29/1/08

LOS REPTILES DE LA CIUDAD Por: Hugo Arturo Martínez Vega


LOS REPTILES DE LA CIUDAD

HUGO ARTURO MARTÍNEZ VEGA

Actor del grupo Odissea Teatro bajo la dirección del Mtro. Leopoldo Ibarra desde hace más de 10 años
Ha participado en más de 10 montajes entre los que destacan: “Águila o Sol” de Sabina Berman, “La Feria” de Leopoldo Ibarra ( Beca del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes), “La Farra” de Rodolfo Santana, “La Insurgenteada” y “Los 3 Reyes Vagos” de Hugo Fragozzo, “A lo mejor todavía” de Daniel González Dueñas, “Pasos en el Desierto” de María Meléndez, (Beca del Fondo Estatal para la Cultura y las Arte Proyecto ganador. Programa Estímulos a la Creación y al Desarrollo Artístico 2005. Categoría / Jóvenes Creadores), “Monólogos” de Tomás Urtusuástegui, además de haber trabajado teatro de títeres con las adaptaciones de los cuentos “Cuento de Junio” de Susana Mendoza y “Pirrimplín en la Luna” de Ermilio Abreu Gómez. Ha tomado cursos de actuación con Gerardo Trejo Luna con el taller llamado “El movimiento, síntesis de la expresión escénica” (2003), taller de actuación impartido por Mtra. Luisa Huertas (2006), “Teatro testimonial” impartido por el Mtro. Hugo Hiriart y Germán Jaramillo (2006), “Verso clásico español” impartido por Mtro. Vicente Fuentes (2006), taller de actuación impartido por Mtro. Raúl Sermeño (2006), “La máscara, herramienta en la formación de actores” impartido por la Mtra. Alicia Martínez Álvarez (2007) y el taller “Impulso, presencia y energía” impartido por la Mtra. Eugenia Vargas (2009).
Finalista en el Concurso Estatal de Cuento dentro de la Semana Científica y Cultural VIBA 2001 con el cuento: “Monstruo de Concreto”.
Participación en el Festival de la Lectura León 2006 con la obra “Los Reptiles de la Ciudad” presentándose como Teatro en Atril a cargo del grupo Odissea Teatro bajo la dirección del Mtro. Leopoldo Ibarra.
Ganador del Segundo lugar del concurso de Cuento Corto dentro del Sexto Concurso de los Juegos Florales del III Milenio, organizado por el Patronato de la Feria Estatal de León Guanajuato 2007 con el cuento: “El Muerto”.
Adaptación del cuento “El Mago de Oz” para el espectáculo infantil itinerante llamado: “Érase una vez… un cuento” dentro del la Feria Nacional del Libro León 2007 (FeNaL07)
Ha participado en el concurso de dramaturgia en Mexicali, Baja California; México en el año 2005 y en el concurso de Dramaturgia Joven Gerardo Mancebo Castillo 2006 con “Los reptiles de la Ciudad” y “Crímenes de mi pueblo” respectivamente.
Los montajes teatrales en los que ha participado han sido parte de distintos festivales, concursos y encuentros de teatro, dentro y fuera del Estado de Guanajuato entre los que destacan: Festival Vive la Magia, Encuentro de Teatro Leones, Programa Escena Activa, Encuentro Nacional de Teatro en Ciudad del Carmen, Campeche, Festival de Teatro Al Trote en Aguascalientes, Feria Nacional del Libro León, Gto; entre otros.
Dirige la puesta en escena “Gritos de Justicia”; adaptación de la obra del Mtro. Leopoldo Ibarra.
Es maestro del taller de teatro y director de la compañía infantil de teatro en la Casa de Cultura de San Francisco del Rincón; Gto. Maestro del taller de teatro de la Preparatoria Regional del Rincón en San Francisco del Rincón; Gto.



LOS REPTILES DE LA CIUDAD
por Hugo Arturo Martínez Vega


PERSONAJES
Lucero………… Una joven prostituta.
Samuel……….. Un asesino.
Benjamín……… Un jubilado divorciado.
Vagabundo 1
Vagabundo 2

Época: Actual.
Lugar: Un viejo edificio en una zona marginada de una ciudad.

En el escenario se encuentran tres cubos lo bastante altos como para que los actores puedan subir a ellos sólo por escaleras. Estos cubos representan los departamentos donde viven los personajes. Los cubos están a distintos niveles. No hay ventanas, no hay puertas. También se encuentran algunos tambos o barriles en distintas partes del escenario. Los cubos estarán pintados a un color, de acuerdo con la psicología del personaje. El trabajo de mesa del director con los actores determinará los colores.

En uno de los cubos se encuentra una vieja tina de aluminio, donde pueda caber una persona y una maleta. Éstas son las únicas pertenencias de Lucero. Ella es una joven prostituta que regresa a la ciudad después de varios años de estar vagando.
En otro de los cubos, un catre. Debajo de éste otra maleta. Éstas son las únicas pertenencias de Samuel. Él huye de la policía después de haber asesinado a su esposa y a sus hijos.

Y en el último cubo hay una colchoneta bajo una mesa; sobre ésta una máquina de escribir. Lo único que le queda a Benjamín después de haberse divorciado de su esposa.



ACTO PRIMERO
ESCENA PRIMERA
Las cinco de la mañana.

Una luz ilumina el cubo donde está Lucero. Ella duerme dentro de la tina junto con su maleta. Poco después esta iluminación se apaga para dar principio a otra que ilumina el cubo donde se encuentra Benjamín; él también duerme, pero bajo la mesa, sobre la colchoneta.

La máquina de escribir está sobre la mesa junto con algunas hojas, lápices y plumas. De nueva cuenta la iluminación se apaga para dar comienzo a otra luz; ésta ilumina el cubo donde está Samuel. Él duerme en su catre. Se apaga la iluminación.

Después al mismo tiempo cada luz ilumina los cubos. Una melodía se deja escuchar, mientras entra el Vagabundo 1. Lleva consigo un costal lleno de cartón y latas de aluminio, una bolsa donde guarda periódicos y otras baratijas. Busca dentro de los barriles latas de aluminio o comida. Rodea los cubos buscando lo que sea.

El Vagabundo 2 entra silbando. También lleva consigo unos costales llenos de cartón y de latas de aluminio, además de unas cajas donde lleva otras cosas. Busca dentro de uno de los barriles donde el Vagabundo 1 no se detuvo a buscar. El Vagabundo 2 encuentra algunos cartones y ropa vieja. El Vagabundo 1 se da cuenta de lo que encontró y rápidamente corre hasta donde está el Vagabundo 2 para pelearse por la ropa.

VAGABUNDO 2: ¡Yo la vi primero, cabrón!

Forcejean tratando de quedarse con la ropa, pero el vagabundo 2 cae y de paso tumba el barril; éste produce un ruido que despierta a Benjamín.

BENJAMÍN: ¡Me lleva la…! ¡Dejen dormir, bola de mugrosos!

Mientras tanto, el Vagabundo 1 guarda rápidamente la ropa y sale corriendo con sus cosas. El Vagabundo tirado en el piso se queja por el golpe que se ha dado en la espalda.

VAGABUNDO 2: ¡Donde te encuentre te voy a partir tu madre!

Lentamente se levanta y recoge sus cosas. Se escucha que canta un gallo de una manera bastante desagradable.

VAGABUNDO 2: Deberían matar a ese pobre gallo… ¡Ya levántense, bola de locos o se les pasa el tren! (Ríe)

BENJAMÍN: ¡Ya cállate, mugroso infeliz!

El vagabundo le mienta la madre con un chiflido y sale riendo.

BENJAMÍN: A esta pinche gente la deberían de matar. Son un estorbo. Todos los días es lo mismo. ¡Carajo!

La iluminación se apaga lentamente.


ESCENA SEGUNDA
Las diez de la mañana.

Luz sobre los cubos. Una voz en off se escucha desde lo lejos decir:

VOZ OFF: ¡Se afilan cuchillos, tijeras, navajas!

Después del texto se escucha el silbido que caracteriza al afilador de cuchillos.

Los personajes comienzan a despertarse. Se estiran y bostezan. Lucero sale de la tina y se estira quejándose por la incomodidad de dormir ahí. Benjamín también se estira y después trata de levantarse, pero se golpea con la mesa, vocifera y luego sale cuidando de no volver a golpearse. Ahora con mayor libertad se estira. El único que no despierta es Samuel, que sólo se mueve de un lado a otro.

Lucero saca de la tina la maleta y la abraza. Deja la maleta a un lado de la tina. Benjamín saca de uno de los bolsillos de su pantalón un trozo de pan envuelto en papel, se sienta y se lo come. Lucero baja por las escaleras y hace mutis. Benjamín mira unas hojas que tienen escrito lo que él cree que es su obra maestra; mientras lee hace una serie de gestos que denotan satisfacción y poco a poco molestia y coraje. Termina por romperlas y arrojarlas por los aires; vocifera, se levanta y baja por las escaleras; hace mutis. Samuel comienza a moverse con dolor; una pesadilla lo atormenta.

SAMUEL: Aléjense, déjenme en paz… yo no tengo nada suyo, cabrones… no me toquen que me queman… no me toquen que me queman… ¡me queman!

Se revuelca en la cama y da manotazos al aire.

SAMUEL: Hijos… no se me acerquen…. No, no… el diablo, el valiente, el borracho… la dama… la dama… la muerte…hijos, no se me acerquen que me queman, no, no, ¡no!

Despierta con un grito. Mira a su alrededor como buscando algo.

SAMUEL: (Respira con dificultad. Tose.) Era un sueño, Samuel. Un sueño. Un mal sueño, como el de la otra vez. (Pausa) Se han vuelto un mal despertador que duele oír. Pero no me van a encontrar, ni ellos ni nadie. Voy a romper el despertador. ¿Qué hora es? Hoy es miércoles de ceniza. ¿Cenizas? ¡No! Yo ya no creo en eso. Ya se me olvido el Padre Nuestro, ¿cómo va? Padre Nuestro que estás… tengo hambre.

Busca debajo de su cama la maleta, la toma y busca dentro de ella.

SAMUEL: (Saca una chamarra y se la pone) Danos hoy el pan nuestro de cada día…

Baja por las escaleras continuando con la oración y hace mutis. Al mismo tiempo entra Lucero, pero sin encontrarse con Samuel. Ella lleva una cubeta llena de agua, sube por las escaleras con dificultad y después vacía el agua en la tina, se desnuda y entra en la tina. Lava su cuerpo y moja su cabello. Canta una canción y disfruta del baño. Una melodía crea una atmósfera de tranquilidad. Mientras canta se vuelve a escuchar al afilador de cuchillos.

VOZ EN OFF: ¡Se afilan cuchillos, tijeras, navajas!

Lucero escucha y repite lo mismo, pero cantándolo.

LUCERO: Se afilan cuchillos, tijeras, navajas. Cuchillos nuevos, tijeras grandes, navajas brillantes. (Silba como lo hace el afilador de cuchillos) Afila su cuchillo el valiente para retar a la muerte, la muerte ríe como siempre y afila su guadaña brillante. Gritos, dolor y sangre… el valiente muere y la flaca limpia su guadaña que no es de aire.

Entra Benjamín con un vaso, sube las escaleras y se sienta en la silla. Pensativo, contempla la máquina de escribir. Prepara algunas hojas en blanco en la máquina y se dispone a escribir, cuando de pronto Lucero empieza a repetir lo que cantó antes, pero gritándolo.

BENJAMÍN: (Se sobresalta) ¡Me lleva la…! ¡Callen a esa vieja loca! ¿Por qué me tiene que pasar esto a mí? Todos los días es lo mismo con esa maldita mujer, todas son iguales, como mi esposa. ¡Chingao!

Enfurecido, baja del cubo y se dirige hacia el cubo donde está Lucero.

BENJAMÍN: ¿¡Por qué no te callas de una buena vez, maldita loca, y me dejas trabajar en paz!?

Lucero continúa gritando.

BENJAMÍN: ¿¡Que no escuchas, caraja vieja del demonio!?

LUCERO: (Deja de cantar) ¿Quién será el loco que grita así?

BENJAMÍN: ¡Salga, hija de la fregada!

Lucero sale de la tina y se asoma.

BENJAMÍN: (Mirando a otro lado) De veras que con esta gente no se puede vivir en paz. Lo mejor es que me largue de aquí antes de que me vuelvan loco a mí también…

Voltea para seguir gritando y ve a Lucero desnuda, se queda boquiabierto.

LUCERO: Con que usted es el loco que grita.

BENJAMÍN: Yo… señorita…

LUCERO: ¿Qué se le ofrece, señor? ¿Por qué me mira usted así?

BENJAMÍN: (Bajo) Es tan hermosa… aparte de loca… indecente.

Lucero se percata de que está desnuda, grita y corre a ponerse la ropa.

BENJAMÍN: ¡A qué mundo me has arrojado, Señor! ¿Por qué un artista tiene que tolerar semejantes locuras? Me has mandado a un lugar que no sé qué lugar es… que sea tu voluntad la que me lleve por el sesgo de la sapiencia, como Virgilio llevó por los caminos inimaginables a Dante.

Lucero se vuelve a asomar.

LUCERO: ¡Viejo loco! ¡Chingue a su madre, pervertido!

BENJAMÍN: Es usted una exhibicionista, inmoral y… grosera. ¿Dónde está su padre para que corrija su conducta desordenada?

LUCERO: Váyase o le grito a los policías…

BENJAMÍN: Eso es lo mismo que pienso yo, la autoridad debe poner un alto a esta inmoralidad arrolladora.

LUCERO: ¡No mame, pinche viejo!

Lucero llena la cubeta de agua y se la arroja a Benjamín.

BENJAMÍN: ¡Me lleva la….!

Lucero ríe.

BENJAMÍN: Pero esto no se va a quedar así, ¿me escuchó loca inmunda?

Benjamín vuelve a su cubo. La iluminación anterior se apaga para que un cenital ilumine solamente a Benjamín. Se quita la ropa y se queda en calzoncillos. Su rostro aún refleja asombro y sorpresa. Poco a poco comienza una transición gestual de lujuria y perversión. Una sutil melodía entra para dar inicio a una transición emotiva y corporal. El cuerpo de Benjamín empieza a moverse como si estuviera siendo manejado por hilos; la actitud debe ser la de un títere manipulado por el deseo y la lujuria; su expresión corporal debe crear una coreografía erótica en un estilo surrealista y finaliza cuando sus manos llegan a la zona de la pelvis; deslizándose hasta la zona genital (la imagen de una masturbación debe quedar en el espectador, en ningún momento el actor crea la acción de llevarla a cabo); la iluminación se apaga justo cuando Benjamín se lleva las manos a los genitales.


ESCENA TERCERA
Medio día.

Luz. Samuel entra enfadado y hablando solo. En el escenario se encuentra el Vagabundo 1 buscando entre la basura. Samuel lo encuentra en el camino y trata de evitarlo. Se dirige hacia su cubo.

VAGABUNDO 1: Amigo, una moneda que me regales.

SAMUEL: No tengo dinero.

VAGABUNDO 1: Sí, si tienes. Regálame una moneda.

SAMUEL: No tengo dinero.

VAGABUNDO 1: Anda, amigo, se buen hermano y regálame una moneda. Tengo hambre y no he comido nada.

SAMUEL: Ya le dije que no tengo dinero, déjeme en paz.

VAGABUNDO 1: Te vas a ir al infierno por no ayudar al prójimo.

SAMUEL: ¿Y tú qué has hecho por mí?

VAGABUNDO 1: ¿Te parece poco lo que he hecho por ti? Hace mucho tiempo que deberías estar en la cárcel, amigo.

SAMUEL: ¡Quítese de mi camino, maldito pordiosero!

El Vagabundo lo detiene jalándolo de un brazo.

VAGABUNDO 1: Cómprame mi silencio, regálame una moneda.

SAMUEL: Pinche loco.

VAGABUNDO 1: Yo no le diré nada a nadie.

Samuel lo mira fijamente.

SAMUEL: ¿Qué sabes tú de mí?

VAGABUNDO 2: Todo y nada. Parece que huyes de alguien o de algo. Hay algo que te atormenta, que no te deja vivir en paz. ¿A poco no te has visto en un espejo? Mira la cara que traes, amigo. El diablo te persigue.

SAMUEL: ¿El diablo?

VAGABUNDO 1: El diablo. Yo he vivido mucho en las calles, sé lo que la gente trae encima, y tú traes al diablo y a la muerte abrazados al cuerpo.

SAMUEL: (Ríe nerviosamente) La calle le ha afectado mucho…

V 1: No más que a ti, amigo. Soy un vago, pero no un loco que habla solo con sus fantasmas.

SAMUEL: Yo no he hecho nada…

VAGABUNDO 1: No te estoy acusando, sólo cómprame mi silencio.

Samuel se pone nervioso y saca de sus bolsillos algunas monedas y se las arroja al piso. Se da media vuelta y se dirige a su cubo.

VAGABUNDO 1: Gracias amigo, eres un buen prójimo. Yo no vi nada. No sé nada.

Recoge las monedas.

VAGABUNDO 1: De veras que hay cada loco en esta ciudad…

Samuel lo mira desde lo alto de su cubo.

SAMUEL: Tal vez la policía ya sabe de mí. Tal vez ese pordiosero les ha contado algo, quizás ya todo el mundo lo sabe y buscan castigarme. No, Samuel, nadie te encontrará, ni a ellos ni a ti. Los guarde muy bien y jamás los encontrarán.

Cambio de luz.

SAMUEL: Los guardé muy bien. En un rinconcito del gran jardín están guardados. Yo no hice nada malo, hice lo que debía. (Transición.) La casa ya está sola, tanto que puede caber lo que sea. El aire puede caber en ella, el agua del mar, los juguetes de todos los niños del mundo; es como una gran arca, un gran barco de cera que naufraga…se ve claramente cómo el fuego lo derrite en el agua salada. En el agua salada están todos los secretos, los cabellos, las uñas mugrosas y los ojos pinchados. (Ríe bajo) Los ojos pinchados que ven cortinas rojas, pestañas secas y el iris que se vuelve burbuja. Yo los guardé y sólo yo… no, él no sabe nada. (Ríe) Los brazos bailaban a un compás de aire rojo. Azul, azul, azul, el mar no es azul. El mar no tiene color. (Ríe malévolamente.)

La iluminación se apaga.


ESCENA CUARTA
Doce y cuarenta y cinco de la tarde
Entra una melodía y al ritmo de ella comienza escucharse los golpes de las teclas de la máquina de escribir.

Luz tenue sobre Benjamín.

BENJAMÍN: “La bella mañana parecía tan insignificante ante la luz majestuosa que proyectaba su presencia.” (Se detiene.) No se escucha tan mal. (Continua.) “La primera vez que pude verla tan clara y fresca me recordó la aquella vez que dejé que el mar me mojara los pies. Sí, esa fue la sensación que recorrió todo mi cuerpo y sé que será difícil poderla olvidar. Su profundo mirar me recordó la bóveda de la catedral de mi pueblo, donde me pasaba horas enteras tratando de tocar a los ángeles y de escuchar la música de los querubines; daba vueltas y vueltas con la mirada a la gran bóveda azul. El vértigo, sus ojos. Su aliento a menta caminó por mi boca, reptaba como serpiente hasta llegar a la cima de mi nariz que, sin desprecio, dio la bienvenida a los recuerdos de los perfumes más gratos que tengo en la memoria. Lentamente caminó, dejando las huellas de sus pies mojados sobre el piso rojizo del patio; su cuerpo se me fue acercando, y parecía flotar y me dijo con una voz de viento: ‘Quítame la piel que traigo encima’. No supe qué decir, ni qué hacer. Mi cuerpo se me enderezó de un jalón y con el mismo jalón se hizo chiquito, mas con el asombro encima y toda ella en los ojos que ya no pude cerrar, di unos pasitos hacia atrás, pero sentí que el camino se terminaba cuando mis manos tocaron la…

En ese momento un grito desgarrador saca de su mundo a Benjamín. Entra una iluminación en todo el escenario. Los vagabundos tratan de robar a Lucero la tina donde se baña. Inmediatamente Benjamín baja del cubo para acudir en auxilio de Lucero.

BENJAMÍN: ¡Malditos pordioseros, déjenla en paz o se las verán conmigo!

VAGABUNDO 1: (Saca una navaja) ¿¡Tú y cuántos más!?

El Vagabundo 2 logra arrebatarle la tina a Lucero y sale corriendo.

LUCERO: ¡Desgraciado infeliz, regrésame mi tina!

VAGABUNDO 1: A ver, ¿no qué muy valiente?, ándale, pégale al mono. (Ríe)

Lucero se abalanza contra él, pero el Vagabundo logra producirle una herida en un brazo. Benjamín mantiene su distancia y el Vagabundo sale corriendo. Benjamín se acerca a ella y saca del bolsillo de su pantalón un pañuelo para cubrir la herida.

BENJAMÍN: Esos desgraciados ya me tienen harto…

LUCERO: (Mirándolo a los ojos) Estoy bien, no se preocupe por mi…

BENJAMÍN: Pero, ¿cómo quiere que no me preocupe si está herida?, y me imagino que sus señores padres…

LUCERO: No tengo.

BENJAMÍN: Bueno, ya somos dos huérfanos. Necesitaremos agua oxigenada.

LUCERO: No tengo.

BENJAMÍN: Bueno, ya somos dos. Venga conmigo, tal vez entre mis tiliches encuentre alguna gasa y alcohol…

LUCERO: De verás que no es necesario, sólo fue un rasguño…

BENJAMÍN: ¿Rasguño? Si el muy idiota estuvo a punto de rebanarle el brazo.

LUCERO: (Ríe coquetamente) Exagera, de veras no se preocupe…

BENJAMÍN: Pero, ¿es qué no se da cuenta que los hijos de puta le robaron su tina?

LUCERO: ¡Hijos de toda su…!

BENJAMÍN: Espere, que puede lastimarse. Permítame acompañarla hasta su casa, debe descansar…

LUCERO: ¿Descansar, ha dicho usted? (Ríe) Si los mendigos se llevaron todo lo que tenía, en esa tina me bañaba, me dormía y me sentaba a leer…

BENJAMÍN: ¿Todo eso hacía en esa tina?

LUCERO: Bueno, menos lo que usted está pensando, aquí adelante hay unas letrinas improvisadas…

BENJAMÍN: (Ríe con pena) Yo quería decir…

LUCERO: (Ríe) No se preocupe, en verdad…

BENJAMÍN: Me he portado con poca caballerosidad, qué vergüenza. Entonces, permítame llevarla a mi casa, ahí se sentirá mejor.

LUCERO: (Coquetamente) ¿No será una molestia?

BENJAMÍN: Para nada, es lo menos que puedo hacer; además, hace un rato me porté con usted de una manera intolerable.

LUCERO: Yo también fui bastante…

BENJAMÍN: Olvidémoslo.

Pausa. Se quedan mirando fijamente. Benjamín se ha quedado flechado ante la belleza de Lucero.

BENJAMÍN: Ni siquiera me he presentado. Soy Benjamín Guerrero.

LUCERO: Pues vaya que hoy se ha portado como todo un guerrero.

Los dos ríen sin dejarse de mirar.

LUCERO: Yo me llamo Lucero.

BENJAMÍN: ¿Lucero a secas?

LUCERO: No. Pero jamás me han gustado mis apellidos.

BENJAMÍN: Entiendo. Pero venga, acompáñeme, trataré de curar esa herida.

La toma del brazo sano y la lleva hasta el cubo.

LUCERO: ¿Es usted escritor?

BENJAMÍN: Este… pues sí. La verdad es que hace poco que me jubile y uno de mis sueños siempre fue escribir mis memorias.

LUCERO: Una persona jubilada no vive en un lugar tan abandonado por Dios.

BENJAMÍN: Es verdad. Buena observación, Lucero…

LUCERO: (Riendo) Perdón, no quise ser…

BENJAMÍN: ¡Oh, no, para nada! No he dicho nada de eso. Tiene toda la razón. Sabe, lo que pasa es que me divorcié y ¡caray!, mi mujer supo sacar provecho de la situación…

Benjamín comienza a buscar entre los papeles algo para curar el brazo herido.

LUCERO: Yo no dejaría escapar a un hombre como usted.

BENJAMÍN: Lo tomaré como un halago, gracias. Pero mi mujer…

LUCERO: Ex…

BENJAMÍN: Otra vez tienes toda la razón. Aún no logro acostumbrarme… mi ex mujer… no lo veía así. Decía que perdía mi tiempo.

LUCERO: A mí siempre se me ha hecho interesante conocer a personas como usted.

BENJAMÍN: ¿O sea que no soy el primero?

LUCERO: A menudo me los encuentro en el camino.

Benjamín por fin encuentra en su maleta algodón y una botellita de tequila.

BENJAMÍN: No es alcohol, pero tendré que improvisar.

LUCERO: Gracias, Benjamín. (Le sonríe)

BENJAMÍN: Esto te dolerá un poquito.

LUCERO: No importa, ya estoy acostumbrada al dolor.

La iluminación se va atenuando hasta llegar al oscuro.


ESCENA QUINTA
La una y treinta de la tarde.

Nueva iluminación. Samuel sentado en el catre. Juega con una baraja de lotería.

SAMUEL: El Valiente. La Dama. La Chalupa. (Pausa.) El agua está verdosa, muy verdosa y huele mal. (Revisa la baraja contando las cartas.) Aquí faltan cartas, no están la Muerte ni el Gallo… ¿Alguno de ustedes ha estado jugando con mi baraja? ¡Estoy hasta la madre de que se metan con mis cosas!... ¡Contesten, escuincles malcriados!

Se escuchan de fondo las risas traviesas de unos niños.

SAMUEL: ¡Los estoy escuchando muy bien, desgraciados! Algún día los tendré de vuelta y los volveré a jugar a la suerte… (Ríe.) Van a perder, sí, y van a llorar como la última vez. Sé que se acuerdan muy bien de aquella tarde cuando se les quebraron los huesos, rechinaban como si estuvieran oxidados. (Ríe.) Sigan riendo, cabroncitos, pero de ésta no se salvan. (Ríe a carcajadas.). Ustedes se esfumaron, pero aún los escucho que andan rondando entre mis cosas, como duendecillos… (Ríe maliciosamente.)

Se escuchan de nuevo las risas de los niños.

SAMUEL: ¡El Diablo!

Ahora se escucha que los niños sollozan.

SAMUEL: Si en la baraja estuviera el Coco sería tan ridículo. ¡Pero está el Diablo que viene por estas dos cabritas tiernas y pequeñas!

Los sollozos poco a poco se van haciendo más fuertes. Pausa corta. Se escucha ahora que corren de prisa.

SAMUEL: ¡No se escondan, cabritas tiernas! ¡El Valiente! El Valiente les salvará la vida porque tiene en su mano la navaja que brilla como la luna. ¡No corran! Yo soy más veloz que las cabritas pequeñas. (Ríe frenéticamente. Transición: Hablándole a la carta). Es que la tarde era azul, como el cielo… luego se puso colorada colorada como si estuviera enojada con todos los que andan de un lado para otro sin rumbo, como yo. Yo no gritaba porque eso no me lo ensañaron en la escuela, pero ellos todo el día jugaban con mis cosas y eso sí que no está bien.

Se escuchan que los niños sollozan quedamente.

SAMUEL: ¡Cállense, con una chingada!

Cambio de iluminación.

SAMUEL: Pa´pronto que el calor se les subió al cuerpo y es que en estas temporadas así nos castiga el sol, como si le hubiéramos hecho algo que no le gusta… ellos lo hacían enojar todos los días con sus juegos prohibidos… y la baraja que siempre estaba regada por todas partes… y ella que nunca estaba donde debería estar.

El llorar de los niños se vuelve más fuerte. Se escucha poco a poco que se rompe madera; este sonido se vuelve constante hasta el final del texto de Samuel.

SAMUEL: Ya no lloren… ya no lloren así porque se me revuelven los recuerdos en los ojos, en las manos y luego ya no me puedo dormir, luego ya no puedo jugar como cuando era como ustedes… a la rayuela, a la matatena, al balero, a las escondidas… a la lotería. ¡¡O se callan o les arranco la lengua!!

Las risas, los sollozos y lloriqueos de los niños se van mezclando con el sonido de la madera que se rompe. La mezcla de estos sonidos va llegando a un clímax y a unos tonos muy graves.

SAMUEL: ¡La Muerte! ¡Ustedes vieron al sol y yo me reí junto con ustedes! ¿Qué ya no se acuerdan de cuando fuimos al mar y las conchas nos cortaban las plantas de los pies? ¿Por qué lloran si éramos felices en el jardín? ¿Qué no querían quedarse allí junto con sus juguetes?

Samuel se lleva las manos a su cabeza.

SAMUEL: ¡Ya no se escondan, salgan, salgan, ya terminé de contar! ¡Los juegos ya terminaron para ustedes, dejen de esconderse!

Los sonidos se vuelven cada vez más graves y el sonido que produce la madera al romperse produce ecos. Samuel ha llegado al clímax de su locura.

SAMUEL: (Ríe frenéticamente) ¡No se me acerquen, no se me acerquen que me van a romper la piel, los huesos, dejen de hundirme la piel en los huesos!

Unas nuevas risas se mezclan con los demás sonidos, pero éstas se escuchan agudas y desagradables. Samuel cae al catre y se contorsiona salvajemente.

SAMUEL: ¡¡Me queman, me queman!!

La mezcla de sonidos llega a un punto en el que se escucha el rasgarse una tela de una manera distorsionada.

La iluminación se apaga de golpe.

ESCENA SEXTA
Las dos y quince de la tarde.

Nueva iluminación. Los vagabundos entran a escena con sus cajas y costales de basura. Se instalan en uno de los extremos del escenario. El Vagabundo 1 saca de una de las cajas un desafinado, sucio y viejo violín. El Vagabundo 2 saca de uno de los costales una trompeta igual de sucia, vieja y desafinada que el violín. Tratan de afinar los instrumentos. Se preparan para comenzar a tocar, pero el Vagabundo 2 recuerda que se le olvida algo y hace mutis. Poco después entra con la tina y la pone frente a ellos. Una vez más se preparan para hacer música. El Vagabundo 1 saca de una bolsa una vieja grabadora y se la cuelga en el cuello.

VAGABUNDO 1: Un, dos, tres, cuatro…

Enciende la grabadora y una música orquestal se escucha de ella, mientras que ellos tocan tratando de seguir el compás, aunque resulta realmente chistoso y espantoso.

Algunas personas entran a escena poco después de que ellos han iniciado; los observan, ríen y les arrojan unas cuantas monedas. Los personajes incidentales salen de escena riendo y mirándolos de reojo. Luego de un rato el Vagabundo 1 apaga la grabadora y la guarda junto con su instrumento. El Vagabundo 2 recoge las monedas y las guarda dentro de un monedero, también guarda su instrumento; después le muestra el monedero y el otro cuenta el dinero.

VAGABUNDO 1: Te dije que de algo iba a servir esta pinche tina.

Los dos comienzan a reírse como locos, recogen la tina y sus cosas y salen riendo. Entra la música orquestal que se escuchaba de la vieja grabadora y de fondo se siguen escuchando las risotadas de los vagabundos. Poco a poco la iluminación sale junto con la música.


ESCENA SÉPTIMA
Las tres de la tarde.

Luz. Entra Lucero del brazo de Benjamín.

LUCERO: Nunca había comido tanto en mi vida.

BENJAMÍN: A veces hay que darle gusto al paladar.

LUCERO: Eso sí. Pero comerse quince tacos… mire, cómo tengo la panza, me veo muy gorda…

BENJAMÍN: No exageres por favor, si eres hermosa.

LUCERO: Favor que usted me hace, Don Benjamín.

BENJAMÍN: ¿En qué quedamos, pues? Benjamín para ti, el “Don” me hace sentir más viejo.

Ríen juntos. Lucero se detiene y eructa de una manera realmente asquerosa y grotesca. Benjamín la mira sorprendido.

BENJAMÍN: Sí que estaban ricos esos tacos.

LUCERO: (Avergonzada) Ay, Benjamín… qué pena. Pero es lo que uno aprende en la calle.

BENJAMÍN: No se preocupe, Lucero, siempre pasa. Hasta a mí me ocurre de vez en cuando y si no… pues me olvido de los modales de casa y… pues ya sabe, las cosas del cuerpo que no sirven, pues…

LUCERO: Benjamín, qué simpático eres. Lo que pasa es que toda mi vida la he vivido aquí en la calle. Desde muy chica tuve que aprender a sobrevivir…

BENJAMÍN: No me lo tomes a mal, pero no pareces… una mujer de la calle… quiero decir…

LUCERO: Entiendo muy bien, Benjamín. Es que en una ciudad como esta uno conoce de todo. Cuando tenía trece una mujer rica me recogió y me contrató como sirvienta en su casa, y pues me enseñó muchas cosas. Y luego yo anduve por mi cuenta. Me alejé de ella porque se hizo vieja y yo no quería hacerme cargo; además ya estaba muy enferma y mejor me fui. Después anduve de un lado a otro, de aquí para allá tratando de seguir en este mundo loco; y pues mírame, aquí sigo… Nomás que no sé por cuánto tiempo más. Muchas veces la calaca me ha tocado a la puerta, no creas, me he visto en unos apuros que pa´qué te cuento… Un día conocí a un hombre a toda madre. Me compraba lo que yo le pedía y hasta me andaba regalando una casa y un coche a cambio de que le diera un hijo… nomás que ya después no se pudo y se me fue. Se me fue para siempre y ya no puedo. Y luego un día conocí a otro hombre que era muy parecido a ti, nada más que aquel era güero… no era gringo, pero era güero de ojo azul. Muy lindo él. Pero es que una no es adivina para saber cómo es la gente por dentro, ¿verdad? Y resultó que le gustaba la droga y me embarqué en esas cosas y hasta fui a dar al gabacho, como por ahí dicen, ya sabes, uno hasta se vuelve costal de no se que tantas cosas, pero eso sí, te juro que jamás probé nada. A ése lo dejé después de un rato. Luego conocí a otra señora rica, más rica que la otra; ésta tenía muchas casas por todo el país y anduve con ella hasta los veintiuno. Me fue bien con ella, pero salí con muchas broncas porque resultó que el viejo que quería conmigo era de ella y ya sabes, como dicen por ahí… de tanto compartir terminas pidiendo. Y mejor me vine de regreso para acá. Todo cambió. Donde ahora vivimos estaba mejor; claro, el terremoto vino a joder muchos lugares, lo bueno que ese edificio aguanta otros añitos más. Y lo bueno también es que los del gobierno no lo tiraron, eso sí quién sabe por qué. Ahora se ha vuelto hogar de todos y de nadie. Con decirte que hasta he visto lagartijas y víboras en el edificio…

BENJAMÍN: Reptiles…

LUCERO: La otra vez me tocó ver cómo una víbora cambiaba de piel… (Pensativa.) No sé por qué me acordé tanto de mi pasado… A mi me gustaría desprenderme de esta piel que tengo y tener una nueva, que no tuviera cicatrices ni nada que me hiciera ver fea. Tirarla a la basura y lucir otra más hermosa y que aquella piel que dejas también te arranque todos los recuerdos más agrios que hayas tenido. La serpiente dejó su piel junto a una rama y después yo la recogí; cuando la toqué sentí como si me hubiera tocado el vientre…

BENJAMÍN: No digas esas cosas. Tú eres muy hermosa.

LUCERO: ¿De verdad te parezco hermosa? ¿Más hermosa que tu mujer?

BENJAMÍN: Mil veces más bella… ella es un monstruo.

Lucero se carcajea y después Benjamín. Cuando terminan de reír se miran fijamente. Benjamín se acerca a ella y la besa. La iluminación se va atenuando y el cascabel de una serpiente se escucha antes del oscuro.


ESCENA OCTAVA
Las cuatro de la tarde.

Luz. Las escaleras ahora sirven como vías de tren. Los Vagabundos caminan sobre los extremos tratando de guardar el equilibrio. A lo lejos se escucha el silbido del tren.

VAGABUNDO 1: Tengo una idea, compita.

VAGABUNDO 2: Tú eres muy bueno para eso de las ideas, a veces creo que debiste de haber sido inventor…

VAGABUNDO 1: Soy inventor de ideas, y muy efectivas, con decirte que ésta que traigo entre manos nos va a sacar de pordioseros.

VAGABUNDO 2: ¡Eso sí que no! Yo soy muy feliz como soy, además yo pertenezco al asco de esta ciudad.

VAGABUNDO 1: (Ríe) Mi muy buen poeta de cabeza plana. No comprendes que tú y yo siempre perteneceremos a las calles y a todo lo que huela a escombro y a basura. Pero hay formas más hermosas de vivir en esta urbe.

VAGABUNDO 2: ¿Cuáles?

VAGABUNDO 1: El viejo edificio.

VAGABUNDO 2: Ni que estuviera pendejo para vivir ahí. Ese pinche edificio está por venirse abajo. Prefiero morir en la calle, que morir aplastado por un montón de escombros; además ya me acostumbre al frío… tengo la piel bien curtida.

VAGABUNDO 1: ¡No jodas! Los imbéciles que viven allí tienen dinero de sobra, no más que lo tienen bien escondido. A la noche nos metemos y si la hacen de tos nos los enfierramos, total nadie se va acordar de ellos.

VAGABUNDO 2: ¿Tú crees que si tuvieran dinero de más no estarían viviendo en otra parte? No seas güey, lo que pasa que la ruca de Victoria les renta. Ese edificio es de ella. Yo no quiero matar a ningún cabrón.

VAGABUNDO 1: ¿Te estás echando pa´trás?

VAGABUNDO 2: ¿Y cuándo me eché pa´delante? Lo que pasa que tú quieres darle matarile a la chavita que la Victoria metió allí. Si quieres dinero róbaselo a la ruca.

VAGABUNDO 1: Te estás pasando, carnal.

VAGABUNDO 2: ¿Yo? Lo de la tina estuvo fácil, pero ¿a poco crees que no te vi la mirada que le echabas a la putita? Todo fue puro plan para a ver si te aflojaba, nomás que el ruquito se nos puso al tiro. Y tú creías que no había nadie allí. Y ultimadamente, le vamos a regresar a la morra la tina. Yo no soy rata, nomás vago.

VAGABUNDO 1: Ya me doy cuenta con quién me junto. Pos sí, quiero darle matarile y también al ruco por meterse en lo que no le importa y sí no estás conmigo…

VAGABUNDO 2: ¿Qué? ¿Me muero?

VAGABUNDO 1: Chance.

VAGABUNDO 2: Yo también tengo con qué defenderme. Yo no voy abrir el pico, total nadie se va acordar de ellos. Nomás que yo no mato. No vas a conseguir mucho, car-na-li-to.

VAGABUNDO 1: Eso lo veremos luego. Y si quieres regresarle la tina, hazlo. Nomás que conmigo ya no andas… y no me conoces.

El tren se escucha más cerca. Los vagabundos se retiran un poco de las vías. Poco a poco la iluminación se va atenuando hasta llegar al oscuro. El sonido del tren crea el efecto de haber pasado donde estaban los vagabundos.


ESCENA NOVENA
Las cinco y treinta de la tarde.

Luz. Los personajes se encuentran en sus respectivos cubos. Samuel come un poco de sopa instantánea. Benjamín viste un traje y un sombrero, tiene un pequeño espejo en las manos y se observa alejándolo y acercándolo a su rostro y en distintas partes de su traje. En la mesa se encuentra un ramo de rosas rojas.

Lucero viste una blusa escotada con tirantes y una minifalda. Se maquilla un poco y canta una canción en voz baja. Mientras los personajes realizan estas acciones el Vagabundo 2 entra a escena con la tina y la coloca a un lado de la escalera que pertenece al cubo de Lucero; después hace mutis mirando de reojo hacia donde se encuentra Lucero. La voz en off de un señor que vende gorditas de horno se deja escuchar a lo lejos.

VOZ OFF: ¡Hay gorditas de horno!

LUCERO: ¡Gorditas de horno!

VOZ OFF: ¡Hay gorditas de horno!

SAMUEL: Y de postre unas gorditas de horno. (Ríe.)

Samuel y Lucero bajan a comprar unas gorditas de horno. Los dos se encuentran en el camino y miran la tina.

VOZ OFF: (Se escucha a lo lejos) ¡Hay gorditas de horno!

LUCERO: ¡Mi tina!

SAMUEL: ¿Es suya esa tina?

LUCERO: Sí. Es curioso, ¿sabe? Los vagos que a veces andan por aquí me la habían robado; creo que se arrepintieron y aquí me la dejaron. Usted es nuevo aquí, ¿verdad?

SAMUEL: Sí. Anteayer por la noche llegué.

LUCERO: Qué tristeza, ya se me fue el señor de las gorditas. Hace mucho tiempo que no las pruebo.

SAMUEL: Si quiere lo alcanzo

LUCERO: No se apure. Siempre se dan una vuelta y regresan.

Pausa corta. Los dos se miran con cierta coquetería.

SAMUEL: Me imagino que usted lava en esa tina

LUCERO: (Ríe con pena) Aquí lavo, me baño y me duermo.

SAMUEL: Debe ser muy incómodo. Yo al menos tengo un catre donde dormír. Lo malo es que no tengo agua…

LUCERO: En realidad aquí nunca hay agua y tampoco hay baños. Desde el temblor que no hay servicio. Por eso están las letrinas improvisadas y de vez en cuando las pipas vienen a surtirnos de agua. Hoy tuve suerte, pude bañarme.

SAMUEL: Qué buena suerte. Yo tengo varios días sin bañarme. Si tuviera dinero compraría una tina.

LUCERO: Y si yo tuviera dinero compraría un catre.

Los dos se miran como si se les hubiera ocurrido la misma idea.

SAMUEL: ¿Sabe una cosa? Es incómodo no estar bañado y es incómodo no dormir en una buena cama, o ya de menos en un catre…

LUCERO: Me llamo Lucero. (Le tiende la mano.)

SAMUEL: Samuel.

Prolongan el saludo. Pausa corta.

SAMUEL: ¿Y se puede saber cuánto tiempo tiene viviendo en este lugar?

LUCERO: Poco.

SAMUEL: Ya veo. (Pausa.) Parece que tiene un compromiso.

LUCERO: Sí. Me va a visitar un amigo.

SAMUEL: Un amigo. Vaya, ¿eh?

LUCERO: Será una cita especial. Me gustan las citas especiales.

Mientras tanto Benjamín termina de revisar que todo esté bien con su atuendo. Se pone un poco de spray en la boca para el mal aliento.

SAMUEL: Qué bien.

LUCERO: Pero la tina no es muy…

SAMUEL: Lo ideal es una…

LUCERO: Ajá, es mejor.

A lo lejos se vuelve a escuchar al señor que vende las gorditas horno.

VOZ OFF: ¡Hay gorditas de horno!

LUCERO: Le propongo un trato.

SAMUEL: ¿Un trato?

LUCERO: Yo le presto la tina para que se dé un baño y usted me presta su catre para mi cita especial. Y tal vez después… bueno, si usted quiere…

SAMUEL: Sí, me parece bien.

LUCERO: Pues bueno.

SAMUEL: Bueno.

LUCERO: Pues vamos.

Benjamín baja de su cubo y se dirige al cubo de Lucero. Triste, Benjamín mira cómo Lucero se va con Samuel tomada de su brazo. Lucero sube al cubo primero y luego la sigue Samuel, que lleva la tina en su mano.

LUCERO: Es perfecta.

SAMUEL: Sí, no está mal.

Lucero se sienta en el catre para probar que no se rompe, se acuesta para sentir que no tenga ningún hueco en la colchoneta, se da vueltas y Samuel la mira con deseo.

LUCERO: Me gusta, hace tanto que no sentía la amplitud de una cama, la suavidad de las sábanas… una almohada… qué rico. (Se estira y bosteza.)

Entre tanto, Benjamín camina lentamente dando círculos en su propio eje. Su rostro muestra una profunda tristeza. Se detiene mirando hacia el frente. Lucero se sienta y Samuel mira sus piernas. Se sienta junto a ella. Ahora mira el escote de Lucero.

SAMUEL: ¿Entonces te lo llevas?

LUCERO: Si me ayudas a bajarla.

Benjamín contiene el llanto con coraje.

SAMUEL: El agua…

LUCERO: ¿El agua?

SAMUEL: ¿Has ido al mar?

LUCERO: Sí, varias veces.

SAMUEL: ¿Y te has dado cuenta de que el mar no es azul? Cuando tomas el agua del mar en tus manos y la ves que humedece tus uñas, no te pinta. El mar a lo lejos se ve tan azul como el cielo, pero no lo es. En cambio el fuego, donde quiera que se encuentre, quemando lo que sea, siempre es rojo, rojo, rojo. Y luego todo lo vuelve negro.

Una suave melodía entra acentuando el dolor de Benjamín.

LUCERO: Sí, me he dado cuenta. Pero no sé nadar. (Pausa.) ¿Me ayudas a bajarla…?

SAMUEL: Sí.

Lentamente Samuel baja uno de los tirantes de la blusa de Lucero, dejando al desnudo uno de sus pechos. Lucero no opone resistencia y deja que Samuel bese su pecho.

La melodía anterior sale y entran las risas de los niños. Benjamín saca de la bolsa de su saco unas hojas. Comienza a leer en silencio, pero hace una serie de gestos y muecas, como si estuviera declamando poesía.

SAMUEL: (En voz baja) No hagan ruido o romperán el barco de cristal, y todos nos ahogaremos.

Lentamente recuesta a Lucero en el catre y comienza a besarla. La risa de los niños disminuye hasta dejarse de escuchar. El Vagabundo 2 entra tocando una melodía con la trompeta. La melodía está cargada de dolor, nostalgia y tristeza. El Vagabundo 1 entra bailando con un maniquí desnudo lleno de agujeros; de éstos agujeros salen unas luces blancas. Además lleva consigo cargando al hombro una vieja bolsa. Benjamín continúa con sus acciones hasta que termina con un gesto de haber gritado con fuerza. El Vagabundo se acerca hasta Benjamín y le quita el ramo de rosas, se lo cambia por un ramo seco que lleva guardado en la bolsa. Mientras tanto los amantes hacen el amor. Lucero está sobre Samuel, en la posición de “jinete”. Los movimientos que realizan ambos personajes son lentos que parece que los hacen en cámara lenta. El Vagabundo 1 continua bailando con el maniquí y le habla al oído, ríe queda y falsamente. Los amantes llegan al clímax de su relación, una luz intensa los ilumina; después esta misma iluminación se apaga lentamente. Tres cenitales respectivamente iluminan al resto de los personajes. Benjamín llora en una actitud de mimo.

El Vagabundo 2 saca un cuchillo de su bolsa y mientras baila con el maniquí le corta el cuello; la sangre comienza a escurrir y el Vagabundo la chupa. Los cenitales de los vagabundos se apagan lentamente, y sólo se ven las luces que salen del maniquí. El trompetista continúa con la dolorosa melodía. Benjamín da la espalda al público y le arroja el ramo de rosas secas. Poco a poco la melodía se acaba y las luces del maniquí se apagan. Al final el cenital de Benjamín se apaga de golpe.


ESCENA DÉCIMA
Las siete de la tarde.

Luz. Samuel baja el catre del cubo, Lucero lo espera abajo. Samuel lleva el catre hasta el cubo de Lucero. Vuelve a bajar y se despide de ella con un beso. Samuel hace mutis. Benjamín se encuentra en su cubo bebiendo de la botella de tequila. Luce ligeramente ebrio. Teclea algo en la máquina de escribir. Lucero sube a su cubo y se acuesta en el catre. Una melodía entra.

LUCERO: Está escribiendo. Tal vez me está escribiendo una carta o un poema; quizás sólo sus memorias donde apareceré yo. (Ríe.)

BENJAMÍN: (Escribiendo con coraje) Todas las viejas son iguales, todas las viejas son iguales, todas las viejas son iguales, todas las viejas son iguales…

LUCERO: Espero que no haya llegado cuando me salí.

BENJAMÍN: Todas las viejas son iguales…

LUCERO. Viejito loco. (Ríe.) Le voy a hacer recordar su juventud… a lo mejor termina diciendo el nombre de su ex… (Ríe.)

Samuel entra con una cubeta llena de agua. Sube a su cubo y vacía el agua en la tina, se desnuda y se mete en ella.

SAMUEL: ¡Ah! Nada mejor que un baño… ¿Recuerdan el agua caer en su cuerpo? ¿Te acuerdas cuando el agua se volvió roja, cuando se revolvía con los cabellos negros? Yo me acuerdo de todo.

La melodía anterior sale para dar principio a otra.

SAMUEL: Se puede gritar dentro del agua, se puede correr con el fuego en las manos. Oigan, ¿me escuchan? ¿Pueden escuchar el sonido del agua resbalarse por mi cuerpo? Todo se puede consumir con una simple llama, todo. (Ríe malévolamente.) Los pájaros dejaron de cantar desde muy temprano, la casa estaba tan silenciosa que se podía escuchar a las arañas tejer y a las cucarachas trepar por las paredes. Veamos, ¿qué tenemos por aquí? Una mano mojada y fuerte, capaz de romper los huesos de unos pajaritos… ¿Y qué tenemos por acá? Otra mano capaz de sacar los ojos…, la lengua, y hacer trizas las vísceras… ¡Yo no puedo dejar de hacer lo que quiero! No conozco ese límite; sería tan cruel pensar que puedo hacerlo. Pero eso no lo entiendes. ¿Qué esperabas? ¿Que dejará que te fueras con los pajaritos y dejarme sólo las jaulas? ¡No! Ni ellos creyeron en mí, porque tú les enseñaste a odiar y a guardar los rencores; esos no son juguetes para un niño. Tenías razón en haberme dicho que la soledad de un hogar no se cura con todos los juguetes del mundo, mucho menos con cuentos de hadas. ¡Yo no soy el único culpable! Pero el fuego siempre cura los errores del pasado, quema lo que ya no sirve, lo que ya no tiene remedio. No tenía salida, entiéndelo por favor, era lo mejor para todos. Nadie sabrá lo que pasó, sólo yo. Porque el fuego vuelve cenizas todo y nadie reconoce nada de las cenizas. Quemé las fotos, los peces, la ropa, las flores… la casa… los juguetes… los niños… te quemé a ti y a todos los guardé muy bien para que no los encuentren nunca. Sé que extrañarán el agua. (Ríe una vez más malévolamente; termina en una risa frenética)

LUCERO: Qué raro, ya se tardó.

BENJAMÍN: Todas las viejas son iguales…

Deja de escribir, saca la hoja de la máquina y le escupe; después la rompe y la lanza por los aires.
La luz sea apaga de golpe.

ESCENA DÉCIMOPRIMERA
Las nueve de la noche.

Luz. Los personajes duermen. Benjamín sobre la máquina de escribir, Samuel en la tina y Lucero en el catre. El Vagabundo 1 entra cautelosamente, asegurándose de que nadie lo sigue. Se dirige hasta el cubo de Lucero y comienza a tocar. Lucero despierta y se trata de arreglar un poco. Se asoma y ve al Vagabundo.

LUCERO: (Sorprendida) ¿Qué quieres, pendejo?

VAGABUNDO 1: Señorita… baje por favor.

LUCERO: ¡Lárguese de aquí!

VAGABUNDO 1: Señorita, quiero pedirle una disculpa por haber robado su tina y…

LUCERO: ¡Estuvo a punto de arrancarme el brazo! ¡Váyase y chingue a su madre!

VAGABUNDO 1: ¿Qué pasó, señorita? Vengo de buena fe y además pos a darle una mala noticia.

LUCERO: Buena fe… seguramente el que dejó la tina fue el otro vago que anda con usted…

VAGABUNDO 1: Ni madres, señito, ese güey fue el que planeó todo, si es bien rata… yo vine a dejársela de buena manera…

LUCERO: Ya váyase y no esté chingando.

VAGABUNDO 1: Le digo que le traigo una mala noticia.

LUCERO: No me interesa.

VAGABUNDO 1: Lo que pasa es que doña Victoria ya se petateó.

LUCERO: ¿Qué dice?

VAGABUNDO 1: Que ya pasó a mejor vida… Dios la tenga en su gloria.

LUCERO: ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿De qué?

VAGABUNDO 1: Hoy, hace rato, dicen que por atender a un cliente se le paró el corazón y el güey que estaba encima de ella se espantó tanto…

LUCERO: Pero si le dije a la doña que ella no estaba para eso.

VAGABUNDO 1: Eso mismo dijeron las muchachas, pero es que dicen que le dieron rete hartas ganas…

LUCERO: Pero si yo la vi muy bien en la mañana…

VAGABUNDO 1: Ahorita la están velando y me encargaron que le avisara.

Lucero baja rápidamente y se encuentra con el Vagabundo. Éste saca de la bolsa de su pantalón un trapo y lo esconde tras de sí su espalda. Amarra los extremos del trapo a cada una de sus manos, todo esto con precaución para que Lucero no se percate.

VAGABUNDO 1: Pobre de doña Victoria, era tan buena. Me hizo tantos favores.

LUCERO: A ver, vamos para allá.

Lucero camina dando la espalda al Vagabundo. Éste camina detrás de ella, deja al descubierto el trapo y de una manera violenta le tapa la boca a Lucero. Entra una melodía que crea una atmósfera de violencia. Ella forcejea tratando de quitarse de encima al Vagabundo. Hay una lucha entre estos dos personajes durante un largo tiempo. Lucero trata de gritar con fuerza. Durante el forcejeo Lucero pierde una de sus zapatillas. El Vagabundo logra asentarle un golpe en la cabeza contra una de las caras de uno de los cubos. Inconsciente, Lucero cae al piso. El vagabundo amarra el trapo en la boca de Lucero y se echa el cuerpo de ella al hombro; de esta manera sube al cubo de Lucero. La deja sobre el catre, comienza a besarla y a desnudarla. Ella despierta poco a poco y se percata de que está siendo abusada por el Vagabundo. Una nueva pelea se suscita. El Vagabundo logra ponerla boca abajo y atarle una soga en sus manos que saca de uno de los bolsillos de su pantalón. Ella patalea. Él bruscamente levanta la minifalda de Lucero hasta su cintura Trata de violarla, pero ella pone resistencia. El Vagabundo 2 entra a escena con trompeta en mano, encuentra la zapatilla, la toma y la huele y se percata de que Lucero está en peligro; inmediatamente se dirige hacia el cubo de Lucero, sube y con la trompeta en mano da golpes en la cabeza al Vagabundo 1. Por cada golpe se choca se escucha que la trompeta produce un sonido que caracteriza al instrumento cuando está desafinado. Los chorros de sangre salpican por todas partes. El Vagabundo 1 cae muerto encima de Lucero. Cambio de melodía. El Vagabundo 2 retira el cuerpo del Vagabundo 1. La espalda de Lucero está llena de sangre. El Vagabundo 2 se ensucia con la sangre su ropa, su cara y sus manos. Lucero ve la sangre que escurre por su cara y se desmaya. El Vagabundo 2 luce nervioso y no sabe qué hacer. Benjamín despierta.

BENJAMÍN: ¡Lucero! ¡Lucero! ¡¡¡Luceeeroooooooooo!!!

Samuel despierta alarmado. El Vagabundo 2 reacciona también alarmado. Samuel sale de la tina con prisa y se viste. El Vagabundo 2 trata de reanimar a Lucero dándole unas ligeras bofetadas. Benjamín se levanta con enojo de la silla y baja del cubo; Samuel, ya vestido, también baja de su cubo y en el camino encuentra la zapatilla de Lucero. El Vagabundo 2 se da por vencido de querer reanimar a Lucero y baja del cubo. Samuel y el Vagabundo se encuentran; mientras tanto, Benjamín sube al cubo de Lucero y la encuentra llena de sangre. La toma en sus brazos creyendo que ha muerto.

SAMUEL: ¿Qué has hecho, hijo de la chingada?

VAGABUNDO 2: No… yo… ella… está…

SAMUEL: ¡La mataste, cabrón!

VAGABUNDO 2: ¡No! Ella… está…

Samuel se deja ir contra él a golpes. El vagabundo se defiende. Entre tanto Benjamín llora. Samuel y el vagabundo pelean.

BENJAMÍN: (Llorando) Perdóname, fui tan idiota.

Samuel y el Vagabundo continúan en su lucha hasta que el Vagabundo saca un cuchillo y logra herir a Samuel en el estómago.

VAGABUNDO 2: Ella está viva.

Samuel cae al piso doliéndose de la herida. El Vagabundo mira con detenimiento a Samuel y se sorprende. Rápidamente de sus ropas saca numerosas hojas de periódico que le ayudan para calentar su cuerpo. Toma una de las hojas del periódico y el rostro de Samuel aparece en toda la plana con un encabezado con letras grandes y rojas: “PIROMANIACO ASESINA A SU ESPOSA E HIJOS”. Toma otra de las hojas de periódico y la extiende; en toda la plana aparece el rostro de Samuel con un encabezado que dice: “PRENDE FUEGO A SU FAMILIA. LOS CUERPOS SON ENCONTRADOS SEMIENTERRADOS EN EL JARDÍN DE SU CASA”. Tragando saliva con dificultad, y apresuradamente toma otra plana de periódico donde aparece de nueva cuenta la cara de Samuel, esta vez en el encabezado se lee:
“AHOGA A SU MADRE EN LA TINA DEL BAÑO Y DESPUÉS PRENDE FUEGO A SU ESPOSA E HIJOS. SE BUSCA AL HIJO DEL DIABLO”. El Vagabundo deja tiradas todas las hojas del periódico y sale corriendo de escena. Samuel se queja un poco por el dolor y permanece tirado en el piso. Benjamín continua llorando y limpia la sangre que le escurra a Lucero; y se da cuenta que no está herida.

BENJAMÍN: (Reanimándola.) Lucero… Lucero, despierta, ¿estás bien? Lucero, todo está bien, estás viva.

Lucero recobra la conciencia poco a poco.

BENJAMÍN: Eso es… despierta, todo está bien… sólo fue un terrible susto.

LUCERO: ¿Qué pasó?

BENJAMÍN: Trataron de hacerte daño, pero afortunadamente no ha pasado nada grave.

Lucero mira el cadáver del Vagabundo y grita.

BENJAMÍN: Está muerto, alguien lo mató.

LUCERO: Fue el otro, el que me ayudó.

BENJAMÍN: ¿Quién?

LUCERO: El otro vago, el que a veces andaba con éste.

BENJAMÍN: Tal vez fue a pedir ayuda, porque no lo vi salir de aquí. Vamos, te ayudaré a quitarte estas ataduras y luego llamaremos a la policía.

LUCERO: Mejor vayámonos de aquí, tengo miedo.

Cambio de melodía. Samuel se levanta con dificultad y se dirige a su cubo; encuentra en el piso los periódicos y mira su cara en las planas. Se sorprende y toma una de las hojas y la lee. Sin más fuerzas, cae sobre las planas de periódicos.

SAMUEL: ¿Pueden sentir cómo se escurre el agua por mi cuerpo el agua? Se siente tan fresca, pero es amarga (Ríe.) Nadie los encontrará jamás, sólo yo sé donde los escondí. (Ríe con dolor.) Vengan a ver cómo me vuelvo cenizas.

La risa de los niños se escucha en la lejanía.

Benjamín y Lucero bajan del cubo. Encuentran a Samuel en el piso y Benjamín corre para ayudarlo.

BENJAMÍN: ¡Está herido de gravedad!

Lucero se alarma y comienza a llorar.

BENJAMÍN: ¿Quién ha sido?

SAMUEL: Mis hijos. Esos infelices fueron.

LUCERO: ¡Rápido, Benjamín, tal vez entre las cosas de él encuentre algo con qué ayudarlo!

Benjamín sube al cubo de Samuel y encuentra la mochila; sin detenerse a mirar dentro de ella, baja. Se acerca a Samuel y vacía todo lo que tiene la mochila. Juguetes, las cartas de la lotería y muchas cajas de fósforos caen a un lado de Samuel.

BENJAMÍN: ¡Nada!

Mientras tanto, Lucero ve en los periódicos la cara de Samuel, lee en voz baja los encabezados.

LUCERO: Déjalo.

BENJAMÍN: Pero tenemos que ayudarlo, ¡se está desangrando!

LUCERO: Déjalo que se muera.

BENJAMÍN: ¿¡Qué!?

LUCERO: Cada quien debe pagar por sus crímenes. Déjalo que se muera.

Lucero muestra a Benjamín las planas de periódico. Benjamín las mira boquiabierto.

SAMUEL: Ellos gritan: ”agua, agua”, con la boca llena de lumbre.

Sirenas de policía se escuchan a lo lejos. Benjamín y Lucero se alejan de Samuel. El escenario se va oscureciendo. Sólo un cenital ilumina a Samuel. Sale la melodía anterior para dar principio a otra. La risa de los niños y sus sollozos crean una mezcla llena de terror.

SAMUEL: Ya no lloren… ya no lloren. Juguemos a la lotería, juguemos a la suerte a ver qué puede pasar, dejen que El Valiente los rescate de La Dama, de La Muerte. La carta del Diablo la tengo yo, nadie más.

Las sirenas de la policía se escuchan más cercanas.

SAMUEL: La casa está llena de fuego.

La luz del cenital se va apagando lentamente y la música, de igual manera, se deja de escuchar.

SAMUEL: La carta del diablo la tengo yo.

Oscuro. Las sirenas de la policía se escuchan en el lugar de los hechos. Poco a poco dejan de escucharse.








EPÍLOGO
ESCENA DÉCIMOSEGUNDA
Las diez de la mañana.

Luz. Benjamín se encuentra en su cubo escribiendo. Fuma y bebe café en un vaso térmico. Después de un rato de estar trabajando sin detenerse, deja de hacerlo. Saca la hoja del rodillo de la máquina y la lee en voz alta.

BENJAMÍN: “Querida Magdalena: Me he dado cuenta de que la vida está llena de sorpresas. Cuando te conocí fuiste la más hermosa de las sorpresas que la vida pudo regalarme. Pero duraste poco tiempo. No sé cómo fue que te perdí, no me he detenido a meditarlo. Desde que salí de casa y te dejé todo, porque así lo dispuso la ley, me entregué a mí mismo. Me di la oportunidad de disfrutarme, de entregarme a las cosas que para ti eran insignificantes y carecían de gracia. Yo he aprendido a ver en las pequeñas cosas su grandeza de ser. Y mira que me asombro de lo que me he encontrado durante todos estos meses que viví sin ti.

Pausa. Fuma tranquilamente y juega a hacer anillos de humo.

BENJAMÍN: “Doy gracias a Dios por alejarme de tus amarguras y tus falsedades; y de haber hallado el valor de seguir el camino sin tu desagradable compañía. No te escribo como un hombre lleno de rabia o coraje o por despecho, sino como un hombre que por fin se ha encontrado a sí mismo, y que puede hablar y sonreír sin pedir permiso y sin tener miedo. Magdalena, la ciudad no es nuestra casa. No quiero vivir como un ermitaño, esperando la visita de los hijos y de los nietos. No quiero que todas las fiestas se organicen en casa por miedo a salir a conocer a mis vecinos. Tú ahora estás sola con todos los retratos que cuelgan de las paredes; me imagino que has tirado a la basura todas las fotografías en donde aparezco. No me importa ya.

Pausa. Deja el cigarrillo sobre un cenicero improvisado. Se levanta y saca de su mochila la botellita de tequila, y le agrega un poco de tequila al café. Bebe un poco.

BENJAMÍN: “Vivo en donde menos te imaginas y en donde espero que nunca vivas, no sobrevivirías tu sola. La soledad te va a volver loca, más de lo que ya estás.

Pausa. Se acerca a la mesa y toma el cigarrillo, fuma.

BENJAMÍN: “He conocido gente tan interesante, tan maravillosa, que cree que la vida no sólo es quedarse en casa a ver televisión o platicar de cosas sin trascendencia. Estas personas viven como pueden; algunos huyen del crimen, otros huyen y no saben de qué. Otros sólo viven por vivir.

Pausa.

BENJAMÍN: “Hace poco conocí a alguien especial. Una mujer que ha estado en todas partes y que en ninguna parte se halla. Y como ella hay muchos, los que vagan para encontrar lo que sea, los que vagan para que los encuentren. Yo ya me encontré y me siento bien. Ahora no sé dónde está la mujer de la que te escribo, pero que prefiero no describírtela porque sé que te morirías de envidia.

Pausa. Vuelve a beber del café y se sienta en la mesa.

BENJAMÍN: “Trabajo en un burdel de quinta categoría, pensándolo bien; ni categoría tiene. Qué sorpresa, ¿verdad? Te lo dije, la vida está llena de sorpresas. Saco a los borrachos que llegan haciendo escándalo y a los vagos que buscan favores gratis. Gano apenas lo justo para comer y comprar hojas de papel para seguir escribiendo mis memorias. Sé que jamás estuviste de acuerdo con ésta actividad; no me importa lo que pienses, después de leer esta carta no habrá más. Tal vez algún día encuentre mis memorias alguien que le interesa la vida de un viejo que trabaja en un burdel lleno de pirujas y de jotos. Y descubra en ellas que la ciudad siempre tendrá sus escombros.

Pausa.

BENJAMÍN: “Posdata: Chinga a tu madre”.

Oscuro. Pausa larga.

ESCENA DÉCIMOTERCERA
Medio día.

Luz. Las escaleras sirven como vías de tren. Lucero está sola en el escenario, a un lado de las vías, con su maleta abrazándola contra el pecho. Porta un vestido blanco. En la lejanía se escucha el silbido del tren.

LUCERO: Qué triste es seguir el camino sola. Yo te estuve esperando, pero te perdí y ya no puedo. Ya no puedo, de veras que ya no. Quisiera mudar de piel para olvidarme de los golpes y las heridas y dejar entre los escombros la vieja y seca piel del pasado. Hubiera deseado sentirte, olerte y dormir junto a ti, pero ya no puedo. De veras que ya no puedo.

El sonido de la marcha del tren se escucha más cercano.

LUCERO: (Ríe amargamente.) Tarde o temprano ese viejo edificio se vendrá abajo y todos morirán entre tanto ladrillo y polvo, como a menudo mueren muchos, y nadie se acordará de ellos, nadie. (Abraza a la maleta como no queriendo desprenderse de ella.) Cada quien carga sus malos recuerdos y sus secretos, pero ¿para qué?

Lucero abre la maleta y deja caer de ella sangre y muñecas. La sangre empapa su cabello y su vestido. Deja caer la maleta aun lado. El sonido del tren se escucha a unos cuantos metros de donde se encuentra ella. Lentamente abre sus brazos y su cuerpo se inclina hacia las vías del tren. Las luces se apagan justo cuando el sonido del tren crea el efecto de haber pasado por encima del cuerpo de Lucero.

La melodía de la trompeta que se escuchó en la novena escena se escucha mientras

CAE EL TELÓN.



22 de Junio de 2005.

28/1/08

MAREA ROJA sangre, de SACHA ORO BARRERA, DRAMATURGO ARGENTINO

SACHA BARRERA ORO


Marea roja

Sangre


De  Sacha Barrera Oro

2004

LA MUJER, ELLA, ÉL Y EL HOMBRE 

Una imagen borrosa inunda la escena.
Es una postal de una época que predice un final.

 I            confesiones innecesarias

ELLA - Es cierto. Te até a las vías del tren, pero sabía perfectamente que ya no había trenes. Por eso no me preocupé.
También es cierto que infinidad de veces intenté asfixiarte en el baño, pero no pasó de ser otro más de los muchos intentos frustrados de enjabonarte en la ducha. Quién podía imaginarse que te ibas a morir de frío y no de un impacto brutal… ese que nunca sucedió.
Tal vez por eso no pude entenderte en tu insistencia cuando estábamos cerca de la casa. ¡Que tuviera cuidado con el perro!, me decías... Y yo como una estúpida miraba para abajo y preparaba la cartera para tirar el golpe.
Si me habré despertado en la noche obsesionada, buscando debajo de la cama o entre las sábanas esa quijada llena de dientes clavados en mi pierna...
Es cierto... no supe o no quise saber nunca que vínculo nos unía... no tuvo mayor importancia en ese momento. Me imagino que ahora menos, aunque yo intuyo que nos unía el espanto. Pero siempre me dio miedo decírtelo.
Nadie puede negar que todos los hechos, incluso los pensamientos, por más mínimos que sean, cambien el mundo. Es cierto que las cosas que no suceden también nos matan.

Esto ya lo he dicho antes...

ÉL - No es fácil ser un espécimen en vías de extinción.
Mientras vos pensabas en tu miedo, yo era el animalito en cautiverio. Uno de esos que hay que cuidar de todo y de todos, incluido de sí mismo.

ELLA - Está bien que yo siempre fui una apasionada por la literatura y  vos un obsesionado del hambre a la orilla del camino. Pero todos los días repetir lugares comunes, a la larga se paga con sangre, o por lo menos con algo líquido.
También es cierto... soy un monstruito... creo que lo he sido desde siempre o por lo menos desde que me acuerdo.

ÉL - Un velociraptor atrapado en el cuerpo de una niña de 7 años.

ELLA - Creo que no quiero o no puedo ser otra.

No soy una insensible, no... En todo caso soy alguien que está obligada a vivir en su verdad.

Eso también lo he dicho antes...

ÉL - Ya lo sé. No es necesario que me expliqués nada. Sin embargo no hay nada superior a la sangre.

Nada.

ELLA - Aclaro que mi relación con los escritos es contradictoria y fuertemente ambigua. Tal vez eso sea lo más nutritivo de esta literatura familiar.
A mí se me puede acusar de muchas barbaridades pero nunca de confusa mi proximidad a los hombres...

Ellos nunca dejaron de ser mis mapas.


 II           un tema de urbanidad

ELLA - Te ves tan lindo cuando te da de lleno esta luz. Tu rostro se afina de tal manera que el mentón se alinea perfectamente con tu nariz. Como si lo armónico fuese lo natural en vos. Tus ojos parecen mirarse mutuamente, perciben algo en el medio. Eso que se construye interiormente cada vez que pestañeamos. Eso que, de hecho, no podes ver.
Cuánto de cierto hay en esa expresión que me decías...

ÉL -  No hay nada como odiar a los malos, mi amor...

ELLA - ... siempre y cuando uno no sea el único en la isla... Por esa y otras razones me gustaría darte un golpe certero en esa cara de yo no fui, pero podría haber sido que tenés. Un solo martillazo. Uno fuerte. Con la intensidad necesaria como para destapar los pozos sépticos de todo el barrio. Y vos seguro que me mirarías con el rostro ensangrentado de risa, desde el suelo… atónito. Siguiendo cada uno de mis movimientos.

Te das cuenta con cuánta ternura tengo que lidiar...

Cómo hago para explicarte lo inexplicable... Qué hay que hacer para comerse las manos pequeñas de un bebé que no tiene cuerpo. Ese que nunca pude darte. Y sentir que si no te imagino así, me muero.
Por qué todos los días me tengo que hacer la idea de que lo bello no se deja amar y que no importa lo que haga. Siempre la que termina con el rostro desencajado cuando es viernes y no hay planes, soy yo.

 III          no hay víctimas

ÉL - Un hombre que vendía pescado en el Mercado Central se abrió las venas de par en par después de vender 2 kilos de congrio. Un joven vestido con un traje azul a rayas y un pantalón negro le pedía el vuelto por la transacción. Unos minutos después de la incisión se acercó un hombre de pulóver blanco, que de la mano traía a un niño. Al parecer era su hijo. El hombre no tardó en preguntarle por qué vendía el pescado tan barato... Antes de poder llegar a responder algo, el niño le preguntó: “Qué necesidad tiene usted de pagarlo tan caro...”

HOMBRE - El hombre que vendía pescado cambió de color...

Hoy, al entrar a la cámara de frío, vi a la cara a un salmón. Era tan serena y pacífica que salí corriendo a verme al espejo, y seguí viendo al salmón. Entonces me di cuenta que no había nadado lo suficiente contra la corriente y que si de algo me había asegurado todo este tiempo era de no haber sido feliz. Por eso abrí el grifo. Y pienso dejarme arrastrar cuesta arriba por la corriente hasta perderme de vista.

ÉL - El niño miró a su padre. Se moría de ganas de matarlo, pero el padre le dijo que aún no era el momento y el hombre continuó aleteando.

“Cómo es posible que el rostro de un pescado estuviese más vivo que el de un pez”, dijo el moribundo. Eso era demasiado.

Llegó la ambulancia, el pescadero había perdido demasiados años de sangre y algo de vida. Pero no era eso lo que le preocupaba, ya que los accidentes de trabajo eran muy comunes en el Mercado. Lo único que sí lo inquietaba y le daba miedo era la presencia de tiburones en el agua. Toda su vida lo persiguió ese sentimiento, ya que siempre que hay sangre en el mar, hay tiburones…

MUJER - Esa noche el niño comió pescado en familia.


 IV          en un primer momento

HOMBRE - Es cierto mi niña... Claro que los pájaros no vuelan sólo para emigrar de una estación a otra. Lo hacen para cambiar de piel en el aire y claro... perder peso al mismo tiempo. Ya una vez te dije cómo lo hacen en el agua las víboras.
Hay cosas que no se pueden olvidar. Menos si fueron parte de un antes, de algo más antiguo en la tierra. Un pasado de tirano saurio que no perdona y que se hace tan fuerte y denso como lo es en el petróleo.

MUJER - Lo que has escuchado hasta este momento niña, es sólo una parte de la Historia. Pero también es cierto que las madejas de lana no saben nadar y no por eso son más o menos tontas. Además, quién diría que un ovillo de seda roja puede imaginar un futuro de salvavidas o de bufanda y que, a pesar de todo, sueña con ser un par de guantes algún día.

Ay, mi niña... La sangre es tan bella que me dan ganas de llorar.


V            perdiendo el tiempo

ÉL - Hay una encrucijada enclavada en tu espalda. Yo la sigo y no puedo dejar de toparme con la mía, es algo así como otro reino animal. Uno con sus propias reglas, diferente a todos. Uno que se alimenta de nubes rojas y diamantes en bruto. Y no nos damos cuenta. ¿Sabés por qué? Porque hay un desliz que comienza en mis manos y se pierde en tus pies.
Mis amigos dicen que no es tan así como yo lo pienso y me secuestran para que cambie de aire. Yo entonces me pregunto: ¿Cómo se explica que un percance sea menos doloroso que una cita a ciegas? Ellos me responden que va a ser mejor que no te vea más. Por mi bien y el de los padres. Te juro que yo entiendo todo. Sin embargo no dejo de frecuentar la casa y no me canso de comer de las tartas que hacen las empleadas.

Yo personalmente creo que los ciegos no son expertos en estos temas.

Ah, me olvidaba... ¿Te acordás cuando te dije “¡Cuidado con el perro!”? Era verdad, mi perro estaba indefenso frente a vos. Lo podías romper. No era para asustarte... yo nunca he tenido dientes... No era para que tuvieras miedo, todo lo contrario. Era para que tuvieras cuidado... pero conmigo.


VI           reservas

MUJER - No es casual que el mundo olvide lo que es necesario, ya que así se vuelve a repetir. Por eso mi niño no te preocupes tanto. De todas maneras lo que no se olvida también suele repetirse, y ella lo sabe…

VII          otras confesiones

ÉL - Hay sábanas que pueden arruinarlo todo.

ELLA – El problema es que cuando me siento fea y no estoy en casa, no puedo hacerlo. Me escapo de donde haya mucha gente y me pongo un poco de color en los pómulos. Sonríe Para verme mejor. Pero veo que me olvidé las pinturas.
Entonces me muerdo los labios con fuerza y me pinto la cara con las yemas de los dedos. No sé... eso me afirma la mirada. Respiro. Todo se ve mejor. La sangre tiene eso. Te arregla.

Ahora tengo otro sabor en la boca.

ÉL – ¿Me querés?

ELLA – Como la primera vez.
Yo caminaba por el centro y te vi en la acequia desnucado de risa. Me dio gracia la ocurrencia. A mí no se me hubiera ocurrido nunca llamar la atención de ese modo. Yo soy menos sutil. Me crucé en tu camino. Te miré, sonreíste y te rompí la nariz con mi frente. Me preguntaste:

ÉL – ¿Por qué?

ELLA – Y yo te dije: “Para que nunca me olvides”. No sangraste y me pareció tan sexy que acabé... Sí, acabé dos cuadras mas allá sin darme ni cuenta. Me sentí una tonta. Me vi desnuda. Me rodeaste con tus brazos y me dijiste que te esperara sentada, que ya venías. Me puse contenta.
Pero me dio miedo. Todos me miraban como sabiendo más de mí que yo de vos, y eso no está bien.
Corrí detrás tuyo hasta alcanzar a alguien muy parecido a vos. Entonces me metí en la primera tienda que encontré. Había muchos paraguas. Pregunté los precios de varias cosas que no me interesaban. Supe el precio de bolsos y maletas. Aunque yo no viajo. Sonríe Yo pregunto lo que sea... igual, nunca me interesaron las respuestas, sino que me escucharan. Que me tuvieran en cuenta.
El empleado de la tienda me dijo los precios. Me parecieron muy altos. Entonces le mostré mis dientes manchados de rojo. Sonrió. Era un imbécil.  Si hubieran sido un poco más accesibles me hubiera puesto contenta. Lo habría tomado de la mano y él me hubiera llevado al probador para  seguirme mostrando otras cosas.

Yo le hubiera hecho probar mi sangre.



VIII        bajo la piel

ÉL – ¿Te imaginás una nube de vidrio gaseoso?
Una marea roja, transparente, que avanza de arriba hacia abajo ocupando los espacios vacíos (si es que existen…) Expandiéndose en todas direcciones, inundando tus vías respiratorias. Como cuando te juntás con los amigos... Una esponja amorosa que no perdona besos sin ganas ni caricias descremadas. Una marea que no discrimina a nadie por sus líquidos y que sabe mucho de accidentes geográficos. Un turista que habla el idioma universal aunque no entienda de límites entre géneros ni distancias insalvables. ¿Sabés por qué?

Por que la última vez que amó algo, lo destruyó de ansiedad.

ELLA - ¿No entiendo?


IX           sin garantías

ÉL – Todo lo que diga puede ser usado en tu contra por eso es mejor que no hable igual que como pienso ni piense todo el tiempo en mí.

¿Para quién nos estamos reservando?


X            estado vegetariano

HOMBRE - No te asustes si me ves comer así.
La mayoría lo hace de distintas maneras... Hay tantas maneras, como recetas para atacar el día. Dicen que cada uno come como quiere que lo coman. Yo sin embargo creo que se come como se pretende amar y se ama como se hacen las dietas: mal.
Mi menú es a base de líquidos, no podría ser de otra forma. Es de la única manera que entiendo la existencia. Un fluido volátil que se modifica modificándose todo el tiempo. Todo depende de los nutrientes ocasionales...  Según el envase que se tenga, diría mi abuelo.
No te asustes... No es lo que vos creés. ¿Ves esto? Lo que brota de mi boca... No es más que lo que vos querés ver. Podría ser perfectamente ayuda humanitaria. O un combo de solidaridad líquida para todo aquel hambriento que lo necesite. Una donación para un lugar de catástrofes. Un paquete sin destinatario único ni remitente. No importa.
¿Te parece algo espantoso? Un abuso...
¿Acaso cuando preparás las ensaladas no estás faenando sin compasión alguna a los vegetales…?

¿Se producen manifestaciones de rechazo para estas matanzas?

¿Acaso las calles están colmadas de fanáticos de la clorofila?

¿No se entiende? Ah, claro... ¿Cómo podemos compadecernos del que no se parece a nosotros?
¿Se escuchan gritos de auxilio en las herboristerías?
… Yo no escucho nada. ¿Ustedes?

Será por eso que a mí me cuesta tanto jugar a la mancha sin mancharme...

Todos los días me cuesta más recorrer las calles sabiendo perfectamente que la piel de esta ciudad se come y se vomita a sí misma cada cinco minutos, para no subir de peso, ni levantar sospechas.
Creo que por eso siempre me ha sido más difícil dejar algo vivo, que matarlo. Hago lo que hace todo el mundo: vivir sin la menor culpa. En un estado vegetariano de todos los días.
No... No te asustes, no es lo que estás pensando. Lo que brota de mi boca es otra cosa.  Sabés perfectamente que los vegetales no tenemos sangre.

Es una elección de vida, nada más. Una gimnasia... 

Al estado de la materia lo que es del estado. Y a mí, lo que me pertenece.

No exijo más.

A ver: ¿Cómo te explico?

Es un tema de piel. Nada más...


XI                          eso

ÉL -  No tenía miedo, era otra cosa.

ELLA - Sudabas mucho, yo no sabía qué hacer.

ÉL -  Vos también sudabas.

ELLA - Decime algo.

ÉL - ¿Cómo te imaginás que va a ser todo?

ELLA - No sé.

ÉL - Yo tengo la sensación de que no deberíamos estar acá.

ELLA - ¿Por qué no te vas?

ÉL -  No, no es un tema de lugar, es otra cosa.

       
ELLA - Decime más.

ÉL - ¿Te gustaría vivir para siempre?

ELLA - Sí, un momento. ¿Y vos?

ÉL - Con suerte puedo con esto.

ELLA - Yo si tuviera una posibilidad... me animaría a llenar la eternidad.
       
ÉL - ¿Y no tendrías miedo?
       
ELLA - No... sangraríamos mucho, yo sabría qué hacer.

ÉL - ¿Yo también?

ELLA - Claro... vos también.

ÉL - No tenía miedo. Era otra cosa.

ELLA - No hace falta que me expliques nada.

ÉL - Era otra cosa...

ELLA - Decime algo.

ÉL - Sos tan bonita...

ELLA - Decime más.

ÉL - Estábamos empapados. No hay dolor, te dije. Vos me miraste y el agua te corría por la mejilla. Es que... sudábamos mucho y yo no sabía qué hacer.

ELLA - No era sudor, era algo mucho más dulce y vos lo sabés muy bien.

ÉL - Ya lo sé, me dijiste...

ELLA - Vos no podías dejar de hablar y me preguntaste: ¿Me querés?
       
ÉL - Siempre... te dije.

ELLA - ¿Esa palabra no te da miedo?

ÉL - Sí, siempre te dio miedo.
       
ELLA - Entonces te quedaste en silencio y te dije: ¿Por qué la repetís?

ÉL - Por eso.


XII         a mi padre

ÉL -  Hubieron días en que estuvimos tentados de pintarte de negro y dejarte así.

ELLA - Pero nos daba rabia y te seguimos pintando igual que siempre.

ÉL - No sabes cómo nos hubiera gustado usar otro color, tener el placer de mirarte a los ojos, con mis manos sujetando tu yugular y darte la primera mano. Sentir que la espera valió la pena y que aunque no quieras o no puedas hablarnos, lo importante es que estás.
… Si te estoy viendo, sentado, con las manos en los bolsillos. Aireándote.
Yo sé que estás dispuesto a darnos pelea y no va ser fácil darte la segunda mano. Nunca fue fácil darte nada, porqué tendría que ser esta la excepción.

ELLA - ¿Cuál será el color que combina con tu voz?

ÉL - Yo sé que por cada trago de saliva que engullís en la desesperación, algo sin forma se calma dentro de mí...

ELLA - En el cuerpo.

ÉL - También sé que estar pintado de blanco junto a nosotros no debe ser nada fácil, y no te hizo muy feliz.

ELLA - Danos un poco más de tiempo. Ya estamos por terminar...

ÉL - Ahora que te veo, quiero decirte que sos un viejo hermoso. Sí... no me refiero a tu interior, porque no lo conocemos.

ELLA - No, no es triste. Es verdad.

ÉL - Talvez tengamos que hacer un pacto entre observador y observado. Como hacen los científicos con los átomos. Vos sólo tenés que dejarnos conocer tus partículas.

ELLA - Nosotros ponemos las intuiciones.

ÉL - No me hagas caso, yo siempre hablo en plural, creo que eso me quedó de cuando dibujaba.

ELLA - Lo hacíamos días enteros, como si esa fuera la manera de exorcizar el amor y el odio.

ÉL - Mamá nos enseñaba fotos en silencio… y éramos felices. En la noche cubríamos de azul todos los dibujos, para asegurarnos que ibas a llegar. Mientras dormía, recordaba tu rostro y me salía sangre de la nariz.

ELLA - Y pensar que por mucho tiempo creímos que sólo el color rojo podía quedarte bien...


XIII        más reservas

MUJER - Mi niño... No me hagas enojar. Tomá la luz que fluye por tus venas pero no te ahogues en tu propia sangre. Hay que nadar y llegar a mares extraños donde nada es familiar, donde las sirenas tienen otros rostros y cantan otras melodías. Cuando se tiene tanto por ganar o perder, es grato saber que no moriremos del todo nunca. Por momentos el sol te va a molestar y es ahí cuando tenés que gritar por más luz.


XIV        para escribir

HOMBRE - Ella se encerró en su habitación, la llamamos a comer, pero no vino. Pudimos llamar a un cerrajero o tirar la puerta, pero optamos por no hablar más del asunto. Hacernos mala sangre hubiera sido de alguna manera darle la razón y si de algo estábamos seguros en la casa, era de la aguda percepción e inteligencia que poseían las criaturas.


XV                         algo con ventanas

ÉL - Ella lo hacía distinto a todas las demás. Tengo que confesar que nunca más he vuelto a sentir algo así con otra mujer.
Siempre me venció, nada le era ajeno...
Me refiero a desbaratar todo con sólo mirarme.
“Vos ponés demasiadas reglas”, me decía.
Reglas no. Yo sólo intento escapar de tu mirada y evitar encontrarme atrapado en tus ojos. Ella sí que es capaz de hacer sentir la soledad, y no lo digo de manera figurada, no... Sus ojos simplemente desembocaban en la nada. Ahora con el paso del tiempo creo entender qué era lo que ella hacía conmigo.
No podía mirarla y salvarme, como siempre lo he hecho con todos los demás.
Cuando me mira no hay dónde ir.
Es que vos no llorás, me decías.
Todo el mundo llora. Mis primas lloran, mis tías lloran, mi madre llora. Y sé que mi padre llora a escondidas cuando nadie lo ve.
Sólo falta que vos puedas hacerlo uno de estos días...
Yo sé que motivos no me faltan...

Pero también sé que existen motivos para no hacerlo...

Tengo miedo de que llegue el día en que se rompan mis defensas y vuelen las compuertas por el aire y nada pueda con esta corriente que vive en mí.
Tengo miedo de desangrarme en un abrir y cerrar de ojos y que nadie me pueda ayudar.
Tengo miedo de ahogarme mar adentro y que nadie me escuche.
Tengo miedo de irme por los ojos…

Le falta el aire; luego logra estabilizarse.

ELLA - ¿Te das cuenta? Vos ponés demasiadas reglas...

ÉL - Es sólo una manera más, entre tantas maneras que hay de protegerse.

ELLA - Hace mucho que no nos vemos.

ÉL - ¿Por qué lloraste la última vez?

ELLA - Decime vos...

ÉL - Me llamaste cruel.

ELLA - Yo sólo quería que mientras hablábamos me vieras a los ojos, nada más.

ÉL - Si llorás, me voy… no puedo verte llorar.

ELLA - Te lo prometo, no voy a llorar. Pero mirame.

ÉL - No puedo.

ELLA - ¿Te das cuenta?

ÉL - ¿De qué?

ELLA - Vos ponés demasiadas reglas.


XVI        no se entiende

HOMBRE - Si se pudieran medir en mililitros los dolores en el pecho, tal vez no seríamos nosotros entonces tan padres, ni ellos tan nuestros.

Quién sabe… Será por eso que no entender sea por momentos más doloroso que saberlo todo y sin embargo no poder hacer nada...


MUJER - Vos siempre les tuviste miedo.

      

HOMBRE - El respeto tiene muchas caras.

       
MUJER - Claro... como hay sábanas que pueden arruinarlo todo.

HOMBRE - Creo que ya hablamos de eso una vez.

MUJER - Sí, es cierto, ya lo hablamos. Por eso mañana será otro día y si de algo estoy segura es de que, cuando despierte, ya no tendré que buscar a nadie a mi lado.

HOMBRE - Siempre te gustó hablar en clave de tragedia.
       
MUJER - Tenés razón... Pero no es a mí a la que le duele el pecho, ni necesito esconderme detrás de supuestos respetos mal entendidos para mirar a mis hijos a la cara.
       
HOMBRE - ¿Sabés cuál es la diferencia básica entre vos y yo?

MUJER - No sé, decime vos. Por algo sos el experto que analiza inundaciones desde lo alto de la montaña.

HOMBRE - Yo no podía quedarme a sobrevivir entre los escombros. Además vos ya no estabas ahí.

MUJER - ¿Y dónde estaba entonces?
      
HOMBRE - No lo sé. Cuando no me hablaste más traté de convencerme de que lo nuestro no pasaba por las palabras. Pero cuando los niños también dejaron de hablarme sentí que me moría por dentro. Finalmente me hice la idea de venir a verlos en silencio.

MUJER - Yo sentía cómo nos íbamos quedando sin palabras en la casa, y me faltaba el aire para poder gritar que te quedaras. Entonces traté de decir algo, cualquier cosa, y no pude articular nada. Me dio miedo pensar que estaba yéndome a otra realidad y me aferré con fuerza a tu mano. Me miraste a los ojos un instante. Yo podía ver cómo se movían tus labios, pero no había sonidos. Comencé a llorar y me tomaste de los hombros con violencia, me besaste con tanta fuerza que me dolieron los labios, después te pasaste la mano por la boca y te limpiaste de mí.
Antes de cerrar la puerta acariciaste la cabeza de la niña; yo quería abrazarte y decirte que no te dejaras llevar por lo que decía mi cuerpo, pero ya  la habías cruzado. Al tiempo me di cuenta de que debajo del agua las lágrimas no tienen mucho sentido.
      
HOMBRE - Seguís allá... y yo no puedo dejar de estar lejos de vos; donde haya oxígeno.

MUJER - Sabés que tenés razón... Cuando tomo distancia te veo mejor, en tu dimensión exacta. Me da gracia, porque recorro tu perímetro con mi sexo y me da aún más gracia todavía. ¡Qué bueno que es alejarse para poder ver...! Creo que es la primera vez que lo puedo pensar de este modo y ser feliz. ¡Yo soy tan feliz que podría morirme de risa y no me daría cuenta! ¿Sabés por qué? Porque yo últimamente me río de todo y no es por que todo me cause gracia, no... Es lo único que tengo a mano...
El problema es que cuando me siento fea y no estoy en casa, no puedo hacerlo...
 
HOMBRE - Después de besarte no me limpié de vos. No podría aunque quisiera hacerlo. Todo lo contrario. Traté de llenarme de esa mujer que todavía recuerdo y que no sé donde está.

MUJER -  Me escapo de donde haya mucha gente y me pongo un poco de color en los pómulos...

HOMBRE - Cuando pienso en todo el tiempo perdido me dan unas ganas de llorar...
Sé que si me pongo exigente conmigo mismo después tengo que soportar mis desplantes, mis llegadas tarde, en fin... Un montón de excusas para que no seamos felices.

MUJER - Sonríe Para verme mejor, pero veo que me olvidé las pinturas.

HOMBRE - Una familia amorosa, empeñada en hacerme el amor hasta hacerme feliz. Qué más se puede pedir...
      
MUJER - ... Entonces me muerdo los labios con fuerza y me pinto la cara con las yemas de los dedos.

HOMBRE - Hoy recordaba cómo se veían los niños frente al ventilador, y sé que no era sólo el aire que les daba de frente lo que les arremolinaba el cabello, sino la tormenta en el fondo del mar.

MUJER - No sé... Eso me afirma la mirada.

HOMBRE - Ahí, donde hace tiempo estaban los arrecifes, hoy permanecen cada una de las rocas que ves a tu alrededor... Ahí hay un poco de nosotros...

MUJER - En el medio de mi cara también hay un pasado lejano de fondo de mar, y ahora solamente una inmensa deriva.

HOMBRE - Ya lo sé... Si nos fijáramos bien veríamos que donde terminan nuestras arrugas no sólo hay montañas, sino también manchas de sol en la piel.
Si es difícil imaginarse que una vez hubo estrellas de mar y corales, es porque hoy sencillamente ya no están.

MUJER - Respiro. Todo se ve mejor... La sangre tiene eso. Te arregla.

HOMBRE- Es inútil. A veces me olvido de que un ojo de mar, lo único que no puede hacer, es verse a sí mismo.


XVII                      marea roja
       
ÉL - Cuando pienso en vos me da hambre.

ELLA - ¿Mucha...?

ÉL - Sí. Anoche conocí una sirena en el Mercado Central.

ELLA- ¿Y te llevó al mar?

ÉL - No. No llegué a hablarle.

ELLA - Te llevó al mar...

ÉL - No, no sabía nadar...

ELLA - Anoche soñé con marineros.
       
ÉL - ¿Y te llevaron al mar?
       
ELLA - No. Jugaban pulseadas entre ellos y no me veían.

ÉL - Me gusta el mar...

ELLA - A mí me da miedo si no voy con vos.

ÉL - Las sirenas que no pueden nadar me dan mucha pena, pero yo tampoco puedo enseñarles mucho.

ELLA - Esas nunca te van a poder enseñar nada.

ÉL - Ya no querés hacerlo conmigo.

ELLA - ¿Tenés hambre?

ÉL - Sos tan bonita...

ELLA - Como la sirena del Mercado...

ÉL - No, no sabía nadar y sin embargo olía a pescado.

ELLA - Claro... De la cintura para abajo pueden, pero la otra mitad no sabe qué hacer. Por eso son pescado y no peces. Están en el Mercado, ya ves…

ÉL - ¿Y nosotros qué somos?

ELLA - La marea roja que arrasa con todo lo que hay en el mar.

ÉL - Tengo ganas de entrar al agua…

ELLA - ¿Dónde creés que estás?

ÉL -  No sé decime vos...

ELLA - ¿Qué más hiciste anoche?

ÉL - Nada. Traté de dormir, pero cuando cerraba los ojos no podía dejar de ver todo rojo a mi alrededor. Por lo menos vos soñaste que te llevaban al mar.

ELLA - Soñé con el mar, pero nadie me llevó.

ÉL - ¿Y los marineros?

ELLA - Ya te dije que forcejeaban entre ellos y que nunca me vieron.

ÉL - Sabés muy bien que ellos nunca me preocuparon demasiado. Yo sé que cuando te miran sólo tengo que tomar coraje y ver tus ojos para leer tus reacciones. Porque es ahí donde están mezclados tus planes con mis deseos.

ELLA - Te ves tan lindo cuando te ponés así.

ÉL - ¿Así cómo?

ELLA - Así... cuando te quedás con la sangre en el ojo.


XVIII                     historia líquida

HOMBRE - ¡Qué pulmones! Pausa
Mientras por las noches millones de gotas de sangre desafían su origen, resbalándose por entre los cuerpos de la ciudad, todo lo pasado es bebido por el sol de las mañanas, la ausencia y mis hijos.
Quisiera perder tantas cosas... entender cada una de tus señas en el juego y tratar de quererte bien.
De qué sirve saber que no todo es mágico si no puedo dejar de ser así...
Tus ojos... Pausa tus ojos cuando no me miran transforman mi tiempo en suero, y este se deja caer. Yo sé que las gotas son mías... pero ya no importa.
¿Cómo se hace para desafiar la hemofilia familiar,  comer de muchas bocas y reír al mismo tiempo?

¿Cómo se hace para tener algo de aire en las arterias y no morir en el intento?

No, mi niña, no te asustes. Lo que brota de tus ojos y de mi boca, no es lo que vos creés... La nuestra no es sangre fría, azul, o de horchata, tampoco es sangre sin sangre, ni de mentira; ¡ni hablar de sangre infectada!, mucho menos podría ser de utilería, no... A lo sumo serán las lágrimas de Edipo mal curado que sigue llorando...

Y no nos damos cuenta.

ELLA - Yo le hubiera hecho probar mi sangre.


XIX                       dibujos

ELLA - ¿Sabés cuál es la diferencia básica entre vos y yo?
       
ÉL - No sé.

ELLA - Vos sos un tramposo cuando dibujás, y lo sabés muy bien...


ÉL - ¿Y vos qué sos?

 

ELLA - Yo soy la trampa.

      
ÉL - Y parece que lo sabés muy bien...

 

ELLA - Es lo único que sé.

      
ÉL - Vos mentís mucho, nenita...

 

ELLA - ¿Por eso me creés la mitad de las cosas?

      
ÉL - No, no es por eso.

ELLA - Aaah... ya sé. Es por que no quiero dibujar más, ni ser tu modelo. Es por eso, ¿no?

ÉL - Nunca me vas a perdonar... ¿No?
      
ELLA - Sabés muy bien que siempre que dibujamos termino perdonándote.
      
ÉL - Es la última vez que lo hacemos.
      
ELLA - Sí, así me dijiste y nos sentamos en el suelo. Estaba frío, pero no me importó. Ellos discutían en la cocina, y vos me mirabas como sabiendo más de mí que yo de vos... Me reí de sólo pensar que fuera cierto.
      
ÉL - Me descubrí el brazo y te dije que me mordieras fuerte, que no tuvieras miedo, que esta vez no te detuvieras al sentir que tiritaba.
      
ELLA - Yo sabía que una vez que te hincara mis dientes iba a ser muy difícil que no gritaras, entonces...
      
ÉL - … Me dijiste que si yo no hacía lo mismo que vos, no jugabas...
      
ELLA - Antes de que terminaras de hablar ya tenía medio hombro descubierto... Te brillaron los ojos, había una sonrisa mordida en tus labios. Después miraste hacia la puerta y los dos corrimos hasta pegar las orejas sobre las bisagras. Nos miramos...
      
ÉL - Entonces fue cuando te prendiste de mi cuello y jadeabas como nunca antes te había visto.
ELLA - Trataba de decirte un secreto que no podía decir con palabras. Por eso lo hice de la única manera que yo sé: un poema intravenoso.
      
ÉL - Yo te dije que no respiraras tan fuerte, que se estaba terminando el oxígeno de la habitación. Creo que ahí fue cuando te ahogaste.

ELLA - No me ahogué, ¡tonto!, me hiciste tentar y te solté. Después me dio miedo no escuchar ruidos en la cocina. No quería mirarte porque seguro que me ibas hacer reír.
      
ÉL - Mientras vos pensabas en el silencio de ellos, me paré detrás tuyo y te cubrí el hombro. Nos quedamos un momento en silencio. Después pasó lo de siempre: el portazo de la calle y el llanto de ella detrás de la ventana.
      
ELLA - Cuando me cubriste el hombro pensé que esa noche no íbamos a dibujar, y me puse triste. Pero no tuve mucho tiempo para enojarme, porque antes de poder darme vuelta para pedirte explicaciones, ya tenía tu nariz recorriendo mi cuello. Te dije “Ese no es mi hombro”...
      
ÉL - Yo me reí.

ELLA - Después me prendí con fuerza de tu brazo y nos hicimos un nudo. Sí, eso fue lo último que me acuerdo. Creo que luego me desmayé. En esos días era una niña débil, no comía mucho y llegaba a la noche con el estómago vacío. Al despertarme vos ya estabas dibujando en mi espalda. Me acuerdo que ahí fue cuando se me ocurrió pasar mis dedos por tu brazo y te pinté los labios.

ÉL - Tu espalda era una encrucijada roja que se dibujaba sola y me mostraba trazos que apuntaban hacia todas direcciones.
Yo nada más era un testigo de ese hermoso dibujo que se formaba ante mí, sólo tenía que contener esas señales rojas que avanzaban desde tu cuello y muchas veces se perdían en mi cara.

ELLA - ¿Te das cuenta? Sos vos el que mentís mucho. Esa no era tu cara...

ÉL - Vos no te desmayaste. Te hacías la dormida.

ELLA - Mirá nenito, yo me desperté aferrada a tu brazo. Después fue cuando te pinté los labios.

ÉL - Ese no era mi brazo y vos lo sabés muy bien. Además los labios ya los tenía rojos de antes.

ELLA - Vos cambiás todo, por eso yo no quiero dibujar más con vos.

ÉL - Te pusiste a llorar y me dibujaste en la mejilla un pez.

ELLA - Los dos lloramos y me dijiste que era mejor que no lo hiciéramos más.

ÉL - Siempre después que dibujábamos, llorábamos.

ELLA - ¿Por eso me dijiste que iba a ser mejor que no lo hiciéramos más?

ÉL - ¡Claaaro bonita! Es mejor no llorar más...

ELLA - Por eso yo no quiero que dibujemos. Las lágrimas borran los dibujos, y eso no está bien...

ÉL - Podemos seguir dibujándonos. Pero no hay que llorar... Además los pececitos de colores no lloran. ¿Sabés por qué?

ELLA - Sí, porque las lágrimas en el mar no tienen sentido.


XX                         unir con flechas

MUJER - Es demasiado triste encontrar en un papel todo lo que no puede ser.
Los dibujos están húmedos y se pueden ver dos manos muy diferentes. En trazos firmes está mi niña dulce como el hierro, construyendo mundos infinitos que caben en la cáscara de una nuez. Mi niña... Destruye todo lo que mira. No sabe dibujar sin vaciar, no entiende los colores si no le pertenecen. Mientras mi niño se borra, por momentos aparecen sus arterias en trazos finos, intermitentes, ya que no puede estar de otra forma que cegado en la luz de su propia sangre.

HOMBRE - Qué tipo de soledad monstruosa puede fomentar una diálisis tan absurda. Cómo puede ser que dos niños hermosos lleguen a ser garrapatas hambrientas.
Una gran bolsa de sangre seca que coagula cualquier posibilidad de trascendencia…


XXI                       rojos glóbulos rojos

MUJER - No sabía qué hacer. Vos te alejabas con ella más y más, corriente abajo. Yo sé que en las profundidades no hay mucha luz y el tacto se hace sensible entre los que no se pueden ver... Cada tanto vos salías a la superficie y yo trataba de abrazarte para mantenerte a flote, pero no durabas mucho en ese estado. Te besé tanto que te salió sangre de la nariz. Pensé que estabas cambiando de sexo, sé perfectamente que los escualos pueden hacerlo. Me puse contenta.
Creí que todo este tiempo habías estado reprimiendo tu menstruación y que por fin después de mucho empujar, esta te había salido por el primer agujero que encontró.
Me miraste a los ojos y me dijiste:

ÉL - “No te hagas muchas ilusiones Mamá... Es la presión del agua en el fondo del mar...”

MUJER - No sabés mentir, se te nota demasiado. Yo igual no quiero contradecirte.

ÉL - ¿Alguna vez se va a detener esta sangría?
      
MUJER - Cuando la sangre te llega a la boca tenés que tragarla de a sorbitos, así el alimento no se pierde yéndose por otros conductos.

ÉL - Se ahoga y comienza a toser Tengo el estómago lleno y sin embargo me muero de hambre…
      
ELLA - Quién podía imaginarse que te ibas a morir de frío y no de un impacto brutal. Ese que nunca sucedió.

MUJER - No se moría... Se hacía anfibio para conocer la tierra.

ELLA - Sos tan estúpida que no pudiste querernos así...

MUJER - ¿Así cómo?

ELLA - Así, como sólo las anguilas ciegas pueden hacerlo...

MUJER - El problema es que no soy una anguila ni estoy ciega...

ELLA - No, el problema es que nunca supiste amarnos y ahora estás en el mar muerto, donde nada pasa.

MUJER - No mi niña, estoy en el mar negro donde todo pasa a mi alrededor. Pero por alguna razón que desconozco he ido perdiendo poco a poco la capacidad de hacer mi propia luz, y eso hace que no pueda darme cuenta de lo que importa. De todas formas, aunque no pueda verlos, a mi manera soy feliz. ¿Sabés por qué? Porque sé que cada vez que muere un antílope en un oasis, siempre queda algo de sangre en el agua, y me pongo contenta por que sé que ustedes están ahí...

ELLA - Hace tiempo que dejó de importarnos si ustedes nos ven...
       
MUJER - Por eso, mi niña… vos no sabés cuánto me alegro cuando un desafortunado aventurero tiene un traspié en el borde de algún río, porque seguro que ustedes están ahí... Sonríe 
Yo sé que detrás de un accidente, ustedes siempre van a estar, porque son un accidente. Un imprevisto en el circo, un error en la carrera, una catástrofe en el mar -de esas en las que no hay posibilidad de sobrevivientes-.
Por eso, mi amor, trato de ir todos los días a donde terminan los mares y comienzan los ríos, donde las corrientes chocan entre ellas y se pelean por los restos de alguna embarcación.
Así siento que estoy todos los días más cerca de ustedes.

ELLA - Nunca nos vas a perdonar... ¿no?

MUJER - ¿Cómo podría perdonar lo que no entiendo?

ELLA - Estoy embarazada.

MUJER - Vos mentís mucho, nenita... Él se va a ir.

ELLA - No mientas. Él me espera y me voy.


XXII                      abrazame

ÉL - Me arrepiento de no haber podido hacerle probar a papá un poco de mi sangre... Me arrepiento de haber deseado darte la libertad sólo con la oculta intención de que me eligieras a mí. Por eso quiero dibujarte la piel toda la noche hasta encontrar mi vientre hecho uno con el tuyo. Pero no sé en qué momento se iluminó la noche... y es tan poco el tiempo que también quiero las mañanas.

ELLA - Entonces dame todo lo mío que hay en vos. Dibujame con tu lengua por dentro todas las líneas imaginarias que puedas, esas que los hombres, por falta de agallas, dicen que no entran en los mapas de navegación.

ÉL - Me encantan tus besos porque son tan jugosos como las ensaladas de cuchillas... Sin embargo los míos hoy son esponjas amorosas que podrían secar cualquier inundación.

ELLA - Probá...

Ella lo besa; éste beso se interrumpe cuando él comienza a toser

ELLA - Cuando te falta el aire me excita saber que sólo yo puedo darte de lo mismo que respirás.

ÉL - Abrazame... mordeme fuerte y llevate con vos mis heridas.

ELLA - Yo nunca te voy a dejar.

ÉL - Me querés...

ELLA - De la manera más salvaje, como la primera vez.

É L- Tengo frío y no siento tus dientes.

ELLA - Qué bello es el mar.

ÉL - Llevame al agua...

ELLA - ¿Dónde creés que estás?

ÉL - ¿Es cierto que los peces que no nadan se mueren ahogados?

ELLA - Sí, pero nosotros no tenemos de qué preocuparnos porque no somos peces.

ÉL - ¿Y hoy qué somos?

ELLA - Un agua viva gigante que se comió el mar...

ÉL - ¿Y mañana qué seremos?

ELLA - ¿Sabés qué le dijo un pececito de color a otro?

ÉL - No sé.

ELLA - Nada... Nada hermanito, ¡nada!

ÉL - ¿Y mañana?

ELLA - … Mañana. Lo que vos quieras.


XXIII             a orillas del mar rojo

HOMBRE - Esa mañana, cuando abrí al medio ese filet, el niño gritó y yo no sabía si la sangre que estaba por todos lados era la mía o la del pescado... El niño me dio un empujón y salió corriendo. Yo traté de alcanzarlo, quería explicarle. Hablar con él...
Decirle que lo amaba tanto como para demostrarle que todos podemos ser de vez en cuando comida y otras veces certeros comensales. Pero mi niño era muy rápido, el Mercado era grande y lo perdí de vista entre tanta gente.
Al volver a mi puesto limpié el mostrador y me fui a lavar las manos al baño, entonces fue ahí cuando entendí el horror del muchacho.
Después, todo es muy borroso. Recuerdo mucha gente en círculo a mi alrededor, hombres vestidos de blanco, sonidos de ambulancias y olor a sangre.
Después de eso el niño no volvió a hablarme...
El puesto en el Mercado sigue funcionando. A mí me indemnizaron y con el dinero abrí una tienda de bolsos y paraguas. Aunque yo no viajo. Sonríe Pero no funcionó... ¿Cómo iba a querer hacerle daño a mi propio hijo? ¿Acaso hay algo más hermoso que la propia sangre?... Si yo amaba a ese niño...
Después vos dejaste de hablarme; luego, la niña… Una semana más tarde un juez dispuso que yo tuviera que estar a no menos de 500 millas náuticas de mi familia. Entonces viajé esa distancia en todas las direcciones posibles hasta cansarme lo suficiente para poder dormir por varios años.
Una mañana desperté a la orilla de una laguna. Un auto se detuvo. Un anciano bajó la ventanilla y me llamó. Yo me sacudí las ropas y me acerqué. Su mujer me ofreció un sándwich de atún. El hombre me dijo que ella tenía leucemia, que necesitaban cambiar de clima, y me preguntó hacia dónde estaba el sur.
Antes de irse, los dos me miraron a los ojos; sentí que ellos sabían más de mí que yo de ellos, y eso me hizo bien. Antes de partir la anciana asomó su cara por la ventanilla y, tomándome del brazo, me dijo que ya era tiempo de volver.
Por eso estoy acá con vos, esperando, aunque no sé muy bien qué... Talvez uno de estos días me puedas decir por qué venimos  a contemplar la montaña.

MUJER - Porque me gusta el mar... Mirá cómo nadan los peces en el fondo.

HOMBRE - De eso hace mucho tiempo... Hoy ya no es el fondo de ningún océano. Fijate bien, ya no hay peces... Sólo se pueden ver esas manchas en las piedras.

Sangre petrificada, nada más.
      
MUJER - Me gusta el mar.
***
Se ve a la Mujer y al Hombre sentados de frente al público en uno de los laterales de la escena. En el opuesto se los ve a Ella y a Él; recuperan los instantes finales del cuadro anterior. En el aire se escucha el tema musical “Aviéntame” de Café Tacuba. 
      
Él se deja ir  por un canal de luz (de la vida y de la muerte) mientras se despide del plano físico que lo une a ella. A su vez el Hombre y la mujer están en otro plano más alejado de ellos, donde convergen el olvido y el recuerdo.

De esta forma la imagen del comienzo se cierra en esta nueva postal del final.

Fin.


Índice


nombre del cuadro                             n°de cuadro

 confesiones innecesarias                      I
 un tema de urbanidad                   II                  
no hay víctimas                                    III                 
en un primer momento                  IV          
 perdiendo el tiempo                            V                   
reservas                                        VI
otras confesiones                          VII                
bajo la piel                                           VIII               
sin garantías                                 IX                 
estado vegetariano                         X                   
eso                                               XI                 
a mi padre                                           XII                
más reservas                                 XIII              
para escribir                                 XIV               
algo con ventanas                          XV                
no se entiende                              XVI               
marea roja                                           XVII                     
historia líquida                                     XVIII            
dibujos                                         XIX
unir con flechas                                    XX                
rojos glóbulos rojos                       XXI              
abrazame                                      XXII             
a orillas del mar rojo                            XXIII            

ÍNDICE.