23/1/21

MIRACOLOSA, POR PATRICIA SUÁREZ.



MIRACOLOSA












Por Patricia Suárez


CONTACTO CON LA AUTORA:  cazadoraoculta@gmail.com



Linguaglossa, pueblo cerca del Monte Etna.

Principios de siglo XX.



Personajes

El lobo, ANTONINO

AURELIA FIESCHI, su esposa

LA SANTA MADONNA DEL MONTE CARMELO

SANTA VENERINA

SASÀ

VIUDA FÓSCOLO



Intro

La Viuda Fóscolo

Monólogo

La Viuda en su dormitorio o vestíbulo, junto a una ventana con plantas y flores. Se está subiendo las medias ligas, vistiéndose para salir. De vez en cuando va hacia la ventana, pispea quién hay abajo y lo increpa


VIUDA:

¿Está fresco allá afuera?

Aquí, aquí arriba…

A usted le hablo. A usted, señor.

Un ángel no voy a ser, señor.

Aquí arriba. Es que un día llueve y al día siguiente hay un sol que raja la tierra.

Ya sabía yo que está poniéndose más caluroso. Si decido llevar sombrilla, llueve. Si llevo paraguas…

Una ya no sabe ni qué ponerse, qué cosa hacer.

Ciucciarella Fóscolo. Viuda de Fóscolo, que no me quiero acordar.

No me quiero acordar de cosas tristes. Pobre marido mío.

¿Quiere subir?

Me ayuda a ponerme los guantes.

Estos que compré me dan un trabajo…

No puede?

Lástima. Otro día será.

Bajo

Otro día será.

Ella mira al hombre alejarse, decepcionada.

Lástima.

Canta

Fui la otra mañana a comprarme guantes en una lujosa guantería/ vino el dependiente, pasó muy galante / y sirviome al punto lo que yo quería / Al ir a probarme, me dijo el guantero: / Déjeme, señora. Yo se lo pondré./ Y un tanto apurado empezó a meterlo / y al verle nervioso, así le exclamé: / Poco a poco, por favor / y apretando sin cesar / con dulzura y sin temor / que no puede lastimar./ (hablado) Sigue, sigue. Aprieta así. Un poquito, anda, vida, un poquito más… Que ya no… falta poco. (con alivio) Ay, basta. Basta, que ya está.

Asomada a la ventana, saluda

Ah, Caterina. ¿Cómo va?

Viene el calor? Eso dicen.

Aquel señor, me dijo. 

Salgo, sí.

¿Qué quieres, que salga una vez por año como la Madonna en la Procesión de la Iglesia?

Pero no!

Sube, que te cuento. Voy por limones, ¿quieres que te traiga limones? Para refrescarme con la limonada, que el fuego de este año no me lo apaga un aguacero. Qué sé yo para que puedes querer limones, todo el mundo quiere limones.

No te traigo limones, no grites así.

Va vía, va vía.

Se sienta en un tocador, o una silla frente a un espejo y se cepilla el pelo suelto. Más tarde, se pone horquillas y se hace un rodete.

Me he quedado yo sola, sola.

Ese es el problema de todo.

Sola, solita, solita.

Porque Pietro Fóscolo se me murió, pobrecito que se murió.

Pero antes de morirse, me las hizo de todos los colores.

Me decían desde el corazón: Nunca lo dejes ir solito, ni a pasear, porque atrás tuyo se puede enamorar de otra. Ni caso yo hice a los avisos que me dieron. Con la mano en el corazón me daban esos avisos. Gente honesta, buena, que me hablaba. Y el ingrato con otra se me fugó. Un día, se me fugó. A la mañana estaba y a la noche ya no estaba. Me lo dejé quitar por una más fea que yo, tan solo por confiarle. Culpa mía que ni caso le hice a las voces y lo dejaba solito irse a parrandear…

Después me enteré que se le murió a la fea. Bien hecho, que ni un poquito lo pudo disfrutar.

Y al final, me he quedé yo sola, sola. Sola, solita, solita.

Y ahora, acá estoy. Me consuelo como puedo, rezo el Rosario; yo no pido mucho. No soy de pedir.

Antes le pedía a San Antonio, a la Madonna del Carmelo.

Ay, pobre de mí.

¿Qué voy a hacer yo así como estoy?

Ahora me conformo, porque la conformidad es una virtud cristiana.

Voy allá arriba al monte por limones, cuando necesito limones…

Voy allá arriba por naranjas, cuando necesito naranjas…

Pobrecito Pietro Fóscolo, bien muerto que está.

Pero eso sí.

Cuando otro esposo me consiga yo, ese sí que no se me irá. No se lo voy a mostrar ni a la amiga mejor que pueda yo tener. A las feas no se lo voy a dejar mirar ni de refilón; las feas malvadas con sus garras de buitre. No lo dejaré salir: si hay que ir a comprar, mando al criado o a mi propia mama. El, aquí junto a mí. Porque de ninguna forma pienso volver a quedarme sola, sola. Solita, solita como ahora estoy.

La Viuda se pone el sombrerito con velo, se alisa la ropa.

Sonríe feliz y sale.

APAGÓN




Escena 1.

Humilde casa de campo. El fogón, la mesa, un banco largo, una silla. Sobre el fogón una imagen de la Santa MADONNA del Monte Carmelo.

Tres golpes a la puerta.

AURELIA, alterada, se acerca.


AURELIA: Marido, ¿es usted?


Larga pausa.


AURELIA: Ponga la mano en el ventanuco, marido.


Por un hueco junto a la puerta, aparece una mano de hombre, temblorosa. AURELIA la examina.


AURELIA: Adelante.


Muy trastornado, entra ANTONINO. La abraza.


ANTONINO: Aurelia, Aurelia.


AURELIA: Huele a salvaje.


ANTONINO: No se aleje.


AURELIA: Huele a bestia. Déjeme.


ANTONINO se aparta.


AURELIA: ¿Dónde estuvo?


ANTONINO: En el bosque.


AURELIA: ¿Qué hace tanto en el bosque?


ANTONINO: Corro como un loco. Araño los árboles. Soy presa de una maldición.


AURELIA: ...


ANTONINO: No me cree.


AURELIA: ¿Usted es un lobo?


ANTONINO: Puede ser...


AURELIA: No. ¿Es un lobo o no es un lobo?


ANTONINO: Soy, soy. Pero puedo dejar de serlo, si alguien, alguno, me quita el encantamiento...


AURELIA: ¡Puede ser! La única verdadera respuesta que uno le saca siempre a usted: puede ser.


ANTONINO: Está furiosa.


AURELIA: ¡Pero no, la furia es de otra época para mí! De un año atrás es, ahora no siento ninguna cosa.


ANTONINO: ...


AURELIA: No tiene miedo de caer dentro del volcán. Los pastores, Ninì, sobre todo, dicen que más arriba la tierra se siente caliente...


ANTONINO: No temo el volcán.


AURELIA: No tiene miedo de nada. Qué valiente es, qué coraje el suyo.


ANTONINO: Sospecha de mí otra cosa. Cree que voy al pueblo. Piensa mal de mí. Dígame: piensa mal de mí, ¿sí o no?


AURELIA: No.


ANTONINO: Cree que voy de la Viuda.


AURELIA: Sí.


ANTONINO: Entonces piensa mal de mí.


AURELIA: Me estufa con tanta pregunta, Antonino.


ANTONINO: Sabe que lo de la Viuda terminó hace tiempo. Dos años, dos años y más tal vez... Antes de conocerla a usted. Era en la época que estaba solo. Jamás pensé que podía conocerla, que la Santa MADONNA me bendeciría con una mujer tan buena como esposa, por eso yo...


AURELIA: Estoy harta, Antonino.


ANTONINO: ¿Qué?


AURELIA: Prométame que no se irá más.


ANTONINO: Sabe que no puedo.


AURELIA: No puede, eh?


ANTONINO: No. Es el mal de luna.


AURELIA: Yo tampoco puedo.


ANTONINO: ¿Qué dice?


AURELIA: Me voy.


AURELIA saca de un arcón dos o tres pobres vestidos. Los pone sobre la mesa, los dobla y los envuelve con papel. Durante el resto de la escena carga con algunas cosas y las mete en una bolsa de arpillera.


ANTONINO: ¿Cómo que se va?


AURELIA: Ayer hubo humo en el Etna. Una columna muy fina, negra. Era un anuncio. Yo para ser muerta no me quedo. Me marcho.


ANTONINO: ¿Adónde?


AURELIA: Con Pippinitto.


ANTONINO: ¿Con Pippinitto? ¿Qué puede hacer él contra el volcán, Aurelia? Un hombre chiquitito como un alfiler de sombrero.


AURELIA: Si será estúpido usted. ¿Qué tiene que ver que sea pequeñito?


ANTONINO: Defender a una mujer contra el volcán, esa es tarea de un Hércules...


AURELIA: Hércules, Hércules, ¡pero, accidente! Pippinitto tiene un carro y del carro tiran dos viejas yeguas. Comprende? Los animales tiran y yo voy arriba, muy señora, me hago aire con un abanico. Así. (AURELIA se abanica)


ANTONINO: ¿Qué abanico?


AURELIA (se quita las zapatillas): ¿Vé? Mire bien: voy descalza. Yo, del carro no bajo, baja Pippinitto y alcanza lo que haga falta.


ANTONINO: ¡No, Aurelia, no!


AURELIA: ¡Sí, Antonino, sí!


ANTONINO: Se despide de mí así?


AURELIA: Acabe con la comedia: no me despido: me voy.

ANTONINO: ¿Cómo, cómo se marcha? ¿Así?


AURELIA: Así, andando no: en carro.


ANTONINO: Aurelia María Fieschi...


AURELIA: Aunque me hubiera prometido nunca más salir al descampado, enloquecido, convirtiéndome en el qué dirán del pueblo entero, haciendo de mí la comidilla de todas las solteras que reniegan de casarse y me señalan como el ejemplo de la suma de los errores de una muchacha, igual, ¿me oye? igual me hubiera ido. Porque no le habría creído más. Ah, palabras, palabras, malditas palabras, ¿quién las inventó? Cinco veces en el último año, me lo prometió. Me pidió que lo ate a la cama con correas, lo até. En vela toda la noche, al lado suyo, esperaba a que le merme el ataque. Pero, ¿qué pasaba? El ataque se le iba como la marea, ¡y usted, sonrosado, lindo, gordo, pedía de comer! Cuando yo iba al fogón, a cocinarle, usted escapaba por la ventana. ¿Se acuerda o la memoria se le borra de repente cuando soy yo la que pone las palabras? ¿Soy yo la carcelera, el monstruo de ciento de ojos para estar vigilándolo? Quiere escaparse, escápese si es más feliz haciendo el lobo afuera. A mí, déjeme tranquila.


ANTONINO: Aurelia: no se vaya.


AURELIA (mira en derredor y va juntando objetos para llevarse): No es este el pensamiento para un matrimonio cristiano que yo tenía. No me venga ahora con que es devoto de la MADONNA, porque no cuenta. (Toma la imagen.) No, no me la llevo. (La vuelve a colocar en su sitio.) La dejo que lo acompañe. De acá en más, que de sus cuitas se amargue ella, porque yo no estaré aquí para derramar más lágrimas.


ANTONINO: Aún podemos formar una familia.


AURELIA: ¿No dice usted que es lobo?


ANTONINO: No es por placer. Es una cosa de la sangre, un impulso muy fuerte...


AURELIA: Yo lobeznos no pariré.


ANTONINO: Aurelia Fieschi, ¿qué haré sin usted?


AURELIA: Se las arreglará bien, lo mismo que antes sin mí. Mira la luna, y según cómo lo inspira sale al bosque hecho una fiera o enfila a la casa de la Viuda. La Viuda siempre lo espera: usted será muy lobo, pero ella es una buena zorra.


ANTONINO: Aurelia, Aurelia.


AURELIA: No siga, Antonino. No me convencerá. Y no me llame más por mi nombre, que acabará por gastarlo. Déjelo libre, para que lo use con otro.



AURELIA se marcha.



Escena 2.

Más tarde, entrada la noche.

ANTONINO enciende un cabo de vela, se arrodilla a rezar frente al altarcito de la MADONNA.


ANTONINO

Santa Madonna del Monte Carmelo... mi mujer, Aurelia, me ha abandonado. Por qué, eh? Porque soy un pobre feligrés preso de una maldición que me ha hecho la sucia de la luna. Sí, Madonna del Carmelo, usted lo sabe mejor que ninguno. Usted me ha visto en el bosque, corriendo como un loco, trepando a los árboles. No soy una criatura dañina: yo no recuerdo haber hecho mal a un ser viviente. Mucho tiempo atrás, estuvo aquello que pasó con Rosália Tomarchio; por ella yo me fui de Ragusa y vine a parar aquí. Cosa de chicos. Primer amor. El primer amor afecta la mente de los muchachos. Una bella muchacha, y yo fui un muchacho loco. Los carabinieri me persiguieron un tiempo por pura malicia y difamación que me habían hecho los parientes de Rosália; pero no vinieron a Linguaglossa a prenderme. Esta Rosália no era como la Aurelia. Y yo he cumplido siempre a la Aurelia; nunca le hice faltar cosa alguna. Ella lavoraba el campo poco, temprano a la mañana y nada más, para que no se arruinara la espalda, los huesos; por la tarde cocinaba dulce para la Condesa de Monteleone y se lo llevaba al castillo. Yo, se lo llevaba, para que ella no gaste los pies andando. Bellos, qué bellos los talones de Aurelia, Santa Madonna! Nunca le permitía estar descalza, porque eso incita a la lujuria. Aquí hay mucho paisano puerco. La desvergonzada igual no me comprendía. ¡Bandida, bandida! Ahora no sé si maldecirla o decir mis oraciones por ella. Me provocaba, me hacía venir ira, ¡furia!, me ponía violento... Me pedía una cosa, yo muy pronto no la complacía, para que no dijeran las gentes por ahí que yo era un pollerudo, un dominado de las féminas. Pero después, yo cedía, y le daba el gusto a la Aurelia. Y sí; entonces ella enseguida me pedía otra cosa, y otra más. Perque nunca estaba conforme, ¡porque era insaciable! Celosa; estaba todo el día intrigando contra la Viuda de Pietro Fóscolo. ¡Dale, dale con ella! Que si en el pasado yo le había hecho regalo a la Viuda y cuánto me costaron los regalos. Los perros de los ojos de la Aurelia me seguían a todas partes, ¡me mordían las patas cada vez que salía de la casa, que asomaba la nariz fuera! Ah, celosa, celosa, la entraña mala. ¿Por qué era así...? El cariño de ella era un castigo, ¡un martirio! Usted sabe lo que he sufrido, Madonna mía, tanta desdicha! O me mata el mal de luna o me mata la falta de mi mujer. Mi suerte necesita de su presencia de ella y la suerte de Aurelia Fieschi necesita de mí: es así, estoy seguro. Sufro por esa extraviada, y siento un dolor tan profundo por su partida que siento se me rompe la tripa. Pero yo no le pido el olvido, Madonna, no. Hágala volver a mí, Señora Adoloratta, usted que todo lo puede... Aunque sea un solo momento. Para echarle al rostro: Aurelia María Fieschi, mala mujer, usted mató todas mis ilusiones. Pero, yo que soy generoso, voy a seguir rezando por usted. Y después, la escupo. Le cruzo la cara de dos sopapos. Y me reporto y me voy. Tranquilo, lejano. Cuánta angustia. Usted sabe lo que es la pena, el dolor; concédame este favor como si fuera yo el Cristo Santo, su hijo, que se ha enamorado de una ingrata. Si me hace la gracia, Madonna, yo prometo alzarle en medio del bosque una capilla bellísima, siempre adornada con flores, y que a su imagen la alumbre la luna, ¡esta luna confusa de mi vida!, y yo no rasguñaré la puerta cuando vaya hecho un lobo, y en vez de aullar, diré cánticos de alabanza a usted y a su santísimo hijo. Por favor, Santa Madonna, hágame esta merced. Y que en la mañana yo sea un hombre de vuelta feliz, porque ahí junto al fogón estará Aurelia recién venida.



Escena 3.

Muy de mañana.

ANTONINO se ha quedado dormido junto al fogón.

Voz femenina lo llama por su nombre y bate palmas. La voz suena adentro de la casa. ANTONINO se despereza.


ANTONINO: ¿Qué pasa?


MADONNA: Aquí, Antonino.


Pausa.


ANTONINO: ¿Quién habla?


MADONNA: Pero cómo quien habla?


ANTONINO ve una mujer un poco vieja, que pasa los 50, vestida como la imagen de la Virgen. La acompaña una joven, un poco insulsa, toda de negro, con un gran mantón castaño.


ANTONINO: ¿Quién... quién es usted?


MADONNA: ¿Cómo quién soy? Mira lo que pregunta, Venerina. ¿Te ha entrado miedo, Antonino? La cita, Antonino: ¡la cita! Primero pides, pides, y cuando vengo aquí a ayudarte, resulta que te tiemblan las rodillas. ¡Pero, me hubiera quedado en el convento! Venerina, dile tú quién soy.


VENERINA: Antonino: la Santa Madonna del Monte Carmelo se ha dignado a dejar su trono en el cielo para visitarte.


ANTONINO (tembloroso): No puede ser cierto.


MADONNA: ¡No te digo yo, Venerina! ¿Para qué se molesta tanto una al final?

VENERINA: Está muy trastornado, señora.


MADONNA: ¿Y por qué me convocó? A este infeliz, Venerina, no lo hacemos santo como a la santa Bernardita Soubirous.


VENERINA: Espere, señora. Déle un poco de tiempo.


MADONNA: Tiempo, tiempo. A mí me sobra, pero ellos que son mortales deberían pensar más rápido. Quiere una cosa, quiere otra cosa. Antonino, te habla la madre de Nuestro Señor Jesucristo: reacciona. (ANTONINO la mira trastornado.) Beso en la mano. (La Virgen tiende su mano.) Deme un beso a la mano...


ANTONINO, con mucho temor, la besa.


MADONNA: Así...


ANTONINO (le da más besos, desesperados): Madonna, santa Madonna...


MADONNA: Bien, bien. Detente que no soy la estatua de yeso de la parroquia.


ANTONINO: Sí, Madonna.


MADONNA (a VENERINA): ¿Trajiste la bolsa con los buñuelos?


VENERINA: No, madre, usted no me ordenó.


MADONNA: Pero, ¿todo hay que decirte, Venerina? ¿No puedes pensar por ti misma de vez en cuando, día sí, día no, aunque sea...? Dios Santo. ¡Ah, sino fuera porque Cecilia se la pasa canta que canta hasta romperle a una los tímpanos, te juro que seguía haciéndome acompañar por ella! Solícita era. Un poco... (hace la seña de estar chiflada.) tanta música... lo poco gusta y lo mucho enfada, le decía yo. Pero, ella. Sorda ya estaba. Y yo, con jaqueca. ¿Qué comemos ahora, Venerina?


VENERINA: No sé.


MADONNA: Preguntále a éste qué tiene en la casa.


VENERINA: Antonino, pregunta la santa madre qué hay en su casa para merendar.


ANTONINO (desconcertado): ¿Qué?


VENERINA: Fiambre, queso de cabra, un poco de pan, una poca de salame, qué?


ANTONINO: ¿Cómo?


MADONNA: ¡Otro que se hace el sordo!


VENERINA: Huevo fresco?


ANTONINO: ¿Usted quién es?


VENERINA: Yo soy la santa Venerina.

ANTONINO: ¿Qué Venerina?


VENERINA: la que da el nombre al pueblo de al lado.


ANTONINO: Si el pueblo se llama así por puro capricho... es una palabra, no una santa.


MADONNA: ¿Y qué? ¿Tiene que conocerla usted para ser una santa? Ella no existe y es santa. Punto.


ANTONINO: ...En el santoral de Sicilia no figura.


MADONNA: ¡Le salió el teólogo! Resulta que primero nos llama porque es un lobo, después nos viene con la teología. Esto es tu culpa, Venerina. Rezábamos con el rosario; las carmelitas calzadas levantaban falso testimonio sobre las descalzas... ¡ah, qué lindo lo estábamos pasando! ¡Cuánto divertimento! Y tú empezaste: que hay que tener piedad, que dejemos los pastelitos para otro tiempo, que a un campesino... -¿qué es usted? ¿un campesino?- el diablo lo ha maltratado mucho tiempo, volviéndolo lobo... ¿Y qué? Los asuntos del diablo, los atiende Michele Arcángelo. Ah, pero usted metida como es... Me estufó la paciencia. Me secó más que a un higo. Aquí estamos. A ver, señor mío. Se quiere curar del mal del lobo o no se quiere curar?


ANTONINO: Sí, yo...


MADONNA: Duda. (A V.) Encima duda, Venerina.

VENERINA: Hemos venido aquí a ayudarlo, señor Antonino...


MADONNA: En mala hora hemos venido...


VENERINA: Entendimos que usted quería dejar de ser un licántropo.


MADONNA: Ah, incordio: ahora le habla fino.


ANTONINO: Yo... Mi mujer me ha abandonado.


MADONNA (se pega en la frente): ¡Nos equivocamos de casa!


VENERINA: ¡Pero no, madre!


MADONNA: ¡Vinimos a parar a lo de un cornudo!


VENERINA: Pero no...


MADONNA: ¡Que encima nos tiene en ayunas!


VENERINA: ¿Es usted el señor Antonino della Croce?


ANTONINO: Sí, sí.


VENERINA: Venimos a concederle la gracia.


ANTONINO: ¿A mí?


VENERINA: Sí.


ANTONINO cae de rodillas como fulminado y besa el ruedo de la Virgen.


MADONNA: Ah, por fin.


ANTONINO: Santa Madonna, gracias, gracias.


MADONNA: Levántate, Antonino.


ANTONINO sigue besando el ruedo.


MADONNA: Antonino, ya está bien.


ANTONINO se levanta.


MADONNA: ¿Escribe lo que dice el lobo o no lo escribes, tú? Hay que reportarlo todo arriba después.


VENERINA: No. Atiendo.


MADONNA: Atiende, ella. La memoriosa.


ANTONINO: Santa Madonna del Monte Carmelo, yo le ruego que haga usted volver a mi mujer Aurelia.


MADONNA: Aurelia... ¿Se fue?


ANTONINO: Sí.


MADONNA: ¿Abandonó el hogar?


ANTONINO: Sí.


MADONNA: Y por qué?


ANTONINO: Usted lo sabe, Madonna.


MADONNA: No. Yo en lío de alcoba no me meto. Por qué partió la desdichada?


ANTONINO: Porque soy lobo.


MADONNA: También tú!


ANTONINO: Es una maldición.


MADONNA: Ah, bueno. Pero hay maldiciones y maldiciones. La tuya no tiene nada que envidiarle a las otras.


ANTONINO: ...


MADONNA: Dime, Antonino. Cuando tu mujer se fue, ¿se llevó el pan, la fruta, la manteca...?


ANTONINO: No, no.


MADONNA: ¿Se llevó el vino? ¿O el licor de lemoncello, el aguardiente, lo que tuvieran para beber?


ANTONINO: No, tampoco.


MADONNA: Entonces, Antonino, ¿por qué no le indicas a Venerina que está aquí parada como una estatua sin hacer nada, dónde guardas esas cosas, así ella sirve y escancia?


ANTONINO: Sí, señora. Claro. Enseguida, señora.


MADONNA: Vé con él, Venerina. No nos vaya a aguar el vino. Para tacaños no hay quien les gane a estos campesinos...


ANTONINO y la VENERINA salen.

La MADONNA queda en escena. De un bolsillito saca un espejito, se mira.


MADONNA: ¡Otra cana! (Se la arranca) Chito, no chilles. Ya te vengarás de mí cuando en vez de ser una sola vengas acompañada por un ejército de ciento.


Risas de VENERINA y ANTONINO.


MADONNA: No puede una llevarla a ningún lado. No tiene roce. ¡Venerina, ven aquí! Ah, qué cansada estoy. Cómo tengo los pies. Es increíble, pero los pies se hinchan. Dos morcillas. Ah, para qué dije morcilla, me vino el hambre otra vez. ¡Venerina! ¿Vienes o no vienes?


Entra VENERINA seguida de ANTONINO.


MADONNA: Ah, enhorabuena. No tenemos todo el día. ¿Cómo se llama el otro que nos espera?


VENERINA: Sasà.


MADONNA (sarcástica): Lindo nombre, muy cristiano. (mirando la fuente.) ¿Qué es eso?


ANTONINO: Aceituna, Señora. De los olivares de allí enfrente. Si asoma a la ventana, los ve.


MADONNA: ¿A quiénes?


ANTONINO: A los olivos.


MADONNA: ¿Y para qué quiero verlos?


ANTONINO: Es un decir.


MADONNA: ¿Son amigos míos los olivos? Mira, hijo, vamos a lo nuestro. Tu Aurelia se fue, tú quieres que regreses. Me llamas a mí, la Santa Madre de Dios. Para estas cosas menores, debes recurrir a las brujas, las curanderas, las casamenteras: ellas arreglan estos tipos de entuertos. Me acuerdo en mi época con José... yo estaba en estado y él... ¡tenía cada cosa José! Así que fui y hablé con una de esas... después él tuvo un sueño, porque era muy soñador mi marido... Pero mira, hemos venido hasta aquí... ¿Estas las rellenaba tu mujer? Exquisitas. Venerina, prueba la aceituna rellena.


VENERINA: No, no, señora.


MADONNA: No quiere, está flaca, flaca... ¿no la ve muy flaca, usted?


ANTONINO: No...


MADONNA: Seguro que se dejó pellizcar.


VENERINA: ¡Madre!


MADONNA: No puedo perderte de vista un instante. Decía usted, hijo...


ANTONINO: ¿Yo?


MADONNA: Ah, yo decía. Bueno, ¿qué decía? ¿Qué apuntaste en la mente que decía yo, Venerina?


VENERINA: Que de los asuntos de amor sencillos, nosotros no nos encargamos.


MADONNA: Eso.


ANTONINO:...


MADONNA: Calma, calma. No vinimos hasta aquí en vano. Vamos a hablar con tu mujer. Tenemos algo de tiempo todavía, el Sasà este nos esperará un poco...


ANTONINO: Ella se fue ayer noche.


MADONNA: Ella se fue ayer noche, y vuelve hoy tarde. ¿Para qué soy yo la Madre de Dío? Venerina, abre la puerta a la señora Aurelia. ¿Es devota esta mujer suya?


ANTONINO: Sí. (Nervioso) ¿Ella está detrás de la puerta?


MADONNA: Espera. Devota de quiénes?


ANTONINO: De usted, de Jesús del Monte, de los santos... ¿abro, abro la puerta?


MADONNA: La puerta la abre Venerina. Momento, primero. De qué santos es devota? Porque yo soy muy buena, bonísima, pero algunos santos... los piojosos no me gustan; la mugrienta de la Egipcíaca del desierto tampoco... A ver, nombra los santos que venera tu mujer, Antonino...


ANTONINO (enumerando): San Juan evangelista..


MADONNA: Bueno...


ANTONINO: Santa Catalina de Siena...


MADONNA: Sí, bien...


ANTONINO: Santa Teresita del Niño Jesús...


MADONNA: Bien, bien...


ANTONINO: Y San Genaro de Nápoles...


MADONNA: Me ha conquistado esta Aurelia. Abre la puerta, Venerina.


ANTONINO: ¡Un momento, un momento!


MADONNA: ¿Qué pasa?


ANTONINO: Me late el corazón muy fuerte. Va a salir del pecho.


MADONNA: ¡Pero no! Abre la puerta.


VENERINA abre la puerta.


MADONNA: ¿Y éste quién es?


Escena 4

MONÓLOGO DE SASÁ AL OTRO LADO DE LA PUERTA

Arreglándose la ropa, el pelo. Alisándose las rodilleras del pantalón.


SASÁ:

Pido, ando de romería en romería.

Creo, eso es importante.

Comercio con paños de pueblo en pueblo.

También creo en el comercio y la mercadería que vendo.

Pero eso no es tan importante, porque a la mercadería no me la voy a llevar a la tumba.

Creo en la Iglesia, en la Madonna y en todas las verdades del Credo. Cuando rezo el Credo pongo mucha atención en lo que digo.

Después me voy, que procesión acá y procesión allá.

Vengo de Caccamo hace como cinco años, de fiesta en fiesta.

Muchas lágrimas suelta la gente, pero también son una fiesta.

En las procesiones, las fiestas de los santos, el día del santo del Papa, todas esos son lindos momentos. Después de dos o tres oraciones, algún misterio del rosario, me meto en la primera taberna que hay, en el mesón, y pido algún plato con cerdo. Me gusta que el cerdo no esté bien picante, porque si está muy picante quién sabe desde cuándo está adobado el animal.

Una mujer, pido también, una esposa.

Una esposa, sí.

O qué sé yo, una mujer.

Para no hacer el tonto, solo, de un lado para el otro.

Es bueno que el hombre no esté solo, dijo Dios al principio del tiempo.

No se sabe a quién le hablaba cuando Dios dijo eso.

Igual yo no quise nunca a ninguna.
Me basta lo que cuentan los amigos, los parientes, sobre lo que es tener mujer.

Hace recién poco que me picó la curiosidad. ¿Cómo será tener una?

Una vez crié una comadreja de chiquita y nos entendimos lo más bien.

Le pido a la Madonna que me mande una.

Una esposa, una mujer.

La comadreja al final se me murió.

Voy a todas las fiestas de la Virgen, por si me manda una y me toca descubrirla en una fiesta. Bailando, a lo mejor.

Me gustan las fiestas de los pueblos porque si no tienen banda, me ponen a mí a hacer el tambor y hago Brúm, brumbún, brumbúm, brumbú. Br, brabrá, brabrá, brabrá. Brúmiti, brúmiti, brú. Brábiti, brábiti, brábiti, bra.

No es cantar, pero es lindo hacer el tambor.

Yo decía: si ella oía a los músicos de la banda, me iría a ver a mí haciendo el tambor. Ella me ve, yo la veo, y el milagrísimo de la Madonna está hecho. Ahora está hecho igual y yo agradecido, que soy agradecido.


Al otro lado de la puerta


MADONNA: ¿Y éste quién es?


Abre la puerta de repente y cae Sasá al otro lado, genuflexo.

Entra un hombrecito pequeño, con anteojos y traje. Es SASÁ.



Escena 5

Los cuatro sentados a la mesa, Sasà tiene una colación en la que moja pan y va tomando.


MADONNA: ¿Tiene hambre? Come, come que te hace bien. Pero, ¿cómo llegaste hasta aquí?... ¿Cómo se llama este hombre, Venerina? Ahora se me olvidó.


SASA: Sasà de Gregorius. Venía a pedir un vasito de agua. Para refrescarme y darle unos sorbitos a… y la señorita me hizo pasar.


VENERINA: Le dije, Pase, buen hombre, pase.


MADONNA: ¡¿Por qué siempre esa ansia de hacer pasando a los hombres, Venerina?!


VENERINA: No, Madre, no. Lo vi acalorado, lo vi…


MADONNA (a V): Pero por eso, ¡andar haciendo pasar a cualquier parte hombres sudados! ¡Dadivosa! (A S): ¿Cómo se llama? Repita a ver si se me queda.


SASA: Sasá de Gregorius.


MADONNA: También con ese nombre. Dime, Sasá: ¿qué haces por aquí? Mira que venir de Caccamo en Palermo no es aquí a la vuelta.


SASÁ: No.


MADONNA: ¿Qué adoran en Caccamo? Hace mucho tiempo que no vamos por allí. Venerina: apunta Caccamo, Palermo. Así pasamos. El ojo del amo...


VENERINA: Sí, Madre.


SASÁ: El 19 de marzo hacemos la fiesta de San José.


MADONNA: Este José fastidia en todos los pueblos. Es como los chicos, siempre tiene que ser el centro de la mirada de los demás. Ahora, anda y cuentáselo tú, chismosa.


VENERINA: No, Madre, cómo se le ocurre.


SASÁ: Voy a hacer la peregrinación a Bongiardo, en la Catania....


MADONNA: Sabemos dónde es Bongiardo, hijo. Esta viene de ahí.


SASÁ: En agradecimiento a su carísima merced, iré descalzo. Al año siguiente, iré también a San Filippo del Melo, en Messina...


MADONNA: ¿Pero qué? ¿Es viajero ahora? ¿Mercader?


SASÁ: Iré descalzo a todas las procesiones de la Madonna del Carmelo porque usted, madre, me hizo la gracia de conseguirme mujer y sacarme de la soledad espantosa en que me encontraba.


MADONNA: ¿Cuándo hicimos eso?


VENERINA: No sé...


MADONNA: ¿Y por qué no visitó a una casamentera? ¿Para qué existen las casamenteras entonces? Nosotras no queremos quitarle el trabajo a ninguno.


SASÁ: Iba por el caminito del prado, entonces justo cayó una mujer bellísima de un carro, y se golpeó en la nuca. El conductor del carro se llevó un susto tan tremendo que la dejó abandonada. Y yo la recogí.


MADONNA: Pero, ¿qué dice?


ANTONINO: ¡Se le apareció una mujer del cielo!


VENERINA: Habrá sido un ángel.


MADONNA: No, los ángeles no hacen porquería.


ANTONINO: ¡Qué milagrosa que es usted, Madonna! ¡Milagro, milagro!


VENERINA: Era un ángel.


MADONNA: Escucha, Venerina. No era. (A SASÁ) Y dónde pernocta la señora?


SASÁ: ¿Cómo?


MADONNA: La mujer, hijo, donde está en este instante?


SASÁ: Fuera. Muy cansada. Duerme.


MADONNA: Duerme.


SASÁ: Es una mujer maravillosa.. Tiene el pelo largo, largo. Negro como ala de cuervo... y los ojos, creo que negros, porque los abrió un solo momento, para quejarse del golpe a la frente...


VENERINA: Pobrecita.


ANTONINO: Bella mujer. La mía era igual. Cabello negro, hasta la cintura. Y nunca lo lleva a atado.


SASÁ: Modesta es. Está vestida de luto. Luto el talle, luto la falda... Y la enagua, por respeto a las divinidades presente, no hago relato...


VENERINA: Es un ángel.


MADONNA: Acábala, Venerina.


SASÁ: Iré con la donna de peregrino a San Filippo, a Bongiardo, a Ragusa, a San Fratello e a Spaccaforno.


MADONNA: Pero, ¿qué son ustedes? Naturalistas, géografos que andarán por toda la Sicilia?


SASÁ: Calzados o descalzos, te alabamos a ti, Madre del Carmelo.


ANTONINO: ¡Yo te levantaré con estas manos de lobo una capilla en el bosque!


MADONNA: Ya se metió el otro.


ANTONINO: Devuélveme la mujer, Madonna, y te levanto una catedral.


MADONNA: Cierra el pico, Antonino.


VENERINA: ¿Quiere que haga entrar a la mujer, Madre?


MADONNA: Sí, sí. Que venga y pique alguna cosita. ¿Qué más hay que haya preparado tu mujer antes de dejarte, Antonino?


ANTONINO se quiebra y llora.


MADONNA: ¡Otra vuelta de llanto!


ANTONINO: Garbanzo.


MADONNA: Tú, trae garbanzo. Y tú, Venerina, trae la señora.


VENERINA sale.

Abre la puerta, entra primero AURELIA. Detrás, VENERINA.

Cuando ANTONINO regresa con los garbanzos, de la sopresa, se le caen al suelo.


ANTONINO: ¡Milagro, milagro! ¡Gloria a Dios! Alabanza a la santísima Madonna!


SASÁ: Gracias, Madonna. Gracias. Muy bella la joven que me brindaste.


ANTONINO se adelanta hasta AURELIA y le da dos cachetazos: derecho y revés.


ANTONINO: ¡Ingrata!


SASÁ: ¿Qué hace con mi mujer?


ANTONINO: ¿Qué suya? ¿Desde cuándo suya?


MADONNA: Por favor, Venerina. Sepáralos.


SASÁ: ¡Es mía! Yo me la encontré en el suelo, y lo que está en el suelo no es de nadie.


ANTONINO: ¡Es mía! ¡Es mi esposa!


SASÁ: Ah, ¿si? Sacámela y vas a ver cómo te rompo los dientes.


ANTONINO: ¿Vos, a mí? Enano de circo, ¿venir a pegarme a mí? ¿Al lobo?


SASÁ: No te tengo miedo.


ANTONINO: Yo tampoco.


MADONNA: Venerina, sepáralos.


ANTONINO: Nunca podría querer la Aurelia a un hombre tan feo.


SASÁ: ¿A quién le decís feo, feo?


ANTONINO: Que elija ella a quien quiere.


SASÁ: Lleva usted las de perder.


MADONNA: Pero esto se convirtió en un melodrama.


VENERINA: Yo no sé, Madre, estas cosas que pasan me dejan sin aliento...


MADONNA: ¡Yo del cielo no bajo más!


ANTONINO: Aurelia María Fieschi, te habla tu marido. Desgraciada, que hasta soy capaz de perdonarte. ¿A quién le pertenece usted?, dígalo ya mismo.


SASÁ: Aurelia, vida mía. Hemos hecho votos de amor mientras dormías. Te entrego mi corazón y... quédate conmigo, Aurelia. Tengo una casita en Riva, bien puesta, no como esta porquería...


ANTONINO: Eh, no insulte!


VENERINA: No vale insultar.


SASÁ: Elígeme, Aurelia, y harás tu felicidad y la mía.


AURELIA, desconcertada, se arroja a los pies de la MADONNA.


AURELIA: Ayúdeme, Madonna.


MADONNA: Pero, te veníamos viendo con Venerina que hacías un desastre tras otro. Tú nunca debiste dejar a Francesco Ciruela... Sé, lo sé... él se fue a la América, pero tú lo hubieras seguido a la América, tenías ayuda de arriba... En cambio, te ayuntaste con este miserable, este muerto de hambre, mujeriego, que encima padece una maldición... ¿Por qué, Aurelia, has hecho eso?


AURELIA: Mi madre, Santa Madonna. ¿Cómo iba a dejar a mi madre?


MADONNA: ¿Pero si está muerta hace cuánto? Te casaste con este y se murió del disgusto...


ANTONINO: Virgen, que yo iba a levantarle una iglesia en el bosque...


MADONNA: Sí, iba, iba...


ANTONINO: Tengo la voluntad de hacerlo.


MADONNA: ¿Yo te la pedí a la iglesia?


ANTONINO: Siempre cumplo mis promesas.


MADONNA: Y tú, Antonino, los hijos que le hiciste sacar a la Rosália? Y linda manera de hacerlo: convertido en lobo te la comiste. No te desmayes, Aurelia. Venerina, atiende a la Aurelia que se desmayó. Trae agua del pozo.


VENERINA: ¿Tengo que ir hasta el pozo, Madre?


MADONNA: Venerina, ¿para qué cuernos estás tú aquí?


VENERINA: Voy, voy.


VENERINA sale.


ANTONINO: Lo hice fuera de mis cabales. Por el mal de luna.


VENERINA regresa, le hace beber a AURELIA un vaso con agua. AURELIA vuelve un poco en sí.


MADONNA: Mira, Antonino, yo a la muchacha la protejo, porque yo soy la Reina del Cielo y del Valle de Lágrimas, y en este bendito vientre que no pudo probar ni uno de los garbanzos con ají que estúpidamente tiraste al piso, estuvo el Crucificado, y como estuvo el Crucificado yo hago lo que se me da la gana. Tú quieres hacerte aquí el beato, haz el beato y el santo canonizado. Antonino... que te conozco. Pero no me vengas con infundios de tu palabra de honor, porque largo acá todo lo de la Viuda Fóscolo, que ahí el ataque de lobo te daba en el lecho... ¡Hacerle decir estas cosas a la Madre de Dios, adónde has llegado, ANTONINO! Dos hijos mandó al hospicio la Viuda. Son tus hijos. Enrico e... ¿cómo se llamaba el otro...?


VENERINA: Josué.


MADONNA: Nombre de judío le puso...


VENERINA: Eh...


MADONNA: Y por qué? Mario, ¿no le iba a poner Mario? Cambiante la Viuda: primero me venera, luego bautiza los hijos con nombres de pagano. Bueno, Aurelia, prepare su baúl y se viene conmigo.


AURELIA: ¿Yo, Madre, al convento?


MADONNA: No, a un hotel con residencia especialísima. Al Convento y me adora ahí como monja laica.


AURELIA: Monja laica, ¿yo? No me veo como monja laica.


MADONNA: ¡Ah, perdí la paciencia! ¡Viene o no viene!


AURELIA: No, no voy.


MADONNA: Listo, excomulgada. No le escucho más un puto ruego.


VENERINA: ¡Madre!


MADONNA: Tú cállate, porque te doy con la palmeta de olivo.


AURELIA: Póngame a servir en una casa buena...


MADONNA: Tú enseguida enamoras al señor, no.


AURELIA: Le juro que no provocaré a ninguno.


MADONNA: Todas dicen lo mismo, y después paren uno, dos, tres, cuatro hijos. Y lo bautizan: Filumela, Rafaelo, Francesco... ninguno se llama Mario, María, como debe ser.


VENERINA: Todos no se pueden llamar así, Madre.


MADONNA (furiosa): ¿¡Quién te pidió que opines, Venerina?!!


VENERINA (tímidamente): Hay un puesto de cocina, en el Gran Hotel Dora, en la isla de Capri.


MADONNA (dulcísima): Preguntále a la dama si le place el hotel este...


AURELIA: Sí, Madre.


ANTONINO: ¡No te vayas otra vez, Aurelia!


SASÁ: ¡Madonna, hágame la caridad de dejarme a la mujer!


MADONNA: Nada, a ninguno. Por malvados los dos.


ANTONINO: Yo tengo el mal de luna...


MADONNA: Usted tiene el mal de luna y usted el mal de la soledad. Y yo tengo urticaria y pies torcidos y no me quejo a ninguno. Aurelia, Venerina, ¿está todo listo?


AURELIA y VENERINA: Sí, Madre.


MADONNA: Muy bien, vamos. ¿Como vamos?


AURELIA: Caminando, Madre.


MADONNA: Tú estás loca?


AURELIA: No, pero no tenemos carro y...


MADONNA: Venerina, anda y quítale el asno al vecino y engancha el carro...


VENERINA: ¡Madre!


MADONNA: Ah, qué harta me tiene tanta moral, Ve-ne-ri-na.


VENERINA: Lo hago, Madre, lo hago.


VENERINA sale.

Al tiempo grita:


VENERINA: ¡Listo, Madre! ¡Nos vamos!


MADONNA: Aparte el vecino es devoto del Espíritu Santo. ¿Qué es el Espíritu santo? Como no tiene imagen, no lo atiende. Está la paloma que lo representa, la paloma... ¡pero éste la tira de un piedrazo y la echa a la olla con polenta! El muy amarrete de este vecino no le prende nunca una vela a nadie, no le cumple promesas... Un hereje es. (La MADONNA se asoma por la puerta.) ¿Listo? Bien. Adiós. Adiós, señor Sasá. Adiós, hijo. La paz de Dios esté con ustedes.


La MADONNA y AURELIA salen.


ANTONINO: Mala mujer...



Escena 6

Al otro lado de la puerta, las tres apoydas contra la puerta, agitadas, como quien se salvó de un grave peligro. La Madonna contesta lo que no se oye, cada vez más furiosa.


AURELIA: Madre, yo sé que pequé con este hombre.


MADONNA: Che seccatura!


VENERINA: Madre, ¿cómo nos volvemos?


MADONNA: Ti scoccia andare?


AURELIA: Madre, estoy dispuesta a peregrinar hasta el Vaticano y pedirle perdón de rodillas al Papa. El Papa lo perdona todo, hasta el adulterio.


MADONNA: Non rompere le scatole cun il Papa.


VENERINA: Madre, hay un santo que tiene un caballo alado que nos lleve directo al Cielo?


MADONNA: Sei une rompipalle, Venerina.


AURELIA: Madre, le prometo: voy a rezar todos los Padrenuestros que el Papa considere necesarios para mi perdón. Y no volveré a tocar varón si no es gracias al sacramento del matrimonio.


VENERINA: Me duelen los pies de puro peregrina.


AURELIA: No iré más con los hombres, que me llenan a tabaco.


VENERINA: Madre, ¿no había una escalera directo al Cielo, una escalera dorada, como de tienda lujosa, que un santo había soñado al caerse dormido entre unos cardos?


AURELIA: Madre, le prometo aunque débil que sea la carne, me abstengo. Porque después me arrebato y así voy a terminar en el infierno.


VENERINA: Madre, ¿los ángeles no la pasan a buscar y nos elevan directo al Cielo?


AURELIA: Madre, Madre, ¿y si vuelvo con él?


MADONNA resignada: Ho dormito quattre ore oggi pomeriggio e ora sono rincoglionita, come riprendermi, Dio mio?


VENERINA: Madre, para caminar al Cielo por la senda estrecha, los zapatos que tengo no me llevan. Todas dañadas las suelas por esta tierra, de este país.


AURELIA: Madre: me vuelvo con él, me vuelvo.


MADONNA: Oggi sono rinconglionit.


VENERINA: Madre, tendré que dejar el servicio a su lado.


AURELIA: Madre, yo le quiero.


VENERINA: Madre, me regreso al falda del volcán a vender recuerditos, trozos de lava seca…


AURELIA: Madre, a los dos les quiero. A los dos.


Venerina se quita los zapatos, el mandil, las prendas que denotaban su religioso servicio. Aurelia aporrea la puerta para que al otro lado le abran.

La Madonna, pega en las manos de una y de otra.


MADONNA: ¡No quiero bajar por esto! Porque uno una cosa y después cambia por otra. Mudables, herejes. No quiero bajar por los disgustos. Ay, que si fuera cierto que la pena mata, ya estaría muerta. Torrone di merda la una y la otra! Hai fatto una cazzata, Aurelia, porca, puttana. E voi, Venerina, vai a fartelo mettere in culo. Rompicoglioni!!


Sasá y Antonino entreabren la puerta, pero la Madonna pega un portazo brutal.


MADONNA: Me cago en la puta madre que lo parió a Dios!


Apagón



Escena 7

Noche de luna.

SASÁ y ANTONINO.

ANTONINO está asomado a la ventana.


ANTONINO: Todavía no salió la luna...


SASÁ: Pero si tiene un ratito más, cómase la sopa de cogote de gallina...


ANTONINO: No tengo hambre.


SASÁ: Quiere que saque la mandolina y toque? La música abre el hambre.


ANTONINO: ¡No!


SASÁ: La música amansa las bestias.


ANTONINO: Haya paz. No hable.


SASA: Póngase en gracia de Dios.


ANTONINO: Cállese.


Un silencio.

Antonino va y viene como una fiera enjaulada.


SASÁ: Me sé unas canciones de lindas! ¿La Reginella, la Gigiotta? ¿Conoce la Gigiotta?


ANTONINO se tap las orejas con las manos.


SASÄ: La Gigiotta, es la más linda. La Gigiotta iba a pescar con su caña y el día que se sacó un pescadito hizo tal fuerza que se cayó al mar y quedó toda bañada, toda bañada metida hasta la barbilla en el agua. ¡Ayuda!, gritaba la Gigiotta y un bello garzón se tiró al agua para ayudarla. Y pata chiunf, pata chiunf dentro del agua. Un gran amor se despertó entre los dos y el día siguiente se casó con la Gigiotta. Después tuvieron un niño, un Gigiottino que va con la madre a pescar.


ANTONINO suplicante: Basta, ya basta.


SASÁ: No le gustó? Después viene lo mejor, cuando van los tres a pescar, la Gigiotta, el bello garzón y el Gigiottino al mar, a pescar y le agradecen a la Madonna…


ANTONINO: Eso no es verdad. En las tarantellas no se agradece a ningún santo.


SASÁ: En todas no, pero en algunas…


ANTONINO: Mentira. Las tarantellas existen para sacarse el veneno del cuerpo.


SASÁ: ¿Entonces por qué no baila un tarantella?


ANTONINO: Porque no tengo fuerzas.


SASÁ: Ha visto: tiene que comer.


ANTONINO: No quiero, no puedo.


SASÁ: Pero hay que comer. La salud se hace de comer.


ANTONINO: Más habla, más se me cierra el estómago.


SASÁ: Me quedo mudo y come?


ANTONINO: Puede ser.


SASÁ: Haga caso, váyase comido. Mire si el hambre le viene después y se come un niño, una muchacha...


ANTONINO: Tiene razón. (Se sienta y come, saborea.) ¿Qué le puso?


SASÁ: Albahaca.


ANTONINO: Al final es sabroso.


SASÁ: ¿Qué le dije?


ANTONINO: Un poco sabroso.


SASÁ: Receta de mi madre.


ANTONINO (indiferente): Extraordinario.


SASÁ: La extraña a Aurelia?


ANTONINO: Mucho.


SASÁ: Bella y dulce.


ANTONINO: No hable de la Aurelia, que después terminamos peleando.


SASÁ: No tenía intención. Ella era una mujer tan...


ANTONINO: Basta.


SASÁ: No está bien que hablemos de ella como si estuviera muerta.


ANTONINO: Está muerta.


SASA: No está muerta.


ANTONINO: Para usted y para mí, la Aurelia está muerta.


SASA: Pero aun así, a los difuntos se los…


ANTONINO: ¿Qué dije?


SASA: ¡La Aurelia era mi ilusión!


Antonino pega un puñetazo en la mesa.


ANTONINO: ¡Pero hay que ser estúpido para hablar así!


SASA tímido: Lo dice por usted o por mí?


Antonino lo mira como para comérselo vivo.

Hasta le ruge.


SASA: Está bien. No hablo más.


Un silencio.


SASÁ: Y a la Viuda me la va a presentar?


ANTONINO: No le va a gustar.


SASA: ¿Por qué no me va a gustar?


ANTONINO: Porque no le va a gustar.


SASA: Pero ¿por qué no? ¿Qué tiene de malo?


ANTONINO: No le va a gustar porque yo le digo que no le va a gustar.


SASA: ¿Es muy alta? ¿Alta y fuerte? ¿Fuertísima?


ANTONINO: No se habla más de la Viuda.


SASÁ: Pero me la va a presentar o no?


ANTONINO: Pero, sí! Se la presento!


SASÁ: Le dirá que soy su primo de Agrigento.


ANTONINO (disgustado): Ah, me hizo mal al estómago.


SASÁ: No es posible. Limpié bien de grasa el cogote...


ANTONINO: Ah, ah. Es la transformación... Vaya a la ventana, mire la luna... ¿Ya salió, verdad?


SASÁ (hace todo lo que le dice): Sí.


ANTONINO: Está alta en el cielo?


SASÁ: No todavía.


ANTONINO (se retuerce de dolor de estómago): Voy a irme. Recuerda cómo me recibe...?


SASÁ: El santo y seña?


ANTONINO: Psé.


SASÁ: Usted pone la mano en el ventanuco y yo digo: “Señor Antonino, es usted?”, y si la mano está peluda no abro, y si la mano está lampiña, abro.


ANTONINO: Eso, eso. Así.


SASÁ: ¿Ya se va?


ANTONINO: Sí.


SASÁ: ¿Le duele mucho?


ANTONINO: Sí.


SASÁ: La busca a Aurelia en el bosque?


ANTONINO: Eso a usted no le importa.


SASÁ: Está bien.


ANTONINO: ¡Usted no piense en Aurelia mientras yo no estoy! ¡Mire que no tiene derecho!


SASÁ: Sí, señor Antonino.


ANTONINO sale corriendo, doblado en dos del dolor y gimiendo.

SASÁ espía que no se haya quedado por ahí cerca.

Luego se arrodilla frente al altar donde ahora está la imagen de un santo.


SASÁ (con los párpados apretados): Aurelia, Aurelia, Aurelia, Aurelia…


Oscuro.

Tres golpes a la puerta y al final pasa una mujer enlutada (falda, blusa ajustada, escotada, sombrerito con velos y zapatos con tacón mediano). Es la VIUDA FOSCOLO y está limpiándose la tierra de los zapatos.


VIUDA: Estaba abierto…


SASÁ: Usted es…?


VIUDA: Puedo pasar?


SASÁ: Usted es la Viuda Fóscolo?


VIUDA: Sí.


SASÁ: Puede pasar, puede pasar.


VIUDA: Sí?


SASA: Nada desearía más.


Final de la obra Miracolosa.