómo me calienta su cuerpo? Sí, veo que también pasan cosas por usted ... No, mejor colocaría las pinzas... ¿Dónde?... Acá, en sus pezones... ¡Qué rojos que están! ¡Y qué erectos! ¡Toque mi miembro, verá qué grande que se ha puesto! ¡Ah, qué tonto! ¡Si es que no puede hacerlo por sus ataduras...
No importa... Ya va a poder saborearlo largamente... Pero como con el buen vino, este juego necesita de los tiempos, mi querido tormento, nada puede ser impulsivo... Todo tiene que ir dándose paso a paso... Pero las imágenes me perturban... ¡¿Para qué le habré contado lo de La Bastilla?!  Ahora se agolpan los recuerdos en mi cabeza... Es que eso no pertenece sólo a la cárcel... Es el propio ser humano... vaya paradoja... Somos nosotros los que traemos en nuestra esencia la destrucción... Somos salvajes contenidos... Y esto que hacemos usted y yo es un ritual que otros confunden con el acto en sí... Usted nunca pasó por una escuela, y menos salió de esta ciudad, pero acepte como cierto lo que un amigo me contaba... Más allá del océano hay un nuevo mundo... Le dicen así... Fueron los españoles quienes lo invadieron por primera vez... Llevaron la resaca que les infectaba las cárceles y con ellos conquistaron a quienes estaban allí... Que no eran mejores que ellos... En el rito de la cosecha, el sacerdote de un lugar magnífico, lleno de oro y demás riquezas, se subía a una enorme pirámide y frente al pueblo que aullaba de placer, hacía traer a una doncella que sumisa aceptaba ser sacrificada... Sin matarla, le cortaba la piel, con tan precisión que luego de arrancada a la infeliz quedaba como una bolsa flácida, entonces introducía su cuerpo, su propio cuerpo en ella llenándose de sangre recién liberada y mojaba una canasta llena de cereales que así bendecía, para que la próxima cosecha fuera buena... Mientras la gente deliraba en trance, la sacrificada sufría los estertores en carne viva, y sin la protección de su piel, roja, gritaba y finalmente moría o arrojándose ella misma al vacío, o siendo muerta por los guardias, preparados para ello. ¿Y hablan de mí? Pero no hay que ir tan lejos, mi confidente, la Iglesia o el Estado, si el individuo no es  cristiano o ha cometido algún sacrilegio frente al Poder están autorizados a ponerle en el potro, desollarle, quemarle con aceite hirviendo, cortarle en pedazos... ¿Sabe la tortura que habían inventado los romanos a quienes mataban a sus hijos? Le llamaban Culeus y consistía en poner a los infelices en una bolsa de cuero, junto a un perro, una mona, un grillo y una víbora. El saco era cocido y (con toda su carga) tirado al mar... ¿Qué le parece? Y se espantan cuando cuento nuestras fiestas... Bueno, cuando exagero sobre nuestros encuentros... Pero basta de charla, ahora dediquémonos al placer nuestro... Tenemos una noche muy larga por delante... Espere... ¿Qué son esos golpes? Golpean la puerta... ¿A esta hora? Debe ser la cargosa de mi esposa... Ella siempre espera que cambie mis hábitos... ¿Y si la invitamos a participar? No, mejor, no... Nos arruinaría la diversión... Vengo enseguida, no se vaya... Disculpe, es una broma... ¡¿Quién es?! (Desaparece. Luego de unos segundos se escucha)  ¡Ustedes no pueden entrar así porque sí! ¡No me toque! ¡No, estaba habitación, no! ¡Este cuarto es reservado! (Entra con la cara desencajada) ¡Déjenme!... No tienen derecho a invadir mi casa... (Es empujado contra la pared) ¡¿Qué quieren?! ¡¿Esa carta de quién es?! ¡Suéltenme! ¡Me lastima las muñecas! ¡¿Eh?! (Queda mirando a quien le pregunta) ¿Esa persona? ¡No es lo que ustedes creen...!  ¡Déjenle ir, no tiene nada que ver con esto...!  No, no, aceptó por el pago de un dinero... No, no es una víctima mía... ¡Basta de tonterías sobre  mi persona! Sí, soy yo, el Marqués de Sade... ¿Qué es lo que quieren? (Le habla a quien le sujeta las manos a la espalda) ¡Saque esas manos mugrientas de mí! ¡Le puedo explicar todo! (Mira al principal del grupo) Usted que parece una persona inteligente... ¿Qué está pasando? ¿Por qué este atropello? ¡¿Quién es usted, por favor?! ¿Un Juez...? Un juez... ¡¿Quién firma ese papel indigno?!  ¡Quiero saber! ¡Por favor, señor Juez, dígale a esta  gente que puedo explicar lo que está sucediendo...! ¡Sí, yo le contraté...! ¡Sí, ejerce la prostitución...!  ¡No, no le iba a  hacer nada, sólo... nos divertíamos...! ¡Sólo un pacto, un acuerdo entre ambos...! ¡No, no, no ironice...! ¡Soy un noble...! ¡Me debe respeto...! ¿Eso arriba de la mesa? Todo lo que está ahí no es más que... para jugar... ¡No, ¿cómo puede imaginar?!, ¡No pensaba usarlo con...!  Sé que es difícil de entender... ¡No, suéltenle...! ¡No le toquen, permítanme a mí sacarle las...! ¡Señores! ¡Señor Juez! ¡Por favor! ¡Quítenle el trapo de la boca y verán como  les cuenta lo que estábamos haciendo...! ¡Señor Juez! ¡Le exijo, está bien, disculpe, le  ruego que...! ¡Señor Juez! ¡Qué hace! ¡No, sus hombres no pueden lastimarle! ¡No, no pueden tocarle! ¡No, no tienen porqué  torturarle! ¡Quítenle las manos de encima! ¡Dejen eso! ¡No le peguen con el látigo! ¡Le están hiriendo! ¡Le sale sangre! ¡Es un abuso! ¡No! ¡No! ¡Señor Juez, ¿Qué hace? ¡No es de su dignidad hacerlo! ¡Escúcheme! ¿Por qué se baja los...? No, no le penetre! ¡Por ahí no! ¡Por ahí no! ¡Tenga piedad! ¡No, no, no siga! ¡Le está lastimando! ¡Ay, mis muñecas! ¡No, el cuchillo, no! ¡No, señor Juez! ¡No, no, no tiene porque matarle, por favor! ¡No mate, señor Juez! ¡Era un juego, señor Juez! ¡Era un juego! ¡Escuche sus gritos! ¡Escuche sus gritos! ¡Con su boca tapada, escuche cómo grita! ¡¿No le perfora sus oídos?! ¡Tenga piedad! ¡Está sangrando! ¡No, deténgase, en su pecho, no! ¡No tiene derecho! ¡No tiene derecho! ¡Noooooooooooooo! ¡Usted...! ¡Máteme a mí! ¡Tortúreme a mí! ¡¿Por qué no a mí, eh?! ¡¿Por qué no a  mí?! ¡¿Por qué?!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! ¡Socorro! ¡Que alguien me escuche! (Ve como se retiran rápidamente) ¡No, ¿ahora qué pasa? no se vayan! (le sueltan y cae al piso) ¡No se vayan...! ¡Cobardes...! ¡Se amparan en su Poder! (Llora. Queda caído). ¡Han desbaratado mi obra! ¡Imbéciles! ¡Mediocres! ¡Han cometido un sacrilegio! ¡Bestias! (se arrastra hasta la persona que permanece atada) ¡Dígame algo! ¡Espere, le libero los labios! ¡Mire, ya no tiene la mordaza! ¡¡Por favor, dígame algo! ¡Contésteme! ¡Se lo ordeno! ¡Diga algo! (Silencio) Es inútil...¡Ha muerto! (Espantado, va gateando hacia la pared) ¡Le han asesinado! ¡Tiempo enseñándole, jugando...! ¡No puede ser! ¡La historia se repite...! ¡¡¡Otra vez más no, por favor!!! (Silencio mirándole. Lentamente se va incorporando y queda contra el muro. Poco a poco se recompone) ¡Se lo juro..., conmigo no van a poder! (grita)  ¡Conmigo no van a poder!
(Se  apagan las luces)

La Linyera, de Andrés Caro Berta

LA LINYERA

CLAUDIA, LA ABUELA Y EL CIRUJA


















 

de Andrés Caro Berta
Registrada en AGADU


(Érase que se era una linyera de pantalón rotoso realmente, encima una pollera también rotosa, una blusa que le queda grande, encima un sweater comido por las polillas, zapatillas debajo de las cuales lleva dos pares de medias de lana o algo así y encima las cubre con otro par de medias (¿?). No se olvida de sus guantes... aunque no tengan dedos. Tampoco se olvida de su sombrero y lleva el cabello rizado natural, la cara sucia, las manos (o los dedos, je...) sucios pero con tierra o algo así, no melosas. Tampoco la cara está limpiecita. Siempre va a la plaza y se sienta sobre un banco y allí cuenta su historia, porque ella es... Tiene toda una historia atrás, no nació en una villa miseria ni en un hogar careciente. Algo pasó en su vida que la llevó a ganar la calle. Pero no es cerrada, es ingenua en su dolor, que no sabe que es dolor... Si se le acercan, ella no siente temor...) Este texto de Elizabeth Ríos, actriz porteña enviado por correo electrónico a mí, fue el disparador para la siguiente obra teatral.

1- (Descripción del lugar)
Tengo frío… Tengo frío… ¡Que tengo frío…! ¡Dónde dejé los cartones! ¡Ese guacho de mierda..! ¡Me los robó! No me hayo sin cartones… ¿Y dónde me refugio ahora? Esta plaza es toda abierta. Ni el monumento ese tiene un huequito para meterse… Además los milicos están bravos… Si tuviera mis cartones armo el refugio donde sea… Pero justo hoy al guacho de mierda ese se le da por robármelos… ¿Para qué? Si no los necesita…

2- (Relación con el tipo)
Para joderme, nada más… Eso, para joderme… Debe querer algo conmigo… Ni ahí…  No, el tipo ese se cree que soy como él… No, no es así… Odio a ese tipo… Se cree que siempre fui así… Me ve así, vestida así, con esta pinta y se que cree que… No, nene… Es que elegí, ¿sabés?... Elegí esta vida… Pero qué va a entender… Si él siempre fue linyera… Ni sabe cuánto es dos más dos… Ni pisó la escuela… ¡Qué va a saber! ¡Ese no sabe nada! ¡Ni quién es la madre!...

3- (Hacia él)
(Grita) ¡¿Te parieron en la basura?! (Se ríe para ella) Jajaja… En la basura… No está mal… Jaja…
4- (Recuerdos de familia)
En la… ¡En mi casa había una estufa de leña, de esas que tienen esas cosas adelante para que lo que salte no provoque un incendio…! Sí, señor… ¿Cómo se llaman? Bueno, qué importa… De chiquita elegí… “¿Qué querés ser cuando grande?” “Linyera”, le decía a mi abuela que se pegaba un susto… La madre de mi madre…  “Ay, nena, mire las cosas que se te ocurren” Y sí, abuela, las cosas que se te ocurren, se cumplen en la vida cuando una las quiere con muchas ganas... Es el Destino… Si querés algo… tenés que hacer mucha fuerza, mucha, mucha para que se cumpla… No aflojar…
5- (Descripción y tipo)
Pero tengo frío y no es joda… Se me mete por todos lados… ¡Y este estúpido que me roba siempre los cartones…! ¡Está de vivo! ¡Son míos! (Grita) ¡Los retiré con mis manos! ¡No se los pedí a nadie!  ¡Guacho de mierda! ¡Que ni dientes tiene! Yo sí… uno, dos, tres… (Se ríe)
6- (Escena de la abuela en televisión)
Mi padre quería que fuera, yo qué sé… Doctora, arquitecta… Decoradora de interiores… Pero yo quería linyera… Es que una vez, había visto en la televisión una mina, re valiente, una mina de verdad, no una actriz… Le encajaron la cámara con luz casi en la cara y el estúpido le preguntaba estupideces, como no podía ser de otra forma… Y la vieja miraba el foco, molesta,  y de pronto dijo una frase rara…: “Apagá la luz, atorrante, que me despertás al Ciruja” El Ciruja era un perro que daba lástima. Estaba todo arrollado adentro de una caja de cartón enorme, y ni bola que les daba a ellos. Pero ella estaba preocupada por él, como si fuera su bebé. “¿Quién es esa señora?”, le pregunté a mamá y ella con cara de asco me dijo que era una linyera. “¿Una qué?” “Una bichicome, pobre mujer, con el frío que hace…” Yo me quedé pensando en qué sería una linyera… Y después la vieja, en la televisión se mandó otra que ahí sí,  me quemó la cabeza: “Enfocame, dale, enfocame ya que no me sacás esa luz de encima… Voy a dar un mensaje importante…” Y me acuerdo que se levantó y se puso muy seria. Y los ojos le brillaban… “Yo tengo una nieta que me debe estar mirando. A vos, Claudia, a ver si algún día venís a buscarme. Mirá, ésta es la plaza… Estoy viejita, Claudia, pero me voy a aguantar de morirme hasta que vengas a buscarme. Vos, Claudia, que no te conozco porque tu viejo no quiere que me veas” Yo tenía como ocho años, y me llamaba Claudia… Bueno, me sigo llamando. Y me dije: “Es mi abuela. La que me dijeron que se había muerto”  En casa se mataban de risa de la vieja. Hasta mi madre, que se tapaba la boca para disimular… Y me cargaban: “Mirá, dijo Claudia, te está llamando. Llama a la nieta… ¿No serás vos, che? ¿La nieta de la linyera esa?…” Y yo esa noche me quedé callada. Terminó el programa y todos se fueron a acostar. Yo también, claro, antes me hicieron lavar los dientes, como todas las noches… Y me miré el espejo, y me dije: “Cuando sea grande te voy a buscar, abuela. Aguantá. No te mueras”… No me puedo olvidar del rostro de esa vieja. Lo he buscado por todos lados desde que pude irme de mi casa. No. Desde antes. No fue fácil irme.
7- (Situación del padre y la madre)
A mi madre la llevé a la tumba. Siempre llorando… ¡Mentirosa! ¡Qué me importa! Mi viejo es más fuerte, o se hace… Cada tanto me encuentra y me pide que vuelva. “Vení”, me dice. “Te está esperando la estufa prendida… Hay una soledad en la casa…” y yo hago como que no me importa. Se me parte el corazón de verlo así, viejo, arrugado.
8- (Misión en su vida)
Pero elegí ser linyera… Como ella… Y tengo una misión en la vida,  encontrar a mi abuela. Y al Ciruja. En las noches que me tomo hasta el perfume, o me fumo todo con la lata, los veo. A los dos. Pero después se me van y no sé por donde se escondieron. Si serán guachos…
9- (Escena con la hermana)
Mi hermana no quiere saber nada. Se asusta. No quiere ni que pase cerca del hijo. Una vez me vino como una cosa… Y me fui caminando hasta mi casa… Y me senté enfrente… Y miraba… En la ventana de arriba, el Carlitos me miraba. Yo sé que me miraba. Y después gritaba “la tía, la tía, vino la tía” Y yo, tranquila, sentada en el pasto de enfrente sonreía sin moverme. Al rato cayó mi hermana. “¿Qué querés?”, me dijo. “¿Querés que se muera otro en la familia?” Yo armé un pucho y nada. “Ta’ lindo el pibe”, me salió, mirando fijo el cigarrillo que iba armando… También miraba los zapatos de mi hermana. Estaban buenos. Yo jamás los usaría, pero estaban buenos… Eran de charol… “No puedo creer que prefieras… “, empezó y se calló. Prendí el pucho, me chupé todo el humo y me quedé mirando la ventana. “Ta’ lindo el pibe…” “Se llama Carlos”  “Sí, ta’ lindo el Carlitos” Y se agachó y puso sus ojos a la altura de los míos. “Claudia, mirame”, me dijo. Y yo la miré. “¿Qué pasó, Claudia. Tenías todo. Y mamá… que no resistió… Por tu culpa… No, perdoname… Pero sí, la perdimos porque…” Yo la entiendo a mi hermana… Ella siente vergüenza de mí… Se casó. El marido no es malo. Le dio un hijo. Tienen un autito… Pero es de ir a la peluquería los sábados para quedarse a ver televisión… Tiene una vida así de chiquita… Nunca tocó un libro, ni le importó…
10- (Escena de los libros)
En cambio a mí… Cuando se van los últimos puestos de la feria… los que venden porquerías… Yo corro a ver si pesco algún libro, o una revista… Cualquier cosa. Pucha que no tengo lugar que si no… Y me los roban… Que si no… Los otros días, los de la vuelta me los prendieron fuego… Ya sé que hacía frío pero eran unos de francés… De negocios… De cómo viven allá… Ya sé que no sirven para nada pero era lo que había… La otra vez había encontrado en la basura uno sobre la revolución francesa… Estaba de bueno… Contaba lo de la guillotina… Pero el perro de mierda del viejo de la esquina lo meó todo… Ya me dije, perro que venga a mearme un libro o una revista, perro que acuchillo y chau…
11- (El libro del bebé)
Tengo uno que ese sí no lo largo… Un libro, digo… Es de un bebé con sus medidas, y qué le dijo el médico, cuánto pesó… Y… yo qué sé que le pudo pasar al gurí ese… Para que tiraran ese libro… Hasta su foto tiene… Gordito… ¿Se habrá muerto?... Porque tirar ese libro… Está lindo… Lo llevo en el carro, debajo de las frazadas. Está envuelto para que no se moje cuando llueve… Yo a veces me hago la loca y lo muestro como si fuera de mi hijo… Yo no tengo, pero les miento… Y los tarados me creen… (Silencio)… “¿Y dónde lo dejaste?” “¿A quién se lo diste?”… Tarados…
12- (Segunda escena con la hermana)
¡Qué frío que hace!... Ah, sí, lo de mi hermana… Y entonces la miré y no dije nada. Y después “¿Y papá?”,  tan bajito que casi no me sentí yo misma. “Te extraña”, me dijo y se me hizo un nudo. “¿Tenés guita?” le dije. “¿Cuánto querés?” “No tengo para puchos”. “Veni y te bañás, y te la doy”, me dijo. Pero le dije que no. Aunque me moría de ganas. No, no… Yo sé lo que venía después… “Que quedate, que así no podés seguir, que mirá cómo estás… Qué flaca… ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?”  No, ni ahí… Me gusta esta vida aunque nadie lo entienda… Yo elegí… Elegí la calle… Ser linyera…
13- (Escena con Dios y los milicos)
 iMierda, qué frío que hace…! Yo a veces hablo con Dios… Dicen que estoy loca… Miren si lo voy a estar...  Los locos son ellos… Siempre lo hago de callada, pero una vez estaba sacada y me puse a gritar, jajajaja… Y casi me llevan… Vinieron los milicos de mierda, que no sirven para nada y que yo estaba haciendo escándalo, y qué te pasa, y donde tenés la droga y vení con nosotros, ni mamada, sé lo que hacen después… Te toquetean toda, te meten la mano, no le hacen asco a nada… “Chiquilina de mierda”, me decía uno de ellos, y yo estaba sacada… Pero al final, no sé, me salvé, los llamaron por la radio, se ve que tenían algo más importante y rajaron… Sino me llevaban al manicomio. Cantado.
14- (Dios y el flaco Luis)
Yo le digo a Dios lo que no le digo a nadie. Y él me escucha. A veces es medio sordo, o hace como que no me da bola, pero me escucha. Es mi amigo… Si le habré contado de cosas… Secretos… Pero hay algo que no me ha cumplido. Encontrar a la abuela. O al Ciruja… Nada… ¿Cuántos años llevo atrás de ellos?… Y nada…  Es que no me acuerdo de aquella plaza… ¿Dónde era? Era muy chica, yo, claro,  cuando la pasaron por televisión… Mire si me voy a acordar… Además, todas las plazas son iguales… Bueno, al menos por televisión… Nos reímos mucho con Dios… A veces se enoja conmigo… A veces no lo quiero ver por una semana… Una vez pasó algo horrible… El viejo que paraba en la esquina, el Flaco Luis… Horrible… Lo agarraron unos pendejos y lo prendieron fuego… Tal cual… Y el viejo estaba encopado, se había tomado hasta el agua de los floreros y no podía defenderse… Y lo rociaron no sé con qué y parecía un Judas… ¡Cómo gritaba ese hombre! Le sacaron unas fotos y lo rodeaban… Hasta que un vecino llamó a la policía y los nenes valientes desaparecieron… Nosotros le tiramos los trapos encima y apagamos el fuego, pero el Luis estaba a la miseria. Una vieja gritaba “llamen a una ambulancia, llamen a una ambulancia” pero para los pobres, ma’ qué ambulancia. Entonces miré para arriba y hablé con Dios. Lo hice en silencio para que nadie se diera cuenta, total, no me creen. Y le pedí que se lo llevara… “Dale”, le dije, “es un buen tipo. Te va a hacer compañía. Bancale que te hable todo el día del hijo, pero con unos tintos lo arreglás y se te duerme” y santo remedio… El flaco Luis dejó de respirar… De no creer… Ahí, me arrodillé y le dije “gracias”…
15- (La majuga y los milicos)
Puta, qué frío que hace… Los cartones… Tengo que buscar otro lugar… Este ya no sirve… Además se juntaron unos que tienen unas pintas… Ya no son los de antes, que eran respetuosos… No, estos están salados… No tienen códigos… Se drogan todo el tiempo… Roban y se drogan, roban y se drogan… Allá, abajo del puente es imposible… Se junta una majuga… Se la dan con todo… Hasta a los autos, paran… La otra vez pasó un milico de los grandes y les encajó dos chumbazos… Y nadie se enteró… Por dos días estuvo limpito el lugar pero después, de nuevo… Y es el mejor lugar. Hay sombra de día, calorcito de noche… Pero ni loca… Yo me pongo estas ropas… Sueltas… Para que no me vean mucho…
16- (La escena del fin de año)
¿Cuánto hace que no me pinto los labios? Jaja… Una noche de fin de año, me acuerdo… Me dije… Voy a recibir el año, pintada… Y robé un lápiz bien rojo y me lo pasé hasta que se gastó y no quedó nada… Era como un semáforo… jaja… “Bo, mirá la Clau”, me decían y  yo haciéndome la sota… Jajaja… Terminó mal pero ta’… Terminó mal… Bueno, cambiemos de tema… ¡Qué frío…! (Silencio) Fue por culpa de la Tita… Pero, ta’… Ya pasó… ¿Por qué le seguí la corriente? No, no fue culpa de ella… Yo quería… Estaba caliente… Y sí… Perdoná, Dios, tapate los oídos, ¿viste?... Y estaba muy sacada… Y sí, yo quería una fiestita… Para olvidarme del fin de año ese… Y los recuerdos… Y el calor de la estufa y… Sí, yo quería una fiestita… Pero no lo que… Le tenía unas ganas al Pedro… Ese bulto en el pantalón… Fui derechito y lo abrí, se lo saqué mientras todos aplaudían y se lo agarré con ganas, con los labios todos rojos y empecé a… Tapate, Dios, tapate… Y estaba buenísimo, y yo chupaba pero el Pedro es un animal… Y yo, de pasada que estaba, no tenía ni idea de lo que él podía hacer… Y me agarró de los pelos con la boca mía ahí, sin poder sacarla, que me atoraba y no podía zafar, y tenía arcadas y el tarado se reía a carcajadas mientras me sostenía mi cara ahí, y vinieron muchos,  yo qué sé cuántos, porque no podía ver para ningún lado y me quitaron las polleras y el pantalón… Se sentían los cohetes y la gente que gritaba y yo lloraba… De dolor y de rabia… Y la Tita desapareció. Era uno y otro, y otro… Yo me ahogaba con eso duro en mi boca, y me golpeaban como si estuvieran arriba de un caballo… Y no podía ni moverme hasta que vino la Julia, que es una mina a la que le tienen miedo porque loca puede hacer cualquier cosa y me largaron… Que si no… Ahí estuve no sé cuánto tiempo sin hablarle al de arriba… Lo odié. ¿Por qué dejaste que pasara eso?, le gritaba. Y nada. No me respondía. Debía sentir vergüenza. Eso. Porque no es mal tipo, y es mi amigo. Capaz que era un castigo no sé por qué.  Fue horrible. Estuve con pánico pila de tiempo. Que ni pasaba por ahí. Porque además los veía y me gritaban cosas a lo lejos, y yo agachaba la cabeza.
17- (La venganza)
Hasta que me vengué. Porque yo soy así. Soy tranquila hasta que me sacan. Una noche se me cruzó el Pedro con una botella de tinto en la mano. Estaba drogado y se movía como aquel tentepié que me regaló mi madre cuando era una bebé. Me dio la botella para que chupara y me dije, esta es la mía. Y todo en uno, pegué el pico en un muro y ta’, le incrusté el vidrio entre las piernas. Y bajo el farol, fue. Y le salía sangre y vino tinto de la herida. Y el tipo no podía hacer nada. No entendía lo que pasaba. Y yo me reía. Me reía. Y pensaba qué desperdicio, el vino tinto y ese pedazo hermoso que tenía. Arruinados. Se lo tenía merecido. Y agarré,  me fui y lo dejé desangrando. Se debe haber muerto porque los que iban con él desaparecieron. Y nunca más me molestaron.
18- (Buscando a la abuela)
Qué frío, che… Los cartones… La plaza tenía… tenía muchos bancos… Y árboles… Y un monumento… Pero andá saber de quién. Son todas iguales. Y era de noche. ¿Cómo se llamaría mi abuela, esa que me estaba llamando? El perro ya lo sé. En una época, me había entrado como la desesperación y caminaba preguntando a todos si la conocían. Los tenía hartos a los que viven como yo… Me llamaban “la nieta” Y nada… ¿Me moriré sin encontrarla? (Baja lentamente a la platea y va preguntando a los espectadores si la vieron, si la conocen, el perro. Jugar con las respuestas. Sube al escenario) No está… Nadie sabe nada… Me voy a morir sin conocerla… ¿Y si tiene frío como yo? Mi hermana no lo sabe… Nunca se lo conté… Le partiría el corazón…
19- (Lo que pasó en el cumpleaños de la hermana)
Fue a los nueve.  Nunca se lo cuentes (mira hacia arriba) Fue en el día del cumpleaños de ella… Qué frío que… Un tinto no vendría mal… Me habían pedido que fuera a buscar no sé qué cosa al cuarto de mis padres, antes que vinieran los invitados. Yo entré, estaba todo oscuro y sentí que alguien se estaba bañando. Me acerqué y era papá… Estaba… Estaba desnudo… Él se sorprendió tanto como yo (mira hacia arriba) Por favor, no le cuentes nada, eh… Quedamos paralizados… Nunca lo había visto… Nunca había visto eso… Y me dijo: “Vení, Claudita, con papá” y yo fui. Había cerrado el agua y estaba parado en la ducha. Yo me acerqué y él me pidió que le alcanzara la toalla… Yo se la alcancé y entonces le toqué eso… Que estaba duro… Nunca lo había visto… Nunca había visto uno,  y me dio la toalla para que se lo secara… Pero no se lo… cuentes… Yo no sabía si estaba bien o mal… Ahora sé, y me pidió que se lo tocara… y besara… Y en eso, entró mamá… Me tomó de los pelos, me dio un cachetazo y me dijo que era una degenerada, “justo el día del cumpleaños de tu hermana, para arruinarle la fiesta”, me dijo que provocaba a mi propio padre, me lavó la boca con agua y jabón, yo no entendía nada pero me dolía lo que hacía. Y ella le gritaba a mi padre… “Después vas a ver, después vas a ver” Estaba furiosa. En medio de los cachetazos me hizo jurar que nunca se lo contaría a nadie. Mi padre se vistió en silencio… Y salimos los tres del cuarto y afuera mi hermana y mi abuela, bueno, la madre de mi madre, no la de la plaza, la verdadera, estaban esperando para ver qué había pasado. Y no pasó nada. Un día, dos días, una semana y decidí irme.
20- (A los 18 años)
Juré que cuando cumpliera los 18 me iba… Demoré muchos años en hacerlo, pero me fui. En silencio. Cuando cumplí los 18. Desde esa época elegí la calle para vivir… Como mi abuela… Mi padre me daba asco… Mi madre… Ella casi ni me tocaba… Era todo con mi hermana… Y a mi padre nunca le dijo nada. Y yo  pasé todos esos años esperando… En silencio… Usando la ropa que me ponían, yendo al colegio y el liceo que me mandaban… Pero yo ya era linyera… Sólo esperaba poder dejarlos… Y ellos lo sabían… Les incomodaba mi presencia. Especialmente a papá y a mamá… Nunca más hablaron de lo que había pasado… Nunca más… Y yo me fui preparando… Para buscar a la única que me estaba esperando, con su perro Ciruja, al que no dejaban dormir… Abandoné todo… Y no les dio ni como para denunciarme a la policía… Me dejaron ir… Los odiaba. Me sentía sucia. Me odiaba… ¿Viste, Dios? No hiciste mucho, eh…
21- (¿Para qué volver?)

Qué frío… Un alcohol no estaría mal… Y ese tarado que robó los cartones… Tengo que buscar otro lugar para dormir… No, los refugios, no… Te roban hasta lo que no tenés…  (Queda en silencio. Mira hacia arriba como si Dios le hablara) ¿Volver a la casa? ¿Para qué? Ellos no son mi familia. Ya no tengo. Nunca tuve. Nací ahí, sí, pero por casualidad… (Mira hacia arriba) ¿Vos me pusiste ahí? Eso era una casa con gente adentro… Ahora soy libre…
22- (El desencuentro con la abuela)

Y busco a mi abuela… Y al Ciruja… Yo sé cómo ladra… No es un perro cualquiera, no… Yo sé cómo ladra… ¿Lo bancarán mis pichichos? Le van a ladrar a muerte… Pero sí, si se los ordeno, sí… Y la voz de mi abuela… “Claudia, tu padre no me…”, la siento acá, en la oreja… Una vez, cuando dormía cerca de las vías del tren, la sentí. Juro que la sentí, cerquita… Yo me había tomado todo y no podía casi levantarme… Y los perros ladraban, protegiéndome… Me apoyé en la pared y como pude le grité… “¡Abuela!” varias veces… Pero la deben haber espantado estos bichos… Les encajé varias patadas pero no hubo caso… Hasta que estuvo lejos, no pararon. Y yo no podía aguantarme en pie… Fue una estupidez mía… No me lo perdono… La tuve ahí… Cerca, y volví a perderla… No me lo perdono… Desde ese día trato de no emborracharme… De estar lúcida aunque no siempre se puede… No siempre… (Silencio) La tuve ahí… Pero, ¿qué les voy a decir a mis perros? Si son mi familia… Ellos no tienen la culpa de que yo haga estupideces…
23- (La parroquia)

Hay veces que no sé quién soy… Me pierdo… Otras, la tengo tan clarita… Cuando veo a las chiquilinas del colegio aquel… Con sus polleritas planchadas… Las medias altas… La mochila… Yo era una de esas… No me arrepiento… Pero las miro de lejos y no lo puedo creer… Yo era una de esas, me digo… Y les digo a mis perros, y ni ellos entienden nada… Una vez me acerqué a una de ellas y le dije que yo también había ido a ese colegio… Y gritó espantada, y salió corriendo (se ríe a carcajadas y va bajando hasta quedarse en silencio) Yo sabía hasta francés… todavía algo recuerdo… Teníamos que poner la boca como una trompita…  Cuando me dan la comida en la parroquia ni se imaginan que yo los domingos cantaba en el coro… El cura que tiene como mil años a veces me mira como si me reconociera, pero yo me hago la sota… Tenía linda voz… Y salía de noche a repartir comida… Jajaja… ¿Te das cuenta? Las vueltas de la vida… Yo prefiero callarme… No decir nada… Agarro el plato que me dan, con la cuchara de plástico y me voy a mi rincón en la plaza y  como en silencio… Y les tiro algo a mis perros… Tengo una misión en la vida. Por eso estoy acá. Porque voy a encontrar a mi abuela… La voy a encontrar… Así me lleve toda la vida… Ella me llamó y yo voy a ir. Me está esperando… Se lo prometí. Y vos me vas a ayudar, ¿ta?… (Mira hacia arriba)… Aunque a veces creo que no querés… ¿Por qué no querés?  (Silencio)

24- (El novio)

Una vez me enamoré… Lo había visto en una telenovela… Me flechó… Era de tarde y en el bazar de la esquina habían como veinte televisores y él estaba en todos… Y me miraba… Y me hablaba… Y yo no sabía qué decía porque estaba atrás de la vidriera… Pero sabía que me decía cosas… Porque me miraba a mí… Iba todas las tardes. Unos ojos pícaros. Labios finos… Elegante… El jopo se le caía y él lo levantaba con la mano. ¡Y cómo besaba! Yo soñaba que me besaba a mí. No me daban celos que besara a otra, porque era una novela…  Y un día pasó por la plaza… Fue horrible… Lo vi de lejos acercarse… Y me arreglé de apuro los pelos y estiré la ropa… Me levanté y esperé como una novia que viniera a mí… Y él ni me miraba… Y traté de llamarle la atención… Y entonces cruzó su mirada con la mía… “Hola”, le dije muy bajito… Y el se sonrió, y sin pararse a preguntarme nada… sacó la mano de su bolsillo… Ay, dios mío… Y me tiró una moneda… (Silencio prolongado) 

25- (Volver a empezar)

Me duele la barriga… Me voy a cagar de tanto frío… No importa cuánto tiempo pase… Capaz que termino viejita como mi abuela… Pero la voy a encontrar… Qué frío… (Queda estática. Busca en el carro y saca el libro del bebé. Se lo apoya en el pecho y lo abraza. Tararea una canción de cuna… Se pone tensa. Mira fijo hacia un costado. Larga el libro en el carro) No puede ser… ¡No puede ser! ¡Abuela! Esperame, abuela… ¡Ciruja! ¡Ciruja! (Va a tomar su carro, pero lo abandona y comienza a caminar acelerada y corre hasta casi desaparecer del escenario gritando) ¡Abuela! ¡Ciruja! ¡No se vayan! (Pero se frena… Vuelve a su lugar, al lado del carro… Sentada, con la cabeza gacha, en silencio, va armando un pucho…)

(Lentamente las luces se van apagando)

Fin

El Orgasmo de María, de Andrés Caro Berta, escritor de Montevideo.










EL ORGASMO DE MARÍA



 
De Andrés Caro Berta


Registrado en AGADU
Para solicitar autorización del autor:




(Basado en el cuento del mismo nombre incluido en el libro
“Adrenalina Montevideanis (nada será igual)”, del mismo autor
editado en 1999, en Montevideo por Abrelabios Ediciones)



(“La pieza del hotel era oscura. Las paredes de un color ocre indefinido  por los años y por el uso; la lámpara de la mesita transmitía muy poca luz; la única ventana que había no aportaba luminosidad porque afuera gobernaba la oscuridad…. Todo contribuía a que la habitación se mostrara deprimente. A eso se le sumaba una cama de hospital, muy vieja, el olor del aceite que dejaron las frituras diarias en uno de los rincones, el ruido intenso de las fábricas cercanas y los autos. La pieza 25 del Gran Palace Hotel, vieja gloria hotelera convertida en un inmenso elefante blanco, era realmente depresiva.
Allí, María entraba en una etapa preorgásmica provocada por ella misma. Esta vez contra uno de los rincones, sentada en el piso, con los ojos cerrados, los cabellos negros pintados de rubio tapando la cara, angustiada y escapando hacia adentro, evitando el afuera. María se retorcía gozando con sus dedos que le deparaban caricias que recordaban a otras manos, pero que eran sus manos.
El gemido fue corto. No fue nada romántico. Hubo un espasmo, dos, tres seguidos de un momento de silencio. Su jadeo quedó como un solitario sonido en la habitación. Un jadeo cansado por el esfuerzo no querido y a la vez deseado. Sus manos quedaron cubriendo su zona genital unos instantes, la cabeza gacha, los ojos cerrados, los pelos formando un escudo sobre su rostro. María resopló, dijo algo y golpeándose cariñosamente las nalgas, apoyó sus manos en las baldosas gastadas por muchas pisadas, se levantó y volvió a la realidad. Sobre la mesa de luz, dos cajas, una de cigarrillos y otra de fósforos esperaban. Su cuerpo aún temblaba, le pedía recostarse un rato. Prendió un cigarro y quedó acostada mirando el techo. Extendió su mano y encendió la radio. Una canción romántica  inundó el cuarto: ‘Serás siempre mía, será siempre mía, toda la vida, siempre mía, aunque otro te tenga entre sus brazos, serás siempre mía, toda la vida, siempre mía…’ Apagó  la radio, angustiada”) (Texto del cuento)

-Maldito… ¿Por qué me dejaste sola? Con un hijo tuyo en las entrañas… Yo sé… Tú no tenés la culpa de dejarme. Fui yo… Maldito… ¡Y te quería! ¡Claro que te quería! En el baile fuiste mi luz, esa noche. ¿Por qué me elegiste? ¿Por qué hiciste que me enamorara  con solo verte? ¿Por qué no me animé a seguirte?... La culpa es mía… Tarada… Soy una tarada…  (Queda en silencio. Cuando termina el cigarro se levanta lentamente. Queda sentada de espaldas al público. Luego camina sin saber a dónde ir) ¿Por dónde empiezo? Siempre me pasa lo mismo… Como si tuviera toda una casa para arreglar… (Sigue con el tono melancólico. Queda mirando al público) ¿Cómo era aquella canción? (Tararea mientras comienza a poner orden en el cuarto. Es una cumbia) “Un día apareciste en mi vida / bebiste de mi río y te fuiste / y me queda todavía el sabor de tu amor. /  Nunca más / nadie pudo / entrar en mi corazón. / Regresa, te lo pido. / Regresa a tu nido. / Yo te espero, todavía, / yo te espero, mi vida. / Nada, nada, nada tiene valor desde que te fuiste / perdí el deseo de vivir… Regresa, te lo pido. / Regresa a tu nido / Yo te espero, todavía / Yo te espero, mi vida” (Queda en silencio) ¿Qué hora es? ¿Dónde lo dejé? (busca el reloj) ¡Las 9! ¡Qué tarde! Tengo que comer algo… Pero no tengo ganas… ¡Qué fastidio hacerse comida para una sola! La comida es para muchos… Para hacer para los demás y compartirla… No tiene gracia eso de cocinar todos los días y para una sola… Y la cocina que siempre está ocupada… (Imitando burlonamente) “Pum, pum, pum… ¿Quién es? El encargado. Señora, hay olor a frito en su pieza. Le recuerdo que no puede cocinar allí adentro. No me obligue a decirle a la dueña”… Cornudo… Claro, defiende su empleo… ¿Y cómo quiere que haga? Si me roban todo lo que dejo en la heladera… Y aquí se pudre…Lo tengo que hacer rápido… Se me va lo que no gano en comer porquerías… Capaz que mañana la Tota lleva algo, no, no puedo abusar… Seré cualquier cosa, pero abusadora… ¿Qué me hago? Mejor compro fiambre mañana, antes del trabajo y ya está… Total, si engordo… ¿quién se va  a dar cuenta?... (Prende un cigarro y se queda mirándolo) Vida de mierda… Extraño… ¿Qué estará haciendo Felipe con la abuela? ¿Y si voy a verlo? No, mejor no… Después se pone mal cuando me vengo… Mamá me lo dijo… “No vengas tan seguido que tu hijo después que te vas se pone insoportable”… Para peor la foto que le saqué salió mal… ¡Qué bajón!... Bueno, bueno… Arriba ese ánimo… El sábado… ¿Qué me pongo? (Abre un cajón de un placard)… (Irónicamente) ¡Tengo tanta cosa  para ponerme!... (Mira una prenda) ¡Polilla de mierda! Voy a tener que coserlo… ¿Irá Carlitos? (Prende la radio y baila una cumbia como si estuviera con su pareja) “¡No apretés, che!”. Je… (Apaga la radio.  Va al espejo y habla a su imagen) No, no debo ilusionarme… No debo ilusionarme… Me dijo de salir, pero mirá el día que es y todavía no me llamó… Capaz que el maldito del encargado no me pasó la llamada… Me tiene bronca… Pero seguro que no me llamó… No me llamó… No me llaman nunca… Es acostarse… Un polvo y nada más… Eso es lo que soy… Un agujero para un polvo… Ni dos ni tres. Uno… ¡En lo que  me convertí…! Tengo que ir a la peluquería… Ya las canas no las tapo con nada… Era lindísima cuando recién vine a Montevideo… (Sale de frente del espejo)  Aquel viaje sí que estuvo bueno… Los edificios altos… Me mareaba… Nunca había visto edificios tan grandes… Pensar que adentro vive tanta gente, son como ciudades en chiquito… El ruido del tránsito… Me lastimaba los oídos… ¿Y cuando pasó el ómnibus por la rambla?… Nunca había visto tanta agua junta… ¡Qué susto que me llevé!… Creí que nos estábamos inundando, lo juro…  Ja… ¡Qué tarada! Una pajuerana… Hasta me vine con la valijita… Un regalo… Suerte que nadie me asaltó… Me bajé en la terminal y en vez de irme directo a Carrasco, me quedé dando vueltas por las vidrieras de ahí… Había de todo un poco, montones de revistas, muchas revistas… Las actrices de la televisión estaban en las tapas… Romances… Casamientos…  Y además, lleno de diarios… ¡Qué cantidad de diarios! ¡¿Y la gente lee todo eso?! Y ropa… ¡Qué hermosa!  Fue lindo llegar… Fue como cumplir un sueño… Salir de la mitad del campo, siempre en la estancia, para la casa de unos amigos de los patrones, en Carrasco… Recomendada… Iba con la carta en la cartera… La Rosa me decía allá que una vez vino a servir en una fiesta y estaban todos los que veía en la tele… “¡¿De verdad?!”… Y mientras miraba las tapas de las revistas en la terminal, en el quiosco,  soñaba con que esos estuvieran allí, y yo con mi uniforme nuevito, bien peinada, sirviéndolos… En las novelas que pasan en la tele, los señores se fijan en las empleadas… Y se enamoran de ellas… Hasta se separan de la bruja de la esposa… ¡Qué guaranga! ¡Nena, crecé! Eso es en las novelas… La gente en la terminal me empujaba… Siempre apurada… Y malhumorada… ¡Y las mujeres fumando! ¡Y solas, chiquilinas, fumando y tomando cerveza! ¡Qué desvergüenza! Bueno, si en casa me vieran fumando… “¿Qué? ¿Ahora te da por fumar? No tenés vergüenza… Te convertiste en una puta… Eso es lo que sos… Y dejando abandonado a tu hijo…” Es que… ¿Y cómo mato el tiempo? No me entienden… Fumo, sí, ¿y qué? Me jodo yo… ¡Ah, qué fastidio! ¡Ni la tele tengo! ¿La habrá arreglado? Me parece que no sabe nada ese tipo… Una pinta… (Se sienta frente al público como dialogando con otra persona, mientras se arregla las uñas) Si va Carlitos al baile, capaz me lleva al hotel aquel que fuimos esa vez… Estaba lindo… La primera vez que usaba sábanas que no tenía que lavar yo…Y un espejo allá arriba… Y películas chanchas… Esa parte no me gustó… Además, el Carlitos parecía más interesado en verlas que en mí… “Che, boludo”, le dije… “¿Y yo?”  Pero después estuvo todo bien… Y hasta me gustaron… ¡Hacían cada cosa…! Todavía hoy hay cosas que no entiendo… Pero no me puedo sacar la imagen de cuando llegué a Carrasco, me perdí… Está lleno de calles extrañas… Caminé horas hasta que una mujer me dijo dónde era… ¡Qué casa! Toqué timbre y a través de una reja pude ver cómo venían dos perros asesinos a saludarme… Éramos tres chicas… Susana, la Tita y yo… Teníamos que hacer todo… Descansábamos los domingos… Bueno, no siempre, a veces… Eran de amarretes… Mucho para afuera… Cuando venían visitas aparentaban todo lo que podían, y nos mandaban a comprar cosas carísimas al súper, pero antes y después… Traían las bolsas grandes de arroz y esa era la comida de todos los días… Terminé odiando el arroz. Arroz con tomate, arroz con carne picada, arroz con leche, arroz… La mujer no era mala. Era alcohólica, recuerdo que las manos le temblaban de la necesidad de emborracharse… ¡La plata que gastaban en bebidas! Y no cualquier bebida…  El tipo estaba en el gobierno. Y era mano larga… “Deje, patrón” le decía mientras le sacaba las manos de mis tetas o mi culo… Pero de ahí no iba… Un día vino misterioso a mi cuarto… Bueno, el cuarto de las domésticas… Las otras dos miraron para otro lado, luego de saludarlo en voz baja. Él me dijo que lo acompañara, que tenía algo que decirme… Yo no entendía nada… Me llevó a la cocina y me pidió que la conversación quedara entre nosotros… Entonces me dijo que yo era muy buena, que iba a entender… Que su hijo  estaba entrando en la adolescencia y él había pensado que yo… Mis ojos cada vez se hacían más grandes… No entendía nada… Nunca había tenido relaciones con nadie… Y el patrón me pedía… “Mire, patrón”, le dije… “Yo, la verdad, nunca…” pero él no me escuchaba… Seguía insistiendo… Que yo era intachable,         que prefería que lo hiciera conmigo y no con cualquier loca, que quien sabe las porquerías que se podía contagiar, en cambio conmigo… Que además no iba a ser gratis. Él quería tener una atención conmigo… Que no lo tomara a mal, pero me quería ayudar… Que si aceptaba, le dijera qué quería de regalo… Además, si dejaba que el hijo lo repitiera, me prometía todos los meses un dinero, además del sueldo… Eso fue un sábado, me acuerdo, mientras la mujer se estaba maquillando para salir… Y yo también, en mi cuarto… Iba a ir a un baile con las muchachas… Después me dijo que yo estaba… divina… Que él nunca se había propasado conmigo, pero más de una vez sintió muchas ganas… ¡Un asco! ¡Lo que puede el dinero!... Yo me asusté mucho… Temía perder el empleo pero no quería hacer cosas que después me lastimaran… Le pedí tiempo, sintiéndome cobarde…No podía hablarlo con nadie… Fui al baile, pero mi cabeza no estaba ahí… Bailé toda la noche tratando de distraerme… Tomé mucha cerveza, más de uno quiso algo conmigo, pero yo seguí bailando sin darles corte… Al final les arruiné la noche a las chiquilinas porque como a las cuatro les pedí irnos porque me sentía mal… No sabía qué hacer… Cuando llegué a la casa, vomité… No quería que llegara el día siguiente… A la noche, el domingo, se me acercó de nuevo el patrón… “Y, ¿lo pensaste?” y yo le dije que sí, porque estaba asustada… “Bien”, me contestó y me acarició la mejilla. “Escuchá bien… Vamos a hacer esto”, lo recuerdo palabra por palabra. “Nosotros mañana nos vamos a ir a trabajar. Entonces te vas a nuestro dormitorio, te das un buen baño, te desnudás y te acostás en nuestra cama. Eso sí, después que terminen arreglala bien que no quiero que mi mujer proteste. No sé muy bien si ella sabe – juro que me dijo eso el muy basura – No sé muy bien si ella sabe… Y esperalo así a mi hijo. Él está al tanto. ¿Sabés cómo tiene de parada la que te dije?” “Sí, patrón”, le contesté y me fui llorisqueando a la habitación. Me encerré en el baño y lloré como una hora. Fue horrible, me sentía una puta. Al día siguiente el patrón me puso unos billetes en el corpiño, me pidió que hiciera un buen trabajo y se fue con su mujer a la oficina. Me acuerdo que el patrón y el hijo, antes, mientras desayunaban me miraban con cara rara. Yo entraba y salía del comedor, trayendo las cosas pero casi no me animaba a levantar la cabeza… Tenía miedo que se dieran cuenta de mi  cara de pánico… Después que se fueron fui al dormitorio de ellos, hice lo que me pedía y lo esperé desnuda. Antes revisé los placares de la patrona. Me probé unos anillos que tenía en un cajón… ¡Qué divinos! Y los perfumes… Marcas extrañas… Me puse por todo el cuerpo… Sentí  ruidos y corrí a la cama dejando todo lo más ordenado posible para que no se dieran cuenta y me tapé con las sábanas. Cuando vino ese pendejo me dio lástima. Parecía un pollo mojado. Se sacó la ropa sin hablarme y se metió en la cama, junto a mí. Yo me quedé quieta porque no sabía qué hacer. ¡Pobrecita! Estaba asustada… En la cama de los patrones, como una puta, sabiendo menos que el que iba a debutar conmigo… Entonces, lo recuerdo como si fuera hoy, me miró el chiquilín, bueno, tremendo rancho, y destapando las sábanas me mostró eso que tenía entre las piernas y me dijo: “Chupámela, como lo hacen en internet”. Y como me resistía, empezó a insultarme. Se ve que eso lo calentaba porque cada vez la tenía más parada. Yo me quería ir, me dio mucha vergüenza. Pero él insistía, entonces se subió encima de mí  y sin avisarme nada me la metió. Dios mío, sentí un dolor impresionante. Estaba complemente seca. Él se asustó un poco, pero siguió entrando y saliendo. Y de pronto empezó a gritar. Y se bajó de la cama mientras me miraba espantado. “¿Qué pasa?”, le pregunté. Y me señaló mis piernas. Estaban llenas de sangre, y las sábanas también. “¡La cama de los patrones!”, pensé espantada “¡¿Qué hice?!” Él salió corriendo al baño y sentía que se lavaba una y mil veces… esa parte…, y yo no sabía qué hacer. Pensé en llamar a la urgencia para que lo vieran  pero, ¿qué les decía? ¡Además esa sangre… era mía! Ah, dios mío… Sentía un dolor espantoso… Llorando me levanté y traté de sacar las sábanas pero ya el colchón estaba manchado de rojo. “¡Me van a echar – gritaba - me van a echar!”, mientras el mocoso de mierda me insultaba: “¡¿Qué me hiciste?! ¡Puta de mierda! ¡Estás podrida! ¡Yo le dije a papá que esto no iba a funcionar! ¡Esperá a que venga! ¡Esperá a que venga! ¡Vas a ver!”… A mí me seguía saliendo sangre y no entendía nada… ¿Qué me había hecho?, pensaba… ¿Me lastimó algo? En esa época no sabía nada… Bueno, ahora tampoco…  Como pude, junté todo, lo metí en el lavadero y con un cepillo traté de lavar la cama, pero el tarado ya había hablado a la oficina del patrón, y él y la mujer estaban en camino… ¡Dios mío!, corrí a mi cuarto y me puse a llorar con las muchachas, pero éstas se apartaron. Me dieron una toalla de esas que se ponen en la menstruación, claro, ahora ya lo sé pero en ese momento… Lo único que me dijo una de ellas fue que lo que pasaba es que yo era virgen y me había roto el himen… Recuerdo la palabra… Himen… “¿Qué es eso?” le pregunté, y ella se rió. “Nada, tonta, una telita que tenías que ya no tenés más”. A los pocos minutos ya estaban en la casa los dos y viendo el desastre, la patrona me dio varias cachetadas, me dijo que me iba a meter presa por abusar de su hijo  y él me agarró de acá, del brazo y me llevó a un rincón y con una cara de furia que nunca se la había conocido, me dijo que me fuera ya, y que si hacía algún reclamo en el Ministerio de Trabajo, o donde fuera, me iba a meter presa porque tenía los mejores abogados… El chiquilín lloraba desconsoladamente, yo también, la madre también, el padre estaba furioso… Así que junté todo lo que tenía, lo metí dentro de un bolso y a la hora estaba afuera de la casa, sentada en la vereda sin saber qué hacer… Dios mío… ¡Qué tarada que era yo en aquella época! De la mitad del campo… Si me agarra ahora… ¿Qué haría si me pasa eso, ahora? No sé… Capaz que lo cago a patadas… O le cobro bien… ¡O les hago un agujero…! No sé… ¡Hasta ese momento fui la Virgen María! (Silencio. Comienza a reírse, turbada por lo que dijo, mirando una estampita prendida a una punta de la radio,  pidiendo perdón. Pero le causa tanta gracia que no puede parar de reír, y comienza a mezclar risa y llanto, hasta que llora, llora, llora. Queda en silencio con la cara tapada. Levanta la cabeza mira a la platea. Sale del asiento frente al público. Deja la lima de uñas en la cómoda) ¡Qué sucio está todo! (Se pone a limpiar con la escoba) Estoy harta de esta vida… ¿Pero qué hago? ¿Irme para allá con mamá y Felipe? Es mejor que Felipe se acostumbre a vivir sin mí… Con la abuela está mejor… Además con mamá no me llevo… Y no sé si los patrones, después del escándalo, supongo que se habrán enterado de lo que le pasó al nene de sus amigos, entonces supongo que no me quieren ni ver… No, no… Ahí ya no tengo lugar… ¿Y de qué voy a trabajar? Aquí al menos… Son unos explotadores pero algo es algo… El año que viene capaz que me meto a estudiar cualquier cosa… ¡Me encantaría eso de secretaria! (Juega con la escoba) “Sí, señor, como no señor, en cinco minutos le preparo lo que me pidió, señor, ah, muchas gracias, señor, las rosas son hermosas. ¿Hoy de noche? Nada. ¿Y su señora? Ah, se fue para afuera… Déjemelo pensar… ¿En su auto? Bueno, está bien, acepto… Sí, no tengo compromiso…” (Queda meditando un instante y vuelve a la realidad)  ¡Ah, estas muñecas! Prender y apagar esa máquina de mierda, y abrir las cajas y poner los envases adentro… Y prender y apagar… Y abrir las cajas y poner los envases adentro… Todos los días lo mismo… Pero es trabajo… Otras están peor… ¿A dónde voy a ir si ni terminé la escuela? Ese supervisor que me carga todo el tiempo, pero yo ni ahí… La tengo cosida para ti, m’hijito… No me agarran más, a no ser que yo quiera… Pero allí no hay nadie como la gente… O están casados, cruz diablo, o son unos pendejitos y feos, todavía… El chofer no está mal… Nada mal… Pero los choferes tienen mala fama… Bueno, un favorcito se le podría hacer… Pero no me da ni corte… Además, con ese gorro de plástico que tengo que usar… Y el trapo ese tapándome la boca… Parezco una extraterrestre… Un día voy a irme vestida con esa solera que me había regalado la patrona Laura y te mato… Aprontate… ¿Será casado?... No, mejor trato de encontrar al Carlitos el sábado en el baile… Aunque,  otro… Mojó y se fue… Son todos iguales… Menos, papá… Un santo… Veintiocho años de casados… Y mi vieja que es insoportable… La aguantó hasta que el corazón le dijo basta… Papá… (Silencio) Una noche me hice la dormida y vi cómo él se montaba encima de ella… Me asusté mucho… Yo era muy chica… Y ella le dio una cachetada y le dijo que nunca más lo hiciera… Yo salté y grité y él me dio una cachetada y mamá me dijo: “¡Dormí!”… ¡Y al día siguiente estaban como si nada! Se querían… (Se sienta en la cama y se pasa jabón por las piernas y se va afeitando) Éste sábado… Mirá si está Carlitos… Me acuerdo cuando salimos del baile con Carlitos… no sé quién estaba más nervioso… Él o yo… (Se ríe) “¿Vamos a un telo?”, me dijo y su cara era de novela esperando que le diera una cachetada. (Hace la mímica) “Bueno”, le dije y él no supo qué hacer… “¿Vamos o no vamos?” insistí, riéndome para adentro… Los hombres son gallitos pero los apretás y ay, ay… Tomamos un taxi y le dijo bajito al chofer a dónde quería ir… Y cuando llegamos, subimos una escalerita de un garaje que cerraron por fuera. Y abrí una puerta y me encontré con el tal dormitorio… Luces bajitas, música romántica, espejos, una cama redonda… “¿Cómo harán para tenderla?” pensé… Ya había pasado un tiempo de lo de Carrasco… pero estaba el susto…  Carlitos fue amable… Roberto se robó mi corazón… y el hijo del patrón mi virgo… Pero Carlitos fue… la diversión, la alegría… Nunca me reí tanto como en esa noche… Me hizo sentir una reina… Una reina… Me hizo olvidar lo que había pasado la primera vez en Carrasco… Pero no apareció más… Nunca más… Me decía “Mi amor, cómo te quiero, ¿te querés casar conmigo?, quiero darte todos los hijos que quieras” y todo eso… Y yo me sentía en el cielo… Una reina… Cuando nos despertamos al mediodía del domingo, me mimoseó mucho, mucho y cuando nos íbamos me pidió que lo esperara en la plaza del Entrevero… “Esperame a las seis, ¿tamos?” y yo como una tarada me quedé allí esperándolo… Y no apareció nunca… Yo no sé qué tengo… Me los consigo todos iguales… Aquel otro, Antonio, que la mujer lo había echado… Lo bien que hizo… Después que logró acostarse, adiós que te vaya bien… ¿Pedro? Ja, Pedro… Que “Sos el amor de mi vida, ¿dónde estabas?, no te vayas más de mi vida” Y yo, creyendo… La clavó y chau… Ah, ¿y el de lentes? ¿Cómo se llamaba? Bueno, no importa… Se refregaba en el baile como si tuviera miedo de caerse, si se soltaba… Baboso… Tenía un aliento en la boca, ah, qué asco… Yo también, tengo un estómago… Lo que pasa es que tocan los sentimientos, y el pobre infeliz tenía una vida terrible y me ablandan y les doy todo, hasta la bombacha… Hablando de bombacha… Tengo que lavar la ropa… No, hoy no… Mañana… No, el domingo, así me entretengo y lavo la que use en el baile… No sé cómo sacarle el olor a transpiración… Si hubiera seguido con Roberto la cosa sería distinta… Estoy segura que él  no me permitiría que lavara la ropa… Habría otra Maria para hacerlo… Tenía todo para darme… Fui yo la que no me animé… Y se fue… Por culpa mía se fue… Me acuerdo del pelo cortito que usaba… Y el bigotito finito… Y esos músculos… Hacía pesas… Estaba entrenado… No fui la única… Las chiquilinas quedaron con la boca abierta… Estaba en una barra mirando la pista distraídamente… Me acuerdo que lo vi cuando estaba entrando… Divino… Para comérselo… Tenía unos pantalones ajustados, negros y camisa negra, de manga corta,  desprendida hasta la mitad del pecho con esos pelitos saliéndole… Un bombón… En el brazo izquierdo se había hecho grabar un tatuaje con un corazón y adentro unas letras enormes que decían “I Love mama” ¿Sabría inglés? Nunca lo pude averiguar… Ah, sí, me olvidaba… ¡Unas botas vaqueras!… Guau… Los ojitos chiquitos, la trompita… ¡Y una cola! ¿Por qué será que a las mujeres nos gustan tanto las colas de los hombres? A mí me entró todo el complejo… ¡Qué se va a fijar en mí! Pero no fue así… Cuando pasamos por al lado de él, me comió con la mirada… La sentí en la nuca… Me di vuelta y le sonreí tímidamente… No pasó nada… Es que él estaba como en una vidriera, mostrándose a todos pero sin que nadie pudiera tocarlo. Como a la hora, alguien me tocó el hombro. Me di vuelta, ¿y quién era? Roberto… Con una voz entre cortada me dijo: “¿Querés bailar?”. ¿Y qué iba a hacer? ¿Hacerme la interesante? Le dije que sí, y nos fuimos a la pista y nos bailamos todo… ¡Fuimos la envidia de todos! Ah… Cuando ya no dábamos más, me invitó a tomar algo… Mis pies no daban más encerrados en esos zapatos baratos que eran de plástico… Subimos varias escaleras y llegamos a una terraza donde había una barra… Pidió cerveza para los dos y nos pusimos a hablar en una mesita… Roberto… Él siempre fue el preferido de la madre, me lo dijo varias veces… Un niño grande… Con una sonrisa divina, tenía un diente de oro acá,  y los ojos chiquitos… Y me contó toda su vida…  Y me dijo que ahora estaba por irse a otro país porque había sufrido un desengaño amoroso y no conseguía empleo… De mí no me preguntaba nada… Cuando terminó el baile nos fuimos caminando y él me dio un beso. Tierno. Y yo toqué el cielo. Esos brazos gigantes me rodearon, protegiéndome… Me dijo de ir a la casa que le prestaba un amigo y yo ya a esa altura iba a donde él quisiera. Era un apartamentito chiquito. No bien llegamos me sacó toda la ropa, me pidió que yo también se la quitara. Y me llevó a la cama y me enloqueció. “¡Adiós, traumas de Carrasco!” me dije. Era una máquina. Era tierno y violento. Yo le tocaba los músculos de los brazos y no podía creer lo duro que los tenía. Y cuando me animé a tocarle eso otro… ¡Qué duro, también! Ahora conozco otras y me doy cuenta que no era muy grande, pero ese día… Era incansable… Me dijo que tomaba unas pastillas para mantenerse en forma y hacía muchas horas de gimnasio… No me dijo bien en qué trabajaba antes de quedar sin empleo… Un tierno, lo que se dice un tierno… Cuando paramos, se acostó a mi lado y me empezó a decir cosas maravillosas… Que nunca había estado con nadie como yo, que mi cuerpo, que mi cara, que mis ojos… Ahí me di cuenta que no habíamos usado preservativo y yo estaba en fecha… Se lo dije… Me miró con cara rara y pensé: “Sonamos” pero no. Me tomó el vientre con esas manos enormes que tenía, bueno, debe seguir teniéndolas, y me lo acariciaba, después lo besó… Me dijo que siempre quiso ser padre y que quería un hijo mío… Y yo deliré… “¿Qué? ¿Esto me pasa a mí?” Y otra vez se calentó y otra vez… Yo no daba más… Ya era como el mediodía del domingo y todavía no habíamos dormido y él seguía… Yo caí redonda y me dormí y de pronto siento que alguien me golpea el hombro… Era él… Había ido a buscar un ramo de flores… “¿Qué hora es?” le pregunté. “Las 7 de la tarde”… “¡Dios mío, los patrones!”, grité y salté de la cama… Pero él me hizo sentar de nuevo y me dijo: “María, quiero que te vengas conmigo”. “¿Adónde?” le dije. Y él me dijo: “A Italia”. “¿A Italia?” “Sí”, me dijo él. Y yo le dije que no sabía… Que no  tenía pasaporte… Y él me dijo que no había problema, que él lo conseguía enseguida… Y yo me asusté… Entonces, me dijo que bueno, que él tenía que irse… Que quería llevarme con él… Que también iban a ir otras muchachas… “¿Otras muchachas?”, le pregunté. Me dijo que eran unas primas, nada que ver con él, que yo era su único amor… Que él me pagaba el pasaje, todo… Que podría trabajar de doméstica en alguna casa de gente amiga y que después, cuando juntáramos el dinero nos veníamos de nuevo y nos casábamos… A mí me entró el chucho… Yo no sé italiano… Sentía un dolor en el pecho pero le dije que no. Entonces me levantó la mano para pegarme, sé que lo hizo de desesperación, y yo lo atajé a tiempo y me acuerdo que le dije:”No me pegues. Puedo estar embarazada”, y era verdad, sin saberlo. De ahí salió Felipe… Pero me dio una cachetada y me dijo: “Estúpida. Vestite. Nos vamos. Lo que hicimos fue una pérdida de tiempo. Vos a mí no me querés”. Y nos fuimos. Él estaba muy enojado. Pero en la calle me pidió perdón, me dijo que no quería perderme, que era el amor de su vida, pero a mí me dio miedo… Y me llevó hasta la casa donde trabajaba en tremenda camioneta que tenía… Y nunca más lo vi… Roberto… ¡Qué arrepentida que estoy! Las muchachas me decían que era un fiolo, que traficaba con mujeres en Milán, que me había salvado… Pero yo todavía no les creo… No, no puede ser. Roberto no puede ser un traficante de blancas… No… Ellas de envidia… Fui yo la que lo perdí… Todavía acaricio la mejilla donde me pegó… Fui yo la culpable… Se hartó de mí… (Permanece en silencio. Comienza a sacarse la ropa lentamente aún sumergida en sus pensamientos, queda con un viso, y se acuesta) ¿Mañana a qué hora entro? Esta semana fue de tarde… Ah, sí, empiezo el turno de la mañana… ¡Qué tarada! Nunca me acuerdo… Sí, entro a las cinco… ¡Ah, dios mío, qué tarde que es! (Ajusta el despertador, apaga la luz y se tapa con la sábana. Se pone  boca arriba,  en silencio. La pieza queda en penumbras. Lo que sigue lo dice en tono bajo) Roberto, volvé… ¡Por favor, dame la sorpresa… Que suene el timbre y seas tú… (En silencio baja sus manos hasta llegar entre piernas, por debajo de las sábanas. Comienza a acariciarse, gimiendo, se va excitando lentamente, todo muy contenido) ¡Volvé, mi amor, no me dejes sola, te estoy… esperando! (Tiene un pequeño orgasmo. Queda quieta un instante, su cuerpo se afloja. Se mantiene boca arriba, un instante con las manos entre piernas y lentamente, llorisqueando, se da vuelta y se queda de costado, con la espalda hacia el público. Se apaga la luz. Silencio. Suena el despertador. María lo apaga, se despereza, prende la luz) Bueno, hora de ir a  trabajar… (Sigue remoloneando) ¡Vamos, vamos!
María se levanta. Una luz matinal ilumina el lado donde está el espejo. Ella se acerca hacia él, con la sabana cubriéndole el cuerpo. Se mira en el espejo y lentamente va poniéndose la sábana como si fuera un manto. La luz de la mañana la ilumina. Observándose alza las manos y las pone en el pecho en posición de rezar.
(Apagón)

FIN

OTRO FINAL
María se levanta. Una luz matinal ilumina el lado donde está el espejo. Ella se acerca hacia él, con la sabana cubriéndole el cuerpo. Se mira en el espejo y lentamente va poniéndose la sábana como si fuera un manto. La luz de la mañana la ilumina. Observándose alza las manos y las pone en el pecho en posición de rezar.
(Se mantiene todo el tiempo mientras  se escucha la voz en off)
(Voz en off anuncia al público, con tono calmo) El hombre que la enamoró aquella noche nunca más apareció. Felipe creció junto a su abuela hasta que María lo trajo para tenerlo con ella. María dejó la fábrica, fue doméstica en  tres casas y después logró entrar en una empresa, para hacer el mantenimiento. María finalmente conoció a un hombre mayor, muy bueno, que la quiso mucho
aunque ella siguió amando al otro, esperando su regreso. Se casó  con ese hombre veinte años mayor que ella, José, de oficio carpintero, y con él tuvo un segundo hijo llamado Jesús. El resto de la historia es conocida por todos ustedes)
(Apagón)
Fin