17/1/08

Sí, la vida es sueño. De Carlos Alberto Román Sánchez

PRIMERA COLABORACIÓN
SI, LA VIDA ES SUEÑO

DE CARLOS ALBERTO ROMÁN SÁNCHEZ
www.arcetros.blogspot.com
Nota previa: Para representar la obra se necesitará una pantalla (o una sábana, o un cuadro –sin águila– de la bandera del Obispado de los que suelen desgarrarse y caer; o la pared misma), un proyector y escenas grabadas con anticipación para que los actores interactúen durante la puesta.
De no ser posible lo anterior, un actor leerá los acontecimientos que debieran proyectarse, apelando a la imaginación de los asistentes.
Por lo anterior, y por lo que viene, pido disculpas y paciencia.

Acto I

Un anciano de barba y cabellos largos camina al lado de un joven. Una luz los sigue y es la única iluminación en este acto.

Anciano.– Para llegar a ese lugar tendrás que pasar muchas tierras extrañas y peligrosas. Por ejemplo: la tierra de la fantasía, sitio en el que hay sueños, diversiones, quimeras... si te pierdes en alguna de esas distracciones es posible que nunca salgas de ahí, quedando preso eternamente en ese engaño, incapaz de seguir el camino que acaso empezares.

La tierra de la fantasía es puerto. Al salir de ella deberás tomar el barco Haragán. Los antiguos le llamaban el barco de la Muerte, pero quienes narraron su experiencia en la nave, obvio, seguían vivos. El barco haragán debe su nombre a que, casi al final del viaje, se detiene, a veces se hunde... siempre regresa, eso sí, con o sin tripulación. Entonces, tienes que nadar hacia la orilla, la única orilla que veas desde el sitio en que se sumerge, o quedarte flotando si te gana el miedo. La nave boyará y regresará a la tierra de la fantasía, y de ahí te vuelves. Nada, sigue el camino, ¡nada! En aquellas aguas no hay tiburones ni ballenas, no hay submarinos alemanes, ni portaaviones americanos ni misiles rusos y cochinos. Sentirás que te jalan los pies, que hay alguien queriendo anegarte, pero no prestes atención, los espectros se retiran si se saben evitados.

Si llegas a la playa, estarás en el país del conocimiento. Corre. No escuches nada de nadie, no veas más que el frente, no hables... Son las recomendaciones que debo darte, aunque a fin de cuentas, seguirlas es imposible. Escucharás gritos, susurros, agonías; verás alrededor y quizá te llame la atención lo que observes, así que harás preguntas... sólo trata de salir pronto.

Pasando los terrenos de la luz artificial, mira bien el suelo que pisas, consigue un bastón, una rama, un tubo; algo que te ayude a dar pasos seguros, pues te hallarás en terrenos de arenas movedizas. Verás gente sumida hasta el cuello. No trates de ayudarlos, querrán arrastrarte con ellos. Sigue tu camino y hazlo aprisa, porque ese sitio también sirve de comedor para la bestia de dos espaldas y dos cabezas que se alimenta de la gente atrapada en el fango. Ese monstruo vive en el siguiente territorio. De día no hay peligro, las cabezas pelean entre sí, se hieren, se muerden... Pero si llega la noche y no has salido de sus tierras, si ven interrumpido su extraño rito de paz debido a tu irrupción, te perseguirán y muy probablemente mueras, no sé qué tan bueno seas para luchar contra ingentes basiliscos.

Si sobrevives, continúa el derrotero, los senderos dejarán de ser sinuosos. Restará cruzar el desierto del ego y sus demonios. No son más que la soledad y tus voces internas. Te encontrarás contigo, recontarás tus jornadas, cotejaras actos y, finalmente, alcanzarás la frontera entre tu mundo y el mundo real. Antes de cruzar la línea divisoria, debes sentirte seguro de haber encontrado lo que buscabas para no perderte en la realidad.

Protagonista.– Pero no sé qué busco.

Anciano.– Nadie sabe lo que busca al inicio, por eso hay tantas tierras extrañas y tanta gente estancada en ellas. Les han dicho lo que deben buscar y no se preocupan por averiguar si en realidad es lo que necesitan. No acaban el viaje y tratan de detener a los demás para sentir que han tomado la decisión correcta al quedarse en donde están: “Mal de muchos...”. En el desierto de tus soledades sabrás lo que te hace falta y tal vez hasta lo encuentres, no hay nada seguro, pero el conocer lo que anhelas basta para cruzar al otro lado.

Protagonista.– ¿Y el regreso?

Anciano.– El regreso no es importante, puede que no vuelvas, que no haga falta; o puede que te quedes en alguno de los terrenos nefandos de que te hablé. Así que si retornas o no, da igual, todo será distinto de cualquier manera. Lo importante es lo que busques, lo que encuentres. Lo importante es andar.

Protagonista.– Tengo miedo.

Anciano.– ¡Guárdatelo! No es tiempo de temer, ya habrá oportunidad de hacerlo durante el viaje. Ahora que sabes lo que puedes alcanzar si te arriesgas un poco, no podrás quitarte la idea de lograrlo. Si desistes del intento, el hubiera te seguirá toda la vida. Sería preferible morir ahogado, desollado, asfixiado... No tengo más que decir. Ha sido un placer conversar contigo, quizá porque sólo yo he hablado. Es hora de que inicies el camino. Si olvidé algo sin querer, o a propósito, lo más seguro es que no tenga importancia. No temas aún y márchate. Buena suerte.

Protagonista.– Pero...

Anciano.– Buena suerte.


Acto II La tierra de la fantasía

Hay un letrero, colocado sobre un espejo, que dice: “Usted está aquí”. En la pantalla se proyecta el ambiente y las cosas que observa el protagonista al ser guiado por el niño.

Guía.– Bienvenido al mundo de la fantasía, de la ilusión, del deseo, de los sueños, de las utopías, de la felicidad, del placer...

Hombre 1.– (al protagonista) Di basta...

Protagonista.– ¿Perdón?

Guía.–...de las quimeras, de las excentricidades, de la imaginación, del desvarío, de la volatería...

Hombre 1.–¡Di basta! ¡Hazlo callar!

Protagonista.– (confuso) Basta...

Guía.– Disculpe mi elocuencia. Sea bienvenido a estos lugares, lares, terrenos, territorios, tierras, terruños, senderos...

Protagonista.– (enérgico) ¡Basta!

Hombre 1.– (aplaudiendo) ¡Así! ¡Eso! ¡Maravilloso! ¡Genial! ¡Fantástico!

Protagonista.– (al hombre) ¡Basta!

Hombre 1.– (indignado) ¿Que pasó? ¿Así nos vamos a llevar?

Guía.– Soy el guía del lugar, ya sea que se quede entre nosotros o sólo esté de visita, puedo darle un tour, un recorrido...

Protagonista.– ¡Basta! No hay necesidad, voy directo al barco Haragán. Le agradezco la intención de todas maneras. Es usted muy gentil, muy amable, muy atento...

Hombre 1.– ¡Basta!

Protagonista.– (apenado) Se pega...

Hombre 1.– Así es aquí, mejor tenga cuidado.

Guía.– (alejándose) Si decide aceptar mi compañía, llámeme. Estaré por aquí o por ahí o por allá o por acá...

Protagonista.– ¡Dios Santo!

Hombre 1.– No, él no es. Más adelante lo encontrará...

Protagonista.– ¿A quién?

Hombre 1.– A Dios.

Protagonista.– (sorprendido) ¡A Dios!

Hombre 1.– (retirándose enojado mientras manotea) Hasta luego... ¡Vaya humor!

Protagonista.– (con asombro) ¡Qué locura!

Recepcionista.– (suspirando) ¡Y lo que falta!... Haga el favor de registrarse.

Protagonista.– (señalando un libro enorme) ¿Aquí? (el recepcionista asiente) No hay lugar, está lleno.

Recepcionista.– Escoja un nombre que le guste y subráyelo.

Hombre 2.– (arrebatándole la pluma al protagonista) ¡No lo haga! (agitado) ¡Menos mal que lo detuve! Por si no se lo han advertido, debe saber que nada aquí es lo que parece. Todo es falso. Las personas buscan engañarse unos a otros. De haber subrayado un nombre, se habría convertido en la persona que eligió y pasaría la eternidad siendo lo que no es.

Protagonista.– ¡Gracias! ¡Me ha salvado! (le ofrece la mano para saludar al hombre que evitó su desgracia y, al hacerlo, este último se lleva la mano del protagonista, la muerde, se va corriendo y se convierte en perro) ¡Mierda!

Enfermera.– (arrastrando un carrito de paletas que tiene dibujada una cruz roja) No es para tanto, permítame curarlo. Extienda la mano. (Él lo hace. La enfermera saca de su carrito una tina llena de alcohol y se la derrama encima al hombre que queda mojado casi por completo. La mano herida sigue seca.) Tome esta venda para que se seque (abriendo su botiquín), y esta paleta para el susto. Estaré cerca por lo que se ofrezca. Tengo diplomados en Homeopatía, Acupuntura, Feng Shui, y traducción de textos, así que siéntase seguro durante su estancia. (sale)

Protagonista.– ¡Cómo vine a caer aquí! (Aprieta el paso. En el camino hay árboles de formas caprichosas, casas que aparecen y desaparecen, hombres realizando actividades indescriptibles, elefantes rosas, querubines, zancudos, fuegos artificiales, arco iris, soles, lunas, estrellas, música... Se detiene ante un hombre obeso que duerme bajo un árbol mientras una multitud lo observa.)

Vendedor.– (gritando con voz chillona) ¡Llévele los cojines para el nirvana, las sotanas de colores, la pelona para el niño, la estampita del “Gau”, la alcancía, el mapa del sendero, la foto autografiada, el audio-libro...!

Protagonista.– (pasmado) ¡Qué demonios es esto!

Un niño.–No son demonios, se supone que son dioses. A esta hora salen a predicar. (enseña la palma como esperando propina)

(Aparece un hombre barbado rodeado por una docena de hombres, una mujer de lentes oscuros, dos guardaespaldas y dos escribanos)

Dios 2.– (en actitud solemne) ¡Yo soy la verdad, el que venga a mí no tendrá hambre! (Una muchedumbre de gente famélica se sienta en corro al ponente. Las personas que antes contemplaban al hombre dormido, se ponen de pie para seguir al nuevo profeta.)

Vendedor.– (saca un marcador y pone barba y cabello en las imágenes del profeta mencionado al inicio) ¡Llévele los rosarios , los látigos, las bulas, las estampas, los libros, los bigotes....

Protagonista.–¡Esto es aberrante!

Un niño.–Sí. (vuelve a extender la mano)

Protagonista.–¿Falta mucho para llegar al puerto?

Un niño.– Dos kilómetros, señor. (Extiende la mano)

(Aparecen más predicadores, y las multitudes siguen a uno y a otro conforme salen a la luz. Se escucha al vendedor cambiar su sonsonete: “¡Llévele los turbantes; los misiles; la cámara de video; el chaleco con explosivos; la espada; las escrituras, los platillos voladores, el peluche para el niño; llévele!”).

Protagonista.– (señalando a un hombre de traje negro que habla frente a un grupo de personas) ¿También es un dios?

Un niño.–No, señor, es un político.

Político.– (enfático) ¡Pueblo, hay que pagar impuestos para aumentar la seguridad! ¡Hay que acabar con el miedo! ¡Es necesario dejar de vivir con la zozobra constante; con el nerviosismo, con el estupor...! Yo los invito, queridos compatriotas, a que depositen en las ánforas ubicadas a sus costados, una donación que permita iniciar la batalla contra el terror. (Las personas se acercan a las arcas para depositar el dinero y salen del cuadro. El político recoge el efectivo y empieza a contarlo. Al terminar, llama a uno de sus servidores) (en voz baja) Mira, Luis, llévale este dinero a doña Bárbara y dile que es un adelanto por los dos guardaespaldas que me proporcionó ayer. El mundo está imposible.

Protagonista.–¿Porqué hay tantos seres extraños revoloteando sobre la gente?

Un niño. – Son los pensamientos de cada quien. Aquí hay que tener cuidado con lo que se piensa, todo puede volverse posibilidad, ente ficticio, y vivir sobre los cuerpos de la personas hasta que el peso de las ilusiones olvidadas acaba por aplastarlas.(extiende la mano)

(Se escuchan gritos de auxilio procedentes de las imágenes de unas revistas que hay en el suelo)

Protagonista.–¡Pero qué...!


Un niño.– Son famosos. Cuando no está el fotógrafo que cuida el lugar, piden ayuda... mas cuando llega aquél, dejan de gritar y posan, encantados, para las estampas... (extiende la mano)

Protagonista.– (sobresaltado) ¿Qué son esas sombras que no tienen nada encima y que ponen cruces de madera sobre las flores de aquel jardín?

Un niño.– (indiferente) Críticos de arte.(vuelve a extender la mano)

Protagonista.– (desesperado) Necesito salir de aquí pronto. Me siento abrumado... Esto es demasiado para mí.

Un ranchero.– (acercándole un estribo al protagonista) Le vendo mi unicornio. Galopa como los ángeles y vuela como un pura sangre.

Protagonista.–¿Cuánto quiere por él?

Un ranchero.– Dos mil.

Protagonista.– Sólo tengo quinientos...

Un ranchero.– ¡Hecho! Tómelo. (acaricia al animal) Se llama Centella. Come si tiene hambre y bebe si tiene sed. No creo que dé problemas. ¡Adiós! (sale corriendo)

(El niño hace un gesto de desaprobación y espera. El protagonista espolea al animal sin lograr que avance. Se le cae el cuerno a la bestia, las alas, se desploma y desaparece. El hombre queda en el suelo y el niño le ayuda a ponerse en pie.)

Protagonista.–¡No aguanto más! ¡Quiero irme de aquí!

(Todo se oscurece. Se escucha un temblor. Si es posible, caen por los pasillos piedras de hule espuma y otros objetos hechos con el mismo material. Luego de unos segundos, vuelve a iluminarse el escenario y el hombre y el niño se hallan en un muelle.)

Un niño.– Era lo único que necesitaba, señor, querer salir. No tarda en llegar el barco Haragán. (extiende la mano)

Protagonista.– Gracias. (acaricia la cabeza del niño) ¿Por qué no vienes conmigo? ¿No estás harto del lugar? Eres el único cuerdo entre tanta desgracia...

Un niño.– No puedo. Yo hice este sitio. Los hombres que lo pueblan se engañan creyendo ser dueños de esta tierra. ¿Qué puedo hacer? Nadie me conoce, nadie sabe mi nombre, ni parece importarles.... Los observo, los soporto, recibo a los recién llegados y los ayudo a encontrar la salida; si quieren.

Protagonista.– No sé cómo pagarte...

Un niño.– No me olvide, es todo. Le ofrecía la mano para que me supiera cerca, para marchar a su lado y hacerlo sentir un poco tranquilo, para evitarle disgustos o, al menos, explicarle la razón de tantas aberraciones. Pero ya no importa. No me olvide...

Protagonista.– No lo haré.

Un niño.– (Señalando una trajinera) Su transporte

Protagonista.– (extrañado) ¡Eso no es un barco!

Un niño.– (agitado) ¡No sea quisquilloso! Pierde tiempo. Suba.

(El protagonista se despide y sube a la barca. Todo queda en penumbras excepto la trajinera y el niño.)

Acto III La trajinera de la muerte

En la pantalla: el mar en movimiento.

Capitán. – ¡Bomba!

Suba sin miedo mi amigo
a esta humilde trajinera
si se espanta con el nombre
el servicio está allá afuera (señala el mar)
(al oído del protagonista) Diga ¡Bravo!

Protagonista.– ¿Bravo?

Capitán. – Sí.
¡Bomba!
Este día pasearemos
al estilo Yucatán
cantando sones, huarachas,
sin miedo a desafinar. (mira fijamente al protagonista esperando respuesta.)

Protagonista.–(harto) Bravo, supongo...

Capitán.– ¡Bomba!

Protagonista.– (haciendo un gesto de hastío) ¡No más, señor! Prefiero aventarme el agua y nadar desde aquí...

Capitán.– (alarmado) ¡Agáchese, nos bombardean!

Protagonista.– (conturbado) ¿Quiénes?

Capitán.–¡Los locos de la tierra de la fantasía!

(Hombres disfrazados de soldados disparan cañones contra la pequeña embarcación, mientras dan de voces y vituperan.)

Soldados.– ¡Vamos! ¡Muerte al loco!

Capitán.– ¡Rémale, Felipe!

(Logran alejarse lo suficiente y quedan a salvo de las agresiones.)

Capitán.– ¡Siempre es igual! Quieren acabar con todo el que no es como ellos. Pero, mire, (se toca los bíceps) con esto no pasa nada, ¿verdad, Felipe?

Felipe.– (jadeante, pues es quien rema) Sí, patrón.

Capitán.– Sea bienvenido. Imagino que esperaba algo más grande, pero el negocio ya no es lo que era. Antes –le habrán contado–, tenía un barco grandísimo y decenas de marineros; ahora, Felipe y yo hacemos todo el trabajo, ¿verdad, Felipe?

Felipe.– (exhausto y cabizbajo) Sí, patrón.

Capitán.–¡Bomba! (el protagonista se agacha con premura) no, no; no se asuste.

Cuando andaba navegando
Por los mares procelosos
Perdí el miedo que tenía
De que fuéramos esposos

Protagonista.– (aburrido) Bravo.

Capitán.– Disculpe. Se me viene una copla a la cabeza e inmediatamente la digo. Si se hubiera embarcado ayer... ¡Nombre! El día de Guadalajara, (arrastrando las palabras) ¡canto unas rancheras... ¡Ni se imagina! Y pego unos gritos... ¿Verdad, Felipe?

Felipe.– (Ladeando la cabeza para escuchar mejor) ¿Eh?

Capitán.– (alzando la voz) ¡Que pego unos gritotes el día de Guadalajara...!

Felipe.– ¡Ah! (bajando la cabeza) Sí, patrón.

Capitán.–Y mañana, el Día del Norte, taconeamos ¡con una enjundia! Figúrese, ni diez metros nos hemos alejado del muelle, cuando ya nos estamos hundiendo. ¿Verdad, Felipe?

Felipe.– (estornuda) i, ñor...

Capitán.– (ordena silencio con un ademán) Mañana, Felipe, mañana...

Felipe.– (estornuda) Sí, patrón.

Capitán.–¡Salud!... El barco se llamaba Haragán. Lo tuve que vender. Ahora casi nadie cruza este mar, pero eso sí, todos visitan la playa de vez en cuando. (moviendo la mano de un lado a otro) Nomás vienen y se van, vienen y se van... Nadie cruza. Como no tenía caso conservar la gran nave, compré esta lanchita y me quedé con Felipe para surcar las aguas en compañía. ¿Verdad, Felipe?

Felipe.– (resignado) Sí, patrón.

Capitán.– (a Felipe) Ya no me hables de usted, háblame de tú, con más confianza.

Felipe.–Sí, patrón.

Capitán.– (sonriente) Así me gusta.

Protagonista.– (al capitán) El frente de la trajinera dice “Lupita”, no “Haragana” ni “de la Muerte”...

Capitán.– ¡Ah, eso! No hay dinero para cambiar las flores, lo tuvimos que dejar como estaba. El último capital que nos quedaba lo invertimos en vestuario; para los días temáticos. No por tener algo sencillo vamos a dejar de ofrecer un buen servicio... (con afectación) Pero, ¡calle! No le cuente a nadie sobre el nombre que vio, tenemos una reputación que mantener.

Protagonista.– Pero entonces, ¿es La Trajinera Haragana o La Trajinera de la Muerte?

Capitán.– ¡De la Muerte, de la Muerte! La Trajinera Haragana suena muy afeminado. Además, (con tristeza) dos hombres serios y fuertes como nosotros haciendo de chalupas... Tenemos que compensar... De la Muerte, (enfático) de la Muerte y ¡calle! (volviendo a su estado normal) Por lo demás, no se asuste, nadie ha fallecido, ni en el barco Haragán ni en la Trajinera de la Muerte; perecen fuera (señalando el mar) ¿verdad, tú? (a Felipe)

Felipe.– (sollozando) Sí... patrón.

Capitán.– (solemne) Este mar, se llena con las lágrimas derramadas por aquellos que sufren; (expectante) y, no sé si le hablaron de espectros... (asiente el protagonista) Ellos son la causa de las penas, queriéndolo ahogar a uno, ¿verdad, Felipe?

Felipe.– (tratando de sacudirse a un fantasma que tiene el aspecto del dueño de la barca) Sí, patrón. (al espectro) ¡No, patrón...!

Capitán.–...Y no hay animales porque la amargura del agua es insufrible para ellos. Sólo hay aves, aves azules que cazan a los fantasmas que salen de las profundidades del ponto al asomar la cabeza. ¡Qué cosas! Luego, se intoxican y acaban muriendo. (suspirando) ¡Qué cosas!

Protagonista.– (impaciente) ¿Falta mucho para llegar?

Capitán.–Una cancioncita nomás...(silbando) ¡Échale, Felipe! (Felipe saca una flauta y le acerca un tambor al capitán. Empieza la música y ambos ejecutantes se contonean sin ritmo.)

Caminante, caminante,
que vas por los caminos,
por los viejos caminos
del Mayab...

(acaba la música)

Protagonista.– (aplaudiendo sin ganas) A todo esto, ¿de dónde es usted?

Capitán.– (se pone serio y camina hacia el borde de la trajinera mirando al horizonte con la cabeza elevada) De Francia...

Protagonista.– Francia queda para el otro lado...

Capitán.– (altivo, indignado) Por acá también se llega, señor. (pasan unos segundos y deja su pose) Es tiempo. (Llama a Felipe con un ademán..) Felipe, saca los flotadores; pon la ropa en bolsas; asegura el remo; reza; y despídete del señor...

Felipe.– Sí, patrón. (al protagonista) ¡Adiós, patrón!

(Felipe guarda en bolsas negras: trajes de charro, guayaberas, sombreros, moños, huipiles y otras vestes.)

Capitán.–¿Va a nadar o nos espera?

Protagonista.– (resuelto) Nadaré.

Capitán.– (estrechándolo) ¡Buen viaje!... Dale un abrigo al señor, Felipe, no se vaya a morir de frío en el País de la Ciencia. Al anochecer baja mucho la temperatura y no tarda en ocultarse el sol. (Felipe saca de la bolsa una cuera mechada con bellísimos bordados y se la entrega al protagonista) ¡Vámonos, Felipe! (Se tapa la nariz con los dedos y se tira al mar. Felipe hace lo mismo. El protagonista espera. La trajinera no se hunde. Se cansa de esperar y se echa al agua iniciando el nado. El capitán y Felipe salen a la superficie y toman aire con ansia) ¿Ya se fue, Felipe?

Felipe.– (agitado) Sí, patrón...

Capitán.– Entonces, ¡a bordo!... Ayúdame, Felipe. (Suben.) (Refiriéndose al viajero) Ya no se vio. (Cantan.)



Acto IV El mar de llanto

En pantalla.

El protagonista nada despreocupado. Recuerda que para estar a salvo no debe prestar atención a los fantasmas que se presenten ante él. El viento arrecia. Los silbidos semejan lamentos. Nubes negras cubren el cielo acarreando oscuridad y miedo. Llueve. Aparecen las primeras sombras y el nadador logra eludirlas. Al hacerlo, los espíritus salen a la superficie y son devorados por pájaros azules que se alejan unos metros y caen muertos.

Decenas de nuevos espectros emergen de las lúgubres cimas del mar. Tienen forma de mujer; intentan hundir al protagonista, quien dobla esfuerzos y continúa nadando.

Cada vez más apariciones se interponen entre el viajero y la costa. El hombre gimotea fatigado. Sus pensamientos empiezan a tornarse grises; su ánimo mengua y rompe en llanto. Ahora debe luchar contra el ambiente y contra sí mismo. Pide ayuda y no encuentra respuesta. La niebla rodea el lugar en que agoniza. El protagonista se sabe perdido.

Doscientos metros restaban para llegar a la costa, pero las tinieblas y el apabullamiento interno impiden al desdichado recobrar los bríos y tratar de seguir. El hombre no hace por bracear. Lazos informes apresan cada parte de su cuerpo atrayéndolo hacia el fondo y dejándolo indefenso.

La huida es imposible. El protagonista se rinde ante sus verdugos y es hundido.



Acto V Continuación...


De ser posible, hacer burbujas sobre el público o hacer que sientan algo del suave rocío de una manguera a presión.

Capitán.– Ni modo, Felipe, al agua... (Felipe se zambulle y busca al protagonista. Atraviesa la figura de las sombras y éstas se vuelven burbujas que suben hasta desaparecer. Sin embargo, algo le impide llegar hasta el ahogado y debe subir a tomar aire.)

Felipe.– (afligido) No se puede patrón...

Capitán.– ¡Cómo no se va a poder! (Se echa al mar. Los dos marinos llegan hasta el cuerpo inmóvil del protagonista, y luego de forcejear con una sombra fortísima que tiene el rostro de la misma víctima, logran quitárselo de los brazos y llevarlo a la superficie. Suben al bote, dejan en el suelo al rescatado, y se sientan, exhaustos, para retomar la respiración. Se detiene la lluvia, el viento cesa y el cielo escampa) Felipe...

Felipe.– (con dificultad) Diga.

Capitán.– (Señalando al protagonista.) ¡Bésalo!

Felipe.– ¡Qué pasó, patrón!

Capitán.– ¡Es broma! Es una broma... ¡sóplale!

Felipe.– No, patrón.

Capitán.– (alza la voz) ¡Es una orden!

Felipe.– (se lleva la mano a la boca) Me está saliendo un fuego, patrón...

Capitán.– (molesto) ¡Ni hablar! ¡Hazte a un lado y mira a un hombre! (Felipe busca alrededor mientras el capitán se arrodilla para dar respiración de boca a boca. No llega a hacerlo pues al apoyarse en el protagonista, éste escupe el agua que había tragado y vuelve en sí.)

Protagonista.– ¿Qué me pasó?

Capitán.– Casi se muere por desobediente.(admonitorio) Le dijeron que no prestara atención a los fantasmas, y es lo primero que hace. Felipe, ¡échalo al agua! (lo voltean a ver con sorpresa) No se crean...

Protagonista.–¡Gracias! (pensativo) Creí que la trajinera de la Muerte no podía llegar hasta acá.

Capitán.– Bueno, de que puede, puede. Pero tenemos nuestras razones para permanecer lejos de estas aguas. Conforme se avanza hacia el País de la Ciencia, los espectros se vuelven más terribles y, aunque ir sobre una embarcación no implica tanto riesgo como pasar a nado, evitamos llegar hasta aquí.

Protagonista.– (curioso) ¿Por qué?

Capitán.– Para evadir la nostalgia. Las sombras de tiempos anteriores rodean la nave y nos abruman con recuerdos. Por ejemplo, a Felipe, que es huérfano, le salen al encuentro los negros espectros de su ignota familia. Imagine no haber conocido nunca a sus padres y que de pronto surjan del fondo del mar dos figuras tétricas que usted siente muy suyas, que usted sabe unidas a sus entrañas por no sé que hilos de sangre, y no ser capaz de apreciar los rasgos en la fisonomía de esos seres sobrenaturales incluso ahora, que ya no están en el mundo de los vivos. ¿No estaría desgarrado por dentro? ¿No se sentiría burlado por la vida? ¿Desgraciado? ¿Miserable?

Felipe.– (hipando) ¡Sí!

Capitán.– (lo regaña) Le hablo al señor, Felipe...

Protagonista.– (nervioso) Supongo...

Capitán.– Y yo, bueno, soy divorciado y no tuve la oportunidad de quedar viudo... Pero imagina encontrar por doquier la figura de su difunta ex esposa y (haciendo ademanes perturbadores) ¡verle la cara claramente!

Protagonista.– (horrorizado) Sí, sí, lo imagino...

Capitán.– (calmándose) Disculpe que me haya exaltado de esta forma. Estos aires me hacen mal. Otra de las razones por las que no solemos acabar el viaje.

(La trajinera llega a la orilla)

Felipe.– Listo, patrón.

Capitán.– (viendo al protagonista y sacudiendo la cabeza) ¡Mírese! Todo empapado, y el saco que le dimos, ¡hecho una sopa!... (extiende el brazo) La bolsa, Felipe... (Esculca. Saca un traje de charro, lo ofrece.) Es lo único limpio. Lléveselo. Instauraremos un día prehispánico y no hará falta; nos vestiremos con hojas. ¿Verdad, Felipe?

Felipe.– Sí... patrón.

(El protagonista cambia de ropa, se despide y queda de pie a la orilla del mar, observando cómo desaparece la chalupa.)

Capitán.– (Toma el tambor y le acerca la flauta a Felipe) ¡Anda, Felipe, regresemos! (Empiezan a tocar y a bailar.) ¡Hasta luego, buen hombre!

Caminante, caminante,
que vas por los caminos,
por los viejos caminos
del Mayab...

No, Felipe, las golondrinas...

Felipe.– Sí, patrón.


Acto VI El país de la Ciencia

Se escuchan gritos de distintas voces y volúmenes: “¡No! ¡Otra vez falló! ¡Demonios! ¡Por qué!”. El protagonista escucha con atención. Hace un gesto de extrañeza. Mueve la cabeza como negando algo que pensó y empieza a caminar.

Científico.– (camina aprisa, en círculos, mirando el suelo) ¡Eureka! ¡Eureka!

Protagonista.– (extiende la mano para saludar) Veo que le fue bien...

Científico.– (enojado) ¿Se burla de mí? (El protagonista niega tratando de calmar al hombre) Se ha perdido mi chiva Eureka... ¡Otra vez!. (Cansado. Deja caer los brazos a sus costados golpeando sus piernas). Es muy traviesa, pero sin ella no atino a trabajar como acostumbro. Por más que le amarro la campanita al cuello, encuentra la forma de zafarse y el instrumento es lo único que hallo cuando se va. Ahí me tiene amenizando mi preocupación con el sonidito (mira la ropa del protagonista). Usted ha de saber a lo que me refiero...

Protagonista.– ¿Esto? No, no, no es lo que parece. Es una historia larga y algo absurda. Mejor le ayudo a buscar a su mascota.

Científico.– (indignado) ¡Calle! Cuando hable de ella guarde respeto. Eureka no es una mascota, es una compañera, señor. No la trate como un simple animal.

Protagonista.– Disculpe, no sabía su relación con la cabra...

Científico.– Pues ahora la sabe, no lo repita. (ambos llaman a la compañera extraviada, uno con agitación, otro con indiferencia. Luego de unos segundos aparecen dos chivos en escena.). ¡Ay, Eureka!... te volvieron a clonar. (recoge ambos animales).

Protagonista.– ¿Cómo sabrá cuál es la verdadera?

Científico.– Fácil, señor. Eureka sabe dónde comer, dónde hacer sus necesidades, dónde recostarse... Tiene sus juguetes preferidos, sus canciones favoritas, sus caprichos... No hay que ser un genio. Aparte el clon no dura más de una semana. La primera vez, apenas lo tomé en brazos se desintegró. Es una lástima. Por Eureka. Nunca va a tener hijos o hermanos o padres... Trato de ser todo para ella, pero a veces simplemente no se puede. (El protagonista hace una cara de susto). La última vez, el clon duró seis días. Cada intento aguanta más y para mí eso es un problema. No tengo mucho dinero, no puedo mantener otra compañera...

Protagonista.– Entiendo. ¿Por qué no hay nadie alrededor? ¿De dónde vienen los gritos?

Científico.– Vienen de abajo. De la tierra. Ahí tenemos nuestros laboratorios. Casi nadie sube, pero aún así, es bello el paisaje. Lo hemos conservado bien, ¿no le parece? (El protagonista no sabe qué decir, lo único que hay alrededor es arena) Fui de los primeros en llegar a este lugar. No había nada en aquel tiempo. Solamente árboles y flores y cerros... Pero ahora (abre un brazo abarcando toda vista) ¡La modernidad! (Le entrega una cabra al protagonista para agacharse y recoger un puñado de arena que ofrece.) Toque, sienta. (El otro lo hace. No pierde la confusión en la mirada) ¿A poco no parece real? Si le cayera un poco dentro de la ropa interior, la molestia sería la misma. Créame. Es fascinante, ¿verdad?

Protagonista.– (Por no romper la ilusión del científico y no mentir...) Asombroso, sí...

Científico.– (emocionado) Yo colaboré en su fabricación... (Con tristeza) Es de las pocas cosas que puedo hacer. Por más frío que me crea, dada mi profesión, soy incapaz de lastimar un ser vivo. Entonces, no puedo avanzar a la par con mis colegas. Experimentan con todo lo que esté a la mano. Ya ve (acaricia a la cabra), lo hicieron con Eureka... (mira de nuevo la ropa del protagonista y la señala) Si lo ven así, pueden hacerle lo mismo o algo peor. Venga conmigo. En el laboratorio tengo batas sobrantes. Le prestaré una para que abandone el país sin problemas. No le ofrezco estancia, porque aquí no se duerme, pero le daré todo el café que desee.

Protagonista.– (siguiendo al científico) La bata es suficiente, gracias.(salen)

En pantalla. Bajan escaleras para llegar al laboratorio. El científico le pide que espere. El protagonista curiosea por el lugar.

Científico.– Permítame. (regresa con unas batas colgando de su antebrazo). Tiene usted a Eureka.

Protagonista.–¿Cómo lo supo?

Científico.– Aquélla me ladró. Tome ésta (le ayuda a ponerse una bata), y ésta también... Llévese las tres, no se vaya a enfermar. ¿Seguro que no quiere algo más?

Protagonista.– Estoy bien, gracias. (se despiden. El protagonista empieza a subir las escaleras y el científico le pide que espere. “Mi chiva”, dice, y corre al otro cuarto. Cuando vuelve al cuadro tiene al otro animal en los brazos. “Llévese ésta”.) No, no. (“Sí, sí, la que se quería llevar es la mía”. Intercambian animales.) Pero... bueno. Adiós.

Científico.– ¡Suerte!

En escena. Entra el protagonista caminando desde la izquierda y en el otro extremo ve un letrero que lee en voz alta: “Fin del país de la ciencia. Watch your step.”. Duda en seguir caminando, pues entra en tierra de arenas movedizas. Cavila un poco más y concluye bajar a la chiva, arrancar la correa de su sombrero para hacer de ella una correa, y caminar detrás del animal.

Protagonista.– (a la chiva) Espero que entiendas. No te preocupes, si siento que empiezas a hundirte, te jalo.
Acto VII Las arenas movedizas

En pantalla. La gente que se hunde y se queja y pide ayuda. Al lado de sus cabezas hay pies con las plantas hacia arriba. Son de las personas que se detuvieron para ayudar y se hicieron presa de las víctimas. En escena; el protagonista y la chiva.

Víctima 1.– ¡Hey, tú, el carnicero! ¡Sálvame por lo que más quieras!

(El protagonista voltea a verlo. Sigue caminando.)

Víctima 2.– ¡Doctor, doctor, auxilio!

(El protagonista sonríe con ironía. Sigue caminando y sale del escenario por la derecha.)

Víctima 2.– ¡Hiciste un juramento! ¡Salva mi vida! No te cuesta nada... Es tu trabajo.

(El protagonista vuelve entrar al escenario por el lado izquierdo. Sigue caminando sin atender a la gente que grita. Llama su atención una víctima situada en el extremo derecho que no se lamenta. Es la que tiene más pies alrededor.)

Víctima 3.– Tú, el pastor. ¡Ayuda!

Víctima 4.– ¡Hey, mariachi! ¡Sácame!

Víctima 5.– ¡Ni se me acerque, maldito dentista!

Protagonista.– (acercándose un poco a la víctima silente)¿Y usted?

Víctima impasible.– (hosco) Yo qué...

Protagonista.–¿Por qué no grita, ni se queja, ni hace nada?

Víctima impasible.– No hace falta. Me funciona más hacerme el fuerte y callar. ¿No ve todos los pies que tengo al lado? Así como a usted le llamó la atención mi impasibilidad, también a otros les resulta interesante y vienen hacia acá. Hablamos un poco, se acercan, se acercan, y los hundo.

Protagonista.– (Haciéndose para atrás) Ven, Eureka...

Víctima impasible.– Tranquilo. No necesito a nadie más por ahora. No le habría dicho mi modo de obrar. Tengo suficientes pies. La bestia se conformará con ellos y me dejará en paz. En cambio a los otros les hacen falta personas. La bestia, al venir, devorará sus cabezas por no sentirse satisfecha con sus dotes. Siga caminando, estoy ocupado. Trato de hacer mis ejercicios.

Protagonista.– ¿Ejercicios?

Víctima impasible.– Sí, ¿no ve? Perdón, es obvio que no ve. En este momento hago spinning... (El protagonista sale de escena. La víctima lo sigue con la vista.
Se escucha un rugido) La bestia despertó.


Acto VIII La bestia de dos espaldas

En pantalla: corto animado con dibujos hechos con carboncillo.

Las cabezas del monstruo se muerden una a la otra, las cuatro manos se arañan entre ellas, los cuatro pies se trenzan agresivos. El protagonista ve desde lejos la lucha de la bestia. Lo llena de temor pensar que debe pasar inadvertido para no ser muerto. Toma entre sus brazos a la cabra y camina de puntas lentamente. Una de las cabezas para de pelear y olfatea. La otra sigue atacando hasta que nota la renuncia de su oponente y empieza a olfatear también. El protagonista suda copiosamente. La bestia ruge y lanza fuego hacia arriba. La cabra ladra valerosa. El protagonista queda inmóvil. La bestia lo mira, ruge y arranca hacia él para devorarlo. El protagonista corre; la bestia acorta la distancia.

La toma cambia. Ahora el protagonista avanza de frente. Al fondo se ve a la bestia tratando de alcanzarlo... Una de sus cuatro patas se eleva y cae sobre el perseguido, apretándolo contra el suelo. Las dos caras del monstruo abren sus fauces y se abalanzan contra su víctima. Antes de morderlo son golpeadas; una por un tambor, otra por una flauta. La bestia suelta al protagonista y mira alrededor buscando el origen de aquello. Cuando el monstruo está de espaldas, dos hombres que no visten más que taparrabos y batas ayudan al protagonista a levantarse. Los tres corren. La bestia los ve. Los persigue. Uno de los recién llegados carga una bolsa negra y de ella saca las cosas que lanza al monstruo para distraerlo. Logra hacerlo hasta que vacía la bolsa.

Capitán.– Córrele, Felipe.

Felipe.– Eso hago, patrón.

Los tres aprietan el paso. La bestia se acerca furiosa. Los tiene al alcance, abre sus hocicos y... Algo separa a todos los personajes. Luchan contra la fuerza invisible que los aparta a unos de otros. No pueden hacer nada.

Capitán.– ¿Qué pasa, Felipe?

Felipe.– No sé, patrón.


Acto IX Mundo interior.

A oscuras.

Protagonista.– (alterado) ¡Capitán! ¡Felipe! ¡Eureka! ¡Dónde están! (da algunos pasos) ¡Capitán! ¡Felipe! ¡Eureka!... ¿Qué es este lugar? (voz en off: “tú”.) ¿Porqué no veo nada? ¿Por qué no hay nada? (voz en off: “olvido”) ¡Quiero salir de aquí! ¡Ayuda! (voz en off. Entre carcajadas: “Muere”.) ¡Esto es absurdo! Los locos al inicio, el mar con sus tristezas, la chiva, el científico, la gente hundida en las arenas, la bestia, Felipe, el Capitán... ¡Absurdo! ¡Quiero salir! ¡Auxilio! ¡Auxilio! (Llora) ¡Ya estoy aquí! ¡Ya estoy aquí!

(Se encienden las luces del escenario y aparece una mujer arrullando a un bebé que llora)

Mujer.–Ya, ya, ya... No llores más, ya estoy aquí. (Lo arrulla con una canción. Entra a escena un hombre en ropa de oficina. El televisor sintoniza algún noticiero. También hay un perro de pelo blanco, puede ser un Maltés o un French Poodle.).

Hombre.– Llegué, amor. ¿Se cayó de la cuna otra vez?

Mujer.– No, no, no. Se despertó llorando. Ha de haber tenido pesadillas... Arréglate pronto. No tardan en venir mis amigas. (El hombre hace un gesto de fastidio) Anda. Y mejor quita esa cara, métete a bañar con agua fría y saca paciencia de alguna parte. Vienen con niños.

Hombre.– ¡No, no! Yo quería descansar... Esos niños son un desastre. Felipito es más o menos tranquilo, lo regañas y se queda quieto, ¡pero el otro! (Manoteando y caminando de un lado a otro) El otro, este, este... como se llame, es un demonio ¡Y siempre con su ropita de marinero y su cara de no rompo un plato!

Mujer.– Ya no te quejes. Entre más discutas menos tiempo tendrás para calmarte en la ducha.

Hombre.– Con que no venga tu padre de improviso...

Mujer.– Está fuera de la ciudad... Anda, báñate ya. (El hombre sale de la escena. La mujer sigue arrullando al niño.) (Con voz dulce) ¿Qué pasa? ¿Qué pasa? Ya, bebé, ya... (canta) (El hombre grita desde el baño pidiendo a su mujer que ponga algo de música mientras llega la visita. La mujer hace caso, apaga el televisor y sale de escena hacia el sitio en que tienen el estéreo.) (Se apagan las luces. Se escucha Caminante del Mayab, con Antonio Aguilar. El hombre da las gracias. El niño deja de llorar.)



FIN







SÍ, LA VIDA ES SUEÑO
A.R.




AMISTAD, LAZO ETERNO

–¡Por enésima vez! Los fantasmas no existen... ¡Cuándo dejara su estolidez!

–¡Claro que existen! No se ven fácilmente, ¡pero existen! Los he sentido sobre mí, escucho sus quejas...

De esta manera charlaban dos viejos y amigos al jugar ajedrez, como todas las tardes, sobre una bellísima mesa de mármol labrado, testigo mudo de mil batallas, ubicada al centro de aquel parque tranquilo y acogedor.

–¿Cómo puede estar seguro de que son fantasmas? Muchas veces se exagera un viento, se agranda una coincidencia o se da vuelo a la estupidez, estimado amigo.

–¡Hombre de poca fe y menos monta! ¿No confía en mí? A ver, cuando le dije que tuviera cuidado con su señora; que la vigilara más; que le jugaba chueco: ¿tenía o no tenía razón?

–¡Pues hombre, sí, la tenía!

–Lo ve...

–¡Cínico! Era con usted con quien me ponía los cuernos...

–Bueno, bueno, basta de rencores. A su edad los corajes no son recomendables. Déjeme contarle una anécdota para convencerlo de la existencia de esos seres de ultratumba.

–Por favor, algo creíble y nada soez como lo anterior.

–Pierda cuidado... Esto sucedió cuando era joven. Quedé tan impresionado por aquella experiencia, que la llevo grabada en mente como si hubiera acontecido ayer. Empiezo. La tarde era gris y silenciosa. El sol se había escondido por temor a los aullidos del viento que parecía lamentarse con una voz desgarradora, capaz de sacudir hasta el alma más cruda. La luz de los faroles hacía que los árboles dibujaran figuras diabólicas en el suelo, las cuales parecían perseguir a quien se atrevía a poner un pie en aquel sendero siniestro, envolviendo a la persona con los pensamientos más aterradores y perversos que un ser humano puede concebir. De las profundidades de aquel sitio fatal, brotó un espantoso grito de mujer suplicante... ¡Despiértese! –vociferó el narrador. Su compañero no aguantó tanto suspenso y dejó caer la cabeza sobre el tablero–. ¡Que se despierte le digo! ¡Qué poca educación, habráse visto! Dejarme hablando solo a mí, ¡a mí, don Francisco Suárez Góngora, erudito de la Universidad de Salamanca; Doctor Honoris Causa por el Colegio de Levante! A mí, que a doquiera que voy, soy conocido por todos y saludado al instante con notable efusividad... ¡Que se despierte, carajo!

Lentamente, el interpelado levanta la cabeza. Un peón se había pegado a su frente dejando una marca dura sobre la piel. Al abrir los ojos, aparece ante él un mundo de garabatos y bocetos difusos; cosas que parecía no haber visto en su vida.

–Disculpe. Me quedé dormido.

–O demasiado despierto diría yo. Tumbó las piezas a propósito porque yo iba ganando, ¿no es así?

–No, no fue a propósito. Primero muerto que tramposo...

–Su descaro supera su perfidia...

–Estoy diciéndole la verdad. Su historia me cautivó de tal manera, que me perdí en sus palabras y caí rendido. Con todo eso, me ha convencido; creo en los fantasmas.

–¡Pero si no he terminado la historia!

–Pues creo. Creo porque los he visto.

–¡Ah sí! Y ¿cómo eran?

–Tal como usted lo mencionó: invisibles.

–Sigo pensando que usted quiere engañarme; me da por mi lado para que olvide su maña.

–¡Me ofende, don Paco!

–¡Con toda intención!

–Lastima mi orgullo...

–¡Qué sabe usted de esas cosas!

Y con otra pelea, terminaba una vez más la partida de ajedrez en aquel lúgubre camposanto en que, dicen, se escuchan voces y pasos; golpes de pequeños objetos de madera esparciéndose sobre una mesa en ruinas ubicada al centro del lugar. Personalmente, no creo en esas cosas; nunca me ha pasado nada extraordinario. Me remito a contar esta historia de dos buenos amigos aficionados al juego férreo y a las discusiones intelectuales. Que cada quién concluya lo que tenga a bien creer...


CUARTO 232

–¡Es ilógico! Tiene semanas internado, nadie lo visita, apenas habla con las enfermeras y los doctores... Su enfermedad se agrava, no hay forma de manejarlo y, sin embargo, parece tenerle sin cuidado.

–Tal vez tiene fe en que sanará.

–No lo creo, le hemos recomendado un hospital en el extranjero que quizá pueda ayudarlo utilizando un tratamiento poco ortodoxo, nuevo; gratuito. No quiso y no fue por miedo, sabe que no hay nada qué perder. No aceptó.

–¿Crees que la enfermedad lo haya puesto idiota? ¿Que no razone bien? Digo, para no aceptar un tratamiento gratuito en el extranjero....

–Dejando de lado que al dormir repite el nombre de una mujer y que, cuando está despierto, esboza siempre una sonrisa discreta, no tiene síntoma alguno de locura. Cualquiera en su lugar estaría deprimido, arrobado... para él, cada nuevo día es un día menos. Lo sabe y aún así...

–¡Qué fuerza!.. ¿Es una fotografía lo que saca de su almohada?

El paciente deja caer la mano en que tenía la imagen y la vida sobre su pecho vacío. Los doctores se acercan de inmediato. Nada quedaba por hacer. El más joven de los dos, toma la fotografía en que se ve a una mujer madura sonriendo, a pesar de la lluvia que la cubre, y, al reverso, encuentra tres palabras y la huella de unos labios que explicaban todo:

“Te estaré esperando”




UNA HISTORIA MEXICANA

I


–¿Llegó el encargo?

–No

–¡Demonios! En mis tiempos el correo urgente no tardaba más de 6 días... ¿Qué carajos pasa con los caballos de ahora?

Don Rubén era un anciano de sesenta y dos años encima; dudaba poder cargar más. El año en el que cumplió cuarenta otoños falleció su esposa, Elisea, y él prometió jamás volver a emparejarse con nadie. Lamentablemente, el hombre era “ojialegre”, como suelen decir, pero eso sí, tenía palabra. No encontrando mejor manera de cumplir su promesa, resolvió encerrarse en el cuartucho de la vecindad en que siempre habitó con su difunta mujer. Cuando la perdió, cuando perdió a la luz de su vida (a sus amantes las trataba a oscuras), el hombre perdió hasta el humor. La soledad carcomía sus breves sonrisas; todo le molestaba. Despertaba muy a su pesar, con mucho pesar comía y a veces soñaba, con un pesar exagerado. El mundo ya no era lugar para él. La alegría se le negaba y sus culpas de antaño lo obligaban a pagar sus pecados de esa forma.

Sabía que lo merecía. Había hecho sufrir demasiado a la infortunada Elisea; saltando de cantina en cantina, de mujer a mujer; mientras ella, su celestial esposa, permanecía en casa, sumisa, paciente.

Por medio de libros y diarios se mantenía informado del exterior; por medio de libros, de diarios y de Luisito, pequeño de ocho años, encargado de llevarle aquellos textos todas las mañanas.

–Don Rubén, no usan caballos para entregar el correo.

–¿Ah no? ¿Y ahora qué usan? ¿Perros? Dime si usan perros, así comprendería el retraso.. habiendo tantos postes de San Rincón del Juan para acá, no me extrañaría que pasaran meses...

–No, perros no; camionetas, don Rubén.

–¡Cierto! Algo había leído acerca de eso Lo olvidé. Entonces no sé qué esperar... ¡Vete, Luis! Vuelve mañana con el periódico y haber si consigues uno que conserve la tinta en el papel. Estoy harto de leer las noticias en mis manos.

–Sí, don Rubén, lo que diga.

El anciano se arrellanó en el sofá y perdido en volatería cayó dormido. Así se le fue el resto del día. Así se le iba la vida.

I

Al día siguiente lo despertó la puerta. Era el pequeño con el periódico, un libro titulado “Al fin le escribieron al coronel y otros cuentos”, y el paquete antes mencionado. Cuando el viejo vio este último, le arrebató al niño el periódico; el libro; el encargo y hasta el lonche. Luisito recibió un portazo antes de poder reclamar nada.

–¡Vete, vete!– dijo don Rubén desde dentro.

Sin quitar la vista de la caja ansiada, se dirigió velozmente a la mesa, arrancó la envoltura con una agilidad increíble tomando en cuenta su artritis y sus reumas, y exclamó:

–¡Al fin llegaste! Elisea, por ti he sufrido mucho; con tu muerte acabó mi alegría... Lo merecía por haberte hecho daño. Era mi deber morir solo... como moriste tú estando conmigo. Que esta arma me robe la vida que te debo. ¡Tanto mal te causé! ¡Tanto llanto! ¡Qué egoísta fui! Pero al fin llegó el momento de volver a tu lado. ¡Más de veinte años en esta soledad! Pagué nuestro matrimonio; ahora ¡recibe mi vida, Elisea!... ¡Recíbeme!

Al terminar su dramático soliloquio, se llevó el revolver a la boca y dijo sus últimas palabras:

-Edisuha, nou omdigou, redimeme abmo orque ah oi dino ee ii.

Entendiendo la dificultad que representa proferir algo inteligible con el frío de la muerte acariciando el paladar del suicida, escribo a continuación una interpretación de aquella despedida: “Elisea, voy contigo. Recíbeme, amor, que ya soy digno de ti.”

Al concluir la frase, un silencio sombrío; un instante de incertidumbre invadió el lugar. Unos segundos más tarde, el hogar del desgraciado viejo fue sacudido por un estruendo infernal...
III

–Disculpe, don Rubén, tumbé la puerta.

El objeto que Luisito había tirado, no era más que una lámina de gran tamaño haciendo de puerta sin serlo; unos goznes improvisados que no detenían ni el polvo; y el vetusto cuadro de una virgen haciendo de adorno y tapando un hueco, lo único genuino. Al ver entrar al niño, el frustrado suicida guardó la pistola en la parte baja de la espalda, sujetándola con el pantalón, y fingió haber sido despertado estirándose, bostezando y volviéndose a extender los brazos.

–No hay problema, supongo, y también presumo que hay una buena razón para que vengas por segunda vez sin que te lo haya pedido. Así que habla rápido, no me queda, digo, no tengo mucho tiempo.

–Es que dice mi mamá que si recuerda el día que se murió su esposa...

–¡Qué pregunta! Estúpida, cruel; digna de tu madre.

–...¡que dice mi mamá que si se acuerda de cuando murió su esposa! – repitió el infante pensando que no le habían puesto atención.

–¡Qué criaturas, Dios! ¡Haces cada cosa! ¡Claro que los animales hablan; ante la duda, la prueba! Sí, Luis, por supuesto que me acuerdo.

–Ah. También dice mami que si le dieron la última carta que le escribió a usted...

–Mmm, no, nadie me dio nada.

–Ah. Bueno, porque mamá la tiene.

–¡Qué gente, señor! ¡Increíble! Pero dime, Luis, ¿por qué hasta ahora?

–Pues porque mi mami la tenía perdida.

–¡No puede ser!, ¡tanto tiempo!..

–Ya la encontró...

–Menos mal, ¡dámela! ¿La traes contigo?

–No. La tiene mi ma´ en la casa.

–¡Paciencia, Rubén, paciencia!... Entonces no sé qué haces aquí, ¡tráela, anda!

–No se enoje conmigo, don Rubén, me pongo chipi...

–¡Pues anda por ella y no hables más!

El niño, al salir, colocó la puerta en su sitio. Don Rubén sacó el arma volviendo a su plan inicial. Esta vez, se apunto a la altura de la sien, quizás para entender su discurso final.

–Una carta, Elisea. ¡Tu carta! ¿De qué me sirven tus letras si puedo tener tu voz? En un instante estaré a tu lado... ¡Espera, Elisea, espera! Espera y abre tus brazos, que este hombre el mundo deja para sentir tu regazo.

Luego de esto, cerró los ojos, apretó los dientes, se puso tenso, jaló el gatillo y... se escuchó un clic. Trató de disparar dos veces más, resultando inútil. Desconcertado, tomó la caja y alcanzó a ver unas letras pequeñas al borde que decían: “No incluye municiones”


IV

Recordó que tenía una bala guardada en el cajón del ropero. Era un obsequio recibido de su padre al terminar la Revolución. Tomó el arma y la cargó con premura.

–Una despedida más sería ridícula. Ahora sí, ¡me voy!

Temblaban sus manos, y su corazón latía agitadamente al sentir cerca el final. Sus pensamientos eran lo único que perturbaba aquel silencio fúnebre. Eran las cinco de la tarde con quince minutos cuando un horrible sonido estremeció el suelo de la casucha...

–Don Rubén, debería poner una puerta de verdad, esta lámina es un gorro.

¡Se va a morir de una buena vez o qué!... Perdón. El hombre guardó nuevamente el arma, deteniéndola con la pretina del pantalón, justo en el lugar donde brota la espalda, o desemboca; las especificaciones geográficas no tienen importancia. Harto, como todos, recibió la inesperada visita con una sonrisa forzada.

–Sí, lo estaba pensando esta mañana. El timbre quedó en el pasado. ¿A qué debo su grata presencia, doña Selene?

–Ay, don Rubén, pues como le mandé decir con Luisito, hallé la carta que me dio su ex mujer antes de colgar las chanclas... justo antes de pasar a mejor vida, que aunque no halla subido al cielo, comparado con esto –decía mientras veía alrededor– cualquier rincón es la Gloria. ¡Mire nada más! Es un milagro que no se le haya caído el techo encima.

–Este sería buen momento...

–¿Perdón?

–Decía que sería un buen momento para recibir la carta de una vez. Estoy deseoso por saber lo que dice.

–Está bien, téngala. Me voy, don Rubén. Dejé la comida en la estufa.

–¡Dejó la estufa encendida en su casa de láminas, sin vigilancia y con Luisito dentro!

–¡Cómo cree! Luisito fue a jugar al parque.

–...No la entiendo, pero ándele, que le vaya bien.

La vecina salió de la casa y don Rubén quedó solo de nuevo, contemplando con nostalgia el objeto recibido.

–Leeré tu carta, Elisea, más por curiosidad que por ganas. Que me espere la muerte tres minutos; al fin no llegó en veinte años. Unos minutos no son nada, como solías decir en nuestras noches de fuegos fatuos.

Abrió el sobre y sacó un par de hojas amarillentas. Se puso sus viejos lentes y, parado junto a la ventana que dejaba ver el jardín de la plaza al fondo, dio lectura al escrito con voz suave y, en veces, entrecortada.

Amado Rubén:

Con las últimas fuerzas que me quedan, te escribo desde el sombrío cuarto de este hospital de mala muerte que parece ser mi última morada. Conociendo a Selene, tal vez cuando recibas esto yo estaré muerta y tú, tú estarás al lado de otra haciendo los hijos que siempre quisiste y que no te pude dar.

¡Perdóname! Perdona que no te haya dado una criatura, pero sabes que nunca me gustó trabajar bajo presión. De cualquier manera, discúlpame. Yo soy la culpable de nuestro fracaso. ¿Qué cómo lo sé? Tal vez te enojes y de nuevo te pido disculpas por lo que vas a leer... te mereces la verdad... Rubén, mi Rubén, mientras me eras infiel con cualquier cantidad de otras, yo, ¡perdóname!, yo también me las gastaba igual. Pero no podrás negar que lo hice por nosotros. Mientras dilapidabas tu miserable sueldo en alcohol y meretrices, yo conseguía lo que no traías a casa. Nunca nos faltó leche como sabrás... ni carne, pollo, pan o tortillas. De haberte durado unos meses más, habríamos podido conseguir una casa mejor... pero esta enfermedad ya no me deja, Rubén.

Después de esta confesión siéntete en libertad de hacer lo que quieras. No me debes nada. Estamos a mano. Siempre lo estuvimos. ¡Cásate! Cásate y sé feliz con una buena mujer que te dé lo que yo no pude darte. ¡Huevos, Rubén! Ya me acordé, huevos nunca tuvimos, el hombre de la avícola no me daba nada a cambio, ¡pero qué guapo estaba! Perdón de nuevo, mi amor, pero te confieso que, aunque otros tuvieron mi cuerpo, sólo a ti te di mi corazón.

Tuya hasta la muerte (que no tarda),

Elisea

PD. Si tienes una hija llámala Elisea, así sabré que me quisiste.

Don Rubén dejó caer la carta. Sus ojos se llenaron de lágrimas; su rostro, de frustración y de impotencia...

–¡Pinche Elisea! –dijo.






V

¿Reír o llorar ante una escena así? Pensar que pasó veinte años engañado, torturándose con la idea de que era causa de la prematura defunción de su mujer; renunciando al mundo para limpiar su conciencia de los males que lo afligían cuando recordaba a su santa esposa que, al final, resultó tener bastantes y muy devotos feligreses. No. No hay palabras para dar una idea siquiera cercana al sentir de aquel hombre. La noticia le estimuló una vorágine de pensamientos cruel y dolorosa.

Estuvo inmóvil alrededor de diez minutos, con la boca abierta, la mirada perdida, la carta en el suelo, y el tiempo que gastó sobre la espalda... Con la cabeza gacha se dispuso a reflexionar en el sofá buscando encontrar calma y tomar una decisión acerca de lo que habría de hacer luego de aquella revelación. Parsimoniosamente, caminaba hacia el sofá y divagaba en voz alta.

–¡Ay, Elisea, Elisea! De haber sabido que me engañabas... Mira que estuve a punto de morir por ti. Fueron veinte años... ¡Veinte! ¡Cuántas cosas pude haber hecho!... Mas no te guardo rencor... ya no estás conmigo y no quiero perturbar tu paz... Pero si no estuvieras muerta, ¡te mataba, faltaba más!... Pero como dije, no te guardo rencor. Esto es una oportunidad para recuperar las horas perdidas. Sí, ¡he vuelto a nacer!, ¡el destino me llama y me invita a continuar mi historia! El mundo me necesita, por eso las interrupciones de Luisito y de Selene, Dios me quiere... Dos intentos fallidos y al tercero, tu carta... ¡Me salvaste la vida, Elisea! Crudelísima broma tuya y del destino, pero sigo vivo a fin de cuentas. Veré las cosas de otro modo. Dejaré mi encierro y viviré. Viviré porque el cielo lo quiere así, no fue coincidencia que mi suicidio fuera estropeado; Dios tiene un plan grande para mí. No soy nadie para arruinar los planes del Creador... ¡Estoy vivo! ¡Viviré!

Al momento de sentarse una descarga echó todo abajo. Don Rubén no recordó el lugar en que había puesto la pistola. Ésta, al rozar el respaldo, se disparó.

ENTRETENIMIENTO SEMANAL
–¿Recuerdas el día en que nos conocimos?

–Como una astilla clavada en el dedo.

–¡Vamos, basta de bromas! No fue tan malo...

–Tal vez porque no es tu dedo...

–¡Caramba! Nuestros hijos... ¿te arrepientes de ellos también?

–¡La pus!

–¿Será que no te entiendo porque tengo a la mano solamente nuestros buenos momentos?

–Y la otra mano se desborda...

–¿No puedes dejar de ser tan negativo? Desde joven has sido un viejo gruñón y soez, tenía la esperanza de que al envejecer nacieras...

–¡Qué cosas dices, mujer! No se nace al envejecer, volver a usar pañal no es algo lindo; comer alimentos licuados no vuelve lozano a nadie ni lo hace sentirse mejor... Ahora, que si tuviera quién me diera pecho, otra cosa sería... A mis años, ¡nada!

–¡Eres un descarado! ¡Eres un grosero! ¿Qué pude ver en ti?

–Todo. Me lo viste todo. Hasta los lugares que el jabón no toca.

–¿Podemos hablar de otra cosa? Tus palabras son de pésimo gusto.

–Las partes de las que hablo, ahora lo son también... El tiempo acaba con todo...

–¿Qué pude ver en ti? ¡Ya no contestes, por favor! Es retórica, como todas las pláticas que tuve contigo.

–¿Ahora quién es la negativa?

–Es imposible escapar a la peste de tu genio.

–Tú pudiste...

–Supongo que pude...

–¿Viste? Cada uno tuvo lo que quería después de todo.

–¿Querías terminar solo en un asilo?

–No era esa mi idea en un principio, pero quisiste que todos nuestros hijos fueran a la universidad. Ahora ya no me quejo, uno se acostumbra a lo que sea. Además sabes que me gusta seguir una rutina y aquí todo tiene su hora, día tras día; lo mismo. Sólo tus visitas me sorprenden.

–Pero si vengo a menudo...

–Pero sin lapsos uniformes... Entonces, me sorprendes. Aparte, a esta edad, despertar ya es una sorpresa. Uno se obliga a maravillarse del viento meciendo un árbol, de una flor que se abre... de una enfermera rechoncha.

–No cambias.

–Es tarde para nuevos hábitos.

–Nunca es tarde, nunca... Debo irme, han llegado por mi.

–¿Cómo te trata ese hombre?

–Muy bien... muy bien.

–¿Eres feliz?

–Sí... lo soy.

–“Cada uno tuvo lo que quería después de todo”. Saluda a los chicos por mí ¿quieres? Dales un abrazo, un beso y la dirección de este lugar; hace siglos que no vienen. Es raro como, aquí dentro, todos usamos la expresión “hace siglos” para referirnos a lo que hacíamos cuando estábamos fuera y nadie lo toma como una exageración... Un día es una eternidad... Pero no te entretengo más. Diles que los espero uno de estos días, que no los he olvidado; que no lo olviden...

–Han estado ocupados con sus familias. Están empezando, tú sabes cómo es...

–Claro. Sabemos como es... Te quiero.

–Debo irme.

–¡Adiós, guapa!

–Sonríe un poco. Inténtalo al menos.

–Voy a tratar. Por ti traté.

FIN

16/1/08

El arte de perder y El Mago Negro de Patricia Rivas





EL MAGO NEGRO
De Patricia Rivas



Patricia Rivas es dramaturga, actriz y traductora de poetas como Bonnefoy, Eluard, Elizabeth Bishop y, particularmente, Anne Sexton; también ha traducido textos de filósofos como Cioran y Jankelevitch y del novelista y dramaturgo Mikail Boulgakov. Sus traducciones y colaboraciones se publican regularmente en La Jornada Semanal y el suplemento cultural del periódico Ovaciones.
Patricia Rivas estudió en el Centro Universitario de Teatro con maestros como: Germán Castillo, Ludwik Margules, Juan Tovar, Esther Seligson, Raúl Kalutis, entre otros. Ha trabajado como actriz en numerosos montajes como: Manuscrito Encontrado En Zaragoza, dirección: Ludwik Margules, Humanidad, dirección: Lorena Maza, De La Calle, dirección: Julio Castillo, entre otras. Como dramaturga y directora ha realizado los siguientes espectáculos: La última y me despinto, dirección de Darío T. Pie, El péndulo de Lulú, dirección de Marco Antonio Silva, La reina del pornoshow, a partir de textos de Pedro Almodóvar, dirección: Patricia Rivas, Los duelistas, espectáculo de Patricia Rivas y La Terapia del Suicidio basado en poemas de Anne Sexton, entre otros. Ha recibido numeroso apoyos del FONCA para la realización de sus espectáculos


EL ARTE DE PERDER...
El arte de perder no es difícil de conquistar.
Muchas cosas parecen estar llenas con el intento de ser perdidas, pero su pérdida no es un desastre.
Una pierde algo todos los días. Acepta el desasosiego de perder las llaves de la casa, la hora malamente pasada.
El arte de perder no es difícil de conquistar.
Así que practica el perder la paternidad, el perder algo rápidamente:
Lugares, y nombres, y todo lo que era importante para viajar. Nada de esto acarreará desastres.
Perdí el reloj de mi madre. Y mira, mi última, o casi la ultima, de las tres casas que más amé.
El arte de perder no es difícil de conquistar.
Perdí dos ciudades, cada una amada por mí. Y vastísimos reinos, dos ríos, un continente.
Los extraño, pero no fue un desastre.
Incluso si te perdiera a ti (la voz divertida, el gesto que amo) no me moriría. Es evidente.
El arte de perder no es difícil de conquistar, incluso si esto pareciera (¡Escríbelo!) un desastre.
Patricia Rivas

EL MAGO NEGRO

OBRA DEDICADA AL GENIO INMORTAL DE MIJAIL BULGAKOV.


“Los manuscritos no arden”.





PERSONAJES POR ORDEN DE APARICIÓN.
MAESTRO, AMANTE DE MARGARITA.
MARGARITA, AMANTE DEL MAESTRO.
KOROVIEV, ASISTENTE DE VOLAND.
POPOTA, ASISTENTE DE VOLAND.
VOLAND, ESPECIALISTA EN MAGIA NEGRA.
MIGUEL BERLIOZ, PRESIDENTE DE LA CASA DEL ESCRITOR:
IVÁN “DESAMPARADO”.
PONCIO PILATOS, QUINTO PROCURADOR DE JUDEA.
YESHUA HA-NOZRI.
CAIFÁS, SUMO SACERDOTE DEL PUEBLO JUDÍO.
AFRANIO, JEFE DEL SERVICIO SECRETO DE PONCIO PILATOS.



ESCENA 1. HABITACIÓN DEL MAESTRO. NOCHE.
EL MAESTRO CAMINA DE UN LADO A OTRO LEYENDO EN VOZ ALTA
PASAJES DE UN MANUSCRITO. ARRANCA HOJAS, LAS TRATA DE QUEMAR CON UN ENCENDEDOR, LAS ROMPE, LAS MIRA CON HORROR.
MARGARITA TRATA DE CALMARLO.
MAESTRO: ¿Pilatismo? ¿Creyente beligerante? ¿Un fanático al ataque?
VUELVE A LEER ALGUNOS PASAJES DEL LIBRO.
MAESTRO: “...Las tinieblas que llegaban del mar mediterráneo se extendieron sobre la odiada ciudad del terrible Poncio Pilatos, el hijo del rey astrólogo, quinto procurador de Judea...”
EL MAESTRO VUELVE A TENER OTRO ACCESO DE FURIA Y VUELVE A
DESGARRAR EL MANUSCRITO Y A TRATAR DE QUEMARLO.
MAESTRO: Lo mejor es que desaparezca para siempre... Tengo mucho miedo...
MARGARITA: Por favor...
TRATA DE ABRAZARLO. EL MAESTRO LLORA MUY AGITADO.
MARGARITA LE TOMA LA CARA ENTRE SUS MANOS. EL MAESTRO
CONTINUA CON SU DELIRIO.
MARGARITA: ¿Qué te hicieron? ¡Malditos! Nada de lo que dicen es verdad. No tienen fe, tienen miedo y por eso mienten. Cobardes, hipócritas...




MAESTRO: Eso es lo peor, no me importan sus críticas... no es eso lo que me importa. Siento que mienten... que no dicen lo que quieren decir... Odio mi novela. Me siento asustado, estoy muy enfermo.
MARGARITA: Te voy a curar. Quiero quedarme para siempre contigo, pero no quiero hacerlo de este modo. No quiero que recuerde que me fui huyendo en la noche. No me ha hecho nada malo. Voy a decirle todo. Le diré que amo a otro y regresaré para siempre contigo.
EL MAESTRO NO RESPONDE.
MARGARITA: ¿Porqué no me contestas? ¿Has dejado de amarme? Dime la verdad. Si es así prefiero morirme, envenenarme...
MAESTRO: No permitiré que destroces tu vida. Yo sé que tendré un fin horrible y no quiero que te arruines conmigo. No quiero volverte loca igual que yo...
MARGARITA: ¿Es ese el único motivo?
MAESTRO: El único.
MARGARITA LO ABRAZA. EL MAESTRO SE RESISTE. EMPIEZAN A FORCEJEAR.
MARGARITA: Entonces me arruinaré contigo. Ya no puedo separarme de ti. Nos vamos a ir al mar. Vamos a estar juntos para siempre. Voy a cuidar de tu sueño. Por las mañanas te despertarás tranquilo y escribirás...

EL MAESTRO SE APARTA DE MARGARITA Y EN SU FUROR LA TIRA AL SUELO.
MAESTRO: No Margarita, ya no quiero escribir...
ANTES DE SALIR HUYENDO EL MAESTRO DICE:
Por favor trata de olvidarme.
MARGARITA SE QUEDA EN EL SUELO. TOMA ALGUNAS HOJAS QUE ESTÁN A SU ALREDEDOR. LEE:
MARGARITA: ...”Las tinieblas que llegaban del mar mediterráneo se extendieron sobre la odiada ciudad del terrible Poncio Pilatos, el hijo del rey astrólogo, quinto procurador de Judea. Las pasarelas que unían el templo a la maldita villa Antonia desaparecieron, así como desapareció Jerusalén, la gran ciudad, como borrada de la faz del mundo” (PAUSA) Te voy a salvar amor mío. No me importa si me convierto en bruja o le entrego mi alma al diablo. Te juro que te voy a salvar.
OSCURO.
ESCENA 2. TARDE. PARQUE.
SE VEN DOS BANCAS. EN UNA DE ELLAS ESTÁ SENTADO VOLAND VESTIDO CON UN TRAJE GRIS OSCURO Y UN BASTÓN EN LAS MANOS. POCO DESPUÉS, ENTRAN IVÁN Y BERLIOZ.
DISCUTEN ACALORADAMENTE. SE SIENTAN EN LA OTRA BANCA SIN PERCATARSE DE LA PRESENCIA DE VOLAND.

BERLIOZ: ...Por ejemplo, Osiris, el egipcio, dios benefactor, hijo del cielo y la tierra... el fenicio Tamuz... incluso Merduk... Sin olvidar a Huitzilopoztli, muy venerado por los aztecas. En fin... ¡Que el diablo te lleve, Iván! Tu poema es espantoso. Pero tienes un enorme don de observación, ¿dónde lo aprendiste, diablillo, donde? Pero el contenido, el contenido...
IVÁN: En primer lugar...
BERLIOZ: Nada de en primer lugar. (OBSERVANDO EL PAISAJE) En el calor de la discusión nos desviamos del camino, pero en fin... ¿Tu ya habías estado en este parque?
IVÁN: Bueno, había pasado sin entrar...
BERLIOZ: Mmmm. Se Está tan bien aquí... Voy a decirte algo, Iván: Has representado en tu poema, por ejemplo, de manera satírica, el nacimiento de Jesús, hijo de Dios, pero lo interesante es que antes de Jesús, vieron la luz una enorme variedad de hijos de Dios, pero para abreviar: Ninguno ha existido, incluyendo a Jesús. Y lo que debiste de haber hecho con tu poema era ilustrar lo absurdo de este nacimiento... En lugar de eso, cuando uno lee tu poema pareciera que este tipo hubiera existido realmente... No se le enseñes a nadie más porque vas a atraerte numerosas antipatías... Yo creo que te traicionó la potencia de tu talento, tu juventud, o simplemente el total desconocimiento sobre esta cuestión. No es importante si Jesús era bueno o malo, lo importante es que como individuo histórico nunca existió.
IVÁN: No estoy de acuerdo con lo que dices. Mi poema debe entenderse en un sentido metafórico... Por supuesto que como individuo histórico no existió...
BERLIOZ: (DOCTORAL) Exactamente. Todo lo que se cuenta sobre él son invenciones puras. En el libro quince, capítulo cuarto de los célebres anales de Tácito, cuando se habla de la ejecución de Jesucristo, se trata simplemente de una tardía interpolación apócrifa.
IVÁN: (ASOMBRADO) No entiendo que significa esto último...
BERLIOZ: No importa. Lo fundamental es que los cristianos inventaron a Jesús sin aportar nada nuevo. No existe prácticamente una sola religión donde no encontremos una virgen inmaculada trayendo un dios al mundo...
VOLAND SE LEVANTA DE LA BANCA ACERCÁNDOSE A ELLOS. LOS
DOS ESCRITORES INTERRUMPEN LA DISCUSIÓN Y LO MIRAN CON
SORPRESA. VOLAND HABLA CON UN LIGERO ACENTO EXTRANJERO

VOLAND: Perdonen, pero el tema de su conversación me interesa sobremanera. ¿Me permiten sentarme?
SIN ESPERAR RESPUESTA SE SIENTA EN MEDIO DE LOS DOS.
VOLAND: Si no me equivoco, ustedes creen que Jesús no existió.
VOLAND DIRIGE LA MIRADA A BERLIOZ.
BERLIOZ: No, no se equivoca. Es precisamente eso lo que decimos.
VOLAND: Qué interesante... (DIRIGIÉNDOSE A IVÁN) ¿Usted está de acuerdo con su amigo? IVÁN: Absolutamente.
VOLAND: ¡Me parece increíble Perdonen que los importune, pero, ustedes... Ustedes... (MIRA A SU ALREDEDOR SOSPECHOSAMENTE) ¿Tampoco creen en Dios? No se lo diré... (PAUSA) ...a nadie, se los juro.
BERLIOZ: Efectivamente no creemos en Dios. Pero es algo de lo que podemos hablar libremente.
VOLAND: ¿Son ateos?
IVÁN: (SONRIENDO) ¡Por supuesto que somos ateos!
VOLAND: ¡Eso es maravilloso!
BERLIOZ: En nuestro país el ateísmo no sorprende a nadie. Desde hace mucho la mayoría de nuestra población dejo de creer en fábulas.
VOLAND ESTRECHA EFUSIVAMENTE LA MANO DE BERLIOZ.
VOLAND: Esta novedad es de gran importancia para un viajero como yo. Entonces díganme que hacen ustedes con las pruebas de la existencia de Dios que como todos sabemos son cinco: movimiento, eficiencia, grados de perfección, contingencia y finalidad.
BERLIOZ: Esas pruebas no valen nada y la humanidad ya las relegó a los archivos. Debe admitir que sobre un plano racional ninguna prueba sobre la existencia de Dios es real.
VOLAND: ¡Bravo, bravo! Acaba de repetir el mismo argumento que el viejo loco de Emmanuel. Él destruyó de tajo las cinco pruebas y como para burlarse de sí mismo, ideó con sus propios medios una sexta. ¿Qué divertido, no?
BERLIOZ: Esa sexta prueba no es más convincente que las demás. ¿No fue Schiller quien dijo que los razonamientos de Kant sólo podían satisfacer a los esclavos? (PARA SÍ MISMO) ¿Quién será este tipo? ¿De dónde puede venir?
VOLAND: Por otro lado, yo le dije un día, mientras desayunábamos: Mire profesor, sus ideas son muy incoherentes. Inteligentes, sin duda alguna, pero terriblemente incomprensibles. Se van a reír de usted.
LO MIRAN INCRÉDULOS.
IVÁN: (ENTRE DIENTES) ¿Desayunando con Kant? ¿Qué cuentos son estos?
VOLAND: Pero he aquí la cuestión que me preocupa: Si Dios no existe, entonces ¿quién gobierna la vida humana y en general el orden de las cosas sobre la tierra?
BERLIOZ: ¡El hombre!
VOLAND: ¿Cómo podría hacerlo si es incapaz de la menor previsión y ni siquiera
puede tener garantía de su propio mañana? Imaginemos esto: Se mete a gobernar y comienza a tomarle gusto y de pronto, je, je, je... Le da un cáncer en el pulmón. Je, je. SÍ. Un cáncer... Sería el final de su gobierno. Presintiendo su enfermedad, corre a ver a los médicos más eminentes, después a charlatanes y termina yendo a consultar videntes. Eso sería una pérdida de tiempo. Las cosas terminan trágicamente. Aquel que se creía gobernador se encuentra acostado, rígido, en una caja de madera y después reducido a cenizas. O peor aún, decide hacerse una cura en aguas termales y de pronto se cae en las vías de un tren. ¿Me diría que porque usted así lo deseó? ¡No! ¿No cree que alguien mucho más neutral lo quiso?
IVÁN: ¡Qué diablos! Es exactamente eso lo que yo pienso...
BERLIOZ: Ya sé lo que quiere objetar. Ciertamente el hombre es mortal, nadie lo puede negar, pero lo esencial es...
VOLAND: Lo esencial es que el hombre es incapaz de saber lo que hará incluso la misma noche. Generalmente muere inesperadamente.
BERLIOZ: Qué absurda manera de presentar las cosas. Por ejemplo, yo estoy seguro de lo que voy a hacer esta noche. Claro que si me cae un árbol en la cabeza...
VOLAND: Nunca le caería a nadie un árbol por casualidad. Usted particularmente no tiene nada que temer por ese lado. Morirá de otra manera.
BERLIOZ: Si usted sabe cómo voy a morir, entonces podría decírmelo.
VOLAND: Por supuesto.
VOLAND MIRA A BERLIOZ POR TODAS PARTES Y DICE ALGUNAS PALABRAS EN VOZ BAJA.
VOLAND: Uno, dos, Mercurio en la segunda casa... la luna ha desaparecido... seis... Una desgracia... la noche... siete... ¡Ya está! ¡Le cortarán la cabeza!
VOLAND EMPIEZA A REÍR DESAFORADAMENTE.
BERLIOZ: (IRÓNICAMENTE) ¡Ah, bueno! ¿Y quién será? ¿Un enemigo? ¿Acaso un extranjero? VOLAND: (CONTENIENDO LA RISA) Quisiera preguntarle que pensaba hacer esta noche, si no es indiscreción.
BERLIOZ: No es ninguna indiscreción. Primero voy a ir a mi casa y después a las diez de la noche voy a presidir la reunión en la casa del escritor.
VOLAND: Eso es imposible.
BERLIOZ: ¿Y por qué?
VOLAND: ¿Y por qué? ¿Y por qué? ¿Y por qué?

VOLAND RÍE HISTÉRICAMENTE.
IVÁN: (INSOLENTE) Dígame, ¿por casualidad no ha estado en una clínica para enfermos mentales?
BERLIOZ: (LE DA UN ZAPE) ¡Iván!
VOLAND: (PARANDO DE REÍR) He estado en tantas partes... Solamente lamento no haber tenido el placer de saber que es la esquizofrenia. ¡Será usted mismo quién lo averigüe, Iván!
IVÁN: (CON SOBRESALTO) ¿Cómo sabe mi nombre?
VOLAND: (PAUSADAMENTE) Así lo acaban de llamar.
IVÁN: (DESCONCERTADO) ¿Me permite un minuto? Necesito decirle algo en privado a mi amigo...
VOLAND: Por supuesto. Se está tan bien aquí... Además no tengo ninguna prisa.

IVÁN Y BERLIOZ SE LEVANTAN Y SE ALEJAN UNOS PASOS DE LA
BANCA DÁNDOLE LA ESPALDA A VOLAND.
IVÁN: Escucha Berlioz, éste es un loco pero habla de cuestiones en las que yo concuerdo. De cualquier modo hay que pedirle sus documentos.
BERLIOZ: ¿Tú crees?
IVÁN: Te lo aseguro.
BERLIOZ: De cualquier modo no te portes agresivo con él. No tiene ningún caso. Si sigue diciendo estupideces, llamamos a la policía y punto...
SE ACERCAN DE NUEVO A VOLAND. ESTE TIENE EN LA MANO ALGUNOS DOCUMENTOS.
VOLAND: Ustedes perdonarán. En el calor de la discusión olvide por completo presentarme. Aquí tienen mi pasaporte, mi tarjeta de presentación y una invitación que recibí para venir a dar algunas conferencias.
BERLIOZ: (EN VOZ BAJA) ¡Demonios! Escuchó todo.
IVÁN Y BERLIOZ SE MUESTRAN APENADOS Y REHÚSAN REVISAR LOS DOCUMENTOS DE VOLAND.
BERLIOZ E IVÁN AL MISMO TIEMPO: Encantados, encantados.
VOLAND GUARDA SUS PAPELES Y ÉL Y LOS DOS ESCRITORES SE VUELVEN A SENTAR.
BERLIOZ: ¿Entonces está invitado en calidad de especialista, profesor?
VOLAND: Exactamente.
IVÁN: ¿Es usted extranjero?
VOLAND: ¿Quién? ¿Yo? En fin, si usted quiere...
IVÁN: Habla perfectamente nuestro idio...
VOLAND: Soy políglota. Conozco un gran número de idiomas.
BERLIOZ: ¿Y cual es su especialidad?
VOLAND: Soy especialista en magia negra.
BERLIOZ: (PARA SÍ MISMO) Sólo nos faltaba eso. (A VOLAND) Así que está invitado aquí como especialista en... en... ¿magia negra?
VOLAND: Así es. También soy historiador. Y hoy está por comenzar una historia interesante por estos rumbos.
PAUSA. VOLAND LOS ABRAZA Y MURMURA:
VOLAND: Jesús realmente existió.
BERLIOZ: Mire profesor, respetamos enormemente sus vastos conocimientos, pero sobre ese tema nos deberá permitir mantener nuestro punto de vista.
VOLAND: Aquí no es cuestión de puntos de vista. Jesús realmente existió, eso es todo.
BERLIOZ: Pero habría que tener pruebas, algo...
SE EMPIEZA A OSCURECER EL ESCENARIO.
VOLAND: Todas las pruebas son inútiles. (PAUSA) El terrible Poncio Pilatos, el hijo del rey astrólogo, quinto procurador de Judea, se encontraba recostado en un diván en el patio del palacio...

OSCURO. ESCENA 3. MEDIO DÍA. PATIO DEL PALACIO DE PILATOS. SE ILUMINA EL
ESCENARIO. SE VE UN DIVÁN. PONCIO PILATOS ESTÁ RECOSTADO Y SE FROTA LA CABEZA CON DESESPERACIÓN. TIENE EN EL REGAZO UNAS HOJAS.
PILATOS: Dioses, ¿porqué me castigan así? No hay duda. Es otra vez este mal espantoso, invencible... Maldita migraña... Quiero veneno... no hay ningún otro remedio para este dolor. No hay forma de escapar... (PAUSA, LEE RÁPIDAMENTE Y ARROJA LAS HOJAS A UN LADO.)
¿Y bien?
VOZ EN OFF DE SECRETARIO: El tetrarca somete la sentencia del Sanedrín a su ratificación.
PILATOS: Hagan venir al acusado.
ENTRA RODANDO YESHUA. EL PROCURADOR LO MIRA UNOS INSTANTES CON LOS OJOS SEMI CERRADOS, POR LA MIGRAÑA.
PILATOS: ¿Así que eres tú quién incita al pueblo a destruir el templo de Jerusalén?
YESHUA: Buen hombre, yo...
PILATOS: ¿Me llamas buen hombre? ¡Qué equivocado estás! Aquí todo el mundo murmura que soy un monstruo feroz y eso es absolutamente cierto. El procurador romano tiene que ser llamado hegémono, de ningún otro modo, ¿entiendes? ¿Nombre?
YESHUA: (ATEMORIZADO) ¿El mío?
PILATOS: Conozco mi nombre. No finjas ser más estúpido de lo que eres. ¿El tuyo?...
YESHUA: Yeshua.
PILATOS: ¿De dónde vienes?
YESHUA: De Gamala.
PILATOS: ¿Quiénes son tus padres?
YESHUA: No lo sé exactamente. No me acuerdo de ellos. Algunas personas me han dicho que mi padre era romano.
PILATOS: ¿Dónde vives normalmente?
YESHUA: No tengo casa. Predico de pueblo en pueblo.
PILATOS: Se puede decir más brevemente. En una sola palabra: Vagabundo. ¿Tienes familia?
YESHUA: No. Estoy solo en el mundo.
PILATOS: (MIRÁNDOLO DETENIDAMENTE) ¿Por qué incitas al pueblo a destruir su templo?
YESHUA: Jamás he pensado en destruir el templo y tampoco he incitado a nadie a hacerlo.
PILATOS: En esta ciudad conviven multitud de seres entre ellos magos, adivinadores, fanáticos, asesinos y mentirosos. Tú por ejemplo, eres un mentiroso. Leí tu expediente y ahí esta escrito claramente: “Incitaba a destruir el templo”. Esto lo testimonia la gente, ¡Tu gente!
YESHUA. Esa buena gente, hegémono, no tiene estudios. Todo lo entiende al revés y ha confundido todo lo que yo decía y ahora, sin querer, yo soy tu verdugo y el dolor no te deja pensar claramente... y solamente piensas en suicidarte. Y no solamente por tener que interrogarme, sino porque te hace daño mirarme. De tal modo y sin quererlo ahora yo soy tu verdugo y, eso, no me gusta. Pero tus sufrimientos van a terminar. Ya no te va a doler la cabeza.
PILATOS MIRA DIRECTAMENTE A YESHUA CON UNA EXPRESIÓN ASUSTADA.
YESHUA: ¿Lo ves? Ya se fue. Te aconsejaría, que dejaras el palacio un tiempo y fueras a pasear, por ejemplo, al monte de los olivos. Yo te acompañaría con mucho gusto. Eres un hombre muy inteligente. Tengo algunas ideas novedosas que me gustaría proponerte. Vives demasiado encerrado. No le tienes confianza a los demás. Tu vida es muy pobre, hegémono.
PILATOS: Confiesa. ¿Eres un gran médico, verdad?
YESHUA: No, no soy un médico.
PILATOS: Muy bien, si quieres mantenerlo en secreto, hazlo. ¿Entonces afirmas que no has incitado de ningún modo a destruir o incendiar o desaparecer el templo?
YESHUA: Hegémono, yo no he incitado a nadie a cometer este tipo de acciones. ¿Acaso parezco un inconsciente?
PILATOS: No. No pareces un inconsciente en lo absoluto... Jura entonces que no es verdad sobre lo que se te acusa.
YESHUA: ¿Por quién quieres que te lo jure?
PILATOS: Tal vez júramelo por tu vida, puesto que ahora es el momento justo de hacerlo, ya que pende de un hilo.
YESHUA: No pensarás, Hegémono, que mi vida depende de ti. Si es así te equivocas por completo.
PILATOS: Yo puedo cortar ese hilo.
YESHUA: En eso también te equivocas.
PILATOS: (ENTREDIENTES) Estamos perdidos, todo está perdido. La inmortalidad, la inmortalidad... Escucha Ha-Nozri, ¿Has dicho algo a propósito del gran Cesar? Responde. ¿Has dicho algo?
YESHUA: Sí. Siempre es agradable decir la verdad.
PILATOS: No me interesa si te es grato o no decir la verdad pero piensa bien en tus palabras. ¿Conoces a un tal Judas de Kerioth, y, qué le has dicho exactamente a propósito del Cesar?
YESHUA: Antier por la noche en las cercanías del templo conocí a un hombre que dijo llamarse Judas, de la ciudad de Kerioth. Me invito a pasar la noche en su casa y me dio de comer.
PILATOS: ¿Un buen hombre?
YESHUA: Un hombre muy bueno y... ávido de saber. Mostró un enorme interés por mis ideas...
PILATOS: (SECO) ¿Y qué más?
YESHUA: Me pidió que le dijera lo que pensaba del poder estatal.
PILATOS: ¿Qué le respondiste?
YESHUA: Entre otras cosas, que cualquier poder es una violencia ejercida sobre la gente. Y que llegará el tiempo en que no habrá poder alguno. Ni del Cesar ni de nadie. El hombre entrará en el reino de la verdad y la justicia donde todo poder y violencia serán inútiles.
PILATOS: ¿Cómo terminó tu discurso?
YESHUA: Me ataron y me condujeron a prisión.
PILATOS: ¡No ha habido ni habrá en el mundo poder más grande ni más excelso que el poder del emperador Tiberio! ¡Y no serás tú, insensato, quien lo juzgará! (TOMA AIRE) ¿Entonces crees que llegará el reino de la verdad?
YESHUA: Llegará, Hegémono, llegará.
PILATOS: ¡Jamás! ¡No vendrá jamás! Yeshua Ha-Nozri, ¿En qué dioses crees?
YESHUA: Solamente hay un Dios. En él creo.
PILATOS: Entonces reza con todas tus fuerzas. Por otro lado no te servirá de nada.
PILATOS MIRA A LO LEJOS CON ANGUSTIA Y SE RETUERCE LAS MANOS CON ANSIEDAD.
PILATOS: ¡Maldita ciudad!
YESHUA: (CON MIEDO) ¿Y si me dejas libre? Creo que me quieren matar...
PILATOS: ¿Te imaginas que un procurador romano pueda dejar libre a un hombre como tú?
YESHUA: ¡Por favor Pilatos, ayúdame!
PILATOS: ¡Silencio! ¡Silencio! ¡Silencio!

YESHUA CAE AL SUELO COMO FULMINADO POR UN RAYO. SALE, RODANDO LENTAMENTE DE ESCENA. PILATOS SE QUEDA SOLO. SE ENJUGA LA FRENTE. MURMURA:
PILATOS: Maldita ciudad... la inmortalidad, la inmortalidad...
SE ESCUCHA LA VOZ DEL SECRETARIO.
VOZ EN OFF DE SECRETARIO: El sumo sacerdote espera, procurador...
PILATOS: (CON VOZ CANSADA) Que pase...

SE ESCUCHAN RUIDOS DE PASOS. PILATOS SE LEVANTA Y ENTRA CAIFÁS. SE SALUDAN. LO INVITA A SENTARSE. ESTE NIEGA CON LA CABEZA. SE QUEDAN DE PIE LOS DOS.
CAIFÁS: Te escucho, procurador...
PILATOS: Examiné los casos. Entre los condenados están tres ladrones: Dimas, Gestas y Bar-Rabás, aparte de Yehua Ha-Nozri. Los dos primeros que osaron incitar al pueblo contra el César y la autoridad romana son de mi competencia. Los otros dos han sido arrestados por la autoridad local y juzgados por el tribunal. Según la ley y en honor de las fiestas de Pascua debe liberarse a alguno de estos dos malhechores...
CAIFÁS: El Sanedrín pide liberar a Bar-Rabás.
EL PROCURADOR SE MUESTRA SORPRENDIDO. LO MIRA CON OJOS INCRÉDULOS.
PILATOS: Acabo de leer el expediente de Yeshua y confieso que esta respuesta me sorprende. Me temo que haya malentendido... El poder romano no quisiera en lo absoluto atentar al derecho del poder espiritual local, tú lo sabes bien, sumo sacerdote, pero en este caso se está cometiendo un grave error y el poder romano, naturalmente tiene todo el interés en corregirlo. Los delitos de Bar-Rabás y Ha- Nozri no pueden compararse. Si el segundo, claramente un loco, es culpable de pronunciar discursos insensatos en Jerusalén, el primero no sólo incitó a la revuelta sino que asesinó a un guardia durante su captura. Queda claro, creo, que el menos peligroso de los dos es Ha-Nozri.
CAIFÁS: (MIRÁNDOLO DIRECTAMENTE A LOS OJOS) El Sanedrín examinó atentamente ambos casos. Corroboró por segunda vez la liberación de Bar-Rabás.
PILATOS: ¿Cómo? ¿Aun después de mi intervención? ¿La intervención de quien habla en nombre del poder romano? Sumo sacerdote, repítelo por tercera vez...
CAIFÁS: (EN VOZ BAJA) Por tercera vez declaro que se libere a Bar-Rabás
PILATOS: Muy bien. Así sea.
EMPIEZA A FALTARLE LA RESPIRACIÓN.
PILATOS: Me sofoco, me sofoco...
CAIFÁS: Creo que está llegando un temporal. El mes de Nissan es terrible este año.
PILATOS: No, no, siento que me sofoco por ti, Caifás. (SONRIENDO AMENAZANTE) Ten mucho cuidado, sacerdote.
CAIFÁS: (SORPRENDIDO) ¿Qué dices procurador? ¿Me amenazas? Estamos acostumbrados a que el procurador romano sopese perfectamente sus palabras antes de hablar. ¿Y si alguno nos escuchase, Hegémono?
PILATOS: ¿Qué dices, sumo sacerdote? ¿Quién crees tú que nos pueda escuchar? ¿Acaso me parezco a ese filosofo insensato que van a ajusticiar hoy? El palacio esta perfectamente resguardado y ni siquiera una rata como ese tipo de Kerioth podría entrar... A propósito... Me han informado que está a tu servicio... Si uno así se atreviera a entrar aquí, sabes que se arrepentiría amargamente, ¿verdad? ¡Lo sabes! Tienes que saber también, sacerdote, que de hoy en adelante no tendrás paz. Ni tu ni tu pueblo. ¡Te lo digo yo, Poncio Pilatos, caballero lanza de oro!
CAIFÁS: ¡Lo sé, lo sé! El pueblo de Judea sabe que le odias ferozmente y que le causaras muchas tribulaciones, pero no lograras destruirlo. ¡Dios lo protegerá! Nos va a escuchar el poderoso César y nos defenderá del opresor Pilatos.
PILATOS: Ya te has quejado demasiado de mí, sacerdote. Ahora llegó mi hora. Haré volar la noticia y no con el legado de Antioquía ni en Roma, sino directamente a Capri, con el emperador en persona, de que en Jerusalén liberan de la muerte a los asesinos. Y créeme que ahora no lo regaré con agua de los estanques de Salomón como quería hacerlo para evitarles la sequía. Recuerda mis palabras, sacerdote, no verás tan sólo unas cuantas tropas, llegará la legión fulminante, llegará la caballería árabe, y entonces escucharás gemidos y llantos. Te vas a arrepentir de haber salvado a Bar-Rabás y de haber mandado a la muerte a un filósofo que predicaba la paz.
CAIFÁS ¿Crees realmente en lo que dices, procurador? No lo creo. No ha traído ninguna paz ese facineroso a Jerusalén, y tú caballero, lo sabes muy bien. Tú querías dejarlo ir para que ultrajase la fe, agitara al pueblo y lo condujese a las espadas romanas. Pero yo, sumo sacerdote del pueblo judío, mientras tenga vida, defenderé a mi pueblo y no permitiré que se profane la fe... Escucha, procurador... ¿Escuchas? ¿Crees que todo esto lo ha provocado Bar-Rabás?
SE ESCUCHA RUMOR DE MULTITUD. PILATOS ESCUCHA, ABSORTO POR UNOS MOMENTOS. SE ENJUGA LA FRENTE, SE RESTRIEGA LAS MANOS.
PILATOS: Es casi medio día. Creo que nos dejamos ir en nuestra conversación. Necesito hablar con otras personas para una última y breve consulta y disponer todo para la ejecución.
CAIFÁS SE INCLINA Y SALE DE ESCENA. POR EL OTRO LADO ENTRA UN PERSONAJE ENCAPUCHADO (AFRANIO). HABLA CON EL PROCURADOR EN VOZ MUY BAJA. POCO DESPUÉS, SALE.
PILATOS: Todo está perdido, todo. Todo va a desaparecer para siempre. Quiero veneno. Quiero veneno, veneno. ¡La inmortalidad! ¡La inmortalidad! ¡Me ahogo! ¡Me ahogo!
EL PROCURADOR CAMINA A PROSCENIO, LEVANTA EL BRAZO Y SE HACE SILENCIO.
PILATOS: (CON ODIO) ¡En el nombre del gran César!
OSCURO. ESCENA 4. PARQUE. NOCHE. SE ILUMINA EL ESCENARIO Y SE VE DE NUEVO A BERLIOZ, IVÁN Y VOLAND, SENTADOS EN LA BANCA.
VOLAND: Así fue, mi querido Iván.
IVÁN: ¡Que historia!
BERLIOZ. (DESPABILÁNDOSE) Su relato es sumamente interesante, profesor, pero no concuerda en lo absoluto con los evangelios.
VOLAND: No hay que tomar a los evangelios como fuente histórica.
BERLIOZ. De acuerdo. No hay nadie que pueda afirmar que esto sucedió realmente.
VOLAND. ¡Claro que hay quién puede afirmarlo!
PAUSA. VOLAND LES HACE SEÑAS DE ACERCARSE.
VOLAND: El hecho es... (MIRA DE UN LADO A OTRO) El hecho es que yo estuve ahí. Con Poncio Pilatos, con Yeshua... Claro que estuve ahí de incógnito, por decirlo de alguna manera.
LO MIRAN SORPRENDIDOS.
BERLIOZ: (CON CAUTELA) ¿Hace cuánto llegó a la ciudad?
VOLAND: (MELANCÓLICO) Acabo de llegar hace un instante.
BERLIOZ: (PARA SÍ) Ahora comprendo todo. O bien, el extranjero ya estaba loco, o perdió la cabeza al llegar aquí. Así se explica lo de Kant, lo de Pilatos... (A VOLAND) ¿Y vino con su esposa?
VOLAND: Solo. Siempre solo. Siempre estoy solo.
BERLIOZ: ¿Y sus maletas?
VOLAND: En ninguna parte.
BERLIOZ: ¿Cómo? ¿Y dónde piensa vivir?
VOLAND: En su casa. Me propongo dar un gran baile y su departamento se adecua
por completo a mis propósitos.
BERLIOZ: Me sentiría orgulloso, pero no se encontraría muy cómodo...
VOLAND: (VOZ AMENAZANTE) He dicho que me quedo en su casa. (A IVÁN, CON VOZ NORMAL) ¿Y el diablo tampoco existe?
IVÁN: Tampoco.
VOLAND ESTALLA EN CARCAJADAS.
VOLAND: Es increíble. ¿Qué le pasa? ¿Entonces nada existe? (DEJA DE REÍR Y LE HABLA ENOJADO A IVÁN) ¿Entonces nada existe, eh?
IVÁN NIEGA OBSTINADAMENTE UNA Y OTRA VEZ CON LA CABEZA.
BERLIOZ: Calma, calma, profesor. (LE GUIÑA UN OJO A IVÁN) Quédese aquí
con el camarada. Voy aquí a unos pasos al teléfono y enseguida lo llevamos a donde guste...
BERLIOZ SE LEVANTA.
VOLAND: Vaya, vaya, Miguel Berlioz,
BERLIOZ SE SORPRENDE AL ESCUCHAR SU NOMBRE.
VOLAND: (CONTINÚA) Pero se lo suplico, antes de dejarnos crea al menos en la existencia del Diablo. De hecho existe una séptima prueba que le será mostrada en algunos momentos.
BERLIOZ: Muy bien, le creo.
SALE HACIENDO SEÑAS DE QUE REGRESA PRONTO. VOLAND E IVÁN SE QUEDAN SOLOS. EN ABSOLUTO SILENCIO. SÚBITAMENTE ENTRA FORTÍSIMO RUIDO DE FRENOS SEGUIDO DE UN GOLPE SECO. SE ESCUCHAN LAS VOCES DE POPOTA Y KOROVIEV EN OFF QUE DICEN AL MISMO TIEMPO:
“¡QUE DESGRACIA!” “¡LLAMEN UNA AMBULANCIA!” “¡LO
DECAPITARON!” “¡RESBALÓ!” “¿Y LA CABEZA?” “¡LLAMEN UNA
AMBULANCIA!” “¿YA PARA QUÉ?” “¡QUÉ TRAGEDIA!” “¡ENCUENTREN
LA CABEZA!” “¡UNA AMBULANCIA, ¡LLAMEN UNA AMBULANCIA!”
ENTRA SIRENA DE AMBULANCIA QUE SE MEZCLA CON LOS GRITOS.
IVÁN SE LEVANTA DE LA BANCA, TRATA DE CORRER PERO ESTÁ PETRIFICADO.
BAJAN GRITOS Y SIRENA HASTA DESAPARECER. DESPUÉS DE UNOS
MOMENTOS DE SILENCIO ENTRA RODANDO UNA CABEZA que SE DETIENE A LOS PIES DE IVÁN. ÉL LA MIRA INCRÉDULO UNOS INSTANTES Y GRITA:
IVÁN: ¡Berlioz!
PIERDE TOTALMENTE LOS ESTRIBOS. SE LE ECHA ENCIMA A VOLAND, SACUDIÉNDOLO VIOLENTAMENTE. EN SU FUROR, NO SE DA CUENTA QUE ENTRARON A ESCENA POPOTA Y KOROVIEV.

IVÁN: ¿Quién es usted? ¡Responda!
VOLAND: (CON UN FUERTE ACENTO) Mí... ser extranjero, mí... ser extranjero. ¡No
comprender! ¡No comprender!
LOS DOS COMPINCHES SE PARAN A UN LADO DE IVÁN.
KOROVIEV: ¿Qué no se da cuenta que no entiende?
POPOTA: Si, ¿qué no se da cuenta?
IVÁN: Lo escuché hablar perfectamente en nuestro idioma. Usted no es ningún
especialista. ¡Usted es un asesino y un espía. ¡Entrégueme sus documentos!
POPOTA. ¡Ciudadano! (IVÁN SUELTA A VOLAND Y MIRA A POPOTA) ¿No
ve que está poniendo nervioso al señor? ¡Ya le pedirán cuentas!
VOLAND LEVANTA LOS HOMBROS UNA Y OTRA VEZ
APARENTEMENTE SIN COMPRENDER. SE PARA DE LA BANCA Y
COMIENZA A ALEJARSE MIENTRAS POPOTA Y KOROVIEV LE
IMPIDEN EL PASO A IVÁN.

IVÁN: ¡Por favor! Ayúdenme a detener a ese delincuente! ¡Tienen ustedes el deber de
hacerlo!
KOROVIEV: ¿Que delincuente? ¿Dónde está? ¿Un delincuente extranjero? ¿Era ese? Si
es un delincuente, lo primero es ponerse a gritar “socorro”. O si no se larga. ¡Venga!
Vamos a gritar los tres juntos.
POPOTA Y KOROVIEV ABREN LA BOCA COMO PARA GRITAR.
IVÁN LES HACE CASO Y GRITA.
IVÁN: ¡Socorro!
LOS OTROS DOS NO DICEN NADA.
IVÁN. ¿Se burlan de mí? ¿De modo que están de su parte? ¿Lo están haciendo a propósito? ¡Malditos!
DE PRONTO, POPOTA PEGA UN GRITO SEÑALANDO DETRÁS DE IVÁN.
ESTE VOLTEA ASUSTADO. KOROVIEV ESTÁ FRENTE A ÉL IMITÁNDOLO
EXAGERADAMENTE. POPOTA APROVECHA PARA SALIR DE ESCENA
RECOGIENDO LA CABEZA DE BERLIOZ.
CUANDO IVÁN VOLTEA DE NUEVO KOROVIEV SALE DE ESCENA
DEJÁNDOLO SOLO. BUSCA POR TODAS PARTES. PIENSA, REFLEXIONA,
MURMURA. VUELVE A BUSCAR. SE DETIENE. SE DA UN GOLPE EN LA
FRENTE Y GRITA:
IVÁN: ¡A la casa del escritor!
OSCURO. ESCENA 5. NOCHE. CASA DEL ESCRITOR. SE ILUMINA EL ESCENARIO. SE VE A LOS LITERATOS SENTADOS ALREDEDOR DE UNA MESA MOLESTOS Y ACALORADOS. HABLAN ENTRE SÍ.
LITERATO 1: ¡Que calor! ¡Que sofocación!
LITERATO 2: Un vodka bien frío es lo que se necesita!
LITERATO 3: Ni digas que tengo la garganta seca.
LITERATO 4: Yo tengo mucha hambre.
LITERATO 1: ¡Que desconsideración! Al menos podría llamar.
LITERATO 3: ¿Qué no se le puede localizar por ningún lado?

LA DISCUSIÓN SIGUE UNOS MOMENTOS MÁS HASTA QUE DE REPENTE
ENTRA UN BACK FORTÍSIMO DE UN RING DE TELÉFONO. TODOS
HACEN SILENCIO. LEVANTAN LA CABEZA AL CIELO COMO
ESCUCHANDO. DESPUÉS DE UNOS SEGUNDOS TODOS GRITAN:
LITERATOS: ¡¡¡¡Berlioz!!!!
EN MEDIO DE LA CONFUSIÓN QUE ESTO PROVOCA ENTRA IVÁN CORRIENDO.
IVÁN: ¡Hermanos en la literatura! ¡Escuchen todos! ¡Él ha llegado! ¡Si no lo detenemos causará daños irreparables!
LITERATOS: ¿Quién? ¿Quién ha llegado? ¿De que habla diablos habla?
IVÁN: El profesor. Acaba de matar a Berlioz.
LITERATO 1: Por favor sea más preciso. ¿Qué quiere decir con “acaba de matar”
Acaban de avisarnos que Berlioz tuvo un accidente. ¿Quién se supone que mató a
Berlioz?
IVÁN: El profesor, el especialista en magia negra, el historiador. El que estuvo con
Kant y con Pilatos...
LITERATO 2: Y cual se supone que es el nombre del asesino, ¿eh?
IVÁN: ¡Claro! Como si yo supiera su verdadero nombre. ¿No entienden que tenemos
que atraparlo? ¡Imbéciles! ¡Carroñas!
EN ESOS MOMENTOS LOS LITERATOS, OFENDIDOS POR LOS INSULTOS DE IVÁN SE LANZAN CONTRA ÉL. ESTE TRATA DE ESQUIVARLOS COMO EN UNA JUGADA DE FUT BOL AMERICANO. FINALMENTE LO TACLEAN Y LO INMOVILIZAN.
IVÁN: ¡Carroñas! ¡Cobardes! ¡Hipócritas! ¡Suéltenme! ¡Hay que detenerlo!
¡Suéltenme, cobardes!
LITERATOS: ¡Al siquiátrico! Luego habrá que ir al funeral. Con razón Berlioz no nos podía avisar de su retraso. Y ahora este que se volvió loco. (VAN SALIENDO DE ESCENA) Seguramente presenció el accidente y ahora ¡Chalado!. Abra que ponerse ropa oscura, uff y con este calorón...
OSCURO. ESCENA 6. HOSPITAL. NOCHE.
SE ESCUCHA A IVÁN GRITANDO IMPROPERIOS. SE ILUMINA EL
ESCENARIO. SE VE A IVÁN CON UN PIYAMA A RAYAS EN UNA CAMILLA.
EL DOCTOR ESTÁ A SU LADO CON UNA JERINGA ENORME.
VOZ EN OFF DOCTOR: Tranquilo, Iván, tranquilo...
IVÁN CONTINÚA TREMENDAMENTE OFUSCADO.
VOZ EN OFF DOCTOR: (CADA VEZ MÁS AMENAZANTE) Tranquilo, Iván, tranquilo...
DE PRONTO EL DOCTOR INYECTA A IVÁN CON RUDEZA Y ESTE SE
CALMA COMO POR ARTE DE MAGIA.
DOCTOR: Muy bien, así está mejor. Dígame, ¿porqué lo trajeron aquí?
IVÁN: Porque son unos traidores. ¡Se aventaron contra mí! ¡Me taclearon! ¡Cerdos!
DOCTOR: ¿Y porqué se presentó en ese estado de agitación en la casa del escritor?
IVÁN: Quería advertirles del profesor.
DOCTOR: ¿Qué profesor?
IVÁN: ¿Usted sabe quién era Berlioz?
DOCTOR: ¿El compositor?
IVÁN: No. El presidente de la casa del escritor. Yo estaba ahí. El profesor de magia
negra lo empujó a las vías, por decirlo de alguna manera. Él lo empujó, créame. Él
sabía de antemano que Berlioz se caería a las vías y sería decapitado.
DOCTOR: Todo fue una alucinación debida al shock que le causó haber visto el
accidente, querido Iván. Descanse. Mañana todo habrá pasado.
EL DOCTOR CUBRE A IVÁN POR COMPLETO CON LAS SÁBANAS Y SALE.
TRANSCURREN UNOS INSTANTES EN SILENCIO.
IVÁN: Si cómo no. Cómo no... (REFLEXIONA UNOS INSTANTES EN
SILENCIO, SE DESCUBRE LA CARA) Berlioz, Berlioz, todo sucedió como lo dijo ese
extranjero... Sin duda un ser muy poco ordinario... Enigmático al cien por ciento. Pero eso
es justamente lo interesante... Un hombre que conoció personalmente a Pilatos... ¿Qué otra
cosa más interesante se podría desear? En lugar de ponerme agresivo con él, le pude haber
pedido que me siguiera contando de la vida de Pilatos y Ha-Nozri... en lugar de eso, me
ocupé de ya no sé que diablos...
IVÁN: (CONTINÚA) ¿Qué hacer? El hombre es mortal, en fin... ¿Qué resulto
ser yo en esta historia?
MAESTRO: (EN OFF) Resulta ser un cretino.
EL POETA SONRÍE.
IVÁN: Sí, un cretino. Eso es, un cretino...
ENTRA EL MAESTRO A ESCENA, CAMINA PEGADO A LA PARED.
LLEVA UN PIYAMA A RAYAS. LLEGA A LA CAMA DE IVÁN.
MAESTRO: (EN VOZ BAJA) Soy su vecino de la habitación de al lado. ¿Me puedo
sentar unos momentos?
IVÁN ASIENTE. AMBOS SE DAN LA MANO. EL MAESTRO SE SIENTA EN
LA CAMILLA.
MAESTRO: Hablamos un rato, ya que estamos por así decirlo, en el mismo barco...
IVÁN: Muy bien, adelante.
MAESTRO: ¿Cuál es su profesión?
IVÁN: Poeta.
MAESTRO: Es el colmo. Eso es tener mala suerte. ¿Tiene algún seudónimo?
IVÁN: “Desamparado”.

EL MAESTRO SUELTA UNA RISOTADA.
IVÁN. ¿De que se ríe? ¿Me conoce? ¿No le gustan mis poemas?
MAESTRO: Me dan horror.
IVÁN: ¿Cuál de todos ha leído? ¿Acaso el que escribí sobre Jesús?
EL MAESTRO CONTESTA ENTRE RISAS.
MAESTRO: No he leído ninguno, por supuesto.
IVÁN: Entonces, como puede decir...
MAESTRO: ¡He leído a casi todos los poetas! Sin embargo, dígame que su poema
sobre Jesús es una maravilla. Estoy dispuesto a creer en su palabra. ¿Es buena su
poesía?
IVÁN: (REFLEXIONANDO) Es monstruosa.
MAESTRO: Entonces deje de escribirla.
IVÁN: Se lo juro. Es una promesa.
MAESTRO: Y dígame... ¿Porqué lo trajeron aquí?
IVÁN: (CON TIMIDEZ) Bueno, creo que perdí un poco los estribos...
MAESTRO: ¿Cuál fue el motivo?
IVÁN: Conocí a un personaje misterioso, quizás un extranjero, que sabía por
anticipado sobre la muerte de Berlioz...
MAESTRO: ¿Berlioz el compositor?
IVÁN: ¿Qué compositor? Ah, no, Berlioz, el presidente de la casa del escritor... Un
imbécil finalmente.
El extranjero decía haber visto personalmente a Poncio Pilatos y desayunado con Kant...
MAESTRO: (INTRIGADO) ¿Aquel Pilatos que vivió en tiempos de Jesucristo?
IVÁN EMPIEZA A AGITARSE.
IVÁN: Él sabía de antemano como iba a morir Berlioz... además,
la cabeza rodando hasta mis pies, ¡Fue espantoso, horrible!
MAESTRO: Por favor, tranquilícese...
IVÁN: Este tipo posee poderes sobrenaturales. Y con él están otros dos tipos de lo más raros. Qué historia, ¿verdad?
MAESTRO: (PALMEÁNDOLE LA ESPALDA A IVÁN) Pobre poeta. No debió
tratarlo de manera tan desenvuelta. Yo diría incluso, impertinente. Ahora está pagando
las consecuencias. Pero siéntase feliz de no haber pagado un precio más alto.
IVÁN. ¿Porqué lo dice?
MAESTRO: ¿Me promete no violentarse? Aquí todos somos muy frágiles. ¿No van a
tener que venir los médicos ni las enfermeras con jeringas, verdad?
IVÁN: Se lo prometo.
MAESTRO: Muy bien. Usted se encontró con el Diablo.
IVÁN: (INCORREGIBLE) Imposible. El diablo no existe.
MAESTRO: Vamos, que me lo diga cualquier otro no importaría, pero ¿usted? Es
increíble. Con toda seguridad fue una de sus primeras víctimas. Está encerrado en una
clínica psiquiátrica y me viene a decir que el diablo no existe. Eso si que es bueno.
Desde que comenzó a describirlo supe con quién tuvo el placer de hablar. Era imposible
no reconocerlo.
IVÁN BALBUCEA INCRÉDULO.
IVÁN. ¿Entonces es verdad que estuvo con el hegémono y desayunando con Kant?
EL MAESTRO ASIENTE SERIAMENTE.
MAESTRO: Y ahora está aquí.
IVÁN: No sabemos que planes tenga. Deberían de detenerlo, ¿no cree?
MAESTRO: Usted ya trató de hacerlo. ¿No le parece suficiente? (PAUSA) Que mala
suerte que haya sido usted y no yo quién lo encontró.
IVÁN: ¿Pero porqué querría encontrarlo?
EL MAESTRO REPRIME UN GESTO DE DOLOR.
MAESTRO: Hace un año escribí una novela sobre Poncio Pilatos.
IVÁN: ¿Es usted escritor?
EL MAESTRO SE LEVANTA Y CON VOZ SOLEMNE DICE: ¡Yo
soy el Maestro!

SACA DEL BOLSILLO DE SU PIYAMA UN GORRO NEGRO CON UNA
LETRA “M” BORDADA AL FRENTE DE COLOR AMARILLO. SE LO PONE
Y SE LO MUESTRA A IVÁN. DE UN LADO Y DEL OTRO, DE FRENTE Y
DETRÁS.
MAESTRO: Ella lo hizo para mí con sus propias manos.
IVÁN. ¿Quién?
MAESTRO: Olvidé su nombre.
IVÁN: ¿Y usted? ¿Cómo se llama?
MAESTRO: Ya no tengo nombre. Renuncié a él como a muchas cosas en la vida. No
hablemos de eso.
IVÁN: Entonces cuénteme de su novela, se lo ruego.
MAESTRO: Muy bien. La historia de mi novela no es nada ordinaria. Historiador de
profesión, trabajaba en un museo, entre otras cosas, como traductor.
IVÁN: ¿En que idioma?
MAESTRO: Conozco cinco idiomas: Francés, inglés, alemán, latín y griego. Además
leo un poco de italiano.
IVÁN: ¡Increíble!
MAESTRO: Un día me gané un premio sustancioso en la lotería. ¡Imagine que
sorpresa! Vivía solo. No tengo familiares. Me compré libros, abandoné el cuarto donde
vivía...
IVÁN: ¡Que envidia!
MAESTRO: Renté el sótano de una pequeña casa que daba al fondo de un jardín.
Dejé mi trabajo en el museo y me puse a escribir mi novela sobre Pilatos. ¡Era una
época dorada! Estaba tan bien instalado. ¡Que extraordinario perfume de lilas!
Trabajaba y trabajaba y mi novela llegaba a su fin...
IVÁN: El terrible Poncio Pilatos, el hijo del rey astrólogo, quinto procurador de
Judea... ya comprendo...
MAESTRO: Precisamente. Pilatos llegaba a su fin. Yo sabía que las ultimas palabras
de mi libro serían: ¡Eres libre! ¡Eres libre!
Naturalmente me tomaba mis descansos. A veces salía a comer a algún restaurante...
GUARDA SILENCIO UNOS INSTANTES.
MAESTRO: (CAMBIA BRUSCAMENTE DE TONO) Entonces fue cuando la conocí... Ella llevaba un ramo de flores horrible. Eran unas flores amarillas abominables. No se como diablos se llaman pero son de las primeras que se ven en primavera. Estaba a punto de cruzar una avenida cuando su mirada se cruzó con la mía. Una mirada ansiosa... más que ansiosa, inundada de dolor. Me sentí aturdido... Mucho más aturdido por la extraña e inconcebible soledad en sus ojos que por su belleza...
EL MAESTRO ESTALLA EN LLANTO. IVÁN LO ABRAZA, TRATANDO DE
CONSOLARLO. EL MAESTRO SE CALMA PROSIGUE TRATANDO DE
CONTENER EL LLANTO.

MAESTRO: “¿Le gustan mis flores?” Recuerdo perfectamente el tono de su voz...
(PAUSA) Le contesté que no. Ella me miró sorprendida y arrojó su ramo al suelo. Yo
traté de levantarlo, pero ella me tomó del brazo y empezamos a caminar juntos. Y así
comprendí todo de un golpe. De la manera más sorpresiva, comprendí que desde
siempre la amaba... Seguro va a pensar que estoy loco.
IVÁN. No pienso nada de eso... ¿Y después?
MAESTRO: ¿Y después? El amor surgió entre nosotros como surge de la tierra un
asesino en una calle oscura y nos golpea con su navaja. (PAUSA)
Ella afirmaba que las cosas habían pasado así porque nos amábamos desde siempre, sin
conocernos, sin habernos visto. Estaba casada, era rica y su esposo era un hombre que
la amaba, pero decía que ni un solo día había sido feliz. Que ese día había salido con
esas flores amarillas para que por fin pudiera encontrarla, y que si eso no hubiera
sucedido, se habría envenenado porque su vida era un vacío... El amor nos traspasó
como un rayo. Muy pronto se convirtió en mi esposa secreta. Yo trabajaba
furiosamente en mi novela. Ella me apuraba prediciéndome la gloria. Fue cuando
empezó a llamarme “Maestro”. Terminé mi novela y entonces todo llegó a su fin...
Llovieron cientos de artículos injuriosos sobre mi libro. De los primeros me reí
mucho, pero después empezó la enfermedad. El monstruoso fracaso de mi novela me
había roto el corazón. Tenía pánico, miedo de todo. Sobre todo de la oscuridad... para
abreviar, le diré que me encontraba en un estado de absoluta paranoia.
EL MAESTRO: (CONTINÚA) Mi amada se daba cuenta de lo que pasaba. Se daba
cuenta de mi estado depresivo. Una noche llegó a verme. Yo estaba completamente fuera
de mí. Ella trató de calmarme. Me dijo que le contaría todo a su esposo, que ya no le
importaba nada. Me dijo que nos iríamos al mar. Yo había estado quemado mi
manuscrito... Estaba en un estado de locura absoluta. Ella trató de salvarlo... Forcejeamos...
Salí huyendo a la calle. Corrí durante mucho tiempo.
Traté de calmarme y regresar... pero el miedo surgió de nuevo... Había escuchado que
acababan de abrir esta clínica en la ciudad y me propuse atravesarla para llegar hasta
aquí. No hay nadie más enfermo que yo, créalo.
IVÁN: ¿Por qué no se quedó con ella?
MAESTRO: ¿Para volverla loca igual que yo? ¿Para vivir juntos en este lugar de
alienados? No, espero que ya me haya olvidado.
IVÁN: Pero podría curarse...
MAESTRO: Soy incurable. Cuando me dicen que tendré una vida normal, no les creo
nada. Lo dicen por humanidad. Por piedad. De hecho me siento mucho mejor. Hace
cuatro meses que llegué y no está tan mal. Nos equivocamos al querer llevar a cabo
grandes proyectos. ¡No sirve de nada! Por ejemplo, yo quería darle la vuelta al mundo,
pero como puede ver la suerte decidió de otra manera. Sé que solamente conoceré esta
ínfima parte del mundo y no está tan mal...
ENTRA RUMOR DE LLUVIA. AMBOS LO ESCUCHAN ABSORTOS UNOS MOMENTOS. EL MAESTRO SE LEVANTA DE LA CAMILLA.
MAESTRO: Ya casi es media noche. Es hora de que me vaya... Hoy después de la
lluvia, hay luna para nosotros... Gracias por la plática.
SE DESPIDE DE IVÁN. SE ALEJA DE LA CAMILLA Y SALE DE ESCENA CAMINANDO PEGADO A LA PARED.
IVÁN LE DICE ADIÓS CON LA MANO Y SE CUBRE POR ENTERO CON LA
SÁBANA. SE VA QUEDANDO DORMIDO. OSCURO.
SUBE RUMOR DE LLUVIA.
ESCENA 7. PATIO DEL PALACIO DE PILATOS. SE ILUMINA EL ESCENARIO. SE VE AL PROCURADOR RECOSTADO EN UN DIVÁN. BEBE UNA COPA DE VINO. CERCA DE ÉL HAY UNA SILLA, UNA MESA CON UNA JARRA Y OTRA COPA. SE OYEN PASOS QUE SE ACERCAN. PILATOS ESCUCHA CON ALEGRÍA. ENTRA AFRANIO. LEVANTA LA MANO Y DICE CON VOZ AGRADABLE:
AFRANIO: ¡Salud y felicidad, caballero Lanza de Oro!
PILATOS: (INCORPORÁNDOSE) ¡Dioses! Pero si estás empapado... qué lluvia,
¿eh? Te ruego que te cambies de ropa...
AFRANIO: (BAJÁNDOSE LA CAPUCHA) Un poco de lluvia no le hace daño a
nadie. Escucho las órdenes del procurador.
PILATOS: No escucharás nada hasta que no te hayas sentado y te hayas bebido una copa.
PILATOS LE SIRVE VINO. AFRANIO TOMA LA COPA Y LA MIRA A TRAVÉS DE LA LUZ.
AFRANIO: Se ve un excelente vino. ¿Es un Falerno?
PILATOS: Cecuba, de treinta años. ¡A nuestra salud y a la del Cesar, padre de los
romanos, el mejor de todos los hombres!
BRINDAN. AMBOS SE SIENTAN.
PILATOS: ¿Y que me puedes decir del ánimo en la ciudad?
AFRANIO: Creo que el ánimo de Jerusalén está completamente tranquilo ahora.
PILATOS: ¿Podemos estar seguros que ya no habrá más amenaza de desorden?
AFRANIO: Sólo podemos estar seguros de una sola cosa en el mundo: del gran poder
del Cesar.
PILATOS: Que los dioses le den larga vida. ¿Entonces crees que se pueden retirar las
tropas?
AFRANIO: Creo que sí. Y sería bueno que antes de su partida dieran un desfile por la
ciudad.
PILATOS: Excelente idea. En unos cuantos días ordenaré que se retiren y también me
largo yo, y te juro por todos los dioses que daría todo lo que tengo por irme hoy
mismo...
AFRANIO: ¿El procurador no ama Jerusalén?
PILATOS: ¡Por favor, Afranio! ¡No existe un lugar más horrible en el mundo! Y no
hablo de la naturaleza. Me enfermo cada vez que tengo que venir aquí: Fiestas, magos,
charlatanes, prestidigitadores, hordas de peregrinos... ¡fanáticos, fanáticos!. Basta solo
con pensar en el Mesías que se les ocurrió esperar este año... (SE RESTRIEGA LAS
MANOS ) Continuamente tener que movilizar a las tropas, leer denuncias y
acusaciones, la mitad de las cuales generalmente están escritas contra mí. Deberás estar
de acuerdo conmigo que es desesperante. Si no estuviese al servicio del emperador...
AFRANIO: Si, las fiestas aquí son un problema.
PILATOS: Espero de todo corazón que terminen lo más pronto posible. Esta
construcción delirante de Herodes me vuelve loco. No duermo por las noches... Pero,
hablemos de cosas serias. Cuéntame de la ejecución.
SE SIRVE VINO. LE LLENA LA COPA A AFRANIO. BEBEN LENTAMENTE.
AFRANIO: ¿Qué es lo que más le interesa saber?
PILATOS: ¿La multitud estaba satisfecha? ¿Hubo descontento por parte de alguien?
AFRANIO: De nadie
PILATOS. Perfecto. ¿Tú mismo comprobaste que los tres estuvieran muertos?
AFRANIO: Puede estar seguro.
PILATOS: Y dime: ¿les dieron de beber antes de que murieran?
AFRANIO: Si, pero él se negó a beber...
PILATOS: ¿Quién?
AFRANIO: Ha-Nozri.

PILATOS ESTALLA REPENTINAMENTE EN LLANTO. DESPUÉS DE UNOS
MOMENTOS AFRANIO LO ABRAZA, TRATANDO DE CONSOLARLO. POCO
A POCO PILATOS SE TRANQUILIZA. LE DA UN SORBO A SU VINO.

PILATOS: ¿Pero porque renunciar a lo que concede la ley? ¿Bajo que términos lo
rechazó?
AFRANIO: Dijo que lo agradecía, y que no condenaba a quién le quitaba la vida.
PILATOS: ¿Es decir?
AFRANIO: Esto no quedó muy claro.
PILATOS: ¿Intento predicar en presencia de los soldados?
AFRANIO: No, esta vez no estuvo muy locuaz. La única cosa que dijo es que de
entre todos los vicios humanos el más grave es la cobardía.
PILATOS: (ANGUSTIADO) ¿Es decir?
AFRANIO: Esto tampoco quedó muy claro. En general se portó de un modo extraño
como siempre. Buscaba continuamente mirar a los ojos de los que lo rodeaban,
siempre con una sonrisa...
PILATOS: ¿Nada más?
AFRANIO: Nada más.

CHOCA SU COPA CON LA DE AFRANIO.
PILATOS: Debo hablar en Roma de tus méritos en el difícil trabajo de jefe del servicio secreto...
BEBEN.
AFRANIO: Sólo cumplo con mi deber al servicio del gran Cesar. Además me siento feliz de trabajar junto a usted, procurador.
PILATOS: Y que me puedes contar de... Judas de Kerioth... dicen que recibió dinero
por haber hospedado con tanto amor a ese filósofo desquiciado en su casa...
AFRANIO. Todavía no lo recibe.
PILATOS: ¿Es una gran suma?
AFRANIO: Esto nadie lo puede saber.
PILATOS: ¿Ni siquiera tú?
AFRANIO: Ni siquiera yo. Pero sé que recibirá el dinero hoy. Lo convocaron esta
noche al palacio de Caifás.
PILATOS: Que bien, que bien... Quiero contarte algo... (BAJANDO LA VOZ)
Tengo la información de que lo van a asesinar esta noche.
AFRANIO: ¿Puedo preguntarle quién le dio esa información?
PILATOS: Prefiero no decírtelo por ahora. Pero tengo el deber de prevenirlo todo y
de creer en mi intuición porque nunca me ha engañado. La información consiste en
esto: alguno de los amigos secretos de Ha-Nozri, indignado por la monstruosa traición
de Kerioth, está tramando con sus cómplices asesinarlo esta noche y hacerle llegar a
Caifás el dinero recibido por su traición con un mensaje: “Te devuelvo tu dinero
maldito”. ¿Qué me dices? ¿Tú crees que le guste al sumo sacerdote un regalo así en
esta noche de fiesta?
AFRANIO: (MIRANDO DIVERTIDO AL PROCURADOR) No sólo no le va a
gustar, sino que creo que se va a crear un gran escándalo.
PILATOS: También yo soy de esa idea. Por eso te pido ocuparte de este asunto y
tomar todas las medidas para proteger a Judas de Kerioth.
AFRANIO: Las órdenes del procurador serán cumplidas enseguida pero me gustaría
asegurarle, que el propósito de estos asesinos es difícilmente realizable. Imagine:
seguir a Kerioth, asesinarlo, saber cuanto dinero le pagaron, regresárselo a Caifás, y
¿todo en una noche?
PILATOS: Estoy seguro. Tengo ese presentimiento. No se ha dado el caso de que mi
intuición me engañe...
PILATOS SE RESTRIEGA LAS MANOS NERVIOSAMENTE.
AFRANIO SE TERMINA SU COPA Y SE LEVANTA.
AFRANIO: Obedezco. Entonces... ¿lo matarán esta noche?
PILATOS: Sí. Y todas mis esperanzas están puestas en tu excepcional eficacia.
AFRANIO: Te auguro salud y alegría, procurador.
AFRANIO SE DESPIDE Y SE SUBE LA CAPUCHA. SALE DE ESCENA.
EL PROCURADOR SE RECUESTA DE NUEVO. BEBE. SUBE EL RUMOR DE
LLUVIA. MURMURA
PILATOS: Maldita ciudad... La inmortalidad, la inmortalidad... La cobardía... ¡Quiero veneno!
OSCURO. ESCENA 8. PARQUE. MEDIO DÍA. SE ILUMINA EL ESCENARIO. SE VEN LAS MISMAS BANCAS QUE EN LA PRIMERA ESCENA. EN UNA DE ELLAS SE ENCUENTRA POPOTA DORMITANDO. EN LA OTRA BANCA ESTÁ SENTADA MARGARITA.
MARGARITA: (PARA SÍ MISMA) Que extraño funeral. ¡Que triste! ¿Y tú? ¿Estás vivo o muerto? ¿Porqué te fuiste huyendo así? ¿Por qué? ¿Por qué me dejaste sola? Siento que estoy ligada a un muerto. No puedo seguir viviendo así. No puedo respirar, no puedo dormir. Imposible, imposible. (PAUSA) Olvidarlo cueste lo que cueste, olvidarlo... Sólo que no puedo olvidarlo.
POPOTA SE ESTIRA EN LA BANCA.
MARGARITA: (SUSPIRA) Tiene que pasar algo... tiene que ser así, porque a fin de cuentas no merezco sufrir toda mi vida. Tiene que pasar algo. Nada dura eternamente. Además ese sueño... desde que lo perdí nunca había soñado con él... Y justo anoche... Tenía el pelo revuelto... sin rasurar... una mirada inquieta, enferma. Me hizo señas con la mano llamándome. Yo corrí hacia él, pero me desperté...
MARGARITA: (CONTINÚA) Eso significa dos cosas:
Que ha muerto y que pronto me voy a morir yo también... finalmente eso sería lo
mejor, porque así terminarían todas mis penas... O bien, que está vivo y ese sueño
quiere decir que muy pronto nos veremos... sí, muy pronto... (PAUSA) ¡Daría mi alma
al diablo por saber si él esta vivo o muerto!
MARGARITA NO SE DA CUENTA QUE POPOTA LA OBSERVA.
MARGARITA: (CON UN ESCALOFRÍO) ¿De quién será el funeral?
POPOTA: De Miguel Berlioz, presidente de la casa del escritor. Ayer tuvo un
accidente fatal: Se cayó a las vías y fue atropellado y decapitado por el tranvía de las
diez y quince.

SORPRENDIDA, MIRA EN TODAS DIRECCIONES. SE SORPRENDE AÚN
MÁS AL VER A POPOTA.
POPOTA: El cortejo fúnebre solo se pregunta una cosa: ¿Que pudo pasarle a la cabeza?
MARGARITA MIRA CURIOSAMENTE A SU VECINO.
MARGARITA: ¿La cabeza?
POPOTA: Sucede que después del accidente no se pudo encontrar la cabeza
MARGARITA: ¿Cómo pudo suceder?
POPOTA: (ESCANDALIZADO) ¡El diablo lo sabrá! Es sorprendente que una
cabeza sin cuerpo haya desaparecido. ¡Que osadía! Pero eso no tiene ninguna
importancia, Margarita.
SE SOBRESALTA AL ESCUCHAR SU NOMBRE.
MARGARITA: ¿Usted me conoce?
POPOTA MUEVE AFIRMATIVAMENTE LA CABEZA.
MARGARITA: ¡Pues yo no lo conozco a usted!
POPOTA: ¿Cómo podría conocerme? Me mandaron a proponerle un negocio...
POPOTA SE CAMBIA DE BANCA Y SE SIENTA JUNTO A MARGARITA.
MARGARITA: No entiendo nada. ¿Qué tipo de negocio?
POPOTA: Estoy encargado de transmitirle una invitación para un baile que mi amo
ofrece esta noche. Usted se adecua perfectamente a sus propósitos. Se trata de un
ilustrísimo extranjero...
MARGARITA SE LEVANTA DE LA BANCA, ENFURECIDA.
MARGARITA: ¡Prostitución internacional! ¡Que bonito negocio!
POPOTA: (CON DESDÉN) ¡No sea imbécil!
MARGARITA: ¡Canalla! ¿Cómo se atreve?

ELLA TRATA DE DARLE UN BOFETÓN. POPOTA SE LE ECHA ENCIMA Y
LA SIENTA BRUSCAMENTE.
POPOTA: (IMITANDO A MARGARITA) “Daría mi alma al diablo por saber si esta vivo o muerto” (CAMBIANDO DE TONO) “Las tinieblas que llegaban del mar mediterráneo se extendieron sobre la odiada ciudad del procurador. Las pasarelas que unían el templo a la maldita villa Antonia desaparecieron, así como desapareció también Jerusalén, la gran ciudad, como borrada de la faz del mundo.” ¡Ojalá la peste la haga desaparecer también a usted y a su manuscrito quemado! ¡Quédese sola en la banca y suplique que la deje respirar, que la deje vivir, que desaparezca de su memoria!
MARGARITA MIRA ASOMBRADA A POPOTA.
MARGARITA: No entiendo nada... (REPRIMIENDO UN GESTO DE ANGUSTIA)
¿Quién es usted?
POPOTA: Me llamo Popota, pero eso seguramente no le dice nada.
MARGARITA: ¿Me podría decir como conoce mis pensamientos?
POPOTA SE LEVANTA. HACE ALGUNOS CÁLCULOS ASTRONÓMICOS,
MIRANDO AL CIELO, TRAZA CON SU PATA ALGUNOS DIAGRAMAS EN
EL PISO. REVISA POR TODAS PARTES A MARGARITA. SE VUELVE A
SENTAR Y SE CRUZA DE BRAZOS.

POPOTA. No. Es demasiado complicado para usted.
MARGARITA: (ANSIOSAMENTE) ¿Usted sabe si él está vivo?
POPOTA: Bien... sí... él está vivo.
MARGARITA. ¡Dios mío!

POPOTA MAÚLLA ASUSTADO.
POPOTA: ¡Se lo ruego, ni emociones ni gritos inútiles!
MARGARITA. Perdóneme por favor, perdóneme por alterarme así. Llevo tanto
tiempo sufriendo... tanto tiempo sin saber nada de él... Viviendo con alguien a quien no
amo pero que tampoco me ha hecho nada malo... Sé que vivimos una historia secreta
alejados de la mirada de los demás... pero no merezco un castigo tan cruel... Además me
doy cuenta de lo peligroso de esta invitación...
POPOTA LA INTERRUMPE SEVERAMENTE.

POPOTA: ¡Cállese por un minuto! La invitación a la celebración que le está haciendo
mi amo no tiene nada de peligroso. Además le aseguro que nadie sabrá de esta visita, le
doy mi palabra.
MARGARITA: Entiendo. Debo entregarme a él...
POPOTA. ¡Eso sería el sueño de cualquier mujer en el mundo, se lo puedo asegurar!
Pero voy a decepcionarla: No se trata de eso.
MARGARITA: ¿Entonces quien es ese extranjero, y que interés tiene en que vaya a su
casa?
POPOTA: Yo diría que un gran interés. Podría aprovechar la ocasión...
MARGARITA: ¿Qué? ¿Quiere decirme que ahí puedo saber donde está mi amado?
POPOTA: Si se comporta de la manera correcta... si no hace preguntas de más...
MARGARITA SE LEVANTA DE LA BANCA Y LO JALA DE UNA PATA.
MARGARITA: Vamos, vamos. ¡Iré a donde sea!

POPOTA MAÚLLA Y SE SUELTA BRUSCAMENTE DE MARGARITA. SE
RECARGA EN LA BANCA Y LA MIRA CON DISGUSTO.
POPOTA: ¡Qué fastidio con las mujeres! ¿Por qué me enviaron a mí a arreglar este asunto? Se lo debieron encargar a Koroviev. Él tiene encanto para estas cosas...
MARGARITA LO INTERRUMPE SONRIENDO AMARGAMENTE.


MARGARITA: Deje de burlarse de mí y de atormentarme con sus enigmas.
Si me estoy enredando en esta historia más que extraña, le juro que es solamente porque
ya he perdido todas las esperanzas...
POPOTA: (FASTIDIADO) No dramatice. Póngase en mi lugar. Después de todo,
desaparecer una cabeza es mucho más divertido que discutir con una mujer enamorada.
Hace media hora que trato de hacerla entrar en razón. ¿Va a ir o no?
MARGARITA. Si.
POPOTA: En ese caso, póngase esto en los ojos.

LE DA UN PAÑUELO QUE SACA DE SU SACO. MARGARITA LO MIRA
INTERROGATIVAMENTE.
POPOTA. Vamos, póngaselo.
MARGARITA: Me doy cuenta claramente que me estoy metiendo en un asunto muy
sucio que me va a costar muy caro...
POPOTA LA INTERRUMPE ARREBATÁNDOLE EL PAÑUELO.
POPOTA: ¿Que le pasa? ¿Va a empezar otra vez?
MARGARITA: No, espere, regréseme el pañuelo. (SE LO ARREBATA) Pero le
advierto que si me pierdo, será muy vergonzoso para usted. ¡Vergonzoso! ¡Me estoy
perdiendo por amor!
POPOTA SE TAPA LOS OÍDOS.
MARGARITA. Estoy de acuerdo en todo. Estoy de acuerdo en jugar esta comedia, estoy de acuerdo en perderme!
POPOTA. (DESTAPÁNDOSE LOS OÍDOS) Si vuelve a gritar le juro que se va a arrepentir. Tápese los ojos. (MURMURANDO) Mujer histérica...
MARGARITA OBEDECE. POPOTA LA TOMA DEL BRAZO Y CAMINA CON ELLA HASTA PROSCENIO.
POPOTA. Vamos, ahora empiece a contar, lentamente, del uno al diez, y cuidado con hacer trampa. ¡Ya he perdido mucho tiempo!
OSCURO. ESCENA 9. HABITACIÓN DE BERLIOZ.
SE PRENDE UN CENITAL SOBRE MARGARITA. ELLA ESTÁ CONTANDO
LENTAMENTE DEL UNO AL DIEZ. SE VE LA CAMA DE BERLIOZ AL
FONDO DEL ESCENARIO. VOLAND ESTÁ RECOSTADO CON UNA
BATA MUY SUCIA. ESTIRA UNA PIERNA Y POPOTA COMIENZA A DARLE
UN MASAJE EN LA RODILLA. KOROVIEV SE ACERCA ADONDE ESTÁ
MARGARITA QUE ACABA DE DECIR ¡DIEZ! BAJA CENITAL Y ENTRA LUZ
TENUE.
KOROVIEV LE QUITA EL PAÑUELO A MARGARITA DE LOS OJOS. LO
GUARDA EN EL BOLSILLO Y LE OFRECE LA MANO. MARGARITA SE
SORPRENDE DE VER A KOROVIEV, PERO ESTE EMPIEZA A HABLARLE DE
MANERA TRANQUILIZADORA.


KOROVIEV: Seguramente está sorprendida por la penumbra. Naturalmente pensó que
es una medida de economía, ¿verdad? Nada, nada. Si miento, que un verdugo, de los
que más tarde tendrán el placer de besarle la mano, me corte la cabeza. No.
Simplemente que a mi amo no le gusta la luz eléctrica. La vamos a encender justo antes
del baile.
EMPIEZAN A CAMINAR LENTAMENTE.
KOROVIEV: Además no se sorprenda de nada. Esto es lo más simple del mundo para quién está familiarizado con la quinta dimensión. Pero creo que ahora no es el momento para ponerse a hablar de la quinta dimensión, ¿no cree?
MARGARITA RÍE TÍMIDAMENTE.
KOROVIEV: Pasemos a cosas más serias. Usted es una mujer muy inteligente y por supuesto ya se imagina quién es el extranjero que la mandó llamar, ¿verdad?
MARGARITA TRATA DE HABLAR PERO ES INTERRUMPIDA POR KOROVIEV.
KOROVIEV: De cualquier forma no importa si no lo sabe, Margarita, dentro de unos momentos sabrá de quién se trata. Nosotros somos enemigos de cualquier reticencia o misterio. Cada año, mi amo ofrece un baile. El baile de plenilunio de primavera. Viene todo el mundo. (SE APRIETA LA CARA COMO SI LO ESTUVIESE APLASTANDO UNA MULTITUD) ¡Ya se convencerá usted misma del mundanal que viene! Bien. Como mi amo es soltero y se necesita una anfitriona, porque usted comprenderá que sin una anfitriona...
MARGARITA ASIENTE.
KOROVIEV: La tradición exige que se llame necesariamente Margarita. Además debe ser nativa del lugar donde se encuentre mi amo. Nosotros viajamos mucho y por el momento estamos aquí. Encontramos a más de ciento veinte Margaritas, pero ninguna nos servía. Finalmente, por un golpe de suerte...
KOROVIEV: SE INCLINA ANTE MARGARITA PARA BESARLE LA MANO CON UNA SONRISA.
KOROVIEV: Seamos breves. Más que breves. ¿Está de acuerdo en ser la anfitriona esta noche? MARGARITA: Acepto.
KOROVIEV: ¡Maravilloso, maravilloso! ¡La reina Margot será recompensada mil
veces sin necesidad de pedirlo! No tenga miedo de nada. No tenga miedo en ningún
momento. Sería estúpido. El baile será fastuoso. Veremos personas que en su tiempo
dispusieron de un poder extraordinario. Es verdad que si uno piensa en los
microscópicos alcances de sus medios comparados con los de aquel al que tengo el
honor de servir, resultan ridículo... Pero por otro lado ¿sabía que por sus venas corre
sangre real?
MARGARITA: ¿Cómo lo sabe?
KOROVIEV: Las cuestiones de la sangre son lo más complicado de este mundo. Si uno
pudiera interrogar a algunas bisabuelas, y sobre todo a las más santurronas, nos
enteraríamos de secretos increíbles. Hay cosas contra las cuales no pueden prevalecer
ni las barreras sociales, ni las fronteras. Solamente le haré una alusión: Una reina francesa
que vivió en el siglo quince, se sorprendería enormemente si hubiera sabido que siglos más
tarde, su radiante bis-bis-bis-bisnieta se encontraría de camino a un baile de gala...

KOROVIEV EMPUJA SUAVEMENTE A MARGARITA HACÍA DONDE SE
ENCUENTRA VOLAND. LLEGA HASTA LOS PIES DE LA CAMA. ESTE LA
OBSERVA ESCRUTADORAMENTE.
PASAN VARIOS SEGUNDOS EN SILENCIO. VOLAND SONRÍE. POPOTA
DEJA DE MASAJEARLE LA RODILLA Y SALE DE ESCENA
HACIENDO UN GESTO AMENAZADOR A MARGARITA.
ESTA LE RESPONDE CON EL MISMO GESTO. VOLAND LE EXTIENDE LA
PIERNA. ELLA SE INCLINA Y PROSIGUE CON EL MASAJE.
VOLAND: Me disculpo por mi atuendo de casa. Si supiera como me duele la rodilla. El clima de su país es tan raro. A veces cálido, luego húmedo, después frío... Algunas personas dicen que es un reumatismo, pero yo sospecho que este dolor me lo dejó una bellísima bruja en 1471, durante una asamblea de demonios que fui obligado a presidir.
MARGARITA: (SIN DEJAR DE FROTARLE LA RODILLA) ¿De verdad?
VOLAND: Claro. Me han aconsejado infinidad de medicamentos, pero prefiero los
remedios de mi bisabuela, como en los buenos viejos tiempos. La innoble vieja me dejó
una cantidad increíble de hierbas sorprendentes. Por cierto, ¿usted no sufre de ningún
dolor? ¿No existe alguna herida, algún tormento que le envenene el alma?
MARGARITA: (PRUDENTEMENTE) No mi señor, en estos momentos, cerca de usted y aliviando su dolor, me siento muy bien.
VOLAND: (HABLANDO ENTRE DIENTES) ¡La sangre! ¡La sangre! ¡Es la sangre! (EN VOZ ALTA) ¡Es hora! Le agradezco de antemano que sea la anfitriona del baile, reina mía. Mantenga fría la cabeza y no tenga miedo de nada. ¡Vamos! ¡Es hora!
SACA DE DEBAJO DE SU ALMOHADA UNA CORONA QUE LE PONE A
MARGARITA EN LA CABEZA. KOROVIEV LA TOMA DE LA MANO Y
EMPIEZAN A CAMINAR. SE OSCURECE EL ÁREA DONDE ESTÁ LA
CAMA DE VOLAND.

KOROVIEV: Nada, nada. No tenga miedo de nada. Permítame darle un último consejo:
Entre nuestros invitados hay mucha gente diferente, muy diferente, pero por ninguno,
absolutamente por ninguno debe mostrar la menor preferencia: Si alguno le disgusta, si
alguno o alguna le llama la atención especialmente espero que no vaya a mostrarlo su
rostro. Y menos su mente.
KOROVIEV: (CONTINÚA) No. Ni pensarlo. Se daría cuenta. Quiero decir, que se darían cuenta al instante. Tiene que amarlos a todos por igual, reina mía, amarlos. ¡La reina Margot será recompensada mil veces sin necesidad de pedirlo! Con todos tiene que ser gentil. Una sonrisa, un comentario, una señal con la cabeza. Lo que quiera, lo que quiera, pero sobre todo con mucha atención. Si no lo hace, si presta atención a cosas que no tienen que ver con usted los invitados se convertirán en polvo, así como lo que usted desea vehementemente.
POPOTA ENTRA A ESCENA Y EMPIEZA A CAMINAR A UN LADO DE MARGARITA SIN QUE ESTA SE DÉ CUENTA.
POPOTA: (CON VOZ CHILLONA) Si, se convertirán en polvo, en polvo, ¿entiende?
MARGARITA SE ASUSTA ANTE LA APARICIÓN DE POPOTA Y LE DA UN PELLIZCO EN LA OREJA. POPOTA MAÚLLA ADOLORIDO Y EMPIEZA A CORRER POR TODO EL ESCENARIO. MARGARITA TRATA DE ALCANZARLO PERO ES DETENIDA DE LA MANO POR KOROVIEV.
EN ESE MOMENTO SUBE EL VOLUMEN DE LA MÚSICA, POPOTA GRITA:
POPOTA: ¡Es hora!
INFLA LOS CACHETES Y DA UN SILBIDO DEMONÍACO.
SE ILUMINA CON TODA INTENSIDAD EL ESCENARIO. KOROVIEV
Y MARGARITA EMPIEZAN A BAILAR LENTAMENTE. SU RITMO IRÁ
AUMENTANDO POCO A POCO.

KOROVIEV Y POPOTA IMPROVISARÁN LOS NOMBRES DE LOS INVITADOS AL BAILE. DICEN UNA Y OTRA VEZ, BIENVENIDOS, BIENVENIDOS, MARGARITA INCLINARÁ UNA Y OTRA VEZ LA CABEZA Y TRATARÁ DE SALUDAR CON GESTOS Y EXPRESIONES DIFERENTES MIENTRAS SIGUE BAILANDO. EL ESCENARIO EMPIEZA A POBLARSE DE SOMBRAS RUIDOS, PRESENCIAS QUE GIRAN ALREDEDOR DE MARGARITA, POPOTA Y VOLAND. MARGARITA EMPIEZA POCO A POCO A DESPRENDERSE DE LOS BRAZOS DE KOROVIEV Y EMPIEZA A ACERCARSE A UN RINCÓN POCO ILUMINADO DEL ESCENARIO.
POPOTA Y KOROVIEV SE ALARMAN EN MEDIO DEL RITMO FRENÉTICO Y
TRATAN DE JALARLA AL CENTRO DE NUEVO.
MARGARITA ENCUENTRA UN PAÑUELO AZUL QUE EMPIEZA A TOCAR
FRENÉTICAMENTE MIENTRAS GIRA SIN PARAR. KOROVIEV SE LO
ARREBATA Y LO ESCONDE ENTRE SU ROPA. POPOTA LA TOMA DE
NUEVO EN BRAZOS E INTENTA SEGUIR BAILANDO. MARGARITA TRATA
DE ZAFARSE.
POPOTA: Claro, si no hubiera sido por el pañuelo.
MARGARITA. ¿Que pañuelo?


POPOTA: Un pañuelo azul que desde hace treinta años le colocan en su mesa de
noche...
MARGARITA: ¿Un pañuelo?

POPOTA: Ella era mesera en un café y un día el patrón la llamó a la bodega y nueve
meses después, ella trajo un niño al mundo. Se lo llevó al bosque y lo ahogó con su
pañuelo. En la corte declaró que no tenía con que alimentarlo.
MARGARITA: ¿Y el patrón?
POPOTA: (BURLONAMENTE) ¿Qué tiene que ver el patrón? El no ahogó a ningún
bebé.
EN ESE MOMENTO KOROVIEV Y POPOTA TOMAN A MARGARITA DE LAS
MANOS GIRANDO ENLOQUECIDAMENTE LOS TRES. MARGARITA
EMPIEZA A REPETIR UNA Y OTRA VEZ COMO UNA ESPECIE DE MANTRA:
MARGARITA: Ya no te preocupes de nada. ¡Te doy mi palabra! ¡Confía en mí!
¡Vas a ser libre! Ya no te preocupes de nada. ¡Te doy mi palabra! ¡Confía en mí!
¡Vas a ser libre! Ya no te preocupes de nada. ¡Te doy mi palabra! ¡Confía en mí!
¡Vas a ser libre!
LA MÚSICA VA BAJANDO HASTA DESAPARECER. MARGARITA, POPOTA Y KOROVIEV SE VEN COMPLETAMENTE EMBRIAGADOS. DAN TUMBOS.
POPOTA SOPLA EN EL OJO DE MARGARITA Y TODOS SE VAN
RECOMPONIENDO. LA ILUMINACIÓN BAJA POR COMPLETO.
SE ILUMINA EL FONDO DEL ESCENARIO. VOLAND ESTÁ RECOSTADO
EN LA CAMA. JUEGA CON LA CABEZA DE BERLIOZ PASÁNDOLA DE
UNA MANO A OTRA.
POPOTA DANDO TROPIEZOS SE METE DEBAJO DE LA CAMA. TODOS
GUARDAN SILENCIO.
DESPUÉS DE ALGUNOS MOMENTOS, VOLAND DEJA DE JUGAR, SOSTIENE
LA CABEZA EN UNA DE SUS MANOS Y COMIENZA A HABLAR CON ELLA.
VOLAND: Berlioz, Berlioz... Todo sucedió como te dije. ¿No es verdad? Pero lo que nos interesa ahora no es lo que sucedió, sino lo que va a suceder. Siempre fuiste un ardiente defensor aparte de lo de Tácito y Schiller, de la teoría, según la cual, si se le corta la cabeza a un hombre, su vida termina. Se transforma en cenizas y se desvanece en el no ser. (PAUSA) De hecho, todas las teorías son válidas. Así que será mejor que te vayas al no ser y desaparezcas para siempre.
VOLAND AVIENTA LA CABEZA DEBAJO DE LA CAMA. POPOTA SALE LLENO DE POLVO CON LA CABEZA EN UNA MANO. TODOS LO MIRAN.
LA PONE EN EL SUELO Y LA PATEA PARA QUE SALGA
RODANDO.
LA CABEZA SALE, PERO ENTRA INMEDIATAMENTE DEL OTRO LADO DEL
ESCENARIO.
POPOTA LA PATEA UNA VEZ MÁS Y LA PELOTA SALE PERO VUELVE A
ENTRAR DEL LADO CONTRARIO DE DONDE SALIÓ. ESTE JUEGO SE
REPITE TRES VECES HASTA QUE
VOLAND SE DESESPERA.

VOLAND. ¡Basta, Popota!
POPOTA PATEA POR ÚLTIMA VEZ LA CABEZA DE BERLIOZ QUE SALE DE ESCENA PARA NO VOLVER. POPOTA SE VUELVE A METER DEBAJO DE LA CAMA.
MARGARITA QUE HA ESTADO RIENDO TÍMIDAMENTE
ESTALLA EN LLANTO. VOLAND ESTIRA LOS BRAZOS. MARGARITA VA
HACIA ÉL Y LO ABRAZA LLORANDO DESCONSOLADAMENTE. VOLAND LA
ABRAZA Y ELLA SE VA TRANQUILIZANDO POCO A POCO. DESPUÉS DE
ALGUNOS MOMENTOS VOLAND SACA DEBAJO DE SU ALMOHADA UNA
COPA Y UNA BOTELLA. SE LAS PASA A KOROVIEV. LE SIRVE A
MARGARITA.

VOLAND: Beba, Margarita. La sangre ya fue absorbida por la tierra y ahí donde fue
derramada está naciendo un viñedo.
MARGARITA TOMA LA COPA Y BEBE, CONTENIENDO UN SUSPIRO.
VOLAND. Parece extenuada, reina mía...
MARGARITA. (DÉBILMENTE) En lo absoluto, mi señor.
POPOTA SALE DE NUEVO CON UNA BOTELLA DE AGUARDIENTE.
POPOTA: (ERUCTANDO) ¡Nobleza obliga!
POPOTA LE OFRECE LA BOTELLA A MARGARITA. ESTA LA RECHAZA.
POPOTA ALZA LOS HOMBROS, ERUCTA OTRA VEZ Y SE TERMINA EL
CONTENIDO DE LA BOTELLA. VUELVE A ERUCTAR.
VOLAND: No le haga caso a este bicho. ¿Cómo se sintió en el baile?
KOROVIEV SE LE ADELANTA A MARGARITA.
KOROVIEV: ¡Estuvo maravillosa! ¡Regia! ¡Todos estuvieron
encantados, acariciados, consentidos! ¡Que trato el de esta reina! ¡Que seducción!
¡Que elegancia!
VOLAND OBSERVA A MARGARITA. GUARDAN SILENCIO. MARGARITA ESPERA UNOS MOMENTOS.
MARGARITA: Bueno... creo que tengo que irme.
MARGARITA MIRA UNA VEZ MÁS A POPOTA Y KOROVIEV.
ELLOS ESQUIVAN VISIBLEMENTE SU MIRADA.
MARGARITA: Si. Será mejor que me vaya. Agradezco mucho su invitación, mi señor.
ELLA SE LEVANTA. VOLAND LE SONRÍE FRÍAMENTE. POPOTA Y KOROVIEV LE DAN LA ESPALDA.
VOLAND: ¿No tiene nada que decirme antes de separarnos?
MARGARITA. (CON ORGULLO) No, mi señor, nada. Sólo que si todavía necesita
de mí, estoy dispuesta a hacer cualquier cosa que desee. No me siento cansada en lo
absoluto y me divertí mucho en el baile... (MARGARITA AHOGA UN SOLLOZO)
VOLAND: ¡Exactamente! ¡Exacto! ¡Exacto!
POPOTA: Desde luego, exacto. Tiene toda la razón. Así se tiene que hablar. La
pusimos a prueba. Así se habla, desde luego.




VOLAND: ¡Que temple! Hace muy bien en no pedir nada. No pida nada a nadie.
Jamás. Y sobre todo a aquellos que son más poderosos que usted. Ellos se lo tienen
que proponer, mujer orgullosa. Vamos, Margot, ¿Qué desea por haberme servido de
anfitriona? ¡Hable! Hable sin pena. Soy yo quién se lo propone.
MARGARITA SUSPIRA. ESPERA UNOS SEGUNDOS. TODOS ESTÁN EN SILENCIO MIRÁNDOLA FIJAMENTE.
MARGARITA: ¡Quiero que dejen de ponerle ese pañuelo en su mesa de noche!
VOLAND: (VOLAND LA MIRA SORPRENDIDO) Visto y considerado que está excluida cualquier posibilidad de que haya aceptado algún soborno, puesto que sería incompartible con su dignidad real, no se que hacer... No me queda más que una posibilidad: Conseguir infinidad de trapos y tapar con ellos todas las fisuras que hay en esta casa... MARGARITA. ¿De que habla, mesere?
POPOTA: Justamente, mesere, lo que necesitamos son trapos...
VOLAND: Hablo de la misericordia. Es tan inesperada y traicionera que puede
infiltrarse por los más angostos resquicios... Por eso hablo de trapos.
POPOTA. ¡Yo también hablo de lo mismo!
VOLAND: ¡Lárgate!
POPOTA: Pero si todavía no tomamos el café... ¿Cómo me puedo ir sin haberme
tomado un café? ¿Acaso en una noche de fiesta los invitados se dividen en dos
categorías? ¿Los de primera y los de segunda?
VOLAND. ¡Que te largues!
POPOTA SE METE DEBAJO DE LA CAMA.
VOLAND: A juzgar por todo esto, ¿es usted una persona de bondad excepcional?
¿Una persona altamente moral?
MARGARITA: No. Sé que con usted se puede hablar solo sinceramente, sin
hipocresías, y le diré sinceramente que soy una persona superficial. Le he pedido lo del
pañuelo solo porque tuve la insensatez de darle un motivo para esperar. Ella creyó en mí,
mesere, cree en mi poder como reina y anfitriona del baile. Ella espera y si no cumplo
se sentirá engañada y me encontraré en una situación más tremenda de la
que ya tenía.
VOLAND: Ahora entiendo...
MARGARITA: Entonces lo hará?
VOLAND. Ni en sueños. El hecho es, querida mía, que cada uno debe ocuparse de sus
propias cosas. No discuto que nuestras posibilidades son a decir verdad enormes,
mucho más grandes de lo que suponen algunos seres poco iluminados...
POPOTA: Si, mucho mayores
de lo que algunos suponen.
VOLAND. ¡Que el diablo te lleve! (A MARGARITA) Como le decía. Eso le
compete a alguien que no soy yo. Hágalo usted, reina Margot.
MARGARITA: ¿De verdad?
VOLAND: Vamos, ¡hágalo!
MARGARITA: ¡Eres libre! Estás perdonada. Ya no te van a poner el pañuelo en tu
mesa de noche. ¡Nunca más!
SE ESCUCHA UN GRITO PENETRANTE. SILENCIO VARIOS INSTANTES.
MARGARITA: Se lo agradezco mesere. Gracias. Ahora puedo irme.
VOLAND: Popota, no vamos a ponernos a especular sobre este gesto de una
persona poco práctica en esta noche de fiesta, ¿verdad? (DIRIGIÉNDOSE A
MARGARITA) Esto no cuenta porque yo no hice nada. ¿Qué cosa quiere para
usted?
KOROVIEV: Le aconsejo que esta vez sea más inteligente, de otro modo la fortuna se le puede escapar. MARGARITA. ¡Quiero saber en este instante si mi Maestro, el hombre que amo esta vivo o muerto!
VOLAND ESTIRA UN BRAZO. EN ESE MOMENTO SE ILUMINA UN ÁREA DE LA PARED DEL ESCENARIO. SE VE AL MAESTRO EN PIYAMA.
LLEVA PUESTO SU GORRO. CUANDO VE A VOLAND Y A LOS DEMÁS,
EMPIEZA A GEMIR.
MAESTRO: (TAPÁNDOSE LA CARA) ¡Otra vez las alucinaciones!
MARGARITA CORRE A ABRAZARLO. LO BESA EN LA FRENTE, EN LOS LABIOS. LLORA EMOCIONADA.
MARGARITA. ¡Eres tú! ¡Eres tú!
EL MAESTRO LA APARTA DE ÉL.
MAESTRO: No llores, No me atormentes. Estoy muy enfermo... tengo miedo. (SE VUELVE A CUBRIR EL ROSTRO CON LAS MANOS) ¡Otra vez las alucinaciones!
MARGARITA LO ABRAZA DE NUEVO Y LO LLEVA HACIA EL LECHO DE
VOLAND.
MARGARITA: No tengas miedo. Estoy aquí, junto a ti.
VOLAND: (A KOROVIEV) Ofrezca algo de beber a este hombre.
KOROVIEV LE DA UNA COPA AL MAESTRO.
MARGARITA: Bebe. Te vas a sentir muy bien, créeme. Él va a ayudarnos.
EL MAESTRO BEBE DE UN GOLPE Y EN SU NERVIOSISMO TIRA LA COPA QUE SE ESTRELLA EN EL SUELO. POPOTA APLAUDE.
POPOTA. ¡Bravo! ¡Bravo! ¡Perfecto! Es de buena suerte estrellar copas.
MAESTRO: (MIRANDO FIJAMENTE A MARGARITA) ¿Eres tú?
MARGARITA. Soy yo. No lo dudes.
VOLAND. Denle otra copa.

POPOTA LE ALCANZA OTRA COPA AL MAESTRO.
ÉSTE SE LA TOMA Y SE CALMA POR COMPLETO.
VOLAND: Así está mejor. Ya podemos hablar. ¿Quién es usted?
MAESTRO: Ya no tengo nombre.
VOLAND. ¿De dónde viene?
MAESTRO: De la casa del dolor. Soy un enfermo mental.
MARGARITA LLORA OTRA VEZ.
MARGARITA: ¡Así que ahí has estado todo este tiempo! ¡Es horrible lo que dices!
(A VOLAND) Es un maestro, mi señor. ¡Sánelo! Él lo merece.
VOLAND: (AL MAESTRO) ¿Sabe con quién está hablando?
MAESTRO: Lo sé. Además, en la casa de los locos, mi vecino, el poeta
“Desamparado”, me habló de usted.
VOLAND: ¡Casi me volvió loco a mí, tratando de demostrarme que no existo! Pero,
usted si cree que yo soy yo, ¿verdad?
MAESTRO: Necesito creerlo. Claro que sería más cómodo pensar que es una
alucinación... (PAUSA) Perdóneme.
VOLAND: Si eso lo tranquiliza, considere que soy una alucinación.
MARGARITA: ¡No, no! Piensa en lo que dices. Realmente él es él.
POPOTA INTERVIENE.
POPOTA. Yo parezco una alucinación. Observe mi perfil.
VOLAND. ¡Cállate, Popota!
POPOTA: Muy bien, muy bien. Me callo. Me convertiré en una alucinación
taciturna.
SE QUEDA PETRIFICADO MIRANDO AL CIELO.
VOLAND: (AL MAESTRO) Pero dígame, ¿porqué lo llama Maestro?
MAESTRO: Es una debilidad perdonable. Tiene en muy alta estima una novela que
escribí.
VOLAND: ¿Una novela sobre qué?
MAESTRO: Sobre Poncio Pilatos.
VOLAND, KOROVIEV Y POPOTA ESTALLAN EN CARCAJADAS.
VOLAND: (SIN DEJAR DE REÍR) ¿Sobre quién?
VUELVE A CARCAJEARSE. Y POPOTA APLAUDE.
VOLAND: ¿Sobre quién? ¿Qué no pudo encontrar otro tema? (DEJANDO DE REÍR) ¡Déjeme ver eso!
EL MAESTRO LEVANTA LOS HOMBROS CON INDIFERENCIA.
MAESTRO: Eso no es posible. La quemé.
VOLAND. Se equivoca por completo. Los manuscritos no arden. (A POPOTA)
Dame esa novela.
POPOTA SE METE DEBAJO DE LA CAMA Y SALE CON UN MANUSCRITO EN SUS MANOS. SE LO ENTREGA A VOLAND.
MARGARITA. ¡Tu novela! (A VOLAND) ¡Todopoderoso! ¡Todopoderoso!
VOLAND LA HOJEA SONRIENDO.
VOLAND: Bien. Todo está claro.
LA CIERRA Y SE LA PASA A POPOTA QUE LO ESCONDE DEBAJO DE LA CAMA.
POPOTA: Perfectamente claro, diría yo. La línea directriz de la obra es clara como el agua de manantial.
MAESTRO: (A POPOTA) Disculpe, pero, usted... usted... usted...
POPOTA LO INTERRUMPE.
POPOTA: Me halaga que se dirija tan educadamente a un gato. Ignoro la razón, pero generalmente la gente tutea a los gatos, aunque los gatos siempre guarden la distancia y no tuteen a nadie. MAESTRO: Me parece que usted no es un gato...
VOLAND: Por supuesto que no es un gato. Es una alucinación taciturna.
POPOTA MAÚLLA.

VOLAND: ¡Silencio! (AL MAESTRO) Quisiera contarle algo sobre su héroe Pilatos.
Hace dos mil años que está recostado en un diván en el patio del palacio. A veces
duerme. Pero cuando llega el plenilunio es atormentado por el insomnio y la migraña.
Entonces habla interminablemente con los astros.
MARGARITA: (COMPASIVA) ¿Qué es lo que les dice?

SE ILUMINA UN ÁREA DEL ESCENARIO CON UNA LUZ MUY
SEMEJANTE A UN RAYO DE LUNA. SE VE A PILATOS RECOSTADO EN
EL DIVÁN INTERROGANDO A LOS ASTROS, TRAZANDO FÓRMULAS
ASTROLÓGICAS, HACIENDO CÁLCULOS, HABLANDO CONSIGO MISMO.
VOLAND Y TODOS LOS DEMÁS LO MIRAN POR UNOS MOMENTOS.
VOLAND: Les dice que aún en el claro de luna no tiene paz. Que su trabajo es detestable. Esto es lo que dice cuando no duerme. Cuando concilia el sueño, siempre sueña la misma escena: Un camino de luna. Y él quiere recorrer ese camino conversando con el ajusticiado Ha-Nozri, porque afirma que antes, en aquel lejano día de primavera, no tuvo tiempo de decirle todo lo que necesitaba. Olvidó preguntarle muchas cosas y él sabe que Ha-Nozri podría contestarle todo, además de quitarle la migraña. Él sabe que fue cobarde y que la cobardía es un pecado que se paga muy caro. Por eso, Pilatos no puede recorrer ese camino de luz de luna. ¿Qué hace entonces, desde hace dos mil años? Sólo habla consigo mismo. A veces añade a su monólogo que lo que más odia en el mundo es la inmortalidad y su inesperada celebridad. MARGARITA: ¡Libérelo!
VOLAD: Es inútil lo que me pide. No puedo interceder por él, Margarita. Por la
buena razón de que aquél con quién tanto quiere hablar el procurador, ya lo ha hecho.
(AL MAESTRO) Bueno, ahora ya puede decir las últimas palabras de su novela.
MAESTRO: ¡Eres libre! ¡Eres libre!
PILATOS SE LEVANTA DEL DIVÁN GRITANDO COSAS ININTELIGIBLES.
LLORA Y RÍE AL MISMO TIEMPO.
EL ÁREA DONDE SE ENCUENTRA EL TERRIBLE PONCIO PILATOS, EL HIJO DEL REY ASTRÓLOGO, QUINTO PROCURADOR DE JUDEA, SE VA OSCURECIENDO, COMO DIFUMINÁNDOSE.
VOLAND: ¡Maestro romántico! Yeshua, al que tanto desea volver a ver su héroe Pilatos también conoce su novela. (A MARGARITA) Es forzoso admitir que usted trató de imaginar para su Maestro el mejor de los futuros, pero lo que yo les propongo, y lo que Yeshua ha pedido para ustedes es mejor. (AL MAESTRO) ¿Qué harían ustedes en su sótano? ¿De que sirve ya? ¡OH maestro tres veces romántico! ¿No le gustaría pasear con su amiga bajo los cerezos? ¿Escuchar a Theolonius Monk? Allá en la eternidad hay una casa para ustedes. Las luces están encendidas, esperándolos. Dormirá con su gorro y una sonrisa en los labios. Se despertará lleno de fuerza y pensará razonablemente. Margarita cuidará de su sueño. Están libres como lo está el héroe de su novela. El terrible Poncio Pilatos, el hijo del rey astrólogo, quinto procurador de Judea.
SE ESCUCHA EL CANTO DE UN GALLO.
VOLAND: ¡Es hora!
EL MAESTRO SE DIRIGE TÍMIDAMENTE A VOLAND.
MAESTRO: Quisiera despedirme de alguien...
VOLAND: ¡Ah, sí! Claro. Los dejo a solas con él.

OSCURO. ESCENA 10. HOSPITAL, MEDIA NOCHE. SE ILUMINA EL
ESCENARIO. SE VE A IVÁN DORMIDO EN SU CAMILLA. EMPIEZA A
ENTRAR ILUMINACIÓN SEMEJANTE A LA DE UN AMANECER. SE
ESCUCHA EL CANTO DE UN GALLO. IVÁN EMPIEZA A MOVERSE
NERVIOSAMENTE. EL MAESTRO Y MARGARITA ESTÁN RECARGADOS EN
LA PARED. LO MIRAN EN SILENCIO. SE DESPIERTA.
EL MAESTRO LE HACE SEÑAS A MARGARITA DE ESPERAR. CAMINA
HACIA LA CAMILLA.
IVÁN: (SONRIENDO) ¡Ah! ¡Es usted!
MAESTRO: He venido a decirle adiós. Me voy para siempre.
IVÁN: (CON SORPRESA) ¿Se va?
MAESTRO: Así es. Quise despedirme de usted, porque es la única persona con quien
había hablado en los últimos tiempos.
IVÁN: ¡Que bueno que lo hizo! Le prometo cumplir mi palabra. Ya no voy a escribir
mala poesía. Hay otras cosas que me interesan ahora. (MIRA A LO LEJOS) ¿Sabe?
acostado aquí, he comprendido tanto...
MAESTRO: ¡Muy bien! Le propongo que escriba la segunda parte de mi novela.
IVÁN: ¿Usted ya no quiere hacerlo?
MAESTRO: No. Ya no voy a escribir sobre él. Tengo otras ocupaciones...
SE VUELVE A ESCUCHAR EL CANTO DE UN GALLO.
MAESTRO: (CONTINÚA) ¿Escucha? Me están llamando. ¡Es hora!
IVÁN: ¡Espere! Una pregunta nada más. ¿Y ella? ¿Se volvieron a encontrar?
MAESTRO: Sí. Fue un encuentro extraordinario. No quiero entrar en detalles, solo
puedo decirle que todo ha sido arreglado para que Margarita y yo vivamos juntos para
siempre. Antes de irnos, quiero que la conozca.
MARGARITA CAMINA HACÍA ELLOS. IVÁN LA OBSERVA MELANCÓLICAMENTE.
IVÁN: Es usted como me la imaginaba, Margarita. Me alegra que las cosas se hayan arreglado bien para ustedes. Para mi no... (PAUSA) O tal vez sí, después de todo... MARGARITA: Claro que todo va a estar bien para usted. Le voy a dar un beso y todo se arreglará como debe ser. Confié en mi. Lo he visto todo. ¡Lo sé!
IVÁN PONE LOS BRAZOS ALREDEDOR DEL CUELLO DE MARGARITA Y ELLA LE DA UN BESO. POR TERCERA VEZ SE ESCUCHA EL CANTO DEL GALLO.
MAESTRO: (TOMADO A MARGARITA DE LA MANO) ¡Adiós, vecino!
EL MAESTRO Y MARGARITA SE ALEJAN DE LA CAMILLA DE IVÁN Y
SALEN DE ESCENA CAMINANDO PEGADOS A LA PARED. AL QUEDARSE
SOLO, IVÁN EMPIEZA A AGITARSE ANGUSTIADAMENTE.
SE ESCUCHAN RUIDOS DE PASOS, DE FRASCOS.
IVÁN: ¡Enfermera!
VOZ EN OFF: ¿Que sucede? ¿Lo asustó el canto del gallo? No es nada, no es nada.
Ahora vamos a ocuparnos de usted. Voy a llamar al doctor.
IVÁN: No, enfermera. Es inútil que llame al doctor. No tengo nada en especial.
Dígame una cosa. ¿Que sucedió en la habitación de al lado?
VOZ EN OFF: Nada. No pasa nada...
IVÁN: Vamos, enfermera. Usted siempre dice la verdad. ¿Tiene miedo de que me dé
un ataque de angustia? No, enfermera. Se lo prometo. Dígamelo francamente, porque
detrás del muro se escucha todo.
VOZ EN OFF: (SUSPIRANDO CON TRISTEZA) Su vecino de la habitación de al lado acaba de morir.
IVÁN: ¡Lo sabía! ¡Lo sabía! y puedo asegurarle enfermera, que otra persona acaba de morir en la ciudad. Sé incluso su nombre y sé que fue una mujer enamorada... VOZ EN OFF: Duerma, Iván, duerma. Ya está amaneciendo.

IVÁN SE REACOMODA EN SU CAMA Y SE CUBRE COMPLETAMENTE
CON LA SÁBANA. POCO A POCO VA BAJANDO LA LUZ HASTA
HACERSE EL OSCURO TOTAL.

FIN