2/3/21

SCENARI. El marido.

 






















SCENARI 

El marido



Personajes:

PANTALONE, viejo

PEDROLINO, criado

OLIVETTA, criada

ORAZIO, hijo

FLAMINIA, pupila de Pantalone

GRAZIANO, doctor

ARLECCHINO, criado

ISABELLA, hija

CORNELIO, marido o sea FRANCESCHINA, su nodriza

CAPITAN SPAVENTO

Muchas linternas, muchos camisones; lo necesario para vestir de mujer a Arlequino. Nápoles, ciudad.


ARGUMENTO

Había en la ciudad de Nápoles dos viejos, Pantalone y el doctor Graziano; tenía el primero un hijo, de nombre Orazio, y el segundo una hija, de nombre Isabella, los cuales, creciendo en edad, y conformes en amor, estaban, por larga amistad que les venía de la infancia, casi siempre juntos.

Temía Pantalone que su hijo se casara con Isabella, por ser él riquísimo, en tanto que ella, aunque de noble origen, era de condición poco holgada; por esto, fingiendo tener negocios en Lyon de Francia, hizo que ciertos parientes que allá tenía requirieran la presencia del joven Orazio; éste, viéndose obligado a emprender el viaje, dijo a Isabella, al despedirse, que con toda seguridad estaría de vuelta a los tres años: y que no fuera ella a casarse con otro, a menos de que él no volviera; por su parte, él se daría maña para poder volver acaso antes del término establecido.

Partió, pues Orazio, y la joven quedó esperando que pasaran los tres años, y viendo que ya se acercaba el término, se quejaba de Orazio con su nodriza; ésta, segura de que la demora era por culpa de Pantalone, que retenía allá a su hijo esperando que entre tanto Isabella se casara con otro, y Orazio no tuviera más remedio que renunciar a ella, decide ayudar a Isabella. Se provee de joyas y dineros, hace que un médico le dé un brebaje letárgico, y lo bebe; habiendo perdido por cierto tiempo los sentidos y pareciendo a ojos de quienes la veían estar muerta, es sepultada, luego, por la noche con la ayuda del médico, la sacan del sepulcro, vuelve en sí y se va a Roma; permanece allí un año y, vistiendo ropas de hombre, regresa a Nápoles, donde se hace amigo del padre de Isabella; y le pide a esta por esposa. El viejo, creyéndole gentilhombre romano, se la concede. Viendo Pantalone que ha desaparecido el impedimento constituído por Isabella, hace que Orazio vuelva a Nápoles. Lo que sigue, lo muestra la obra.

ACTO PRIMERO

ORAZIO cuenta al CAPITÁN la causa de hallarse de incógnito en la ciudad: el amor de Isabella; dice que quiere encontrar la manera de hablar con ella, antes de presentarse a su padre. CAPITÁN trata de disuadirlo de semejante amor, siendo ella una mujer casada. Él dice que no puede; CAPITÁN le ofrece su casa y se va; ORAZIO discurre sobre la muerte de Franceschina, nodriza de Isabella; en eso PEDROLINO dice haber soñado que Orazio había vuelto; lo ve, ambos se saludan efusivamente, luego hablan de Isabela y Franceschina; al fin, apesadumbrados, se van.

PANTALONE, desde el interior, llama a Pedrolino; GRAZIANO, desde el interior, llama a Arlecchino; salen a escena: PANTALONE se queja de que Pedrolino es demasiado solícito, y GRAZIANO de que Arlecchino es demasiado holgazán. PANTALONE se alegra con el Doctor por haber éste casado a su hija con el joven romano, y dice que de buenas ganas daría marido a su pupila Flaminia, huérfana de Cassandro; GRAZIANO se ofrece para casarse con ella; PANTALONE dice que ya hablarán del asunto, y que entre tanto lo pensará; GRAZIANO dice que mandará a Arlecchino por la respuesta, y se va. PANTALONE se queda, discurriendo que ama a Flaminia y que en la ocasión podrá gozársela, por ser pobre el Doctor y él rico; la llama.

FLAMINIA escucha lo del marido: dice que reflexionará; PANTALONE insiste para que se resuelva a aceptarlo, la manda de vuelta a casa, luego pide a OLIVETTA que convenza a Flaminia y se va. OLIVETTA se ríe de Pantalone, habla del amor que siente por Arlecchino; en eso el CAPITÁN SPAVENTO la ve, le pregunta por Flaminia; ella le dice que ha llegado muy oportunamente, y llama a Flaminia.

FLAMINIA cuenta al CAPITÁN todo lo que ha concertado Pantalone con el Doctor, nuevamente se prometen amor y deciden advertir al viejo (Doctor), con el fin de que en la ocasión Flaminia pueda hablar a Isabella por Orazio, descubriéndole la verdad de la situación. Las mujeres entran en la casa; el CAPITÁN se va por la calle.

PEDROLINO, desesperado porque Orazio quiere hablar con Isabella; se resuelve a satisfacerle y llama a la puerta; en eso.

CORNELIO, desde el interior; PEDROLINO se retira. CORNELIO lo ve y finge que no lo ve; luego llama a Isabella, su esposa.

ISABELLA le hace una escena de celos; luego CORNELIO se va, y ella se queda. PEDROLINO que, apartado, lo ha estado observando todo, se pone a llorar; ISABELLA le pregunta el motivo de su llanto; él explica que es el recuerdo de Franceschina. ISABELLA dice que la persona que quiere una vez, querrá siempre, y que el perfecto amor nunca se olvida. PEDROLINO toma ocasión de estas palabras para revelarle la llegada de Orazio; ISABELLA se niega a hablar con él, por estar casada, por no mancillar su amor, y por haber comprendido que Orazio nunca la ha querido; en eso

ORAZIO la ve, quiere acercársele, y ella, al verlo, cae sin sentidos. ORAZIO la llora; lo mismo PEDROLINO; en eso

ARLECCHINO, desde la casa, ve a ISABELLA como muerta, y la llora; hace que PEDROLINO la ayude a llevarla a su casa; ORAZIO, solo, se va llorando; y aquí termina el primer acto.



ACTO SEGUNDO

OLIVETTA: enviada por Flaminia para hablar con ISabella de parte de Orazio; en eso

PEDROLINO, desde la casa de Isabella, oye a OLIVETTA decir que va a hablar con Isabella de parte de Orazio y del Capitán. PEDROLINO la manda a su casa, diciéndole que se encargará él mismo: ella se va a su casa y él se queda; en eso

CAPITÁN y ORAZIO vienen hablando de lo ocurrido, ven a PEDROLINO, el cual les da la noticia de que ISabella ya se ha repuesto perfectamente. Se alegran. PEDROLINO les dice que cuando vean a Graziano, muestren saber que él es el prometido, para burlarse de él, dado que él no los conoce; en eso

GRAZIANO, alegre, dice que quiere mandar a Arlecchino a ver a Pantalone por la respuesta; ORAZIO y el CAPITÁN lo saludan, diciéndole que desean honrar su boda, de la que se habla públicamente en la ciudad, y se van; GRAZIANO se alegra, llama a su criado.

ARLECCHINO aparece; GRAZIANO lo envía a casa de Pantalone por la respuesta acerca de su boda, y se va. ARLECCHINO, muy alegre, pues podrá obtener a Olivetta; en eso

PEDROLINO que, apartado, todo lo ha oído, se muestra afanosamente solícito con ARLECCHINO, diciéndole que lleva a Graziano la noticia de que Flaminia será sin más su esposa y que Olivetta será de Arlecchino, y le pide la propina. ARLECCHINO le dice que manifieste qué es lo que quiere; PEDROLINO le contesta que no quiere sino hablar con Isabella, descubriéndole el amor de Orazio; ARLECCHINO odiando a Cornelio, marido de Isabella, accede y llama a Isabella.

Sale ISABELLA; PEDROLINO y ARLECCHINO la exhortan a satisfacer a Orazio; ella se rehusa; por último, cediendo a los muchos ruegos, se decide a hablarle. PEDROLINO, contento, va en busca de Orazio; ARLECCHINO exhorta a ISABELLA no sólo a satisfacer a Orazio, sino también a muchos otros caballeros que la aman, magnificándole la vida de las cortesanas; en eso

CORNELIO que, apartado, ha oído todo lo que ha dicho Arlecchino, se manifiesta; ARLECCHINO , temiendo que le haya oído, enseguida le dice que tiene a la esposa más casta de la ciudad. CORNELIO e ISABELLA, con ceremonias, entran en la casa; ARLECCHINO se alegra de haberla convencido, y se va.

PANTALONE dice que confía en que Olivetta le haya servido induciendo a Flaminia a casarse con Graziano; en eso

OLIVETTA dice a PANTALONE que Flaminia está dispuesta a hacer su voluntad. PANTALONE se alegra; en eso

ARLECCHINO pregunta a PANTALONE por la respuesta sobre la boda del doctor Graziano; PANTALONE le dice que a novia está bien dispuesta y que va a mandar a Olivetta a llevar la buena nueva, y entra en su casa. OLIVETTA y ARLECCHINO se quedan y hablan de sus propios amores; en eso

PEDROLINO, se alegra con ellos, luego los casa, ordenándoles que esa noche duerman juntos y se gocen el uno del otro; les promete hallar la manera para que puedan hacerlo; los dos muy contentos. PEDROLINO dispone que hagan salir de la casa a Graziano y a Cornelio, a fin de que Orazio pueda hablar con Isabella; los dos llaman, y PEDROLINO se aparta.

CORNELIO dice que Graziano no está en casa; en eso

GRAZIANO llega; los criados le dan la noticia de que la novia consiente, y le exhortan a enviarle un buen presente. GRAZIANO y CORNELIO van a las joyerías; los criados se marchan.

PEDROLINO y ORAZIO vienen para hablar con Isabella, estando ésta sola en casa: llaman a la puerta.

ISABELLA sale para escuchar a ORAZIO; éste le dice su pasión, aduciendo muchas excusas por no haber vuelto en conformidad con lo que le había prometido; ella también aduce sus excusas, dice haberle esperado, y le ruega, por el amor que dice tenerle, que se retire de su presencia, pues no querría caer en culpa; ORAZIO obediente, se va con PEDROLINO. ISABELLA se queda, diciendo qué esfuerzo le ha costado alejar a Orazio y ahora comprende mejor que nunca que Orazio la ama realmente; en eso

CORNELIO llega; ISABELLA le cuenta lo ocurrido, diciéndole que ya le parece llegado el momento de descubrir el engaño; y aquí, diciendo cada uno que la naturaleza sufre, abrazados entran en la casa; y termina el segundo acto.



ACTO TERCERO

PANTALONE dice que Olivetta tarda mucho en volver, y manifiesta su pasión amorosa por Flaminia; en eso

PEDROLINO llega y oye a Pantalone decir que ama a Flaminia; le dice que se equivoca al no saborear el primer bocado, lo exhorta a hacerlo; PANTALONE encantado; en eso

GRAZIANO con OLIVETTA: joyas y otras cosas para la novia; saludan a PANTALONE, luego envían a PEDROLINO a llamar a Flaminia. Hablan del vínculo de parentesco que van a contraer y resuelven que la boda tenga lugar al día siguiente por la noche; en eso

FLAMINIA con P; éste le dice: “Hágalo sobre mí”. FLAMINIA toca la mano al Doctor; recibe los obsequios, después entra en casa con PANTALONE y OLIVETTA, diciendo ésta a PEDROLINO: “acuérdate de mí”. GRAZIANO escucha de labios de PEDROLINO que la novia desea dormir con él esa noche, disponen cómo hacer para que pueda gozársela, convienen en hacer una determinada señal; lo envía a su casa, para que le mande a ARLECCHINO. PEDROLINO manifiesta que quiere burlar a los viejos y hacer el gusto de los jóvenes; en eso

ARLECCHINO sale, PEDROLINO le ordena vestirse de mujer y le dice que cuando le haga determinada señal, acuda, pues le llevará donde Olivetta le estará esperando, habiéndolo dispuesto así ya con ella. Lo manda a casa, para que haga salir a Isabella, con la que desea hablar, y se queda; en eso

PANTALONE llega, ruega a PEDROLINO que le haga gozar de Flaminia esa misma noche; PEDROLINO promete ocuparse, le dice que vuelva a casa y espere que le haga una señal determinada, y como ha prometido hacer que el doctor goce de Flaminia esa noche, hará que el Doctor se acueste, en cambio, con Olivetta, y haciendo salir a Flaminia en la nochela llevará luego a su casa por su cuenta,y que antes de la madrugada sacará a Olivetta del lado de Graziano y a Flaminia del lado de Pantalone, y que el Doctor, que es un tonto, no se dará cuenta, en la oscuridad, de que no ha dormido con Flamina, sino con Olivetta. Pantalone, muy contento, se va a su casa; PEDROLINO se queda; en eso

ISABELLA escucha de labios de PEDROLINO cómo desea él que ella dé satisfacción a Orazio; después de muchos ruegos, ella se decide a recibirle aquella noche, pero dice que es preciso que Pedrolino venga con él, para acostarse con su marido (Cornelio), mientras ella se dará placer con Orazio. PEDROLINO lo piensa, al fin promete ir. ISABELLA vuelve a casa y PEDROLINO va en busca de Orazio.

FLAMINIA, asomada a la ventana, sospecha que PEDROLINO pueda hacerle una mala broma, se arrepiente de haberle tocado una mano al Doctor; en eso

CAPITÁN la ve; ella le cuenta lo ocurrido y convenido: que tienen que encontrarse juntos esa noche y no sabe qué hacer. CAPITÁN le infunde valor; en eso

ORAZIO llega, se saludan afectuosamente; FLAMINIA le pregunta por Pedrolino; ORAZIO dice que no sabe dónde anda, y que ya va cayendo la noche. FLAMINIA se retira, ellos se quedan; en eso

PEDROLINO ve a los amantes, los induce a retirarse, diciendo que luego ya se alegrarán; ellos se retiran, PEDROLINO hace la señal convenida.

ARLECCHINO vestido de mujer; PEDROLINO le hace apartarse, y luego hace la señal para Pantalone.

PANTALONE sale, PEDROLINO le entrega a Arlecchino por Flaminia, y él se lo lleva a su casa. PEDROLINO hace la señal para el Doctor.

GRAZIANO sale, PEDROLINO le hace apartarse, luego hace la señal para Olivetta.

OLIVETTA sale; PEDROLINO se la entrega al doctor por Flaminia; el DOCTOR se la lleva a su casa; PEDROLINO hace la señal para FLAMINIA.

FLAMINIA sale; PEDROLINO se la entrega al CAPITÁN, y la pareja se mete en la casa para darse placer. PEDROLINO hace la señal para Isabella.

ISABELLA sale, PEDROLINO se la entrega a ORAZIO; ambos entran en la casa para darse placer, y PEDROLINO también entra para acostarse con Cornelio.

PANTALONE, con una linterna y camisón, persiguiendo con su daga a ARLECCHINO; ARLECCHINO, huyendo, al fin logra explicar que Pedrolino le ha engañado, pues le había prometido hacerle acostar con Olivetta. PANTALONE dice que oye ruido en la casa; entra. ARLECCHINO se queda; en eso

PANTALONE, desde adentro, grita: “¡A las armas, a las armas!”; en eso, salen el CAPITÁN en camisón y FLAMINIA, diciendo que ya son marido y mujer, y que Pedrolino los ha casado; en eso oyen rumor: OLIVETTA huyendo, perseguida por GRAZIANO; los dos se encuentran burlados por Pedrolino; oyen nuevamente rumor: en eso ORAZIO en camisón con ISABELLA: dan la culpa a Pedrolino, al ser reprendidos por GRAZIANO; otra vez ruido: en eso PEDROLINO en camisón huyendo; CORNELIO le persigue; PEDROLINO grita que, viéndolo con trenzas, le parece el fantasma de Franceschina. ORAZIO lo revela todo, habiendo sido enterado por Isabella. PANTALONE amonesta a su hijo ORAZIO, al fin se aplaca y así ORAZIO se casa con ISABELLA, el CAPITÁN con FLAMINIA, y PEDROLINO con Cornelio (supuesto marido de Isabella, y que es Franceschina); y aquí acaba la comedia.



LA CALUMNIA. Lillian Hellman.

 











LA CALUMNIA




Lillian Hellman





ACTO PRIMERO



Cuadro primero



La acción transcurre en un caserón en el campo. Es una residencia femenina de estudiantes. Una amplia sala de estar con ventanales al jardín, una biblioteca y una chimenea. A la izquierda una puerta comunica con un aula y a la derecha otra puerta da acceso a una alcoba que ocupa un tercio del escenario y que al comenzar la representación permanece a oscuras.


Del aula llega la voz de una muchacha que recita sin demasiada fortuna unos versos de Walt Whitman. De fondo se aprecia un cierto alboroto. Evidentemente, las chicas no se toman muy en serio la clase de Declamación.


PEGGY (Off) -


"Mirad, la luna sube,

se eleva de oriente la luna redonda de plata,

Hermosa sobre los tejados, tétrica, luna fantasma,

Luna inmensa y silenciosa"...........



Una voz de mujer interrumpe malhumorada el recitado.


LILY MORTAR (Off).-

¡Basta, basta! Muy mal, Peggy, muy mal. Podría perdonarte las

equivocaciones si al menos apreciara que prestas atención a las

palabras de Whitman, si les dieras un sentido, si pusieras pasión

en lo que dices... Pero esa indiferencia... No la soporto.


Durante las palabras de Mrs. Mortar continúa el revuelo en la clase.


Ahora cruza el salón jugueteando Mary Tilford, una joven de unos dieciséis años, que lleva un ramillete de flores en la mano.


LILY MORTAR (Off).-

Peggy, por Dios, es que no te puedes imaginar por un momento

que eres tú la autora de los versos? ¿No puedes penetrar en sus sentimientos?... Es la sensibilidad la que hace al artista.



Mary, tras remolonear por el salón unos segundos, se acerca a la puerta que comunica con el aula y toca con los nudillos, al tiempo que hace una mueca burlona. La puerta se abre y asoma la cabeza de Mrs. Mortar.


LILY MORTAR.-

¿Ahora llegas? ¡A buenas horas, Mary! (se vuelve hacia adentro)

¡Señoritas, recojan! Más vale que lo dejemos por hoy. Salgan por la puerta del jardín. que quiero tener unas palabritas con esta señorita. (Se oye el ruido de los pupitres cerrándose y las voces de las chicas que salen al recreo. Dirigiéndose a Mary y cerrando la puerta del aula). Si la clase de Declamación no te interesa, por lo menos deberías recordar que a mí se me debe un respeto.¿Se puede saber dónde te habías metido?


MARY TILFORD.-

No lo hecho adrede, señora Mortar. Si me he retrasado ha sido porque me entretuve cogiendo estas flores para usted. (Le entrega el ramillete, que escondía a su espalda). Pensaba que le iban a gustar y la verdad es que se me pasó el tiempo volando.


LILY MORTAR (aceptando las flores encantada)

¡Pobrecita! Es una iniciativa muy delicada, Mary. A pesar de los muchos ramos de flores que he recibido a lo largo de mi carrera teatral, sigo emocionándome cada vez que alguien me regala unas flores... Te lo agradezco, Mary, pero hay que pensar también en los estudios. Cada cosa tiene su tiempo.


MARY.-

Mrs. Mortar, ¿le puedo hacer una pregunta?


LILY MORTAR (tomando a Mary por un brazo y avanzando por el salón).-

Si, hija, claro.


MARY.-

¿Usted no ha hecho películas?


LILY MORTAR.-

No... He tenido muchas propuestas, pero el cine no me interesa. Es un arte sin profundidad. Todo es fachada, apariencia... Falta...

falta... la cuarta dimensión. En cambio, el teatro.... ¡Y la poesía...!

(Volviendo de su paseo por la estratosfera) Bueno, hija. Ve a buscar un jarrón para poner tus preciosas flores.



Mary obedece, pero cuando va a salir de escena por la derecha se tropieza con Karen Wright, una mujer de cuarenta años, guapa y atractiva a pesar de la sobriedad de su forma de vestir y arreglarse, de ademanes enérgicos. Algo nerviosa. Detiene a la joven.


KAREN.-

Mary, ¿por casualidad has encontrado un brazalete?


MARY.-

¿Un brazalete?... No, señorita.


KAREN (fijándose en el ramillete)

¿Y esas flores?... ¿Dónde las has cogido?


Mary no contesta.


LILY MORTAR (acercándose a ellas).-

Son para mí. Mary sabía lo mucho que me gustan las flores y ha ido a buscarlas para mí... (Soñadora) ¡Las primeras que florecen esta primavera!


KAREN.-

Ya. Y claro, Mary se habrá perdido tu maravillosa clase de Declamación... ¡Pobrecilla!


LILY MORTAR.-

Walt Whitman...


KAREN (dirigiéndose a Mary)

¿No te gusta Whitman, Mary? (sin esperar respuesta) A mí, a tu edad, me pasaba lo mismo. (Sorprendiéndola) No me has dicho todavía dónde has encontrado las flores. No parecen recién arrancadas de su tallo, ¿verdad, Mary?.


MARY.-

Yo..., no sé, señorita.


KAREN (conminándola con energía).-

¿De dónde las has traído?


MARY.-

De... cerca del campo de maíz.


KAREN.-

Pues no merecía la pena ir tan lejos. Esta mañana había un ramillete igual en el cubo de la basura.


LILY MORTAR.-

¡Qué horror! ¡Es increíble! (A Mary) ¿Y por eso has faltado a mi clase? Y ayer tampoco acudiste al desayuno y la última semana... (A Karen) Yo no he querido comunicar estas infracciones a la dirección, pero...


MARY.-

¿Puedo marcharme ya?




KAREN (poniendo un poco de orden en la habitación mientras habla).-

Todavía no, Mary. (Tras un silencio) Mary, creía y sigo creyendo que las alumnas viven felices aquí y que sienten afecto tanto por la señorita Marta como por mí. Vamos, que están encantadas de estar en la residencia. (Volviéndose a Mary) ¿Tu crees que puedo seguir manteniendo esta impresión?


MARY (intentando evitar la regañina).-

Perdone, señorita, pero me he olvidado el libro de Latín en mi cuarto...


KAREN.-

Espera. Yo creía eso... hasta que hace un año llegaste tú. Ahora me doy cuenta de que tú no eres muy feliz y quisiera saber por qué...(Mira fijamente a la chica y espera una contestación que no llega. Moviendo la cabeza) Por ejemplo, ¿por qué mientes siempre?


MARY (sin levantar los ojos).-

Yo no miento. He ido a buscar esas flores y no me he dado cuenta de que pasaba tanto tiempo... Por eso me he retrasado.


KAREN (impaciente).-

No, Mary, no. Otra vez estás mintiendo. Esa ridícula historia de las flores no me interesa en absoluto. Sé perfectamente que las has cogido del cubo de la basura. Te lo voy a repetir: lo que yo quiero saber es por qué te crees obligada a mentir continuamente.


MARY (empezando a gimotear).-

Pero si las he ido a buscar al campo de maíz... Usted no quiere creerme nunca. Usted cree todo lo que le dicen las demás y nunca cree lo que yo digo. Siempre pasa lo mismo. Siempre me lleva la contraria... Para usted, todo lo que hago está mal...


KAREN.-

Sabes muy bien que lo que acabas de decir no es verdad.


Karen se acerca a Mary y le pasa un brazo por el hombro. La señora Mortar permanece callada y con los brazos en cruz, en actitud de juez. Karen espera que Mary se tranquilice.


KAREN.-

Mary..., mírame. (Tomándole la barbilla y forzando que la chica levante la cabeza). Vamos a intentar comprendernos. (Cambiando a un tono más cariñoso) Si, por ejemplo, ves que tienes muchas ganas de salir a dar una vuelta..., o de no entrar a alguna clase o de ir sola al pueblo, ¿por qué no vienes a hablar conmigo? Si tú me lo explicas, seguramente vamos a ponernos de acuerdo. No te digo que vaya a dejarte hacer todo lo que se te antoje, pero yo, como todo el mundo, he tenido sensaciones parecidas. A tu edad se tienen necesidades de ese tipo. Yo te prometo que intentaré ponerme en tu lugar. Pero mintiendo constantemente no dejas ninguna salida.


MARY (manteniendo la mirada de Karen).-

¡He cogido las flores cerca del campo de maíz!


Karen mira a Mary, suspira y va hasta una mesa en silencio.



KAREN.-

¡Está bien! Puesto que no hay manera de entendernos, no me queda más remedio que castigarte. Durante una semana no saldrás al recreo y te quedarás sin clases de equitación y de tenis.

¡Ah! Y no saldrás de la residencia por ningún motivo. ¿Entendido?


MARY (tímidamente).-

¿Ni el sábado?


KAREN.-

¿Por qué el sábado?


MARY.-

Usted me dijo que podía ir a las regatas...


KAREN.-

Lo siento mucho, Mary, pero tampoco el sábado. Las regatas son

un privilegio que tú has perdido.


MARY (insolente).-

Bueno, pues se lo diré a mi abuela. Y también le diré que aquí todo el mundo me trata mal y que se me castiga injustamente... Y le diré..., le diré...


LILY MORTAR.-

¡Qué bien le vendrían a esta niña un par de bofetadas!


KAREN (sin hacer caso de las palabras de la señora Mortar).-

Sube inmediatamente a tu cuarto.


MARY (fingiendo un súbito dolor).-

¡Ay...! No sé lo que me pasa. No me encuentro bien.


KAREN.-

¡He dicho inmediatamente!


MARY.-

Me duele muchísimo... Aquí (se señala el corazón). No lo puedo aguantar. Llevo así toda la tarde. No puedo respirar... No puedo.

KAREN.-

A ver, ¿dónde te duele?


MARY.-

Por todas partes...


KAREN (sentándose, irónica).-

Creo que por aquí hay una medicina para los dolores de todas partes. Anda, ve a la cocina y pídele a la señorita Marta que te dé un poco de bicarbonato. Ya verás cómo se te pasa.


MARY.-

¡Ay! Me duele muchísimo. Jamás había estado tan mala.


KAREN.-

No creo que sea muy grave.


MARY.-

Es el corazón. Parece que se me va a parar..., como si me estallara... No puedo respirar.


Mary respira profundamente y se deja caer al suelo en un gesto teatral de escasa altura.


LILY MORTAR.-

¡Ay, Señor, Señor!


Karen se levanta y se arrodilla junto a Mary.


KAREN.-

Señora Mortar, hágame el favor de decirle a Marta que llame enseguida a Joseph y que venga a ayudarme.


LILY MORTAR (haciendo un mutis como si realmente saliera de un escenario) .-

¡Marta!, ¡Marta!, ¡Marta!


KAREN.-

¡Déjelo ahora! Ayúdeme usted misma.


LILY MORTAR.-

¡Ay, Señor, Señor!


KAREN.-

¡Pero deprisa!


LILY MORTAR.-

¿Es que... temes que..?



KAREN.-

¡Yo qué sé!


LILY MORTAR.-

A estas edades el corazón es una cosa muy frágil... Hay que tenerlo siempre presente.



Cuadro segundo



La escena permanece vacía. Un momento después entra Marta Dobbie. Tiene la misma edad de Karen. Encantadora y un poco más viva que su compañera. Se acerca al teléfono y marca un número.


MARTA.-

El doctor Carvin, por favor... Soy Marta Dobbie... ¿Hace mucho?

Muy bien, gracias.

Karen entra por la derecha.


KAREN.-

¿Has llamado a Joseph?


MARTA.-

Si..., pero dime qué ha pasado. Mary estaba perfectamente a la hora de comer.


KAREN.-

Y probablemente siga estándolo. Le he prohibido que vaya a las regatas del sábado y eso ha bastado para que se desmayara.


MARTA.-

¿Y dónde está ahora?


KAREN.-

Por ahí, con tu tía...


MARTA.-

Entonces, ¿tú no crees que sea grave?


KAREN.-

No. No lo puedo creer. Esta chica es un enigma. La última mentira que se le ha ocurrido para justificar que no ha ido a clase ha sido regalarle a tu tía las flores que tiramos esta mañana a la basura.


MARTA.-

¿De veras?

KAREN (recogiendo del suelo el ramillete y tirándolo en una papelera) .-

Y luego me ha amenazado con ir a contarle a su abuela que aquí la maltratamos.


MARTA.-

¡Bah! La señora Tilford nos conoce lo suficiente como para hacerle caso... Y además, conoce también a su nieta.


KAREN.-

Ya, pero de todas maneras...


MARTA.-

¿Qué?


KAREN.-

Que hay que hablar con su abuela. (Sonriente) ¿Quieres encargarte tú? (Marta niega con la cabeza) Te confieso que yo no podría hacerlo. Ha sido siempre tan generosa con nosotras, que me dolería darle un disgusto. Además, créeme, no serviría para nada. La conozca bien o no, la señora Tilford no ve más que por los ojos de Mary y eso ella lo sabe muy bien... Y lo explota.


MARTA.-

¿Y se le pidiéramos a Joseph que hablara con Mary? A lo mejor, a él le hacía más caso...


KAREN.-

Pero eso significaría reconocer que tú y yo carecemos de autoridad sobre ella...


MARTA.-

Pero si es verdad... Más vale que lo vayamos reconociendo. Lo hemos probado todo. Mary nos da más quebraderos de cabeza que todas las demás juntas. No hay manera de saber qué es lo que pasa por esa cabecita...


KAREN.-

Es una chica extraña...


MARTA.-

Eso es lo menos que puede decirse de ella.


KAREN (sonriente).-

Es curioso... Hablamos de Mary como si se tratase de una persona mayor...


MARTA.-

No te rías. No tiene nada de divertido. En esa chica hay algo inquietante... Me di cuenta desde el día en que llegó aquí. Tiene la cualidad de perturbarlo todo y es un mal ejemplo para las demás. No sé por qué tengo el presentimiento de que hay algo anormal en ella.


KAREN.-

Acaso... Hablaremos de ello con Joseph en cuanto llegue. (Pausa. Cambiando el tono. Sonriente) ¿Y si habláramos ahora de la octava plaga de Egipto?


MARTA.-

¿De mi tía? ¡La gran dama de la escena! ¿Que locura nueva ha hecho?


KAREN.-

Nada grave. Ayer, por la noche, durante la cena, contó a las chicas la historia de cuando perdió su equipaje durante un huracán en la montaña después de la famosa representación de Rosalinda. Y hoy en la cocina repetía los sabios consejos artísticos que le había dado sir Henry Irving.


MARTA.-

¡Ah, bueno! Lo de siempre. ¡Menos mal que no ha representado su escena favorita de "Hedda Gabler" subida en una silla! Sir Henry, que se la hizo aprender de memoria, le dijo que ésa era la demostración más completa del arte escénico...


KAREN.-

Ya, ya... A pesar de los años que llevamos juntas, no consigo imaginarme lo que debió ser tu infancia al lado de tu Sarah Bernhardt particular.


MARTA.-

No sabes el horror que siento ahora cuando me acuerdo de aquellos años...


KAREN.-

Escucha, Marta... Yo no quisiera molestarte, pero creo que es mi deber decirte que su puesto no está aquí...


MARTA.-

Yo pienso lo mismo.


KAREN.-

Entre las dos podríamos pagarle el viaje...


MARTA (acercándose a Karen cariñosa).-

Perdónala, Karen... Ya sé que has tenido mucha paciencia... Demasiada, diría yo... Hoy mismo hablaré con ella, pero me temo que habrá que darle un plazo de una o dos semanas para que se vaya...

KAREN.-

Como quieras. (Mirando el reloj) ¿Has hablado con el propio Joseph?


MARTA.-

No. Con un compañero suyo. Me dijo que estaba en camino... Como siempre, estaba ya en camino hacia esta casa...


KAREN (sonriendo).-

Es natural. Al fin y al cabo, voy a casarme con él.


MARTA.-

Hacía mucho tiempo que no habíamos hablado de ello...


KAREN.-

Joseph y yo lo hemos hablado ya.


MARTA.-

Entonces..., ¿ya estás decidida?


KAREN.-

Claro, Marta. Completamente decidida.


MARTA.-

¿Esta vez va en serio?


KAREN.-

Nunca había pensado en casarme hasta que conocí a Joseph.


MARTA.-

Tuviste otras oportunidades.


KAREN.-

Nada serio.


MARTA.-

¿Y... os vais a casar pronto?


KAREN.-

Dentro de tres meses. El colegio está ya consolidado y para entonces habremos terminado de pagar nuestras deudas.


MARTA (nerviosa).-

Entonces este año ya no pasaremos las vacaciones juntas.


KAREN.-

¿Por qué no? Iremos los tres.




MARTA.-

Ya no es lo mismo. Había pensado que fuéramos a algún pueblo pequeño junto al mar..., las dos solas, como cuando éramos estudiantes... Hace tanto tiempo de eso...


KAREN.-

Ahora iremos los tres. Y también nos divertiremos.


MARTA (tras un silencio).-

¿Por qué no me lo has dicho antes?


KAREN.-

¿El qué?


MARTA.-

Que pensabais casaros.


KAREN.-

Pero, Marta, por Dios, si lo hemos dicho infinidad de veces...


MARTA.-

Ya, ya... Pero no pensaba que fuera tan pronto. Hablas de ello como si fuera una cosa muy próxima.


KAREN.-

Porque la fecha se acerca. Quiero a Joseph desde hace mucho tiempo.


Marta ha ido hasta el ventanal. Karen abre uno de los cuadernos de sus alumnas y se dispone a corregir ejercicios.


KAREN.-

¡Vaya! ¡Magnífico día en la historia de este colegio! ¡Rose ha escrito "ortografía" sin hache.


MARTA (triste, sin moverse).-

Ahora ya... un día u otro me dejarás.


KAREN.-

No, Marta, no... Te lo he dicho mil veces. ¿Por qué me dices eso ahora? Mi boda no va a cambiar nada. Nuestra vida de siempre seguirá como hasta ahora.


MARTA.-

Entonces... es inevitable...


KAREN.-

Marta, por lo que más quieras, no te preocupes. Joseph no me ha pedido que deje el colegio. Ni siquiera me lo ha insinuado.


MARTA (de pronto irritada)

¡No te comprendo! ¡Hemos pasado tantas angustias para sacar adelante todo esto! Desde que salimos de la Universidad llevamos luchando para tener nuestro propio colegio. Cuando pienso que desde hace muchos años no he podido comprarme un abrigo nuevo... Y ahora, cuando hemos conseguido vivir tranquilas, tú me dices que te casas, que estás dispuesta a mandarlo todo a paseo.


KAREN.-

Esta discusión es francamente ridícula, Marta. No has escuchado una palabra de lo que te he dicho. En primer lugar, no me caso mañana y, aun cuando así fuera, tampoco eso me impediría seguir trabajando contigo.


MARTA.-

Me va a resultar muy duro continuar sola con el colegio...


KAREN.-

¿No querrás que renuncie a casarme?


MARTA.-

No, no es eso... Ahora que...


Se oye la puerta de la calle. Poco después entra el doctor Joseph Carvin. Es un hombre atractivo de alrededor de cuarenta años. Hay una cierta timidez en su actitud, acentuada por su modesta forma de vestir. Trae consigo un maletín de médico.


JOSEPH.-

¡Hola!..., ¿Cómo va todo?


MARTA.-

¡Buenos días, Joseph!


KAREN.-

¿No has recibido nuestro recado? Hemos intentado llamarte, pero

me parece que ha sido inútil.


JOSEPH.-

¿Ha pasado algo)


KAREN.-

Tu primita... Hoy ha inventado una nueva historieta... Dice que le

duele el corazón. Ven a verla.


JOSEPH.-

Ya... Mary siempre tiene que estar en primer plano.


MARTA (con impaciencia).-

Ve, ve a ver qué es lo que tiene.


JOSEPH (sorprendido por el tono agrio de Marta).-

Ya voy, ya voy.


Joseph sale por la derecha siguiendo a Marta. Marta se sienta junto a la mesa y enseguida entra la señora Mortar.


LILY MORTAR.-

Ya está ése aquí. Ha sido entrar en la habitación de Mary y

pedirme que me fuera. Parece que no querían que estuviera

presente durante la consulta.

Marta no atiende a las palabras de su tía.


LILY MORTAR.-

¿Me estás escuchando, Marta?


MARTA.-

Si, tía, si.... ¿Y qué?


LILY MORTAR.-

¿Cómo que y qué? Pues que evidentemente ha querido

ofenderme. ¡En mi propia casa!.


Marta dirige a su tía una mirada fulminante.


MARTA.-

¿Tanto te interesa mirar al doctor mientras ausculta a una

enferma?


LILY MORTAR.-

¿No encuentras natural que estuviese junto a la chiquilla? ¿No

era necesario que una persona de mi experiencia estuviera

presente? Mary ya no es una niña... Bueno, si esto tampoco te

indigna...


MARTA.-

¿Se puede saber por qué hablas tanto? ¿Por qué iba a ser

necesario que te quedaras ahí?


LILY MORTAR.-

Forma parte de la tradición que cuando un médico va a auscultar

a una jovencita, haya siempre delante una persona mayor...


MARTA.-

Puedes decírselo a Joseph. A lo mejor te contrata para que

realices tan necesaria función en su clínica.


LILY MORTAR.-

Esa broma no viene a cuento. Pues sabrás que cuando Delia

Lampert tuvo su famoso ataque cardiaco en Buffalo - y suerte tuvo

de que yo estuviera allí porque los Estados Unidos estuvieron a

punto de perder a una de sus grandes artistas -, la salvé yo.

(Dejándose llevar por los recuerdos) ¡Lo que yo quise a Delia!

Fuimos juntas a Inglaterra. En Londres se casó con Robert

Laffone. Me acuerdo de su boda como si fuera hoy. ¡Una fiesta...

que no te puedes ni imaginar! Yo llevaba un traje azul pálido con

volantes... ¡Bah! Eso pertenece ya al pasado... Siete meses después Robert abandonó a Delia y se fugó con Eva Noun, que estaba haciendo "El hijo pródigo" en Birmingham. ¡Así son los hombres! ¡Pobre Delia! ¡Cuánto dolor!. (Volviendo al presente, furiosa) ¡Cuando pienso en la ofensa que me acaba de hacer ese hombre...!


MARTA.-

¡Tía, por Dios!...


LILY MORTAR.-

Si, si. Aunque no te guste oírlo: Ofendida y humillada. Karen me trata mal constantemente. Y lo grave no es eso. Lo grave es que tú lo sabes y callas...


MARTA.-

Lo que yo sé es exactamente lo contrario; o sea que Karen se comporta contigo con excesiva corrección; y es más, está a punto de batir el record de la paciencia aguantándote.


LILY MORTAR.-

¿Paciencia conmigo? ¡Lo que me faltaba por oír! ¡Con lo que yo he sufrido..., con lo que he trabajado para levantar este colegio!...


MARTA.-

Tía, más vale que no sigas repitiendo eso porque acabarás creyéndotelo.


LILY MORTAR.-

Yo sé muy bien lo que me digo. Ya me gustaría saber dónde hubierais encontrado una persona de mi reputación y de mi prestigio profesional para dar las clases de Declamación a esas chicas que, por cierto, me adoran. ¡Paciencia conmigo! Os estoy regalando mi trabajo...


MARTA.-

Primera noticia: Yo creía que te pagábamos...


LILY MORTAR.-

¿Pagarme?... ¡Menuda miseria! Yo he cobrado el doble por una sola representación.

MARTA (levantándose).-

¡La edad de oro! (Para sí) O la de piedra. (Volviéndose repentinamente hacia su tía con la intención de sorprenderla) ¿Verdad que tú no eres muy feliz aquí?


LILY MORTAR.-

Debo conformarme... Desgraciadamente, soy la pariente pobre.


MARTA (irritada, pero conteniéndose).-

Tú no sientes afecto por nada ni por nadie. Ni por el colegio, ni por la casa, ni por...


LILY MORTAR (interrumpiéndola).-

Eso ya te lo dije yo desde el primer día. Esta casa... Nunca debisteis comprarla y mucho menos enterraros en ella como dos solteronas... Es más, añadí - lo recuerdo muy bien - que un día u otro os ibais a arrepentir.


MARTA.-

Pues Karen y yo vivimos muy felices aquí. (Pausa) Escucha, tía. No paras de hablar de Londres y de lo que te gustaría volver allí...


LILY MORTAR.-

Llevo veinte años diciéndolo, pero ya me he hecho a la idea de que estos ojos no volverán a ver el Támesis...


MARTA.-

Pues te equivocas. (Hablando rápidamente con ganas de acabar cuanto antes) Puedes ir a verlo cuando quieras. Tenemos bastante dinero para pagarte el viaje y darte ese gusto. De manera que no tienes más que escoger el barco que más te guste y yo me ocuparé de tu billete. ¿Lo has entendido?


La señora Mortar se queda callada, sin acabar de procesar lo que le acaba de decir su sobrina.


MARTA (mientras coloca en orden unos libros).-

Volverás a ver a tus viejos amigos y si te portas razonablemente, te pasaré una pensión para que vivas tranquilamente en Londres y nos dejes que también nosotras podamos vivir tranquilamente en esta casa.


LILY MORTAR.-

¡Vaya, vaya, vaya, vaya...! O sea: que quieres que me vaya.


MARTA.-

Desde que te conozco no te oído otra cosa que no fuera que quieres volver a Inglaterra...



LILY MORTAR.-

¿Quieres librarte de mi?


MARTA.-

Exactamente. Tú lo has dicho. No queremos que estés presente el día que encontremos un tesoro escondido.


LILY MORTAR.-

Me echas de tu casa... ¡A mi edad! ¡Vaya manera de agradecerme todo lo que he hecho por ti!


MARTA.-

¡Qué barbaridad! No hay forma humana de entenderse contigo. Toda la vida diciendo que quieres ir a Londres y cuando se te pone en bandeja, empiezas con tus lamentaciones habituales. ¿Es que no puedes comprender que Karen y yo estaremos mucho mejor cuando nos quedemos solas? Es una solución que nos conviene a todas. Te quejas de la escuela, de que Karen te maltrata, y ahora que te ofrezco una solución, sigues quejándote...


LILY MORTAR (muy digna).-

Preferiría que no levantaras la voz.


MARTA.-

Ya puedes agradecerme que no haga algo peor. Ganas no me faltan.


Hay un silencio. Marta se da media vuelta con la pretensión de que termine la discusión, pero la señora Mortar va hacia ella.


LILY MORTAR (como si hablara para el auditorio de un teatro).-

Me niego absolutamente a que se me envíe como si fuera un baúl a cinco mil kilómetros de distancia... No iré a Inglaterra..., al menos por ahora. Volveré al teatro, eso sí... Hoy mismo escribiré a mi empresario y en cuanto me proponga algo que me interese...


MARTA (volviéndose a ella).-

Escucha, tía... La verdad es que quisiera verte fuera de aquí lo más pronto posible. No podemos vivir por más tiempo las tres juntas... Que la culpa la tenga una u otra, no cambia nada.

LILY MORTAR (con la cabeza erguida y manteniendo la actitud teatral).-

¡Tú lo que quieres es que me vaya esta noche!


MARTA.-

Vamos, tía, que no estás en un escenario. Te vas en cuanto encuentres un lugar que te apetezca... Mañana mismo depositaré en el banco un talón a tu nombre.



LILY MORTAR.-

¿Y crees que yo voy a aceptar tu dinero? ¡Antes me pondría a fregar suelos!


MARTA.-

Supongo que mañana habrás cambiado de idea.


LILY MORTAR.-

Hace tiempo que debería haber comprendido que cuando cierta persona entra en esta casa es preferible no molestarte...


Marta se detiene sorprendida por estas palabras.

MARTA.-

¿Qué quieres decir?


LILY MORTAR.-

Yo me entiendo... Lo que quiero decir es que como no puedes hacerlo con los demás, descargas conmigo tu mal humor.


MARTA.-

Por favor, no me pongas más nerviosa, que estoy muy cansada. Llevo trabajando desde las seis de la mañana...


LILY MORTAR (con cierto tonillo).-

Cada vez que llega ése..., las cosas se ponen mal.


MARTA.-

¿Se puede saber qué quieres decir?


LILY MORTAR.-

Si has creído que tu tía es tonta, te equivocas, hijita... Tengo yo mucho mundo recorrido para no entender lo que pasa a mi alrededor.


MARTA.-

Mira, tía, con la cantidad de incoherencias, frases sin sentido y medias palabras que pronuncias al día podrías hacer felices a todos los psicólogos del país durante varios años.


LILY MORTAR.-

Yo sé lo que sé... Cada vez que Joseph Carvin entra en esta casa te pones furiosa. Cualquiera diría que no soportas verlos juntos. ¡Sólo Dios sabe lo que harás cuando se casen! En dos palabras: Estás celosa.


MARTA (como vencida, con la voz cambiada).-

Siento mucho afecto por Joseph y tú lo sabes bastante bien.



LILY MORTAR.-

No te digo que no. Pero aun tienes más por ella y eso también lo sé yo. Y eso..., francamente..., no es natural. Es anormal. En fin, es contra natura. De pequeña ya eras así... En cuanto tenías una amiga, si ella quería a otra persona, te ponías furiosa. Y cada vez que Karen ha tenido un pretendiente, has hecho todo lo posible por que desapareciera del panorama. ¿Quieres que te dé un consejo? Busca un novio y cásate. A tu edad, ya es hora... Llevas

casi veinte años agarrada a las faldas de Karen.


MARTA (ofendida).-

¡Basta! ¡Vete, vete ya de una vez! Cuanto más pronto lo hagas, será mejor para todos. ¡Estoy harta de tus vulgaridades! ¡No las puedo soportar más!... ¡Vete!


En ese momento se oye ruido tras la puerta que comunica con la clase. Marta se acerca y abre la puerta. Se oyen los pasos corriendo y los cuchicheos de dos chicas que salen disparadas hacia el jardín.


MARTA (hacia la puerta del jardín).-

¡Entrad si queréis! ¿Se puede saber qué hacíais escuchando detrás de la puerta?


Pero las chicas han desaparecido ya y nadie responde a la pregunta de Karen.


LILY MORTAR.-

¿Has visto quiénes eran?


Marta no responde. Cierra la puerta de la clase e ignora a su tía.


LILY MORTAR.-

¡Qué insolencia! Supongo que las castigarás... (Marta no responde) ¡Nuevos y admirables métodos de educación!


MARTA.-

Tu presencia aquí, entre las chicas, no puede continuar ni un día más.


LILY MORTAR.-

O sea que soy yo la que da mal ejemplo.


MARTA.-

Mira, me molesta que puedan oír tus despropósitos.


LILY MORTAR.-

Ya... Ahora voy a tener yo la culpa de todo... Eso es lo que yo decía antes... Desde que él entra en esta casa, paso a ser yo la que tengo la culpa... ¡Bien está! ¡Paciencia!


La señora Mortar, altanera, sale por la derecha y se cruza con el doctor Carvin.


LILY MORTAR (sarcástica).-

¡Adiós, doctor!


La señora Mortar desaparece majestuosa y teatral.


JOSEPH.-

¿Qué le ocurre a la duquesa?


MARTA.-

Nada. Ha terminado su escena y hace un mutis glorioso. ¿Has visto a Mary?


JOSEPH.-

Si. Goza de un perfecto estado de salud.


MARTA.-

Ya me lo imaginaba yo.


JOSEPH.-

A los seis años, yo me habría desmayado mejor.


MARTA.-

¿Nada en el corazón?


JOSEPH.-

Nada de nada. Una fantasía más de esa criatura.


MARTA.-

¡Es absurdo! Mary podía suponer que llamaríamos a un médico. A lo mejor es más tonta de lo que creemos. Oye, Joseph, ¿en tu familia no ha habido nunca idiotas, anormales?


JOSEPH (riéndose).-

Preguntas unas cosas, Marta, que uno no sabe cómo contestarlas. Si te refieres a las leyes de la herencia..., Mary pertenece a otra rama. No tienes más que conocer a tía Amelia para entenderlo todo: Vieja familia puritana; no se han casado nunca más que entre familias de Boston y aun cree que el honor es el honor y que hay que cenar, sin retraso alguno, a las seis y media de la tarde. Pertenecemos a una de las más antiguas familias de Boston y estamos orgullosos de ello.


MARTA.-

En serio, Joseph, ¿no tienes una idea de lo que le pasa a Mary? Lo que quiero decir es que si ha sido siempre así.



JOSEPH.-

Siempre. Hay que tener en cuenta que tía Amelia la ha mimado exageradamente...


MARTA.-

Ya no sabemos qué hacer con ella. Es un caso verdaderamente...


JOSEPH.-

¿No estaréis tomando demasiado en serio a mi primita?


MARTA (pensándolo).-

Puede ser. Cuando vives rodeada de adolescentes no siempre sabes lo que puede ser serio y lo que no lo es... De todos modos, hay que hablar con la señora Tilford.


JOSEPH (sin perder el humor).-

Supongo que no habréis pensado en mí para esa embajada...


MARTA.-

Hace un momento hemos estado hablando Karen y yo...


JOSEPH.-

Mi querida Marta, escúchame bien: Yo me caso con Karen, pero Mary no va a figurar para nada en el contrato matrimonial.


Marta se aleja y le da la espalda. Joseph la toma por los hombros y afectuosamente le hace girarse. Ahora la mira con expresión seria.


JOSEPH.-

Marta... Vamos a olvidarnos por un momento de Mary porque quiero que hablemos de un pequeño problema que tenemos que resolver tú y yo. Cada vez que surge en la conversación el tema de nuestra boda, tú... (Marta vuelve a girarse para evitar la mirada de Joseph). ¿Ves? Yo te quiero como si fueras de mi familia y... siempre he creído que tú pensabas lo mismo de mí... Entonces, ¿qué hay de particular en que yo me case con Karen? Sé lo unidas que estáis desde los tiempos de la universidad... y lo mucho que os queréis, pero puedo asegurarte que nuestra boda no va a modificar nada en el régimen de esta casa.


MARTA (soltándose, sin contenerse).-

¡Karen sabe que no me opongo! ¡Déjame en paz! Deja de consolarme, de compadecerme o como sea lo que estás haciendo. ¡Déjame en paz!


Marta esconde la cara entre sus manos y va a sentarse junto al ventanal. Joseph la contempla en silencio. Cuando retira las manos de su cara, Marta se las tiende a Joseph.


MARTA.-

Perdóname, Joseph, soy una estúpida... Nos ha costado tanto levantar todo esto, que tengo miedo de perderla... Tengo miedo y soy celosa... Estoy hecha un manojo de nervios...


JOSEPH.-

Marta... No hay más que hablar. Todo va a seguir igual.


Entra Karen y los encuentra con las manos entrelazadas.


MARTA.-

Tu novio es un buen tipo.


KAREN.-

No lo he dudado nunca. El angelito se está vistiendo...


MARTA.-

¿Os habéis dado cuenta de que la influencia del angelito se hace sentir hasta cuando está desmayada? Hace un rato he sorprendido a sus dos amiguitas escuchando detrás de la puerta la trifulca que estaba teniendo con la estrella de las variedades.


KAREN.-

¿Evelyn y Peggy? (Suena una campana).


MARTA.-

Eso me ha parecido porque han salido disparadas hacia el jardín y no he llegado a verlas. Es la hora de mi clase. A ver qué se te ocurre. Hay que evitar que el mal ejemplo cunda.


KAREN.-

Estate tranquila. Ya pensaré algo.


Marta entra en la clase y cierra la puerta. Tras ella comienzan a oírse los ruidos y los comentarios de las chicas que regresan del recreo. Joseph y Karen se han quedado solos y se abrazan por un momento. Entra enseguida Mary.


JOSEPH.-

¿Qué se siente al salir de la tumba? ¿Conociste a alguien

interesante?

MARY.-

Me encuentro mal.


JOSEPH (a Karen, burlón).-

Señora, la ciencia ha fracasado. Ensaye usted el curanderismo...

MARY.-

Me duele el corazón...No puedo respirar.


KAREN.-

Siéntate.


MARY.-

Quiero ver a mi abuela.


KAREN.-

He pensado que vas a cambiar de habitación. Dejarás la de Evelyn y Peggy y pasarás a la de Rose.


MARY.-

Rose me detesta.


KAREN.-

Eso es una estupidez. Rose no ha detestado nunca a nadie.


MARY (lloriqueando de nuevo).-

Y todo esto porque he tenido un ataque... Si hubiera sido otra, la habrían acostado y la estarían cuidando como es debido. Siempre me están atacando. Me postergan. Yo soy la perseguida, yo soy la maltratada... Es verdad, primo Joseph, siempre me atacan.


Mary se arrodilla en el sofá y comienza a golpear el respaldo con los puños mientras grita y lloriquea. Joseph la toma por los brazos y la recuesta.


JOSEPH.-

Por hoy, primita, puedes dar por terminada la comedia... Quédate ahí hasta que se te pase la rabieta. (Recoge su maletín, que había dejado sobre una mesa). Ahora me tengo que ir... Llorar no es malo... Desahoga... (A Karen) La próxima vez que se desmaye, dejadla en el suelo hasta que se canse de restregarse contra las baldosas.


Joseph se acerca al sofá y hace una caricia en la cabeza a Mary que sigue enfurruñada. Mary salta furiosa. Joseph se dirige a la izquierda del escenario por donde antes había entrado.


KAREN.-

Espera, Joseph. Te acompaño hasta el coche. (A Mary). Ya puedes ir subiendo a trasladar tus cosas al cuarto de Rose. Y díle a Lois que se lleve las suyas al de Evelyn.

Karen y Joseph salen.








Cuadro Tercero



El salón permanece ahora a oscuras. En la alcoba que hay a la derecha del decorado está Rose sentada sobre una de las dos camas, separadas por una mesilla de noche. Entra Mary con un jarrón en las manos y, mirando a Rose con una sonrisa maliciosa, deja caer el jarrón que se hace añicos en el suelo. Rose queda perpleja.


ROSE.-

Era un regalo del doctor Carvin a la señorita Karen.


MARY.-

Bueno, ¿y qué? Ella nunca va a saber que hemos sido nosotras las que lo hemos roto.


ROSE.-

¿Cómo nosotras? Yo no he hecho nada. Has sido tú sola...


MARY.-

Si se descubre, ya veremos quién ha sido... Saldré de ésta, como he salido de otras peores.


ROSE.-

¿Te encontrabas mal de verdad?


MARY.-

¿No me he desmayado? ¡Pues, entonces!


ROSE.-

¡Si yo pudiera desmayarme como tú alguna vez que otra...! ¿No piensas traer tus cosas? Lois ya se ha llevado las suyas y la señorita Karen pasará revista dentro de nada.


MARY.-

¿Y a ti, qué te importa?.


ROSE.-

Yo lo digo por ti. No es que me guste compartir el cuarto contigo, pero, en fin, si tenemos que vivir en la misma celda, creo que será mejor que traigas ahora tu equipaje.


MARY.-

¿Sabes lo que te digo? Que me lo vas a traer tú.


ROSE.-

¿Yo? Tú te has vuelto loca... ¿Me has tomado por tu doncella?




MARY.-

¡Andando, ya me has oído! (Rose no se mueve) A cambio, la próxima vez que bajemos al pueblo (fingiendo dulzura) te puedo dejar un brazalete precioso... ¿O ya tienes uno?


ROSE (repentinamente asustada).-

No sé qué es lo que quieres decir.


MARY.-

No quiero decir nada en particular... Sólo que la próxima vez me recuerdes que te preste mi brazalete.


ROSE (Mirándola fijamente un instante, amedrentada).-

Por esta vez, pase. Pero no vayas a pensar que me voy a someter eternamente a tus caprichos.


MARY.-

Procura no arrugarme los trajes cuando los metas en la maleta. ¿Sabes que la señorita Marta ha sorprendido a Evelyn y a Peggy escuchando detrás de la puerta una discusión con la vieja?


ROSE.-

¿Y qué ha pasado?


MARY.-

Nada, porque a la señorita Marta no le interesa que ellas vayan contando lo que han oído, y se ha hecho la loca.


ROSE.-

No te entiendo.


MARY.-

Tú nunca entiendes nada porque no sabes nada de nada. La Mortar estaba furiosa porque querían librarse de ella. Y ahí salió el asunto del tonto de mi primo, el doctor Carvin...


ROSE.-

¿El doctor Carvin?...


MARY.-

Han dicho que se iba a casar con la señorita Karen.


ROSE.-

Pero eso lo sabe todo el mundo...


MARY.-

Si, pero lo que no sabe todo el mundo, aunque yo ya me lo olía, es lo que me ha contado Evelyn. La señorita Marta no quiere que se casen. ¿A que eso no lo sabías?


ROSE.-

Mary, yo tengo que bajar a clase y si no voy a por tus cosas ahora mismo...


MARY.-

No te olvides del brazalete. (Rose se queda callada) ¿Quieres saber por qué la señorita Marta no quiere que los otros se casen o no?


ROSE (intimidada).-

¿Por qué?


MARY.-

Según la Mortar, la señorita Marta está celosa de mi primo y de Karen. La vieja le dijo que ya era hora de que tuviera novio y que no era natural que tuviera celos de que su amiga se casara, que eso era contra natura. Y la señorita Marta se puso furiosa cuando oyó lo de contra natura.


ROSE.-

¿Qué quiere decir contra natura?


MARY.-

¡Uy, hija! Pues contrario a la naturaleza. Se lo he tenido que explicar también a Evelyn y a Peggy. Pues que la señorita Karen y la señorita Marta..., ya sabes...


Rose se queda pensativa, aturdida, sin acabar de comprender.


MARY.-

Y te voy a contar otra cosa. Voy a llamar por teléfono a mi abuela para que venga a recogerme. Me largo de este antro. Aquí me odian.


ROSE.-

Eso no es verdad, Mary. La señorita Karen te trata igual que a las demás... Incluso, mejor, te lo aseguro.


MARY.-

Eso, defiéndela, ponte de su parte.


ROSE.-

¿Y qué le vas a decir a tu abuela?


MARY.-

Que soy muy desgraciada. Esas dos le tienen un miedo horrible a mi abuela..., porque fue ella quien les ayudó cuando montaron este colegio... Y cuando mi abuela les dice algo, te aseguro que la escuchan con las orejas así. (Mima el gesto) Sería muy cómodo para ellas que me trataran como lo hacen y que yo me quedase callada. ¡Van a pagarlo bien!


ROSE.-

Tu abuela te obligará a quedarte, ya lo verás.


MARY.-

Mi abuela me quiere mucho porque mi padre era su hijo preferido. Yo sé cómo conquistarla... Anda, no te quedes ahí parada y ve a por mis cosas.


Rose obedece, se levanta y sale del cuarto.


(Oscuro)




Cuadro cuarto



El salón del colegio que ya conocemos. Es casi de noche. Entran de la puerta de la calle Mary y su abuela, la señora Tilford, una dama austera, que en su forma de arreglarse deja ver su rigidez puritana, sin por ello perder la elegancia correspondiente a una aristocrática familia bostoniana. Pasa de los años. Mary la conduce la mano y avanza sigilosamente como si procurara que nadie más se enterara de la llegada de su abuela. Gimotea.

SEÑORA TILFORD.-

Espero que ahora me cuentes por qué tanto sigilo y por qué me has sacado de casa a estas horas. ¿No habrás hecho alguna tontería, Mary?


MARY (abrazándose a la cintura de su abuela como si fuera una niña pequeña y sin dejar de lloriquear).-

No, abuela.


SEÑORA TILFORD.-

Vamos, vamos, no te pongas así... Cálmate y dime qué es lo que pasado.


MARY.-

Estoy muy contenta de verte, abuelita. La semana pasada no viniste a verme...


SEÑORA TILFORD.-

No pude, hija. Pensaba hacerlo mañana...


MARY.-

Llevaba tantos días sin verte, que el tiempo se me ha hecho eterno. ¡Te echaba tanto de menos...!

SEÑORA TILFORD.-

¿Y eso es todo? Menos mal, creía que estabas enferma.


MARY.-

Y lo estoy, abuela.


SEÑORA TILFORD.-

Lo que pasa es que te aburres. El aburrimiento nos llega a todos un día u otro.


MARY (señalando una maleta que está camuflada detrás de un sillón).-

Quiero irme de aquí. Si tú no me llevas contigo, me escaparé.


SEÑORA TILFORD.-

¿Serías capaz de irte del colegio sin permiso de tus profesoras? ¡Mary, por Dios bendito! Ahora mismo vamos a hablar con la señorita Karen y...


MARY.-

No, abuela, no..., por favor. ¡Llévame contigo!


SEÑORA TILFORD.-

¡Pero estás loca! No puedes dejar el colegio. Ahora tu única obligación es estudiar.


MARY.-

¡Abuelita, por favor! Ya no puedo soportar más castigos...


SEÑORA TILFORD.-

Te portas como una niña...


La señora Tilford inicia un movimiento en dirección al interior. Al verla, Mary finge un nuevo ataque de nervios.


MARY (abrazándose a la señora Tilford otra vez).-

¡No quiero quedarme aquí! ¡Las profesoras me asesinarían! (cogiendo la maleta e intentando arrastrar a su abuela hacia la puerta) ¡Abuelita! ¡Vámonos, por favor!


La señora Tilford se suelta y se sienta en un sillón.


SEÑORA TILFORD.-

Vamos, ven aquí y deja ya de llorar.

Mary deja de nuevo la maleta en el suelo y se echa sobre el regado de su abuela.


MARY.-

Contigo estoy tan bien, abuelita...


SEÑORA TILFORD.-

Ya sabes que me gusta mucho que me quieras tanto, Mary, pero a tu edad lo que tienes que hacer es estudiar. No puedes estar siempre pegada a las faldas de la abuela. ¿Se puede saber qué es lo que te hace decir cosas tan graves. "¡Me asesinarían!"... ¿Cómo van a querer asesinarte las señoritas Marta y Karen?. Sabes muy bien que no son capaces de hacerte el menor daño...


MARY.-

¡Si, si...! Ellas... Yo... (Hace una pausa en busca de la frase teatral más conveniente) ¡Hoy me he desmayado!


SEÑORA TILFORD (alarmada).-

¿Que te has desmayado?...


MARY.-

Si, me he desmayado... Me dolía mucho el corazón... Y no era culpa mía si me dolía el corazón... Entonces, cuando me he desvanecido en mitad de la clase, las señoritas han llamado al primo Joseph, que ha dicho que no tenía nada... Que si había comido demasiado deprisa, que si eran nervios.... Y Karen me ha retado.


SEÑORA TILFORD.-

Si tu primo ha dicho que no era grave, no hay por qué preocuparse. Él sabe muy bien lo que dice. No está bien simular enfermedades cuando se tiene buena salud, Mary.


MARY.-

Yo no he simulado nada, te lo juro, pero es que las profesoras no hacen más que buscar excusas para acosarme.


SEÑORA TILFORD (dulcemente).-

No hay que fabricarse esas ideas, hija..., si no, cuando seas mayor vas a ser muy desgraciada. Por esta vez, vamos a dejarlo pasar, aunque la verdad es que me parece muy mal que te comportes así. (Se levanta) Vamos, sube la maleta a tu cuarto. Yo ahora me voy y mañana, como había pensado, vendré a verte. Ya hablaré yo con Joseph...


MARY.-

Llévame a tu casa hasta el lunes... El sábado es tu cumpleaños y quiero celebrarlo contigo.


SEÑORA TILFORD.-

No, Mary, no. Debes quedarte aquí esta noche. Ya habrá tiempo en vacaciones para estar juntas.


MARY.-

Pero...


SEÑORA TILFORD.-

¡Basta!


Mary, aparentemente vencida, inicia el camino de su cuarto con la maleta en la mano. Luego se detiene en medio del escenario y se vuelve hacia su abuela.


MARY.-

Abuela, ¿tú me quieres de verdad?


SEÑORA TILFORD.-

¡Pero qué cosas tienes! Pues claro que te quiero.


MARY.-

¿Mucho?


SEÑORA TILFORD.-

Muchísimo... Sabes muy bien cómo conquistarme, pero no te vas a salir con la tuya, Mary. ¡Y no se hable más de ello!


MARY.-

¿Estás segura de que quieres que me quede en este colegio?


SEÑORA TILFORD.-

No tengo la menor duda.


MARY (con voz sorda).-

Entonces es que no me quieres y no te importa nada lo que hagan conmigo aquí...


SEÑORA TILFORD (irritada).-

¡Mary!


MARY.-

No. No me quieres... Porque te da igual mi vida. ¡No me quieres!


SEÑORA TILFORD (severa).-

Lo que no me da igual es oír lo que estás diciendo en este momento.


MARY (algo amedrentada por el tono de su abuela).-

Perdóname, abuela... Yo no quería ofenderte. (Pone los brazos alrededor del cuello de la señora Tilford) ¿Me perdonas?


SEÑORA TILFORD.-

¿Por qué has dicho eso?



MARY.-

Porque tengo miedo, abuela.


SEÑORA TILFORD.-

Pero..., miedo ¿de qué? Si haces algo inconveniente, te castigarán... Normal. Cumples el castigo y santas pascuas.


MARY.-

Es que no son castigos corrientes, abuela. Karen y Marta me dan miedo..., abuela.


SEÑORA TILFORD.-

Pero ¿no comprendes que es ridículo? ¿Qué te han podido hacer para darte miedo?


MARY.-

Verás: esta misma tarde, la señorita Karen me ha dicho que no podría ir a las regatas del sábado y... (dándose cuenta de la insuficiencia de esta contestación, se interrumpe unos segundos) Ha sido por lo que ha pasado hoy...


SEÑORA TILFORD.-

O sea, que no me lo has dicho todo... Has fingido un desvanecimiento y no te han creído... ¿Hay algo más?


MARY.-

Pero abuelita, me he desmayado de verdad... y lo otro... no he sido yo...


SEÑORA TILFORD.-

¿Qué es "lo otro"?.


MARY.-

No puedo decírtelo.


SEÑORA TILFORD.-

¿Por qué no?


MARY.-

Porque te pondrías en contra mía.


SEÑORA TILFORD (que ha vuelto a sentarse, molesta).-

Está bien. ¡Sube ahora mismo a tu cuarto!... Y dile a alguna de tus profesoras que quiero hablar con ellas.


MARY.-

Es que... Ha sido por una conversación entre la señorita Marta y la señora Mortar... Decían cosas horribles... Evelyn y Peggy las han oído desde el otro lado de la puerta... y la señorita Marta las ha sorprendido y me han hecho cambiar de cuarto...


SEÑORA TILFORD (sin acabar de comprender).-

Pero, vamos a ver, ¿eso qué tiene que ver contigo? No entiendo una palabra...


MARY.-

Nos han hecho cambiar de habitación porque no quieren que estemos más tiempo juntas. Estaban avergonzadas y me lo hicieron pagar a mí... Y además..., ¿sabes?... es que te tienen mucho miedo.


SEÑORA TILFORD.-

Me parece que tienes demasiada fantasía, Mary. ¿Por qué me van a tener miedo? ¿Tan mala soy?


MARY.-

Tienen miedo de que te enteres...


SEÑORA TILFORD.-

¿De que me entere de qué?


MARY.-

De cosas...


SEÑORA TILFORD.-

¡Bueno, bueno, basta ya! No sigas hablando. Supongo que cuando realmente seas una mujer hablarás con más sentido.


MARY (caminando hacia la derecha del escenario).-

Bueno..., si no lo quieres saber... Pero hay cosas que ellas no quieren que se sepan..., y que tienen miedo de que yo te las cuente... Ellas tienen sus secretos...


SEÑORA TILFORD.-

¡No seas niña, Mary! Todo el mundo tiene sus secretos.


MARY (volviendo al centro del escenario).-

Pero los suyos son especiales... Evelyn y Peggy oyeron a la señora Mortar echarle en cara a su sobrina que tenía celos porque la señorita Karen iba a casarse con mi primo Joseph...


SEÑORA TILFORD.-

Mary, no te consiento que hables así ni que utilices ese tono.


MARY.-

Yo no invento nada, abuela. Eso es lo que decía la señora Mortar... Y también que era contra natura que una mujer tuviera sentimientos semejantes, y que Marta era así desde pequeña y que eso era contra natura...


SEÑORA TILFORD.-

No me gusta que emplees esa palabra, Mary.


MARY (dándose cuenta de que ha conseguido interesar a su abuela).-

Es la señora Mortar la que la empleaba. Yo ni siquiera sé lo que es eso... ¿Qué es contra natura, abuela?


SEÑORA TILFORD.-

Nada que deba saber una señorita bien educada.


MARY.-

Bueno..., el caso es que las dos señoritas se han puesto furiosas y han expulsado del colegio a la señora Mortar.


SEÑORA TILFORD.-

Seguramente nada tenía que ver una cosa con la otra.

MARY (afirmando).-

Hoy la señorita Marta le ha dicho a su tía que era una estúpida y que ella no tenía celos de nadie.


SEÑORA TILFORD (volviéndose hacia su nieta).-

¿Y cómo sabes tú todo eso?


MARY.-

Yo no quería oírlo, abuela, pero la habitación de Karen está al lado de la nuestra y la señorita Marta hablaba muy alto... porque estaba muy excitada. Bueno, la verdad es que la señorita Marta va al cuarto de la señorita Karen todas las noches y se queda mucho rato... Yo creo que es por eso por lo que quieren deshacerse de nosotras..., de mí..., porque nos enteramos de todo... Y por eso nos han cambiado de habitación... Y por eso me castigan siempre...


SEÑORA TILFORD (automáticamente, como queriendo restar valor ante su nieta a lo que acaba de escuchar).-

Por escuchar detrás de las puertas... Bien. Pues hasta aquí hemos llegado... Se terminaron las murmuraciones... Sube ahora mismo a tu cuarto y...


MARY (dulcemente).-

Y he oído otras cosas...


SEÑORA TILFORD.-

¿Qué cosas?


MARY.-

¡Cosas!


SEÑORA TILFORD (angustiada, caminando de un lado al otro del salón para terminar sentándose tras la mesa).-

Mary, no me atormentes más. Si tienes algo que decirme, habla de una vez...


MARY.-

Son cosas que yo no comprendo muy bien. Sólo sé que son horribles. Algunas veces las profesoras se pelean y luego hacen las paces. La señorita Marta llora y la señorita Karen monta en cólera... y luego... Oímos ruidos misteriosos que nos dan miedo.


SEÑORA TILFORD.-

¿Ruidos? Mary, ¿qué novela policíaca me estás contando?


MARY (dándose cuenta de la irritación de su abuela).-

Y hemos visto cosas muy curiosas... Te las diré al oído...


SEÑORA TILFORD.-

¿Por qué al oído?


MARY.-

Si te miro, no me atrevería.


Mary se cuelga sobre su abuela. Duda un momento y luego habla lentamente y, poco a poco, se enardece y habla muy deprisa. Su abuela la detiene sin dejarla acabar.


SEÑORA TILFORD (temblando).-

¿Te das cuenta de lo que dices?


Mary continúa hablando, pero la abuela la coge por los hombros obligándole a mirarla fijamente.


SEÑORA TILFORD.-

Mary, ¿todo eso es verdad?


MARY.-

¡Te lo juro! ¡Te lo juro!


Hay un silencio. La señora Tilford se pone en pie. Permanece inmóvil un momento y luego se vuelve a Mary.


MARY (sin darle el tiempo a hablar).-

Puedes preguntárselo a Evelyn y a Peggy... y verás...


La señora Tilford va hasta el ventanal, dando la espalda a su nieta. Mientras Mary sigue hablando, la abuela permanece firme, inmóvil, conmovida.



MARY.-

Ellas lo saben también. Y probablemente muchas otras, pero es que todas tenemos miedo de contároslo.¡ Abuelita, por favor, sácame de aquí...! No me dejes en esta casa horrible.


SEÑORA TILFORD.-

Calla... No, hija, no. Saldrás de aquí esta misma noche.


MARY (sorprendida).-

¿De verdad?


SEÑORA TILFORD.-

De verdad.


MARY (triunfante).-

Eres la abuela mejor y más cariñosa. ¿No estás enfadada conmigo?


SEÑORA TILFORD.-

No. Sube ahora un momento a tu cuarto y no hables con nadie. Tan sólo dile de mi parte a Rose Wells que prepare también su maleta porque pasará un par de días en casa hasta que su madre venga de Nueva York a buscarla. (Mary queda sorprendida, pero no dice nada) Yo tengo que hablar con tus profesoras y antes hacer unas llamadas.


MARY.-

Las profesoras no están. Salieron al pueblo. Como no quieras hablar con la señora Mortar...


SEÑORA TILFORD.-

No importa. Las esperaré.


Mary besa a su abuela y obedece. Sale por la derecha del escenario. La abuela la sigue con la mirada y luego va hasta la chimenea donde permanece un momento pensativa. En ese momento entra la señora Mortar. Trae una maleta en una mano y en la otra diversas prendas de vestir y un ramo de flores. Viene jadeando. La señora Tilford sale a su encuentro.


LILY MORTAR

¡Ay, Dios mío! En mi vida había tenido que cargar con una maleta.

(al ver a la señora Tilford) ¡Ah, buenos días, señora Tilford!


La señora Mortar tropieza y se le cae la maleta. Se agacha y la pone en

pie.


SEÑORA TILFORD.-

Estoy esperando a la señorita Dobbie o a la señorita Wrigth.

LILY MORTAR.-

Han salido al pueblo y aquí me han dejado tirada.


SEÑORA TILFORD.-

Esperaré.


LILY MORTAR (colocando la maleta en el sofá y abriéndola).-

Será mejor que meta estas cosas en la maleta. (Se arrodilla en el

suelo al tiempo que la señora Tilford se sienta). Normalmente me

hace las maletas mi doncella del teatro. (Se quita el sombrero y se

arregla el pelo) Debo tener un aspecto horrible. Rechacé un papel

"El tío Vania" por dar clases en este colegio. Y ahora mi sobrina

se atreve a despedirme.¡Después de un año de trabajos forzados!


La señora Tilford, inmóvil en su silla, la mira asombrada.


LILY MORTAR.-

Sacrifiqué mi juventud por ella. (Va metiendo las prendas en la

maleta) Pero supongo que ya sabe usted lo que es la ingratitud.

El aguijón de una avispa.


SEÑORA TILFORD.-

Señora Mortar, me han dicho que utilizó una palabra extraña con

su sobrina, que usted dijo que había algo contra-natura en su

comportamiento.


LILY MORTAR.-

¿Algo contra-natura? Todo es contra-natura en este asunto. Lo

lógico sería que una mujer sana de su edad tuviera un marido, o

por lo menos, un pretendiente. Pero no lo tiene y nunca lo ha

tenido. ¿Y sabe por qué no lo tiene? Porque no le interesan los

hombres. Solo piensa en el colegio y en Karen Wright. Señora

Tilford, ¿cree usted que es normal que una mujer madura se pase

la vida con los hijos de otras personas, sin comprarse un traje,

trabajando hasta las tantas con la única ilusión de pasarse unas

semanas de vacaciones con Karen Wright? Y ahora Karen va a

casarse. Marta está de un humor de perros y se está vengando

conmigo. ¡Amistad entre mujeres! Nadie ha tenido más amigas

que yo. Pero no esta devoción malsana. Me he olvidado algo. Mi

paraguas. Lo he dejado en el armario. (Saliendo del salón) Más

vale así, una no debe alejarse de su verdadera profesión. Y yo

soy una mujer de teatro.


La señora Mortar abandona la escena. La señora Tilford queda un momento pensativa. Luego va hasta el teléfono y marca un número.


SEÑORA TILFORD (al teléfono).-

¿Joseph, eres tú?... Estoy en el colegio de Mary y quiero que vengas aquí inmediatamente... No, no, estoy bien... Pero es muy importante... Si, si, mucho... Es necesario que hable contigo antes de salir de aquí... No, no se trata del desmayo de Mary..., por lo menos, no directamente... Bien, hasta ahora.


La señora Tilford cuelga el teléfono y permanece quieta sin saber qué hacer. Después coge aire y respira con fuerza. Vuelve a marcar un número.


SEÑORA TILFORD (al teléfono).-

Con la señora Mum, por favor... Miriam, soy Amelia Tilford... Tengo algo muy importante que decirte..., algo abominable e indigno... A propósito del colegio..., de Evelyn y de Mary...




Cuadro quinto



El salón permanece a oscuras, aunque adivinamos la presencia de la señora Tilford telefoneando. En la alcoba de la derecha están Rose Wells y Mary.


MARY.-

Y por lo que he entendido a mi abuela, puede ser que ni tú ni yo volvamos a este colegio.


ROSE.-

Pero, ¿tú sabes qué ha pasado? Yo no tengo ganas de pasarme el resto del curso en casa...


MARY.-

Algo me tendrías que dar a cambio si tantas ganas tienes de saberlo...


ROSE.-

Es igual. Ya se lo preguntaré a mi madre. Lo que pasa es que tú te haces la misteriosa, pero en realidad no sabes nada.


MARY.-

Desde la escalera oí a mi abuela llamar a la madre de Evelyn... Y seguramente eso no será todo... Conozco bien a mi abuela...


ROSE.-

No sé lo que te traes entre manos, pero te advierto que no quiero que me impliques en tus intrigas.


MARY.-

¿Y si te dijera que ya he contado que estás metida hasta el cuello?


ROSE.-

¿Metida en qué?

MARY (remedándola).-

En "mis intrigas". (Rose muestra un cierto temor) ¿Y si yo hubiera dicho que has sido tú quien me lo ha contado todo?...


ROSE.-

¿Cómo? Pero, Mary, tú no puedes hacer eso... Yo no te he contado nada. (Mary ríe). ¿De verdad le has dicho eso a tu abuela?


MARY.-

Podría ser...


ROSE (sofocada).-

Pues ahora mismo bajo y le digo a tu abuela que todo lo que le has contado es mentira. Tú lo que quieres es comprometerme, pero yo no estoy dispuesta... (Se dirige a la puerta).


MARY.-

Espera un momento, voy contigo... Se me ha olvidado contarle a la abuela lo del brazalete de Helen Burton.


ROSE (deshaciendo sus pasos asustada y sentándose en una silla).-

¿Y qué pasa con ese brazalete?


MARY.-

¡Que lo robaste!


ROSE.-

Eso no es verdad.


MARY.-

Sí..., sí es verdad. Por supuesto que lo robaste.


ROSE.-

Esa es otra de tus mentiras, Mary. Todo el mundo sabe aquí que no haces otra cosa que inventar mentiras.


MARY.-

Si crees que voy a dejar que me llames mentirosa, te equivocas, Rose. ¿Quieres que vayamos hasta el fin? Pues bueno, ¡iremos! Cada una dará su versión a mi abuela, luego ella llamará a la Policía y finalmente tú irás a la cárcel y allí te pudrirás unos cuantos meses mientras tus padres se mueren de vergüenza y todo Manhattan les da la espalda...


ROSE (llorando).-

Yo no he robado nada... Me lo puse para ir al cine y pensaba devolverlo al volver al colegio... No quería quedármelo.


MARY.-

Nadie te creerá y menos que nadie la Policía. Tú no eres más que una ladrona. Eso es lo que eres. (Rose llora más intensamente) ¡Y cállate ya! No hagas tanto ruido...

ROSE.-

¿Tú no dirás nada?... Dime que no dirás nada...


MARY.-

Si me pidieras perdón... y te comprometieras a hacer desde ahora lo que yo te mande..., quizás yo no diría nada...


ROSE.-

Te pido perdón, pero no estoy dispuesta a convertirme en tu esclava... (Mary se levanta y va hacia la puerta) Mary, espera...


MARY.-

¿Si, Rose?


ROSE.-

Haré todo lo que tú quieras.


MARY.-

¿Lo juras?


ROSE.-

Lo juro.


MARY.-

Pues no te olvides que lo has jurado.




Cuadro sexto



La señora Tilford está sentada en un sillón en el salón del colegio. Tiene los ojos cerrados, pero no duerme. Sencillamente espera. El ruido de la puerta de la calle le hace abrir los ojos. Pocos segundos después entra en el salón el doctor Carvin. La señora Tilford, sin moverse, le hace una seña para que se acerque.


JOSEPH.-

Buenas noches, tía. Pero, ¿qué haces aquí sola a estas horas? ¿Dónde están Karen y Marta?


SEÑORA TILFORD.-

Salieron al pueblo. Llegarán de un momento a otro. ¿Tú cómo estás, Joseph?



JOSEPH.-

Magníficamente, soy el peor de mis pacientes...


SEÑORA TILFORD.-

Hace días que no te veo. Como ya no vienes a cenar los domingos...


JOSEPH.-

Últimamente he tenido mucho trabajo, tía.


SEÑORA TILFORD.-

¿Y el hospital, cómo va?


JOSEPH.-

Mal. Todo sigue igual. No hay dinero, las instalaciones son malas, el laboratorio ridículo y el personal insuficiente. Pero supongo que no me has hecho venir hasta aquí para hablarme del hospital... Me parece que tienes que decirme algo más importante, tía...


SEÑORA TILFORD.-

Efectivamente, Joseph. Tengo algo muy importante que decirte.


JOSEPH.-

Pues, dilo...


SEÑORA TILFORD.-

Es que no es... tan fácil...


JOSEPH.-

¿No es fácil?... ¿A mi? (Pausa) Si es algo de Mary, no te preocupes, tía. Apuesto cualquier cosa a que te ha hecho venir con el cuento de su desmayo... ¡Pura comedia! Mimas demasiado a esa chica y está pasando una edad muy difícil.


SEÑORA TILFORD.-

Estoy al corriente del desmayo y no es eso lo que me inquieta.


JOSEPH.-

¿Te preocupa algo, tía?


SEÑORA TILFORD.-

Si... y es una preocupación muy grave que nos afecta a todos...


JOSEPH.-

¿A todos? ¿A mi? No te entiendo...


SEÑORA TILFORD.-

¿Hace tiempo que no has visto a Karen?



JOSEPH.-

Esta misma tarde estuve con ella.


SEÑORA TILFORD.-

¿Antes o después de las siete?


JOSEPH.-

Antes. ¿Ha ocurrido algo después?


SEÑORA TILFORD (dejando un silencio).-

Te vas a casar muy pronto, ¿no?


JOSEPH.-

Si. Ya puedes ir preparando el regalo.


SEÑORA TILFORD.-

Entonces... Karen se ha decidido así, bruscamente...


JOSEPH.-

¿Cómo bruscamente? No, no... El colegio marcha mejor y como la señora Mortar se va a marchar...


SEÑORA TILFORD.-

Si. Ella misma me ha dicho lo del despido...


JOSEPH.-

¿Despido?... No sé..., puede ser... Pero, en fin, me parece que con la generosa cantidad que le han dado para el viaje y el compromiso de pasarle una pensión mientras viva..., no se le puede llamar despido. Un despido bastante agradable, diría yo.


SEÑORA TILFORD.-

¿Y no encuentras raro que tanto la mujer con la que vas a casarte como su amiga sientan la imperiosa necesidad de librarse de la presencia de esa señora..., un poco loca, desde luego..., pero inofensiva?... Así, de la noche a la mañana.


JOSEPH.-

No te entiendo, tía, pero no me parece raro... La señora Mortar está loca, en efecto..., pero no es tan inofensiva como parece... Es una especie de bicho que se mete en todas partes y que está llena de vanidad. Si me has hecho venir para organizar la Sociedad Protectora de la señora Mortar, has perdido el tiempo inútilmente. Pero seguramente no era ésa tu intención. Vamos, tía, la verdad: ¿por qué me has llamado?


SEÑORA TILFORD.-

Joseph..., es imposible que te cases con Karen.



JOSEPH.-

¿Imposible? Me parece que exageras. ¿Por qué es imposible?


SEÑORA TILFORD (mientras se oyen afuera ruidos de coches que llegan).-

Porque he sabido algo horrible de ella, de la vida que lleva...


JOSEPH.-

Tía, no estoy dispuesto a tolerarte un lenguaje semejante.


SEÑORA TILFORD (al tiempo que se oyen las voces de Marta y Karen que entran de la calle).-

Desgraciadamente tengo muy buenas razones para emplearlo.


En ese momento entran en el salón Marta y Karen que, sorprendidas por la presencia de la señora Tilford y el doctor Carvin, se detienen en el lado izquierdo del escenario.


KAREN.-

¡Joseph! ¿Qué haces aquí? Esto parece una broma pesada.


MARTA (dirigiéndose a la señora Tilford con agresividad).-

Señora Tilford, ¿quiere usted decirnos a la cara qué es lo que pasa exactamente?


JOSEPH (a Karen, tomándola por los hombros).-

¿Se puede saber que demonios os pasa a todas?


KAREN (sin contestarle).-

Está usted loca, señora. Pero, ¿por qué nos ha hecho usted eso?

Están llegando todos a la vez...


JOSEPH.-

Pero, ¿de qué habláis?


SEÑORA TILFORD (poniéndose en pie).-

Que te lo cuente tu prometida. Ella conoce mejor que nadie las razones de lo que está pasando.


KAREN (a Joseph).-

Ahora mismo iba a llamarte antes de dejarles entrar y salirse con la suya. ¿No te ha dicho nada tu tía?


JOSEPH.-

Nadie me ha dicho nada...


SEÑORA TILFORD.-

En este momento me disponía a hacerlo...



JOSEPH.-

No oigo más que palabras incoherentes. (Se acerca a Marta) ¿Qué pasa, Marta? Cuéntamelo tú...


MARTA.-

Todos se han vuelto locos. Los padres de las internas..., que quieren... No sabemos nada.


KAREN.-

No sabemos nada. No quieren decirnos la verdad. Nadie nos quiere dar una explicación.


MARTA (apartando cariñosamente a Karen).-

Yo te lo explicaré, Joseph. En el momento en que estábamos abriendo la verja del jardín, aparcó e nuestro lado un coche. Era el chófer de la señora Mum, que venía a llevarse a Evelyn inmediatamente. Cuando estábamos hablando con él, llegaron dos coches más. Los padres de Lois y la madre de Helen. La señora Burton nos ha dicho que se llevaba ahora mismo a Helen y que fuéramos haciendo su equipaje porque no quería entrar en una casa semejante...


JOSEPH.-

Pero, ¿por qué?


MARTA.-

Estaban como locos. Se empujaban unos a otros y nos insultaban. Naturalmente, no les hemos dejado pasar, pero algo hay que hacer. No podemos negarnos a devolverles a sus hijas.


KAREN (algo más tranquila y tomando la mano de Joseph).-

Escucha, la señora Burton nos lo ha dicho. Una cosa innoble... Parece ser que tu tía nos ha levantado una calumnia infame..., que Marta y yo somos... (con la voz ahogada) lesbianas...


JOSEPH (soltando a Karen y atravesando el salón hasta enfrentarse a la señora Tilford).-

¿Tú has dicho eso?


SEÑORA TILFORD (mientras fuera se oyen bocinas y timbrazos).-

Si, pero no con esas palabras.


JOSEPH.-

¿Estás loca?


SEÑORA TILFORD.-

Sabes muy bien que no.



JOSEPH.-

Entonces, ¿por qué lo has dicho?


SEÑORA TILFORD.-

Porque es verdad.


KAREN.-

Pero, ¿cómo puede usted creer semejante vileza?


MARTA (fuera de sí).-

¡Loca, miserable!...


KAREN.-

¿Se da usted cuenta de lo que dice?


SEÑORA TILFORD.-

Me doy perfecta cuenta.


MARTA.-

Usted no se da cuenta de nada. Usted no sabe lo que dice porque está loca...


SEÑORA TILFORD.-

Yo no insulto jamás a nadie y no voy a permitirle a usted que me insulte. Acabemos. Joseph, sube al cuarto de Mary y dile a ella y a Rose Wells que nos vamos de esta casa.


JOSEPH.-

Un momento, un momento...


KAREN.-

Pero, señora, ¿qué puede usted tener contra nosotras?


MARTA (calmándose, dulcemente).-

Estamos viviendo una pesadilla... ¡Es horrible! Y estamos aquí mansamente, como si aceptáramos el crimen de que se nos acusa... ¿Usted cree que vamos a permitir que se nos injurie así como así, sin defendernos? ¿Cree usted que vamos a dejar que usted nos cubra de vergüenza con su calumnia? Ni siquiera ha sido capaz de esperar a hablar con nosotras antes de pregonar por todas partes sus mentiras...


SEÑORA TILFORD.-

Esta discusión es inútil tanto para ustedes como para mi, como para todos.


MARTA (despreciativa).-

¿Para todos? No... ¡Oídla!... Se cree que está jugando con títeres de feria que no se defienden de las piedras que les tiran. Pues, no, señora; se equivoca usted. ¿No comprende que somos personas, que tenemos sangre en las venas para defendernos? Este colegio es nuestra vida, nuestro pan... y es nuestro honor lo que defendemos. No es ninguna tontería. ¿Es usted capaz de comprenderlo?


SEÑORA TILFORD (por primera vez irritada).-

Soy capaz de entender eso y muchas otras cosas, señorita. Son ustedes las que no han sabido comprender nuestra buena fe al confiarles a nuestras hijas... Y por eso he intervenido. (Más pausada) Yo sé que lo que he hecho es grave para ustedes; pero también el mal ejemplo que ustedes estaban dando es grave para estas jovencitas...


JOSEPH.-

Me cuesta creer lo que dices...


SEÑORA TILFORD.-

Si lo que querían era cerciorarse de si era yo el origen de lo que les ha pasado, ya lo saben. Dejemos las cosas así. Lamento, Joseph, que tengas que pasar por esta vergüenza...


JOSEPH.-

Poco me importa que lo lamente... El daño está hecho.


SEÑORA TILFORD.-

Está bien. Ya sé que no puedo hacer nada y nada quiero hacer...


JOSEPH.-

Bastante has hecho ya.


SEÑORA TILFORD.-

Joseph, he actuado de acuerdo con mi conciencia. Lo que ellas sean, lo que hacen, sólo les afecta a ellas. Pero lo grave es que las chicas padezcan las consecuencias.


KAREN.-

¡Pero si no es verdad! No hay una palabra de verdad en todo esto... Usted se empeña en no comprenderlo...


SEÑORA TILFORD.-

No voy a reclamar ninguna sanción contra ustedes, pero este escándalo son ustedes las que lo han provocado. En efecto: yo no quiero comprender nada.


MARTA.-

Algún medio habrá para que usted pague el daño que nos ha hecho... Y le aseguro que lo encontraremos.


SEÑORA TILFORD.-

No creo que sea lo más prudente que pueden hacer.

KAREN.-

No es prudente para usted... Por eso tiene usted miedo...


SEÑORA TILFORD.-

¿Miedo yo? No tengo ningún miedo, señorita.


JOSEPH.-

Te estás haciendo mayor y ya no sabes lo que dices, tía.


SEÑORA TILFORD.-

Ni eso es verdad, ni me ofenden tus palabras.


KAREN (acercándose).-

Es usted la que ha creado el escándalo. (La señora Tilford le da la espalda). Siento náuseas... Todo esto no es más que una calumnia indecente. Pero sabremos defendernos, no lo dude. Es una calumnia abominable.


SEÑORA TILFORD.-

Lo siento, pero no puedo creerlo...


JOSEPH.-

Tú no puedes creer esto: Las dos han trabajado durante ocho años, ahorrando céntimo a céntimo, para poder comprar la granja y fundar el colegio. Se han privado de todo lo que no se privan otras mujeres. No puedes imaginarte los sacrificios que han hecho para conseguirlo. El colegio es todo para ellas. ¿Sabes lo que es trabajar todos los días, sin cesar, años y años, para lograr lo que uno se ha propuesto?... Karen y Marta lo saben muy bien... y cuando por fin lo han conseguido, llegas tú y de un soplo lo destruyes en unas horas: su pasado, su presente y su porvenir. Pero, ¿cómo has hecho eso?


SEÑORA TILFORD.-

¡Qué le vamos a hacer! ¡Mi conciencia!


JOSEPH.-

¡Bonita cosa tu conciencia!


SEÑORA TILFORD.-

Te comprendo, Joseph... y te perdono...


JOSEPH.-

¡Tú, qué vas a comprender!


SEÑORA TILFORD.-

Te quiero como a un hijo, y si mi hijo viviera aun, sería con él tan inflexible como soy contigo ahora. (Joseph va hacia el ventanal).



MARTA (con voz sorda).-

¿Qué es lo que podemos hacer? Tiene que haber alguna forma de que entienda que lo que decimos es verdad... Señora, escúcheme un momento: Dice usted que no quiere saber nada de este escándalo... Pero está metida en él hasta la cabeza. ¿Está dispuesta a mantener cuanto ha dicho y a repetirlo ante testigos?


SEÑORA TILFORD.-

Por supuesto.


MARTA.-

Muy bien. Pero no va poder repetirlo en voz baja. Es usted quien ha inventado la calumnia; nosotras la obligaremos a que la repita muy alto... La llevaremos a los tribunales para que pruebe su injuria.


SEÑORA TILFORD.-

Ésa es una decisión muy arriesgada...


KAREN.-

Para usted.


SEÑORA TILFORD.-

No. Para ustedes. Es por ustedes por quien siento miedo. Han tenido el descaro de negarlo todo, aquí, en privado, y ahora dicen que se atreverán a negarlo en un tribunal de justicia. Hagan caso de una anciana: se equivocan ustedes otra vez. Ya soy vieja y he visto a mucha gente actuar por orgullo... y el orgullo les ha perdido.


MARTA.-

Si cree usted que su edad va a preservarla de nuestros ataques...


SEÑORA TILFORD.-

No es eso lo que quiero decir y ustedes lo saben muy bien.


JOSEPH (dándose la vuelta desde su sitio junto al ventanal, como si de pronto hubiera descubierto algo).-

¡Mary! ¡Es imposible! (se acerca a su tía) Un chisme de Mary.... No puede ser que una de las mentiras de esa niña malcriada haya sido suficiente para que tú...


MARTA (sorprendida).-

¡Claro! Eso ha sido.


KAREN.-

¿Quién? ¿Mary? Vamos, vamos..., pero si casi es una niña...


MARTA.-

No, Karen, no... No es una niña...

KAREN.-

Puede ser... Siempre nos ha odiado. Nunca lo hemos comprendido, nunca hemos podido saber por qué...


MARTA.-

No hay razón alguna: Mary odia a todo el mundo.


KAREN.-

Señora, su nieta es una chica rara..., de una maldad incomprensible... La verdad es que..., nunca se lo habíamos dicho, pero Mary nos daba miedo.


SEÑORA TILFORD.-

Ya esperaba que ustedes dijeran todo eso.


KAREN.-

No digo más que la verdad. Ha sido un error nuestro no advertirle antes.


MARTA.-

¿Dónde está Mary?


SEÑORA TILFORD.-

Esperando en su cuarto a que yo hablara con ustedes.


MARTA.-

Que venga. Quiero oír de su boca lo mismo que le ha contado a usted.


SEÑORA TILFORD.-

No lo permitiré. No toleraré que le haga repetir los horrores que ha visto... (A Marta y a Karen) Dicen ustedes que no es verdad. Tal vez estén ustedes en su derecho, pero yo sé que lo que yo he dicho es verdad. Lo único que pretendo es alejar a mi nieta y a sus compañeros de un peligro cierto. Y esta noche, quieran ustedes o no, las chicas volverán a sus casas. No tengo nada más que decir.


La señora Tilford se dirige a la derecha del escenario con la intención de ir a buscar a Mary. Joseph la detiene.


JOSEPH.-

Espera, por favor. Cuando a un acusado no le queda más que un medio de probar su inocencia no es justo impedírselo.


SEÑORA TILFORD.-

Jamás he cometido una injusticia. Limpia tu casa, Joseph y con el tiempo, te sentirás afortunado.



JOSEPH.-

No has entendido nada, tía. (Acercándose a las dos profesoras)

Son amigas mías. Cuando limpiemos la casa, lo haremos los tres juntos. Deja que oigamos a Mary. (La señora Tilfod hace un gesto de resignación y vuelve a sentarse). ¡Mary!, ¡Mary, baja aquí!


A los pocos segundos Mary entra en escena. Al ver a las personas allí reunidas, se detiene. Está impresionada y nerviosa.


SEÑORA TILFORD.-

Siéntate, hija, y no temas nada.


MARTA.-

Y di la verdad.


JOSEPH (acercándose a Mary).-

Escucha, Mary. A todos nos ha llegado un día la necesidad de mentir, de ocultar algo..., a veces, de exagerarlo. Hay ocasiones en que no hay más remedio que hacerlo para evitar males mayores. Yo mismo he mentido varias veces porque no he podido hacer otra cosa... Pero ni yo ni nadie que tenga el corazón en su sitio puede sostener una mentira cuando se le ofrece la oportunidad de rectificarla y reparar el daño que se haya podido causar con esa mentira... Te digo todo esto porque te voy a hacer una pregunta y quiero que, antes de contestarla, medites detenidamente lo que vas a contestar. Si has mentido por necesidad o por miedo o por llamar la atención, si crees que te has podido equivocar en tus juicios porque alguien te ha dado una información errónea o malintencionada, si has dicho una cosa por otra sin caer en la cuenta del daño que podías causar, dilo ahora sin miedo. Nadie tomará represalias. No tienes nada que temer. ¿Me has comprendido?


MARY (tímidamente).-

Si.


JOSEPH (con firmeza).-

Muy bien. Escúchame. Cuando hace un rato has hablado con la abuela, ¿le has dicho la verdad?... ¿la verdad de cuanto sucede en este colegio?


MARY (sin vacilar).-

Si.


Karen suspira y Marta cierra sus puños sobre su cabeza y vuelve la espalda a Mary. Joseph mira a Mary sonriente.




JOSEPH.-

De acuerdo, Mary... Has perdido la oportunidad que se te presentaba de hacer las cosas bien... Ahora vamos a intentar aclarar esta fantasía tuya...


SEÑORA TILFORD.-

¿No te basta la contestación categórica de la niña?


JOSEPH.-

No, tía, no... Entre otras cosas porque no es una niña... No hemos hecho más que empezar y voy a llegar hasta el final. Todavía te voy a preguntar otras cosas, Mary.


MARY (fortalecida por la intervención de su abuela).-

Por mí...


MARTA.-

¿Cómo puede ser tan hipócrita?


JOSEPH.-

¿Por qué no quieres a Marta y a Karen?


MARY.-

Yo sí las quiero... Son ellas las que no me quieren a mí..., las que siempre me han odiado...


JOSEPH.-

¿Y eso, tú, cómo lo sabes?


MARY.-

Lo sé. Todo lo que hago les parece mal. Siempre soy yo la que paga los platos rotos. Continuamente me castigan...


JOSEPH.-

¿Y cómo explicas eso?


MARY.-

Porque..., porque..., porque (se va a lanzar en los brazos de su abuela, pero Joseph la detiene) ¡Abuelita!


JOSEPH.-

¡Quieta, Mary! Luego pasaremos a la sección de los sentimientos. ¿Te han castigado hoy, verdad?


MARY.-

Si.


JOSEPH.-

¿Por qué?


MARY.-

Por lo que han escuchado Peggy y Evelyn que decían ellas...


KAREN.-

¡Eso no es verdad!


JOSEPH (A Karen).-

¡Calla! (A Mary, muy calmadamente) ¿Y qué decían ellas?


MARY.-

La señora Mortar decía que la señorita Marta tiene unos sentimientos raros. Y que eran unos sentimientos hacia la señorita Karen..., unos sentimientos contra natura... Y es por eso por lo que me han castigado sin ir a las regatas. Nada más que por eso.


KAREN (A Joseph).-

No es verdad, no se le ha castigado por eso...


MARTA.-

Mi tía es idiota y no tiene el menor reparo en decir cualquier estupidez con la sola intención de molestarme...


MARY (a Joseph, buscando complicidad).-

Y también ha dicho que cada vez que tú vienes aquí a ver a Karen, la señorita Marta se pone furiosa porque no quiere que te cases con su amiga...


MARTA.-

En efecto, lo ha dicho... Y Mary ha tomado en serio las rabietas y las mezquindades de una vieja chiflada, que cuando no se le ocurre nada mejor se dedica a decir cosas desagradables. (Repentinamente se vuelve a Mary y la mira con una mezcla de desprecio y curiosidad) ¿Y tú cómo sabes todas estas cosas, a tu edad?


JOSEPH.-

¿Tú sabes lo que quería decir la señora Mortar con esas palabras?


SEÑORA TILFORD.-

¡Basta, Joseph! ¡Esto es muy desagradable! La propia señora Mortar me lo ha confirmado.

MARTA.-

¡Bruja!





MARY.-

Ella decía cosas como ésas, pero hace mucho que todas las alumnas hablábamos de que la señorita Marta iba todas las noches a la habitación de la señorita Karen...


KAREN.-

¡Ya!... Y también muchas noches vamos juntas al cine, o nos quedamos a leer hasta muy tarde, o cuando vosotras estáis durmiendo seguimos aquí discutiendo los planes de estudios... ¡Horrendos crímenes, señora Tilford!


MARY (segura de que va por buen camino).-

No nos dejaban dormir porque oíamos... y teníamos miedo porque...


MARTA.-

¡Calla, calla!


KAREN (violenta).-

¡No, que no se calle!... ¿Y se puede saber qué es lo que oías, qué

es lo que te daba miedo?


MARY (bajito).-

No lo sé...


JOSEPH.-

No lo sabe...


MARY (recobrando la seguridad).-

Pero he visto cosas... Una noche yo creí que había alguien enfermo..., o algo parecido... y miré por el ojo de la cerradura y ellas se besaban y se decían cosas... Y como no entendía nada, sentí miedo...


MARTA (desfallecida).-

Esta chica está loca, señora.


KAREN (a Joseph).-

Pregúntale cómo podía vernos.


JOSEPH.-

¿Cómo podías ver a la señorita Marta y la señorita Karen, Mary?


MARY.-

Yo..., yo...


SEÑORA TILFORD.-

Dile lo que me has dicho al oído...



MARY.-

Me agaché para verlo por el ojo de la cerradura...


KAREN.-

Mi puerta no tiene cerradura.


SEÑORA TILFORD.-

¿Cómo?


KAREN.-

Que mi puerta no tiene cerradura.


MARY (rectificando con rapidez).-

No era en su habitación, abuela..., era en la de la señorita Marta. Yo las he visto por el ojo de la cerradura en la habitación de la señorita Marta...


MARTA.-

Yo duermo en la habitación con mi tía, en el piso de arriba, al extremo de la casa. Ahí nadie puede oírnos... (A Joseph) Dile a mi tía que venga a corroborarlo.


SEÑORA TILFORD (con voz temblorosa).-

¿Qué significa esto, Mary? ¿Por qué me has dicho que las habías visto por el ojo de la cerradura? ¿Cómo podías oír desde tu cuarto lo que ocurría en el segundo piso?


MARY (echándose a llorar).-

Todo el mundo se pone en contra mía. Yo ya no sé lo que me digo porque me estáis aturdiendo con tanta pregunta y Joseph trata de que me equivoque... Yo lo he visto... lo he visto


Mary se arroja al suelo y la señora Tilford corre a cogerla en sus brazos. La levanta y le ayuda a sentarse en la butaca.


SEÑORA TILFORD:-

Pero, ¿qué es lo que has visto, Mary? ¿Dónde lo has visto? Quiero que me digas la verdad ahora mismo..., sea lo que sea. (Duramente) Y no llores más. (Mary no deja de llorar con la cabeza baja) Te exijo que me digas la verdad.


MARY.-

Está bien, abuelita...


SEÑORA TILFORD.-

¡Habla!


MARY (tras unos segundos, con voz sorda pero firme).-

Fue Rose la que las vio. Te dije que fui yo para no delatar a mi amiga.

JOSEPH (fatigado).-

Aun no hemos terminado...


MARY.-

Fue Rose, abuela. Ella nos lo contó todo y nos dijo que además había leído algo parecido en un libro que tenía escondido...


JOSEPH.-

Ya, ya, ya... Embustes y más embustes... Tía, ya es hora de que tú y yo nos vayamos, pidamos disculpas a los padres que hay ahí afuera y de que esta embustera se vaya a dormir. Ellas sabrán lo que deben hacer con ella. Son sus profesoras.


MARY (viendo que pierde la partida, con la energía de la desesperación).-

Pregúntaselo a Rose, abuelita. Ella te dirá lo mismo que yo. Hablamos todo el tiempo de eso. Es la verdad. Yo te juro que es la verdad. Rose nos dijo lo que vio a través de la puerta entreabierta... Yo he intentado salvar a Rose y ahora soy yo la que paga el pato. (Vuelve a llorar).


SEÑORA TILFORD (a Joseph).-

Un momento... Que venga Rose...


JOSEPH.-

Esta vez te has equivocado, Mary... Y has hecho demasiado daño para que te perdonemos. ¡Rose, baja, por favor!


SEÑORA TILFORD (pasando la mano por la cara de su nieta).-

Es posible que tengas razón...No sé nada...


Entra Rose atemorizada. No sabe a quien dirigirse. La señora Tilford se acerca a ella. Marta y Karen la miran sin acabar de creerse que haya sido Rose el origen de tanta mentira.


SEÑORA TILFORD.-

Supongo que estás muy cansada, Rose. Ya es muy tarde... Mary asegura que entre vosotras habláis a menudo de no sé qué cosas que pasan en este colegio..., entre la señorita Karen y la señorita Marta... ¿Es verdad?


ROSE.-

No sé qué... es lo que quiere usted decir...


SEÑORA TILFORD.-

Que las alumnas dicen ciertas cosas...


ROSE (abriendo mucho los ojos, asustada).-

¿Qué cosas? Yo no he oído nunca nada...


KAREN (dulcemente).-

No tengas miedo, Rose.


SEÑORA TILFORD.-

¿De qué hablabais, Rose?


ROSE (A Karen, sin comprender nada).-

No sé qué es lo quiere decir, señorita Karen...


KAREN (dominándose).-

Rose, Mary le ha dicho a su abuela que en el colegio había cosas que os intrigaban y que repetíais ciertas historias que no comprendíais muy bien.


ROSE (sincera y molesta).-

Yo no estoy muy fuerte en Historia y es cierto que Helen me ha ayudado alguna vez..., en algún examen...


KAREN.-

No. No es eso lo que Mary quería decir. Ella asegura que tú una noche viste por la puerta entreabierta que la señorita Marta y yo... (no pudiendo más) nos besábamos como se besan las mujeres y los hombres.


ROSE (indignada).-

¡Señorita Karen! ¡No es verdad, no es verdad! Yo no he dicho nunca eso...


SEÑORA TILFORD (tomándola por los hombros muy tensa).-

¿Es verdad eso, hija mía?


ROSE.-

Yo no he visto nunca eso. Mary siempre está inventando cosas sobre mí y sobre todo el mundo (llora nerviosa) Jamás he dicho una cosa parecida...


MARY (serena, mirando a Rose fijamente, como si fuera a hipnotizarla).-

Sí, Rose. Tú lo has dicho.


ROSE.-

¿Yo?


MARY (fríamente).-

Me acuerdo muy bien del día que nos lo dijiste. Fue la tarde en que robaron el brazalete de Helen...


ROSE (como hipnotizada).-

No es verdad... Tú querías que yo...


MARY.-

Si. La tarde en que desapareció el brazalete de Helen...


ROSE.-

No es verdad, no es verdad, no es verdad.


MARY (firme, la cabeza erguida, la voz rotunda).-

Está bien, Rose... Abuelita, es necesario que te cuente algo muy grave...


ROSE (comprendiendo el chantaje de Mary).-

¿Es verdad? Sí, sí... Es verdad... Yo lo dije... Mary tiene razón. ¡Yo lo dije, yo lo dije, yo lo dije!


Rose cae al suelo presa de un fuerte ataque de nervios. Todos acuden a socorrer a Rose mientras Mary atraviesa voluptuosamente el salón y se sienta en una silla con las piernas abiertas y una sonrisa en la mirada.


(Oscuro)




Cuadro séptimo



La acción se desarrolla en el salón del colegio en un día triste de Noviembre. La estancia no está sucia, pero si descuidada. A primera vista debemos apreciar que ahí ya no hay la actividad de antes.


Karen está sentada en el sofá. Marta, echada sobre un canapé con la mirada perdida. Durante unos segundos permanecen en silencio.


MARTA (dando un respingo).-

¿Hace frío aquí?


KAREN.-

Si.


MARTA.-

¿Qué hora será?

KAREN.-

No lo sé... ¡Qué más da!


Karen y Marta permanecen en silencio. Suena el teléfono, pero ninguna de las dos se levanta a cogerlo. La llamada persiste y Karen se levanta y descuelga el auricular. Luego va al ventanal.


KAREN.-

Está lloviendo.


MARTA (sin contestar y tras una pausa).-

¿Tienes hambre?

KAREN.-

No. ¿Y tú?


Karen se dirige a la mesa, enciende un flexo y se sienta.


MARTA.-

Yo tampoco. Ya ni me acuerdo de comer. ¿Te acuerdas del hambre que teníamos siempre en la Universidad?


KAREN.-

Si... ¡Qué lejos queda eso! (Pausa) ¡Un siglo!


MARTA.-

Bueno..., puede que dentro de un siglo volvamos a tener ganas de comer... Éste es un buen sistema de hacer economías...


KAREN.-

¿Cómo no habrá llegado ya Joseph?... Tarda más de lo habitual. ¿Qué hora es?


MARTA.-

Hace ocho días que nos pasamos el tiempo preguntándonos qué hora es. Como si no supiéramos que ya no hay horas para nosotras... Nos sobra todo el tiempo del mundo.


KAREN.-

Hace una eternidad que no hemos salido de esta casa. ¿Qué haremos el día en que nos decidamos a salir a la calle?


MARTA.-

¡Quién sabe!


KAREN (a media voz).-

¡Es horrible!


MARTA.-

Venga, no hablemos más de ello. (Pausa) ¿Que vamos a cenar?


KAREN.-

Me da igual. Lo que tú quieras.


MARTA.-

¿Te preparo una ensalada como a ti te gusta?


KAREN.-

Hoy hace ocho días... Hasta el último momento me resistí a creer...

MARTA.-

Y yo...


KAREN.-

Ahora está todo claro...


MARTA.-

Ahora y siempre...


KAREN (levantándose bruscamente).-

Salgamos a la calle.


MARTA.-

¿Y adónde vamos a ir?


KAREN.-

A pasear.


MARTA.-

¿Pasear?... ¿Por dónde?


KAREN.-

Por donde sea. ¿No te apetece? No tenemos por qué encontrarnos con nadie... Y además, si nos encontramos a alguien, ¿que nos importa?


MARTA (levantándose).-

Bueno, a lo mejor, con el ejercicio, consigo luego dormir. Me paso

las noches dando vueltas como un sonámbulo. Podríamos ir al parque.


KAREN (triste).-

No... Habrá niños. (Se miran frente a frente) Mejor nos quedamos.

(Marta se tumba en el sofá) Saldremos mañana.


MARTA.-

¡Bah! Ni tú misma te lo crees...


KAREN.-

Joseph insiste todos los días en que deberíamos salir. Dice que todos los que no se han creído todavía esa espantosa historia, acabarán por dudar de nosotras si nos encerramos entre estas cuatro paredes como si nos escondiéramos.


MARTA.-

Pero, ¿tú crees que queda gente que no se haya creído la calumnia?




KAREN.-

Joseph dice que deberíamos ir al pueblo, entrar en las tiendas y hacer como si...


MARTA.-

¿En las tiendas? ¡Bonita idea! Apenas hay tres tiendas en todo el pueblo y en cuanto entráramos en cualquiera de ellas nos mirarían como bichos raros. ¿Sabe Joseph lo de la campaña que nos ha hecho el Club Femenino de Lancet?


KAREN.-

Mejor es que no le digas nada...


MARTA.- Estate tranquila. (Se oye la puerta de entrada). Ya está aquí...


Karen se levanta y sale por la izquierda del escenario. Marta se incorpora y coge un libro que tenía abandonado en una mesa de ayuda. Fuera se oye el ruido de un paquete grande depositado en el suelo.


KAREN (off).-

¿Es que va a quedarse ahí toda la tarde?... ¿Se puede saber qué mira?...


Se oye de nuevo el ruido de la puerta al cerrarse. Karen regresa cargando con el paquete del pedido.


KAREN.-

Era el chico de la tienda... ¡No puedo soportar que se quede ahí como alelado y mirando hacia adentro para ver no sé qué espectáculo!


Karen ha dicho esto sin detenerse y ha salido por la derecha del escenario. Marta vuelve a dejar el libro, se levanta y hace intención de seguir a Karen, pero antes de salir del escenario se encuentra con Karen que ya ha dejado el paquete en la cocina.


MARTA.-

¿Sigues teniendo ganas de ir al pueblo?


KAREN.-

No sé... ¡No sé nada!... (Abrazándose a Marta) ¡Marta!


MARTA (acariciándole la cabeza, dulcemente).-

¿Qué?


KAREN.-

¿Qué va a ser de nosotras? (Se suelta) Miro a mi alrededor y tengo la sensación de que todo está muerto. Todo está tan frío... Incluso por la noche, cuando consigo salir de una de esas horribles pesadillas, me encuentro con el mundo real. Una pesadilla sigue a otra. Nuestro mundo real no es real. No hay más que pesadillas. ¿Qué es lo que nos ha pasado? ¿Qué hicimos de malo para que nos ocurriera todo esto? Y ahora, ¿qué es lo que esperamos?


MARTA.-

Esperamos.


KAREN.-

Pero, ¿qué?


MARTA.-

No sé...


KAREN.-

Hay que salir de aquí, Marta. Ya no aguanto más.


MARTA.-

Pero tú vas a casarte pronto, Karen. Todo se te va arreglar...


KAREN (vagamente).-

Si...


MARTA (sorprendida por el tono de Karen).-

¿Qué te pasa, Karen?


KAREN.-

Nada...


MARTA.-

Supongo que no habrá pasado nada entre tú y Joseph...


KAREN (sin convicción).-

No, no... (Se oye de nuevo la puerta de entrada. El rostro de Karen se ilumina) Ahora sí que es él.




Cuadro octavo



Entra la señora Mortar con una pequeña maleta en la mano. Permanece en el límite izquierdo del escenario, primero un poco violenta y luego retomando su talante entrometido.


LILY MORTAR.-

Soy yo...¿Cómo estáis?


MARTA (A Karen).-

¡La duquesa!... ¿No es admirable?


LILY MORTAR.-

¡Buenas tardes, Marta!...


Karen enciende una lámpara.


MARTA (muy jovial).-

Pasa, pasa... Estamos encantadas de volver a verte. Estarás muy fatigada del viaje. ¿No te hace falta nada?


LILY MORTAR (sorprendida).-

¡Estoy feliz de regresar a mi casa! (Mira a su alrededor) Encantada de estar entre estas queridas paredes... (Silencio. Las dos la miran sin expresar nada). Bueno..., ¿y qué? Por aquí, ¿marcha todo bien?...


MARTA.-

¡Maravillosamente bien! La salud, espléndida. Llegas en el momento justo en que nos preparábamos para tomar el té...


LILY MORTAR.-

¡Qué buena idea! Nada me puede apetecer tanto como un té con pastas. Así que si no os molesta, me uniré a vosotras. Karen, hija, ¿quieres subir la maleta a mi cuarto? ¡Estos huesos...!


Karen no se mueve.


MARTA.-

¿Y no prefieres unos sandwichs... o un trocito de plumcake?


LILY MORTAR (intrigada ante tanta amabilidad).-

Pero, Marta...


MARTA (cambiando el tono).-

¿Se puede saber de dónde diablos vienes?


LILY MORTAR.-

Un poco de todas partes... He hecho un viaje interesantísimo...


MARTA.-

¿Por qué no has contestado a nuestros telegramas?


LILY MORTAR.-

¡Uf! El teatro ha cambiado mucho... Un cambio radical... No os podéis hacer una idea...


MARTA (glacial).-

¿Por qué no has contestado a nuestros telegramas?

LILY MORTAR (en dulce reproche).-

¡Ay, Marta! Sigues con ese mal carácter de siempre...


MARTA.-

Deja de preocuparte de mi carácter y responde a lo que te he preguntado.


LILY MORTAR (Agitada, tomando la maleta y caminando hacia la derecha del escenario).-

¡He viajado tanto!... Apenas dos días seguidos en el mismo sitio. (Se detiene un momento sin soltar la maleta) Aquí, en confianza..., entre nosotras, yo creo que la evolución del teatro es mucho más profunda de lo que la gente imagina... Por ejemplo, en el Lyceum de Rochester han puesto lavabos en los camerinos de los actores...


MARTA (arrebatándole bruscamente la maleta y dejándola en el suelo).-

¡Me importan un bledo tus lavabos! ¿Dónde estabas?


LILY MORTAR.-

Un poco en todas partes, ya te lo he dicho...


KAREN (tomando a Marta por el brazo).-

¡Bah! ¡Qué importa ya todo eso!...


LILY MORTAR.-

Karen tiene razón, ¿ves? El pasado, pasado está. Como os decía, hay algo... ¿cómo explicarme?... algo decadente en el teatro y por eso...


MARTA (A Karen).-

¡Es increíble! (A su tía) ¿Por qué te has negado a ser testigo en el proceso?


LILY MORTAR.-

¿Cómo? ¿Que yo me he negado...? Yo no me he negado a nada. Estás deformando la realidad, Marta. Yo estaba actuando..., tenía un contrato firmado... Bien sabes cómo son esas cosas. En fin, más vale que no hablemos de cosas desagradables. Lo importante es que he vuelto y ya estamos aquí las tres juntas. Voy a subir a arreglar el equipaje. He dejado un baúl en la estación, pero ya iremos mañana a buscarlo.


KAREN (suavizando).-

Aquí ha habido algunos cambios.


MARTA (indignada).-

Ya, pero ella cree que va a encontrar su butacón al lado del fuego y que va a instalarse aquí como antes, como si no hubiera pasado nada. (A la señora Mortar) Escucha: Karen Wright y Marta Dobbie presentaron una querella por difamación contra la señora Tilford, que, fundándose en una palabras de su deliciosa nieta, las había acusado de haber cometido, según las palabras del juez, actos cuyo carácter inmoral perjudicaba a las buenas costumbres. (La señora Mortar se lleva las manos a la cabeza) ¿No te gusta, verdad? Pues bien: una buena parte de los argumentos del abogado de la señora Tilford se basaban en las palabras que una tal señora Mortar, actriz en los lavabos del Lyceum de Rochester, había dicho a su sobrina, Marta Dobbie. La defensa extrajo la mayor parte de sus argumentos contra nosotras del hecho que la señora Mortar se hubiera negado a comparecer para explicar el sentido de esas palabras acusatorias... Pero como la señora Mortar no compareció porque estaba triunfando en los escenarios londinenses, su sobrina y esta señorita que está aquí callada, perdieron el proceso, de lo que supongo que habrás tenido noticia por los periódicos...


LILY MORTAR (haciéndose la digna).-

Yo no lo entiendo así, Marta. Si no acudí fue porque me pareció que era mejor no mezclarme en un proceso escandaloso. Nada bueno iba a sacar con ello... Pero tal como tú explicas las cosas, es distinto... Comprendo tu punto de vista... y créeme que lamento no haber venido a declarar. Y ahora que estoy de vuelta, quiero que sepáis que podéis contar conmigo para todo. Estoy dispuesta a no abandonaros nunca más. ¡Pobres hijas mías! ¡Lo que habréis padecido! Pero, ahora, esas cosas tienen solución. Hay médicos que se ocupan de curar, no sólo las enfermedades físicas, sino también las desviaciones morales. Aquí estoy yo para lo que queráis. Ya nunca os dejaré solas.


MARTA.-

Hay un tren a las ocho y tú te vas en él.


LILY MORTAR.-

¡Marta!


MARTA.-

Aquí ya no tienes nada que hacer.


LILY MORTAR.-

¿Cómo? ¿Tratas así a tu tía?


MARTA.-

Si. Trato así a mi tía, a la que odio. A la que he odiado siempre. ¿Lo entiendes?


LILY MORTAR (muy digna).-

¡Dios te castigará!


MARTA (mientras se oye la puerta de la calle).-

Ya lo ha hecho, no te preocupes por eso.


LILY MORTAR (como si no hubiera entendido nada).-

Cuando quieras pedirme perdón, estaré en mi alcoba... Yo no soy rencorosa.


La señora Mortar coge su maleta y se dirige hacia la izquierda del escenario, pero se tropieza con Joseph, que entra en ese momento.


LILY MORTAR.-

¡Ah, perdón! Si yo iba para el otro lado... (se vuelve hacia la derecha).


JOSEPH.-

Parece que usted no está nunca donde debe estar, señora. Me alegro de que haya llegado ya... ¿Un poco tarde, verdad?


LILY MORTAR.-

Le confieso que no esperaba verlo aquí, pero me alegro de su lealtad. Otros no hubieran vuelto por esta casa después de un proceso tan escandaloso... Pensarían que...


MARTA.-

¡Sal de aquí inmediatamente!


KAREN.-

Cuando sea la hora para ir al tren la llamaremos.


LILY MORTAR (a Marta).-

Un día te pesará lo me has dicho.


La señora Mortar sale por la derecha del escenario.


JOSEPH.-

¿Por qué ha vuelto?


KAREN.-

No tiene dinero.


Joseph se acerca a Marta y le toma la mano.


JOSEPH.-

Olvídalo, Marta. Le daremos algún dinero y nos desharemos de

ella. (Se sienta. Volviéndose a Karen)¿Habéis salido?


KAREN.-

Habíamos pensado en salir a dar un paseo, pero hemos preferido quedarnos.


JOSEPH.-

¡Vaya...!


Karen se coge de su brazo y va a besarle en la mejilla, pero Joseph se levanta rechazando perceptiblemente el acercamiento de Karen.


KAREN.-

¿Por qué has hecho esto?


JOSEPH.-

¿Qué?


KAREN.-

Levantarte cuando iba a besarte.


JOSEPH.-

¿Yo? (se acerca y la besa) Karen, por Dios... Si seguimos aquí más tiempo nos volveremos todos locos. ¡En fin...! Tengo una buena noticia para ti: me han echado de la clínica.


KAREN.-

¿Cómo?


JOSEPH.-

Que me han despedido. Al parecer no les gustan mis compañías. Una pequeña indemnización y a la calle. Así es que la próxima semana nos casamos y nos marchamos de aquí los tres.


KAREN.-

No, no... Eso no es posible. Yo no quiero que arruines tu carrera por mí...


JOSEPH.-

Todo está resuelto. Nos vamos a Viena lo más pronto que podamos. El Dr. Fischer me ha escrito diciéndome que puedo volver a ocupar mi antiguo puesto cuando quiera. No puede pagarme mucho, pero sí lo suficiente para que podamos salir de aquí... los tres.


MARTA.-

Yo no voy a irme con vosotros, Joseph.


JOSEPH (acercándose a Marta).-

Vamos, vamos... No digas tonterías, Marta. Nos marchamos los tres juntos y los tres juntos reharemos nuestras vidas fuera de este infierno. Todo será como en los buenos tiempos...

KAREN.-

Tú no tienes el menor interés en volver a Viena.



JOSEPH.-

Es cierto.


KAREN.-

Entonces, ¿por qué?


JOSEPH.-

Verás. Evidentemente yo preferiría quedarme aquí. Y tú también, claro. Y Marta. Pero eso es completamente imposible. Hay que poner los pies en el suelo. En Viena nos ofrecen trabajo. No lo podemos dudar. Así que déjate de poner objeciones. ¿De acuerdo?


KAREN.-

De acuerdo.


MARTA.-

Vosotros podéis hacer lo que os parezca. Pero yo te aseguro que no pienso moverme de aquí. Es mejor para todos. Créeme, Joseph.


JOSEPH.-

Tal ves más adelante... Pero ahora, te vienes con nosotros. Más adelante podrás dejarnos. Cuando tengas algo por lo que irte ¿De acuerdo?


MARTA (escéptica)

De acuerdo... Me voy a hacer la cena.


JOSEPH.-

Perfecto. (A Karen) Pasaremos la luna de miel en Ischl. Tomaremos el mejor café del mundo y comeremos unos dulces como no se encuentran en ninguna otra parte...


MARTA (levantándose, burlona).-

¡Deliciosos dulces rellenos de pasas!... ¡Qué bien, por fin me han entrado ganas de comer algo!...


Marta sale por el lado derecho del escenario. Joseph va un momento al ventanal para volver luego a sentarse en el sofá junto a Karen. La abraza.


JOSEPH (esforzándose para parecer optimista).-

Llegaré a Viena con mi mujer. ¿Has oído? Con mi mujer. La presentaré a todo el mundo, al doctor Eupelhardt, al enfermero jefe, a la viejecita de la pastelería, si es que vive todavía, y por supuesto, al doctor Fischer. (Ríe y se levanta) Necesitarás ropa para el viaje, ¿no?


KAREN (ausente).-

¡Bah!

JOSEPH.-

Ahora allí hace más frío del que supones. Necesitarás ropa de lana.


KAREN.-

Todos tus proyectos se han venido abajo, Joseph. Y yo te he hecho esto. Han destrozado nuestros planes; nos lo han quitado todo, todo lo que podíamos esperar, todo lo queríamos ser...


JOSEPH (firme).-

¡Basta, Karen! No hay que pensar más en eso... Es una ocasión estupenda, y no vamos a tirarla por la borda. Hay que olvidarse del pasado. Lo que hayáis hecho, hecho está y no hay más que hablar.


Karen se levanta bruscamente. Joseph se acerca, pero ella retrocede sin dejar de mirarlo fijamente.


KAREN.-

¿Lo que hemos hecho?... ¿Lo que yo he hecho?


JOSEPH.-

Bueno, lo que os han hecho, si lo prefieres.


KAREN.-

Yo no prefiero nada, Joseph... ¿Qué quieres decir? (Silencio) ¿Se puede saber qué quieres decir con esa frase, lo que hayáis hecho, hecho está?


JOSEPH.-

Nada, Karen, por Dios, no he querido decir nada. (Tranquilizándose) Karen, hay mucha gente que ha sufrido golpes duros en la vida. Nosotros podríamos pasarnos la vida lamentándonos de lo que nos ha pasado; o vivir encerrados en nuestro pasado, recreándonos en nuestra desgracia hasta el punto de no querer olvidarnos de esa desgracia. Por lo que a mi respecta, estoy dispuesto a no acordarme más del pasado y además estoy decidido a conseguir que tú lo olvides también.


KAREN (más calmada, acercándose a Joseph).-

Tienes razón. Perdóname... ¿Tu crees que podremos tener un hijo enseguida?


JOSEPH (bromeando).-

Lleva su tiempo... Pero, claro. Aunque al principio no tengamos mucho dinero...


KAREN.-

Antes siempre decías que querías ser padre enseguida... Y ahora parece como si tuvieras razones...

JOSEPH.-

¡Venga, Karen!... No tengo ninguna duda sobre eso. Siempre buscas segundas intenciones a todo lo que digo... No hablamos como personas sensatas... Hay que salir cuanto antes de este ambiente...


KAREN.-

Las palabras tienen el sentido que tienen, Joseph. ¿Crees que por irnos a Viena vamos a huir de este círculo vicioso? Las palabras más simples - mujer, niño, amor, justicia - tienen ahora otro significado. Para nosotros son palabras peligrosas. (Amargamente) Somos enfermos. Eso es lo que somos y la enfermedad nos ha atacado con demasiada fuerza para que pueda curarnos un simple cambio de lugar.


JOSEPH.-

Si, mujer, si. Se ha terminado la era negra. Recuperaremos la felicidad de antes.


KAREN.-

Es imposible.


JOSEPH.-

Pero, ¿qué es imposible?


KAREN.-

Joseph, quiero que me digas lo que realmente piensas, sin paños calientes. Lo que sientes...


JOSEPH.-

No te entiendo.


KAREN (muy cerca de él).-

Si me entiendes. Lo sabes muy bien. Hace mucho tiempo que los dos hemos comprendido lo que está pasando. Me di cuenta el día que perdimos el juicio. No te quité el ojo de encima durante todo el juicio... Y vi la tristeza reflejada en tus ojos... La tristeza y la vergüenza. Confiésalo, Joseph. Dime que sientes vergüenza...


JOSEPH.-

¿Yo? En absoluto.


KAREN.-

No tienes derecho a ocultarme tu pensamiento... Es demasiado grave para que intentes ocultar la verdad con galanterías.


JOSEPH.-

Como quieras... (Pausa) Pero después no volveremos a hablar de ello. (Pausa. Joseph duda un momento) Karen, dime simplemente que tú y Marta..., nunca, que nunca...

KAREN (dulcemente).-

No, Joseph, Marta y yo nunca nos hemos tocado. (Pausa) Entonces, tú... ¿también lo has creído? (Se abraza a él) No importa, Joseph... Has hecho bien en preguntármelo... Es mejor así...


JOSEPH.-

¡Perdóname, Karen , perdóname!... Yo no quería...


KAREN.-

Ya sé..., ya sé... Tú querías esperar a que todo estuviera terminado y en el fondo hubieras deseado no plantear nunca la cuestión. Pero no estabas muy seguro. Siempre has sido muy bueno conmigo. Muy bueno y muy leal. (Se le saltan las lágrimas y se separa de él). Ahora, Joseph, tengo muchas cosas que decirte, pero todas ellas son un poco complicadas.


JOSEPH.-

No, Karen, no. No discutamos más. Ahora hay que olvidar y pasar a la acción.


KAREN (con alegría).-

¿Pasar a la acción?


JOSEPH.-

Si, Karen, actuar.


KAREN.-

Entonces, ¿me crees?


JOSEPH.-

Naturalmente, Karen. Me ha bastado oírte negarlo para...


KAREN (de nuevo dominada por el desfallecimiento).-

No, no, no... Era demasiado bonito... La duda está ahí. Nunca sabría si me has creído o no... Tú mismo no sabrías contestarte. Y así no podríamos vivir. ¿No te das cuenta de lo que sería nuestra vida juntos? Estaríamos siempre atenazados por la duda, siempre, siempre... Viviría con la angustia de que no me habías creído y acabaría por odiarte. (Joseph hace un gesto de incredulidad) Si, si, Joseph..., acabaría por odiarte porque continuamente pensaría que estabas pensando cosas que ni siquiera se te estarían pasando por la cabeza... y acabaría por darme asco a mi misma. (Joseph intenta hablar). Y tú. Joseph, lo sabes también, lo has comprendido antes que yo...


JOSEPH (sin convicción).-

Jamás he tenido esos pensamientos y tampoco los tengo ahora.



KAREN (sonriente).-

Dices eso porque eres una buena persona. Intentas convencerte de que todo puede arreglarse, pero no se arreglará nunca, nunca. No puedo explicártelo mejor, pero lo siento... Mira..., yo estoy aquí, en pie; no he cambiado (Le tiende las manos) Mis manos son las mismas; mi cara es la misma y hasta mi ropa... Soy como todo el mundo. Puedo vivir como todo el mundo. Puedo tener un marido, un hijo... Puedo ir al mercado, al cine, la gente me dirigirá la palabra... (Dándose cuenta de que Joseph tiene un gesto de sufrimiento) ¡Perdón! No debería hablar así porque todo eso no es verdad...


JOSEPH.-

Pero podría serlo, Karen. Si quisiéramos...


KAREN.-

No. Eso es lo que hubiera podido ser antes si hubiéramos querido, pero es lo que no podemos conseguir ahora. No voy a casarme contigo, Joseph.


JOSEPH.-

No me digas eso, Karen. No podemos separarnos. No te dejaré.


KAREN.-

Sí, Joseph. Vete ahora, más tarde será peor.


JOSEPH.-

Esto es una locura. Tú y yo nos queremos. (Alterado) Daría cualquier cosa por no haber planteado esa cuestión.


KAREN.-

Un día u otro nos la habríamos planteado. A la primera discusión, al menor recelo, la calumnia estaría ahí. Mejor que haya sido ahora. Tú eres un hombre generoso y estoy convencida de que nunca conoceré un hombre mejor que tú. Y sé que has hecho por mí más que... Pero no puede ser. Nada de lo que habíamos planeado es posible ahora.


JOSEPH.-

Todo es posible. Dices que yo te he ayudado. Ayúdame tú ahora para que encuentre la fuerza y la decisión para... (Intenta abrazar a Karen) ¡Karen!


KAREN (retirándose).-

No, Joseph, no. ¿Tú quieres hacer algo por mí?


JOSEPH.-

Lo que tú quieras.


KAREN.-

Márchate un par de días lejos de mí y reflexiona sobre lo que te he dicho, ¿quieres? Y luego decide... No me digas nada más ahora. Calla y vete enseguida.


JOSEPH.-

Si eso es lo que quieres...


Se miran. Karen espera un movimiento de él, un estallido pasional, pero no se produce. Karen le mira intensamente. Joseph vuelve los ojos.


JOSEPH.-

Volveré. Volveré pronto.


Joseph, lentamente, se va por la izquierda del escenario.


KAREN (al oír que la puerta se cierra).-

Yo creo que no...


Karen se apoya en una cómoda y rompe a llorar. Poco después entra Marta por la derecha del escenario. Trae una rebeca en la mano. Karen, al oírla, se sienta en una silla y se seca los ojos, intentando que Marta no la vea llorar.


MARTA.-

Me encuentro más animada. En cuanto hago algo... Habrá que ir pensando en dar de cenar a la duquesa. Los buitres también comen. Hice una tarta, ¿sabes? Y encontré una botella de vino. Será una buena cena. ¿Dónde está Joseph?


KAREN (tras una larga pausa que mantiene a Marta expectante).-

Se ha ido...


MARTA.-

¿Volverá a tiempo para la cena?


KAREN.-

No.


MARTA (quitándose el delantal que lleva sobre la falda).-

Entonces esperaremos a que llegue. (Se pone la rebeca. Ante el silencio prolongado de Karen) ¿Qué pasa, Karen?


KAREN (apenas sin voz).-

Que ya no volverá.


MARTA (lentamente).-

¿Quieres decir que no volverá esta noche?



KAREN.-

No volverá nunca más.


MARTA (acercándose a Karen).-

Pero, ¿qué ha pasado? (se sienta junto a ella) Karen, ¿qué ha pasado?


KAREN.-

Creía que... era verdad.


MARTA (mirando incrédula a su amiga).-

No lo creo. ¿Estás segura?


KAREN.-

Segura.


MARTA (automáticamente, levantándose y retrocediendo)).-

No te creo. ¿Por qué dices eso? Jamás ha hecho la menor alusión... Ni en los peores momentos del juicio. (La coge por los hombros) Pero, ¿no le has dicho...? Habla, Karen. ¿No le has dicho que no era verdad?


KAREN.-

Si.


MARTA.-

¿Y no te ha creído?


KAREN.-

Creo que si.


MARTA (Agachándose junto a Karen).-

Entonces, ¿qué has hecho? ¿Qué eso de que crees que si?


KAREN.-

Marta, no quiero hablar de ello. Ya ha pasado.


MARTA.-

Pero eso es una estupidez, es absurdo...Joseph volverá y haréis las paces.


Angustiada, dándose cuenta de la inutilidad de lo que dice, Marta retrocede de nuevo.


MARTA.-

¡Dios mío! Tenía tantas ganas de que os casarais...


KAREN.-

Calla, por favor...


MARTA (ahogando las lágrimas y llevándose la mano a la boca).-

Pero ¿qué es lo que nos pasa a todos? ¿Nos hemos vuelto locos?


KAREN (dirigiéndose al sofá y tumbándose).-

No sé nada, Marta. Déjame. Quisiera tener sueño. Quisiera dormir.


MARTA (convencida).-

Vamos a buscarle ahora mismo. Es un hombre bueno. Hablaré con él y lo entenderá todo. Tienes que volver con él.


KAREN (irritada, incorporándose).-

¡Calla, cállate! (Se levanta) Hagamos el equipaje. Nos vamos de aquí. Mañana por la mañana hay un tren.


MARTA.-

¿Y adónde vamos a ir?


KAREN.-

No sé, a cualquier parte...¡Qué importa!... Tiene que haber algún lugar al que podamos ir.


MARTA.-

No tenemos dinero..., ni trabajo...


KAREN.-

Iremos a una ciudad grande, no será difícil encontrar un colegio...


MARTA.-

Tú sueñas... Nos conocen..., somos famosas.


KAREN.-

Pues en un pueblo...


MARTA.-

Menos aún.


KAREN.-

¿No podemos ir a ninguna parte?


MARTA.-

A ninguna parte. Estamos marcadas y espiadas por todo el mundo. Nos tendremos que quedar aquí hasta que sepamos por qué se nos ha hecho tanto daño... Te parece extraño, ¿verdad? ¿Irreal? Pues así es... Y de vez en cuando nos pellizcaremos para saber si es cierto que todavía seguimos vivas.





KAREN (temblorosa, arrodillándose junto a la chimenea).-

El pecado que hemos cometido no es nuevo. Hay otras mujeres verdaderamente culpables, y que, a pesar de ello, no son rechazadas por el mundo...


MARTA (sentándose y hablando con dificultad, como temiendo decir lo que no quiere).-

Si, pero nosotras no somos ellas... Esas mujeres creen en ello. Lo desean. Lo han elegido libremente. Nosotras no somos así. Eso tiene que ser distinto. Nosotras no estamos enamoradas la una de la otra... (Se detiene bruscamente, se levanta y se acerca al sofá. Karen atiza el fuego). Yo no te amo. Hemos vivido siempre juntas..., íntimamente, muy cerca la una de la otra..., pero yo no te quiero más que como amiga; como millones de mujeres quieren a otras. Pero la señora Tilford, el juez y todos los que escuchaban allí sentados con los ojos bien abiertos han decidido que somos lesbianas.


KAREN.-

¡Qué agradable es estar junto al fuego!


MARTA (arrodillada sobre el sofá).-

Pero sólo nosotras sabemos la verdad. No pueden ofendernos. No hemos hecho daño a nadie... Es perfectamente natural que sienta afecto por ti... Nos conocemos desde los diecisiete años y siempre pensé que...


KAREN.-

¿Por qué me dices todo esto?


MARTA.-

Porque te quiero.


KAREN (con un hilo de voz, sin mirarla).-

Ya sé que me quieres....Y yo a ti también.


MARTA.-

Si, pero yo te quiero de otra manera... ¿Cómo diría yo?... Puede ser que como... (Se levanta y se arrodilla al lado de Karen) ¡Karen!


KAREN (volviendo la cara hacia Marta).-

¿Qué?


MARTA.-

¡Que te quiero como ellos decían que te quería! Que te quiero.


KAREN.-

¡Estás loca...!


MARTA (llorando).-

Si, Karen... Te quiero desde siempre, desde la universidad... Pero no me había dado cuenta hasta ahora..., o tal vez si... Siempre ha habido algo raro... Siempre... hasta donde me alcanza la memoria. Y ahora han sido los demás los que me han puesto ante el espejo de la realidad.


KAREN (tapándose los oídos).-

¡No quiero escucharte!


MARTA.-

Si, debes saberlo... Ya sé que te asusta, pero más me asusta a mi. No puedo guardar este secreto por más tiempo. Me ahoga... Es necesario que te diga que sí, que soy culpable, que te deseo más que a nada en este mundo.


KAREN (levantándose y acercándose a ella).-

¡No digas más locuras! Tú no eres culpable de nada...


MARTA.-

Muchas veces he pensado en ello..., desde que éramos estudiantes. He hecho todo lo posible para convencerme de que no era verdad..., pero nada ha podido tranquilizarme. He pasado las noches rezando para que no fuera cierto. Eso es lo que me he estado repitiendo desde la noche en que se lo oí decir a Mary. Cada vez que te veía salir con un chico, cada vez que aparecía un novio en el horizonte..., sentía que me moría de celos. No sé cómo ha nacido en mí esto. Ni por qué... Pero te he querido siempre... Y es verdad, la idea de que te casaras con Joseph me sublevaba... Estaba celosa: unos celos provocados por ese sentimiento que no me atrevía a confesarte, pero que estaba ahí desde que nos conocimos... Te deseaba..., tal vez te haya deseado siempre.


KAREN.-

Mientes. Estás obsesionada por todo lo que oíste en el juicio y te engañas a ti misma. Jamás hemos pensado así. Ni tú ni yo.


MARTA (con amargura).-

Tú, no. Ya lo sé... Pero, yo...Yo nunca he estado enamorada de nadie. Nunca he sentido esto más que por ti. No he querido nunca a un hombre, Nunca supe por qué...


KAREN.-

Estás cansada, Marta, agotada...


MARTA (para sí misma).-

Tiene gracia... Está todo confuso... Hay algo en ti, que no sabes muy bien lo que es, ni haces nada para descubrirlo... Y una noche, una mocosa se aburre e inventa una mentira. Y entonces te preguntas: ¿lo ha visto ella? ¿lo ha notado?


KAREN.-

Pero, Marta, sabes que pudo inventar cualquier otra mentira. Solo buscaba algo para...


MARTA.-

Pero, ¿por qué esa mentira? Encontró una mentira con algo de verdad. ¿No lo entiendes? (Karen se acerca a ella y la toma por el brazo). No me toques. (llorando nerviosa) ¡No soporto que me toques! ¡No soporto que me mires! ¡Todo es culpa mía! Lo he destruido todo: tu vida y la mía, sin darme cuenta de nada. Te juro que no lo sabía. No quería que ocurriera. ¡Me siento tan enferma y tan sucia que no puedo aguantarlo más! (Llora amargamente ante la mirada compasiva de Karen) Y ahora ya no puedo seguir viviendo a tu lado...


KAREN (con la voz temblorosa).-

Tienes fiebre, Marta. Nada de lo que dices es verdad... Acuéstate. Mañana lo habrás olvidado todo...


MARTA.-

¿Mañana? ¡Qué palabra más rara! Para seguir viviendo, Karen, tendríamos que inventar un lenguaje nuevo, como hacen los niños... Un lenguaje en el que la palabra mañana no existiera...


KAREN (llorando).-

Vete a descansar, Marta... Luego estarás más tranquila.


Marta recorre el salón con la mirada lentamente. Se dirige a la puerta de la derecha y allí permanece un momento mirando a Karen.


MARTA.-

Si. Yo creo que me encontraré mejor, mucho mejor..., después...


Marta va a salir, pero se detiene al oír que llaman a la puerta. Karen y Marta se miran.


MARTA.-

Ha vuelto, Karen.


Karen echa a correr hacia la puerta mientras Marta se retira por la derecha del escenario. Karen sale hacia la puerta. Unos segundos después regresa al salón sola y abatida. Tras ella aparece la señora Tilford, visiblemente avejentada, con el aspecto de una enferma. Se detiene a la entrada del salón. Karen le da la espalda.



SEÑORA TILFORD.-

Le agradezco mucho que me haya dejado entrar, Karen. He estado llamando por teléfono toda la mañana, pero no me han contestado. Intenté localizar a Joseph, pero tampoco lo he conseguido.


KAREN (sin mirarla).-

¿Para qué ha venido usted?


SEÑORA TILFORD.-

Ahora sé que no es verdad... mi acusación.


KAREN (volviéndose).-

¡Ah, vaya! Ahora sabe que no es verdad. (Aparece Marta por donde ha salido. Karen se dirige a ella). Ahora la señora Tilford sabe no era verdad. (A la señora Tilford) Ya es demasiado tarde, señora. Si eso es todo lo que tiene que decirnos, puede marcharse ya.


SEÑORA TILFORD.-

¡Karen, por favor! Es muy importante para mí que ustedes me escuchen. Les ruego que me perdonen, si es que pueden. (Las dos mujeres callan y esperan a que la señora continúe. La señora se apoya en el borde de una ventana para coger fuerzas. Habla con dificultad, tragándose por primera vez en su vida su orgullo de clase). El martes, la señora Wells encontró un brazalete escondido entre la ropa de Rose. Estaba allí desde hace muchos meses. Al preguntar a su hija la procedencia de ese brazalete, Rose acabó confesando que se lo había robado a su amiga Helen y que Mary..., que mi nieta..., que lo sabía, se aprovechaba de ese secreto para obligar a Rose a hacer y decir todo lo que se le antojaba. Y así la forzó a confesar que ustedes... Naturalmente, yo interrogué a Mary que ha acabado por venirse abajo y confesar la verdad. (Karen y Marta permanecen en silencio) Tengo algo más que decirles. Por favor, Karen..., Marta, se lo suplico... No sé qué puedo hacer para que ustedes perdonen todo el daño que les he hecho. He hablado con el juez Potter. Habrá una nueva vista y se cambiará la decisión del tribunal. Habrá una rectificación y toda clase de disculpas, y en los periódicos se publicará una explicación. La demanda se les pagará en su totalidad y todo lo demás que tengan la bondad de aceptar de mí.


KAREN (acercándose e ella, que mantiene la mirada baja).-

Así que ha venido aquí a aliviar su conciencia...Una disculpa pública y un dinero en compensación y podrá descansar de nuevo... (Gritando) ¡Pues no va a descansar! ¡Se ha equivocado de sitio, señora Tilford!


Karen se acerca a Marta. Ahora las dos miran a la señora Tilford que muestra un semblante derrotado.

KAREN.-

No queremos nada de usted, señora Tilford.


SEÑORA TILFORD.-

Ya sé que no puedo comprar mi tranquilidad. Ésa sé que no volveré a encontrarla. No he venido para eso. Les juro por Dios que no.(Al borde de las lágrimas) Tengo que poder hacer algo..., por favor. No se trata de mí. Por favor, ayúdenme.


MARTA (sin mirarla).-

¿Que la ayudemos?


Marta llora y ríe a un tiempo, ante la mirada perpleja y asustada de Karen. Se lleva la mano a la boca y luego se sienta en el sofá con la mirada perdida.


KAREN (sin volverse a la señora Tilford, mirando a Marta).-

¡Por favor, váyase, señora Tilford! ¡No la queremos aquí!


La señora Tilford duda un momento. Mira a Karen que sigue dándole la espalda y luego, dificultosamente y a paso lento, sale del escenario en dirección a la puerta de la calle. Karen espera sin moverse hasta oír que la puerta se cierra. Se acerca a Marta.


KAREN.-

¿Te sientes mejor ahora?


MARTA (con la cabeza en otra cosa)

¿Me traerías un vaso de agua?


KAREN.-

Claro.


Karen sale y Marta se levanta y va hasta el escritorio y abre un cajón. Extrae algo que no vemos y lo mete en su bolsillo. Vuelve a sentarse en el lugar donde estaba. Entra Karen con un vaso de agua en la mano. Se acerca a Marta y se lo ofrece. Marta da un pequeño sorbo y lo deja en una mesa de ayuda.


KAREN (con voz queda y tranquila).-

Marta, voy a irme a otro sitio para empezar de nuevo. (Marta vuelve lentamente la cabeza sin llegar a mirarla de frente) ¿Querrás venir conmigo? (Marta entorna los ojos y mueve ligeramente la cabeza. Hay un largo silencio. Karen no deja de mirarla) Ahora podremos encontrar trabajo.


MARTA (mirándola por primera vez, pero a través del hombro).-

Gracias, Karen. (Pausa) Mañana hablaremos de eso. ¿No estás cansada?


KAREN.-

Si, creo que por primera vez en mucho tiempo voy a dormir tranquila. Hasta mañana, Marta.


Karen besa a Marta con ternura, casi con amor y luego sale. Marta se queda sola. No ha cambiado su mirada durante todo el tiempo en que estuvo hablando con Karen. Mantiene un gesto impasible. Se escuchan los pasos de Karen subiendo las escaleras.


Marta saca de su bolsillo el objeto que tomó del escritorio. Ahora vemos que es un tubo de somníferos. Lo abre, saca un puñado y los mete en la boca. Toma el vaso de agua y bebe. Repite luego la misma acción con más pastillas. Se levanta y pasea por el salón mirándolo a un lado y a otro, como si no reconociera su propia casa. Luego se sienta y cierra los ojos al tiempo que recuesta su cabeza sobre la espalda del sofá.


(Bajan las luces)


Unos minutos después entra en el salón la señora Mortar con su maleta. Se sitúa frente a su sobrina que parece dormir tranquilamente, aunque tiene la cabeza ladeada.


LILY MORTAR.-

Aquí me tienes. Preparada para el destierro.


No recibe respuesta ni reacción alguna.


LILY MORTAR.-

Está bien. Si no quieres hablarme, no lo hagas. Pero alguien

tendrá que acompañarme a la estación... Digo yo.


La señora Mortar se cruza de brazos frente al cuerpo de Marta. Permanece unos segundos en silencio.

LILY MORTAR (acercándose lentamente al sofá).-

Marta... ¿Te pasa algo?... (tomando el brazo de su sobrina y

retrocediendo un par de pasos) ¡Marta!


Al soltarlo, el brazo de Marta cae inerte. La señora Mortar se echa las manos a la cara.


LILY MORTAR.-

¡Marta!... (Gritando) ¡Karen, Karen!... ¡Karen!


Karen aparece corriendo al oír los gritos de la señora Mortar. Al ver su gesto, se detiene un momento. Luego da la vuelta al sofá y descubre el cadáver de Marta. Ahoga un grito de dolor. Mira a la mesa de ayuda y descubre el tubo de somníferos. Se echa las manos a la boca.



LILY MORTAR.-

¡No contesta, Karen, no contesta!


Karen echa a un lado a la señora Mortar, se acerca al sofá y se abraza al cuerpo de Marta. Se oye el llanto quedo de Karen.


LILY MORTAR.-

Pero, ¿qué ha pasado?


Karen no responde. Se levanta y va hasta la ventana. La señora Mortar la sigue con la mirada. Karen no habla. La señora Mortar comienza a llorar.


LILY MORTAR.-

¿Qué vamos a hacer? (Pausa) ¿Qué vamos a hacer?


KAREN.-

Nada.


LILY MORTAR.-

Hay que avisar a un médico inmediatamente.


La señora Mortar va al teléfono y muy excitada intenta marcar un número.


KAREN (inmóvil e impasible).-

Ya es demasiado tarde...


LILY MORTAR.-

Pero hay que hacer algo... ¡Es horrible! ¡Pobre Marta! (Cuelga el teléfono, se sienta en una silla y llora) ¿Crees que está muerta?


KAREN.-

Si.


LILY MORTAR.-

¡Marta, mi pobre Marta!... No es posible... Pero, ¿cómo ha podido...? (Levanta los ojos y mira a Karen) ¡Karen! ¡Karen! ¡Tengo miedo!


KAREN.-

No grite tanto...


LILY MORTAR.-

No puedo... Es más fuerte que yo... ¿Por qué me ha hecho esto?

(El llanto va disminuyendo.) De todas maneras hay que llamar a alguien.


KAREN.-

Más tarde.


LILY MORTAR.-

No tenía que haber hecho esto.... Claro, todo esto ha pasado por culpa de ese maldito proceso...


KAREN.-

Marta no se ha suicidado por eso.


LILY MORTAR (curiosa más que interesada).-

Entonces, ¿por qué?


KAREN.-

Y a usted, ¿qué le importa?


LILY MORTAR.-

Parece mentira, hija. Tú tampoco tienes sentimientos.


KAREN.-

¿Y qué más da si tengo sentimientos o no?


LILY MORTAR.-

¿Qué será de mí ahora? ¡Ya no me queda nadie en el mundo! A pesar de lo ella decía, Marta no me hubiera dejado morir de hambre. Estoy segura...


KAREN.-

Ya me ocuparé de usted...


LILY MORTAR.-

Tengo miedo, Karen...


KAREN.-

No tenga miedo...


LILY MORTAR.-

Tú todavía eres joven, Karen.


KAREN.-

Ya no.


+