17/1/08

Unidad Habitacional Lupita, de Benjamín Gavarre


Unidad habitacional Lupita

 de Benjamín GAVARRE*

Resultado de imagen para abuela hippie








® contacto: gavarreunam@gmail.com
*Guión basado en el cuento de Jaime Sandoval Unidad Lupita

PELOS VERDES

Ernesto— ¡Un pelo en la sopa! ¿Hay algo peor que un pelo en la sopa? ¿Alguien me puede decir? ¿Una mosca en la sopa? ¿Una cucaracha en la sopa? Nada de eso. ¡No! Escuchen: ¡un pelo VERDE!... Nada menos... Un pelo verde que formaba parte de la enorme cabezota de mi hermano Rodrigo.
¿Quieren verlo?
No, al pelo no. A mi hermano.
¡Es éste!
(Entra a escena Rodrigo y se sienta a comer. Trae el pelo pintado de verde. Se sienta y comienza a enrollar tortillas a las que engulle metódicamente.)
Y ella..., es mi mamá.
(Vemos a la mamá de Rodrigo con un plato de sopa. El plato está casi desbordándose y doña Lety camina despacio mirando que no se le caiga el contenido. Pone la sopa delante de Rodrigo y luego se sienta frente a él. Es en ese momento en que grita sorprendida al ver el nuevo look de “Rodris”).

Doña Lety.—  ¡Pero qué te pasó!

Rodrigo.—  ¡Bájale, Ma!

Doña Lety.—  Ay, Rodris. ¡No puede ser!, ¿pero quién te dejó así?

Rodrigo.—  ¡Ma!... No me digas Rodris. Si quieres miéntamela, pero no me digas así. Ya sabes que me car...ga.

Doña Lety.—  No empieces con tus peladeces.

Rodrigo.—  Carrrga...

Doña Lety.—   ¡Qué bárbaro!, ¡pero qué bárbaro! ¡Pero si te ves espantoso M’hijo!, ¡pareces teporocho de Tlatelolco!, ¡malviviente de la Morelos! ¡vago de la Unidad Santa Fe! ¿Qué digo?, ¡pareces diputado del verde ecologista!

Rodrigo.—  Ya... Suave, Ma. Sin ofender.

Ernesto.—  (Al público) Como se dan cuenta a mi Má no le gustó nadita el nuevo look de Rodris.
No... Y espérense... Si a doña Lety no le gustó el nuevo look de marciano de mi brother... No quiero ver lo que suceda cuando llegue Rigo... Quiero decir Don Rigo... Rigoberto. ¡Rigoberto Fermín! Bueno, ¿qué? Así se llama mi papá.

Entra a escena don Rigoberto Fermín. Viste como en los años setenta con un traje de poliéster muy formal. Doña Lety y Ernesto llegan a ayudarlo a quitarse el saco y a que se siente en un sillón. Le quitan los zapatos y le echan aire. Tienen el evidente propósito de que Don Rigo no vea a su hijo Rodrigo.

Don Rigo.—  ¡Ah familia!, ¡qué felicidad poder llegar al hogar de uno! ¡Llegar a descansar a donde a uno lo quieren!  ¡Sentarse con los seres queridos que lo respetan a uno! ¡No saben! ¡No saben!... (transición; se enfurece) Acabo de tener un encontronazo, un choque, un verdadero problemón con estos chamacos chamagosos de las canchas. Esos que se ponen aretes en las orejas —como las niñas—.  Se ponen aretes en las narices —como los salvajes—. Se ponen aretes en las cejas... ¡Como mi hijo! ¡Como Rodrigo! ¿Se acuerdan? Tuve que quitarle el arete a golpe... de sabios consejos. Tuve que convencer a Rodris con toda la elocuencia de mis palabras. Le hice ver que él no era un baquetón, haragán, zángano malviviente como estos chamagosos chamacos de las canchas. Rodrigo no rompe los focos de los andadores, no rompe los vidrios de los departamentos, no rompe los cristales de los autos, no se roba los espejos retrovisores, no se orina en las coladeras de la unidad, no tira basura en las coladeras de la unidad, ¡no! El sólo se puso un arete en la ceja, un arete en la ceja... ¡Nada más me acuerdo y me da más coraje!

Doña Lety.—  ¿Te peleaste con los muchachos chamagosos de las canchas?

Ernesto.—  Los frutilupis, Ma. (Germán va hacia la mesa y le pone una cachucha a Rodrigo). (Se dirige al público) Los frutilupis son unos chavos que tienen tomadas las canchas. A mí no me gusta mucho jugar futbol, pero si me gustara no podría hacerlo. Es más, aquí en la unidad nadie puede jugar, ni canicas, sin que los frutilupis lleguen a molestar.

Don Rigo.—  Los frutitontos, sí. Estaban con dos perros de pelea. Decían que iban a cobrar para que los viéramos pelear. Les dije hasta de lo que se iban a morir. Los amenacé con mandarles a Protección Civil si se les ocurría lastimar a los pobres animales.

Doña Lety.—  ¿Y te hicieron caso?

Don Rigo.—  Psé. Bueno. Me querían... hacer correr un poco cuando me amenazaron con soltar a uno de sus perros. Yo me vine caminando despacio como sin nada, ya saben. Ni a los perros ni a los frutilupis malvivientes chamagosos, mugrosos, apestosos hay que demostrarles miedo. Casi me quitaron el hambre, desgraciados.

Ernesto.—  ¿Y lo lograron? Digo, si te la quitaron... ¿El hambre? ¿A ti?

Don Rigo.—  Dije casi, dije casi. ¿Qué? ¿A poco ya comieron?... ¿Y no me  esperaron, canallas? (Al ver a Rodrigo de espaldas) Ah, pero si tenemos visitas... Y las visitas eso sí, que coman solas. ¿Quién es?. (A Ernesto) Es amigo tuyo?... (Ernesto no contesta. Doña Lety está petrificada.) Hola muchacho, no te han dicho en tu casa que uno no debe sentarse a la mesa con cachucha.

Rodrigo.—   (Se quita la cachucha) ¡Quihubas, jefe!

Don Rigo.—  ¡Mujer!

Doña Lety.—  ¿Qué?

Don Rigo.—  Tráeme una navaja.

Doña Lety.—  No seas bruto, Rigo. No es para tanto.

Don Rigo.—  Y tú no seas ridícula, mujer; no lo voy a matar; solamente le voy a rasurar la cabeza. ¡Tráeme las tijeras, tráeme una navaja! Ernesto, ve por el cuchillo! (Doña Lety da vueltas por todas partes sin saber qué instrumento buscar.) Ernesto mira al público como pidiendo disculpas por la actitud de su familia. Doña Lety, finalmente saca de un baúl unas enormes tijeras para cortar pollo. Rodrigo salta horrorizado encima de la mesa.

Rodrigo.—  Ni se atrevan, ni se les ocurra, ni lo piensen. Ya tengo dieciséis años. Sé lo que quiero hacer de mi vida. Soy libre y conozco mis derechos humanos.

Don Rigo.—  No te va a doler. Te voy a prestar de mi espuma para rasurar. Tiene olor a menta.

Rodrigo.—  Tú me tocas un pelo y será lo último que hagas.

Don Rigo.—  No le hables así a tu padre. No me hables así.

Rodrigo.—  Humano, respeta mis derechos...

Don Rigo.—  Está bien, de acuerdo,  pero no te voy a dar ni un quinto para salir con tus cuates.

Rodrigo.—  Chido. Me vale.

Don Rigo.—  No te voy a dejar salir los fines de semana. Ah, y olvídate del viaje a Tampico con tus primos.

Rodrigo.—   (A quien empieza a dolerle el castigo). Chido... Me vale.

Don Rigo.—  Y pensaba acompañarte a la Delegación para sacar tu permiso de manejo... Y pensaba prestarte mi coche... Ése que iba a ser tuyo cuando cumplieras dieciocho años... Pero... No. Está bien: no te voy a tocar un solo pelo.

Rodrigo.—  Tú ganas, Satanás. Presta la espuma; yo me la pongo.

Rodrigo se pone la espuma y Don Rigo y Doña Lety lo tratan de peinar con los dedos.

Don Rigo.—  Tú tienes la culpa de lo que te pasa. No entiendo por qué no eres como Ernestito. Tan responsable, tan serio, tan callado, tan...

Rodrigo.—  Tan cerebrito, tan  geniecito, tan Nerdecito, verdad, Nerdesto.

Ernesto.—  Yo no soy un tarado como tú. (Al público) Ya saben, siempre hay un pelo en la sopa. Y ése, es mi hermano. Un pelo verde en este caso.

Doña Lety.—  Ya sé. Lo podemos llevar con Estelita que tiene su salón de belleza en la sala de su depa, aquí como a seis edificios.

Ernesto.—  Sí, le hace falta manicure, Ma. Quiere pintarse las uñas de negro, como los frutilupis.

Rodrigo.—  ¡Qué te pasa Nerdito?  ¡Cóomo se te ocurre, Jefa?

Don Rigo.—  Sí, cómo se te ocurre, mujer. De por sí ya se pinta el pelo de verde... Luego se va a querer hacer permanente.

Doña Lety.—  Que se lo tiñan de castaño oscuro. (A Rodrigo) Además, Estelita, mientras te arregla, te pone la tele y te ofrece pan y chocolate.

Rodrigo.—  (irónico) Suena genial, Jefa.

Don Rigo.—  Ya se me antojó eso del chocolate con pan. ¿Oye, y si me corta el pelo a mí también? ¿Cómo ves?

Doña Lety.—  Tú, mi vida, tienes que regresar a trabajar.

Don Rigo.—  Tengo. Ya sé. Además me veo bien así con el pelo corto. (ante la mirada elocuente de doña Lety). Los acompaño con Estelita.

Doña Lety.—  No, tú quédate a comer. (Va a la cocina y entra con un plato sopero y un virote de pan) Aquí tienes tu sopa de fideo calientita.

Don Rigo.—  (les ofrece un enorme paraguas que está en un perchero) Llévense el paraguas porque parece que va a caer un aguacero. (comienza a llover con fuerza.) ¿Ya ven?

Doña Lety.—  Estelita vive aquí cerquita.

Don Rigo.—  Sí, pero ya se hizo de noche y no hay luz en los andadores. Rompieron todos los focos.

Doña Lety.—  Tú no te preocupes.

Don Rigo.—  Tengan cuidado con las coladeras porque siempre están tapadas y  cuando llueve se sale el agua sucia.

Rodrigo.—  Y hay perros con rabia, Jefa. Y ya sabes que como la gente no recoge su caca, la de los perros, jefa. Y además hay cucarachas, muchas cucarachas. Y además hay agujeros en el pavimento. No hay que ir, jefa.

Doña Lety.—  (Toma el paraguas y lleva a Rodrigo a la fuerza) Vámonos.

Salen.

Don Rigo se recompone la corbata y se sienta a comer. 

Ernesto.—  (Al público, pero contesta don Rigo) Hay que ver las coosas en las que se mete mi hermanito.

Don Rigo.—  Ajá.

Ernesto.—  (Mismo juego) La verdad no sé cómo podemos ser tan diferentes.

Don Rigo.—  Mhjú.

Ernesto.—  Él podrá decirme bobo, o nerd, o cerebrito. El caso es que a mí no me gusta meterme en problemas.

Don Rigo.—  Mno... Mnunca.

Ernesto.—   Y Rodrigo es un experto en complicarse la vida. Eso sí, para eso le echa muchas ganas, ¿verdad, papá?

Tocan a la puerta. Don Rigo se termina su sopa y va a abrir

Don Rigo.—  Ya regresaron. Ya viste. Les dije que no se salieran del edificio con esta lluvia, pero no entienden.


ABUELA A DOMICILIO

Entra, empapada, la Abuela Lupita. Es una anciana pero viste “al estilo psicodélico” de los 60. Trae una enorme maleta de cuero. 

Don Rigo.—  ¿Sí, dígame?

Abus Lupita.—  ¡Soy yo! ¿No me reconocen? ¡Soy la abuela!

Don Rigo.—  (Sorprendido) ¡La abuela! (a Ernesto, en aparte) ¿Tu abuela?... No puede ser. Tu mamá siempre dijo que su mamá se... Se había muerto.

Ernesto.—  Y tampoco es tu mamá, ¿verdad? Digo, ella vive en Chicago con mis tío Polo y Chucho. Entonces es la mamá de mamá.

Don Rigo.—  Pásele suegrita. Qué gusto de verla... No se moleste, pero yo siempre pensé que mi mujer era huerfanita. ¿Y pues que usted estaba muerta, verdad?

Abus Lupita.—  Mira m’hijito. No tengo tiempo de discutir si estoy viva o muerta, pero me estoy empapando, y si sigo aquí me voy a encoger, o, de a de veras, me voy a morir. Así que compermiso.

Sin esperar invitación Abus Lupita entra y se va a sentar a la mesa. Ernesto le da una toalla y ella mientras se seca toma un pedazo del virote de pan que está en la mesa y comienza a mordisquearlo.

Abus.—  Después de tantos años me esperaba un recibimiento diferente. (Se sirve un vaso refresco) ¡Ah, pero qué aguados son ustedes! ¡pero qué fúnebres! No estoy muerta, no.

Don Rigo.—  (se lleva las manos a la cabeza) Primero mi hijo se pinta el pelo como si fuera Brozo, el payaso. Luego, me llega una suegra de debajo de las piedras y se come mi pan... Y además ¡se toma mi refresco!  Comunícame con tu mamá.

Ernesto.—  (Toma el teléfono y marca un número en el que evidentemente no contestan).  (Sin dejar de tomar el auricular se dirige al público). Yo estuve marque que te marque que te marque a la casa de Estelita, pero nada. Ocupado y ocupado. Mi papá, como tenía que irse a trabajar, me dejó con el encargo de explicarle a mi mamá y me dejó con la abuela.

Don Rigo.—  (Toma su portafolio, se pone el saco y la corbata y le ‘trata’ de dar instrucciones a su hijo, antes de salir.) Bueno, entonces... Tú te encargas de todo. Ya me voy.

 Abus Lupita se pone a limpiar la mesa y después pone una maleta donde busca como si la maleta no tuviera fondo. Ernesto se acerca intrigado al ver que Abus casi desaparece en el fondo de su maleta.

Ernesto.—  ¡Oiga, señora!

Abus Lupita.—  Abuela, por favor. Puedes decirme Abus, si quieres. (Saca un balón de fútbol de la maleta y se lo entrega sonriente al confundido Ernesto). Esto, mi querido nieto, es para ti. ¿Cómo me dijiste que te llamabas?

Ernesto.—  (Al público). Dice que soy su nieto y no se sabe ni mi nombre. ¡No estará medio chiflis? (Hace la señal de que su abuela está loca). Me llamo Ernesto, señora.

Abus Lupita.—  Abus, dime Abus. O si no te gusta dime  abuela, pero nada de señora.

Ernesto.—  Abus. Gracias por el balón, pero a mí no se me da mucho el futbol. Además, aunque me gustara, aquí en la Unidad es imposible. Tienen tomadas las canchas.

Abus Lupita.—  ¡Quiénes?

Ernesto.—  Unos delincuentes. Bueno, eso dice mi papá. La verdad, son unos vecinos a los que les encanta andar de vagos, señora. 

Abus Lupita.—  ¡Que no me digas señora! ¡Y no me hables de usted que me haces sentir vieja!... A ver, dame un beso.

Ernesto.—  ¡Yo? (se queda horrorizado ante la idea de besar a su supuesta abuela. Tocan a la puerta, y se escucha la voz de doña Lety que no trae llaves. Ernesto se dirige al público) ¡Me salvó la campana!

Entran doña Lety y Rodrigo. Este último lo primero que hace es peinarse con gel su cabello con un pequeño espejo. Trae en la cabeza algo parecido a un peinado de punk, medio color naranja, café y el verde que no se alcanzó a cubrir. Desesperado por que su peinado no le queda, se encierra en el baño.

Doña Lety.—  No te atrevas a decirle nada a Rodris porque está muy malito de sus nervios. (Ante la presencia de Abus Lupita) ¿Y usted quién es?

Ernesto.—  Es mi abuelita.

Doña Lety.—  ¡No!... ¿Sí!???  ¿Tu abuelita?.... Suegrita, pero cómo ha cambiado. Sí, la veo muy cambiada... ¿Qué no estaba usted en Chicago?

Ernesto.—  Es tu mamá.

Doña Lety.—  Cómo se te ocurre, mi mami está en el cielo.

En ese momento llega don Rigo.

Don Rigo. —  ¡Hey, familia! ¡Ya llegué! Suegrita cómo le va.

Abus Lupita.—  (A  doña Lety) Te traje un regalito.

Doña Lety.— ¿Para mí? ¡Suegrita no se hubiera molestado!

Ernesto.—  No es tu suegra, má. Es tu madre.

Abus Lupita le entrega una canasta de frutas. Doña Lety lo recibe feliz sin escuchar a Ernesto.

Don Rigo.—  Frutas, pero qué maravilla.

Doña Lety.—  Pero qué bonitas. Y deben saber deliciosas. Y me las voy a comer yo sola, suegrita.

Ernesto.— Mamá, escucha: que no es tu suegra.

Doña Lety.—  Cómo que no. ¿Entonces quién es?

Don Rigo.—  ¡Y qué para mí no hay ningún regalo?

Abus Lupita.—  No creas que te me olvidaste. Te traje un hermoso portafolios.

Don Rigo.—  Gracias, suegrita.

Ernesto.—  (Se acerca a su papá y le dice en aparte) No es tu suegra tampoco. Y no es la suegra de mamá. Es una vieja loca.

Don Rigo.—  (Quién siempre ignora a su hijo)  ¡Mira qué bonito portafolios!

Abus Lupita.—  Bueno, mis niños. Yo, como podrán imaginar estoy muy cansada.

Doña Lety.—  ¡Ya se quiere dormir, suegrita? Ay, qué pena, no tenemos dónde ponerla. Digo, no tenemos cuarto para las visitas.

Ernesto.—  No es tu suegra, má. Es tu mamá.

Doña Lety.—  ¿Estás borracho? Mi mamá está en el cielo, niño. (A Abus) ¡Qué niño! (A Ernesto) Lo siento mucho, Ernesto, pero tu abuelita va a tener que quedarse en tu recámara.

Ernesto.—  ¡Qué!, Ni se te ocurra. ¿Y por qué no se queda en la cama de Rodrigo? Además, ya te dije que no es tu suegra. Tampoco es la suegra de papá. ¡Por qué no me escuchan?!!!

Abus Lupita.—  No hay problema, no se preocupen que yo siempre vengo preparada. (Saca un sleeping bag muy hippiteco y sin más se mete con el en una recámara). Buenas noches...

Ernesto.—  ¡Se metió a mi recámara!

Doña Lety.—  Ahí se va a quedar. Y se va a dormir en el suelo, pobrecita. Si fueras un poco más caballeroso te dormirías tú en el eslipin y le dejarías tu cama. (Transición) Bueno. Pues yo también me voy a dormir porque estoy muy cansada. (A don Rigo) ¡Vienes, mi vida?

Don Rigo.—  Sí, Vámonos a dormir. Nada más voy a la cocina a cenar algo y luego te alcanzo.

Doña Lety.—  ¡Buenas noches!

Ernesto se queda solo y habla con el público.

Ernesto.—  El caso es que mi abuela se quedó a dormir en la casa. Y para acabarla de empeorar... en mi cuarto. Algo muy raro estaba pasando aquí. Y para todo esto, Rodrigo no pensaba más que en su tratar de arreglar su nuevo corte de cabello.

Rodrigo.—  (Sale del baño y se sigue arreglando y  mirando su corte en un pequeño espejo) (Ante la cercanía de su hermano.) ¡Nada más que se te ocurra burlarte! ¡Tú nada más atrévete y vas a ver cómo te va!

Ernesto.— No, espérate. Es de mi abuela que te quiero hablar.

Rodrigo.—  ¿Cuál abuela?

Ernesto.—  (Lo engaña para que se preocupe) Se va a quedar en tu cuarto. Tenemos que hacer algo.

Rodrigo.—  (Por primera vez pone atención a algo que no sea su cabello. Se trata, supuestamente, de su cuarto).  Cómo crees, ¡por qué!

Ernesto.—  Está todo muy raro. Papá no la conoce, ni tampoco mamá. Qué tal si es una ladrona.

Rodrigo.—  (ante la idea de que algo emocionante pase en su casa) ¡Qué buena onda! (Pero reflexiona) ¡Y qué nos iba a querer robar a nosotros! ¿El radio, la tele? (Reflexiona) Bueno, eso sería terrible.

Ernesto.—  Quién sabe, a lo mejor resulta que es la verdadera madre de papá, y la que él pensaba que era su madre, era en realidad su tía.

Rodrigo.—  ¡Qué buena onda!... (reflexiona) Pero, ¿y si no?... ¡Si nada más es una tía lejana que viene a pedir asilo?... ¿Si es nada más una prima segunda! ¡Y si es nada más una vieja que no tenía donde dormir y se vino aquí a quitarme mi cuarto?

Ernesto.—  (Al público) Mi hermano, que no es nada tonto aunque lo parezca, al final tuvo razón. Resultó que mi Abus Lupita, pues no era pariente de nadie...  (Se queda viendo a su hermano, y este al público, a quien le habla en esta ocasión.)

Rodrigo.—  (Al publico) No, no era pariente, pero era muy chida.

Ernesto.—  (Al público) La abuela llegó para quedarse. Se quedó en mi recámara. Y yo, pues me tuve que quedar con mi hermanito. Eso era sólo el principio de los cambios. Ella vino a transformar muchas más cosas.

Salen Ernesto y Rodrigo.
Luego, en otra escena, otra noche, los padres de Ernesto dan las buenas noches a Abus Lupita, a quien vemos entrar en una recámara, con todo y maleta. Segundos después, sale vestida con un camisón para dormir y un gorro —siempre muy psicodélicos— y se despide de todos, no sin antes darle una muy chida  chamarra de piel negra al sorprendidísimo Rodrigo.

Abus Lupita.—  Buenas noches a todos. Buenas noches mis nietos. Ustedes, son mi verdadera familia.

La familia se queda de pie tras la puerta. Inmediatamente después de que Abus Lupita se “fue a dormir” se escuchan fuertes ronquidos. Todos abandonan el escenario.




MÁS RARA QUE UN PERRO AZUL

Han pasado algunos días.
Se escucha con gran intensidad una rola de Led Zeppelín o algo similar. La abuela  Lupita sale vestida a la usanza de los hippies de los 60 y arregla con entusiasmo la casa. La ayudan Ernesto y Rodrigo. Este último está feliz de ayudar a las labores de limpieza siempre y cuando haya música adecuada para hacerlo.
Ernesto se separa de la acción y trata de hablar al auditorio pero el sonido es tan alto que no lo hace sino hasta que le baja el volumen a la música. Abus Lupita y Ernesto se quedan congelados y luego siguen la acción en cámara lenta.

Ernesto.—  A mi abuela... aunque no lo fuera, todo terminamos por aceptarla...  Y eso que era “más rara que un perro azul”.
A principio, tratamos de buscar en toda la Unidad, a ver si alguien había extraviado a una tía, o a una abuela chiflada. Fuimos con el señor de la tiendita, que vendía todo lo que hacía falta desde la sala de su casa. Fuimos a la casa de doña Tolita, que vendía enchiladas suizas, de mole y verdes, para llevar. Nadie tenía idea. Recorrimos todos los edificios de la unidad, departamento por departamento. Fuimos a todas las casas. Bueno a casi todas porque a donde vivían los frutilupis, pues ni acercarse. Al final decidimos tomarle una foto a la abuela, la pegamos en un papel, le sacamos copias y la colocamos en todos lados. (Mientras dice eso, la abuela se sienta y Rodrigo le saca una foto) El anuncio decía: “Abuela perdida busca a su familia, Mayor información edificio H, departamento 502, los Santoyo”.
Como nadie respondió, pues decidimos quedarnos con ella. Eso sí, hay que decir que en realidad ella es la que se quedó con nosotros.

Ernesto va al aparato de música y se vuelve a escuchar una  muy prendida rola de Led Zeppelín. Sin embargo, la abuela y Rodrigo salen de escena muy serios.

NUEVO
ORDEN
FAMILIAR

Segundos después entran Ernesto y la Abuela muy  formales... y despliegan un letrero como si fuera un edicto. Ernesto y la abuela leen las nuevas disposiciones del régimen familiar. Don Rigo y Doña Lety llegan silenciosamente y se colocan al lado de las nuevas reglas. Doña Lety apenas puede cargar unas bolsas del mandado que no deja nunca en el suelo.

Abus Lupita.—  Tomando en cuenta las actitudes machistas, clasistas, reaccionarias y pequeñoburguesas que he observado en esta casa... y a partir del poder que me confieren, todavía, mi voluntad, mi memoria y mi entendimiento, he decidido presentar las siguientes normas para un Nuevo Orden Familiar.

Rodrigo aplaude. Don Rigo y doña Lety se miran sin poder creerlo y sin entender mucho del asunto.

Abus Lupita.—  (lee algunas de las normas) Los lunes le toca lavar los trastos al hombre más viejo de esta casa.

Rodrigo.—   ¡Bravo!

Don Rigo voltea a todos lados, apesadumbrado; y luego, enojado, se da cuenta de que él es quien lavará los trastos.

Abus Lupita.—  Los martes, el hombre de más edad en esta casa hará la comida.

Rodrigo.—  ¡Bravo!

Abus Lupita.—  Los miércoles los más pequeños de esta casa lavarán el baño, sacudirán los tapetes y barrerán y trapearán los pisos. Los jueves y los viernes, los hombres que vivan en esta casa lavaran la ropa, harán la comida y lavarán los trastes.

Rodrigo.—  ¿Los hombres? 

Don Rigo.—  Pero los hombres jóvenes, Rodrigo. Tú y Ernesto.

Abus.—  Bueno, y los fines de semana, podemos las mujeres de esta casa encargarnos de todo.

Don Rigo.—  Ah, ¿y por qué ustedes nada más los fines de semana?

Abus Lupita.—  Para equilibrar, chato. Las mujeres estamos encargadas de hacer todo, todos los días. Ya después habrá nuevos horarios, no te preocupes.

Don Rigo.—  Bueno, pues así, sí. (A doña Lety) Debe de ser comunista. Pero te aseguro una cosa. La vieja no va a quedarse aquí ni un solo día más. Estoy furioso, no la aguanto. La voy a correr ahora mismo. Ni pariente es, mugre vieja.

Doña Lety.—  Pero viéndolo bien, cariño... No me parece mala idea lo del calendario. Si todos ayudamos un poco en la casa todo se haría mejor y más rápido, y tendríamos tiempo de ir al cine, o de pasar más rato tú y yo solitos...

Don Rigo.—  ¡Tú crees?

Doña Lety.—  Pues, sí... ¡No te parece buena idea?

Don Rigo.—  No. No me parece buena idea. (A la abuela) Nadie le pidió que nos viniera a organizar la vida. Así que le voy a pedir que se lleve sus carteles y que se olvide de repartir las labores domésticas entre los hombres de esta casa. Las cosas seguirán como hasta ahora. Y san se acabo.

Abus Lupita.— (A don Rigo) Muy bien, ya entendí. (A doña Lety) No es justo que además de trabajar como él, seas la única que hace la limpieza. Debes defender tus derechos.

Rodrigo.— (se acerca a su madre y apoya a la abuela) Sí, no es justo Jefa. Uno debe defender las cosas en las que cree. (Se rasca un brazo en el que tiene una venda que hasta ahora no se ha quitado y debajo de la cual tiene un tatuaje de serpiente pintado con henna).

Doña Lety.—  A ver, a ver, a ver... Ya te dio a ti sarna, o ¿por qué te rascas?

Rodrigo.— ¡Cómo crees, Ma?  No es sarna... Es un regalo de la abuela. Sólo que no lo había querido enseñar, porque ustedes son los que parecen de la momiza...

Don Rigo.— ¿Cuál regalo? ¡Y a quién le llamas momiza? ¿Qué te regaló esta señora?

Abus Lupita.— ¡Le disparé un tatuaje! Pero no se preocupen es una serpiente de...

Don Rigo.— Ahora sí se va de aquí. ¿Cómo se atreve?

Abus Lupita.— Es un tatuaje temporal. Es de henna, se le va a quitar en una o dos semanas.

Don Rigo.—  ¡Una serpiente enroscada en una calavera! ¡Bueno!... Ya nos tenía fritos con la idea de que la carne roja, y el café y el azúcar refinada eran veneno puro. Ya nos tenía hasta aquí con sus prácticas de meditación y sus sonidos de loca: OMMMMM OMMMMM. Todavía se le ocurre venir a tratar establecer reglas en esta casa, y luego, hace que mi hijo se pinte en su brazo una serpiente del diablo. Usted es una enviada del mal. Es un demonio. ¡Está aquí para perjudicarnos!

Rodigo.— Bájale, papá. Ya, ahora sí te viste bien rucailo.

Doña Lety.—  No es para que te enojes, Rigoberto. Ten en cuenta que es una anciana que no le hace daño a nadie.

Don Rigo.— ¡No? ¡Y qué no te parece bastante lo que acabo de decir? Mire señora. Si usted se sigue metiendo con mi familia le voy a tener que pedir que se vaya de la casa.

Doña Lety.—  Cálmate. La vas a hacer llorar. (Lo lleva a una habitación fuera de escena, pero se escuchan sus voces). Ella sólo se preocupa por la familia. Sólo quiere que seamos felices.

Don Rigo.— Quiere destruirnos. Mira nada más cómo marcó a Rodris como si fuera una res. (Sale de la habitación y le grita a la abuela) Sí, usted. Ahorita mismo toma sus tiliches y se va.

Doña Lety.—  (Sale tras de él). Una semana nada más, ¿sí, mi vida? Y te prometo que vamos a dedicarnos a encontrar a su familia. Seguro vive aquí cerca en la Unidad. Pero como la abuela siempre está aquí encerrada... Déjala que salga, que le dé el sol, que se oree y ya verás cómo no habrá más problemas.

Don Rigo.— Está bien. Que se pasee por la Unidad. Pero que no se meta con mis hijos. Y nada de tatuajes. (A Rodrigo) Y te quitas esa serpiente.

Rodrigo.—  Pero papá. No seas cruel. En unas semanas se va a quitar.

Don Rigo.—  Te la voy a quitar con agua y jabón. Ven acá.

Rodrigo.— A ver... Alcánzame... Si puedes.

Salen corriendo del escenario. Detrás de ellos salen doña Lety, la Abuela y Rodrigo quien hace un gesto de complicidad con el publico.


LA LOCA DE LA BOLSA NEGRA

Vemos a la abuela Lupita caminando desenfrenadamente por un andador de la Unidad. Lleva arrastrando una enorme bolsa de plástico quizá negra evidentemente llena de basura. Tras de Abus Lupita van Rodrigo con un peinado muy punk y una pequeña bolsa de basura vacía. Más atrás viene el atribulado Ernesto, con una bolsa todavía más grande que la de la abuela.

Ernesto.—  Espérenme no sean gachos, ya alcé yo toda la basura que me dieron los niños del edificio G. Y tú, Ernesto, nada más recoges la basura de las chavas que te gustan y dejas que Abus y yo hagamos todo el trabajo.

Rodrigo.—  Y yo qué culpa tengo de que a mí las rorras me persigan hasta para darme su basura. Mientras la abuela se pasa regañando a las señoras que tiran cáscaras de naranja en el piso, yo aprovecho para entrevistar a las chicas guapas que tiran sus chicles en las coladeras.

Llegan a una esquina donde están como diez bolsas de basura.

Abus.—  Qué barbaridad. ¿Pero por qué la gente tira basura donde no va? ¡Qué falta de urbanidad! ¿Y se fijan?: estas bolsas son de una misma persona.

Ernesto.— Ya me saliste detectiva,  Abus.

Abus Lupita.— Son igualitas, ¿te fijas? Me dan ganas de escudriñar cada bolsita a ver si encuentro algún dato (nombre, dirección o teléfono) del mugroso que las tiró aquí.

Rodrigo.—  Uy, no se la acabaría. Pero yo la verdad no me atrevo a hurgar en la basura. Capaz que me sale un cocodrilo.

Abus.— Tienes razón. Vamos a llevarnos también estas bolsitas. Ah, pero si pesco al que las tiró... (Se dispone a recoger bolsas, pero algo a lo lejos llama su atención)  Mira nada más qué veo. Una señora está haciendo una fogata afuera de su casa. ¡Me va a oír!

Abus deja su bolsa en el suelo y camina furiosa a regañar a la vecina “que no vemos, pero imaginamos”. Rodrigo y Ernesto se quedan a cargo de levantar la basura que falta. Rodrigo, entusiasta, trata de meter todas las bolsitas en la bolsa grande que dejó Abus Lupita.

Ernesto.— (Ve la escena desde lejos)  Hay que reconocer que la abuela tiene mucha energía.

Rodrigo.— Es dinamita pura.

Ernesto.— El problema con la dinamita es que siempre causa problemas. Ya ves cómo se le pusieron el otro día los  dueños de los autos a los que Abus les puso letreros en sus parabrisas.

Rodrigo.—  Es que se pasaron de la raya. 

Ernesto.— Sí, ¡eso de adueñarse de las banquetas para estacionarse! No conocen límites. Empezaron poniendo piedras. Luego, hicieron unas jaulas como para pollos, pero en lugar de meter animales, pusieron ahí sus autos. Se sienten dueños de las áreas comunes.

Llegan Don Rigo y Doña Lety y se sorprenden de verlos recogiendo basura.

Don Rigo.—  Pero mira nada más qué bonito. No sabía que estaban trabajando en el servicio de limpia. ¿Por lo menos les pagan bien?

Rodrigo.—  Estamos concientizando a la gente, papá. Es que no entienden que debemos vivir en un lugar limpio.

Don Rigo.— ¡Concientizando!... ¿Dónde he escuchado eso? ¿Donde?... No serán las palabras de una anciana latosa que anda poniendo letreros por todas partes: ¡Mal estacionado! ¡No use las jardineras como basurero! ¡No permita que sus animales anden sin correa! ¡No lave sus ventanas a manguerazos! ¡No invada zonas prohibidas!... ¡Deberíamos prohibirle que saliera a la calle! Ya comenzaron a llegar a la casa quejas de los vecinos por culpa de la abuelita. Ah... pero mírenla aquí se acerca.

Doña Lety.—  ¡Y trae una cubeta! Nos va a poner a limpiar el piso, mejor vámonos.

Abus Lupita.— Son mis cosas y puedo hacer lo que quiera con ellas... Habrase visto.

Rodrigo.— ¿Qué tienes abuelita? ¡De qué hablas?

Doña Lety.— Ya acabó de enloquecer.

Abus Lupita.— ¡Son mis cosas y puedo hacer con ellas lo que quiera!... No me miren así, no estoy loca. Es lo que me dijo una vecina que estaba quemando sus revistas y periódicos afuera de su casa... Y todavía se enojó porque le arrojé una cubeta llena de agua... (Ante la mirada incrédula de todos) No a ella... No a la señora.  A la pira... ¡A la fogata que estaba haciendo!

Don Rigo.— ¿Y se le hace raro que se haya molestado?... Si usted aquí es la autoridad, ¿verdad? Usted es la que tiene que estar apagando fogatas, dándole de bolsazos a los señores, regañando a los niños...

Doña Lety.— Se han ido a quejar, Abuela. Qué no les importaba si era de nuestra familia o si era adoptada o robada o prestada. Que como vivía con nosotros, éramos responsables de usted y de las cosas que hiciera. Nuestro deber según los vecinos es hacerla entrar en razón. Detenerla.

Don Rigo.— Deje de meterse a donde no la llaman. ¿No se da cuenta de que los vecinos no pidieron que usted los ayudara?

Abus Lupita.— ¿No se dan cuenta de que viven en un muladar? Todo está sucio, todo está hecho un caos, nada funciona.

Doña Lety.—  Eso ya lo sabemos, pero no se puede cambiar a la gente.

Abus Lupita.— Claro que se puede. Es cuestión de ponernos de acuerdo; es por el bien de todos.

Don Rigo.— A usted no le corresponde cambiar nada. Y sin autoridad está cometiendo un delito al meterse con los demás.

Abus Lupita.— Muy bien. No se hable más. (A Rodrigo y Ernesto) Vámonos muchachos. (Refiriéndose a las bolsas de basura) Dejen eso ahí. Hoy... no vamos a meternos en asuntos que no nos corresponden. (Se va, pensativa)

Rodrigo.— Pero abuela. No podemos claudicar. ¡Abuela!

Don Rigo.— Claudi... qué...

Ernesto.— Claudicar, papá... Darse por vencido.

Don Rigo.— Yo tengo mucha hambre. Les invito unas tortas.





LOS SANTOYO, ADMINISTRADORES

En la sala de la casa de los Santoyo. Doña Lety, Don Rigo, Abus Lupita y Ernesto.

Ernesto.— (al Público) La abuela no se había dado por vencida... Todo lo contrario. Pasó toda la noche escribiendo una carta que pegó por la madrugada en cada puerta de los vecinos de la unidad. Uno de los más interesados en leer la cartita fue mi padre...

Don Rigo.—  (Lee una carta en voz alta) “Por medio de la presente se avisa que a partir de ahora, la familia Santoyo, del edificio H, departamento 102, será la que se hará cargo de la administración de la Unidad. Por lo que se solicita cooperación para el saneamiento de la misma”. Pero, ¡cómo se le ocurre decir que somos los administradores!

Abus.— Alguien tenía que hacerlo. Además, usted bien lo dijo. No teníamos autoridad. Ahora sí la tenemos. Y no le quitamos el puesto a nadie, pues no había administrador...

Doña Lety.— Es que nadie quería enfrentarse con la gente.

Don Rigo.— Sólo nos vamos a ganar más problemas.

Ernesto.— (Al público) Y así fue. Para empezar circularon los rumores de que estábamos pidiendo dinero porque de seguro queríamos hacer un fraude.

Don Rigo.— (A Abus) Ya vio lo que dicen de nosotros. Que somos unos vividores, unos rateros, que vamos a vivir a costillas de los demás.

Abus Lupia.— No se fije. Vamos a solucionar eso haciendo una lista de pendientes para todo lo que falta en la Unidad y con el costo aproximado de cada cosa. Ya verán si tienen manera de decir que nos queremos quedar con algo. (Ordena, militar) Rodrigo:  papel y pluma.

Rodrigo.—  A la orden, Abus.

Abus Lupita: Se necesitan focos.

Rodrigo.— (Repite algunas de las cosas que va diciendo Abus Lupita) Focos, claro.
Abus Lupita.— Se necesita pagar para que limpien las coladeras; darle una lana al señor basurero para que lleve las bolsas de desperdicios al camión que pasa por las madrugadas; llamar a la Delegación para que se lleve cinco autos chatarra abandonados; buscar una compañía de control de plagas, impermeabilizar los techos de los edificios, comprar pasto para sembrar, componer la bomba del agua que un día sirve y otro no. (Hace cuentas) ...Yo creo que si pedimos a cada departamento unos trescientos pesos mensuales, pues ya podremos ir haciendo algunas mejoras.

Don Rigo.— Trescientos pesos... Para lo que usted pide se necesita que cada departamento ponga al menos mil pesos mensuales.

Abus Lupita.— ¿Sí?... Se le hace poco trescientos. A ver. Usted será el primero en hacer la aportación.

Don Rigo.— ¿Yo? Cómo se le ocurre. Primero a ver si los demás cooperan...

Abus Lupita.— Claro que van a cooperar, yo me encargo de eso. (Sale de escena entusiasmada...   Pasan varios días en un segundo y Abus Lupita  regresa, abatida. Don Rigo no puede evitar una sonrisa de satisfacción: “tuvo razón”).

Ernesto.— (Al público)  Nadie quiso cooperar. Ni trescientos pesos, ni mucho menos mil. Sólo recibimos doscientos pesos del carnicero don Chava y de Estelita, la de la Estética. Sólo que con doscientos pesos a penas si nos alcanzó para comprar unos cuantos focos... y unos chicles... Y ya.

Abus Lupita.— No nos vamos a dar por vencidos. Vamos a pegar otra circular (Toma papel y pluma. Dice lo que escribe). “Aquellos vecinos que no tengan dinero para mejorar el lugar donde vivimos, pueden ofrecer mano de obra para hacer trabajos en beneficio de la Unidad”. (Da instrucciones, con energía) ¡Ernesto, Rodrigo, sus papás también!... ¡Manos a la obra!

Don Rigo.— ¿Qué mosca le picó? ¿Cuál obra?

Abus Lupita.— Vamos a poner nosotros el ejemplo. Vamos a destapar las coladeras.

Doña Lety.— Sí, es buena idea. Acá abajo hay una coladera repugnante. Hay ratas que parecen conejos... ¡Y huele que trasciende hasta la cocina!

Don Rigo.— Ni lo sueñe abuelita. Sabe cuántas enfermedades, cuántos cultivos de bacterias puede haber flotando en un caldo sucio y pestilente. Es repugnante. Yo no limpio nada.

Abus Lupita.— Pues por las enfermedades lo digo. A poco quiere exponer a sus hijos a enfermedades infectocontagiosas...
 Además, no vamos a limpiar con nuestra ropa de diario. ¡No! Vamos a ponernos botas de hule, cubre-bocas y guantes.

Rodrigo.— Y camisetas, y camisetas cortas verdad Abus. (Se sube la manga y deja ver su tatuaje de serpiente)  ¡Yo sí ayudo!

Doña Lety.— Y yo también.

Don Rigo.— ¡Y yo los veo!


Salen de escena y Ernesto se queda hablando con el público.
Cambio de iluminación. Sonidos de que reproduzcan el trabajo de la familia tratando de destapar la coladera. Martillazos, gritos, palos de escoba y ganchos y varillas contra el asfalto, agua que se mueve, más gritos...

Ernesto.— (Con un cambio de vestuario que indique que trabajó intensamente). Yo también trabajé. Incluso mi papá. Pero no sólo él,  también algunos vecinos que nos vieron sufrir de lo lindo nos ayudaron cuando nos vieron sumergidos en la inmundicia. El señor Chava, del edificio de enfrente tenía una pala y una carretilla. Así fue más fácil llevarnos el lodo y la basura. La coladera quedó destapada y por primera vez en dos semanas mi mamá pudo abrir la ventana de la cocina sin que se metiera el olor a alcantarilla.
 Eso fue el principio de la ayuda entre vecinos. La gente empezó a cooperar de a poquito. Algunos dieron pintura que les sobraba. Otros, focos sin usar para colocarlos en los pasillos. Otros más se ofrecieron a hacer trabajos voluntarios. Pero como nunca falta el pelo en la sopa. A veces verde... Una vez que ya estaban pintadas las paredes y puestos los focos, no faltó el que se pasó de listo y empezó a pintar las paredes con graffitis y a romper los focos a punta de resorterazos.

ABUS LUPITA,
DEFENSORA DE LOS DERECHOS DE LA  UNIDAD

Exterior. Abus Lupita persigue a un Frutilupis (Representado por el actor que haga a Rodrigo). Es un supuesto vago [en realidad es un hijo de familia desorientado, punk light] que viste de harapos y está cubierto con una gorra de lana, pantalones a la cadera, pantalones de campana que pisa al caminar. Trae una lata de aerosol y escribe “¡Soy el Memelas!” cuando la Abuela está a unos pasos atrás. Finalmente la abuela lo pesca y le quita el aerosol y amenaza con echarle pintura encima. El Memelas se hace bolita en el piso sin decir nada.

Abus Lupita.— Así te quería encontrar.  Me vas a explicar cuáles son los motivos de tu pésima conducta. Qué. ¡No respondes? A ver si en lugar de pintar que te gustan las memelas te pones a pintar las paredes a las que les hace falta mantenimiento. Burro. ¿A dónde vas. (El Memelas se va arrastrando hasta incorporarse y salir corriendo) Espérame que no te me vas a ir vivo.

Ernesto sale a escena y habla con el auditorio.

Ernesto.— Mi abuela siguió al Memelas hasta la zona prohibida; a las canchas. Ahí donde los frutilupis eran dueños de su territorio. Y ahí, frente a una docena de vagos que fumaban, oían música y bebían cerveza, mi abuela está ahora tratando de hacerlos entrar en razón.

Abus Lupita.— (Se escucha su voz mientras Ernesto se queda reaccionado frente al público). Pero si son sólo una bola de escuincles babosos. Cuántos años tienen. ¿Menos de veinte? Si apenas se nota que acaba de salirles el bigote.  ¿Qué les gustaría más?... ¡Ponerse a lavar las coladeras o sembrar el pasto?  (Silencio. Los frutilupis no contestan) Qué. ¿Les estoy hablando en suahili o en japonés antiguo?

Voz de
Frutilupis
apodado
La Liendre.—  Será mejor que te vayas de aquí, vieja. Este lugar es nuestro.

Abus Lupita.— ¡Ah, sí? Las canchas son suyas. ¿Me permiten ver sus escrituras?

La Liendre.— Ahorita mismo te las enseño.

Abus Lupita corre como una guerrera hacia donde está Ernesto y mientras se pone detrás de él saca de una bolsa unas tijeras para cortar pollo. El Frutilupis llamado Liendre [Que es otra vez el actor que hace a  Rodrigo, disfrazado] llega amenazante con una navaja).

Abus Lupita.— No te tengo miedo, ninguno. Ahorita vas a ver.

Liendre.— Aquí están mis escrituras.

Abus Lupita.— (Con las tijeras)  Pues estas son las mías.

Liendre.— (Se ríe de la Abuela y sus tijeras) ¿Y qué vas a hacerme con eso, Abuela? Ya tengo quien me corte el pelo.

Abus.— Ah, sí. Pues ahorita yo te voy a hacer otro corte mejor, con más estilo. (Persigue a La Liendre y los escuchamos afuera del escenario) Mira. Yo no tengo problema ni contigo ni con tus amigos. Si quieren quedarse ustedes con la cancha entonces tendrán que ganarla.
Voz
de El Memelas.— ¡Cómo que ganarla!

Voz de
“El Cigüeñal”.— No sabes con quién te metes, abuelita. Te vamos a dar tu merecido.

Abus Lupita.— ¿Eso creen?

Ernesto —que para entonces estaba en el escenario frente, al público— “sale” a auxiliarla. Se escuchan gritos, golpes y si se puede se ven manotazos de intensa pelea.  Segundos después, vemos salir a Ernesto todo golpeado y a Abus Lupita sin un rasguño.

Ernesto.— ¿Donde aprendiste a defenderte así, abuelita?

Abus Lupita.— En mis tiempos de beatnik. (Ante la cara de Ernesto) Fue un poquito antes de los hippies. A esos sí los conoces.

Ernesto.— Tú sí que sabes negociar. ¡Eso de pedirles que se ganaran la cancha en un partido de futbol!

Abus Lupita.— El que gane el partido será el dueño de la cancha y nadie se meterá después con el vencedor. Además, quedamos en que ganen o pierdan, tendrán una pared exclusiva para hacer gráficas.

Ernesto.— Gráffitis, Abus. Eso estaría muy bien si se le quita lo de exclusiva. A mí también me gustaría pintar unos dibujos en pastel, unos diseños de ciudades, unas catedrales, Abus. (Pausa, la abuela se queda absorta tratando de imaginar las pinturas mientras dice la palabra GRAFFITIS) Pero... ¿Y quién va a jugar con ellos? Todo el mundo les tiene miedo...

Abus Lupita.— Me parece que Rodrigo va a querer. Él es muy entrón.

Ernesto.— No lo creas. Bueno... Si él se apunta, pues yo también, pues. Además tengo el balón que me regalaste. Puede también entrar el hijo de Estelita y los gemelos del 301...

Abus Lupita.— Ya ves cómo no es tan difícil... Vamos a ganarles (salen del escenario).








LA GUERRA CONTRA
LOS FRUTILUPIS

Vemos unas gradas improvisadas en las canchas de la Unidad. Sale Rodrigo vestido de jugador de futbol con una camiseta corta que deja ver su tatuaje. Juega con un balón y hace algunas suertes. Llega después Ernesto y con dificultad trata de seguir el juego que le propone Rodrigo, pero Ernesto no es muy bueno que digamos. Rodrigo se va a la cancha, es decir, donde está el público y Ernesto, se dirige al mismo.
  

Ernesto.—  (Al público) Mientras llegó el día del partido hubo una especie de tregua con los frutilupis, que ya dejaron que las mejoras avanzaran en la Unidad. Los cambios empezaron a notarse. Dejó de haber tanta basura, limpiamos las escaleras, pintamos las paredes y la Unidad parecía otra. Ya no daba miedo salir por las noches. Se podía salir sin temor a caerse en una coladera destapada o encontrarse con una rata que saliera de la basura. Descubrimos también que podíamos pedir ayuda a la Delegación. Nos dieron materiales para impermeabilizar y ellos destaparon el resto de las coladeras y pusieron barandales en las jardineras. También nos felicitaron por poner a funcionar el reglamento de condóminos. Nadie sabía que existía un reglamento para vivir con los vecinos y nadie sabía siquiera que nuestra Unidad tenía nombre. Pusimos un letrero a la entrada con el nombre en letras rojas “UNIDAD 16 DE SEPTIEMBRE”.  Ahora lo más difícil de todo es el partido de futbol con los Frutilupis. La abuela aceptó hacerla de árbitro, y mi papá... de narrador del partido... Imagínense....

Ernesto se va a jugar a las canchas. Sale Abus Lupita con su uniforme de árbitro. Toca un silbato y se va al público. Doña Lety, vestida de porrista, salta sobre el escenario.  Luego, vemos al Cronista deportivo Don Rigoberto, quien narrará el partido que sucede entre el público:


Don Rigo.—  ¡Comeeeenzaaaaaaamoooos! ¡El partido de la copa oficial Libertadores de las Canchas! Transmitimos desde las canchas de la Unidad 16 de Septiembre! No cabe duda que aquí la emoción desborda los ánimos. Mucho más que un Chivas-América, Mucho mejor que un Pumas-Cruz Azul... Como si fuera en el Azteca... que digo... ¡Como si fuera en el Maracaná! ¡Los Comejenes de las Canchas, alias los Frutilupis contra los Restauradores aguerridos, alias los Relámpagos sincronizados! El árbitro pone la pelota en el centro de la cancha y el Memelas saca ventaja y corre hacia la portería de lo los Aguerridos sin compasión. Le da de patadas al hijo de Estelita y GoOOOOOLLLL! Del Memelas. (...) Saque de meta. La liendre se pelea con el árbitro, quien parece que le va a sacar la tarjeta amarilla por picarle el ojo a mi hijo Rodrigo... Pero más que eso debería expulsarlo... Vemos ahora a Ernesto que se acerca al balón, o mejor dicho el balón se acerca a Ernesto... Y no lo puedo creer... Goooooolllll  ¡De mi hijo Ernesto!  Hay empate Señores y Señoras... Saque de meta. El Memelas se la da al Cigüeñal, el cigüeñal, avanza sin que nadie lo pare. Se la pasa al Sope, el Sope al Cigüeñal y.... Goooollllll, del ¡Cigüeñal!.... Pero qué vemos... Parece que el árbitro se ha desmayado... Y a pesar de eso la Liendre toma el balón y se dirige a la portería enemiga y se acerca y GOOOOOOOOOOLLLLL, de la Liendre... pero, parece que tendremos que suspender el partido. El Arbitro, es decir... Doña Lupita se ha desmayado. Con todo, hay que decir que el marcador hasta el momento es Un gol para los Aguerridos y tres goles para los Frutilupis... ¡Qué partido!...

Ernesto y Rodrigo llevan en brazos a la fulminada arbitro al escenario. Se escuchan truenos que anuncian tormenta.

LOS ACHAQUES DE LA ABUELITA LUPITA

Estamos de nuevo la casa de los Santoyo. Abus Lupita está acostada en un catre en la recámara que ahora es suya. Sentado en el borde de la cama está Ernesto, quien se dirige al público. Don Rigo y Doña Lety entran y salen y traen remedios.

Ernesto.—  Lo peor de aquella tarde no fue haber perdido con los Frutilupis, lo peor es que la abuela se empezó a sentir mareada y luego, con la lluvia que empezó a caer, se empapó y después le dieron principios de pulmonía y ya no pudo levantarse. Corrió la noticia y la gente empezó a traer toda clase de remedios: que miel para la tos, vitaminas para las defensas; ungüentos y emplastos... Hasta el Memelas vino a ver cómo seguía la abuela y le trajo un remedio para la fiebre que le mandó su mamá.

Abus Lupita.— (Se levanta con todo y cobijas; va hacia la maleta y saca un vestido. Se le ve a punto de desmayarse, pero aún así trata de seguir con sus actividades). Ya estuvo bueno de tanta flojera. Hay que ponerse a trabajar.

Don Rigo.— No, señora. Es la fiebre la que la hace delirar. Acuéstese y no proteste.

Abus Lupita.—  Pero y la basura...

Ernesto.— Problema solucionado, abuelita.

Abus Lupita.— Pero hay que limpiar las coladeras.

Doña Lety.— Ya los de la Delegación nos van a ayudar.

Abus Lupita.— Pero y las canchas. Si los Frutilupis ganaron quiere decir que las canchas son suyas.

En ese momento llega Rodrigo con buenas nuevas...

Rodrigo.— ¡Qué pasó mi Abus!, ¿ya te sientes mejorcita?

Abus.— Estoy muy preocupada porque estos muchachos frutilupis se quedaron con las canchas. Eso no lo podemos permitir.

Don Rigo.— Son suyas, abuela. Las ganaron.

Doña Lety.— Con puras trampas.

Rodrigo.— Pues sí, pero parece que con todo y todo, lo del futbol sí les gustó. Quieren que les demos la revancha.

Abus Lupita.— No lo sé. Yo todavía no me siento muy bien como para otro partido.

Rodrigo.— Tu puedes ayudarnos con ayudarte a ti misma esta vez. a curarte. Duérmete y nosotros nos vamos a entrenar. (A Ernesto) ¿No, mi campeón?

Don Rigo.— Esta vez yo también voy a jugar. No sé, creo que puedo ayudarles a ganar el partido.

Doña Lety.—  De cronista quedas mejor, mi vida. Ven vamos a dejar que doña Lupita duerma un rato. Buenas noches, abuelita. Te vamos a dejar descansar

Abus Lupita.— Buenas noche, hija. Buenas noches a todos.

Don Rigo, Doña Lety y Ernesto meten la cama  donde está acostada Abus Lupita. Vemos la escenografía del inicio. La sala familiar. Ernesto, al publico.

Ernesto.— El partido fue una revancha digna de recordarse. Les ganamos a los Frutilupis uno a cero, pero les ganamos. Estaban tan ardidos que nos pidieron que siguiéramos jugando. Parece que se dieron cuenta que era más divertido ponerse a jugar que estar acostadotes sin hacer nada. Yo sugerí que organizáramos un torneo en el que cada edificio de la Unidad tuviera su propio equipo. A todos se nos hizo muy buena idea y nos pusimos a entrenar. Las canchas fueron de todos, igual que la pared de los graffiti, que está quedando como un museo al aire libre, con pinturas al pastel y ciudades fantasma y catedrales... Y claro, también algunos graffitis. En cuanto a la abuela... se recuperó poco a poco. Llegábamos a contarle de nuestros partidos  y de cómo la Unidad seguía muy bien, que a varios se les ocurrió poner letreros en las jardineras para que siempre las mantuviéramos limpias. Y varios se ofrecieron a ser los administradores luego que se terminara nuestro periodo.

Entra Rodrigo con un nuevo peinado: de punk pintado de rojo. Luego entra Doña Lety con una pesada bolsa del mandado, pero atrás de ella llega don Rigo con una bolsa todavía más pesada, pero no se queja. Mira el nuevo peinado de Rodrigo y hace un gesto de disgusto, pero no dice nada. La abuela sale recuperada, con una sonrisa permanente y sirve la comida. Todos se sientan a comer.

Don Rigo.— El próximo sábado va a haber junta para elegir al nuevo administrador. Los Ordóñez y los Roque están dispuestos. No saben lo difícil que ha sido para nosotros.

Doña Lety.— Lo dirás por ti, con todo y lo que has trabajado.

Don Rigo.— Dije nosotros, dije nosotros.

Ernesto.— Si no hubiera sido por la abuela estaríamos viviendo todavía en el desorden.

Don Rigo.— Muy bien dicho, Ernesto. En el absoluto caos. Que satisfactorio es que hayamos claudicado. Bonito tu peinado Rodrigo.

Doña Lety.— Qué hambre tenía. Qué rico le salió el postre, Lupita.

La abuela, siempre sonriente,  lleva los platos a la cocina.

Rodrigo.— Ni se te ocurra lavar los trastos, Abus. Esos le tocan hoy a Ernesto.

Ernesto.— Sí, sí, no me estoy negando.

Doña Lety.— Qué rara está la Abus Lupita, no creen. No ha dicho una sola palabra...

Don Rigo.— Sí... Eso en ella eso es como un milagro.

Rodrigo.— No sea así, pa. Acaba de salir de una pulmonía.

Don Rigo.— Sí. Se ve como más delgada, no creen. Eso sí, está muy sonriente.

Doña Lety.—  Cómo no iba a estarlo, los vecinos le han traído varios regalitos como agradecimiento de que ahora vivimos mejor.

Don Rigo.— Sí, nada más estoy esperando ahora a ver que se le ocurre. Nos va a seguir metiendo en problemas con sus planes descabellados... (Bosteza)  Bueno. No sé ustedes, pero yo me voy a tomar una siesta. Nos vemos al ratito.

(Se mete a dormir la siesta).

Doña Lety.— Sí. Ya que los niños están lavando los trastos. Yo me voy a hacer un nuevo corte de pelo con Estelita.  No me tardo.
(Sale)

Rodrigo.— Oye, má. Dile a Federico, al  hijo de tu peinadora, que nos vemos en las canchas. Hoy las tenemos nosotros para entrenar. Ya vámonos, Ernesto. Apúrate con los trastos.

Ernesto.—  Voy. Allá te alcanzó.

Rodrigo.—  Sale.

(Se va)

Ernesto termina de secar unos  trastos y se va. Abus Lupita entra a su recámara y luego sale con todo y maleta. Se pone un vestido de flores, un blusón psicodélico y abandona el escenario. Ernesto sale para hablar con el público.

Ernesto.—  De la abuela Lupita no volvimos a saber nada. Después de esa tarde en que la veíamos sonriente y callada desapareció, del mismo modo en que llegó. La buscamos por todos lados. Hablamos a los teléfonos de emergencia. Pusimos anuncios con su foto... pero nunca volvimos a saber de ella. Fue un duro golpe, aunque entendimos que posiblemente la abuela encontró a su propia familia o simplemente se fue a otro sitio donde la necesitaran más. Nadie jamás la olvidó en la Unidad 16 de Septiembre, e incluso bajo el nombre oficial, alguien escribió: “Unidad Lupita” Y así es como la llamamos desde entonces.

Fin

® Benjamín Gavarre
sogem

GENTE DE PRIMERA, de Benjamín Gavarre

En Amazon

Brisa de Luna, original de Homero Ríos

Brisa de Luna
Original de Homero Ríos
homero82@gmail.com

Coro:
Cesen los cantos de musas y arpías en ésta hora que se aproxima a la verdad, pues es momento de mostrar lo que se esconde a los ojos y oídos de los hombres; Los hechos y razones de aquellos que se encuentran más allá de la inmortalidad y los sueños de veranos e inviernos. Aquellos que conocieron la verdad y la amaron o aborrecieron en momentos de calma dentro de los designios del destino. Dentro de estos designios yace una historia, tan fantástica como la realidad misma, en que el amor, la verdad y la razón se unen en la completa y virtuosa calma, de la brisa de luna.

Escena 1
Primer acto: Concilio Veritatis

Tristán:

Los rosas son tan perfumadas como la mañana misma,
Así como tus palabras cuando no son dudosas,
Sonriente cuál virtuosa niña,
Embargas mi alma cual aguas tormentosas…

No, es decir, aguas tumultuosas, no…bastante tosco; Podría ser jocosas, fructuosas, dolosas. No, no es solo que rime. ¿Cómo podría mostrar mi afecto y amor cuando no puedo plasmarlo? Hay de mí que busco y no encuentro respuestas.

Giacomo: El secreto es, sin duda alguna, el conocer el arte de la seducción. Con tales conocimientos, podrían dominarse las correctas palabras para despertar en toda mujer el deseo y lujuria. Es sin duda una empresa tediosa, pero sus frutos valen la pena al final de todas las cosas.
Tristán: Se equivoca al suponer de ms intenciones Don Giacomo Casanova. No es mi deseo el despertar un deseo carnal en las doncellas de ésta sociedad; sino dedicarle unas palabras al amor de mi vida.
Giacomo: ¡Un desperdicio, mi valiente Tristán!,! Un completo desperdicio!, ¿No conoces acaso que el darle el corazón a una mujer es peor que venderle el alma al diablo?
Tristán: Para usted tal vez, que conoce lo amplio y ancho de toda ésta tierra. Conoce todo acerca de pieles claras y oscuras, acerca de cabellos que huelen a jazmín y a mirra; Bellezas de la lejana Noruega y Germania, de la Galia y Macedonia; Incluso las legendarias bellezas de Egipto y la extinta Persia. Pero para mí, no existe nada de esto. No existen mujeres, ni cielos o paraísos lejanos que cautiven mi vana mente, pues me he enamorado.
Diógenes: ¿En verdad esperas alcanzar la felicidad estando atado a esta irrealidad llamada amor? Recuerda que todos los placeres no son más que vanidad de éste mundo y no es de sabios acoger sentimientos tradicionales para nuestra persona.
Tristán: Y qué es lo que me sugiere maestro Diógenes, puesto que éste amor me anima y consume a la vez.
Diógenes: Róbalo.
Tristán: ¿Me insulta maestro?
Diógenes: Tú eres quien me insulta al dudarlo, habilidoso pupilo. Recuerda que todo es propiedad del sabio; Si tanto deseas éste amor, tómalo por la fuerza. Si tu motivo es acercarte al sol, aleja incluso a los monarcas para llegar a él, pues no existen títulos o nombres que se eximan ante la voluntad de la inteligencia y del hombre sabio.
Tristán: Es usted todo un cínico maestro, aunque esto para usted sea todo un cumplido.
Giacomo: Aflojemos ya las oraciones precarias, no vengan para mal mis queridos colegas. ¡Alphonse! Mi querido Alphonse; llegas temprano.
Alphonse: No hagas aseveraciones que requieran explicaciones Giacomo. Pues habría de blasfemar bastantes múltiplos antes de darte palabras coherentes… Conocí caminando por el parque a una exquisitez de jovenzuela, bueno, jovenzuelas…
Tristán: No creo sea necesario conocer más acerca de su ya desenfrenada rutina de vida Marqués Alphonse de Sade.
Alphonse: Imperioso, colérico, irascible, extremo en todo, con una imaginación disoluta como nunca se ha visto, ateo al punto del fanatismo, ahí me tienen en una cáscara de nuez... Mátenme de nuevo o tómenme como soy, porque no cambiaré.
Diógenes: ¿Tienes que repetirlo siempre como si fuese una doctrina?
Alphonse: Por favor, doctrina jamás; Pero una premisa del orden del universo, quizás.
Tristán: ¿Es necesario hablar de lo mismo siempre que nos reunimos?
Giacomo: Mi joven compañero Tristán tiene razón, además mi querido Alphonse, interrumpiste abruptamente con tu llegada una importante conversación acerca de una joven que nuestro valeroso compañero idolatra con todas sus fuerzas.
Alphonse: ¿Me dices que en verdad el joven Tristán gusta de las mujeres?
Tristán: ¡Ya no lo tolero!
Diógenes: Paciencia mi muchacho; recuerda que la verdad se esconde tras múltiples formas y corrientes de la moral y la ética, si crees en ello; o en el desenfreno y la picardía, como nuestro promiscuo amigo.
Alphonse: ¿Lo ves? Paz contigo mi valiente Tristán. ¿Anda dinos, quién es tu amada?
Giacomo: Venga mi muchacho, con confianza.
Tristán: Mis nobles señores, si tan sólo la conocieran. Sus cabellos son dorados como el atardecer, parecido al tono del sol cuando muere. Sus ojos son profundos, pues el Creador los hizo para ver a larga distancia, verdes como el jade y la turquesa. Sus labios, jamás se saben estar cerrados, pues su sonrisa hechiza a mortales y espíritus. Si tan solo su silueta no fuese tan perfecta, no se habría ganado la enemistad de diosas y ángeles; Mi corazón la ama, y solo sabe distinguir su voz, es por eso que vivo y muero, que me alegro y sufro; Pues no entiendo otro lenguaje que no provenga de mi amada.
William: En verdad que yo también conozco un poco de ello. Y sé reconocer a un cautivo del amor; Y tu mi joven te ves rodeado de cadenas, pues eres esclavo del afecto a una mujer.
Giacomo: Maestro Shakespeare, bienvenido.
William: William, te suplico Giacomo, estamos entre amigos.
Alphonse: Si, comienzan a llegar los aburridos adictos a buenas costumbres.
William: También me da gusto verte Alphonse… Y dime Tristán, ¿De donde es ésta joven? ¿Conoces acaso su nombre?
Tristán: Si, tengo ese pesar para mi alma, desde el momento que la vi en mis sueños conozco el nombre de mi condena, La princesa Anaid del reino de la Luna.
Diógenes: ¡Que acaso te has vuelto loco muchacho!
Alphonse: En verdad que no pudiste encontrar un trofeo más caro de conseguir mi joven héroe.
William: Así es el corazón del enamorado, y no existe religión, ética o ley para dominar sus ímpetus.
Giacomo: Pero veo que esto te pesa en el alma, ¿No sería motivo más bien para la dicha y el buen humor?
Alphonse: Eso es por que la respuesta involuntaria del humano hacia el amor consiste en el sufrimiento.
Diógenes: ¿Y en verdad éste asunto te aflige joven Tristán?
Tristán: Tan solo cada vez que tomo aire para respirar.
William: Entonces digo que resolvamos éste asunto para mi amigo Tristán, haremos de éste joven todo un príncipe que luzca por nosotros al lado de su amada Anaid.
Diógenes: Si bebiese vino brindaría por ello.
Alphonse: Pero cómo lo haremos mis decentes señores.
Giacomo: Con un poco de ingenio y locura por parte de éste Concilio Veritatis.
William: Y con la ayuda de éste recién llegado que completa el círculo de ésta comunidad. El más ilustre y reconocido soñador que jamás ha tenido éste concilio.
Julio: Disculpen mi retraso, terminaba en mi taller un modelo astrofísico y no vi pasar el transcurso del inclemente tiempo. Desconozco su misión, pero me la contarán en el camino pues sospecho será una completa y desafiante aventura.
Diógenes: Aseguro así será, anda, apresura tus pasos Tristán.
Tristán: Así lo haré, descubramos lo que Nix y el destino de nuestro Creador depara para nosotros, tan solo pedimos se apiade de nuestras almas.
Alphonse: Habla por ti valiente Tristán, habla por ti.

Escena 2
Primer acto: El palacio de la Luna

Anaid: ¡Extraños y melancólicos pensamientos que embargan mi mente!, Si tan sólo pudiese reprenderlos cual fuesen de carne y hueso, para así ya no soportar su cruel aguijón en mi delgado y frágil corazón. Pero esto es imposible para mí, al parecer, estoy condenada a sufrir en éstos parajes de magnificencia y desolación sin final.
Asídora: Tus palabras son tristes princesa Anaid. Indignas en gran manera para la hija de un rey.
Anaid: Disculpa mi querida Asídora, hablé de más y hablé en voz alta, pensando por un instante que éstas paredes son irreales, tanto como quisiera que fuese mi propia corona.
Asídora: ¿En verdad piensas ésas cosas princesa? Ignorando entonces los agradecimientos de todo el pueblo por un rey tan justo como lo es tu padre Júpiter, y por una hija tan bella que supera la antigua belleza de su madre la reina Némesis.
Anaid: Es por eso mismo mi leal compañía, que añoro más la libertad de los aires y de la tierra, que la brillantez de éstos barrotes de oro. ¿Por qué tiene valía superior una belleza inmóvil y rígida, a una que se mueve y siente y corre? ¿Acaso no es el sol un astro en movimiento? ¿Acaso Apolo no soltó las riendas de su carro a su hijo?
Asídora: Así es mi princesa, y así provocó una gran tragedia.
Anaid: De igual forma deseo mi libertad, noble Asídora. No es mi deseo levantarme en rebeldía contra mi padre. Pero deseo conocer las cosas que narran en cuentos que suceden allá abajo en la Tierra. Los héroes, y los monstruos, las estaciones, el viento; Cuantas y multiformes maravillas que el Superior decidió darle a la humanidad como regalo de naturaleza.
Asídora: Pero la que más deseas conocer, es el amor.
Anaid: No tengo el valor de responderte acerca de éste asunto, perdona mi constante flaqueza leal compañía, pero si te es posible interpretar mi melancólica postura, sabrás entonces de manera simple la noble repuesta.
Asídora: Reconozco que miento constantemente acerca de mi edad mi dulce niña, pero no temo reconocer que te he visto transformarte de una infanta a una radiante mujer. Y sé que deseas conocer el mundo, así como el amor que le es concedido a los mortales y que a nosotros los lunares nos es negada; Pero alégrate ahora, pues has sido invitada por la Reina Perséfone para que seas su doncella de compañía en la fiesta de cambio de estación allá en la tierra.
Anaid: No por favor, te ruego no bromees con mi corazón; ¿En verdad me aseguras que mi padre Júpiter ha aprobado esto?
Asídora: La tradición así lo dicta, has llegado a quince ciclos de edad y debes conocer la tierra por lo menos una vez en toda tu vida. ¿Y quién mejor sino la reina Perséfone para conocer éstas maravillas?
Anaid: Mi tristeza se ha tornado en alegría gentil compañía. Por fin sabré como se ve el mundo en verdad.
Asídora: Así será princesa mía; Conocerás grandes y maravillosas cosas. Pero guárdate de los sentimientos hacia los mortales. Recuerda que el amor no es un privilegio para nosotros los lunares, pero sí lo es el morir de pena.
Anaid: Descuida mi querida Asídora. Que en poca o gran medida, habré conocido la realidad de los mortales, para mi propio bien, o para mi propia infelicidad.


Segundo acto: Los bosques

Hanuman: ¡Guarden silencio! Sus majestades el rey Argento y la reina Afrodita demandan silencio para iniciar el círculo de reunión. Toma la palabra la reina Afrodita.
Afrodita: Escuchen mi voz criaturas de los bosques, de los ríos y las montañas; escuchen las palabras de su reina en éstas horas de gozo y penumbra. Como todos saben, nuestra diosa Perséfone ha demandado regalos para todos los hombres y mujeres mortales por la festividad de la primavera, y es nuestro deber obedecer sus órdenes, estamos aquí para deliberar la respuesta que le daremos a nuestra tierna madre. ¿Responderemos pues prontos y prestos?
Acuarios: Las ondinas de los ríos nos oponemos a los deseos de los superiores; no es sano luchar contra la razón y los deseos, y no traicionaremos los dictámenes de nuestros sentidos. Los mortales no se merecen nuestras misericordias reina Afrodita, usted lo sabe. Aunque nos duela desafiar a nuestra madre, nosotros nos oponemos a sus deseos.
Hanuman: ¿Se atreven a incitar sedición en el círculo?
Neso: No es sedición la voz de los grandes números, los centauros de los bosques también discrepamos la decisión de nuestra diosa. El hombre es traicionero e inconsistente en todos sus caminos, no merece ni la más pobre de las mercedes.
Acandros: Los silfos de los aires nos avergonzamos de Acuarios y de Neso; No está en el dominio de nosotros los siervos de los superiores el cuestionar sus designios; Ni siquiera el rey Argento cuestiona tales órdenes ni la reina Afrodita complica el fluir de tan divinos matices. Hermanos míos, si no se arrepienten de sus malos procederes, entonces nosotros no nos arrepentiremos de los nuestros en contra suya.
Neso: ¡Deja venir entonces tus bríos, cobarde, que te enseñaré en el transcurso un par de lecciones!
Hanuman: ¡Silencio! Apacigüen en definitiva sus ilusas amenazas, están en presencia de sus majestades.
Argento: Deseo hablar.
Hanuman: Queda la palabra en su majestad el rey Argento.
Argento: En realidad, deseo que hable quien en verdad posee sabiduría y claro juicio, de quien se dice es el maestro de las cosas inexistentes. Habla pues, Quirón.
Quirón: Si su majestad desea que hable, será para decir que apruebo el sentir de mi igual Acuarios, el hombre es cruel e indiferente ante las cosas de la naturaleza y la verdad. Pero a la sazón desapruebo la actitud del líder de las ondinas y el jefe de mi pueblo los centauros. Y por el contrario alabo las palabras del intrépido Acandros, el cuál reconoce el verdadero sentido de nuestra devoción hacia Perséfone la multicolor. Los animo hermanos, a que recobremos el correcto sentido de las cosas, para que la inescrutable verdad de las misericordias se revele a los mortales por voluntad de los superiores. ¿A quien obedeceremos entonces si no es a la voz de nuestros amos? ¿Los ignoraremos y nos convertiremos en nuestros propios guías? No mis hermanos, les aseguro que no existe libertad sin ley, ni orden sin verdad.
Acuarios: Perdonen mi falta de juicio, olvidé por un mortal instante la razón de nuestra existencia, el servir a los superiores. Bendito seas Quirón, por sobre todos los sabios. Apruebo la moción de la reina.
Quirón: Bendita sea tu humildad Acuarios, para reconocer los errores de juicio; Roguemos por que la raza de dioses y hombres sepan hacer lo mismo.
Hanuman: Y yo, Hanuman, emisario de las hadas, también doy mi consentimiento al círculo.
Neso: Pues no me cuenten entre ustedes necios, arderán en el Tártaro por esto, los hombres serán su ruina.
Afrodita: Olviden palabras de incoherencia en ésta hora y presten oído a la petición de nuestra madre.
Hanuman: ¿Y cual será el regalo que daremos a los mortales la noche de primavera?
Afrodita: Nuestra madre ha demandado la más gloriosa de las misericordias y la más cara para nuestro corazón, el amor.
Acandros: ¿Libremente lo daremos o aguardaremos instrucciones más especificas?
Afrodita: Consiente mi dulce Acandros en darla sin reservas y en abundancia, vuela por los cielos y muestra la gracia de tu credo. Fluyan mis hermosas ondinas y denle de beber imaginación y poesía a los risueños mortales, háganlos reír y llorar de sublime alegría; Corran mis centauros, con fuerza y coraje, inspiren con sus potentes pasos a los hijos de los hombres para lograr grandes cosas, y no den gracias medidas, sino cólmenlas para que sean saciados los amantes de la luz de día.
Acuarios: ¿Daremos sólo a los hijos de los hombres tan singular regalo?
Afrodita: En efecto, cuídense de no darlo a otras razas, no sea que la ira de los superiores sea para con nosotros. Corran entonces, de aviso en los montes y valles, cielos y mares; Digan que amaremos a los domadores de caballos, y los inspiraremos para amar.
Hanuman: La reina Afrodita ha hablado, que así sea.


Escena 3
Primer acto: Calles de Andralión

Julio: Qué te sucede mi querido Tristán, tus ojos lucen vidriosos y siento que tu alma luciría igual si pudiese verla, ¿Te a acontecido algo en el viaje? Te juro que intenté bajarle la potencia a los propulsores para evitar mareos.
Tristán: Descuida mi buen amigo Julio, es solo que mi corazón desespera desde que William y Giacomo partieron sin decir palabra, y Alphonse y el maestro Diógenes visitaron a unos colegas suyos creyendo tendrían noticias acerca de los lunares; Pero mi corazón además sospecha fatalidad y desánimo en ésta empresa.
Julio: No flaquees valiente héroe, recuerda que no es el miedo lo que desalienta a los grandes científicos y exploradores, sino es el desánimo lo que influye en las mentes de los poetas y los amantes. Recuerda éstas palabras cuando la frustración venga, pues no existen horizontes ni limitantes, sino sólo nuestra pobre y simple ignorancia.
Tristán: Te agradezco tus palabras de aliento gentil Julio; Tan solo espero que la demora ésta noche no sea demasiada. Mira, se acerca el intrépido Alphonse sagaz cual flecha en el aire.
Julio: Seguido torpemente por la ancianidad del cínico Diógenes…. ¿Qué noticias traes mi atrevido Alphonse?
Alphonse: Esperen en tanto doro un poco más la píldora, mientras recupero el aliento.
Tristán: Me parecen eternidades los segundos que espero por información de mi amada mientras recuperas el aire, Marqués de inmoralidades, anda ya dime, aunque te cueste más jadeos el hacerlo.
Alphonse: Espera un poco muchachito, pareces damisela virgen en apuros, dame oportunidad de tomar aire, ya que las palabras te gustarán.
Tristán: ¡Si estás hablando para quejarte, puedes hablar para decírmelo!; no sabía que la tortura también era parte de tu reputación….
Diógenes: Tu princesa se encuentra en la ciudad, no es necesario partir a tierras lunares, ya que la oportunidad se encuentra aquí y ahora.
Alphonse: Así es joven Tristán; Tu princesita estará en la fiesta que da la reina Perséfone ésta noche, si tan solo pudiésemos entrar, sería beneficio y ganancia tanto para ti como más importante, para mi persona.
Tristán: ¡Ha insensibles astros!, ¡Que se encuentran en la lejanía, si tan solo caminasen más lento para que existiese tiempo y oportunidad!
Giacomo: ¡Refrena tu lengua y no digas mentiras tales mi astuto héroe!
Diógenes: Gentil Giacomo has regresado.
Giacomo: Y con maravillosas noticias, ¿Han escuchado de la fiesta de la reina Perséfone?
Alphonse: Si, lo sabemos, también sabremos que ahí estará el amor pasional de nuestra tierna niña Tristán.
Tristán: Ignoraré eso Marqués. Lo sabemos mi fiel Giacomo, pero no podemos asistir sin invitación de la reina misma.
Giacomo: Pero desconoces entonces, que entre nosotros tenemos una allegado a la reina.
Julio: El maestro Shakespeare.
Giacomo: Y de tal forma a ritmo de tambor, el concilio Veritatis estará presente en la fiesta de primavera.
Tristán: Y yo a un paso de estar con mi amada. Apresuremos nuestros pasos entonces. Giacomo nos guiará para encontrarnos con nuestro bienaventurado William. Amor, espera un poco, que pronto te conoceré.

Segundo acto: Fiesta de Perséfone

Vocero: !Sus majestades la reina Perséfone y la princesa Anaid de las tierras lunares!
Perséfone: Espero te guste todo lo que hemos preparado para ésta noche mi dulce niña.
Anaid: Oh no tengo palabras su majestad, esto es aún más de lo que hubiese imaginado, la gente, los árboles, los caminos, las piedras, el aire; simplemente es….
William: Perfecto cuál belleza inmaculada delante de mis mortales ojos.
Perséfone: Maestro Shakespeare bienvenido sea a mi morada, cuán sublime sorpresa. Espere, permítame presentarle….
William: Todo un placer princesa Anaid, he escuchado tan solo maravillas de su persona.
Anaid: Maestro Shakespeare, es un honor, tan sólo espero poder cumplir con tan grande favor que hace a mi persona.
William: No mayor favor que hace en presentarse para con los mortales. Si duda alguna sus sueños debieron mostrarle un poco de todo esto.
Anaid: ¿Además de poeta, profeta maestro Shakespeare? Mis sueños han sido continuos acerca de estos asuntos, tiene usted razón.
William: ¿Y existirá entonces algún varón que se aparezca en ellos?
Anaid: Pues, en verdad, creo haber visto ha….
Perséfone: Suficiente querida, no es necesario intimar en éstos asuntos. Le agradezca su presencia maestro, ¿Me dedicará alguna oda en días cercanos?
William: Sería un placer para mí su majestad.
Perséfone: Maravilloso, con permiso maestro. Sígueme mi niña.
William: Pase su alteza….(Se aleja la reina) Y así es como se confirma una pasión desconocida por sueños de ambos; ¿Será entonces designio de los superiores que una lunar halle el amor entre los hombres? Sea entonces Tristán el destino en todo esto.
(A la entrada de la fiesta)
Julio: Al fin hemos entrado, pero debemos tener cuidado, pues muchos concilios extraños han sido invitados que nos aborrecen y desearían tener alguna falta para poder pelear. Me quedaré en la entrada, por si las cosas se ponen mal; recuerden, prudencia ante todo.
Diógenes: Yo me quedaré cercano a los troncos de los árboles, no hay mejor lugar para los hombres sabios. Que tengas suerte mi querido Tristán.
Giacomo: Y la tendrá maestro Diógenes, vendrá con Alphonse y conmigo para buscar a William y….
(Una turba de mujeres cae sobre el pobre Giacomo Casanova)
Alphonse: Tal suerte es la de los mujeriegos; Solo quedamos tu y yo muchacho. No te desesperes, te aseguro no haré ningún escándalo u obscenidad que pudiese avergonzarte. Al menos hasta que encontremos a tu amada, o nos topemos con una botella de vino.
Tristán: ¡Hay de mi vida! Debo encontrar a William cuanto antes o separarme de éste buscapleitos empedernido.
(Se separa entre la multitud)

(Entra William)
William: Por fin te encuentro, ¿Y Tristán y los demás?
Alphonse: Qué te puedo decir, el muy niña de Tristán corrió entre la gente; Giacomo está siendo consentido por una turba de ávidas jóvenes mientras Julio y Diógenes descansan sus penas uno en la puerta y otro en un árbol, sería irónico si no fuese patético. Yo por mi parte, voy a buscar alguna doncella de la vida alegre para enseñarle a jugar billar.
William: Deja tu sarcasmo para otra ocasión, que estamos en problemas, bastante serios si me permites decirlo.
Alphonse: ¿A que te refieres con eso?
William: Los concilios, los concilios de la Razón y de la Sombra también han sido invitados.
Alphonse: ¡Esos!, ¡Malvivientes, alborotadores rizos de niña!, Los voy a….
William: Precisamente, será imposible hacer esto sin ocasionar problemas; Debemos o huir o pasar desapercibidos, cosas que son inútiles en estos momentos.
Alphonse: Has tenido razón en tus palabras, cosa que me desagrada en demasía. Que la razón nos ampare si sucede una confrontación.

(Salen de escena y entra dos personajes)
Darius: Todo ha sido arreglado, la reina Afrodita nos dio instrucciones de entregar a los aires dones y misericordias de amor a los mortales.
Neso: Pero la injuria que se nos hace a nosotros lo moradores del bosque raya en el ultraje.
Darius: Mi familia está ligada a la tuya por lazos de siglos en el pasado. Dime qué es lo que deseas a cambio de mi libertad.
Neso: Le darás amor a la princesa Lunar.
Darius: Pero, Neso. Lo que me pides es la peor de las traiciones, no es de vivientes hacer tal cosa.
Neso: Decide pues Darius, tu conciencia o tu libertad. Sé honesto contigo y decide bien, tienes hasta la medianoche para hacerlo; Entonces….tendrás tu paga. Haz caer a la princesa, o serás tú quien caiga.

Tercer acto: Los jardines

(Lejos, en los jardines de Perséfone)
Tristán: Cuán sorda es la voz de la noche, que se ve opacada por cantos de grillos y lamentos de silfos. Los árboles callan como si no tuviesen voz propia para cantar a los montes. ¡Si tan sólo fuese yo como las piedras de los ríos, que jamás sienten, hablan o aman!, Las cosas serían mucho más simples, tan solo ver el agua correr de un lado a otro, jamás saber, jamás olvidar, tan solo existir; Entonces jamás sentiría éste dolor que siento, que me consume y que me carcome como carrizo en el fuego, como la inocencia de un niño, como esto y como lo otro, mil nombres para mil dolores que a la vez son la bendición de mi vida. ¡Si tan solo los demás mortales se dieran cuenta! Darse cuenta de la verdad, que no existen razones distintas para explicar la misma premisa, que el hombre no es nada cuando está solo, que un sueño puede alimentar mil creaciones.
¿Cuál es mi creación? Mi propia felicidad y alegría, ¿Es acaso mentira? Yo mismo soy mi propia mentira, pues eso soy cuando ella no está a mi lado. Y todo sería distinto, si pudiese verla, al menos por una vez.
(Se escucha un canto cercano)
¿Qué es ésta dulce melodía que llena mi alma y le da vida? Se oye como el canto de cincuenta ángeles de timbre bien afinado, pero a la vez un poco superior a ello. Ese sonido me cura y embelesa, ¿De donde provendrá?
(Espía al otro lado y se encuentra a la graciosa Anaid junto a una fuente)
Anaid: Cuánta alegría hay en mi alma, que me inspira a soñar con mis ojos abiertos, porque si los cierro, me perdería tanta magia que hay por todas partes. Soñé una noche que estaba sentada junto a una fuente, y que mis dedos tocaban la fría agua. Sonreía al hacerlo, hasta que apareció él. Imaginaba que lo amaba y que no podía vivir sin el, tan solo hasta que despertaba y veía que nada era real, sin solo un espejismo cruel que Morfeo me hizo ver.
Tristán: Solo hasta soñar de nuevo, para volverlo a ver.
Anaid: ¿Quien anda ahí, que perturba con dulce voz mis momentos de absurda melancolía?
Tristán: Disculpa mi delicada princesa, la confundí con alguien más a quien busco desde hace tiempo.
Anaid: ¿Y es virtuosa tal persona?
Tristán: Bastante debo decir, le agradaría mucho su majestad
Anaid: Disculpa que no te haya preguntado por tu nombre. Pero de cierta forma, creo que te conozco, ¿Es esto correcto gentil caballero?
Tristán: Podría ser, uno jamás podría decir “He visto esto por vez primera”, y después decir “Jamás lo he visto”, tal vez en alguna otra vida, o en sueños….
Anaid: Sueños, me parecería casi imposible.
Tristán: No hay imposibles su alteza, recuerde eso siempre, (dándole una rosa de la pared) Tal como ésta rosa, ¿Nació y creció en éste exacto punto y abrió en ésta noche sus pétalos sólo para que yo se la obsequiara? Podría ser posible, que todo sea un gracioso juego del destino.
Anaid: Gracias por el noble gesto caballero, sin duda alguna le dices las mismas y exactas palabras a toda doncella que topas en tu camino.
Tristán: Sólo a las que encuentro en bellas noches de primavera sentadas en una fuente.
Anaid: En verdad eres gracioso, me agradas. Dices que buscabas a una persona, ¿Podrías describirla?
Tristán: Cómo si fuese dogma de fe mi princesa; Sus cabellos son dorados como el atardecer, parecido al tono del sol cuando muere. Sus ojos son profundos, pues el Creador los hizo para ver a larga distancia, verdes como el jade y la turquesa. Sus labios, jamás se saben estar cerrados, pues su sonrisa hechiza a mortales y espíritus. Si tan solo su silueta no fuese tan perfecta, no se habría ganado la enemistad de diosas y ángeles; Mi corazón la ama, y solo sabe distinguir su voz, es por eso que vivo y muero, que me alegro y sufro; Pues no entiendo otro lenguaje que no provenga de mi amada.
Anaid: ¿Y donde podrías encontrarla?
Tristán: ¿No lo sabe su alteza?, Ya la he encontrado, se encuentra….justamente, aquí (Señalando el espejo de agua de la fuente en el que e refleja la princesa).
Anaid: Ahora lo recuerdo. Eras tú; tú eras quien estaba en mis sueños.
Tristán: Y tu eres princesa, a quien he esperado toda mi vida.

(Se oye a la lejanía las campanas de media noche, el momento de la impartición del amor)
Media noche avisan las campanas, la hora de los mortales repica fuertemente anunciando la verdad de las cosas.
Anaid: ¿Qué puedo decirte que no conozcas ya Tristán, héroe de campos y prados?
Tristán: Si tu corazón acepta unirse al mío.
Anaid: Eso es imposible noble Tristán, pues mi corazón lo robaste en sueños, hace mucho tiempo.
Tristán: ¿Te lo devolveré entonces para tener mi respuesta?
Anaid: Te daré mejor mis labios y mis manos, para que hagan juego con el alma de mi amado.
(Sellado es entonces por un beso)

Cuarto acto: La afrenta

Alphonse: Y de ésta forma mis delicados pupilos momentáneos, es como se debe usar apropiadamente un baño público….
William: ¿Qué haces?
Alphonse: Además de ya estar ebrio, entretengo a la multitud.
William: Deja ya eso, debemos encontrar a Tristán y salir de aquí.
Edgar: Miren a quién tenemos aquí, pero si es el enfermo pecaminoso y el poeta trágico de segunda.
Alphonse: Saludos Edgar, que bueno verte, ¿Aún sigues escribiendo acerca de pajarracos terroríficos y relojes de ultratumba? Por cierto, ¿Cómo está tu tía?
Dante: Te pido no agobies a mi compañero, le provocan jaquecas muy fuertes.
William: Señores, les pido dejemos nuestras rencillas a un lado para tener una velada pacífica.
Wolfgang: Descansaré hasta que te vea atravesado con algún objeto de poco filo.
William: Barón de Goethe, he hablado pacíficamente y se me a devuelto duplicada la ofensa. No existe perdón a esto; Les advierto, aléjense de prisa o tendrán que pedir perdón a Radamanto en el vallado del Hades.
Platón: ¿Pedir perdón a pusilánimes inútiles como son el Veritatis? Todos ustedes son una vergüenza para lo noble y bello de éste mundo; Los fracasados y exiliados de entre nosotros, ojalá las sombras retiraran su absurda existencia y borrara de nuestras mentes que alguna vez existió gentuza como ustedes.
Diógenes: Como amo de esclavos has hablado, frágil Platón, y como amo de esclavos sufrirás.
Julio: ¡Maestro Diógenes, espere!
Giacomo: ¿Qué ha acontecido?
Diógenes: ¡Levanten las armas en contra de los villanos!
Alphonse: ¡Que se derrame la sangre de los tiranos!
Dante: ¡No habrá purgatorio para ustedes ratas, sino sólo el infierno!
Diógenes: ¡Vengan y caigan! Goethe, Alighieri, Poe, Platón, Midas y Grocio. ¡Caerán junto con nosotros!

(Se preparan para luchar, entonces, son interrumpidos)

Tristán: ¡Ayuda!, ¡Socórranla!, ¡Auxilio!
Giacomo: ¿Qué sucede Tristán?
Tristán: ¡Cayó, cayó en mis brazos!, ¡Sus labios se han vuelto fríos!
Giacomo: Aún respira, sigue viva, pero la vida se le va en suspiros.
William: La reina, ¡A un lado, que se acerca la reina!
Perséfone: ¿Pero qué ha acontecido? ¿Pero qué ven mis ojos?, Hanuman, revísala ¡Pronto!
Hanuman: Es claro, la princesa ha caído enamorada.
Perséfone: ¿Pero cómo pudo suceder eso?, ¡Que hable el responsable de esto!
Guardia: Mi reina, hemos encontrado a éstos dos cerca de donde estaba la princesa.
Perséfone: Si valoras tu vida dime la verdad.
Darius: ¡No ha sido mi culpa su majestad, éste centauro me ha obligado a hacerlo!
Neso: No tengo nada de qué avergonzarme. Así entenderán, con la muerte de ésta lunar, que no se debe dar el corazón a cualquiera, mucho menos a un simple mortal.
Perséfone: Quítenlos de mi vista y ejecútenlos inmediatamente.
(Se acerca a la princesa que yace inconsciente)
Perséfone: Hay mi dulce niña, si tan solo fueses de otro lugar que no fuera la luna, si tan sólo el amor no pudiese matarte, ¿Qué le diré a tu padre Júpiter? , ¿Qué dirá cuando sepa que morirás de amor? Cuántas cosas no verás ni vivirás a causa de…. ¿De quién se enamoró?
Tristán: Yo soy el responsable su majestad, pues ella es mi amada.
Perséfone: (Lo abofetea) ¡Tu tienes la mayor parte en todo esto!, Que los dioses maldigan el día que naciste; Porque privas del universo a su flor más preciada. Lárgate de Andralión y del recuerdo de los dioses y hombres, porque la vida será tu peor castigo, y recordarás con amargura tu osado atrevimiento, y rogarás alivio y no lo encontrarás mortal. Lárgate ahora, antes de que cambie de parecer.
Tristán: Obedezco, su majestad.


Escena 4
Primer acto: en el concilio
Giacomo: Cuánta pena hay dentro de tus labios guardada desde nuestra salida de Andralión; Si tan solo pudiese salir el dolor sería más llevadera ésta carga.
Diógenes: Deja al pobre muchacho Casanova, la verdad es que si el hombre posee alma, a éste se la ha ido muy lejos.
Alphonse: La culpa es algo difícil de llevar, por ello siempre huí de ella toda mi vida. No puedo imaginar lo que será el que te embargue por completo todo tu espíritu.
Julio: Pero hablan como si la princesa estuviese ya muerta, aún debe haber tiempo para algo; Alguna solución, no puede morir de tan horrendo modo y tan simple razón.
William: Pero de todas formas morirá. Buenas razones existen para las prohibiciones en éste mundo; Si tan sólo el cruel destino fuese de otro modo, sería más misericordioso que éste fatal desenlace.
Diógenes: Aunque aún existe una sola posibilidad.
Giacomo: ¡Calla anciano!
Tristán: ¿Qué ha dicho maestro Diógenes?
William: Nada, resulta que éste viejo ha perdido la razón.
Tristán: No me insulten con ignorancia, ¿Qué es lo que saben?
Diógenes: El tiene derecho a saber, y todos ustedes lo saben.
Alphonse: Si es ésa la última respuesta, inclusive yo diré que es una completa y mala idea
Tristán: Les ruego, si existe una oportunidad para salvar a mi amada, díganmela ahora, no sea me muera de tristeza de un momento a otro.
William: No Tristán, no es la oportunidad de salvar un alma, sino de condenar a otra. Te ruego no consientas en ello, como amigo, te ruego no lo hagas.
Tristán: Mi destino fue sellado desde que mi amada cerró sus ojos, no tengo nada que perder en éste mundo.
Alphonse: La salvación, si es que crees en ella.
Julio: No tengo el valor para escuchar esto.
Giacomo: No es valor sino voluntad lo que se requiere.
William: Dígale entonces cuál es su única esperanza maestro Diógenes.
Diógenes: Sólo hay un solo ser que podría ayudarte en éstos momentos, pero sólo si es su voluntad el ayudarte y si recibe alguna ganancia en ello.
Tristán: ¿Y quien es éste lúgubre personaje que tanto les aterra y hiela la sangre?
Giacomo: No mencione su detestable nombre en éste lugar.
Alphonse: Es necesario para que entienda a qué se enfrenta.
Diógenes: El ha sido el único que ha sido expulsado del concilio en toda su historia, allá en la edad primigenia, aún cuando yo tenía poco conocimiento. Fue el más traicionero y extraordinario miembro que éste concilio ha tenido en sus filas.
Tristán: ¡Diga su nombre y que descansen las tumbas!
Diógenes: Su nombre es Lucifer, el príncipe de las tinieblas.

Segundo Acto: Sueños

Anaid: ¿Que significa toda esta naturaleza de irrealidad?, ¿Acaso ya he muerto y me encuentro en la tierra de mi ancestros? Esto es tan apacible que podría acostumbrarme a una eternidad.
Hanuman: No estás muerta, aún no llega ese momento, pero llegará a final de cuentas.
Anaid: Entonces dónde me encuentro, ¿En el vacío abismal?
Hanuman: Estamos en medio de dos mundos, ni muertos, ni vivos; Tan solo pensantes que flotamos fuera de toda angustia y dolor, casi el final perfecto para la extinción de toda vida.
Anaid: Creo reconocerle, ¿No es acaso usted Hanuman el siervo de la reina Perséfone?
Hanuman: Hanuman es mi nombre, y soy heraldo de las hadas y de los dioses; de Perséfone, y también de Afrodita, y de Argento, de Prometeo, inclusive de tu padre Júpiter. Soy en fin el mensajero de todos los dioses menores, y ésta es mi tierra natal.
Anaid: ¿Podría mostrarme el camino para salir?
Hanuman: ¿Porqué?, ¿Porqué querrías salir de éste lugar?, Aquí podrías permanecer para siempre si así lo quisieras, donde las cosas no se envanecen ni los astros mueren, sino que todo es una infinita y completa serenidad y calma.
Anaid: Agradezco su interés, pero alguien me espera en la Tierra.
Hanuman: ¿Te refieres al valiente Tristán? La reina Perséfone lo a desterrado de Andralión y de toda Gea a los recintos intemporales a causa de tu pronta muerte; no hay nadie que te espere en la Tierra así que no te preocupes por ese insignificante detalle.
Anaid: ¿Mi amado sufre desprecio por mi causa? Con mayor razón debo salir de éste lugar.
Hanuman: Se lo he dicho princesa, no es posible salir de aquí, no existe otra salida dela muerte, usted se enamoró y morirá por ello.
Anaid: No he conocido un corazón tan frío como el suyo, que no sienta ni se preocupe por otros.
Hanuman: Le ruego no me juzgue mal princesa Anaid; Mis procederes serían otros si de mí dependiera, pero nací para servir y acatar la voluntad de otros.
Anaid: ¿Y me diría por misericordia qué es lo que haría si de usted dependiera todo esto?
Hanuman: Las reglas no prohíben eso, soy libre de decirlo; Juro que haría lo posible por reunirla con su amado, ya que me parece un insulto el negarle el amor a toda una raza por mero capricho de los superiores. Traicionaría su confianza para hacer cumplir lo justo y decente en cuanto al amor de una lunar y el más valiente de los mortales.
Anaid: ¡Ayúdeme entonces! Escúcheme y atienda a las palabras de verdad. Su corazón reconoce lo que es correcto, atienda a su llamado.
Hanuman: Aunque lo desee con todo mi corazón, no puedo hacerlo.
Anaid: Calla entonces, espíritu engañador, y aleja tu atención de mí. Deja que mi alma se corrompa en el olvido de las cosas, y carga con ello en tu divina e inmortal consciencia; Que le negaste tu ayuda a un alma esclava para ganar su libertad sino que la sumiste en la más profunda de las mazmorras de la ignominia y desesperación tan solo por un ridículo y agobiante código que solo tu, espíritu ciego, eres capaz de seguir.
Hanuman: Duras son tus respuestas joven lunar, dignas de un alma libre y no de una esclava como te han hecho creer. Dime ahora, con toda franqueza y honestidad, ¿Estás dispuesta a deshacerte de tu prenda más importante tan solo por el amor?
Anaid: Ahora que lo conozco, me doy cuenta que ha valido la pena hasta ahora, y no escatimaré cualquier cosa para reunirme con mi amado en ésta vida en la próxima.
Hanuman: No contestaste mi pregunta satisfactoriamente….
Anaid: Si, es mi respuesta, dime tu precio, espíritu que se asemeja a la carne, y lo pagaré gustosa. Si es mi respuesta, óyela con claridad, que son las palabras de un alma libre.
Hanuman: Muy bien, escuché con claridad, eres una digna hija de tu madre Némesis. Escucha ahora tú con suma atención, no te es conveniente ignorar a un espíritu; Cuenta la historia que tu pueblo llegó hace muchos años atrás a las regiones lunares con un tesoro que no era suyo. Dicen que les robaron a las sirenas su canto de belleza y las dejaron con nada más que alaridos de mera locura. Decididas las sirenas entonces a no dejar el asunto sin resolver, maldijeron ante los superiores al pueblo lunar, diciendo que jamás conocerían el amor, pues el día que lo conocieran sería el día en que morirían. Desde entonces tu pueblo ha sido un pueblo bello y orgulloso, pero maldecido a fin de cuentas; Esto es lo que te propongo hija de Némesis y Júpiter. Entrégame tu voz, que es tu prenda más valiosa, y jura por la vida de tu pueblo que jamás volverás a tocar las regiones terrestres si volvieres a la vida, de ésa forma regresarás con tu amado Tristán y les devolverás la alegría a los superiores.
Anaid: ¡A mi sincero heraldo!, ¡Por qué poco monto venden ustedes los celestes la felicidad a los enamorados! Considera entonces un trato entre tu y yo ilustre Hanuman. Aunque pierda uno de mis sentidos, atenderé con mis otros cuatro al valiente y esforzado Tristán.
Hanuman: Promete entonces que así será.
Anaid: Lo juró por mi pueblo y por el amor que le tengo a mi amado.
Hanuman: Suficiente entonces para mí y para los superiores. Que seas feliz entonces dulce niña. Hecho está.

Tercer acto: Pandemónium

Tristán: He navegado largo tiempo por estas malditas lagunas, mi mente divaga ya, como si hubiesen pasado años desde que inicié éste penoso viaje. Pagué mi pasaje en el Aqueronte a su miserable barquero, el condenado Caronte; era tanto su asombro al ver a un vivo entre los muertos, que me obsequió la lira de Orfeo para aplacar al salvaje Cerbero. Ya estoy cerca, no hay duda de ello, los vapores y azufre me sofocan, pero no puedo rendirme, no debo darme por vencido, por el bien de mi amada debo regresar triunfante de mi empresa, regresar triunfante o jamás hacerlo.
¡Escucha mi voz! Antiguo ser de las regiones celestes, ahora caído y condenado a la oscuridad, no soy lacayo tuyo, sino me considero tu igual, antiguo ser que perteneció al concilio Veritatis.
Lucifer: Eres en verdad atrevido al decirme tales cosas en mi propia casa.
Tristán: Sé lo que eres, y sé lo que fuiste; No es necesario ahondar en trivialidades sin importancia. Te propondré un trato y tú lo aceptarás o lo rechazarás.
Lucifer: Supongo que has tenido bastante tiempo para pensar lo que habría de decirme, de ninguna forma deseo desairarte, prosigue entonces, ¿Cuáles son tus términos?
Tristán: Deseo liberar el alma de mi amada.
Lucifer: ¿Se encuentra en mis dominios?
Tristán: No, aún no muere, pero pronto lo hará.
Lucifer: ¿Y cuál es el origen de tu amada?
Tristán: Es la princesa del pueblo de la Luna.
Lucifer: Esa raza no desciende a estos lugares, no me concierne su destino, ¿Qué tengo que ver yo en todo esto?
Tristán: Porque no vine buscando al amo de las tinieblas, sino al antiguo guardián de la verdad del concilio Veritatis.
Lucifer: Has errado entonces en tu viaje pequeño e insípido mortal, esa parte de mi ya murió hace tiempo.
Tristán: Entonces no querrás recuperar aquello que los antiguos te quitaron hace tanto tiempo, cuando se negaron a entregártelo diciendo que era su indemnización por todos tus males y fechorías.
Lucifer: ¿Me dices que tienes en tu poder?….
Tristán: Como lo imaginas antigua serpiente; Dame a mi amada y te entregaré tus tres pelos dorados.
Lucifer: No eres nada ingenuo hijo de hombre; Pero lo que me pides es imposible, no tengo poder sobre los lunares….
Tristán: Lástima, entonces jamás verás tu preciado tesoro.
Lucifer: No, espera….Existe un modo de hacerlo. Pero es arriesgado en demasía.
Tristán: Dame lo que busco, jura que cumplirás tu palabra y te daré tu tesoro.
Lucifer: ¿Confías en el rey de los demonios?
Tristán: Te repito, vengo en busca del colega, no del homicida.
Lucifer: Tienes valor mortal; Eso me gusta, esperaría que la mayoría de los hombres tuviese al menos un poco de tu valor al enfrentar sus propias fatalidades.
Tristán: Espero tus instrucciones, después de jurarlo.
Lucifer: Lo juro entonces, por la fidelidad que alguna vez tuve al concilio. Hablaré con mi hijo Hades, le prohibirá la entrada a su reino a tu amada por un día, se te devolverá y será tuya, si puedes lograr que proclame su amor por ti sin el influjo de las misericordias de Perséfone, solo entonces se quedará contigo y yo no te deberé nada.
Tristán: De buen grado hago trato con el diablo, si tus palabras son ciertas, entonces te daré tu tesoro al instante.
Lucifer: Y si no lo haces te haré sufrir grandes tormentos.
Tristán: Hecho está, nos veremos entonces príncipe, disfruta de tu reino, y yo disfrutaré de mi amada.

Cuarto acto: Concilio Veritatis

Diógenes: Ha tardado ya demasiado en el inframundo, temo por su alma que haya conocido la corrupción de las regiones oscuras.
William: Debemos tener fe en la pureza de su alma, sólo así podría atravesar el infierno y salir ileso.
Alphonse: ¿Aceptaría Lucifer el trato?
Giacomo: Lo único que iguala a su maldad infinita es su codicia. Tan sólo espero Tristán se haya mostrado prudente.
Tristán: Más que eso, he vuelto triunfante de los caminos del Hades.
Diógenes: ¡Has vuelto gentil muchacho!
Alphonse: ¡No puedo creerlo, sigue vivo!
Tristán: Se requiere algo más que un adversario eterno para aplacar mis planes; Mis sufridos compañeros, he vuelto triunfante.
William: ¿Entonces aceptó el trato?
Tristán: Si, y me ha ofrecido una proclama para liberar mi alma y estar con mi amada.
Giacomo: Ten cuidado mi querido Tristán, recuerda lo que le pasó a Orfeo, es mejor andarse con cuidado si pactas con el diablo.
Tristán: Te aseguro, gentil Giacomo, que ahora estaré con mi amada por siempre.
Julio: ¡Un mensajero! Un mensajero ha traído esto, el sello se abrirá tan sólo para Tristán.
William: Qué esperas muchacho, ábrela.
Tristán: Mi valentía se tornó en flaqueza por un instante…..Es de mi amada, el sagaz Hanuman le ha otorgado fuerza suficiente para darme un día con ella, Un día, es más que perfecto, con el hechizo de los infiernos dirá que me ama y será mía para siempre; Me espera en los campos gemelos de la Luna. Debo partir enseguida….
Julio: Nos daremos prisa entonces, he acabado de construir un barco de oro con velas de plata y propulsores de escarcha, sin duda nos llevarán rápido y seguro hasta la Luna.
Diógenes: ¡Apresurémonos entonces! Apróntenme mi báculo.
Giacomo: Traeré los abrigos….
Alphonse: Traeré yo la comida.
William: Esperen colegas míos.
Giacomo: ¿Qué sucede poeta William? Deja ya de filosofar que debemos irnos.
William: Precisamente; Recapaciten por un instante, éste viaje no es nuestro, le corresponde sólo a éste dulce enamorado el partir.
Tristán: Espero puedan comprender; pero esperen por favor noticias mías, fábulas de mis aventuras, pues es probable que no regrese más.
Diógenes: Es cierto, no puedes regresar a la Tierra, y los recintos intemporales no serían ya lugar para ti. Corre entonces, valiente Tristán, corre antes que la despedida se haga difícil.
Alphonse: Corre Tristán, y persigue tu sueño, que te está esperando cruzando el espacio.
Giacomo: Pero recuerda que estaremos contigo, al menos en nuestra esencia.
William: Corre, amante enamorado, y alcanza tu felicidad.
Tristán: ¿Así de insípido será nuestro adiós?
Julio: Así de insípida era nuestra existencia antes de tu llegada. Toma mi barco, y navega derecho sin mirar atrás, y así llegarás sin demora a tu cita soñada.
Tristán. Hasta luego entonces, sabios de la humanidad, ¡Nos veremos más allá en la eternidad!
William: Que Dios te guarde, mi joven, que Dios te guarde.




Quinto acto: En la Luna

Tristán: Debo darme prisa, el plazo que me dio Lucifer casi termina y aún no visto a mi amada Anaid.
Hanuman: Has llegado finalmente príncipe de mortales.
Tristán: Debes ser Hanuman, gracias por toda tu ayuda en éste asunto. Pero perdona mi urgencia, ¿Dónde está mi princesa?
Hanuman: Avanza allá adelante, ahí encontrarás tu destino.
Tristán: Gracias genio de las flores, te recompensaré después, cuando haya más tiempo.
(Avanza y entra a una habitación, donde se encuentra la princesa dormida)
Ha mi dulce princesa, tu rostro tan apacible me tortura a jamás despertarte, para que éste momento durase una eternidad, pero es necesario que te despierte; Para poder escuchar tu dulce voz, para poder escuchar que me amas y así estar juntos por siempre.
(Abre sus ojos)
Has abierto tus ojos mi dulce amor. No te muevas, no deseo que gastes energías sin necesidad. Oh cielo de mi vida, eres tan bella como la primera vez que te vi, tus ojos, tus labios. Tan solo escucha, hice un arreglo con uno de los celestes, o por lo menos alguna vez lo fue, lo único que tienes que hacer es proclamar que me amas y así estaremos juntos por siempre….
¿Qué sucede mi princesa? ¿Por qué no me respondes? Tan solo dilo en tus dulces palabras y todo estará hecho, estaremos juntos por siempre, envejeceremos juntos y haremos que los cielos brillen más y de mejor manera sobre nosotros.
¿Qué sucede mi amor? ¿Por qué lloras? Todo estará bien, estaremos juntos por siempre, tan solo dilo mi princesa lunar, dime que me amas.
Hanuman: Porque no puede hacerlo
Tristán: ¿A qué te refieres con tan ambiguas palabras? ¡Revélamelo!
Hanuman: No es culpa de nadie, sino sólo de la conciencia del destino y de los superiores, ¡Oh desdichado Tristán! Si tan solo hubieses sido más moroso y no presto para la aventura, las cosas serían distintas.
Tristán: Sé claro en tus palabras hijo del viento, que esto me resulta más que confuso.
Hanuman: Anaid ya había alcanzado su libertad, dando una prenda de valor para poder estar junto a ti; Esa prenda es el tesoro de los lunares….su voz.
Tristán: Y yo he juramentado entregar mi alma si ella no pronuncia la proclama de amor…. ¡Graciosos son tus juegos, destino!, ¡Tan graciosos como una pila de cadáveres!, ¡Hay de mi, de mi amada!, siento que me falta el aire, siento que me muero, la vida se me va….
(Campanadas de medianoche)
Anaid, sujeta mi mano, he imaginaré tus palabras….Es inútil, cierra tus ojos, no me veas de ésta forma, no me veas partir.
(Todo se oscurece)
Lucifer: He venido a cobrar el adeudo.
Tristán: ¡Maldito seas Satanás! Tú sabías del arreglo de mi amada, acerca del pago que hizo a los superiores.
Lucifer: Tal como dices, tal como sucedió. Tal vez si hubieses sido un poco más amable en tu trato tal vez yo también lo hubiese sido en el mío.
Tristán: Y deja tus palabras de fingida amabilidad, pues sabía que eras mentiroso y homicida desde el principio, ¿Qué me acontecerá entonces?
Lucifer: Morarás en el inframundo por toda la eternidad, lejano de toda luz y brillos de la Luna, tu amada no será para ti sino sólo un recuerdo, y de esa manera sufrirá por toda la eternidad.
Tristán: Caro pagaré mi error, al convertirme en tu esclavo. Dame tiempo entonces, si eres caballero, para despedirme de mi amada.
Lucifer: Toma tu tiempo, pero no demasiado, hay que hacer algunas paradas en el camino-
Tristán: (A la princesa, la cuál llora desconsolada) Ya mi gentil esperanza de la mañana; No llores más por mi, sino mejor perdóname, por mi impaciencia e imprudencia en mi forma de actuar. Te pido también me mires por última vez con esos bellos ojos tuyos de lucero, los cuáles me seguirán toda la eternidad. Traté de ganar y perdí al final de las cosas, un trato no tan justo, un premio loable. Pero sabe esto, que te amaré por toda la eternidad, y aceptaré con entereza mis tormentos, pues al menos pude verte al final de las cosas. Te amé en sueños, te amé en vida, y te amaré en muerte. Ya cruel diablo, aléjame de éste paraíso antes de que sea imposible.
Lucifer: Nos iremos entonces.
Tristán: ¡Te amo hija de Némesis!, ¡Siempre te amaré!





Escena 5
Primer acto: En los recintos intemporales

Giacomo: Me pregunto, leales compañeros, si Tristán habrá tenido éxito.
Alphonse: Detesto cuando eres tan absurdo Giacomo, pro supuesto que ése mocoso lo logró
Diógenes: No lo sé, siente una oscuridad al hablar de todo esto.
William: Estoy seguro que en éste instante debe estar muy feliz paseando sobre la cima de la Luna con su amada a su lado. Conociendo flores raras que solo se encuentran en aquellos lugares. Bellezas indecibles que son reservadas sólo para los lunares.
Giacomo: Tal vez elevando una cometa al cielo como si volase hacia la tierra.
Julio: Eso no es posible, en la Luna no existe el viento.
Alphonse: Correcto, eso es bien sabido.
William: La verdad dicen las historias antiguas que Eolo a veces les regala un poco de su viento, creando una brisa mágica que pasea por toda la Luna.
Diógenes: Es cierto, la brisa de Luna.
Giacomo: Pero sin duda alguna, haga lo que haga, Tristán debe ser feliz.
(Una penumbra se acerca)
Lucifer: Aunque conmovedor, nada de esto es acertado.
Diógenes: ¿Qué es lo que deseas en ésta morada?
Lucifer: Sosiéguense, tan solo vengo de paso, sólo quería presumirles mi nueva mascota.
William: ¡Es Tristán!
Alphonse: Por tu propio bien, suelta a nuestro amigo.
Lucifer: Debo decirles que eso no es posible, verán, el faltó a su juramento, y la cláusula dice que puedo disponer de su alma a mi antojo.
Giacomo: Maldito seas Lucifer. Algo me dice que jugaste sucio en contra de nuestro muchacho. Que Dios te lo tome en cuenta para que su juicio sea más pesado sobre tu cabeza.
Lucifer: Pero hasta que eso suceda, podré juguetear un rato con el pequeño Tristán. Tan solo despídanse para poder irme a mi reino.
William: Espera no te lo lleves, te propongo un trato.
Lucifer: La verdad ya no estoy de humor de hacer tratos hoy, prefiero retirarme a mi gentil morada y disfrutar mi premio.
William: Pero en verdad que esto te conviene en sobremanera.
Lucifer: ¿Y qué es lo que ustedes inútiles me pueden ofrecer? Ya recibí un príncipe mortal y los pelos de oro en un mismo día, ¿Tendrán algo de más valor que eso?
William: Nosotros….
Lucifer: ¿Qué dices?
William: Lo que tus pérfidos oídos están escuchando.
Diógenes: Es cierto, te damos la oportunidad de desquitarte con el concilio, a cambio del alma dl joven.
Lucifer: ¿Están conscientes de lo que dicen?
Giacomo: Libera a Tristán y tendrás entonces nuestras almas.
Alphonse: Como verás, es bastante tentador, tómalo o déjalo
Julio: Libera a Tristán y tendrás más y mejores trofeos para tu pared.
Lucifer: En verdad que son bastante tontos; O nobles en demasía.
Tristán: ¡No lo hagan maestros, mis amigos, déjenme en la penumbra!
Diógenes: No entiendes Tristán, de cierto modo, nosotros ya estamos muertos.
Alphonse: Y todos hemos sido pecadores a nuestro modo.
Giacomo: Los más blasfemos e inicuos de entre los hombres.
Julio: Es nuestra propia forma de agradecerte, con tu bondad, nos salvaste a todos.
William: Recuérdanos siempre mi gentil Tristán, recuérdanos y así sobreviviremos a las eternidades venideras.
Alphonse: Y de algún modo, habremos alcanzado la redención.
Lucifer: Hecho está, nos largamos.
William: Corre amigo Tristán, y sé feliz.
(Desaparecen)
Tristán: ¡Los amo, amigos míos!, ¡Los amo!


Coro:
De tal forma llegó el último día para el concilio de la verdad, y para las cosas antiguas y viejas costumbres. A partir de ahí nadie sabe a ciencia cierta lo que sucedió. Algunos dicen que el diablo no pudo llevárselos porque el corazón de todos ellos fue redimido Y llevado a los cielos; Otros dicen que escaparon de los infiernos para llegar con su amigo Tristán en las tierras lunares. Pero una cosa es segura, que el príncipe de los mortales logró llegar con su amada en los límites del espacio. Se reunió con ella y la amó como había jurado que lo haría. Algunos dicen que si eres fuerte de mente y frágil de corazón, y si tu vista puede atravesar emociones, dioses y carne, aún les puedes ver sentados en lo alto de la Luna, amándose y entrelazando sus almas, mientras reciben la mágica y codiciada… brisa de Luna.

FIN
Brisa de Luna
Original de Homero Ríos Un simple poeta