4/4/09

EL AMOR DEL FONDO, DE DANIEL SERRANO

El amor del fondo
Daniel Serrano
Para Javier Vera
Personajes:
Jaime. 37 años.
Adriana. 25 años.
El Chalayo. Alrededor de 50.
La obra empieza con el telón cerrado. Tras un oscuro, se escucha un efecto de rechinido de
llantas y el efecto de un choque automovilístico. De pronto silencio. El telón se abre.
La escena representa un barranco. Lo más alto de las paredes no se alcanza a ver.
Un carro, el que escuchamos al principio de la obra, está en el fondo, con golpes producidos por la caída. Hay mucho polvo. Entre el polvo, sale una mujer tosiendo. Es Adriana.
Adriana.- (Tosiendo) Vamos a llegar tarde. Así no se puede.
Se escucha un leve quejido.
Adriana.- Si no llegábamos hoy, el trámite se iba a la mierda.
Se escucha otro quejido.
Adriana.- Y vamos a volver a empezar, y vas a tener que pagar…
Otro Quejido. Adriana se tira al piso. Está aturdida.
Adriana.- ¿Qué pasó?
Vemos a Jaime que se arrastra hacia ella. Se sigue quejando Viene tosiendo también. Adriana lo ve, y se levanta a ayudarlo.
Adriana.- ¡Mi amor! ¿Estás bien?
Jaime.- ¡Órale!
Adriana.- ¿Qué tienes?
Jaime.- Nada.
Adriana.- (Con un abrazo a medias) Gracias a Dios…
Jaime.- Me dijiste mi amor…
Adriana.- (Contundente) No.
Jaime.- (Ídem) Sí.
Breve pausa.
Adriana.- Se me salió.
Jaime.- Ha de ser.
Adriana.- ¿Qué te crees?
Jaime.- Era un comentario nada mas. Debe de ser la costumbre.
Adriana.- Pues a lo mejor.
Jaime.- Sí.
Adriana.- Por eso nos vamos a divorciar.
Jaime.- ¿Por qué?
Adriana.- Por la costumbre.
Jaime.- ¡Qué poca originalidad!
Adriana.- ¿Y por qué querías?
Jaime.- No sé. Por otra cosa.
Adriana.- Pues no.
Jaime.- Qué bueno que no vamos a ir a un terapeuta matrimonial.
Adriana.- Ja.
Jaime.- Así se dice, ¿no?
Adriana.- ¿Me lo estás insinuando?
Jaime.- ¿Qué?
Adriana.- Que vayamos al consejero matrimonial.
Jaime.- ¿Tú quieres ir?
Adriana.- ¡Claro que no! (Pausa) ¿Lo estás considerando?
Jaime.- No.
Adriana.- Pareciera.
Jaime.- Nunca te sales del guión.
Adriana.- ¿Qué?
Jaime.- Que lo más lógico a decir después de que yo te pregunto si tú quiere ir, es ¡claro que no! Y luego una pausa, y después ¿lo estás considerando?
Adriana lo ve, sorprendida.
Adriana.- Nunca dejas esa maldita maña.
Jaime.- Pues no.
Adriana.- Por eso me quiero divorciar, fíjate. Por esa maldita maña que tienes de ver todo como si
fueran mentiras… ¿cómo dices tú?
Jaime.- Ficción.
Adriana.- Ficción, pues qué palabra tan sofisticada. ¡A mí me parecen puras mentiras!
Adriana se aleja, enojada. Va hacia el carro. Lo observa.
Adriana.- ¡En la madre!
Jaime.- ¿A poco no te da gusto?
Adriana.- ¿El madrazo?
Jaime.- Ni duda que andas negativa.
Adriana.- ¿Entonces?
Jaime.- ¿Cómo va a ser el madrazo?
Adriana.- Pues dime.
Jaime.- Que me lo estés contando.
Adriana.- ¿Quieres que te lo cuente?
Jaime.- ¿Qué?
Adriana.- ¿Qué no te diste cuenta del madrazo?
Jaime.- (Fingiendo) No.
Adriana.- ¡También por eso!
Jaime.- ¡No vengas otra vez con eso! ¡Es que eres tan predecible, por eso me divorcio!
Adriana.- ¿Qué?
Jaime.- (Tranquilo) Eso ibas a decir, ¿no?
Silencio. Adriana no sabe que decir.
Jaime.- Estoy cabrón…
Adriana.- ¡Exacto! Eres muy inteligente.
Jaime.- Pues aunque lo digas con ese tonito.
Adriana.- ¿Qué tonito?
Jaime.- Eres predecible, Adriana.
Adriana.- (Más fuerte) ¿Qué tonito? Lo dije sin tonito.
Jaime.- Pero lo ibas a decir.
Adriana.- ¡Ya, carajo! ¡Siempre lo mismo! ¡Siempre de la misma manera…!
Jaime.- (La interrumpe, gritando) ¡Qué madrazo!
Silencio. Adriana lo observa. Se va y se mete detrás del carro.
Jaime.- ¿Y ahora qué vamos a hacer?
Adriana.- ¿Me lo preguntas a mí?
Jaime.- ¿Tú qué crees?
Adriana voltea a todos lados.
Adriana.- Pues sí.
Silencio.
Adriana.- ¿Y por qué me lo preguntas a mí?
Jaime.- ¿Y cómo a quién quisieras que le preguntara?
Adriana.- A ti mismo.
Jaime.- Ya me lo pregunte.
Adriana.- No te oí.
Jaime.- En todo quieres estar.
Adriana.- ¿Y qué te respondiste?
Jaime.- Que no sabía y que te preguntara a ti.
Adriana.- ¿A mí?
Jaime.- ¿A quién más?
Adriana.- (Desesperada) ¡Ya!
Silencio largo.
Adriana.- Tú eres el hombre de la casa.
Jaime.- Ya sé por dónde vas.
Adriana.- ¿Y qué? No es adivinanza.
Jaime.- Ya no soy el hombre de la casa.
Adriana.- ¿Ah no?
Jaime.- Ahora soy el hombre del barranco.
Jaime estalla en una sonora carcajada, que interrumpe de pronto cuando se da cuenta que Adriana lo observa, sin reírse.
Jaime.- ¿No le entendiste?
Adriana.- Sí.
Jaime.- ¿Y?
Adriana.- Pues que no me causa gracia. Sobre todo porque nunca lo fuiste.
Jaime.- ¿Nunca fui qué?
Adriana.- Y dale vueltas… ¡El hombre de la casa!
Jaime.- ¿Ah no?
Adriana.- No.
Jaime.- Entonces para qué preguntas.
Silencio largo. De pronto se escucha un sollozo. Es Adriana.
Jaime.- ¿Y ahora?
Adriana.- Pudimos habernos matado…
Jaime.- ¿Y qué?
Adriana.- ¡Pendejo!
Jaime.- No tenemos nada, no tenemos hijos, ¿Qué más da?
Adriana.- ¡Que a mí sí me gusta la vida!
Jaime.- ¿De veras?
Adriana.- ¿Lo dudas?
Jaime.- Pues el otro día me dijiste que la vida estaba cabrona.
Adriana.- Sí está.
Jaime.- Y que querías morirte.
Adriana.- Es un decir.
Jaime.- ¿Es un decir?
Adriana.- (Irónica) A lo mejor te lo dije porque coincidió con que me estabas pidiendo el divorcio.
Jaime.- ¡Yo no te lo pedí!
Adriana.- Lo sugeriste.
Jaime. ¿Ya ves?
Adriana.- Es lo mismo.
Jaime.- ¡No es lo mismo!
Adriana.- (Sube la voz) ¡No es lo mismo!
Jaime.- (Ídem) ¿Qué vamos a hacer?
Adriana.- (Ídem) ¡Tú dime!
Jaime.- (Ídem) ¡No tengo ni puta idea!
Adriana.- (Ídem) ¡Pues yo tampoco!
Ambos.- (Ídem) ¡Ya!
Silencio largo.
Adriana.- ¿Y si hablas por teléfono?
Jaime.- ¿A quién?
Adriana.- Pues no sé. A quien nos pueda ayudar.
Jaime la ve. De pronto se suelta riendo.
Adriana.- ¿Qué?
Jaime.- De pronto pensé en hablarte a ti.
Adriana.- ¿Qué?
Jaime.- Para que me ayudaras.
Adriana lo observa. No puede evitar sonreír. De pronto se torna seria.
Adriana.- ¿Ya ves?
Pausa corta.
Jaime.- Sí.
Adriana.- ¿Sí?
Jaime.- Ajá.
Adriana.- Pensé que ibas a decir qué.
Jaime.- Yo no soy tan predecible.
Adriana.- ¡Ay ya!
Jaime.- ¿Qué?
Adriana.- ¿Podríamos dejar de hablar así?
Jaime.- ¿Cómo?
Adriana.- Como dos viejos conocidos.
Jaime.- Pues eso somos, ¿qué no?
Adriana.- No. Todo lo contrario. Por eso no somos, porque nos la pasamos así.
Jaime.- Uta.
Adriana.- ¿Qué?
Jaime.- Me quedó clarísimo.
Adriana.- ¡Gracias, Dios mío!
Jaime.- Adriana, fue irónico.
Adriana.- Para mí no.
Jaime.- ¿Qué?
Adriana.- Ya decidí no escuchar entonaciones. Sólo significados.
Jaime.- ¡Órale! ¡Cómo has aprendido de mí!
Adriana.- Pues no tanto. Eso no lo aprendí de ti.
Jaime.- Qué bueno, porque eso no se puede.
Adriana.- Pues yo creo que sí.
Jaime.- Pues yo creo… No, no creo, estoy seguro que no.
Adriana.- Lo voy a intentar.
Jaime.- Allá tú.
Adriana.- De todos modos no tengo nada que hacer.
Jaime.- ¡Tienes que salvar tu vida!
Adriana.- ¿Está en peligro?
Jaime.- Estamos en el fondo de un barranco.
Adriana.- A menos que tú seas un peligro.
Jaime.- Pues si sigues así me voy a convertir en un peligro.
Adriana.- ¡Ándale, me encantaría!
Jaime ha perdido la paciencia. Se aleja de ella. Silencio largo.
Adriana.- ¿Será eso?
Jaime.- ¿Qué?
Adriana.- La falta de peligro.
Jaime.- Aguas.
Adriana.- ¿Qué?
Jaime.- Ya sé a dónde vas.
Adriana.- Estoy pensando.
Jaime.- ¡Aguas!
Adriana.- Eso fue, nos faltó algo. Peligro, comunicación.
Jaime.- ¡Ya!
Adriana.- Nos faltó tolerancia.
Jaime.- Adriana, por favor, no mames.
Adriana.- ¿Qué tiene?
Jaime.- Somos normales. Somos personajes comunes y corrientes; ordinarios.
Adriana.- ¿Y?
Jaime.- Ya sé lo que sigue. Ese guión se ha escrito muchísimas veces (Adriana no le contesta. Sólo lo ve) Viene un momento de reflexión, donde reconocemos nuestros errores, donde todos nos echamos la culpa, donde nos damos cuenta que nos faltó inteligencia, y… viene la reconciliación, porque nos creemos tan inteligentes, que suponemos que somos capaces de enderezar el barco… Y luego voy a querer coger. (Pausa) Punto.
Pausa.
Adriana.- ¿Y qué tiene?
Jaime.- ¿Qué tiene? ¿Ya no te acuerdas?
Adriana.- ¿De hacer el amor? Bueno…
Jaime.- (Interrumpe) Adriana, no te hagas buey. Antes de caernos a este barranco, íbamos al registro civil ¡a divorciarnos!
Adriana.- (Ve la hora) Pues no creo que lleguemos. Y acuérdate lo que dijo el juez.
Jaime.- ¡Ya sé lo que dijo el juez! ¡Y no es juez! ¡Es un secretario de algo! Además todavía tenemos tiempo.
Adriana.- Jaime, Jaime. No creo que salgamos de aquí en media hora.
Jaime.- ¿Por qué no?
Adriana.- (Refiriéndose al celular) Porque resulta que no hay señal.
Jaime.- ¡Todo lo quieres solucionar con el celular!
Adriana.- Pues allá tú.
Jaime.- ¡Oye, no es nada más mi problema!
Adriana.- Tú eres el de la prisa.
Jaime.- ¿Yo? Ahora resulta. ¿Ya no te acuerdas? (Ella no contesta) ¡La que me dijo que se iba de la casa eres tú!
Adriana.- Pues sí, pero yo nunca dije que quería divorciarme.
Jaime.- ¡Chingado, Contigo no se puede!
Jaime camina como desesperado. Ve hacia la cima del barranco. Adriana se sienta en algún lado.
Busca un cigarro. No lo encuentra. De pronto Jaime se detiene al centro del escenario, viendo hacia arriba
Jaime.- (Gritando) ¡Auxilio! ¡Estamos acá abajo! ¡Ayúdenme! ¡Acá abajo!
Adriana lo observa con una leve sonrisa.
Jaime.- (Ídem) ¿Hay alguien arriba?
Adriana.- Imagínate, que te contestaran.
Jaime.- Parece que no quieres.
Adriana.- Pues sólo que alguien se haya parado a algo.
Jaime.- A miar.
Adriana.- Eres un corriente.
Jaime.- ¿Ya se te olvidó?
Adriana.- ¿Ya se me olvidó?
Jaime.- Tengo ganas de que te orines dentro de mí.
Adriana.- Eres un cabrón.
Jaime.- ¿Y qué te respondí?
Adriana.- Que me podía dar una infección en la vagina.
Jaime.- En la panocha.
Adriana.- ¡Jaime!
Jaime.- Así me dijiste.
Adriana.- Estaba excitada.
Jaime.- Estabas caliente.
Adriana.- ¿Cuál es la diferencia?
Jaime.- Que cuando estás excitada, dices vagina, y cuando estás caliente dices pa…
Adriana.- (Interrumpe gritando a la cima) ¿Hay alguien allí?
Jaime.- Que te fueran contestando.
Adriana.- Pues de eso se trata.
Jaime.- Que te fueran contestando que sí.
Adriana.- Ni modo que me contesten que no.
Jaime.- Imagínate, qué tragedia.
Adriana.- ¿Qué?
Jaime.- Que te contesten que no.
Adriana.- Que estupidez.
Jaime.- Por eso.
Adriana.- ¿Qué?
Jaime.- Por eso vamos a donde vamos.
Adriana.- Por si no lo has notado, no vamos a ninguna parte.
Jaime.- Pero iremos.
Adriana.- (Toma el celular) Esta cosa no funciona.
Jaime.- Fíjate lo que son las cosas. Cuando lo compraste no era cosa, y me intentaste convencer de que era una compra chingona.
Adriana.- Estupenda.
Jaime.- La cosa estupenda se convirtió en esta cosa que no funciona.
Adriana.- ¿Y qué quieres que haga?
Jaime.- La cosa deja de ser cosa cuando pierde su utilidad.
Adriana.- No lo puedo creer.
Jaime.- Pues créelo.
Adriana.- No puedo creer que estemos hablando de esto.
Jaime.- ¿Verdad que es ridículo?
Adriana.- Antes no te parecía tanto.
Jaime.- Y sigue sin parecérmelo. Pero estoy tratando de pensar como tú.
Adriana.- A mí no me parece ridículo.
Jaime.- Lo último en tecnología y sirve para pura chingada.
Adriana.- ¡Ya!
Jaime.- A lo mejor si gritas por el teléfono.
Adriana.- Pendejo.
Jaime.- Inténtalo, nada te cuesta.
Adriana le avienta con el celular.
Adriana.- ¿Hay alguien allí?
El Chalayo.- (En off) No.
Adriana y Jaime se quedan petrificados. Sólo mueven los ojos. Luego, se van acercando, en un movimiento inconsciente de protección. Hasta que quedan casi espalda con espalda.
Adriana.- ¿Oíste?
Jaime.- No.
Adriana.- Eso dijo.
Jaime.- Sí.
Adriana.- ¿Quién fue?
Jaime.- Sabe.
Adriana.- Fuiste tú.
Jaime.- No.
Adriana.- Era tu voz.
Jaime.- ¿Mi voz?
Adriana.- No. No era tu voz.
Jaime. Claro que no.
Adriana.- ¡Dios mío!
Jaime.- Tranquila.
Jaime se aleja dos pasos de Adriana.
Adriana.- No te vayas.
Jaime.- Voy a ver.
Adriana.- Espérame.
Jaime.- Tú quédate aquí.
Adriana.- (Lo sigue) ¿A dónde vas?
Jaime.- A ver quién es.
Adriana.- No es nadie.
Jaime.- Pero dijo no.
Adriana.- Por eso. Dijo que no estaba.
Jaime.- Pues entonces sí está. Pero no está…
Adriana.- (Aprieta los dientes) No empieces con eso ahorita.
Jaime se pone en posición para volver a gritar.
Jaime.- ¡¿Hay alguien allí?!
El Chalayo.- (Entrando) Ya te dije que no.
Adriana y Jaime se apartan asustados. El Chalayo es un hombre de unos 50 años. Su ropa está llena de polvo, con apariencia de gambusino. Barba y pelo crecidos.
Jaime.- ¡Ay cabrón!
El Chalayo.- Estoy aquí. No allá.
Adriana.- ¿Quién eres?
Jaime.- No le preguntes eso
Adriana.- ¿Por qué?
El Chalayo.- ¿Por qué?
Jaime.- Porque… porque es obvio.
El Chalayo.- ¿Ah sí? ¿Pues quién soy?
Jaime.- No tenemos dinero. Nos acabamos de caer…
El Chalayo.- ¿Y eso qué?
Adriana.- Con el accidente se nos perdió.
El Chalayo.- Yo no quiero dinero.
Adriana.- ¿Qué quieres?
El Chalayo.- Nada.
Jaime.- ¿Nada?
El Chalayo.- Aquí es lo único que se puede pedir... nada.
Adriana.- Queremos salir.
El Chalayo.- Yo también quería.
Adriana.- ¿Querías?
El Chalayo.- Pero ya ni eso.
Jaime.- Pero nosotros sí queremos.
El Chalayo.- (Se sienta en alguna roca) Así es al principio. Pero luego uno se acostumbra.
Adriana.- ¿Se acostumbra?
Jaime.- ¿A qué?
El Chalayo.- A estar. Pero luego se pasa. Uno se memoriza todas las piedras, y luego a olvidarlas para volverlas a memorizar. Aquí uno tiene que entender que la esperanza no muere a lo último. Es más, se aprende a que es lo primero que se muere.
Adriana.- Pero nosotros tenemos que salir de aquí.
El Chalayo.- Esas ganas también se te tienen que quitar. Y muchas otras ganas que te daban. Lo
bueno es que te das cuenta que las ganas son una cosa mental. Y cuando pase eso, pues ya no van a tener ningún problema.
Jaime.- ¿Quién eres?
El Chalayo.- Soy el Chalayo.
Silencio.
El Chalayo.- Así nomás. Sin apellido.
Jaime.- ¡Qué personaje!
El Chalayo se encoge de hombros. Sale.
Adriana.- ¿Quién es?
Jaime.- El Chalayo.
Adriana.- Nadie puede ser así nada más el Chalayo. Tiene que ser alguien.
Jaime.- No necesariamente.
Adriana.- ¿Es un fantasma?
Jaime.- ¡No!
Adriana.- ¿A poco te asustan los fantasmas?
Jaime.- Si fuera fantasma tendría que estar muerto.
Adriana.- ¿A poco te asustan los muertos?
Jaime.- No seas tonta. Si fuera un muerto, caería en el lugar común. Y eso no sería interesante.
Adriana.- ¿Qué dices?
Jaime.- Es mejor que no esté muerto.
Adriana.- Sería lo más normal.
Jaime.- ¿Ver a un muerto sería lo más normal?
Adriana está al borde del llanto.
Adriana.- Estamos muertos.
Jaime.- ¿Qué dices?
Adriana.- Pudimos ver a ese señor porque estamos muertos.
Jaime.- ¡Qué chafa!
Adriana.- ¿No tienes miedo?
Jaime.- ¿Por qué voy a tener miedo?
Adriana.- Por eso no tienes miedo, porque estás muerto.
Jaime.- Adriana, por Dios. ¿Por qué voy a estar muerto?
Adriana.- Porque nos caímos a un barranco de 20 metros.
Jaime.- ¿Y ahora tú y yo estamos atrapados en el fondo del barranco?
Adriana.- ¡Exacto!
Jaime.- ¿Te estás dando cuenta de la estupidez que estás diciendo?
Adriana.- ¿Cuál estupidez?
Jaime.- O sea que no.
Adriana.- No dije nada.
Jaime.- Si estuviéramos muertos, podríamos volar, desaparecer de aquí en este mismo momento.
Adriana.- ¿De dónde sacas esto?
Jaime.- Ten la seguridad de que no estuviera contigo.
Adriana.- ¿Por qué?
Jaime.- Adriana, por favor. Cuando alguien se muere, no se va a vivir con la vieja con la que está a
punto de divorciarse.
Adriana.- Ahora me vas a decir que la vida conmigo fue un infierno.
Jaime.- Conste que tú lo dijiste.
Adriana.- ¿Qué dije?
Jaime.- Te defiendes mejor callada.
Entra El Chalayo. Jaime y Adriana se separan y caminan sobre sus pasos para calmarse. El Chalayo saca una cantimplora. Se las avienta. Jaime la atrapa. Ve desconfiado al Chalayo.
El Chalayo.- Tómale. Es por tu bien.
Jaime.- ¿Qué es?
El Chalayo.- Agüita
Jaime.- ¿De qué?
El Chalayo.- De salvia divinorum
Adriana.- ¿Qué es eso?
El Chalayo.- Si no quieren no.
Pausa. Dudan. Y por fin le dan un trago pequeño. Le avientan de nuevo la cantimplora. El Chalayo
la atrapa. La destapa y le da un traguito.
El Chalayo.- Antes podía ver el mar. Me paraba horas, arriba del Rinoceronte, y allí me quedaba,
mirando el mar. El Rinoceronte se murió cuando nos caímos. No sufrió mucho. Yo sí. Lo bueno es que él no me vio cuando lloré. Hasta eso que lloré poquito. Se murió despacito, pero no sufrió porque en sus ojos se veía el mar. Como si se le hubiera quedado grabado para siempre. ¡Te vas a quedar ciego de tanto ver agua!, le decía yo. Y como que el Rinoceronte se reía. ¿Saben por qué le pusimos así?
Adriana y Jaime no contestan.
El Chalayo.- Pues porque tenía como un hueso salido entre la crin. La Evangelina decía que le pusiéramos mejor Pegaso, pero a mí me pareció como muy maricón el nombre. Es que la Evangelina era muy femenina. Y no se agüitó el bato cuando le dimos carrilla. ¡Pinche Evangelina! Qué puto te viste. Y la Evangelina se reía. Y no me lo van a creer, pero El Rinoceronte también se reía.
El Chalayo le da otro trago a la cantimplora. Se queda un momento callado.
Jaime.- ¿Se siente mal?
El Chalayo.- Al principio. Ahora ya no.
Adriana.- ¿Cómo llegó aquí?
El Chalayo.- Caí de un entrepaño del cielo.
El Chalayo se empieza a alejar.
El Chalayo.- No fue el entrepaño mayor. Ánimas que así fuera. Un común y corriente entrepaño del cielo que se empeña en no dejar dormir a los seres vivientes. Me empañé, reboté, y cuando caí, supe que ya no me podría regresar…
El Chalayo sale.
Adriana.- (A el Chalayo) ¿A dónde va?
Jaime.- Déjalo que se vaya.
Adriana.- (A Jaime) ¿A dónde va?
Jaime.- No sé. Pero tenemos que irnos de aquí lo más pronto posible.
Adriana.- ¿Nos va a matar?
Se hace un silencio extraño. Los personajes quedan por un momento pensativos. Jaime se acerca a una pared del barranco, para intentar escalarla.
Adriana.- Nos va a matar.
Jaime.- No.
Adriana.- ¿Por qué estás tan seguro?
Jaime.- No estoy seguro.
Adriana.- Entonces ¿por qué lo dices?
Jaime.- Por su manera de hablar.
Adriana.- ¿Qué tiene que ver?
Jaime.- Que un asesino no habla así.
Adriana.- Entonces no es un asesino.
Jaime.- Esta no es una historia común y corriente.
Adriana.- ¿Cómo lo sabes?
Jaime.- Pues porque… ¡lo sé y ya!
Adriana.- Tengo miedo.
Jaime.- ¡Yo también! ¡Me estoy cagando de miedo! ¡Y entre el miedo y tú, no me dejas concentrarme!
Jaime intenta de nuevo escalar, pero no lo logra. Adriana intenta empujarlo, en una actitud casi
infantil. Sin que se den cuenta, entra El Chalayo. Trae una cobija desvencijada.
El Chalayo.- No se puede.
Adriana y Jaime desisten, y lo voltean a ver.
El Chalayo.- Ya traté, algunas veces. Usé varias técnicas. No se puede.
Adriana.- Usted es un hombre viejo.
El Chalayo.- Ahora me hablas de usted.
Jaime.- Adriana…
El Chalayo.- Yo también le voy a hablar de “usted”. (Le da un sorbo a su cantimplora) Usted es una mujer tonta.
Adriana.- ¡Qué le pasa!
Jaime.- Adriana…
El Chalayo.- Usted no se da cuenta de nada. No sabe nada.
Adriana.- Pero…
El Chalayo.- Ni siquiera fue capaz de sentir la caída.
Adriana.- ¿Qué dices?
El Chalayo.- Ahora me hablas de tú. No sabes de qué color fue la caída. Ni que olor tiene la muerte, ni el sabor de aire que se te coló por el culo.
Adriana.- ¡Óigame!
El Chalayo.- Usted se va a morir.
Adriana.- (Camina hacia la orilla del barranco. Grita hacia arriba) ¡Auxilio, sáquenme de aquí!
Jaime permanece entre Adriana y El Chalayo. Este se vuelve a sentar.
El Chalayo.- Guarde la voz para que Dios nos guarde.
Adriana.- ¿Qué te pasa, imbécil?
Jaime.- Adriana…
Adriana.- ¿Vas a dejar que me insulte?
Jaime.- ¡Cálmate!
El Chalayo.- El síndrome del coraje.
Adriana.- (Llorando) Me quiero ir… Me quiero largar de aquí.
Jaime la abraza.
Jaime.- Cálmate. Vamos a salir pronto.
El Chalayo se acerca a ellos. Les avienta la cobija.
El Chalayo.- Buenas noches…
Camina a la salida. Se detiene un paso antes de salir.
El Chalayo.- ¿O debería decir hasta mañana?
Sale.
Jaime.- ¡Chingada madre, Adriana!
Adriana.- ¿Y ahora qué?
Jaime.- ¡Te portas como una pendeja!
Adriana.- ¿Qué?
Jaime.- No me estás ayudando.
Adriana.- ¿No te…?
Jaime.- (Interrumpe) ¡No!
Adriana.- En la madre.
Jaime.- Lo más seguro es que sí esté muerto.
Adriana.- ¿Qué dices?
Jaime.- En el chingado infierno.
Adriana.- ¡Pendejo!
Jaime.- Aquí lo que sigue es que yo te diga otro insulto, y que tú me lo contestes…
Adriana.- ¡Puto!
Jaime.- …y después de muchos insultos nos golpeemos…
Adriana.- ¡Cabrón!
Jaime.- Y que cuando veamos que no nos hacemos daño nos soltemos llorando…
Adriana.- ¡Cállate!
Jaime.- Y luego nos abracemos… (Explota) ¡Ni madre! ¡Ni madre! ¡Ni madre! ¡Ni madre!
Adriana.- ¡Chinga tu madre!
Adriana Se suelta llorando. Jaime se va a otro extremo de la escena. Camina por un momento en
círculo y luego se sienta. Silencio.
Adriana.- ¿Qué estamos haciendo aquí?
Jaime.- El ridículo.
Adriana.- El ridículo… Ajá… Buena respuesta.
Jaime.- Pésima respuesta.
Adriana.- Lo dije irónicamente.
Jaime.- Pues no se notó.
Adriana.- (Irónicamente) Buena respuesta.
Jaime.- ¿Podrías dejar este tonito?
Adriana.- ¿Podrías dejarme en paz?
Jaime.- Si quieres me voy.
Adriana.- ¡No!
Jaime.- La última vez que dije eso, contestaste lo contrario.
Adriana.- ¿Qué?
Jaime.- Dijiste que sí.
Adriana.- Es distinto.
Jaime.- O diferente.
Adriana.- Es lo mismo.
Jaime.- No. No es lo mismo.
Adriana.- ¡Por Dios! ¿Me vas a dar ahorita una clase de sinónimos?
Jaime.- Yo ya no te puedo enseñar ni madre.
Adriana.- Gracias por reconocerlo.
Jaime.- No es por mí. Es que tú ya no entiendes nada.
Adriana.- Nos estamos ciclando.
Jaime.- Es que ya no tenemos a dónde ir. Como personajes nos conocemos todo de todo.
Adriana.- ¿Y eso qué tiene que ver?
Jaime.- Lo malo es que no estamos nada más para nosotros.
Adriana.- ¿Ah no? ¿Y como para quién? (Jaime va a responder, pero Adriana lo interrumpe) Lo
dije en tono irónico.
Jaime se levanta. Camina hacia donde salió El Chalayo.
Jaime.- (Gritando) ¡Amigo!
Adriana se levanta como resorte.
Adriana.- ¿Qué estás haciendo?
Jaime.- ¡Amigo! ¿Estás allí?
Adriana llega hasta donde está Jaime.
Adriana.- ¡Espérate!
Jaime.- ¡No me voy a ir!
Adriana.- ¡No lo llames!
Jaime.- Quiero dormirme pronto.
Adriana.- ¡Por eso, no lo llames!
Jaime.- ¿Cómo le hacen las mujeres para poner en pausa las broncas?
Adriana.- ¿Por qué hablas de las mujeres como si todas fuéramos iguales?
Jaime.- Tienes razón. Corrijo. ¿Cómo chingados le haces tú para poner en pausa las broncas?
Adriana.- ¡Pinche Joto!
Jaime.- ¡Señor juez! Me quiero divorciar de esta mujer porque soy joto. ¡Mira, que buena idea! ¡Lo
de vieja insoportable y pendeja lo dejo para otra ocasión! ¡Amigo!
El Chalayo.- (Entrando) Hasta en la tierra de nada, la noche se hizo para dormir.
Jaime.- (A bocajarro) ¿Está usted muerto?
Pausa. El Chalayo se le queda viendo. Luego ve a Adriana. Hay una falsa expectativa. El Chalayo
se empieza a reír.
El Chalayo.- (Sale, riéndose) Buenas noches.
Pausa. Jaime y Adriana se quedan pasmados. No saben que decir. Cada uno se va a un extremo del barranco. Adriana se lleva la cobija raída que el Chalayo le trajo. Se hace un silencio que deja escuchar los sonidos de la noche.
Jaime.- Dicen que hay un país en el que basta con que uno le escriba tres veces al cónyuge que
quiere divorciarse, y ya estuvo.
Adriana.- ¿Y?
Jaime.- Que no importa donde se escriba.
Adriana no contesta.
Jaime.- Hasta puede ser un mensaje de celular. (Pausa) Bueno, en realidad tendrían que ser tres.
Pausa.
Adriana.- ¿Y está muy lejos ese país?
Jaime.- Sí. Por allá por Asia.
Adriana.- ¿Te gustaría vivir allá?
Jaime.- No me gustan los chinos.
Adriana.- Pero no estaríamos aquí.
Jaime.- ¿Cómo?
Adriana.- Si viviéramos allá, no estuviéramos aquí, atrapados.
Jaime.- Estar en Asia no es la única forma de evitar estar aquí.
Adriana.- Pues sí.
Jaime.- ¿A poco me hubieras mandado esos mensajes?
Adriana.- ¿Cuáles mensajes?
Jaime.- Los mensajes del celular.
Adriana.- ¿Cómo crees?
Jaime.- Es más práctico.
Adriana.- Pues sí, pero… Cómo que es muy informal… Muy fácil.
Jaime.- Pues así tendría que ser… Fácil.
Adriana.- Pero como que pierde seriedad.
Jaime.- Vamos a pasar a la historia como el divorcio más complicado.
Adriana.- Yo digo que el divorcio determina la seriedad del matrimonio.
Jaime.- ¿Cómo?
Adriana.- Sí. Mientras más complicado, quiere decir que hubo más amor.
Jaime.- Aunque quién sabe.
Adriana.- ¿Por qué?
Jaime.- Porque nosotros no estamos complicando el asunto.
Adriana.- ¿Ah no?
Jaime.- Pues no.
Adriana.- ¿O sea que estás dispuesto a mandarme tres mensajitos por celular para acabar con nuestro matrimonio?
Jaime.- No.
Adriana.- Menos mal.
Jaime.- Es que no hay señal.
Adriana.- (Ofendida) ¿Qué?
Jaime.- En los celulares…
Silencio. Ambos personajes se reacomodan en el escenario. Lejos uno del otro. Intentan dormir. El Chalayo se acerca a Adriana. Ella lo observa, temerosa. En la siguiente escena, El Chalayo le habla en susurro todo el tiempo.
El Chalayo.- Es normal, aquí todos se desfasan.
Adriana no responde.
El Chalayo.- Y la mejor solución es volver normal este asunto. (Pausa) Entre más rápido, mejor.
(Pausa) Hasta aprende uno a querer el lugar. (Pausa) Algunas cosas se extrañan, pero luego uno le da gracias al creador o a alguien que exista allá arriba. (Pausa) ¿Eres católica?
Adriana.- (También en susurro) Sí.
El Chalayo.- Mejor. Porque así se ahoga uno menos feo.
Adriana.- ¿Usted es católico?
El Chalayo.- No. Por eso me estoy volviendo loco.
Adriana.- No tiene nada que ver.
El Chalayo.- Claro que sí. Prefiero volverme loco, que tragarme esa historia de que a este mundo
vinimos a sufrir.
Adriana.- Usted no habla como pordiosero.
El Chalayo.- ¿No le estoy diciendo? ¿No escucha bien?
Adriana lo observa, temerosa.
El Chalayo. - Lo bueno de esto, es que yo mismo decidí volverme loco.
Silencio.
Adriana.- Eso no se puede.
El Chalayo.- Claro que se puede. Si no, ¿cómo?
Adriana.- ¿Cómo qué?
El Chalayo.- ¿Cómo volver a la normalidad?
Adriana lo ve sin entender nada.
El Chalayo.- Lo malo de volver normal el asunto, es que uno tiene que enloquecer.
Adriana.- Usted habla muy raro.
El Chalayo.- Y hasta se puede llegar a ser muy feliz.
Adriana.- Usted me da miedo.
El Chalayo.- Demasiada cordura. Por eso te doy miedo. (Pausa) Y fíjate, lo que son las cosas… El loco le tiene miedo a la locura.
Adriana.- Usted no se explica.
El Chalayo.- (En pleno susurro) Usted es la que no entiende… Usted es muy pendeja… Ya se lo
había dicho, ¿no?
Adriana.- ¿Qué…?
El Chalayo.- ¿No se le hace mucha casualidad que justamente el día en que se van a divorciar, algo “ajeno” no les permite llegar ante un juez?
Adriana.- ¿Qué quiere decir?
El Chalayo.- Todo esto fue planeado.
Adriana.- Usted está loco.
El Chalayo.- Pero no pendejo. Todo esto lo planeó él. Porque no quería divorciarse, porque la ama.
Adriana.- (Duda un poco) ¿Él… le dijo?
El Chalayo.- No. Se nota.
Adriana.- No creo que…
El Chalayo.- ¿A qué se dedica?
Adriana.- ¿Yo?
El Chalayo.- Él. ¿A qué se dedica?
Adriana.- Es escritor.
El Chalayo.- ¿Y?
Adriana.- ¿Qué?
El Chalayo.- Usted se anda quejando siempre de él.
Adriana.- No entiendo…
El Chalayo.- De sus ficciones. Así le dice él. Usted dice que son mentiras.
Adriana.- A ver, a ver…
El Chalayo.- ¿Le da miedo?
Adriana.- Usted…
El Chalayo.- (Se acerca a ella, y hace evidente que la está viendo a los ojos) ¿Le da miedo pensar que él inventó todo esto?
Aparece Jaime cerca de ellos. El Chalayo no deja de ver a Adriana a los ojos. Ella está como hipnotizada.
Jaime.- ¿Qué pasa?
El Chalayo.- No está fácil el asunto.
Jaime.- ¿Cuál asunto?
El Chalayo.- Pues ese que me encargó.
Jaime toma a Adriana de los hombros y la levanta.
Jaime.- (A El Chalayo) ¿Qué le hizo?
Adriana.- (A Jaime) ¿Así que tú planeaste todo esto?
Jaime.- ¿De qué hablas?
Adriana.- (Se suelta llorando) Me pudiste haber matado…
Jaime.- ¿Qué te dijo este tipo?
Adriana.- Era una solución redonda, ¿verdad? Así nos matamos y ya no hay divorcio.
Jaime.- ¿Qué estás diciendo?
Adriana.- Y no tenemos que dar explicaciones a nadie.
Jaime.- (Al Chalayo) ¿Qué le dijiste, cabrón?
Adriana.- Estás enfermo.
Jaime.- (Se deja ir enfurecido contra El Chalayo) ¡Hijo de tu puta madre!
El Chalayo retrocede unos pasos y rápidamente saca una pistola. Se la pone en la frente a Jaime.
Este, evidentemente se detiene.
El Chalayo.- ¡No te rajes, hijo de la chingada!
Adriana.- ¡No le saques, cabrón.
Jaime.- ¿Qué traen?
El Chalayo.- (Sigue con la pistola en la frente) ¿Lo mato?
Jaime.- ¿Qué?
El Chalayo.- ¡No te hablo a ti! ¿Lo mato?
Adriana sigue lloriqueando.
Jaime.- (A Adriana, sin mover la cabeza) ¡Contesta, chingado!
Adriana.- ¡Mátalo!
El Chalayo.- ¡Usted manda!
Jaime.- ¡Adriana!
El Chalayo.- Ya oíste, hermano. Ni modo. Las viejas mueven al mundo.
Adriana.- (Histérica) ¡Ya!
El Chalayo amartilla la pistola. Jaime brinca hacia un lado, en un acto natural de salvarse. El
Chalayo dispara, y acompaña el tronido de la pistola con un “pum”. La pistola no está cargada. Se hace un silencio. El Chalayo empieza a reírse a carcajadas. Jaime se arrastra a toda velocidad y se esconde detrás del carro. Adriana se queda aterrorizada, en su lugar. El Chalayo se acerca a Adriana.
El Chalayo.- (Otra vez, susurrándole) Fíjate muy bien lo que dices… ¡pendeja!
El Chalayo sale de escena. Silencio total. Adriana se enconcha. Pasa un momento. Se queda inmóvil.
Adriana.- ¿Has pensando en lo último que te gustaría hacer?
Jaime.- Sí.
Adriana.- ¿Qué?
Jaime.- No lo sé. Lo he pensado solamente.
Adriana.- Yo también.
Jaime.- Y aquí yo te tendría que preguntar qué, pero mejor te voy a responder. Lo único que no me gustaría es hacer el amor.
Adriana.- ¿Por qué?
Jaime.- ¿A ti sí?
Adriana.- Depende.
Jaime.- ¿Con quién?
Adriana.- Sí.
Jaime.- ¿Y el lugar?
Adriana.- ¿Cómo?
Jaime.- ¿No es importante el lugar?
Adriana.- Tal vez. No lo había pensado.
Jaime.- Las mujeres dependen más del sujeto.
Adriana.- ¿Ustedes no?
Jaime.- Se siente igual con todas.
Adriana.- ¡Pinche macho!
Jaime.- De todos modos no me gustaría.
Adriana.- ¿Así que te da lo mismo hacer el amor conmigo que con una pinche gorda?
Jaime.- Me da exactamente lo mismo. Pero ese no es el caso.
Adriana.- ¿Y por qué?
Jaime.- Porque estamos hablando de…
Adriana.- (Interrumpe) ¿Por qué no quieres hacer el amor como lo último que hagas?
Jaime.- Pues…
Adriana.- (Interrumpe de nuevo, imitándolo) “Porque sería lugar común del personaje y yo soy diferente”.
Jaime.- ¿Me vas a dejar hablar?
Adriana.- ¿Por qué?
Jaime.- Es sencillo.
Adriana.- ¿Por qué?
Jaime.- Hasta cursi.
Adriana.- ¿Por qué?
Jaime.- (Alza la voz) ¡Porque no me gustaría saber que estoy cogiendo por última vez! ¡Aunque fuera con una pinche gorda!
Pausa de asombro.
Adriana.- (Gritando) ¡Pues ojalá que se te caiga el pito después de que te cojas a la gorda!
Silencio. Adriana se aleja. Jaime intenta meterse al carro. Lo logra. Se acomoda como para dormir, y desaparece de la vista del público. Adriana camina por todo el barranco, intentando encontrar el lugar. Se sienta, se levanta, camina, se acuesta, se vuelve a levantar. Jaime se incorpora.
Jaime.- Chingado…
Sale del carro. Ella lo observa. Jaime se mete debajo del carro. Le quedan las piernas de fuera.
Adriana camina hacia el carro. Se va a meter.
Adriana.- Buenas noches…
Las piernas de Jaime se acomodan.
Transición. Amanece.
Entra El Chalayo. Observa la escena. Se ríe. Camina con parsimonia al carro. Toca la puerta.
El Chalayo.- ¡Buenos días!
Nadie contesta.
El Chalayo.- ¡Buenos días!
Silencio.
El Chalayo.- (Pateando la puerta) ¡¿Que no hay nadie?!
Adriana se incorpora, asustada.
El Chalayo.- ¡Ah, mire! Sí hay alguien.
Adriana se toma un breve tiempo para terminar de despertar.
Adriana.- ¿Qué quiere?
El Chalayo.- Darle una buena noticia.
Adriana.- ¿Qué?
El Chalayo.- Parece que ya no se va a tener que divorciar.
Adriana.- ¿Por qué dice eso?
El Chalayo.- Porque atropelló al marido. (Se ríe de su chiste) Ahora sí que es auto viuda. (Se vuelve a reír)
Adriana.- (Sale del carro) ¡Jaime! ¡Jaime!
Llega hasta él. Lo mueve.
Adriana.- ¡Jaime!
Jaime se mueve. Adriana suspira. Se levanta para irse al carro. Pasa a un lado del Chalayo.
Adriana.- ¡Pendejo!
Adriana se mete al carro. Jaime empieza a salir de abajo del carro. Está mareado, deslumbrado.
Pareciera que está más cansado que cuando se acostó. Se acerca tambaleante al Chalayo. Este le da la cantimplora.
Jaime.- ¿Qué es?
El Chalayo.- Salvia divinorum.
Jaime.- (Regresándole la cantimplora) No gracias.
El Chalayo no toma la cantimplora.
El Chalayo.- Ese es el menú de hoy.
Jaime se deja caer hasta quedar sentado.
Jaime.- Necesito salir de aquí.
El Chalayo.- ¿Para qué?
Jaime.- No sé.
El Chalayo.- ¿No sabes? Entonces no necesitas salir de aquí.
Jaime.- Necesito agua. Agua pura. No con yerbitas.
El Chalayo.- Necesitas aportar algo.
Jaime.- ¿Qué?
El Chalayo.- A la causa.
Jaime.- ¿Cuál causa?
El Chalayo.- La de los hombres del barranco.
Jaime.- Estás loco. Esta no es una causa.
El Chalayo.- Pero lo va a ser. Porque no nos queda de otra.
Jaime.- ¿Cuánto tiempo tienes aquí?
El Chalayo.- Ya llegué a 400 rayitas. Y eso que los primeros días no las apunte. Pongo una rayita
por día.
Jaime.- ¿Más de un año?
El Chalayo.- Pues sí.
Jaime.- Como en las cárceles.
El Chalayo.- No tanto. Aquí uno tiene a dónde ir. Allá uno sabe cuándo va a salir.
Jaime.- Lo de las rayitas.
El Chalayo.- Lo primero que tienes que resolver es por qué te caíste aquí.
Jaime.- Pues por la velocidad.
El Chalayo.- No. A lo que ibas a hacer.
Jaime.- (Sonríe) Iba a divorciarme.
El Chalayo.- Pues eso es lo que tienes que hacer. Divorciarte.
Jaime.- ¿Está bromeando?
El Chalayo.- No. Hay que poner punto final para poder seguir.
Jaime.- ¿Y cómo?
El Chalayo.- ¿Qué se necesita para divorciarse?
Jaime.- Estar casado.
El Chalayo.- ¿Y qué más?
Jaime.- Una esposa.
El Chalayo.- Ajá.
Jaime.- Y un juez.
El Chalayo.- ¡Presente!
Jaime.- ¿Cómo?
El Chalayo.- Yo puedo ser el juez.
Jaime.- Pero tú no eres juez.
El Chalayo.- Eso depende de ustedes dos. Sí yo sólo creo que soy juez, no soy juez. Si ustedes creen que yo soy juez, aunque yo no quiera, soy juez.
Jaime.- ¡Órale! (Camina hacia el carro) ¡Adriana! ¡Adriana, despiértate! ¡Adriana!
Jaime llega al carro. Patea la puerta.
Jaime.- ¡Adriana!
Adriana.- (Se incorpora, asustada) ¿Qué pasó?
Jaime.- ¡A lo que vinimos!
Adriana.- ¿Qué?
Jaime.- ¡Despierta ya! ¡Sal de allí!
Adriana.- ¿Para qué?
Jaime.- ¡Vamos a divorciarnos!
Adriana.- ¿Qué dices?
Jaime.- ¡Ahorita mismo!
Adriana.- (Saliendo del carro) ¿Estás loco?
Jaime.- ¿No era lo que querías?
Adriana.- De esa manera suena muy fuerte.
Jaime.- Estás alargando el asunto. ¿Qué pretendes?
Adriana.- Nada.
Jaime.- Entonces vente.
Jaime camina hacia El Chalayo.
Adriana.- (Lo sigue) Estás loco.
Jaime se para frente al Chalayo.
El Chalayo.- Señora Adriana…
Jaime.- Mendoza.
El Chalayo.- Señora Adriana Mendoza. Por favor párese aquí.
Adriana.- ¿Alguien me puede explicar?
Jaime.- El reverendísimo Juez Chalayo…
El Chalayo.- Ponce.
Jaime.- El reverendísimo Juez Chalayo Ponce va a presidir la ceremonia de divorcio.
Adriana.- A ver, a ver. Creo que ya entendí. El reverendísimo Chalayo va a divorciarme del reverendísimo pendejo de mi marido.
El Chalayo.- Señora, por favor. Orden en la sala.
Adriana.- Pinches orates.
Jaime.- Adriana, por favor, no lo hagas más difícil.
Adriana.- ¿Qué pretendes, imbécil? ¿Que les siga el juego?
Jaime.- Debemos empezar una vida nueva.
Adriana.- ¿Qué?
El Chalayo.- Hay que cerrar ciclos.
Jaime.- Una vez divorciados vamos a poder seguir con nuestras vidas.
Adriana.- ¡Ah! ¡Ya entendí! En este momento este mamarracho nos divorcia, y así la sociedad del
barranco no me va a poder condenar y voy a poder rehacer mi vida y ya voy a tener libertad de escoger entre el mariguano de mi marido y un psicólogo pordiosero. ¡Váyanse los dos a chingar a su madre!
Adriana se aleja.
Jaime.- (Al Chalayo) Disculpe usted el lenguaje, señor juez. Entienda que está perturbada…
El Chalayo.- Esta bueno. Se levanta la sesión.
Jaime y El Chalayo se relajan.
El Chalayo.- Discúlpame.
Jaime.- ¿Cómo?
El Chalayo.- Por el susto. Nada más te quería demostrar lo que piensan las mujeres.
Jaime no entiende.
El Chalayo.- Por lo de la pistola. No pensaba matarte.
Jaime.- No hay problema. Ya pasó. (Breve pausa) Supongo que tenemos que ser amigos.
El Chalayo.- Pues sí.
Silencio.
Jaime.- ¡No! ¡No podemos ser amigos!
El Chalayo.- ¿Por qué?
Jaime.- Porque es apenas el segundo día. Y yo no quiero seguir los patrones de un personaje.
El Chalayo.- ¿Cómo?
Jaime.- La resignación es el comienzo de la muerte.
El Chalayo.- ¿Y?
Jaime.- Que yo no me voy a morir al final. Por eso no me mataste.
El Chalayo.- Ya te dije que era una demostración, un juego.
Jaime.- ¡Todo tiene que ser un juego!
El Chalayo.- No todo. Estamos aquí, y eso no es un juego.
Adriana se acerca a ellos sin que se den cuenta.
Jaime.- ¡Ni madre! ¡Tú no eres mi amigo! ¡En unas horas yo voy a salir de aquí!
El Chalayo.- ¡Exactamente…!
Jaime.- ¿Verdad?
El Chalayo.- No.
Adriana.- Déjense de pendejadas y vamos a hacerlo.
Ambos personajes la ven por un segundo. Reaccionan y se colocan en su lugar. El Juez delante de ellos. Adriana, resignadamente, se coloca en su lugar.
El Chalayo.- Estamos aquí reunidos para celebrar el divorcio de Adriana…
Adriana.- Mendoza.
El Chalayo.- Mendoza, y de Jaime…
Jaime.- Vega.
El Chalayo.- Vega. Pregunto. Adriana Mendoza, ¿acepta usted por ex esposo a Jaime Vega?
Adriana.- Acepto.
El Chalayo.- Jaime Vega, ¿acepta usted por ex esposa a Adriana Mendoza?
Jaime no contesta.
Adriana.- Contesta.
Jaime no contesta.
El Chalayo.- (Carraspea) Pregunto de nuevo: ¿Jaime Vega, acepta por ex esposa…?
Jaime.- (Interrumpe) ¡Acepto, chingada madre!
El Chalayo.- Que lo que el hombre ha separado, no lo reúna Dios. Ya se pueden… (Pausa) No…
Nada.
Adriana se va enfurecida. Jaime no sabe que hacer. El Chalayo tampoco está muy seguro de lo que tiene que hacer.
El Chalayo.- ¿Y ahora?
Jaime se encoge de hombros. Voltea a ver a Adriana.
Jaime.- No está bien.
El Chalayo.- ¿Qué?
Jaime.- Ella.
El Chalayo.- Supongo.
Jaime.- ¿No era lo que quería?
El Chalayo.- Voy a consolarla.
Jaime.- (Lo intercepta) No, mejor voy yo.
Adriana está sentada cerca del carro. Se abraza las piernas. Jaime llega a ella. El Chalayo se sienta en otra parte de la escena, y los observa, inmóvil.
Jaime.- Hola.
Adriana.- Hola.
Jaime.- ¿Cómo estás?
Adriana.- Pues aquí, pasándola.
Jaime.- ¿Eso quiere decir que más o menos?
Adriana.- ¿Me lo preguntas?
Jaime.- Sí.
Adriana.- Antes lo hubieras afirmado.
Jaime.- Pero antes era antes. Ahora ya no es lo mismo.
Adriana.- ¿Ah sí?
Jaime.- Pues sí, ¿no?
Adriana.- ¿Porque ya estamos divorciados?
Jaime.- Ajá.
Adriana.- Ah.
Jaime.- ¿No era lo que querías? ¡Corrijo la pregunta! ¿No te sientes mejor?
Adriana.- No. Respuesta para las dos.
Jaime.- ¿Entonces?
Adriana.- Pero no por ti.
Jaime.- ¿Cómo?
Adriana.- Para variar, nunca entiendes nada. El intelectual de mi marido… Ex marido, está perdido. No es por ti. Ni siquiera por este barranco, ni por el payaso ese que nos encontramos aquí. Es porque yo esperaba otra cosa. Porque de lo que más tengo ganas es de salir de este lugar, ¿y para qué? (Finge la voz) Adriana, ¿cómo estás? Oye, ¿que te divorciaste? Fíjate que cuando me lo dijeron pensé en hablarte, pero por alguna cosa u otra nomás no pude. (Deja de fingir) Y yo esperando en mi casa sola a que estas arpías me llamen para contarles el terrible trago que estoy pasando. Para tirarme al barranco y que me recojan. Y luego ir por las noches a ciertos bares en donde los morritos de 18 años van a buscar mujeres divorciadas, porque saben que con ellas pueden coger… perdón, hacer el amor… sin ningún compromiso. Sin que tengan que llegar a cierta hora a su casa, sin esconderse de nadie, y con una poquita de suerte hasta se ahorran el hotel, porque la vieja divorciada tiene una casa monísima. ¡La vieja divorciada! ¡Tengo 25 años y por este divorcio ya casi llego a la tercera edad! Y tú dirás: Lo bueno es que se puede volver a casar. Y yo diré: Que chingue a su madre. Porque las divorciadas pasan a adornar los aparadores de los “yonques”.
Breve pausa.
Adriana.- ¿Te das cuenta lo que me pasa?
Jaime.- Sí…
Adriana.- No me pasa nada. Sólo eso. Que no quiero ser divorciada. Que no me interesa andar con el culo al aire, que quiero seguir casada con el hombre con el que me casé la primera vez… Pero hay un problema. Ese hombre eres tú.
Jaime.- Oye, pero…
Adriana.- Mejor cállate, ¿sí? Hazme ese favorcito. (Pausa) Muchas veces fantaseé con la idea de
tener una máquina que cambiara las cosas. Una máquina que invirtiera los papeles por, digamos, un día con su noche. Imagínate que con esa maquina tú pudieras ser el esposo de Elena y yo la esposa de Marcos. Pero que además no pasara nada. Que nadie se diera cuenta. ¿Te gustaría? (Jaime no contesta) ¿No te gustaría poderte coger a Elena sin que hubiera bronca? ¿Sin esconderte? ¿Tú crees que no me gustaría ser por veinticuatro horas la esposa de Marcos? Ser la que se puede ir de compras sin llevar una pinche calculadora en la mano. Ser la que puede escoger por el color y no por la etiqueta. Fíjate que a todo dar. Tú te coges al culo que se te antoja, y yo me voy a tomarme la vida tan en serio como se merece. Y todos felices... Pero esa máquina… pues no existe.
Jaime.- Estas loca…
Adriana.- No señor. Estoy más cuerda que nunca. Estoy tan cuerda, que no acepto estar divorciada. Así que me quiero volver a casar.
Jaime.- Pero nos acabamos de divorciar.
Adriana.- Justamente por eso. (Adriana se levanta) Me quiero casar con él.
Adriana apunta hacia donde está El Chalayo. Jaime se levanta como resorte.
Jaime.- ¡¿Qué?!
Adriana.- Así. Me quiero casar con él.
Adriana camina hacia El Chalayo.
Adriana.- Señor…(Voltea a ver a Jaime) ¿Cómo se llama?
Jaime.- Chalayo.
Adriana.- Gracias (Voltea hacia El Chalayo) Señor Chalayo, ¿Quiere casarse conmigo?
El Chalayo sigue inmóvil.
Adriana.- No me tiene que contestar ahorita. Piénselo.
Jaime.- (Jala a Adriana) ¡Estás loca!
Adriana.- ¡No me toques, cabrón!
Jaime.- ¡Fíjate lo que estás haciendo!
Adriana.- ¡Señor Chalayo! ¿Se quiere casar conmigo?
Jaime.- ¡Adriana!
Adriana.- ¿Qué pasa? ¿No le gusto? (Adriana se abre el escote y se lo enseña)
Jaime.- ¡Pinche loca!
Adriana.- (Le acerca las nalgas al Chalayo) ¿A poco no quisiera agarrármelas?
Jaime.- ¡Si no te querías divorciar, me lo hubieras dicho!
Adriana.- ¡Te lo dije!
Jaime.- ¡¿Qué?!
Adriana.- ¡Te lo dije! Muchas veces te lo dije pero no te importó.
Jaime.- ¿Cuándo? ¿A qué horas?
Adriana.- ¡Ahora resulta que no!
Jaime.- ¡Ahora resulta que sí!
Adriana.- ¡No te quisiste ir conmigo!
Jaime.- ¡Ya! Quiero hablar de otra cosa.
Adriana.- ¿De qué? ¿De los pajaritos? ¿Del sol, de los atardeceres? ¿De las rosas rojas? ¿Del amor?
Jaime.- ¡No te burles!
Adriana.- ¡Ya sé! ¡De la poesía bizantina!
Jaime.- ¿Qué?
Adriana.- ¡Así me decías, ¿no?! Eres como la poesía bizantina. Y yo me sentía muy bien cuando me decías esas cosas. Por fin quitabas los ojos de la computadora y volteabas a ver a la musa de tu poesía bizantina. Tú musa. La única que podías insertar en tu trabajo. A la que le dijiste cosas como “la fuerza de mi amor es proporcionalmente mayor a las moléculas de hidrógeno que hay en el océano”.
Jaime.- ¿Yo escribí eso?
Adriana.- “Derrámate en mi piel, penetra en mis venas como la antitoxina que me mantiene en la
peregrinación de mi alborozo”.
Jaime.- ¿Te los memorizaste?
Adriana.- ¡Hice eso y muchas otras cosas! ¡Y ahora resulta que el fondo de un barranco, con una
ceremonia equivalente a una persignada, ya estamos divorciados! ¡Chinga tu madre!
Adriana se aleja de ellos. El Chalayo ha estado inmóvil. Levanta levemente la cabeza.
El Chalayo.- ¿Ella sabe lo que es un poema bizantino?
Jaime.- ¿No la escuchaste?
Breve pausa.
El Chalayo.- Me voy a casar con ella.
Jaime.- ¿Qué?
El Chalayo va a donde está Adriana.
El Chalayo.- Acepto.
Adriana lo voltea a ver. Está fatigada. Lo ve con odio. No dice nada. Se levanta. Camina hacia
donde está Jaime. El Chalayo la ve por primera vez con lujuria.
Adriana.- (A Jaime) Tú nos vas a casar.
Jaime.- ¿Yo? Pero no soy juez.
Adriana.- Déjate de pendejadas. Él tampoco lo era.
El Chalayo llega a donde están ellos.
Jaime.- Yo no me voy a prestar a esto.
El Chalayo.- Yo te divorcié, me debes una.
Jaime.- Adriana, ¿qué no te das cuenta? Este señor lo que quiere es aprovecharse de ti.
Adriana.- ¿Y tú no?
Jaime.- ¿Qué?
Adriana.- ¿No querías aprovecharte de mí cuando nos casamos?
Jaime.- ¡Claro que no!
El Chalayo.- ¡Claro que sí!
Adriana.- ¿Podrías hacer esto por tu ex esposa?
Jaime.- ¡Te estás burlando de mí!
Adriana.- De ninguna manera.
Jaime.- ¡Todo esto es una locura!
El Chalayo.- Que sucede en tu mente.
Jaime.- ¡No me vengas con esas mamadas! ¡Esos personajes son los más superficiales! Y yo no soy uno de esos.
El Chalayo.- Señor Wenceslao Rodríguez, ¿acepta usted por esposa a Adriana…?
Adriana.- Mendoza.
El Chalayo.- ¿A Adriana Mendoza? Sí. Acepto. Adriana Mendoza, ¿acepta usted por esposo a Wenceslao Ramírez?
Adriana.- (Con amargura) Esto es un sueño. En ese momento se escucha el ruido a lo lejos de un helicóptero. Los tres personajes se quedan quietos por un momento, mientras aguzan el oído. Adriana y Jaime lentamente empiezan a buscar la ubicación del helicóptero. El Chalayo se queda otro segundo inmóvil, y luego corre como desaforado fuera de escena.
Adriana.- (Mirando al cielo) ¿Lo ves?
Jaime.- (Ídem) No.
Siguen buscando. El ruido del helicóptero se escucha más lejos.
Jaime.- Se está alejando.
Adriana.- ¡Mueve los brazos!
Ambos personajes lo hacen, mientras el helicóptero se aleja.
Adriana.- ¡Auxilio! ¡Aquí estamos!
Jaime.- ¡Acá abajo!
Adriana.- ¡Sáquennos de aquí!
El helicóptero se termina de alejar. Jaime se derrumba. Adriana ve al cielo con la mirada perdida.
Adriana.- Quisiera tener por lo menos un rinoceronte disfrazado de Pegaso.
Jaime.- Por lo menos salvia divinorum.
Adriana.- Y una rayita de celular.
Jaime.- Un enema bizantino.
Adriana.- Tres moléculas de oxígeno por cada una de hidrógeno.
Jaime.- Un personaje predecible. De esos que al final se mueren.
Adriana.- Un cerdo como marido, y un encanto como ex marido.
Jaime.- Un verso entumecido.
Adriana.- Un choque estrafalario que arroja puros muertos.
Jaime.- Un asesinato cometido contra un anciano.
Adriana.- ¿Y al final?
Jaime.- ¿Qué?
Adriana.- Nada. Al final nada.
Jaime.- Aquí sólo se puede pedir eso.
Adriana.- Nada.
Jaime.- ¿Nos vamos?
Adriana.- Nos vamos.
Jaime se va a un extremo del escenario. Adriana se va al otro. Ambos se sientan abrazándose las
piernas. Se observan por unos minutos. Se escucha de nuevo el helicóptero que pasa. Ellos no se dejan de ver.
Adriana.- ¿Cogemos?
Pausa.
Jaime. Sí… Pero cada quién paga lo suyo.
Ambos personajes pierden la mirada, sonríen, mientras se hace el
OSCURO FINAL

3/3/09

LILITH, por MARIO JAIME


Saludos Benjamin

me encontré con tu blog

Atendiendo a la invitación sobre dar a conocer las obras te envío mi obra
'Lilith'
Es una obrita que me premiaron en México en el 2007

el número de registro de derechos de autor es:

03-2007-111414305200-01





LILITH
POR:

Mario Jaime



Al cadáver de un hada que quizá, no existió




Dramatis personae:

Lilith
Adam
Jehová
Evohé
Senoy
Sensenoy
Semengaloff
Gilgamesh
Tierra
Tiempo







Prólogo
Gilgamesh destruido.
Gilgamesh – Mi flor… ¿Dónde está mi flor? Se la tragó la serpiente. ¿Dónde está la eternidad? Mi flor.
Entra el espíritu de la Tierra, canta:
Ya casi perezco sin un sueño
Como si el mar no fuese aroma sino sangre

Perdí una playa

Aliento de mi vida

Sangre mía, Sangre Ajena, Sangre del Coral

Sangre que ha borrado mi camino
Ya no hay sueños bajo sangre

Temo sentir un nuevo anochecer

Pues aquí mi corazón ha terminado


I
Senmengaloff – El amor no es sino una pesadilla.
Senoy – El amor es un sueño vil.
Sensenoy – Alabemos al Rey Jehová, todopoderoso. Que castigó los falsos profetas, alabemos, alabemos.
Semengaloff – Alabemos.
Senoy – Alabemos.
Sensenoy – Hermanos, alabemos.
Senoy – Alabemos.
Sensenoy – Nuestra misión es cuidar las puertas del Edén. Ninguna horda de bárbaros puede penetrar, ningún demonio, ninguna sacerdotisa infame de la triple luna. Edén es reino y potestad absoluta de nuestro Rey.
Senoy – Alabemos.
Sensenoy – Semengaloff, hermano. Tú que cuidas la puerta norte. Dime, ¿has visto algún peligro?
Semengaloff – Desde las atalayas maté dos halcones que tenían carbunclos como ojos. Eran espías de las malditas sirenas que reinan en la escollera.
Sensenoy – Y tú, Senoy, el más hermoso de los arcángeles. Tú que cuidas la puerta sur. Dime, ¿has visto algún peligro?
Senoy – Con mis flechas mojadas con la sangre del basilisco atravesé al unicornio que montaba una virgen más allá de las rutas del oro. Con paciencia, algún día, exterminaremos a esas bestias impuras.
Semengaloff – Alabemos a nuestro Rey.
Senoy – Alabemos.
Sensenoy – Capitán de los arcángeles, yo, Sensenoy, ponderaré sus hazañas frente a Jehová. El rey estará complacido por los servicios.
Sale.
Semengaloff – El amor no es sino una pesadilla.
Senoy – El amor un sueño vil.
Semengaloff – Hoy la vi. Llevaba flores de esparto en sus manos y un brazalete de zafiro. Se ha dejado caer el cabello aún contra la ley divina. Comía una granada.
Senoy – Semegaloff, fui a la playa en la madrugada para hacer que la escultura de Innana llorase pintura, así los campesinos pensarán que llora sangre y alabarán aún más a la madre del rey como divinidad.
Semengaloff – Sonreía en las sombras y escupía al sol. Sin embargo su cabello relumbra más bajo la luz del día. Percibí el aroma de su lengua cuando probó una simple uva. El universo se fermentó en espasmos.
Senoy – Semegaloff, sígueme en el camino de los sueños.
Semengaloff – Tan hermosa es la palabra cuando la rodea, cuando la describe…
Senoy – Que yo te seguiré en las esperanzas.
Semengaloff – Toma forma y un dios bello la moldea con aliento de astros.
Senoy – Vamos juntos a la ruta de una estrella dorada. Podemos dejar esta vida castrense.
Semengaloff – Su cabello, el orto del salvado. Sus ojos el amanecer reflejado en el espejo de la flor.
Senoy – Aunque un océano nos separe, la marea tiende a reunificar los besos y las risas.
Semengaloff – Su risa es el aguamiel durmiente en la colmena y su enojo el sutil repliegue de las brisas.
Senoy – No me escuchas, hermano.
Semengaloff - ¡Pero ella es la esposa del necio de Adam!
Senoy - ¡Déjala, hermano! Mírame a mí, tengo la piel más blanca, soy más fuerte que ella y puedo abrazarte hasta romperte los huesos
Senoy comienza a desnudarse pero la intromisión de Sensenoy lo alarma. Vuelve a su posición de guardia.
Entra Sensenoy. Después Jehová que se sienta en el trono seguido de Evohé que se tiende a sus pies, masajeándolos.
Sensenoy - ¡Alabemos a Jehová, nuestro Rey omnipotente!
Jehová- ¡Tiembla, oh, tierra de pánico! ¡Yo soy quién soy!
Sensenoy – El Rey Jehová. ¡Maestro de la ortiga dorada! ¡Emperador de los desiertos! ¡Conquistador y azote de los pueblos! ¡Caballero sagrado de la orden de…!
Jehová – ¡Silencio! Evohé, ¿qué haces? Debes lamer mis pies, no acariciarlos.
Evohé – Amo y Señor, estoy cansada. Ayer, tu divino cetro me desgarró y tuve que llamar a los médicos.
Jehová - ¡Hazlo, perra!
Le patea la cara.
Sensenoy – El patriarca Adam, señor de la humanidad.
Entra Adam, se arrodilla.
Jehová – Levántate, estás frente a un torso sagrado. ¿Por qué no estás arando la tierra y preñando a tus esclavas?
Adam – Oh, Rey, es mi mujer. Lilith.
Jehová – De nuevo. ¿Su nombre es disolución, acaso? ¿Por qué te detienes, perra? ¡Lame!
Evohé – Sí, amo y señor.
Adam – Señor, Lilith volvió a devorar a uno de nuestros hijos.
Jehová - ¡Miserable blasfema!
Adam - Después de parirlo se dirigió al río. Allí lo lavó y con los dientes le cortó la garganta, bebió su sangre y arrojó su cuerpo a las hienas.
Jehová - ¿Cuántos niños ha comido?
Adam – Este fue nuestro quinto hijo.
Jehová - ¿Por qué no está aquí? ¿Qué hace todo el día?
Adam – Se burla de mí, Señor. Dice que jamás amamantará un hijo mío, se complace en copular con las panteras de la montaña blanca. Prefiere las inmundas caricias de los dragones y seduce pescadores.
Jehová – Busca otra mujer. Esa será lapidada muy pronto.
Adam – Señor, esa mujer me trae la vergüenza. Mi pueblo se burla de mí. Gritan cuando paso y no acatan mis órdenes. Las mujeres la insultan públicamente pero la admiran en secreto. Se pasea desnuda por los campos. No quiere cubrir sus vergüenzas. Teje guirnaldas, se pone tocas de cicuta en las sienes, se pinta los párpados con mercurio, la boca con extracto de belladona, usa collares de prímulas, perfuma sus senos con albahaca y su lengua de canela. Pasa las tardes en el lago, canta y dice que ama a un héroe tosco que viaja en busca de una rara flor mágica.

Jehová – Esa mujer está loca, no la toques más. Recházala, despídela de tu hogar.
Adam – Ese es el problema, oh Rey, ella se ha ido a vivir a las cuevas y desea salir del Edén.
Jehová – Imposible, no sin mi autorización. Sensenoy, ¿Tus guardias han visto a Lilith intentar saltar las murallas?
Sensenoy – No hay novedad, Majestad. Ninguno de tus súbditos ha abandonado el reino.
Jehová – Senoy. Vuela hacia los mercados. ¡Qué nadie venda comida a esa ramera! Mata a todas las bestias que han copulado con ella y clama en la plaza que aquel que se atreva a mirarla será castigado, sus ojos serán arrancados y su lengua mutilada.
Senoy – Sí, Majestad.
Sale
Jehová – Lilith, volverá a tu hogar, Adam. Dale una oportunidad más, préñala de nuevo. Sí devora a tu hijo entonces la colgaremos.
Sensenoy - ¡Hermano!
Jehová - ¿Qué sucede con este miserable?
Sensenoy – Se ha desmayado.
Semegaloff – No es nada…el calor sofocante.
Jehová – Denle agua a este borracho. Deberías fijarte bien a quién reclutas, Sensenoy. No quiero débiles en mi ejército. Llévatelo.
Sale Sensenoy cargando a Semengaloff.
Jehová – Puedes retirarte, Adam. Sigue nombrando las cosas del Edén. Sacrifica once becerros y los traes aquí.
Adam – Si, mi Señor.
Jehová - ¡Lárgate!
Sale Adam
Jehová – Es suficiente. Levántate y siéntate sobre mis piernas.
Evohé – Sí, mi amo y señor.
Jehová - ¿Por qué me miras de ese modo? Habla.
Evohé – Señor, me parece…
Jehová – No me molestaré.
Evohé – Me parece que has sido muy indulgente con esa Lilith.
Jehová - ¿Juzgas mi manera de impartir justicia?
Evohé – Nunca, amo y señor. Usted es justo y sabio. Le suplico ilumine a una pobre esposa ignorante como yo.
Jehová – Habla pues.
Evohé – Señor, la semana pasado impartiste justicia sobre una mujer, Ruth, la esposa de un jornalero. Ella se atrevió a tocar a su marido cuando estaba impura, cuando la luna ejercía su maligno poder sobre su cuerpo. Mandaste, con justicia, que la lapidaran hasta la muerte, después de cortarle la mano y colgaran su cabeza a la atalaya. No entiendo, como a Lilith, habiendo cometido tantos pecados, tu benevolencia alcanza.
Jehová – Mis caminos son misteriosos, Evohé, dulce esposa. Te ordeno no indagues más sobre lo que no puedas comprender. Ahora, bésame el vientre y poco a poco desliza tu lengua hasta alcanzar mi cetro.
Evohé – Gracias, amo y señor.
Oscuro lento

II

Semengaloff – Ya no necesito esa pomada de erizo. Dame la coraza. ¡Deja de frotarme!
Senoy – Tu desmayo me hace desmayar. He oído que una pasión desenfrenada rompe los lazos de una mente. Ten cuidado, Semengaloff. Ir en pos de un torrente salvaje es la muerte.
Semengaloff - ¡Suelta! ¿Crees que tu mirada azul calmará mi sed?
Senoy – Te he visto en las guardias. Tu mano se agita debajo de la armadura, sollozas su asqueroso nombre y luego te limpias con ámbar.
Semengaloff - ¿Tienes ceniza?
Senoy – La culpa no es mi madre. Yo te deseo limpiamente.
Semengaloff – Vete con las esclavas. Hay mucha carne en aquel matadero para colmar tu pasión.
Senoy – Lo mismo te digo respecto a esa víbora.
Semengaloff - ¡No hables así de ella!
Senoy – Eres como un dios, Semengaloff, tu pecho es más duro que el cobre, tus muslos me parecen remolinos nudosos, podrías abrazarme y me desarticularías.

Semengaloff – Inundo de saliva mi lecho y no puedo descansar. Una tras otra, gasto esclavas mordiéndolas como higos, escupiendo sus cuerpos laxos y este ardor no cesa. ¡Nunca cesará!
Senoy – No has probado mi aguamiel. Puedo yo ser el que calme tu sed. Prueba, nada pierdes, soy más fuerte que Lilith. Desgárrame completo, puedo servirte siempre. Puedes golpearme, destrozar mi nariz, tragaré arena y te llamaré mi dueño. La única condición es que jamás pienses en ella.
Semengaloff - ¿Y después? Una vez satisfecho tu asqueroso concúbito nos castrarán.
Senoy – ¡Ve y fuérzala! Te darás cuenta de que es un sueño. Al final, cuando tu semen la recubra y, cansando, te arrastres por el desierto, sabrás que es una mujer como cualquier otra. Entonces volverás a mí, porque en mis labios está la verdad y la vida.
Lo besa. Por un instante el universo puede languidecer. Semengaloff se aterra.
Semengaloff - ¡Aparta! Pienso en ella, me desgajo, sus ojos que languidecen cuando nada bajo la catarata y los peces arco iris nadan entre sus piernas buscando un sendero de amatistas.
Senoy - ¡Te odio! Algún día, pedirás a gritos que te bese.
Semengaloff – Saca tu espada, tal vez si te corto esa serpiente inmunda que se agita cada vez que respiro, puedas encontrar alguna paz.
Senoy – Aquí está mi espada flamígera. ¡Ataca, cobarde! Pero si te derroto, cortaré tu hígado y te poseeré hasta el anochecer mientras saboreo los aullidos del placer y del dolor.
Entra Sensenoy
Sensenoy - ¡Imprudentes! ¡Envainen! ¡Imbéciles! ¿Acaso no somos hijos de la misma madre? ¿Es que parió chacales?
Senoy – Fue un impulso absurdo. No volverá a suceder.
Sensenoy – Refrenen su cólera. Nuestro deber es vigilar. Enamorarse es delicado. Háganlo de seres que no interfieran con nuestra labor. Tenemos una misión. En marcha.
Salen con la congoja de lo que no puede ser.
Oscuro.

III

Lilith deja libre a un ave fénix.
Lilith – Yo no sabía que los dioses llorasen. Hoy, bajo el cielo rojo plomizo, gotas de icor cayeron al mundo y fui testigo de cuando los dioses lloran.
Asistí al himno de tristeza perdiéndome en su cieno.
Cuando los dioses lloran el viento baja la cabeza, la soledad se yergue a carcajadas, los niños mueren, el sol los seca, agonizan areniscas sobre rostros ciegos. Los árboles se pudren desde abajo, sollozantes, lóbregos.
Cuando los dioses lloran, el eterno océano se colapsa, rinde sus flujos a la nada y caen los sueños como pájaros heridos. Los ojos se disuelven empotrados, rotos, viejos, la pasión se torna loca como el yunque que golpea aplastando luces y las esperanzas se encogen tímidas, cobardes.
El tiempo es absurdo, se suicida. Ya no brotan odas de la tierra, ni rumores, agua, ni alegría. Los esqueletos se palpan el rostro sin comprender su falta de alma y piel. Gritan al vacío, al abismo, al abisvacío. Todo mudo. Agoniza el sol. Gime el orto y el telón cierra lontananza. Los sangrientos miran a la bruma inmersa y observan el triunfo de la amarga realidad. Si hasta los dioses lloran entonces los sepulcros ríen esperando al huésped que sólo columbra una entrada, punto negro en hueca oscuridad. ¡Es mejor saber la muerte que conocer la nada! La vida enmudece y el gorrión solitario muere dentro de la jaula.
Cuando los dioses lloran.
Entra Adam
Adam - ¿Estás triste de nuevo? ¿Quién puede comprenderte?
Lilith – Déjame sola.
Adam – Te recibí de nuevo bajo mi techo.
Lilith – Yo no vine por mi gusto, las tropas del tirano me arrastraron.
Adam – Intentaste otra vez saltar la muralla.
Lilith – Él está triste, ha llorado. Me lo dijo el ave mensajera.
Adam - ¡Él! ¡Él! Te atreves, desvergonzada, a nombrarle frente a mí.
Lilith – Él es un dios. Algún día vendrá y escanciaré sus besos. Pero ha perdido la flor de la inmortalidad.
Adam - ¡Soy tu marido!
Lilith – Si me tocas rebanaré tu escroto y daré los testículos a los escarabajos para que desoven sobre ellos.
Adam – Ese hombre es un bárbaro. Yo pastoreo para darte leche y carne. Conmigo tienes un techo.
Lilith – Él derrotó a los hombres escorpiones, bajó al fondo del mar para arrancar la flor de la inmortalidad pero quedó exhausto. Entonces la serpiente del árbol dónde yo habité se la comió. Ahora llora desconsolado pues su viaje de quince años ha sido un fracaso y morirá. ¿Hay pena más noble y digna de piedad?
Adam - ¡En lugar de llorar a tus hijos que tus dientes destazaron, lloras por ese bárbaro!
Lilith – Yo no quiero tener hijos. Mi cuerpo es mío. Si tu ley miserable me condena a ser una paridora me rebelo lavando la afrenta. Junta sus cráneos y colócalos sobre las tablas divinas. Dile a tu Rey que ellos se han salvado de su esclavitud y enajenación.
Adam - ¡Te estoy salvando la vida!
Lilith - ¿Para qué la quiero? Deja que me lapiden, si Gilgamesh ha perdido la razón de su existencia entonces muera yo compartiendo su dolor.
Adam - ¡Otra vez ese nombre! ¡Yo soy tu dueño! ¡Yo soy la máscara!
Lilith – Déjame morir en paz.
Adam – Lilith, hermosa leona, bien sabes que no puedo soportar la ausencia de tus mordiscos.
Lilith - ¡Eso es lo único que te importa! ¡El éxtasis que yo te inflijo! Bien…pues si para eso es lo que me quieres, tómame, ¡Anda! ¡Cobarde! ¡Puerco!
Se desnuda. Adam no logra contenerse y se despoja también de su manto. Intenta besarla en la espalda y el cuello mientras Lilith levanta sus lágrimas al cielo.
Adam - ¡Las colmenas!
Lilith - ¡Enano hecho a imagen y semejanza de la mierda! ¡Patriarca mediocre! ¡Sabes que mientras intentas darme un placer inexistente yo pienso en Gilgamesh que ahora está desconsolado en las arenas!
Adam - ¡La miel en los reflejos del estanque! ¡Tobillos! ¡Sudor!
Lilith – Siete años ha que huí al verlo llegar, siete que ha morado en mis sueños, siete de agonía y cantos basados en su cuerpo.
Adam - ¡Tu cuerpo! ¡Sólo el cuerpo es verdad!
Intenta arrojarla a tierra pero Lilith le araña el costado. Adam cae boca arriba y ella le monta frenética.
Lilith - ¡Yo desde las alturas! ¡Yo en el clímax y la montaña! ¡Tú, el hombre pequeño y absurdo en la tierra! Con tu espalda ensuciándose de lodo. Tú, el mísero arcón de lo posible donde nada cabe. ¡Yo en el relámpago y la lluvia! ¡Tú, letrina y charco! ¡Yo, aurora y tempestad!
Adam - ¡Basta, es suficiente!
Lilith - ¡No! Ahora cabalgo sobre la mugre, ahora siente como el ciclón barre con la inmundicia. Te falta ímpetu, tu vigor es una brizna fétida.
Entran Senoy, Sensenoy y Semengaloff. Separan violentamente a la pareja.
Sensenoy - ¡Por la autoridad del Rey, Lilith, deja en paz a este hombre!
Semengaloff – (Tirando de los cabellos de Adam) ¿Qué haces, miserable pastor?
Senoy – ¡La tengo! ¡Arrópate, ramera!
Lilith – Escupo sobre ti, mercenario afeminado.
Semengaloff - ¡No la maltrates, Senoy! ¡Es una mujer!
Sensenoy – El Rey Jehová nos espera. En marcha.
Adam – Dénme agua.
Semengaloff - ¡Cúbrete, perro!
Salen
Oscuro

IV
Jehová en el trono. Evohé a sus pies. Lilith y Adam de pie.
Los tres ángeles cuidan las salidas.
Lilith – Reyezuelo. Crees que el mundo es un prado rodeado de arena donde mandas y castigas. No puedes ver más allá de las dunas. Los fondos de los mares bullen de imperios que saben de belleza y salvajismo, más allá de las estrellas hay monstruosos animales que sueñan con forjar vida y pesadillas incalculables. Tú sopesas el valor en oro y en obediencia, pero hay hombres que pugnan por vencer la muerte y descubrir el secreto del fénix.
Adam – Señor, está poseída por un espíritu brutal. No sabe lo que dice.
Jehová - ¿Es cierto, Lilith, que fornicabas sobre tu marido?
Lilith – ¡Eso no es de tu incumbencia!
Jehová – Yo hice este jardín, permito que el pueblo de Adam sea regido por mi benevolencia. Hay leyes que deben respetarse. Sensenoy, habla.
Sensenoy – Señor, nosotros fuimos testigos de que Lilith estaba sobre Adam en la cópula.
Jehová – Adam, ¿eres insensato?
Adam – Ella me obligó, Señor. Estoy enfermo, intentaba cumplir tu mandato pues quería preñarla de nuevo.
Jehová – Debiste amarrarla como a las cabras cuando llega el momento del holocausto. Lilith, las hembras no deben estar sobre el hombre mientras dura la cópula. El hombre es vuestro amo, patrón y dueño absoluto. Teniendo él la posición de privilegio, se evitan las maldiciones y se denota la superioridad.
Lilith – Yo soy arcilla, lo mismo que este hombre. Él no es superior a mí y dudo mucho que seamos iguales.
Jehová – Tus blasfemias han llegado al límite. Nada se me escapa. La mujer es inferior al hombre y así debe ser tratada, mira.
Abofetea a Evohé hasta sangrarla.
Evohé – Gracias…amo y señor.
Jehová - ¿Lo ves? Está hecha para servirme.
Lilith – Yo no sirvo a nadie, no soy una esclava y si así hubiera nacido rompería mis cadenas.
Jehová – Senoy, mi memoria flaquea. ¿Qué pecados ha cometido Lilith?
Senoy – (Abriendo un papiro)
Declaró públicamente que Jehová no era su Rey.
Fornicó con un dragón de fuego.
Fornicó con una pantera
Fornicó con un tigre
Fornicó con el vendedor de amuletos
Fornicó con un Etíope
Fornicó con dos serpientes de agua
Fornicó con el espectro de una muchacha enloquecida
Fornicó con una sirena
Fornicó con una mariposa que reconvertía en una mujer diminuta
Sedujo a la esposa de Elohim
Sedujo a la esclava de Baruk
Sedujo al hijo de Sarah
Sedujo al leproso de Sarumm
Invocó a los demonios del aire
Invocó a los demonios del éter
Tuvo contacto carnal cuando menstruaba con su esposo
Tuvo contacto carnal cuando menstruaba con un murciélago
Tuvo contacto carnal cuando menstruaba con el sembrador de cedros
No respetó la fiesta del holocausto
No respetó la fiesta de la cebada
No respetó la fiesta del himeneo
Devoró a sus cinco hijos después de ahogarlos en el río
Escupió en la cara del recaudador de impuestos
Robó las magnolias del jardín de Akasha
Desenterró el cadáver de Misrhaim y preparó una infusión
Dio de beber su menstruo a un basilisco
Convenció a la partera de Varrey a que se ahorcara
Sembró flores de espino en los senderos
Propagó la doctrina de Bastet
Propagó la doctrina de Ishtar
Propagó la doctrina de Menmut
Propagó la doctrina de Qeteb
Bebió sangre del hijo de Ester
Bebió sangre del hijo de Ammuz
Bebió sangre del pecho de Hennei
Le compró a Herckuff su pigmeo y le dio la libertad
Desató los toros gallus para que destruyeran los sembradíos
Copuló sobre Onán
Copuló sobre Met
Copuló sobre Adam
Jehová – ¡Suficiente! En verdad eres un monstruo.
Lilith – Soy la noche, la abundancia y la sensualidad.
Adam – Señor, un ave, parecida al pájaro Ziz que nos protege del sol, le lleva informes sobre su amado.
Jehová – Es el pájaro que vuela desde Arabia y anida cada 500 años. ¿Ni di órdenes explícitas que lo asaetaran? Es un mensajero maligno.
Sensenoy – Lo hemos hecho, Señor, pero misteriosamente, el pájaro regresa, huele a ámbar y anida en las cenizas.
Adam – Señor, esta ave le habla de un hombre que encontró la flor de la eternidad. Mi esposa lleva años enloquecida por este bárbaro y desea escapar para ir a su encuentro.
Jehová – Lo recuerdo, vino aquí hace ya tiempo, cuando ustedes eran casi niños. Pagó el peaje y se fue. Era un guerrero valiente pero loco. Pobre niña, tu alma quedó en esa visión. Adam, eres un necio, te dije que buscaras otra mujer pero te empeñas en acostarte con el monstruo. Eres tonto pero te quiero.

Adam – Gracias, Señor.
Jehová – En cuanto a ti, Lilith, tus pecados son risibles. También yo he matado a mis hijos que han desobedecido, excepto a este, mi primogénito. También yo he fornicado con esclavas y seducido a las esposas de los comerciantes. También yo soy un mago y conozco el poder de las ortigas que flamean. Sin embargo hay una gran diferencia, yo soy el Rey y tú eres una súbdita, la esposa de mi hijo. Si él no es suficientemente hombre para castigarte tendré que resolver con prudencia y firmeza. ¿Me escuchas?
Lilith – Gilgamesh…perdió la flor, ahora llora buscando un pétalo en la canícula.
Jehová – No atiendes a lo que digo, no te postras, eres necia y soberbia.
Lilith – Y tú apestas. Te derramas siempre que me ves, deseas someterme pero nunca podrás.
Sensenoy se precipita para decapitarla pero Jehová lo detiene con una carcajada.
Jehová – Soy omnipotente.
Lilith – No me asusta tu violencia.
Jehová – He derrotado a los ejércitos más poderosos. Derrumbé sus murallas, conozco la eficacia de los rayos. A mi voluntad las aguas…
Lilith – Conozco tu secreto.
Lilith avanza y le susurra una palabra al oído, Jehová se levanta como un trueno. Palidece.
Jehová - ¡Sensenoy! ¡Amordázala!
Sensenoy lo hace. Semengaloff duda pero Senoy lo amenaza con una daga.
Adam – Padre…
Jehová - ¡Silencio! Sensenoy, cúbrete de cera los oídos y arrójala al pozo más profundo. Tapia la boca con piedra y hierro. La dejaremos morir de hambre y sed. Que nadie se acerque al pozo bajo pena de muerte.
Sale aterrado, Evohé le sigue asombrada. Sensenoy se lleva a Lilith amordazada. Senoy se lleva a Semengaloff con la hoja de la espada en la garganta. Adam queda al centro petrificado, como el hombre ante el cosmos.
Oscuro

V

Lilith en la penumbra.
Entra Evohé con una antorcha y una jarra.
Evohé - Traje aguamiel, bebe. Aquí hay un pedazo de colmena de avispa y un trozo de muslo de cabra, sé que te gusta.
Lilith se arroja, come y bebe desesperada.
Evohé – No soportaba pensar en tu sufrimiento. Llevas aquí cinco días. Sin luz, sin agua. ¿Cómo conservas tu hermosura? No hables, no me des las gracias. Come. Entré por un pasadizo. El Rey no sabe nada, cree que estoy en mi cámara nupcial. Salió a matar leones. Bebe más. Este lugar es asqueroso. ¡Cuantas alimañas! Pero ni los insectos se atreven a tocarte.
Lilith – Es suficiente, gracias.
Evohé – Traje también un poco de aceite, limpia tu cuerpo con este pañuelo. Déjame untarte, descansarán tus miembros. Aquí hay un peine de oro.
Lilith - ¿Por qué haces esto?
Evohé – Estoy intrigada, tu amor es incognoscible. No me mires así, sé que te repugno pero yo te admiro. Déjame peinar esos cabellos que parecen sargazo.
Lilith - ¿Cómo conoces el sargazo? Pensé que habías nacido en el desierto.
Evohé – Toma más miel, sigues débil, necesito que tengas energías. Dicen que eres una fragua donde el pecado se saborea y refresca aunque enloqueces a los que te aman.
Lilith - ¿Quién soy, según tú?
Evohé – Un salto hacia la muerte… y quizá valga la pena saltar.
Lilith - ¿Cómo puedes soportar las vejaciones de ese puerco?
Evohé – El es mi amo y señor. Me excita el sentir su pie dislocándome.
Lilith – No lo puedo comprender.
Evohé – Por qué bebes sangre igual que él, por eso te odia, porque te desea. Eres la única que sabe su verdadero nombre.
Lilith – ¿Te lo confesó?
Evohé – Habló mientras dormía. Soñaba con erupciones y tu rostro. Entonces gritó: ¡Lilith conoce mi nombre! ¿Eso fue lo que le susurraste al oído, verdad?
Lilith – El que lo pronuncie en voz alta puede derrocarlo. ¿Para eso viniste? ¿Deseas saber su nombre verdadero y destruirle?
Evohé – Sí es eso, pero no vine únicamente por ello.
Lilith – A burlarte de mí.
Evohé – Me seduce el escarnio en mi propia persona pero no en tu belleza. Me intriga tu ferviente amor por ese Gilgamesh. Cada vez que alguien pronuncia su nombre comienzas a tiritar, sudas, tartamudeas. Soy curiosa. ¿Cómo es qué tú, una llamarada de poder, tiembla ante un hombre?
Lilith – No lo sé, estoy enferma. Lloro sin razón y me maldigo recordando que huí de él la primera vez que lo vi.
Evohé – Relátame eso.
Lilith – Estaba yo en el árbol de Innana, deseaba convertirme en aire, cuando él apareció. El pájaro de la tempestad se fue y él derrumbó mi casa con un hacha. Yo caí y él me miró. Dijo la palabra ‘tierra’ y yo temblé. Lo primero que columbré de su cuerpo fue una sombra en el cuello, debajo de un rizo. Fue suficiente para que el salvajismo me inundara, sin embargo me petrifiqué. Era un relámpago blanco, con destellos de carne aromática. Los pájaros trinaban nerviosos alrededor, sus plumas cayeron como un arrecife que alumbra la superficie. Iba sobre un carro de marfil tirado por leones de melena negra. En su hombro chillaba un glifo. No vi sus ojos, creo que tienen el color de la violencia. Dejó un rastro de neblina, quise llamarle pero salí huyendo. Me arrojé al fondo del río, allí esperé a que las aguas se volvieran claras.
Mi corazón era polvo decantado. La bóveda celeste sufrió calambres, todas las constelaciones se habían enamorado.
Desde entonces, le busqué, pero los soldados del Rey me impedían salir del Edén. El ave fénix me trajo noticias, me susurró su nombre: Gilgamesh. Me dijo que era un hombre aterrado por la muerte, que iba en busca de la flor de la inmortalidad. Constantemente recibí noticias de su viaje y las escuché con emoción. Supe que había derrotado al ejército de los hombres escorpión para entrar al desierto negro, entre las columnas de esfinges. Supe como se embarcó hasta el reino de Rahab. Sus marinos perecieron en la galerna, fueron devorados por peces de metal fundido, otros se ahogaron de pavor. Él resistió y se lanzó a las aguas que ningún ser humano había tocado jamás. Estuvo en el fondo abisal por diez días. El fénix revoloteó sobre las olas esperándolo, creyó que se había ahogado. Por fin salió, triunfante, glorioso, con la flor azul en la mano. Su cuerpo estaba casi destruido pero lo había logrado. Feliz descansó bajo un árbol. Pero la serpiente, encantada por el aroma de la flor, la devoró mientras dormía. Imagina su dolor cuando despertó. Los años y el cansancio, su viaje y sus amigos habían muerto pro nada. Lo peor es que había perdido la esperanza y se vio en el futuro, con las moscas desovando sobre su boca, las cuencas de su cráneo, su conciencia perdida para no ser jamás.
Evohé - ¿Eso es lo que te atrae de él?
Lilith – Me atrae su libertad, pero me horroriza su obsesión. No es por voluntad que le amo, él me encadena a una imagen, no soy libre bajo el yugo de su espera.
Evohé - ¿Si te libero y te muestro un pasadizo hacia fuera de las murallas, correrás a su encuentro?
Lilith - ¡Es una fuerza irresistible! Quisiera irme a la jungla, a traducir el trino de las aves y ser amante del reptil que no pide más que sinceridad, pero volaría en pos de Gilgamesh, a curar su herida. El ave fénix me dijo que había bajado al reino de los muertos para buscar a Enkidu, su antiguo amante. ¡Hasta allá le buscaría! Si todos los seres que osan conocerme caen en un hechizo amoroso, entonces él lo hará también.
Evohé – Tu pasión desenfrenada me vuelve loca, tu hechizo obra en mi cada vez más veloz. Voy a liberarte, puedes salir por donde entré, el pasadizo se bifurca, a la izquierda da al palacio del rey, a la derecha fuera del Edén.
Lilith - ¿Cuál es el precio?
Evohé - ¿Conoces la historia de Hedammu?
Lilith – La serpiente más voraz de los océanos.
Evohé – Hasta que Isthar, después de haber preparado su talismán, se le presentó desnuda y lo sedujo, volviéndolo impotente.
Lilith – Hedammu ahora duerme feliz soñando con el beso de Ishtar.
Evohé – Dicen que tu eres sacerdotisa de Ishtar y te iniciaste en las escuelas marinas que adoran a Hécate. Por eso te revistes con la luna oscura.
Lilith – Conozco los secretos de la Diosa.
Evohé – Eso mismo, quiero que calmes mi ardor como Ishtar redujo a Hedammu y al final murmures el nombre real de mi marido para poder destruirle.
Lilith - ¿Tu ardor?
Evohé – Te me apareces a cada instante, tus historias me elevan a un plano astral olvidado. Jehová es incapaz de comprender el cuerpo femenino, es brutal y magnífico pero olvida que soy egoísta. Enséñame a sentir, toca mis pezones con la llama de tu lengua como lo hiciste con aquella esclava de Nehmrod.
Lilith – Pobre tonta, ¿te gusta el dolor, no es cierto? ¿Te gusta que te arranque el cabello suavemente?
Evohé - ¡Mucho!
Lilith – Concéntrate en el agua. Debajo de tu cinturón hay un reino incomprendido, que muta. Despójate de tu cinto, así. Eres una flor, deja que tu fragancia se eleve.

Evohé - ¡No había sentido nada así! ¡Tus dientes, tu aroma!
Lilith –El beso es el revoloteo de la mariposa junto a la flor. Debes saberte cierva, pues eres ágil, veloz y delicada. Levanta los muslos, hay en el aire una lluvia de pétalos inciertos. Detrás de las palmas tienes zarpas, úsalas e imprime tu media luna en mi espalda.
Evohé – Tus dedos son suaves y frescos, parecen de marfil palpitante.
Lilith – Las flores se inundan de calor, convocan enjambres límpidos que acosan.
Evohé - ¡Golpéame!
Lilith – Sé paciente, mira tu cuerpo, rutila como la arena en una noche estrellada. Tócate también, estás hecha para el amor. Tus brazos son ramajes lisos, bebe mis axilas, ahí se concentra el furor.
Evohé - ¡Me quemo!
Lilith – La flexibilidad de la serpiente está en tu memoria, enróscate conmigo. Junta la flor, aprisiónala con la humedad. Calma tu sed, tienes más bocas que no pueden hablar pero saben besar. La flor se convierte en torrente, busca el remolino, aprieta, puede gritar también.
Evohé - ¡Veo ráfagas de espuma! ¡Pégame!
Lilith - ¡Di mi nombre!
Evohé – ¡Lilith! ¡Lilith!
Lilith - ¿Quién es la qué provoca tu fuego?
Evohé - ¡Ay! ¡Lilith! ¡Lilith!
Los gemidos se pierden en un: Oscuro


Intermedio
Entra el espíritu de la Tierra y canta:
Era un poema el cielo aquella tarde.
El sol se hundió en embudo violeta de las nubes
que cerraban un ciclón estampa terciopelo.
Luego se volvieron pera y pluma;
gas de copo iluminado,
Mar un ojo y el silencio mancha
color y plenitud de artista

Luego el sol se derramó en la sangre.
Salpicó el ciclón estático celeste
parpadeando carcajadas amarillas.
Al final borrón en tez de aire
y la tiniebla como rojo muerte.


VI

Sensenoy - ¡Pueblo de Adam! Este es su Rey, Jehová. Él que derrotó a Marduk, el vencedor de Elohim. Enemigo de la luna, Señor del disco solar. ¡Póstrense!
Adam se postra
Entra Jehová
Jehová – ¡Miserables! ¡De rodillas! Yo soy quien soy. La traición hacia su dios se paga. El escarmiento es una forma de orden, no importa de quién se trate. Hay seres infames que rehúsan obedecer. Sobre ellos el castigo. ¡Les muestro a su reina!
Entra Senoy y Semengaloff llevando a Evohé que casi no puede andar. Su boca sangra, le han rebanado los senos y su cuerpo es un grito de espanto.
Jehová – Esta mujer era un grajo hipócrita. La encontramos desnuda, lamiendo el suelo y sonriendo mientras balbuceaba el nombre de una vampiresa que la sedujo. Ella le dejó en libertad, ignorando mis órdenes y usurpando mi autoridad.
Semengaloff - ¡He aquí su lengua! Arrancada de cuajo por las pinzas de la justicia.
Senoy - ¡He aquí sus senos! Coagulados y malditos pues han preferido darse a la lascivia que ennoblecerse en la crianza.
Adam - ¡Oh, Padre! ¿Dónde está Lilith?
Jehová – Sea condenada al suplicio. Lilith será atada a un madero de encina, su impúdico cuerpo llenado de piojos y alimañas que se alimentarán de su asqueroso sudor. El brazo derecho le será fracturado, al brazo izquierdo le cortaremos los tendones. Su mano derecha será cortada, su mano siniestra hervida en grasa de cerdo, la más impura de las bestias.
La lengua le será arrancada, el ojo derecho vaciado y su cuenca se llenará con vino. Los pechos que amamantaron a su víctima serán rebanados con la espada de un querubín. Los pezones se colgarán de las murallas para que las madres lo piensen bien antes de matar a sus crías. Expuesto así, su cuerpo será arrojado a las madres virtuosas para que le apedreen y le escupan. Lapidación hasta la agonía. Luego abriremos su vientre y la matriz será alimento de los perros. Le ahorcaremos con sus intestinos. Sus restos serán arrojados a un pozo repleto de excretas donde crecerán los hongos virulentos. Estos hongos serán el alimento de los asesinos y los blasfemos hasta que desaparezcan con su ignominioso origen. ¡Qué se cumpla la condena!
Adam – Señor, Señor, ten piedad de tu hijo.
Jehová – Tendrás una nueva hembra, sumisa y temerosa.
Adam – Gracias, Señor, eres magnánimo.
Jehová- Adelante. ¡Atrapen a Lilith!
Oscuro
VII
Senoy - ¿Qué viste?
Semengaloff – Fantasmas sangrantes, hombres con patas de mosca, profetas ciegos, escupitajos que se reproducían en medio de un vómito lechoso pero brillante y adentro el fuego se desataba insuflando mares de vida.
Senoy – Ella no estaba. Tus labios se caen a pedazos. Apestas a humo.
Semengaloff – Los toros se carbonizaban, había muchas esferas y figuras que se devoraban a sí mismas. Ella salió incólume, lo sé porque hay una huella de perfume, todo un rastro que huele a alquitrán e ingle.
Senoy – No deseo saber que más viste. ¡Calla! Esa mujer te está enloqueciendo.
Semengaloff – Ya no puedo volar.
Cae. Senoy lo arropa.
Senoy – Cuando la encuentre la desollaré.
Semengaloff - ¿Y si la música no significa más que el vacío? ¿Para qué la lira o el misterio?
Senoy – Adonde vayamos seremos perseguidos por esos espectros.
Semengaloff – Ayúdame a morir.
Senoy - ¿Por qué te niegas en probarme? Puedo ser yo tu salvación.
Entra Sensenoy.
Sensenoy – Necios, mil veces. El reino de la muerte no es para nosotros.
Senoy – Él decidió entrar solo.
Sensenoy – Ahora está enloquecido, eso es lo único que consiguió.
Senoy – Ella entró en los infiernos, bajó a buscar a ese hombre que la obsesiona. Ya no se encuentra ahí.
Sensenoy – Si es capaz de retar a los muertos será difícil dominarla. Levántate, Semengaloff, cada uno volará en espirales desde el amanecer hasta el anochecer. Así cubriremos el horizonte. Si llega a la costa la habremos perdido y el Rey se enfurecerá.
Senoy – Hermano, dale tiempo.

Sensenoy – Tú, volarás conmigo.
Senoy – Pero nuestro hermano aún no se encuentra bien.
Sensenoy – Esa mujer es vitriolo envuelta en sales. Hiere. Debe descansar y buscar solo.
Oscuro

VIII
Gilgamesh arrastra su espíritu.
Ya no hay senderos que valgan la pena.

Gilgamesh - Aquí estoy
En la contemplación miserable del desierto
Ruinas que fueron haces de luz a mis espaldas
Ruinas anegadas por la lluvia que no ríe
Ruinas entre costales de hueso y polvareda
Un manto espurio anegado con saliva
Una rasposa gélida y brutal angina sin frecuencia
Un recuerdito empantanado por olvidos
Los pasos y el fuego yacen esparcidos en el aire
Fétido aliento de marisma blanco
Fétido pie que me gritas ¡basta!
Fétida boca ahíta de menstruo mitológico
Fétido sueño de un fétido poema que ennegrece
Fétido gusano
¡Ay, el gusano!
¡Ay, la barrenada por el intestino!
¡Ay, sin mí, la llave de los cielos!
¡Ay, la silueta de una sombra que fue espectro!
Ni el aroma queda
Ni el aroma de vaginas leprosas
Ni el aroma de puños sin miedo
Ni el aroma del bronce que reta al sol cuando la flecha
Cuando la maza
Cuando el destino
Y un gusano que sale de la fosa nasal que dio sentencia
Que me dio el puñal para clavarlo en la nostalgia
Que me sacó una víbora de espanto cada noche
Cada paso, cada huella, cada círculo incorrecto será el último
Y el salto el último
Y el último furor
Y el último capaz de guiñar un aleteo
¿A dónde iré si los caminos se emborrachan?
¿A dónde iré si el horizonte está dormido?
¿Qué me llevo de esta suerte arrinconada por esquinas?
Un grito
Un recuerdo
Y una ruina
¡Ay, las ruinas!
¡Ay, mi ruina!
Sale
Oscuro
IX
Tiempo – Mira madre este ajado momento, en que el hombre ha copado la vida. Ya no respeta, ya no siente, ya no goza. Su tristeza se colma de cadenas y su agonía anuncia destrucción.

Tierra- Tiempo, que todo alcanza tu cayado, no seas pesimista, mi crueldad es demencial pero hermosa. La del hombre es razonable y estulta. La mía sobrevivirá para siempre, la de él se olvidará en el polvo.

Tiempo – Escucho los gemidos de la guerra y el odio. Lo vulgar domina.

Tierra- ¿qué es lo qué vale la pena en el cosmos?

Tiempo – Amar.

Tierra – En mi soplo se define. En mis tormentas se duerme. En mis nubes se danza.

Tiempo – El azar domina y el sabor alegra.

Tierra – El amor. ¿Qué es el amor mi duendecillo?

Tiempo -

Vivir
En lava, en diamante, pero mejor en agua
Empapado
Vivir acordándose del aire
Desdeñando jerarquías y proporciones, religiones y espadazos
Propongo el chapuzón
Ya basta de creer que lo serio es hablar de ideologías
Lo sublime es zambullirse en hielo y enseñarle a una diosa otro dios
Por ejemplo un tiburón blanco
Una mariposa de zafiro
Perezosas luciérnagas del firmamento
Y cantar poquito
Después del mango y del amor
Junto al río que se mete al mar como su amante
Y calladito le susurra romances insectívoros
Vivir
A quince brazas
A una llamada de distancia
Enamorado de los mangos
De poetas con sangre de opio y libertad
Inventar colores
Ser perseguido por la luna y aterrarse
Llorar siempre, cada noche por la muerte
Y no dejar de buscar entre los lirios
Pues si hay nereidas, brujas, oscuros elfos tras las fuentes
Y desdeñarlo todo como un marqués hastiado 
Sobre todo las ciudades y los reyes
Eso
Eso pasa y se disuelve
Pero el trino nunca
Eso y el azúcar genial que abraza el ácido
Y dice: evoluciona
Eso es vivir
En el desierto mientras las constelaciones se aparecen
Y una nereida te abraza regalándote el océano de su risa
Luego quizá una cascada y una perla
No olvidar fantasmas pero danzar con ellos
Y reírse siempre
Y escupir a los soldados
¡Ah! ¡Que entonces nos colme un oleaje de ternura!
Quizá nos atrevamos a aplastar gobiernos y mentiras
Para escuchar la música en el bagre
Y castañear detrás de los telones
La entropía del duende, el genio lo único que vale
Vivir
En las fanfarrias de los viajes
Ebrio de mujeres, de poemas perfumados en espaldas tersas
Borracho de poetas, facsímiles oscuros, escenografías azules
Paisajes cósmicos y un toque de alegría
Los timbales y la voz amarillenta
Sin cadenas
Vivir
Como los sapos entintados en veneno
Y dormir junto a cigarras que nos treman al oído
Y miro atrás y veo la nada en dos arpegios
Y a dos pilares enclaustrados que sangraron
Y adelante, y veo una niebla con promesas fermentadas
Y la muerte con su paño que triza los juguetes como yo
Mejor vivir
Hoy y el desenfreno de palabra
Aspirando la belleza en el genoma
Y tal vez la galaxia sobre el ojo del nematodo
¿Qué los nematodos no tienen?
Nunca has visto con la piel radioactivísima
La costa y su hermandad pirata
Pero ya en serio
Un secretito
La vida es un puré de mango con rompope
Después de haber nadado con pirañas
Y dormido junto a dos poemas
Uno ardientísimo y el otro una mujer que te sonríe
Mientras recuerda
El beso.


(¿Ya mencione la sonrisa?)

Tierra – Eso sobrevivirá. El hombre no.

Tiempo – Gracias, madre mía, gracias.

X
Lilith - ¿A qué esperas? Llévame con él.
Semengaloff – Es imposible que mis ojos se distingan entre la ceniza y el resplandor del sol. Quemas algo detrás de la mirada. Tus uñas casi me arrancan la mitad de mi cara.
Lilith – Siempre has sido muy débil.
Semengaloff – Detente ya. Tus pisadas las absorben las hormigas, las mantis de arena se confunden en tus veredas.
Lilith – Le he visto y me espera. Es un remolino que arrastra mástiles y devora marineros. Yo soy un barco sin piloto.
Semegaloff - ¿Tanto amas a ese bárbaro?
Lilth – Ni siquiera me gusta físicamente. Los hombres que me atraen son femeninos, dulces, como ese trovador de Haceldama. Los prefiero rubios, como esos poetas del norte que hablan de lobos blancos y de piedras magnéticas y que lamen el espíritu del pino.
Semengaloff – Entonces, ¿Qué te atrae de él?
Lilith - Gilgamesh es una tromba de fuego herido. Su cuerpo de guerrero me fastidia, detesto la guerra y él fue entrenado en las arenas mortales. Lucha desde su carro tirado por leones, con la melena más negra que los abismos del Gehenna. No tiene dulzura en su piel, su rostro es áspero y no sabe acariciar.

Semengaloff – Entonces, Lilith, ¿Por qué despiertas gritando su nombre?
Lilith – Si lo supiera tal vez pudiera arrancar el sueño. Ese hombre es para mi un dios, un tornado mágico que me envuelve.
Semengaloff - ¡Y yo! ¡Y yo! ¡No puedo apartar tus senos de mi boca anhelante! Huyamos, Lilth. Te llevaré a los abismos donde duerme Tiamat y Rahab ríe mientras los delfines le cuentan secretos.
Lilith – Aparta. ¿Crees, infame sicario, qué yo deseo huir contigo? Tus alas llenas de cenizas apestan.
Semengaloff – Me purifico cada noche pues pensar en tu cuerpo hace que me broten pústulas llenas de sangre hirviente. Vomito sapos y lloro estiércol. Pero debo presentarme incólume ante el Rey tremendo. ¡Vamos! Antes de qué lleguen los otros dos. Si quieres mi espada está a tu servicio, les decapitaré y colgaré sus cabezas en una pica, así el fénix que anida en Egipto puede alimentarse con ojos de arcángel.
Lilith – Detesto a los soldados, son parásitos de la belleza, victimarios de la poesía, no viven, sirven. Son esclavos ciegos de un tirano.
Semegaloff – Por tu amor arrojaré la espada. Viviremos en una villa al sur de los miseriosos Etíopes, donde el Behemot destrona a las reinas negras. Nos arrullarán los insectos que tanto acaricias.
Lilith – Las panteras beberán de mi entrepierna.
Semengaloff - ¡Cómo te gusta lacerarme!
Lilith – Silencio, escucho el rumor de un enjambre.
Semengaloff – Yo seré tu dueño, ¡Yo!
La toma del talle. Entran Senoy y Sensenoy.
Lilith – La libertad es la música que me guía. Yo decido quién y cuando me acompaña en los senderos del mundo. ¡Suelta, infame!
Senoy – Hermano, no la atravieses, debemos llevarla con el Rey.
Sensenoy – Será destazada y sus pezones carbonizados. A menos que regrese con Adam y se postre a sus pies como fiel esposa.
Semengaloff – Yo la llevaré. Escóltenme. En estos desiertos hay demonios que sacan los cadáveres de la tierra y los consumen, son invisibles pero fétidos. Intentarán salvar a su reina.
Lilith – Cobarde, traidor.
Semengaloff – (Apartándola) Decide, o mía, o tus senos serán mutilados.
Lilith – ¡No eres capaz de deshacerte de tus hermanos! Tienes demasiado pánico. Hazlo y seré tuya.
Senoy – No la escuches, su canto es la perdición de….
Semengaloff -Vamos hermanos. Ustedes a la vanguardia.
Sensenoy – Su cuerpo frío y escamoso puede deslizarse. Mejor vamos a rodearla.
Semengaloff – Soy suficiente para escoltarla.
Senoy - ¿Qué ocurre, Semengaloff? La traición seduce. Déjala ya. Es una hembra obscena.
Semengaloff – Ella hace temblar mi lengua. Déjenos ir.
Senoy – Yo te amo, ella nunca lo hará. Yo te seré fiel y lameré tus sandalias, escógeme a mí.
Sensenoy - ¡Silencio! El Rey prohíbe terminantemente las relaciones contra natura. ¿Quieres que arranquen a mordidas tus genitales y carbonicen tus piernas?
Senoy - ¡Mátala Semengaloff! Diremos que se resistió y lo hicimos para defendernos de su poder.
Semengaloff – Senoy, eres hermoso, podrías tener a cualquiera de las hijas de Edom.
Senoy – Nadie tan puro como tú, nadie tan perfecto en su vuelo y en vigilancia. Ni la mirada del halcón iguala tu paciencia.
Lilith – Él quiere separarnos, Semengaloff. Me llevará ente el tirano para que me reduzca a polvo y olvido.
Semengaloff – El olvido es imposible. Senoy, es mejor que te retires.
Senoy – Si no eres mío no serás de ella.
Sensenoy – El cosmos es irresoluble. Vanas palabras se profieren aquí. Nuestro deber es callar y resignarse a estar incompletos.
Lilith - ¡Hazlo y seré tuya hoy mismo bajo el manto estelar!
Senoy – Beberé de tu arteria la vida que me has negado.
Semengaloff - ¡Ven a mí, hermano y termina de una vez por todas!
Senoy – Clavarás tus flechas en mi carne sobre un madero sin fin.
Lucha sorda, como si a los heliotropos les crecieran dientes y se despedazaran con amor. Sensenoy siente que la sal invade sus tejidos. Semengaloff logra desprenderse del abrazo amoroso de Senoy y le atraviesa la nuca. Casi orgasmo de matadero.
Sensenoy - ¡Detente Semengaloff! ¡Has ennegrecido la esperanza!

Semengaloff- ¡Ahora, Lilith! Monta en mi espalda y crucemos el piélago infernal.
Sensenoy – (Sollozando sobre Senoy) Hermano, ¿Dónde tu respiración, dónde tu canto?
Lilith – Has hecho bien. Aquel que no actúa en pos de su deseo es un cobarde y no merece vivir.
Semengaloff – Él me amaba pero su contacto para mi fue un anatema sucio y hostil. Volemos juntos, ahora.
Lilith - ¿Por qué la prisa?
Semengaloff – Sensenoy vengará a su hermano y no estoy dispuesto a destruirlo también a él, ya demasiada sangre he derramado por tu cuerpo.
Lilith – Aún no pruebas mi cuerpo. Cuando lo hagas querrás también masacrar a las estrellas.
Sensenoy – (De pie con la espada refulgente de odio) Es demasiado Semengaloff. Tu deseo y el de Senoy son irrefrenables, los han conducido a la depravación. Dámela y haré lo posible porque Jehová te otorgue una muerte indolora.
Semengaloff – Sensenoy, recapacita. ¿Qué es el mundo después de los holocaustos impuestos? ¿De la tempestad de fuego que arrasó las civilizaciones? ¿De los océanos que se irguieron para ahogar todas las bibliotecas de Ibrahim? ¿Qué nos queda? ¿Cuidar a un anciano atormentado por el poder? Liberé a Senoy de una pasión absurda que le hacía sufrir minuto a minuto.
Sensenoy – Entonces mi buen, hermano, yo te liberaré de la tuya por esta serpiente.

Se lanza hacia él para atravesarle pero Lilith se interpone y deja caer su ropaje. Desnuda, irradia una música que conmociona. Semengaloff se postra a sus pies, tiembla, se arranca los cabellos. Sensenoy ha entrado en el límite mágico.
Sensenoy – Bendita eres en verdad. ¿Cuántas ondas luminosas pacen ahora como ciclos?
Semengaloff – Hermano, déjala, no lo hagas. Ella será mía, por favor.
Lilith – Calmo la sed de los que han caminado los desiertos.
Sensenoy – (ante ella, se atreve a tocarla) Acceder a fantasmas de fuego. Acceder a llamaradas sin nombre, en la promesa húmeda de una catarata.
Lilith – Despójate de tu cinto.
Semengaloff - ¡No!
Lilith – Tus sandalias, que huyan. Puedo limpiar tus pies con mi lengua, sacudir tus intestinos con aleteos furiosos.
Sensenoy - Tu boca sabe a hondonadas de tiempo olvidado, cuando los dioses temían de sí mismos y no existían esclavos a quien aplastar.
Semengaloff – Detente, ¿por qué la visión infinita provoca un tumor que sangra pus y sangra pus y sigue y sigue y sigue?
Sensenoy – (Ya desnudo) Protégeme de mí pues ya me sofoca un oculto sol que nunca se había mostrado.
Lilith – Conóceme de cerca, impera sobre la piel que se renueva bajo las clepsidras.
Sensenoy – Dame más tu boca…más.
Semengaloff - ¡Por qué a él! ¡Yo! ¡Yo fui el que te soñé cada noche! ¡Yo fui el que destrocé las efigies de Jehová para erigir una escultura de suspiros! ¡Yo te sufrí entre uña y carne! ¡Yo limpié mis alas por ti con esparto y mirra! ¡Yo!
Sensenoy - ¡Ah! Veo titánicos monstruos de pelo y garra, y mundos de hielo y secreciones ígneas. Veo los universos antes de mí y antes de mi abuelo. Ya no sé que veo, soy tuyo, ambrosia vuelta mujer.
Semengaloff - ¡Es intolerable!
Se arroja contra Sensenoy que ya besa a Lilith, ambos acostados. Semengaloff intenta atravesarle pero Sensenoy reacciona y logra clavarle su propia espada en el corazón. Lilith, como un soplo enfebrecido danza, y sale cantando.
Sensenoy queda en terremoto. Pausa estentórea, quizá muy larga. La conciencia llega tarde.
Sensenoy - ¿Hermano? ¿Hermano?
Semengaloff – No te vistas…Así….desnudo, camina por las dunas y haz una llaga tu cuerpo…me has….hecho descansar.
Sensenoy – Hermano.
Semengaloff – Corta tu lengua…y regresa con la vergüenza como bandera. Tú me has salvado…gracias…Lilith…Lilith… (Muere)
Sensenoy – No hay gritos. ¿Dónde tu espíritu?
Se levanta abrumado y va de un cadáver a otro.
Sensenoy – El amor es sueño vil.
Cae de rodillas, el cosmos no dice nada.
Oscuro

XI
Jehová – (en trance)
Dibujo el sendero y el destino del mundo. El oro vale más que la nube y las brisas. Las mujeres huyen para inmolarse y adorarán el falo y los diamantes. Los hombres buscarán el poder por encima de la risa y adorarán las armas sobre toda nostalgia. Haremos fronteras para que nadie pueda viajar a donde se le antoje a menos que pague un diente, una perla o un sueño. La mutilación y la desgracia abismarán el concepto de riqueza. Sólo el depredador brutal podrá reinar y a su lado los carroñeros se levantarán agradecidos. Pulularán bufones y una espada valdrá más que una niñita. El escarbar entre vaginas y arrancar glandes a mordiscos será el espectáculo maravilloso de los nuevos esclavos. Las palabras encubrirán nuestras acciones y creerán en mi, y me defenderán con sangre y ácido. Cualquiera que me insulte será carcomido por las liendres apestosas a las que hiero con mi bota y aplaude agradecida. ¡Yo soy Jehová, tirano de los imbéciles!

Oscuro

XII

Lilith – Eres tú. Viajé al infierno para encontrarte.
Gilgamesh – Soy tuyo. Completamente. Después de mi dios, tú eres el pensamiento más importante.
Lilith – Vamos a los fondos marinos. Allí viven los calamares titánicos y hay anémonas que frotan sus tentáculos ponzoñosos contra la piel. Nos amaremos en sonrisas de cantos absolutos.
Gilgamesh – No puedo. Me quedaré en el desierto atento al crecimiento de las granadas.
Lilith – Canta la hazaña que te transformó. ¿Cómo sentiste la presión de agua sobre tu espalda? ¿Qué mundos de color y formas percibiste en tu natación asfixiante? ¿Cómo se ve el dulce martillar de los crustáceos?
Gilgamesh – En otro momento, mujer. Brindemos por esta hora. En realidad eres una diosa, una diosa eterna y sosegada.
Lilith - ¿Cuáles son tus sueños? ¿Has huido siempre, hasta de ti mismo?
Gilgamesh – Niña, soy un egoísta supremo, moriré solo, en la plataforma incierta de la nada. Ya no puedo caminar, bésame.
Lilith – Tu boca es amarga. Me hace delirar.
Gilgamesh – Hemos estado tanto tiempo concentrados en la esencia y la poesía que olvidamos nuestro ahora. Bésame.
Oscuro

XIII
Jehová – Eres un mediocre pastor de pueblos.
Adam- La nueva mujer que me diste es muy tonta, la puedo manipular a mi gusto, hace todo lo que le ordeno. Me aburre.
Jehová – Fue hecha de tu costilla y sus caderas son anchas.
Adam – Quiero a Lilith de vuelta. Cuando estoy sobre Eva, su cuerpo se transparenta y la carne de Lilith me llena el deseo.
Jehová - ¿Y si regresa? ¿Qué haremos con tu nueva esposa?
Adam – Será la criada, le gusta limpiar todo el día. Va al río y contempla su rostro, se arregla el cabello, no le interesa el aullido de los lobos.
Jehová – Es imposible. Si regresa, Lilith será condenada y su cuerpo destazado.
Adam – Pero, padre…
Jehová - ¡Pusilánime! Te di todo, soplo, tierras, ganado. Pastoreo de una tribu de incompetentes que nunca se rebelan, te enseñé a usar la azada y el arco. Los tormentos más sutiles para destruir enemigos. Poder, eso es lo único que vale antes de la muerte. Lo desprecias añorando el sexo húmedo de una ramera.
Adam – Padre. No entiendo este reino. ¿Por qué debo guiar a humildes pastores para que te adoren y sacrifiquen sus animales? ¿Por qué camino y bebo agua por las mañanas si cuando llega el ocaso tengo siempre una sed más allá del agua?
Jehová – Tu existencia tiene un propósito.
Adam -¿Cuál?
Jehová – Es un misterio que te será revelado algún día.
Adam – Eso me has dicho desde que tengo memoria. Pero las crónicas mencionan que después del gran desastre en el que toda la población murió a causa del gran fuego cósmico, surgiste de entre un pueblo de mendigos y asesinaste a la gran sacerdotisa lunar. Ahora sólo podemos escuchar la historia contada por tus heraldos y nos niegan el contacto con los bardos que cantan fuera de las murallas.
Jehová - ¿Y qué? ¿Deseas saber que ocurrió antes de tu nacimiento? ¿De qué te serviría? Te he dado una misión en la vida, sé pastor de pueblos y propaga mi palabra.
Adam – Señor, tu palabra es aliento de carroña. ¿Crees tú en una fuerza superior? Es decir, ¿Quién te creó a ti? ¿Quién te dio ese poder? ¿Por qué usas afeites a diario para no envejecer?
Jehová – Soy el pensamiento que se piensa a sí mismo.
Adam – ¿Entonces para que necesitas que te adoremos? ¿Por qué comes las reses y defecas como nosotros? Te han visto llorar detrás de los telones y te arrancas la melena. ¿Es acaso el hombre una pasión inútil? ¿Es por eso qué necesitas campos donde tus ángeles cercenan las cabezas de miles de niños al día?
Jehová - ¿Para qué responderte? Ve con tu Eva y préñala. Tus hijos serán mis siervos y me mantendrán. Deja de pensar, sólo te conducirá a la locura. Adórame y enseña a tus hijos a temerme. Destroza la tierra, trágatela toda y cuando se acabe, otros vendrán a defecar una y otra vez. La vida no tiene sentido, pequeñito, excepto para el que manda y aún así mira como día con día sus carnes se ponen flácidas. Mas te prohíbo, hijo, que divulgues esto. Los siervos se verán asustados y no sabrán que hacer con sus vidas. Necesitan una mentira para soportar su presencia.
Adam – Para mí, esa mentira fue Lilith. Ella conoce algo de ti, padre. Por eso no te atreves a mirarla de frente y la odias tanto.
Jehová - ¿Te lo dijo?
Adam – Nunca. Siempre me despreció porque no sabía lo que el arroyo cantaba.

Jehová – Sin ella la vida no tiene razón de ser. Quizá algún día ella encuentre también su castigo cuando descubra que su razón de vida es sólo humo.
Adam – Hasta el final de mis días les enseñaré que tú eres la vida y la esperanza. El problema es que mi camino no encuentra sino sombras grises.
Jehová- ¡Lárgate ya! Muere bien y deja de importunar con tus quejidos.
Entra Sensenoy con las cabezas de sus hermanos. Cada una en una pica. Cansado, las clava en el suelo. Se arrodilla ante Jehová.
Sensenoy – Aquí están los restos de los que te sirvieron mal. Ella escapó. Y yo te ofrezco mi vida pues no supe cumplir. Mi cuerpo está sucio de semen y barro. Cúmplase tu voluntad.
Adam - ¡Todo ha terminado!
Jehová – Ella se fue…con mi nombre en los labios. Contemplemos la obra del deseo.
Sensenoy – El amor no es sino una pesadilla.
Jehová – (Exhausto) El amor debe prohibirse de inmediato.
Sensenoy – El amor es un sueño vil.
Adam – El amor no existe.
Jehová – Existe. He ahí el polvo.
Se miran.
Nada revolotea.
Oscuro.
XIV


Gilgamesh – Tengo que irme.
Lilith - ¿Estás furioso conmigo? Perdóname, no sé que sucedió.
Gilgamesh – Pensé que eras una mujer de verdad. Tu fama había alcanzado a mis oídos.
Lilith – Dame tiempo, quizá esté cansada.
Gilgamesh – Dijiste que yo era tu razón, que era la luz que esperabas para acceder a los océanos. Mentirosa.
Lilith - ¡No, amor mío! Es verdad, quizá seas tan grande que tiemble y no pueda moverme frente a ti.
Gilgamseh – Me aburres. Entiende que ya he perdido la sonrisa. Esa serpiente se llevó la eternidad.
Lilith – Yo puedo ser la llama que reemplace tal pasión.
Gilgamesh – Ni siquiera respondes a mi abrazo. Irá a beber más, ya se me agotó la cerveza de abeto y miel.
Lilith - ¿Iremos al mar?
Gilgamseh – No quiero saber nada del mar. Estoy de luto, si deseas asir mi brazo, bien, si no, regresa a tu jardín perfumado.
Sale.
Lilith - Siete años soñando con él. Siete años esperando su pecho de nácar y su licor venenoso como un pino de cobre. Y mi cuerpo no responde. ¿Por qué Lilth? ¡Yo qué he copulado con dragones y he dejado exhaustos a los tigres que bebieron entre mis piernas! ¡Yo que satisfice a las hetairas del fondo marino! Yo que deseé al más excelso de los héroes, al dios vivo y cuando lo tuve entregado, anhelante, no pude…mi cuerpo no respondió.
Creí que iba a sonreír como los pájaros del Indo. Sin embargo, sólo me duelen sus borracheras y cuando habla de…de ese Enkidu, y llora sangre y recuerda sus brazos que lo poseyeron yo no puedo sostener mis sueños.
¿Por qué es tan vulgar? ¿Dónde está ese héroe que recorría los imperios en busca de su flor? ¿Dónde está su canto terrible? Sólo veo a un hombre brutal y caído. Un hombre que mira a la muerte cercana y ríe mientras bebe. ¿Por qué no me siento contenta? Por fin lo tuve, por fin mi sueño se abrió hacia un páramo delicado y en lugar de narcisos, encontré cenizas.
Todos mis pasos y mis cantos hablaban de su cuerpo, mi vida entera tenía sentido alrededor de una esperanza que nombré amor. Ahora, ¿dónde está el universo?
Cae herida.

XV
Sensenoy - Después de morir ¿qué?
El flujo de conciencia va a la peste de la nada
El flujo de conciencia se reprime en un sueño de átomos ignotos
El flujo de conciencia hacia los lobos, hacia la tuerca que llora óxido
El flujo de conciencia en un tapón de fuego, en un barril sin vino, en una borboleta
El flujo de los flujos y de cabeza el vidrio y los cristales que no fueron pero son
Y la conciencia en el respiro exhausto, ya descansa, sin errores de presencia
Y la conciencia apegada a lo probable y lo imposible y la mierda imbricada del yo
Se corta la lengua con la espada

XVI

Lilith – Queda una salida, una salida. Fornicar con el amor de mi vida y volverme humo. Sin pensar en él, únicamente entregarme al sueño, a la ilusión en un cuerpo irrigado por mentiras. Morir en el orgasmo y no despertar después. Renunciar al fénix y a las playas. Ay, mi amor escogió la tiniebla.
¿Amor?
Ya es hora de matar a ese pequeño, despertar mi buen pasado ultravampírico, con agujas coser las ilusiones, un feto suplicante y atisbo de agonías
¡Arroja, mísero remedo de poeta, tu corazón a los perros!
Vil símbolo de algo inexistente y deja enarcado rojo pellejo a ritmo infame.
¿Llorar? ¡Invoca mejor a la lujuria! Las carcajadas tienen nombres de alcaloides.
Brinda sobre tersos pezones mientras las trompetas vomitan guerra y mutilados.
No se puede ser el Diablo sin amar al hombre mejor desprécialo y sé Dios.
Hay demasiadas carnes en forma de hombre, desechos finos con aroma a glande pútrido.
Embriágate en sus bocas que saben mentir a dulces besos y luego disuelve sus entrañas con tolueno. Te encontrarás, Lilith, con un vacío y una telaraña carente de silencios.
Tal vez en la negrura bajo la alfombra estelar de la nostalgia saques la caja terciopelo que contuvo tu alma y gimas un réquiem por tu niño.
¡Pero hoy se abre el capullo y emerjo rutilante de la linfa como una horrible mariposa negra!
Lúgubre. Escamosa.
Con una enorme mueca que se ríe de los idiotas que todavía se creen eso de los sueños.
Entra Gilglamesh
Gilglamesh – ¿Sigues? Estoy un poco ebrio. Descubrí la guarida de una leona en aquella ladera. Creo que está en celo. Irá en cuanto terminé con este barril.
Lilith – Antes, tómame.
Gilgamesh - ¡Por favor! ¿Para qué? ¿Para qué tiembles y llores? ¿Para que tus manos se crispen en una luna de palidez serena y me duerma de aburrimiento con tu llanto?
Lilith – Esta vez será la última. Encontré la fuente de mi vida.
Se desnuda.
Lilith - ¿Te gusto?
Gilgamesh – He visto mejores cuerpos en aceite.
Lilith – Cierra los ojos, Gilgamesh y te diré que eres tú la causa de mis desvelos y que soñé contigo antes del mundo.
Gilgamesh - Tus manos son frescas. ¡Ah! Prefería las de los esclavos nubios, pero las mujeres a veces saben también…

Lilith – Mi manto es un fuego estelar muy azul. Prueba mi boca. Hay un regalo que formó Natura para que yo hablara con las aves y cascadas. Eres tú.
Luego, nuestras vidas son poesía, magia. Tú y yo. Tanto Amor Callemos. Por que estamos sintiendo.
Gilgamesh - ¡Ah! Me matas, detente, es demasiado…

Lilith – Es la única salida, volverse humo mientras haces el amor con el ser que te arrebató la calma.
Gilgamesh - ¡Es demasiado! Detente un poco. ¡Ah! Cuchillos en mis testículos, sombras afiladas en mi vientre.
Lilith - Volverse humo al hacer el amor con el amor de tu vida.
Gilgamesh – El sol que atraviesa los tumores, la carne infectada por el peso del tiempo en una desnudez sudorosa, ¡Basta! ¡Basta!
Lilith – Volverse humo….
Comienza a sublimarse. Su piel se evapora, la cabellera de fuego asciende. En un vapor seco y amoroso, Lilth se vuelve humo. Gilgamesh queda exhausto, sin alma.



Autor Mario Jaime:
registro de derechos de autor:

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