28/1/08

MAREA ROJA sangre, de SACHA ORO BARRERA, DRAMATURGO ARGENTINO

SACHA BARRERA ORO


Marea roja

Sangre


De  Sacha Barrera Oro

2004

LA MUJER, ELLA, ÉL Y EL HOMBRE 

Una imagen borrosa inunda la escena.
Es una postal de una época que predice un final.

 I            confesiones innecesarias

ELLA - Es cierto. Te até a las vías del tren, pero sabía perfectamente que ya no había trenes. Por eso no me preocupé.
También es cierto que infinidad de veces intenté asfixiarte en el baño, pero no pasó de ser otro más de los muchos intentos frustrados de enjabonarte en la ducha. Quién podía imaginarse que te ibas a morir de frío y no de un impacto brutal… ese que nunca sucedió.
Tal vez por eso no pude entenderte en tu insistencia cuando estábamos cerca de la casa. ¡Que tuviera cuidado con el perro!, me decías... Y yo como una estúpida miraba para abajo y preparaba la cartera para tirar el golpe.
Si me habré despertado en la noche obsesionada, buscando debajo de la cama o entre las sábanas esa quijada llena de dientes clavados en mi pierna...
Es cierto... no supe o no quise saber nunca que vínculo nos unía... no tuvo mayor importancia en ese momento. Me imagino que ahora menos, aunque yo intuyo que nos unía el espanto. Pero siempre me dio miedo decírtelo.
Nadie puede negar que todos los hechos, incluso los pensamientos, por más mínimos que sean, cambien el mundo. Es cierto que las cosas que no suceden también nos matan.

Esto ya lo he dicho antes...

ÉL - No es fácil ser un espécimen en vías de extinción.
Mientras vos pensabas en tu miedo, yo era el animalito en cautiverio. Uno de esos que hay que cuidar de todo y de todos, incluido de sí mismo.

ELLA - Está bien que yo siempre fui una apasionada por la literatura y  vos un obsesionado del hambre a la orilla del camino. Pero todos los días repetir lugares comunes, a la larga se paga con sangre, o por lo menos con algo líquido.
También es cierto... soy un monstruito... creo que lo he sido desde siempre o por lo menos desde que me acuerdo.

ÉL - Un velociraptor atrapado en el cuerpo de una niña de 7 años.

ELLA - Creo que no quiero o no puedo ser otra.

No soy una insensible, no... En todo caso soy alguien que está obligada a vivir en su verdad.

Eso también lo he dicho antes...

ÉL - Ya lo sé. No es necesario que me expliqués nada. Sin embargo no hay nada superior a la sangre.

Nada.

ELLA - Aclaro que mi relación con los escritos es contradictoria y fuertemente ambigua. Tal vez eso sea lo más nutritivo de esta literatura familiar.
A mí se me puede acusar de muchas barbaridades pero nunca de confusa mi proximidad a los hombres...

Ellos nunca dejaron de ser mis mapas.


 II           un tema de urbanidad

ELLA - Te ves tan lindo cuando te da de lleno esta luz. Tu rostro se afina de tal manera que el mentón se alinea perfectamente con tu nariz. Como si lo armónico fuese lo natural en vos. Tus ojos parecen mirarse mutuamente, perciben algo en el medio. Eso que se construye interiormente cada vez que pestañeamos. Eso que, de hecho, no podes ver.
Cuánto de cierto hay en esa expresión que me decías...

ÉL -  No hay nada como odiar a los malos, mi amor...

ELLA - ... siempre y cuando uno no sea el único en la isla... Por esa y otras razones me gustaría darte un golpe certero en esa cara de yo no fui, pero podría haber sido que tenés. Un solo martillazo. Uno fuerte. Con la intensidad necesaria como para destapar los pozos sépticos de todo el barrio. Y vos seguro que me mirarías con el rostro ensangrentado de risa, desde el suelo… atónito. Siguiendo cada uno de mis movimientos.

Te das cuenta con cuánta ternura tengo que lidiar...

Cómo hago para explicarte lo inexplicable... Qué hay que hacer para comerse las manos pequeñas de un bebé que no tiene cuerpo. Ese que nunca pude darte. Y sentir que si no te imagino así, me muero.
Por qué todos los días me tengo que hacer la idea de que lo bello no se deja amar y que no importa lo que haga. Siempre la que termina con el rostro desencajado cuando es viernes y no hay planes, soy yo.

 III          no hay víctimas

ÉL - Un hombre que vendía pescado en el Mercado Central se abrió las venas de par en par después de vender 2 kilos de congrio. Un joven vestido con un traje azul a rayas y un pantalón negro le pedía el vuelto por la transacción. Unos minutos después de la incisión se acercó un hombre de pulóver blanco, que de la mano traía a un niño. Al parecer era su hijo. El hombre no tardó en preguntarle por qué vendía el pescado tan barato... Antes de poder llegar a responder algo, el niño le preguntó: “Qué necesidad tiene usted de pagarlo tan caro...”

HOMBRE - El hombre que vendía pescado cambió de color...

Hoy, al entrar a la cámara de frío, vi a la cara a un salmón. Era tan serena y pacífica que salí corriendo a verme al espejo, y seguí viendo al salmón. Entonces me di cuenta que no había nadado lo suficiente contra la corriente y que si de algo me había asegurado todo este tiempo era de no haber sido feliz. Por eso abrí el grifo. Y pienso dejarme arrastrar cuesta arriba por la corriente hasta perderme de vista.

ÉL - El niño miró a su padre. Se moría de ganas de matarlo, pero el padre le dijo que aún no era el momento y el hombre continuó aleteando.

“Cómo es posible que el rostro de un pescado estuviese más vivo que el de un pez”, dijo el moribundo. Eso era demasiado.

Llegó la ambulancia, el pescadero había perdido demasiados años de sangre y algo de vida. Pero no era eso lo que le preocupaba, ya que los accidentes de trabajo eran muy comunes en el Mercado. Lo único que sí lo inquietaba y le daba miedo era la presencia de tiburones en el agua. Toda su vida lo persiguió ese sentimiento, ya que siempre que hay sangre en el mar, hay tiburones…

MUJER - Esa noche el niño comió pescado en familia.


 IV          en un primer momento

HOMBRE - Es cierto mi niña... Claro que los pájaros no vuelan sólo para emigrar de una estación a otra. Lo hacen para cambiar de piel en el aire y claro... perder peso al mismo tiempo. Ya una vez te dije cómo lo hacen en el agua las víboras.
Hay cosas que no se pueden olvidar. Menos si fueron parte de un antes, de algo más antiguo en la tierra. Un pasado de tirano saurio que no perdona y que se hace tan fuerte y denso como lo es en el petróleo.

MUJER - Lo que has escuchado hasta este momento niña, es sólo una parte de la Historia. Pero también es cierto que las madejas de lana no saben nadar y no por eso son más o menos tontas. Además, quién diría que un ovillo de seda roja puede imaginar un futuro de salvavidas o de bufanda y que, a pesar de todo, sueña con ser un par de guantes algún día.

Ay, mi niña... La sangre es tan bella que me dan ganas de llorar.


V            perdiendo el tiempo

ÉL - Hay una encrucijada enclavada en tu espalda. Yo la sigo y no puedo dejar de toparme con la mía, es algo así como otro reino animal. Uno con sus propias reglas, diferente a todos. Uno que se alimenta de nubes rojas y diamantes en bruto. Y no nos damos cuenta. ¿Sabés por qué? Porque hay un desliz que comienza en mis manos y se pierde en tus pies.
Mis amigos dicen que no es tan así como yo lo pienso y me secuestran para que cambie de aire. Yo entonces me pregunto: ¿Cómo se explica que un percance sea menos doloroso que una cita a ciegas? Ellos me responden que va a ser mejor que no te vea más. Por mi bien y el de los padres. Te juro que yo entiendo todo. Sin embargo no dejo de frecuentar la casa y no me canso de comer de las tartas que hacen las empleadas.

Yo personalmente creo que los ciegos no son expertos en estos temas.

Ah, me olvidaba... ¿Te acordás cuando te dije “¡Cuidado con el perro!”? Era verdad, mi perro estaba indefenso frente a vos. Lo podías romper. No era para asustarte... yo nunca he tenido dientes... No era para que tuvieras miedo, todo lo contrario. Era para que tuvieras cuidado... pero conmigo.


VI           reservas

MUJER - No es casual que el mundo olvide lo que es necesario, ya que así se vuelve a repetir. Por eso mi niño no te preocupes tanto. De todas maneras lo que no se olvida también suele repetirse, y ella lo sabe…

VII          otras confesiones

ÉL - Hay sábanas que pueden arruinarlo todo.

ELLA – El problema es que cuando me siento fea y no estoy en casa, no puedo hacerlo. Me escapo de donde haya mucha gente y me pongo un poco de color en los pómulos. Sonríe Para verme mejor. Pero veo que me olvidé las pinturas.
Entonces me muerdo los labios con fuerza y me pinto la cara con las yemas de los dedos. No sé... eso me afirma la mirada. Respiro. Todo se ve mejor. La sangre tiene eso. Te arregla.

Ahora tengo otro sabor en la boca.

ÉL – ¿Me querés?

ELLA – Como la primera vez.
Yo caminaba por el centro y te vi en la acequia desnucado de risa. Me dio gracia la ocurrencia. A mí no se me hubiera ocurrido nunca llamar la atención de ese modo. Yo soy menos sutil. Me crucé en tu camino. Te miré, sonreíste y te rompí la nariz con mi frente. Me preguntaste:

ÉL – ¿Por qué?

ELLA – Y yo te dije: “Para que nunca me olvides”. No sangraste y me pareció tan sexy que acabé... Sí, acabé dos cuadras mas allá sin darme ni cuenta. Me sentí una tonta. Me vi desnuda. Me rodeaste con tus brazos y me dijiste que te esperara sentada, que ya venías. Me puse contenta.
Pero me dio miedo. Todos me miraban como sabiendo más de mí que yo de vos, y eso no está bien.
Corrí detrás tuyo hasta alcanzar a alguien muy parecido a vos. Entonces me metí en la primera tienda que encontré. Había muchos paraguas. Pregunté los precios de varias cosas que no me interesaban. Supe el precio de bolsos y maletas. Aunque yo no viajo. Sonríe Yo pregunto lo que sea... igual, nunca me interesaron las respuestas, sino que me escucharan. Que me tuvieran en cuenta.
El empleado de la tienda me dijo los precios. Me parecieron muy altos. Entonces le mostré mis dientes manchados de rojo. Sonrió. Era un imbécil.  Si hubieran sido un poco más accesibles me hubiera puesto contenta. Lo habría tomado de la mano y él me hubiera llevado al probador para  seguirme mostrando otras cosas.

Yo le hubiera hecho probar mi sangre.



VIII        bajo la piel

ÉL – ¿Te imaginás una nube de vidrio gaseoso?
Una marea roja, transparente, que avanza de arriba hacia abajo ocupando los espacios vacíos (si es que existen…) Expandiéndose en todas direcciones, inundando tus vías respiratorias. Como cuando te juntás con los amigos... Una esponja amorosa que no perdona besos sin ganas ni caricias descremadas. Una marea que no discrimina a nadie por sus líquidos y que sabe mucho de accidentes geográficos. Un turista que habla el idioma universal aunque no entienda de límites entre géneros ni distancias insalvables. ¿Sabés por qué?

Por que la última vez que amó algo, lo destruyó de ansiedad.

ELLA - ¿No entiendo?


IX           sin garantías

ÉL – Todo lo que diga puede ser usado en tu contra por eso es mejor que no hable igual que como pienso ni piense todo el tiempo en mí.

¿Para quién nos estamos reservando?


X            estado vegetariano

HOMBRE - No te asustes si me ves comer así.
La mayoría lo hace de distintas maneras... Hay tantas maneras, como recetas para atacar el día. Dicen que cada uno come como quiere que lo coman. Yo sin embargo creo que se come como se pretende amar y se ama como se hacen las dietas: mal.
Mi menú es a base de líquidos, no podría ser de otra forma. Es de la única manera que entiendo la existencia. Un fluido volátil que se modifica modificándose todo el tiempo. Todo depende de los nutrientes ocasionales...  Según el envase que se tenga, diría mi abuelo.
No te asustes... No es lo que vos creés. ¿Ves esto? Lo que brota de mi boca... No es más que lo que vos querés ver. Podría ser perfectamente ayuda humanitaria. O un combo de solidaridad líquida para todo aquel hambriento que lo necesite. Una donación para un lugar de catástrofes. Un paquete sin destinatario único ni remitente. No importa.
¿Te parece algo espantoso? Un abuso...
¿Acaso cuando preparás las ensaladas no estás faenando sin compasión alguna a los vegetales…?

¿Se producen manifestaciones de rechazo para estas matanzas?

¿Acaso las calles están colmadas de fanáticos de la clorofila?

¿No se entiende? Ah, claro... ¿Cómo podemos compadecernos del que no se parece a nosotros?
¿Se escuchan gritos de auxilio en las herboristerías?
… Yo no escucho nada. ¿Ustedes?

Será por eso que a mí me cuesta tanto jugar a la mancha sin mancharme...

Todos los días me cuesta más recorrer las calles sabiendo perfectamente que la piel de esta ciudad se come y se vomita a sí misma cada cinco minutos, para no subir de peso, ni levantar sospechas.
Creo que por eso siempre me ha sido más difícil dejar algo vivo, que matarlo. Hago lo que hace todo el mundo: vivir sin la menor culpa. En un estado vegetariano de todos los días.
No... No te asustes, no es lo que estás pensando. Lo que brota de mi boca es otra cosa.  Sabés perfectamente que los vegetales no tenemos sangre.

Es una elección de vida, nada más. Una gimnasia... 

Al estado de la materia lo que es del estado. Y a mí, lo que me pertenece.

No exijo más.

A ver: ¿Cómo te explico?

Es un tema de piel. Nada más...


XI                          eso

ÉL -  No tenía miedo, era otra cosa.

ELLA - Sudabas mucho, yo no sabía qué hacer.

ÉL -  Vos también sudabas.

ELLA - Decime algo.

ÉL - ¿Cómo te imaginás que va a ser todo?

ELLA - No sé.

ÉL - Yo tengo la sensación de que no deberíamos estar acá.

ELLA - ¿Por qué no te vas?

ÉL -  No, no es un tema de lugar, es otra cosa.

       
ELLA - Decime más.

ÉL - ¿Te gustaría vivir para siempre?

ELLA - Sí, un momento. ¿Y vos?

ÉL - Con suerte puedo con esto.

ELLA - Yo si tuviera una posibilidad... me animaría a llenar la eternidad.
       
ÉL - ¿Y no tendrías miedo?
       
ELLA - No... sangraríamos mucho, yo sabría qué hacer.

ÉL - ¿Yo también?

ELLA - Claro... vos también.

ÉL - No tenía miedo. Era otra cosa.

ELLA - No hace falta que me expliques nada.

ÉL - Era otra cosa...

ELLA - Decime algo.

ÉL - Sos tan bonita...

ELLA - Decime más.

ÉL - Estábamos empapados. No hay dolor, te dije. Vos me miraste y el agua te corría por la mejilla. Es que... sudábamos mucho y yo no sabía qué hacer.

ELLA - No era sudor, era algo mucho más dulce y vos lo sabés muy bien.

ÉL - Ya lo sé, me dijiste...

ELLA - Vos no podías dejar de hablar y me preguntaste: ¿Me querés?
       
ÉL - Siempre... te dije.

ELLA - ¿Esa palabra no te da miedo?

ÉL - Sí, siempre te dio miedo.
       
ELLA - Entonces te quedaste en silencio y te dije: ¿Por qué la repetís?

ÉL - Por eso.


XII         a mi padre

ÉL -  Hubieron días en que estuvimos tentados de pintarte de negro y dejarte así.

ELLA - Pero nos daba rabia y te seguimos pintando igual que siempre.

ÉL - No sabes cómo nos hubiera gustado usar otro color, tener el placer de mirarte a los ojos, con mis manos sujetando tu yugular y darte la primera mano. Sentir que la espera valió la pena y que aunque no quieras o no puedas hablarnos, lo importante es que estás.
… Si te estoy viendo, sentado, con las manos en los bolsillos. Aireándote.
Yo sé que estás dispuesto a darnos pelea y no va ser fácil darte la segunda mano. Nunca fue fácil darte nada, porqué tendría que ser esta la excepción.

ELLA - ¿Cuál será el color que combina con tu voz?

ÉL - Yo sé que por cada trago de saliva que engullís en la desesperación, algo sin forma se calma dentro de mí...

ELLA - En el cuerpo.

ÉL - También sé que estar pintado de blanco junto a nosotros no debe ser nada fácil, y no te hizo muy feliz.

ELLA - Danos un poco más de tiempo. Ya estamos por terminar...

ÉL - Ahora que te veo, quiero decirte que sos un viejo hermoso. Sí... no me refiero a tu interior, porque no lo conocemos.

ELLA - No, no es triste. Es verdad.

ÉL - Talvez tengamos que hacer un pacto entre observador y observado. Como hacen los científicos con los átomos. Vos sólo tenés que dejarnos conocer tus partículas.

ELLA - Nosotros ponemos las intuiciones.

ÉL - No me hagas caso, yo siempre hablo en plural, creo que eso me quedó de cuando dibujaba.

ELLA - Lo hacíamos días enteros, como si esa fuera la manera de exorcizar el amor y el odio.

ÉL - Mamá nos enseñaba fotos en silencio… y éramos felices. En la noche cubríamos de azul todos los dibujos, para asegurarnos que ibas a llegar. Mientras dormía, recordaba tu rostro y me salía sangre de la nariz.

ELLA - Y pensar que por mucho tiempo creímos que sólo el color rojo podía quedarte bien...


XIII        más reservas

MUJER - Mi niño... No me hagas enojar. Tomá la luz que fluye por tus venas pero no te ahogues en tu propia sangre. Hay que nadar y llegar a mares extraños donde nada es familiar, donde las sirenas tienen otros rostros y cantan otras melodías. Cuando se tiene tanto por ganar o perder, es grato saber que no moriremos del todo nunca. Por momentos el sol te va a molestar y es ahí cuando tenés que gritar por más luz.


XIV        para escribir

HOMBRE - Ella se encerró en su habitación, la llamamos a comer, pero no vino. Pudimos llamar a un cerrajero o tirar la puerta, pero optamos por no hablar más del asunto. Hacernos mala sangre hubiera sido de alguna manera darle la razón y si de algo estábamos seguros en la casa, era de la aguda percepción e inteligencia que poseían las criaturas.


XV                         algo con ventanas

ÉL - Ella lo hacía distinto a todas las demás. Tengo que confesar que nunca más he vuelto a sentir algo así con otra mujer.
Siempre me venció, nada le era ajeno...
Me refiero a desbaratar todo con sólo mirarme.
“Vos ponés demasiadas reglas”, me decía.
Reglas no. Yo sólo intento escapar de tu mirada y evitar encontrarme atrapado en tus ojos. Ella sí que es capaz de hacer sentir la soledad, y no lo digo de manera figurada, no... Sus ojos simplemente desembocaban en la nada. Ahora con el paso del tiempo creo entender qué era lo que ella hacía conmigo.
No podía mirarla y salvarme, como siempre lo he hecho con todos los demás.
Cuando me mira no hay dónde ir.
Es que vos no llorás, me decías.
Todo el mundo llora. Mis primas lloran, mis tías lloran, mi madre llora. Y sé que mi padre llora a escondidas cuando nadie lo ve.
Sólo falta que vos puedas hacerlo uno de estos días...
Yo sé que motivos no me faltan...

Pero también sé que existen motivos para no hacerlo...

Tengo miedo de que llegue el día en que se rompan mis defensas y vuelen las compuertas por el aire y nada pueda con esta corriente que vive en mí.
Tengo miedo de desangrarme en un abrir y cerrar de ojos y que nadie me pueda ayudar.
Tengo miedo de ahogarme mar adentro y que nadie me escuche.
Tengo miedo de irme por los ojos…

Le falta el aire; luego logra estabilizarse.

ELLA - ¿Te das cuenta? Vos ponés demasiadas reglas...

ÉL - Es sólo una manera más, entre tantas maneras que hay de protegerse.

ELLA - Hace mucho que no nos vemos.

ÉL - ¿Por qué lloraste la última vez?

ELLA - Decime vos...

ÉL - Me llamaste cruel.

ELLA - Yo sólo quería que mientras hablábamos me vieras a los ojos, nada más.

ÉL - Si llorás, me voy… no puedo verte llorar.

ELLA - Te lo prometo, no voy a llorar. Pero mirame.

ÉL - No puedo.

ELLA - ¿Te das cuenta?

ÉL - ¿De qué?

ELLA - Vos ponés demasiadas reglas.


XVI        no se entiende

HOMBRE - Si se pudieran medir en mililitros los dolores en el pecho, tal vez no seríamos nosotros entonces tan padres, ni ellos tan nuestros.

Quién sabe… Será por eso que no entender sea por momentos más doloroso que saberlo todo y sin embargo no poder hacer nada...


MUJER - Vos siempre les tuviste miedo.

      

HOMBRE - El respeto tiene muchas caras.

       
MUJER - Claro... como hay sábanas que pueden arruinarlo todo.

HOMBRE - Creo que ya hablamos de eso una vez.

MUJER - Sí, es cierto, ya lo hablamos. Por eso mañana será otro día y si de algo estoy segura es de que, cuando despierte, ya no tendré que buscar a nadie a mi lado.

HOMBRE - Siempre te gustó hablar en clave de tragedia.
       
MUJER - Tenés razón... Pero no es a mí a la que le duele el pecho, ni necesito esconderme detrás de supuestos respetos mal entendidos para mirar a mis hijos a la cara.
       
HOMBRE - ¿Sabés cuál es la diferencia básica entre vos y yo?

MUJER - No sé, decime vos. Por algo sos el experto que analiza inundaciones desde lo alto de la montaña.

HOMBRE - Yo no podía quedarme a sobrevivir entre los escombros. Además vos ya no estabas ahí.

MUJER - ¿Y dónde estaba entonces?
      
HOMBRE - No lo sé. Cuando no me hablaste más traté de convencerme de que lo nuestro no pasaba por las palabras. Pero cuando los niños también dejaron de hablarme sentí que me moría por dentro. Finalmente me hice la idea de venir a verlos en silencio.

MUJER - Yo sentía cómo nos íbamos quedando sin palabras en la casa, y me faltaba el aire para poder gritar que te quedaras. Entonces traté de decir algo, cualquier cosa, y no pude articular nada. Me dio miedo pensar que estaba yéndome a otra realidad y me aferré con fuerza a tu mano. Me miraste a los ojos un instante. Yo podía ver cómo se movían tus labios, pero no había sonidos. Comencé a llorar y me tomaste de los hombros con violencia, me besaste con tanta fuerza que me dolieron los labios, después te pasaste la mano por la boca y te limpiaste de mí.
Antes de cerrar la puerta acariciaste la cabeza de la niña; yo quería abrazarte y decirte que no te dejaras llevar por lo que decía mi cuerpo, pero ya  la habías cruzado. Al tiempo me di cuenta de que debajo del agua las lágrimas no tienen mucho sentido.
      
HOMBRE - Seguís allá... y yo no puedo dejar de estar lejos de vos; donde haya oxígeno.

MUJER - Sabés que tenés razón... Cuando tomo distancia te veo mejor, en tu dimensión exacta. Me da gracia, porque recorro tu perímetro con mi sexo y me da aún más gracia todavía. ¡Qué bueno que es alejarse para poder ver...! Creo que es la primera vez que lo puedo pensar de este modo y ser feliz. ¡Yo soy tan feliz que podría morirme de risa y no me daría cuenta! ¿Sabés por qué? Porque yo últimamente me río de todo y no es por que todo me cause gracia, no... Es lo único que tengo a mano...
El problema es que cuando me siento fea y no estoy en casa, no puedo hacerlo...
 
HOMBRE - Después de besarte no me limpié de vos. No podría aunque quisiera hacerlo. Todo lo contrario. Traté de llenarme de esa mujer que todavía recuerdo y que no sé donde está.

MUJER -  Me escapo de donde haya mucha gente y me pongo un poco de color en los pómulos...

HOMBRE - Cuando pienso en todo el tiempo perdido me dan unas ganas de llorar...
Sé que si me pongo exigente conmigo mismo después tengo que soportar mis desplantes, mis llegadas tarde, en fin... Un montón de excusas para que no seamos felices.

MUJER - Sonríe Para verme mejor, pero veo que me olvidé las pinturas.

HOMBRE - Una familia amorosa, empeñada en hacerme el amor hasta hacerme feliz. Qué más se puede pedir...
      
MUJER - ... Entonces me muerdo los labios con fuerza y me pinto la cara con las yemas de los dedos.

HOMBRE - Hoy recordaba cómo se veían los niños frente al ventilador, y sé que no era sólo el aire que les daba de frente lo que les arremolinaba el cabello, sino la tormenta en el fondo del mar.

MUJER - No sé... Eso me afirma la mirada.

HOMBRE - Ahí, donde hace tiempo estaban los arrecifes, hoy permanecen cada una de las rocas que ves a tu alrededor... Ahí hay un poco de nosotros...

MUJER - En el medio de mi cara también hay un pasado lejano de fondo de mar, y ahora solamente una inmensa deriva.

HOMBRE - Ya lo sé... Si nos fijáramos bien veríamos que donde terminan nuestras arrugas no sólo hay montañas, sino también manchas de sol en la piel.
Si es difícil imaginarse que una vez hubo estrellas de mar y corales, es porque hoy sencillamente ya no están.

MUJER - Respiro. Todo se ve mejor... La sangre tiene eso. Te arregla.

HOMBRE- Es inútil. A veces me olvido de que un ojo de mar, lo único que no puede hacer, es verse a sí mismo.


XVII                      marea roja
       
ÉL - Cuando pienso en vos me da hambre.

ELLA - ¿Mucha...?

ÉL - Sí. Anoche conocí una sirena en el Mercado Central.

ELLA- ¿Y te llevó al mar?

ÉL - No. No llegué a hablarle.

ELLA - Te llevó al mar...

ÉL - No, no sabía nadar...

ELLA - Anoche soñé con marineros.
       
ÉL - ¿Y te llevaron al mar?
       
ELLA - No. Jugaban pulseadas entre ellos y no me veían.

ÉL - Me gusta el mar...

ELLA - A mí me da miedo si no voy con vos.

ÉL - Las sirenas que no pueden nadar me dan mucha pena, pero yo tampoco puedo enseñarles mucho.

ELLA - Esas nunca te van a poder enseñar nada.

ÉL - Ya no querés hacerlo conmigo.

ELLA - ¿Tenés hambre?

ÉL - Sos tan bonita...

ELLA - Como la sirena del Mercado...

ÉL - No, no sabía nadar y sin embargo olía a pescado.

ELLA - Claro... De la cintura para abajo pueden, pero la otra mitad no sabe qué hacer. Por eso son pescado y no peces. Están en el Mercado, ya ves…

ÉL - ¿Y nosotros qué somos?

ELLA - La marea roja que arrasa con todo lo que hay en el mar.

ÉL - Tengo ganas de entrar al agua…

ELLA - ¿Dónde creés que estás?

ÉL -  No sé decime vos...

ELLA - ¿Qué más hiciste anoche?

ÉL - Nada. Traté de dormir, pero cuando cerraba los ojos no podía dejar de ver todo rojo a mi alrededor. Por lo menos vos soñaste que te llevaban al mar.

ELLA - Soñé con el mar, pero nadie me llevó.

ÉL - ¿Y los marineros?

ELLA - Ya te dije que forcejeaban entre ellos y que nunca me vieron.

ÉL - Sabés muy bien que ellos nunca me preocuparon demasiado. Yo sé que cuando te miran sólo tengo que tomar coraje y ver tus ojos para leer tus reacciones. Porque es ahí donde están mezclados tus planes con mis deseos.

ELLA - Te ves tan lindo cuando te ponés así.

ÉL - ¿Así cómo?

ELLA - Así... cuando te quedás con la sangre en el ojo.


XVIII                     historia líquida

HOMBRE - ¡Qué pulmones! Pausa
Mientras por las noches millones de gotas de sangre desafían su origen, resbalándose por entre los cuerpos de la ciudad, todo lo pasado es bebido por el sol de las mañanas, la ausencia y mis hijos.
Quisiera perder tantas cosas... entender cada una de tus señas en el juego y tratar de quererte bien.
De qué sirve saber que no todo es mágico si no puedo dejar de ser así...
Tus ojos... Pausa tus ojos cuando no me miran transforman mi tiempo en suero, y este se deja caer. Yo sé que las gotas son mías... pero ya no importa.
¿Cómo se hace para desafiar la hemofilia familiar,  comer de muchas bocas y reír al mismo tiempo?

¿Cómo se hace para tener algo de aire en las arterias y no morir en el intento?

No, mi niña, no te asustes. Lo que brota de tus ojos y de mi boca, no es lo que vos creés... La nuestra no es sangre fría, azul, o de horchata, tampoco es sangre sin sangre, ni de mentira; ¡ni hablar de sangre infectada!, mucho menos podría ser de utilería, no... A lo sumo serán las lágrimas de Edipo mal curado que sigue llorando...

Y no nos damos cuenta.

ELLA - Yo le hubiera hecho probar mi sangre.


XIX                       dibujos

ELLA - ¿Sabés cuál es la diferencia básica entre vos y yo?
       
ÉL - No sé.

ELLA - Vos sos un tramposo cuando dibujás, y lo sabés muy bien...


ÉL - ¿Y vos qué sos?

 

ELLA - Yo soy la trampa.

      
ÉL - Y parece que lo sabés muy bien...

 

ELLA - Es lo único que sé.

      
ÉL - Vos mentís mucho, nenita...

 

ELLA - ¿Por eso me creés la mitad de las cosas?

      
ÉL - No, no es por eso.

ELLA - Aaah... ya sé. Es por que no quiero dibujar más, ni ser tu modelo. Es por eso, ¿no?

ÉL - Nunca me vas a perdonar... ¿No?
      
ELLA - Sabés muy bien que siempre que dibujamos termino perdonándote.
      
ÉL - Es la última vez que lo hacemos.
      
ELLA - Sí, así me dijiste y nos sentamos en el suelo. Estaba frío, pero no me importó. Ellos discutían en la cocina, y vos me mirabas como sabiendo más de mí que yo de vos... Me reí de sólo pensar que fuera cierto.
      
ÉL - Me descubrí el brazo y te dije que me mordieras fuerte, que no tuvieras miedo, que esta vez no te detuvieras al sentir que tiritaba.
      
ELLA - Yo sabía que una vez que te hincara mis dientes iba a ser muy difícil que no gritaras, entonces...
      
ÉL - … Me dijiste que si yo no hacía lo mismo que vos, no jugabas...
      
ELLA - Antes de que terminaras de hablar ya tenía medio hombro descubierto... Te brillaron los ojos, había una sonrisa mordida en tus labios. Después miraste hacia la puerta y los dos corrimos hasta pegar las orejas sobre las bisagras. Nos miramos...
      
ÉL - Entonces fue cuando te prendiste de mi cuello y jadeabas como nunca antes te había visto.
ELLA - Trataba de decirte un secreto que no podía decir con palabras. Por eso lo hice de la única manera que yo sé: un poema intravenoso.
      
ÉL - Yo te dije que no respiraras tan fuerte, que se estaba terminando el oxígeno de la habitación. Creo que ahí fue cuando te ahogaste.

ELLA - No me ahogué, ¡tonto!, me hiciste tentar y te solté. Después me dio miedo no escuchar ruidos en la cocina. No quería mirarte porque seguro que me ibas hacer reír.
      
ÉL - Mientras vos pensabas en el silencio de ellos, me paré detrás tuyo y te cubrí el hombro. Nos quedamos un momento en silencio. Después pasó lo de siempre: el portazo de la calle y el llanto de ella detrás de la ventana.
      
ELLA - Cuando me cubriste el hombro pensé que esa noche no íbamos a dibujar, y me puse triste. Pero no tuve mucho tiempo para enojarme, porque antes de poder darme vuelta para pedirte explicaciones, ya tenía tu nariz recorriendo mi cuello. Te dije “Ese no es mi hombro”...
      
ÉL - Yo me reí.

ELLA - Después me prendí con fuerza de tu brazo y nos hicimos un nudo. Sí, eso fue lo último que me acuerdo. Creo que luego me desmayé. En esos días era una niña débil, no comía mucho y llegaba a la noche con el estómago vacío. Al despertarme vos ya estabas dibujando en mi espalda. Me acuerdo que ahí fue cuando se me ocurrió pasar mis dedos por tu brazo y te pinté los labios.

ÉL - Tu espalda era una encrucijada roja que se dibujaba sola y me mostraba trazos que apuntaban hacia todas direcciones.
Yo nada más era un testigo de ese hermoso dibujo que se formaba ante mí, sólo tenía que contener esas señales rojas que avanzaban desde tu cuello y muchas veces se perdían en mi cara.

ELLA - ¿Te das cuenta? Sos vos el que mentís mucho. Esa no era tu cara...

ÉL - Vos no te desmayaste. Te hacías la dormida.

ELLA - Mirá nenito, yo me desperté aferrada a tu brazo. Después fue cuando te pinté los labios.

ÉL - Ese no era mi brazo y vos lo sabés muy bien. Además los labios ya los tenía rojos de antes.

ELLA - Vos cambiás todo, por eso yo no quiero dibujar más con vos.

ÉL - Te pusiste a llorar y me dibujaste en la mejilla un pez.

ELLA - Los dos lloramos y me dijiste que era mejor que no lo hiciéramos más.

ÉL - Siempre después que dibujábamos, llorábamos.

ELLA - ¿Por eso me dijiste que iba a ser mejor que no lo hiciéramos más?

ÉL - ¡Claaaro bonita! Es mejor no llorar más...

ELLA - Por eso yo no quiero que dibujemos. Las lágrimas borran los dibujos, y eso no está bien...

ÉL - Podemos seguir dibujándonos. Pero no hay que llorar... Además los pececitos de colores no lloran. ¿Sabés por qué?

ELLA - Sí, porque las lágrimas en el mar no tienen sentido.


XX                         unir con flechas

MUJER - Es demasiado triste encontrar en un papel todo lo que no puede ser.
Los dibujos están húmedos y se pueden ver dos manos muy diferentes. En trazos firmes está mi niña dulce como el hierro, construyendo mundos infinitos que caben en la cáscara de una nuez. Mi niña... Destruye todo lo que mira. No sabe dibujar sin vaciar, no entiende los colores si no le pertenecen. Mientras mi niño se borra, por momentos aparecen sus arterias en trazos finos, intermitentes, ya que no puede estar de otra forma que cegado en la luz de su propia sangre.

HOMBRE - Qué tipo de soledad monstruosa puede fomentar una diálisis tan absurda. Cómo puede ser que dos niños hermosos lleguen a ser garrapatas hambrientas.
Una gran bolsa de sangre seca que coagula cualquier posibilidad de trascendencia…


XXI                       rojos glóbulos rojos

MUJER - No sabía qué hacer. Vos te alejabas con ella más y más, corriente abajo. Yo sé que en las profundidades no hay mucha luz y el tacto se hace sensible entre los que no se pueden ver... Cada tanto vos salías a la superficie y yo trataba de abrazarte para mantenerte a flote, pero no durabas mucho en ese estado. Te besé tanto que te salió sangre de la nariz. Pensé que estabas cambiando de sexo, sé perfectamente que los escualos pueden hacerlo. Me puse contenta.
Creí que todo este tiempo habías estado reprimiendo tu menstruación y que por fin después de mucho empujar, esta te había salido por el primer agujero que encontró.
Me miraste a los ojos y me dijiste:

ÉL - “No te hagas muchas ilusiones Mamá... Es la presión del agua en el fondo del mar...”

MUJER - No sabés mentir, se te nota demasiado. Yo igual no quiero contradecirte.

ÉL - ¿Alguna vez se va a detener esta sangría?
      
MUJER - Cuando la sangre te llega a la boca tenés que tragarla de a sorbitos, así el alimento no se pierde yéndose por otros conductos.

ÉL - Se ahoga y comienza a toser Tengo el estómago lleno y sin embargo me muero de hambre…
      
ELLA - Quién podía imaginarse que te ibas a morir de frío y no de un impacto brutal. Ese que nunca sucedió.

MUJER - No se moría... Se hacía anfibio para conocer la tierra.

ELLA - Sos tan estúpida que no pudiste querernos así...

MUJER - ¿Así cómo?

ELLA - Así, como sólo las anguilas ciegas pueden hacerlo...

MUJER - El problema es que no soy una anguila ni estoy ciega...

ELLA - No, el problema es que nunca supiste amarnos y ahora estás en el mar muerto, donde nada pasa.

MUJER - No mi niña, estoy en el mar negro donde todo pasa a mi alrededor. Pero por alguna razón que desconozco he ido perdiendo poco a poco la capacidad de hacer mi propia luz, y eso hace que no pueda darme cuenta de lo que importa. De todas formas, aunque no pueda verlos, a mi manera soy feliz. ¿Sabés por qué? Porque sé que cada vez que muere un antílope en un oasis, siempre queda algo de sangre en el agua, y me pongo contenta por que sé que ustedes están ahí...

ELLA - Hace tiempo que dejó de importarnos si ustedes nos ven...
       
MUJER - Por eso, mi niña… vos no sabés cuánto me alegro cuando un desafortunado aventurero tiene un traspié en el borde de algún río, porque seguro que ustedes están ahí... Sonríe 
Yo sé que detrás de un accidente, ustedes siempre van a estar, porque son un accidente. Un imprevisto en el circo, un error en la carrera, una catástrofe en el mar -de esas en las que no hay posibilidad de sobrevivientes-.
Por eso, mi amor, trato de ir todos los días a donde terminan los mares y comienzan los ríos, donde las corrientes chocan entre ellas y se pelean por los restos de alguna embarcación.
Así siento que estoy todos los días más cerca de ustedes.

ELLA - Nunca nos vas a perdonar... ¿no?

MUJER - ¿Cómo podría perdonar lo que no entiendo?

ELLA - Estoy embarazada.

MUJER - Vos mentís mucho, nenita... Él se va a ir.

ELLA - No mientas. Él me espera y me voy.


XXII                      abrazame

ÉL - Me arrepiento de no haber podido hacerle probar a papá un poco de mi sangre... Me arrepiento de haber deseado darte la libertad sólo con la oculta intención de que me eligieras a mí. Por eso quiero dibujarte la piel toda la noche hasta encontrar mi vientre hecho uno con el tuyo. Pero no sé en qué momento se iluminó la noche... y es tan poco el tiempo que también quiero las mañanas.

ELLA - Entonces dame todo lo mío que hay en vos. Dibujame con tu lengua por dentro todas las líneas imaginarias que puedas, esas que los hombres, por falta de agallas, dicen que no entran en los mapas de navegación.

ÉL - Me encantan tus besos porque son tan jugosos como las ensaladas de cuchillas... Sin embargo los míos hoy son esponjas amorosas que podrían secar cualquier inundación.

ELLA - Probá...

Ella lo besa; éste beso se interrumpe cuando él comienza a toser

ELLA - Cuando te falta el aire me excita saber que sólo yo puedo darte de lo mismo que respirás.

ÉL - Abrazame... mordeme fuerte y llevate con vos mis heridas.

ELLA - Yo nunca te voy a dejar.

ÉL - Me querés...

ELLA - De la manera más salvaje, como la primera vez.

É L- Tengo frío y no siento tus dientes.

ELLA - Qué bello es el mar.

ÉL - Llevame al agua...

ELLA - ¿Dónde creés que estás?

ÉL - ¿Es cierto que los peces que no nadan se mueren ahogados?

ELLA - Sí, pero nosotros no tenemos de qué preocuparnos porque no somos peces.

ÉL - ¿Y hoy qué somos?

ELLA - Un agua viva gigante que se comió el mar...

ÉL - ¿Y mañana qué seremos?

ELLA - ¿Sabés qué le dijo un pececito de color a otro?

ÉL - No sé.

ELLA - Nada... Nada hermanito, ¡nada!

ÉL - ¿Y mañana?

ELLA - … Mañana. Lo que vos quieras.


XXIII             a orillas del mar rojo

HOMBRE - Esa mañana, cuando abrí al medio ese filet, el niño gritó y yo no sabía si la sangre que estaba por todos lados era la mía o la del pescado... El niño me dio un empujón y salió corriendo. Yo traté de alcanzarlo, quería explicarle. Hablar con él...
Decirle que lo amaba tanto como para demostrarle que todos podemos ser de vez en cuando comida y otras veces certeros comensales. Pero mi niño era muy rápido, el Mercado era grande y lo perdí de vista entre tanta gente.
Al volver a mi puesto limpié el mostrador y me fui a lavar las manos al baño, entonces fue ahí cuando entendí el horror del muchacho.
Después, todo es muy borroso. Recuerdo mucha gente en círculo a mi alrededor, hombres vestidos de blanco, sonidos de ambulancias y olor a sangre.
Después de eso el niño no volvió a hablarme...
El puesto en el Mercado sigue funcionando. A mí me indemnizaron y con el dinero abrí una tienda de bolsos y paraguas. Aunque yo no viajo. Sonríe Pero no funcionó... ¿Cómo iba a querer hacerle daño a mi propio hijo? ¿Acaso hay algo más hermoso que la propia sangre?... Si yo amaba a ese niño...
Después vos dejaste de hablarme; luego, la niña… Una semana más tarde un juez dispuso que yo tuviera que estar a no menos de 500 millas náuticas de mi familia. Entonces viajé esa distancia en todas las direcciones posibles hasta cansarme lo suficiente para poder dormir por varios años.
Una mañana desperté a la orilla de una laguna. Un auto se detuvo. Un anciano bajó la ventanilla y me llamó. Yo me sacudí las ropas y me acerqué. Su mujer me ofreció un sándwich de atún. El hombre me dijo que ella tenía leucemia, que necesitaban cambiar de clima, y me preguntó hacia dónde estaba el sur.
Antes de irse, los dos me miraron a los ojos; sentí que ellos sabían más de mí que yo de ellos, y eso me hizo bien. Antes de partir la anciana asomó su cara por la ventanilla y, tomándome del brazo, me dijo que ya era tiempo de volver.
Por eso estoy acá con vos, esperando, aunque no sé muy bien qué... Talvez uno de estos días me puedas decir por qué venimos  a contemplar la montaña.

MUJER - Porque me gusta el mar... Mirá cómo nadan los peces en el fondo.

HOMBRE - De eso hace mucho tiempo... Hoy ya no es el fondo de ningún océano. Fijate bien, ya no hay peces... Sólo se pueden ver esas manchas en las piedras.

Sangre petrificada, nada más.
      
MUJER - Me gusta el mar.
***
Se ve a la Mujer y al Hombre sentados de frente al público en uno de los laterales de la escena. En el opuesto se los ve a Ella y a Él; recuperan los instantes finales del cuadro anterior. En el aire se escucha el tema musical “Aviéntame” de Café Tacuba. 
      
Él se deja ir  por un canal de luz (de la vida y de la muerte) mientras se despide del plano físico que lo une a ella. A su vez el Hombre y la mujer están en otro plano más alejado de ellos, donde convergen el olvido y el recuerdo.

De esta forma la imagen del comienzo se cierra en esta nueva postal del final.

Fin.


Índice


nombre del cuadro                             n°de cuadro

 confesiones innecesarias                      I
 un tema de urbanidad                   II                  
no hay víctimas                                    III                 
en un primer momento                  IV          
 perdiendo el tiempo                            V                   
reservas                                        VI
otras confesiones                          VII                
bajo la piel                                           VIII               
sin garantías                                 IX                 
estado vegetariano                         X                   
eso                                               XI                 
a mi padre                                           XII                
más reservas                                 XIII              
para escribir                                 XIV               
algo con ventanas                          XV                
no se entiende                              XVI               
marea roja                                           XVII                     
historia líquida                                     XVIII            
dibujos                                         XIX
unir con flechas                                    XX                
rojos glóbulos rojos                       XXI              
abrazame                                      XXII             
a orillas del mar rojo                            XXIII            

ÍNDICE.





22/1/08

DISFRAZ, DE BENJAMÍN GAVARRE

Disfraz

de Benjamín Gavarre

EL ESCENARIO es una gran habitación; un poco teatro, un poco camerino, un poco departamento; pero es sobre todo el lugar donde habita nuestro personaje al que llamaremos: el Actor; aunque su nombre, el verdadero, el otro, sea Pablo.
Él, se encuentra "solo", en una intimidad extrema; sin embargo, se relacionará con ciertos personajes surgidos del recuerdo, o de su imaginación. Lo acompañarán algunos otros que podrían llamarse personajes reales, pero hay quien asegura que también forman parte de su mente; quizá de su mente en el momento de un sueño, de su sueño: esto sin embargo no lo podríamos asegurar.
Al comenzar la obra el Actor se encuentra en gran actividad: escoge su música preferida; luego va hacia un perchero y trata de probarse distintos disfraces, (obrero, licenciado, agente de tránsito, un héroe de espada y armadura, Romeo...) pero no puede vestirse solo. Por eso saca de un baúl enorme a Bufo-el Globero, quien le ayuda a ponerse la capa, o le coloca el yelmo o el birrete. Con cada disfraz posible modela frente a un espejo de cuerpo entero, pero ninguno de ellos lo convence. Finalmente escoge un disfraz: será un colegial de suéter, escudo, pantalones largos, mocasines y mochila. Busca la aprobación de Bufo-el Globero, pero éste solamente lo observa burlona, silenciosamente.
El Actor sonríe frente a su imagen final. Es una sonrisa que se transforma súbitamente en carcajada. Después viene el silencio. Él sabe perfectamente lo que tiene que hacer: corre presuroso hacia un rincón donde aparece un letrero que dice:
escondite tortuoso... Y saca una pistola. Obliga al desconcertado Bufo a salir de escena, luego va hacia el espejo y apunta a su sien...
Dispara tres tiros a su imagen reflejada y grita:

ACTOR.— ¡Basta!

Bufo-el Globero brota sorpresivamente del baúl y muestra al público una claqueta en la que leemos:

¡¡¡EL SUICIDIO!!!

Luego, después de dar el claquetazo dice con brillantez:

BUFO.— ¡El suicidio! Escena tercera del acto V... ¿Romeo y Julieta?... ¡No! Pero de todos modos: ¡Comenzamos!

Y se vuelve a meter a su baúl.
Suena el timbre de la puerta, el Actor corre hacia ella pero en ese momento suena el timbre del teléfono: decide ir primero hacia el teléfono.

ACTOR.— ¿Bueno?, ¡un momento por favor!

Deja descolgado el teléfono y va hacia la puerta; la abre y descubre que no hay nadie. Confundido la cierra y corre hacia el teléfono.

ACTOR.— ¿Quién habla? (Nadie contesta del otro lado de la línea) ¡Bueno! (Silencio) Qué, ¿no vas a contestar? No me lo digas. Eres tú de nuevo. Eres el Mudo...¿O Muda?...A lo mejor eres la Muda. Pues bien, querido o querida quien seas: te recomiendo que vayas y consultes un buen Otorrino. Sí, laringólogo. A ver si así me dejas de joder. (Y muy molesto cuelga la bocina).

Durante algunos instantes se queda viendo al vacío, luego descuelga la bocina y marca con ansiedad un número. Espera. Alguien contesta del otro lado de la línea y el Actor cuelga con una mezcla de miedo y vergüenza. Respira, mira de nuevo al vacío y vuelve a marcar el mismo número. Espera. Contestan del otro lado: cuelga precipitadamente. Bufo surge del baúl y lo mira suspicaz...


BUFO.— ¿No contestan?

ACTOR.— Sí, ellos siempre contestan, ¿pero yo?...Me quedo como una Mú...Muerto de nervios.

BUFO.— Sí, ¡esos mudos! ¿Insoportables, verdad?

ACTOR.— Deberían encerrarlos.

BUFO.— ¿Nos?

ACTOR.— Encerrarnos si quieres; lo mismo da. Pero, ¿sabes qué?

BUFO.— ¡Oh no!

ACTOR.— Voy a invitarlos. Voy a invitarlos a mi fiesta de cumpleaños.

BUFO.— ¿Crees que se acuerden de ti?

ACTOR.— (Sin hacer caso) Únicamente dos invitados: Verónica y Jerónimo; Jerónimo y Verónica... ¿Te das cuenta?

BUFO.— ¡Oh no!

ACTOR.— Hasta en el nombre se parecen. ¿No te parece ridículo?... Jerónimo y Verónica, ¡Já! (Se toma la cabeza con un exagerado gesto de dolor) ¡Ay, otra vez esta maldita migraña, no es justo! ¡Mi pobre cabeza...! !Y tenía que dolerme precisamente hoy! (Repentinamente sin dolor mira paranoico a Bufo) Sí, ya sé... pero no tienes por qué mirarme así; ya no me duele... ¡Que no me mires así!... De acuerdo, tienes razón: siempre busco pretextos. Pero esta vez sí les voy a hablar. (Bufo toma el teléfono y marca el número de Verónica y Jerónimo) ¿No me crees, verdad? Pues fíjate bien cómo les hablo... (Bufo le da la bocina y Pablo, mientras espera a que contesten, dice...) Y no me vuelvas a decir que soy hipocondriaco, porque no soy hipocondriaco. Nunca he sido ni seré... ¡Hola!... ¡¿Verónica?! (Muy nervioso) ¡Adivina quién!... Pablo, el mismo de siempre, casi el mismo. ¿Qué te parece si te invito a una fiesta?... Sí, así de drástico. Dile también a Verónimo, Jerónimo... Pero claro que es en serio... ¿Ahí está?... Luego me lo pasas, pero mira: es una fiesta de disfraces... Pues se me ocurrió... ¿Mi cumpleaños? No, claro que no. ¿Te hubieras acordado, no?... ¿Cómo? ¿Sí te acordaste? ¿Qué dijiste?... ¡Ah sí! ¡Claro! Gracias por hablar... ¿Qué cosa?... No, si ya sé que yo soy el que te habló, claro; pero de todos modos gracias, sí. Por acordarte... ¡Uy, qué insistencia! A ver, pásamelo... ¿Jerónimo?... ¡Maestro, qué desgracia!... ¿Cómo?... Sí, que me da mucho gusto... Sí, de veras. Le decía a Verónima de una fiesta... Sí, de disfraces... No, no; pastel si quieres, pero detesto los globos... Pues no sé, nunca me han gustado... ¿Qué dices? ¡Ahmmh, temprano! ¿A las nueve te parece bien?... Nueve y media... ¿Sí?... A ver, pásamela... De lo que quieras, Vero... ¿De momia? Pues, me parece estupendo... ¿Sí?... A mí también, sí... Perfecto... Bye... Nos vemos... Diez y media, sí... ¡Chauuu!

Cuelga radiante el teléfono. Bufo se burla de él.

BUFO.— Ajá, sí... ajá, sí, claro. ¿Ajá?... sí. ¿Mhiumjummh?... Mhiamjá... mmmhhh.

ACTOR.— (Feliz) No lo puedo creer. Estoy vivo. ¡Vivo! (Orgulloso) Lo he notado. Y ellos van a venir. A las nueve, a las nueve en punto. ¿Te das cuenta? ¡Estoy vivo!

BUFO.— Felicidades...¿Y qué vas a hacer con toda esa vivísima vitalidad?

ACTOR.— (Sin desalentarse) Tengo futuro, voluntad. Soy casi famoso. Hoy es mi cumpleaños, todavía soy joven. Tengo salud, fuerza, memoria, entendimiento: Inmejorables condiciones.

BUFO.— Oye, ¡qué bárbaro! ¡Por qué no nos casamos!

ACTOR.— ¿Así que no me crees? (Lo mira fijamente) Ya sé lo que estás pensando: Pablo va a intentarlo de nuevo. Eso piensas, ¿verdad? ¡Contesta!

BUFO.— ¿Intentar? ¿Qué cosa?

ACTOR.— El suicidio. Llámalo con todas sus letras:
(Deletrea) S U I C I D I O: Suidicio... digo, como se llame.

BUFO.— Usted... ¡Se está tomando demasiado en serio!

ACTOR.— ¿Qué?... ¡De qué se trata!

BUFO.— (Muy amable, le da un globo) Queda usted detenido. Acompáñeme.

ACTOR.— ¿Sí?... Gracias, pero así estoy bien.

BUFO.— Sígame.

ACTOR.— ¡Cómo se le ocurre! ¡Yo no soy un delincuente!

BUFO.— Eso no interesa. Se siente usted culpable, ¿no?

ACTOR.— Sí. Es decir: ¡No! ¿De qué tendría que sentirme culpable? Yo solamente quiero sentirme bien.

BUFO.— Qué original. Entonces usted no es culpable de nada.

ACTOR.— No, rotundamente no.

BUFO.— Y sin embargo, todo lo que usted diga o haga será utilizado...

ACTOR.— En mi contra, sí. Pero, ¿se trata acaso de una pesadilla?

BUFO.— Quizá. Y quizá todo lo que usted diga o haga no le importe a nadie, ni siquiera a usted mismo...

ACTOR.— Eso no es posible... ¿O sí?

BUFO.— No lo sé; pero el caso es que tiene usted que acompañarme.

ACTOR.— ¿Tengo? ¿Y si me escapo?

BUFO.— Esa sería su decisión... su elección.

ACTOR.— ¿Está seguro?

BUFO.— No.

ACTOR.— (Busca distintas salidas) ¿Y por dónde está la salida?

BUFO.— Por la puerta como es natural, pero sólo algunos, muy pocos acostumbran fugarse por la puerta.

ACTOR.— (Pensativo) Claro... ¡Qué confusión! (Se despide de Bufo) Gracias, ha sido... como un placer.

BUFO.— No fue nada.

ACTOR.— Ah... Si preguntan por mí... Dígales que tuve un compromiso muy... Un compromiso verdaderamente...

BUFO.— Y que no fue capaz de despedirse de nadie...

ACTOR.— Que tuve que salir. Eso es todo.

El Actor se dirige a la puerta: la encuentra cerrada. Va hacia el espejo de cuerpo entero: lo traspasa. Se da cuenta de que se encuentra en el mismo espacio. Traspasa una y otra vez la puerta-espejo. Trata de adoptar una actitud racional. Analítica.

ACTOR.— Bueno y después de todo: ¿quién quiere saber lo que hay afuera? Afuera es un concepto abstracto, tan abstracto como el concepto Adentro. ¿Dentro y Fuera relacionados con qué o para qué? Si lo pensamos bien, obtendremos como conclusión de esta antinomia: una serie de datos que podrían revelar el sentido más profundo de las entidades ontológicas. Quiero decir que tomando en cuenta la Ubicuibilidad y los Atributos del Ser: el Espacio se manifiesta precisamente en una contradicción básica cuyas premisas son como acabo de decir, ahmm... Cuyas premisas son precisamente, ahmm... (Se toma la cabeza anunciando dolor de cabeza. Bufo le sirve un vaso de agua) Cuyas principales premisas son, ahmmm... (Recibe el vaso de agua y mira agradecido a Bufo) Gracias. (Se lo toma sin dejar de mirarlo) Es usted un... Casi un ángel. ¿Sabe? Tengo una cita a las ocho.

BUFO.— (Afirmando) Una cita muy importante.

ACTOR.— Importantísima. Más que una cita es una fiesta. Una fiesta disfrazada, (Se corrige) de disfraces.

BUFO.— (Malicioso) Y van a venir sus amigos.

ACTOR.— Mis amigos de SIEMPRE sí... Y CUANDO lleguen...

BUFO.— SIEMPRE Y CUANDO lleguen.

ACTOR.— CUANDO LLEGUEN...

Se escucha la sirena de una patrulla o ambulancia. Entra Jerónimo vestido de boy scout. Su aspecto en general es el de un niño que acaba de sufrir un accidente: su camisa está manchada de sangre.

JERÓNIMO.— (Infinitamente triste) Te lo dije, Pablo. Te dije que no podríamos seguir con tanta suerte. A dónde estabas. ¿Por qué me dejaste solo? Me detuvieron, Pablo. Ya no podemos seguir así jugando tanto. Jugando siempre como si nada fuera en serio. Algún día tenía que terminar; y ya ves, me detuvieron. Me agarraron entre cuatro y no tuvieron lo que se dice: ¿piedad?, ¿compasión? No, nada de eso. Me pescaron, como tú dices. A la salida, como siempre.

BUFO.— ¡Tírale los dientes; apúrate, nos van a ver; quítate, me toca a mí! (Habla y actúa sin que Jerónimo lo tome en cuenta. Para Jerónimo y para todos los demás personajes, con excepción de Pablo, Bufo apenas existe. Saben que está ahí, como un fantasma impertinente, pero prefieren ignorarlo).

JERÓNIMO.— No, pero no pienses que fue un combate limpio; una pelea de caballeros, de grandes héroes y todo eso, no. Me agarraron entre cuatro. Como a tres cuadras de la escuela. Me cubrieron de patadas, de gritos cómplices.

BUFO.— ¡Tírale los dientes; apúrate, nos van a ver; quítate, me toca a mí!

ACTOR.— Eso sucedió hace mucho tiempo...

BUFO.— A la salida.

ACTOR.— ¿Y yo?

JERÓNIMO.— ¡A dónde estabas!

BUFO.— Te quedaste dormido.

ACTOR.— ¿Dormido?... ¿Estoy dormido?

JERÓNIMO.— Nadie me avisó. Todo sucedió sin más, a la salida, como siempre. Me puse a caminar sin esperarte.

ACTOR.— Me quedé dormido.

JERÓNIMO.— Me agarraron entre, ¿siete?

BUFO.— Una pesadilla.

ACTOR.— Una bofetada de cascos y macanas, de calibres y patrullas. ¿Y yo? ¿A dónde estaba?

BUFO.— Roncando. Soñabas con judiciales.

ACTOR.— Te rompieron los ojos.

JERÓNIMO.— Me arrancaron la vida.

BUFO.— Ya lo decía yo. Una pesadilla.

JERÓNIMO.— Me dejaron tirado en la calle, masacrado.

ACTOR.— ¡Malditos judiciales!

JERÓNIMO.— ¿Estás loco? ¡Cuáles judiciales! ¡Fueron Jáuregui y los demás! ¡Fueron los del tercero B!

BUFO.— ¡Tírale los dientes; apúrate, nos van a ver; quítate, me toca a mí!

JERÓNIMO.— ¿Y tú, a dónde estabas tú? Por qué no fuiste a la escuela.

ACTOR.— ¿Yo? (Somnoliento) ¿Estaba dormido?

JERÓNIMO.— ¡Qué dices!

Suena una señal de alarma. Un despertador, o la chicharra de una escuela son adecuados. Bufo venda los ojos de Jerónimo. Pablo le pone una pistola en la sien. Comienza un interrogatorio implacable.

ACTOR.— ¿Cuál es tu última voluntad?

JERÓNIMO.— No me molestes.

ACTOR.— ¿Cigarros, alcohol, alguna droga... ?

JERÓNIMO.— ¡No me estés jodiendo!

ACTOR.— ¿Saliste reprobado?

JERÓNIMO.— Sí, fue por tu culpa.

ACTOR.— ¿En Deportes?

JERÓNIMO.— Sí.

ACTOR.— En Matemáticas.

JERÓNIMO.— Sí, fue por tu culpa.

ACTOR.— Siempre mi culpa... ¿Cuál es tu última voluntad?

JERÓNIMO.— ¿Voy a morir?

ACTOR.— ¿Quieres veneno?

JERÓNIMO.— ¿No has visto a los demás?

ACTOR.— ¿Demás?

JERÓNIMO.— Demás.

BUFO.— ¿Qué es eso?

ACTOR.— ¿Demás?

JERÓNIMO.— Demás.

BUFO.— Demasdemasdemasdemás...

ACTOR.— ¿Qué es eso?

JERÓNIMO.— No lo sé. ¿Una palabra?

BUFO.— ¿Y qué significa?

JERÓNIMO.— No lo sé.

BUFO.— No lo sabe.

JERÓNIMO.— Ya no.

ACTOR.— ¿Quieres veneno?

JERÓNIMO.— Lo sabía.

ACTOR.— ¿Veneno?

JERÓNIMO.— Un vaso de agua.

Bufo le ofrece una copa de metal.

ACTOR.— (A Bufo) ¿Tiene todo?

JERÓNIMO.— (Mira receloso el contenido de la copa) Gracias... ¿Y?... ¿Cómo te ha ido? ¿Qué has hecho? ¿Qué dice el Teatro?

ACTOR.— Estoy ensayando mi nuevo, mi último... es decir mi más reciente personaje: sucedió frente al espejo... ¿Qué fue lo que te dije?

BUFO.— Estoy ensayando mi nuevo, mi último... es decir mi más reciente... (El Actor obliga a Bufo a meterse a su baúl) ¡Personaje!

ACTOR.— ¡Sucedió!... Suicidio... frente al espejo.

JERÓNIMO.— Ah, sí... me dijeron que estabas ensayando Romeo y Julieta. ¿Pero eso fue el año pasado, no?

ACTOR.— (Le quita la copa y representa un fragmento de su versión a Romeo, antes del suicidio. Bufo surge de su baúl y le ayuda a representar la escena) Julieta, por qué estás aún tan hermosa? Tus ojos brillan. Voy a morir contigo. Déjame sellar con un beso mi eterno pacto con la muerte. (Besa la copa) Ven áspero y vencedor veneno. Mi cuerpo, harto de combatir con la vida... quiere perderse en los abismos. Brindemos.

EL ACTOR CAE FULMINADO. JERÓNIMO APLAUDE CON ENTUSIASMO.

JERÓNIMO.— ¡Bravo! ¡Genial, maestro! ¡Déjame darte un abrazo! (Se dan un aparatoso abrazo. Repentinamente, Jerónimo se pone serio) Pero no lo vuelvas a hacer, es de mala suerte.

ACTOR.— ¿Ensayar frente al espejo?

JERÓNIMO.— No. Suicidarse frente al espejo. Es de mala suerte. Dicen que tu alma se queda dentro, atrapada.

ACTOR.— Por favor, Jerónimo; nunca pensé que fueras un supersticioso.

JERÓNIMO.— Nunca lo he sido.

BUFO.— Pero insisto en que es de mala suerte.

JERÓNIMO.— Pero insisto en que es de mala suerte.

ACTOR.— Mejor me suicido en otra parte.

BUFO.— !Se aproxima el juego más vital!

JERÓNIMO.— ¿Y si mejor te mato?

ACTOR.— (Emocionado) ¡Bruscamente!

JERÓNIMO.— (Feliz) ¿Te acuerdas?...

ACTOR.— Cuando jugábamos en la cocina de tu abuela...

JERÓNIMO.— ¡Muerte brusca, sí! ¿Cuáles eran las reglas?

BUFO.— ¡Artículo tercero!

ACTOR.— ¡Artículo tercero, sí! ¿Qué es más importante? ¿Las reglas del juego... ?

JERÓNIMO.— ¡O el juego sin reglas!

ACTOR.— ¡El juego de la regla rota!

JERÓNIMO.— ¡Artículo mortis!

BUFO.— ¡Mortis mortibus!

JERÓNIMO.— ¡Todo aquel que viole o desobedezca estas reglas será condenado a la pena máxima...

TODOS.— ¡MUERTE BRUSCA!

EL ACTOR TOMA LA PISTOLA Y DISPARA TRES TIROS A JERÓNIMO, QUIEN CAE SÚBITAMENTE AL PISO. EL ACTOR TRATA DE REANIMARLO CON LA AYUDA DE BUFO.

ACTOR.— ¡Jerónimo! ¡Jerónimo despierta! ¡Acaban de matar al maestro de Matemáticas!

JERÓNIMO.— (Se levanta sorpresivamente) No, Pablo, no. Al maestro de Matemáticas no lo asesinaron. Simplemente se arrojó, se tiró, precipitó. Se hizo trizas; salió en el periódico. Todo el mundo lo sabe. Se arrojó. Se hizo trizas...

TODOS.— ¡SE SUICIDO!

JERÓNIMO.— (Adopta la actitud de un maestro de Matemáticas) Vamos a ver, jóvenes, miremos. El día de hoy analizaremos la Teoría del suicidio y sus principales corolarios. Axioma A... (Al Actor) A ver, usted. Diga Ahh por favor.

ACTOR y BUFO.— Aggh, gahhh, guihuu, gaiiuuu...

JERÓNIMO.— ¡Suficiente! El suicidio como todos sabemos es una actividad peligrosa que puede llevar al individuo a diversos estados de alteración. Tenemos por ejemplo los suicidios que comienzan con una perturbación del pneuma. Asimismo, los hay parecidos a la muerte lenta, muy semejantes a los provocados por muerte brusca, pero no tanto. La diferencia estriba en si el sujeto se toma demasiado en serio o no. Tenemos el suicidio de Romeo, con veneno por supuesto. El lento pero aproximado, que es una variante de la muerte brusca. Tenemos ese suicidio, ese otro... y tenemos además, el además.

ACTOR Y BUFO.— Gauuu, gauiii, gaushhh, shiuuuuu, aghh.

JERÓNIMO.— (Al Actor) ¿Cuál es su nombre, joven?

ACTOR.— Pablo.

JERÓNIMO.— (Indignado) ¡Pablo! (Lo observa con atención) Pablo, usted y yo resolveremos juntos la siguiente ecuación. Acuéstese en el piso. Levante ese brazo. (El Actor levanta, por ejemplo, el brazo izquierdo) ¡Ese brazo no! ¡El otro! (El Actor levanta el brazo derecho) ¡No, ése no! Levante exactamente ese brazo y no el otro. (El Actor confundido levanta uno y otro brazo) ¡Levántelo!... Muy bien. Ahora, usted va a recibir un pequeño obsequio. (Le da una rosa. Bufo, a su vez, corre por un ramo de rosas negras y las va colocando alrededor del cuerpo del Actor) Repita después de mí.

El Actor repite torpemente cada verso mientras flexiona piernas y brazos. Jerónimo lo cubre con una tela negra a manera de sudario. Bufo es el cómplice de Jerónimo en esta especie de ceremonia.

EL ACTOR Y JERÓNIMO.—

MUERTO SOY

MUERTO SIN POLVO

SIN EMBARGOS Y SIN PEROS

MUERTO SIN SAL

CON DIENTES Y CON PELO

MUERTO SOY

SIMPLEMENTE

SIN CUIDADO

SIN ANTEOJOS

SIN MALETA

MUERTO SOY

DESNUDO

YO SOLO

Y SIN ZAPATOS

ACTOR.— (Gime) ¿¡Maestro, puedo ir al baño!?

JERÓNIMO.— (Continúa con su "cátedra") El suicidio...

ACTOR.— (Aúlla) ¡Maestro!

JERÓNIMO.— Silencio. Despejemos juntos la siguiente incógnita:
Capítulo primero: Usted se encuentra en su casa; solo y angustiado; triste, cabizbajo; sin hambre, desolado; herido y fatigado; se siente culpable, amordazado.
Capítulo segundo: Usted sale corriendo hacia la calle. Baja las escaleras del metro. Mira venir el convoy. Se decide. Todo es metal naranja y luz verde. El convoy se acerca, se acerca cada vez más aprisa. Usted está dispuesto. Mira venir el inmenso convoy...
¡Y en ese preciso instante!...

ACTOR.— ¡Qué bruto!

JERÓNIMO.— (Muy serio) De qué te ríes.

ACTOR.— Del maestro de Matemáticas. Es que eso de suicidarse en el Metro... ¿No has visto el anuncio? “!Por favor no se suicide en el Metro, piense en el tiempo de los DEMÁS!”

JERÓNIMO.— (Gélido) ¿Te pido un favor?

ACTOR.— (Bromista) ¿De aquí hasta el fondo de la coladera? ¿Qué desea su INMINENCIA?

JERÓNIMO.— ¿Podrías dejar de escupir estupideces?

ACTOR.— Disculpe, señor Profesor. No quise ofenderlo. Yo... ¿Me va a reprobar?

JERÓNIMO.— ¿Te callas? Estoy hablando en serio.

ACTOR.— ¿Qué? ¿Así no juegas? Uyy sí. No hay problema. ¿No quieres un café?

JERÓNIMO.— No, gracias. Pero podrías prestarme tu teléfono. Es algo que no te importa. Es algo que jamás te importaría. Es una llamada urgente. ¿Me prestas tu teléfono?

ACTOR.— Claro que no...

JERÓNIMO.— ¿No?

ACTOR.— (Desarmado) Está bien. Habla.
Jerónimo marca un número telefónico interminable. Bufo y el Actor llevan a cabo un insólito juego de naipes.

JERÓNIMO.— Una porquería, todo es una porquería. Estoy harto. ¿El juego más importante que las reglas? Pobre Pablo. Tú insistes demasiado y el juego terminó hace mucho tiempo. ¿A dónde vas? ¿A dónde quieres ir? Un día me descubrí hablando con un payaso insoportable. ¿Quién cambió? ¿Quién se volvió un desconocido para el otro? Estoy harto. Yo ya no vuelvo. Yo ya no voy a jugar.

BUFO.— Tercia de qüinas, dos reyes, dos jotos y un caballo... Jaque mate.

ACTOR.— ¿Y eso? ¿Qué clase de estúpido juego es éste?

BUFO.— Un estúpido juego sin reglas. O qué, ¿ya no te gustan?
Jaque mate y muerte brusca. ¡Salud!

JERÓNIMO.— Pero... parece que tu teléfono está suspendido. Mejor hablo desde un teléfono público. Espero que no te moleste.

ACTOR.— No, ¿cómo crees? Yo de todos modos me iba a dar un...

BUFO.— Un balazo.

ACTOR.— Un baño. Me iba a matar al baño cuando llegaste... A meter. Así que si me permites...

JERÓNIMO.— Claro.

BUFO.— Además no tarda en venir Verónica.

ACTOR.— Además no tarda en venir Verónica.

JERÓNIMO.— ¿Quién?

ACTOR.— Verónica. ¿La conoces?

JERÓNIMO.— Se me hace tarde. Luego nos hablamos.

BUFO.— Ándale.

ACTOR.— Adiós. Cuídate, si puedes.

Jerónimo sale de escena. En ese momento se escucha el estruendoso choque de un automóvil. Gritos y sirenas. Bufo y el Actor se miran desconcertados. Entra Verónica intempestivamente. Es una mujer joven, pero viste como una niña. Trae una bolsa de almacén.

VERÓNICA.— ¡Puf... vengo muerta! (Cae fulminada. El Actor y Bufo corren a confortarla. Verónica se levanta sorpresivamente.) ¡Hay un tráfico...! No tienes una idea. Un tráfico espantoso. (Siempre al Actor) Pero qué cara. Parece que te hubieran golpeado. Por cierto, a que ni sabes con quién me acabo de encontrar en el elevador: a tu psiquiatra. ¡Qué tipo! (Bufo le da un vaso de agua) ¡Pero cómo no lo pensé! ¿Acaba de estar aquí, verdad? Se nota. ¿A qué vino? (Se toma el vaso de agua mientras observa al Actor) Por eso tienes esa cara... Pero siéntate, mi amor; estás muy pálido.

ACTOR.— ¿Y tú? ¿Cómo has estado tú?

VERÓNICA.— ¡Mira lo que te compré! (Saca un libro enorme de la bolsa de almacén) Acaban de editarlo. La traducción es una porquería, pero las ilustraciones son de sueño. Además te dice en veintinueve lecciones todo lo necesario. Eso sí: debes seguir las instrucciones al pie de la letra, pero con un pequeño esfuerzo...

ACTOR.— Verónica te estoy hablando. ¡Verónica, cómo demonios has estado!

VERÓNICA.— Una joya. Incluye recetas de cocina, crucigramas, el horóscopo al día y un paquete de adivinanzas varias. Pague una fortuna claro, pero al final...

ACTOR.— ¡Maldita sea, Verónica! ¿¡Me vas a contestar!? ¿¡Cómo has estado!?

Verónica deja caer el libro. Bufo lo toma y lo lee plácidamente.

Verónica.—(Conmocionada) ¿Bien? ¿Todo está bien?

ACTOR.—¿Necesitas ayuda?

VERÓNICA.— Soy fuerte.

ACTOR.— ¿Por qué tienes los ojos tristes?

VERÓNICA.— Soy dueña de mis actos.

ACTOR.— Así que ya no eres una niña.

VERÓNICA.— Nunca lo he sido.

Bufo se sienta en una silla. Saca de una bolsa un paquete enorme de palomitas y silenciosamente las consume mientras observa atentamente al público.

ACTOR.— Recuerdas, ayer, cuando estuvimos solos.

VERÓNICA.— ¿Ayer?... ¿Quién quiere hablar de eso?

ACTOR.— Yo.
*************************************correcciones de aquí en adelante: B. Gavarre.
BUFO.— (Anuncia) ¡Soledad! ¡La película! ¡Véala en su cine favorito!

VERÓNICA.— ¿Ayer?... Estuve sola. Me compré una paleta de limón en la tienda de la esquina. Ayer me soñé caminando sola por la calle; y en mi sueño me decían, no sé quién, pero me decían que me habían visto comprar una paleta de limón en la tienda de la esquina.

BUFO.— ¡Soledad! ¡Una película!, ¡pero qué película!

ACTOR.— Ayer hacía calor. Me quité la camisa y los zapatos. Hacía calor y me tomé un vaso de agua.

Bufo los moja con una regadera. Luego pasea con un paraguas abierto.

VERÓNICA.— Me gusta comprar paletas de limón. Son frías pero me besan los labios y la lengua. Me gusta sentir el vacío de mi estómago cuando me siento sola, sentada en cualquier banca del parque, mirando la gente que pasa.

BUFO.— Conozca la conmovedora historia de Verónica: simple mortal en busca del Amor. ¿Su mayor fantasía?

VERÓNICA.— ¿Vendrás? ¿Vendrás a mí, caballero de los brazos fuertes?

BUFO.— Ella no sabe que pronto llegará a ella, a su melancólica soledad: ¡El Hombre!

VERÓNICA.— Un caballero de piel tibia. Hermoso y fuerte.

ACTOR.— ¿Ayer? Ya casi no me acuerdo. Alguien decía que tenía que ser valiente como un torero.

BUFO.— Sí, pronto llegaría Pablo. Un Hombre que le ofrecería todo su amor. Todo el amor que él podía ser capaz de dar.

VERÓNICA.— ¿Vendrás? ¿Vendrás a mí?

ACTOR.— Y me dijeron: Cuando seas grande serás vigoroso y audaz. Cabalgarás con armadura y una espada. Eso dijeron. Pero no. Yo no soy azul, nunca lo fui, ni mucho menos príncipe.

BUFO.— Y sucedió. El Hombre y la Mujer se conocieron. No se la pierda. Soledad. Consulte su cartelera.

BUFO.— (A Verónica) ¿Cómo fue todo? ¿Cómo fue que nos conocimos?

VERÓNICA.— ¿Sucedió como en el Teatro, como en el Cine? ¿Verdad que sucedió como en el Cine?

ACTOR.— Sí, algo así... claro.

BUFO.— Por lo menos sucedió en el cine.

ACTOR.— Esa tarde fui al cine.

VERÓNICA.— Esa tarde me fui... al cine.

BUFO.— Fueron al cine.

VERÓNICA.— Me senté en la butaca que yo elegí. Estuve mirando las caras de la gente y te vi. Tú también habías escogido tu lugar, sin mucho ruido. Bueno, es una manera de decirlo.

ACTOR.— Estás sugiriendo que fui un escandaloso.

VERÓNICA.— Lo afirmo. Fuiste escandaloso.

ACTOR.— (Cínico) Fue para llamarte la atención

VERÓNICA.— Debo decir que lo lograste. Nunca vi la película.

BUFO.— ¡Soledad!

ACTOR.— (Admirado) ¿¡No la viste!?

VERÓNICA.— Tampoco tú.

ACTOR.— Claro que sí... Todavía me acuerdo.

VERÓNICA.— ¡Pero Pablo! ¡Te corrieron del cine!

BUFO.— Por escandaloso.

ACTOR.—¿Sí, verdad? Y tú saliste tras de mí... clamando.

VERÓNICA.— No seas vanidoso.

ACTOR.— No soy vanidoso, pero saliste tras de mí... clamando.

VERÓNICA.— No me voy a poner a discutir.

ACTOR.— ¿Y te acuerdas, en la calle?

BUFO.— ¿Les gustan las comedias musicales?

ACTOR.— ¡Las detesto!

VERÓNICA.— En la calle fue como de cuento. Mejor dicho fue como... Como una...

ACTOR.— ¿¡Una comedia musical!? ¡No, ni se te ocurra, por favor!

VERÓNICA.— Me acuerdo que yo era Ginger Rogers y tú... tú eras...

BUFO.— ¿Fred Astaire?

ACTOR.— (A Bufo) ¡Todo lo que quieras menos Fred Astaire!

VERÓNICA.— Me quitaste las palabras de la boca... tú eras Fred Astaire.

ACTOR.— Lo dijo... ¡Lo dijo!

Música de comedia musical. Los personajes ejecutan una comedia musical rosa.

BUFO.— Hola muy buenas piernas.

ACTOR.— ¡Hola! Muy buenas tardes.

VERÓNICA.— ¡Hola! ¡Gusto, mucho!

ACTOR.— ¿Para dónde vas?

BUFO.— ¿Pequeños pliegues en los sitios más inusitados?

VERÓNICA.— Pasaba por aquí y pues pasaba.

ACTOR.— Yo también iba esperándote, pasando. ¿Te gustó la película?

VERÓNICA.— Sí. Es decir no. No la vi.

ACTOR.— Yo también. Yo tampoco la vi.

BUFO.— Dulces tensiones aliviadas. Húmedas sensaciones. Olores varios.
[corte
VERÓNICA.— ¿Son verdes o azules?

ACTOR.— ¿Quiénes?

VERÓNICA.— Tus ojos. ¿Son verdes o azules?

ACTOR.— Son exactamente de ese color y no de otro.

VERÓNICA.— ¿Verdes?]

BUFO.— ¿Te gustaría ir conmigo a donde estemos solos?

VERÓNICA.— ¿Te puedo hacer una pregunta?

BUFO.— ¿Te gusta el sexo oral?

ACTOR.— Claro, cómo no.

BUFO.— ¿Exactamente ahí, o a un lado?

VERÓNICA.— ¿Cómo dijiste que te llamabas?

ACTOR.— Pablo. Me llamaba Pablo. Soy talentoso y por supuesto soy actor. Luego te doy mi tarjeta.

VERÓNICA.— Sí bueno, pero en qué trabajas.

BUFO.— ¡Basta! ¡Silencio, por favor silencio!

Cesan abruptamente música y coreografía. Verónica cae al suelo, fulminada.

ACTOR.— ¿¡Qué pasa!?

BUFO.— Es terrible... pero lo peor sucedió antes del desayuno, como siempre. Lo peor, ni más ni menos; antes del desayuno.

ACTOR.— ¡Qué! ¿Cuál desayuno?

BUFO.— El de ustedes. Despierta a tu mujer. Pregúntale si los prefiere revueltos o estrellados.

ACTOR.— ¡Pero si nos acabamos de conocer!

BUFO.— ¿Conocer? ¿Qué no vivieron juntos?

ACTOR.— ¿Vivimos?

BUFO.— ¿Viven?

ACTOR.— ¿Qué?

BUFO.— Sí, eso es lo que digo yo. VIVEN juntos... por ahora. Muy bien, entonces cómo quieren su desayuno.

ACTOR.— ¡Insistes!

BUFO.— ¡Ajá! Sí.

ACTOR.— Pues lo queremos en la cama, por favor.

BUFO.— Perdón, ¿cómo dijiste?

ACTOR.— El desayuno en la cama y rapidito por favor.

BUFO.— ¿Estás soñando?

ACTOR.— (Turbado) ¿¡Qué!?

BUFO.— No importa, no. Veré que puedo hacer por ti.

BUFO SALE DE ESCENA.

ACTOR.— ¿Verónica? ¿Duermes, Verónica?

VERÓNICA.— ¿Pablo?

ACTOR.— Sí.

VERÓNICA.— ¿Estás aquí? No te vayas... La vida es demasiado grande.

ACTOR.— No te preocupes. Yo te voy a cuidar.

VERÓNICA.— (Pausa) Te equivocas, Pablo. No me gusta que me cuiden. (Se levanta desorientada)

ACTOR.— (Protector) ¿Tienes frío? ¿Quieres que te preste un suéter?

VERÓNICA.— ¿Un suéter? (El Actor la abraza dulcemente) ¿Una piel tibia? (Lo aleja) No me toques.

ACTOR.— Eres una niña.

VERÓNICA.— Soy una mujer. (El Actor la abraza de nuevo. Ella dice fríamente...) Soy fuerte. (Y se aleja hacia el espejo. Lentamente, cepilla su cabello)

Bufo entra con una charola vacía.

BUFO.— Dígame, señor. ¿Usted la ama?

ACTOR.— ¿Quiere una respuesta simple?

BUFO.— Quiero una simple respuesta. ¿La ama?

ACTOR.— Sí.

BUFO.— ¿Y ella?

ACTOR.— Verónica es egoísta.

VERÓNICA.— ¿Cómo empezar? Ayer estaba sola y me dijeron:
¿No quieres venir?
¿Cómo seguir?... Ahí estaba ese curioso ser, ese chiflado escandaloso. Tenía los ojos vivos y en cada mano una sorpresa...
Y comencé a querer amarlo.

ACTOR.— ¿Una decisión?

BUFO.— Un imposible.

VERÓNICA.— Pasó el tiempo y comencé a recordar ese desear amarlo. Y seguí y me perdí... Y me olvidé. Me confundí conmigo misma.
Confundí mi voluntad de amar con el amado mismo. Olvidé tanto que imaginé querer con toda mi verdad al hombre de los ojos vivos.
Olvidé, pero después lo supe. Me enteré de mí misma. Estaba enamorada de la imagen que yo misma quise crear. (Deja de cepillarse, mira impasible al Actor)

BUFO.— No, no, no, no y no. La verdad es más simple y menos complicada: Verónica es incapaz de dar amor y sobre todo es incapaz de recibirlo. ¿O tú qué piensas? (Sale presuroso ante la mirada fulminante del Actor)

ACTOR.— Oye, Vero... ¿No crees que es tiempo de que tengamos un bebé. Un bebito con mi cara y con tu cara, así... mezcladas. Sería sensacional, ¿no crees? Con tu cara con mi cara. (Ante la elocuente mirada de Verónica) No, ¿verdad? No es una idea brillante. No.

VERÓNICA.— (Como si estuviera sola) Pablo es un sordo. Pablo es un gatito torpe. ¿Y yo? Yo me voy.

ACTOR.— ¿Con quién, Verónica?

VERÓNICA.— Me voy, Pablo; simplemente.

ACTOR.— ¿Buscas un héroe de mil batallas?

VERÓNICA.— Adiós, Pablo

ACTOR.— Un héroe fantástico. Matará al dragón. Levantará un castillo para ti.

VERÓNICA.— Eres un idiota. Nunca vas a cambiar. (Sale furiosa de escena).

ACTOR.— Te construirá una torre y tú en silencio lo amarás. Lejos de él; mientras conquista el mar, dragón de tantas olas. Una historia perfecta para ti, Verónica; para ti, tan sola.

Entra Bufo-el Globero con gran estrépito. Trae consigo una misteriosa bolsa de papel estraza de las que se usan para el pan dulce, pero esta vez la bolsa contiene un globo lleno de agua que apenas se asoma al público.

BUFO.— Le venimos estudiando, le venimos excitando, le venimos lubricando, le venimos erectando. Le pintamos, le sacamos, le introducimos, le metemos paso a paso, poco a poco: ¡la singular, la nunca vista! Lo contiene, lo tranquiliza, lo mediatiza, lo acompaña, no lo deja solo. Lo pertenece, lo incorpora, lo adhiere, lo pega, lo succiona. Usted no intenta, no ejecuta, no tiene de qué, no tiene sino qué. Se inercia, se deja, se hamaca, se alfombra y se algodona. Sin compromiso, sin esfuerzo y sin maniobras... ¡Llévelo!

ACTOR.— (Emocionadísimo) ¿¡Y cuánto cuesta!?

BUFO.— ¿De veras le interesa?

ACTOR.— ¡Pues sí, pues claro, sumamente!

BUFO.— Por ser para usted...

ACTOR.— ¿¡Sí!?

BUFO.— No. Mejor no. Disculpe a usted no se lo podemos vender.

ACTOR.— (Indignado) ¿¡Por qué no!?

BUFO.— (Misterioso) Es peligroso. (Lo abraza) Usted sabe. Usted sabe que no sirve de nada saber y mucho menos criticar. Por lo menos aquí.

ACTOR.— (Cada vez más indignado) ¿Saber qué cosa, criticar qué cosa? ¿Y qué quiere decir con aquí?

BUFO.— Criticar, saber. Es inútil. Como el psicoanálisis.

ACTOR.— ¡Oiga no! ¡A mí nadie me va a venir con discursos!

BUFO.— Si yo mismo le dije que aquí no. ¿Qué? ¿Ya se enojó?

ACTOR.— (Se contiene) No, cómo cree. (Reflexiona) Oiga...

BUFO.— ¿Sí?

ACTOR.— ¿No me podría vender aunque sea tantito?

BUFO.— Lo siento, señor, pero está prohibido. Por lo menos durante las horas hábiles.

ACTOR.— (Con la intención de discutirle todo) ¿Y por qué hábiles?

BUFO.— Las de trabajo, Señor. ¿No tenía usted que irse a trabajar?

ACTOR.— ¡Ay la entrevista!

BUFO.— ¿Entre qué?

ACTOR.— ¡Qué barbaridad, la entrevista!

El Actor arregla el "departamento" muy de prisa, sin demasiado éxito. Saca al Globero de escena como si fuera un mueble. Se peina, se arregla y corre hacia la puerta. En ese momento suena el timbre del teléfono. Corre hacia el teléfono, pero antes de llegar se detiene en seco: se vuelve a peinar y muy seguro de sí va hacia la puerta. Entra Bufo-el Globero por primera vez con globos. El Actor furioso va a contestar el teléfono que parece sonar cada vez más fuerte. Bufo se mantiene inmóvil en la puerta como si fuera un vendedor.

ACTOR.— (A Bufo) ¡Qué se le ofrece! (Bufo no contesta) (Al teléfono) ¡Bueno! (Al estático Bufo) ¡No quiero globos! (Agresivo) ¿Me oyó? ¡Que no quiero globos! (Para sí) Nunca me han gustado los globos. (Corre furioso hacia Bufo quien huye despavorido dejando la puerta abierta)(Al teléfono) ¡Bueno! Disculpe, casi no le oigo. ¿Sí?... ¿Por qué no vuelve a marcar? ¿Qué cosa?... ¿¡Eres tú, mami!? ¡Mamá, mamita; qué sorpresa! Gracias por hablar... No me lo digas, ¿no sabes cuántos cumplo?... (Entra Bufo y coloca sigilosamente decenas de globos por todo el escenario. Bufo, EXCLUSIVAMENTE PARA LOS OJOS DEL ACTOR, sólo es observable en movimiento, ya que al congelarse, mágicamente se vuelve invisible) ¿Por qué no me hablaste por cobrar?... No, no exageres, no. Yo nunca te he insultado. Además eso fue el año pasado... Sí, antes de tu accidente... ¿Cómo?... Sí, mami; muy bien... ¿Salió mi foto?... Bueno, será porque soy joven, ¿no crees?... Pues todavía, sí... ¿En dónde?... ¡Uy, no te imaginas! ¡Todo un éxito! ¡Éxito rotundo, sí!... De Shakespeare... A Romeo... Que yo hago a Romeo... ¡Claro que es importante! Ojalá pudieras venir a verla... Bueno, sí; me imagino que en tu estado... ¡Que soy qué!... (Bufo se emociona tanto con su "arreglo global", que deja al descubierto su pequeño truco. El Actor parece planear una estrategia de ataque) Permíteme un momento, ¿sí, mami?... No tardo... Sí, ya sé que es larga distancia, pero no tardo... Sí, no tardo, eh... (Corre como un energúmeno tras de Bufo, pero éste logra escapar. Cierra la puerta con varias vueltas de llave y muy molesto "continúa" su conversación telefónica) ¡Diga!... (Iracundo) ¡Muy buenas tardes!... ¡No, señor; está equivocado!... ¿¡Qué número dice que marcó!?... ¿¡Qué cosa!?... ¡No señor yo no he recibido ningún anticipo!... ¡Por supuesto que no me apellido Incháustegui!... ¿¡Cuál contrato!? ¿¡Cuál departamento!? ¿¡Está loco!?... ¡No, de ninguna manera!... ¿Cómo?... ¡Pues demándeme si puede!... ¿¡Qué!?... Mire, ni me llamo Romero, ni rento nada, ni... Óigame, no tiene por qué insultarme... ¿Montesco?... Pues usted será el estúpido y no tengo por qué decirle mi apellido... ¿Quién?... ¿Ah sí? ¡Pues vaya usted mucho a llamarle a su madre! ¿Bueno? ¡Bueno! Bueno... (Oscuro. Cuando se prenden las luces el Actor permanece inmóvil junto al teléfono)(Ausente) ¡Qué barbaridad, la entrevista! (Otra vez oscuro. Cuando se prenden las luces, el Actor está frente al espejo, se ve lejano, sin fuerzas) ¡Qué barbaridad, la entrevista!

Se escucha un blues lento. El Actor se pone lentes oscuros y se sienta tomando varias poses como si modelara frente a una cámara fotográfica. Al fondo del escenario vemos el arribo de un elevador que está dentro del departamento-camerino. Vemos las figuras de los Padres-Reporteros a contraluz detrás de las puertas translúcidas del artefacto. Se abre el elevador. Los Padres visten como en los años 40s. Cargan sendas maletas. Ella está embarazada. Al entrar revisan quisquillosamente el "departamento".

LA MADRE.— ¿Lo rentan con o sin muebles?

ACTOR.— (Turbado) Disculpen...

EL PADRE.— (Mirando al Actor y luego al departamento) Es horrible.

LA MADRE.— Por supuesto que es horrible, por eso piden cincuenta mil. (Al Actor) Vimos el anuncio, joven. No tenemos mucho tiempo para buscar casa... Mire, si usted nos deja los muebles... ¿Qué dice? Le ofrecemos noventa mil con todo y muebles.

ACTOR.— Señora, parece que hay un error.

EL PADRE.— Hay un grave error. No debimos venir. Es horrible. (Sigue mirando al Actor) Con o sin muebles es horrible.

ACTOR.— (Al Padre) Déjeme explicarle.

EL PADRE.— No se esfuerce, joven. Buscamos algo mejor. Tenemos prisa, pero buscamos algo mejor. (A la Madre) Vámonos.

LA MADRE.— (Al Padre) No, Pablo, mira... está bien. Quitamos algunos muebles, pintamos, alfombramos y con algunas plantas...

EL PADRE.— ¿No bromeas?

LA MADRE.— (Al Actor) Le ofrezco cuarenta mil. Sin muebles claro. ¿Mañana mismo puede usted desocupar?

EL PADRE.— No le quites su tiempo al joven. (Mira al Actor, luego al departamento) Es horrible. Definitivamente horrible. Muchas gracias, joven. No sufra. No le faltará quién.

LA MADRE.— (Al Padre) ¿!Ya decidiste!?

EL PADRE.— (Concluyente) ¡Es horrible...!

LA MADRE.— (Convencida) Muy bonito su departamento, joven; pero buscamos algo mejor. No se desespere, no le faltará quién.

EL PADRE.— Buenas tardes.

LA MADRE.— Compermiso.

El Actor parece acompañarlos a la puerta del elevador, pero repentinamente los Padres lo hacen pasar adelante y lo empujan dentro. Confirman que el elevador está en otro piso y se adueñan del departamento. La luz cambia rotundamente: parece un día soleado, perfecto para un día de campo. La Madre extiende un mantel sobre el piso y lleva a cabo todos los preparativos para un curioso picnic. Vemos descender al Actor asido a una cuerda. Él, recorrerá durante esta escena, desde el momento de su nacimiento hasta la edad que tiene al comienzo de la obra.

LA MADRE.— (De su vientre surge una pelota roja brillante. Ambos padres se relacionan con ella o con el Actor, como si fuera una sola entidad) Míralo, Pablo. Es tu hijo.

EL PADRE.— Así que hoy es el cumpleaños de este desgraciado. ¿Y cuántos cumple, eh?

LA MADRE.— (Hace cuentas sin gran éxito) Déjame pensar... en mil novecientos...cinc.. no en mil nov...


EL PADRE.— Qué manera de cambiar... ¿Así fue como lo dejamos? Brazos largos, manos, ombligo en su lugar... Más o menos alto... ¿Y en qué trabaja?

LA MADRE.— Es actor, Pablo... Creo que salió en una obra de... de Cervantes sí... Salió en el periódico.

EL PADRE.— ¿Y de qué salía?

LA MADRE.— De Romeo, creo... Pero míralo, mira qué delgado está. Y esa cara. Seguro padece insomnio, como tú, Pablo; como tú... estoy segura.

EL PADRE.— Exageras. Es un poco delgado... pues porque es delgado y no por otra cosa.

ACTOR.— Mamá, querida mamá. Mamá, papá. Papá, mamá. ¿Mamá? ¿Papá?

LA MADRE.— Es evidente.

EL PADRE.— No tanto.

ACTOR.— Mamá, estoy sentado en tu vientre; todo es calmado y tibio. Dile a papá que estoy bien. Todo es burbuja y rojo. Escucho un pequeño tam tam, burbuja y rojo... Tam tam, tam tam...

A partir de este momento los Padres ejecutan un juego entre infantil y sexual. El Actor se convierte en un elemento obstaculizador de la situación, pero al que no dejan de tomar en cuenta; no sin enfado, no sin resignación.

EL PADRE.— (Como una clave secreta para iniciar el rito amoroso—sexual) Veinticinco cincuenta, la número veintiséis.

LA MADRE.— Con una, con dos, con tres: te saco la vuelta y de dejo de a seis.

ACTOR.— Papá, querido papá. ¿Por qué todo es como es, por qué no puede ser de otro modo?... ¡Mamá!

LA MADRE.— (Acude brevemente al llamado de su hijo) Corre, vuela, salta. A ver si no te asaltan, a ver si no te matas.

EL PADRE.— (Protestando por la intromisión del "pequeño") ¡Fuera y pido, que se vaya el demonio, que se vaya si vino. (Besa intensamente a la Madre).

ACTOR.— Estoy en el agua, papá. No te vayas tan pronto, ¡mira qué bien sé nadar! ¡Como un pescado, mamá! ¿Lo estoy haciendo bien? (Se aferra de las piernas de sus padres).

EL PADRE.— (Molesto, arroja al "pequeño" de una sonora patada en el trasero) Pido cielo y tierra... (Luego, le da "consejos") Corre por encima, corre por abajo, frena para atrás, sube la escalera, salta para abajo, ahora no des brincos, quédate sentado... ¡Salta! ¡Salta!!! (El Actor, confundido ante las órdenes de su papá, da un enorme salto y se queda inmóvil en el suelo) Eso es.

LA MADRE.— (Aparentemente lo consuela. Lo cubre con el mantel) Con una, con dos con tres. Si te atrapo tú te duermes; si te alcanzo no te suelto y te convenzo.

ACTOR.— (Al Padre, al ver que éste toma sus maletas y se intenta marchar) ¿Te vas otra vez, papá? ¡Que tengas buen viaje, que te diviertas!

LA MADRE.— (Deja al "niño" y alcanza al Padre) Por aquí pasó Colón y mejor tomó un avión. (Realizan un "viaje" por el escenario)

ACTOR.— (Juega a solas) Una, dos y tres... Dos pasitos, dos. Muy bien. ¿Lo estoy haciendo bien? No, tú no. Tú menos. Tú tampoco. Uno, dos, y tres. Dos para dos son tres, dos y tres son seis. ¿Lo estoy haciendo bien? No, tú no. Tú menos. Tú tampoco.

LOS PADRES REGRESAN DEL "VIAJE"

LA MADRE.— (Al Actor) A ver, a ver. Una sonrisita, dos, tres sonrisitas.

EL PADRE.— Ríete desgraciado. A ver sonrisita... Sonrisita... Te voy a romper los dientes.

LA MADRE.— ("Cariñosa") ¿De qué te ríes imbecilito. A ver sonrisita, así, así. ¡Pero qué taradito, qué tontito! (La Madre cesa el juego con el Actor, coquetea al Padre con otra falsa adivinanza iniciando una vez más el coqueteo—rechazo) ¿Corre, se ahueca, salta y viene para afuera?...

EL PADRE.— ¿Quieres que te conteste al revés? (Vuelven a perseguirse, finalmente levantan el mantel y continúan el juego sexual en un cama instantánea y vertical —el mantel— que solamente deja ver las caras de los padres).

ACTOR.— Estoy volando, respiro. Vuelo y me elevo cuando quiero. ("Se mete a la cama" con sus padres) ¿Estás dormido, papá? ¿Hoy no me vas a pegar? ¿Tú tampoco, mamá? (Sale de la cama) ¡Mis papás no pegan, mis papás no me pegan. ¿Entonces por qué me duele, por qué me duele tanto?

Los Padres dejan la sábana y ponen total atención al Actor.

EL PADRE.— ¡Cómo que te duele... y por qué te duele! ¡Explícate!

LA MADRE.— Déjalo, Pablo. Déjalo que se acostumbre, que se acostumbre.

EL PADRE.— ¿Y luego que nos eche la culpa? ¡Eso sí que no!

LA MADRE.— (Asombrada) ¿La culpa?... ¿La culpa de qué?

ACTOR.— (Su Padre, cariñosamente brusco, conduce al Actor al espejo, y cariñosamente brusco le quita la camisa y le lava las orejas) Tengo la nariz de mi madre y las orejas de mi tío. Tengo las cejas de mi abuelo, el cuello de mi papá... Los hombros y los pies son míos.

LA MADRE.— (Conmovida) Míralo, Pablo; ¡es tu hijo!

EL PADRE.— (Refunfuñón) Y el tuyo también.

LA MADRE.— (Emocionada) ¡Soy madre!

EL PADRE.— ¿Y qué con eso? Yo también lo digo: ¡Soy el padre! ¿Y qué?

LA MADRE.— No es lo mismo, no es igual.

EL PADRE.— (Arrojando al "niño" fuera de la discusión) ¿¡Quién dice!?

LA MADRE.— ¡No fastidies!

ACTOR.— (Repentinamente recobra su edad auténtica) Buenas tardes.

LOS PADRES.— (Ninguno de los dos dispuesto a hacer las paces) ¡Muy buenas tardes!

ACTOR.— ¿Ustedes son mis padres?

EL PADRE.— ¡Todo parece indicarlo, sí!

LA MADRE.— ¡Parece que no existe la menor duda, no!

ACTOR.— ¿Dónde aprendieron a mentir? ¡Ustedes son demasiado jóvenes!

EL PADRE.— (A la madre. Conciliatorio a regañadientes) ¿Se lo dices tú?... O mejor ya no le decimos nada.

ACTOR.— Además mis padres están muertos, hace mucho tiempo que murieron... ¿A quién quieren engañar?

LA MADRE.— (Al Padre) Es nuestra última oportunidad... (Al Actor) Pablito, hijo. Tu padre y yo tenemos una sorpresa para ti.

ACTOR.— (Nuevamente infantil) ¿En serio?

EL PADRE.— De verdad, de verdad... Sí, Pablito. Tu mami y yo nos vamos de viaje.

LA MADRE.— (Dulce) Se trata de un viaje muy largo, sí... Muy, muy largo.

EL PADRE.— Pero tú no debes angustiarte, Pablo. Te vas a equivocar algunas veces, pero al final llegarás a la meta que todos anhelamos.

LA MADRE.— Si necesitas algo no se te ocurra pensar en nosotros.

EL PADRE.— De todos modos pórtate como puedas.

ACTOR.— (Se despide, cariñoso) Gracias, señores. Gracias por todo. Me dio mucho gusto conocerlos, que tengan buen viaje... (Los Padres se marchan con todo y elevador) Que se diviertan... (Reflexiona) ¿Gracias? (Y se encoge de hombros).

El Actor muy contento pone música; de pronto el sonido empieza a fallar y se escuchan mezcladas: una sirena de alarma y alguna música que recuerde a las caricaturas de la Warner Brothers. Entra Bufo bailando muy graciosamente, disfrazado de Bugs Bunny en una de sus caracterizaciones femeninas. El Actor juega a perseguirlo como si fuera el iracundo Sam Bigotes...

BUFO.— Ven noche; ven, Romeo. Tú que eres el día en medio de esta noche. Tú que en las tinieblas eres un copo de nieve sobre las alas negras del cuervo. Ven noche amiga de la locura y tráeme a mi Romeo... Bueno va más o menos así. ¿Qué opinas? ¿Te gusta el disfraz que escogí para tu fiesta? Lo he titulado: Julieta Capuleto se niega a salir a su balcón. ¿Cómo ves?

ACTOR.— ¿Quién te dijo que eres mi invitado? ¡Por qué no me dejas en paz!

BUFO.— De acuerdo, no seré más Julieta. Mira muy bien y dime ahora lo que ves.

Se quita el Disfraz de Julieta y queda casi desnudo, con un enorme y cómico pañal.

ACTOR.— Déjame adivinar... parece algo así como un... Como el disfraz de... ¿Un bebé?


BUFO.— Exacto. ¿Y si me quito el pañal? Vamos a ver qué pasa.

ACTOR.— ¡No! Mejor no. No te nos vayas a resfriar.

BUFO.— Siempre es mejor estar cubiertos, ¿verdad?

ACTOR.— Por favor...

BUFO.— Siempre disfrazados, es lo mejor.

ACTOR.— Yo no dije eso.

BUFO.— ¿Cuál es el mejor disfraz que existe?

ACTOR.— ¿Para una fiesta? Pues, el de...

BUFO.— No sólo para una fiesta... ¿Un disfraz para cualquier ocasión? ¿O para cualquier ocasión un disfraz? ¿Tú qué prefieres?

ACTOR.— Pues yo... no sé.

BUFO.— ¿O no prefieres ninguno? ¿Ningún disfraz para ninguna ocasión?

ACTOR.— Sí, supongo que eso es mejor.

BUFO.— Claro, de acuerdo. Me voy a quitar el mío. (Se lo intenta quitar).

ACTOR.— ¡Nooo!

BUFO.— En qué quedamos... ¿te molesta ver a un niño sin pañal?

ACTOR.— Tú no eres precisamente un niño.

BUFO.— ¿No? Entonces qué soy... ¿Un gnomo?

ACTOR.— Pues si me pides mi opinión, te diré que eres un... Eres un... ¡un inmaduro!

BUFO.— Pues claro que lo soy. Soy la parte más inmadura de... ¿De quién?... ¿De Pablo, verdad? Pues sí, ser adulto quita mucho tiempo. En todo caso para eso de los adulterios y adulteces estás tú. Y el hecho de que lo seas, no significa que no lo seas.

ACTOR.— ¿De qué me hablas?

BUFO.— Tú eres el adulto.

ACTOR.— ¿Yo? Soy demasiado joven.

BUFO.— ¿Te parece? Pues aunque estés vestido así, eres un adulto. Un poco extravagante, como los niños. Pero eres un adulto.

ACTOR.— Sí, supongo que sí.

BUFO.— Pero no te preocupes, eso no significa que no puedas jugar. Se tratará de un juego más difícil, porque es un juego en serio. El juego, si tu quieres, seguirá siendo más importante que las reglas.

ACTOR.— ¿No todos los adultos juegan?

BUFO.— No todos. Algunos viven demasiado ocupados en mantener el único disfraz que se han permitido escoger. Otros se divierten con miles y miles de disfraces, porque saben que son sólo eso... ¿Te lo digo? Disfraces.

ACTOR.— ¿Y siempre escogemos uno?

BUFO.— Uno o varios. No importa. Lo que sería interesante es conocer al que está desnudo, debajo de cualquier disfraz. Déjame enseñarte. (Se intenta quitar una vez más su "disfraz").

ACTOR.— ¡Que no!

BUFO.— (Discursivo) ¿Lo ves? Cuando uno quiere ser auténtico no lo dejan. Cuando uno quiere expresarse sin perder la forma, la más pura. No la que otros dicen que es mejor o indispensable...

ACTOR.— Oiga, Profesor; ¿no le parece a usted que fueron ya muchos discursos?
[Corte:
BUFO.— (Ensimismado en sus palabras) Porque hay que recordar que estamos vivos.

ACTOR.— Oiga...

BUFO.— Y si esta vida inexplicable, y su misterio inescrutable nos lleva finalmente hacia el...

ACTOR.— ¡PROFESOR! ] ]]

BUFO.— ¿Quién te dijo que era Profesor, En todo caso sería tu Institutriz, pues soy Julieta, Julieta Capuleto nada menos... (Intenta ponerse su disfraz de Julieta) ¿Divino mi disfraz, no crees?

ACTOR.— (Lo lleva hacia la puerta) En eso se equivoca, querida Institutriz. Yo ya le dije que nunca la invité.

BUFO.— Eso no tiene la menor importancia, yo estoy aquí cuando es preciso... ¿No lo habías notado?

ACTOR.— ¡Fuera!

BUFO.— No te enojes, mira nada más con qué cara vas a recibir a tus invitados...

ACTOR.— ¡¿Cómo, ya!?

BUFO.— Asómate por la ventana.

El sonido de la sirena es ahora intensísimo y se liga inmediatamente después con una marcha nupcial distorsionada. Bufo desaparece de la escena al mismo tiempo que una ventana desciende sobre el foro; el Actor se asoma por ella y saluda con gestos efusivos. Vemos venir por algún lado a Verónica y Jerónimo "disfrazados" de recién casados.

ACTOR.— ¡Aquí es!


La Novia, montada en los hombros de Jerónimo viene arrastrando un enorme velo que surge de su cabeza y termina varios metros atrás en las manos del apurado Bufo. El Actor coloca la puerta-espejo en el piso y espera sonriente a que los invitados pasen por ella. Finalmente los Novios se instalan en la escena ignorando profundamente al Actor, quien a pesar de todo se acerca encantador a recibirlos. Todos se congelan en una composición nupcial, y de ese grupo sale Bufo y les toma una foto. Luego saca otra fotografía del público y habla alternativamente al público y a los otros personajes.

BUFO.— ¡Sonrían, por favor sonrían! No es obligatorio pero sonreír es tal vez el único remedio... a veces. ¡Bienvenidos! Podría decir que me alegra su presencia esta noche, pero no importa. Espero que gocen, disfruten y hagan su mejor esfuerzo. ¡Esta es la fiesta de los disfraces!... Si alguno de ustedes tiene algo que preguntar, lo felicito.
¡Bienvenidos!
Toma otra fotografía y todos se descongelan.

ACTOR.— (A la pareja) ¿Pero por qué no me avisaron? ¿Cuándo sucedió?

VERÓNICA.—(En éxtasis) Un acontecimiento naturalmente. Los invitados, la música, los crisantemos... Todo en su lugar, su sitio. Como es costumbre, como es natural.

BUFO.— Y como es natural en estos casos, la pregunta final se escuchó por el micro: (Sacerdotal) ¿Aceptan unir sus vidas por los siglos, y los siglos, y los siglos... posibles? ¿Aceptan, sí?

LA PAREJA.— ¡Sí!

BUFO.— Así sea pues. Entonces... los declaro. ¡Bésense!

La pareja se besa.

ACTOR.— ¡Pero qué desconsiderados!

LA PAREJA.— ¿Qué qué?

ACTOR.— ¿Por qué no me avisaron?

JERÓNIMO.— (Molesto) ¡No teníamos tu dirección!

VERÓNICA.— (Hostil) ¡Ni tu teléfono!

JERÓNIMO.— ¡Nos dijeron que estabas enojado con nosotros!

VERÓNICA.— ¡Que te habías ido de viaje!

JERÓNIMO.— ¡Que te habías sorrajado un tiro en la cabeza!

VERÓNICA.— ¡Que te habías cortado las venas!

LA PAREJA.— ¡Nos dijeron que estabas muerto!

Oscuro. Cuando las luces se prenden de nuevo luces, el Actor coloca la puerta-espejo enfrente de los Novios, quienes la atraviesan encantadores. Ambiente de alegría y encanto social.

BUFO.— ¡Comenzamos!

ACTOR.— (Feliz) ¡Pero qué alegría me da, qué bueno que vinieron! ¡No saben, no saben qué alegría me da! ¿Qué quieren tomar? ¿No será lo de siempre, verdad?

BUFO.— Porque lo de siempre se acabó.

JERÓNIMO.— (Abraza y besa al Actor) ¡Pablo, felicidades! ¡No has cambiado nada!

VERÓNICA.— (También lo abraza y besa) Estás igualito, igual que siempre... ¡Felicidades!

ACTOR.— (Vuelve a abrazar y besar a sus invitados) ¡Verónica, gracias de veras! ¡Jerónimo, gracias Maestro! ¡Gracias por venir a mi fiesta de cumpleaños!

JERÓNIMO.— (Asombrado) ¿Es su cumpleaños?

VERÓNICA.— (Confundida) ...Yo no sabía.

ACTOR.— No importa, no. De todas formas mi cumpleaños ya pasó, porque hoy es (Consulta el reloj de Jerónimo) lunes y mi cumpleaños fue ayer domingo.

JERÓNIMO.— No, no, no. Te equivocas, Pablo. Hoy es martes.

ACTOR.— No, Jerónimo... Estoy hablando estrictamente como a ti te gusta. Ya son más de las doce de la noche. Hoy es lunes y mañana martes.

BUFO.— Hablando estrictamente, claro. Hoy es lunes, hace unos minutos fue domingo.

JERÓNIMO.— Hoy es martes.

VERÓNICA.— ¡Ay, Jerónimo! ¿No sabes en qué día vives? Si Pablo te lo acaba de decir... Hoy es lunes.

JERÓNIMO.— No, no. Hoy es martes, claro que es martes...

TODOS.— No, no y no.

JERÓNIMO.— ¿Entonces qué día es hoy según ustedes?

VERÓNICA.— ¿Por qué preguntas?

ACTOR.— Sí, ¿por qué lo haces?

BUFO.— ¿Por qué?

JERÓNIMO.— ¡Bueno, ya!... ¿Simple curiosidad?

VERÓNICA.— Pues déjame decirte que eres un tonto, Jerónimo. Hoy es un lunes como cualquier otro.

JERÓNIMO.— ¿Estás loca? Ayer fue lunes. El domingo por la noche fue la boda, acuérdate. Y en la noche siguiente, es decir la del lunes, o sea ayer, nos fuimos de Luna de Miel. Lógicamente hoy es martes.

BUFO.— ¡Qué romántico! Así que enamorados.

VERÓNICA.— En Amor a Dos, sí.

ACTOR.— ¿De Luna de Miel? Pero y entonces... ¿qué hacen aquí?

VERÓNICA.— Sí, Pablo... nos fuimos al Viejo Mundo... (A Jerónimo) ¡Como tú dices!

JERÓNIMO.— ¡Yo nunca he dicho eso!

VERÓNICA.— ¡Cómo fastidias!

JERÓNIMO.— ¡Cómo te adoro!

VERÓNICA.— ¡Imbécil!... (Al Actor) Así es, Pablo. Nos fuimos en avión y todo... Yo siempre sugerí el barco... Por lo seguro, claro... Pero bueno, nos fuimos en avión. Según esto sin escalas; ¿verdad, Jerónimo? Pero ya ves, tuvimos una escala fatalmente forzosa... (Como rotunda conclusión) Bueno entonces hoy es martes.

JERÓNIMO.— (Cariñoso) ¿Lo ves, Pablo? ¡Antier domingo fue tu cumpleaños! ¡Déjame darte un abrazo! ¡Felicidades! (Se aleja y baila con Verónica.)

ACTOR.— ¡¿Gracias!?

BUFO.— (Abraza al Actor) Lo siento mucho.

JERÓNIMO.— ¡Que bailen los novios, que bailen los novios!

Se escucha el sonido de un avión en pleno vuelo. El Actor se ve envuelto junto con bufo en el enorme velo de la novia. Repentinamente la pareja deja de bailar y se queda mirando al público, sonriendo extrañamente.

VERÓNICA.— (De reojo mira cómplice a Jerónimo) Es una pena, Pablo, pero tenemos prisa, muchísima prisa.

JERÓNIMO.— Sí; ya nos vamos, Pablo.

ACTOR.— ¡No puede ser, pero si acabamos de empezar!

BUFO.— ¡Y no se trata del principio, no!

ACTOR.— (Comienza a reírse nerviosamente) ¿Tú tienes prisa, Verónica; y tú, Jerónimo?

JERÓNIMO.— Ni modo, Pablo; teníamos un compromiso inlu... inexcu... inluct... Muy importante.

ACTOR.— (Sin dejar de reírse) ¡Ah, ya sé; se trata de una broma!

BUFO.— ¡Ah bribones, conque bromas! ¡No te dejes, Pablo!

JERÓNIMO.— No seas idiota, ¿cómo crees que vamos a burlarnos de un compromiso tan... tan...

BUFO.— ¿Ineludible?

VERÓNICA.— ¡Ineludibilísimo!

JERÓNIMO.— ¡Eso! ¡Muy ineludible!

BUFO.— ¿Y acaso hay algo más ineludible que...?

VERÓNICA.— Una cita con el dentista.

BUFO.— Una boda.

JERÓNIMO.— Un citatorio penal.

ACTOR.— ¿La Muerte?

JERÓNIMO.— Sí, la muerte inevitable, ineludible, ineluctable, inexcusable... ¡Lo dije!

ACTOR.— ¿La Muerte? ¿Tenían un compromiso con la Muerte?

VERÓNICA.— Ay, cállate Pablo... y tú también Jerónimo...

JERÓNIMO.— ¿Yo qué?

VERÓNICA.— Tú te callas. Mira, Pablo; no te ofendas, pero nos invitaron a una fiesta.

BUFO.— ¡Así que eso era todo!

ACTOR.— (Se convulsiona de risa y cae al suelo) ¿¡No les dije!? Si todo era una broma... ¿Qué? ¡No es posible! ¡No puede ser cierto! (Cae desmayado).

VERÓNICA.— ¿Por qué lo dudas? Nos invitaron a una fiesta de disfraces en casa de Pablo.

JERÓNIMO.— ¿Te acuerdas de Pablo? ¡El actor! ¿Te acuerdas, Pablo!

LA PAREJA.— ¡Pablo! ¡Pablo!! ¡PABLO!!!

Oscuro. Suena insistentemente el teléfono. Se prenden las luces Cambia la iluminación y vemos, por lo menos en ambiente, la casa de Verónica y Jerónimo justo en el momento en que hacen los últimos preparativos para ir a su boda.: Es un domingo como cualquier otro, ellos, evidentemente viven juntos sin estar casados. Jerónimo se lava los dientes, Verónica está en el excusado, etc.

BUFO.— (Le entrega el teléfono a Verónica) Es para usted.

VERÓNICA.— (Sujeta la bocina sin decidirse a contestar) ¡Acaba de suceder algo espantoso, estoy segura!

JERÓNIMO.— Te van a colgar si no contestas.

VERÓNICA.— Esto ya lo había vivido. ¡Es horrible, alguien se acaba de morir!

JERÓNIMO.— Lo has de haber soñado, déjame contestar a mí.

VERÓNICA.— (Turbada, contenida) ¡Jerónimo!

JERÓNIMO.— (Con miedo, pero emocionado por tener miedo) Qué...

VERÓNICA.— ¡Es un aviso!

JERÓNIMO.— ¿Sí?

VERÓNICA.— Un hombre se mira en el espejo. Tiene en la mano una... Un revo... Revo... ¡Un arma!

JERÓNIMO.— (Emocionadísimo) ¡Una pistola!

VERÓNICA.— Sí... eso. Una visión: el hombre apunta hacia su imagen; y en un instante... un grito seco y sin que nadie se interponga llega... la Muerte.

BUFO.— (Le quita el teléfono a Verónica y se lo da a Jerónimo) ¿Es para usted, o para usted?

JERÓNIMO.— ¿La Muerte?

BUFO.— Si no le contestan se va a enojar.

VERÓNICA.— (Vuelve a tomar la bocina) ¿Quién habla?

BUFO.— (Saca un teléfono de algún bolsillo de su vestuario) ¿Adivina quién?

VERÓNICA.— No estoy para bromas. ¿Quién es usted?

JERÓNIMO.— ¿¡Qué pasó!?

BUFO.— ¿Hace ya mucho tiempo, Verónica? ¿Cómo está Jerónimo? ¿Todavía no adivinas?

VERÓNICA.— Es posible... ¿Cómo has estado?

JERÓNIMO.— ¿Quién es?

BUFO.— Espero no ser inoportuno.

VERÓNICA.— ¿Una fiesta?

BUFO.— Hoy en la noche, dile también a... Verónimo.

VERÓNICA.— (A Jerónimo) Te hablan.

JERÓNIMO.— ¿Quién se murió?

VERÓNICA.— No seas idiota, te habla Pablo.

JERÓNIMO.— ¿Cuál Pablo?

VERÓNICA.— ¿Cuál crees?

JERÓNIMO.— ¿¡Pablo!? ¡No puede ser... Si Pablo está bien muerto!

VERÓNICA.— Pues dice que nos invita a su casa hoy en la noche; precisamente hoy.

JERÓNIMO.— ¿¡Hoy!? No podemos.

VERÓNICA.— Claro que no podemos... ¿Y si lo invitamos nosotros?

JERÓNIMO.— ¿Y si nos arruina la boda? Ya sabes cómo es Pablo; es capaz de subirse al púlpito y oficiar misa.

VERÓNICA.— Mejor lo invitamos al brindis... O ya sé, mejor no le decimos nada: después de todo Pablo fue nuestro mejor amigo.

JERÓNIMO.— Es una lástima que se haya... Que haya cometido esa estupidez.

VERÓNICA.— Fue de muy mal gusto. Mejor cuélgale.

JERÓNIMO.— Sí.

Oscuro. Cuando la luz se enciende vemos la figura de un enorme avión con puerta y ventanillas practicables. Bufo espera junto a la puerta para recibir los boletos. Verónica y Jerónimo, entre besos, arrumacos y maletas; se disponen a abordar la nave. El Actor despierta, y muy alegre va con los novios y dice...

ACTOR.— Oigan, les gusta mi disfraz... (La pareja "entra" al "avión") ¡Oigan!

BUFO.— No los molestes, ¿no ves que están de Luna de Miel?

ACTOR.— ¿¡Me dejas en paz!? (Jerónimo y Verónica se asoman por sendas ventanillas) Oigan, ¿les gusta mi disfraz? Es muy bonito.

VERÓNICA.— Sí, Pablo... muy original. Yo siempre quise uno así.

JERÓNIMO.— ¿Por qué no te vas a jugar un rato?

BUFO.— Te lo dije.


Se escucha el sonido del avión que despega. Bufo se instala en una de las ventanillas. La Pareja se manda besos desde cada ventanilla. El Actor juega como un niño con un avión a escala.

JERÓNIMO.— ¿Ya viste a Pablo, Vero?

VERÓNICA.— Sí, qué chistoso... ¡Ay pero qué chistoso!

JERÓNIMO.— Yo siempre supe que llegaría el día en que... pobrecito.

VERÓNICA.— Pablo era de esa clase de gente que no es capaz de entender que la vida...

JERÓNIMO.— Sí, es una lástima, pero no, nunca fue capaz de entenderlo.

BUFO.— Disculpe, señor... ¿Él nunca fue capaz de entender que la vida es una lástima o es una lástima que no lo haya entendido o... ¿Cómo es la cosa?

VERÓNICA.— Es triste reconocerlo pero ese carácter tenía que conducirlo...

BUFO.— Ah, claro: Conducirlo... ¿A dónde pues?

VERÓNICA.— Sí, conducirlo irremediable, inexorablemente.

JERÓNIMO.— Sí. Jamás imaginé que Pablo llegara al extremo de... quitarse la vida. Todavía no lo puedo aceptar. Por otro lado tenía la esperanza. Así es, pero las cosas pasan sin que uno pueda. (A Verónica) ¿No lo crees así?

BUFO.— (Hace evidente la ininteligibilidad del discurso de la Pareja) Yo así lo creo.

VERÓNICA.— Y de qué modo. Recuerdo que algunas veces por las mañanas y de vez en cuando por las noches, pero sobre todo los domingos antes del desayuno, acostumbraba tener accesos que podrían definirse como...

BUFO.— ¿Crisis de angustia incontrolable?

VERÓNICA.— Sí.

BUFO.— ¿Crisis agudas de iracibilidad?

VERÓNICA.— ¡Eso también!

BUFO.— ¿Crisis de melancolía extrema?

VERÓNICA.— ¡Exacto!

BUFO.— ¿Y qué pasó después?

VERÓNICA.— Paso el tiempo; cada quién hizo lo suyo. Nosotros nos casamos como todo el mundo sabe... y Pablo... Pues en una de tantas crisis... se suicidó.

BUFO.— ¡No...! Se quitó la vida el bárbaro, qué tal.

JERÓNIMO.— Pero por supuesto. Todo el mundo lo sabe. Se suicidó, ¿no Vero?

VERÓNICA.— Pero por supuesto que se suicidó. ¿O no?

BUFO.— ¿Entonces qué, o qué? ¿O qué o qué?

JERÓNIMO.— Yo digo que... Que sí, ¿no?

VERÓNICA.— Ay pues ya no lo tengo claro... ¿Por qué no le preguntamos? ¿O mejor no?

JERÓNIMO.— Oye, Pablo...

VERÓNICA.— ¡Pablo!

TODOS.— ¡PABLOOO!


OSCURO. LUEGO, ÚNICAMENTE UN CENITAL SOBRE EL ACTOR.

ACTOR.— ¿Pablo? El otro día estuve hablando con él y me dijo que yo estaba muerto, que me había dado un tiro. Por eso fue que le dije: te equivocas, Pablo; yo no estoy muerto. Solamente imaginé, una mera fantasía por supuesto, que si yo me intentaba suicidar... ellos, los demás, pensarían que yo estaba muerto. Y lo intenté y me imaginé que ellos pensaban que estaba muerto. No era verdad, no. Yo no morí, pero ellos lo pensaron. Lo cierto, Pablo, es que ellos sí que se murieron. Se fueron al Viejo Mundo... ¿O al Otro Mundo se dice? Pues no lo sé del todo, Pablo... te juro que ya no sé si lo pensé o es cierto... ¿Sí se murieron? ¿Eh, Pablo? Se fueron lejos de este mundo. O... ¿cómo se dice? ¿Viejo u otro?... Mundo sí, pero ya no sé, ya no sé nada, Pablo.

El foro se ilumina. Verónica, Jerónimo y Bufo rodean al Actor. El avión ha salido de escena.

VERÓNICA.— Al Otro Mundo, Pablo... Un accidente, oh sí. ¿Pero no me digas que no sabías?

ACTOR.— No, no mucho.

VERÓNICA.— Fue espantoso, ya te podrás imaginar.

ACTOR.— ¿Espantoso, no?

BUFO.— Espantoso, sí... supongo.

JERÓNIMO.— Espantosísimo. Una falla mecánica; como a diez mil pies de altura. ¿Se llaman pies, no Vero?

VERÓNICA.— ¿Los pies?

JERÓNIMO.— En fin... con decirte, Pablo, que a pesar del cinturón de seguridad, y de los consejos de la Torre de Control al Capitán, y de los consejos de la Azafata al Capitán, al Copiloto y a los pasajeros... A pesar de todos los consejos que todos nos dábamos unos a otros... pues cataplum, a pesar de todo: el avión se vino abajo. !Paf!

VERÓNICA.— Fue muy horroroso, ¿Pero en qué mundo vives Pablo, si todo el mundo lo sabe... salió en el periódico.

BUFO.— Es que él no compra el periódico.

ACTOR.— Por qué no te callas y sirves la cena... ¿Se van a quedar a cenar, verdad?

BUFO.— ¿Qué desean ordenar los señores?

VERÓNICA.— ¡Un aperitivo, por favor!

JERÓNIMO.— ¡Que sean dos!

BUFO.— Salen dos aperitivos Luna de Miel... Y tú, ¿qué vas a tomar?

ACTOR.— ¿Cómo que tú? De usted, por favor... ponga la mesa y tráigame...

BUFO.— No me lo digas... ¡Otro aperitivo! ¡Perdón!... ¡Un aperitivo De Usted Por Favor! ¡Sale!


El Actor y sus invitados permanecen de pie y se quedan viendo al piso, al "techo", o a donde puedan; tensos, por el repentino silencio.

JERÓNIMO.— (Rompiendo el silencio) Verónica, ¿sabías que Pablo y yo nos conocemos desde que éramos (señala con sus dedos a una altura pequeñísima) ¿así...? Amigos de la infancia, sí... ¿Sí lo sabías?

VERÓNICA.— ¿Tú que crees?

JERÓNIMO.— ¿Ya te lo había dicho?

BUFO.— (Entra con la mesa y la cena, los demás personajes se sientan en cuclillas alrededor) Se lo dijo Pablo.

ACTOR.— Yo se lo dije.

VERÓNICA.— Él me lo dijo.

BUFO.— Vaya preguntas, Jerónimo... Pablo y Verónica vivieron juntos.

JERÓNIMO.— Claro.

ACTOR.— Hace ya mucho tiempo; ¿verdad, Verónica?

VERÓNICA.— (Habla como si el Actor estuviera ausente, pero viéndolo fijamente a los ojos) Pobre Pablo... me acuerdo muy bien de su mirada: lejana, ausente, obsesiva... y sobre todo ese dejarse llevar llevando... y ese disculparse sin entusiasmo... Sí, sobre todo ese dejarse llevar, llevando; vuelta a girar y luego ese disculparse sin entusiasmo. Sí, sobre todo lejana y obsesiva; ausente y obsesiva, obsesiva, sí...

BUFO.— (Mientras sirve una cena insólita) Y fue entonces cuando usted comenzó a notar esa curiosa actitud; ese tipo de costumbres... ¿Cómo, cómo calificarlas?

VERÓNICA.— ¿Insólitas?

JERÓNIMO.— ¿Extravagantes?

VERÓNICA.— ¡Muy inauditas!

JERÓNIMO.— ¡Inadmisibles!

ACTOR.— In... Innn...

VERÓNICA.— Una curiosa actitud. Los psicoanalistas se aburrieron, su psiquiatra cambió de vocación... (haciéndole caso de repente) ¿te acuerdas, Pablo? Creo que se dedicó a vender Biblias de casa en casa. Una vez nos quiso vender una. Todo el mundo se cansó, menos Pablo... Oye Pablo, pero entonces por qué fue eso...

ACTOR.— ¿Eso cuál, Vero?

VERÓNICA.— Eso... lo del suicidio. ¿Te suicidaste, no?

ACTOR.— Ay, Vero... lo has de haber soñado.

JERÓNIMO.— No, Pablo... Si yo también lo supe... te sorrajaste un tiro.

ACTOR.— (Turbado) Lo han de haber soñado, estoy seguro.

JERÓNIMO.— Claro.

SILENCIO.

VERÓNICA.— Y...

JERÓNIMO.— Y...

VERÓNICA.— ¿Sigues en el Teatro, Pablo?

ACTOR.— Sí, claro; a ver si me van a ver. Ya son las últimas funciones.

VERÓNICA.— Pero si ya conocemos la obra, Pablo: ¿Romeo y Julieta, no? Acuérdate que me prestaste el libro.

ACTOR.— ¿El libro, Verónica? No es lo mismo.

JERÓNIMO.— ¿Cuál es la diferencia?

OSCURO. LUEGO, VEMOS SÓLO AL ACTOR EN UN COLUMPIO.

ACTOR.— De vez en cuando me despierto sin saber qué pasa, y me levanto y me baño y desayuno. De vez en cuando me tomo un café; lentamente, y pienso y me confundo y sigo sin saber... No sé muy bien si lo que vivo es invención, o es sueño, o es recuerdo. A veces la vida pasa mientras tomo café, lentamente... En un deseo, en un recuerdo, en un ir y venir de la invención. A veces pienso que la vida es eso: un ir y venir de los deseos, un ir y venir de los recuerdos... Pero en un instante todo se confunde y me descubro asombrado, simplemente tomando café, sin más. Descubro que soy yo; que estoy viviendo. Mirando una taza de café. (Se baja del columpio y lo mira desaparecer).

Luz. Entra Bufo arrojando serpentinas y confeti a los invitados.

BUFO.— ¿Alguien dijo café? Tenemos café o postre, ¿qué prefieren?

VERÓNICA.— Yo creo que mejor nos vamos.

BUFO.— ¿Ya se van?

JERÓNIMO.— Sí, mañana tenemos que levantarnos temprano.

ACTOR.— ¿Mañana? Pero si ustedes están... Yo pensé que ustedes se habían...

VERÓNICA.— Muerto, Pablo, se dice muerto. Yo nunca pensé que fuera tan difícil.

JERÓNIMO.— Dificilísimo. No te imaginas todo lo que nos queda por hacer: trámites y trámites y más trámites.

VERÓNICA.— (Fastidiada) Adiós, Pablo me dio mucho gusto saber que estás bien.

ACTOR.— Gracias por venir.

JERÓNIMO.— Ojalá pudiéramos volver a visitarte.

VERÓNICA.— Lástima que eso sea imposible.

BUFO.— Oigan, y no lo van a felicitar.

LA PAREJA.— ¡Otra vez!

BUFO.— Bueno, pero no le han dado su regalo.

JERÓNIMO.— No se supone que sea obligatorio. Además su cumpleaños fue... ¿el martes?

ACTOR.— No hay problema, Jerónimo. Por supuesto que no es obligatorio. Y déjame decirte, déjenme decirles a todos que...

VERÓNICA.— ¡Qué!

ACTOR.— Lo he estado pensando mucho este día y he llegado a la conclusión...

JERÓNIMO.— Ya dilo.

ACTOR.— Pues bien: yo tengo algo mucho mejor que un regalo.

JERÓNIMO.— ¿Algo mejor que un regalo? No puede ser.

VERÓNICA.— No, ¿qué puede haber mejor que un regalo?

JERÓNIMO.— Nada. No.

ACTOR.— Pues sí. Yo tengo un... Es un... es algo parecido a... ¿Lo quieren ver?

BUFO.— No me digas que te acordaste, Pablo. Por fin vas a soltar a tu... a tu algo parecido a... (Lo abraza) ¡Felicidades! No he trabajado en vano.

ACTOR.— Ahorita mismo se los enseño. (El Actor comienza a buscar) Nada más dejen que lo encuentre. ¿Dónde estará?

JERÓNIMO.— Tenemos prisa, si no con mucho gusto nos quedábamos a verlo.

VERÓNICA.— Sí; adiós, Pablo. Ya no podemos quedarnos más tiempo. Mañana vamos a estar muy ocupados.

JERÓNIMO.— Tenemos responsabilidades. Muchas.

BUFO.— ¡Pero cómo!, ¿no van a quedarse a ver su, su algo parecido a?...

LA PAREJA.— ¡¿Algo parecido a qué?!

ACTOR.— Debe de estar en alguna parte. (Sigue buscando, cada vez más preocupado) Ustedes no lo vieron... No se me puede haber perdido.

Baja la intensidad de la luz. El Actor comienza a buscar con una linterna, la Pareja lo sigue un poco a regañadientes, pero intrigada por conocer el "algo parecido a". Bufo más atrás camina como si estuviera preocupado. Luego se separa del grupo y observa divertido. Finalmente la Pareja se separa del Actor y se dirige, en la oscuridad, hacia la salida. Bufo se les interpone y los deslumbra con el flash de una cámara fotográfica. La luz repentinamente cobra su máxima intensidad.

BUFO.— (Asume un tono parecido al de las historias policíacas) Disculpen, ¿se les perdió algo?

LA PAREJA.— (Adoptan el mismo tono detectivesco)...¿A nosotros?

BUFO.— ¿Ustedes?... ya se iban. Hasta luego.

ACTOR.— ¡Qué pasa!

BUFO.— Se quieren escapar, quieren robarse tu... tu algo parecido a...

VERÓNICA.— ¡Oiga, no sea impertinente!

ACTOR.— Así que fueron ustedes, ¿¡en dónde lo escondieron!?

JERÓNIMO.— ¿De qué hablas, Pablo? Si ni siquiera sabemos lo que es.

BUFO.— ¡Ya dénselo, a ustedes no les va a servir de nada!

VERÓNICA.— (Poniendo en duda su inocencia) ¿Y usted cómo lo sabe...? ¿A usted... sí le sirve?

JERÓNIMO.— ¡Responda!

BUFO.— (Sintiéndose repentinamente acusado) ¿A mí?... Por supuesto que... Eso no les importa.

VERÓNICA.— ¡Ajá...! Ya no lo busques Pablo, yo sé quién lo tiene.

JERÓNIMO.— Helo aquí...

VERÓNICA.— Al culpable.

ACTOR.— Cómo no lo pensé antes. Tenías que haber sido tú. ¿Dónde está?

BUFO.— ¿No te acuerdas? A ti nunca te gustó, tú mismo lo encerraste, Pablo... ¿Lo vas a dejar salir?

La Pareja intenta salir sin ser vista.

ACTOR.— ¿Yo lo encerré?... (Reflexiona) Sí, puede ser cierto. Pero fue así, sin darme cuenta. O sin quererme dar cuenta. (Deteniendo en seco a la pareja) ¿Se van a ir sin conocerlo?

BUFO.— ¿Lo vas a soltar?

JERÓNIMO.— ¡¿Está vivo!?

El Actor va hacia el baúl y lo abraza cariñosamente.

ACTOR.— Claro que está vivo, todavía.

VERÓNICA.— Nunca me han gustado las adivinanzas, seguramente se trata de un perro, pobrecito, se va a asfixiar.

JERÓNIMO.— Cómo va a ser un perro, ya lo hubiéramos oído. Eso sí, debe tratarse de algo espantoso, imagínate: el algo parecido a... A lo que sea, ¡de Pablo! Debe ser algo siniestro.

VERÓNICA.— (Asustada) ¿Tú crees?

JERÓNIMO.— Estoy seguro.

VERÓNICA.— ¿Vámonos, por favor!

JERÓNIMO.— ¿Y nos vamos a quedar con la duda?

VERÓNICA.— Mira, mi amor. No sé tú, pero yo no me pienso pasar la vida convertida en fantasma.

JERÓNIMO.— Pero si todavía no sale el sol, Vero.

VERÓNICA.— Estoy hablando en serio.

JERÓNIMO.— Tienes razón; perdí la cabeza, mi vida.

VERÓNICA.— ¡Adiós, Pablo!

JERÓNIMO.— ¡Se nos acaba el tiempo!

La Pareja es iluminada por un cenital que baja de intensidad lentamente hasta desaparecer del todo al final de la obra.

BUFO.— No se vayan sin conocerlo, acérquense. Les aseguro que no muerde, aunque a veces... pues... ¿Tú qué opinas, Pablo?

ACTOR.— Sí, debo reconocer que a veces le da por estallar. Por eso estaba encerrado, de puro miedo al mundo, de puro miedo a crecer y crecer sin saber cómo hacerlo sin reventar o perder la forma original, la forma auténtica.

BUFO.— Pues parece que tus invitados ya no tuvieron el gusto. Suéltalo ya.

ACTOR.— Espera, quiero prepararme bien porque su visita será muy breve. Lo veremos alejarse dispuesto por primera vez a ser el dueño de su propio vuelo. Anda, sal de ahí, no seas tímido, ¡salte ya!

El Actor abre la tapa del baúl... Del fondo vemos surgir un hermoso
y sencillo globo.

FIN
Ciudad de México
1990

® Benjamín Gavarre
sogem