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1/1/15

La Gatomaquia. Lope de Vega.



La Gatomaquia
Lope de Vega



A don Lope Felix del Carpio, soldado en la Armada de su Majestad
     Yo, aquel que en los pasados
tiempos canté las selvas y los prados,
éstos vestidos de árboles mayores
y aquéllas de ganados y de flores,
las armas y las leyes,
que conservan los reinos y los reyes;
agora, en instrumento menos grave,
canto de amor suave
las iras y desdenes,
los males y los bienes,
no del todo olvidado
el fiero taratántara, templado
con el silbo del pífaro sonoro.
Vosotras, musas del castalio coro,
dadme favor, en tanto
que con el genio que me distes canto
la guerra, los amores y accidentes
de dos gatos valientes;
que, como otros están dados a perros,
o por ajenos o por propios yerros,
también hay hombres que se dan a gatos,
por olvidos de príncipes ingratos,
o porque los persigue la fortuna
desde el columpio de la tierna cuna

      Tú, don Lope, si acaso
te deja divertir por el Parnaso
el Holandés pirata,
gato de nuestra plata,
que infesta las marinas
por donde con la armada peregrinas,
suspende un rato aquel valiente acero
con que al asalto llegas el primero,
y escucha mi famosa ''Gatomaquia''.
Así desde las Indias a Valaquia
corra tu nombre y fama,
que ya por nuestra patria se derrama,
desde que viste la morisca puerta
de Túnez y Biserta,
armado y niño, en forma de Cupido,
con el Marqués famoso
de mejor apellido,
como su padre por la mar dichoso.
No siempre has de atender a Marte airado,
desde tu tierna edad ejercitado,
vestido de diamante,
coronado de plumas, arrogante;
que alguna vez el ocio
es de las armas cordial socrocio,
y Venus en la paz, como Santelmo,
con manos de marfil le quita el yelmo. 

     Estaba sobre un alto caballete
de un tejado sentada
la bella Zapaquilda al fresco viento,
lamiéndose la cola y el copete,
tan fruncida y mirlada
como si fuera gata de convento.
Su mesmo pensamiento
de espejo le servía,
puesto que un rofo casco le traía
cierta urraca burlona
que no dejaba toca ni valona
que no escondía por aquel tejado,
confín del corredor de un licenciado.
Ya que lavada estuvo,
y con las manos, que lamidas tuvo,
de su ropa de martas aliñada,
cantó un soneto en voz medio formada
en la arteria bocal, con tanta gracia
como pudiera el músico de Tracia;
de suerte, que cualquiera que la oyera,
que era solfa gatuna conociera,
con algunos cromáticos disones,
que se daban al diablo los ratones.
      
    Asomábase ya la Primavera
por un balcón de rosas y alelíes,
y Flora, con dorados borceguíes,
alegraba risueña la ribera;
tiestos de Talavera
prevenía el verano,
cuando Marramaquiz, gato romano,
aviso tuvo cierto de Maulero,
un gato de la Mancha, su escudero,
que al sol salía Zapaquilda hermosa,
cual suele amanecer purpúrea rosa
entre las hojas de la verde cama,
rubí tan vivo, que parece llama,
y que con una dulce cantilena
en el arte mayor de Juan de Mena
enamoraba el viento.
Marramaquiz, atento
a las nuevas del paje
(que la fama enamora desde lejos),
que, fuera de las naguas de pellejos
del campanudo traje,
introdución de sastres y roperos,
doctos maestros de sacar dineros,
alababa su gracia y hermosura,
con tanta melindrífera mesura,
pidió caballo, y luego fué traída
una mona vestida
al uso de su tierra,
cautiva en una guerra
que tuvieron las monas y los gatos.
Púsose borceguíes y zapatos,
de dos dediles de segar abiertos,
que con pena calzó, por estar tuertos;
una cuchara de plata por espada;
la capa, colorada,
a la francesa, de una calza vieja,
tan igual, tan lucida y tan pareja,
que no será lisonja
decir que Adonis en limpieza y gala,
aunque perdone Venus, no le iguala;
por gorra de Milán, media toronja,
con un penacho rojo, verde y bayo,
de un muerto por sus uñas papagayo,
que diciendo: «¿ Quién pasa?» cierto día,
pensó que el Rey venía,
y era Marramaquiz, que andaba a caza,
y halló para romper la jaula traza;
Por cuera, dos mitades que de un guante
le ataron por detrás y por delante,
y un puño de una niña por valona.
Era el gatazo de gentil persona
y no menos galán que enamorado,
bigote blanco y rostro despejado,
ojos alegres, niñas mesuradas
de color de esmeraldas diamantadas,
y a caballo en la mona, parecía
el paladín Orlando, que venía
A visitar a Angélica la bella.

      La recatada ninfa, la doncella,
en viendo el gato, se mirló de forma,
que en una grave dama se transforma,
lamiéndose, a manera de manteca,
la superficie de los labios seca,
y con temor de alguna carambola,
tapó las indecencias con la cola,
y bajando los ojos hasta el suelo,
su mirlo propio le sirvió de velo;
que ha de ser la doncella virtuosa
más recatada mientras más hermosa.
Marramaquiz entonces, con ligeras
plantas batiendo el tetuán caballo,
que no era Piedehierro, o Piedegallo,
le dió cuatro carreras,
con otras gentilezas y escarceos,
alta demostración de sus deseos,
y la gorra en la mano,
acercóse galán y cortesano,
donde le dijo amores.
Ella, con las colores
que imprime la vergüenza,
le dió de sus guedejas una trenza;
y al tiempo que los dos marramizaban
y con tiernos singultos relamidos
alternaban sentidos,
desde unas claraboyas que adornaban
la azutea de un clérigo vecino,
un bodocazo vino,
disparado de súbita ballesta
más que la vista de los ojos presta,
que, dándole a la mona en la almohada,
por de dentro morada,
por de fuera pelosa,
dejó caer la carga, y presurosa
corrió por los tejados,
sin poder los lacayos y criados
detener el furor con que corría.
No de otra suerte que en sereno día
balas de nieve escupe y, de los senos
de las nubes, relámpagos y truenos
súbita tempestad en monte o prado,
obligando que el tímido ganado
atónito se esparza,
ya dejando en la zarza
de sus pungentes laberintos vana,
la blanca, o negra lana
(que alguna vez la lana ha de ser negra),
y hasta que el Sol en arco verde alegra
los campos, que reduce a sus colores,
no vuelven a los prados ni a las flores,
así los gatos iban alterados
por corredores, puertas y terrados,
con trágicos maúllos,
no dando, como tórtolas, arrullos,
y la mona, la mano en la almohada,
la parte occidental descalabrada,
y los húmidos polos circunstantes
bañados de medio ámbar, como guantes.


      En tanto que pasaban estas cosas,
y el gato en sus amores discurría
con ansias amorosas
(porque no hay alma tan helada y fría,
que Amor no agarre, prenda y engarrafe),
Y el más alto tejado enternecía,
aunque fuesen las tejas de Getafe,
y ella, con ñifiñafe,
se defendía con semblante airado,
aquel de cielo y tierra monstro alado
que, vestido de lenguas y de ojos,
ya decrépito viejo con antojos,
ya lince penetrante,
por los tres elementos se pasea
sin que nadie le vea,
con la forma elegante
de Zapaquilda discurrió ligero
uno y otro hemisfero,
aunque con las verdades lisonjera,
y en cuanto baña en la terrestre esfera,
sin excepción de promontorio alguno,
el cerúleo Neptuno,
plasmante universal de toda fuente,
desde Bootes a la Austral Corona
y de la zona frígida a la ardiente ... 

      Esto dijo la Fama, que pregona
el bien y el mal; y en viendo su retrato,
se erizó todo gato
y dispuso venir, con esperanza
del galardón que un firme amor alcanza.
Los que vinieron por la tierra en postas,
trujeron, por llegar a la ligera,
sólo plumas y banda, calza y cuera;
los que habitaban de la mar las costas
(tanto pueden de amor dulces empresas)
vinieron en artesas,
mas no por eso menos
hasta la cola de riquezas llenos;
y otros, por bizarría,
para mostrar después la gallardía,
en cofres y baúles,
sulcando las azules
montañas de Anfitrite;
y alguno que a disfraces se remite,
por no ser conocido,
en una caja de orinal metido.
Con esto, en muchos siglos no fué vista
como en esta conquista
tanta de gatos multitud famosa,
por Zapaquilda hermosa:
Apenas hubo teja o chimenea
sin gato enamorado,
de bodoque tal vez precipitado,
como Calisto fué por Melibea.
ni ratón parecía,
ni el balbuciente hocico permitía
que del nido saliese,
ni queso ni papel se agujeraba,
por costumbre o por hambre que tuviese,
ni poeta por todo el universo
se lamentó que le royesen verso,
ni gorrión saltaba,
ni verde lagartija
salía de la cóncava rendija.
Por otra parte el daño compensaba
que de tanto gatazo resultaba;
pues no estaba segura
en sábado morcilla ni asadura,
ni panza, ni cuajar, ni aun en lo sumo
de la alta chimenea
la longaniza al humo,
por imposible que alcanzarla sea,
exempto a la porfía en la esperanza,
que tanto cuanto mira, tanto alcanza.

      Entre esta generosa ilustre gente
vino un gato valiente,
de hocico agudo y de narices romo,
blanco de pecho y pies, negro de lomo,
que Mizifuf tenía
por nombre, en gala, cola y gallardía
célebre en toda parte
por un Zapinarciso y Gatimarte.
Éste, luego que vió la bella gata,
más reluciente que fregada plata,
tan perdido quedó, que noche y día
paseaba el tejado en que vivía,
con pajes y lacayos de librea
(que nunca sirve mal quien bien desea);
Y sucedióle bien, pues luego quiso,
¡Oh gata ingrata!, a Mizifuf Narciso,
dando a Marramaquiz celos y enojos.
No sé por cuál razón puso los ojos
en Mizifuf, quitándole al primero,
con súbita mudanza,
el antiguo favor y la esperanza.
¡Oh, cuánto puede un gato forastero,
y más, siendo galán y bien hablado,
de pelo rizo y garbo ensortijado!
Siempre las novedades son gustosas:
no hay que fiar de gatas melindrosas.
¿Quién pensara que fuera tan mudable
Zapaquilda, cruel y inexorable,
y que al galán Marramaquiz dejara
por un gato que v1ó de buena cara,
después de haberle dado
un pie de puerco hurtado,
pedazos de tocino y de salchichas?
¡Oh, cuán poco en las dichas
está firme el amor y la fortuna!
¿En qué mujer habrá firmeza alguna?
¿Quién tendrá confianza,
si quien dijo mujer, dijo mudanza?

      Marramaquiz, con ansias y desvelos,
vino a enfermar de celos,
porque ninguna cosa le alegraba.
Finalmente, Merlín, que le curaba,
gato de cuyas canas, nombre y ciencia
era notoria a todos la experiencia,
mandó que se sangrase;
y como no bastase,
vino a verle su dama,
aunque tenía en un desván la cama,
adonde la carroza no podía
subir, por alta, y por la estrecha vía;
pero, en fin, apeada,
entró, de su escudero acompañada.
Mirándose los dos severamente,
después de sosegado el accidente,
él con maúllo habló, y ella con mirlo,
(que fuera harto mejor pegarla un chirlo);
pero, por alegralle la sangría,
le trujo su criada Bufalía
una pata de ganso y dos ostiones.
Él se quejó con tímidas razones
En su lenguaje mizo,
a que ella con vergüenza satisfizo;
quejas que, traducidas dél y della,
así decían: «Zapaquilda bella,
¿por qué me dejas tan injustamente?»
¿Es Mizifuf más sabio? ¿Es más valiente?
¿Tiene más ligereza, mejor cola?
¿No sabes que te quise elegir sola
entre cuantas se precian de mirladas,
de bien vestidas y de bien tocadas?
¿Esto merece que un invierno helado,
de tejado en tejado
me hallaba el alba al madrugar el día,
con espada, broquel y bizarría,
más cubierto de escarcha
que soldado español que en Flandes marcha
con arcabuz y frascos?
Si no te he dado telas y damascos,
es porque tú no quieres vestir galas
sobre las naturales martingalas,
por no ofender, ingrata a tu belleza,
las naguas que te dió naturaleza.
Pero en lo que es regalos, ¿quién ha sido
más cuidadoso, como tú lo sabes,
en cuanto en las cocinas, atrevido,
pude garrafiñar de peces y aves?
¿Qué pastel no te truje, qué salchicha?
¡Oh terrible desdicha!
¡Pues no soy yo tan feo!
que ayer me vi, mas no como me veo,
en un caldero de agua que de un pozo
sacó para regar mi casa un mozo,
y dije: «¿Esto desprecia Zapaquilda?
¡Oh celos! ¡Oh piedad! ¡Oh amor! reñilda».

      No suele desmayarse al Sol ardiente
la flor del mismo nombre y la arrogante
cerviz bajar humilde, que la gente,
por la loca altitud, llamó gigante,
ni queda el tierno infante
más cansado, después de haber llorado,
me su madre en el pecho regalado,
que el amante quedó sin alma. ¡Oh cielos,
qué dulce cosa amor, qué amarga celos!
Ella, como le vió que ya exhalaba
blandamente el espíritu en suspiros,
y que piramizaba
entre dulces de Amor fingidos tiros,
porque no se le rompa vena o fibra,
el mosqueador de las ausencias vibra,
pasándole dos veces por su cara.
Volvióle en sí; que aquel favor bastara
para libralle de la muerte dura,
y luego, con melífera blandura,
le dijo en lengua culta:
«Si tu amor dificulta
el que me debes, en tu agravio piensas
tan injustas ofensas;
que, aunque es verdad que Mizifuf me quiere
y dice a todos que por mí se muere,
yo te guardo la fee como tu esposa». 
Cesó con esto Zapaquilda hermosa,
sellando honesta las dos rosas bellas;
que siempre hablaron poco las doncellas,
que, como las viudas y casadas,
no están en el amor ejercitadas.
      
      Bajaba ya la noche,
y las ruedas del coche,
tachonadas de estrellas,
brilladores diamantes y centellas,
detrás de las montañas resonaban;
los pájaros callaban,
dejando el campo yermo,
cuando los pajes del galán enfermo
en el alto desván hachas metían,
que alumbrar la carroza prevenían.
Entonces los amantes
(que son los cumplimientos importantes),
ella por irse, y él quedarse a solas,
se hicieron reverencia con las colas. 

Silva II
     Convaleciente ya de las heridas
de los crueles celos
de Micifuf, Marrarnaquiz valiente
(aquellos que han costado tantas vidas,
y que en los mismos cielos
a Júpiter, señor del rayo ardiente,
con disfraz indecente,
fugitivo de Juno,
su rigor importuno
tantas veces mostraron,
que en fuego, en cisne, en buey le trasformaron
por Europa, por Leda y por Egina),
con pálida color y banda verde,
para que la sangría se le acuerde
(que amor enfermo a condolerse inclina).
paseaba el tejado y la buharda
de aquella ingrata cuanto hermosa fiera.
Quien ama fieras, ¿qué firmeza espera?
¿Qué son, qué premio aguarda?
Zapaquilda, gallarda,
estaba en su balcón, que no atendía
más de a saber si Mizifuf venía,
cuando Garraf, su paje,
si bien de su linaje,
llegó con un papel y una bandeja.
Ella la cola y el confín despeja,
y la bandeja toma,
sobre negro color labrada de oro
por el indio oriental, y con decoro
mira si hay algo que primero coma;
ofensa del cristal de la belleza,
propia naturaleza
de gatas ser golosas,
aunque al tomar se finjan melindrosas;
y antes de oír al paje,
ve las alhajas que el galán envía:
qué joya, qué invención, qué nuevo traje.
En fin, vió que traía
un pedazo de queso
de razonable peso
y un relleno de huevos y tocino
Atis, en fruta que produce el pino
entre menuda rama,
en la falda del alto Guadarrama,
por donde van al bosque de Segovia;
y luego, en fee de que ha de ser su novia,
dos cintas que le sirvan de arracadas,
gala que sólo a gatas regaladas,
cuando pequeñas, las mujeres ponen.
que de rosas de nácar las componen.
Tomó luego el papel, y con sereno
rostro apartando el queso y el relleno,
vió que el papel decía:
«Dulce señora, dulce prenda mía,
sabrosa (aunque perdone Garcilaso
si el consonante mismo sale al paso)
más que la fruta del cercado ajeno:
ese queso, mi bien, ese relleno
y esas cintas de nácar os envío,
señas de la verdad del amor mío».

    Aquí llegaba Zapaquilda, cuando
Marramaquiz, celoso, que mirando
estaba desde un alto caballete
tan gran traición, colérico arremete,
y echa veloz, de ardiente furia lleno,
una mano al papel y otra al relleno.
Garraf se pasma y queda sin sentido,
como el que oyó del arcabuz el trueno
estando divertido;
a quien el ofendido
tiró una manotada con las fieras
uñas, de suerte, que, formando esferas
por la región del aire vagaroso
le arrojó tan furioso,
que en el claro cristal de sus espejos
pudo cazar vencejos,
menos apasionado y más ocioso.
No de otra suerte el jugador ligero
le vuelve la pelota al que la saca,
herida de la pala resonante;
quéjase el aire, que del golpe fiero
tiembla, hasta tanto que el furor se aplaca,
y chaza el que interviene, el pie delante.
el gatazo arrogante,
sin soltar el relleno, despedaza
el papel, que en los dientes,
con la espuma celosa, vuelve estraza,
y a Zapaquilda atónita amenaza.
Como se suele ver en las corrientes
de los undosos ríos quien se ahoga,
que, asiéndose de rama, yerba o soga,
la tiene firme, de sentido ajeno,
así Marramaquiz tiene el relleno;
que, ahogándose en congojas y desvelos,
no soltaba la causa de los celos.
¡Oh, cuánto amor un alma desespera,
pues cuando ya se ve sin esperanza,
en un relleno tomará venganza!
Mas ¿quién imaginara que pudiera
dar celos el amor, en ocasiones,
con rellenos de huevos y piñones?
Mas ¡ay de quien le había
hecho para la cena de aquel día!

      Huyóse al fin la gata, y, con el miedo,
tocó las tejas con el pie tan quedo,
que la amazona bella parecía
que por los trigos pálidos corría
sin doblar las espigas de las cañas:
que de tierras extrañas
tales gazapas las historias cuentan.
Los miedos que a la gata desalientan
la hicieron prometer, si la libraba,
al niño Amor un arco y una aljaba,
de aquel celoso Rodamonte fiero
hasta pasar las furias del enero,
el cual juró olvidarla, y en su vida,
desnuda ni vestida,
volver a verla, ni tener memoria
de la pasada historia,
y buscar algún sabio
para satisfacción de tanto agravio.
Pero fueron en vano sus desvelos;
que amor no cumple lo que juran celos,
y tanto puede una mujer que llora,
que vienen a reñirla, y enamora,
creyendo el que ama, en sus celosas iras,
por una lagrimilla mil mentiras.
y como Ovidio escribe en su Epistolio,
que no me acuerdo el folio,
estas heridas del amor protervas
no se curan con hierbas;
que no hay para olvidar amor remedio
como otro nuevo amor, o tierra en medio.
      
      Garraf, en tanto que esto se trataba,
estropeado a Mizifuf llegaba,
mayando tristemente
en acento hipocóndrico y doliente,
como suelen andar los galloferos
para sacar dineros,
manqueando de un brazo
colgado de un retazo,
y débiles las piernas,
una cerrando de las dos linternas,
por mirar a lo bizco.
Luego en el corazón le dio un pellizco
la mala nueva, que adelanta el daño,
haciendo el aposento al desengaño,
y díjole: «¿Qué tienes,
Garraf amigo, que tan triste vienes?»
Entonces él, moviendo tremolante
blanda cola detrás, lengua delante,
le refirió el suceso,
y que Marramaquiz papel y queso.
y relleno también, le había tomado,
como celoso airado,
como agraviado necio,
con infame desprecio,
con descortés porfía,
y que, de tan estraña gatería
Zapaquilda admirada,
huyó por el desván, la saya alzada;
que lo que en las mujeres son las naguas,
de raso, tela o chamelote de aguas,
es en las gatas la flexible cola,
que ad libitum se enrosca o se enarbola.


       Contóle que de aquella manotada,
con su cuerpo afligido,
de miedo helado y de licor teñido,
descalabró los aires,
y, con otros agravios y desaires,
que prometió vengarse por la espada
de haberle enamorado a Zapaquilda
y hablarla en el tejado de Casilda
(una tendera que en la esquina estaba);
y dijo que pensaba,
en desprecio y afrenta de sus dones,
hacer de los listones
cintas a sus zapatos.
¡Oh celos!, si entre gatos,
de burlas y de veras,
formáis tales quimeras,
¿qué haréis entre los hombres
de hidalgo proceder y honrados nombres?
No estuvo más airado
Agamenón en Troya
al tiempo que, metiendo la tramoya
del gran Paladión, de armas preñado,
echaron fuego a la ciudad de Eneas
de ardientes hachas y encendidas teas
(causa fatal del miserable estrago
de Dido y de Cartago,
por quien dijo Virgilio,
destituida de mortal auxilio,
que llorando decía:
"¡Ay, dulces prendas cuando Dios quería!”),
ni Barbarroja en Túnez,
ni el fuerte Pirro, ni Simón Antúnez,
éste bravo español y griego el otro,
que Mizifuf, como si fuera potro
relinchando de cólera, en oyendo
el fiero y estupendo
furor de su enemigo;
mas, prometiendo darle igual castigo,
se fué a trazar el modo
de vengarse de todo;
que a un pecho noble, a un ínclito sujeto,
mayor obligación, más celo alcanza
de poner en efeto
desempeñar su honor con la venganza.
  
         Marramaquiz, en tanto,
desesperado por las selvas iba
para buscar el sabio Garfiñanto,
al tiempo que el Aurora, fugitiva
de su cansado esposo,
arrojaba la luz a los mortales
y el Sol, infante en líquidos pañales
de celajes azules,
mandaba recoger en sus baúles,
para poder abrir los de oro y rosa,
el manto de la noche temerosa,
aunque era todo el manto de diamantes,
en el zafiro nítido brillantes
ojos del sueño, el hurto y el espanto.
Este gatazo y sabio Garfiñanto,
cano de barba y de mostachos yerto,
de un ojo remellado y de otro tuerto,
bien que de ilustre cola venerable,
y que sabía con rigor notable
natural y moral filosofía,
por los montes vivía
en una cueva oculta,
cuya entrada a las fieras dificulta,
como el de Polifemo, un alto risco.
No se le daba un prisco
de riquezas del mundo; que estimaba
sólo el Sol, que Alejandro le quitaba
a aquel que, de los hombres puesto en fuga,
metido en un tonel, era tortuga.
¡Bien haya quien desprecia
esta fábula necia
de honores, pretensiones y lugares,
por estudios o acciones militares!
Sabía Garfiñanto astrología,
mas no pronosticaba;
que decía que el cielo gobernaba
una sola virtud que le movía,
a cuya voluntad está sujeto
cuanto crió, que todo fué perfeto.
no sacaba almanaque
ni decía que en Troya y los Alfaques
verían abundancia
de pepinos y brevas,
muchas lentejas en París y en Tebas,
y que cierta cabeza de importancia,
sin decirnos adónde, faltaría;
que por mujeres Venus prometía
pendencias y disgustos,
como si por sus celos o sus gustos
fuese en el mundo nuevo.
Pero, volviendo a nuestro sabio Febo,
después de consultado,
dijo a Marramaquiz que su cuidado
en vano a Zapaquilda pretendía,
y que sólo sería
remedio que pusiese en otra parte,
vengándose con arte,
los ojos, divirtiendo el pensamiento;
que amar era cruel desabrimiento,
más que traer un áspid en las palmas,
en no reciprocándose las almas:
que Amor se corresponde con Anteros,
y más si lo negocian los dineros.
  
     Destituido el gato
ya de mortal socorro,
se fué, calando el morro,
y dióle una salchicha,
por no mostrarse a Garfiñanto ingrato;
que no pagar la ciencia
es cargo de conciencia,
mas dicen que de sabios es desdicha.
Pensando en quién pusiese, finalmente,
de toda la gatesca bizarría,
la dulce enamorada fantasía
para verse de amor convaleciente,
se le acordó que enfrente
de su casa vivía un boticario
de cuyo cocinante vestuario
una gata salía,
que la bella Mizilda se decía,
y, sentada tal vez en su tejado,
miraba, como dama en el estrado,
los nidos de los sabios gorriones,
dejando pulular los embriones,
y, en viendo abiertos los maternos huevos,
comerse algunos de los ya mancebos.
Admitiendo este nuevo pensamiento,
más que su voluntad, su entendimiento
(que amor en las venganzas se resfría,
emprende mucho y ejecuta poco),
por entonces templó la fantasía:
que aquello es cuerdo lo que duerme un loco.
  
       Estaba el Sol ardiente
una siesta de mayo calurosa,
aunque amorosamente
plegando el nácar de la fresca rosa
que producen los Niños abrazados,
huevos del Cisne y huevos estrellados,
pues que los hizo estrellas,
cuando Mizilda con las manos bellas
la cara se lavaba y componía,
no lejos del tejado en que vivía
Marramaquiz, que ya con más cuidado
la miraba y servía,
n fee del Garfiñanto consultado,
cuando al mismo tejado
Zapaquilda llegó por accidente.
El gato, viendo la ocasión presente
para que su deseo
la diese celos con el nuevo empleo,
llegándose más tierno y relamido
a Mizilda, que ya, de vergonzosa,
estaba más hermosa,
y, equívoco, fingiendo
falso desprecio, descuidado olvido,
en su venganza misma padeciendo
amorosos deseos
(tales son del amor los devaneos),
requebraba a Mizilda, a quien pensaba
ofrecer los despojos
de aquella guerra, paz de sus enojos,
y a Zapaquilda a lo traidor miraba
en las intercadencias de los ojos:
tan extraño sentido,
que es menos entendido
mientras que más parece que se entiende,
pues siempre con engaños se defiende;
que si las luces de los ojos miras,
basta ser niñas para ser mentiras.
Mizilda, a quien tocaba en lo más vivo
el amor primitivo,
porque, como doncella, fácilmente
a lo que entonces siente
la tierna edad, se rinden y avasallan,
hablando con los ojos cuando callan,
de buena gana dió fácil oído
a los requiebros del galán fingido,
con que ya andaban de los dos las colas
más turbulentas que del mar las olas.

      Zapaquilda, sentida
de aquella libertad (que es propio efeto
de la que fué querida
sentir desprecio donde vió respeto),
murmurando entre dientes,
amenazaba casos indecentes
entre personas tales,
en calidad y en nacimiento iguales.
Como se ve gruñir perro de casa,
mirando al que se entró de fuera enfrente,
estando en medio de los dos el hueso,
que ninguno por él, de miedo, pasa,
parando finalmente
las iras del canículo suceso
en que ninguno de los dos le come,
obligando a que tome
un palo algún criado,
que los desparte airado
y deja divididos,
quedando el hueso en paz y ellos mordidos
así feroz gruñía
Zapaquilda envidiosa,
efecto de celosa,
aunque al gallardo Mizifuf quería:
que hay mujeres de modo,
que aunque no han de querer, lo quieren todo
porque otras no lo quieran,
y luego que rindieron lo que esperan,
vuelven a estar más tibias y olvidadas.
Finalmente, las gatas encontradas,
siendo Marramaquiz el hueso en medio
(tal suele ser de celos el remedio),
a pocos lances de mirarse airadas,
vinieron a las manos, dando al viento
los cabellos y faldas;
y en tanto arañamiento,
turbadas de color las esmeraldas,
maullando en tiple, y el gatazo en bajo,
cayeron juntas del tejado abajo,
con ligereza tanta
(aunque decirlo espanta,
por ser, como era, el salto
cinco suelos en alto,
hasta el alero, del tejado fines),
que no perdió ninguna los chapines;
quedando el negro amante,
después de tan estraños desconsuelos,
muerto de risa en acto semejante:
¡Tan dulce es la venganza de los celos! 

Silva III
   Distaba de los polos igualmente
la máscara del sol, y Cinosura,
primera cuadrilátera figura,
con la estrella luciente
que mira el navegante,
bordaba la celeste arquitetura;
velaba todo amante
por el silencio de la noche oscura,
y en el indiano clima el sol ardía,
en dos mitades dividido el día,
cuando, gallardo, Micifuf valiente
paseaba el tejado de su dama,
que sangrada en la cama
la tuvo el accidente
dos días, que faltó sol al tejado
y estuvo la cocina sin cuidado,
no por la altura de los siete suelos
mas por el sobresalto de los celos.
Iba, galán y bravo,
un cucharón sin cabo,
destos de yerro, de sacar buñuelos,
por casco en la cabeza,
que en ella tienen la mayor flaqueza,
pues no suelen morir de siete heridas,
por quien dicen que tienen siete vidas,
y un golpe en la cabeza los atonta:
así la tienen a desmayos pronta.
Broquel de cobertera,
espada de a caballo, que antes era
cuchillo viejo de limpiar zapatos,
que él solía llamar ''timebunt gatos'';
y por las manchas de los pies y el anca,
natural media blanca,
y capa, de un bonete colorado,
abierto por un lado;
plumas, de un pardo gorrión, cogido
por ligereza, pero no por arte.
Así rondaba el nuevo Durandarte,
galán favorecido,
porque son los favores de la dama
guarnición de las galas de quien ama.
Dos músicos traían instrumentos,
a cuyo son y acentos
cantaban dulcemente;
y así, llegando del balcón enfrente
de Zapaquilda bella,
cantaron un romance que por ella
compuso Mizifuf, poeta al uso,
que él tampoco entendió lo que compuso.
Mas, puesta a la ventana
con serenero de su propia lana,
hasta que Bufalía
le trujo un rocadero,
que, por más gravedad y fantasía,
sirvió de capirote y serenero.
y en medio de lo grave
del romance suave,
les dijo con despejo,
pareciéndole versos a lo viejo,
que jácara cantasen picaresca,
y así, cantaron la más nueva y fresca;
que, para que lo heroico y grave olviden,
hasta las gatas jácaras les piden:
¡tanto el mundo decrépito delira!
Aquí se resolvió la dulce lira,
y en dos lascivos ayes,
andolas, guirigayes
y otras tales bajezas,
cantaron, pues, las bárbaras proezas
y hazañas de rufianes:
que éstos son los valientes capitanes
que celebran poetas
de aquellos que, en extremas
necesidades, viven arrojados
al vulgo, como perros a leones;
que la virtud y estudios mal premiados
mueren por hospitales y mesones:
¡Verdes laureles de Virgilios y Enios,
perecer la virtud y los ingenios!
Mas ¿quién le mete a un hombre licenciado
más que en hablar de sólo su tejado?
Que no le dio la escuela más licencia;
que es todo lo demás impertinencia.

      Cuando aquesto pasaba,
Marramaquiz estaba
inquieto y acostado,
treguas pidiendo a su mortal cuidado;
pero como el amor le desvelaba,
dio, de sentido falto,
desde la cama un salto,
compuesta de pellejos,
otro tiempo conejos
que en el Pardo vivían,
y en la cola sus cédulas traían,
para seguridad de sus personas;
mas ¡ay, muerte cruel!, ¿a quién perdonas?
Saltó, en efeto, como el conde Claros;
y armándose de ofensas y reparos,
vino de ronda al puesto por la posta,
por ver si había moros en la costa;
y no siendo ilusión el pensamiento
(que del alma el primero movimiento
pocas veces engaña),
no suele débil caña
en las espadas verdes esparcidas,
del aire sacudidas,
hacer manso ruido
con más veloz sonido
como rugió los dientes;
ni entre los accidentes
del erizado frío
al enfermo sucede
aquel ardor contrario,
como de ver tan loco desvarío,
que apenas le concede,
entre uno y otro pensamiento vario,
respiración y aliento,
de la vida instrumento,
helado y abrasado
entre ardores y yelos;
que al frío de los celos
frígido fuego sucedió mezclado,
que, con distinto efeto
en un mismo sujeto
viven, siendo contrarios:
la causa es una, y los efectos varios.

      Miraba a Zapaquilda en la ventana
hablando con su amante.
sin miedo de la luz de la mañana,
que coronaba el último diamante
del manto de la noche, que iba huyendo,
y cantando y tañendo
los músicos. con tanto desenfado
como si fuera su tejado el Prado;
que nunca los amantes,
previnieron peligros semejantes:
así los embeleca
Amor, de Ceca en Meca,
como, olvidado Antonio con Cleopatra,
la gitana de Menfis, que idolatra;
que, ciego de su gusto, no temía
el César, que siguiéndole venía.
porque si fué romano Octaviano,
también Marramaquiz era romano;
y si valiente César y prudente,
no menos fué prudente que valiente;
que, en su tanto los méritos mirados,
César pudiera ser de los tejados.
Como, detrás del árbol escondido,
mira y advierte con atento oído
el cazador de pájaros el ramo
donde tiene la liga y el reclamo,
para en viendo caer el inocente
jilguero, que los dulces silbos siente
del amigo traidor, que le convida
a dura cárcel con la voz fingida,
y apenas ve las plumas revolando
entre la liga, cuando
arremete y le quita, no piadoso,
sino fiero y cruel, así el celoso
Marramaquiz. atento
esperaba el primero movimiento
del venturoso amante, que decía
con dulce mirlamiento:
«Dulce señora mía,
¿cuándo será de nuestra boda el día?
¿Cuándo querrá mi suerte que yo pueda
llamaros dulce esposa,
que entonces para mí será dichosa?
¡Ay, tanto bien el cielo me conceda!
mas fue nuestra fortuna
que Júpiter jamás por ninfa alguna,
aunque se transformaba
en buey, que el mar pasaba,
en sátiro, y en águila, y en pato,
nunca le vieron transformarse en gato;
porque si alguna vez gatiquisiera,
de los amantes gatos se doliera».
Con voz enamorada,
doliente y desmayada,
la gata respondía:
«Mañana fuera el día
de nuestra alegre boda;
pero todo mi bien desacomoda
aquel infame gato fementido,
Marramaquiz, celoso de mi olvido,
que en llegando a saber mi casamiento,
hubiera temerario arañamiento,
y estimar vuestra vida
me tiene temerosa y encogida;
que es robusto y valiente
y, en materia de celos, impaciente.
mejor será matalle con veneno». 
Aquí, de furia. lleno,
Respondió Micifuf: ¿«Por un villano
pierdo el favor de vuestra hermosa mano?
¿Él, señora, lo estorba?
¿Es por ventura más que yo valiente?
¿Tiene la uña corva
más dura que la mía,
o más agudo y penetrante el diente?
entre la mostachosa artillería,
¿Qué hueso de la pierna o espinazo
se me resiste a mí ¿Qué fuerte brazo?
¿Yo no soy Micifuf? ¿Yo no desciendo
por línea recta, que probar pretendo,
de Zapirón, el gato blanco y rubio
que después de las aguas del diluvio
fue padre universal de todo gato?
Pues ¿cómo agora, con desdén ingrato,
tenéis temor de un maullador gallina,
valiente en la cocina,
cobarde en la campaña,
y referís por invencible hazaña
dar a Garraf, un gato mi escudero,
que, fuera de ser gato forastero,
es agora tan mozo,
que apenas tiene bozo,
una guantada con las uñas cinco,
si de repente dió sobre él un brinco?
¡Qué Cipión del africano estrago!
iQué Anibal de Cartago!
¡Qué fuerte Pero Vázquez Escamilla,
el bravo de Sevilla!
por esos ojos que a la verde falda
de las selvas hurtaron la esmeralda,
Que si entonces me hallara en el tejado,
que no llevara, como se ha llevado,
el queso y el relleno,
¿y queréis que le mate con veneno?
Ésa es muerte de príncipes y reyes,
con quien no valen las humanas leyes;
no para un gato bárbaro, cobarde,
cuyas orejas os traeré esta tarde,
y de cuyo pellejo,
si no me huye con mejor consejo,
haré, para comer con más gobierno,
una ropa de martas este invierno». 

    Aquí Marramaquiz, desatinado,
cual suele arremeter el jarameño
toro feroz, de media luna armado,
al caballero, con airado ceño
(andaluz o extremeño:
que la patria jamás pregunta el toro),
y, por la franja del bordado de oro
caparazón, meterle en la barriga
dos palmos de madera de tinteros,
acudiendo al socorro caballeros,
a quien la sangre o la razón obliga,
al caballo inocente, que pensaba,
cuando le vio venir, que se burlaba,
«¡Gallina Mizifuf! (dijo furioso,
el hocico limpiándose espumoso),
blasonar en ausencia
no tiene de mujeres diferencia.
Yo soy Marramaquiz; yo, noble al doble
de todo gato de ascendiente noble:
si tú de Zapirón, yo de Malandro,
gato del macedón Magno Alejandro
desciendo, como tengo en pergamino,
pintado de colores y oro fino,
por armas un morcón y un pie de puerco,
de Zamora ganados en el cerco,
todo en campo de golas,
sangriento más que rojas amapolas,
con un cuartel de quesos asaderos,
roeles en Castilla los primeros.
No fueron en cocinas mis hazañas,
sino en galeras, naves y campañas;
no con Garraf, tu paje:
con gatos moros, las mejores lanzas;
que yo maté en Granada a Tragapanzas,
gatazo abencerraje,
y cuerpo a cuerpo en Córdoba a Murcifo,
gato que fue del regidor Rengifo,
y de dos uñaradas
deshice a Golosillo las quijadas,
por gusto de una miza, mi respeto,
y le quité una oreja a Boquifleto,
gato de un albañil de Salobreña;
la cola en Fuentidueña
quité de un estirón a Lameplatos,
mesonero de gatos,
sin otras cuchilladas que he tenido,
y la que di a Garrido,
que del Corral de los Naranjos era,
por la espada primera,
único gaticida.
Pero es hablar en cosa tan sabida
decir que el tiempo vuela y no se para,
que no hay cara más fea que la cara
de la necesidad, y la más bella,
aquella del nacer con buena estrella,
que alumbra el Sol y que la nieve enfría,
que es oscura la noche y claro el día.
Esa gata cruel que me ha dejado
por tu poco valor, verá muy presto,
siendo aqueste tejado
el teatro funesto,
cómo te doy la muerte que mereces,
porque mi vida a Zapaquilda ofreces.
llevando tu cabeza presentada
a Mizilda, que es ya mi prenda amada:
Mizilda, que es más bella
que al vespertino Sol cándida estrella
Venus, que rutilante
es de su anillo espléndido diamante.
Ésta sí que merece la fe mía,
mi constancia, mi amor, mi bizarría;
que no gatas mudables,
que si por su hermosura son amables,
son por su condición aborrecibles,
amigas de mudanzas e imposibles».
  
    Aquí sacó la espada ruginosa
de la vaina mohosa,
y a los golpes primeros
se llamaron fulleros,
si bien no hay deshonor desenvainada,
y Zapaquilda, huyendo,
del súbito temor la sangre helada,
dejóse el serenero en el tejado.
Los músicos, en viendo
el belicoso duelo comenzado,
huyeron, como suelen:
que no hay garzas que vuelen
tan altas por los vientos;
dicen que por guardar los instrumentos,
y mil razones tienen,
pues que sólo a cantar en ellos vienen:
que mal cantara un hombre si supiera
que había luego de sacar la espada,
que tanto el pecho altera,
ni pudiera formar la voz, turbada;
que hay mucha diferencia, si se mira,
de dar en los broqueles, o en las cuerdas,
pasar la espada el pecho, o por la lira
el arco, hiriendo las pegadas cerdas.

     Andaba entonces Guruguz de ronda
con una escuadra vil de sus esbirros,
cuyo abuelo, nacido en Trapisonda,
curaba hipocondríacos y cirros,
y viéndolos andar a la redonda,
como si fueran Césares o Pirros
los dos valientes gatos,
con fuerte anhelo descansando a ratos,
llegaron a ponerse de por medio,
que fué difícil, pero fué remedio.
Mas como respetar a la justicia,
de gente principal respeto sea,
y lo contrario bárbara malicia,
luego Marramaquiz rindió la espada:
¿quién habrá que lo crea?
Mas viendo Guruguz que no quería
que el amistad quedase confirmada,
sino permanecer en su porfía,
llevólos a la cárcel, enojado,
cuando Febo dorado
asomaba la frente
por las ventanas del rosado Oriente,
como si azúcar fuera, y de colores
en campo verde iluminó las flores. 
Silva IV
     Quien dice que el amor no puede tanto,
que nuestro entendimiento
no puede sujetarle, es imposible
que sepa qué es amor, que reina en cuanto
compone alguna parte de elemento
en el mundo visible.
¡Oh fuerza natural incomprensible,
Que en todo cuanto tiene
una de las tres almas,
a ser el alma de sus almas viene!
¿Quién no se admira de mirar las palmas
en la región del África desnuda,
cuando su fruto en oro el color muda,
con solo aquel ardor vegetativo,
amarse dulcemente?
Que en lo demás que siente,
no es mucho que de amor el fuego vivo
imprima sentimiento
y natural deseo
con lazos de pacífico himeneo.
La fiera, el ave, el pez en su elemento,
todos aman, y quieren
por la razón de bien, lo que es amable,
pues ama lo que es sólo vegetable,
Si de ningún sentido el bien infieren.
entre las cosas que por él adquieren
algún conocimiento
(perdonen cuantas aves y animales
de su distinto gozan elemento),
ningunas son iguales
en amor a los gatos,
exceptando las monas,
que hasta en esto se precian de personas,
y ya que no en esencia, en ser retratos;
porque acontece, con el hijo al pecho,
abrazalle con lazo tan estrecho,
que le hacen exhalar la sensitiva
alma vital. Así el amor las priva,
que fue en la estimativa conocido
del natural sentido;
y si por opinión crítico alguno
tiene que amor tan loco
no puede haber en animal ninguno,
váyase poco a poco
al africano Tetuán, adonde
verá cómo, a los árboles trepando
ésta del hombre semejanza propia,
de que hay allí gran copia,
ya sale con el hijo, ya se esconde,
y a los que van o vienen caminando,
con risa de monesco regocijo,
muestra el peloso hijo.
Mas fuera disparate,
si no es que en ellas trate,
ir por ver una mona
hasta el África un hombre;
que si de Tito Livio llevó el nombre
muchos hombres a Roma, fué corona
de los historiadores;
que sólo aquellas cosas superiores,
dignas por fama de admirable espanto,
es bien que cuesten tanto,
como ver a Venecia,
perche chi non la vede non la prezzia;
que al cielo desde el agua se avecina,
y en góndolas, por coches, se camina.

      Los gatos, en efeto,
son del amor un índice perfeto,
que a los demás prefiere;
y quien no lo creyere,
asómese a un tejado
con frías noches de un invierno helado,
cuando miren las Hélices noturnas
las estrenadas urnas
del frígido Acüario:
verá de gatos el concurso vario,
por los melindres de la amada gata,
que sobre tejas de escarchada plata
su estrado tiene puesto,
y con mirlado gesto
responde a los maúllos amorosos
de los competidores,
no de otra suerte oyendo sus amores
que Angélica la bella
de Ferragut y Orlando,
amantes belicosos,
cuando andaban por ella
sin comer y dormir, acuchillando
franceses y españoles,
de que no se le dió dos caracoles.
¿Qué cosa puede haber con que se iguale
la paciencia de un gato enamorado,
en la canal metido de un tejado
hasta que el alba sale,
que, en vez de rayos, coronó el Oriente
de carámbanos frígidos la frente?
¿Pues sin gabán, abrigo ni sombrero,
Febo oriental le mirará primero
que él deje de obligar con tristes quejas
las de su gata rígidas orejas,
por más que el cielo llueva
mariposas de plata cuando nieva?
   

      Mas dejando cansadas digresiones
que el retórico tiene por viciosas,
aunque en breves paréntesis gustosas,
presos los dos gatíferos campiones
por no querer hacer las amistades
y responder soberbias libertades,
dicen que Zapaquilda
y la bella Micilda,
tapadas de medio ojo
con sus mantos de humo,
que es llegar a lo sumo
de un amoroso antojo,
fueron a ver sus presos;
que en tanta autoridad tales excesos
parecen desatino.
En fin, Micilda enamorada vino,
con que a toda objeción amor responde.
así la infanta doña Sancha al conde
Garci Fernández, preso, visitaba
en la oscura prisión del Rey su padre,
dicen que con deseos de ser madre,
que había días que sin él estaba.
Cada cual de las dos imaginaba
que la otra venía
por el que ella quería,
y con este engañado pensamiento,
que nunca tienen mucho fundamento
los celos, comenzaron a mirarse,
en manifestación de sus enojos,
tirándose relámpagos los ojos.
¡Oh, quién las viera entonces levantarse
sobre los pies derechas,
a ver si eran verdades las sospechas,
y de ser descubiertas recatarse!
Condición de los celos, esconderse,
quererse declarar, y no atreverse;
que como son desprecio del paciente,
huye de que se entienda lo que siente;
que amar siempre se tuvo por nobleza,
y los celos, por acto de bajeza,
como si amor pudiese estar sin celos,
que más pueden estar sin sol los cielos:
testigo, Juno, y Pocris, a quien llora
Céfalo por los celos de la Aurora.
En fin, después de sufrimiento tanto,
quitó Micilda de la cara el manto
a la siempre celosa Zapaquilda,
y ella, echando las uñas a Micilda,
con el rebozo, el moño.
No suele por los fines del otoño
quedar la vid ñudosa en los sarmientos,
de los marchitos pámpanos robada,
sin resistencia a los primeros vientos,
que con nevado soplo y boca helada
cierzo dejó cadáver con la fiera
mano que floreció la primavera,
como las dos quedaron en la rifa;
ni Fátima y Jarifa
por el abencerraje Abindarráez,
ni por Martín Peláez,
que del Cid heredó la valentía,
doña Urraca y María de Meneses,
aquella a quien pedía
con palabras corteses
las nueces su galán si no bailaba:
así celoso amor las provocaba.
En fin, a puros tajos y reveses
de las rapantes uñas aguileñas,
desmoñadas las greñas
y el solimán raído,
quedaron desmayadas sin sentido,
haciendo cada cual la gata morta.
No fue con esto la prisión más corta,
pero salieron della finalmente;
que el tiempo, Con los bienes o los males,
dejando siempre atrás todo accidente
que fue final acción de los mortales,
vuela sin detenerse,
dejándose llegar para perderse.
Así pasó la gloria de Numancia
y la brava arrogancia
de la fuerte Sagunto,
porque la tierra toda es sólo un punto
de la circunferencia de los cielos ...
Pero ¿qué desatino de las musas
me lleva a tan estrañas garatusas?
   

     Las iras del amor y de los celos
pasaron adelante
en uno y otro amante,
Pero Marramaquiz, aconsejado
de sus amigos, remitió el cuidado
al amor de Micilda;
mas como el que tenía a Zapaquilda
era del alma verdadero efeto,
aunque disimulaba a lo discreto,
andaba triste y de congojas lleno.
¡Mísero del que vive en cuerpo ajeno,
y por un amoroso desvarío
pierde la libertad del albedrío,
que no la compra el oro,
porque es de todos el mayor tesoro!
Tenía las mandíbulas de suerte,
que era un retrato de la Muerte fiera,
aunque es yerro pintarle calavera,
porque aquélla es el muerto, y no la Muerte.
La Muerte ha de pintarse una figura
robusta, de cruel semblante airado,
los fuertes pies en una piedra dura,
si no sepulcro en pórfido labrado,
con reyes y monarcas,
hasta el que calza rústicas abarcas;
damas que sujetaron capitanes,
y en ásperas naciones,
por bárbaras regiones
de fieros mamelucos y soldanes;
y pintadas al uno y otro lado,
la Enfermedad, la Guerra y la Desgracia,
Parcas que tantas muertes han causado,
por tantos desconciertos;
que huesos, ya no es Muerte, sino muertos.
  

      No aprovechaba la hermosura y gracia
de Micilda a quitar al pobre amante
la memoria tenaz; que Amor escribe
con la flecha cruel en el diamante
del alma donde vive,
y, compitiendo con el tiempo, quiere
que viva en ella cuando el cuerpo muere.
En estos medios, Micifuf intenta,
a su competidor viendo remoto,
por medio de Garrullo, su compadre,
que había sido gato en una venta,
pedirla por mujer a Ferramoto,
de Zapaquilda padre.
Propúsole Garrullo
con prudente maúllo
las partes de su amigo,
como dellas testigo,
sin otras consecuencias
que atajaban celosas diferencias.
Ferramoto era un gato
de buen entendimiento y de buen trato,
cano de barba y negro de pellejo;
persona que, en la verde primavera
de sus años, jamás en la ribera
de Manzanares se le fué conejo,
porque sirvió de galgo
a cierto pobre y miserable hidalgo,
que con él se alumbraba;
y de suerte de noche relumbraba,
que, pensando una moza que eran lumbre
las niñas de los ojos, que brillantes
en la ceniza estaban relumbrantes,
yendo al hogar, como era su costumbre,
sin pensar darle enojos,
le metió la pajuela por los ojos.
Nunca, sin esto, gato marquesote
oposición le hizo.
Oyó de buena gana lo propuesto,
y del novio galán se satisfizo;
aunque, llegando a concertar el dote,
de seca mimbre un cesto
dijo que le daría,
que de cama de campo le servía;
seis sábanas de lienzo de narices,
con algunos fragmentos, por tapices,
de viejos reposteros;
cuatro quesos añejos casi enteros.
y una mona cautiva que tenía,
que hablaba en lengua culta, y la entendía,
sin otras menudencias.
Con estas conveniencias
las capitulaciones se firmaron
y el día de la boda concertaron.

      Marramaquiz estaba
en ocasión tan triste,
como por burla y chiste,
jugando a la pelota
con un ratón a quien pescó de paso,
que de un baúl de versos del Parnaso
a una maleta rota,
aunque llena de pleitos y escrituras,
pasaba haciendo gestos y figuras:
tal suele acontecer un triste caso
en medio de la vida;
que no hay seguridad en cosa humana.
Ya, con veloz corrida,
daba esperanza vana
al mísero animal; ya le volvía;
ya le arrojaba en alto,
mojado de temor, de aliento falto,
y en medio del camino le cogía,
como quien tira al vuelo,
diciendo: "Tente", como al agua el hielo;
ya con las manos mizas
le daba por los lados
algunos bofetones regalados,
cuando llegó Tomizas,
Tomizas, su escudero, y sin aliento
le dijo el casamiento concertado
de Micifuf y Zapaquilda ingrata;
y sintiendo perder su dulce gata,
dejó el pobre animal, que, desmayado,
apenas acertaba con la vida,
mas, puesto en fuga, la libró perdida:
que quien no ha de morir si la fortuna
revoca la sentencia,
nunca le falta diversión alguna
En aquella dichosa intercadencia.
a Tomizas, en fin, la diligencia
valió una manotada con la zurda,
que, cuando no le aturda,
no es poco para zurda manotada,
que le dejó la cara desgatada:
Esto gana traer del mal albricias.
¡Oh cuánto, Amor, de la razón desquicias
un noble caballero!
Por eso ningún paje ni escudero
se fíe en la privanza;
que es fácil en señores la mudanza,
y el Sol es gran señor, y nunca para.
en rueda más mudable, a la Fortuna
se parece la dama doña Luna,
que nunca vemos de una misma cara.
  
     Dejando la pelota el triste amante,
de celos y de amor perdido y loco,
que la vida y la honra tiene en poco,
vino a su casa con tristeza tanta,
que se metió debajo de una manta;
y luego, provocado a mayor furia,
de una carrera se subió al tejado.
Así, desnudo Orlando, provocado
de no menor injuria,
cuando leyó los rótulos del Moro,
que decían: «Amor, que sin decoro
en la buena fortuna te gobiernas.
aquí gozó de Angélica Medoro»,
en el papel de las cortezas tiernas
de aquellos olmos de su bien testigos,
para el francés Orlando cabrahigos.
Bajó Marramaquiz desesperado,
y entrando en la cocina,
sin respeto de Paula y de Marina,
esclavas del ausente licenciado,
como laureles y álamos las mira,
donde Climene por Faetón suspira.
Los pucheros y cántaros quebraba,
vertió la olla en la sazón que hervía
y, llamando a Borbón, borbor decía;
y a tanto mal llegó su desatino,
que sacó media libra de tocino
que andaba como nave en las espumas,
y si no se le quitan, se le mama:
¡tanto pueden los celos de quien ama!
Una perdiz con plumas
quiso tragarse, y no dejaba cosa
que no la deshiciese,
por alta que estuviese:
trepaba a la lustrosa
reluciente espetera,
derribando sartenes y asadores,
y con estas demencias y furores,
en una de fregar cayó caldera
(trasposición se llama esta figura)
de agua acabada de quitar del fuego.
de que salió pelado.
Pero, viniendo luego
el señor licenciado,
dijo que era veneno que tendría
algún vecino que matar quería
ratones de su casa,
hecha de rejalgar traidora masa,
y a su servicio ingrato,
por matar los ratones, mató el gato.

      Y dijo bien, según los aforismos
de Nicandro: que son los celos mismos
un veneno tan súbito, que apenas
toca la lengua, cuando ya las venas
y el corazón abrasan:
tan presto al centro de la vida pasan;
que no hay frías cicutas ni anapelos
como solo un escrúpulo de celos.
En fin, de ver el gato lastimado,
que le había criado,
envió por triaca,
que todo venenoso ardor aplaca.
de la magna que hacen en Valencia,
de que tenía una redoma sola
cierto farmacopola.
El gato, con paciencia,
respeto de su dueño,
tomó dos onzas y rindióse al sueño. 


Silva V
 Oh tú, don Lope, si por dicha agora
por los mares antárticos navegas,
o surto en tierra, cuando al puerto llegas,
preguntas a la Aurora
qué nuevas trae de la bella España,
donde tus prendas amorosas dejas
y por regiones bárbaras te alejas,
o miras en los golfos
de la naval campaña
por dónde vino Júpiter a Europa,
encima de la popa,
sin velas de Mauricios ni Rodolfos
más traidores que fué Bellido de Olfos,
sereno el rostro, en la dormida Tétis,
de la airada Anfitrite,
más que en Sevilla corre humilde el Betis,
cuando a la mar permite
la luna barquerola,
no por las nubes de color de Angola,
una punta a la tierra y otra al cielo,
de pocas luces salpicando el velo,
escucha, en voz más clara que confusa,
mi gatífera musa,
y no permitas, Lope, que te espante
que tal sujeto un licenciado cante
de mi opinión y nombre,
pudiendo celebrar mi lira un hombre
de los que honraron el valor hispano,
para que al resonar la trompa asombre:
''Arma virumque cano'';
que, como no se usa
el premio, se acobarda toda musa;
porque si premio hubiera,
del Tajo la ribera
la oyera en trompa bélica sonora
divinos versos, hijos del aurora.
Por esto quiero, más que ver ingratos,
cantar batallas de amorosos gatos;
fuera de que escribieron muchos sabios,
de los que dice Persio que los labios
pusieron en la fuente Cabalina,
en materias humildes grandes versos.
Mira si de Virgilio fueron tersos,
cuya princesa pluma fue divina,
cuando escribió el ''Moreto'', que en la lengua
de Castilla decimos ''almodrote'',
sin que por él le resultase mengua,
ni por pintar el picador ''mosquito''.
Y ¿quién habrá que note,
aunque fuese satírico Aristarco,
de Ulises el diálogo a Plutarco?
La calva en versos alabó Sinesio,
gran defecto tartesio:
quiere decir que hay calvos en España
en grande cantidad, que es cosa estraña,
o porque nacen de celebro ardiente;
Y también escribió del transparente
camaleón Demócrito,
y las cabañas rústicas Teócrito,
y tanta filosófica fatiga
Diocles puso en alabar el nabo,
materia apenas para un vil esclavo;
el rábano Marción, Fanias la ortiga,
y la pulga don Diego de Mendoza,
que tanta fama justamente goza.
Y si el divino Homero
cantó con plectro a nadie lisonjero
la ''Batracomiomaquia'',
¿por qué no cantaré la ''Gatomaquia''?
Fuera de que Virgilio conocía
que a cada cual su genio le movía. 
  
     Ya todo prevenido
para el tálamo estaba,
y el día estatuído
la posesión llamaba
a la esperanza de los dos amantes;
mas muchas veces con peligro toca
el vidrio lleno de licor la boca.
alegres los vecinos circunstantes,
convidados los deudos y parientes
y escrito a los ausentes:
que en tales ocasiones más atentos
están que a la verdad los cumplimientos.
Sólo Marramaquiz, gato furioso,
lamentaba celoso
sus penas y cuidados
por altos caballetes de tejados,
en que su voz resuena,
cual suele por las selvas Filomena,
que ha perdido su dulce compañía,
con triste melodía
esparcir los acentos de su pena,
trinando la dulcísima garganta,
que a un tiempo llora y canta,
o como perro braco
que ha perdido su dueño,
o flamenco o polaco,
que ni se rinde al sueño,
ni el natural sustento solicita,
aunque en cantar no imita
el ruiseñor süave;
que una cosa es el perro y otra el ave,
y a cada cual su propio oficio cuadra,
porque si canta el ave, el perro ladra.

     Tenía ya Ferrato
en un zaquizamí curiosamente
la sala aderezada
de uno y otro retrato
de belicosa cuanto ilustre gente:
que las efigies son de los mayores
el más heroico ejemplo,
de la perpetuidad glorioso templo,
como se ven del Tarborlán y Eneas,
y en Calvo, el de las fuerzas giganteas,
en Juan de Espera en Dios y el Transilvano
en Pirro griego y Escévola romano.
Allí estaba Gafurio,
que ganó la batalla de las monas,
de grave gesto y de nación ligurio,
y otros gatos con cívicas coronas
navales y murales,
y al laurel de los césares iguales.
No faltaban el Túmire y el Mocho,
ni, con el descolado Hociquimocho,
que asistía en las casas del cabildo,
y el armado Mufildo,
más de valor que acero,
ni Garavillos, gato perulero.
Estaba el rico estrado
de dos pedazos de una vieja estera
hecha la barandilla,
de ricas almohadas adornado
en tarimas de corcho, y por de fuera,
el grave adorno de una y otra silla,
con tanta maravilla,
que si un culto le viera,
es cierto que dijera
por únicos retóricos pleonasmos:
«Pestañeando asombros, guiñó pasmos».
  
     Ya las sombras, cayendo
de los mayores montes
a los humildes valles,
enlutaba los claros horizontes,
y el mecánico estruendo
en las vulgares calles
cesaba a los oficios;
tráfagos y bullicios
encerraba el silencio en mudos pasos,
y a diferentes casos
la ronda y los amantes prevenían
las armas que tenían,
cuando, a la luz huyendo la tiniebla,
de alegres deudos el salón se puebla.
Vino Calvillo, de fustán vestido,
de patas de conejos guarnecido,
griguiesco y saltambarca,
más amante de Laura que el Petrarca,
por una gata deste nombre propio,
aunque parezca en gatos nombre impropio;
pero si llaman a una perra Linda,
Diana, Rosa, Fátima y Celinda,
bien se pudo llamar Laura una gata
picebruñida como tersa plata.
Maús de bocací trujo griguiesco,
cuera de cordobán, gorrón tudesco,
y de negro, con mucha bizarría,
Zurrón, gato mirlado,
de medias y de estómago colchado;
Ranillos, que bajó de Andalucía,
de conejo en conejo,
por la Sierra Morena,
a ver del Tajo la ribera amena,
con el cano Alcubil, su padre viejo;
Gruñillos y Cacharro,
la nata y flor del escuadrón bizarro;
Marrullos y Malvillo,
uno de raso azul y otro amarillo;
Garrón, Cerote y Burro,
gatos de un zapatero...
Mas ¿para qué discurro
con verso torpe y proceder grosero,
cuando lo menos de lo más refiero,
si me aguardan las damas, que aquel día
mostraron cuidadosa bizarría?
Vino Miturria bella,
Motrilla y Palomilla,
la flor de la canela y de la villa,
y cada cual en la opinión doncella,
cosa dificultosa:
por eso es bien que la mujer hermosa,
cuando honesta se llama,
tenga por obras el perder la fama.
Y, entre todas, fué rara la hermosura
de la bella y discreta Gatifura,
y, vestida de nácar, Zarandilla,
la gata más golosa de Castilla.
Ocupadas las sillas y el estrado,
salió Trebejos, gato remendado,
y sacando a la bella Gatiparda,
comenzaron los dos una gallarda,
como en París pudiera Melisendra;
y luego, con dos cáscaras de almendra
atadas en los dedos, resonando
el eco dulce y blando,
bailaron la chacona
Trapillos y Maimona,
cogiendo el delantal con las dos manos,
si bien murmuración de gatos canos.
Mas ya, Musas, es justo
que me deis vuestro aliento y vuestro gusto,
canoro, sí, más claro,
que parezca de un nuevo Sanazaro;
denme vuestros cristales en los labios,
que de ignorantes me los vuelvan sabios;
que Zapaquilda de la mano sale
de doña Golosilla, su madrina,
saya entera de tela columbina,
de perlas arracadas
en listones de nácar enlazadas;
la cabeza, de rosas primavera,
más estrellada que se ve la esfera;
el blanco pelo, rubio a pura gualda,
y un alma en cada niña de esmeralda,
de cuyos garabatos
colgar pudieran las de muchos gatos;
chapines de tabí con sus virillas,
entre una y otra, descubriendo espacios
de la roja color de los topacios,
de nuestra edad y siglo maravillas;
que lo que ser solía
un medio celemín con ataujía,
un pirámide es hoy de tela de oro
y cuesten sus adornos un tesoro,
que ponen miedo de casarse a un hombre,
subiendo el dote a un número sin nombre,
si piensa sustentar traje tan rico.
Sentóse, al fin, mirlándose de hocico,
y prosiguió la fiesta de la danza
contra la posesión de la esperanza.
Mas ¿quién dijera que saliera incierta?
Marramaquiz, entrando por la puerta,
vencido de un frenético erotismo,
enfermedad de amor, o el amor mismo.
  
      Suspenso y como atónito el senado
de ver de acero y de furor armado
un gato en una boda,
donde es propia la gala, y no el acero,
alborotóse todo;
y Zapaquilda, viéndole tan fiero,
humedeció el estrado, y con mesura
comunicó su miedo a Gatafura,
si bien consideraba
que entonces Micifuf ausente estaba;
Porque sólo esperaban que viniese,
y que la mano prática le diese,
de que ya la teórica sabía,
que confirmase tan alegre día.
En esta suspensión, todos turbados,
Marramaquiz abrió los encendidos
ojos, vertiendo de furor centellas;
los dejó temerosos y admirados,
Y imprimiendo esta voz en sus oídos,
al aliento feroz de sus querellas:
«Villanos descorteses,
más falsos y traidores
que moros y holandeses,
porque, siendo fautores,
no sois en las maldades inferiores;
escuadrón de gallinas,
junta de gatos viles,
que no de bien nacidos;
bajos habitadores de cocinas,
entre asadores, ollas y candiles,
donde, como a cobardes y abatidos,
la más humilde esclava os apalea,
no trocando jamás la chimenea
por la guerra marcial y sus rebatos,
lamiendo lo que sobra de los platos
y durmiendo el invierno, cuando eriza
los cabellos el hielo,
revueltos en la cálida ceniza,
hasta que ardiente el Sol corona el cielo:
Yo soy Marramaquiz; yo soy, villanos,
el asombro del orbe,
que come vidas y amenazas sorbe;
aquel de cuyos garfios inhumanos,
león en el valor, tigre en las manos,
hoy tiemblan justamente
las repúblicas todas
que desde el Norte al Sur, por varios mares,
miran de Febo la dorada frente,
y el que ha de hacer que tan infames bodas,
y con tantos azares,
sean las de Hipodamia,
está en vosotros resultando infamia»

     ¡Oh Musas!, este gato había leído
a Ovidio, y por ventura
de la fábula de Hércules quería
el ejemplo tomar, pues, atrevido,
Hércules se figura,
y los gatos, centauros, que aquel día
murieron a sus manos:
porque no fueron pensamientos vanos
los de sus celos locos,
pues de sus manos se escaparon pocos,
llamándolos traidores mauregatos;
que, levantando una cuchar de hierro,
a eterno condenándolos destierro,
fue Taborlán de gatos,
haciendo más estrago su arrogancia
que en Cartago y Numancia
el romano famoso:
A un gato que llamaban el Raposo,
más que por el color, por el oficio,
la cara, que no tuvo reparada,
quitó de una valiente cuchillada,
imposible quedando al beneficio;
y de un revés que sacudió a Garrullo,
dio el último maúllo;
cortó una pierna al mísero Trebejos,
gran cazador de gansos y conejos;
desbarató el estrado,
que pensaron guardar gatos bisoños
con cucharas de palo por espadas,
que de galas quedó todo sembrado,
naguas, jaulillas, guantes, ligas, moños,
rosetas, gargantillas y arracadas,
chapines, orejeras y zarcillos;
y porque defendió llegar Malvillos
a robar a la novia, dio dos cabes,
como Hércules a Licas,
y quebrando con él a dos boticas,
desde una claraboya,
cuanto componen purgas y jarabes.
Ni a vista de sus naves
fue más furioso Aquiles, cuando en Troya
le dijeron la muerte de Patroclo,
ni con mazo y escoplo
tantas astillas quita el carpintero
como vidas quitó, celoso y fiero,
ni más sangriento Nero
la mísera plebeya
gente miró quemar desde Tarpeya.
En fin, llegando donde ya tenía
Zapaquilda la vida por segura,
le dijo: «Tente, ¿dónde vas, perjura?» 
Ella, temblando, respondió turbada:
«Huyendo el filo de tu injusta espada,
que se quiere vengar de mi inocencia
con tan fiera insolencia,
quitándome mi esposo;
pero yo me sabré quitar la vida,
Polifemo de gatos».
«¡Ojos hermosos siempre y siempre ingratos!
(le respondió furioso):
¿desa manera habláis en mi presencia?
¡Oh gata la más loca y atrevida!
Yo solo soy tu esposo, fementida;
Yyal villano que piensa que a sacarte,
con este casamiento, será parte
destas enamoradas uñas mías,
que vencen las arpías,
verás, si no me huye
y el bien que me quitó me restituye,
cómo le mato, y, desollando el cuero,
le vendo para gato de dinero».
«Si tú (le respondió) mi dulce esposo
me matares tirano,
yo, con mi propia mano,
me quitaré la vida». 
Furioso entonces, sobre estar celoso,
de donde estaba ¡ay mísera! escondida
trasladóla a sus brazos inhumano,
cual suele yedra, a los del olmo asida,
trepar lasciva a la pomposa copa,
vistiendo el tronco de su verde ropa,
de tiernos lazos y corimbos llena.
Así Paris robó la bella Helena,
las naves aguardando en la marina,
y así fiero Plutón a Proserpina.
Ella entonces llamaba
a Micifuf a voces,
que no la oía, porque ausente estaba;
Al fin, tirando coces,
se le cayó un zapato;
mas ni por eso se dolió el ingrato,
viendo correr las lágrimas por ella;
y él, corriendo con ella,
que ni deudo ni amigo la socorre,
la puso de su casa en una torre,
como tuvo Galván a Moriana.
Tal es del mundo la esperanza vana:
porque quien más en los principios fía,
no sabe dónde ha de acabar el día. 

Silva VI

         Cuando el soberbio bárbaro gallardo
llamado Rodamonte
porque rodó de un monte
supo que le llevaba Mandricardo
la bella Doralice,
como Ariosto dice,
a dieciséis de agosto
(que fué muy puntüal el Ariosto),
cuenta que dijo cosas tan extrañas,
que movieran de un bronce las entrañas,
prometiendo arrogante
no ver toros jamás, ni jugar cañas,
aunque se lo mandasen Agramante,
Rugero y Sacrípante,
ni comer a manteles,
ni correr sin pretal de cascabeles,
ni pagar ni escuchar a quien debiese,
porque más el enojo encareciese,
ni dar a censo, ni tomar mohatra,
ni pintar con el áspid a Cleopatra.
Y lo mismo decía cuando el rapto
de Elena fementida
el griego rey Atrida
contra el pastor, para traiciones apto,
que dió en el monte Ida
en favor de Acidalia la sentencia;
que hay muchas de la Vera de Plasencia.
que vienen más tempranas
si las hacen los ojos
de juveniles bárbaros antojos;
que aun no repara en canas
esto que todos llaman apetito,
y más donde no tienen por delito
que la santa verdad corrompa el premio.
  
       Mas todo ese proemio
quiere decir, en suma,
aunque era campo de extender la pluma,
lo que el valiente Micifuf, oyendo
el suceso estupendo
del robo de su esposa,
Helena de las gatas,
djo con voz furiosa,
cando, galán venía a desposarse,
tan imposible ya de remediarse.
De las tremantes ratas
fugitivo escuadrón, con pies ligeros,
temeroso ocupó los agujeros,
y arrojando la gorra,
que fué de un minestril de Calahorra,
hizo temblar la tierra,
a fuego y sangre prometiendo guerra.
Ferrato, ya perdida la esperanza,
mesándose las barbas y cabellos
blancos, que nunca blancos fueron bellos,
culpaba su tardanza,
porque las dilaciones
pierden las ocasiones;
porque en la calva tienen un copete,
que sólo se le coge el que acomete;
porque aguardar a que la espalda vuelva,
es seguir un venado por la selva;
que alcanzarle no fuera maravilla
quien le fuera siguiendo por la villa.
Micifuf la tardanza disculpaba
con que lejos vivía
el zapatero que esperando estaba
(¡oh, cuántos males causa un zapatero!),
y que, después, calzarle no podía,
aunque los dientes remitiese al cuero,
las botas justas, que, con calza larga,
era la gala entonces; que, por fresco,
dicen autores que mató el griguiesco,
por quitar la opresión de tanta carga.
¡Oh, quién, para olvidar melancolías
de las que no se acaban con los días,
un gato entonces viera
con bota y calza entera!
Pero ¿dónde me llevan niñerías,
que en Italia se llaman "bagatelas",
ingiriendo novelas
en tan funestos casos,
más dignos de Marinos y de Tasos
que de Helicona son solos y soles,
que de mis versos rudos españoles?
  

      Lloraba Micifuf, lloraba fuego,
que fuego lloran siempre los amantes,
arrojando los guantes,
a quien los cultos llaman "chirotecas"
(¡oh, bien hayan Illescas y Vallecas!),
sin admitir un punto de sosiego,
como en París el moro, en Troya el griego.
No suele de otra suerte pasearse
quien tiene algún estraño desconcierto,
sin que pueda apartarse
del negocio que trata,
pálido el rostro, de sudor cubierto,
como ya por su honor, ya por su gata,
inquieto Micifuf se condolía
por dilatar de su venganza el día.

      En tanto, pues, que amigos y parientes
consultaban el modo
cómo acabar del todo
agravios tan infames y insolentes,
Marramaquiz estaba
solicitando el pecho
de Zapaquilda, de diamantes hecho,
que en la dura prisión perlas lloraba,
a guisa de la Aurora,
que parece más bella cuando llora;
que la mujer hermosa,
cuando baña la rosa
de las mejillas con el tierno llanto,
aumenta la hermosura,
si no da voces y en el llanto dura.
Marramaquiz, en tanto,
produciendo concetos,
de su locura efetos,
ya en prosa, ya en poesía,
desvelado la noche y triste el día,
se alambicaba el mísero celebro;
No dejaba requiebro,
que no imitase tierno a los orates
que el mundo amantes llama,
y de la tierna dama
amores y cariños,
hasta los disparates
que les dicen las amas a los niños
cuando los dan el pecho las mañanas,
con intrínseco amor diciendo ufanas:
«Mi rey, mi amor, mi duque, mi regalo,
mi Gonzalo»...; mas esto, solamente
mi se llama Gonzalo:
porque fuera requiebro impertinente
si se llamara Pedro, Juan o Hernando:
que convienen las flores con los frutos,
y a las cosas también sus atributos.
Estaba el sol apenas matizando
las plumas de las alas de los vientos,
dando a los dos primeros elementos
esmeraldas al uno, al otro plata,
cuando salía por su amada gata
al soto de Luzón el triste amante,
sin respetar el arcabuz tronante,
a buscar el gazapo entre las venas
de la tierra, que apenas
salir al campo osaba,
y de una manotada le pescaba.
No había pez ni pieza
de vaca en la cocina
que, en volviendo Marina
a buscar otra cosa la cabeza,
no caminase ya por los tejados
para el dueño cruel de sus cuidados;
tan ligero y veloz, tan atrevido,
que no paraba, sin hacer ruido,
hasta sacar la carne de la olla,
del asador la polla,
aunque sacase, por estar ardiendo,
o pelada la mano o con ampolla,
«Fufú, fufú», diciendo.
¡Oh amor! ¡Oh, cuántas veces
de la misma sartén sacó los peces,
sin cuchares de hierro ni de plata!
Y la cruel, a más amor, más gata.
«¿Es posible (decía
con lastimosas quejas),
''¡oh más dura que mármol a mis quejas''!
(porque el gato las églogas sabía)
y al amoroso ''fuego que me enciende
mas helada que nieve, Gatalea'',
que de mi fuego el hielo te defiende
de ese pecho cruel, que me desea
la muerte (que antes sea
la de tu Adonis, Micifuf cobarde,
que gozarás, cruel, o nunca o tarde),
que no te duelen tantas penas mías,
ni el verte tantos días
cautiva en esta torre,
que ni te viene a ver ni te socorre,
qué para aborrecerle te bastaba?
Micilda me buscaba,
Micilda me quería;
por ti la aborrecía,
siendo gata de bien, siendo estimada
por honesta doncella, y retirada
de amigas, de papeles y paseos,
que clandestinos trazan himeneos.
¿Qué no dejé por ti, que te has casado
con un gato afrentado?, que si fuera
afrenta entre los hombres el ser gato,
que la costumbre toda ley altera,
sólo éste fuera gato, por ingrato?»
«No te canses (la gata respondía,
con ojos zurdos de Nerón romano),
Marramaquiz tirano;
que, siendo como es justa mi porfía,
ni he de temer tus daños,
ni me podrás vencer con tus engaños».
«¿Qué obstinación, qué furia
te obliga, Zapaquilda, a tanta injuria?
Mira que la nobleza
de tu celoso amante,
siendo tan arrogante,
a su misma cruel naturaleza
se rebela teniéndote respeto,
añadiendo al ser noble el ser discreto».
Este apóstrofe ha sido
justamente advertido
a la gata cruel desamorada,
por lo que a los retóricos agrada,
que adornan la oración con voces puras
y sacan un retablo de figuras;
que, cuanto a mí, jamás me atravesara
con gente de uñas y de mala cara.
  

       Ya Mizifuf en casa de Ferrato
juntaba deudos, provocaba amigos,
de su dolor testigos,
acusando el cruel bárbaro trato
del común enemigo (que este nombre
como al Turco le daba),
y por que más de su maldad se asombre,
el robo de su esposa exageraba;
que cada cual en su dolor y pena
hasta una gata puede hacer Helena.
Estando, pues, sentados en secreto
en el zaquizamí de su posada,
dijo a la noble junta lastimada,
con triste voz, de su desdicha efeto:
«Aquel justo conceto
que de vuestro valor tengo formado
me escusa de retóricos ambages,
amigos y parientes,
si estuvistes presentes
a la dura ocasión de mi cuidado,
de que tan tarde me avisaron pajes.
que siempre llegan tarde los avisos
a los que son para su bien remisos.
¿Con qué. podré moveros?
¿Con qué podré obligaros?
O ¿qué podré deciros,
que pueda enterneceros,
que pueda provocaros,
si no son los suspiros,
medias voces del alma,
cuando con el dolor la lengua calma?
Éste que aquí no explico
está diciendo el pálido semblante
lo que con muda lengua significo,
pues cuando más la encumbre y adelante,
más corto he de quedar; que los enojos
remiten la retórica a los ojos;
que la muda tristeza muchas veces
el Demóstenes fué de la elocuencia,
y más donde son sabios los jüeces,
que excusan de captar benevolencia;
pues no pudiera en Grecia, en su Liceo,
ver más dotrina que en vosotros veo:
todos Platones sois, todos Catones;
más podrá la razón que las razones».
   

       Yo vine, provocado de la Fama,
a ver de Zapaquilda la hermosura,
por alta mar, del hado conducido,
donde mis ojos encendió su llama,
fuego de fénix, que a los siglos dura,
opuestos a la muerte y al olvido.
Si fuí favorecido,
si agradeció mi amor y pensamiento,
bien lo dice el tratado casamiento,
pues que nos veis, con la ocasión perdida.
ella sin libertad y yo sin vida.
Cortés la quise, sin violencia alguna;
que nunca fué violenta la fortuna.
Cuando pagó mi amor, yo no sabía,
como quien era, gato forastero,
que este tirano a Zapaquilda amaba;
con esto, la primera luz del día,
y con ella su cándido lucero,
en mis ojos brillaba
primero que en las flores,
a su ventana repitiendo amores.
Allí también, en su primera estrella,
la noche me buscaba divertido,
adorando las tejas,
de sus balcones rejas
y dulce elevación de mi sentido,
hasta que hablar con ella,
envidioso, traidor y fementido,
me vio en su celosía,
donde probó mi amor su valentía.
Resultó la prisión; y es tan villano,
que ha engañado a Micilda,
y dándola su fee, palabra y mano
de que será su esposo,
siendo cumplirla el acto más honroso,
Cuando me vió casar con Zapaquilda,
en afrenta de todos sus parientes
y amigos, que presentes
estuvieron atónitos al caso,
echando los más graves por la tierra,
como estaban de boda, y no de guerra,
padeciendo mi Sol tan triste ocaso,
se la llevó con atrevido paso,
celoso el corazón, la vista airada,
hiriendo a quien delante se le, puso;
tanto, que con Garraf, de una gatada,
los botes y redomas descompuso
de un boticario que vivía enfrente;
y como de repente
en un perol cayese desde un banco,
todo le revistió de ungüente blanco,
vertió una melecina,
y paró medio muerto en la cocina.
en ocasión tan dura,
en ocasión tan triste,
que es mármol quien las lágrimas resiste.
Mas quiero epitomar mi desventura:
«¡mi esposa me han robado!
¡Sin honra estoy!». Aquí, si no fué mengua,
fue el silencio la voz, los ojos, lengua,
porque la grave pena,
cortando la razón, dejóle mudo.
Enternecióse el ínclito senado,
haciendo propia la desdicha ajena,
luego que vió que proseguir no pudo,
y respondió Panzudo,
un gato venerable de persona,
aunque pelado de cabeza estaba,
cosa que a muchos buenos acontece
(si bien esto no fué lo que parece
cuando a un amante viene la pelona;
mas golpe que le dió cierta fregona,
que de un menudo que lavar pensaba,
cuando menos atenta te miraba,
asido del principio de una tripa
que a la vista las manos anticipa,
le fue desenvolviendo hasta el tejado,
como cordel de un cabo y otro atado,
del ovillo de sebo el laberinto,
y cada cual de todos participa
deste dolor, como si propio fuera),
dijo con el semblante mesurado,
en prudentes palabras desatado:
«Con justa causa Micifuf espera
verse favorecido,
y vengado también del atrevido
que le robó su esposa,
fatal desdicha de mujer hermosa».
Y respondió Tomillo,
propia razón de gato mozalvillo:
«Por mí ya lo estuviera;
porque con estas uñas se le diera.»
Pero Zurrón, que le miraba enfrente,
le dijo: «Con un gato el más valiente
que han visto los tejados desta villa,
mejor es, a la usanza de Castilla,
escribirle un papel de desafío.»
«No es ése el voto mío
(Garrullo replicó), ni que se intente
venganza de vitoria contingente;
que siempre ha estado en varias opiniones
si ha de haber desafío en las traiciones,
Soy de voto que tome el agraviado
un arcabuz, y aguarde
al gato más valiente, o más cobarde,
castigo de que vive descuidado,
sin miedo del que agravia,
y propio efeto de la noche escura.»
«Si se pudiera ejecutar segura,
fuera venganza sabia
(dijo Chapuz valiente,
gato de buenas partes);
mas son tantas las artes
dese Marramaquiz, gato insolente,
que no dará ocasión que se ejecute,
por mucho que la noche el rostro enlute;
y, de mi parecer, mejor sería
querellarse del robo y castigalle
por términos jurídicos, y dalle
muerte que corresponda a la osadía.»
«Dirán que es cobardía
(Trebejos replicó). Ni esa querella
está bien al honor de una doncella;
que es poner su defensa en opiniones:
que se averigua mal con las razones
aquello que la causa pone en duda;
que no hay para mujeres lengua muda;
que ha dado el mundo en bárbaras querellas,
no pudiendo escusar el nacer dellas.
Pleitos aun no son buenos para gatos,
porque es gastar la vida y la paciencia:
no hay que tratar de tratos ni contratos,
ni andar en pruebas, ni esperar sentencia.
Si aquesta injuria ha de quedar vengada,
remítase a la pólvora o la espada.»
«Bien dice (respondió Raposo, haciendo
debido acatamiento al gran senado)
Trebejos, y no es justo,
aunque se pruebe lo que estáis diciendo
y quede a vuestro gusto sentenciado,
que deis al pueblo gusto,
al teatro sacando neciamente
un gato con capuz y caperuza,
no menor locura que se intente,
no siendo Micifuf el moro Muza,
tratar de desafíos
con quien sabéis que tiene tantos bríos.
Perdóneme Zurrón, Chapuz perdone,
y, aunque la edad le abone,
me perdone Panzudo,
si de su parecer mi intento mudo;
que el mío es juntar gente
para tan grave empresa conveniente,
y, formando escuadrones
de caballos y armada infantería
de toda la parienta gatería,
hacer guerra al traidor, cercar la tierra,
y asestándole tiros y cañones,
batirle la muralla noche y día,
hasta saber qué gente le socorre;
porque si el campo Micifuf le corre,
y el sustento le quita,
y a que deje la plaza necesita,
o en forma de batalla
asalta la muralla,
él se dará a partido,
o le castigaréis siendo vencido.
Sacad banderas, pues; tóquense cajas,
haciendo las baquetas
los pergaminos rajas;
terciad las picas, disparad cometas;
que así cobró su esposa en Troya el Griego:
publicando la guerra a sangre y fuego.»
Calló Raposo, y luego del senado
el voto conferido,
en la guerra quedó determinado,
por ser de todos el mejor partido,
más justo y más honroso;
y dando Mizifuf, como era justo,
los brazos y las gracias a Raposo,
brotando humor adusto,
a hacer la leva de la gente parte.
  

       Perdona, Amor; que aquí comienza Marte,
y sale Tesifonte
a salpicar de fuego el horizonte:
suspende entre las armas los concetos:
pues das la causa, escucha los efetos. 

Silva VII
     Al arma toca el campo micigriego
contra Marramaquiz, gato troyano;
violento sube, aunque oprimido en vano,
a la región elementar el fuego;
inquietan de los aires el sosiego,
con firme agarro de la uñosa mano,
banderas que, con una y otra lista,
trémulas se defienden a la vista,
no permitiendo, pues no dejan verse,
que las colores puedan conocerse;
respondiéndose a coros
las cajas y los pífaros sonoros,
y al paso que se alternan,
siguiendo el son marcial los que gobiernan,
y luego, los soldados,
de acero y de ante y de valor armados,
agujas del cabello por espadas,
y, sólo descubriendo las celadas
por delante, mostachos;
y por detrás, plumíferos penachos;
marchando con tal orden, que la planta,
donde el que va delante la levanta,
estampa el que te sigue,
sin que el bastón del capitán le obligue,
y al son de las trompetas resonantes,
las picas a los hombros los infantes,
en quien la variedad y los colores
formaban un jardín de varias flores,
a la manera que el abril le pinta
en cultivada quinta.
Las picas de los bravos marquesotes,
de varas de medir y de virotes,
y ya de los plebeyos,
baquetas de Babiecas y Apuleyos,
sin escuadras gallardas
que llevaban, en forma de alabardas,
aquellos cucharones
con que suelen sacar alcaparrones,
y con las palas, como medias lunas,
las sabrosas de Córdoba aceitunas
(Córdoba, donde nacen andaluces
Góngoras y Lucanos);
y, encendidas las cuerdas en las manos,
no de Milán dorados arcabuces
llevaba la lucida infantería,
mas de huesos de piernas de carnero,
que gatos de uno y otro pastelero
trujeron a porfía
(que no fueron de gato de ventero,
sospechosos en tales ocasiones),
y de huesos de vaca los cañones
para batir la torre.


           Con esto, Mizifuf el campo corre
y pone cerco al muro,
armado de un arnés cóncavo y duro
de un galápago fuerte,
que sin salir de sí le halló la muerte;
la cabeza, adornada
de un sombrero, la falda levantada,
de un trencellín ceñido,
el pasador y hebilla guarnecido,
con pluma verde escura,
señales de esperanza con tristeza,
aunque la justa causa la asegura.
Con tanta gentileza
al caballo arrimaba
la estrella de la espuela,
y con la negra rienda le animaba
a la obediencia del dorado freno,
de espuma y sangre lleno,
que, sin tocar los céspedes, volaba.
Ni es nuevo el ver que vuela,
pues que pintan con alas al Pegaso,
volando por las cumbres del Parnaso;
que vemos en ''Orlando'' el Hipogrifo,
monstro compuesto de caballo y grifo.
Mas si dudare alguno de que hubiese
caballos tan pequeños,
pareciéndole sueños,
y a la naturaleza le quisiese
quitar de milagrosa el atributo,
aunque sea sin fruto,
la tácita objeción quedará llana
con irse de aquí a Tracia una mañana
que esté desocupado
de los negocios de mayor cuidado,
y verá los pigmeos,
que en la región de trogloditas feos
también los pone Plinio,
que hizo destos monstros escrutinio,
y en las lagunas del egipcio Nilo
otros autores por el mismo estilo,
que escriben que, trayendo de Etiopia,
donde hay bastante copia,
dos pigmeos a Roma, (gente grave),
se murieron de cólera en la nave.
Homero les da patria al Mediodía,
con su intérprete Estacio;
Mela, de Arabia en el ardiente espacio;
que el Sol, fénix, mayores monstros cría,
puesto que, aunque confiesa tales nombres
Aristóteles niega que son hombres;
Ni en su ''Ciudad de Dios'' pasó en olvido
el divino Africano los pigmeos,
y Juvenal ''umbrípedes'' los llama,
sin otros que han negado y defendido
esta opinión, que divulgó la fama.
Pero, pues pintan monstros semideos
que por los montes van de rama en rama
las poéticas trullas,
diciendo que batallan con las grullas,
no será mucho que haya semihombres.
Éstos, con cierta patria y ciertos nombres,
en la misma región caballos tienen,
de donde nuestros gatos se previenen;
que hacer de solo un codo
hombres naturaleza,
como pintor que muestra la destreza,
a un naipe todo un cuerpo reducido,
y los caballos no del propio modo,
mayor monstrosidad hubiera sido
de su instrumento ilustre y poderoso:
que mal pudiera andar hombre muñeca
en el lomo espacioso
de un gigante Babieca;
así, que la objeción es de provecho,
pues queda el argumento satisfecho.
demás de que el lector puede, si quiere,
creer lo que mejor le pareciere;
porque si se perdiese la mentira,
se hallaría en poéticos papeles,
como se ve en Homero, describiendo
a la casta Penélope, que admira,
por los amantes necios y crueles,
tejiendo y destejiendo,
sin dejarla dormir, de puro casta.
Y lo contrario para ejemplo basta:
haciendo deshonesta
Virgilio a Dido Elisa por Eneas,
como le riñe Ausonio,
aunque logró tan falso testimonio,
menos las aguas que pasó leteas,
donde escribió Merlin con cuáles iras
castigan al poeta sus mentiras.
Mas vuelve ¡oh Musa! tú, para que pueda
ayudarme el favor de tu gimnasio;
que para lo que queda,
aunque parece poco,
al señor Anastasio
Pantaleón de la Parrilla invoco,
porque de su tabaco
me dé siquiera cuanto cubra un taco.
   
        Marramaquiz, aunque lo supo tarde,
había hecho alarde
de sus gatos amigos,
y halló que para tantos enemigos
era su gente poca:
mas como la defensa le provoca,
las armas al asalto prevenía,
supuesto que tenía
poco sustento para cerco largo;
y cuidadoso de su nuevo cargo,
más triste y desabrido
que poeta afligido
que ha parecido mal comedia suya,
o bien la de su cómico enemigo,
andaba por la torre;
y, viendo que su esposo la socorre,
Zapaquilda, más llena de aleluya,
más alegre, contenta y más quieta
que aquel mismo poeta,
si ha parecido mal, siendo él testigo,
la del mayor amigo.
Prevenido, en efeto,
de toda defensión y parapeto,
sacó sus gatos animoso al muro
por todas las almenas y troneras,
vestido de banderas,
que, en alto y de diversos tornasoles,
eran entre las nubes arreboles;
y, coronado de diversos tiros,
soldados de valor y archimargiros
opuestos a la furia del contrario.
como se mira altivo campanario
de aldea donde hay viñas,
para bajar después a las campiñas,
cubierto, por el tiempo de las uvas,
del escuadrón de tordos,
que en aquella sazón están más gordos,
cuando los labradores
limpian lagares y aperciben cubas,
así la negra cúpula tenía
de soldados, de tiros y atambores,
no menos valerosa gatería.
Quien viera el pie, que el escuadrón ceñía
de Micifuf, y el chapitel armado
de uno y otro gatífero soldado,
dijera que tal vista no fué vista
de Dario ni de Jerjes,
ni tanto perdigón haciendo asperges,
en ninguna conquista,
ni la vió Cipión, ni el rey Ordoño,
como en Cartago aquél, éste en Logroño,
y aunque entre la de Ostende,
pero sin ''nobis Domine'', se entiende.
Ver tanto gato, negro, blanco y pardo,
en concurso gallardo
de dos colores y de mil remiendos,
dando juntos maúllos estupendos,
¿a quién no diera gusto,
por triste que estuviera,
aunque perdido injustamente hubiera
un pleito, que es disgusto,
después de muchos pasos y dineros,
para leones fieros?
  

       Prevenidos, en fin, para el asalto,
mueven a sobresalto
los ánimos valientes
las retumbantes cajas,
previenen uñas y acicalan dientes,
calando juntas las celadas bajas,
que en las frentes bisoñas
más eran de sartén que de Borgoñas;
pero, en silencio los clarines roncos,
que sonaban a modo de zampoñas,
puesto a la margen de unos verdes troncos,
que no importa saber de lo que fueron,
de pies en uno Micifuf bizarro,
cuando del Sol el carro,
que Etontes y Flegón amanecieron,
atrás iba dejando el mediodía,
dijo a su belicosa infantería,
que atenta le escuchaba;
que aunque era gato, Cicerón hablaba:
«Generosos amigos,
de mis afrentas y dolor testigos,
la honra, que los ánimos produce,
a tan ilustre empresa me conduce:
ésta sola me anima:
quien no sabe qué es honra, no la estima.
Miente el que dijo, y miente el que lo estampa.
que ''un bel fuggir tutta la vita scampa'',
pues mejor viene agora
que ''un bel morir tutta la vita onora''.
Es la virtud del hombre
la que le inclina a los ilustres hechos;
digna es la fama de valientes pechos:
Hoy habéis de ganar glorioso nombre;
ninguna fuerza ni amenaza asombre
el que tenéis de gatos bien nacidos;
que estos viles alardes,
porque en siendo traidores son cobardes,
ya están medio vencidos
con sólo haber llegado a sus oídos
que yo soy quien os guía.
A Anibal preguntó Cipión un día
que cuál era del mundo el más valiente,
y él respondió feroz, con torva frente:
"Alejandro, el primero;
el segundo fue Pirro, y yo el tercero":
Si entonces yo viviera,
cuarto lugar me diera.
Al arma acometed; yo voy delante,
y el no tener escalas no os espante;
que no son necesarias las escalas
si en vuestra ligereza tenéis alas».
Dijo; y vibrando un fresno en la ñudosa
mano, al muro arremete,
y con él mata siete:
Maús, Zurrón, Maufrido, Garrafosa,
Hociquimocho, Zambo y Colituerto,
gatazo que, de roja piel cubierto,
crió la mondonguífera Garrida,
aunque toda su vida
más enseñado a manos y cuajares
que a nobles ejercicios militares.
Mas son tan eficaces las razones
formadas de los ínclitos varones
como Alciato escribe, cuando asidos
llevaba de una cuerda de los labios
el anfitrioníades Alcides
cuantos hombres prestaban los oídos
a la elocuencia de los hombres sabios.
  

       Pero ya los agravios
de Micifuf la guerra comenzaban;
ya los gatos trepaban
la torre por escalas de sus uñas,
más fuertes garabatos
que los de tundidores y garduñas;
ya por la piedra, entre la cal metidas,
sin estimar las vidas,
subían gatos y bajaban gatos,
los unos, como bueyes agarrados,
que clavan en las cuestas las pezuñas;
los otros, como bajan despeñados
fragmentos de edificio que derriban,
que de su mismo asiento se derrumba.
A cuál sirven de tumba,
después que del vital aliento privan,
las losas que le arrojan;
a cuál de vida y alma le despojan
en medio del camino.
No despide en oscuro remolino
más balas tempestad de puro hielo
que bajan plomos de la torre al suelo.
Allí murió Galván, allí Trebejos,
que le acertó la muerte desde lejos,
dándole con un cántaro en los cascos,
y otros, con ollas, búcaros y frascos.
Así suelen correr por varias partes
en casa que se quema los vecinos,
confusos, sin saber adónde acudan.
No valen los remedios ni las artes:
arden las tablas, y los fuertes pinos
de la tea interior el humor sudan;
los bienes muebles mudan
en medio de las llamas;
éstos llevan las arcas y las camas,
y aquéllos, con el agua, los encuentran;
éstos salen del fuego, aquéllos entran;
crece la confusión, y más si el viento
favorece al flamígero elemento.
 

        Mas como el alto Júpiter mirase
desde su Olimpo y estrellado asiento
la batalla cruel, de sangre llena,
temiendo que quedase
en competencia tan feroz y airada
la máquina terrestre desgastada,
justo remedio a tanto mal ordena.
«Dioses, no es justo(dijo)que la espada
sangrienta de la guerra
se muestre aquí tan fiera y rigurosa,
aunque es la misma de la Griega hermosa,
y que, muertos los gatos, esta tierra
se coma de ratones;
porque se volverán tan arrogantes,
que, ya considerándose gigantes,
no teniendo enemigos de quien huyan
y el número infinito desminuyan,
serán nuevos Titanes,
y querrán habitar nuestros desvanes».
Con esto, luego envía
de oscuras nieblas una selva espesa,
y la batalla cesa,
revuelto en sombras de la noche el día:
y desde aquél, con inmortal porfía
los unos y los otros prosiguieron,
aquéllos en la ofensa
y éstos en la defensa;
pero, durando el cerco, no tuvieron
remedio ni sustento los cercados;
tanto, que a Zapaquilda desfigura
la hambre la hermosura:
vueltas las rosas nieve,
por onzas come, por adarmes bebe.
Marramaquiz, que ya morir la vía,
con amante osadía,
pero sin que le viesen los soldados,
salió por un resquicio, a los tejados,
de una tronera que en la torre había,
para coger algunos pajarillos.
Iba con él Malvillos,
que a éste solo fió su atrevimiento,
y por partir la caza del sustento;
y estando, ¡oh dura suerte!,
acechando a la punta de un alero
un tordo que cantaba,
la inexorable muerte,
flechando el arco fiero,
traidora le acechaba.
¿Qué prevenciones, qué armas, qué soldados
resistirán la fuerza de los hados?
Un príncipe que andaba
tirando a los vencejos
(nunca hubieran nacido,
ni el aire tales aves sustenido),
le dio un arcabuzazo desde lejos.
Cayó para las guerras y consejos;
cayó súbitamente
el gato más discreto y más valiente,
quedando aquel feroz aspecto y bulto
entre las duras tejas insepulto;
pero muerto también, como era justo,
a las manos de un César siempre augusto.
  

      Llevó Malvillos, pálido, la nueva,
que, de su fee y amor llorando en prueba,
se mesaban las barbas a porfía,
como tudescos, muerto el que los guía;
mas deseando verse satisfechos
del sustento forzoso,
rindieron las almenas y los pechos
al héroe sin vitoria vitorioso,
y Micifuf, con todos amoroso,
porque le prometieron vasallaje,
hizo luego traer de su bagaje,
con mano liberal, peces y queso.
Alegre Zapaquilda del suceso,
mudó el pálido luto en rico traje;
diole sus brazos, y a su padre amado,
y el viejo a ella, en lágrimas bañado;
y para celebrar el casamiento,
llamaron un autor de los famosos,
que, estando todos en debido asiento,
en versos numerosos
con esta acción dispuso el argumento,
dejando alegre en el postrero acento
los ministriles, y, de cuatro en cuatro,
adornado de luces el teatro. 

jjjj

25/11/14

LA ROSA DE PAPEL. Valle Inclán.
















LA ROSA DE PAPEL
Melodrama en un acto para marionetas
de Ramón de Valle Inclán



Personajes
La Encamada
Simeon Julepe
La Musa
La Disa
La Comadre
Ludovina
La Mesonera
Pepe El Tendero
Una Vieja
La Pingona
Coro de Críos
Voces de la Calle
ESCENA ÚNICA
Lívidas luces de la mañana. Frío, lluvia, ventisquero. En una encrucijada de caminos,
la fragua de Simeón Julepe. Simeón alterna su oficio del yunque con los menesteres
de orfeonista y barbero de difuntos. Pálido, tiznado, con tos de alcohólico y pelambre
de anarquista, es orador en la taberna y el más fanático sectario del aguardiente de
anís. Simeón Julepe, aire extraño, melancolía de enterrador o de verdugo, tiene a
bordo cuatro capas. Bate hierro. Una mujer deshecha, incorporándose en el camastro,
gime con las manos en los oídos.
LA ENCAMADA: ¡Que me matas, renegado! ¡Que la cabeza se me parte.
Deja ese martillar del Infierno!
JULEPE: ¡El trabajo regenera al hombre!
LA ENCAMADA: ¡Borrachón! Hoy te dio la de trabajar porque me ves morir,
que de no estarías en la taberna.
JULEPE: A mí la calumnia no me mancha.
LA ENCAMADA: ¡Mi Dios, sácame de este mundo!
JULEPE: ¡No caerá esa breva!
LA ENCAMADA: ¡Criminal!

JULEPE: ¡Muy criminal, pero bien me has buscado!
LA ENCAMADA: ¡Sólo vales para engañar!
JULEPE: Florianita, atente a las consecuencias.
LA ENCAMADA: ¡Mal cristiano!
JULEPE: Ni malo ni bueno.
LA ENCAMADA: ¡Mala casta!
JULEPE: Tendré que ausentarme por no zurrarte la pandereta.
LA ENCAMADA: ¡Espera!
JULEPE: ¡No seas pelma!
LA ENCAMADA: ¡Oye!
JULEPE: Me quedé sordo de un aire.
Julepe, ladeándose la gorra, se dirige a la puerta. El viento frío arrebuja la cortina
cenicienta de la lluvia, que rebota en el umbral. La Encamada se incorpora con un
gemido.
LA ENCAMADA: ¡Escucha!
JULEPE: ¿Qué pasa en Cádiz?
LA ENCAMADA: Lleva aviso por los Divinos. Espera. En este burujo de
trapos tengo cosidos siete mil reales.
JULEPE: No sería malo.
LA ENCAMADA: ¡Tantos trabajos para juntarlos! ¡Tantas mojaduras por esos
caminos! ¡La vida me cuestan!
JULEPE: ¡No seas Traviata!
LA ENCAMADA: ¡Así me lo pagas!
JULEPE: ¡Que esperanza!
2
 

LA ENCAMADA: ¡Lo que amasaron mis sudores, tú lo derrocharás en la
taberna!
JULEPE: ¡A ver ese burujo!
LA ENCAMADA: ¡Déjamelo! ¡Espera! Palparlo, si... Pero no te lo lleves. Ya
lo tendrás. Espera que cierre los ojos. Palparlo, sí.
JULEPE: ¡Pues parece dinero!
LA ENCAMADA: ¡Siete mil reales! ¡Cuántos trabajos!
JULEPE: ¡Eres propiamente una heroína!
LA ENCAMADA: No te lo lleves. Poco tendrás que esperar. Palpa, palpa
cuanto quieras.
JULEPE: ¿Lo tienes bien contado?
LA ENCAMADA: ¡Siete mil trabajos!
JULEPE: ¿No te obcecas?
LA ENCAMADA: ¡Contados y recontados los tengo!
JULEPE: ¿Es puro billetaje?
LA ENCAMADA: Billetaje de a ciento.
JULEPE: ¡Una heroína! No hay más. ¡Una heroína de las primeras!
LA ENCAMADA: Simeón, procura mirar por los hijos, y no dejar mis sudores
en la taberna.
JULEPE: Ya estás faltando.
LA ENCAMADA: ¡Te conozco, Simeón Julepe!
JULEPE: También yo conozco mis deberes.
LA ENCAMADA: Lo que gastes en copas, a tus hijos se los robas.
hombre de bien!
JULEPE: ¡En ese respective, ninguno me echa la pata!
3

¡Sé

LA ENCAMADA: ¡No me dejes sin los Divinos!
JULEPE: Tendrás cuánto desees. Eso y mucho más te mereces.
¡Que duda tiene! Yo respeto todos los fanatismos.
LA ENCAMADA: Estarás con la gorra quitada cuando entre el Rey del Cielo.
JULEPE: ¡Me sobra educación, Floriana!
LA ENCAMADA: ¡Pasa por la puerta de tía Pepa! Dile que venga para les
lavar la cara a los críos y vestirles la ropa nueva. ¡Angeles
de Dios, que tan solos en el mundo se queda!
JULEPE: Floriana, ¡con ese patetismo me las estás dando! ¡Hablas
como si ya fueses propiamente un cadáver! ¡No hay
derecho!
LA ENCAMADA: ¡Avísame por los Divinos!
JULEPE: En todavía no estás para eso. ¿Dónde has puesto el burujo
de los cuartos?
LA ENCAMADA: Bajo la rabadilla lo tengo. Date priesa. Simeón. ¡Quiero
estar despachada!
JULEPE: ¡Una heroína propiamente!
LA ENCAMADA: Toma soleta.
Julepe se afirma la gorra y sale contoneándose. Cuando se desvanece el rumor de los
pasos, la adolecida se incorpora abrazada al burujo de los dineros. En camisa y
trenqueando, sube la escalerilla del fayado. Se la oye dolerse, entre un pisar deshecho
y con pausas, pro la tarima del sobrado. Helada, y prudente, reaparece en la escalera.
Casi a rastra, llega al cocho y se asume en las mantas remendadas. Atenta y
cadavérica, el rostro perfilándose sobre un montón de trapos, cuenta las tablas del
piso. En su mente señala, el escondite que acaba de dar al tesoro. Dos vecinas
cotillonas, figuras grises con vaho de llovizna, se meten de un pulo por la puerta,
ponderando el arrecido de la helada, con canijo estremecimiento de las sayas,
húmedas y pingonas. Llega de fuera una farranchada de chicos que arrastran un
caldero y olor de sardinas asadas. LA MUSA y LA DISA – PEPIÑA MUS y JUANA DIS
son las comadres que ahora entraron.
LA MUSA:
Bien las aciertas quedándote en las pajas, Floriana. ¿Con
qué ánimos estás?
4
 

LA ENCAMADA: ¡Acabando!
LA MUSA: ¡Sí que no tienes muy buena cara!
LA DISA: ¿Y el médico no te receta?
LA ENCAMADA: Su receta fue que me dispusiesen.
LA MUSA: No llames al médico, Floriana. Si quieres gastarte un duro,
mándale decir una misa a San Blás ¡Te aprovechará mejor
que si lo tiras en médico y botica!
LA DISA: Al médico siempre es bueno tenerlo avisado. ¡Y si no,
acuerda cuando se despachó tía Cruces! El médico negó el
certificado, y trajo mayores gastos, porque se metió la curia.
LA ENCAMADA: Al Juzgado, para comerse una casa, con poco motivo le
basta.
LA MUSA: Y tú, pues tan sin pulsos te hallas, ¿no piensas arreglar las
cuentas del alma?
LA ENCAMADA: Simeón salió por los Divinos.
LA DISA: ¿Estás confesada?
LA ENCAMADA: Desde ayer tarde. Mi cuenta tengo rendida en este mundo y
el otro.
LA MUSA: ¡Muy dispuesta te encuentras!
LA ENCAMADA: Acato la divina sentencia.
LA MUSA: ¡Alabada sea tanta conformidad! Aun cuando no salga ser
esta tu hora, bien haces en estar preparada, Floriana.
LA ENCAMADA: ¡Acabo!
LA DISA: ¿No tomas agua templada?
LA MUSA: Una gota de anisado te daría calor.
LA ENCAMADA: ¡Espantaime el gato de sobre la cama!
5
 

LA DISA: ¿Dónde ves tu gato?
LA MUSA: Es propio delirio, Disa. Mírale que vira los ojos com para el
tránsito.
LA ENCAMADA: ¡Espantaime ese gato!
A estas, Simeon Julepe entra de la calle, la gorra cargada sobre una ceja y el paso
claudicante de borracho. Da una zapateta viendo a las cotillonas y se arranca los
pelos.
JULEPE: ¡Rediós! ¡A se apartar prontamente! Manos en alto.
LA MUSA: ¡No escandalices, borrachón!
JULEPE: ¡A ponerse treinta pasos de esa cama!
Simeón saca del pecho un papelote de rosquillas, y con doble traspiés se lo entrega a
las manos cadavéricas que salen de las mantas remendadas.
JULEPE: Floriana, ¡hazme el favor de decir qué hacen aquí esas
maulas!
LA ENCAMADA: ¡Espantaime ese gato!
LA MUSA: ¡Te repudia con ese texto!
Julepe, las manos entre las mantas, cachea bajo el desmadejado fantasma, que se
duele con estertores. Julepe se yergue tirándose de la greña.
JULEPE: ¡Puñela! ¡Mala rabia! ¡A cerrar prontamente esas puertas! ¡A
soltar lo robado! ¡Los sudores de esta heroína, el pan de mis
vástagos!
LA MUSA: ¡Buena la traes!
JULEPE: ¡Solemnísimas ladras!
LA DISA: ¡El ladrón lo eres tú, así que nos quitas la fama!
JULEPE: ¡Siete mil reales cosidos en un burujo!, ¿quién los ha
robado?
LA MUSA: ¡Un burujo! ¿Y de cuánto has dicho?
6
 

JULEPE: ¡Siete mil reales!
LA MUSA: ¡Quimerista!
LA DISA: ¡Borrachón!
JULEPE: ¡Siete mil reales en billetaje de a ciento!
LA MUSA: ¿Cuándo te tocó la lotería, Simeón?
LA DISA: ¿Dónde has visto tú siete mil reales? ¿Pintados?
JULEPE: ¡Rediós! ¡Ahorros y privaciones de esta mártir modelo!
Florianita, contesta a estas maulas con un corte de mangas.
¡Sácanos de este entredicho, Floriana! ¡Di tú si al jergón
hemos tocado!
LA DISA:
LA MUSA: Déjala en el sopor. A mi ver, tiene perdida el habla.
JULEPE: ¡A volver prontamente lo robado!
Declamatoria, Pepiña de Mus se encorvaba sobre el camastro, tocaba las manos
yertas, enclavijadas en el papelote de rosquillas, accionaba, movía un brazo en el aire,
como alón desplomado.
LA MUSA: ¡Descúbrete la cabeza y arrodíllate, Simeón Julepe!
JULEPE: ¿Pues?
LA MUSA: ¡Acabó!
JULEPE: ¡Un ángel pierdo!
LA DISA: ¡Ya está fría! Para mí acabó cuando este veneno entraba.
¡Aquel gran suspiro que dio ha sido para entregar el alma!
Simeón se arranca la gorra. El aire melodramático. Marcando con la cara torcida, sin
perder ojo de las cotillonas, cierra la puerta. Recostándose del muro con un traspiés,
se mete la llave en la faja.
JULEPE: Voy a cachear por el buruju. ¡Si no parece, os paso de un
balazo y me como vuestras entrañas!
LA DISA: ¡Deja ese tema, grandísimo borrachón! ¡Respeta la muerte!
7
 

LA MUSA: ¡No me quites la devoción de rezarle por el alma a la difunta,
Julepe!
JULEPE: ¡Si el buruju no parece, os coso a puñaladas!
Simeón catea entre las mantas, hunde en el jergón la ansiosa lividez de sus manos
tiznadas, remueve el cuerpo de la difunta.
JULEPE: ¡Rediós! ¡Aquí no hay nada! ¡Disponeos a morir por ladras,
grandísimas maulas!
LA DISA: ¡Mala centella te abrase la lengua, borrachón!
JULEPE: ¡A rezar el Señor Mío!
LA MUSA: ¡Mira bien, relajado!
JULEPE: ¡Ladras!
LA DISA: ¡Esa es la dolor que te pasa, Lutero!
LA MUSA: ¡Lo que tuvieras, ahí lo tendrás! Vamos a sacar del cocho a
la difunta!
Toman el cuerpo en vilo y se deshace el flaco nudo de las manos, derramando el
papelote de rosquillas. En la lividez de los dedos se aguzan las uñas violadas. Salen
de la camisa rabicorta las canillas, doblándose como rotas velas.
LA DISA: ¿Dónde la posamos? En el suelo parece escarnio.
LA MUSA: Pongámosla sobre el banco.
Dejan el cuerpo de la difunta arrimado a la pared, en un banco rojo y angosto. Julepe
levanta el camastro, aventa el jergón, sacude los guiñapos remendados.
JULEPE: ¡Nada! ¡Nada! ¡Nada! ¡Robado! ¡Inicuamente robado! ¡A
morir se ha dicho, so maulas!
LA DISA: ¡Ah de Dios! ¡Acudide, vecinos! ¡Es cas de Julepe! ¡Nos
degüella vivas de este sanguinario!
LA MUSA: ¡Ay, Julepe, si cojo una tranca!
8
 

En la batalla de las cotillonas y el borracho, la difunta rueda de la tarima y queda de
bruces, con el faldón sobre la rabadilla. Por la escalera del desván, en las alturas del
fayo, aparecen tres críos desnudos, encadillados bajo el cobertor. Sucia pelambre,
bocas lloronas, ojos apretados.
CORO DE CRÍOS: ¡Ay mi madre! ¡Mi madre! ¡Mi madre!
JULEPE: ¡Ante vuestros ojos inocentes voy a picarles la garganta a
estas malas mujeres!
Las cotillonas, cada una en su rincón, esperan, prevenidas. Pepiña de Mus esgrime un
picachón. Juana de Lis levanta el martillo del yunque.
LA DISA: ¡Ven ahora, borrachón! ¡Ven, que te desmeollo!
LA MUSA: ¡Como soy Pepa Mus, el pecho te paso!
JULEPE: ¡Robado! ¡Robado! ¡Robado!
CORO DE CRÍOS: ¡Mi madre! ¡Mi madre! ¡Mi madre!
JULEPE: ¿No os conduele la orfandad de estos niños? ¡Puñuela!
¡Con la vida vais a pagarlo!
Abre una arquilla que está pareja con el camastro, y la vuelca. Entre el baratijo de
lilailos sale un revólver antiguo, tomado de orín. El revólver romántico que de soltero
llevaba Julepe. Ahora lo empuña con gozo y rabia de peliculero melodramático.
JULEPE: ¡Tiene siete balas!
CORO DE CRÍOS: ¡Mi padre! ¡Mi padre! ¡Mi padre! ¡Mi padre!
LA DISA: ¡Borrachón! ¡Mira qué ejemplo para esos huérfanos!
JULEPE: ¡A morir se ha dicho! ¡A morir, sin remedio! ¡A morir, por
encima de la corona del Papa!
LA MUSA: No te ofusques y cachea bien. El burujo de los cuartos, si es
verdad que los había, tiene que parecer.
LA DISA: ¡Inocentes estamos, borrachón! ¡Si pudiese hablar la
difunta, lo hablaría igual!
LA MUSA: Cachea entre las pajas. Bájale primero la camisa a la
difunta, que parece un escarnio.
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LA DISA: ¡Y un mal ejemplo para las criaturas!
LA MUSA: Ponla en el banco.
JULEPE: Cadáver frío, ¡tú solamente puedes aclarar esta causa
célebre!
Julepe se tira de los pelos. Del cadillo de críos, que hipan y lloran, sale una voz
arratada.
LA VOZ DE LA RATA: ¡El buruju de los cuartos lo escondió, después, mi madre en
la bufanda!
JULEPE: ¡Qué dices, ángel celeste!
LA DISA: Inocente, ¡tú nos salvas!
Julepe se lanza a la escalera y sube en dos trancos, desbaratando el retablo de
monigotes que hipa y lloriquea bajo la claraboya. Los calcaños azules y las alpargatas
desaparecen por la escotilla del fayado. En torno de la casa rueda un vocerío de
comadres. Hay aporreos en la puerta y el ventano.
VOCES DE LA CALLE: ¿Qué pasa? ¿Sois vivos o muertos? ¿Quién pide auxilio?
LA MUSA: ¡Dos tristes mujeres!
LA DISA: ¡Con quitarnos la vida nos amenaza el borrachón de Julepe!
VOCES DE LA CALLE: Julepe, ¡no te ciegues!... ¡Abre la puerta!
LA MUSA: ¡Entregó el alma a la Floriana!
LA DISA: ¡Deja un gato de muchos miles!
VOCES DE LA CALLE: ¡Abre la puerta! ¡No te arrebates, Julepe!
LA DISA: ¡Echó la llave para nos degollar!
LA MUSA: ¡Este verdugo quería morcillas para el velorio!
LA DISA: ¡Viva me veo de milagro!
VOCES DE LA CALLE: ¡Julepe, abre! ¡Abre, Julepe!
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JULEPE:
¡Ahí va la llave!
La llave cae de lo alto, Julepe, en la boca del escotillón, corta con la navaja el cosido de
trapos. Avista el dinero y se guarda el burujo en la faja.
CORO DE CRÍOS: ¡Mamá Floriana! ¡Mamá Floriana!
JULEPE: ¡Bien hacéis en llorarla, tiernos vástagos! ¡Esposa y madre
modelo en los cuatro puntos cardinales! ¡Una heroína de
las aventajadas!
Julepe se tira por la escalera con los brazos en aspa y cae a los pies de la difunta. Se
levanta abrazado con ella. El retablo de vecinos asoma mudo, sin traspasar la puerta,
y en aquel silencio la voz del borracho se remonta con tremo afectado y patético.
JULEPE:
Floriana, ángel ejemplar, ¡no tengo lágrimas para llorar tu
irreparable pérdida! ¡No las tengo! ¡Me falta ese consuelo!
¡Soy propia fiera! ¡Soy un corazón de piedra dura! Floriana,
¡contigo se derrumba esta familia! ¡Vuelve a la vida,
Floriana!
A uno y otro lado le asisten las dos cotillonas. Juan Dis y Pepiña de Mus. Aquella
sostiene la exangüe cabeza de la difunta, y esta, los amarillos calcañares. Posan en el
jergón la yerta figura de cera y la cubren con una sábana. Julepe, el aire fatalista y
menestral, estruja la gorra entre las manos, mira al cielo y sale.
LA DISA: ¡Acompañailo alguno, que es un hombre desesperado!
LA MUSA: Encarga la caja, Julepe.
Entran de refilón algunos chicuelos descalzos y pelones, la expresión unánime, curiosa
de susto y malicia. Se deshace el cadillo de los tres que lloran bajo la claraboya.
Salen coritos de la manta, bajan a la vera del cadáver.
CORO DE CRÍOS: ¡Mamá Floriana! ¡Mamá Floriana!
LA DISA: A estas criaturas hay que ver de cubrirles las carnes.
LA VOZ DE RATA: Ya mamá sacó, después de la hucha, la ropa nueva.
La Musa, que ha ido a cubrirse con la mantilla y ha vuelto, comienza un planto. Otra
comadre sacude sobre el rígido bulto ensabanado un aspergis de agua bendita. Otra
levanta una punta del lienzo y contempla el rostro de la muerta.
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LA COMADRE: ¡Qué blanca! ¡No tenía los treinta años! ¡Fue pretendida de
caballeros y cayó con esa mala casta!
LA DISA: ¡Cegueras!
LA COMADRE: ¿No disponéis amortajarla antes que encalle? ¡Mirai que
después es mucha faena!
LA DISA: No sabemos cuál sea la voluntad de Julepe.
LA COMADRE: Cualesquiera aguarda lo que resuelva ese borrachón. Yo,
por mi cuenta, voy a disponerla.
LA MUSA: ¡Ahora te ayudo, curmana!
LA COMADRE: Pondrémosla la ropa de guarda. ¡Si había de llevarla una
intrusa, va mejor empleada!
CORO DE CRÍOS: ¡Mamá Floriana! ¡Mamá Floriana!
La Musa prolonga los alones de su mantilla sobre las cabezas de los tres coritos, y
comienza una prosa dramática, ritual de tales fúnebres pasos.
LA MUSA:
Tiernos ángeles, ¡recordai siempre este momento de la
última despedida a la cabecera de vuestra madre! ¡Pérdeis
el mayor bien de este mundo, cuyo es el amor de madre!
¡No más os digo! ¡El último beso depositai en la frente de
esa rosa mártir!
El retablo de los tres coritos se encoge, lloroso, bajo los negros alones de la mantilla.
Pepiña de Mus los empuja sobre la difunta, abiertos los brazos y la cara vuelta a las
otras comadres.
LA MUSA: ¡Son duros de corazón estos rapaces!
LA COMADRE: Criaturas, ¡salen al tenor del ejemplo que reciben!
LA DISA: ¡Dioles ahora el aquel de quedarse aboyados!
LA MUSA: Rebeldes, ¡el último beso depositai en el rostro de vuestra
madre! Decí conmigo: Madre inolvidable, ¡mira por nosotros
desde el Cielo! ¡Sé nuestro ángel en tantas ocasiones de
pecar como ofrece a la juventud ete valle de lágrimas!
¡Considerai que de aquí va para la cueva!
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CORO DE CRÍOS: ¡Mamá Floriana! ¡Mamá Floriana! ¡Qué tan fría!
Floriana!
LA MUSA: ¡Al fin rompieron estos rebeldes!
LA DISA: ¡Están asustados!
LA COMADRE: Hay que vestirlos.
LA VOZ DE LA RATA: ¡Ya, después, sacó mamá la ropa nueva!
LA COMADRE: ¡Mujer de su casa!
¡Mamá
La Musa azota a barullo el corito nalgario de los tres rapoaces y los encamina por la
escalera del fayado.
LA COMADRE: Criaturas, ¡no saben el bien que pierden!
LA DISA: ¡Veinte mil reales deja ahorrados! ¡Julepe quería picarnos
la garganta porque no daba con ellos!
LUDOVINA LA MESONERA:
¡Nadie le hacía un gato tan grande a la Floriana!
LA COMADRE: ¡Mujer de su casa!
PEPE EL TENDERO: ¡Se me hace mucha plata!
LA DISA: ¡Veinte mil reales que irán derechos a la taberna!
PEPE EL TENDERO: ¡Tienen muchas tripas! Si se le pone en la idea, puede
encargar un panteón para esos restos.
LA COMADRE: ¿Aonde vas tú?
LA DISA: ¡No es tan negra la pena de Julepe!
PEPE EL TENDERO: Ustedes, mujeres, ¡ciertas cosas no las comprenden!
LA COMADRE: ¡Lo cierto es que sobrecogía verlo abrazado a la difunta!
¡Talmente el sermón del desenclavo!
LA DISA: Su mérito no se le niega.
UNA VIEJA: ¡Mucho trabajaste en este mundo, Floriana!
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Durante el palique, las cotillonas engalanan a la difunta. Con el pico de un paño
mojado le lavan la cara. La incorporan para meterla el justillo y la saya nueva. Una
vecina trae dos cabos de vela bajo la mantilla y, compungiéndose, los entrega a las
comadres gobernadoras. Otra sale corriendo y vuelve con una rosa de papel para
adornar el lívido nudo de las manos yertas. A uno y otro lado chisporretean los dos
cabos de vela.
LA COMADRE: Disa, cachea por unas medias. No sé si le entrarán estas
batinas. ¡Mirailas sin estrenar! ¡Por eso la vida mucho
enseña! ¡Bien ajena estaba de que las estrenaría al ir para
la cueva!
LA DISA: Las estrena para comparecer en presencia de Dios. ¡Qué
mejor empleo!
Entra una vieja pingona con el féretro terciado sobre la cabeza, seguida de un rapaz
cirineo que porta la tapa. El retablo de huérfanos, ahora, vestidos de domingo, con
gorros de estambre y zuecos gaiteros, llora bajo la claraboya.
CORO DE CRÍOS: ¡Mamá Floriana! ¡Mamá Floriana!
LA PINGONA: ¡Criaturas parten el alma! ¿Dónde descargo, Disa?
LA DISA: Donde halles lugar.
LA PINGONA: ¿Y el viudo?
LA DISA: Tramitando el entierro.
LA PINGONA: El caso es que no demore. Encargó lujo, y veremos cómo
habla al soltar los cuartos. ¡Catorce pesetas, sin caídas, que
con ellas son diecinueve!
LA DISA: ¡Más hereda!
LA PINGONA: ¿Luego es verdad que la difunta deja un gato de dos mil
pesos?
LA DISA: No se sabe el cuánto. Será más o menos.
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LA PINGONA: ¡Era muy ahorrativa la Floriana!
LA COMADRE: ¡Mujer de su casa!
LA PINGONA: Con muy buenas amistades. ¡Y a todo esto aún no le recé
una gloria por el alma!
Se arrodilla a los pies del cadáver. Las luces de cera, con versátiles fulgores, acentúan
el perfil inmóvil, depurado, casi traslucido. En el crispado enclavamiento de las manos,
la rosa de papel se enciende como una llama. Rematado el rezo, se santigua La
Pingona.
LA PINGONA: ¡Tiene manos de señorita
LA COMADRE: ¡Cuando soltera fue muy madama, ahora que estos tiempos
no era conocida!
LA PINGONA: ¡Hasta le dejó una sonrisa la muerte! Así, lavada y
compuesta, parece una propia Hija de María. ¡Y qué
prendas! Pañoleta de galería, su buena falda, enagua de
piquillos, botinas nuevas, medias listadas. ¡Talmente una
novia!
LA COMADRE: ¡Mujer de su casa!
LA PINGONA: Sabiendo buscarse las amistades.
gloria por el alma!
¡Déjamele rezar otra
Entra, con un traspiés, Simeón Julepe. Metida por la cabeza, hasta los hombros, trae
una corona de pensamientos y follaje de latón con brillos de luto, la corona menesteral
y petulante, de un sentimentalismo alemán. Julepe tiene la mona elocuente.
JULEPE:
¡Esposa ejemplar, te rendiré el último tributo en el
cementerio! El Orfeón los Amigos te cantará La Marsellesa.
Yo, con el alma traspasada, no desertaré de mi puesto. Tu
espíritu, libre de este mundo donde tanto sufre el proletario,
merece que tu esposo inolvidable sacrifique en el acto
fúnebre una mísera parte de tus sudores. ¡En los cuatro
puntos cardinales, modelo de esposas, con patente!
Tendrás los honores debidos, sin que te falte cosa ninguna.
Tu inconsolable viudo te lo garanta. El Orfeón los Amigos te
ofrece la corona reservada a los socios de mérito.
Simeón deposita la corona a los pies de la difunta y se retira para juzgar el efecto, con
la gorra estrujada entre las manos. El retablo de vecinos guarda silencio. La difunta,
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en el féretro de esterillas doradas, tiene una desolación de figura de cera, un acento
popular y dramático. La pañoleta floreada ceñida al busto, las tejas atirantadas por el
peinado, las manos con la rosa de papel saliendo de los vuelillos blancos, el terrible
charol de las botas, promueven un desacorde cruel y patético, acaso una inaccesible
categoría estética.
JULEPE: ¡Floriana, que tan angélica te contemplo con esa rosa en las
manos! ¡Floriana, astro resplandeciente, estas caritativas
mujeres muy maja te pusieron! Todos nuestros vecinos se
conduelen de mi viudez. El Orfeón los Amigos te ofrece esa
corona de mérito. ¿Nada respondes? Inerte en la caja
desoyes las rutinas de este mundo político. Me sobrepongo
a mi dolor, y digo: ¡Solamente existe la nada! No asustarse,
vecinos, es el credo moderno.
LA MUSA: ¡Calla, borrachón, que hasta la propia finada parece
escandalizarse!
JULEPE: Yo no falto. ¡Floriana, que tan angélica te contemplo con
esa rosa y las medias listadas! ¡Dispuesta pareces para
salir a un espectáculo, visión celeste! ¡Se van a ver cosas
chocantes en la puerta del Cielo! ¡Rediós, cuando tú
comparezcas con aquel buen pisar que tenías, los atontas!
LA PINGONA: ¡Eso sería si fuesen profanos!
LA COMADRE: Date un nudo a la lengua, Julepe.
JULEPE: ¡Rediós, era mi esposa esta visión celeste, y no sabía que
tan blanca era de sus carnes! ¡Una cupletista de mérito, con
esa rosa y las medias listadas!
LA MUSA: ¡Tú apuraste alguna torpe bebida de los infiernos!
JULEPE: ¡Fuera de aquí, beatas y alcahuetas!
LA DISA: ¡Calla, escandaloso!
JULEPE: ¡Estoy en mi derecho!
Da un traspiés, abriendo los brazos sobre la difunta, y se entremeten, con
escandalizado revuelo, las mujerucas.
LA COMADRE:
¡Serénate, Simeón!
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LA DISA: ¡Hay que ser un hombre fuerte!
JULEPE: ¡Lo soy!
LA MUSA: ¡Es un mal ejemplo!
JULEPE: ¡Apartarse, puñela! Estoy en mi casa y me pertenece esa
visión celeste. ¡Con esa rosa y esas medias listadas, no es
menos que una estrella de la Perla!
LA DISA: ¡Estragado!
JULEPE: Estoy en mi derecho. ¡Ángel embalsamado!, ¿qué vale a tu
comparación el cupletismo de la Perla? ¡Rediós, médicos y
farmacéuticos, vengan a puja para embalsamar este cuerpo
de ilusión! No se mira la plata. Cinco mil pesos para el que
lo deje más aparente para una cristalera. ¡No me rajo!
¡Tendrás una cristalera, Floriana! Estoy en mi derecho al
pedirte amor. ¡Fuera de aquí!
Otro traspiés para llegar a la difunta. Cae una velilla, y en las manos de marfil arde la
rosa de papel como una rosa de fuego. Arden las ropas, arde el ataúd. Simeón Julepe,
entre las llamas, abrazado al cadáver, grita frenético. Las mujerucas retroceden,
aspando los brazos. Toda la fragua tiene un reflejo de incendio.
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